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tiempos de colapso
Una vez nos saludamos comienzo por preguntarle de manera genérica, para dar
campo libre a su palabra reflexiva: ¿qué consideración le merece la educación en
la hora actual de nuestro país?
Su respuesta tiene la precisión de la palabra aquilatada: "Uno no siempre puede
ser conciente de lo que está ocurriendo. Opinar sobre el momento puede ser
difícil. Pero puede compararse el momento con lo que ha sido y con lo que uno
desearía que fuera. El mundo está cambiando muy rápidamente y en los medios
de comunicación dicen que la revolución de la informática, la electrónica y la
digitalización, es comparable a la difusión de la imprenta de tipos móviles,
puede que sea asi... Es necesario reconocer que quienes nacimos en una época
distinta podemos sentirnos perplejos frente a lo que está ocurriendo, quizás lo
que se siente como degradación, o como perdida, pudiera ser un cambio de modo
de ser de la cultura.
Sus palabras me llevan a pensar en las artes pedagógicas, que primero tendrían
que suscitar amor y curiosidad por los libros y después apoyar el aprendizaje de
la lectura.
Y Guillermo Páramo con voz suave, pero con la seguridad de quien conoce lo que
está hablando me responde: "un año más de secundaria no sirve para aprender a
leer. Ese año más solo serviría para alargar el tiempo de espera para ingresar a la
Universidad o a la vida laboral, y bajar de manera artificial la tasa de desempleo.
Creo que el énfasis debe estar en la primaria, sobre todo. Y no en la cantidad de
tiempo, sino en el tipo de enseñanza que se imparte, en lo que se entiende por
educar.Su palabra es breve, precisa y demoledora. Nuestra nación abandonó su
niñez. En el imaginario general tiene más valor la educación secundaria y
universitaria, que la que tiene lugar desde antes de nacer y hasta los seis o siete
años, precisamente el tiempo en el que se deciden muchas dimensiones
fundamentales para un ser humano. En Colombia, en la mayoría de los casos, no
se convoca la vida bajo el signo del amor y el cuidado. Y los niños, en su gran
mayoría, se espigan en espacios en los que la nación no invierte en la formación
de calidad de las personas que los tienen bajo su cuidado. Tampoco invierte en
los espacios que permitan el desarrollo de sus potencialidades infinitas.
A mi mente vienen los zarpazos sufridos por una nación que ha ignorado sus
riquezas, y también pasa veloz la idea de patria como un sano amor a la tierra y
al pueblo en el que nacemos, y como un deber de cuidar una y otro. Opuesto por
completo al patrioterismo con el que se ha emborrachado a nuestra gente, para
temer y odiar al diferente, para seguir ignorando las raíces de nuestros males, y
engordar los bolsillo de los fabricantes de armas que se han beneficiado del
desangre y la mutilación de nuestros jóvenes.
No niego que haya que pensar en que las universidades deban tener escuelas de
negocios, administradores.... todos debemos pensar en ello. Pero una cosa es
que se acepte que esto es necesario y otra que ese sea el sentido de la
existencia, y de las universidades.
Queda, entonces, muy poco tiempo para pensar. Para hacer aquello que no tiene
lo que llaman utilidad práctica. Lo cual también es muy ingenuo, porque la
utilidad práctica de un teorema de matemáticas es mucho mayor que la de un
martillo.
Pero esas son las circunstancia nuevas que se sienten con un poco de extrañeza,
a veces con tristeza y con rabia. Eso está pasando en el país: el sentido de la
Universidad es que sea una buena empresa que forme empresarios. Pero,
realmente, su sentido debería ser el de formar gente libre y creadora que tenga
capacidad de representarse el mundo y de cumplir un papel al servicio de su
cultura y de toda su sociedad.
Lo que son los sabios, los chamanes, los pensadores de la antigua Grecia. Los que
descifraban el logos, la palabra silenciosa que estaba en la naturaleza, en el
cosmos, y que se podía escuchar si uno era suficientemente atento. El logos era
el orden del mundo, las razones de las cosas que ellas mismas decían con un
lenguaje silencioso. Y uno tenia que leer eso, sin ninguna pretensión de
negocio...
Hay una gran diferencia entre el logos y el negocio. La función que tiene la
Universidad para la sociedad es esa. Aproximarse al logos, buscarlo. Ahora es
producir plata, no indagar, ni brindar conocimiento. Esto es una forma de
enajenación. Porque si una cultura no tiene ese grupo de personas que piensen
en ella, otros los sustituyen, imponiéndoles una cultura enajenada.
