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XVI JORNADAS INTERESCUELAS/DEPARTAMENTOS DE HISTORIA

9 al 11 de Agosto de 2017
Mar del Plata-Buenos Aires

Mesa 58: Historia de la justicia en el Río de la Plata y América Latina (Ss. XVII-XX)
Coordinadores: Darío G. Barriera (UNR, CONICET) / Juan M. Palacio (UNSAM,
CONICET)

La justicia rural en la preservación de los derechos posesorios, Entre Ríos en la


década de 1830
Pedro R. Kozul
UADER
pedrokozul@gmail.com

Resumen

Esta ponencia examina el conjunto de reglas y obediencias jurídicas puestas en práctica


en Entre Ríos durante la conflictiva década de 1830, con la intención de intervenir e
institucionalizar la compleja sociabilidad rural, producto de fuertes tensiones, generadas
entre los pobladores por la abundancia de suelos baldíos, la persistencia de los derechos
posesorios sobre la tierra y el avance formal y conceptual de la propiedad privada. Se
pretende demostrar que, el ejercicio de la vigilancia se encontraba no tanto en la objetividad
“ciega e imparcial” de la justicia sino en un procedimiento punitivo casuístico que incluía a
múltiples actores sociales y políticos de diversa índole, donde se destacan los alcaldes de
hermandad. No obstante, irán surgiendo pequeñas mutaciones discursivas en el carácter
penal hacia la década de 1830, para observar qué cambios y cuál fue el alcance de dichas
leyes que afectarían el arraigo de los paisanos establecidos en el mundo rural,
principalmente de los labradores.
Nuestro objetivo es el de averiguar qué ocurrió con aquel mundo de valores y pautas
culturales ante la aparición y perduración de los combates militares durante la construcción
de un nuevo orden provincial, motivados por los clivajes políticos y la desorganización
generalizada, sumado a la inminente desaparición coyuntural de las autoridades locales
luego de 1810; definiendo cómo se organizaron y resolvieron cuestiones cotidianas
relativas al uso de recursos ante la debida inexistencia de algunas de esas viejas instancias
de poderes locales (máxime, la extinción de los cabildos). Finalmente, buscaremos explicar
cómo reconstruyeron los propios paisanos, en este escenario convulso, un orden más o
menos creíble y útil. En este sentido, procuramos comparar los dispositivos empleados por
el gobierno entrerriano, durante la etapa posrevolucionaria, en relación al modo operativo
de legislar sobre la tierra, mediante la sanción de contratos facilitados por el fisco para
explotar económicamente –por unidad productiva– un determinado terreno, con las
condiciones jurídicas fijadas para cada situación. Respecto a este enunciado y a la
posibilidad empírica de corresponderlo, son discernibles al menos dos suministros
heurísticos distintos que incorporaremos a lo largo de nuestro escrito: reclamos en primera
persona al gobierno central pero por medio generalmente de los poderes locales y, por otro
lado, las fuentes judiciales.

1. Introducción

En los avances historiográficos más recientes centrados en cómo se lograba el acceso a


la tierra en contextos históricos con escaso medios institucionales para sustanciar
formalmente las propiedades, prevalece una relativa tendencia a conocer cuáles fueron sus
formas de apropiación y de los recursos económicos disponibles aprovechados por
determinadas unidades productivas, estudios ubicados principalmente en el siglo XVIII y
buena parte del XIX (Levaggi, 2010; Schmit, 2007). Algunos de ellos, han contemplado la
contradicción de formar un “Estado” a partir de lógicas modernas pero con predominio de

2
prácticas políticas tradicionales –en cuanto a la regulación del usufructo condicional de la
tierra rural–, heredadas de los núcleos hispanos fundantes, las que mantuvieron una lógica
determinada, centrada en la comunidad local, y amparada y dirimida por la costumbre. Ese
proceso se distinguió por múltiples conflictos y expresiones al interior de una sociedad
campesina heterogénea: ocupantes sin títulos, denunciantes de tierras baldías, donatarios,
propietarios, enfiteutas y arrendatarios (Fradkin, 1995; Canedo, 2000).
En el caso de Entre Ríos y al igual que en otras regiones rioplatenses, los pobladores
revelarán diversos modos de uso y acceso a la tierra, garantizados por la presencia de
campos abiertos a la explotación y que ofrecían oportunidades de ascenso social y
económico a muchos “pastores-labradores”, sean éstos migrantes o miembros locales con
“hacienda y familia”, aprovechando la protección especial de los poderes locales
(generalmente de comandantes locales o de alcaldes de hermandad) a tono con el gobierno
central residente en Paraná –aunque sin descartar los desacuerdos entre ambas esferas– para
acreditar la ocupación, el usufructo o la posesión en una tierra que inmediatamente ponían
en producción, criaban ganado, cultivaban y retribuían con cargas militares.1 Por lo que
abrimos la discusión con algunos interrogantes ¿Cómo se accedía a la tierra en este periodo
y qué actores políticos decidían cuando la autoridad no era acatada por los paisanos?
¿Cómo se organizaron y resolvieron cuestiones cotidianas, concernientes al uso de los
recursos, frente a la inexistencia de algunas viejas instancias de poderes locales, como la
caducidad de los cabildos que tenían la prerrogativa de otorgar tierras, aún a título
precarios, a los pobladores de su jurisdicción y de reconocer como “pobladores de buena
fe” a los recién llegados?2

1
Por “pastores-labradores” entendemos un sector social compuesto de pequeños y medianos productores
agropecuarios independientes para el autoconsumo o para abastecer los mercados locales y provinciales que
presentaban vínculos parentales con escasa mano de obra ajena al grupo familiar (ya sean esclavos o libres),
enrolados en las milicias a cambio de acceder a la tenencia de la tierra y que estaban radicados
mayoritariamente en áreas de ocupación tardía al suroeste de la provincia de Entre Ríos.
2
La supresión de los cabildos (sin dudas, la institución más arraigada del régimen colonial) implicó una
redefinición de los territorios y de las bases de la gobernabilidad (Ternavasio, 2000).

