Professional Documents
Culture Documents
En nuestro país existe una alta prevalencia de trastornos mentales en los niños(as), llegando a un
27.8% entre los 4 y 11 años. Estos pueden continuar presentes hasta la adultez y generar
trastornos concomitantes de no ser temprana y adecuadamente tratados. Conforme a lo anterior,
resulta fundamental contar con equipos en Atención Primaria de Salud que sean capaces de:
En la presente cápsula se abordará la salud mental infantil como un ámbito esencial en y para el
desarrollo de niños y niñas, entregando herramientas para su comprensión desde una perspectiva
integral, con un enfoque ecológico y sistémico, considerando los determinantes sociales de la
salud y la perspectiva de curso de vida.
Los resultados en salud, como por ejemplo, las expectativas de vida, morbilidad, mortalidad y el
desarrollo integral de los niños y niñas, se ven afectados por determinantes estructurales, tales
como condiciones sociales (empleo, educación, violencia, demografía, etc.), condiciones
económicas (nivel y distribución de ingresos, pobreza, globalización, etc.), factores políticos
(democratización, gobernanza, trasparencia, legislación, derechos humanos, etc.), características
ambientales (recursos, clima, contaminación, etc.), desarrollo de tecnologías (acceso a
información e innovación) y las condiciones biológicas, como los factores genéticos.Por su parte el
Sistema de Salud, opera como un determinante intermedio, en la medida en que su
financiamiento, recurso humano y material, sus coberturas, organización y provisiones afectan en
los resultados en salud anteriormente descritos. Existen fundamentalmente tres determinantes
intermedios: las condiciones de vida, riesgos y amenazas medio-ambientales y, estilos de vida y
cambios de conductas.
Los determinantes sociales de la salud condicionan las posibilidades que tienen las familias,
padres, niños(as) para tomar decisiones libres sobre los estilos de vida que adoptan, sobre el
desarrollo de sus potencialidades y sus expectativas de vida, pudiendo operar como barreras o
facilitadores del desarrollo personal, de las familias y de las comunidades. Conforme a lo anterior,
la salud de las personas no es solo una responsabilidad individual sino también una
responsabilidad social. En este marco, para fortalecer la salud pública es fundamental la
articulación de estrategias intersectoriales que permita mejorar las características sociales en que
la vida se desarrolla.
2. Perspectiva de curso de vida
Para entender cómo se van configurando los trastornos mentales de la infancia y entregar una
respuesta integral a las necesidades de los niños(as), es necesario considerar también la
perspectiva de curso de vida.
Los niños(as) tienen una motivación propia para explorar el mundo que los rodea; pueden estar
conscientes de sus propios conocimientos y sentimientos, relacionándose con ellos para
transmitirlos a los demás, tratando de generar empatía; simpatizar, identificarse y realizar
intercambios sociales y afectivos satisfactorios. Estos son importantes porque afirman su
individualidad y generan mejor autoestima. Un buen desarrollo de las capacidades emocionales
aumenta la motivación para aprender y experimentar.
A lo largo de la vida de los niños(as) podemos distinguir distintas etapas, cada cual con hitos o
procesos correspondientes que se espera sean alcanzados sin mayor dificultad. Pero este
desarrollo, como vimos previamente, es interferido por múltiples condicionantes tanto del
individuo como del contexto, lo cual podría derivar en un trastorno de salud mental. Es importante
hacer la distinción entre lo que es inherente a la infancia y a la etapa de desarrollo en la que se
encuentre el niño(a) y lo propiamente patológico. La perspectiva de curso de vida es en este
sentido fundamental para comprender la psicopatología del desarrollo. Según Mash & Wolfe, la
psicopatología del desarrollo hace hincapié en el papel de los procesos del desarrollo, la
importancia del contexto, y la influencia de múltiples e interactuantes eventos en la conformación
del desarrollo adaptativo y desadaptativo.
Es relevante considerar cómo las competencias y las tareas del desarrollo modifican la expresión
de un trastorno o conducen a nuevos síntomas y dificultades, y que el reconocimiento de un
determinado estresor o conjunto de circunstancias estresantes pueden producir diferentes
dificultades biológicas y psicológicas, dependiendo de cuándo se produce el estrés durante el
desarrollo. Además, diversas dificultades constituirán significados diferentes para un individuo en
función de su entorno social y cultural, su experiencia personal y su nivel actual de organización y
funcionamiento psicológico y biológico. La integración de la experiencia, a su vez, afectará la
adaptación o mala adaptación que se produce.
Numerosas ideas que mejoran la comprensión de los trastornos mentales infantiles han surgido
producto de la visión del curso de la vida. Ahora está claro, por ejemplo, que la expresión de los
primeros síntomas de los trastornos psiquiátricos comienza temprano en el desarrollo. Algunos,
como los trastornos del neurodesarrollo (discapacidad intelectual, trastorno de la comunicación,
trastorno de aprendizaje, trastorno por déficit de atención, autismo), emergen muy temprano en
la infancia. Mirando hacia atrás, la vulnerabilidad temprana a los trastornos mentales en el adulto
es igualmente clara. Más de la mitad de las personas con problemas de salud mental tratados en la
edad adulta tenían criterios para el trastorno a los 15 años. Las primeras dificultades emocionales
y conductuales también presagian un amplio espectro de problemas en el funcionamiento social
en la adultez: peor salud física y comportamientos relacionados con la salud, peores circunstancias
económicas y en algunos casos, un mayor riesgo de muerte prematura.
Desde este enfoque de curso de vida, se deben otorgar lo más tempranamente posible las
condiciones necesarias para que los niños(as) alcancen el bienestar físico, psicológico y social que
requieren, para desarrollar al máximo sus potencialidades y afrontar las exigencias y estresores
propios de la vida. Como señala la Organización Mundial de la Salud el desarrollo cerebral y
biológico durante los primeros años de vida depende de la calidad de la estimulación que el
niño(a) recibe de su entorno: familia, comunidad y sociedad; siendo necesario crear las
condiciones adecuadas desde el periodo prenatal hasta los ocho años, para el óptimo desarrollo
de aspectos físicos, socioafectivos y lingüístico-cognitivos.
