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DIOS TE AMA
El amor de Dios en la experiencia
de S. Leonardo Murialdo
Queridísimos,
amémonos los unos a los otros,
porque el amor es de Dios y el que ama ha conocido a Dios.
El que no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor.
En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros,
en que ha mandado a su único Hijo al mundo
para que nosotros vivamos por El.
En esto está el amor:
no somos nosotros los que hemos amado a Dios,
sino Dios el que nos ha amado a nosotros
y ha enviado a su Hijo como víctima propiciatoria
por nuestros pecados.
Queridísimos,
si Dios nos ha amado de este modo,
también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.
1 Jn. 4,7-11
Es una frase que con frecuencia vemos escrita con grandes caracteres en los paneles de
publicidad, en postales, adhesivos...
El mayor riesgo que un hombre puede encontrar en su vida, es ceder la tentación de no admitir la
necesidad de amar y ser amado.
Con todo, continúa siendo muy difícil creer en el amor que Dios nos tiene, aunque el solo
descubrimiento de este amor puede dar el auténtico sentido a la vida del hombre.
L. Murialdo vivió la maravillosa experiencia del descubrimiento del amor de Dios: amor que él
admira, no tanto en la misma vida de Dios, cuanto en su entrega a cada uno de nosotros. El
contempla este amor, lo escucha como se escucha una melodía: saboreando cada una de sus
notas.
Habiendo descubierto — y sobre todo vivido — la realidad del mensaje cristiano «Dios es amor»,
todos los acontecimientos de su vida, como los mismos de la historia, se transforman en
acontecimientos de gracia y salvación.
El amor de Dios me garantiza que puedo asumir la vida en su autenticidad; y no una vida
cualquiera porque ahora es de Dios y Dios es quien le da sentido.
La certeza de que Dios me ama con amor íntimo y personal no sólo salva mi interioridad y reaviva
sin interrupción la fuente de mi amor — sintiéndome aceptado, amado, perdonado por Dios, seré
siempre un hombre de impuje y de esperanza — sino salva también mis relaciones amistosas con
los demás y justifica las características y fronteras del amor en toda relación educativa.
SAN
LEONARDO
MURIALDO
Después de una larga lucha interior, decide comportarse como los demás, no rezar como lo había
hecho antes, formar grupo con los peores y estudiar menos. Ha preferido ser aceptado por los
compañeros aún a costa de renunciar al bien y a Dios.
Pero no puede vivir mucho tiempo así. Y en septiembre de 1843, regresa a Turín y hace una
confesión general. Se inscribe luego al bienio de Filosofía. Con el afecto familiar, el entusiasmo por
los nuevos estudios y la alegría de nuevas amistades, renace su vida.
SACERDOTE
Emplea sus primeros años de sacerdocio en dar catequesis a los niños, en la predicación, en el
trabajo educativo en los primeros oratorios turineses a favor de la juventud pobre de la periferia.
En el otoño de 1865 viaja a París para pasar un curso en el Seminario de San Sulpicio. Allí completa
su formación teológica y pastoral.
Durante este tiempo toma contacto con las actividades educativas y asistenciales francesas. A lo
largo de su estancia en París y del mes pasado en Londres, durante el verano de 1866, está
presente el deseo de estudiar, de tomar notas, de respirar aires nuevos, de ponerse al día para
mejorar su propio trabajo. Es la exigencia de la calidad, una de las características del L. Murialdo.
De regreso a Turín, el año de 1866, acepta el rectorado del colegio de jóvenes artesanos, que
acoge a jóvenes pobres, huérfanos y abandonados, y les proporciona, con la educación religiosa,
una instrucción técnico-profesional.
Con abierta mentalidad y voluntad firme, pero sobre todo con gran amor se da lleno al trabajo y
en poco tiempo levanta el nivel profesional de manera ostensible.
Como punto de partida, intenta crear un buen clima de moralidad y armonía: una seria formación
religiosa y una disciplina familiar pero no exenta de firmeza.
Se rodea de colaboradores competentes: enseñantes, técnicos, maestros de talleres. Concede
mucha importancia a la instrucción, «elemental» si, pero no superficial. El joven aprendiz ha de
estar capacitado para el trabajo, y, a la vez, para enfrentarse al ambiente de trabajo con actitud
crítica ante la nueva situación creada por la industria.
Hace del colegio de jóvenes artesanos una obra compleja y completa, que asegura a los
muchachos una adecuada formación cristiana, cultural y técnica, y los acompaña hasta encontrar
un trabajo y, para quienes lo necesiten, más allá todavía.
