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Avalancha, asfixia, caos, exabytes, millones… las metáforas y las cifras no dejan lugar a
dudas: demasiada información. Este minucioso análisis de los contenidos en la red pone en
orden las dimensiones del exceso y diagnostica el futuro del periodismo en la era digital.
Ilustración de Campbell Larid
En 2007, como parte de la tercera etapa de la planificación estratégica para su
transformación digital, Associated Press decidió contratar a una empresa de investigación
para que hiciera un estudio sobre el consumo de noticias de los adultos jóvenes en el
mundo. Jim Kennedy, el director de planificación estratégica de AP, estuvo al principio de
acuerdo con el proyecto porque pensaba que de allí saldría una presentación “amena y
entretenida” para la reunión anual. Resultó ser más que eso: AP consideró que los
resultados implicaban serias transformaciones respecto al papel de los medios en la era
digital. Entre los hallazgos se destacaba uno: había muchos consumidores jóvenes que
ansiaban noticias más profundas, pero eran incapaces de conseguirlas o no querían hacerlo.
“La abundancia de noticias y la ubicuidad de la elección no se traduce necesariamente en un
mejor entorno informativo para los consumidores”, concluían los investigadores en su
informe final. “Los participantes en este estudio mostraron signos de cansancio informativo;
es decir, parecían debilitados por el exceso de información e insatisfechos de sus
experiencias informativas [...] En última instancia, el cansancio informativo llevó a muchos
de los participantes a una reacción de indefensión aprendida. Cuanto más abrumados o
insatisfechos se sentían, menores esfuerzos estaban dispuestos a hacer”.
No debería sorprender que los consumidores de noticias, incluso los jóvenes, estén
saturados. La era de la información se define porque producimos mucha más información
de la que podemos manejar, ya no se diga absorber. Antes de la era digital la información
estaba contenida, limitada, por los medios. La publicación estaba restringida por el papel y
los costos de distribución; la transmisión se circunscribía a la disponibilidad de frecuencias
y al tiempo al aire. Internet, en cambio, tiene una capacidad ilimitada casi sin costo. Hoy
hay más de 70 millones de blogs y 150 millones de páginas web –una cifra que se expande
a un ritmo de aproximadamente diez por hora–. Cada día se envían 210.000millones de
emails. Se va el gigabyte y viene el exabyte; cinco exabytes representan 37.000Bibliotecas
del Congreso. Solo en 2006 el mundo produjo 161 exabytes de datos digitales, el
equivalente a 3 millones de veces la información contenida en todos los libros que se han
escrito. Para 2010 se espera que ese número ascienda a 988. Elijan su metáfora: nos estamos
ahogando sepultados bajo la nieve.
Los efectos de la era de la información en la producción de noticias y el consumo han sido
muy profundos. Con todos sus beneficios –mayor transparencia, accesibilidad y
democratización– internet ha frenado el modelo de negocio del periodismo apoyado en la
publicidad. Esto, a su vez, ha conducido a los medios informativos a centrarse ferozmente
en la rentabilidad. Durante la década anterior los medios hicieron recortes de personal,
cerraron oficinas y disminuyeron el espacio dedicado a la información en beneficio de la
publicidad. Pero a pesar de estas reducciones, el ciudadano medio no parece quejarse de la
falta de noticias. Cualquiera con acceso a internet tiene miles de fuentes de información
gratis en la punta de sus dedos. En cuestión de segundos podemos ojear el New York
Times y el Guardian, Newsweek y The Economist, la CNN y la BBC.
Hoy las noticias forman parte del ambiente de una forma tan omnipresente –y en algunos
aspectos tan invasiva– como la publicidad. Nos encuentran en el aeropuerto y en los taxis,
en nuestros teléfonos inteligentes y agendas electrónicas, a través de los proveedores de
email y los motores de búsqueda en internet. Casi siempre llegan desnudas: los titulares,
actualizaciones y los artículos son arrancados de sus fuentes originales –muchas veces en
cuanto se publican– y agregados en blogs, portales, redes sociales, lectores RSS y páginas
personales en lugares como MiMsn, MiYahoo, MyAOL e iGoogle. En estos tiempos las
noticias nos llegan como un flujo de fragmentos inconexos. Pero la información sin
contexto no tiene sentido. No comunica y puede hacer que los consumidores se sientan
perdidos. Como AP señalaba en su informe de investigación, “Lo irónico del cansancio
informativo es que estos consumidores se sienten incapaces de cambiar sus formas de
consumo de noticias, aunque tengan más control y más opciones que nunca. Cuando las
noticias los agotaron, los participantes en el estudio mostraron una tendencia a la recepción
pasiva frente a la búsqueda activa de noticias”.
Este fenómeno puede explicarse en parte por nuestra tendencia a la pasividad ante tanta
información. Puede también atribuirse al hecho de que el gran número de revistas
especializadas, la preeminencia de la televisión, el amplio espectro de formas de
entretenimiento y la personalización alentada por las tecnologías digitales han hecho mucho
más fácil evitar los contenidos sobre asuntos públicos. “Al elevarse la oferta, las personas
que tienen la motivación de estar informadas sobre política sacan provecho de estas
opciones, pero las personas que no lo están se alejan de la política”, explica Michael Delli
Carpini, decano de la Escuela de Comunicación Annenberg de la Universidad de
Pensilvania. “En los sesenta, si querías ver la televisión tenías que ver las noticias. Y ahora
puedes evitarlas. Así que la elección puede ser una bendición relativa”.