La infancia es una de las etapas altamente sensibles a las características del medio. Las
neurociencias han concluido que el desarrollo de la estructura básica del cerebro está conformada
hacia fines de la fase prenatal; no obstante, su posterior evolución depende centralmente de la
interacción que el niño(a) establezca con su entorno, en los primeros años de vida. Así, el período
de más rápido desarrollo del cerebro, correspondiente a la multiplicación de las conexiones
interneuronales, ocurre durante los primeros 2 años de vida y es crítico para la evolución futura
del niño(a) o niña. En esta etapa se generan las oportunidades para alcanzar el logro de funciones
intelectuales, emocionales, físicas, inmunológicas y sociales que más adelante serán necesarias y
significativas. Asimismo, las experiencias de los niños(as) entre los 2 y 5 años contribuyen a crear
las bases para aprendizajes posteriores, tanto en la educación formal como en el despliegue de
habilidades y competencias para establecer relaciones sociales. La evidencia indica que los
desfases y retrasos en el desarrollo temprano pueden limitar el posterior rendimiento del niño(a)
en el sistema educacional y en la vida adulta, así como, las situaciones estresantes vivenciadas a
corta edad tienden a asociarse a una mayor frecuencia de conductas disruptivas a edad más
avanzada, como, por ejemplo, violencia, delincuencia, alcoholismo, drogadicción, entre otras.
La etapa entre los 6 y 10 años constituye una oportunidad importante para el desarrollo de la
salud mental porque los síntomas y los trastornos detectados en este período pueden predecir
trastornos en el futuro. En efecto, la mitad de los trastornos mentales que sufre la población
adulta provienen de la infancia, generando a lo largo de la vida graves afectaciones al desarrollo
emocional, intelectual y social de quienes los padecen, dañando la autoestima, el desempeño y la
adaptación al sistema escolar, junto con alterar profundamente la dinámica familiar. Por eso, la
promoción de la salud mental y la prevención, detección y tratamiento de trastornos mentales en
esta etapa es de alta importancia.
3. Conceptos clave
La discusión anterior ilustra la complejidad inherente en la aplicación de un enfoque de
psicopatología del desarrollo para comprender la adaptación y la psicopatología durante la niñez.
Definiremos a continuación varios conceptos claves subyacentes a la psicopatología del desarrollo.
Estos incluyen los conceptos de riesgo y protección, las transacciones persona-medio ambiente y
el enfoque ecológico.
3.2 Resiliencia
Masten ha descrito la resiliencia como un proceso de desarrollo ordinario, de modo que los
individuos que logran sobreponerse a pesar de crecer bajo circunstancias adversas no se
consideran invulnerables, sino que se benefician de procesos protectores que compensan los
efectos de la exposición al riesgo. La resiliencia implica dos hechos fundamentales: primero, que la
persona está funcionando adecuadamente; y, segundo, que el individuo ha estado expuesto a una
adversidad significativa. Aunque existe cierto debate sobre lo que constituye un funcionamiento
adecuado (por ej., ausencia de psicopatología, desempeño académico mejor que el promedio,
etc.), está creciendo el consenso de que el concepto de resiliencia tiene utilidad para mejorar la
comprensión del funcionamiento adaptativo y desadaptativo.
1. Niveles ecológicos
Tal como lo muestra el esquema, los niveles ecológicos son los siguientes:
La complicación adicional de la dinámica de los micro-sistemas que interactúan son los factores de
riesgo y de protección que operan dentro de cada entorno. Los múltiples factores de riesgo
pueden interactuar entre sí y entre los microsistemas para crear circunstancias más adversas para
el individuo y pueden tener efectos independientes y acumulativos, de manera que tener un
factor de riesgo puede hacer que el individuo sea más propenso al desarrollo de otro. Por ejemplo,
los malos logros académicos en la escuela pueden llevar al ausentismo escolar, lo que a su vez
puede conducir al abandono escolar, lo que conduce a un riesgo elevado de trastorno de la
conducta. Sin embargo, incluso bajo circunstancias de riesgo grave, los individuos pueden
adaptarse e incluso prosperar, sin experimentar ningún desenlace patológico. En ello, influye
importantemente la resiliencia.
Entender cómo los factores protectores interactúan con los factores de riesgo dentro de múltiples
capas del microsistema puede conducir a una mayor comprensión de los resultados del desarrollo.
El trabajo de Patterson y colegas sobre el papel de las interacciones familiares en la etiología del
comportamiento antisocial proporciona otro ejemplo de procesos transaccionales que involucran
al individuo y su familia. En este modelo, un ciclo de interacciones coercitivas que se repite en el
tiempo dentro del sistema familiar luego es llevado por el niño(a) a otros entornos. La
combinación de una crianza de baja calidad, el temperamento difícil del niño(a) y la exposición al
estrés ecológico parecen contribuir particularmente a un alto riesgo de que se presenten estos
ciclos coercitivos, que han conducido a un comportamiento antisocial, rechazo de los compañeros,
fracaso escolar y baja autoestima.
2.2 Impacto de los pares
El grupo de pares es otro sistema proximal dentro del micro-sistema. En el grupo etario de 5 a 9
años, al insertarse en el contexto escolar los niños(as) comienzan a ampliar su círculo de relaciones
sociales y crecen en el proceso de individuación. En esta etapa tiene gran importancia la opinión
de sus padres y profesores, pero a medida que avanzan en su desarrollo empieza a adquirir mayor
relevancia la opinión de sus pares, que ejerce una gran influencia en la toma de decisiones durante
la adolescencia.
3. Exosistema y Macrosistema
El exosistema y el macrosistema representan los niveles más distales de influencia sobre el
desarrollo. El exosistema puede ser descrito como los vínculos a través de dos o más escenarios en
los que viven los niños(as) y las familias. Se incluye en el exosistema los vínculos de los entornos
(que Bronfenbrenner identifica como el mesosistema), así como los contextos que no
necesariamente incluyen al niño(a) (por ejemplo, el lugar de trabajo de los padres). El
macrosistema se refiere a los patrones generales de ideología, valores y creencias, así como a la
organización de los sistemas sociales, que son comunes a una cultura o subcultura determinada.
Las variaciones en la expresión de los síntomas y la presentación de los trastornos pueden, por
ejemplo, cambiar según el género. La evidencia señala que en la adolescencia las tasas de
problemas internalizantes en las mujeres superan a las de los hombres y, por el contrario, las tasas
de problemas externalizantes de los varones superan a las de las mujeres. El predominio de los
trastornos internalizantes en las niñas se explica, entre otras cosas, porque ellas presentan una
mayor sensibilidad a los cambios en la calidad de las relaciones con los padres y compañeros en
comparación a los varones.
