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COLECCIÓN VOCES DE AMERICA.

Osvaldo Bayer (1).

INDICE
¡Argentina, Argentina!
Del treinta por cero al dos por uno
Los crueles espectadores
Pido perdón
Somos todos de River
Inocencio y Woitila
Los reveldes y los obedientes debidos
De Elena a Mirtha
La virtud no se pinta la cara
Entre el Senado y el SIDA
Uniformes Y Disfraces
La mano en la lata
Un nuevo triunfo de la historia
Orden y seguridad
El nieto del poeta
Setentisiete años
Carancanfufa
La etica y el triste Patti
La cultura del encuentro
Tacheles
HER GÜNTER GRASS: Hay que criticar
Pirulos
El huevo de la serpiente
¡Argentina, Argentina!

Alguna vez tenía que escribir mi reconocimiento a las organizaciones de


Derechos Humanos. Nunca la sociedad instó a homenajear a esos hombres y
mujeres que durante décadas de sus vidas se han dedicado a la defensa de los
derechos de las minorías, de los perseguidos, de los que no tienen voz. Pero
principalmente de los presos políticos. Yo fui preso político y tengo esa
experiencia que me dejó un sentimiento, de generoso hasta nostálgico, cuando
se abrían las puertas de rejas para dejar paso una vez al mes a los
representantes de organismos defensores de derechos humanos. En aquellos
principios de 1963, tiempo de oprobio para nuestra democracia, gobernaba un
grupo militar ávido de poder y de establecer reglas totalitarias en la sociedad.
Una patota policial me esperaba a la entrada de mi trabajo y me llevó preso.
Por orden del ministro del Interior general Juan Enrique Rauch, un personaje
ridículo, con retorcidos bacilos de totalitarismo en sus sesos vacíos. Nunca me
dijeron el motivo de por qué me llevaban para arrojarme detrás de rejas.
Al principio, me tuvieron tirado en el Departamento Central de Policía, edificio
donde ocurrieron hechos tan denigratorios a la dignidad humana que toda la
gente de honor debería cruzarse de vereda antes de pisar su territorio, por lo
menos en memoria de tanto humillado, tanto torturado, tanto denigrado que
padecieran bajos esos techos. Bien, me tiraron en una oficina que tenía el
nombre nada menos que de “orden social”. Y después de 48 horas sin beber ni
comer me llamaron para preguntarme si yo había viajado a la Alemania del
Este para hacer ejercicio de tiro. Pese a lo grave de la situación me pareció tan
ridícula la pregunta que me hacía ese muñeco disfrazado de azul, con rostro
típico de palidez impotencial, que no pude menos de reírme a carcajadas. Yo,
ejercicios de tiro en la Alemania del Este, yo que había estado en el servicio
militar dieciocho meses y que por incapacidad manifiesta no había llegado a
cumplir ni la cuarta condición de tiro porque cuando apuntaba me ponía a
descifrar en mi mente las poesías de Góngora. No, tal vez si hubiera ido a la
Alemania del Este o del Oeste habría sido para probar la fibra poética de las
germanas de cualquier punto cardinal. Pero bien, aquella fue la única pregunta
que sirvió de base –no la respuesta– a mi envío a la cárcel. Y allí, detrás de las
rejas, la primera visita que recibí fue de la Liga por los Derechos del Hombre
que no me preguntaron mi ideología política ni si estaba inspirado por Marx, por
Bakunin y por San Juan Evangelista. El diálogo fue serio y la preocupación de
su parte era mi defensa legal y si mi prisión me había acarreado problemas
personales.
A partir de ese momento supe lo que son los abogados de Derechos Humanos,
hombres que en vez de defender a Angeloz, a Moneta o a Alderete, pasaban
sus horas apoyando a los humildes presos políticos, aun ante las dictaduras
más crueles y bestiales. Cuando a mediados de los cincuenta trabajaba en la
redacción de Noticias Gráficas iba con los poetas José Portogalo y González
Carbalho, en nuestras horas libres, a visitar a los presos políticos. Me acuerdo
de sus rostros y sus expresiones entre esperanzadas y dispuestas a resistir.
Me viene a la memoria la poesía de Raúl González Tuñón: “Miren, están ahí
encerrados/ como las fieras del circo están en el bestiario/ apenas una raya
pálida de luz por las rendijas de las ennegrecidas claraboyas/ y sobre duros
lechos sórdidos duermen su sueño la esperanza y el sobresalto/ el santo odio,
la congoja por la casa perdida/ en donde un niño triste está esperando/y una
mujer recoge migas en el mantel/ del viejo hule endomingado”. O cuando el
mismo poeta nos habla de las mujeres que llevan comida a sus presos. Y aquí,
a mí me llenan de emoción dos figuras, dos mujeres silenciosas y constantes,
María Elena y Nenina, en sus visitas durante años y años a los presos políticos.
Domingos, tormentas, las temperaturas bochornosas del verano: allí, con sus
paquetes, el ruido de las rejas que se abren, la humillación con la mirada de los
uniformados hacia los amigos de los detenidos. Los abogados de Derechos
Humanos y las “mujeres que les llevan la comida a los presos”, como las llamó
el inolvidable Raúl.
Me acuerdo bien de un domingo de verano a mediados de los ochenta cuando
la llevé a la actriz noruega Liv Ullman a visitar a los presos de Alfonsín. Así los
llamábamos a los presos que habían sido condenados nada menos que por los
tribunales de la dictadura y que cuando asumieron los radicales siguieron
presos. Una cosa que ha sido olvidada pero por lo cual Alfonsín y sus radicales
jamás pidieron disculpas. Los asesinos afuera, a Rico se lo fue a calmar a su
propio cuartel, pero para los presos del nefasto “proceso”, a ésos sí, la cárcel,
hasta que cumplieran el último día ordenado por los milicos o los jueces
sobones de ese período. Liv Ullman aceptó de inmediato, sabiendo que
estaban presos desde la dictadura de Videla, pese a que era un domingo de
enero de 40 grados a la sombra a las dos de la tarde. Me acuerdo muy bien,
cuando Liv Ullman estampó un beso en cada mejilla de los presos. Estos se
ruborizaron como tomates, y creo que hasta hoy no han vuelto a su color
normal. Liv Ullman, con su gesto, les demostró a los políticos de la democracia
que hacían la venia qué es lo que pensaba de esa tremenda traición a la
dignidad humana. Poco después los legisladores radicales levantaron
obedientemente la mano para obediencia debida y punto final. Claro, no es lo
mismo beneficiar a un muchacho rebelde sin padrinos que a un militar con
uniforme. Hay que pensar en el futuro.
Y hoy se repite aquella realidad de los ochenta. Lo de ayer en el Congreso fue
una comprobación de lo que es la pobre democracia argentina, llena de cojeras
y miradas al costado. Se ha constituido una increíble alianza: la mayoría de la
bancada radical, la peronista y la Radio 10 de Daniel Hadad. Una alianza que
se formó en la igualdad de propósitos –cada uno, por supuesto, con su estilo
propio–. Le tienen miedo a discutir la recomendación de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Aquí se derrite toda nuestra
vocación democrática y la obligación de dictar justicia. De todas las palabrotas
de Hadad, a los borradores del solícito Gil Lavedra; de los uno por dos de
Stubrin, a los disparates históricos del peronista Soria por televisión que más
que disparates son embustes de cuarta (para los lectores detallistas me dijeron
que Soria no estaba descamisado, sino impecable, en su traje príncipe de
Gales, atildado y peinado por Giordano) confundiendo adrede que la
recomendación de la OEA se refería a Gorriarán Merlo. (Lo que pasa es que
Soria no había tenido tiempo en tres años de leer el documento de la OEA y en
ese caso sólo había escuchado a Radio 10.) La calavera de Mussolini comenzó
a tomar color en los últimos días. Se dice que la bancada peronista y los
cuarenta radicales, que en el caso de que la OEA llegue a insistir se van a unir
al grito de “Argentina, Argentina” como lo hicieron en 1978 cuando ganamos
para Videla el campeonato de fútbol
Del treinta por cero al dos por uno

Tendríamos que detenernos y analizar algunos episodios de estas últimas


semanas para darnos cuenta del poco fundamento que tienen las libertades
públicas, los derechos del pueblo y la seriedad de gran parte de los que nos
representan en los organismos de la república. Debemos repasarlos para
aprender a no quedarnos en la discusión de la política menuda mientras pasan
los días, los meses y los años y cada vez vayamos igual o peor. Esto, además
de los problemas que nos deberían avergonzar de raíz, por ejemplo, el hambre
en nuestra población, la falta de techo, la corrupción policial y nada menos que
la falta de trabajo.
Resumamos el episodio que al principio fue ignorado por la opinión pública
pero que con el correr de las semanas fue ganando importancia hasta llegar a
primera plana.
Si lo observamos desde el punto de vista humano, el manejo oficial fue tan
ridículo y egoísta que ya hoy hasta nos parece un invento de la frondosa
imaginación argentina. Digámoslo en cuatro frases: La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos advirtió hace ya casi tres años a la
Argentina que había faltado a los principios firmados en la carta continental
respectiva en lo que hace al juzgamiento de los presos civiles del episodio de
La Tablada. En 1997 le llega esa comunicación al gobierno de Menem, que
había dado el indulto a los autores del más perverso método de represión de
todos los tiempos de la historia del ser humano: la desaparición de personas,
junto a torturas, robos de bienes, secuestro de niños, etc. etc. etc. Mientras
tanto ese gobierno de Menem mantenía en la peor de las cárceles argentinas –
construida por el dictador Videla– a los civiles presos de La Tablada (una
década sin ver el sol), en celdas dignas de la Inquisición. Bien, cuando un
organismo internacional hace esa advertencia, es una cuestión de honor y de
ética que la República tiene que de inmediato ponerse a discutir el tema y decir
su opinión. No, Menem y sus ministros de Justicia riojanos dejaron pasar el
tiempo como si nada hubiera sucedido, como si el cartero de la OEA no
hubiese llegado. Eso sí, esos ministros de Justicia que se iban reemplazando
con el pasar el tiempo pero que nunca cambiaban de provincia, recibían a las
comisiones de Derechos Humanos con sonrisas y promesas para después no
hacer absolutamente nada: ni sí ni no. Es el peor favor que se le pudo hacer a
la democracia. Los representantes de los organismos de derechos humanos
que concurríamos a los despachos del así llamado Ministerio de Justicia
estábamos cansados de que se nos dijera “Ni” en tonito riojano. (Nos
imaginamos que si don Juan Facundo Quiroga hubiera visitado a esos
burócratas y éstos le hubieran respondido “ni” les habría quebrado el escritorio
de un sablazo, por lo menos el del doctor Granillo Ocampo.)
Lo que pasa es que esos ministros de Justicia menemista estaban en otra
cosa. Se preocupaban de todo menos de las injusticias reinantes: el hambre de
los niños, la dignidad de las cárceles, el castigo a los corruptos de su propio
partido y entornos.
Bien, pero llegó el gobierno de De la Rúa. Y también se hizo el sordo: no dio
señales de vida, como si la OEA no existiera, mostrando falta de Etica, ya que
se trataba de nuestra dignidad ante un organismo internacional, al cual
tendríamos que guiar con nuestro ejemplo y no mostrarnos como retrógrados.
La responsabilidad del gobierno radical es que justamente el episodio de La
Tablada se había registrado durante el gobierno de Alfonsín. Y siempre quedó
la duda: ¿por qué ese gobierno radical había pactado en Semana Santa con
los militares golpistas y les había regalado obediencia debida y punto final a
decenas de torturadores, secuestradores, asesinos, desaparecedores, ladrones
hasta de niños? ¿Y por qué, en cambio, ante el pequeño grupo de civiles que
incursionó en La Tablada se envió a una desusada tropa de represión con
tanques, cañones,bombas de fósforo y un despiadado bombardeo sin
negociación ninguna? ¿Y por qué se envió al frente de esa represión a un
general manchado por todos los crímenes que caracterizaron a la dictadura de
Videla? Más todavía: ¿por qué no se inició después de la masacre de La
Tablada una investigación sobre los civiles muertos, desaparecidos y fusilados
durante esa acción y por qué no se hizo la autopsia de los cadáveres de los
militares y policías muertos para ver de dónde provinieron las balas que
entraron en sus cuerpos? Nada. La ley de la democracia aprobada por la
bancada radical demostró ser antidemocrática. Y ésa es justo la que se aplicó a
los civiles de La Tablada.
Como decíamos, el gobierno de Menem se calló la boca. Para ellos, el tema de
La Tablada no existió, fue apenas un “problema radical”. Pero llegar a la verdad
es un problema que nos compete a todos. Olvidarlo es no dar importancia a lo
esencial de la democracia: la igualdad ante la ley. ¿Cómo es posible que el
turco Julián y los torturadores de Bahía Blanca estén libres y el diputado radical
Stubrin esté preocupado por el dos por uno? Es decir, no va a votar la
resolución que, por falta de segunda instancia en la ley radical de la
“democracia”, pueda permitir que se les compute el dos por uno a los presos
civiles que ya hace once años que están detrás de las rejas.
Pero al diputado Stubrin no le importa que todos los asesinos uniformados, por
obediencia debida y punto final, hayan logrado el treinta por cero, es decir, de
la prisión perpetua que les correspondía, de pronto, a la libertad más absoluta,
a tomar café frente al Congreso, de donde partió la ley que los premió por
picana eléctrica y golpe de furca. O está el caso del senador Eduardo Menem,
que fue nada menos que ministro de una dictadura y hoy se da el lujo de decir
que defiende a la democracia oponiéndose al proyecto de Torres Molina. En el
que sólo se trata de discutir un fundamental derecho humano que es el derecho
a revisión en segunda instancia.
Mientras tanto, ni Stubrin ni Eduardo Menem han insinuado ninguna crítica ante
la actitud del general Brinzoni de mandarles a un uniformado a consolar a
declarados torturadores. ¿Este es el país argentino? Nos vamos a poner
contentos y lo vamos a festejar si el diputado Stubrin propone una comisión
bicameral de investigación de los sucesos de La Tablada: el porqué de la
desmedida y inhumana represión, la desaparición de personas, el fusilamiento
de prisioneros y las torturas a éstos por las tropas del general Arrillaga.
La pregunta está: ¿por qué estos diputados y senadores “justicieros” (y los
únicos no son ni Stubrin, ni Eduardo Menem, ni Roggero, ni Mario Negri, ni
Beatriz Leyba de Martí, ni Cruchaga, para hablar de algunos nomás), no dicen
nada de que probados, declarados y cínicos generales del crimen y la tortura
como Harguindeguy, Menéndez y Díaz Bessone estén libres, cobren sus
jubilaciones, paseen todas las tardes sus perros y rieguen obedientes debidos
las margaritas de sus jardines? ¿Qué pasa en estos legisladores, tienen acaso
dobles versiones de la Constitución? ¿No se avergüenzan de que matarifes de
la peor especie dicten normas de justicia desde el Círculo Militar? (Esto sí que
es La metamorfosis de Kafka más El proceso del mismo autor, pero en versión
argentina.) El treinta por cero les parece bien pero por el dos por uno pierden el
sueño, se ponen canosos de repente como le ha ocurrido al diputado Stubrin, y
son capaces de quedarse toda una noche sin dormir con tal de que no se
apruebe el proyecto del diputado Torres Molina. Esperemos, en agosto van a
quedar todos al desnudo en el Parlamento nacional.
Los crueles espectadores

Fue una alegría inmensa. Pero cargada de tristeza y de rabia justa. La noticia
de la demolición de la cárcel de Caseros, construida en los años de la
vergüenza y del crimen. ¡Cuánto luchamos porque esa ignominia de la realidad
argentina desapareciera de la vista de nuestros hijos y de nuestros alumnos!
Pero esa demolición, que tendría que haber sucedido el día siguiente de la
asunción del gobierno de Alfonsín, sólo ocurriría diecisiete años después. La
cárcel de Caseros fue el símbolo de la incapacidad democrática de los
argentinos. Allí, apenas a diez minutos de la Plaza de Mayo, con su cabildo, su
catedral, su mausoleo de San Martín, está ese monumento a la crueldad más
desnuda erigido por orden del dictador Videla. Esa burla a la condición
humana.
Alguna vez escribí que el dictador se había hecho a sí mismo, con esa cárcel,
el monumento que lo describía en detalle. Con esa placa que lo inmortalizó en
su concepto bestial del ser humano: “Esta cárcel la construyó el teniente
general Videla”, que todavía debe estar allí, en el salón por donde entraban las
humilladas mujeres e hijos de los presos. Era entrar al infierno para ver cómo la
sociedad argentina tenía a quienes consideraba los marginados de la sociedad.
Pero si fue vil esa obra idea de Videla, el feroz, el inquisidor, más indignante
fue la posición del “no veo, no oigo, no siento”, de los gobiernos de Alfonsín y
de Menem y de sus ministros y de sus legisladores. Cuántas esperas habrán
hecho los organismos de Derechos Humanos en el salón de los Pasos
Perdidos –de los tiempos perdidos– ante legisladores radicales y peronistas
para que tomaran en sus manos el tema de la cárcel de Caseros de Videla.
Cuántas veces los invitamos a ir sólo a mirar aunque fuera desde el exterior,
esa perversión: en su desesperación, los presos –que jamás veían el sol–
rompían las paredes hacia afuera y se veían grandes agujeros en el muro
exterior. Desde allí, los detenidos mantenían a gritos diálogos con sus
allegados afuera. Era un espectáculo a la Fujimori. Pero todos se callaban,
defender a presos es “piantavotos” de acuerdo con una vieja consigna comiteril
radical. Pero parece que esto es una consigna general de nuestros factores de
poder porque la Iglesia Católica se calló la boca a pesar de las bellas
enseñanzas de Jesús sobre los presos y desamparados.
Se cometió latrocinio contra la dignidad humana, a diez minutos de la Plaza de
Mayo, a diez minutos del Congreso Nacional. Aquí sí que tendría que
calcularse el dos por uno para todos aquellos que pasaron sus años de cárcel
en esos tugurios, en esos túneles infamantes, con el constante miedo que si se
prendía fuego abajo morían todos, porque las escaleras estaban cerradas con
rejas y de los ascensores apenas marchaban dos. Ya el olor al entrar, de
cloacas rotas, ponía al visitante en el lugar de la humillación constante de esos
presos. Esto en un país católico, donde somos capaces de llamarnos
hermanos en alguna procesión a la virgencita de Luján o en un desfile militar al
estilo de los generales Pertiné y Márquez de la conservadora Década Infame,
repetidos ahora.
Pero no, acerca del continuo suplicio de esos presos, cuando se habló del dos
por uno a quienes, como a los presos de La Tablada, no se les dio la segunda
instancia judicial, legisladores oficialistas como el señor Pascual o el señor
Stubrin pusieron el grito en el cielo, se indignaron hasta la médula de sus
cerebelos, sin tener en cuenta los años de Caseros. A los dos y al bloque que
cuando le preguntan sobre el tema de la OEA y de La Tablada se hacen los que
no oyen, los invitaría a darse una vuelta por Caseros. Sean humanos, vayan y
vean, si esa cárcel estaba de acuerdo con la dignidad que exigen las leyes y la
Constitución. En vez deindignarse ante la pregunta del dos por uno,
avergüéncense por lo que la sociedad argentina les dio hasta ahora a sus
presos. Claro que a lo mejor pierden algún voto porque la mentalidad fascista
de algún correligionario hace amar al carapintada que quiere la pena de muerte
o al subcomisario, ese que dice que a los detenidos para que declaren “les doy
una patada en el culo”, y ya llegó a intendente. (Yo les recomendaría a los
diputados Stubrin, Pascual y al bloque peronista que lean “Relatos en los
muros” de los presos Carlos Motto y Sergio Paz, escritos en Caseros. Se darán
cuenta que no son fieras de zoológico sino jóvenes de una sensibilidad que
conmueve.)
Pero lo más patético y al mismo tiempo irónicamente desopilante son las
declaraciones del ex ministro de Justicia de Menem Raúl Granillo Ocampo en
las que defiende al mayor Olivera, un vulgar matasiete torturador de mujeres,
violador y asesino, a quien acaban de meter preso en Roma. Granillo Ocampo,
que cuando era ministro de Justicia no consideró necesario ni siquiera acusar
recibo a la recomendación de la CIDH sobre el juzgamiento de los presos de La
Tablada, pero en menos que canta un gallo produjo un artículo defendiendo al
violador Olivera. Sí. Y de la misma forma reaccionó su mandamás Carlos
Menem, quien en su acostumbrada jerga llorosa dijo a la prensa: “Nos detienen
a un mayor y el gobierno calla”. Fíjese el lector, por qué clase de mayor llora el
ex presidente de los argentinos. (Aunque después se negó como abogado a
defenderlo.) Tanto Menem como su obediente Granillo Ocampo señalan que
esto de la detención de Olivera en Francia hiere nuestra soberanía. Ellos
hablan justo de soberanía nacional, lo que ellos vendieron al mejor postor (o al
que más les convenía). Y si no preguntémonos sobre el significado de
soberanía a Cavallo.
Y en esto la historia, con su sabía ironía, nos da clases magistrales: el teniente
coronel Nani, en un gesto más para el ambiente televisivo, dijo que devolvería
la condecoración que le dio Menem por reprimir en La Tablada. Lo haría en
protesta por si los presos salen en libertad. Es decir, el militar Nani no se siente
tocado por el informe de la OEA donde se habla de incursores del MTP
fusilados, desaparecidos, torturados, ni tampoco que los sobrevivientes no
fueron juzgados de acuerdo con las leyes defensoras de derechos humanos.
No, la racionalidad del teniente coronel Nani le alcanza sólo para decir: si
salen, devuelvo la chapa. Un gesto carapintada, claro, que tuvo su éxito en
aquella Semana Santa. No importan las razones de las leyes sino el impacto de
su actitud. Tenga un gesto sanmartiniano, oficial Nani, déles sus medallas a sus
nietos para que jueguen, y si no los tiene, déselas a los pibes del barrio, que
ellos saben bien qué hacer con esos colgajos. Fíjese, teniente coronel Nani, el
significado que le ha dado la historia a su hecho “heroico” de la reconquista del
cuartel de La Tablada: allí se instalará un hipermercado y vaya a saber adónde
irán a parar las ganancias. Y usted dice que “luchó por la Patria”.
El presidente de la Cámara baja, el radical Pascual, anuncia que en la semana
próxima se tratará el documento de la CIDH sobre La Tablada. En el mismo
recinto y con la misma bancada que votó obediencia debida para los asesinos
uniformados. Ojalá que sea un debate para la democracia: que se debata
también el porqué de la desigualdad ante la ley, el porqué a los asesinos
uniformados se les dio la más absoluta de las libertades, en cambio a los civiles
–y más si son izquierdistas–, a ésos nada, ni siquiera los convenios firmados
en el exterior.

