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Líderes, palabras y juicios

La situación era crítica.


Claro, podrían permanecer al Imperio Atur como hasta entonces: pagando impuestos, con
comercio estable y con las tropas preservando la paz. Pero Arthur alcanzaba a ver como
las pequeñas predicciones de su consejero se cumplían una a una, con el pueblo vaciando
sus mesas y los bandidos acechando las fronteras. La resignación empezaba a tornarse en
temor. El imperio iba a derrumbarse tarde o temprano, y si había un momento para
apartarse antes de caer con él, era ahora.
Arthur se dirigió a los mapas sobre la mesa y traqueó los dedos. Era el barón, era su
trabajo.
Primero necesitarían cambiar las vías comerciales silenciosamente. Ya los soldados eran
muy pocos como para temer que fueran a contarle al emperador, podían hacerlo. ¿Con
quién? Al resto de la península sería ilógico exportar metales, teniendo ellos mismos sus
minas. El norte, a los cealdicos habría que abrir un paso por las montañas y reclutar tropas
que lo protegieran, las carretas tendrían problemas por la inclinación y tendrían con toda
probabilidad que enfrentar a la gente de Fordell. Eso les dejaba el este, salida al mar pero
con las otras dos penínsulas de frente. Como si no hubiese tenido esa misma conversación
un año antes, como si ahora no le produjera punzadas en el alma.
“La gente de Yll es amable, solo que tienen mala fama por sus piratas. A ellos podríamos
venderles, Arthur. Solo necesitamos dejar a un lado nuestra estupidez. ¿Lo imaginas?
Inclusive podríamos tener relaciones amistosas, nos podrían vender barcos ¡Barcos
Arthur!”
Feren se lo había dicho firmemente aquella tarde hacía tres años, apoyándose a la mesa
con una mano y con la otra señalando todas las posibles rutas, como si conquistar el
mundo fuera cuestión de tener una flota, como un niño pequeño hablando de sus planes.
Arthur se había sentido divertido, pero las cosas no funcionaban así.
“Feren, amigo, esas personas son los principales socios de Tarbean, no podemos
simplemente…” Arthur había sacudido las manos, sin decidirse a hacer un gesto. Feren
lo había golpeado en la espalda.
“No se trata de eso y bien lo sabes. Yll ni siquiera tiene frontera con Fordell.”
“No, pero su gente…”
“¡Son personas Arthur! ¡Son como tú y como yo!” Se había incorporado tensando los
músculos, indignado. “¿Cuándo vas a superarlo? Nunca han hecho ningún mal, no
tenemos ni unas sola razón como para desconfiar de ellos”
Cuando se enfadaba, Feren jugueteaba furiosamente con su anillo y permanecía callado.
Si hablaba eran frases cortas y filosas. Arthur debió de haberlo notado en ese momento,
que su amigo no estaba enfadado si no... Todo hubiese sido mejor, todo hubiese sucedido
lentamente. En su vez, lo que había hecho Arthur era levantar las cejas sorprendido y
Feren solo había soltado el aire de golpe, como siempre hacía cuando iba a decir algo que
enfadaría a Arthur y, por lo tanto, iba a resultarle extremadamente útil si lo escuchaba.
“Si no fueras tan obstinado, podríamos tener un comercio simple y sencillo por los
caminos de Fordell ¿Lo sabes? No tendríamos que hacer todo este… este… ¡Ahg!” Feren
apartó la vista” ¿Por qué sigues tan firmemente esa ley de tu padre? ¿Nunca me vas a
escuchar respecto a eso?” sonaba dolido “Ya has admitido que él hacía las cosas sin
pensar, incluso cambiaste aquella política tonta de los juicios.”
“Porque” había respondido él pacientemente “Esa ley es la única razón por la que sigue
existiendo Umbrea. Se ha mantenido porque protege a todo”
“Bueno” Había dicho su consejero volviendo a la mesa, rendido. “No sé de qué nos
protege, pero bueno.” Se había arremangado y volvió a señalar el mapa “Lo que sí tienes
que aceptar es que Yll no está metido en eso. Voy a iniciar relaciones con algunas cartas
para el próximo ciclo. Debemos darnos prisa, estas cosas toman tiempo y hay más tiempo
que vida. Si no empezamos, temo que quedemos aislados con solo Uthyr vendiéndonos
fresas a tres rosas la docena, si aún existe la moneda Atur, claro está. Pásame el compás.”
