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Brian Johnson*
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adecuadamente por Rosenfeld (1965) y desde entonces el psicoanálisis se ha
beneficiado del trabajo de un número de profesionales especializados en los
trastornos adictivos. Sus contribuciones han consistido específicamente en señalar
la dinámica adictiva, proveyendo una variedad de opiniones consideradas como
“puntos de vista” (en lugar de escuelas teóricas exclusivas y mutuamente
excluyentes), guías útiles para la comprensión y la interpretación (ver Spezzano
1998).
Tres puntos de vistas sobre la adicción son recurrentes en la literatura
psicoanalítica y en la literatura sobre la adicción: la adicción como una enfermedad
mediada biológicamente, la adicción como una respuesta frente a la falta de
capacidad para tolerar los afectos y la adicción como un objeto transicional o su
equivalente. Estos temas serán presentados con referencia a la literatura y su
utilidad será investigada. En un campo que ha ido acumulando conocimiento a lo
largo de un siglo, ninguno de los autores elegidos como ejemplo tiene una idea
completamente original y todos ellos han revisado cuidadosamente los muchos
senderos que llevan a sus formulaciones específicas. En el trabajo que sigue a
continuación he recurrido a la simplificación para hacer resaltar estas diferentes
perspectivas.
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ordinario en “deseo compulsivo”.
4. La sensibilización del sistema neural responsable de crear incentivo (desear)
puede ocurrir independientemente de los cambios en el sistema neural que media
los efectos subjetivos placenteros de las drogas (gustar) y del sistema neural
involucrado en la abstinencia. Después de suficiente exposición, el placer de las
conductas adictivas se vuelve irrelevante ya que el sistema neural deseante está
construido para estimular al organismo a conseguir un objetivo. Lo que sigue es el
consumo compulsivo de droga a pesar de los fuertes efectos adversivos (pérdida
de trabajo, del hogar y la agonía de la abstinencia).
El concepto neurobiológico de adicción ( de los cuales este es solo un ejemplo
particularmente claro) incluye como un principio importante y central el que de
todas las sustancias químicas derivadas de plantas que los humanos han ingerido,
se han encontrado solo algunas pocas que imitan de alguna forma un proceso
natural que afecta partes del cerebro. Los incentivos naturales tales como la
comida, el agua o un compañero sexual deseable han sido dotados por la
evolución para condicionar placer y carácter de incentivo bajo condiciones como
aquellas creadas por las hormonas o la sed. Si uno se ve atraído por un
compañero sexual deseable, uno puede modificar el impulso si avizora una
orquesta de casamiento. De la misma forma, uno puede sentirse atraído por una
bebida pero tener el impulso modificado por la reunión de Alcohólicos Anónimos
de la noche anterior.
El proceso de dotar a los estímulos de un carácter de incentivo tiene tres pasos:
(1) el placer es la consecuencia de un acontecimiento o acto particular; (2) el
placer se asocia a una representación del objeto, acto, acontecimiento o lugar en
que la experiencia de placer tuvo lugar, a través de un condicionamiento clásico
(por asociación); (3) se atribuye la connotación de incentivo a las percepciones
siguientes y a las representaciones mentales asociadas al objeto, acontecimiento,
acto o lugar asociados, lo que hace que estas sean “deseadas.” Los estímulos que
señalan la disponibilidad del incentivo se vuelven atractivos. Los actos que
llevaron a la situación en el pasado es probable que se repitan.
Robinson y Berridge, señalan la posibilidad de que este proceso en su totalidad, o
parte de este, pueda suceder de forma inconsciente. No es necesario darse
cuenta que uno se haya influenciado por un deseo compulsivo para desear algo.
Por ejemplo, cuando se administran dosis subclínicas de anfetamina a sujetos que
no son capaces distinguirla con respecto a los efectos del placebo y que, además,
no presentan una respuesta electrofisiológica detectable como consecuencia de la
inyección de la droga, estos sujetos eligen usar la palanca que les administra la
droga con una incidencia mayor de la que podría ser producida por el azar,
mientras que al mismo tiempo insistían que no había diferencia entre el efecto
causado por cualquiera de las palancas que administran el placebo o la droga, y
que sus elecciones eran aleatorias.
La teoría de la sensibilización al incentivo explica adecuadamente el fenómeno
clínico común de que los pacientes dicen que a ellos no les “gusta” fumar
cigarrillos o consumir cocaína y al mismo tiempo sienten intensos deseos que
aparentemente sólo pueden ser satisfechos mediante el consumo de la droga.
Trabajos recientes (Ej. Sora y col. 1998) indican que resulta simplista considerar la
dopamina como el único sistema neurotransmisor que interviene en este
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fenómeno. Sin embargo, aunque nuestra comprensión de la biología subyacente a
la sensibilización al incentivo pueda modificarse, su conceptualización básica
sigue siendo un importante punto de vista desde el cual comprender la cualidad de
verse impulsado hacia “eso”, que es la cualidad ego-distónica de la adicción.
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tener relaciones sexuales después de medicarse con alcohol o heroína.
Mientras la evidencia más importante para la hipótesis de la automedicación se
encuentra en los relatos de los pacientes, Khantzian cuidadosamente examina
estudios más amplios en la literatura sobre adicción. Encuentra que la experiencia
psicoanalítica bien fundamentada sirve para cotejar algunas de las conclusiones
ofrecidas por los investigadores que emplean métodos más operativos en el
intento de comprender y describir las conductas adictivas.