Pido perdón
Pedir perdón está de moda. Se cometen los peores crímenes desde las altas
esferas o se colabora con regímenes antidemocráticos o se está con los
dictadores, y medio siglo después, cuando los hechos salen a la luz, se pide
perdón. Y todos contentos. Lo hace el Papa, lo hacen los políticos, lo hacen las
estructuras de poder cuando el viento cambia. Se pide perdón y no se paga
nada. Y ya está. Se ha convertido en oficio de caballeros. Todo es muy fácil. Es
como ir a la iglesia, hincarse ante el altar, y golpearse el pecho con los dedos
juntos y ya está, pésame, pésame, pésame, y uno se siente con derecho a
pertenecer al mundo de los justos. Y el que no acepta estas leyes del juego es
un incorregible.
A la Iglesia Católica alemana no le fue así, tan fácil. Esta vez tuvo que pagar
algo, poco, pero tuvo que aflojar el bolsillo. Hace unas semanas se fundó en
Alemania el Fondo para la Indemnización de los Trabajadores Esclavizados
durante el período del hitlerismo. Desde el ‘39 al ‘45 hubo en la Alemania nazi
más de siete millones de obreros extranjeros esclavizados. Eran casi todos del
Este: polacos y rusos. Y hete aquí que los investigadores históricos
descubrieron que también la Iglesia Católica tuvo trabajadores esclavizados.
Los obispos no pudieron negarlo, aunque trataron de restarle toda importancia.
El obispo Lehmann ensayó: “La Iglesia Católica apenas usó una milésima parte
del total de esos trabajadores extranjeros”. Es decir algo más de siete mil. El
argumento disculpatorio nos hace acordar a aquellos neonazis que sostienen
que en el Holocausto no murieron seis millones de judíos sino “sólo” 264 mil.
Bien, la Iglesia Católica sólo usó siete mil esclavos (eso lo dicen ellos) y el
obispo Lehman agregó con voz pastoral que se les había dado buen trato y que
hasta hay cartitas de ex esclavos que les agradecían a los curas el trato que
les habían dado. Idílico. Bueno, con estas cartitas podría escribirse una nueva
Cabaña del Tío Tom. La verdad es que la Iglesia Católica alemana se
aprovechó de una infamia para poder seguir teniendo sus jardincitos en orden y
sus cálices bien lustrados, y sus vendimias productoras del vino de misa al día,
y sus baños limpios y sus autos lustrados. Cuando la única reacción digna
tendría que haber sido la denuncia del régimen de esclavitud y marchar a las
catacumbas si hubiera sido necesario. Pero no, se siguió la corriente. Ahora
pagará cinco millones de marcos, que realmente son monedas para la iglesia
católica más rica del mundo, y se niega a formar parte del Fondo de
Indemnización. Pero bueno, a lo mejor dentro de diez años, un nuevo obispo
pedirá perdón por esta sagrada mezquindad.
Es que la historia no se puede comprar ni con superficiales pedidos de perdón
ni con dinero. El acompañar y bendecir con la cruz levantada la conquista
española con la matanza de sus habitantes naturales, la destrucción de
culturas y su explotación más brutal, lo mismo que con la esclavitud de los
africanos, o las cruzadas, o la quema de brujas o la Inquisición, no se olvida
con pedido de perdones, ahora, desde el balcón del Vaticano y dicho en treinta
idiomas.
En la Argentina se anuncia el pedido de perdón por parte del Episcopado “por
los pecados que cometió a lo largo de la historia nacional”, principalmente el
papel jugado por los obispos durante la represión ilegal.
Sería muy hipócrita que aceptáramos esas proposiciones verdaderamente
inmorales: perdón para la reconciliación. La reconciliación recibió en la
Argentina su golpe de muerte con la Obediencia Debida y Punto Final del
gobierno radical, en las cuales intervinieron no sólo Alfonsín sino la inmensa
mayoría de los políticos oficialistas que hoy están en el gobierno. Los asesinos
volvieron a transitar las calles, los torturadores a gozar de los productos
robados a las víctimas, los desaparecedores acontinuar con sus carreras
militares o en el comercio o en la diplomacia o en los servicios de
informaciones, o en las mafias a la Massera. Los comentaristas europeos se
burlan del criterio de “territorialidad” de la Justicia que defiende De la Rúa y sus
adláteres. Es decir, que si las víctimas de la dictadura quieren Justicia, tienen
que buscarla en el exterior, mientras en la Argentina siguen todos los asesinos
y ladrones del régimen militar protegidos ad infinitum por la ley radical.
Hace pocas semanas, el presidente De la Rúa pidió perdón –claro, no se iba a
perder la novedad– por los nazis que hizo entrar Perón en los primeros años de
la posguerra. Está bien el gesto, pero antes el señor De la Rúa tendría que
pedir perdón por los centenares de peones rurales patagónicos fusilados por el
gobierno radical en 1921-22, o por los obreros asesinados por la policía y el
Ejército durante la Semana Trágica. No, en esto los radicales no repasan nunca
la historia, o tal vez, de discutirse los asesinatos de las peonadas
santacruceñas por el teniente coronel Varela, los definirían brevemente como
“obediencia debida”. Por lo menos promover una discusión exhaustiva sobre
esos hechos en lugares de la cultura y colegios. Y en una asamblea legislativa,
el primer mandatario debe prometer que jamás su gobierno ni su partido
recurrirán a las armas para sofocar una legítima huelga obrera.
Perdón para la reconciliación pide el obispo Karlic. ¿Cómo, en un país donde
los represores siguen robando, como el caso Vergez, o haciendo negocios a lo
Sérpico Cavallo? No, primero los asesinos en la cárcel y luego se podrá ver
qué es reconciliación. La única que puede ser es aquella que castigue a los
culpables y asegure que jamás las Fuerzas Armadas puedan volver a cometer
los crímenes infames de la década del ‘70; que jamás ningún político que
ocupó cargos en la dictadura pueda ejercerlos en gobiernos democráticos; que
los legisladores que votaron Obediencia Debida y Punto Final, y los políticos
que apoyaron con su firma el decreto de Menem sobre el perdón de Videla y
sus comandantes, tengan que hacer en público rectificación de sus conductas y
reconocer el oportunismo y el gesto antidemocrático. Y solicitarles que
voluntariamente, por la salud pública jamás acepten ningún cargo que
represente a la democracia. No lo merecen.
Sí, así podrá venir poco a poco eso que los obispos llaman “reconciliación”.
Pero primero tendrían que comenzar ellos a sanear su institución católica:
publicar un documento que reproduzca la investigación exhaustiva de cómo se
comportaron obispos como Plaza, y de curas alcahuetes y soplones de los
desaparecedores, y por qué la Iglesia jamás levantó la figura del mártir Angelelli
y de tantos sacerdotes asesinados por los militares. La verdad. La verdad antes
de la reconciliación. Con la investigación de probados historiadores. No
dogmas ni bendiciones. La verdad. ¿Por qué jamás la Iglesia investigó el
asesinato del obispo Ponce de León y por qué permitió que se destruyera toda
su documentación sobre la desaparición de obreros y estudiantes en San
Nicolás? Ni el perdón ni la bendición con agua bendita. La verdad. Sólo la
verdad.
Somos todos de River

Fue tal vez la escena más truculenta del hoy argentino que –debemos
reconocer con humildad– todo lo truculento, si es argentino, tiene algo de
fantochada. Uno se dice: no puede ser. Y se imagina la escena, los rostros, las
expresiones y todo en conjunto conforma lo truculento, lo increíblemente
espeluznante. Una especie de trabucazo. La fotografía no puede darnos todos
los contornos, la verdadera esencia. Claro, lo que ocurre es que uno piensa
bien alto para captar la fantochada perversa en todos sus detalles objetivos y
subjetivos. Habría que recurrir en la historia de la pintura a Brueghel, el viejo,
que nos dejó cuadros que hoy todavía son difíciles de contemplar porque traen
con una precisión inmisericorde el lado del cerdo del ser humano: El triunfo de
la muerte, por ejemplo, que se exhibe en El Prado, de Madrid. Pero también
Hieronymus Bosch, con su alegoría de los pecados mortales, hubiera estado
muy cerca de lo que llamamos la fantochada truculenta. Para no hablar de los
dos genios alemanes de la República de Weimar, Otto Dix y George Gross, que
dejaron el testimonio fenomenal de la absoluta irracionalidad de la guerra en
pinturas y dibujos de los eternos ricos de la guerra, de los adolescentes
mutilados del frente, y de los militares, éstos con escupideras en la cabeza en
vez de cascos.
Y ahora viene el tema fantoche–truculento que ojalá algún artista plástico
argentino logre retener con sus trazos y sus tonos. Tal vez desde ya les
aconseje pintar todo de negro. Tiene que ser la mejor expresión del crimen
respaldado. El título: no puede ser otro que “Círculo Militar Argentino”. Y allí, la
asamblea de generales, coroneles y otras tiras que acaba de ocurrir. Los
rostros: caretas trágicas, algunas de vampiros estreñidos, otros de dráculas al
por mayor, pajarracos de carne podrida, gusanos gordos empachados, y
cuervos, cuervos, cuervos. Estaba el general Menéndez, el de Córdoba, sí,
Luciano Benjamín, con semisotana y puñal a la cintura, con dos velones de luz
mortecina en cada brazo. Todos los que se distinguían con una condecoración
en el pecho que los calificaba de “Torturadores” de primera, segunda, tercera,
etc., se le abalanzaban al grito de “Luciano, hermano, Luciano, hermano”. El
general Harguindeguy repartía –orgulloso– tarjetas de “ministro del proceso” y
reía constantemente a carcajadas que interrumpía imitando el rugido de una
hiena. Todos estaban y los presidió Díaz Bessone, el Menéndez de Rosario,
con las medallas represivas: desapariciones, torturas, secuestros, robos, en
ese hermoso pecho tradicional argentino. Hubo gritos, alaridos e imprecaciones
que recordaban a Franco y al conde Ciano. Todos de negro y pálidos, con un
marcial crucifijo de hierro al pecho. Oraron el “Hágase tu voluntad”. Fue cuando
el general de la Nación Genaro Díaz Bessone anunció la expulsión del general
Balza de la cofradía. Todos votaron unánimemente levantando la picana
eléctrica que llevan constantemente disimulada en su atuendo. Fue un rugido.
Después oraron. Y pasaron al lunch, de hostia y vino.
Nunca se vio en un claustro militar tal unción y tal unidad. A medianoche se los
vio salir en procesión. La luna se apagó, sólo iban iluminados por los velones
del general Menéndez, general de picana y látigo, de tiro en la nuca y golpe de
furca. Este, con voz emocionada instó a mantener unida la Santa Hermandad
de la Picana y seguir combatiendo las ideologías antiargentinas.
Fue la noticia del día. Los argentinos acabamos de comprobar que tenemos un
Santo Oficio Militar de los Torturadores que actúan como cualquier asociación
civil. Conté este episodio a un núcleo de legisladores alemanes que, claro, no
pudieron creer una cosa así. Es imposible pensar que –si vivieran– los ex
torturadores de la Gestapo, de las SS, y de los cuerposespeciales de verdugos
del nazismo, como Himmler, Kaltenbrunner, Hoess (el de Auschwitz) –que en
su mayoría pagaron sus crímenes en el patíbulo o se suicidaron o fueron a
parar detrás de las rejas– se reunieran para tomar medidas disciplinarias contra
alguien que se atrevió a criticar los métodos represivos criminales del nazismo.
En nuestro país es todo posible, a pesar de que esos crímenes del sistema de
desaparición de personas fueron demostrados en decenas de juicios y por
comisiones investigadoras gubernamentales. Aquí, en territorio argentino se
castiga con la expulsión de una entidad a quien dijo la verdad. Se lo expulsa en
acto público y por voto unánime de los que tendrían que estar para siempre
condenados y en prisión.
Pero debemos decir también que fue muy triste la reacción del sancionado. El
general Balza dijo que no le importaba tal expulsión del Círculo Militar porque
era socio de otras asociaciones, como ser, del Club River Plate, y agregó:
“campeón del siglo”. Muy tristemente superficial la respuesta cuando él tenía el
deber de honor de defender el porqué de su autocrítica del ejército y sacar a la
luz la participación en crímenes de lesa humanidad de todos los que se
erigieron en jueces en la tenebrosa reunión del Círculo Militar. Por su parte, el
general Brinzoni, que tuvo hace poco en su palco a dos de este Santo Oficio de
Torturadores -Harguindeguy y Díaz Bessone–, se conformó con un formal
arresto que al susodicho ni siquiera le hizo cosquillas. Un teatrillo
burocráticamente cínico e inmoral. San Martín, Libertador de pueblos, ¡qué solo
has quedado!
La asamblea del Círculo Militar muestra a las claras qué son la justicia y la
democracia en la Argentina. Comparemos dos hechos actuales de la realidad
de esto que llamamos democracia: a los torturadores y asesinos de uniforme
de la dictadura militar se los mantiene en libertad y se les permiten asambleas
en el edificio de Plaza San Martín, pero de los civiles presos de La Tablada, ni
siquiera se ha perdido un minuto en discutir las resoluciones de la Comisión de
Derechos Humanos de la OEA. Para el honor internacional de la Argentina esta
es y será una vergüenza duradera. A los que gobiernan no les importa dar
importancia a la discusión de los derechos humanos en el orden
interamericano. Parecemos una republiqueta africana o una islita de Fidji o las
planicies de Jolo. Todos los políticos argentinos –salvo rarísimas y nobles
excepciones– ni se tomaron el trabajo de averiguar por qué hay presos en
huelga de hambre. No, se van a cenar al restaurante de los que pueden, el
“Buenos Aires News”, con música de Shakira. El ministro de Justicia, Gil
Lavedra, repite a quien lo quiera escuchar que no habrá amnistía para los
civiles de La Tablada. Para qué dice eso si nadie le pidió ninguna amnistía, lo
que hay que discutir y aprobar es el hecho de que a esos detenidos no se les
dio el derecho a la apelación y que fueron sometidos a torturas, mientras otros
de sus compañeros fueron fusilados o desaparecieron de acuerdo al sistema
que hicieron costumbre trágica las fuerzas armadas argentinas en la década
del setenta.
A la bancada peronista no le interesa el documento de la OEA. El Gobierno, por
su parte, no tiene un criterio formado y pareciera darle lo mismo que los presos
se mueran de hambre y que una ley totalitaria siga rigiendo los destinos del
país aunque esté en contraposición de la legislación continental.
No, el Gobierno tiene la obligación de dar la palabra, de definirse. No le
podemos contestar a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA que no nos
importa el problema porque somos todos de River. Hay que ser leales a los
principios de la dignidad y de la democracia. Con superficialidad y doble
mensaje no vamos a asegurar jamás una sociedad que supere nuestra
tradición de crímenes, torturas y corrupción.
Inocencio y Woitila

Los problemas del mundo no pasan desapercibidos. Van carcomiendo todo un


sistema y llegan hasta el seno de las Iglesias. En Hamburgo, el jueves
comienza el Congreso de los Católicos de Alemania. Una Iglesia que se
enfrenta cada vez con más problemas internos, con una abierta rebelión de sus
teólogos más importantes. Es la Iglesia Católica más rica del mundo y por eso
tiene tanta influencia en el Vaticano, porque lo que sus arcas recogen va a
parar en buena parte a Roma. Pues bien, la iglesia más disciplinada, la más
obediente al Vaticano, está en un período de prueba interna que sin lugar a
dudas va a provocar una agitación con consecuencias vitales para toda la
organización del cristianismo que obedece a Roma. Pero vayamos primero a
los números fríos. En 1998 se fueron de la Iglesia Católica 119.000 fieles. Y
esto es importante para las finanzas porque a cada uno que firma su renuncia
ya no le pueden descontar el dos por ciento de sus entradas como
contribución. El número de católicos en Alemania dice de la importancia que
tuvo y tiene todavía: 27 millones de alemanes son católicos, es decir, la tercera
parte de la población, en especial de Baviera y los estados renanos. Bien, para
mantener en servicio a la Iglesia, se necesitan 13.000 curas, actualmente hay
sólo 8000. El año pasado fueron consagrados sólo 138 sacerdotes.
Unicamente el 13 por ciento de los jóvenes alemanes desea que sus futuros
hijos se eduquen religiosamente.
Pero estos son números, aunque hablan por sí mismos. Lo más importante es
la discusión interna y la impotencia de los teólogos católicos alemanes al ver
las respuestas vaticanas ante la crisis. Woitila, el Papa conservador por
excelencia, no hace ninguna concesión ni entra siquiera a discutir los grandes
problemas de la sociedad moderna. Lo que acaba de ocurrir sobre el problema
del aborto parece un diálogo de sordos entre la grey alemana y el Papa de
Roma. Desde el Vaticano llegó el decretazo de cerrar todas las oficinas
católicas de consejo a las embarazadas sobre posibilidad de aborto. Esas
oficinas, atendidas por mujeres católicas, nombradas por los obispos, cumplían
una misión societaria de fundamental importancia. A la mujer que venía a pedir
un consejo sobre su embarazo se le ofrecían todas las soluciones posibles
para que no abortara pero, eso sí, finalmente se le daba un certificado que
podían presentar ante el seguro médico. Es decir, finalmente la voluntad de
abortar o no quedaba en la embarazada y ese certificado demostraba que
había cumplido con la ley, pidiendo consejo, lo que le da derecho a que el
seguro médico corra con los gastos de un presunto aborto. No crea el lector
que se trata de algo superficial o burocrático. Todo lo contrario.
La labor que cumplieron esas mujeres católicas fue excelente. Por otra parte,
contaban con el permiso de los obispos alemanes. Hasta que vino la orden del
Papa: no, hay que cerrar las oficinas de consejo a las embarazadas. Es decir,
el no al diálogo, el no a la convivencia, el no a la comprensión, y el regreso a la
obediencia autoritaria. Lo valiente y democrático se produjo de inmediato: las
mujeres católicas expresaron su voluntad de seguir por su cuenta con sus
consejerías a las embarazadas y han creado la organización Donum Vitae. Ya
han abierto varias oficinas en el país.
Otro de los problemas que hiere profundamente la intimidad de la Iglesia es el
celibato de los curas y frailes. El Vaticano se ha cerrado absolutamente al tema
contrariando –y esto lo sostienen teólogos de primera línea– las resoluciones
del Segundo Concilio Vaticano de 1962 que propuso la apertura de la Iglesia a
la sociedad pluralista. Más, el teólogo Hans Küng, uno de los más conocidos en
Europa, califica la actitud vaticana de “traición” a los amplios postulados del
citado concilio. Y coneste tema queda en descubierto también la problemática
de la prohibición de ejercer el ministerio del sacerdocio a la mujer. El teólogo
Eugen Drewermann señala que las dos medidas, esta última y el celibato, van
contra el pensamiento de Cristo, ya que él defendió siempre al “ser humano” y
la mujer es la mitad de ese ser humano. Prohibir al sacerdote el contacto con la
mujer es oponerse al amor, querer separar al hombre de la mujer, de
considerar a ésta como representación del pecado. Tampoco se admite la
discusión acerca del reconocimiento del gran número de homosexuales entre el
sacerdocio. El tema es tabú: de eso no se habla. El más conspicuo
representante del Papa Woitila, el cardenal Meisner, de Colonia, lo ha dicho en
forma terminante: “Estoy contra todo intento de permitir que los homosexuales
reciban las órdenes sacerdotales”. Es decir, en vez de debatir la realidad:
esconderla, decretar su no existencia.
Otros temas que causaron profunda inquietud en la grey católica alemana
fueron los intentos superficiales de autocrítica del Vaticano y de su pedido de
perdón por ciertas actitudes históricas de la Iglesia, una historia plagada de
apoyo a los poderosos, de crímenes inimaginables y de –por lo menos– el
silencio ante genocidios como los que llevaron al holocausto del pueblo judío
en Europa.
Pero el Papa se equivocó: todo no se arregla con un simple pedido de perdón
sino por lo menos con el intento del análisis de la pregunta fundamental: ¿cómo
fue posible eso? ¿Qué organización es la Iglesia que no sólo permitió sino
también organizó los crímenes más espantosos que recuerda la historia
humana: la Inquisición, con el quemar vivo al rebelde, torturarlo, descoyuntarlo,
suprimirlo como ser humano. ¿Ese Inocencio III, ese papa inquisitorial, que
impuso la tortura como práctica de derecho, con una mentalidad aún más
refinada que el genocida por excelencia, Heinrich Himmler, cómo pudo ser el
representante de Cristo en la tierra? Esas son las preguntas que hay que
responder y no tratar de solucionar todo con la cínica respuesta del cardenal
Ratzinger, titular de la Congregación de la Fe, dada hace unos días en la
Universidad de Francfort: “Se trató de juicios equivocados”, culpable de lo cual
fue la “inercia de la institución inquisitorial, y de la época, especialmente con los
instrumentos del derecho y de los juicios; en los veredictos de la pena de
muerte, se nota su apego al espíritu de la época”. Dijo que el archivo de la
Inquisición no es un archivo del mal, más bien “se trata de un reflejo del ser
humano en su pobreza y su grandeza en la que se nota la luz de la
humanización que proviene de la figura de Jesucristo”. Es decir, todos nos
podemos equivocar pero en el fondo somos buenos. Por eso, pidamos perdón
y sigamos adelante como si nada hubiera ocurrido. Somos todos Inocencios.
Punto Final y Obediencia Debida. Mientras tanto, en esa época, la Iglesia
Católica se quitó de encima, con los métodos más perversos, a los
denominados “herejes”, los hombres y mujeres que buscaban una verdadera
interpretación del pensamiento cristiano ante la tergiversación de sus
enseñanzas y la corrupción que provenía de los sagrados dictadores de Roma.
En todas las escuelas de Occidente se deberían enseñar a fondo las ideas y
los motivos de los herejes, que fueron realmente los verdaderos héroes de la
humanidad que no se rendían ante las palabras “pecado” y “pecado original” ni
ante las amenazas del fuego de las hogueras y del fuego eterno del infierno.
Los datos más optimistas señalan que al Congreso Católico Alemán del jueves
concurrirán cincuenta mil personas. En enero pasado, al homenaje en Berlín a
la revolucionaria roja Rosa Luxemburgo, que luchó por un mundo en dignidad y
libertad, concurrieron cien mil personas.
Los rebeldes y los obedientes debidos