No hay en toda la Italia de entonces otra institución que abarque campesinos, obreros y
estudiantes de humilde procedencia.
Tiene la capacidad de acoger niños de edad escolar (Instituto de Volvera, cerca de Turín), de
asegurarles una seria formación profesional (Colegio de jóvenes artesanos) o agrícola (Bruere-
Rivoli Torinese) y de acompañarlos hasta conseguir un trabajo (Casa familia de Turín) siguiendo el
ciclo de la vida del niño desde los 8 hasta los 24 años.
Murialdo ama a sus jóvenes como sólo los santos saben amar. Ellos están en el centro de toda su
acción educativa y se ven comprometidos a colaborar con los educadores a su propia formación
humana y cristiana.
Quiere que sus institutos religiosos sean «familias» caracterizadas por la confianza y el amor entre
educadores y muchachos. Conoce a sus jóvenes uno a uno: personalidad, carácter, proveniencia
social y familiar. Da poca importancia a la educación de conjunto y, por eso, procura adaptarse a
las exigencias de cada uno en particular. Es paciente y sabe esperar dando tiempo al tiempo y
confianza a los muchachos.
LAS DEUDAS
Murialdo había encontrado al internado de los jóvenes artesanos en una preocupante situación
financiera: deudas en abundancia por construcciones, por manutención, por maquinaria de
talleres. Hace todo lo posible para remediar la situación; paga, hasta que puede, con dinero de su
bolsillo, organiza loterías, pide subvenciones al gobierno, busca ayuda por todas partes, pide
limosna a la puerta de las iglesias.
Hacia 1881-1882 tiene que pensar en alimentar, vestir, educar, instruir y preparar para el trabajo a
más de 750 jóvenes.
A pesar de las dificultades, Murialdo quiere que nada falte a sus muchachos y mantiene una gran
serenidad y una inmensa confianza en la Divina Providencia.
Sólo un año antes de su muerte, en 1899, los jóvenes artesanos recibirán una importante ayuda
del Conde Roero di Guarene; por fin Murialdo podrá pagar todas sus deudas.
PARA CONTINUAR CON LOS JOVENES
El 19 de marzo de 1873, Murialdo funda la Congregación de San José con el «fin de educar en la
piedad y en la instrucción cultural y técnica a los jóvenes pobres, abandonados y necesitados de
corrección ».
La nueva institución nace en el día de S. José porque Murialdo es muy devoto del santo artesano
de Nazareth. Quiere dedicársela y lo escoge como Patrono y Padre porque la Congregación ha
nacido para los muchachos pobres, para los obreros, y San José es el modelo de los educadores y
el Patrono de los obreros.
San José de J. Mokryckyj - Santa Sofía, Roma
EN PRIMERA LINEA
La acción apostólica y social de Murialdo no sólo se desarrolla entre las paredes y el trabajo de los
jóvenes artesanos, sino que sus ideas y aspiraciones son conocidas en la ciudad y fuera de Turín.
Porque desea formar una sociedad cristiana crea asociaciones y propone iniciativas de carácter
educativo y social para la defensa de los derechos de los trabajadores -primordialmente de los
jóvenes —, de la Iglesia y de la sociedad.
En 1869 se preocupa-quizás el primer sacerdote en Italia- por la legislación laboral y solicita del
gobierno una amplia reforma, Pide que la escuela obligatoria se prolongue hasta los 14 años y que
sea suprimido el trabajo nocturno no indispensable. Propone los 16 años como edad mínima para
entrar en las fábricas y que el horario de trabajo se reduzca a ocho horas diarias.
Insiste en el descanso festivo obligatorio y en una ley sobre salarios para que no queden a
voluntad de los empresarios.
Los obreros encuentran en Murialdo y en sus colaboradores una voz que habla por ellos a los
patrones, a las autoridades y a los gobiernos.
La voz del obrero se titula precisamente el periódico fundado por Murialdo: periódico que
constituye un importante capítulo en la historia del movimiento de los trabajadores italianos. Este
movimiento tiene su centro propulsor en la Unión Obrera Católica entre cuyos fundadores se
encuentra Murialdo. Su nombre está ligado a realizaciones de vanguardia como: Oficina de
colocación de obreros cesantes (1876); Caja pensiones y previsión para ancianos y a inválidos en
accidentados en el trabajo (1879); Obra de la catequesis nocturna para jóvenes obreros (1888);
Liga del Trabajo (1899)...
