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Gôy por cualquier otro nombre: el problema de la

nacionalidad en la antigüedad

Ideas bíblicas de la nacionalidad: antiguo y moderno.(Eisenbrauns, 2002)


Por Steven Grosby
Profesor de religión
Universidad de Clemson
Junio de 2003

Los problemas de la filosofía de la historia, particularmente las dificultades que


conlleva la formación de las categorías utilizadas en el análisis histórico, deberían
estudiarse con reticencia porque su consideración corre el riesgo de ser una distracción
(o, peor aún, un substituto) de la investigación histórica significativa y detallada. 1 Sin
embargo, hay momentos en lo que esos problemas y dificultades no pueden evitarse,
cuando los problemas metodológicos y categóricos se convierten en obstáculos para el
investigador como consecuencia de su investigación. En tal caso, al investigador no le
queda más alternativa que reflexionar sobre la justificación de las categorías que
emplea. Y al hacerlo, el investigador debe considerar la posibilidad de encontrarse preso
de las modas académicas, con frecuencia frívolas. Un problema de esta clase, que
enfrenta a los estudiosos de la Biblia y a los historiadores del Oriente Próximo de la
antigüedad es el término gôy, los términos aparentemente relacionados, como el acadio
gāyum, y las categorías probablemente relacionadas, como bīt/bītu. ¿Cómo deberían
entenderse estos términos? ¿Y qué filosofía entra en juego en nuestra comprensión de
ellos?

Este es el problema historiográfico. Por un lado, la historia siempre es una


historia del presente ya que 1) el historiador o científico social comparativo se pone en
contacto con el material que investiga con las visiones y categorías del presente; y 2) el
investigador tiene su propio lenguaje y vocabulario. Así, el pasado históricamente
comprendido, como un modo de entender en el presente qué diferencia al presente del
pasado, no es el pasado real, ya que éste se ha ido para siempre 2. No puede haber una
historia definitiva de ningún pasado. Cada generación escribirá su propia historia de una
cultura pasada. No reconocer este elemento del presente en el modo de comprender la
historia trae como consecuencia el historicismo más ingenuo. En el pasado, a este
historicismo ingenuo se lo entendía como una expresión del romanticismo, como se
observa de manera contradictoria en la obra de Herder. Hoy se esconde, sin ser
reconocido como tal, bajo la apariencia del rigor científico (el cual, sin embargo, adopta
sin sentido crítico la categoría de “modernidad”) cuando el investigador busca examinar
la cultura extranjera en sus propios términos, tal vez intentando limitarse a describir
ciertas características estructurales de esa cultura, intentando así aislar el análisis de
nuestras propias categorías (transhistóricas).3

Esta aparente “tiranía” del presente no es una condena a una narrativa caprichosa
ya que, por otro lado, 3) sólo es una “tiranía” aparente, porque el análisis del historiador
se encuentra limitado por la disponibilidad de vestigios significativos se encuentren en
existencia. Esta es la evidencia del historiador; y, dada nuestra comprensión del análisis
histórico, es deber del historiador, qua historiador, dilucidar racionalmente ese pasado
en interés de la verdad. El criterio explícito de la tarea del historiador al ponerse en
contacto con su material de una manera crítica, es decir, reconociendo la distinción entre
hechos y meras fantasías (lo que en la oración anterior se llamó la obligación del
historiador de dilucidar racionalmente el pasado en interés de la verdad) es el legado de
Herodoto, a pesar de que incluso la Historia de Herodoto es en sí misma un ejemplo
obviamente ambiguo de la obligación del historiador. (Ver, por ejemplo, Herodoto, La
historia, 7.152, 8.119-120, 8.133.) La existencia de medios críticos y conscientes para la
evaluación de la evidencia es lo que distingue a la historiografía griega y a la nuestra de
la de los antiguos israelitas. Cumpliendo con esta obligación, 4) el historiados hace lo
que puede para sumergirse en la cultura extranjera aprendiendo el lenguaje, las
instituciones, la religión, etc., de esa cultura.

