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La sensualidad y sexualidad, aspectos esenciales del cuerpo, dimensiones del ser humano,
que como otras emergen y varían a expensas de la cultura. No obstante nuestra cultura,
tiende a naturalizar, y por tanto a normalizar determinadas cuestiones sociales, entre ellas
las relacionadas con la sexualidad. Mi experiencia en el campo de la sexología me ha
permitido comprobar que la mayoría de problemas y frustraciones de muchas mujeres*
parten de esta normalidad creada por la sociedad.
* No cabe duda de que la cultura influirá también al cuerpo y a la sexualidad del hombre.
No obstante, mis informantes son todas mujeres y por ello me centraré en el cuerpo
femenino. El hecho de que todas sean mujeres podría ser significativo en dos sentidos,
por un lado, que el cuerpo femenino ha estado y está más sometido a control social. Por
otro, también puede indicar que el hombre sigue expuesto a otro tipo de presión social
que le conduce a silenciar los problemas sexuales.
Introducción
Tal y como afirma Juan Venderell Ferré (2003), para poder pensarnos como “cuerpos”,
precisamos conceptos los cuales son producto de una sociedad determinada. Incluso en
el caso de que recurramos a la biología para explicar y entender el cuerpo, seguiríamos
encontrando que las definiciones procedentes de este ámbito, por más que apelen a la
naturaleza, son construcciones culturales provenientes de un campo de estudio creado
dentro de un contexto socio-cultural. Así pues, busquemos las definiciones que
busquemos siempre encontraremos que el cuerpo no es una realidad natural, el cuerpo es
una construcción cultural.
La cultura “corporaliza” a sus miembros, los constituye como sujetos. Sujetos en el doble
sentido de la palabra que señaló Foucault (2003), ya que la identidad individual se forja
siempre dentro de los límites culturales, que moldean y sujetan.
La sociedad nos dice cómo debemos pensarnos, cómo enfermamos y sanamos, cómo
morimos, y por supuesto nos dice cómo debemos sentir. No sólo en el plano emocional,
también nuestra sensibilidad corporal es matizada por la cultura, la cual penetra por los
cinco sentidos en forma de sabores, colores, música, aromas… Inmersos en la cultura los
sentidos dejan de ser meros recursos para la supervivencia y se convierten en fuente de
deleite, que a su vez formará parte indiscutible de la identidad. Nace la sensualidad, el
goce de los sentidos, pero para acceder a dicho goce es preciso que se genere el gusto, el
cual emerge, tal y como lo plantea Bourdieu (1998), ligado a clase, a la pertenencia a un
grupo y a una determinada posición social.
Al mismo tiempo es la sociedad misma la que nos constituye como seres sexuales (Nieto,
2003), moldeando nuestra capacidad de sentir y desear sexualmente, de un modo que, por
lo general, va unido al concepto de normalidad.
La salud es uno de los recursos más eficaces para ejercer este tipo de control y trazar los
contornos de la normalidad. Posiblemente porque va ligada a la muerte, la salud es un
aspecto tan importante para el ser humano, y por ello todo lo que tenga que ver con el
área de conocimiento referente al mantenimiento de la misma, se acata con tanta facilidad.
Todo sistema de salud es además un código de conducta, en tanto que establece una
regularidad. En occidente, donde la ciencia se erige como reflejo exacto del mundo,
exenta de moral, cualquier dato que proceda de ella será considerado verdad universal.
Así, la normalidad que ofrece nuestra ciencia, respecto al ser humano será concebida
como lo natural, lo que proporciona no sólo más poder a nuestro sistema de salud, sino
una buena máscara con la que camuflarlo.
En el terreno del placer corporal y de la sexualidad la medicina obviamente, también
genera “normalidades”. Qué debe gustar, cómo debe sentirse y a qué debemos orientar el
deseo, son cuestiones que nos vienen dadas por la sociedad y que en nuestro caso se
refuerzan y justifican por la ciencia. Existe una larga serie de etiquetas para dar nombre
a todas las formas de sentir placer corporal, deseo y excitación sexual, que no se
correspondan con las establecidas dentro de los límites “naturales”: las denominadas
“parafilias”.
Por otro lado, la tendencia científica a naturalizar ha generado la creencia de que existen
zonas corporales que de por sí están más preparadas para el placer sexual, las zonas
erógenas. Del mismo modo y por idéntico efecto de “naturalización”, se llega a creer en
la existencia de estímulos naturalmente eróticos; es decir, que por la propia naturaleza del
ser humano, dichos estímulos generan o predisponen al placer sexual.