Sin embargo, no todos los vínculos entre la vida en vecindarios violentos y los resultados
desadaptativos son tan directos. De hecho, se ha demostrado que los aspectos del microsistema
familiar modifican algunos de los efectos de vivir en comunidades violentas, aunque en formas
complicadas y, a veces, contraintuitivas. A pesar de ello, los estudios son claros en mostrar la
capacidad del apoyo de los padres para disminuir o exacerbar el potencial comportamiento
violento.
3.3 Inmigración y aculturación
Chile está actualmente en un cambio demográfico, impulsado en gran medida por la inmigración.
La dinámica de la inmigración y el reasentamiento, incluida la aculturación de los miembros de la
familia a un nuevo entorno de acogida y los cambios que se producen en las comunidades para
acomodar la afluencia de nuevos residentes de diversas culturas, ofrecen una oportunidad
extraordinaria para observar el papel de los procesos macrosistémicos en el desarrollo normal y
patológico. Numerosos investigadores han observado que los hijos de inmigrantes a menudo
aprenden el idioma local más rápidamente que sus padres y posteriormente asumen
responsabilidades como intermediarios lingüísticos y de cultura. También se ha observado que
asumen una mayor responsabilidad por el cuidado de los hermanos, la cocina y la limpieza, y la
mediación del conflicto familiar. Estas responsabilidades pueden producir problemas de
parentalización e inversión de roles que pueden tener consecuencias perjudiciales para los
niños(as). Sin embargo, la asunción de los niños(as) de papeles instrumentales y emocionales de
cuidado dentro de la familia puede entenderse como la extensión de actitudes culturales que
ponen la obligación y la lealtad a la familia en el centro del desarrollo normativo.
El cambio evolutivo es el sello distintivo del desarrollo y se deduce que la evaluación sensible al
desarrollo debe adoptar una perspectiva longitudinal. Esta evaluación requiere considerar no sólo
la presentación de los síntomas en un momento dado, sino también la estabilidad y el cambio en
las conductas, así como la exposición a los factores de riesgo y protección implicados en la
etiología o el mantenimiento de la conducta. Además, la atención a los procesos ecológicos
transaccionales requiere que los profesionales de la salud consideren la conducta en relación a los
contextos donde se produce la conducta. Se requiere un enfoque ecológico en la evaluación, para
obtener información sobre las expectativas y tolerancias de los adultos significativos dentro de los
principales escenarios que afectan al niño(a).
Se ha observado que los niños(as) suelen ser derivados para el tratamiento por los padres o
profesores y, con frecuencia, no consideran tener un problema. Una posibilidad que no puede
pasarse por alto es que los problemas de un niño(a) señalados al inicio de la intervención, pueden
revelar más acerca de las expectativas y tolerancias de los adultos que sobre el niño(a) en sí. En
tales casos, el objetivo primario de intervención involucra procesos externos al niño(a) (por
ejemplo, entrenamiento para padres). Sin embargo, cuando el comportamiento problemático
aparece consistentemente en diversos entornos y es percibido como problemático por múltiples
observadores, es más probable que los objetivos de intervención se centren en el niño (a) y
aborde diversos ámbitos.
Una orientación evolutiva también nos recuerda que las diferentes estrategias pueden ser útiles
en diferentes edades. Por ejemplo, es posible que sea necesario modificar las intervenciones para
niños(as) muy pequeños, que probablemente no posean la experiencia y las capacidades
cognitivas de procesamiento de la información necesarias para reflexionar sobre las cogniciones
negativas y sopesar los beneficios potenciales de las soluciones alternativas a los problemas,
elementos que pueden ser de beneficio para niños(as) mayores.
El contexto de intervención también requiere una consideración. Cambiar las condiciones que
provocan o sirven para reforzar el comportamiento desajustado en un contexto puede no tener
consecuencias en otro escenario. Como mínimo, esto sugiere la necesidad de una atención
continua a las transacciones del niño(a) con múltiples configuraciones a lo largo del curso de la
intervención. En muchos casos, un tratamiento eficaz puede requerir intervenir en múltiples
niveles, incluyendo no sólo estrategias centradas en la persona, sino también dirigidas al cambio
ambiental (por ejemplo, esfuerzos para mejorar el clima escolar). La utilidad de los enfoques
integrales se ilustra por la superioridad del tratamiento sistémico para reducir la enfermedad
mental en niños(as).
MÓDULO II PRINCIPALES PROBLEMAS Y TRASTORNOS DE SALUD MENTAL INFANTIL
OBJETIVO ESPECÍFICO
Identificar los principales trastornos mentales en niños y niñas de 5 a 9 años para realizar
diagnósticos adecuados y oportunos.
Este trastorno tiene un comienzo temprano, por lo general, durante los cinco primeros años de la
vida y no posterior a los doce. Sus características principales son una falta de persistencia en
actividades que requieren la participación de procesos cognoscitivos y una tendencia a cambiar de
una actividad a otra presentándose dificultades para terminarlas, junto con una actividad
desorganizada, desregulada y excesiva, incluyendo conductas como correr, saltar de un lado a
otro, hablar excesivamente, hacer mucho ruido y levantarse de la silla cuando se requiere
permanecer sentado. El malestar puede presentarse como una sensación de inquietud interna.
Estos síntomas no son adaptativos ni esperables para la etapa evolutiva del niño(a), requiriéndose
para el diagnóstico que sean graves, desproporcionadas para su desarrollo, persistentes, y que se
presenten en más de un ambiente (casa y/o colegio).
3. TDAH en la adolescencia
Al menos la mitad de los niños(as) diagnosticados con TDAH seguirán cumpliendo los criterios para
el trastorno durante la adolescencia. Habitualmente, el exceso de actividad motora se reduce
significativamente a medida que avanza la adolescencia, mientras que la impulsividad y la
inatención tienden a mantenerse, muchas veces como una sensación interna subjetiva.
Otras preocupaciones sociales y emocionales que prevalecen en esta etapa de desarrollo incluyen
un mayor riesgo de accidentes automovilísticos y la participación en otros comportamientos de
alto riesgo, como el uso de sustancias, que son reportados como más altos en las poblaciones con
TDAH sin tratamiento.
4. Detección
Cualquier consulta o control de salud como el espacio escolar son instancias que propician la
detección del TDHA. Actualmente el Programa Habilidades para la Vida de JUNAEB, realiza a todos
los alumnos de Primer y Tercero un cribado para la detección de factores de riesgo de salud
mental, estableciendo un Índice de Hiperactividad.La derivación de casos a Atención Primaria de
Salud, a partir de la alteración de este índice, debe ser validada por los equipos de salud y referida
para una evaluación diagnóstica integral.