Por ejemplo, considera la posibilidad de que algunos investigadores de estudios
longitudinales – Ej. Schukit 1986; Vaillant (1983, 1996)- encuentran que los
desordenes afectivos son una consecuencia en lugar de un precursor de la
adicción, debido al fallo en detectar condiciones subclínicas más tempranas ya
que los sujetos están siendo medicados en el momento en que se hace evidente
el diagnóstico. Khantzian sugiere que las entrevistas relativamente poco
frecuentes y los requerimientos de que los sujetos coincidan con un criterio
diagnóstico de trastornos afectivos relativamente severos van en contra de la
realidad de que algunas personas comienzan con las drogas tempranamente en el
curso de estos desordenes para alterar estados afectivos que experimentaban
como intolerables. La opinión de Khantzian está confirmada por un estudio
prospectivo longitudinal (Kushner, Sher y Erickson 1999) que demuestra una
relación causal recíproca a lo largo del tiempo entre los desordenes de ansiedad
que llevan a la dependencia del alcohol y viceversa.
La posición que tiene en cuenta la subjetividad provee de apoyo a otros hallazgos
objetivos. Khantzian sugiere que el uso de nicotina es una forma de
automedicación. Cita un estudio de Breslau, Kilbey y Andreski (1993) que muestra
que en 1007 sujetos dependientes de la nicotina sus puntuaciones para las
escalas de nivel de afectos negativos (desesperanza, neuroticismo, y trastorno
emocional general) eran más elevadas que las de los fumadores no dependientes.
También cita, un estudio (Anda y col. 1990) en el cual el nivel de abandono del
habito para fumadores depresivos se encontró que era de 10 por ciento en lugar
de 18 por ciento para los no depresivos.
Dodes (1990, 1996) sugiere que las personas adictas tienen una vulnerabilidad
narcisística a sentirse abrumados por experiencias de impotencia/indefensión. El
papel central de la impotencia/indefensión en la creación del trauma psíquico es
citado por Freud (1926, pp. 166-167), y Wurmser (1978) cita la
impotencia/indefensión como una dinámica adictiva central creada por una
vergüenza abrumadora. Dodes cree que la puesta en funcionamiento de la
conducta adictiva sirve para restaurar un sentimiento de potencia contra la
vivencia de impotencia/indefensión. Afirma que el intenso impulso agresivo para
restablecer esta potencia que surge de una herida narcisista de
impotencia/indefensión es idéntico al de la rabia narcisista. Finalmente observa
que los síntomas más importantes de la adicción, como también su intensidad, su
carácter implacable e ilimitado pueden explicarse por la presencia de la rabia
narcisista en la adicción.
Dodes también sugiere que se puede mostrar que las adicciones son
formaciones/soluciones de compromiso idénticas a las compulsiones. Da ejemplos
de casos que demuestran la restauración de un sentimiento de poder por vía de la
conducta adictiva como un reemplazo a la reafirmación de poder en el mundo real.
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Por ejemplo, un paciente que está enfurecido con su hijo porque éste ha hecho un
desfalco en la compañía se emborracha. El hombre siente que estaría mal
despedir a su hijo, por lo que queda impotente para actuar. Beber le hace sentir
mejor porque es una acción que él si puede llevar a cabo; ya no se siente más
impotente.
La comprensión empática de que los pacientes han sido traumatizados por la
impotencia y que están respondiendo de una manera agresiva aunque desubicada
permite a los clínicos hacer intervenciones que posibilitan valorar el impulso sin
alentar la conducta: (1) el impulso agresivo de controlar la propia existencia con
integridad no es nada de lo que hay que avergonzarse; (2) el paciente necesita
luchar para ser consciente de lo que realmente quiere en lugar de permanecer
dominado por las respuestas adictivas; (3) los conflictos y vulnerabilidades con
respecto a la reafirmación del Self y la dificultad de tolerar la impotencia cuando
sería necesario hacerlo tienen su origen en experiencias de la infancia que
necesitan ser recordadas y elaboradas en el tratamiento.
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es válida para los fenómenos de adicción. Aunque los aspectos genéticos,
biológicos o sociales pueden contribuir al curso de la enfermedad, no definen su
esencia. Esta definición al mismo tiempo permite a la adicción entrar dentro de la
consideración psicoanalítica y agrega la respuesta caracterológica del individuo a
los efectos de la droga como una consideración importante en la evaluación del
impacto de las drogas (ver por Ej. Kernberg 1975). Permite que la psicología de la
relación de cada individuo con su adicción sea articulada y elaborada por el clínico
de orientación dinámica (ver también Kaufman 1994).
Esta definición es usada para relacionar un número de actividades placenteras
que son adictivas sólo si se convierten en conductas compulsivas: beber, juegos
de azar, uso de estimulantes ejercicio/liberación de endorfinas, uso de opiáceos
(heroína), comer, hacer el amor, ir de compras trabajar o adelgazar. Estas
conductas son compulsivas por razones caracterológicas dado que proveen una
sensación constante de estar acompañado. Los individuos adictos no son capaces
de satisfacer sus necesidades de dependencia de forma adecuada en una relación
humana y no son capaces de tolerar el estar solos; su necesidad de permanencia
del objeto se provee mediante cualquiera de las actividades compulsivas elegida.