Por último, señala la estrecha relación entre el pasador de pene y los aspectos bélicos, ya
que en ciertos relatos se denomina al pasador como un arma o “arma sexual”. Otro dato
que apoya dicha relación es la existencia de grandes figuras con aspecto de guerreros que
los kayan del río Mendalam erigían para salvaguardarse de los espíritus causantes de
enfermedades. Al parecer en estas figuras resaltaba el tamaño de los genitales, adornados
con grandes pasadores. Según Brown el hecho de que los kayan y otros borneanos no
expongan nunca sus genitales y que, sin embargo, en estas figuras sí apareciesen
notablemente resaltados, estaría evidenciando la finalidad defensiva de tal representación,
de lo cual el pasador peneano sería una parte esencial para potenciar el aspecto
amenazador de las figuras. A colación de esto el autor afirma: “sin duda tiene poco sentido
situar de forma destacada un objeto para dar placer en una figura concebida para causar
temor” (pág. 305).
En cualquier caso la frase podría formularse de manera inversa: ¿tendría sentido que un
objeto que por un lado cause temor también provoque placer? Si consideramos como
cierta la relación cultural que suele darse entre masculinidad-fortaleza y sexo, no parece
carente de sentido que el pasador, aunque aceptemos que en un principio se concibiese
únicamente para resaltar la peligrosidad, se haya convertido en un atributo sexual que
aumente la excitación de la mujer al estar asociado a valores positivos de la virilidad.
En nuestra sociedad también existen determinados objetos relacionados con el temor y
con la beligerancia que poseen connotaciones sexuales, por ejemplo las esposas y los
uniformes.
Así pues, todos los significados bélicos que para Brown contradicen la explicación del
placer, podrían usarse para apoyarla.
De otra parte, los anteriores argumentos que ofrece en contra de esta explicación son
igualmente rebatibles bajo la perspectiva del erotismo como construcción social.
En primer lugar, acudir a los datos fisiológicos y anatómicos sólo tendría sentido si se
considera que el placer es algo únicamente biológico, pero el poder explicativo de la
fisiología se ve realmente mermado si tenemos en cuenta que en la excitación sexual y en
el sentido del placer, intervienen en gran medida los aspectos psicológicos, y estos a su
vez dependen de símbolos y valores culturales. Así pues, el hecho de que las mujeres
occidentales no muestren excesivo interés por artilugios similares no aporta ninguna
información en contra de la explicación que dan los borneanos, simplemente apoya la
idea de que la excitación y el placer están matizados por la cultura.
¿Qué es lo que los hace tan distintos? La diferencia más obvia es que el cosquilleador
carece de significado cultural en occidente, mientras que el piercing aparece vinculado a
toda una subcultura de inconformismo y rebeldía. Además, el piercing también suele
poseer una importante carga erótica: dependiendo del lugar en que se coloquen actúan
como distintivo y reclamo sexual, (ombligo, labios, lengua, pezones, clítoris y pene). Al
mismo tiempo, las características a las que se asocia, anteriormente mencionadas, resultan
sexualmente atrayentes a determinadas personas, despertando el denominado “morbo”
que, por lo general, acompaña a todo aquello que esté impregnado de cierta marginación
y prohibición.
Esto podría explicar que en los testimonios de mujeres occidentales el piercing resulte
más excitante y placentero que los “cosquilleadores”. Junto a ello es preciso mencionar
una característica más, distintiva del piercing frente a estos últimos.
El piercing implica una perforación, al igual que el pasador. Brown afirma que si la
finalidad del pasador fuese dar placer, se colocarían solamente durante la relación sexual,
evitando de este modo que el hombre pase por la dolorosa intervención. Lo que el autor
parece obviar con esa idea es la posibilidad de que en el hecho mismo de la perforación
resida parte de la connotación excitante, lo cual tendría su paralelismo con el caso de los
piercing.
Ahora bien: ¿por qué iba a resultar excitante que la pareja sexual haya pasado por ese tipo
de “trance”? Posiblemente el hecho de aguantar el dolor denote mayor fortaleza o
valentía, y si ambas cualidades son importantes en una cultura, la persona que las posea
será valorada y despertará interés.
Además, todo significado que se atribuya a un símbolo determinado puede cobrar más
valor si se piensa que para ostentarlo se ha tenido que pasar por un pequeño sufrimiento.
De este modo, con la intervención del dolor, la hipótesis del placer femenino se
mantendría y se fomentaría a sí misma.
De este análisis se desprende que, si bien no podemos averiguar el origen exacto del
pasador, la cultura borneana le ha imbuido una serie de connotaciones sexuales que
actualmente lo convierten en un objeto erótico. Es más que probable que la finalidad de
este objeto fuese bien distinta, pero su uso se mantiene y perpetúa gracias a la explicación
actual que ofrecen los borneanos.