3
2. Los “pobladores de buena fe” luego de la Revolución: la justicia rural como un
resabio del Antiguo Régimen

Nos convendría explicitar, primeramente, qué tipos de elementos determinaron las


formas de acceso a la tierra durante la primera mitad del siglo XIX. En este punto, son
discernibles dos suministros documentales: los reclamos en primera persona al gobierno
central pero teniendo al alcalde de su jurisdicción como un intermediario imprescindible
para satisfacer la petición y, por otro lado, las fuentes judiciales. El primer repositorio,
brinda una gran cantidad de informes e intervenciones provenientes de poderes locales que
estaban asentados básicamente en el mundo rural, destinados al gobierno de la provincia,
que eran archivados en la Contaduría General con asiento en Paraná: permisos concedidos,
donaciones y títulos de gracia; realizados por sujetos involucrados en algún reclamo
público y que apelaba a los tradicionales usos y costumbres: presentación de nota escrita al
alcalde de hermandad de su jurisdicción, extensión y ubicación exacta del campo que se
reclama y presentación de testigos que no aleguen disconformidad alguna.
Todo esto con el objetivo de acceder a un terreno, a que sea reconocida su posesión para
consolidar estabilidad y asegurarse de no ser desalojado o simplemente para ampliar su
unidad de producción. El problema que contraían esas diligencias, radicaba cuando dos o
más individuos pretendían el mismo campo. Consecuentemente a ello, las autoridades
judiciales comenzarían a solicitar documentos escritos que respalden su exposición.
Aunque el agravio experimentado por las frecuentes pérdidas o ausencia total de títulos de
propiedad impedían constatar un reclamo presuntamente verídico. Si bien en estos casos, la
información provenida por los testigos (pobladores aledaños al terreno en litigio) podrían
solucionar la falta de documentos escritos, muchas veces, las continuas agitaciones de la
guerra sirvieron de “excusa” para que algunos vecinos que estaban condicionados por las
alianzas o enemistades personales o bien por lazos familiares o de amistad (y también de
dependencia económica en algunos casos) con alguno de los sujetos implicados en el
litigio, se jactaran de no poder participar personalmente al “llamado de la justicia”, dejando
caduca esa posibilidad para resolver el problema de los litigantes en cuestión.3

3
La condición de “vecino” se disponía de acuerdo a las siguientes cualidades: cantidad de años que posee un
campo en el seno familiar; estar libre de deudas; mantener poblada una hacienda con animales vacunos,
yeguas, caballos o lanar; disponer de instrumentos de labranza o de trabajo cotidiano que ostente su “honrada”

4
Por otra parte, los expedientes judiciales nos insertan en ricos debates respecto a quién o
a quiénes pertenecía un terreno reclamado y a razón de una “justa causa” que motivó su
ausencia de esas parcelas (cuando el supuesto titular residía fuera de la provincia) o el
interés por querer obtener, llamativamente de forma repentina, un título de propiedad por
parte del gobierno provincial en su etapa más primitiva de formación. En este caso, se
remite siempre a un amplio espectro de actores políticos intermedios que supervisan o son
partícipes principales de lo que resolvía la justicia: comandantes generales, militares de
diversos rangos, alcaldes de hermandad, alcaldes mayores, alcaldes de barrios, jueces
civiles, escribanos, receptores de aduanas, vecinos con sensibilidad moral y política en la
población local; y también labradores, peones o jornaleros infundidos de los últimos
acontecimientos en los canales cotidianos de sociabilidad.4 En tanto, la decisión final del
acceso a la tierra (mal que mal de “la justicia”) seguía siendo prerrogativa de los
gobernadores.5 Pero, eso no quita que la conformación de la prueba, hayan sido hechas,
indefectiblemente con el concurso, la anuencia, y aún el impulso de las autoridades locales,
las cuales se transformaban así en la bisagra necesaria entre los gobernados y el gobierno
provincial. No estamos pensando en la existencia de una relación de “competencia por la

