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Ahora, una humanidad —una sociedad— que los ha perdido [los gestos] se encuentra

al mismo tiempo obsesionada por este hecho. Para los hombres que pierden lo que les
es natural, los gestos, hasta los más sencillos, se convierten en algo como un destino,

un destino inevitable. Los hombres que pierden su desenvoltura son obsesionados por
los gestos. (…) Se podrían ofrecer muchos ejemplos: si se mira el arte de final de siglo,
el arte llamado “pompier”, los monumentos muestran la obsesión por el gesto, se
centran en él, en lo que los hombres estaban perdiendo. (…) Y cuando la época se dio
cuenta de ello, se inició un intento extremo de entrar otra vez en posesión de lo que
estaba perdido, un esfuerzo para recuperar in extremis los ademanes abandonados. La
danza de Isadora Duncan y de Diaghilev evidentemente, pero también las Recherches
de Proust y la gran poesía de Jungedstil de Rilke-Pascoli trazan el círculo en donde los
hombres buscan para recuperar o para evocar lo que habían perdido o que iban a perder
para siempre. (Agamben, 1993, p. 103)

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