La población está dividida en redes de casas largas dispersas a lo largo del bosque. Las
casas largas tradicionales suelen estar ocupadas por una pareja mayor, que generalmente
es un hombre casado con dos, tres o más hermanas, sus hijos solteros y sus hijas, con sus
maridos e hijos si los tienen. Las casas largas aliadas o de matrimonio intergrupal forman
agregados regionales, y se evita el contacto con los miembros pertenecientes a otros
agregados, ya que los consideran enemigos. Las relaciones entre los copresidentes de una
misma casa larga son especialmente íntimas y afables y ello, según Rival (1996),
garantiza la solidaridad entre ellos y cubre todas las necesidades de afecto, por lo que
mantiene el sistema social. Las diferencias de género e intergeneracionales se minimizan
completamente dentro de una misma casa larga, y el contacto y cariño físico se distribuye
entre todos por igual. Se alimentan unos a otro, se limpian, se acarician, se besan. Todos
participan en el bienestar de todos, cuanto más tiempo se emplea en estar juntos y
ofrecerse placer mutuo, más iguales se hacen. Los huaoranis consideran todas estas
conductas de cuidado corporal y de caricias constantes como fuente de placer, que debe
compartirse al igual que el alimento (de hecho la comida forma parte también de este
placer sensual), y para ellos no existe diferencia entre el placer genital y otros placeres
corporales.
Según Rival (1996) el goce sensual y el bienestar promiscuo son simplemente una de las
maneras en que se materializa la economía compartida de la casa larga. Sin embargo a la
sexualidad genital, heterosexual y basada en el orgasmo no se le concede especial
relevancia. Este dato ha resultado curioso a los investigadores occidentales, ya que, a
simple vista, todas las conductas de contacto físico parecen estar dirigidas a un fin más
concreto que se materializaría en la relación sexual entendida al modo occidental, como
penetración y orgasmo. Es decir, un observador cualquiera de nuestra cultura identificaría
ciertos comportamientos de los huaorani con lo que aquí se denomina “preliminares”, con
la consecuente sorpresa de comprobar que los preliminares no desembocan en nada. Ello
ha llevado a generar algunas teorías, como por ejemplo que exista temor, como en otras
culturas, a que el orgasmo haga perder fuerza vital y/o substancias esenciales que deben
reservarse. No obstante, según la autora, no se han encontrado creencias de este tipo, ni
tampoco temor al coito, simplemente no es valorado de manera especial dentro de la
categoría de placeres físicos. El coito, lejos de concebirse al igual que en occidente como
el grado supremo de placer físico, se considera un acto práctico con una finalidad muy
concreta: reproducirse.
El término mismo usado para referirse al coito, “tapey”, cuya traducción literal es “hacer
un hijo”, lleva implícita la identificación absoluta de este tipo de sexualidad con la
procreación. Sin embargo todas las prácticas destinadas al placer sensual y al cuidado
corporal se designan bajo un mismo término, huaponi quehuemonipa, que los autores
equiparan a nuestra sensualidad y cuya traducción literal sería: “vivir bien”.
En palabras de Rival “los cuerpos son socializados para experimentar placeres difusos,
así la sensualidad, como todas formas de placer corporal, es difusa mientras que la
sexualidad es concreta, reproductiva y orientada a un fin” (pág. 66)
Puede que este tipo de socialización de los cuerpos contribuya a mantener la armonía y
fomentar la unión y apego entre los habitantes de la casa larga, ya que la solidaridad y
confianza entre todos los miembros de una misma casa y de un mismo agregado es parte
esencial en esta sociedad, en la que existe tanta rivalidad entre distintos agregados.
A partir de esta información sobre los huaorani parece difícil hallar equivalencia con
nuestras nociones de erógeno y erótico, ya que ambos conceptos por definición están
íntimamente relacionados con una excitación sexual, que tal y como es entendida en
occidente, implica una casi exclusividad genital y tiene como finalidad el orgasmo.
Al mismo tiempo, tampoco encontramos una similitud real con nuestra idea de
sexualidad, ya que para los huaorani ésta es exclusivamente práctica y útil para la
procreación.
El modelo sexual predominante seguía siendo similar al impuesto por la iglesia. El placer
y el deseo se naturalizaron y los límites de lo normal y lo patológico se establecieron en
función del principal interés de la naturaleza: la reproducción. La sexualidad natural, y
por tanto saludable, estaba basada fundamentalmente en las relaciones heterosexuales,
centradas en los genitales y especialmente en el coito. La dificultad para percibir placer
de este modo era un claro síntoma de profundos problemas de salud física y mental.
Al mismo tiempo, comenzó a hacerse más patente la idea de que el tipo de estímulos,
rasgos y características físicas, que debían provocar deseo también están a expensas de la
naturaleza y de la reproducción. El ejemplo más claro es en relación a la edad, no obstante
más características de los patrones de belleza impuestos por la moda se justificaron, y se
justifican, apelando a la biología.
En nuestra cultura el sexo no sólo está bajo el dominio del poder, sino que es usado como
una forma más de poder.