ocupación (arados, rejas, barriles para agua, etc.); asegurar la armonía con los pobladores lindantes (en sus
distintas coordenadas: sur, oeste, este y norte) y otras tantas aclaraciones sobre el status social ligadas al
ámbito de la producción pero también a la esfera política (sólo los vecinos de mérito podían ser elegidos en
cargos públicos). Puede decirse, en primer lugar, que la vecindad era hereditaria, en segundo lugar, por
adopción, vale decir por naturalización a través de una larga residencia (generalmente de diez años) y,
finalmente, por asimilación, esto es por reconocimiento de sus convecinos. No se lograba la vecindad
simplemente por criterios objetivos y mensurables sino que implicaba un compromiso de obediencia hacia las
distintas instancias superiores de gobierno (Cansanello, 2003).
4
Por cuestiones de espacio no incluimos los expedientes judiciales propios de la primera mitad del siglo XIX
respecto a la resolución de conflictos sobre la posesión de la tierra, problemática que fuera trabajada en
nuestra tesis de grado con la incorporación de juicios más que interesantes para analizar por su impacto en la
época ya que, por un lado, ostentan como generalidad la intercesión de poderes locales en las competencias
regionales y provinciales. Y por otro, la afluencia de los conflictos jurisdiccionales, promovidos en gran parte
por falta de delimitación administrativa territorial y por los marcados defectos inherentes a la ley. Hacemos
mención solamente a qué expedientes referimos: los de Juan Atencio de 1835 en representación del
vecindario de las Ceibas, Pajonal y Chilcas, en virtud del poder que le habían compensado para que, en
defensa de los paisanos del lugar, realizara una exposición por orden del Juzgado de Nogoyá de los campos
que poseían, hace varios años, aquéllos pobladores; la declaración en la villa de la Victoria en marzo de 1835,
hecha por Mariano Contreras de Orué, Teniente Coronel de Línea de la provincia, sobre el derecho a un
terreno que los gobiernos anteriores concedieron a él (junto a un campo dado también al Coronel Blas
Martínez) en una “suerte de estancia” y, un último documento, que implica a una denuncia realizada por
Manuel Paz de Sotomayor (heredero del hacendado Juan Carlos Wright) de un campo que ocupaba Pedro
Nolasco Penayo desde 1813 en la localidad de Gualeguaychú.
5
En la época colonial, la última palabra en los tramites de peticiones de tierras, luego de cumplido los pasos
legales, los tenía el virrey, que era justamente el principal artífice de la puesta en marcha de los planes de
poblamiento y defensa estratégica de la Corona (Djenderedjian, 2004: 172).

5
representación popular” entre los gobernadores de turno y los alcaldes locales, ni que éstos
se atribuyeran como prerrogativa el reparto de tierras o recursos para acrecentar un dominio
más amplio que su propia jurisdicción. Más bien, habrá un interés compartido por algunos
agentes políticos locales y provinciales en la tarea de reconstruir un “orden perdido” tras la
generalización de la guerra.6 Más adelante volveremos sobre este punto.
En este panorama, la ley (y por ende la justicia rural) siguiendo a Barriera (2013: 19)
“configuraba un posible mecanismo regulador de las relaciones sociales reales y
territorializadas que no siempre coincidía con las necesidades institucionales de la
coyuntura.” Las nuevas normativas dictadas, en muchas oportunidades serán contrariadas
por los lugareños o incluso por algunas autoridades locales imbuidas del malestar generado
por la sanción de las mismas en la población que comandaban: para no perjudicar el
vínculo con los paisanos que conservaban una fuerte tradición política (la cual, ni el
gobierno estaba en condiciones de doblegar) y por la falta de medios materiales e
intelectuales para forzar el cumplimiento de una ley.7 Ésta última, no podía ir en contra de
las convicciones arraigadas y de una forma de entender las cosas, esto es: la legitimidad
civil del derecho consuetudinario por parte de los “pobladores de buena fe”.8 De ese modo,
los derechos de posesión fueron en la Colonia –y continuaron siendo durante la etapa
independentista–, la forma de acceso a la tierra por antonomasia en la campaña entrerriana.
Este permiso de ocupación consuetudinario revestía un carácter consensual: con los vecinos
colindantes, las autoridades locales y, finalmente, con el gobierno provincial.

6
En Buenos Aires, los jueces de paz que habían desplazado a los alcaldes de hermandad en 1821 luego de la
extinción de los cabildos, sí habían construido un ámbito de poder y negociación más profundo con los
hacendados de mayor predicamento en la región, ya que la jurisprudencia depositaba, en esos funcionarios
judiciales, no solo el control sobre la tierra repartida sino también la posibilidad de intervenir en el mercado
secundario de transferencias de derechos (Valencia y Banzato, 2005).
7
La “jurisprudencia” en valor en Entre Ríos para esas décadas iniciales del XIX es, en primer lugar, el
conjunto de leyes de Indias no derogadas, y en especial la normativa de Partidas. Y, por supuesto, dentro de
ello se entienden también las normas sancionadas por la “costumbre”, y las especificaciones del derecho
natural y de gentes. Recordemos la caracterización dada por Djenderedjian (2004: 165), afirmando que “las
autoridades provinciales (quizá como condición tácita de mantenimiento de su propio poder sobre los notables
locales, o como condición resignada muestra de aceptación de lo tenaz de sus propias prerrogativas) solían
constituirse incluso en sus apoyos: en los juicios que se encaran ante esas instancias la condición de no
residente en el partido disminuía las posibilidades del litigante, favoreciendo el principio de ocupación
continuada y de trabajo y uso de los predios, lo que por otra parte se encontraba apoyado por una añeja
jurisprudencia”.
8
Sin negar que surja, muy gradualmente, una idea de valor por parte de algunos vecinos al documento escrito
hasta finalmente terminar siendo aceptado –subordinación real a la ley de por medio– como única norma para
mantener el orden, proceso que caracteriza per se a toda formación histórica de una sociedad civil.