5. Diagnóstico
El diagnóstico es eminentemente clínico. La evaluación de síntomas primarios debe incluir la
información proveniente de múltiples fuentes tales como: padres/cuidadores, el propio niño(a) y
el personal de la escuela (NICE 2008). Para el diagnóstico se requiere la presencia clara de
problemas de atención y/o actividad excesiva e impulsividad, los que deben ser mantenidos a lo
largo del tiempo y expresarse en diferentes ambientes y situaciones. Los síntomas no deben ser
explicados por otras enfermedades o condiciones, como trastornos específicos de aprendizaje,
discapacidad intelectual, depresión, abusos de alcohol o drogas, hipertiroidismo, entre otros.
La confirmación diagnóstica debe realizarse según los criterios diagnósticos del CIE 10 y DSM 5, a
partir de la entrevista clínica con el niño(a), los padres y la información otorgada por la escuela. La
presentación de los síntomas debe ser valorada según la etapa del desarrollo y en función de su
cantidad e intensidad, permanencia en el tiempo y su impacto en el funcionamiento del niño(a),
descartando que la conducta sea propia de la naturaleza infantil. Existen escalas (por ej Conners,
SNAP IV) que pueden utilizarse de manera complementaria, siendo útiles para observar la
evolución sintomática y la respuesta a tratamiento.
Las principales características que se deben considerar a la hora del diagnóstico son el déficit de
atención y la actividad excesiva. Las deficiencias de la atención se manifiestan como una tendencia
a cambiar de una actividad a otra, a suspender las tareas antes de terminarlas y la dificultad para
concluir cualquier actividad. Este déficit en persistencia y atención se debe diagnosticar como
trastorno solamente si es excesivo para la edad e inteligencia del niño(a) y si afecta su
funcionamiento y aprendizaje normal.
Según el DSM-5, el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad comprende un patrón
persistente de inatención y/o hiperactividad-impulsividad que interfiere con el funcionamiento o
el desarrollo, que están presentes antes de los 12 años, en dos o más contextos (p. ej., en casa, en
la escuela, con los amigos o parientes, en otras actividades), y existen pruebas claras de que los
síntomas interfieren con el funcionamiento social, académico o laboral, o reducen la calidad de los
mismos. Los síntomas no se producen exclusivamente durante el curso de otros trastornos
mentales como el trastorno del estado de ánimo, trastorno de ansiedad, trastorno disociativo,
trastorno de la personalidad, intoxicación o abstinencia de sustancias, entre otros.
6. Diagnóstico Diferencial
Es importante descartar que los síntomas no son debido a efectos fisiológicos directos de una
sustancia (medicamentos, drogas, etc.) o a una enfermedad médica (encefalopatías
postraumáticas o postinfecciosas, epilepsia, trastornos del sueño, trastornos sensoriales,
disfunción tiroidea, intoxicación por plomo, anemia ferropénica) y que no se explican mejor por
otro tipo de trastornos (trastornos específicos del aprendizaje, discapacidad intelectual, trastorno
ansioso, depresión, trastorno generalizado del desarrollo), factores ambientales (estrés,
negligencia/abuso infantil, malnutrición, inconsistencia en pautas educativas) .
Así también se debe evaluar la presencia de otros trastornos comórbidos, donde entre los más
comunes asociado al TDAH se encuentran el trastorno negativista desafiante, los trastornos de
aprendizaje, trastornos de ansiedad y trastornos de tics
UNIDAD II: TRASTORNOS DISRUPTIVOS DEL COMPORTAMIENTO.
El diagnóstico se basa en la presencia de un patrón repetitivo y persistente de comportamientos
agresivos, desafiantes y trasgresores de una duración de al menos 6 meses, los cuales son más
graves que simples travesuras infantiles o rebeldías del niño(a). Se clasifican en trastorno
oposicionista desafiante y trastorno disocial, los cuales difieren en edad de presentación y
severidad de los síntomas.
2.1 Diagnóstico
Niños(as) que presenten trastornos conductuales con comorbilidad con otros trastornos mentales
deben ser evaluados por un psiquiatra preferentemente con especialidad infanto-juvenil y, según
la complejidad, referidos para tratamiento al nivel especializado.
1. Depresión
La depresión es un trastorno del estado de ánimo que se manifiesta a partir de una serie de
síntomas que incluyen ánimo depresivo o ánimo bajo, irritabilidad, cambios de apetito, peso y/o
sueño, pérdida de interés o placer. Estos síntomas superan lo considerado como normal y no es
explicado mejor por otra enfermedad médica. Puede interferir la capacidad de concentración, la
pérdida de interés en actividades hasta entonces placenteras, así como disminución en la
concentración y sentimientos de culpa. En los niños(as) suele presentarse un ánimo irritable o
malhumorado más que un ánimo triste, además, de quejas somáticas. Otras complicaciones
incluyen la disminución del rendimiento escolar y permanentes dificultades para establecer y
mantener amistades. La complicación más grave de una depresión es el suicidio.
1.1 Detección
La detección de un posible trastorno depresivo puede ser a través de cualquier atención de salud
(control integral de salud del niño(a), consulta de morbilidad, etc.), así como también por medio
de la pesquisa en la escuela (Programa Habilidades para la Vida y salud escolar con la aplicación
del PSC y/o los equipos de convivencia, etc.) Sumado a esto, es importante la detección que
pueden realizar las propias familias.
A continuación, se presenten aquellos signos de alerta a considerar para un posible cuadro
depresivo de acuerdo a la edad.
• Disminución del ánimo, signos de irritabilidad, rabietas frecuentes, llanto inmotivado, quejas
somáticas (cefaleas, dolores abdominales), pérdida de interés por los juegos habituales,
cansancio excesivo o aumento de la actividad motora y abulia. También pueden presentar un
fracaso en alcanzar el peso esperado para su edad cronológica, retraso psicomotor o dificultad
en el desarrollo emocional.
• En niños(as) pequeños, el trastorno depresivo se asocia con frecuencia con trastornos de
ansiedad, fobias escolares, enuresis y encopresis secundaria.