Se elige una adicción en particular en función del entorno y del género y puede
cambiarse cuando las condiciones ambientales varían. Por ejemplo, una mujer
adicta a la comida, con atracones/purgas puede cambiar a la dependencia de la
cocaína porque le permite mantener su peso bajo, y puede posteriormente
simplemente preocuparse a ratos de cómo obtener, usar y recuperarse de la
cocaína. Un hombre que tiene problemas porque bebe puede cambiar al juego
compulsivo porque, por lo menos durante un tiempo, puede desarrollar mejor su
conducta compulsiva. Cuando conseguir la heroína se vuelve demasiado trabajo,
a medida que las personas envejecen pueden cambiar hacia la dependencia del
alcohol.
He sugerido (Johnson 1993) que un defecto que ocurre durante el desarrollo
preedipico se hace manifiesto como una adicción durante la adolescencia debido a
que el adolescente necesita dejar a sus padres y sin embargo carece del
desarrollo interno para sobrevivir sin ellos. El adolescente no tiene un sentimiento
de confianza en la permanencia del objeto. Esta propiedad de la memoria es
internalizada por la mayoría de los niños durante el período que transcurre entre el
año y los tres años de edad mediante un proceso de separarse y reaproximarse
facilitado por los padres, el “reabastecimiento emocional” de Mahler, Pine y
Bergman (1975). El niño en desarrollo gradualmente comienza a poseer un
sentimiento interno de estar acompañado por los padres a nivel mental sin
necesitar de los padres concretos como una presencia constante que asegure la
protección. Especialmente durante el período de “reaproximación”, de dieciséis a
veinticinco meses, el niño se ve invadido por fantasías llenas de furia de
destrucción parental por los deseos omnipotentes de que el mundo se ajuste a sus
propios deseos. Los adultos facilitadores deben ayudar a contener los impulsos
agresivos de una manera segura. Las reglas y prohibiciones de los padres adultos
son internalizadas como el superyó – un sentido internalizado de qué
comportamientos están permitidos y cuales deben restringirse o controlarse.
Puede ser que la falta de capacidad para negociar este paso tenga mucho que ver
con el ambiente creado por los cuidadores para el niño (Lyons-Ruth 1991); las
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interacciónes premórbidas entre el niño y sus padres que predisponen a la
adicción fueron descriptas por Shedler y Block (1990). Yo he sugerido la hipótesis
de que los niños que sufrirán adicciones no internalizan la permanencia de objeto
durante el período preedípico y tienen un temor específico de que sus impulsos
agresivos puedan destruir los objetos propios en los que confían. La falta de
capacidad para usar las prohibiciones del superyó hace que sus impulsos
agresivos se vuelvan atemorizantes. Años después, los niños deben enfrentarse
con la necesidad de separarse de su familia de origen y responden adquiriendo
una adicción. El adolescente que ha adquirido una adicción recientemente está
extremadamente contento. La ansiedad de aniquilación previamente
experimentada ha cedido su lugar a la relación idealizada con una conducta
adictiva.
El uso de una adicción, entonces, es semejante a los desórdenes de personalidad
borderline o narcisistas de Kernberg (1975). En el narcisismo, la falta de
capacidad para tolerar la soledad se resuelve por la dependencia en un conjunto
interno organizado de fantasías idealizadas que permite al individuo ser indiferente
a las idas y venidas de las relaciones reales (Volcán 1973). En un individuo con
personalidad borderline, la inestabilidad afectiva activa una necesidad constante y
desesperada de ser consolado y tranquilizado por una persona idealizada. En la
adicción, la relación no es con fantasías internas idealizadas ni con personas
idealizadas sino, más bien, con una conducta adictiva idealizada.
De acuerdo con el modelo evolutivo, algunas adicciones representan una
regresión debido al estrés, más que una verdadera adaptación a la ausencia de
permanencia de objeto. Los individuos que tienen una adicción regresiva
encuentran que la pueden dejar con relativa facilidad. En estos casos, la adicción
es una conducta neurótica que carece de la fuerza destructiva de las conductas
adictivas a las cuales el individuo se aferra como medio de evitar la experiencia
interna de abandono.
Usando este modelo, he indicado que algunos pacientes que han llevado a cabo el
análisis de sus conflictos subyacentes pueden retornar al consumo recreativo del
alcohol; cité los resultados del análisis de enzimas hepáticas de una paciente que
mejoró su hepatitis durante un tratamiento de tres veces por semana, a pesar del
consumo continuado de alcohol (Johnson 1993). Los Doce Pasos de “Alcohólicos
Anónimos” conllevan renunciar a la permanencia de objeto proporcionada por la
conducta adictiva; a adoptar mediante un “salto de fe” la creencia de que existen
objetos humanos confiables; a cambiar el superyó, extendiendo el trabajo de
recuperación al ideal del yo o a valores sociales internalizados (ver también Dodes
1988; Khantzian 1994). AA anima a los miembros a “confiar/depender de las
personas, no del alcohol (drogas)” y a ser guiado por un “poder superior” interno
que provee un sentido de propósito y de estar acompañado en todo momento. En
un trabajo anterior (Johnson 1992), presenté el psicoanálisis de un hombre con un
alcoholismo activo y mostré la resolución de su adicción al alcohol en la medida en
que su dependencia altamente conflictiva entró en la neurosis de transferencia.