6
Muchas de estas condiciones, preestablecidas en el marco de la comunidad rural, se
mantendrán en el periodo de autonomías provinciales y a medida que la población
aumentaba, el acceso a la tierra se fue convirtiendo en un factor de peso que contará con la
intervención política de los poderes locales para brindar un marco de regulación y de
condiciones, no solo sustanciando las disputas que se sucedían entre algunos vecinos
litigantes por medio de resultados concretos de comunicación entre ellos y el gobierno, sino
también, en el modo operativo de supervisar técnicamente sobre cómo debían realizar los
reclamos de acuerdo a los nuevos parámetros exigidos por el gobierno.9 En esa dirección,
las reglamentaciones jurídicas en Entre Ríos, formuladas desde 1820, van a buscar
normalizar el acceso a la tierra mediante títulos entregados por las autoridades locales o
legalizados por el gobierno (sean títulos nuevos o documentos dados por las instituciones
coloniales de antaño) pero sin prestar demasiada atención a un fundamento esencial: casi
nadie ostentaba documentos escritos que justificaran legalmente su terreno (y los pocos que
había eran papeles poco confiables).10 De acuerdo a la entronización del propio universo
jurídico entrerriano, la propiedad lentamente trataría de ser vista como un “derecho sagrado
é inviolable, dónde ningún miembro podía ser privado de ella ni gravado en sus
facultades.”11 Si bien, unos pocos vecinos acompañan la moción del fisco (aunque en ese
caso aclaraban muchas veces no contar con los “títulos perfectos” de propiedad que se
exigían) de formalizar jurídicamente una forma de explotación de la tierra frente a la
recurrente falta de títulos, este avance no necesariamente se refería a la “propiedad

9
Como destacaba Maeder (1968), cuando lo compramos en el mismo periodo con otras provincias de la
región pampeana, notamos que Entre Ríos registró el mayor aumento demográfico, superando a Santa Fe, y
desde luego a Corrientes y Buenos Aires, que le siguen en ese orden.
10
Un documento es sacado a la luz por María Cáceres, vecina del área rural de Paraná, al momento de
reclamar tierras, aceptando las nuevas normas legales libradas por el gobierno provincial con motivo de
regular la tenencia de la tierra pero que no condicen con las pautas, comúnmente aceptadas, por los
pobladores. En su declaración expone que: “la revolución contra los españoles europeos, a cuya causa
perteneció mi esposo, vinieron no solo a arruinar de un modo positivo nuestra escasa fortuna […] en estas
circunstancias para colmo de mis males, había perdido la copia autorizada de mis escrituras. Mi separación,
excelentísimo señor, jamás ha sido tal que por ella deba perder el derecho antiguo y positivo con que me
considero.” ARCHIVO HISTÓRICO DE ENTRE RÍOS (en adelante AHER). 1835. Doña María Luisa
Cáceres vecina de Arroyo Seco...., Fondo de Gobierno, Serie VIII, Rollo 19, Caja 3, legajo 13, p. 180, Paraná.
11
Estos datos fueron tomados del “Estatuto Provisional Constitucional de Entre Ríos del Año 1822”. Refieren
a los artículos 105 y 106 de la Sección 11 denominada: “Derechos particulares.”

7
moderna” sino a los derechos de posesión obtenidos y otorgados por los extinguidos
cabildos.12
Con el mismo propósito y luego de una serie de variopinta normas que habían sido
implementadas desde la gobernación de Lucio Mansilla y sus sucesores pero que no habían
alcanzado los efectos materiales esperados, se gestionaría en 1836 la posibilidad de
condensar un “Proyecto de Tierras” a cargo del Administrador de Rentas Cipriano
Urquiza.13 El mismo estaría abocado a las costas del Uruguay –sin definir la situación de la
banda del Paraná– y tendría dos objetivos: subvenir los gastos y atenciones que demanden
las fuerzas acantonadas para el celo de la dilatada frontera del Uruguay y asegurar la
compra de armamento por la escasez de instrumentos de guerra.14 Terminaba el proyecto
con un reconocimiento a los derechos consuetudinarios, afirmando que tales poseedores,
sin título alguno, podían obtener la propiedad de los terrenos que ocupaban solamente si
habían “empuñado armas en favor de la provincia o prestado cualquier otro servicio
distinguido”. El mismo, establecía el precio de los campos designados para venta (sin
especificar su monto), la obligación de mensurar y amojonar la porción de terreno que cada
vecino comprase, para lo que ponía bajo inmediatas órdenes al agrimensor de la provincia;
pedir al gobierno los títulos de propiedad en favor de los vecinos compradores con la

12
Así lo advierte una petición de Petrona Taborda en la costa del Arroyo Grande, con una “suerte de estancia”
donada por Tomás de Rocamora a fines del siglo XVIII, la cual pretendía formalizar, jurídicamente en
propiedad, pero no en el sentido moderno de la palabra sino en la connotación borbónica de los antiguos
derechos de posesión que venimos subrayando, declara dicha vecina: “los documentos de posesión me los
extrajeron en la provincia de Misiones, en la incursión que hizo esta provincia el señor José Sití, más en
febrero de 1825 se [le] dio nuevo documento de posesión por el antecesor de V.E. el que con la solemnidad
debida acompaña el denunciante algunas equivocaciones en la deslindación del expresado campo […] las que
quiero salvarlas por medio de mensuras así para después de practicadas estas diligencias, se me extiendan los
títulos de propiedad conforme a la ley de 2 de agosto de 1824.” AHER. 1826. Doña Petrona Taborda
denuncia unos campos ubicados en la costa del arroyo Grande..., Fondo de Gobierno, Serie VIII, Rollo 19,
caja 2b, legajo 33, p. 378, Paraná.
13
Fueron seis las normas jurídicas, anteriores al Proyecto de Cipriano Urquiza, adoptadas por el gobierno de
Entre Ríos: la primera ley data de 1823, cuando finalizaba la gobernación de Lucio Mansilla (1821-1824); en
octubre de 1823, se dispone un nuevo proceso de regulación de la tierra; en septiembre de 1824, se dictaban
algunas directrices respaldadas en disposiciones previas; a los pocos meses, una nueva reglamentación
aclaraba el tamaño de las “suertes de estancias”, para convenir con las nuevas poblaciones; en la primera
gobernación de León Solá (1824-1825) –por lejos su mandato más prospero– se dictarían también algunos
artículos de especial interés sobre regulación de la propiedad. Por último, durante los últimos esfuerzos
militares en la Guerra del Brasil y dentro del primer mandato “provisional” de Vicente Zapata, se mandan a
registrar títulos particulares de bienes en tierra para que los poseedores, enajenados por las guerras, puedan
convertirse en acreedores o que el gobierno les diese terrenos en “calidad de arrendamiento”, reforzando así la
débil recaudación de impuestos (Kozul, 2016).
14
PROVINCIA DE ENTRE RÍOS (en adelante PDER). “Autorizando al P.E. para que pueda vender 30
leguas de tierras públicas.” En: Recopilación de Leyes, Decretos y Acuerdos de la Provincia de Entre Ríos
desde 1821 a 1873…T. IV. Imp. La Voz del Pueblo, Uruguay, 1875, pp. 358-359.

