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Páez, Juan. (2013) "Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo.

" En: La literatura del Noroeste Argentino:


reflexiones e investigaciones. Volumen III. Directoras: Massara, Liliana; Guzmán, Raquel; Nallim, Alejandra.
San Salvador de Jujuy: Editorial EdiUnju. Pág. 37-44.

Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo.

Juan Pablo Páez


Universidad Nacional de Jujuy

Publicado por la editorial Libros de Tierra Firme en el año 2002, el libro


Oficio de Aurora de Alcira Fidalgo es la reunión de varios de sus textos dispersos
que fueron guardados por su madre, Nélida Pizarro. Dueña de una notable
sensibilidad, Alcira nos acerca una poesía que podría definirse por la búsqueda
constante de lo humano. Liviandad y pesadez que se mezclan en el aire propio de
los tiempos dictatoriales en Argentina. Poemas que se acompañan con dibujos y
se brindan al lector quien los sostiene página tras página.
Tenemos un lenguaje, pero no somos los únicos. Tampoco los únicos que
nos comunicamos ni nos organizamos, las demás especies también lo hacen.
Pero nos diferenciamos del resto de los animales porque somos crueles, somos
violentos y creativos. Solemos rebelarnos contra el orden instituido, desafiándolo.
Tenemos la capacidad de abstracción y de metaforizar “en y por” el lenguaje.
Tenemos conciencia de la muerte y del dolor que genera la pérdida de un ser
querido. Matamos para alimentarnos, como ellos, pero también por placer y
diversión.
En esta oportunidad analizaremos una serie de poemas de la escritora
Alcira Fidalgo para observar cómo es que nuestra condición humana se inscribe
en su poética: la rebeldía, la crueldad, la violencia, el erotismo y la creatividad. La
pregunta por lo humano nos lleva a transitar múltiples caminos en busca de
respuestas, pero en el afán de conseguirlas, nuevas interrogantes se presentan y
reabren el juego.

El trabajo nuestro de cada día

La voz poética encuentra un cuerpo que la sostiene, es el cuerpo del


poema, ese espacio donde la voz se inscribe:

CON LAS ARMAS de trabajo cotidiano:


el lápiz, el papel, la lapicera,
estoy haciendo un collar
de poemas (Fidalgo, 2002: 61)1

Una primera persona, que se manifiesta en el verbo “estoy” instaura la


temporalidad. Un tiempo presente, que por la presencia del gerundio, pareciera
1
En lo sucesivo, todos los fragmentos de poemas citados corresponden a esta edición 2002.
Páez, Juan. (2013) "Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo." En: La literatura del Noroeste Argentino:
reflexiones e investigaciones. Volumen III. Directoras: Massara, Liliana; Guzmán, Raquel; Nallim, Alejandra.
San Salvador de Jujuy: Editorial EdiUnju. Pág. 37-44.

retardarse. La instantaneidad que lo caracteriza se vuelve lenta, como la


respiración coma tras coma en la enumeración de las armas. Todo es más
pausado: escribir es hacer un collar, perla tras perla, eslabón tras eslabón, palabra
tras palabra.
Asimismo, el tiempo nos remite al lugar, ese “aquí” desde el cual se
enuncia. “Con las armas de trabajo cotidiano” “estoy” aquí “haciendo”. En el “aquí”
del poema, los objetos como “el lápiz, el papel, la lapicera” resignifican el acto de
la escritura porque son como “armas”. Las palabras adquieren otro peso. Nada
hay de inocente ni liviano en la escritura de Alcira: “el papel” soporta el
compromiso escriturario, aquí no hay canciones de infancia.
Por otro lado, lo cotidiano deviene espacio de lucha: la escritura, la pintura,
el arte en general, son “armas” de trabajo cotidiano. Ellas son el símbolo de la
guerra, la violencia, la destrucción, pero también el de la lucha, la rebeldía y la
revuelta. En este espacio que bien podría ser el de los hombres, la voz lírica nos
habla de “un collar”, sugiere así la presencia de lo femenino. Y es que escribir nos
remite al tejer. Mujeres que toman armas porque tejen, escriben. Mujeres
prometeicas que se rebelan por, y en el, arte que las sostiene.
Prometeo es la figura que encarna la rebeldía. Jean Pierre Vernant (2000)
lo describe como el héroe mediador, aquel que une lo humano y lo divino.
Poseedor de un espíritu rebelde, este héroe brinda a los hombres la carne como
alimento principal, pero para hacerlo tuvo que engañar al mismísimo Zeus. Sin
embargo, por astuto e indisciplinado luego será castigado por el padre de los
dioses. Prometeo es el héroe civilizador, según lo señala Vernant, y representaría,
en un doble movimiento, no solo la rebeldía contra el orden establecido, sino
también la sanción a la desobediencia:

“Prometeo es castigado allí donde ha pecado. Ha querido ofrecer a


los mortales la carne, y especialmente el hígado, que representa un
bocado excepcional en el animal sacrificado, ya que ésta es la
parte que los dioses prefieren de cualquier sacrificio” (80)

Desear es algo que comparten dioses y mortales. El deseo y la satisfacción


forman parte de la naturaleza humana y divina. El deseo de Prometeo no coincide
con el deseo de los dioses, interfiere. Y surge el conflicto, porque no deseamos las
mismas cosas, ni esos deseos son los mismos en todo momento. El deseo, por
estructura, no tiene objeto definido. Zeus para satisfacerse convierte el hígado de
Prometeo en ofrenda para el águila que transporta sus rayos. Por lo tanto, los
dioses desean en “cualquier sacrificio” una parte del cuerpo del otro. A Prometeo,
asumir el propio deseo, que es brindarle a los hombres la carne y el fuego para
cocinarla, le cuesta el sacrificio diurno, satisfacción del deseo de Zeus por haberse
visto humillado.
En reiterada ocasiones, la sociedad pareciera actuar como Zeus, ya que
reprende y castiga a los que se rebelan contra lo instituido. Es la sociedad que se
torna adversa. En definitiva, lo que ambos parecieran sancionar es la rebeldía que
asumen.
Páez, Juan. (2013) "Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo." En: La literatura del Noroeste Argentino:
reflexiones e investigaciones. Volumen III. Directoras: Massara, Liliana; Guzmán, Raquel; Nallim, Alejandra.
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“No me torturen más”

A partir de la lectura del mito de Prometeo surge una relación entre la


rebeldía y la violencia física. El cuerpo violentado, la tortura.
Decíamos al principio de este ensayo que aquello que podría definir nuestra
condición humana sería la rebeldía, pero también la violencia y, con ella, la
crueldad. Zeus, siguiendo lo plateado por Vernant, castiga al héroe civilizador para
que sufra. Ese sufrimiento es corporal: el hígado que sana por las noches será
devorado durante el día. La muerte se impone como la única posibilidad de
liberarse del daño físico y, aunque lo desea, Prometeo no puede morir.

NO ME TORTUREN MÁS
Soy viento, soy llovizna, soy arena (59)

En el poema de Alcira, la voz pide y nos toca, suplica porque el dolor es


inaguantable. No se tolera el sometimiento. La tortura nos remite al cuerpo o al
hostigamiento psicológico. Persigue una confesión. Entonces la búsqueda es
doble: por un lado, detener la tortura con la súplica; por el otro, que el torturado
confiese, es decir que acceda más fácilmente a los deseos del torturador.
Y se nombra sin nombres “Soy viento, soy llovizna, soy arena”. La voz
poética se define en elementos naturales. Hay una reafirmación del ser como
respuesta siempre a una pregunta ausente. Se es alguien, pero siempre alguien
diferente. Cada reafirmación es distinta sin embargo similar a la anterior. Hay un
deseo de no dejar de ser frente a la tortura. A diferencia de la súplica de
Prometeo, la voz desea la vida por eso el presente constante. Se sujeta en una
primera persona que retiene discursivamente al lector para poder aferrarse,
sostenerse, sobrevivir. A propósito de la crueldad y la condición humana, Erich
Fromm sostiene:

“el hombre está dotado de una agresión potencial que se moviliza


ante las amenazas a sus intereses vitales. Pero ninguno de estos
datos neurofisiológicos está relacionado con aquella forma de
agresión que caracteriza al hombre y que no comparte con los
otros mamíferos: su propensión a matar y torturar sin ninguna
“razón”, como fin en sí, un objetivo que se persigue no para
defender la vida sino deseable y placentero en sí” (Fromm, 1983:
72).