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Los trabajos de los autores de las tres perspectivas consideran como
completamente errónea cualquier sugerencia de que la adicción es impulsada por
un deseo de placer.
El modelo de sensibilización al incentivo sugiere que el camino mesotelencefálico
lleva a desear compulsivamente y que el placer pronto se vuelve un factor
irrelevante en el uso adictivo de la droga. La postura de la intolerancia hacia los
afectos afirma que la falta de habilidad crónica para manejar los estados afectivos
tiene como resultado la huida recurrente hacia los estados alterados producidos
por la droga. Según el modelo de la adicción como sustituto del objeto, la falta de
capacidad para usar las relaciones internas o externas tiene como resultado la
necesidad constante de conductas adictivas como objetos transicionales.
Las características típicas de los desordenes adictivos son explicadas por cada
uno de los tres puntos de vista en formas que son complementarias. Por ejemplo,
el camino mesotelencefálico es responsable de la activación de la búsqueda de la
gratificación por parte del animal. Cuando esta vía se corta en las ratas, el animal
se muestra desinteresado en comer a pesar que el comer (como lo muestra la
expresión facial de la rata) es todavía una actividad placentera. Si una luz señala
que la comida está a punto de aparecer, la luz causa una descarga en la vía
mesotelencefálica. La transmisión de dopamina es desatada no solamente por la
actividad gratificante sino por la simple confirmación de que la gratificación es
inminente. Los pacientes dependientes de la cocaína señalan este fenómeno con
frecuencia. Sus cuerpos reaccionan a la certeza de la gratificación; después de un
período de abstinencia se inician síntomas de motilidad a nivel de intestino por la
mera intención de comprar cocaína. Por ejemplo, tendrán ventosidades de camino
al traficante. Dodes nota el mismo fenómeno, denominándolo “señal de
satisfacción, semejante a señal de ansiedad,” y sugiere que la habilidad de crear
una situación satisfactoria da al individuo un sentimiento de poderío. Para una
persona sobria con alcoholismo, dice Dodes, el mero acto de pedir una bebida en
un bar alivia el sentimiento de impotencia/indefensión.
La impotencia/indefensión es considerada como un estado afectivo clave en los
modelos psicoanalíticos. Dodes (1990) ha afirmado que su opinión nos permite
entender la función de las drogas en evitar ciertos afectos, como describe
Khantzian en su modelo de automedicación. Sugiere que la impotencia intolerable
es el resultado del trauma psíquico de sentirse abrumado por cualquier estado
afectivo que cada individuo encuentre como más problemático. Yo mismo he
rastreado la historia de la impotencia/indefensión hasta experiencias tempranas
en las cuales el niños es incapaz de manejar la agresión sin la ayuda de los
padres. La persona adicta queda frente a la elección entre el sometimiento
impotente a la autoridad interna o externa o la rebeldía desafiante contra ella.
(Esta posición es idéntica a la de Wurmser). Dodes (1088, 1990), Khantzian
(1994) y yo (Jonson 1993) proponemos que esta experiencia se refleja en el
“Primer Paso” de Alcohólicos Anónimos que comienza con “Admitimos que eramos
incapaces…..”. Por contraste, Robinson y Berridge tienen la postura de que el
organismo es impotente frente una demanda de orden biológico de búsqueda de
droga. La vía mesotelencefálica requiere que el animal sea activo para asegurarse
el agua, comida sexo o drogas.
En resumen, estas tres perspectivas sobre las conductas adictivas son
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explicaciones frecuentemente coincidentes y complementarias. En uno u otro
momento, una de estas dinámicas puede aparecer de forma más destacada como
fuerza motivacional. Tomadas en forma conjunta, ellas representan un marco de
referencia sólido desde el cual escuchar a los pacientes, comprender de forma
empática sus asociaciones y comportamientos y para guiar las intervenciones que
le ayuden a dirigirse hacia la seguridad y hacia formas más adecuadas de vivir.
Ejemplos Clínicos
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desde la parte trasera de su coche. Este estrés forma parte del pasado y no es ya
un factor que contribuya al uso corriente. La causa del uso continuado es el
irrefrenable deseo compulsivo.
Durante los primeros dos meses de reuniones semanales se inyecta ocho sobres
de heroína con anterioridad a cada hora de psicoterapia matinal. La historia de
intenso deseo después de las desintoxicaciones da como resultado el plan de
cambiar a desintoxicaciones de metadona y lograr una reducción progresiva
durante seis meses. La psicoterapia de apoyo se centra en tolerar el deseo
compulsivo. Cuando el paciente ha bajado a 5 mg de metadona cree que su
intenso deseo de consumir va a socavar su intento de bajar la dosis a cero, y
vuela a Inglaterra para obtener su propio suministro de metadona. Baja de 5 mg a
la abstinencia durante los siguientes tres meses. Se da cuenta de que su mujer
tiene una adicción más complicada y se separa de ella. La psicoterapia de apoyo
termina después de que se abstiene de opiáceos durante tres meses. El consumo
de alcohol y marihuana no ocasiona ningún síntoma. Durante un seguimiento de
dos años se encuentra abstinente de opiaceos, excepto un episodio aislado de
consumo de heroína, del cual piensa que ha sido “estúpido”. En ese punto no
alcanza el criterio del DSM-IV para ningún trastorno salvo “dependencia de
opiáceos en remisión prolongada.”