8
expresión de la extensión del terreno y los linderos que a cada uno corresponda, y
comprometiéndose, el gobierno provincial, a realizar “una demostración de aprecio con
todos aquellos vecinos que hubiesen servido al Estado con las armas en la mano, que
hubiesen prestado servicios distinguidos de cualquiera clase que sean no podrán ser
vendidos los terrenos que poseen estos, antes bien serán amparados en su posesión como
que los han comprado con el precio de su sangre o con el peligro de su propia vida.”15
Si bien este proyecto se anularía a los seis días hasta el completo desarraigo de los
combates militares, con clara influencia negativa para el fisco,16 destinaba su labor a
regular una conflictiva situación entre los vecinos por la preservación de sus derechos
posesorios relativos a la tierra pública. Con argumentos similares, se pronunciaba a
mediados de 1830, una vez más el mayor de los Urquiza (Cipriano) en carta al gobernador
Pascual Echagüe, sobre el “costo político” que debería enfrentar su gobierno al contrariar el
fundamento de la costumbre de los pobladores, con la implementación de un “régimen
moderno” de propiedad de la tierra:

“un dueño de campos con títulos de propiedad bastante, solicita la mensura de su terreno. El
agrimensor entra a practicarla en la dimensión del área que los títulos demarcan. En el curso
de esta, se tropieza con algún poseedor amparado por un documento cedido por el gobierno,
dentro del terreno del que los títulos de aquel comprenden; éste se le opone como es natural,
porque se considera con tanto derecho como el propietario […] ¿Habrá propietario tan
generoso que ceda tranquilo a otros una parte de sus fortunas vinculada con ese terreno? Caso
seguro que no. He aquí ya el movimiento una de las dos partes para demostrar su derecho
ante el juzgado; este bien sea por un juicio perentorio o dilatorio, no podrá negar la justicia al
propietario. ¿Qué hará entonces el poseedor? Ocurrir al gobierno. Este se ve en el duro caso o
de hacer lugar a la sentencia del juzgado y despojar al poseedor a favor del propietario o a
este a favor de aquel.”17

15
PDER. “Nombrando una comisión encargada de la venta de tierras en la ciudad de Uruguay. 10/02/1838.”
En: Recopilación de…T. IV, Op. Cit., pp. 366-368.
16
PDER. “De la H.S. al Gobierno avisando que ha resuelto no proceder a la formación de la ley sobre
terrenos, por justas consideraciones.” En: Recopilación de Leyes…T. IV, Op. Cit., p. 371.
17
ARCHIVO DE CIPRIANO URQUIZA. “Carta de Cipriano José de Urquiza al Gobernador de Entre Ríos
Pascual Echagüe.” Concepción del Uruguay, 14 de mayo de 1836. Extraída de: ALMANDOZ URQUIZA,
Oscar. Historia Económica y Social de Entre Ríos (1600-1854). Banco Unido del Litoral S.A., Buenos Aires,
pp. 512-513.

9
En palabras similares se expresaba Cipriano Urquiza, esta vez a Fernández Blanco
(gobernador de Corrientes), ante un espontáneo poblamiento en la región septentrional del
Mandisoví, que limitaba con la provincia correntina, indicando que “una gran población se
haya ocupando sus campos. Unos con títulos de posesión otorgados por los gobiernos
anteriores al actual. Y otro que al no ver oposición se han poblado. De este mismo modo
responden una gran parte de terrenos sin excluir alguna propiedad bien justificada. El
gobierno conoce muy bien el mal resultando que trae a muchos.”18 En ambos casos, se
percibe una disputa generada por los derechos posesorios y la dificultad por parte del
gobierno de saldarlos jurídicamente. Éste, si bien no tiene un registro fidedigno o ni
siquiera un criterio uniforme o una jurisprudencia en la que basarse, de todos modos se
supone que ejerce “la causa de justicia”, por lo que debe fallar por superposición de
jurisdicciones.
Otros datos manifiestan la necesidad de muchos paisanos en obtener el reconocimiento
del gobierno, a la ocupación no tanto de los derechos de posesión sino a los suelos
baldíos.19 Uno de ellos, “don” José Venoso, enfatizaba con una “supuesta” pobreza para
reforzar su demanda, donde expresaba que:

“deseando ocupar mi industria en el modo más posible, al efecto de proporcionar mi


subsistencia y la de mi numerosa familia el mejor arbitrio al que me inclino, pareciéndome el
más oportuno, según mi corta inteligencia, en el de la labranza; y hallándome un terreno
baldío como una legua distante de los recursos de esta ciudad capital, el cual en la propiedad
pública (…) sin que jamás haya sido denunciado y con cuyos vecinos soy ligado con los
mejores vínculos de amistad y a quienes por modo alguno puedo perjudicarlos. Con el objeto