Murialdo vive intensamente el tiempo del nacimiento de la Acción Católica Italiana y del
movimiento organizado de los católicos italianos y se encuentra entre los primeros promotores de
su desarrollo en Piamonte.
En 1871 colabora en la preparación del primer Congreso Católico del Piamonte (reunión de
sacerdotes y laicos más comprometidos en el apostolado social).
Promociona la participación de los católicos en la vida política creando los Comités electorales
católicos y haciendo crecer en los laicos la consciencia de una participación cristiana en la sociedad
y en la política.
El año siguiente funda y dirige el boletín La buena prensa y da vida a los Comités femeninos de la
buena prensa, organización fundada sobre una nueva presencia de la mujer.
¿COMO LO CONSIGUE?
La jornada de Murialdo está muy repleta: una amplia e intensa actividad que se desarrolla hacia
diferentes trayectorias y sobre diferentes planos.
Pero en medio de tanta actividad, siempre encuentra tiempo para el Señor. Reza mucho: de día y
de noche, en la iglesia y en su habitación, en los viajes y cuando camina, en la vida normal y en
situaciones especiales.
Murialdo tiene una recia espiritualidad arraigada en el hecho de creer, con toda la mente y con
todo el corazón, en el amor de Dios. Se siente centro de una historia de amor, de un milagro de
amor, de un misterio de amor: el amor personal, tierno, infinito, misericordioso de Dios hacia él y
hacia todos los hombres.
Así, empujado por el amor de Dios y por el amor a Dios, se hace amigo educador de los jóvenes
pobres y abandonados, apóstol de la clase obrera y del laicado militante.
Mantiene los lazos afectivos con la familia, mediante frecuentes visitas y cordial participación en
sus alegrías y desgracias. Cultiva con fidelidad y sincera delicadez las amistades, y establece con
sus amigos relaciones de colaboración.
Curiosos por conocer lugares, personas e instituciones, en los viajes y en las excursiones encuentra
una inspiración y un mejor ambiente para su amor y para la contemplación del universo y de las
criaturas.
LA LLAMA SE APAGA
Murialdo goza de sana y robusta salud, que le permite enfrentarse interrumpidamente, por
muchos años, con un trabajo agobiador. En 1885 empieza la pesada cruz de la enfermedad, que
acepta con resignación y paciencia. En los años siguientes padece algunas pulmonías peligrosas
pero milagrosamente las supera.
A primeros de marzo de 1900 sufre una fiebre que ya nunca va a abandonarle. El día 20 celebra su
última misa.
Unos días después, a pesar de la fiebre alta, se levanta para escribir de su propio puño una carta
de consuelo y ayuda a un ex artesano pobre que se encuentra en dificultades.
La situación se precipita
.
El día 30 de marzo, viernes previo al domingo de pasión, Jesús muerto y resucitado por nosotros,
llega y toma su vida.
N.B. - Las frases escritas en cursiva entre comillas están tomadas de los escritos de Murialdo:
Manuscritos, Epistolario, Testamento Espiritual.
NO
SE CREE
EN EL AMOR
Murialdo pronunció éstas palabras durante la novena de Navidad de 1860; contienen no sólo el
mensaje central de la revelación cristiana sino que expresan también una profunda profesión de fe
suya: «Dios es amor» (1Jn. 4,8).
Esta verdad fue vivida por Murialdo en su propia carne, durante la crisis juvenil que tuvo a los 14-
15 años en el Colegio de Savona, cuando experimentó la tristeza del pecado, y, sobre todo, la
alegría del perdón de un «Dios infinitamente bueno e infinitamente misericordioso ».
Mediante la experiencia del pecado-perdón, Murialdo descubre la verdad del amor de Dios no
tanto a nivel intelectual cuanto a nivel existencial hasta tal punto de que este amor dará ya
sentido a toda su vida.
De hecho, su mundo espiritual y su acción apostólica tienen como origen y punto constante de
referencia, el amor de Dios: todo nace del amor, todo expresa el amor, todo tiende hacia el amor.
Murialdo está embargado por este amor de Dios y nada para él, está fuera de esta perspectiva.
Esta certeza de fe que se ha ido interiorizando a través de un largo camino de maduración, ha
despertado en él actitudes y comportamientos que han sostenido su vida, marcada por toda clase
de dificultades.