La Memoria es de pasos lentos, pero inevitables. Los señores del poder


emplean todas las artimañas para detenerla, pero finalmente entra con la
fuerza arrolladora e indiscutible que tiene la Etica. En Alemania acaba de
ocurrir un hecho increíblemente sano, valiente, democrático. Pero no ya dentro
de alguna organización civil o en algún grupo pacifista. No, en el propio ejército
alemán. Con la presencia del ministro del Presidente de la Nación, del ministro
de Defensa y del general en jefe del ejército se le acaba de quitar a un cuartel
el nombre de un general vetusto y obediente por el de un suboficial
desobediente y valiente hasta los tuétanos que en pleno reinado del terror nazi
ayudó a perseguidos judíos a salvar sus vidas. Descubierto, fue fusilado por
orden de su general, sin más trámite por haber transgredido las órdenes
superiores.
Los historiadores pusieron esta vez orden en las cosas. Un suboficial, apenas
un cabo, se levantó contra toda la maquinaria del odio, del racismo, de la ley
cobarde de la obediencia. Ocurrió en 1942, en territorio ocupado de Lituania. El
cabo del ejército alemán Anton Schmid, nacido en Viena, fue comandado a
Vilna, ciudad lituana con una numerosa población judía, tan es así que era
llamada “La Jerusalén de Lituania”, por ser centro de la cultura hebrea de toda
esa región. A él le dieron el mando sobre 140 judíos que debían trabajar para la
Wehrmacht. Al resto de la población de ese origen se los reunió en ghettos,
donde se hacían “selecciones”, y a quienes no se los consideraba capaces de
resistir largas jornadas de trabajo se los remitía a la aldea de Ponary, donde
eran fusilados. Los niños eran previamente “desaparecidos”. Cuando el cabo
Anton Schmid presenció todo eso, decidió ayudar a los perseguidos. El escritor
y cazador de nazis Simón Wiesenthal ha reproducido declaraciones de judíos
de Vilna en las que se refirieron al cabo Anton Schmid: “Bajo un riesgo absoluto
entraba en el ghetto para llevar alimentos a los hambrientos judíos. En sus
bolsillos escondía mamaderas con leche para los bebés. El sabía que en los
bosques había judíos escondidos y se preocupó por hacerles llegar alimentos y
medicamentos así también como armas de la Wehrmacht para que defendieran
sus vidas. Hasta prestó su casa para refugiar a perseguidos.” En un documento
de judíos perseguidos se informa que “Anton Schmid hizo todo sin esperar
agradecimiento. Lo hacía de pura bondad. Para nosotros, ese hombre alto,
delgado, tranquilo, en su uniforme de soldado alemán era algo así como un
santo.” En las cartas que escribió a su mujer Steffi y a su hija Grete esperaba
ya su rápido fin, pero lo explicaba diciendo que no podía de otra manera, que
poseía un “corazón demasiado blando”. Descubierto en enero de 1942 se lo
llevó al tribunal militar de la Wehrmacht quien lo condenó a muerte el 27 de
febrero. El fusilamiento se efectuó el 13 de abril de 1942. De él se conserva
una tierna carta de despedida enviada a su mujer y su hija escrita en la noche
anterior a su muerte.
Su caso fue citado en el juicio a Eichmann, en 1961, en Jerusalén, justamente
para contradecir la defensa del “obediencia debida” del verdugo. La escritora
Hannah Arendt, en su libro La banalidad del mal señala: “Anton Schmid tenía a
su cargo una unidad de soldados alemanes que habían quedado separados
por la guerra de sus regimientos. En esa tarea, Schmid entró en contacto con
miembros del movimiento de resistencia judía, entre ellos estaba Kovner, uno
de sus principales miembros. Schmid ayudó a los judíos con papeles falsos.
Jamás aceptó dinero por esa ayuda. Kovner dirá todo, como testigo, en la sala
del juicio a Eichmann. “Cuando hizo ese relato –señala Hanna Arendt–, la sala
guardó absoluto silencio y cuando el testigo terminó, ese silencio siguió durante
dos minutos como si la multitud hubiera decidido espontáneamente guardar
silencio en honor deese cabo llamado Anton Schmid”. Y continúa la famosa
escritora: “Y en esos dos minutos, que fueron como un repentino rayo de luz en
medio de una impenetrable oscuridad, se esbozó un único pensamiento claro,
irrefutable, indudable: qué diferente sería la historia hoy en esta sala judicial, en
Israel, en Alemania, en toda Europa, tal vez en todos los países del mundo, si
existieran más de estas historias para poder relatarlas”.
Anton Schmid no pertenecía a ninguna organización, a ningún partido político,
a ninguna religión, era un artesano obligado a ir a la guerra. Era sólo un civil a
quien le habían impuesto un uniforme.
Cincuenta y cinco años después, se le pone su nombre a un cuartel del ejército
heredero del que ordenó fusilarlo. Y para ello se desecha el nombre que tenía
el cuartel, el del general Günther Rüdel, un obediente de Hitler. Todo un
símbolo, más que un símbolo, una profunda enseñanza moral. Tal vez hubiera
sido mejor poner el nombre de Anton Schmid a una escuela y no a un cuartel.
Estamos seguros de que el héroe civil lo hubiera preferido. Pero por otra parte,
esto de poner a los soldados como ejemplo no al general obediente debido sino
al cabo rebelde y profundamente humanitario es todo un símbolo que ojalá
prenda en más de un espíritu generoso.
Pero la alegría también llegó desde el Sur: en la Argentina no se permitió que
uno de los más feroces represores de los años setenta, el general Bussi,
asumiera como diputado de la Nación. Esta vez hubo pocos legisladores
obedientes debidos, sólo siete, uno de ellos secuaz de “tiro fácil”, Patti (no
podía ser de otra manera). Por dignidad, el cuerpo no podía permitir la entrada
de Bussi, figura sacada de la galería de la muerte argentina. Pero claro, ahora
hay que mandarlo a donde pertenece, a la cárcel.
Decíamos que la Memoria también avanza en la Argentina, aunque muy
lentamente. Y si no recordemos el tema de los niños desaparecidos. Pero no
sólo de ahora sino de hace más de un siglo. En el comienzo de su film Botín de
guerra, David Blaustein hace mención a los niños indígenas que luego del
genocidio llamado eufemísticamente “campaña del desierto”, fueron quitados a
sus padres y entregados a familias bien de Buenos Aires para que fueran
educados dentro de las reglas civilizadas y cristianas. Palabras para encubrir la
realidad de que fueron usados como peones y sirvientes. El ejército argentino
comenzaba así un rito macabro que iba a terminar con el robo de niños de los
setenta. Pero la sociedad argentina siguió obediente la línea histórica de
cronistas oficiales y nunca hizo la autocrítica del genocidio indígena, el robo de
sus tierras, el aprovechamiento de ellas por la gente del poder y sus allegados.
Todo lo contrario. Esos asesinos de uniforme y de levita además de cometer un
genocidio brutal se quedaron con las tierras y, como si fuera poco, sus nombres
están consagrados en las pampas con ciudades, montañas, lagos. (El general
Roca mismo recibió quince mil hectáreas como botín de guerra y regaló a los
hijitos de los mapuches, pehuenches, ranqueles, tehuelches, etc. a sus
amistades de alcurnia). Lo dirá todo el testimonio posterior del comandante
Prado, uno de los protagonistas de la campaña, quien escribirá más tarde
desengañado: “Al ver después despilfarrada la tierra pública, comercializada en
concesiones fabulosas de treinta y más leguas, daban ganas de maldecir la
conquista lamentando que las tierras no se hallasen aún en manos de los
caciques Renque Curá o Saihueque”.
No, pero los porteños les seguimos mostrando a los restos de las poblaciones
autóctonas que hasta hoy la victoria fue total y que se tienen que aguantar en
sus regiones los nombres de sus verdugos y ladrones de sus hijos y de sus
tierras. Tendrán que ser esas poblaciones por sí mismas y los argentinos de
bien que los acompañen quienes dispongan que el nombre de Inacayal
reemplace al del general Roca y el de Arbolito al del coronel Rauch. Si no,
seguiremos siendo los obedientes debidos de siempre.
De Elena a Mirtha

Lo pedestre del ambiente político argentino nos habla de nuestra


superficialidad rayana en lo perverso. La estupidez ya infamante de la señora
Elena Cruz en su frase que debiera quedar en la colección de idioteces de lo
obsceno creado en el vacío de los vacíos (“se dicen pensadores, pero son
zurdos”, dijo, con voz de cata venida a menos) dejó al descubierto la
mentalidad de quien puede llegar a ser parte del poder del país por el único
mérito de aparentar ser señora bien. Dejó al desnudo que la lista del señor
Cavallo se formó sobre la base no de méritos por la República sino de nombres
que pudieran impresionar a los sectores que aplauden el gatillo fácil, o aquello
de “hay que matarlos a todos”, o que aplauden desaforadamente la línea
impresa a la opinión pública por el gatillador Patti y los suyos. Como
aplaudieron entusiasmados en su tiempo aquello del método represivo de la
impiedad.
Lo de Elena Cruz nos dejó desnudos a todos. Porque quiere decir que en
nuestro país puede ser candidato cualquiera que jamás luchó por los derechos
ciudadanos ni se indignó cuando desde el poder, con toda impunidad, se llegó
hasta a robar niños. Elena Cruz, alentadora de lo más profundo de la
antidemocracia, puede llegar a representarnos a todos como Bussi ayer pudo
ser electo gobernador de Tucumán, o Rico intendente de San Miguel, o Patti,
de Escobar, o Cavallo, el medrador de la dictadura de Videla, puede llegar a
gobernar la ciudad. Todo es un cachivache. Cambalache. Dale nomás, dale
que va, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o
polizón. Meditación porteña, viva la pepa. Cuantos más crímenes contra la
democracia tiene el candidato, más posibilidades cuenta con las elecciones.
Llegaremos por fin al “Patti Presidente - Cavallo Conductor” y Elena Cruz,
profesora honoris causa de Etica argentina.
Pero tal vez lo más triste de los últimos días –y que muy pocos tomaron en
cuenta– fueron las declaraciones del presidente De la Rúa al diario español El
País. Se le preguntó su opinión acerca de las leyes de Obediencia Debida y
Punto Final. Respondió escuetamente que había sido una resolución del
gobierno democrático de ese entonces. Eso fue todo. Una respuesta
acomodaticia, plena de falta de coraje civil. Claro, tenía que defenderse porque
él también levantó el brazo que significó algo que nos avergonzará
permanentemente y que ya ha marcado a fuego a los legisladores radicales
que se avinieron a cumplir con el pacto de Semana Santa carapintada-radical.
¿Qué significa “una resolución del gobierno democrático”? ¿Qué quiere decir,
que es democrática también la elección de Hitler por medio del recurso
parlamentario? ¿O que es justa la represión de la Semana Trágica porque la
tomó un gobierno elegido por el pueblo, o que no hay nada de que arrepentirse
por la masacre de peones patagónicos porque se hizo con el visto bueno del
gobierno central radical?
Las palabras de De la Rúa tendrían que haber concitado nuevamente la gran
discusión nacional sobre cómo es posible que los asesinos de picana, los
ladrones que se llevaron todo lo de sus víctimas, fueron dados de alta como
ciudadanos limpios de la Nación, pese a todos los antecedentes jurídicos que
existían en el mundo contra el denominado derecho a la obediencia debida,
principalmente luego del medular trabajo del fiscal alemán Fritz Bauer contra
los criminales de guerra, de soldado a mariscal de campo, y de guardián de
campo de concentración a jefe de la Gestapo. De la Rúa se refugió en el
argumento medroso para no quedar al desnudo de su propio pecado. “Fue una
resolución de un gobierno democrático.” Democracia, cuántas ignominias se
cometen en tu nombre. ¿Por qué ningún político reaccionó ante las
declaraciones de De la Rúa al diario madrileño? Ni siquiera los del Frepaso,
que en aquellos tiempos –desde otras bancadas– se pronunciaron indignados
contra la mayoría alfonsinista. No. Nada. Todos se callaron la boca. Estamos
en período preelectoral. Ahora somos todos demócratas. El final del bochorno
quedó impreso en los últimos ascensos de uniformados incriminados en los
más cobardes crímenes de lesa humanidad.
Pero dentro de todas esas miserabilidades de nuestra democracia y nuestros
demócratas hay algo positivo que se ha ido formando en la civilidad argentina,
paso a paso, y ya es ineluctable. Es el triunfo –pese a que pase el tiempo– de
la ética sobre los oportunistas de todos los tiempos. Hoy ya es imposible
explicar los crímenes militares con la teoría de los dos demonios. Ya ni siquiera
vale el prólogo del Nunca Más redactado por Ernesto Sabato, donde se nos
hablaba de dos fuerzas endemoniadas. No. Hoy ya nadie puede demostrar
nada refugiándose en la teoría de “los dos terrorismos”. El método de
desaparición de personas no se puede defender como explicación del resultado
de una guerra interna. Lo vimos precisamente en el caso Elena Cruz: Cavallo
intentó echarla de candidata por haber ella tenido compasión de Videla. Ni un
videlista apasionado como lo fue Cavallo quiere hoy quedarse pegado a la
siniestra figura del infame represor. El verdugo se quedó solo. Los adeptos
abandonaron el barco por todos los medios posibles. Y ése es el gran triunfo de
los organismos de derechos humanos con su interminable lucha por la verdad.
Cada paso de la marcha de las Madres fue arrinconando al draculesco
torturador. Cada declaración de los organismos de derechos humanos y las
cátedras respectivas de las diferentes universidades fueron dejando al desnudo
lo siniestro que en un principio quiso demostrarse como algo fatal, que tenía
que suceder, que estaba escrito.
Recorriendo esta sociedad con miedo a la verdadera democracia, formada en
el manoseo de la ética, caemos en un episodio que define al argentino del “en
la vida hay que portarse bien”. Fue una escena freudianesca en la que
quedamos todos con el culo al aire. Dicen los entendidos que Mariano
Grondona y Mirtha Legrand forman la opinión de este jardín de infantes que es
nuestra democracia conviviente. Bien, en ese episodio, Mirtha Legrand impartió
la línea del portarse bien, del por algo será. En una de sus presentaciones,
ante el ataque contra la Revolución Cubana que hizo un periodista de Miami, la
actriz Cecilia Rossetto dijo su opinión contraria a lo que sostenía el
anticastrista. En seguida, Mirtha Legrand intervino para corregir y reconvenir a
la díscola. Y allí, de pronto, quedó en descubierto, al desnudo, nuestra filosofía
mediática. A la “conductora” le salió como algo natural; le dijo, con su vocecilla:
“Ay, Cecilia, vos siempre con esas ideas izquierdistas, después te quejás si no
conseguís que te den trabajo en la televisión”. En una frase quedó todo al
desnudo. Era el “por algo será”, de la década del setenta con que los buenos
vecinos se explicaban la muerte uniformada. La conductora de todos los
tiempos nos enseñaba cómo hay que comportarse para tener éxito en la vida. Y
aquí vino la sorpresa para la Mirtha ciruela del acomodo social: la rebelde
Cecilia Rossetto dijo ante las cámaras lo que todos saben, pero nadie dice. Lo
dijo en su tono socarrón de sublime indócil: “Claro, hoy siguen siendo tapa las
que le hacían fellatio a los genocidas”. Ya estaba. Eso sólo bastó. Hubo grititos,
hasta chillidos. De pronto todo lo armado se desmoronó. Tanta sonrisa, tanta
buena conducta, tanto portarse bien, tanta agachada de lujo, quedaba al
desnudo. Ni Beckett ni Ionesco lograron nunca una escena tan precisa. Lo que
sociólogos de nota o intérpretes de la ética no lo habían logrado, lo resolvió una
frase que destruyó nuestra moralina. Que nos dejó con el culo al aire.
La virtud no se pinta la cara

Dos noticias de diferente relevancia, de diferente procedencia, de diferente


tenor, coinciden en un mismo día y aparecen inconexas, porque lo son, salvo
que a través de un ejercicio intelectual se disponga de ellas como de las dos
caras de una misma moneda. En la primera, la esposa del premier británico
Tony Blair, Cherie, ostentando su panza de embarazada, pronunció un discurso
en el que dejó entrever que espera que su marido se tome las dos semanas de
licencia por paternidad que las leyes de su país otorgan a los hombres. En la
otra, local, la Unión Argentina de Trabajadores Rurales Estibadores (Uatre)
presentó una denuncia sobre las condiciones infrahumanas que soportan niños
bolivianos de entre dos y cuatro años en la zona frutihortícola del Gran Santa
Fe, cuyos padres, para poder cumplir con las largas jornadas laborales, los
dejan más de ocho horas diarias en un pozo de tierra.
Cherie Blair no usa su apellido de casada para ejercer su profesión de
abogada. Esta mujer cuya contextura física menuda apenas logra disimular su
fuerza de carácter y que está por ser madre por cuarta vez es Cherie Blooth,
especialista, además, en las leyes laborales que imperan en la Unión Europea.
La primera dama británica elogió ante el auditorio del King College de Londres
al primer ministro finlandés, quien tomó ya dos licencias por paternidad.
Finlandia, cabe agregar, acaba de elegir como presidenta a una mujer que fue
madre soltera. Con sus leyes laborales revolucionadas por las jornadas de
trabajo más cortas y sus respectivos Estados haciendo red para atajar a los
desfavorecidos –la licencia por maternidad está contemplada aun para aquellas
mujeres que carezcan de un empleo fijo–, la Unión Europea está introduciendo
cambios institucionales que como el huevo o la gallina, nunca se sabrá,
encajan en cambios culturales muy profundos.
Recientemente, en Francia, en una encuesta de sondeo sobre qué fantasean
hacer los hombres con el tiempo libre que les está dejando la reestructuración
laboral, más del 60 por ciento de los entrevistados dio una respuesta que fue
considerada inédita: “Estar más tiempo con los hijos”, dijeron. Un tipo de
respuesta que se congracia con eso vago que es “la nueva masculinidad” y que
a su vez, como se ve, va de la mano con un nuevo orden, un orden en el que
las mujeres ingresan en el mercado de trabajo y deben compartir la crianza de
los hijos, en el que ese mercado de trabajo se recorta para que participe de él
la mayor cantidad de gente posible, y en el que va asomando, como un nuevo
derecho humano, el de ejercer libre y gozosamente tanto la maternidad como la
paternidad.
Mientras la globalización se convierte así en una módica fiesta de la que
disfrutan los Estados fuertes, a los otros sólo les queda vaciar los ceniceros y
fregar los platos cuando los invitados se retiren. Esos chicos bolivianos
abandonados en un pozo santafesino durante más de ocho horas no están
siendo objeto de maltrato, sino de cuidado: costumbres ancestrales hacen que
sus padres y madres opten por el mal menor de un pozo de tierra, comparado
con los riesgos de muerte que correrían si fueran dejados solos mientras
inevitablemente ellos deben dejarlos. Son el extremo de miles, de millones de
casos en los que, concluida ya la era del trabajo en países cuyos Estados se
invisibilizaron y se entregaron de buena o de mala gana al voluntariado y a la
iniciativa privada en materia de precario bienestar, nadie pone la red para
atajarlos.
Hablar de la licencia por paternidad de un primer ministro suena entre
fascinante y obsceno acá en el sur, donde entre otras cosas laflexibilización
laboral prefiere dejar a un lado el hecho simple y natural de que los niños
nazcan, y que la especie humana persista en su incómoda necesidad de afecto
y cuidados.@Uno lee en el avión de regreso en un libro esta frase del genial
filósofo alemán Friedrich Von Schlegel: “La virtud es la razón hecha energía”. Y
se llena de alegría de vivir. Se informa de la profundidad, de la esperanza, de la
hermandad entre seres dispuestos a conformar una sociedad del diálogo y de
la buena voluntad. Pero llega a Ezeiza y los diarios argentinos traen en tapa a
un ridículo carapintada que nuevamente es el protagonista de la pobre
actualidad argentina. Otro sainete del verticalismo. Recuerda aquella triste y
trágica jornada de Semana Santa de los ochenta cuando el presidente de los
argentinos llamó “héroes de Malvinas” a los alzados contra la República
capitaneados por este facciabrutta de uniforme. Fue una concesión mandria
contra toda norma del coraje civil y del deber de demócrata. Esa fue la causa
de que lo tuvimos de nuevo enseñoreado, pisoteando todo, absolutamente todo
lo que debe respetar el ciudadano. Y ese gobernador que nombró a ese
squadrista fuera del tiempo es Ruckauf, quien fue ministro del gobierno de la
siniestra Tres AAA, banda oficial tenebrosa y sanguinaria. Un ministro que se
calló la boca, y miró hacia otro lado cuando se mataba en las calles de Buenos
Aires y todo quedaba en la más absoluta impunidad. Hoy, es el gobernador de
Buenos Aires. Esta es nuestra democracia. Y el otro seguirá su carrera
pintándose la cara, que le trajo pingües ganancias en esta tierra que alguna
vez fue de gauchos.
El facciabrutta uniformado –remedo histriónico de aquellos camisas negras que
ponían el mentón prominente, cantaban la “giovinezza” y obligaban a tomar
aceite de ricino a los hombres que no querían ser utilizados como títeres de la
fuerza bruta–, esa versión argentina, acaba de ocupar las primeras planas. El
facciabrutta pintarrajeado es el símbolo de la realidad actual de nuestro país.
¿Qué han hecho para repudiar esta humillación los cuerpos colegiados de todo
el país? ¿Y el pueblo? Lo mira por TV. Cuando en aquella Pascua de la traición
y de la pusilanimidad política había dos millones de argentinos en la calle de la
protesta.
“La virtud es la razón vuelta energía.” Schlegel. Leo en el diario alemán
Frankfurter Rundaschau, otro triste episodio del verticalismo: “No tienen
posibilidades las mujeres críticas. El Vaticano niega cátedra a una teóloga en la
Universidad de Augsburg”. No puedo creerlo, ¿cómo? ¿Después del Mea
Culpa del Papa en el que incluyó el pedido de perdón a las mujeres por todas
las humillaciones a las cuales se las había sometido en el transcurso de los
siglos? Claro, una cosa son las palabras dichas de rodillas para la televisión y
otros son los hechos en el orden interno. Esa es la segunda teóloga de la
materia Moral que es rechazada por el Vaticano. La primera fue la profesora
Ammicht-Quinn, doctora en Teología e integrante de la Federación de Mujeres
Católicas Alemanas, quien hizo su trabajo doctoral sobre “Cuerpo, Religión,
Sexualidad” y proponía una interpretación femenina de la moral sexual que
reemplazaría a las normas abstractas por las cuales se inclinan los hombres
dentro de la Iglesia. Esto causó desagrado en el Vaticano. Todo lo del sexo es
sucio, por eso la inmaculada concepción sin sexo.
La Santa Sede exige candidatos absolutamente fieles a la línea romana en las
materias Dogmática, Teología de la Moral y Ciencia de la Liturgia. La segunda
candidata para la cátedra de Augsburg, también una mujer, la doctora Verena
Lenzen, fue rechazada porque “se resolvió ocupar la cátedra por un sacerdote”.
Que por supuesto no tiene sexo. O hace como si no lo tuviera, lo esconde, lo
niega. Y se acabó la discusión. Esto que acaba de ocurrir en el seno de la
Iglesia católica debe ser una triste y profunda decepción para todas las mujeres
que tanta esperanza se hicieron con la mea culpa papal.
Cierro el libro de Schlegel, y me digo: ilusiones. Pero pronto la frase que me ha
gustado tanto retorna con toda su luminosidad. En el hospital Posadas, sí, allí
en Villa General Sarmiento se recordó a los miembros de ese nosocomio que
fueron secuestrados por las fuerzas armadas y desaparecieron para siempre.
Quienes fueron sus compañeros han plantado ocho árboles en su recuerdo, en
el parque de esa institución. Y este año se plantaron otros tres, en recuerdo de
tres nuevos nombres que surgieron de las investigaciones del doctor Claudio
Capuano. Ceremonia de gran emoción: primero se plantó un árbol en recuerdo
del médico Daniel Eduardo Calleja, secuestrado en 1977 cuando tenía 26 años
de edad. El segundo árbol fue para el médico Eduardo Carlos Salas,
secuestrado el 14 de enero de 1977, y el tercer árbol, también plantado por sus
familiares, fue en recuerdo del técnico en hemoterapia Ignacio Jesús Luna
Sánchez, desaparecido a los 27 años de edad. Se recordaron sus rostros, sus
sueños y la cobardía de sus asesinos. El peor de todos, el general Bignone –en
ese momento todavía coronel– que llevó a cabo un verdadero asalto al
hospital, a cuatro días del golpe militar. Tanques, carros blindados,
helicópteros, camiones atacaron con una ferocidad y una brutalidad que sólo
emplean los asesinos que saben que sus hechos van a quedar impunes. El
general Bignone para justificarse publicó después su libro El último de facto,
cuando en realidad tendría que haberlo titulado Yo, el canalla impune.
Hoy, el canalla impune por toda la morralla civil de la obediencia debida, el
punto final y los indultos está en su hogar recordando con alegría aquella
jornada donde hizo poner contra la pared a todo el personal del hospital que
quedó a la disposición de toda la maldad y bajeza del militar y sus sayones.
Pero de pronto la belleza se extendió en todo el parque del hospital Posadas: la
fidelidad a la memoria, la fidelidad a los mártires. Los árboles que hablan por
ellos. Salud, trabajadores del Posadas: la virtud es la razón hecha energía
(Schlegel).
Y de la primera plana del squadrista pintarrajeado, a la verdadera noticia,
increíble, inverosímil, resplandeciente, inaudita. En la semana próxima las
Madres de Plaza de Mayo inaugurarán su universidad. Sí, las viejas locas al
decir de ese mezquino y triste general argentino llamado Harguindeguy. Las
viejas locas, las mujeres más humilladas de nuestra historia, las que recorren la
Plaza de Mayo desde hace casi 24 años, befadas, despreciadas, atacadas,
apaleadas por los valientes argentinos de uniformes. Ellas, sí, ellas han
levantado con sus manos una universidad, la Universidad de las Madres. ¿Es
realismo mágico, imaginación tropical o sueños de una noche de verano? No,
es la respuesta de las Madres a esta sociedad corrupta y decadente hasta la
médula de los huesos. Profesores universitarios brillantes conducirán a los
alumnos a través de los derechos humanos, de la historia, de la economía, de
las ciencias políticas, de las ciencias sociales y de todos los aspectos del arte.
No, ni la empresa tal ni la otra, ni la Iglesia pentecostal ni Lucio Gelli:las Madres
de Plaza de Mayo. La Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. La virtud
es la razón hecha energía (Schlegel).
El matonismo chabacano de un gritón; el autoritarismo vaticano de la Iglesia
católica donde tendría que abrirse al horizonte eso tan bello del alma humana
que son las enseñanzas de Jesús. Pero, frente a todo eso tan mezquino, de
pronto, la fidelidad a la pureza de la Memoria convertida en árboles, y la fuerza
imbatible de las Madres.
Entre el Senado y el Sida