Fundamentalmente, a grandes rasgos, son dos los fenómenos sociales que han impulsado
el cambio hacia un tipo de liberación sexual: por un lado el movimiento homosexual y
por otro, el feminismo (Barreiro, 2004). Ambos decisivos, ya que gran parte de la
represión sexual procedía del control al que estaba sometida la mujer y del lugar que
ocupaba en la sociedad, manteniéndose por tanto una sexualidad basada en el hombre, el
denominado modelo falocrático. Al mismo tiempo, la homosexualidad era
completamente rechazada, puesto que ni encajaba con el modelo falocrático, ni con los
principios biológicos que supuestamente subyacen al deseo.
Ante todo este despliegue erótico parece que el acceso a la información sexual está
garantizado, y que poco queda del control social que se ejercía antiguamente respecto a
la sexualidad. Ahora bien, ¿el modelo de sexualidad que se nos ofrece está realmente
exento de manipulación y libre de sesgos culturales? ¿En verdad responde a una realidad
basada en el conocimiento científico y orientada únicamente a librarnos de prejuicios en
beneficio de nuestro placer? Desde luego, en el momento en que aceptamos que el
erotismo se construye socialmente, es imposible negar la existencia de sesgo cultural,
pero lo más destacable no es esto, sino el hecho de que la manera en que se usa y se
trasforma la sexualidad se nos muestra enmascarada. Jean_Mari Brohm (1979), desde
la perspectiva del materialismo histórico nos advierte de este disfraz del nuevo control
del cuerpo al que denomina “sublimación represiva”. Según él, el hedonismo actual no es
más que una manifestación de las exigencias del sistema capitalista. El erotismo, el
exhibicionismo, el culto al cuerpo, no son más que satisfacciones sustitutas, útiles al
sistema, estaríamos ante un nuevo opio.
Desde la perspectiva médica, hoy por hoy, también se refuerza la importancia de las
relaciones sexuales como fuente de salud y bienestar. Resulta curioso cómo la ciencia,
generadora de verdades inamovibles, ha cambiado tanto su discurso en torno al sexo. La
sexualidad surgió como disciplina científica en el siglo XIX y, aunque desde entonces se
estudia y se “trata” desde un enfoque clínico, las variaciones son bien notables. Frente a
los inicios de la “medicalización” de la sexualidad como un terreno peligroso en el que
determinados excesos podían afectar a la salud, se ha pasado a considerar que lo
enfermizo es no sentir deseo o no disfrutar al máximo de la propia sexualidad. De hecho,
actualmente, un bajo deseo sexual se considera trastorno y lo encontramos como categoría
diagnostica en el DSM-IV (American Psychiatric Association, 1994), bajo el nombre de
“Deseo sexual hipoactivo”. Hasta tal punto se considera patológica la ausencia de
relaciones sexuales que la industria farmacéutica investiga y elabora todo tipo de
productos destinados a mejorar o solucionar los problemas que puedan afectar a la
denominada “vida sexual”.
Por otro lado, la entronización del sexo también afecta al terreno de la estética corporal,
beneficiando, y mucho, todo el consumo que genera este área.
Tradicionalmente ha sido la mujer la que ha estado más sujeta a los patrones de belleza
de cada época y cultura. El cuerpo femenino como algo que hay que perfeccionar
constantemente, tal y como lo plantea Beatriz Muñoz (2006) no es en absoluto una
novedad actual. Antiguamente los patrones estéticos señalaban fundamentalmente la
pertenencia a una u otra clase social, y junto a un determinado código de conducta
corporal, constituían todo un manual indispensable para encontrar un buen marido.
Actualmente, la liberalización de la mujer, así como su incorporación al mundo del
trabajo, debería haber acabado con cualquier clase de normas que perpetúen el
sometimiento. Sin embargo, tras la aparente liberalización nos encontramos que en
nuestra época la mujer sigue siendo esclava de las absurdas imposiciones que marca la
moda. Los patrones estéticos ya no son sólo un marcador de clase social, ya que, en primer
lugar, no existe una división tan clara e inflexible entre clases ni es tan necesaria su
distinción, y, en segundo lugar, los medios de comunicación llegan por igual a todo el
mundo, independientemente de clase, edad o sexo.
Tampoco podría decirse que los patrones de belleza, la moda y la actitud corporal tengan
la función de educar a la mujer para la consecución de un marido, ya que económicamente
es totalmente prescindible, y el matrimonio y la familia han dejado de considerarse
prioridades femeninas.