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Ese había sido el fin de la discusión. Para la llegada de Consuelo Feren había
intercambiado 51 cartas con Lord Clearen, Señor de Yll y Arthur fue obligado a repasar
su Illico. Tsien. Todo hubiese salido bien si le hubiese dado tiempo de enviar la última
carta. La que le había tendido a Arthur antes que todo pasara y que él no lo volviera a ver.
La volviera a ver. La carta.
Ahora Arthur repasaba el nuevo mapa, sin ningún apunte y sin ninguna compañía. Esa
noche, antes de apagar las velas, tomó valor e hizo un tacho sobre uno de los nombres
cuidadosamente trazados por el cartógrafo. Yll
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Era ya hora de la cena cuando interrumpieron la reunión de Arthur con los mercaderes.
Habían estado discutiendo la misteriosa pérdida de la mercancía que ahora el Imperio les
cobraba cuando el capitán de la guardia llamó con cinco golpes a la enorme puerta. Eso
significaba que no podían hacerlo esperar.
Los sirvientes empalidecieron apresurándose a abrir y Arthur dejó la mesa donde habían
esparcido todos los papeles referentes al caso para subir los escalones y sentarse en el
trono. Entraron con pasos firmes seis guardias vestidos de rojo y azul, dos de ellos
escoltando a un chico atado de manos. Lo hicieron arrodillarse frente a Arthur, buscaba
frenéticamente con la vista… algo. Casi era un niño, debía estar aterrado. Entraron
también miembros de la corte todos con el semblante serio. La pequeña multitud podría
llegar quizás a las 50 personas, y aun así Arthur se sentía solo con el muchacho.
El capitán de la guardia hizo una pequeña reverencia a Arthur y subió los escalones para
quedar a su izquierda y de frente al público. Sus manos sudaban.
“Excelentísimo Lord Arthur, Barón de La Gran Baronía de Umbrea, Señor guardián de
las Costas Sombrías y de la Bahía de Umbrel. Presentase ante vos un acusado del delito
mayor de la ciudad. Según vuestra nueva ley, tienen derecho a recibir juicio justo, tal
como los facinerosos.”
. Todo eso se sentía mal. Angus era un conocido desde que él mismo era niño y su voz
nunca era así. La corte incluso en las ceremonias más peliagudas había que rogarles dejar
las risitas, no estaban callados viendo al frete. Él nunca estaba elevado, en el trono,
estaban la base, junto con Feren, escuchando las palabras de su padre. Él nunca…
“Escucharé su testimonio” Él nunca era la autoridad. Hasta que su padre murió. Ahora lo
era siempre. Su garganta estaba seca.
El muchacho no levantaba la vista del suelo “Mi señor. Mi nombre es… Me llamo ____
y vengo desde Fordell, me trajo una troupe de artistas. Para visitar a mí hermano. Para
buscarlo. No sé dónde está.”
Arthur tomó aire de golpe, no sabiendo porqué, algo malo estaba pasando y su cerebro
pareció detenerse en ese momento sin dejarlo entender qué.
“La…la última vez que escribió prometió visitarnos. Visitarnos En la próxima estación,
sí, y no ha vuelto.” El chico temblaba. Y su voz era lejana.
¿Qué tenía eso de raro? ¿Por qué se sentía sin aire y por qué tenía un nudo en la garganta?
“Eso nada tiene de importancia en el asunto al que se te acusa.” Angus fue el que habló.
“Señor, yo…” Y el chico, Tristan, hizo ese sonido que pasa cuando se te rompe la voz.
Ese de cuando ya ni tus palabras tienen fuerza como para soportar lo que pasa y se
quiebran como cristal. Ese sonido que te deja a la merced de quien te escucha y que, si
estas solo, te arroja al suelo. Ese único sonido que no haces tú. Lo hace tu vida pidiendo
auxilio.