Reaccionamos con agresiones cuando nuestra vida se ve amenazada,


buscamos la propia protección y la de nuestras criaturas; defendemos y cuidamos
la vida, por eso la súplica de la voz poética. No obstante, puede ocurrir que la
agresión no surja como mecanismo de defensa; este último sería el caso de los
torturadores que buscan la satisfacción de un deseo, la autocomplacencia, o para
la complacencia de otro: disfrutar del placer que produce el flagelo del cuerpo del
Páez, Juan. (2013) "Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo." En: La literatura del Noroeste Argentino:
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otro. Y es que los hombres, distintos de los demás “mamíferos”, somos capaces
de sentir placer dando muerte a otros hombres.
Dueña de una notable sensibilidad, Alcira nos ofrece una poética
apasionante, en la que se pregunta constantemente por el sentido de la ausencia,
del cuerpo y de la muerte. Sus palabras son intensas como puede ser el color rojo
de la sangre:

LA PATRIA ES UN DOLOR que aún me sangra en


las espaldas (64)

El lenguaje de Alcira es lenguaje de la intemperie. Un cuerpo desprotegido


que busca refugiarse y no halla dónde hacerlo. Sólo la espalda puede
resguardarla, aunque sangre. El dolor expulsa la voz, la arranca. El cuerpo que
sangra, tiempo después, será también el de la Patria porque no cuidó, sino que
expulsó y expuso.
Las palabras “dolor”, “espaldas” y “sangra” nos remiten también a la tortura.
Es “La patria” la que produce “dolor” y lastima el cuerpo. La tensión que surge
entre “me sangra” -que remite a un sujeto- y, “las espaldas” -que remite a varios-
nos muestra cómo el dolor es vivido en uno, pero ofrendado también por los
demás. “Un dolor” “aún” continúa, se prolonga de un tiempo anterior. El adverbio
remite al tiempo y éste al espacio: conecta ese allá con este aquí donde duele
“todavía”2 la patria y las espaldas de los demás: el propio dolor también se ofrenda
para hablar del dolor de los demás.

“Afuera está la piel”: frontera y paisaje.

El cuerpo entra en relación con lo humano no solo porque nos remite a lo


biológico, sino también a lo cultural. El cuerpo es símbolo de discontinuidad,
frontera con el mundo, con el otro y con lo otro. Pero también es punto de unión
con el mundo, umbral con los otros. En la poesía de Alcira, el paisaje vuelto
cuerpo:

A LO LEJOS, LOS CERROS. A lo lejos.


He traído la tierra que más quiero
Atrapada en los ojos,
enredada en el pelo.

Entre esas montañas


guardo la leve fibra
que me une a la vida.(88)

2
La norma básica es que se acentúa cuando equivale a todavía y no se hace cuando equivale a
incluso. Se trata de un adverbio que puede poseer distintos valores. Por el contexto oracional (del
verso) adoptamos el significado temporal, como la continuación de algo comenzado en un tiempo
anterior.
Páez, Juan. (2013) "Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo." En: La literatura del Noroeste Argentino:
reflexiones e investigaciones. Volumen III. Directoras: Massara, Liliana; Guzmán, Raquel; Nallim, Alejandra.
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Aquí, al poema, “he traído la tierra que más quiero”. Se arrastra “atrapada
en los ojos” y “enredada en el pelo”, la voz guarda la unión casi como un secreto
“entre esas montañas”. Es el espacio externo de “cerros” y “montañas” el que se
interioriza. Desde esta perspectiva, el cuerpo funciona como medio, como frontera
entre el ser y el mundo3. Por lo tanto, la unión entre lo externo y lo interno es
posible porque el cuerpo los comunica, unión imperceptible como la fibra de un
tejido -textil u orgánico- que sólo la poesía es capaz de sostener.
Para vivir, la voz recorre antiguos senderos de un espacio interiorizado,
porque en él guarda “la leve fibra” que la “une a la vida”, frágil como la vida, por
eso nos procuramos cuidados.

RÍOS SECOS transitan


el largo territorio
de mi cuerpo.
Crecen montañas,
caen piedras,
rumorea el monte aquí adentro
y florecen los tarcos en noviembre.
El huracán sacude mi arboleda.
Afuera está la piel
en calma tensa. (90)