El proceso de análisis histórico y la profundidad y el éxito de “sumergirse” de tal


manera supone implicaciones filosóficas. Ese acto en sí mismo, sin mencionar el éxito,
necesariamente limitado, de tal Einfühlung, como lo llamó Herder, representa, de hecho,
el rechazo de una creencia en un carácter humano supuestamente ubicuo y enteramente
proteico; asume una naturaleza humana común al historiador y aquellos pertenecientes
al pasado estudiado por el historiador.5 En la posibilidad de formar semejante relación
entre el presente y el pasado está implícito el reconocimiento de ciertos problemas
humanos fundamentales, por ejemplo, la visión de la muerte (que puede expresarse en
las costumbres funerarias), la relación entre el hombre y la mujer, la relación del
individuo con su colectividad, la relación del individuo y su colectividad con el
universo, y los probables prerrequisitos funcionales que posibilitan la existencia de
cualquier sociedad, que se expresan, con seguridad, en formas culturalmente variables;
y que, como tales, pueden ser objeto de un análisis comparativo productivo.6

La relevancia de los comentarios anteriores a la cuestión de la aplicación de


nuestra categoría “nación” a la antigüedad y, en particular, al Israel de la antigüedad, es
la siguiente. La Biblia hebrea describe al Israel de la antigüedad como una colectividad
trans-tribal (por ejemplo, en Josué 3-5), cuya existencia dependía de la ocupación de un
territorio con fronteras delimitadas de un modo bastante relativo (Números 34), la cual
era considerada suya por los antiguos israelitas. Sin la tierra, se creía que Israel, qua
Israel, enfrentaría la muerte (Deuteronomio 30); se convertiría en un “paria” entre todos
los “amim” (“pueblos”, 1 Reyes 9:5-7). He presentado esta descripción, por supuesto,
de manera muy abreviada. Los detalles y complicaciones relacionados con la
descripción bíblica de Israel se presentan y discuten en Ideas bíblicas de la
nacionalidad: antiguo y moderno. Para nuestros propósitos, hago notar que esta
presentación de la descripción bíblica, relativamente neutral en términos de categorías,
no ha sido capaz de evitar nuestras categorías e intereses, específicamente “tribu”,
“territorio” y “fronteras”. Este recurrir a nuestras categorías no puede ser evitado, por
más empeño que se ponga en limitarlo El problema es cómo entender la evidencia del
material bíblico traído al presente, y por lo tanto, sujeto a nuestra conciencia;
específicamente, cómo entender los términos ‘am, gôy, kol-yiśrā’el, e incluso bĕkol
gĕbulkā y ’erets.

Ciertamente el investigador tiene bastante justificación para recurrir a su propia


visión, intereses y categorías en su intento de dilucidar el pasado racionalmente en
interés de la verdad; pero esto se hace en respuesta a la evidencia. Como consecuencia,
en la actualidad nadie debería continuar considerando la afirmación Heideggeriana de
que los territorios delimitados con un fenómeno de la “modernidad” exclusivamente
post-cartesiano. Dos capítulos de Ideas bíblicas de la nacionalidad, “Fronteras,
territorios y nacionalidad en el Oriente Próximo y la Armenia de la antigüedad” y
“Territorialidad”, presentan evidencia, por ejemplo, la frase bĕkol gĕbulkā, que confirma
la existencia de territorios delimitados en la antigüedad. De cualquier forma, la
categoría que hoy empleamos para describir el tipo de colectividad brevemente
presentada más arriba mediante el material bíblico seleccionado es la de “nación”. Si es
o no legítimo caracterizar la descripción de una colectividad con esas características
como la descripción de una nación, debe basarse en un examen del estado actual de
nuestra evidencia, tal cual está; pero considerar la posibilidad de aplicar la categoría de
“nación” al Israel de la antigüedad y a otras sociedades del Oriente Próximo de la
antigüedad no es un mero ejemplo de nuestras ideas actuales arrasando con las
concepciones de diferentes culturas del pasado. Génesis 10:5, 20 y 31 son suficiente
justificación para considerar la posibilidad: estos versículos indican la existencia de una
concepción de colectividades que unía tierra, lengua, poblaciones y parentesco.

Está claro que semejante descripción del Israel de la antigüedad parece ser
producto de la perspectiva de los historiadores deuteronómicos. Por consiguiente, el
historiador o estudioso de la Biblia de la actualidad enfrenta varias complicaciones: 1)
hasta qué punto esa descripción se ajusta a la realidad de la colectividad en ese
momento, 2) hasta qué punto se encontraba esa avenencia en el reino del norte de Israel,
y, con ello, las implicaciones de nuestro uso de la categoría “nación”, dadas las
relaciones, a veces beligerantes, entre Israel del norte y Judea; 3) hasta qué punto la
naturaleza del culto a Yavé, el cual, si en algún momento fue monolatrous (incluso con
el culto a asherah), contribuyó a la formación de Israel como nación, con Jerusalén
como centro; y 4) hasta qué punto es esta comprensión una representación fiel de la
visión preponderante durante el reinado de Josías.