• Los síntomas se presentan fundamentalmente en tres áreas:
o Área afectiva y conductual: irritabilidad, agresividad, agitación o inhibición psicomotriz,
astenia, apatía, tristeza, y sensación frecuente de aburrimiento, culpabilidad y en
ocasiones ideas recurrentes de muerte (especialmente en mayores de 9 años).
o Área cognitiva y actividad escolar: baja autoestima, falta de concentración, disminución
del rendimiento escolar, fobia escolar, síntomas conductuales en la escuela y en la
relación con sus pares, o aislamiento.
o Esfera somática: cefaleas, dolor abdominal, trastornos del control de esfínteres, trastorno
del sueño (insomnio o hipersomnia), no alcanzar el peso para su edad cronológica y
disminución o aumento del apetito.
Por otra parte, es importante considerar que entre el 40 y el 90% de los niños(as) con un cuadro
depresivo tienen un trastorno comórbido, siendo los más frecuentes: distimia, trastorno de
ansiedad, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, trastornos conductuales y abuso de
sustancias.
En caso de que la evaluación diagnóstica integral confirme un cuadro de complejidad leve evalúe
la pertinencia de realizar un tratamiento en el centro de atención primaria. En caso de un cuadro
depresivo de complejidad moderada o severa siempre derive para su atención en especialidad. Si
existen dudas en el diagnóstico o nivel de complejidad, utilice las consultorías de salud mental.
Las tasas de prevalencia de los trastornos de ansiedad en la infancia (últimos 3 meses) varían de 2
a 4%, pero aumenta a 10-20% cuando se considera la prevalencia del último año. Los trastornos de
ansiedad se producen con mayor frecuencia en las niñas (2 a 1) que en los niños. Los niños(as) con
trastornos de ansiedad experimentan dificultades cuando participan en actividades habituales (por
ejemplo, asistir a la escuela, socializar con sus compañeros, participar en eventos familiares) y, a
menudo, las evitan. Estos trastornos interrumpen el desarrollo psicosocial normal de los niños(as)
y producen deficiencias en el funcionamiento académico, social y familiar.
2. Detección
La detección e identificación precoz del TEA es de especial relevancia, porque facilita la
intervención temprana y favorece el desempeño posterior o pronóstico. Por lo tanto, se espera
que si un niño(a) necesita tratamiento entre la edad de 5 a 9 años, el diagnóstico y las primeras
intervenciones se hayan realizado en etapas tempranas.
La sospecha de un TEA surge habitualmente de la consulta espontánea realizada por los padres o
bien en el control de salud infantil como parte de la evaluación del desarrollo psicomotor. Debe
realizarse una vigilancia prioritaria del desarrollo a niños(as) hermanos, gemelos e hijos de
personas con TEA debe, pudiendo aplicarse la “lista de verificación para el autismo en niños(as)
pequeños modificada” M-CHAT/ a los 18 meses.
Los controles de salud infantil son instancias cruciales que nos pudieran advertir de la presencia de
un posible TEA, de acuerdo a la “Pauta de Señales de Alerta” que se presenta a continuación.
12 meses
Preocupación de los padres por déficit en habilidades sociales.
18 meses
24 meses
Si la pauta de cotejo de señales de alerta esté alterada a los 18 meses se debe referir a control por
médico. En niños(as) mayores de 18 meses se puede aplicar el M-CHAT/ES, si la pauta de cotejo de
señales de alerta está alterada o las escalas de evaluación del desarrollo psicomotor (EEDP y TEPSI)
dan cuenta de retraso, rezago o riesgo en el área social y de lenguaje.
Si el M-CHAT/ES revela un posible TEA se debe referir a consulta médica. El médico realizará una
primera evaluación, si se mantiene la sospecha, se sugiere derivar al nivel de especialidad para
confirmación diagnóstica por un neurólogo o psiquiatra infantil.
3. Cuadro Clínico
Si bien una evaluación diagnóstica en profundidad debe ser realizada en el nivel de especialidad
por un equipo multidisciplinario, el médico general de atención primaria puede considerar los
siguientes aspectos para una preevaluación y eventual derivación:
Sólo en caso de ser necesario, de acuerdo a juicio clínico y los antecedentes recopilados, pueden
aplicarse pruebas complementarias en el caso de sospecha de base orgánica y/o comorbilidad
como electroencefalograma, Resonancia Nuclear Magnética, pruebas metabólicas, cariograma y
exámenes auditivos.
MÓDULO III: EVALUACIÓN INTEGRAL DE SALUD MENTAL INFANTIL
OBJETIVO ESPECÍFICO
Reconocer las principales dimensiones de la evaluación en salud mental infantil, identificando la
importancia del diagnóstico integral para la atención de niños y niñas en APS.
El Modelo de Atención Integral de Salud Familiar y Comunitaria, se define como “el conjunto de
acciones que promueven y facilitan la atención eficiente, eficaz y oportuna, que se dirige más que
al paciente o a la enfermedad como hechos aislados a las personas, consideradas en su integridad
física y mental y como seres sociales pertenecientes a diferentes tipos de familia, que están en un
permanente proceso de integración y adaptación a su medio ambiente físico, social y cultural”1.
Por otra parte, el Modelo Comunitario de Atención en Salud Mental vigente en nuestro país,
propone incorporar la protección de derechos en la atención de personas que presentan
problemas o trastornos mentales, considerando un enfoque integral y de calidad de vida, donde
cobra relevancia la superación del estigma y marginación social, la pérdida de redes de apoyo, la
dependencia en la toma de decisiones, los que impactan negativamente en la adherencia al
tratamiento y evolución.
1
Orientaciones para la Implementación del Modelo de Atención Integral de Salud familiar y Comunitaria, Ministerio de
Salud, 2013. Extraído de Modelo de Atención Integral en Salud, 2005, Ministerio de Salud
1. Abordaje Sistémico
El abordaje sistémico en el trabajo de la salud mental de niños y niñas, no es sólo una estrategia
clínica, sino que debe constituirse en el encuadre básico desde el cual se planteen los objetivos del
tratamiento. El abordaje sistémico permite observar cómo el niño se inserta en su familia, y cómo
cada grupo familiar se inserta dentro de una red social más amplia. Esta posibilidad de ampliar la
mirada, sacando el foco desde el individuo al contexto, permite responder de mejor manera a las
necesidades de las personas y su grupo familiar, ayudando de forma más efectiva a mejorar su
calidad de vida. Así, con mayor información disponible, el profesional o equipo de salud puede
iniciar acciones de colaboración con otros actores e instituciones con las que la familia y el niño se
vinculan, y definir su propio ámbito de intervención en coordinación con otros. Puede trabajar
aspectos que son propios de la dinámica familiar y contextual que están afectando el bienestar
emocional del niño(a), a la vez que intervenir en los factores individuales de éste.