Los “tarcos” “florecen” “en noviembre” a pesar de los “ríos secos” que
transitan su cuerpo. Éste nuevamente es un espacio: un “largo territorio” donde
“Crecen montañas,/ caen piedras,/ rumorea el monte”. Espacio que se constituye
“aquí adentro”. Es llamativa la presencia del “huracán”. Esta vez la figura de lo
masculino irrumpe, “sacude” ese paisaje íntimo, “mi arboleda”, dirá la voz poética.
Sin embargo, eso que pareciera alterar el orden se limita sólo al interior, porque
“Afuera está la piel/ en tensa calma”. La antítesis aquello que se muestra y aquello
que se experimenta interiormente, realza la fuerza del poema. Algo no se va de
control, la voz permanece en aparente “calma”. La presencia de lo masculino la
desestabiliza hasta la contradicción antitética: una atmósfera erótica, de allí el
control y no la desmesura en las palabras.
Roland Barthes en su libro El susurro del lenguaje (1897) nos dice que
Brillat Savarin señaló, en el plano de la comida, la distinción entre necesidad y
deseo4. El hambre, en el plano de la comida, es la necesidad, mientras que el
apetito es el deseo. Asimismo dicho autor nos acerca una clasificación del apetito:
el primero, llamado natural, es el que pertenece al orden de la necesidad; el

3
Según Ma. Isabel Filinich (2003), “el cuerpo ocupa un lugar central en el acto perceptivo: es el
punto de mediación –a través de la sensibilización- entre la exterioridad y la interioridad”. (p. 79).
4
Roland Barthes sostiene que “el placer de la comida exige, si no el hambre, al menos el apetito”
(p. 300).
Páez, Juan. (2013) "Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo." En: La literatura del Noroeste Argentino:
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segundo, denominado de lujo, es el que pertenece al plano del deseo y el


erotismo. George Bataille en su libro Las lágrimas de Eros nos dice: “La mera
actividad sexual es diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal”
(1997: 41). Es sabido que el acto sexual en los animales sólo busca la satisfacción
de una necesidad: satisfacer solamente ese “apetito natural”; en cambio, los
hombres buscamos también satisfacer ese “apetito del lujo”, ya que la mera
actividad no nos satisface por completo. Y cuando así lo hiciere, nos vemos actuar
como animales. El erotismo, la sensualidad y el deseo simbolizan ese “lujo”, eso
“extra” que sumamos como parte a nuestro acto sexual. No copulamos, sino que
hacemos el amor:

TENGO EL OLOR de tu piel,


tu voz en mis ojos,
toda tu imagen,
tu rostro en mis rodillas, apoyado.
Y volverás a estar así
otras mañanas. (85)

El cuerpo del poema es un cuerpo erotizado. “el olor de tu piel” permanece


y el poema se impregna con el aroma del ser deseado. Aquí, la sinécdoque no
pretende reconstruir un cuerpo que se va, sino disfrutar de las partes separadas,
como pequeños bocados: “tu voz” “tu rostro” “tu piel” son piezas que marcan el
camino al deseo que avanza. Y la voz quedará sola en esa mañana para esperar
esas “otras mañanas”.
Cuerpos que a pesar de la discontinuidad se unen “tu rostro en mis rodillas,
apoyado”. El límite es la “piel”. En el poema hay una imagen que se arma con
fragmentos. No hay desenfreno, está el control que caracteriza al erotismo. Íntima,
sutil, leve, la voz señala en ese verbo en futuro la circularidad del tiempo, ese
retorno asegurado.
Si en el poema anterior el verbo en futuro marca una continuidad, la
pregunta en el siguiente poema evidencia la fractura:

¿QUÉ HARÁS AHORA?


Ahora que las manos
se han quedado vacías
que los ojos se secan
y el corazón es una fruta amarga.
Ahora que toda tristeza
no alcanza para hablarte
Alcira, ¿qué harás ahora? (58)

El poema se inicia con una pregunta. Existe una ambigüedad en tanto que
la pregunta esté dirigida a sí misma o a una tercera persona. La imagen de “las
manos” que “han quedado vacías” sugiere el juego presencia/ausencia: algo había
en ellas que ha sido arrebatado. Los sentidos se mezclan entonces “el corazón”,
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que corresponde al sentido de la vista, “es una fruta amarga”, que corresponde al
gusto. La sinestesia permite decir lo indecible porque “no alcanza” la palabra “para
hablarte” de tu propia ausencia. Algo se arrebató, por eso la “tristeza” por eso “el
corazón es una fruta amarga”.
La voz asume un nombre “Alcira” y entonces nuevamente la pregunta “¿qué
harás ahora?” instaura la circularidad: el último verso será también el primero. Y
entonces, el nombre que se reafirma en cada retorno. La enumeración de las
partes del cuerpo no es como el caso anterior que señalaba el camino del deseo,
esta vez son “manos” “vacías” “ojos” que “se secan”, “el corazón” “amargo”: esa
carga valorativa en los adjetivos en complicidad con el verbo montan una escena
de “tristeza” y terror.5 Entonces la voz se nombra y se pregunta, porque frente a la
ausencia de las respuestas, nadie sabe cómo actuar y resuena el eco de los
demás nombres:

HACE MESES que los aguardo


a la sombra de una piedra.
Fija la vista en el horizonte,
atento el oído,
tenso el cuerpo, la espalda lista.
Y no llegan.
¿En qué lugar de este mar
de arena y sol
se han perdido?
¿Dónde están?

