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LA UNIDAD PREVALECE SOBRE EL CONFLICTO

Bergoglio nos dice que la unidad prevalece. Entre prevalecer y ser superior hay una
sutil diferencia. Prevalecer significa sobresalir que implica una superioridad pero al mismo
tiempo y en otra de sus acepciones que podría ser entendida metafóricamente dice de “… las
plantas y semillas en la tierra: ir creciendo y aumentado poco a poco”.

Dentro del tema del encuentro esta instalado el tema del “conflicto” ya que este no es
otra cosa que el des-encuentro que es también un encuentro fallido con nuestro semejante,
sea este nuestro amigo, amante, un enemigo o un extranjero que se cruza en el camino.
Claro que la entidad del conflicto depende de la mirada de los que son parte del
mismo y de eso dependerá la mayor o menor posibilidad de su superación.

El otro-sujeto (persona) y el conflicto

Cuando hay amor, es decir una relación interpersonal afectiva se trate de una relación
de pareja o simplemente de amigos, la mirada es de consideración personal y afecto y el
diálogo permite en la mayor parte de los casos superar el conflicto prevaleciendo la unidad, y
así, de hecho ocurre todos los días.
Pero puede ocurrir que la relación interpersonal se de no sobre la base del amor sino
del mero respeto y consideración entre personas que recién se conocen y cuyos intereses
aparecen en conflicto. Piénsese en el caso de un choque de dos automovilistas. En muchos
incidentes de ese tipo, los conductores se presentan, intercambian datos y hay un rápido
acuerdo que no pasa a mayores.

El otro-objeto y el conflicto

Cuando el otro es reducido a objeto, como ocurre en muchos casos, la cuestión será
ardua porque como veremos las notas que caracterizan la mirada de quien objetiva al otro, es
decir lo considera y a veces también lo trata como objeto, no alientan el diálogo sino la
guerra.
Los conflictos sociales se pueden plantear entre funcionarios de gobierno y
representantes de los sectores de la sociedad, funcionarios de dos Estados, entre el jefe de
personal y los trabajadores de un establecimiento o simplemente entre vecinos.
Las notas más relevantes de esta mirada objetivante son, en primer término la
abarcabilidad, el otro es un alguien, como quien es reducido a las respuestas de un
cuestionario y nada más. En segundo lugar habiéndolo evaluado el otro para mí es una
realidad definitiva, un ser acabado, con los datos que poseo ha sido, es y será así y no lo creo
capaz de un cambio, de una renovación, quedará congelado y su imagen será la de su peor o
mejor momento y para siempre. En tercer lugar, el otro objeto me es patente, está ahí, pero
no está presente en mí sino patente como el reverso de un cuadro, que puedo dar vuelta pero
no quiero encontrarme con él porque lo reduje a la condición de objeto. En cuarto lugar el otro
objeto es una realidad numerable (Literalmente me ordenaron en Campo de Mayo durante mi
secuestro “olvídese de su nombre, Ud. a partir de ahora es el 106”). Y el otro-objeto no sólo es
numerable, es también cuantificable, susceptible de comparación cuantitativa y su imagen y
realidad surgirá de lo que me digan las encuestas o las planillas. Por último, el otro-objeto me
es indiferente, si se muere, su muerte no me afecta, muere sólo para él.
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Ahora bien, el otro-objeto puede serme un obstáculo. Y ante el obstáculo se tiende a


la remoción de la que el asesinato físico es su versión más cruenta. Durante la última
dictadura cuando sus miembros se encontraban ante un otro obstáculo tras interrogarlo lo
liberaban si entendían que era un perejil, lo ponían a disposición del PEN, o lo desaparecían
para siempre. Durante la democracia, donde no cabe ni la ejecución ni la esclavitud, estos
recursos fueron ruidosamente abolidos, aunque subsistieron otros mecanismos de asesinato
personal por medio de la prensa, los jueces o la oficina recaudadora de impuestos.
Los caminos del asesinato físico o personal siempre provocan traumatismos sociales y
dejan cicatrices en la historia. Esos asesinatos suceden cotidianamente en tiempos de la
democracia y de ello se podría componer como dice un filósofo español una Criminología de
la vida diaria del mismo modo que Freud escribió su Psicopatología de la vida cotidiana.
Otra actitud posible frente al otro-obstáculo es la evitación. Ignorar la existencia del
otro se da en muy diversos modos, no verlo, ignorarlo, evitarlo. Método que tiene miles de
años de historia: en el Evangelio según San Lucas 10.25-37 hay un testimonio elocuente de la
evitación. En el caso de colectivos populares es más difícil ignorarlos ya que irrumpen en el
escenario público sin permiso.
En cualquiera de los dos casos el conflicto no se supera, deja de ser tal por supresión
del otro o por elusión. Generalmente causa de otro conflicto. Ahora bien, fuera de las variables
del aniquilamiento y la evitación el único camino razonable parece ser el del diálogo.