Caso 4. Un médico había crecido dentro de una cultura donde fumar cigarrillos era
la norma. Cuando fue diagnosticado de gingivitis por un dentista, cuando tenía
poco más de treinta años, inmediatamente reconoció esto como una complicación
medica derivada del fumar. Tiene un recuerdo claro de haber arrojado su paquete
de cigarrillos por la ventana del coche cuando salía del estacionamiento del
dentista. Tuvo deseos mínimos al principio de su abstinencia y no ha fumado un
cigarrillo en veinticinco años.
Se puede especular que para algunos individuos como este médico el aspecto
neurobiológico de la adicción no es suficiente para justificar este comportamiento.
Debido a un funcionamiento del yo relativamente sano la negación es desbaratada
con facilidad, teniendo como resultado una remisión prolongada “espontánea” (ver
la sección del DSM-IV, “ Desordenes Relacionados con Sustancias” p. 189;
Shaffer y Jones 1989).
Caso 1. Una mujer de treinta y tres años tiene una historia de diez años de
dependencia de alcohol y cocaína. Ha pasado por veinte desintoxicaciones, nunca
ha estado sobria durante dos semanas seguidas, y se queja de que los consejeros
le dicen que vaya a AA cuando tiene que tratar temas emocionales. Cuenta un
conjunto horripilante de historias de abuso y negligencia que comienzan cuando
tenía siete años. Su padre estaba ebrio y pegaba a su madre. Su hermana de
dieciocho años fue a la cocina y acuchilló a su padre en el pecho. Su padre se
negaba a moverse, estuvo de pie en el mismo sitio durante veinte minutos y luego
cayó al suelo. Su madre se agachó para sentir el pulso de su padre, dijo que
estaba vivo y corrió a esconder a su hermana, dejando a la paciente con su padre
muriéndose, en un charco creciente de sangre. A pesar de que el mito familiar es
que el padre se cayó sobre el cuchillo, la hermana pasó tiempo en prisión por
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homicidio sin premeditación. Nadie ha hablado con ella de este acontecimiento
desde entonces. Ella afirma que mientras está sentada en la sala de entrevistas
de desintoxicación, puede verlo todo como si recién hubiera sucedido.
Otros dos traumas, incluyendo una violación, le han dejado con síndrome
completo de trastorno por estrés postraumático. La función cognitiva está
completamente intacta, haciendo pensar que la psicoterapia podría ser de ayuda.
La puntuación de la Escala Hamilton para la Depresión es de 28, indicando una
depresión mayor no psicótica. La paciente que está sobria durante un día en
desintoxicación ruega por medicación que la ayude a dormir porque cuando
comienza a dormirse siente terror con alucinaciones hipnagógicas de ser tocada
sexualmente.
La hipótesis que se trata de automedicación es invocada como el paradigma más
destacado para esta paciente en particular. Teniendo totalmente en consideración
que la depresión no puede ser diagnosticada de una manera fiable habiendo
transcurrido solo un día después del consumo de alcohol y cocaína, el trastorno
por estrés postraumático es considerado como el diagnóstico más apremiante, a
pesar de que la paciente se presenta en el centro de desintoxicación. Se
selecciona Trazodona como antidepresivo debido a sus efectos secundarios
sedantes y se le administra en dosis crecientes hasta los 300 mg. La paciente es
derivada a un centro de reinserción social especializado en victimas de violencia
sexual y es tratada con psicoterapia centrada en la exposición a sus recuerdos y
en el trabajo de duelo.
Caso 2. una mujer de treinta años es incapaz de dejar de fumar a pesar de varios
intentos. Se queja de intensa disforia cuando no fuma y de tener una experiencia
intensa de dolor emocional hasta que vuelve a fumar. Su adicción a los cigarrillos
se entiende como una auto medicación para su depresión subyacente. Recibe un
ciclo de doce semanas de psicoterapia semanal ayudado por buproprion de
liberación prolongada, 150 mg. dos veces al día. Elige una fecha para dejar el
tabaco 5 semanas después de comenzar la psicoterapia y se asombra de lo
mucho más fácil que resulta dejar el tabaco esta vez.
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disponible, desconsiderado o hasta despreciable le son interpretados como una
expresión de la transferencia paterna hacia el acompañante–la paciente teme que
el acompañante no esté disponible y no pueda atender a sus necesidades. La
transferencia materna está activa directamente en la relación con el analista. En
una de las dinámicas, la paciente espera que el analista la “descubra” con
sentimientos que van a ser usados para humillarla. Después de siete meses en
análisis la intensa transferencia negativa parece haber disminuído. Hay
asociaciones a lo largo de varias semanas referidas a compras importantes.