2. Evaluación Integral
La evaluación integral que se realiza en los primeros encuentros es una acción central que
permitirá planificar de mejor manera el Plan de Tratamiento Integral. Toda evaluación del
problema debe incluir una apreciación del niño(a), del contexto, la familia y de las experiencias de
la familia con otras instituciones.
Como vimos anteriormente, desde la perspectiva sistémica, los diagnósticos individuales deben
ser mirados en el contexto. Pensar en la familia como una organización es una manera de mirar las
relaciones entre los individuos que participan del sistema. De este modo, el comportamiento de
una persona no se puede entender de forma aislada, sino que en el contexto relacional en el que
ocurre.
El nivel de lo psicopatológico interactúa recíprocamente con determinantes biológicas e intra-
psíquicas, en un sistema que inhibe, restringe o potencia determinados cursos de expresión de los
síntomas individuales. Asimismo, el diagnóstico individual de un niño o niña, es contar con una
parcialidad de información del sistema que lo contiene. Para tener una comprensión sistémica
debemos poder dar cuenta de la organización relacional de esa familia, comprendiendo el modo
en que el niño(a) y cómo la sintomatología individual participa de ese mundo interaccional.
La primera sesión de evaluación integral debe ser realizada por un equipo multidisciplinario,
compuesto al menos por 2 profesionales e idealmente con la presencia de la familia y el niño(a). La
confidencialidad es un derecho del niño(a) y un deber del profesional, por lo que hay que explicar
las características de la entrevista y explicitar el derecho a la confidencialidad y sus límites.
Recalcar al niño o niña que queremos ayudarlo(a) y que la entrevista con él o ella es parte de su
intimidad y que sólo en caso de que esté en riesgo su integridad o la de terceros, y con su
conocimiento, se entregará información sensible a sus padres y/o cuidadores.
Se debe tener en cuenta que los diagnósticos en la infancia son dinámicos, ya que los niños(as) se
encuentran en desarrollo y son vulnerables a los factores y acontecimientos externos. Por lo tanto,
la evaluación diagnóstica requiere tiempo y la incorporación de múltiples informantes (familia y
escuela). La evaluación puede requerir de 2 o 3 sesiones, donde posterior a la primera entrevista
de ingreso, se puede citar solo a los padres o cuidadores para realizar la anamnesis o recabar
información sensible para el niño(a)Así también, se puede requerir de una sesión con el niño(a) a
solas para hacer la evaluación psicológica pertinente.
2.2 Hipótesis Diagnóstica de trabajo
Teniendo toda la información necesaria, se puede formular una Hipótesis Diagnóstica de trabajo
basado en 6 ejes diagnósticos y desde esto, determinar un plan de tratamiento integral.
A raíz de la evaluación diagnóstica, un porcentaje importante de los niños(as) que presentan un
trastorno mental serán diagnosticados oportunamente y recibirán su tratamiento exclusivamente
de parte del equipo de atención primaria. En una proporción distinta según la patología. Un
número menor requerirá, además, que su caso sea analizado en una consultoría de salud mental
del equipo que lo atiende con los especialistas del equipo de salud mental y psiquiatría
ambulatoria. Algunos de estos pacientes deberán ser derivados a especialidad para su diagnóstico
e indicación de tratamiento.
Desde el inicio del PTI se debe considerar la diferenciación de las intervenciones por sus
especificidades de género y pertinencia cultural, en todos los ámbitos definidos.
El PTI debe ser realizado por un equipo multidisciplinario y se debe asignar explícitamente quien
de este equipo será responsable de la coordinación de las acciones realizadas por cada
profesional, y del seguimiento de la evolución del niño(a) y su familia, durante todo el proceso de
tratamiento. Esto implica que si bien pueden haber diversas acciones realizadas por distintos
profesionales o técnicos, alguien debe procurar que estas acciones planificadas se estén
realizando y favoreciendo el cumplimiento de los objetivos planteados.
Se recomiendan las siguientes acciones a desarrollar con los padres, madres y/o cuidadores:
Es importante identificar el impacto psicosocial de las dificultades asociadas a los síntomas en los
cuidadores. Evalúe las necesidades del cuidador y promueva el apoyo y los recursos necesarios
para su vida familiar, empleo, actividades sociales y salud.
Aprender estos métodos permite dar a los niños(as) una dirección, objetivos y límites con el fin de
facilitar la expresión emocional, mejorar la autoestima, los aspectos positivos de la relación entre
padres e hijos(as), y la reducción de la tensión y luchas dentro del hogar, lo que suele repercutir
positivamente en una mejor adherencia al tratamiento. Es importante facilitar la expresión
emocional, ya que estos niños(as) presentan dificultades en el reconocimiento emocional y por
ende en la expresión. Ayudarlos a reconocer sus emociones podría ser fundamental para saber si
el niño(a) se siente frustrado por no poder hacer una tarea, está aburrido o si realmente no sabe
cómo hacerla.
El metilfenidato es un medicamento eficaz para el tratamiento de los síntomas del TDAH. Para la
administración de metilfenidato la persona debe tener por lo menos 6 años de edad y evaluar
previamente lo siguiente:
• Talla y peso.
• Frecuencia cardíaca.
• Riesgo por uso de sustancias y abuso de alcohol u otras drogas.
• Enfermedades médicas o psiquiátricas comórbidas. Se debe derivar ante la presencia de
comorbilidad médica, como epilepsia, enfermedad o antecedentes cardiovasculares, y
también si hay presencia de otros trastornos mentales, como trastornos ansiosos,
trastorno negativista desafiante y trastornos de aprendizaje.
• No se requiere electroencefalograma ni exámenes de sangre de rutina. Estos se deben
realizar si hay una indicación clínica.
GRUPO PESO (Kg) 1º semana 2º semana
I < 30 kg 5 mg 10 mg
II 30 kg a 40 kg 5mg – 5mg 10mg – 5mg
III > 40 kg 5mg – 5mg 10mg – 10mg
• Control por profesional de salud a las 2 semanas de iniciado el tratamiento y por médico a
las 4 semanas, para evaluación de cumplimiento de objetivos terapéuticos.
• Respuesta positiva: se mantiene este esquema y control a las cuatro semanas por médico
y derivación a continuidad del tratamiento por otro profesional de salud capacitado.