Ese sonido que parecía estar conteniendo Angus un momento antes.
Y que a él lo obligó a permanecer en silencio hace un año, por puro dolor.
“Tristan encendió la fogata de la troupe con brujería, su excelencia. Se tiene como
testigos a varios soldados que patrullaban en la zona.”
Justamente en ese momento, el chico levantó el rostro.
Sí.
Reconocería esa cara en cualquier lado.
“El castigo es la ejecución pública, según la antigua ley de vuestro padre que en paz
descanse. Desconozco si se llegó a firmar la nueva ley que estabais redactando sobre la
aplicación de la pena de forma más privada.”
Feren la había empezado a escribir. Arthur lo había permitido para que dejara de
recordárselo. Ahora nunca la terminaría. Ahora entendía por qué la prisa.
El niño soltó el aire de golpe y alzó de nuevo la mirada. Puños cerrados y mejillas
brillantes. “No sabía, señor… no sabía que se prohibiese la simpatía aún... yo creía
que….”
Hay más tiempo que vida.
Ahora se sentía demasiado observado, con demasiadas personas. Demasiados testigos.
Esto era algo que debía de decirle solo al niño:
“Creías que tu hermano, mi consejero y mano derecha, había logrado convencerme de
cambiar la ley y aceptar la brujería en mis dominios.
Y el niño, el hermanito de Feren, asintió.
“Tu hermano ha muerto. Fue condenado a muerte cuando utilizó brujería en esta misma
habitación, en medio de una reunión con representantes del Imperio Atur”
Y el niño se queda allí, mirando.
Y la corte está en silencio
Y Arthur está en el trono
Y el niño está encadenado
Y Feren está a su lado, golpeándole la espalda.
Algún arlequín del público habla y decide dejar que el mundo se ponga de cabeza del
todo. Rompiendo ese mísero equilibrio que había congelado el tiempo.
“Feren intentó asesinar al barón, hizo levitar un cuchillo invocando el poder demoniaco
y lo sostuvo justo frente al rostro de nuestro buen gobernador.”
Alguien en medio de esa corte susurra un cállate. Angus permanece a su lado con los
labios presionados.
“Es cierto, merecía morir dos veces, una por traidor y otra por hechicero”
Mientras la corte tiembla y despierta por esas palabras, Arthur ve a Tristan, frente a sí,
caer de rodillas con una mueca de dolor y detrás de él a Feren, levantado la mano como
si alcanzara algo. A su lado, Arthur escucha el zumbido del cuchillo parar. Y recuerda,
perfectamente, a Angus mirar con pánico no a Arthur sino a Feren. Y gritar a los
soldados imperiales que no se muevan. Y siente con demasiada claridad cómo su voz,
su propia voz, la voz entrenada para poner al mundo en orden… se rompe.
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Es Angus el que ordena silencio a la corte. Ordena a los guardias traquear los escudos y
con eso todos callan, dirigen las miradas al barón. El único que no ha pronunciado más
que lo necesario. Aunque yo opino que, como una excepción a la regla, no había
pronunciado lo suficiente. Y él suelta de golpe el aire, alza la voz y declara a Tristan
Greyfallow inocente. Solo esa palabra. Y todo el mundo calla. No hacía falta más.
Luego se levanta de su trono, le pide al capitán Angus las llaves para liberar los grilletes
y lo conduce, a su lado, fuera de la habitación.
El capitán ordena a la corte retirarse y él mismo baja a avisar a la troupe que el
muchacho que los había acompañado estaba absuelto de todo cargo. Ellos ya se
encargarían a la hora del espectáculo anunciar que ni la simpatía ni ningún otro tipo de
“magia” estaban prohibidas en Umbrea.
Luego sube a visitar a su amigo y lo encuentra en su habitación, observando un viejo
mapa lleno de anotaciones en una que no es su letra y con un compás en la mano,
calculando la distancia de una de sus minas a un punto marcado con tinta negra como
“La universidad”
Esa noche, el capitán de la guardia tachó el nombre Umbra y anota: Hallowfell, ciudad
del amigo santificado.

Fin

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