El mismo día que en Alemania se iniciaban las actuaciones judiciales contra la


ex decana de la Facultad de Medicina de Jena, Rosemarie Albrecht, de 84
años, acusada de ser la instigadora de la muerte de más de un centenar de
mujeres y niños discapacitados durante la época del nazismo, ese mismo día,
casi a la misma hora, el Senado de la Nación Argentina aprobaba el ascenso
de oficiales del las fuerzas armadas acusados de crímenes durante los años
del sistema de desaparición de personas. ¿Qué comentario queda por hacer?
Sólo el profundo dolor de la impotencia ante el ludibrio. Ser testigos de pronto
de esto: la llamada democracia argentina asciende a sus acusados de
criminales. Sigue la humillación, el doble mensaje, los intereses políticos
partidarios por encima de la Etica, la sagrada palabra. El país burlado, sus
instituciones burladas, las mismas humillaciones de siempre. Los mismos que
votaron obediencia debida y punto final ahí estaban de nuevo mostrando su
lealtad a aquellas fuerzas armadas que se mancharon para siempre en el
horror y la cobardía. Los mismos de la obediencia debida y punto final vuelven
a saludar con su voto a los oscuros sayones de la violación y el robo de niños.
Salve, padres de la patria, padres de esa patria de la humillación y la picana.
Jaroslavsky se llamó el radical artífice de obediencia debida y punto final;
Genoud, se llama el radical artífice de los ascensos de los uniformes
manchados con la sangre de jóvenes embarazadas y niños desaparecidos. A
los argentinos se nos sigue enlodando con un pasado que se quiere disimular
ante la faz del mundo pero que siempre surgirá. La muerte argentina, y sus
monaguillos oficiantes de limpiadores de los uniformes de verdugos. Algo huele
a podrido en el Senado de la Nación Argentina. Y olerá de por siempre. Señor
ciudadano: si usted llegara a pisar, por cualquier circunstancia, el ámbito del
Senado de la Nación, aprétese la nariz como gesto de protesta. Hamlet lo
comprendería. El olor a diarrea de quienes no tuvieron el coraje civil de decir
no, señores, no voto contra la Etica, no voto contra el Coraje Civil de un
verdadero demócrata, no voto contra el cogollo de la vida ni por los
instrumentos de tortura; no voto por coroneles cobardes ni contra la espera de
las abuelas por sus nietos, no voto por la burla a las Madres que salieron a la
calle. De la Rúa, López Murphy, Genoud, coroneles Eduardo Cardozo,
Guillermo Reyes, Rodolfo Mujica, Alejandro Richeta, capitán de navío Pedro
Florido, unidos para siempre, como en una fotografía de fin de curso. Los
padrinos y sus muchachos. Somos todos argentinos. Todo se arregla en
nuestro país. Los que atentaron contra la dignidad son hoy los encargados de
la seguridad de la Patria. Todo tiene arreglo, vamo y vamo, volvemos a repetir
los caminos que nos llevaron a la década infame, a que los representantes del
pueblo fueran a golpear las puertas de los cuarteles. Hoy se las abren a los
manchados de sangre. Por algo será. Hay que cuidar el futuro, nunca se sabe.
Nuestra democracia argentina siempre ha sido así: palabras a medias,
promesas, sonrisitas, arreglos. Tapar el crimen con el voto. Aquí no cabe otra
cosa que el pedido de juicio político para los que dejaron para siempre el olor a
podrido en el Senado. A las listas de desaparecidos que se hallan a la entrada
de universidades, hospitales, ministerios, organizaciones culturales, hay que
contraponer la lista de estos senadores para que permanezca la antinomia en
la memoria colectiva.
Pero todo esto ocurre y seguirá repitiéndose porque en 1983 se perdió la gran
oportunidad de democratizar verdaderamente el país, de lavar definitivamente
todas las manchas de su cuerpo exánime. Había ejemplos para aprender:
¿cómo hizo Alemania para terminar con la Wehrmacht y comenzar con la
Bundeswehr? Terminó lisa y llanamente con toda una historia de totalitarismo
interno, de humillante obediencia, de falsos héroes y no dio cabida a aquellos
que tuvieron la menor sospecha de haber participado en orgías de sangre y de
dolor. En la Argentina hubo jefes y oficiales que se negaron a participar de los
cobardes crímenes y hasta se fundó una organización de oficiales
democráticos. Pero el gobierno de turno los ignoró, prefirió entrar en el franeleo
con los de la bravata de la cara pintada, con los matones de quijada
prominente, con los valientes dentro de los muros del cuartel. Y se aplicó la
viveza argentina de cambiar todo para no modificar nada. Y hoy los héroes de
la democracia son los que se caen por la ventanilla de un auto por no ajustarse
el cinturón y no aquellos que pusieron el pecho y el grito del no a la
desaparición de personas, no al secuestro de niños, no al tiro en la nuca, no al
perdón de los asesinos.
Los argentinos, desde 1983 no aprendieron nada de democracia. Porque si no
la ciudadanía libre y honesta hubiera juntado dos millones de personas frente al
Congreso de la Nación para no permitir lo que ocurrió. Miles de personas que
no se habrían movido hasta que los denominados senadores de la Nación no
hubieran aprendido lo que es honor y decencia en el trato con personajes de
oscuros pasados represivos.
Todo esto nos hace pensar en cuán necesario es que la democracia vaya
asentándose en nuestro país, y que practicar la democracia no se reduzca
solamente a leer en los diarios lo que hacen los políticos de turno. Porque
democracia debe significar responsabilidad y rebeldía contra los vendedores de
falsos abalorios: en Alemania, en la semana que finaliza, se extendió un clima
de desasosiego y de bochorno que se reflejó en casi todas las publicaciones.
Fue la reacción ante el "mea culpa" del Papa. La que mejor expresó el sentir de
la opinión pública fue una caricatura del Süddeutsche Zeitung, donde aparece
el Papa pidiendo perdón con su mea culpa y detrás de él, Kohl, sonriente, que
dice "mea culpa". Sabemos lo que eso significa: Kohl, con los dineros negros
recibidos y depositados en el exterior le dio un golpe de furca brutal a la
democracia alemana. El trató de arreglar todo pidiendo perdón públicamente.
¿Es suficiente esto? El Papa, por ejemplo, acaba de reconocer la culpabilidad
de la Iglesia en uno de los capítulos más horrorosos de la historia del ser
humano: el de la "Santa" Inquisición, donde se quemaron innumerables
hombres y mujeres por el solo hecho de estar en desacuerdo con dictados
totalitarios de la Iglesia. Por lo menos, la Iglesia de hoy tendría que reproducir
juicio por juicio y avergonzarse de esos crímenes nefastos contra hombres y
mujeres del progreso. O, por ejemplo, lo que se cometió contra el pueblo judío
acusándolo durante siglos de ser el asesino del Hijo de Dios. Tal vez se puede
acusar a un par de judíos de clases acomodadas por haber incitado a la
crucifixión de Jesús (que era ante todo judío) pero no a todo el pueblo y a todas
las generaciones, difamación que --y esto es indiscutible-- ayudó a que todo
alcanzara su punto culminante en el Holocausto. (En estos días se publicaron
repetidamente las fotos de los obispos y cardenales católicos saludando con el
brazo levantado al ministro de Hitler, Frick.) O, por ejemplo, el caso de las
Cruzadas donde directamente se practicó la guerra contra quienes
desconocían la existencia de la religión de Cristo. O la eterna discriminación de
la mujer.
Pero todo esto no se arregla con ponerse de rodillas y golpearse el pecho. Hay
que comenzar a preguntarse cómo pudo suceder toda esta ignominia. Y la
respuesta está precisamente en la falta de democracia, de libertad de
opiniones, de debate interno, a que siempre fue y es sometida toda la grey
católica. No puede ser que una sola persona --y más aún en estado de vejez
irrecuperable-- diga y ordene todo lo que millones tienen que hacer. Es la
dictadura más absolutista de todos los siglos. Se nota en la irracionalidad del
voto de castidad para los sacerdotes. A principios de este mes, a todos nos
sacudió la noticia de la muerte por sida en todos estos años de centenares de
sacerdotes católicos. La Iglesia Católica norteamericana reconoció que la
mayoría de ellos eran homosexuales. Y el obispo de Detroit, Thomas
Gumbleton se atrevió a decir que "no supieron tratar a su sexualidad y lo
hicieron de manera equivocada". No es esa una explicación. La realidad es que
debe dejarse a cada uno hacer su vida de acuerdo a cómo lo considera su
naturaleza pero no obligarlos a un irracional voto de castidad que va contra
todo principio noble de la vida. Dictaminar desde el sillón de San Pedro qué es
lo que tiene que hacer el joven recién salido de la pubertad es una arrogancia
sin límites que nada tiene que ver con la caridad y la comprensión cristianas.
Justamente, el arzobispo Dyba, de Fulda, un derechista contumaz, acaba de
decir por televisión que las mujeres no pueden ser sacerdotes porque los
apóstoles de Cristo eran hombres. Claro, pero se olvidó de agregar que eso
ocurrió hace dos mil años. Lo increíble: hoy, las mujeres pueden ser soldados
de combate en casi todos los ejércitos, pero no leer misa en los altares de
Jesús. Realismo mágico o estupidez.
La tristeza. Pero una enorme alegría: el libro que más leyó el pueblo alemán en
todo su historia no fue Mein Kampf, sino Sin novedad en el frente, de Erich
María Remarque, el libro pacifista por excelencia. Donde habla precisamente
de la idiotez del autoritarismo y la irracionalidad de lo militar. Mi libro más
querido.
Uniformes y disfraces

El cielo bajo y plomizo, la lluvia fina que moja más que un aguacero. Los
bosques alemanes del invierno están sombríos y llenos de espíritus que se
asoman entre los árboles para no perderse detalles de los pocos humanos que
no se sabe qué buscan por los senderos negros de hojas secas. Hace más de
veinte años, en tiempo del exilio, recorríamos estos mismos bosques con
Osvaldo Soriano. Durante todo el camino no encontramos a nadie, y al volver,
las calles del pueblo también estaban vacías. La soledad era tan grande que
Soriano dijo una vez, de pronto, en voz alta: "Han muerto todos los alemanes".
Como acostumbraba, de inmediato elaboró una tesis, y yo sabía que él a sus
tesis repentinas después las convertía en cuento o novela. Según su teoría, los
alemanes se morían todos en invierno, pero reaparecían en primavera para
hacer la guerra. Traté de explicarle que no era tan así, que salían a veces
antes, por ejemplo, para Carnaval, donde, en la zona del Rhin, los hombres se
disfrazan de soldados del tiempo de Napoleón. Hace dos siglos lo hicieron para
burlarse de las tropas francesas de ocupación. Y hoy continúan con la tradición
carnavalesca. Le pareció bueno el detalle y me prometió que iba a hacer
resucitar a los alemanes en Carnaval, por cinco días. Ojalá haya dejado escrito
esa idea y que Christine, su compañera, lo encuentre entre sus papeles justo
ahora que se cumplen los tres años que nos dejó.
Pero en este invierno los alemanes no se murieron, están eso sí muy
deprimidos discutiendo hasta el agotamiento total algo que no pueden
explicarse, pero que se cierne como una tormenta que amenaza con quebrar la
fe en los que mandan: el tema del lavado de dinero y de las coimas que pesa
sobre Kohl y sus adláteres. El partido de la Democracia Cristiana se cae a
pedazos y cada vez más muestra que toda su estructura está podrida hasta la
médula. Después de lo que ha pasado, quién le va tener confianza a quién, si
el pueblo votó durante casi diecisiete años a Helmut Kohl y se descubre ahora
que se burló de todos, que manejó el dinero --millones-- en provecho de su
poder y que coimeó en lo peor que puede hacer un representante de algo que
quiere llamarse democracia: la venta de armas. Armas. Un país que hace poco
más de medio siglo caía vencido en la guerra más sanguinaria de la historia,
con millones de muertos, ciudades destruidas y pisoteando los derechos
humanos hasta el hartazgo. Pero no sólo están los tanques vendidos a Arabia
Saudita y a Turquía sino también la más que dudosa adjudicación de los bienes
de la ex Alemania del Este a consorcios extranjeros al mejor postor (de
coimas).
Pero salgamos del microclima de la gran tormenta política y no perdamos de
vista otra discusión que actualmente se desarrolla en la sociedad alemana y
que hace a un tema no solucionado y eterno en el mundo entero: el concepto
de lo militar con que tiene que regirse una sociedad.
Vayamos por paso: el ejército alemán actual, la Bundeswehr, fue un producto
típico de la Guerra Fría. Se creó en 1956 a instancias de las potencias
occidentales. Y se creó contra la voluntad del propio pueblo. Recuerdo bien
esos años primeros de la década del cincuenta que viví como estudiante en
Hamburgo. Me acuerdo el clima contrario de la juventud a la creación de una
fuerza armada. Salíamos a la calle a la protesta: casi todos esos jóvenes
habían perdido sus padres en la guerra de Hitler y a sus abuelos en la guerra
del Kaiser. Finalmente se aprobó la ley de creación de un nuevo ejército, pero
se dio la posibilidad a todos aquellos jóvenes que no querían cumplir un año de
servicio militar obligatorio, a hacer un período más largo en un servicio social:
como atención de enfermos en hospitales, cuidado de la ecología, ayuda en
escuelas y jardines infantiles, en hogares de ancianos, con discapacitados, etc.
Para ser liberado del servicio militar necesita el joven demostrar por qué no
quiere hacerlo y dar razones éticas e ideológicas suficientes.
Pero, en la década del setenta esa solución comenzó a presentar problemas: la
disminución de la natalidad y el aumento de los jóvenes que prefieren el
servicio social y no el de las armas hizo que se temiera que no se pudieran
completar las trescientas mil plazas de soldados que tienen las fuerzas
armadas.
Y entonces, adivine lector, a quién se recurrió para tapar ese agujero. Sí, a la
mujer. Es interesante leer la información oficial del ejército alemán sobre la
decisión de recurrir al denominado sexo débil: "En 1981 investigó una comisión
la necesidad de personal de las fuerzas armadas a raíz de la problemática de
los pocos nacimientos. En 1982, la comisión recomendó investigar entonces la
posibilidad del ingreso voluntario de mujeres en los servicios sin armas sobre la
base de la igualdad de derechos de hombre y mujer". Lo oportunista del
lenguaje lo dice todo. Fue así como entraron mujeres en los servicios de
sanidad y de música. A los cuerpos armados no se los podía mandar porque la
Constitución alemana había establecido este principio: "Nuestro concepto de la
naturaleza y del destino de la mujer prohíbe su servicio con las armas". Hasta
que una joven, Tania Kreil, inició juicio porque ella quería ser miembro del
ejército en los cuerpos armados. Mientras miles de varones se negaban a
engrosar las filas de los uniformados, ella tomó la posición contraria. Y acaba
de triunfar en la Corte Suprema Europea que ha dictaminado que debe
posibilitarse a las mujeres el servicio militar con armas. El ejército saludó esta
determinación e hizo saber que "se espera ahora un refuerzo cualitativo y
cuantitativo del Ejército Federal".
Es curioso: toda la derecha, que siempre consideró a la mujer algo creado por
Dios para el hogar, los hijos y el marido, hoy piensa lo contrario. La necesidad
hace al órgano. En cambio, la izquierda que luchó siempre por la emancipación
femenina muestra desprecio por la medida. En televisión, la representante del
Partido Verde dijo: "Estoy de acuerdo con que se levante la prohibición de la
Constitución porque a nadie se lo debe discriminar por su sexo, pero espero
que no vaya ninguna mujer a esos cuerpos. Los soldados de todas las
graduaciones son asesinos en potencia. Al ejército lo crearon los hombres y
ahora que se las arreglen ellos. No utilicen a la mujer sólo cuando la
necesiten". En cambio, fue curioso cómo un general del Ejército defendió
ardorosamente el servicio con armas para la mujer. Dijo que la mujer es igual o
mejor que el hombre y por eso se puede iniciar un principio de competencia
entre soldados hombres y soldados mujeres que va a llevar a mejorar los
servicios". Es decir, argumentos propios del capitalismo neoliberal: la
competencia, el rendimiento. Globalizar los sexos para cumplir los propósitos
de la producción. Siempre la voz del amo.
La polémica se ha encendido. Ahora, los defensores de la mujer soldado
cuentan historias heroicas, como la de la soldado americana que cuatro meses
después del nacimiento de su hijita fue enviada a Bosnia. Que cuando llegó la
orden de marcha "lloró, lloró y lloró". Pero llevó la beba a su madre y marchó al
frente. Ahora puede relatar que como única mecánica de su unidad cuidó el
convoy de camiones: "Los muchachos estaban orgullosos de mí", dice fuerte.
Pero hay voces irónicas que señalan que "antes, cuando el ejército americano
no llenaba sus plazas, las ocupaban con negros, ahora, las ocupan con
mujeres". Se traen otro ejemplos para explicar lo inexplicable: en Suecia, las
mujeres conducen tanques; en Francia, una mujer conduce un Mirage 2000 de
combate; en Noruega, una mujer conduce un submarino y en Estados Unidos,
las mujeres integran los cuerpos de ataque, los marines.
En el momento en que oía en televisión los argumentos del general a favor de
la mujer uniformada y con armas, entró Boris, mi nieto mayor, quien va a
estudiar filosofía, para mostrarme la carta que acaba de enviar a la junta militar
de servicio militar del ejército. Dice entre otras cosas: "Mi conciencia y mi razón
no me permiten prestar servicio con armas. Si bien soy ateo he crecido en una
cultura cristiana y por eso acepto muchos valores cristianos como el amor al
prójimo y el renunciamiento a la violencia. Esos valores son para la convivencia
de importancia fundamental y no deben ser dejados de lado. El imperativo
categórico de Kant prohíbe el matar, ya que el ser humano no puede tener el
deseo de que se proclame como ley general que un ser humano pueda matar a
otro. Por eso estoy dispuesto a cumplir un período de servicio social pero no
militar. Me da profunda alegría poder ayudar a otros seres humanos, pero no
aprender a derramar sangre".
Me levanto y voy al balcón a mirar el cielo. Dentro del gris hay como un brillo,
algo así como si la luz quisiera abrirse camino. Me hubiera gustado salir a dar
una nueva vuelta por el bosque, pero con Soriano, a quien le hubiera contado
estos detalles. Es posible que entonces él hubiera modificado el final de su
novela, algo así como idear una organización internacional que se robara todos
los uniformes de los ejércitos del mundo y los prestara solamente para
disfrazarse en Carnaval.
La mano en la lata