• Respuesta negativa: ajustar dosis según peso, tolerancia a metilfenidato y efecto de
acuerdo a objetivos terapéuticos y efectuar control médico a las cuatro semanas. Si
persiste respuesta negativa después de 3 meses, a pesar de ajustes de dosis de
metilfenidato, reevaluar diagnóstico y/o considerar cambio de fármaco, presentarlo en
consultoría o derivar a especialidad.
2. Trastornos de conducta
2.1 Tratamiento
El desarrollo de un Plan de Tratamiento Integral para el abordaje del trastorno conductual, debe
incluir la intervención en diferentes ámbitos de la vida del niño(a) y su familia, identificando
riesgos individuales, familiares o de contexto que pudiesen estar asociados al trastorno,
necesidades en el plano ocupacional, de vivienda o educativos de los padres o cuidadores; además
de considerar los factores protectores del niño(a) y sus padres y el contexto que puedan ser
potenciados.
Respecto de los tratamientos que han mostrado mayor eficacia, estos se basan en estrategias que
privilegian potenciar los recursos positivos y fortalezas de la familia o padres del niño(a). De esta
manera el abordaje de primera línea son las intervenciones psicosociales, siendo las más eficaces
los programas de formación o entrenamiento de padres o intervenciones de tipo familiar. Las
terapias que se enfocan al trabajo con todos los aspectos de la vida del niño(a) son más eficaces,
en la medida que combinen intervención psicológica individual y familiar.
Debido a que la televisión, las películas y los videojuegos son actividades placenteras para los
niños(as), a menudo se utilizan como recompensas. Sin embargo, cuando el contenido de estos es
violento, es más probable que los niños que corren riesgo de sufrir trastornos de la conducta
muestren un comportamiento agresivo. Por lo tanto, el acceso a estos reforzadores debe ocurrir
con la supervisión de los padres.
3.1 Tratamiento
Al igual que para el abordaje de todos los trastornos de salud mental, la depresión en niños(as)
debe considerar una perspectiva contextual e incorporando a los diferentes actores en el proceso
terapéutico para obtener buenos resultados. En todos los niveles de gravedad es fundamental
realizar psicoeducación y acompañamiento.
La elección de tratamiento dependerá de una serie de factores específicos tales como la etapa de
desarrollo, la gravedad de la depresión, las características clínicas del caso, recursos disponibles, la
historia de respuestas al tratamiento, trastornos comórbidos, las dinámicas familiares y
ambientales, así como las preferencias del paciente y su familia. Decidir cuál es el nivel de la
atención o qué modalidad de tratamiento es la indicada, por ejemplo, intervención psicológica y/o
tratamiento farmacológico, así como el desarrollo de un plan de contención de crisis son
componentes importantes de la evaluación y la intervención temprana. También es importante
determinar qué parte de la atención y del tratamiento podrá proporcionarse por los profesionales
y equipos de salud en la atención primaria y cual en especialidad de ser necesario.
d. Terapia Psicológica
La elección de terapias psicológicas debe ser discutida con el niño(a) y su familia o cuidadores.
e. Terapia Farmacológica
Antes de comenzar con medicamentos antidepresivos, se deberá descartar que la causa
subyacente de la sintomatología sean enfermedades orgánicas, los exámenes recomendados para
diagnóstico integral: hemograma, prueba de función tiroidea (TSH, T3, T4 libre) y perfil
bioquímico.
El tratamiento del niño(a) con depresión deberá realizarse en tres fases: aguda, de continuación y
de mantención, con el fin de reducir y/o eliminar los signos y síntomas depresivos, consolidar la
respuesta, restablecer el funcionamiento psicosocial y educacional al nivel previo y prevenir
nuevos episodios. Frente a la presencia de comorbilidades al cuadro depresivo se debe dar
tratamiento a las patologías presentes, ya que esto puede ayudar a mejorar los resultados del
tratamiento y ver opción de derivación a especialista.
• Dosis inicial: 10 mg/día. Ajuste de dosis individual, según respuesta y efectos adversos,
para utilizar la dosis mínima efectiva. Después de 2 semanas, si es que no ha habido
respuesta alguna, se puede incrementar a 20 mg/día. En niños(as) menores de 12 años, se
prefiere dosis de mantención de 10 mg. por día.
Realice un cuidadoso seguimiento de las reacciones adversas a los medicamentos, revise el estado
mental y el progreso general; por ejemplo, realice un contacto semanal con el niño(a) y su familia
durante las primeras 4 semanas de tratamiento, y luego cada 2 semanas. A continuación, la
frecuencia de los controles dependerá de cada caso. Es necesario implementar intervenciones que
favorezcan la adherencia.
En el caso de que las terapias psicológicas disminuyan en frecuencia, puede continuar con el
tratamiento farmacológico, pero no deje de vigilar los fármacos y reacciones adversas que
pudieran aparecer.
En el caso del primer episodio depresivo mantenga los antidepresivos con la dosis que fue efectiva
por lo menos durante 6 meses sin síntomas o con síntomas mínimos. Luego reduzca gradualmente
la dosis durante por lo menos un período de 4 semanas, hasta suspender.
Recuerde a la persona sobre la posibilidad de presentar síntomas de descontinuación por la
suspensión o reducción de la dosis de antidepresivos; y que estos síntomas son generalmente
leves y duran unos pocos días (por ejemplo: mareo, hormigueo, ansiedad, irritabilidad, fatiga,
dolor de cabeza, náuseas, problemas de sueño).
Informe acerca de los síntomas tempranos de recaída (por ejemplo, alteración del sueño o del
apetito durante más de 3 días) y cuándo debe acudir para nuevo tratamiento.
Además, es fundamental la articulación con otros actores como educadores, servicios sociales,
ONGs u otros, con el fin de entregar una respuesta oportuna, integral y de calidad para disminuir
la discapacidad asociada al trastorno, aumentando la funcionalidad y desarrollo de la autonomía
progresiva.
El abordaje de los TEA debe ser lo más integral e inclusivo posible, a través de un trabajo
multidisciplinario e intersectorial y considerando la definición de objetivos para las diferentes
dimensiones y contextos en las que se desenvuelven los niños(as). Aquí los padres y familiares
juegan un rol fundamental como co-terapeutas, siendo importante, entonces, mantenerlos
conscientes de las posibilidades y limitaciones de sus hijos(as), y generar directrices claras para
llevar a cabo el trabajo con estos.