Para Murialdo, creer en el amor de Dios significa creer que Dios es «un padre bueno» que « nos
ama, que nunca nos olvida y que nos acompaña siempre»; significa hacer «siempre, pronta y
alegremente» su voluntad favorable siempre a nosotros, porque nos ama; significa «un total
abandono de una confianza inmensa en la providencia, que todo lo hace bien »; significa vivir el
amor de Dios en el detalle de cada día porque es vano decir que se cree en lo que no se vive.
Si se queda en simple sentimiento, sirve poco o nada para «reavivar nuestro amor a Él» y es
incapaz de engendrar, como acontecía en Murialdo, una vida nueva plasmada, sobre todo, de
intensa oración y de generoso apostolado.
Expresivas son las frases que escribió con relación a esta verdad y manifiestan no sólo su profunda
convicción y la vitalidad de su fe, sino también el corazón con que las vivía: «Dios me ama. Es
verdad, Dios me ama. ¡Qué alegría! ¡Qué consuelo!» y al mismo tiempo: « qué felicidad amar a
Dios! » A la luz del amor de Dios, la vida es alegría, esperanza, optimismo, compromiso.
Se hace... « vida »
Leer la Sagrada Escritura significaba para Murialdo contemplar, sobre todo, el misterio del amor
de Dios tal como nos ha sido revelado: infinito, eterno, gratuito, personal, misericordioso... y
profundizar aquel conocimiento afectuoso de Dios que fortalecía cada día más el sentido de su
vida: amor de Dios amor a Dios. Escribió a un amigo en 1850, año anterior a su ordenación
sacerdotal: « Cuánto más me adentro en el estudio de la teología y de la Sagrada Escritura, más
creo comprender la reconfortante verdad que Dios es amor».
Y esta «verdad » no era para Murialdo una idea abstracta sino una realidad que le interesaba
personalmente. Inspirándose en un texto del Profeta Jeremías (31,3) escribe en su Testamento
Espiritual (es Dios quien habla a Murialdo): « Te he amado con amor eterno... Desde toda la
eternidad pensé en ti, llamé por tu nombre y decidí salvarte, santificarte y glorificarte
eternamente, por el inmenso amor con el que te he amado desde toda la eternidad».
Así entendía Murialdo el amor de Dios: «El buen Dios me ha amado con un amor eterno»; y así lo
proclamaba.
« ¿Cuál y cuánto es este amor con el cual Dios se complace amar a los hombres? Es un amor
eterno, un amor infinito. Desde toda la eternidad Dios ama al hombre: te he amado con amor
eterno... Su amor es eterno por su duración e infinito por su intensidad... ».
Esta certeza ha despertado en Murialdo el deseo y el empeño de una respuesta de amor total.
Escribe en el Testamento Espiritual: « i Ah! iQué grandeza la del amor de Dios hacia mí! Y yo,
¿cuánto amor debería tener hacia El? Debería amarlo con amor infinito. Pero no puedo tener un
amor tan grande. Mi corazón no es capaz... Te ameré, al menos, Señor, con todo mí ser. Tú me
amas con todo tu ser y yo, yo, te amo con todo mi ser».
De aquí brota su firme compromiso de santidad, su vida orientada única y totalmente hacia Dios, y
el sentimiento, que le ha acompañado a lo largo de toda su vida, de su escasa correspondencia al
amor infinito de Dios por su incapacidad de amarle «sin medida».
A la luz de esta fe, se comprende porque Murialdo, en su Testamento Espiritual, invite a «estudiar
la grandeza e infinitud del amor de Dios», y muestre el deseo de «difundir el conocimiento del
amor infinito... que Dios tiene a todos los hombres...».
AMOR
GRATUITO
Sören Kierkegaard
El tema de la gratuidad del amor de Dios es un tema bíblico. Toda la historia de la salvación habla,
en efecto, de un Dios que ama a su pueblo, incluso cuando no es correspondido, cuando responde
con la infidelidad. Dios ama porque es amor, porque es bondad.
Escribe Murialdo: «Dios quiere estar cerca de nosotros, dársenos gratuitamente; no nos ama
porque nosotros seamos buenos sino porque Él es bueno; no nos ama por nuestros méritos sino
por nuestras necesidades». Dios, por tanto, nos ama gratuitamente.
«¡Dios amante! ¿Qué título? Gratuitamente, de por sí. Con amor gratuito».