Los sabios pueden saber muy bien que no lo son tanto, como se cree que son.
Pero el saber requiere alguna forma de confianza y la sociedad tiene esa
confianza, indispensable, y creo que la Universidad no es comprendida desde ese
punto de vista. Incluso, muchas veces su reivindicación es meramente en el
sentido de la importancia de su existencia para así controlar la naturaleza y
producir bienes y servicios. Eso sucede con la ciencia avanzada, pero no es
solamente eso. Hay cosas que tienen un valor distinto del puramente económico.
A mi no me gustaría que este país siguiera el mismo camino de los Estados Unidos
o de Europa occidental, que solo después de un tiempo se dan cuenta de todo lo
que perdieron. ¿Que debemos buscar un mejor nivel de vida para todas las
personas? Si, nadie lo duda. Este es el reto. Pero, ¿cómo hacerlo?
Cada vez más la Universidad debe andar dentro de una fila, dentro de unos
programas, que en el fondo no son sino ilusiones, imposibles: pensar en que todo
el mundo pueda llegar a ser un gran consumidor, resulta absurdo porque lo que
se llama desarrollo y progreso tiene varias caras, una de las cuales es el
ejecutivo de Wall Street, con una mesa llena de aparatos, y mirando desde arriba
los rascacielos, y otra la persona que está sentado al pie, consumiendo basura y
drogas, que es lo mismo; esos dos extremos no son separables...
¿Y la minería con sus planes absolutamente espantosos? Que además matan, son
criminales, asesinan –literalmente–, masacran comunidades, acaban con los
animales, las plantas y la vegetación, maravillosa por ella misma, y no sólo por
su utilidad...
Pero estas palabras suenan ridículas en una época como ésta. Una parte clave de
la ciencia y la filosofía es ¡maravillarse por las cosas! Darwin no hubiera llegado
hasta donde llegó sino se hubiera maravillado estéticamente por el mundo que
tenía, los insectos que recogía, los crustáceos que coleccionaba, las plantas, las
flores...
Incluso, desde el punto de vista del criterio del buen vendedor, uno pensaría que
un ser tan extraordinario como un insecto –que es el resultado de una selección
de millones de años– tiene que valer más que algo que simplemente puede
convertirse en combustible, que ni siquiera es ni vale por si mismo sino para
hacer otra cosa... pero esto es el mundo, solo que para nosotros es más
desgarrador porque estamos del otro lado del proyecto.
Los verdaderos científicos nunca han hecho nada por parecerse a alguien... Pero
aquí hay que ser como..., dentro de unos estereotipos que le hacen mucho daño
al propio desarrollo que pretenden conseguir. No se dan cuenta de que este país
podría ser, él mismo, un laboratorio, sin necesidad de pretender tener los
aceleradores de partículas, o los radiotelescopios que otros puedan tener.
Nosotros no; aquí no vamos a tener radiotelescopios ni aceleradores de
partículas. No tenemos ni siquiera un satélite, teniendo órbita geoestacionaria,
pero sí tenemos arrecifes de coral; pero, por supuesto, estos arrecifes no
importan, esos se pueden destruir, y son nuestro laboratorio... aún desde ese
punto de vista se debieran ver como nuestro laboratorio, formar gente para que
los investigue.
Aquí tenemos el problema de que hay que parecerse a algo o alguien que no está
aquí. Y para ser importante en ese proceso de parecerse no hay que ser de aquí,
o hay que ser de allá. Hay que pensar como otro. Por ello, los peores cerebros de
un país, a mi juicio, no son los que se quedan allá, sino los que permanecen acá,
funcionando con lógica de allá, deseando parecerse al otro. Por los intereses en
juego, precisamente son ellos los que terminan siendo modelo.
Creo que el país tiene muchos recursos intelectuales, pero me parece que es
indispensable que las cosas se piensen con un poco más de profundidad. La
Universidad, más que nadie, tiene ese deber. Los jóvenes no saben leer, no
porque no sean inteligentes, no porque no tengan capacidad de pensar, sino
porque han sido formados de esa manera, han sido mutilados en su capacidad de
ser. Se llega así al zombie, zombie completo.
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de-pensar-la-educación-en-tiempos-de-colapso