18
ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Uruguay. 31 de julio de 1837. Cipriano Urquiza a F. Blanco.
Sala VII. Fondo Pedro Ferré. Legajo 1. N°. 3356. Correspondencia 1801-1831.
19
La distribución de suelos baldíos se distinguía a los demás modos de regulación sobre la propiedad. En los
baldíos, el gobierno tomaba la última decisión y exaltaba su papel de árbitro mediador. La resolución se
dirigía, de forma directa, al gobernador y no a los poderes locales (como ocurría con frecuencia en los
derechos de posesión). Empero, esto no ratificaba una nula importancia de las autoridades locales. De hecho,
el gobierno se posicionará en estos pleitos en una sintonía más próxima con los poderes locales, con la
complicada tarea de resolver a quién favorecería con la ocupación de algún suelo “baldío”, porque al
momento de decidirse, por uno u otro en la aprehensión de algún terreno despoblado y sin hacienda, sería
parte de una larga querella contra un supuesto “propietario”. En tanto, los conflictos por la apropiación de
terrenos baldíos eran parte de una coyuntura similar más amplia aplicable a los variados y complejos
regímenes de propiedad de las tierras fiscales: derechos de posesión, usufructo condicional, proyectos de
colonización locales y extranjeros, concesiones o arrendamientos. Sin embargo, la distinción subyace, en que
para los suelos baldíos era inadmisible congeniar un fallo más o menos claro porque eran suelos que se
encontraban totalmente despoblados (y muchos, desde hace bastante tiempo) (Kozul, 2016).

10
pues de dedicarme al cultivo, y demás que me proporcionen mis esfuerzos: es que lleno de la
confianza que me inspira su generosidad me arriesgo a suplicarle, tenga a bien agraciarme
con cuatro cuadras más o menos de terreno, dentro de los linderos ya citados a fin de
proporcionar la protección a mis obligaciones.”20

Todo esto, no hace más que confirmar que la gente seguía pensando en el viejo marco
jurídico del Antiguo Régimen. Pero eso no significa que rechace los títulos en papel, éstos
operaban en una situación donde no había certeza sino la otorgada por los linderos y los
vecinos locales. Esa era la vía primordial de asegurarse la posesión. Pero además, la forma
de acceder a la tierra seguía siendo la petición de merced, tal como en la época colonial,
porque implicaba una sanción superior y la posibilidad de impedir que otros también
soliciten el mismo terreno. En las próximas páginas, retomaremos el rol de la justicia y de
sus figuras políticas claves ubicadas sobre los distintos distritos que conformaban la
provincia.

3. Testimonios epistolares de los “vecinos”: la tradición en la resolución de


conflictos locales

Hemos hablado sobre el rol que jugaron los poderes locales como aliados al gobierno
central mediando los conflictos cotidianos que se producían entre los vecinos de su
jurisdicción y cómo estos encontraron, en los alcaldes rurales, una alternativa más
accesible, manejable y rápida para la obtención de tierras que las eternas y poco prácticas
denuncias hechas ante los gobernadores; logrando reemplazar la función social, ocupada
por los cabildos en años anteriores a su desaparición y conformando una legitimidad
original e incomparable a otras instancias políticas existentes para ese momento en la
provincia. Esto fue así, para nosotros, por la urgencia de fijar un orden medianamente
estable, basado en un conjunto de valores en común identificados a las tareas de labranza.
En efecto, la necesidad de poner un límite al acceso y al usufructo de la tierra se hacía tan
menester para evitar la desmoralización de los lugareños, y con ella, el abandono de sus
servicios físicos prestados a la provincia.

20
AHER. Paraná 06/03/1837. Don José Venoso solicita un terreno fiscal…, Fondo de Gobierno, Serie VIII,
Rollo 19, caja 4 I, legajo 12, p. 203, Paraná.

11
En este marco, los alcaldes de hermandad eran casi los únicos agentes locales que
contaban con la capacidad de generar obediencia y representación entre los paisanos, no por
las mismas convicciones con que los cabildos defendían sus prerrogativas en torno al
otorgamiento de tierras como un claro factor de poder en relación al virrey (ya que sus
integrantes pertenecían por lo general a las familias de notables y estaban asentados en las
áreas urbanas) sino porque muchos de estos alcaldes rurales, luego de la revolución,
padecían los mismos problemas que soportaban los sujetos a quienes debían controlar y
orientar en la defensa de la provincia (Djenderedjian, 2003).
Entre sus principales características, durante la etapa colonial, se encontraban que: el
oficio, no les otorgaba ni voz ni voto en el cabildo, donde normalmente no estaban
presentes; el requisito de “saber leer y escribir” no fue exigible en esta época; debía ser
vecino de la ciudad donde se le elegía y debía preferírselo si era benemérito; muchas veces,
eran vecinos escogidos entre sus pares en el cabildo, sin intervención alguna de los
pobladores rurales y debían ser confirmados por el virrey, el gobernador o la Real
Audiencia, según la relación que mantuviera la ciudad con sus instancias superiores en cada
momento. Entre sus funciones figuraban tres: la mediación en los conflictos entre los
vecinos, incluso los de tipo económicos siempre que el motivo involucrado no superara una
determinada cantidad, abarcando por diferencias de opinión sobre términos de tierras o
marcas de ganado para las cuales era menester conocer en profundidad la historia vital de
cada familia. Pero estas funciones no dejaban registro escrito. Se ocupaban también de
realizar tareas de auxilio a la justicia para la búsqueda en la campaña de acusados o testigos
y el patrullaje en las zonas despobladas, depositarios de una tradición de “saber qué hacer”
con la gente que vivía en esas tierras que se extendían más allá de las quintas (Barriera,
2013).21