¿Dónde están mis molinos de viento? (69)

El retorno es incierto, la voz declara “hace meses” que los aguarda. El


cuerpo, expectante: “atento el oído”, “tenso el cuerpo”, “la espalda lista”. Y el
quiebre nuevamente “Y no llegan”. Frente a las ausencias, la pregunta y el incierto
de no saber lo invade todo: “¿En qué lugar de este mar/ se han perdido?”.
“¿Dónde están?” La voz espera pero no llegan. Los lectores la vemos ahí a la
espera del regreso. Esa voz de Penélope, deseosa, frente al mar.
Prometeo les regaló a los hombres el conocimiento de su finitud, pero no
les dijo la fecha de la muerte. Entonces nos vemos expectante, como la voz
poética, sin saber cuál será el momento en que nos arrebatarán la vida e
impedirán el propio regreso.

A modo de conclusión.

5
Sugerimos la lectura de la etimología de la palabra “tristeza” que realiza Ivonne Bordelois en su
libro Etimología de las pasiones.
Páez, Juan. (2013) "Lo humano en la poética de Alcira Fidalgo." En: La literatura del Noroeste Argentino:
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La poética de Alcira Fidalgo nos permitió recorrer varios caminos para


reflexionar sobre nuestra condición humana: ser rebeldes, crueles y creativos
constituyen rasgos que nos diferencian de los demás mamíferos.
Prometeo se rebeló contra los dioses y regaló a los hombres la carne y el
fuego para cocinar el alimento El fuego también simboliza el conocimiento, la
conciencia de la propia finitud y la tecnología. Pero la desobediencia mereció un
castigo. La sociedad actúa muchas veces de manera similar a Zeus y castiga a
quien se rebela contra lo establecido. Los periodos dictatoriales constituyen un
ejemplo de ello.
Entonces la crueldad y la violencia entran en contacto con el castigo y el
placer. Los hombres somos animales capaces de matar no solo para
alimentarnos, sino también para satisfacer el impulso. La tortura es una forma de
sometimiento, que aunque creamos que nos vuelve inhumanos, en realidad nos
definen, porque la crueldad es propia de nuestra condición. Los animales copulan,
los seres humanos hacemos el amor, y sumamos al acto sexual el erotismo para
no actuar como animales. La poética de Alcira es combativa, pero muy sensual y
crea atmósferas cargadas de erotismo.
Como lo planteábamos al principio de este trabajo, nuestra condición
humana se define por varios rasgos: la crueldad, la violencia, la rebeldía, el
erotismo y la creatividad. Alcira nos enfrenta en un espejo a nuestra propia
condición. Los dibujos y poemas de su libro Oficio de aurora nos recuerdan el
arrebato: Alcira, la escritora desaparecida por los genocidas de 1976.
A Alcira, por la humanidad puesta en versos, a ella este homenaje.

Bibliografía.

AA.VV. (2010). El verso libre. Buenos Aires: Ediciones del Dock


BARTHES, Roland. (1897). El susurro del lenguaje: más allá de la palabra y la escritura.
España: Paidós Comunicación.
BATAILLE, George. (1997). Las lágrimas de Eros. Trad. David Fernández. España:
Tusquets.
BORDELOIS, Ivonne. (2006). Etimología de las pasiones. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
BOSSI, Elena. (2001). Leer poesía, leer la muerte. Rosario: Beatriz Viterbo editora.
FIDALGO, Alcira. (2002). Oficio de aurora. Buenos Aires: Editorial Libros de Tierra Firme.
FILINICH, María Isabel. (2003). La enunciación. Buenos Aires: Eudeba.
FROMM, Erich. (1983) Anatomía de la destructividad humana. México: Siglo XXI
VERNANT, Jean Pierre. (2000). El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos
griegos. Traducción de Joaquín Tordá. Barcelona: Anagrama.

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