¿Qué es entonces, lo que está llevando a las mujeres (y cada vez a más hombres) a invertir
tanto esfuerzo, dinero e incluso bienestar, para ajustarse lo más posible a un irreal modelo
de belleza? Un importante factor, desde luego, sigue siendo la consecución de pareja,
pero ya no tanto por el matrimonio y la familia, sino por el hecho mismo de tener
relaciones. Ahora que la mujer se ha desprendido de antiguas prohibiciones y códigos
éticos, tiene la posibilidad de disfrutar de su propia sexualidad, de ser ella la que elija y
busque las relaciones y decida el tipo de relación y grado de implicación que quiere con
la pareja. Como señala Giddens (2000), el concepto de pareja se ha trasformado, la mujer
centra sus metas en el terreno laboral y se rebela contra la idea de que su sexualidad va
ligada a la reproducción y al amor.
Como reacción contra esta losa que tradicionalmente ha caído sobre el cuerpo y placer
femenino, la mujer actual se propone buscar y disfrutar de una sexualidad que no tenga
que ir unida a la idea del amor romántico. Y ahí están los medios de comunicación
ofreciendo continuamente modelos de mujeres libres, decididas y sexualmente activas, y
al mismo tiempo fomentando la idea de la sexualidad como una meta más. Pero estos
mismos medios de comunicación, que pretenden ser reflejo de la realidad y que plantean
una imagen de la mujer moderna, capaz de disfrutar libremente, están a su vez
fomentando nuevas ataduras y prejuicios, sujetando igualmente a la mujer y edificando
una nueva losa que recae sobre el cuerpo femenino.
La idea de que un cuerpo erótico, es decir, sexualmente atractivo, está lejos de parecerse
al suyo, suele generar numerosas inhibiciones sexuales, que ya no parten de una moral o
de una religión, sino de las propias concepciones mentales, modificadas, claro está, por
los medios de comunicación.
Son muchas las mujeres que al ser besadas o acariciadas por su pareja afirman estar tan
atentas a la imagen de su cuerpo, que apenas notan la sensación sobre la piel de esa zona
de la que están pendientes. Es el denominado “rol del espectador”, que por lo general
afecta más al hombre en relación a su desempeño, y a la mujer en el plano estético. Éstas
se observan desde fuera, y tienden a exagerar visualmente lo que ellas creen que son
defectos. En ocasiones rechazan algún tipo de caricia por no querer que su pareja toque o
vea de cerca una parte de su cuerpo, o cambian repentinamente de postura para evitar que
se les vea cualquier zona que no les gusta. Los testimonios que aquí muestro son ejemplos
de estos sentimientos de muchas mujeres.
“Si estamos con la luz apagada no me importa mucho, mmm, bueno…no te creas, eh,
porque nunca estamos totalmente a oscuras y me da por pensar si con las sombras se me
verá más gordo el culo (risas) pero bueno, me pongo de espaldas y ya está, pero eso sí,
siempre siempre, me quito yo la ropa de abajo sentada. Y si estamos con luz, y le da por
besarme por el cuerpo y eso, no soy capaz de concentrarme, es como si me pusiese en
sus ojos y voy así, viéndome todas las partes por las qué él va pasando…lo paso muy mal,
puede que te parezca una chorrada, pero de verdad, lo paso fatal.
En las palabras de esta mujer encontramos un claro ejemplo de cómo el canon actual, de
la delgadez y del cuerpo liso sin estrías ni celulitis, es considerado como lo naturalmente
excitante. Paradójicamente lo natural es que el cuerpo femenino tenga celulitis. Los
estrógenos precisan grasas para sintetizarse por lo que el tejido adiposo es esencial para
el buen funcionamiento hormonal de la mujer. No obstante a fuerza de publicidad en
contra de la celulitis, una gran mayoría de mujeres lo considera como algo antiestético
que debe ser eliminado, y para algunas llega a convertirse en impedimento a su placer e
incluso fuente de angustia.
El siguiente testimonio, es de otra chica de 23 años, la cual sentía celos repentinos sin
objeto concreto, únicamente celos causados por no creerse suficientemente atractiva.
Lleva con su pareja 2 años, al principio no tenía problemas de ningún tipo, hasta que
engordó un poco (ella calcula que unos 6 kilos porque antes no se pesaba). Actualmente
el malestar con su propio cuerpo le conduce a sentir celos, enfado contra él y dado que
no le quiere explicar nada este tema está afectando enormemente a la relación:
“Es desde que engordé, por las malditas pastillas, y cuando él tiene ganas (pausa) de
pronto siento rabia, o celos, no se muy bien de qué. Pienso que como estoy así él preferiría
otra cosa y prefiero que ni me vea desnuda. Se que sería algo sexual, que no me va a dejar
por eso, pero da igual (pausa) Pensar que puede fantasear, con las que realmente están
bien (pausa) Y me entra rabia hacia él, porque creo que de verdad piensa en otros cuerpos
cuando está conmigo y me cabreo sin motivo, como si quisiera castigarle. Y nada, no
quiero (pausa) es que no quiero hacerlo”. (I, 23 años)
Los fantasmas de los cuerpos que realmente están bien son los que producen sus celos,
la torturan, le niegan el placer e incluso la confianza con su pareja.