Esta claro que tales complicaciones pueden llevar al investigador a la conclusión


de que la aplicación de nuestra categoría de “nación” a la historia del Israel de la
antigüedad no es legítima. Sin embargo, se debe proceder con precaución, ya que
ninguna nación existe “completamente formada”, como si fuera una escultura,
manufacturada en un taller. Siempre habrá una serie de corrientes factuales que se
entrecruzan y adscripciones temporales contradictorias que indican al mismo tiempo
una estabilidad relativa y una heterogeneidad en la formación de cualquier relación
humana. De esta forma, todas nuestras categorías de relación humana, por ejemplo,
civilización, etnia, incluso la amistad, son abstracciones ambiguas. Sin duda, la nación
no es ninguna excepción.

En la actualidad, tal heterogeneidad complicando el uso de la categoría “nación”


puede verse en lo que los científicos sociales llaman “regionalismo”, por ejemplo,
Québec en Canadá. Con respecto al Israel de la antigüedad, al menos esto queda
bastante claro: 1) había una imagen de una colectividad trans-clan y trans-tribal, 2)
había una imagen de la tierra; 3) había un acuerdo sobre las fronteras de esta tierra; 4)
había, al parecer, un entendimiento de que la ley de Israel era o debía ser lex terrae; 5)
entonces había, al parecer, un entendimiento de que el Israel de la antigüedad era una
colectividad territorial basada en el parentesco –una contaminación territorial de la
sangre, si se quiere, que indicaba una perspectiva nacional. Así es como algunos
entienden hoy el carácter de una nación. Por supuesto, debe emplearse la categoría
“nación” conscientemente, al igual que todas las categorías de análisis histórico. Sin
embargo, si tienen algún mérito estos argumentos y si existe alguna evidencia, por más
que fuera complicada, que apoyara estos argumentos, entonces el peso cae sobre los que
nos rehusamos a traducir gôy como nación y se espera que justifiquemos nuestra
negativa. ¿Debemos escribir nuestra historia sin recurrir a nuestro propio vocabulario?

El mérito heurístico de nuestro uso de la categoría “nación” debe ser justificado


por su aplicación a otras colectividades de la antigüedad. ¡Esto no significa que se
encuentren naciones en todas partes y en todas las épocas! Está claro que gran parte de
la historia de la Mesopotamia oscila entre ciudades estado e imperios. Además, es de
por sí obvia la dificultad de aplicar la categoría de “nación” a la historia sumeria, asiria,
griega, romana y armenia.7 Sin embargo, para ser precisos, el historiados moderno
enfrenta problemas similares, indicando lo engañoso que es caracterizar (como se hace a
menudo) incluso a los siglos XIX y XX como la era de las naciones, ya que durante este
período se encuentran el imperio otomano, el imperio británico, el imperio
austrohúngaro y la Unión Soviética. Es más; continúa siendo un problema categórico
cómo caracterizar las colectividades actuales de gran parte del Oriente Medio, África
sub-sahariana y el sudeste de Asia.

Esto no significa que no debería aplicarse nuestra categoría de nación; en


nuestros intentos por entender Sumeria, Asiria, Moab, Edom, el Egipto antiguo, etc., es
útil heurísticamente para nuestro entendimiento y nuestros intereses determinar en qué
aspectos esas sociedades pueden o no haber sido naciones. Esto puede significar que se
deba recurrir al reconocimiento del desarrollo parcial de “elementos de nacionalidad” en
nuestro intento de entender la existencia o falta de un grado considerable de las
características de nacionalidad territorialmente constituidas y relativamente homogéneas
en términos sociológicos. Esta es la cuestión. Con respecto a la antigüedad, ¿podría
suceder que el culto a una deidad monolatrous, la emergencia de un centro político,
ciertos avances legales que se aproximan a una lex terrae, la diferenciación lingüística,
y otros fenómenos culturales (entre ellos la guerra) tuvieran como resultado un grado
significativo de relativa homogeneidad sociológica suficiente como para clasificar esa
sociedad como nación en ausencia de factores tales como medios modernos de
comunicación y transporte, y concepciones modernas de ciudadanía?