Cuando el analista escucha que se le ha comprado un coche nuevo al hijo
adolescente de la paciente y que la paciente está considerando comprar un nuevo
juego de comedor tiene la desagradable percatación de la razón por la cual ha
disminuido la transferencia. Pregunta directamente acerca del uso de tarjetas de
crédito y comprende que durante el curso del tratamiento la paciente ha ido
adquiriendo una deuda que es ahora de 66.000 $. La deuda involucra veinte
tarjetas de crédito, incluyendo algunas que han sido obtenidas de forma
fraudulenta a nombre de un pariente incapacitado. El analista interpreta la adicción
a las compras como una resistencia a profundizar en la relación transferencial y
directamente aconseja sobre la necesidad de cesar inmediatamente el uso de
tarjetas de crédito y de consultar a un abogado acerca de la bancarrota. La
paciente confiesa una fantasía de que en dos o tres meses el análisis tendría que
terminar porque ella no podría seguir pagándolo junto con los intereses derivados
de los pagos de las tarjetas de crédito y que esto sería semejante al período de
transición desde sentirse en control a gradualmente ir incrementando el habito de
la heroína hasta desesperarse y darse cuenta de que tiene que ir a
desintoxicación. Se da cuenta que nunca antes había tenido ningún problema con
las tarjetas de crédito o con gastar dinero.
La secuencia de sentimientos y acción puesta en escena en la relación
psicoanalítica es comprendida como una repetición de la experiencia de la
paciente cuando era adolescente y no podía soportar más la intensidad de sus
sentimientos, especialmente la ira y humillación con respecto a su madre, en el
contexto de que no estaba protegida por su padre y que adoptó una adicción que
le permitiera tolerar la relación continua con ambos padres. Sin embargo, la
relación con la adicción suplantó la relación con los padres. A pesar de la relación
con el analista esta paciente está usando la adicción como su único objeto fiable.
El analista reconoce e interpreta que la adicción activa es incompatible con el
psicoanálisis. La paciente continua en psicoanálisis durante tres años después de
esta intervención y está tolerando la transferencia, en parte debido a la alianza
generada por esta transacción.
Durante una sesión del psicoanálisis de esta mujer, anterior a este episodio, la
paciente comenzó por hacer notar que había llegado una hora más temprano, se
dio cuenta de su error y se dedicó a una frenética hora de compras. Su próximo
conjunto de asociaciones incluyó su terror de encontrarse con su nuevo internista,
un especialista en adicción a quien la había derivado su analista en reemplazo de
un médico que le recetaba cualquier medicación que ella pidiera. Su miedo de ver
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a un médico que “sabe acerca” de ella – “Es duro confiar en ellos cuando no
conozco lo que piensan”- fue interpretado como temor de que el internista la
humillara como había hecho su madre. Pensó en el abuso del que estaba siendo
víctima su hijo por parte de su madrastra y recordó un episodio de cuando tenía
nueve años: “Salimos a comer. Yo me estaba quejando de que no me gustaba
nada del menú. Mi madre dijo con una sonrisa, ¿cariño, quieres venir al baño con
mami? Yo le dije que sí. Cuando entramos me pegó tan fuerte que casi me arranca
la cabeza. Me dijo que debía pedir algo del menú, comérmelo sin hablar y jamás
mencionar nada de lo que había ocurrido en el baño a mi padre. No fue el dolor lo
peor, fue la sorpresa.”
En lugar de pensar que éste era tan solo un recuerdo del pasado, el analista
interpretó sus preocupaciones actuales acerca de cómo estaba siendo tratado su
hijo. La paciente respondió: “He estado en esta tarea durante una semana. Limpio
y limpio. Estaba pensando, ¿cuándo solía actuar así? Me preocupo acerca de que
tengo que estar preparada. Incluso cuando fui a desintoxicación la última vez llevé
mis impuestos. Solía hacer esto cuando tenía veintisiete años. Ralph, el vago con
el que vivía, dijo ‘Por el amor de Dios, has lavado el suelo otra vez?”
El analista preguntó qué sentimientos tenía durante esa época. La paciente
contestó. “No sé, yo solo solía limpiar. ¿Se supone que hay que tener
sentimientos? Recuerdo cuando murió nuestro perro Spotty, el que habíamos
tenido durante años, mi madre dijo con voz triste “Spotty ha muerto”. La paciente
rió. “No me importaba para nada Spotty. Pensé ‘Se supone que debo estar triste.’
Lo mismo que cuando mi padre me contó que se divorciaba de mi madre. Pensé,
‘¿Debo actuar como si estuviera triste?’ La paciente rió. “No me importaba. Pero
ahora me siento bien. Me divierte comprar corriendo. Tú compras, tú limpias, tú
arreglas, tú compras, tú limpias, tú arreglas”.
El analista preguntó: “¿Arreglas?”
La paciente contestó: “Arreglar las cosas, ponerlas bien.”
El analista dijo: “Claro que “arreglar” tiene otro significado”.
La paciente contestó: “No sé porqué dije eso, quería decir, que enderezas las
cosas.”
Percatándose del tema de rabia impotente, el analista dijo “Me pregunto si no se
siente furiosa.” La paciente contestó:
“De vez en cuando, mientras he estado viniendo aquí, caminando por la calle o en
mi coche, sentía que me estaba muriendo. No me sentía mal por ello. Sólo sentía
que me estaba muriendo. Entonces pensé, “Eso es lo que mi madre está
haciendo, muriéndose lentamente.” Entonces pensé: “Espero que eso no sea una
identificación”.