Esta es otra faceta que Murialdo ve en el amor de Dios. Él se siente amado así, de manera gratuita,
sin merecerlo e incluso a pesar del pecado: «yo tendría que ser objeto de la maldición de Dios y,
en cambio, soy objeto del amor y de los beneficios de Dios». Escribe en su Testamento Espiritual al
inicio del pasaje que tituló: «¡La incomprensible gratuidad de los dones de Dios!».
Para Murialdo todo es un don de Dios: nacimiento, padres, educadores, amigos, vocación
sacerdotal y religiosa... La vida, dice Murialdo, es «un conjunto de beneficios divinos».
Con relación a sí mismo, escribe: «No conozco otra historia o biografía en que resplandezca mejor
la incomprensible gratuidad de los dones de Dios». Así Murialdo da gracias a Dios por todo, se
alegra de todo, también de las cosas pequeñas; está contento con todo porque todo es don
gratuito de Dios, un don inmerecido.
De esta certeza nace en Murialdo el empeño de hacer de su vida un don de amar gratuitamente a
los demás, sobre todo a los necesitados. No nos maravilla, entonces, su apostolado entre los
pobres, su caridad sin medida, su dinamismo en tomar iniciativas. Esta total dedicación suya lo
llevó a superar dificultades, a soportar pruebas, a dar su vida por los demás siguiendo el ejemplo
de Cristo: «En esto hemos conocido el amor: en que él (Cristo) dio su vida por nosotros; por tanto,
nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn. 3,16), pues «nadie tiene mayor amor que él
que da la vida por sus amigos» (Jn. 15,13).
Si no estamos convencidos de esta absoluta gratuidad del amor de Dios, estaremos incapacitados
para acoger y para vivir el misterio del amor de Dios y para hacer de nuestra vida un don a los
hermanos.
Murialdo, sostenido por una gran fe en esta realidad maravillosa, supo realizar en su vida grandes
proyectos porque supo dar sin pedir ni exigir nada a cambio.
Dios nos ama como una madre ama a su unigénito », ha dejado escrito Murialdo. En el
Testamento Espiritual expresa con claridad esta certeza suya. He aquí, por ejemplo, el inicio de un
fragmento en el Dios habla a Murialdo y le recuerda el amor que le tuvo y le tiene: «Desde toda la
eternidad pensé en ti; te llamé por tu nombre... Y cuando, luego, tú debías venir al mundo, Yo
contemplaba la faz de la tierra. Estaba poblada de casi mil doscientos millones de hombres; cinco
sextos de entre ellos eran infieles o herejes; el sexto restante, ocupado por católicos, no alcanzaba
por lo tanto los 250.000.000. Pues bien, Yo decidí que nacieras entre esta afortunada sexta parte
de la tierra, que tú vinieras al mundo entre gente católica...».
Murialdo se siente amado particularmente por Dios y ve toda su vida conducida por este amor
personal de Dios, que, como «Padre bueno», piensa continuamente en él, le guía, le sostiene y le
llena de «innumerables beneficios».
La alegría del perdón es la alegría del amor recuperado. En realidad, nada, como el perdón, hace
que nos sintamos personalmente amados por Dios.
La vida de Murialdo estuvo caracterizada por el empeño de corresponder al amor personal de Dios
y esta voluntad suya está patente, sobre todo, en su intensa vida de oración.
D. Reffo, su primer biógrafo, que vivió 34 años a su lado, escribe que Murialdo « fue hombre de
acción y oración más de oración que de acción Rezaba en la iglesia, en su habitación, por las calles,
en el tren... Particularmente por la noche continuaba la oración «durante largas horas en la pobre
capilla de los jóvenes artesanos».
Para Murialdo, la oración era el momento privilegiado para vivir su relación personal con Dios; era
una experiencia en la que todo su ser se abandonaba a la intimidad con Dios; era un
acontecimiento de intensa comunión con Dios. Y esta oración no encerró a Murialdo en una
interioridad estéril sino que lo abrió a un infatigable apostolado.
Verdaderamente el hombre nunca está solo. Hay un Dios que, con amor de Padre, lo acompaña a
lo largo de su vida. Siempre. Personalmente.
BONDAD
Y
MISERICORDIA
Así es el amor de Dios. Así lo descubrió Murialdo en su juventud cuando, a causa del «respeto
humano», abandonó «totalmente al buen Dios» y llegó a una vida «de innumerables pecados».
