la forma de existir del mismo ser. Y tal distinción la mantiene firmemente
Aristóteles y es para él evidente por sí misma. Para él es plenamente evidente, y como tal lo presupone, que si nuestro lenguaje y nuestro pensamiento nos llevan a admitir un sustrato, están en ello en consonancia con el ser y con la estructura del ser. Espíritu y ser se corresponden. Si afirmamos ciertos acaeceres y eventos de un sujeto, es porque realmente se dan, están en él. El alcance y significado ontológico de estos accidentes, por lo demás, es en cada caso distinto, como ya vimos antes (cf. pág. 189). Lo esencial es que los accidentes, hablando en general, implican una relación ínfima con la esencia de la sustancia. Por ello expresan más o menos directamente esta esencia. Son procesos reales íntima y ontológicamente vinculados a la sus- tancia, en la que inhieren, porque se verifican precisamente en ella, y ella con su esencia es la que determina lo que ha de acaecerle a sí misma, de forma que inversamente nos es posible, a través de los accidentes, descubrir la propiedad de la sustancia, por la conexión real que con ella guardan, como con su principio ontológico. Aristóteles contra Platón. Crítica de las ideas. Al hacer de la sustancia primera el ser en su propio y originario sentido, Aristóteles se aparta deci- didamente de Platón. En Platón el auténtico ser, el ‘ntwj ‘n se encuentra no en lo individual, sino en lo universal, en la especie. Y cuanto más general y universal es un eçdoj, tanto más real es su realidad, afirma Platón; menos realidad es, dice Aristóteles. En el último el ser tiene su originario sentido desde abajo, a partir de lo concreto, en el primero lo tiene desde arriba, a partir de la idea. Aristóteles ha sometido expresamente a una detallada y penetrante crítica la teoría de las ideas de Platón. Objeta contra ella en Met. A, 6 y 9, así como en Met. M, 9, lo siguiente: 1) Es verdad que la ciencia vive de los conceptos universales, siempre idénticos a sí mismos. En ello tiene razón Platón. Pero de ello no se sigue en modo alguno que estos con- ceptos existan en sí mismos como ideas, a manera de sustancias en sentido propio. No se dan aparte de las cosas, sino en ellas, y solo el espíritu las deduce al encontrar lo común e igual en múltiples particulares distintos y concebirlo en uno. Este universal en su forma de pura universalidad es tan solo una forma lógica, no una realidad ontológica. 2) La idea implica una duplicación superflua de las cosas. No es otra cosa distinta de lo que son ya las cosas. ¿Por qué, pues, admitirla? 3) Las ideas no explican nada de lo que están llamadas a explicar, a saber, el ser de las cosas, puesto que no están en las cosas mismas. El concepto de participación empleado por Platón para vincular las cosas a las ideas no pasa de ser una imagen poética y una mera palabra. 4) Las ideas no explican concretamente el origen del movimiento. Son algo estático, no algo dinámico. La idea de casa nunca hará surgir una casa. 5) Con la teoría de las ideas tenemos un regressus in infinitum. En efecto, sobre la idea y las cosas que de ella participan está aún como uni-