El camino del diálogo en el conflicto con el otro-objeto.-

En la XIII Jornada de Pastoral Social en Buenos Aires, el 16-10-2010, el Arzobispo


Bergoglio desarrollo el principio que comentamos en los siguientes términos: “Si uno se queda
en lo conflictivo de la coyuntura pierde el sentido de la unidad. El conflicto hay que asumirlo,
hay que vivirlo, pero hay diversas maneras de asumir el conflicto…..Alguien que obvia el
conflicto no puede ser ciudadano, porque no lo asume, no le da vida…se lava las manos…La
segunda es meterse en el conflicto y quedar aprisionado. Entonces la contribución al bien
común se daría sólo desde el conflicto, encerrado en él, sin horizonte, sin camino hacia la
unidad. Ahí nace el anarquismo o esa actitud de proyectar en lo institucional las propias
confusiones. La tercera es meterse en el conflicto, sufrir el conflicto, resolverlo y
transformarlo en el eslabón de una cadena, en un proceso.” (ver también EG Nros. 222-225).

“Meterse en el conflicto” significa a nuestro juicio verlo sin ideas que contaminen la
realidad, ver la realidad tal cual es, hacerse cargo y “sufrir” el conflicto es examinarlo con
inteligencia, dialogar, y en ese camino dialógico formar la cadena, el proceso que hará posible
la síntesis y la prevalencia de la unidad.

A esta altura cabe preguntarse, es posible el diálogo cuando el otro me considera un


obstáculo o pretende destruirme como ciudadano o grupo social? O cuando quiere evitarme
o reducirme a mero instrumento?
Francisco parece decirnos que siempre es posible, aunque se presente como muy
difícil. Y según sus enseñanzas lo primero en cualquier conflicto sería comenzar por analizar la
mirada que cada uno hace del otro dejando para después los términos del pleito. Luego el
diálogo debe hacerse sobre la realidad del conflicto y tiene que tener ciertas condiciones de
validez: a) Nunca puede ser un “diálogo de sordos”, no debe buscar ni el acuerdo a cualquier
precio (irenismo), ni la mera componenda, o la absorción de uno en el otro (sincretismo); b)
ha de ser auténtico, donde cada uno escuche lo que el otro dice, incorporando a su
conocimiento lo oído, lo que no significa que lo haga suyo; c) se deben producir síntesis; d) se
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debe buscar la resolución del conflicto en un plano superior que conserve en sí las
virtualidades valiosas de las polaridades en pugna. ( E.G. Nro. 228)

Para que haya paz social y prevalezca la unidad del pueblo

La amistad no será posible si un sector o grupo de la sociedad quiere imponerse y


tener privilegios sobre los otros (la parte se confunde con el todo). Dice Francisco que no es
posible la paz que se establece sobre “una organización social que silencie o tranquilice a los
más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener
su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden” (EG, Nro.
218).
El camino del desarrollo integral de todos en sus mejores experiencias históricas no
estuvo exenta de conflictos, sin embargo, en esa dirección la resolución de estos hizo
prevalecer la unidad hasta que el surgimiento de otra polaridad o parte, se impuso sobre el
todo generando un nuevo conflicto. Ese parece ser el drama o recidiva de nuestros pueblos
latinoamericanos.
Y agrega Francisco: “una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos,
tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de
violencia.” (EG, Nro. 219) al aumentar la injusticia social y el abismo entre ricos y pobres.
En el plano escatológico, como lo anuncia el Evangelio, cuando la brecha llega al nivel
del abismo, es irremediablemente tarde para que el rico Epulón mire a los ojos, a Lázaro, el
Mendigo (Lc. 16.19-31).

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