Quién iba a decir que alguna vez a estos prominentes personajes que
aparecen como modelos del mundo occidental y cristiano se les podría aplicar
aquello tan rioplatense de "meter la mano en la lata". Porque es así, el tema
actual en esta Alemania del 2000 es que primeras figuras de la Democracia
Cristiana, como el ex primer ministro Helmut Kohl, y de la Socialdemocracia,
como el actual presidente Johannes Rau, metieron las manos en la lata. El
escándalo ha causado amargura, desesperanza e impotencia. Como si ya no
hubiera en el mundo salida alguna, la sociedad global está corrompida hasta
los huesos. ¿Cómo salir de esto? ¿Quién le pone el cascabel al gato si todos,
todos, danzan al son de la melodía de los grandes consorcios internacionales?
Claro, este cronista con opinión hubiera querido enviar, como primera nota del
dos mil del Primer Mundo, algo cálido, simpático, para sonreír, ganar optimismo
y decir: bueno, vamos a tratar de no ser pesimistas, de dejarnos llevar un poco
por el lado rosa, a quedarnos un poquito en Puerto Madero y no bajar
permanentemente a villa Tachito para mirar al mundo desde allí. Les contaría
entonces que estuve en Hamburgo cuando se inició el 2000, en el puerto,
donde fue un mar de bengalas multicolores y los barcos pasaban llenos de
luces y tocaban sirenas y todos bailaban y brindaban. La vida es bella. Pero la
realidad que se vivía no pasaba por los arbolitos de Navidad ni sobre la
cohetería. Basta ver los titulares de los diarios apenas empezado el año ahí, en
blanco y negro y no en colores: el "affaire" Kohl, y que Alemania ha
sobrepasado nuevamente la cifra de cuatro millones el número de
desocupados. (Claro, pero lo negativo tiene también su lado positivo según el
color del cristal con que se mira: las estadísticas también decían orgullosas que
para las Fiestas la gente había gastado más que el año pasado. Si bien se
compensaba porque en los barrios ricos se había gastado más, y en los barrios
pobres, menos.) Y bien, si es así Dios a estos últimos los ha castigado por algo.
Nada es gratuito en la vida.
Parece todo una consecuencia matemática del sistema. Por ejemplo, ayer se
anunció que la industria de la construcción va a despedir a 40.000 trabajadores
en el curso del año. Pero aquí no debemos dejarnos llevar por emocionalidades
ya que se trata de cuarenta mil albañiles, de no gran poder de compra, de
manera que la noticia no va a afectar seriamente a la producción y venta de
productos de consumo. Dentro de todo sabiendo que esos cuarenta mil obreros
pertenecen a un país con libertad de manera que tendrán libertad de moverse
como quieren, cambiar de profesión, conformarse con su suerte, o ir a rogarle a
la Virgen Desatanudos --que como ustedes saben es de origen alemán-- o a
pasar a integrar cualquiera de las 211 sectas religiosas cristianas de origen
yanqui que tienen cada vez más éxito en este mundo globalizado para el cual
Cristo murió en la Cruz. Y sino preguntemos al obispo Dyba, de Fulda, que
acaba de decir que la culpa de todo la tienen las mujeres que abortan (tal vez
inspirado en profundos pensadores rioplatenses que con eso, gracias a la vida,
ganaron ciertas elecciones provinciales). (Como se ve, los orgullosos europeos
deben reconocer que el pensamiento rioplatense también tiene su influencia
global.)
Pero volvamos a esta primera semana europea del 2000 con huracanes
impensados, pero temidos por aquello del recalentamiento de la Tierra. El
verdadero campanazo fue Kohl, ese gigantesco coloso de carne, de dos metros
de altura y 180 kilos de peso que gobernó Alemania casi diecisiete años,
acusado de meter algo más de un millón de marcos en efectivo en una valija
producto del agradecimiento de ciertas empresas favorecidas (acción
vulgarmente llamada coima, o mordida en mexicano, o vamo y vamo según el
diccionario de vulgarismos españoles de Cristóbala Alsogaray y Juan de Dios
Alderete).
Los adeptos del ex primer ministro Kohl señalan que éste no lo hizo en
provecho propio sino en beneficio del partido. Que para el caso es lo mismo, en
cuanto a la transgresión de las leyes y del decoro público. Además no es tan
así, porque si bien fue para el partido, ese "bimbes" (palabra del lunfardo
alemán que significa guita o tagui) se repartió solamente entre los comités y
otras organizaciones que en las internas apoyaron al ex premier. Es decir, tan
inmoral como quedarse con el bimbes. Porque con ese bimbes se aseguraba el
poder. Y, sin ninguna duda se lo aseguró, porque batió todos los records de
permanencia en el cargo. Pero esto es sólo la obertura de la sinfonía macabra,
porque pesa en el aire la pregunta: ¿qué empresa o quiénes están detrás de
los doce millones de marcos que la organización demócrata cristiana del
Estado de Hesse recibió de "muertos sin nombre" desde 1989 a 1996? ¿Y para
qué la secretaria de Estado Agnes Hürland-Büning --la funcionaria preferida de
Kohl-- recibió ocho millones de la empresa Thyssen en carácter de
"consultora"? Pero donde ya se percibe que los descubrimientos de valijas con
dinero en efectivo van a seguir sin término es cuando se comience a investigar
la venta al mejor postor que se hicieron de las ex empresas de la antigua
Alemania comunista. La venta de la refinería de Leuna Werke, por ejemplo, que
se hizo por presión del primer ministro Kohl al consorcio francés Elf, ha caído
bajo la investigación de la Justicia alemana porque existe más que la sospecha
que la caja negra del partido de Kohl recibió varias de esas valijas negras con
dinero en efectivo. Hoy, la jerga popular denomina a Kohl "Kohleone", jugando
con el apellido de El padrino.
En el caso del presidente socialdemócrata Johannes Rau el asunto es mucho
más pequeño, porque se lo investiga de haber aprovechado para uso personal
viajes de aviones de una empresa financiera. El hecho es pequeño, pero tiene
repercusión ya que Rau es un hombre fuertemente ligado a la Iglesia
Evangélica.
El "affaire" Kohl deja dos enseñanzas. La primera, lo nocivo que para la
democracia fue tener a una persona dieciséis años en el poder. El primer
ministro Schroeder salió a la palestra para dar un primer paso: señaló que el
sistema parlamentario no debería permitir bajo ningún concepto que un político
esté más de diez años en el poder en ese cargo. Porque se llega a enquistar
todo un equipo que le responde a ciegas y ya todos se comienzan a
acostumbrar a obedecer. (Los argentinos sabemos muy bien por amarga
experiencia todo aquello de la reelección, más el fantasma del regreso en el
2003. En esto se nota lo fatídico y lo irresponsable del acuerdo Menem-
Alfonsín en la llamada "constitución de Olivos").
La iniciativa de Schroeder es positiva y es un paso adelante, sin ninguna duda,
pero no es todo. El problema fundamental aquí no es Kohl, sino el sistema que
domina al mundo. ¿Se logra algo castigando a Kohl? Sería sólo cuidar la
fachada. Lo fundamental es saber quiénes son los todopoderosos que pagan
las coimas en la sombra, cómo es posible que empresas que cometen delitos
así para tener cada vez más poder salgan apenas castigadas con alguna multa
o con la renuncia de tal o cual miembro del directorio. Porque, si fueron
capaces de comprar al primer ministro y con él al partido del gobierno, ahora,
que ha quedado todo en descubierto, ¿no serán capaces esos mismos poderes
económicos de comprar la Justicia y hasta los medios para tapar los delitos?
¿Quién puede dar seguridades en un sistema así?
Esto es la buena enseñanza que se puede obtener en Alemania, que la
sociedad toda diga en voz bien alta: esto no es democracia, éste es un sistema
capaz de corromper todo, de manejar a sus instituciones como les parezca
beneficioso a sus intereses. Aquí hay que comenzarse a preguntar quién
financia los partidos políticos y cómo se financian. (Los argentinos tenemos que
hacernos la misma pregunta, y si es democrático que los dos partidos
mayoritarios reciban millones mientras a las iniciativas populares de los
desheredados se les envía la Gendarmería.)
Año dos mil en el Primer Mundo occidental y cristiano. ¿Está todo dicho y ya es
imposible reaccionar contra el poder agobiante del dinero? La historia nos
demuestra lo contrario. Veremos qué pasa, si el pueblo alemán se conforma
sólo con que haya una amonestación parlamentaria contra Kohl o exige que se
investigue hasta sus últimas consecuencias y se proceda después a armar una
sociedad donde todos tengan el mismo poder, que quiere decir, los mismos
derechos. Y dejarnos de decir que vivimos en democracia cuando en realidad
vivimos en plutocracia, que lisa y llanamente significa el gobierno de los ricos,
que no son otros que los que tienen el verdadero poder.
Un nuevo triunfo de la historia

Tengo un sueño en este primer día de gobierno completo del señor De la Rúa.
El sueño consiste en que en este año que se abre, el dos mil, el nuevo
gobernante se acerque a las tumbas masivas de obreros fusilados en la
Patagonia en 1921 y pida perdón en nombre de su partido. Porque fue
Yrigoyen, un radical, quien dio la orden de la represión, y fue un oficial radical,
el teniente coronel Varela, quien llevó a cabo la matanza. Hasta ahora los
radicales --luego de votar en 1922 en el Parlamento en contra de una comisión
investigadora de los hechos patagónicos-- siempre guardaron silencio ante la
tragedia. Yrigoyen se calló la boca, Alvear miró para otro lado, Balbín dijo que
estaba muy ocupado, Illia respondió que la iba a estudiar y Alfonsín respondió:
"no me consta" en el film del cineasta gallego Xan Leira sobre la matanza.
El jueves a la noche estuve en el local de la FORA, en Barracas. Viejos rostros
de luchadores, paredes que recogen debates obreros desde hace muchas
décadas, estandartes sindicales, el color rojo y negro del anarquismo. Allí
fuimos a informar que una calle de Río Gallegos se llamará en el futuro "Juan
Esteban". No es que a los anarquistas le interesen nombres de calles para sus
mártires, pero es que un hecho así sirve de reconocimiento del crimen infame
que cometieron los poderes en 1921 y 22 contra los trabajadores rurales que
se levantaron en la Patagonia por un poco más de dignidad. Más cuando, en la
aprobación del nombre de esta calle intervinieron ediles del partido radical.
La reivindicación de la lucha obrera en estas tierras sureñas continúa sin
pausa. Los obreros rurales habían sido sepultados no sólo por las balas del
Ejército argentino sino por toneladas de papel de la prensa de esos días que
veían un "levantamiento antinacional" en la presentación de un petitorio por
mejores condiciones de trabajo. Claro, el tiempo dejó en claro la mentira de los
políticos cobardes, de militares sanguinarios, de empresarios ávidos, de una
Iglesia silenciosa que no vio nada, no escuchó nada y al parecer ni siquiera
leyó los diarios de la época. Y pese a todo, la Historia hizo triunfar la verdad, se
impuso la ética.
Juan Esteban tenía apenas 17 años y actuaba de estafeta entre las columnas
huelguistas que marchaban por el extenso territorio santacruceño. Fue
detenido en un camino por las fuerzas del capitán Viñas Ibarra. El soldado
clase 1900, Ramón Octavio Vallejos, que intervino en los fusilamientos, relató
cincuenta años después de los hechos lo que sucedió: "A los peones rurales
detenidos los llevamos todos a la estancia de un inglés. Aquello parecía más
bien un arreo. Se sentía un solo quejido en la peonada por los palos y
rebencazos que les propinábamos. Los rebenques que usábamos eran de tres
argollas. En las estancias se hizo una clasificación de los más peligrosos de
acuerdo a una lista que dio el estanciero inglés a nuestro jefe. Los pusimos en
cepos que creo estarían allí ya que nosotros esos artefactos no los llevábamos
ni los fabricamos, pero en las estancias siempre los había. No se les hizo
sumario antes de fusilarlos porque por lo general las ejecuciones se efectuaban
casi enseguida de tomarlos prisioneros. Juan Esteban fue fusilado con otros
dos. Me llamó la atención la guapeza de este chico, pues cuando se vio ante el
pelotón le gritó '¡asesino!' al jefe (que era el teniente Frugoni Miranda), luego
cayó; uno de los balazos le había roto la lengua. La verdad es que cuando uno
es soldado no le teme a la muerte ni se sienten mayores sentimientos ya que
se nos prepara y se nos predispone para matar, pero la muerte de este
muchacho me produjo una honda aflicción que me cuidé de manifestarles a mis
superiores. Después del fusilamiento, el cabo Sosa, estando conmigo, escupió
a los muertos. Le pregunté con rabia ¿por qué escupe a los muertos? No me
respondió ni tampoco hizo valer su condición de superior para hacerme
castigar".
En Río Gallegos, en 1971, 50 años después del fusilamiento del adolescente
Juan Esteban en la estancia La Anita hablamos largamente con Vicente
Esteban, uno de los hermanos de la víctima. Todavía conservaba con devoción
las fotos de quien fuera su hermano mayor. Juan Esteban había nacido el 13
de julio de 1904, es decir que al ser fusilado tenía 17 años. Era argentino,
nacido en Río Gallegos, hijo de Juan Esteban, español, y de Carmen Villegas,
chilena. Este matrimonio tuvo siete hijos. En la huelga de 1921 y luego del
fusilamiento de su hijo, el padre debió esconderse por muchos meses. La
madre quedó sola al frente de la numerosa prole, sin sostén alguno, haciendo
trabajos de planchadora de lustre para dar de comer a sus hijos en ese invierno
de 1922, con temperaturas de 35 grados bajo cero. La madre sufrió muchísimo
cuando se enteró del fusilamiento de su hijo, sus cabellos encanecieron en
pocos días. El primo del adolescente muerto, de nombre Julio Ferrer --que
contaba 18 años--, se ofreció a morir en lugar de Juan Esteban. Lo hizo porque
él no tenía madre y sabía que su tía iba a sufrir mucho con la noticia del
ajusticiamiento de su primogénito. Pero el capitán Viñas Ibarra lo hizo retirar.
Este gesto del joven Julio Ferrer nunca fue olvidado por la familia Esteban.
Claro, todo esto no se arregla con el nombre de una calle. Pero ya es algo. Por
lo menos es romper el silencio cómplice que guardaron todas las capas de la
sociedad durante setenta y ocho años. Aquí tienen que recapacitar por sobre
todo los docentes. Preguntarse: ¿por qué no se enseñan en nuestras escuelas
y en nuestros colegios todos los esfuerzos que se hicieron en la humanidad
para vivir con más dignidad? Hablar de los obreros, por ejemplo, que lucharon
por las ocho horas de trabajo, es decir, contra la explotación del hombre por el
hombre, ¿no estaban luchando acaso al mismo tiempo contra la violencia de la
sociedad? Ellos querían tener más tiempo para estar con sus seres queridos,
pero también para la cultura, para gozar de la naturaleza, como lo repitieron mil
y una vez en sus carteles, volantes, asambleas y folletos. Por ejemplo, esa
cláusula de los peones patagónicos que querían que los estancieros
emplearan, antes que a los solteros, a los trabajadores casados o con
compañeras "para ayudar a poblar las tierras patagónicas", ¿no era acaso un
paso hacia la dignidad? ¿No lo hacían acaso para que el estanciero no siguiera
manejando como títeres a los peones solteros que cuando cobraban se iban a
los puertos a emborracharse y a gastarse en dos días en los prostíbulos y
casas de juego todo el dinero ganado en un año, para volver sin un peso a las
estancias y ser manejados como esclavos por los administradores? ¿No se dio
cuenta de ello por ejemplo la Iglesia Católica --tan empeñada en cuidar la
virginidad de María-- que eso era un paso hacia la virtud humana y en contra
de la degradación? ¿Acaso cuando los estibadores en 1907 exigieron que el
peso máximo de las bolsas para hombrear fuera de sesenta kilos y no de
ochenta no lo hacían por la salud de sus espaldas, molidas ya a los treinta
años de edad? ¿Por qué se les metió bala en Ingeniero White si exigían algo
que después fue admitido? ¿No era su pedido un paso adelante en la
convivencia humana? ¿Por qué hay que aprender en la escuela quién ganó la
batalla de Pavón o la de Cepeda y no el nombre de los obreros y el año que
consiguieron que se eliminara el trabajo nocturno de las mujeres y la
explotación de los niños en nuestra sociedad occidental y cristiana? ¿Por qué
se cantan romances al fusilador general Lavalle y no a los obreros muertos en
tantas luchas contra la desocupación? ¿Por qué esta perversión de la
racionalidad, del derecho y del respeto solidario?
Ojalá que muy pronto en todas las escuelas primarias y secundarias se estudie
la historia de los movimientos humanos en pro de la justicia y de la vida,
principalmente todo lo que lograron los más pobres de los pobres usando esas
dos palabras maravillosas del vocabulario de la ética: solidaridad y altruismo.
Orden y Seguridad

Un joven de unos veinte años con facciones de clase media alta me puso los
folletos en la mano y me dijo: "Aquí está la verdad". Estábamos justo frente al
Congreso. Los poseedores de la verdad tenían una mesita en lo que fue
aquella Confitería del Molino. "Aparecieron de nuevo", me dije. Son los del
partido de la Muerte Próxima. Oficialmente "Partido Nuevo Orden Social
Patriótico". Y pensé en los Ruckauf, los Rico, los Patti y en el decadente Bussi,
el angurriento tragaldabas del horror, de picana y cuenta en Suiza, desde matar
a un indefenso a sogazos hasta pasarle el recibo incluso a los maestros
muertos, mientras su hijo, con sonrisa de querubín gracioso, trata de salir en
todas las fotos y quedarse por lo menos con el vuelto. Un país milagroso y de
milagros. La constelación del futuro: Ruckauf, Rico, Patti. (En una
interpretación genial, el filósofo León Rozitchner [*] pone esta frase: "Juntemos
las tres caras y el horror se unifica en una sola mueca de amenaza: miremos
juntas las caras de Patti, de Rico y de Ruckauf, y si le agregamos la aureola de
aquella sacralidad eclesiástica tendremos un identikit del fantasma del
resurgente pasado".) La constelación del futuro sobre la base de la
constelación del pasado.
Pero volvamos al joven con facciones de clase media alta. Es de la "Legión
Argentina", la sección juvenil del partido nazi en la Argentina. Su revista se
llama Lealtad y Lucha. (Fíjese el lector, aquí cabe la pregunta: ¿lealtad a
quién? ¿Al que se cotiza?) En la tapa, un dibujo de un matasiete disfrazado de
SS pisando cabezas de judíos que llevan carteles con todos los pecados:
"corrupción", "drogas", "mafias", "pobreza", "degeneración", "usura",
"delincuencia". (Cuando, en sí, esos carteles deberían llevarlos los "leales".)
Las secciones del partido llevan el sugestivo nombre de "Grupos de tareas".
Está todo dicho. Los protegidos de siempre. Los gastos reservados. No
esconden nada. Lo dicen en su diario: "No permitiremos que nada ni nadie nos
detenga en la recta e inmodificable lucha por un Nuevo Orden Nacional,
Socialista, popular no marxista". Quítele la coma entre nacional y socialista y
queda el trasero al desnudo. Por supuesto, son los que alimentan los miedos. Y
no podía ser de otra manera, para ellos, los "leales", los culpables de todas
nuestras desgracias vienen de otros países latinoamericanos, los más pobres
de los pobres. En un artículo en el que exigen "Inmigración restringida" dicen
textualmente: "La mayoría de los ilegales que vienen no sólo inundan el
mercado con mano de obra barata sino que vienen y como no pueden pagar el
alquiler hacen villas y cometen delitos penados por la Ley, como el robo de
líneas telefónicas, luz (electricidad), y gas entre otros. Aparte de robar dan muy
mala imagen a la ciudad. Y encima, después de un año, que ahorraron plata,
se la llevan a su país, y chau plata. Por lo tanto son consumidores, destructores
y eso no necesitamos, lo que necesitamos es gente que venga a aportar a la
Argentina".
Es decir, los bolitas son los culpables de todo. Pero Ruckauf nos va a defender.
Lo dijo bien claro en eso de meter bala. Y ya estamos cada vez mejor con Rico
y con Patti para derrotar definitivamente a la negrada y a la indiada. ¡Bandera
argentina al tope! Ya lo hizo Bussi en Tucumán que mandó a la selva a los
ciegos, a los cojos, a los mancos, a los chagásicos, a los limosneros, a los
tarados, a los crotos para que se los comieran los escorpiones y la inyección de
cianuro se las dieran las yararás. Porque sí, señor, las selvas tienen que servir
para algo, pueden ser nuestros Auschwitz naturales. ¿Por qué no? Patti, Rico,
Ruckauf, bajo la inspiración de Bussi, el general premiado por el representante
del Papa, monseñor Pio Laghi, quien viajó especialmente a Tucumán durante la
represión para felicitarlo junto al general Acdel Vilas "porque están defendiendo
los principios de Dios, Patria y Familia". Y los exhortó a tener "valor y
subordinación, lealtad, serenidad de espíritu" al mismo tiempo que invocaba al
Altísimo para que "haya paz y orden en esta tierra de Dios y la Virgen". (El
lector podrá gozar de estas excelsas palabras en los diarios argentinos del 15
de junio de 1976.)
Lo paradójicamente irónico es que quien firma el editorial contra los
trabajadores latinoamericanos "ilegales" es el miembro de la "Legión Argentina"
Emiliano Buonocore. Por el apellido debe ser un descendiente de aquellos
trabajadores italianos que llegaron a este país a trabajar. Tal como hoy, esos
trabajadores fueron denigrados por los órganos del poder con calificativos
irreproducibles porque "venían a cambiar el idioma y las costumbres del país".
Además portaban ideas "extranjerizantes" y eran anarquistas y marxistas, y por
eso se les aplicaba consecuentemente la Ley de Residencia, la 4144. Pero lo
que no dicen los libros de la historia oficial es que esos obreros lucharon a
pecho descubierto contra las armas oficiales para conseguir las leyes
fundamentales de la dignidad humana: las ocho horas de trabajo, la protección
de la mujer y el niño en la fábrica, el derecho a la cultura y a la salud. A ellos
debemos esos principios que hicieron avanzar a la humanidad.
En los últimos días de las elecciones circuló una foto de Ruckauf en la que se
lo ve comulgando de rodillas. Y para que quede bien claro él declaró que su
familia desde hace tres generaciones es católica. No sea que lo vayan a
confundir. El vocero de la "Legión argentina" explica que se han hecho pintadas
con los lemas: "Argentina o muerte", "Argentina vencerá" (Aquí cabe una
pregunta: ¿cuál Argentina?, la de Gostanian y Menem, la de Patti y Rico, la de
la obediencia debida y punto final, la de Dios y la Virgen, o la de los bolitas,
perucas y antiargentinos marxistas?) Seguimos con los lemas: "El Partido
Nuevo Orden Social Patriótico contra la alianza marxista", "Por la dignidad y el
trabajo argentinos".
Hace más de veinte años, los integrantes de estas "vanguardias antimarxistas"
pasaron a integrar los "grupos de tareas" de la desaparición de personas.
Ahora están ganando de nuevo altura. Ponen como su héroe máximo a Juan
Manuel de Rosas y como su fecha patria al 17 de octubre, de la cual dice:
"Ante la gloriosa epopeya del 17 de octubre de 1945 que marcó la historia de
nuestro país, estamos hoy convencidos de que dicho ideario basado en los
pilares de la defensa de la Patria debe hoy tener más vigencia que nunca".
Todo es posible.
Mientras estos elegidos de Dios y de la Virgen tienen plata para lujosas
publicaciones nuestra sociedad no es capaz de dar enseñanza bilingüe de los
auténticos hijos de la tierra argentina: los pueblos originarios. En Salta, los
niños wichis, kollas, chiriguanos, tobas reciben compulsivamente la enseñanza
en castellano, lo que crea inseguridad y ausencia. No hay plata para capacitar
a maestros bilingües. (A pesar de que se firmaron documentos oficialmente en
que se les reconoce ese legítimo derecho a esos verdaderos hijos de esta
tierra.) Pero la culpa la deben tener las ideas marxistas y extranjerizantes. Por
eso es mejor protegerse. La línea Ruckauf-Rico-Patti nos trae seguridad.