Miré mis manos el otro día. No me gustó como parecían. Soy una persona de
manos. Puedo recordar las manos de todo el mundo. Puedo no acordarme de
cómo eran los tíos en la cama pero recuerdo sus manos. Recuerdo cómo sentía
sus manos (las del analista) cuando las estreché la primera vez que lo conocí.
Me como las uñas, aun cuando me pongo uñas acrílicas encima. Me pongo
frenética. Tengo que morder. Quiero uñas cortas. Quiero manos de hombre. Mis
uñas son rojas ahora. No me gusta el color rojo. Mis manos parecen viejas.
¿Parecen viejas las manos de mi madre? No. Me pongo las uñas acrílicas porque
una vez de que empiezo a mordérmelas, estoy cumpliendo una especie de misión,
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me las muerdo hasta que sangran….
Mi madre tiene uñas largas. Mi madrastra tiene uñas largas y rojas. Mi maestra de
quinto grado movió mi banco a su lado. Cuando no le gustaba lo que hacía,
hundía sus uñas en mi brazo para hacerme callar. Mi madre solía agarrarme con
las uñas también…
Mi madre solía morderse las uñas. Solía usar vendajes. Yo me mordía las uñas.
Ella solía gritar, “¡Para!” Paraba cinco segundos y lo volvía a hacer. No podía
parar.
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adicción y compulsión, incluyendo su compulsión a comprar.
Debido a sus experiencias con sus padres, los requerimientos por parte del
analista de que asocie desatan rabia intensa y un sentimiento de impotencia y
vergüenza. La afirmación de Dode de que la adicción y la compulsión son
coincidentes en algunos aspectos y pueden ser considerados idénticos queda
ilustrada adecuadamente.
¿Está ella comprando compulsivamente o tiene una adicción a comprar? Las dos
cosas son verdad.
Los tres enfoques pueden usarse para entender este material. La adicción a
comprar estaba activa en la época de esta sesión. El analista no sabía
absolutamente nada de esto y la paciente puede que tampoco fuera consciente de
la naturaleza adictiva de su comportamiento por aquella época. Robinson y
Berridge podrían decir que la rabia que estaba sintiendo puede haber sido un
disparador asociado a su compra compulsiva. El uso de este modelo indica que no
existe la posibilidad de una comprensión empática de su comportamiento ya que
está impulsado por una vía subcortical. La paciente puede haber tenido la
experiencia de que estaba “sólo comprando” y puede entonces construir un
sistema de negación para explicar o excusar el comportamiento.
El modelo evolutivo de desarrollo puede ser usado, como en el ejemplo anterior,
para explicar que la paciente ya estaba experimentando el abandono por parte de
su analista y que había tomado el comprar como una relación de dependencia
gratificación alternativa. “¿Ya es la hora?” puede ser escuchado como la
experiencia de una persona que sabe que comprar nunca la va a defraudar,
mientras que su analista-madre, ha cruzado repetidas veces la línea que va desde
el cuidado a la indagación intrusiva y odiosa, y por ello es descartado como una
persona que puede estar allí para ayudarla.
Khantzian podría, sin duda, señalar a los opiáceos como la droga seleccionada e
indicaría como causa subyacente que esta paciente es incapaz de tolerar el
enojo/furia. La paciente no tiene idea de cómo cuidar de sí misma cuando está
abrumada por la experiencia de rabia y humillación que le despierta la postura
inquisidora de su analista, lo que le recuerda mucho al sarcástico “¿Estás teniendo
un sentimiento, cariño, de su madre?”.
Sin embargo, en esta sesión en particular, parece que las interpretaciones que
más podrían ayudar a la paciente son las de su agresión dirigida hacia el analista
como una defensa contra la experiencia transferencial de sentirse impotente ante
una figura que podría humillarla por experimentar sentimientos. Sus conductas
compulsivas podrían ser descriptas por Dodes (1996) como un desplazamiento.
Ella está comprando, limpiando y arreglando en lugar de expresar sus
sentimientos de enojo hacia su analista.
El clínico que usa los tres modelos está entonces en posición de evaluar cada
paciente que viene al tratamiento con respecto al nivel de funcionamiento del yo
que él o ella muestren. Un paciente sano que ha tenido una regresión hacia el uso
de la adicción como una defensa durante un período estresante puede fácilmente
ser capaz de tolerar el deseo compulsivo que se produce a consecuencia del cese
de consumo de la droga. Por ejemplo, un paciente relativamente sano puede ser
derivado a un programa para dejar de fumar. El paciente dependiente de la
heroína que se describió en la primer sección clínica necesitaba sólo que se le
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alertara sobre su experiencia, algunas explicaciones prácticas y una
desintoxicación con metadona. Más allá de estas simples intervenciones se
encuentra la necesidad de corregir las dinámicas subyacentes del proceso
adictivo. Algunas veces esto puede lograrse mediante breves intervenciones
conductuales o concurriendo a los programas de recuperación de “Doce Pasos”.