A pesar de esta situación, Dios en su bondad, escribe Murialdo, «venía a buscarme, a atraerme
hacia Él, a obligarme a regresar al camino de la salvación». Y el amor fiel del Padre vence el
pecado. Dirigiéndose a Dios, Murialdo le recuerda con emoción, cuando «verdadero hijo pródigo,
carcago con mil pecados, vine a confesarte: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Entonces
abriste tu corazón paternal a mis súplicas, me escuchaste y volviste a ser el dueño de un alma
destinada a ser templo tuyo y que, desde largo tiempo, sólo había sido morada de demonios».
«Dios infinitamente bueno, infinitamente misericordioso», es el Dios «que todo lo perdona y que
todo lo olvida»; es el Dios que manifiesta «la grandeza y la inmensidad de su misericordia» con el
perdón que Murialdo llama «prodigio e misericordia».
Para Murialdo el nombre del amor de Dios es, sobre todo, «misericordia».
« Como Dios está siempre y en todas partes, así siempre y en todas partes el amor es misericordia
Esta convicción engendró en Murialdo una vida de misericordia, manifestada sobre todo, hacia los
jóvenes oprimidos por la mayor miseria que es el pecado, y por todas las demás miserias morales y
sociales como la pobreza, la ignorancia, la carencia de una familia, que fácilmente conducen al
vicio y al abandono de Dios.
La acción apostólica de Murialdo se encaminó entonces a librar a los jóvenes de la miseria del
pecado, redimiéndolos a la vez de todas las demás miserias.
Escribe Murialdo:
«La miseria moral de los jóvenes debe conmovernos más que su miseria material» y, por eso,
recuerda con insistencia el compromiso de hacer cuanto se pueda para que «no se pierdan y no
caigan en el infierno».
Creer en la misericordia de Dios significa estar seguros de ser siempre amados y perdonados por
Dios; significa volver a encontrar aliento para nuestro caminar y esperanza en nuestras
debilidades.
Aprended, nos dice Murialdo, «a no desalentaros por muy profundos que sean los abismos de los
pecados en que hubieseis caído porque Dios es amor y más misericordioso de lo que imaginamos.
Infinitamente mejor».
Creer en la misericordia de Dios significa también llegar a ser ante los más necesitados, signos de
la misericordia del Padre, constructores de confianza y de esperanza.
Dios, «rico en misericordia» (Ef. 2,4): es nuestra fe.
«Sed misericordiosos como misericordioso es vuestro Padre» (Lc. 6,36): este es nuestro
compromiso.
El ejemplo de Murialdo nos anime a este testimonio evangélico.
CUANTAS
CARICIAS
Virgen « Trihéroussa» (de las tres manos) - particular de Icono del XVIII° siglo
Oh Padre,
infinitamente bueno y misericordioso,
que todo lo perdonas y todo lo olvidas,
haz que nuestra vida,
sostenida por una inquebrantable fe
en tu amor infinito, actual e individual,
y por un sincero arrepentimiento,
sea inspirada en un
constante y firme compromiso
de fidelidad a tu amor
para gozar de la alegría
de tu amistad. Amén.
Murialdo, reflexionando sobre la acción de Dios con relación a él, escribe: « ...es demasiado
grande y demasiado tierno el afecto de Dios hacia nosotros», y exclama: « i Qué bueno es el
Señor! i Qué dulce y suave es el Señor!».
En el Testamento Espiritual, comparándose al hijo pródigo que es acogido con alegría por su
padre, escribe: «Pero, sobre todo, por la acogida verdaderamente paternal que recibí de Dios, es
por lo que me parezco al afortunado hijo.
Durante los ejercicios espirituales de 1864, Murialdo apuntó: «Es de fe que si yo doy un paso hacia
Dios, El viene a mi encuentro, me abraza, olvida todo y me prepara una fiesta envidiable».
Es significativo el hecho de que sienta la ternura de Dios en el momento del perdón, cuando
arrepentido regresa a la casa del Padre.
Dios se muestra a los pecadores con «un bondad sin límite» y los acoge con «un profunda
ternura» (Jer. 31,20) que no tiene en cuenta el pecado en el momento del perdón.
Murialdo, recordando la experiencia familiar, compara el entrañable amor de Dios con el amor de
una madre: «Existe un Dios que es todo amor hacia nosotros. Es de fe: nos ama ardientemente,
sufre por amor, ¿no os conmueve? Os ama más que vuestra madre, infinitamente más... ».