(*) Revista Acción Nº 22-99


El Nieto del Poeta

¡Cuántos versos habrán pasado por ese cerebro lleno de sueños que la
naturaleza resolvió poner en la cabeza de Juan Gelman! Lo recuerdo joven
cuando dialogábamos con aquellos poetas mayores que nos quedaron en el
recuerdo luminoso, Raúl González Tuñón y José Portogalo, ellos con la
nostalgia y la lucha: aquél como un muchacho eternamente curioso, éste,
siempre como un campesino furioso que está por partir al frente de Teruel para
derrotar a sus enemigos constantes: los ricos, los milicos, la cana, los
alcahuetes, los soplones, los curas gordos. Y Juan Gelman, un muchacho
silencioso, pero con mil versos impresos en páginas blancas. Esos años
cincuenta, con aquel general Aramburu fusilando al amanecer en la madrugada
fría y el país dolido, aterido, y aquel Juan Gelman dispuesto a interpretarlo, a
ayudarlo metiéndose en la poesía de la acción y en la acción de la poesía,
como se decía en aquellos tiempos llenos de espera.Después vino la
participación, el no negarse, en estar en la primera fila. Prefirió la definición a la
poltrona semisabia de los que hablan de la tristeza a la juventud con voz
engolada, o con gesto mediático de que hay que votar porque el país necesita
un De la Rúa o un Duhalde. Gelman tomó el camino digno de las posibles
equivocaciones, pero del decir presente.Lo recuerdo en aquel encuentro en
Alemania, ya en tierras del exilio pero no de la derrota última sino del tomar
nuevas fuerzas. Hicimos juntos apenas un pequeño libro que se llamó Exilio, él
todo poesía; yo llené de datos y registros al lector. Después el regreso. El barco
en el dique de carena para partir de nuevo. La ballena blanca incitándonos con
sus juegos más alá y más acá del horizonte. (“Porque mi tierra es única, no la
mejor, es única”, escribiste). Y volvimos, pudimos volver, aunque nos habían
prometido –uniformados de dedos gordos y anillos de oro y pistola al cinto– que
“nunca más íbamos a pisar el suelo de la Patria”). Volvimos. Pero ese regreso
había sido distinto: nos diferenciaba cruelmente la suerte. Juan, el poeta, había
perdido a su hijo, y a aquella nueva hija que te trajo tu hijo a quien embarazó
para darte un nieto. Los milicos de Videla y Massera habían asesinado a tu hijo
de un tiro en la cabeza. Los uniformados, como siempre, trataron de matar a la
poesía asesinando al hijo del poeta. Un tema para Esquilo. Para Shakespeare,
para Von Kleist. Porque fue así y no hay símbolos en esto: siempre negaron la
poesía y cuando tuvieron ante sí a la mejor criatura del poeta intentaron
borrarla. Un balazo. No ya destruir la solidaridad o el altruismo. No, la poesía.
Pero es más, intentaron destruir la vida: secuestraron aquella nueva hija, la que
llevaba en su vientre el milagro de toda alegría: el nieto del poeta. Inenarrable
la bestialidad. Inenarrable la perversión. Inenarrable la crueldad: esa nueva hija
del poeta fue secuestrada, llevada al Uruguay por los esbirros mercenarios de
la otra orilla. Allí se le quitó el hijo. El Nieto del Poeta. Ladrones de la vida,
cobardes, sórdidos disfrazados con el uniforme de la vergüenza. Vergüenza
que llevarán pegada durante todos los siglos.¿Dónde está el Nieto del Poeta?
Sanguinetti, el actual presidente uruguayo, lo sabe, pero si no lo quiere saber,
lo puede saber. Claro, eso necesita coraje civil, tener estirpe de estadista noble.
Hasta ahora se ha callado la boca. Mandó un débil: “Me voy a ocupar”. Dése
prisa, señor presidente, deje todo lo que está haciendo y, si es demócrata,
encare usted mismo la investigación. Usted conoce los nombres de todos los
militares uruguayos responsables, usted sabe quiénes delinquieron contra lo
más sagrado: contra el acto de dar a luz y robar el fruto de los frutos. Robarle el
Hijo a la Madre. Para después hacer desaparecer a la madre. Mentes sucias,
manos sucias, la hez de la creación, los que no llegarán a conocer jamás el
paraíso. Tiene tiempo todavía, señor presidente Sanguinetti, antes de irse. No
deje la mancha que lo va a seguir siempre: la cobardía del burócrata, del
cómplice por estirpe de lameculo; del secuaz por conveniencia. Arroje todos los
trapos sucios y ponga el pecho desnudo para la verdad, para la verdadera
nobleza.Nuestro general Balza continúa haciéndose tímidos golpecitos de
pésame al pecho para disimular el encubrimiento. Ensaya pasos de baile y
genuflexiones de reclinatorio para esconder la torva tropa de asesinos que lo
miran desde la penumbra. Habla con voz aflautada de “excesos” para cubrir el
estercolero que es su institución toda. La cueva de los asesinos ha sido
limpiada con crema desodorante, pero el hedor putrefacto de la cobardía
máxima lo acompaña en cada uno de sus guiños de piolada ganadora de
tiempos.Todos los abuelos, todos los hijos y todos los nietos vamos a salir en
búsqueda del Nieto del Poeta. Y lo hallaremos.Saramago ha escrito estas
generosas palabras desbordantes de sabiduría: “Doctor Julio Sanguinetti:
ayude a Juan Gelman, ayude a la Justicia, ayude a los muertos, a los
torturados y a los secuestrados ayudando a los vivos que los lloran y los
buscan, ayúdese a sí mismo, ayude a su conciencia, ayude al nieto
desaparecido que no tiene, pero que podría tener”. Y el docto historiador
Hobsbawm le dice al presidente uruguayo: “Solamente usted puede dar una
respuesta definitiva. Lo insto muy respetuosamente a hacerlo”.¿El presidente
electo argentino Fernando de la Rúa también nos va a ayudar a encontrar al
Nieto del Poeta? O se seguirá escondiendo en la vergüenza que significa haber
dado el sí a la ley más felona que conoce la humanidad: el libre albedrío para
los peores asesinos de siglos, la mano levantada como saludo fascista para dar
piedra libre a torturadores, secuestradores, ladrones, asesinos. Obediencia
debida y Punto final. La felonía de los llamados demócratas. Los nombres que
la votaron quedará en las piedras milenarias de la vileza de los que no merecen
el nombre de humanos. ¿Qué harán aquellos aliancistas que no votaron esas
ignominias pero que hoy acompañan en el poder a los que intentaron impedir el
camino de la Justicia? Nos acompañarán a encontrar el Nieto del Poeta o se
esconderán en la roña constante de la burocracia y los cargos?Es muy
conocida y repetida aquella frase nacida en la sabiduría popular que señala
que “quien ha matado a una persona es llevado al tribunal antes que quien es
el asesino de cien mil seres humanos”. Pero a esto le podemos contraponer
esta otra sabiduría de los pueblos: “El pasado no termina jamás”. Pese a
indultos, obediencias debidas, puntos finales; pese a repentinas declaraciones
“nacionalistas” de los Jaunarena y los Menem de que los asesinos sólo deben
ser juzgados en jurisdicciones nacionales, cuando justamente ellos pisotearon
la Justicia con las miedosas leyes de la impunidad. Y el ansia de justicia está
saltando fronteras. Ya no bastanlos arreglos entre asesinos y paniaguados que
terminan siendo secuaces del ultraje.El poeta Juan quiere conocer a su nieto.
Vamos a darle la mano y formar en la primera fila. Porque no puede haber otra
dimensión de la dignidad: ya que cuando, radiante, del fondo de los jardines
florecidos aparezca sonriendo el Nieto del Poeta, volverán de sus manos todos
los nietos inhallados. Y se alegrarán los abuelos. Y los padres ya podrán
descansar para siempre porque se sabrán presentes.
Setentisiete años

Fue un viaje hacia la reparación. Setentisiete años después. Repito:


setentisiete años después, uno por uno. Las balas de los fusiladores se iban
entrando cada vez más en los cuerpos anónimos de los peones rurales
patagónicos fusilados a medida que iban pasando los años del olvido.
Setentisiete años que hablan de cinismo y crueldad. Hace setentisiete años se
cometió un crimen de lesa humanidad allá "en el desierto" como calificó Roca a
la Patagonia. Se les metió bala porque eran pobres gauchos y "chilotes",
gallegos anarquistas, polacos, algún alemán, varios rusos. Total quién se iba a
enterar. Por docenas, por centenares se los baleó concienzudamente como
sólo sabe hacer nuestro ejército argentino que mostró toda su hombría de bien
en fusilar las peonadas de estancias inglesas, en vez de terminar allí con la
explotación. Setentisiete años en que todos se mandaron a guardar silencio.
Todos los gobiernos: los conservadores, los radicales, los peronistas, las
dictaduras ya de por sí, todos se callaron la boca. No valía la pena. Gauchaje,
chilotaje, rusos, gallegos anarquistas. Yrigoyen se llamó el presidente; Varela
se llamó el teniente coronel verdugo: "Vaya, teniente coronel y cumpla con su
deber", fue la orden.
Y ahora, octubre de 1999, este viaje. Inaugurar allá sobre la planicie sureña,
con los vientos de siglos y las nubes curiosas que no pueden mirar de tan
rápido que pasan, inaugurar el monumento al gaucho José Font, llamado
"Facón Grande" que tuvo el tupé de encabezar las columnas huelguistas y
cayó en la celada que le tendió el teniente coronel Varela. Lo hizo venir y lo
hizo detener y fusilar allí nomás cerca de Jaramillo. "Los soldados le hicieron
escarnio", atestiguaron los paisanos del lugar. Murió mirando con desprecio a
los máuseres del Ejército Argentino. "Así no se mata a un criollo", dijo al morir.
Y este viaje al Sur fue en busca del tiempo perdido para ser testigo de cómo la
Historia reivindica al gaucho entre los gauchos. Fusilado por la gente y la
política de Buenos Aires. Y la iniciativa del monumento --de cuatro metros, de
cuerpo entero, que interroga a cada viajero que pasa por la ruta tres-- partió de
la Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores y de la Municipalidad de
Jaramillo, el villorrio aferrado a la tierra patagónica, que eligió a Facón Grande
como su héroe regional. Y a la fiesta del pueblo llegó ahora el Facón Grande
redivivo, Federico Luppi, que le dio la estampa en el perseguido film La
Patagonia rebelde. Y la gente fue a mirarlo para saber cómo había sido ese
gaucho del cual se han encontrado --hasta ahora-- sólo las dos fotos que lo
muestran prisionero de las tropas en Jaramillo, lejano, difícil de adivinarle el
rostro. Y después de descubrir el monumento las palabras y el locro popular
trajeron la alegría de la reivindicación. Y la rabia ante tantos años de cobardía
civil de los responsables que no dijeron esta boca es mía.
Las reivindicaciones no iban a quedar allí. Nos esperaba Cañadón León,
población situada en el centro santacruceño, a quien se le quitó su nombre
autóctono y popular y se la rebautizó mal como Gobernador Gregores. Se nos
esperaba allí para hacer otro acto de justicia: la demarcación de la tumba
masiva de obreros fusilados en la estancia Bella Vista. Fue un emocionante
encuentro del pueblo con su historia. El cañadón de los muertos --como se lo
llama hoy-- ofrecía un aspecto inusitado. Era una cita de honor. Tardó, pero se
cumplió con los héroes del pueblo. El cañadón, sugestivo en su fiera belleza,
fue manchado para siempre por los militares: buscaron bien el lugar para
esconder el crimen. Llevaron allí a los huelguistas para que sólo el viento y los
cerros fueran los testigos del crimen masivo. Los tiros sólo los deben haber
oído los asesinos y sus víctimas. Los testimonios del estanciero Hospitaleche
--propietario de la estancia Bella Vista-- y de los pobladores Islas y Moreno
señalan que en esa estancia fueron "ajusticiados cincuenta peones rurales, en
su mayoría, algunos españoles y tres o cuatro gringos, es decir, polacos o
rusos". En 1972, el lugar de la tumba masiva me fue señalado por el estanciero
Merelles, quien ahora, en las últimas semanas, trabajó en lo mismo con
concejales y miembros de las dos bibliotecas públicas del lugar.
La ceremonia de inauguración de la cruz y del señalamiento de la tumba fue
plena de emoción y recogimiento. Setentisiete años tardó en llegar por primera
vez un sacerdote católico para bendecir la tumba. Luego habló el autor de
estas líneas quien destacó que por primera vez miembros del Partido Radical
habían sido autores de la iniciativa de levantar un monumento sobre la tumba
de las víctimas. Lo califiqué de coraje civil el de ejercer la autocrítica, ya que
había sido el gobierno radical de Yrigoyen el responsable de la masacre
obrera. Los representantes locales de ese partido pusieron el rostro mientras
los grandes dirigentes de Buenos Aires siempre se callaron la boca. Lo mismo
que los miembros del Ejército Argentino --entre ellos el general Balza-- que han
guardado silencio ante el crimen o aún lo defienden.
Pero lo más admirable --sin ninguna duda-- fue el trabajo de investigación que
sobre las huelgas patagónicas hicieron los alumnos secundarios del colegio
provincial nº 21 dirigidos por el profesor Daniel Soutullo y que fue premiado en
un concurso nacional. Pues bien, ese colegio se llama hoy "José Font", por el
voto de profesores y alumnos, que fue aprobado por las autoridades
provinciales. (Había tres candidatos: el científico Bernardo Houssay, la artista
Laura Vicuña y el gaucho José Font. Estos fueron los resultados finales: José
Font, 62 votos; Bernardo Houssay, 20 votos y Laura Vicuña, 19 votos.) No sólo
el colegio lleva su nombre sino también entidades gauchas de la región y una
organización cultural juvenil de Comodoro Rivadavia.
La reivindicación histórica va llegando a todos los rincones de Santa Cruz
donde se usó la bala criminal contra la dignidad de la gente. Basta que ahora
San Julián siga el ejemplo y recuerde la figura de Albino Argüelles, hombre de
Buenos Aires, que salió desde ese puerto hacia el interior del territorio,
levantando las banderas de las reivindicaciones obreras y fue fusilado por
orden del capitán Elbio Carlos Anaya. Y un poco más al sur, en Puerto Santa
Cruz, hace falta la reivindicación del español Ramón Outerelo, asesinado por el
teniente coronel Varela. Antonio Soto y sus compañeros de la zona sur de la
provincia ya han sido reivindicados y un monolito recuerda en la estancia La
Anita a los obreros caídos en ese lugar.
Toda una provincia va en busca de su historia para hacer justicia. Como vemos
fueron los auténticos pobladores y los estudiantes y docentes quienes
elaboraron la reivindicación basada en investigaciones irrebatibles,
destruyendo uno a uno los mitos de la leyenda negra que se extendió en la
Patagonia sobre esa matanza cruel e inicua.
Pero hoy la Patagonia tiene enormes dificultades para llevar adelante una
sociedad con dignidad y justicia. En el acto de Jaramillo se hicieron presentes
los desocupados de Comodoro Rivadavia. Vinieron a participar del homenaje al
gaucho José Font pero también a dejar bien en claro cuál es el desamparo que
sufren ellos y sus familias en una región difícil y que merecería la atención y el
apoyo del resto del país argentino. Ojalá que la figura de Facón Grande nos
sirva para recordar eso: la obligación de luchar contra la injusticia.
Recuerdo cuando en 1975 tuve que abandonar esta tierra por haber escrito La
Patagonia rebelde. Al asistir a estos actos, ahora, sentí el regreso definitivo de
la mano de esos héroes del pueblo, tan vejados, tan humillados, pero con el
rostro limpio, acariciados por el eterno viento patagónico.
Carancanfufa

"Carancanfunfa se hizo al mar con tu bandera y en un pernó mezcló a París


con Puente Alsina", habría canturreado Discepolín al leer la noticia del
miércoles pasado: "La Unión Obrera Metalúrgica pide autorización para
despedir personal y bajar sueldos". No, no puede ser, es la imaginación de un
trasnochado que se tomó varias ginebras o grapas para olvidar que hoy lo retó
su mujer. O la de un provocador pago para hacer la revolución en Ghana. O la
de un bromista desdentado que trabaja en los entretiempos de un club de
novios felices.
No, es cierto. Si esto habría sucedido en los años veinte el Loro Miguel estaría
hoy en la compañía de monseñor Tortolo y del cordero que quita los pecados
del mundo y la Unión Obrera Metalúrgica habría saltado por el aire para no
retornar.
Textualmente: "El pedido de Lorenzo Miguel al Ministerio de Trabajo se
concretó a través del llamado procedimiento preventivo de crisis, una norma
que fue incorporada en la Ley de Empleo de 1991 como una medida previa a
las suspensiones, despidos, bajas de sueldos o modificación de los convenios".
¡Altro que relaciones carnales! Todo en su medida y armoniosamente. Los
argentinos somos derechos y humanos. Dale que va.
Me volvió una imagen de la niñez que quedó en mí como recuerdo
imperecedero. Mi padre resolvió llevarnos a los hijos a Puerto Nuevo, para
visitar el campamento de los desocupados. Debíamos ver las injusticias
también, nos dijo, para tomar conciencia de la sociedad en que vivíamos. Yo
tenía seis años. Siempre quedé agradecido a mi padre por mostrarme esa
realidad. Vi hombres de rostros nobles que resistían a la adversidad y a la
injusticia de una sociedad de políticos felones, de militares brutales, de ricos
egoístas, de una iglesia que rezaba pero que les daba misa a todos los
anteriores. Estábamos en plena década infame.
Enfrente, los desocupados, que exigían el sagrado derecho de poder trabajar.
Recuerdo que vivían en casillas de madera y pasaban su tiempo elaborando
materiales con sus manos. Entre ellos había verdaderos artistas. Pero no sólo
eso. Ante el pueblo que les venía a dar su solidaridad hacían asambleas cada
dos horas y los músicos tocaban canciones del pueblo. Mi padre nos incitó a
saludar a algunos de ellos. Recuerdo sus sonrisas bondadosas y sus ojos
tristes.
De aquel tiempo guardo un ejemplar del periódico El desocupado, escrito en
esos campamentos. Me lo alcanzó un plomero con muchas luchas en sus
huesos. El periódico es justamente de marzo de 1933, es decir justo del tiempo
de aquella experiencia que no olvidaré. La gran desocupación que provocaron
los dueños y señores produjo la pronta réplica de las perseguidas
organizaciones gremiales. La publicación El desocupado era anarquista y
respondía a la FORA. Su carátula expresa: "Periódico de los campamentos de
desocupados; órgano del comité de desocupados de Puerto Nuevo y Palermo".
El que está en mis manos lleva el número uno. Y dice: "Con la aparición de
este primer número del campamento nuestro comité y todos los desocupados
cuentan con una nueva y eficaz herramienta de acción y lucha. En él se
reflejará todo el dolor y la tragedia de la vida que estamos obligados a sufrir
para que los capitalistas en sus palacios gocen el fruto que nuestra sangre
produjo en muchos años de trabajo. En este periódico --pequeño pero fuerte y
valiente-- vibrarán la indignación, la rebelión que surgen de todos los
corazones. Su aparición es posible gracias a nuestra unión con los obreros
revolucionarios agrupados en los sindicatos de la FORA. Ellos nos facilitan los
medios para poder expresar nuestros anhelos y organizarnos para la lucha".
Volvamos al diario del miércoles pasado. Dice: "La Unión Obrera Metalúrgica
inició el ajuste en el sindicato y en la obra social". Ajuste. El nuevo léxico que le
enseña el Loro Miguel a sus trabajadores. Hay que globalizarse, señores. Eso
se llama aprender. Relaciones carnales entre patrones y obreros. Somos todos
una monada los argentinos.
Pero regresemos a los tiempos de coraje. En el artículo "No precisamos
cosacos" --cosacos era el nombre para la policía-- señala El desocupado: "No
tenemos nada: ni alimentos ni trabajo ni ropa ni cigarrillos ni viviendas dignas
de hombres ni esperanzas siquiera tenemos pero por falta de cosacos no nos
podemos quejar. No tenemos más que una canilla en todo el campamento y
tenemos que hacer fila después de caminar varias cuadras para conseguir un
poco de agua. El gobierno no tiene plata para nada, ni siquiera para instalar
canillas en el campamento donde cualquier epidemia se puede propagar
fácilmente por la falta de agua y la suciedad en que vivimos. Pero tiene plata
para mantener ejército, para mandar a los cosacos que nos puteen y
provoquen. Días pasados, el cosaco 488 del escuadrón vino a decirnos la
palabra del gobierno: 'atorrantes, vagos, mangueros, ¿qué han venido a hacer
a la Argentina? ¿Por qué no se quedaron en sus países en vez de venir a
quitarnos el pan a nosotros? ¿No tienen vergüenza de ir a pedir comida? Los
molería a palos y los mandaría a Devoto, sinvergüenzas'. La respuesta que se
le dio fue macanuda: se le gritó, se le silbó y volaron sobre él hermosas
piedras. Esto debe repetirse cada vez que ocurran estos hechos. En todos
nuestros actos hagamos vibrar esta consigna: ¡no queremos cosacos!
¡Queremos pan, trabajo, vivienda y Libertad!". Libertad con mayúscula.
Y terminaba con esta propuesta: "¡Luchemos, camaradas, hermanos.
Apoderémonos de los depósitos de productos! ¡Ocupemos las casas
desalquiladas! ¡Luchemos por pan, trabajo y vivienda pero no pidamos limosna.
Desenmascaremos a los políticos que se quieren aprovechar de nuestro
hambre! ¡Solidaricémonos con los desocupados de la ciudad y el campo!".
Pero vivimos el presente globalizado y consumista tal como Barrionuevo,
Cavalli, Daer y Miguel lo supieron conseguir. La crónica del miércoles pasado
continuaba: "Si el pedido de la Unión Obrera Metalúrgica fuera rechazado por
Trabajo, la UOM quedaría en libertad de acción para despedir al personal".
Eso, así se habla. Y no como los anarquistas desocupados del '33. Fíjese el
lector qué lenguaje intemperante y desglobalizado: "Y si vamos a trabajar al
campo que ello sea para llevar la semilla de la rebelión a nuestros hermanos,
para constituir organizaciones de desocupados en todos los pueblos y unirlas a
la nuestra para organizar concentraciones y marchas que hagan temblar a la
burguesía y a los capitalistas. Solidaridad con los presos sociales: ellos luchan
igual que nosotros por pan y Libertad".
Pan y libertad, qué antigüedad. Para qué necesitan eso. Si con lo que les va a
dar el Loro van a poder salir cantando "Los muchachos despedidos" y van a
poder poner un quiosco o salir a pasear perros. Todo en su medida y
armoniosamente.
Claro que a lo mejor, Discepolín se hubiera ido cantando bajito: "Carancanfunfa
se hizo al mar con tu bandera y en un pernó mezcló París con Puente Alsina."
Pero qué más da. Que digan lo que digan, el Loro hace 29 años que tiene la
manija en Metalúrgicos.
La etica y el triste Patti