“…Si cuando salgo y eso, así arreglada me veo mona, si en verdad ligo un montón. Bueno,
lo mismo es que en Granada están todos salidos (risas). Tampoco es que me crea un
bellezón, pero si, creo que mona. ¿Sabes qué pasa? Que así parece que más o menos estoy
delgada (pausa), bueno, que sí, que gorda no es que esté, pero desnuda se me nota
demasiado la barriga, vestida pues no, porque me sé vestir, y con los sujetadores estos
pues tampoco se nota lo poquillo. Pero luego me imagino que me vea, y que me quito el
sujetador… va a pensar que soy un tongo… y si se decepciona, lo mismo ya ni se excita.
No sé, creo que antes lo tendría que conocer mucho, mucho, y estar segura de que no va
a salir corriendo (risas). Pero claro, es que así ya no voy a poder tener una relación
esporádica y sin compromiso. Pero es que….jo, con 22 años y virgen todavía, no se” (E,
22 años)
El tamaño y forma de los pechos es otra cuestión, que está generando complejos
femeninos a la par que dinero. La extendida creencia de que a todos los hombres les
parece mucho más erótico y atrayente un pecho grande, está llevando a miles de mujeres
a someterse a operaciones de aumento de pecho. Muchas afirman que es una cuestión
meramente estética, que simplemente lo hacen por ellas, pero de fondo siempre está la
creencia de que así resultarán mucho más atractivas y seductoras.
El siguiente testimonio es de otra chica, cuyo complejo por el tamaño de sus pechos le
condujo a malinterpretar un hecho y dejar su relación. En su primera relación sexual, que
también era la primera vez de su pareja, el chico perdió la erección y ella lo interpretó
como una decepción con respecto a su cuerpo. Cabe destacar la explicación que ella
misma atribuye al hecho y como en tal explicación subyace la idea de la excitación natural
y reproductiva como normal, mientras que lo contrarío corresponde a “otro tipo de
personas”:
“Si es que fue justo cuando me quité el sujetador, y no me extraña, lo mismo le daba la
sensación de que estaba con otro tío (…….). Pero es que como va a excitar no tener pecho,
es que es eso, como si fueses otro hombre o una niña chica, eso no puede ser sexual.
Bueno o sí, pero para otro tipo de personas” (Z, 18 años)
La idea del pecho grande como fuente de erotismo y excitación sexual ha sido
“fundamentada” mediante explicaciones biológicas como que el pecho grande gusta
porque se asimila con una mayor fertilidad y capacidad para amamantar a los hijos. En
primer lugar esta idea es, incluso desde un punto de vista meramente científico, poco
realista, ya que el tamaño de la glándula mamaria nada tiene que ver con la producción
de prolactina, ni con los conductos galactóforos, ni con ningún otro aspecto implicado en
la lactancia.
Por otro lado, revisando obras de arte se aprecia que, lejos de ser una cuestión universal,
el pecho grande no aparece en casi ninguna de las figuras femeninas consideradas ideales
de belleza de distintas épocas. Sí podemos contemplar otros rasgos estéticos que han ido
cambiando según el siglo, por ejemplo el color del pelo, ojos, formas corporales más o
menos voluptuosas, pero curiosamente los senos suelen tener un tamaño pequeño o
mediano en la mayoría de esculturas y pinturas, especialmente hasta finales del siglo XIX
y principios del XX.
En su Historia sobre el pecho, Marilyn Yalom (1997) expone que en la Edad Media el
prototipo era el seno pequeño, ya que las mujeres morían antes y en la edad en la que
estaban preparadas para casarse, y en la que se consideraban más bellas, sus pechos aun
eran pequeños, pero según ella en el Renacimiento empezaron a destacar los pechos
voluminosos. En contra de esta afirmación, si atendemos a las representaciones artísticas
de la belleza renacentista no es fácil afirmar que fuese en esta época cuando comenzasen
a gustar los senos grandes. Asimismo, en una de las obras literarias renacentistas, con
marcado matiz erótico La Celestina, podemos apreciar que son las “pequeñas tetas” las
que se relacionan con la belleza y erotismo. A continuación se muestra un fragmento de
la descripción que Calisto hace de Melibea:
“[…] Los ojos claros, rasgados; las pestañas luengas, las cejas delgadas y alaçadas, la
nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos; los labrios colorados y
grosezuelos; el torno del rostro un poco más luengo que redondo; el pecho alto, la
redondez y forma de las pequeñas tetas ¿quién te la podrá figurar? ¡Que se despereza el
hombre cuando las mira!” (pág 33).
No sólo eso, sino que, además, en esta misma obra encontramos que el pecho grande se
considera feo y vulgar, como puede verse en el comentario que hace Auresa cuando está
junto a Elicia criticando a Melibea:
“… unas tetas tiene para ser doncella, como si tres vezes hoviesse parido: no parecen sino
dos grandes calabazas…” (pág. 144).