Y llega a decir: «Dios es nuestra madre. Oh sí, ¿no es verdad que las madres quieren tener un amor
cada vez más dulce, más afectuoso? Pues bien, Dios nos tiene a nosotros un amor de madre» y
continua: «Dios nos ama como una madre a su unigénito; todavía más, con amor infinito».
Leyendo estas frases, nos viene al pensamiento el texto del profeta Oseas que describe el
entrañable amor de Dios desde esta misma perspectiva: «Tomé a mi pueblo entre mis brazos pero
no comprendió que Yo cuidaba de él. Con lazos de afecto y amor lo atraía. Fui para él como quien
alza un niño contra su mejilla. Me incliné hacia él para darle de comer» (Os. 11,3-4).
Murialdo dio testimonio de la experiencia del amor entrañable de Dios con su apostolado,
viviendo con los jóvenes pobres una relación de «amabilidad», que expresa -son palabras suyas-
con «serenidad en el rostro, afabilidad en el habla, cordial acercamiento, mansedumbre, con trato
cortés, decir agraciado, afable, afectuoso
Dos frases sintetizan bien el contenido de este proceder: con los jóvenes, dice Murialdo, es
necesario « tener amabilidad positiva» y hay que tratarlos « con suavidad de formas y caridad de
corazón ».
Dag Hammarskjöld
Hombre paciente es aquel que «soporta con resignación las adversidades, los dolores y las
molestias», se lee en el diccionario de la lengua.
La paciencia de Dios es su amor infinito, gratuito, misericordioso que quiere la salvación del
hombre. Así consta en la Biblia.
Murialdo entendió, especialmente, esta manera divina de actuar durante su crisis juvenil, cuando
« tuvo la debilidad y la cobardía de abandonar completamente al buen Dios», llevando una vida de
pecado. En esta situación «Dios tan bueno, tan paciente, tan generoso» no lo abandonó a sí
mismo sino que como «un amante despreciado» lo buscó continuamente poniendo en práctica
«todos los recursos de su misericordia para hacer que volviese a su lado».
Dios « verdaderamente bueno »-son frases del Testamento Espiritual-«siempre lo soportó, esperó,
llamó sin castigarlo En el momento mismo del pecado, Dios le amaba. « Cuando transgredía tus
mandamientos, el diablo estaba preparado para llevarme al infierno, pero Tú se lo impedías... yo
te ofendía y Tú me defendías» escribe Murialdo. Y continúa: « Yo abandoné totalmente al buen
Dios y el buen Dios no me abandono. iEl nunca!, más bien me esperaba y siempre me llamaba».
Dios es paciente, siempre ama y siempre perdona. Dios es paciente porque no abandona al
pecador y porque toma la iniciativa de buscarle. La lógica de Dios es diferente de la lógica humana:
es la lógica del amor gratuito.
Abandonar los jóvenes a sí mismos porque no parece que correspondan a los esfuerzos
educativos, no es conforme a Dios. Ante la infidelidad del pueblo, Dios dice: «Seguiré haciendo
maravillas» (Is. 29,14).
La paciencia no es un método pedagógico sino una actitud religiosa que encuentra sentido en la
paciencia de Dios.
«La caridad es paciente» (1 Co. 13,14), dice san Pablo. El amor, si es evangélico, es paciente.
Así se comportó Murialdo, así dio testimonio con los jóvenes de la paciencia que Dios tuvo con él.
Paciencia que es pasión por la salvación de los hermanos.
BONDAD
Y
GENEROSIDAD
Oh Padre,
que siempre nos amas y nos acompañas,
y conoces cuanto nos es beneficioso,
sostén nuestra fe
para creer que todo proviene de tí
en favor nuestro.
Aumenta nuestra disponibilidad
para aceptar con corazón alegre
cuanto nos envíes,
en la seguridad
de que Tú cuidas mejor de nosotros
que nosotros mismos y que nuestra vida
está mejor en tus manos que en las nuestras.
Bendito seas, oh Padre,
en Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.
Dios muestra su «bondad y generosidad» no sólo con el perdón, que es el mayor regalo, sino
también con «innumerables beneficios».
En su Testamento Espiritual alude a dos de ellos en particular que parecen estar en disonancia con
su vida de pecado: la vocación al sacerdocio y la vida religiosa, que él considera «inefables
beneficios y extraordinarios privilegios» porque concedidos «al más desgraciado de sus hijos».
Este «favor de predilección hecho por Dios, manifiesta la grandeza de su generosidad.