21
Como ejemplo, incluimos un conflicto acaecido en la Matanza (actual Victoria). En 1824, Vicente
Chaparro, Atanacio Taborda, Norberto Centurión y José Luciano Godoy de las Isletas; son acusados de hurtar
un caballo, aprovechándose según “la víctima” de la marcha del ejército al Uruguay, para invadir la propiedad
de Mariano Carballo, vecino del Doll. En: ARCHIVO ADMINISTRATIVO E HISTÓRICO DE ENTRE
RÍOS (en adelante AAHER). Causa criminal seguida contra Vicente Chaparro y Atanacio Taborda por robo
de animales. Fondo Hacienda, Serie IX, Subserie D, caja 1, Paraná. Un hecho similar, ocurría también en la
Ensenada pero en 1825, litigio subsanado por el juez comisionado (Don Roque Rodríguez) que involucraba al
convecino del sujeto afectado por el abigeato Pedro Sotelo, Sargento 1° de una compañía de Milicias, que
Anselmo Morales, natural de Pergamino (Buenos Aires), casado con una mujer de la Ensenada, de 50 años de
edad y que su ejercicio más común era cortar maderas para vender; le robó un buey de pelo barroso overo y
una bajilla vendiéndose a tres transeúntes que estaban momentáneamente situados en Punta Gorda, este
individuo había sido desterrado de la provincia en tiempos que gobernaba Eusebio Hereñú (1815-1817)

12
Como ha sido señalado por Molina (2015: 146): “no se trataba de funcionarios corruptos
sino de hombres que temporariamente ejercían un cargo después del cual volvían a su lugar
en la trama de relaciones comunitarias, por lo que no perdían de vista la relevancia de éstas
para su propia supervivencia y la de su grupo parental.” En tanto, la justicia civil en Entre
Ríos difería de ser un conjunto de reglas y obediencias propias de un “derecho moderno”.
Éstas tenían más que ver con la intención de intervenir e institucionalizar la sociabilidad
rural, sobre determinadas actitudes y connotaciones impregnadas en los paisanos, más que
en la imposición de nuevas resoluciones jurídicas (Fradkin y Barral, 2007). Esta situación
de la justicia se enmarcaba en una tipología del delito plagada de conflictos y tensiones, que
perduraron hasta mediados del siglo XIX (Pressel, 2005). Las precedentes aseveraciones, se
visibilizan en la frase de un alcalde mayor, en el año 1825, cuando se pronunciaba con la
presunta neutralidad y rigurosidad que “ennoblece” su cargo, ante la falsa acusación hecha
por un vecino de la zona a “un pobre hombre inválido, limosnero y lleno de miseria”, de
nombre Ignacio Gómez, poblado con chacra a distancia de dos leguas y media del área
urbana. Se refería en los siguientes términos:

“Las acciones de los hombres no se gradúan por lo material que se presentan, si así fuese, un
demente, un ebrio, un injurioso, un energúmeno, sufriría por sus hechos incondicionados el
rigor de la ley de lo que se autoriza la razón y la justa acción seguido por lo formal, esto es
por la intención de probada o consentimiento del mal que hace en lo que se ejecuta y es
cabalmente en lo que consiste la malicia de las operaciones y contra los que se dirigen la
ley.”22

La figura predilecta para proteger la justicia civil en Entre Ríos era la de “alcaldes
mayores” (sobre todo en la campaña) y los “alcaldes de barrio” (en la villa, más bien con
funciones de “policía”). Todos ellos debían ser individuos letrados (en el caso de que
hubiera) o de otro modo, ciudadanos legos, los que para expedirse tanto en los trámites
como en sus resoluciones tendrían un asesor letrado nombrado por el gobernador. A partir

justamente por robo de animales y había vuelto al pago de la Ensenada apenas hace unos pocos días, así que
estamos en caso de un reincidente según las declaraciones de los testigos y que tendrá como sentencia un
nuevo destierro del infractor. AAHER. Causa criminal contra Anselmo Morales por abigeato. Fondo
Hacienda, Serie IX, Subserie D, caja 1, Paraná.
22
AAHER. Ignacio Gómez, un pobre hombre invalido limosnero y lleno de miseria. Fondo de Hacienda,
Serie IX, Subserie D, carpeta 2, folio nro. 70, Paraná.