Existen diversos enfoques y estrategias terapéuticas, sin embargo, hay elementos comunes que
comparten, independiente de cuál sea, los que se describen en los siguientes componentes:
4.2 Seguimiento
Todos los niños(as) con TEA deberían tener apoyo y seguimiento permanente por parte de los
equipos de APS, independientemente de estar recibiendo atención especializada.
Dónde derivar:
• A servicios ambulatorios especializados de salud mental infanto-juvenil. El equipo, en
condiciones ideales, debería ser multidisciplinario e incluir psiquiatra de niños(as) y
adolescentes, psicólogo, terapeuta ocupacional y fonoaudiólogo, si están disponibles.
• A los servicios de terapia del lenguaje y del habla, si están disponibles.
• En todos los casos se debe evitar el cuidado institucionalizado permanente por las
consecuencias adversas que tiene para el niño(a).
5. Trastornos de ansiedad
Para niños(as) con síntomas leves de ansiedad y limitado deterioro funcional, la psicoeducación y
el apoyo pueden ser suficientes.
La psicoeducación de los padres y del niño(a) es esencial y debe incluir una discusión de los
síntomas, curso, tratamientos y riesgos asociados,así como las consecuencias de no buscar
tratamiento. Los materiales escritos y sitios web confiables sobre los trastornos de ansiedad
infantil y su tratamiento pueden ayudar a los padres y al niño(a) a aprender acerca de la ansiedad,
evaluar el progreso y entender los efectos secundarios de los medicamentos, en caso de que se
hayan indicado. Los padres y los niños necesitan apoyo y tranquilidad constante porque suelen
preocuparse excesivamente. La disponibilidad de los profesionales que pueden administrar el
tratamiento y la asequibilidad de las intervenciones deben ser considerados y debatidos
abiertamente con el niño(a) y la familia.
5.1 Tratamiento
En los trastornos de ansiedad infantil es muy común encontrar que uno o dos padres también
tienen un trastorno de ansiedad u otras condiciones psiquiátricas (por ejemplo, la depresión).
Como la probabilidad de que un niño responda al tratamiento aumenta si los padres también
reciben su propio tratamiento, es crucial animar a los padres a solicitar atención de salud mental.
Los niños(as) con ansiedad moderada y deterioro funcional significativo pueden comenzar su
tratamiento con intervención psicológica. Entre los diferentes tipos de intervención psicológica, la
evidencia sustancial apoya la eficacia de la terapia cognitivo conductual (TCC) para los trastornos
de ansiedad en niños(as). La intervención psicológica para este tipo de trastornos, debiera incluir
la psicoeducación sobre la ansiedad y las situaciones temidas, habilidades de manejo somático
tales como relajación muscular progresiva, respiración diafragmática y auto-monitoreo,
reestructuración cognitiva para identificar pensamientos desadaptativos y enseñar el pensamiento
centrado en el afrontamiento, técnicas de exposición que impliquen una desensibilización gradual,
sistemática y controlada a situaciones temidas, y los planes de prevención de recaídas para
consolidar y generalizar las habilidades que se han aprendido.
Cuando los niños(as) presentan síntomas moderados o graves, con deterioro en el funcionamiento
que dificulta la intervención psicológica, se recomienda la medicación. Los antidepresivos
inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) son los medicamentos de elección
para los trastornos de ansiedad en niños(as), y han demostrado ser más eficaces que el placebo.
Se sugiere iniciar con dosis bajas, monitoreando estrechamente los efectos secundarios, titulando
a una dosis mínima efectiva y aumentando la dosis después de 4 a 6 semanas si no se logra una
mejoría significativa.
Entre los antidepresivos, se puede utilizar fluoxetina desde los 8 años, en dosis de comienzo de 5-
10 mg por día, dosis de mantención de 10-20 mg/día, y si no hay respuesta después de 4 semanas
debe derivarse a especialidad.
Los ISRS son generalmente bien tolerados por niños(as) con trastornos de ansiedad. Los efectos
secundarios comunes incluyen dolor de cabeza, molestias gástricas, insomnio o aumento de la
actividad motora. La activación conductual o la desinhibición pueden observarse con más
frecuencia en niños(as) con trastornos comórbidos de TDAH y deben ser monitorizados. En
general, el tratamiento con medicamentos es seguro y eficaz, pero no todos responden. En ese
caso, se debe derivar a especialista.
Los ISRS deben mantenerse en la misma dosis que alcanza la remisión de los síntomas durante al
menos 6-12 meses. Posteriormente, el ISRS puede detenerse lentamente. El profesional de
atención primaria, el paciente y la familia deben identificar un tiempo de estrés bajo (por ejemplo,
vacaciones de verano) para intentar suspender el medicamento. Si los síntomas regresan, se debe
reiniciar el ISRS, potenciar las medidas no farmacológicas, y evaluar factores de riesgo.
Independientemente del tipo de tratamiento ofrecido, el objetivo del tratamiento es lograr una
remisión sintomática completa porque los síntomas subsindrómicos se asocian con un
funcionamiento deficiente y pueden aumentar el riesgo de recurrencia.
5.1.1 Las fases del tratamiento son:
1. Control de los síntomas agudos
2. Mantenimiento de la respuesta
3. Prevención de la recurrencia
4. Término del tratamiento
5. Monitorización del tratamiento
UNIDAD II: INTERVENCIONES PSICOSOCIALES BASADAS EN LA EVIDENCIA
Problema Nivel 1- Mejor Nivel 2- Buena Nivel 3- Nivel 4- Nivel 5- Sin evidencia
evidencia evidencia Evidencia Evidencia
Moderada mínima
Terapia cognitiva Entrenamiento Manejo de Activación y Evaluación/monitoreo,
Conductas conductual (TCC), asertivo, Atención, contingencia, exposición Terapia vincular, Terapia
ansiosas y TCC y entrenamiento en Terapia de conductual, de desensibilización y
evitativas medicamentos, atención, TCC y grupo Biofeedback, reprocesamiento por el
TCC para musicoterapia, TCC Terapia de movimiento
niños(as) y y entrenamiento juego, ocular(EMDR), Educación
padres, TCC con en el manejo para Entrenamiento por pares,
padres, padres, TCC solo manejo para Psicoeducación,
educación, con padres, padres, Consejería relacional,
exposición, Psicoeducación Terapia Psicoeducación al
modelaje familiar, Relajación psicodinámica profesor
Habilidades
sociales