En nuestro intento de comprender la evidencia del Oriente Próximo de la


antigüedad, y a medida que una mente alcanza los logros de otra mente de diferente
cultura, se encuentran repetidos ejemplos de lo que he llamado “la contaminación
territorial de la sangre”, la formación de parentescos más allá de la familia y al parecer
diferentes de algunas formas de ciudades reino: gôy, gāyum, bīt y tal vez el arameo
’aram kulloh. ¡Y debe tenerse en cuenta la categoría bíblica y evidentemente legal
’ezrach hā ’ārets! No todos estos términos se refieren a colectividades que
corresponden a grandes rasgos con una nación. Sin embargo, todos parecen indicar la
existencia de formas territoriales de parentesco, de las cuales la nación es un ejemplo8.

[1]
Sobre estos problemas, todavía son útiles Max Weber, The Methodology of the Social
Sciences (Glencoe: The Free Press, 1949); la introducción metodológica de Economy
and Society, de Weber (Berkeley: The University of California, 1978); y Heinrich
Rickert, The Limits of Concept Formation in Natural Science: A Logical Introduction to
the Historical Sciences (Cambridge: Cambridge University Press, 1986).
[2]
Ver Michael Oakeshott, On History and Other Essays (Totowa: Barnes and Noble,
1983).
[3]
Se ve un ejemplo de un intento similar en el artículo (por lo demás bastante bueno) de
Bruce Routledge, “The antiquity of the nation? Critical reflections from the ancient
Near East,” Nations and Nationalism 9 (2), 2003, 213-233.
[4]
Ver Arnaldo Momigliano, The Classical Foundations of Modern Historiography
(Berkeley: University of California Press, 1990); and Studies in Historiography (New
York: Harper, 1966)
[5]
Ver Auch eine Philosophie der Geschichte zur Bildung der Menscheit de Herder; y
Steven Grosby, “Herder’s Idea of the Nation” in Athena Leoussi, ed., Encylopaedia of
Nationalism (New Brunswick: Transaction, 2001).
[6]
Ver Hans Freyer, Theory of Objective Mind: An Introduction to the Philosophy of
Culture (Athens: University of Ohio Press, 1998). Para leer sobre investigaciones
recientes sobre costumbres funerarias, ver Rachel Hallote, Death, Burial, and Afterlife
in the Biblical World (Chicago: Ivan Dee, 2001). Para ver ejemplos recientes de un
análisis comparativo que emplea características transhistóricas como “primordial” y
“era axial,” ver S.N. Eisenstadt, Japanese Civilization: A Comparative View (Chicago:
University of Chicago Press, 1996), y The Origin and Diversity of Axial Age
Civilizations (Albany: State University of New York Press, 1986). El ejemplo clásico de
análisis comparativo siguen siendo las obras de Max Weber sobre el judaísmo,
hinduismo, confucianismo y protestantismo de la antigüedad.
[7]
En el caso de Asiria, ver Peter Machinist, “Assyrians on Assyria in the First
Millennium B.C.” en Kurt Raaflaub, ed., Anfänge politischen Denkens in der Antike
(München: R. Oldenbourg, 1993). Para leer sobre los problemas de aplicar la categoría
de nación a la Grecia y Roma de la antigüedad, ver Frank Walbank, “The Problem of
Greek Nationality” y “Nationality as a Factor in Roman History” en Selected Papers
(Cambridge: Cambridge University Press, 1985); Para leer sobre el arameo y la
Armenia de la antiguedad, ver los capítulos relevantes de Biblical Ideas of Nationality.
Ver también Anthony D. Smith, The Nation in History, The Menahem Stern Jerusalem
Lectures (Hanover: University Press of New England, 2000).
[8]
For the “tribe” of the ancient Near East as a territorially constituted collectivity, see
the articles by M.B. Rowton on “enclosed nomadism.” For the bearing of the apparent,
historically perennial expression of territorial forms of kinship on early Christianity, see
the chapters “The Category of the Primordial in the Study of Early Christianity and
Second-Century Judaism” and “Nationality and Religion” in Biblical Ideas of
Nationality.

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