¿Alguien se puede imaginar que una ciudad alemana estuviera gobernada por
un guardián de Auschwitz o un torturador de la Gestapo? Más aún, ¿alguien
podría imaginarse que ese guardián de Auschwitz o ese asesino de la Gestapo
hubiese sido elegido por los habitantes de la propia ciudad para que la
gobernara? Tal vez un novelista de best-sellers podría imaginarse una cosa así,
pero, claro, el protagonista por lo menos habría cambiado de identidad antes
de reiniciar su vida con un puesto político después de haber ejercido el cargo
de verdugo.En nuestro querido país esto no sólo es posible sino mucho más.
La realidad tiene una imaginación que supera en cuotas exuberantes al
legítimo realismo mágico caribeño. Aquí no sólo se lo elige por voto al verdugo,
sino que justamente se lo elige por eso, por su calidad de verdugo, y además
sin disimulos, con su legítimo nombre y apellido. Vienen azorados periodistas
extranjeros a preguntar si esto es cierto en tierras del Plata. Sí, sí señor, es
cierto. Es el milagro argentino. A uno de esos elegidos, un verdugo mayor e
implacable, le fue mal por incapaz y ladrón, pero el capítulo Bussi quedará
como el más vergonzoso de esa provincia que alguna vez proclamó aquella
independencia que lograron las almas buenas de 1816. Hay otros verdugos,
por ahí, desparramados, pero el más macarrónico es un policía, se llama Luis
Patti y es intendente de Escobar. Subcomisario. Sub. Este personaje de la
subfauna argentina de la generación del ‘76 tiene una teoría muy ética y
cristiana: señala a quien lo quiere oír que a los delincuentes –para que
confiesen– hay que convencerlos a patadas en “el traste”. Sí, el subcomisario
Patti, intendente de Escobar por obra y gracia de las familias bien y cristianas
de esos parajes, cresta de un lumpenaje que va de quien puede pagarse rejas
para su country a quienes atravesados por la miseria alargan la mano; el
subcomisario Patti, decíamos, emplea la palabra “traste” –y no culo, que ya es
una palabrota como diría sonriente Borges– porque sus padres le enseñaron
urbanismo y es un vocablo por el cual no necesita ir al confesionario para pedir
perdón por boca sucia. Patti es un derivado de la picardía criolla hecho
sandwich para los productos globalizados de la actual moral internacional a la
mcdonald’s. Lo escuché por radio cuando reconoció haber sido protagonista
del asesinato de Pereira Rossi y Cambiaso, calificados de subversivos por Patti
en su típico lenguaje aprendido cuando fue un entusiasta sirviente de la
dictadura de la desaparición. Claro, Patti calificó ese asesinato de
“enfrentamiento”. Fue una bestial y cobarde eliminación de dos personas que
habían sido detenidas horas antes en un lugar alejado más de cien kilómetros
de donde fueron encontrados sus cuerpos. El lenguaje empleado por Patti en el
reportaje fue una de las cosas más viles y guarras que jamás escuché en mi
larga vida. Trató a sus víctimas de “hombres valientes” como si todo se hubiese
tratado de un duelo entre caballeros. Pillo, el hombre, perspicaz en su
canallada. Justo para ir adelante en esta sociedad. Como cuando él mismo se
proclamó defensor de la vida y que por eso se opone al aborto. Hombre de
principios. Sus hazañas con y sin uniforme fueron hace pocos días detalladas
con toda precisión por Miguel Bonasso en su nota “El dossier Patti” (Página/12,
12.9.99). Tal vez el hecho más aberrante de todo ese dossier haya sido la
muerte de los tres adolescentes asesinados de la forma más vil y cobarde en
Escobar y la consabida desaparición del valiente periodista Tilo Wehner que
denunció el hecho. Ahora esos actos de ferocidad tan perversos parecerían ser
nada más que un dato para las estadísticas. Pero hay que detenerse un poco y
pensar por lo menos en el rostro de esos tres chicos que jugaban al metegol y
lo que habrán sentido al recibir la muerte apenas nacidos a la juventud. Todo
gracias a la leydel “disparo primero y luego pregunto”. Y gracias al partido del
señor De la Rúa, las tierras argentinas pasaron a ser paraísos para
desaparecedores, torturadores y ladrones obedientes y debidos. Patti pudo
sonreír contento y darse a sí mismo una palmada en el traste de pura alegría
cuando la bancada radical dio el “benditos sean” a verdugos tan degradados.
Algo que la historia jamás olvidará ni perdonará.Por supuesto, el subcomisario
Patti públicamente se dijo defensor de la vida y por eso dio una opinión que
está de moda: “estoy contra el aborto”. No podía ser de otra manera. Y más
estando de elecciones. Cuando queda bien decir que el aborto “no es tema
para períodos preelectorales”. A pesar de que las estadísticas señalan que
diariamente muere una mujer argentina por causa de abortos ilegales. Pero
claro, la verdad es que son todas mujeres del pobrerío. Hay que “defender la
vida” tal como lo proclama Wojtyla, ya que siempre hay tiempo después cuando
esos hijos del pobrerío, a los trece o catorce años, empiezan a robar. Es
simple: emplear el gatillo fácil y asunto terminado. Aborto, no; gatillo fácil, sí.
Nuestra fórmula argentina, ya está. Una moral redonda. Dios, en su infinita
misericordia, tiene un rinconcito para nosotros los argentinos, que creemos
tanto en San Cayetano, la Virgencita de Luján y monseñor Rubiolo, nuestro
obispo por la gracia del Señor.Pero debemos comprender que todas las
sociedades tuvieron sus verdugos. Los que tienen el poder los utilizaron
siempre para poner en vereda a díscolos y subversivos. Se los quemaba vivos,
se los descuartizaba. La Iglesia inquisitorial nos enseñó a hacerlo ante la
menor sospecha: se los ponía en el potro, se los tiraba con cuatro caballos de
piernas y brazos, o se los hacía desaparecer, como hicimos los argentinos de
bien, llegado el momento.Las sociedades tenían verdugos pero los
despreciaban. Nosotros los votamos a intendentes y si tenemos suerte los
hacemos gobernadores, con ayuda de Rattin, Rabanaque Caballero y
Fernando Siro (qué trío, con Patti en el corazón). Los romanos llamaban
carnifex a su verdugo, que era un esclavo que dependía del Estado. Pero no se
le permitía vivir en el perímetro de la ciudad ni entrar ni al foro ni al templo.
(Aquí, Patti va a misa a la iglesia que se le canta y es recibido por amabilísimos
párrocos.) Los verdugos romanos debían llevar un uniforme llamativo y una
campanita que avisaba al desprevenido ciudadano que llegaba el sujeto
deleznable. Hasta la sepultura en el cementerio se les negaba. Nosotros,
somos más educados, los votamos para que nos manden.En la Edad Media,
los verdugos debían –en los templos– sentarse en la última fila (aquí comulgan
en primera fila). En las posadas, los verdugos sólo podían entrar si todos y
cada uno de los parroquianos lo permitía. Se le prohibía a él y a sus hijos
ejercer otra profesión. Sus hijas sólo podían casarse con verdugos. Si su mujer
sentía los dolores de parto, todas las parteras se negaban a asistirla. Cuando
morían, los cadáveres de los verdugos eran llevados por los mendigos hasta la
tumba, para lo cual la viuda debía pagar. Casi siempre, en la Edad Media, el
verdugo era además el encargado de la vigilancia de las prostitutas y, por ende,
su explotador. (Bueno, aquí, las policías siguen con esta tradición aunque le
agregan una doble de muzzarella.) En la Alemania medieval los verdugos
uniformados debían también en su tiempo libre vaciar las cloacas y juntar la
basura. El calificativo tal vez más exacto pertenece a la ciudad alemana de
Augsburg, donde el verdugo de turno era denominado “Der Hurensohn”, que
traducido al español por los mejores intérpretes de la lengua quiere decir “El
hijo de puta”.En Ramallo hemos podido ver la consecuencia del gatillo fácil. En
un reportaje televisivo Patti expresó lo que luego sucedería: “Paciencia pero no
dejar escapar a ninguno”. Que más podemos agregar. Sólo que ojalá los
ciudadanos democráticos le peguen a Patti una patada en el traste pero con la
ética y la palabra.
La Cultura del Encuentro

Ya estarán por llegar a Resistencia. Salieron ayer desde Ituzaingó, aquí nomás,
en el Gran Buenos Aires. Van en micro: 32 alumnos de cuarto y quinto año del
colegio secundario, el director del mismo don Oscar Gutiérrez, tres docentes,
tres ex alumnos y una madre en representación de los padres de los
estudiantes. Van hacia Las Palmas del Chaco Austral. Nombre cargado para mí
de nostalgias y recuerdos. Allí llegábamos con el vapor “Madrid” casi ya en la
mitad del viaje. Trabajaba yo de aprendiz timonel en los primeros meses del
cincuenta. Río arriba, después de dejar Rosario, Diamante, Paraná, Santa Fe,
Pueblo General San Martín, Santa Elena, La Paz, Esquina, Reconquista, Goya,
Bella Vista, Empedrado, Corrientes y Barranqueras, arribábamos a la
madrugada a Las Palmas con una luna siempre presente y el coro de grillos. Ya
estaban los estibadores esperando. La primera vez que llegué al pontón de Las
Palmas se gastaron una broma pesada conmigo. Yo tenía que llevar el parte de
llegada a la prefectura. Era el primero en desembarcar y debía atravesar un
puentecito. En mi camino vi que una yarará enorme me estaba esperando en
medio del puente, extendida, bloqueando el paso. Me quedé duro, ni yo ni ella
nos movimos. No quería volver al barco porque hubiera pasado como un
cobarde, cosa imperdonable para la tripulación casi toda correntina y
paraguaya. Pero lo hice. En la planchada estaba el propio capitán Almirón
quien, divertido, me preguntó por qué volvía. No supe qué contestarle y me
salió la peor imagen que jamás produjo mi sesera: “Me olvidé el pañuelo,
señor”, le dije. “¿El pañuelo? Pero m’hijo si aquí no se va a resfriar con
cuarenta grados”, me contestó jodón. Y los que lo rodeaban estallaron en
carcajadas. “Vaya sin pañuelo no más –agregó– y pase por el puente, que la
yarará ya está muerta.” No le creí pero no había pretexto que valiera y me
dispuse a todo, a riesgo de tener que trenzarme con la representante bíblica de
la manzana. Me siguió la patota y sí, comprobé que estaba muerta, ante los
sapucays exultantes de correntinos y paraguayos. Sí, ahí en Las Palmas del
Chaco Austral traíamos bolichería y cargábamos tanino, azúcar, alcohol,
algodón. En el ingenio trabajaban cuatro mil obreros. Hasta que vino el
consabido vaciamiento globalizado. Galpones vacíos y gente de brazos caídos.
Wasmosy se llevó al Paraguay las maquinarias a precios regalados. La gente
se fue. Hoy sólo quedan jubilados, algunos kioskeros y remiseros. Y mucha
gente vive de la caza y de la pesca. Pero no en sentido figurado, no. Las
Palmas es un modelo claro del neoliberalismo en el tercer mundo logrado por
los voraces y crueles de los poderes financieros y sus lansquenetes debidos y
finales tipo Patti, Rico, Bussi, todos de dos sílabas. O de tres: Videla, Massera,
Menéndez. O de cuatro, Harguindeguy, Suárez Mason. O de una, Camps. Ellos
allanaron el camino.
Pero no pudieron vencer definitivamente. Esa delegación de docentes y
alumnos de Ituzaingó llevan consigo un semirremolque de once metros de
largo con 700 cajas de ropa, mil y pico de pares de zapatillas, útiles, libros,
juguetes y también, ¿por qué no?, alfajores. Antes de partir me encontré con
ellos. Esteban, un pibe de diecisiete años, me explica todo con una sabiduría
de pueblo que me deja boquiabierto y me hace comprobar qué pocas palabras
académicas se necesitan para expresar la verdad y la nobleza de los
sentimientos. “No lo hacemos por asistencialismo –me dice-, lo hacemos
porque obtenemos unos beneficios incalculables: nos agradecen con humildad
porque hay una honda sabiduría en ellos, la gente de la tierra con sus
experiencias, su amor por la naturaleza, su capacidad de interpretar lo que es
la pobreza extrema sin traicionar sus principios heredados de siglos.” “Lo más
hermoso –agrega Esteban– es a la noche: nos sentamos en ronda y cada uno
dice lo que siente, ahí somos todos iguales, tenemos la misma capacidad de
sentir. Sí, ellos, los chicos, los grandes, los viejos nos enseñan un montón de
cosas que en la gran ciudad nos pasan desapercibidas.”
Así habla Esteban, 17 años, de Ituzaingó, un barrio del Gran Buenos Aires con
alto porcentaje de desocupados y la violencia característica de la Argentina
2000. El director del colegio, Oscar Gutiérrez, define el sentido del viaje como
un medio para aprovechar “la cultura del encuentro”. La amistad por la amistad
misma con la solidaridad como la expresión máxima de la cultura.
(7-7-76 “En ocasión de una requisa general del pabellón Nº 6, donde se
encontraba Raúl Augusto Bauducco, a disposición del P.E.N., todos los internos
fueron trasladados a un patio interior y puestos contra la pared con las manos
en alto. En ese estado los reclusos fueron golpeados con bastones de goma. El
cabo primero del Ejército Miguel Angel Pérez aplicó entonces fuertes golpes a
Bauducco, haciéndolo caer. Le ordenó levantarse y al no hacerlo lo amenazó
con pegarle un tiro. El militar solicitó al teniente Enrique Pedro Mones Ruiz, a
cargo del procedimiento de requisa, autorización para proceder. Ante el
asentimiento del oficial vuelve al lado del detenido y le reitera ‘levantate o te
mato’ procediendo a accionar el gatillo de la pistola que apuntaba a la frente del
detenido dándole muerte.” “El médico José Renee Moukarzel fue sacado el
mismo día del pabellón por el teniente Gustavo Adolfo Alsina, estaqueado en
uno de los patios desde el mediodía hasta medianoche, permanentemente
golpeado y le echaban agua, como no respiraba lo llevan a la enfermería,
donde el enfermero Fonseca constata un paro cardíaco. El teniente Alsina le
prohíbe toda atención, siendo el desenlace la muerte del médico Moukarzel.”
(De la acusación presentada por el doctor Rubén Arroyo en el juicio por la
verdad real contra el genocida general Luciano Benjamín Menéndez.)
(31-3-77 Relato de María Cristina Brea, hermana de la psicóloga Martha María
Brea, desaparecida en el campo de concentración El Vesubio, a cargo del
teniente coronel Durán Sáenz y el general Suárez Mason: “Mi hermana Martha
fue secuestrada del hospital Aráoz Alfaro de Lanús, en pleno día, en presencia
de pacientes, médicos y personal del hospital. Martha, de profesión psicóloga,
trabajaba en el servicio de psicopatología. Me baso en los testimonios de los
doctores Pablo Abadie, Ricardo Meabe y Horacio Vommaro, quienes en esa
época trabajaban en el hospital y fueron testigos de su secuestro. Ese martes
se había reunido el Consejo de Psicopatología integrado por los coordinadores
de los equipos médicos; allí se encontraba mi hermana. Esta fue requerida
desde la guardia en forma urgente, hecho insólito ya que había médicos de
guardia. Fue una estratagema para detenerla. Dos o tres personas irrumpieron
en la sala de reunión y arrastraron en forma violenta a mi hermana, a la que
tomaron de los cabellos. A la vez, dos uniformados con metralletas entraron en
la sala de espera ocupada en su mayor parte por niños y adolescentes con el
fin de inmovilizarlos. En el patio había un auto al que subieron a Martha. El
domicilio de mi hermana fue violado y saqueado en la madrugada posterior a
su secuestro”. Martha Brea fue llevada al campo de concentración El Vesubio.
Allí se le aplicó la muerte argentina: torturada, se la humilló hasta el hartazgo y
luego “desaparecida”. Los viles autores fueron premiados por los legisladores
que levantaron la mano para “obediencia debida” y “punto final”, casi todos los
cuales son candidatos en las próximas elecciones.
Pero no pudieron matar para siempre la palabra solidaridad. Un micro alquilado
con alumnos de un colegio secundario viajan hacia Las Palmas del Chaco
Austral. Los sigue un semirremolque con juguetes y alfajores. Sueñan con
construir un mundo solidario.
Tacheles

En el aeropuerto de Francfort compro el diario local. El título de tapa me


asegura poder seguir de cerca la polémica creada acerca del consecuente
camino del primer ministro socialdemócrata alemán Schroeder para que no se
lo confunda con un socialista y para confirmar su alejamiento de todo aquello
que lo sospeche de izquierdista. El quiere situar a su partido definitivamente en
el Nuevo Centro. Un lugar cómodo en política, si se toma como política sólo el
arte de ganar elecciones. Se está en el centro, se es simpático. De esta
manera se quita toda sospecha que podría originarse porque, en su juventud,
perteneció al movimiento estudiantil del ‘68. El capital lo mira ahora con buenos
ojos, hasta con sonrisas y aplausos. El jefe del bloque de socialdemócratas del
Bundestag, doctor Peter Struck, lo ha reforzado con palabras bien claras para
que todos, definitivamente, entiendan que la socialdemocracia, aquel partido
que cantaba “La Internacional”, es hoy el Nuevo Centro. Para que no quede
ninguna duda, dijo esta sorprendente frase: “La vieja posición de un partido de
los Trabajadores, aquello de quitarles a los ricos para darles a los pobres, no
puede ser ya la política de una sociedad moderna”. La frase me dejó pensando
durante todo el vuelo que me aproximaba a tierras latinoamericanas. Recordé a
los grandes pensadores del socialismo alemán: Marx, Engels, Kautzky,
Bernstein, Eisner, Bebel y me dije: “¿Qué pensarían de este nuevo manager
del pensamiento ‘socialista actualizado’?”. Traté de reordenar mis ideas
buscando comprender en toda su profundidad esta especie de anatema
histórico de Struck contra todo el pensamiento humanista de siglos. Me acordé
de aquel sensible francés, Graco Babeuf, y su libro: La guerra de ricos contra
pobres, en su nueva versión de: “No quitarles a los ricos para darles a los
pobres”. ¿Y la violencia? Porque las estadísticas señalan que hay cada vez
menos ricos más ricos y cada vez más pobres más pobres desde la
globalización del neoliberalismo. Parece ya una regla matemática. Entonces,
¿cómo es la cosa?: “Si de la torta no toco los pedazos grandes, y subdivido los
trozos de los pobres para darle cada vez trozos más chicos, llegaremos a las
migajas”. No, no puede ser, me digo, lo que pasa es que yo tengo una
mentalidad de principios de siglo cuando se pronunciaban aún las palabras
solidaridad y dignidad. No, lo que quiere el señor Struck es producir una torta
más grande, así los ricos pueden alimentarse más a gusto y sin temores de
que se les toque sus trozos grandes y al mismo tiempo los pobres –si se portan
bien y no le dan sustos a los ricos– podrán seguir recibiendo sus trocitos, si
están en el primer mundo, y migajas si están en latitudes que ya no tienen
remedio. Pero me queda la duda: ¿producir más para qué, lo aguantará el
planeta? ¿No sería más inteligente regular lo que tenemos y ver si alcanzapara
que los niños de Guatemala dejen de trabajar y puedan ir a la escuela o ir a
jugar y las mujeres de Pakistán dejen de trabajar dieciséis horas por día
cosiendo pelotas Adidas? No, no. Porque las leyes de la actual economía nos
dicen que para producir más y el capitalista no se enoje y no se vaya, la mujer
pakistaní deberá dejarse de protestar y flexibilizarse, si la empresa se lo pide, y
trabajar dieciocho horas. Lo acaba de decir claramente el señor De la Rúa,
argentino, él, quien con voz tonante de candidato recitó la regla de oro: “La
Argentina debe bajar los costos”. Esto es bueno así les hacemos más atractivo
al país a quienes tienen dinero, así los Benetton pueden comprarse el
Aconcagua y Ted Turner, adquirir con exclusividad los derechos de pescar en el
Nahuel Huapi y para que los políticos del sistema puedan llevarse dos
profesores de golf y tres peluqueros en sus giras. Ahora la cosa es fácil. No
como en 1907 que los obreros de Ingeniero White tuvieron el tupé de exigir que
se les bajara el kilaje de las bolsas de 80 kilos que les deformaba las espaldas
y trabajar ocho horas en vez de once. Y para eso salieron a la calle y
combatieron a brazo partido. No, ahora la cosa es más fácil: ante subversivos y
anticuados pedidos de justicia se recurre a los Patti y a los Rico y a las malditas
policías que van a aumentar a medida que las protestas se incrementen,
porque a la gente no le gusta trabajar y éste es un país grande y que el que
quiere puede como decía mi abuelo.
Me reprimo porque esas cosas ya no se pueden decir, son antigüedades. Las
escribían Rodolfo Walsh o el Paco Urondo y así les fue. No, mejor, sigamos
leyendo el Frankfurter Rundschau porque están las jugosas declaraciones del
ministro de Economía del gobierno alemán, Müller. Habla “Tacheles” que,
traducido al buen porteño, quiere decir: “Señores, se acabó la joda”. Basta de
pedir, basta de llorar, a ajustarse los pantalones porque sino van a tener que
bajárselos una vez más. Dice Müller taxativamente: “La cuota del Estado debe
ser reducida al cuarenta por ciento mediante la eliminación de subvenciones, la
revisión de reclamos sociales y el achicamiento de la administración pública.
Tampoco los sistemas de seguro social deben cerrarse a los cambios sociales
sino que serán acomodados dinámicamente y sometidos a una reforma
estructural”. Y una frase definitiva: “Sólo un Estado social que se puede pagar
es un Estado social seguro”. A esto se lo califica “realismo” como también a la
frase que, traducida, quiere decir más o menos: si vivís en una región pobre,
arreglátelas como puedas: “Los próximos convenios laborales deberán firmarse
de acuerdo con las diferencias de calificación y de región, pero también de
acuerdo con las condiciones del mercado de trabajo en cada caso”. Es decir, si
vives en Catamarca trata de venir a Escobar, o mejor, a Miami, porque vas a
terminar como Espartaco y los suyos, en el ‘73 antes de Cristo.
La única solución es reducir los costos. Por ejemplo, Julia. Christa Hintze, de la
Congregación Evangélica Alemana de Buenos Aires, describe en la Revista
Parroquial la vida de Julia, habitante de una villa de emergencia del Gran
Buenos Aires. Julia tiene más hijos que dientes. Siete hijos y no puede adquirir
una prótesis dental, lo que no es impedimento para que se ría con la boca bien
abierta. Igual sigue adelante: cobra doscientos pesos por mes como barrendera
y trabaja cuatro horas por día. Su marido no tiene trabajo y es alcohólico. Julia
está orgullosa de sus hijos y ya tiene, como primer paso, una reducida casilla
de madera. Pero a la noche sólo toman mate cocido con pan “y a veces nada”.
La religiosa Hintze señala que Julia y su familia “pertenecen a los 3,5 millones
de indigentes con un ingreso mensual de hasta 200 pesos por mes que están
incluidos en el total de 13,4 millones de pobres existentes en la Argentina con
un ingreso mensual de hasta 400/420 por mes. La canasta de alimentos
mínima para cuatro personas se valúa en 480 pesos. Es una canasta de
alimentos muy elemental, debajo de ella hay problemas de sobrevida
biológica”. Julia barre por sus hijos y por la vida. Pero tienemiedo por el futuro
de esos hijos. ¿Cómo se abrirán camino en un país que tiene que bajar los
costos?
La Luciérnaga se llama la revista que venden los pibes pobres de Córdoba que
no quieren humillarse a pedir limosna. A la hora del semáforo rojo, ahí están,
con sonrisas mostrando con orgullo el producto de ellos y de la gente de buena
voluntad que nunca muere. La Luciérnaga es una revista con luz. En este
número está Agustín Tosco en la tapa. Los maestros del barrio Carrillo y de la
villa “Fátima” en Capital Federal, sí, en Capital Federal, hacen cursos
voluntarios para que los chicos y las chicas de las villas aprendan plomería,
electricidad y hasta inglés. Los hijos de desocupados, en Comodoro Rivadavia,
hicieron una agrupación para pedir becas sociales de cien pesos y así poder
estudiar. Se llaman Rocío, Ana Claudia, Jorgelina, María Elena, Roxana,
Leandro, Malena, y tienen entre seis y ocho años. No se rinden, aunque
terminen como Julia, con más hijos que dientes.
¿Nos corremos al centro y bajamos los costos argentinos? ¿O los imitamos a
Julia, a los maestros de Fátima y a los niños de Comodoro, para luego hablar
más fuerte?
HER GÜNTER GRASS: HAY QUE CRITICAR