En cualquier caso, a juzgar por los datos del arte y literatura, no parece que el gusto por
el pecho grande, y a la vez firme y redondo, sea algo natural y universal. La moda del
pecho muy grande es en parte un producto del cine norteamericano, como indica Yalom,
y por supuesto de la pornografía, y a su vez se fortalece en el momento en que emerge el
negocio de la silicona, haciéndonos creer, mediante teorías biológicas, que es lo
naturalmente erótico y atractivo.
En relación al tema de la pornografía, encontramos más aspectos que conducen a las
mujeres a modificar y moldear su apariencia para resultar mas atractivas sexualmente. La
depilación del vello púbico es una de las más evidentes. Las películas eróticas y
pornográficas occidentales ofrecen imágenes de mujeres totalmente depiladas, lo que
lleva a que cada vez sea más frecuente que las chicas se depilen completamente. Sin
embargo, el cine asiático muestra chicas con gran abundancia de vello púbico, lo que al
parecer está generando demanda de implantes de vello entre las mujeres asiáticas (Suarez,
2003).
Respecto a este tema, es interesante apuntar que la connotación erótica que en occidente
se le otorga a la ausencia de vello, no sólo la encontramos en la pornografía actual, ya
que, a juzgar por el siguiente párrafo de Lisístrata, de Aristófanes, podemos suponer que
en la Grecia clásica el pubis depilado constituía un atributo de reclamo sexual:
“Permaneceré atractiva y seductora, con el delta bien rasurado, y haré que me desee”.
Según Fisher (1984) entre los bosquimanos es especialmente atractivo que los labios
menores cuelguen, por lo que las madres masajean constantemente esta zona del cuerpo
de sus hijas pequeñas con el fin de les sobresalgan en la pubertad. En occidente, por el
contrario, la mayoría de mujeres creen que el hecho de que los labios menores sobresalgan
es algo antiestético y antierótico. Esta idea se fundamenta sobre todo a través de las fotos
y películas pornográficas, el las que los primeros planos muestran unos labios menores
de pequeño tamaño, o aparecen totalmente abiertos, por lo que es difícil ver si sobresalen
por debajo de los labios mayores. Este tipo de imágenes ha motivado una nueva rama de
la cirugía estética en la que las mujeres tratan de perfeccionar sus genitales. Sin olvidar,
por supuesto, la cantidad de hombres que se someten a operaciones para aumentar el
tamaño de su pene, lo cual también está motivado por creencias culturales, fomentadas
por la industria del porno. Ahora bien, no se hasta que punto los posibles complejos por
el tamaño del pene llevan a los hombres a rechazar relaciones sexuales. Realmente lo
desconozco, no obstante lo que sí me consta por diversos testimonios y consultas, es que
existen mujeres realmente acomplejadas por el hecho de que sus genitales no se parezcan
al de las modelos y actrices pornográficas, y llegan a evitar y rechazar todo tipo de
relaciones sexuales.
A continuación trascribo el testimonio de una chica de 36 años, que llega a sentir asco ya
que sus labios menores sobresalen. La idea de que una pareja pueda ver esta parte de su
cuerpo le produce una profunda angustia. Al mismo tiempo, la existencia de una rama de
la cirugía que se dedica a realizar este tipo de operaciones es para ella un claro ejemplo
de que esa parte del cuerpo no debe ser asi
“….Me parece tan desagradable, por ejemplo (pausa) cuando me ducho (pausa). Y si me
resulta asqueroso a mi, imagínate a otra persona, a mi no me puede ver nadie (se entrecorta
por el llanto). Si realmente no fuese desagradable y es verdad que como tú dices en
normal, para que entonces se iba a operar (….) No, es que nadie va a pasar por un
quirófano para ponerse eso bien si de verdad fuese normal. Es que es asqueroso.” (S, 36
años)
Dejando atrás el tema de la estética, existen otros factores, igualmente relacionados con
creencias culturales, que también condicionan y moldean el placer corporal orientándolo
a unas prácticas normales y naturalmente placenteras y delimitando parcelas de piel más
aptas para el placer: las zonas erógenas.
“_La ruta más común es la introducción del miembro aquí (toca el coño de Eugenia), pero
no necesariamente es lo que produce más placer” (pág. 31).
“_Examina con atención este antro que la mano cubre: voy a entreabrirlo. Esta elevación,
que aquí ves coronada se llama monte… Esta lengüeta, que se encuentra debajo, se llama
clítoris. En él reside toda la sensibilidad de las mujeres; si me acarician esa parte es
imposible que no desmaye de placer…” (Pág. 35)”.