Esperar en Dios es creer en la generosidad de su amor, a pesar del pecado del hombre. Dios
siempre es fiel porque es « bondad infinita». Pero hay un punto de este contesto que merece ser
subrayado.
Hablando de los dones de Dios en su Testamento Espiritual, en el pasaje que titula Beneficios
especiales de Dios, hace una lista de las dificultades y pruebas sufridas a los largo de su vida; por
ejemplo, las ocho enfermedades de bronquitis.
Para Murialdo la vida está siempre guiada por el amor de Dios; un amor a veces contrario a la
lógica humana, pero que siempre busca el bien del hombre.
« ... Todo viene de Dios, está permitido por El... y Dios todo lo permite para nuestro bien, también
los males los permite para atraernos hacia el bien ».
De ahí que él invite a dar gracias a Dios por las enfermedades «porque dan tiempo, holgura, ganas
y empuje para pensar seriamente en la eternidad» y a considerarlas «como una gracia que nos
ayuda a salvarnos y a santificarnos».
Por esto, continua Murialdo, es preciso aceptarlas, «no sólo con resignación sino con cierta alegría
cristiana», seguros que, también en estos momentos de padecimientos, el Señor, como Padre
bueno, está a nuestro lado «nos ayuda y nunca nos olvida».
Creer verdadera y concretamente en el amor de Dios es auténtica fe, la fe de los humildes que
confían en Dios y que se transforma en bienaventuranza: Bienaventurado el hombre que confía en
el Señor» (Sal. 84,13).
Dios es generoso. Esta convicción llevó a Murialdo a repetir con agradecimiento la frase del
salmista: « ¿Cómo podré pagar al Señor el bien que me ha hecho? (Sal. 115,12)». Y la respuesta
fue una vida entregada a Dios y a los hermanos. Es el «gracias» más sincero. Es el «gracias» de
todo él mismo.
EL AMOR
ACTUAL
Señor,
enséñanos a no amarnos a nosotros mismos,
a no amar sólo a nuestros seres queridos,
a no amar sólo a los que nos aman.
Enséñanos a pensar en los demás,
a amar a los que nadie ama.
Concédenos la gracia de entender que en cada instante,
mientras nosotros vivimos una vida feliz, protegida por Ti,
hay millones de seres humanos
que son también hijos y hermanos nuestros,
que mueren de hambre,
que mueren de frío.
Señor,
ten piedad de todos los jóvenes del mundo
y no permitas más, Señor,
que sólo nosotros vivamos felices.
Raoul Follereau
La plenitud de amor de Dios eterno, infinito, gratuito, personal y misericordioso, se manifiesta y se
expresa «actualmente»; es decir, en el momento presente.
En la frase que inicia el capítulo Mis dos deseos del Testamento Espiritual, que trata de las
características del amor de Dios, Murialdo subraya dos veces el adjetivo «actual» y lo explica así
luego: « ...es aquí y ahora, en este mismo momento, cuando Dios nos ama verdadera e
infinitamente».
Se necesita una fe grande y una decidida voluntad de conversión para vivir en esta perspectiva la
vida diaria. El valor de un hombre no se mide sólo en las grandes ocasiones sino por la capacidad
de vivir con alegre fidelidad el propio deber, frecuentemente reducido a pequeñas cosas; pues,
como enseñaba Murialdo, «la perfección consiste más en las pequeñas cosas que en las grandes»
cuando se viven en la fe. Se necesita, pues, «tener pureza de intención, ver si en las cosas
pequeñas se piensa o actúa con fe y ver también si en las grandes se piensa y se actúa
humanamente».
Cada instante, entonces, es precioso porque está enriquecido por el amor de Dios y porque puede
ser enriquecido por nuestro amor a Dios: un amor que brota del corazón y que se expresa en las
obras.
El día, por tanto, no está medido principalmente por el horario o por las ocupaciones, sino por el
amor de Dios hacia nosotros, que se manifiesta en el propio deber. Volver a amar a Dios, para
Murialdo, es sumergirse en la realidad del momento presente, aceptarla y vivirla en la fe.
En lo cotidiano es donde el Señor pide nuestra respuesta de amor. Tanto encarnó Murialdo este
espíritu que se le definió «hombre extraordinario en lo ordinario »: ordinario en la vida,
extraordinario en el amor. Así llegó a ser un testigo y un profeta del amor de Dios, un hombre
«realizado» según el Evangelio.
Un santo.
Santa María Madre de la Iglesia, junta a los santos de S. Juan Damasceno
DIOS TE AMA