Günter Grass –sin ninguna duda el mayor escritor vivo del idioma alemán- se
ha comprometido siempre con la actualidad política de su país. Nunca se
encerró en la torre de marfil sino que salió a la palestra a decir su opinión sobre
los acontecimientos políticos de su tierra y del mundo. Como debe ser un
intelectual: escribir sin aceptar mandatos de balcones ni de púlpitos pero sí
seguir el paso de su sociedad y mostrar ética ciudadana.
Grass se metió en la discusión que se ha levantado en toda la izquierda
europea de qué significa socialismo en el año dos mil, luego del papel firmado
por Blair y Schroeder que quiere trasladar definitivamente al centro lo que nació
a la izquierda. Socialismo con un nuevo nombre: “El Nuevo Centro”, o el “Tercer
Camino”.
Grass es un socialdemócrata que acompañó a Willy Brandt. Por ahora está con
Schroeder, y pide paciencia, darle oxígeno a su fatigado gobierno.
No deja de tener razón Grass en aquello que a un gobierno nuevo hay que
darle tiempo, y no demolerlo a las semanas de haber comenzado, más en este
caso, dieciséis años después del conservador Kohl. Pero donde se equivoca
Grass es en asustar con la tragedia de 1933 cuando Hitler llegó al poder. Grass
hizo suyas las palabras del escritor antinazi Kurt Tucholsky quien, desde su
exilio en Suecia, hizo responsables del triunfo de Hitler a quienes habían
criticado a los gobiernos de la débil República de Weimar. No fue así. Hitler
llegó al poder porque todos los partidos representantes del poder económico-
financiero y de las estructuras de las culturas religiosas –como el católico
Partido del Centro– le dieron su voto en el Reichstag y le otorgaron plenos
poderes.
No criticar al oscilante gobierno de Schroeder es como si a los argentinos se
nos corriera con el fantasma de no censurar a Duhalde o De la Rúa porque si
no pueden surgir desde las sombras un Patti o un Rico.
Creemos que el derecho a crítica es el arma principal del ciudadano
democrático, pero nos referimos a la crítica sin demagogias ni solapados
alcances. Y eso es lo que está pasando en Europa en la discusión sobre la
presunta muerte del socialismo y el aparente triunfo inaugural de una nueva
época del “centro modernizado”.
Y Grass se equivoca al pedir que se detengan las críticas a Schroeder. La
tregua se acabó en el mismo instante en que éste –con Blair– aconsejaron
abandonar los ideales por los cuales mucha gente los votó. Principalmente, en
Alemania, los más de cuatro millones de desocupados. Es decir, cambió de
programa cuando era necesario debatir más que nunca cómo en tiempos de
escasez debe impartirse justicia, y no disminuir esa justicia a medida que
avanza la escasez.
El “Nuevo Centro” nos habla de “dinamización de la economía” y de “la
liberalización de creatividad e innovación”. Todos sabemos –y las estadísticas
de la última década lo demuestran– a quién ha favorecido la “dinamización de
la economía” y a quién dio ganancias la “creatividad e innovación”. Querer
solucionar los inmensos problemas mundiales con más de lo mismo tiene un
algo sospechoso a demagogia y facilismo. La única solución está en restringir
la “libertad” de ganancia para que el reparto no sea tan injusto. La clave no es
producir más para vender más y ganar más sino producir para que el esfuerzo
de todos vaya dando soluciones alos problemas insolubles del planeta. El plan
anglo-alemán del laborismo de Blair y de la socialdemocracia de Schroeder
pinta muy bien para un mundo que sólo estuviera conformado por Estados
Unidos, Alemania y Gran Bretaña.
Ahí sí, calza perfecto. Cuando ellos dicen: “nosotros apoyamos una economía
de mercado y no una sociedad de mercado”, nos parece un pensamiento
brillante, ¿pero quién le pone el cascabel al gato si cada vez más la línea la
dicta el mercado globalizado? Si nada tiene que dar pérdida y todo ganancia,
¿dónde queda la cultura, la salud, la educación? El documento de quienes
todavía usan nombres y divisas socialistas tiene párrafos que envidiarían los
propios neoliberales. Dice: “El punto de vista de que el Estado debe corregir
errores de mercado perjudiciales, llevó demasiado a menudo a una ampliación
desproporcional de la administración y la burocracia, en el marco de la política
socialdemócrata. Tenemos valores que son importantes para los ciudadanos
como: rendimiento personal y éxito, espíritu empresario, responsabilidad propia
y sentido común y que en el pasado los postergamos en busca de aspiraciones
universales”. Quien leyera a los luchadores del siglo pasado no podría creer lo
que hoy firma el titular del mismo partido de aquellos pioneros.
Este mundo actual, donde la violencia entra por la puerta de calle fue obra
precisamente de un mundo creado bajo la inspiración del “espíritu empresario”,
del “rendimiento personal” y del “éxito”. Todo lo contrario nos enseña la
experiencia: lo que hay que enaltecer es el espíritu solidario, la convicción de
que el beneficio de la sociedad es el principio del beneficio propio. Esa es la
ética que tiene que enseñarse y aprenderse si se quiere, dentro de la libertad,
el logro de una vida de dignidad para todos. Hay que cambiar la mentalidad de
que lo “práctico” es sólo lo que atiende al rendimiento personal; justamente lo
verdaderamente “práctico” a la larga es lo que sirve para toda la sociedad y al
mismo tiempo protege el medio ambiente en el que vivimos.
Esa tiene que ser la misión del verdadero socialismo: el solidarismo.
Por supuesto que es positivo repensar, pero no repensar para retroceder. Citar
ahora el “sentido de realidad” o aquello de que al ser humano sólo lo mueve lo
que beneficia su interés personal es volver poco a poco a la ley del más fuerte.
Y lo vemos ya aquí, en Alemania, donde Schroeder anuncia restricciones:
ahorro se llama y por supuesto deben ahorrar los más débiles. Se habla ya
abiertamente que hay que despedirse de sindicatos y de otras organizaciones
de derechos comunes ya que el futuro va a estar en el individualismo y en la
dinámica económica. La pregunta es ¿cómo hacer entonces con los jubilados
que viven cada vez más años y los dependientes que cada vez son menos y
deben pagar más para solventar las jubilaciones, si esto sólo se mira desde el
principio del mercado? ¿Qué hacer con los enfermos en un sistema de salud
pública que cada vez se limita más? Privatizar significa recibir el servicio de
acuerdo a la categoría que se paga. Es decir, caeríamos definitivamente ya en
la sociedad de elegidos y condenados.
La solución, la difícil solución no está corriéndose a la derecha. Sí, tal vez en
aprender de los errores de la izquierda para ir paso a paso en búsqueda de
sociedades articuladas en un sentido del bien común. Es posible regular la
economía mundial de acuerdo a las necesidades de todos,siempre que se
tome como tema de discusión fundamental en los organismos mundiales. Para
ello, es esencial que las universidades no se privaticen, es decir no pasen al
servicio de tal o cual empresa o pool económico, sino que pertenezcan a la
sociedad. Allí es donde deberán pensarse las soluciones que incluyan a todos.
Marcharemos más despacio pero con menos violencia. En esas universidades
se debe proyectar el sistema del futuro. Y se debe crear un congreso mundial
de debate de soluciones integrales. Sin solución mundial nadie logrará ni
soluciones parciales.
¿Utopía? Sin lugar a dudas. Pero el único camino posible. Hay que lanzarse al
desconocido mar de la utopía con las tres carabelas. Dignidad, Solidaridad y
Libertad. No para destruir paraísos sino para descubrirlos.
Pirulos

El diario de esta ciudad trajo un pirulo de tapa. Cita a la página de los avisos
clasificados del Tagesspiegel de Berlín, en la sección de “Mucamas”. Dice:
“Joven maestra, habla alemán, ruso, ucraniano, inglés y polaco. Busca trabajo
como mucama (limpieza, cocina, etc.)”. Sin comentario. Evidentemente se trata
de una mucama globalizada. Con casos así podemos sostener que hemos
pasado ya a ser una sociedad de servicios cada vez mejores. Quien tenga
dudas, lea la información del General Anzeiger de ayer: la firma distribuidora
Otto Versand anuncia que ya puede cumplir con el servicio de llevar el
desayuno a la cama. Ni el emperador Caracalla pudo soñar alguna vez con
esto ¡porque hay que ver qué desayuno! Con las delicias del paladar de todos
los continentes y todos los mares. (No voy a caer en la impudicia de citar aquí
la estadísticas de Naciones Unidas de los niños que se mueren de hambre). Es
decir que no podemos negar que los que están bien en este neoliberalismo
final están cada vez mejor. Ahora sí, el pobre diablo sin trabajo que vaya
aprendiendo unos cuantos idiomas si quiere llegar a limpiar pisos o llevar
desayunos.
Es interesante el estudio de la sociología del primer mundo a través de los
avisos clasificados. Pero también de algunas noticias de primera página para
hacer callar a los pesimistas: “Siemens aumentó sus ganancias en un 17 por
ciento mientras que las ventas lo hicieron en un 12 por ciento, en los primeros
seis meses de este año”. Esos son números, esas son medallas. Esto anda
cada vez mejor. Y si a esta información se agrega la que está en la columna de
al lado se nota que a la globalización no la para nadie: “La empresa Madaus de
medicamentos se tecnifica cada vez más y eso hace posible que deje cesante
al 41 por ciento de su personal”. Cifras recién salidas del horno. Claro, está
bien calculado: Madaus produce medicamentos y echa a gente y como se sabe
que entre los desocupados hay más enfermos que entre los que tienen trabajo,
va muy bien la fórmula: más medicamentos, más enfermos, más ganancias.
Eso es lo que se llama una economía sana. (Uno se avergüenza cuando lee
libros de ciencias económicas del siglo pasado. Por ejemplo, aquel inglés Alfred
Marshall, el de los Principles of Economics que se consideraba un capitalista
progresista –yo lo calificaría un capitalista inteligente– y que puso ese lema
irrefutable: “El capital más valioso es el que se invierte en los seres humanos”.
Claro, este intelectual de la economía llegó a eso así: “Comencé a visitar los
barrios más pobres de las diversas ciudades, recorrí calle tras calle y miré en el
rostro a los más pobres de los pobres. Fue cuando decidí estudiar lo más
profundamente posible los principios de la Economía Política”.
Pero volvamos a la realidad de este dorado 1999: lo leemos en la primera del
Frankfurter Rundschau. El tema es McDonald’s y sus restaurantes para las
generaciones globalizadas. Se trata de un insólito caso de rebeldía para los
tiempos que corren. Un estudiante que era empleado en McDonald’s resolvió
iniciarle juicio a la todopoderosa empresa. Este estudiante merece ser
nombrado: se llama Oliver Gottwald. Oliver, especie de Espartaco de fines del
siglo veinte, se presentó ante la justicia porque McDonald’s lo había dejado
cesante de un día para el otro. ¿Qué había ocurrido? Un día se le había
presentado el jefe de personal para decir que tenía que firmar una cláusula en
el contrato de trabajo donde él, el empleado, debía hacerse cargo de la mitad
de las cargas sociales que debe –por ley– pagar la empresa. Y le hizo ver que
si se negaba a hacerlo lo iban a poner de patitas en la calle. Todos los otros
empleados aceptaron. Pero Oliver, no. Y como la empresa norteamericana
tiene sus principios basados en los sagrados principios de la libertad, le dio el
empujón necesario para que Oliver pensara su futuro en las colas de
desocupados. Ni corto ni perezoso, Oliver recurrió a la justicia. La justicia citó al
representante empresarial, pero éste no fue, haciéndole saber al juez que “no
podía concurrir porque estaba de vacaciones”.
Ahora, todo el mundo espera ver que pasará en esta nueva versión de David
contra Goliath. El diario adelanta que es muy posible que lajusticia le dé la
razón a Oliver, pero que si bien puede ganar jamás volverá a ser retomado en
el trabajo. Claro, todo es según quién tiene la manija. Manija y coima son la
nueva ética de estos tiempos. Pero es que si se obliga a la empresa a retomar
a Oliver, ¿dónde quedan los sagrados principios de la flexibilización y la
desregulación? Por aquello de que: bueno es todo aquello que es útil a la
economía, todo aquello que tiende a limitarla debe ser eliminado de inmediato.
Si Oliver gana el juicio es posible que emigre el gran capital. ¿Entonces? No.
Por algo en Estados Unidos fueron ahorcados los cuatro anarquistas que hace
justo 122 años exigían las ocho horas de trabajo. Esos obreros estaban contra
la libertad. Por lo menos contra la libertad empresarial, palabra liminar, hoy. No,
eso ahora no va a pasar con Oliver, porque los métodos de convencimiento son
mucho más inteligentes ahora. Pero eso sí, a Oliver le va a costar conseguir un
nuevo trabajo. Nada es gratuito en este democrático mundo de libertades.
Porque, principios son principios.
El poeta alemán Jürgen Fuchs escribió poco antes de su temprana muerte,
ocurrida hace pocos días, esta frase: “El capitalismo mató a la poesía”. Su
experiencia lo había deprimido totalmente. El había sido uno de los
intelectuales en la Alemania comunista más combativo contra el denominado
“socialismo real”. Fue expulsado a la Alemania Federal y aquí hizo una larga
experiencia. Su alma sensible no soportó la realidad de que quien no marcha al
mismo ritmo se queda en la cola de los vencidos. No tuvo ya esta vez la fuerza
de salir a la calle a protestar. Pero creemos que esta vez se equivocó, Jürgen
Fuchs: el capitalismo puede hacer, de lo más sagrado, una mercadería
vendible. Pero lo único que nunca va a poder matar es a la poesía, que es
invencible.
La próxima víctima es la cultura. Aquí se ha iniciado el gran debate. La cultura
es una mercadería que también debe autofinanciarse y, en lo posible, dar
ganancias.
Los responsables de teatros, museos y orquestas sinfónicas califican a esto de
la verdadera “decadencia de Occidente”. Se financian por sí mismos o cierran.
Orientarse en el mercado y en la demanda. “Así morirán sin remedio las artes
creativas”, dijo el titular del Instituto Goethe, Hilmar Hoffmann. Muera la cultura,
viva la diversión. La discusión ahora está en manos de expertos financieros.
Goethe ya no da ganancias. Beethoven, apenas. Los viejos también sólo
cuestan, no dan ganancias, ¿por qué no los flexibilizamos? Pero no hay que
ver todo negativo. Hay cosas positivas como lo que ocurre en Bonn, en la casa
donde nació Beethoven: allí funciona un venta de artículos beethovenianos:
remeras con la cabeza del genial sordo, o platos con su firma, o vasos con los
nombres de sus sinfonías. En los diarios sale la lista con todo el surtido.
Comprar, comprar, ganancias, ganancias. Aprendamos de Siemens,
aprendamos de Estados Unidos.
Esto lo han aprendido muy bien los socialistas europeos. Después del famoso
acuerdo Shroeder-Blair, todo ha comenzado a hacerse a su tiempo y
moderadamente. El ministro de Economía del gobierno socialdemócrata-verde
de Alemania va a ahorrar, lo que los conservadores no hicieron. Por eso está
ya el proyecto “socialista” de no subirles más a los jubilados la cuota de los
convenios firmados de cada respectivo gremio, sino sólo el porcentaje de
inflación. Pero eso es apenas un botón de muestra. Hay que ajustarse el
cinturón. Pero no los que tienen mucho, porque si no se van, sino los
dependientes. El gobierno “de izquierda” quiere reducir a un 40 por ciento la
cuota del Estado, esto significa reducir subvenciones, leyes sociales y personal
administrativo. Es decir, un paso más hacia el neoliberalismo. El profesor
Leonhard Hajen, de la Universidad de Hamburgo, le han respondido al primer
ministro que el neoliberalismo no ha solucionado ningún problema. El
neoliberalismo reduce la política y la sociedad a la lógica del mercado y de la
competencia. En forma extrema ese sistema paraliza la falta de solidaridad de
la sociedad. Por ahí no está la solución. Un gobierno de “izquierda” tiene que
extremar la imaginacióny poner en duda todo lo que lleva a la desigualdad y a
la falta de dignidad. El mercado todavía no ha podido matar los ideales de un
sistema solidario, y no los va a poder matar nunca.
Y un tema para otro pirulo de tapa: el primer ministro alemán Schroeder, a la
vez titular del partido socialdemócrata, ha escrito una carta personal a todos los
afiliados a ese partido. Encabezó la carta con “queridos amigas y amigos”. Un
afiliado a ese partido –al cual pertenecieron Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht– recordó con tristeza que antes, los titulares del partido
encabezaban sus cartas a los afiliados con las palabras: “Queridos
compañeras y compañeros”.
El Huevo de la Serpiente

Nuestra pobre democracia sufre humillaciones que ni siquiera tendríamos que


haber imaginado a dieciséis años de que “el último de facto” –como se
autotituló ese general cavernícola, ejemplar extraído de algún catálogo del
museo de cera del espanto, llamado Bignone– saliera por la puerta excusada
de la historia. Parecía que habíamos llegado entonces al final del laberinto del
oprobio. Fue cuando tomó el poder el gobierno elegido por las urnas. Porque si
hubiéramos escrito “hace dieciséis años que recuperamos la democracia”
habríamos caído en la demagogia. Porque, vamos a repetir una vez más que
democracia no es tener la libertad de elegir cada dos años entre dos que hacen
lo mismo con distintos métodos, sino alcanzar a vivir en dignidad y libertad. Y
dignidad significa nada menos que hasta el último poblador tenga trabajo con
leyes laborales justas, educación, vivienda, derecho a una vejez tranquila y –
aquí llegamos– derecho a la salud. Justamente aquí, la población argentina
está viviendo horas de profunda vergüenza y humillación. Todos los argentinos
debemos sentirnos avergonzados ante el espectáculo. Hemos visto a un
matasiete golpista invadir un hospital, que siempre tiene que ser un templo de
la sabiduría y comprensión, un lugar donde la solidaridad humana debe
mostrarse en su más alta capacidad, donde el sano ayuda al enfermo, donde la
ciencia está para servir a la humanidad. El individuo que usó el uniforme para
ocupar cuarteles y levantarse contra el gobierno legítimo, que hizo volar
puentes construidos con el sacrificio de los habitantes, que se pintó la cara
para asustar la paz y esconder sus mil complejos de matón equivocado de
época, el que alardeó de gritar que “un asturiano nunca se rinde” y fue el primer
asturiano que se rindió en la historia del mundo cuando escuchó el ruido de un
cohete que un niño había prendido a cinco cuadras de distancia, ese
antiejemplo de hombre culto, un desecho de un sistema que había enlutado el
hogar argentino con el método de asesinato más cobarde y criminal de la
historia del mundo, ese patotero fuera de época, triste remedo de los taitas de
Barceló de los años treinta, gritón por antonomasia cuando tiene pistola al cinto
y matones a su servicio, esa vergüenza argentina, que taconea moviendo el
trasero como si tuviera en la oreja un walkman con la marcha de Ituzaingó, esa
ridícula imitación milonguita de Mussolini, ése, quiere hacer formar a los
hombres y mujeres de la salud en una fila de reclutas para gritarles marcar el
paso, lo único que aprendió en su vida, amén del manejo del gatillo.
Su hipótesis de conflicto son los médicos, su objetivo de brevedad mental son
los nosocomios. Pareciera que es cierto lo que sostuvieron pensadores acerca
de que el militar es enemigo por antonomasia de los médicos porque aprenden
a matar, mientras que a éstos se les enseña a salvar la vida contra tanta
muerte irracional. Tal vez no haya algo más desolador del sinsentido que ver
cómo en las guerras se despanzurran los más bellos jóvenes de la creación,
mientras adentro los médicos tratan de salvar una pierna, o un ojo, o toda la
vida de quienes no saben por qué ni el porqué los mandan a matar.
Es de profunda aflicción, de profunda angustia, ver cómo la sociedad no
cumple con su deber con todos los trabajadores de la salud. Alguna vez, el
caso de San Miguel, servirá para medir toda la irracionalidad que a veces
asalta a la sociedad argentina. Tomar como objetivo de lucha el ataque a los
trabajadores de la salud es deprimente e injusto hasta el ridículo. Ahora
pareciera que la culpa de toda esta miseria no la tiene el sistema económico ni
la ley de patentes de medicamentos, ni la industria de la salud, no, no, la tiene
el médico de guardia, la partera, la enfermera nocturna. Para el bruto de ideas
uniformadas son todos haraganes. Me acuerdo de mi servicio militar: cuando el
teniente coronel estaba de mal humor nos llamaba haraganes y había que ir a
cortarle el pasto al césped de su casa, o a lavarle el auto. Ese es el principio
rector de un uniformado mental metido a administrador de la sociedad. ¿Por
qué todos se callan la boca ante tamaña injusticia, ante los desaguisados de
Aldo Rico? ¿Piensa el gobernador Duhalde que dejando a este sargento
primero de labravata de cara pintada va a ganar votos? El tema de la salud
pública sólo se puede resolver en el gran debate donde deben ser
protagonistas los hombres y mujeres de experiencia y no un mequetrefe gritón
acompañado de treinta sayones de patada y cachiporra. Deben ser los gremios
médicos y los representantes de los interesados quienes puedan resolver el
problema sin afectar a los humildes. No, todo lo contrario, se deja que un gritón
emplee la palabra haraganes de acuerdo al vocabulario fascista. Lo único que
le falta al capitán es que califique de “judíos y marxistas” a los médicos. Y no
exageramos: véase el vocabulario que usa el delincuente Rico para calificar a
trabajadores honorables.
Rico, siempre en su papel. Si alguna vez sirvió al régimen militar que apoyó los
planes de Martínez de Hoz e hizo desaparecer a decenas de delegados
obreros y a la juventud que quería más justicia social para los desposeídos,
hoy sirve al plan de privatización de un hospital público, lo más irracional que
puede imaginarse. Privatización a puñetazos con la cara pintada, Argentina
1999.
Pero la falta de respeto llega mucho más hondo. Proporcionalmente, el gremio
médico es el que más desaparecidos tuvo en la dictadura, de la cual Rico fue
un lansquenete más. Con inmenso dolor uno puede repasar la lista: 365
desaparecidos, de ellos, 160 médicos. Eran además enfermeros, bioquímicos,
psicólogos, asistentes sociales, empleados. Secuestrados, brutalmente
torturados, asesinados, tirados en una fosa común o arrojados al río. El capitán
Aldo Rico, en vez de avergonzarse públicamente y de pedir perdón por tanto
crimen, va a la casa de la salud a insultarlos, hacerles pegar, ordena su
traslado. Los radicales, quienes en su gobierno incubaron el huevo de la
serpiente, se callan la boca; el gobernador Duhalde piensa en votos. Todos
ellos se hicieron los distraídos cuando, por ejemplo, fueron desapareciendo uno
a uno los miembros de la Federación de Médicos Residentes y Psicólogos. Esa
federación tenía esta noble consigna: “Por una medicina gratuita, igualitaria,
científica, a cargo del Estado y al servicio del pueblo”. Esta organización, desde
1968, se opuso tenazmente a las distintas propuestas de los gobiernos
militares de un recorte a la gratuidad de la asistencia sanitaria. Luego, la
dictadura militar persiguió despiadadamente a este conjunto de jóvenes
médicos. No sólo se los secuestró e hizo desaparecer, sino también, en todos
los casos, las fuerzas militares represivas les quitaron todos sus bienes. Hasta
los instrumentos médicos que tenían en sus casas para atender de urgencia a
gente pobre de sus barrios. Nombres que hacen pensar y no permiten el olvido:
Edith Casares, residente de cirugía del Hospital Italiano; Graciela Alba Vallejos,
médica pediatra del Hospital de Niños de Buenos Aires; Eduardo O’Neill,
médico neurólogo, del Hospital Ramos Mejía; Norma Savignone, psicóloga del
Hospital Italiano; Norma Leiva, residente de Anatomía Patológica del Hospital
Ramos Mejía. Cinco nombres que valen por decenas. Nunca más se supo algo
de ellos.
Hoy, el ex capitán Aldo Rico quiere hacer “desaparecer” a los médicos del
Hospital Larcade de San Miguel, conminándolos al traslado.
Todo esto deja un gusto amargo en la boca; los mismos que llevan en su
conciencia los crímenes atroces aplican hoy otro método, por supuesto, mucho
más disimulado, ahora pegan patadas en las rodillas en vez de matar, pero el
fin es el mismo: hacer que los trabajadores de la salud pierdan todo
protagonismo justamente donde más hacen falta.
Un capítulo amargo. Nuestra democracia retrocede. Volvemos al sistema de
mandones y punteros. El Hospital Larcade no debe perderse. Porque si no los
pacientes en el futuro tendrán que pintarse la cara para poder entrar. Por
supuesto, previo pago del óbolo para los dueños del poder.

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