Ciertamente, el que palabras así puedan leerse en esta novela se debe a que toda la obra
del Marqués se caracteriza por el rechazo y trasgresión de la moral y de las normas
establecidas, y por supuesto se manifiesta en contra de la función procreadora de la
sexualidad:
“Una linda muchacha sólo tiene que preocuparse por joder y nunca por engendrar.
Pasemos de los burdos mecanismos de la procreación, y nos dedicaremos única y
principalmente a las voluptuosidades libertinas, cuyo espíritu nada tiene de procreador”
(pág. 32).
Sin embargo, a pesar de que se conociese que el placer femenino podía adquirir muchas
otras formas diferentes a la penetración vaginal, la moral cristiana, para la que sexualidad
y reproducción iban unidas, impedía que se expresase abiertamente, y ciertamente fue a
partir de la aparición de estudios como el informe Hite o los trabajos de Master y Jonson,
junto con la revolución feminista, cuando se empezó a desmontar el modelo falocrático,
poniendo de manifiesto que el placer mediante la penetración vaginal no es lo más
frecuente entre las mujeres, ni es síntoma de inmadurez como planteaba Freud.
Ahora bien, es difícil (por no decir imposible) encontrar escenas de películas o de series
en las que la relación sexual no sea equivalente a la penetración del pene en la vagina.
(tal vez en la variedad pornográfica aparezcan otras prácticas, pero casi siempre referentes
al placer masculino). En el cine normal se nos muestran relaciones sexuales casi siempre
bajo el mismo esquema: se besan en la boca, el hombre besa o acaricia los pechos de la
mujer y terminan con el coito, disfrutando mucho los dos, claro. Este tipo de escenas
siguen fomentando el teóricamente superado “modelo falocrático”, y las chicas, sobre
todo las más jóvenes, continúan pensando que el ideal de relación sexual es el coito y que
los besos en la boca y la estimulación de los senos debe ser algo excitante y maravilloso.
El resultado de esta creencia son numerosas frustraciones, algún que otro miedo por “no
ser normal” y los autodiagnósticos de “frigidez” como si se tratase de una enfermedad o
de una malformación.
El siguiente testimonio es de una chica que acudió a consulta sexológica tras haber ido al
ginecólogo, ya que no alcanzaba el orgasmo mediante la penetración. En el momento de
la entrevista tenía una relación con un chico, y para ella era una prioridad conseguir el
orgasmo mediante la penetración.
“….Y estoy todo el tiempo concentrándome en llegar, a veces se me pone dolor de cabeza.
Y si él llega y yo no me siento fatal, como culpable o inútil o no se (pausa) Y que ni se le
ocurra intentar hacerme llegar de otra forma. Todo lo demás me parece que es menos, o
peor” (P, 27 años).
Por otro lado, la definición de los pechos como zona erógena de la mujer, justificada
además biológicamente, es uno de los sesgos de nuestra cultura, que las mujeres asumen
como si se tratase de una realidad natural, lo que conduce a las que no lo sienten así (que
no son pocas), a creerse al margen de la normalidad. A, llegó a pensar que tenía algún
problema médico ya que no sentía excitación de ningún tipo cuando intentaban estimular
sus senos y sus pezones:
“… Bueno, en realidad es que soy muy hipocondríaca, pero me dio por pensar en
enfermedades de estas del sistema nervioso que te van quitando sensibilidad. Ya no es
que tenga miedo, pero me jode, con perdón, es que no puedo disfrutar con eso. Me parece
que mi cuerpo está…como te diría… mutilado. Esa puede ser la palabra” (A, 36 años).
Posiblemente esta opinión distorsionada de que los pechos son una zona de gran
excitabilidad sexual para la mujer, proceda más bien del gusto del hombre occidental por
esta parte del cuerpo femenino. Si bien es cierto que también hay mujeres a las que les
produce placer y les excita que les estimulen esta zona, cabe señalar que muchas afirman
que es más por ser una zona considerada erótica y por ver que a su pareja le excita, que
por la sensación real en la piel. Finalmente, tal y como nos señala Ana Martinez Barreiro
(2004), el cuerpo femenino sigue siendo “un cuerpo para los demás”.
4. A modo de conclusión.
Los tres ejemplos de sociedades expuestos evidencian que el erotismo y la sexualidad son
construcciones culturales sujetas a variación y dependientes de un sistema social. La
percepción corporal del placer y de la excitación sexual en el ser humano no son aspectos
totalmente instintivos y naturales, tampoco residen únicamente en el cuerpo, sino que
están a expensas de todo un sistema simbólico cultural.
En el caso de Borneo vemos que la consideración del pasador de pene como elemento
placentero para la mujer está perpetuando su uso, hasta el punto de que forma parte
indispensable de la identidad del hombre y de su estética. Las mismas atribuciones
eróticas que se le otorgan hacen, a su vez, que la mujer lo perciba como excitante y
placentero.
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