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de 1836, los alcaldes mayores se llamarían “Jueces de primera instancia” en lo civil y en lo
criminal, establecidos para ese efecto en Paraná. Por otro lado, en el mismo año se
extinguían los alcaldes de barrio. Los jueces de primera instancia tenían la obligación de
celar el orden de sus respectivas jurisdicciones, prevenir cualquier delito o exceso con el
auxilio de los vecinos, aprehender robos de ganado, advertir levantamientos armados,
brindar certificación para comprobar la legalidad del trabajo o comercio de los individuos,
levantar información de la población mediante empadronamientos.23 Concentrando de esa
manera la competencia de juzgar en lo criminal y en lo civil. Esto último es muy
significativo porque durante la década de 1820, los jueces de primera instancia se limitaban
exclusivamente a lo criminal, delegando la función civil a los alcaldes mayores.
Empero, en la praxis la denominación impuesta por la ley no se ajustaba a la realidad y
la presunta atribución del cargo se cruzaba y confundía con las delegaciones de otros
“colegas”. Más aún, en cuanto a las funciones asociadas a dichos cargos, los alcaldes
(mayores, de barrios) y los jueces (de primera instancia, comisionados, de hermandad, de
paz, civil) resultaban similares. El cargo local que más se distinguía por su jerarquía
institucional (respecto del gobernador que lo nombraba) y social (de la comunidad de los
vecinos que debían expresar), era el “alcalde de hermandad”. Durante los primeros años de
la década de 1820, aquélla figura pública no desapareció como sí ocurrió en otras
provincias aledañas (Buenos Aires y algo más tarde Santa Fe), donde fueron reemplazados
por un Juez de Paz a partir de 1821. Este puesto, en Entre Ríos, adquirió al compás de una
dificultosa búsqueda de autoridad instada por los gobernadores, una propicia
resignificación dentro de un nuevo orden político que se irá delineando con el periodo de
autonomías provinciales. Este cargo, de predominio local era ocupado por sujetos “celosos”
y meticulosos de no superponerse a otras jurisdicciones distantes a su competencia. Estaba
subordinado a otros rangos jerárquicos según el siguiente orden y lograron acrecentar su
importancia en esta etapa como base firme para la reconstrucción del orden, sobre todo en
la campaña, consecuencia de la omisión del gobierno provincial en consolidar por sí solo
una instancia de obediencia legitimada por la población a la que representa o por lo menos
pretendía representar. De igual modo, somos razonables que deberíamos incorporar más

23
PDER. “Reafirmando el Estatuto Provincial en la parte relativa a la organización de los Tribunales de
Justicia. 14/03/1836.” En: Recopilación de Leyes…T. IV., Op. Cit., pp. 117.

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elementos probatorios para sostener esta hipótesis, es decir, la de considerar como variable
dominante el papel estratégico desempeñado por estos alcaldes en la construcción de
instancias estatales en nuestra provincia.

Referencias generales

Observamos en esta ponencia, la constitución (y el respeto a) un poder provincial que


tenía como atribución fundamental la administración de justicia de una forma que no
hubiera podido ser hecha por las instancias locales, aún cuando éstas estuvieran a cargo de
la recolección de la prueba y de los autos. Este orden jurídico, válido para ese momento y
lugar, buscaba resolver una fuente permanente abierta de litigios, relativos al acceso y
usufructo de la tierra, de peticiones y reclamos que se agravaban por la superposición de
dominios y los conflictos de la época revolucionaria.
En primer lugar, los derechos de posesión sobre la tierra, fundaron reconocimientos
legales en algunos pobladores radicados en la campaña entrerriana. Éstos, aseguraron la
explotación continuada de sus terrenos, casi sin oposición, alegando derechos de ocupación
como instancia probatoria del derecho, no como alternativa al título de propiedad. En tanto,
el gobierno no pudo doblegar dicha resistencia, dado que no poseía elementos fácticos para
fallar frente a las disputas existentes: no tenía registros, tampoco una jurisprudencia o ésta
resultaba inútil y, por sobre todo, no estaba en condiciones de asumir el “costo político” de
intervenir en forma contraria de los poseedores mayoritariamente sin documentos que
formalizaran su propiedad. Además, no disponía de la fuerza física necesaria para imponer
sus normativas, inclusive, el componente militar y coercitivo del fisco era constituido por
los propios paisanos enrolados en las milicias, lo que implicaba que dichas disposiciones en
pos de controlar y gravar la propiedad, terminasen perjudicando a un sector social
estratégico para la búsqueda y evolución de instancias estatales de poder.
En segundo lugar, los paisanos vinculados a la labranza se instalarían en terrenos con o
sin títulos de propiedad, con derechos posesorios y con la firme intencionalidad en poner a
producir la tierra. Esperanzados de obtener la legitimación de sus derechos de dominio,
sobre las parcelas que trabajaban con sus proles diariamente. Por ende, la señalada falta de
medios materiales e intelectuales para forzar el cumplimiento de las intenciones jurídicas

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que no podían ir en contra de una forma de entender las cosas, esas “nuevas” regulaciones
de la propiedad señaladas no debían desentonar los instrumentos construidos y
consensuados localmente, que eran a su vez la matriz fundamental del dominio en los
litigios sometidos al gobierno, ya sea sobre suelos baldíos como en campos poblados bajo
diversas modalidades jurídicas heredadas de la etapa borbónica.
Por último, el acceso a la tierra fue incrementando su importancia e inclusión en los
debates públicos durante la etapa de autonomías provinciales a medida que aumentaban los
valores demográficos en la región, más aún para el caso de Entre Ríos, que se distinguió
por un notorio incremento de población. Esto produjo, una expansión de conflictos
territoriales entre los paisanos, para normalizar ciertos derechos de posesión en paralelo al
surgimiento de “nuevas” formas de regulación sobre la propiedad pero que, en la década de
1830, no serán más que un simple esbozo.

Repositorios de fuentes manuscritas


ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, Buenos Aires.
Sala VII. Fondo Pedro Ferré.
ARCHIVO HISTÓRICO DE ENTRE RÍOS, Paraná, Entre Ríos.
Fondo de Gobierno, Serie VIII: Tierras, Propiedades del Estado y Colonización 1778-1897.
ARCHIVO ADMINISTRATIVO E HISTÓRICO DE ENTRE RÍOS, Paraná, Entre Ríos.
Fondo Hacienda, Serie IX: “Administración de justicia”.
Fondo Expedientes judiciales de siglo XIX: Causas civiles / Causas criminales.

Fuentes editas
PROVINCIA DE ENTRE RÍOS. Recopilación de Leyes, Decretos y Acuerdos de la
Provincia de Entre Ríos desde 1821 a 1873. Tomo IV. Imp. La Voz del Pueblo, Uruguay,
1875.

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