Los terapeutas necesitan estar alertas a la tendencia a cambiar de una adicción a
otra. Los investigadores dedicados al estudio de los resultados del tratamiento de
las enfermedades adictivas necesitan emplear modelos más sofisticados que
evalúen la recuperación. Por ejemplo, si un paciente deja de fumar cigarrillos y
engorda 45 Kg., ¿debe este caso ser considerado como un éxito o como alguien
cuya adicción ha cambiado a un sustituto que suele tenerse menos en cuenta?
Para muchos pacientes la sustitución de una adicción por otra puede ser
considerada un éxito terapéutico relativo. Por ejemplo, Bill Wilson, el fundador de
“Alcohólicos Anónimos”, murió debido a su adicción a la nicotina pero muchos
años productivos después de que estuviera sobrio del alcohol. En otros casos, la
sustitución necesita ser tenida en cuenta como un signo de falta de capacidad
para lograr una recuperación estable. Los estudios de mantenimiento de
metadona, por ejemplo, tienden a usar la abstinencia a los opiáceos como una
medida del resultado, a pesar que muchos pacientes continúan usando el alcohol,
la cocaína o las benzodiazepinas de forma adictiva y autodestructiva (Mills y Gold
1993; Condelli y col. 1991).
Para el terapeuta con orientación dinámica, los tres enfoques presentados aquí
orientan el tratamiento teniendo en cuenta si lo que impulsa a la adicción es
simplemente el deseo compulsivo o si han de tenerse en cuenta dinámicas más
complejas. En este contexto, el diagnostico, la ayuda en prevenir las recaídas, las
reuniones de “Doce Pasos”, la psicoterapia de apoyo en forma única o en
combinación, pueden ser modalidades aceptables que se pueden aplicar para
ayudar al paciente.
La pregunta de si se trata al paciente con terapia psicoanalítica se apoya no en el
diagnóstico sino en la conducta del paciente. Como describió Dodes (1984), los
pacientes que faltan a las sesiones de tratamiento con frecuencia, debido a la
hostilidad o al uso de drogas, o que se encuentran presentes físicamente pero
afectados por el uso de la droga, no pueden ser tratados en psicoterapia
ambulatoria. Sin embargo, los pacientes que vienen y trabajan, a pesar de su
relación con sustancias adictivas o conductas adictivas, pueden ser ayudados. Las
conductas adictivas deben ser encaradas en forma directa para poder preservar la
relación terapéutica. Por ejemplo, en el psicoanálisis que se describió
previamente, el analista tuvo que decirle directamente a la paciente que rompiera
sus tarjetas de crédito, que parara el uso ilegal de las tarjetas de sus parientes y
que viera a un abogado especialista en bancarrota como condición para continuar
el análisis. El uso flexible de los tres enfoques elimina cualquier distinción artificial
entre pacientes tratados apropiadamente con tratamientos conductuales, o con el
método de “Doce Pasos” o con terapias psicoanalíticas. Cualquiera o todas son
aplicables a pacientes específicos dependiendo de la naturaleza de su dinámica
adictiva.
Puede existir una tendencia a ignorar el proceso adictivo o a tomarlo como el
único interés. Por ejemplo, los pacientes que comen en forma compulsiva y que
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acuden a psicoterapia pueden no referirse a su conducta adictiva en sus
asociaciones. Pueden tener un sistema de negación al que el terapeuta se adapta
de manera que el síntoma central es dejado fuera del tratamiento. Muchos
miembros de Alcohólicos Anónimos se han quejado de haber estado en
psicoterapia o psicoanálisis sin que su problema de bebida fuera tenido en cuenta
o fuera relegado a una posición secundaria. Sin embargo, por un extraño giro, en
otros casos el tratamiento psicológico no es indicado hasta que el paciente llega a
estar sobrio. Algunos terapeutas que trabajan con adicciones le dirán al paciente
que permanezca sobrio durante un año usando tratamientos no exploratorios y
sólo entonces que vuelvan para una terapia profunda. El caso presentado
anteriormente del hombre que usaba seis sobres de heroína antes de sus
sesiones de psicoterapia y que continuó usando alcohol y marihuana después del
tratamiento puede ser considerado un anatema por algunos terapeutas a pesar
del excelente resultado en términos de funcionamiento. Usar los tres enfoques
permite una flexibilidad en el tratamiento que resulta válida para el individuo que
está siendo ayudado. Permite centrarse en la abstinencia en algunos tratamientos
y evita una insistencia en la abstinencia como un prerrequisito para el tratamiento
en todos los casos. Al mismo tiempo, se centra la atención en el uso de cualquier
conducta compulsiva como un signo de sufrimiento, aunque exista o no consumo
de sustancias químicas en la conducta.
Finalmente, el uso de los tres puntos de vista elimina ver a la adicción como algo
extraño que tiende a hacer que algunos terapeutas teman comprometerse con
pacientes que son adictos activos. La adicción no es considerada entonces como
una conducta bizarra, horrible o degradante que indica que el paciente deba ser
enviado a otro lado para su tratamiento. En lugar de esto es vista como una de las
más comunes adaptaciones del carácter que se ven todos los días en la practica
clínica.
Conclusión
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asociativo contribuye al impulso a obtener la droga.
Dentro del contexto de los tres enfoques sobre la adicción se espera que los
terapeutas puedan desarrollar empatía con las conductas compulsivas de la
adicción, ya que la empatía es el primer paso esencial en cualquier intento de
ayuda.
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