En su libro Post-Broadcast Democracy: How Media Choice Increases Inequality in
Political Involvement and Polarizes Elections, Markus Prior escribe: “La información
política en el actual entorno mediático es en su mayor parte para quienes la quieren”. En
otras palabras, en nuestro sobresaturado entorno mediático, la exposición casual a los
contenidos políticos es mucho menos común de lo que solía ser. Los consumidores pasivos
de noticias están menos informados, y es menos probable que lleguen a estar bien
informados alguna vez.
La tragedia de los medios en esta época es que en su lucha por encontrar un soporte
financiero no se han preocupado por mirar con suficiente atención las implicaciones del
nuevo paisaje informativo. ¿Cómo procesa la gente la información? ¿Cómo ha afectado la
saturación de los medios el consumo de noticias? ¿Qué deben hacer los medios para
cumplir con su papel esencial de informar al público? Si se dedicaran a estas preguntas,
muchos medios descubrirían que, hasta ahora, sus acciones –incrementar el volumen y la
frecuencia de la producción, a veces de forma ciega y frenética– solo han dificultado las
cosas para el consumidor.
Es ingenuo suponer que las empresas periodísticas vayan a reducir su producción –después
de todo, ahí está involucrado el dinero de la publicidad–, pero, eso sí, deberían estar más
atentos al contenido que producen. La mayor esperanza para la salud de los medios
descansa tanto en su capacidad para filtrar e interpretar la información como en su
capacidad para reunirla y difundirla. Si hacen de los datos aislados y las frases cortas su
prioridad, cometen un error. La atención –nuestro más preciado recurso– escasea cada vez
más. Para ganar la guerra por nuestra atención las empresas de noticias deben hacerse
indispensables produciendo un periodismo que nos ayude a darle sentido al flujo de
información que lo inunda todo.
La economía de la atención
Uno de los esquemas más útiles para entender la relación del periodismo con la conducta en
la era informática es el concepto de economía de la atención. La economía es, en últimas, el
estudio de la asignación de recursos y los principios básicos de la oferta y la demanda, y
hace más o menos una década un puñado de economistas e investigadores planteó el
concepto de economía de la atención como una forma de combatir el problema de tener
demasiada información y no contar con el suficiente tiempo o con personas que la absorban
toda.
La dinámica de la economía de la atención ha creado un complicado e hipercompetitivo
terreno de producción y consumo de noticias. Los medios no deben competir solamente
unos con otros, también deben hacerlo con una variedad de opciones de información y
entretenimiento que están aumentando más que nunca. Pero asimismo compiten con lo que
precisamente sostiene sus esfuerzos: la publicidad. De hecho, la industria publicitaria ha
estado lidiando con la dinámica de la economía de la atención durante las dos últimas
décadas. Con un panorama publicitario saturado, los anunciantes deben trabajar más duro
para hacer que sus mensajes lleguen al consumidor. Mark Crispin Miller, profesor de
ecología de los medios en la Universidad de Nueva York, señala en el documental de “The
Persuaders”, del programa de PBS Frontline:
Todo esfuerzo por romper el desorden solo resulta en más desorden. Al final, si no tienes
contornos limpios y fondos sencillos para tus anuncios, si no tienes ese espacio en blanco,
esas cosas corrientes, ese territorio virgen, vas a pasarlo muy mal intentando hacerte oír.
La metáfora más obvia es la de una habitación llena de gente, todos gritando para ser
escuchados. Lo que esto significa realmente, al final, es que la publicidad es asfixiante en sí
misma.
Los medios también corren el riesgo de autoasfixiarse en un panorama informativo
abarrotado de titulares, actualizaciones y recursos. Con el fin de recoger la atención de la
audiencia y mantener la viabilidad económica, los medios se preocupan cada vez más por el
“atractivo” de sus contenidos. Según Douglas Rushkoff, presentador de “The Persuaders” y
autor del libro Life Incorporated, la pregunta para estas empresas se ha convertido en:
“¿Cómo fijamos los ojos a nuestro contenido y les entregamos finalmente esos ojos a
nuestros patrocinadores?”. Como él apunta secamente, “Se trata de un mandato muy
diferente al de cómo hacemos para que la información –la verdadera información– esté
disponible para la gente. La economía de la información, por tanto, es un espacio
competitivo. Así que cuantos más proveedores de información estén pensando que
compiten por los ojos en lugar de competir por una buena historia, más retrocede el
periodismo”. El auge de las frases cortas, los titulares, los fragmentos, el
infoentretenimiento y los chismes de famosos derivan de este intento por captar la atención
de la audiencia –y el dinero de la publicidad–. Visitar la web de una agencia de noticias casi
cualquier día da ejemplos por el estilo de: “Mujer vestida de vaquera rapta niños” (CNN), u
“Hombre golpea a chica adolescente esperando en la cola del McDonald’s” (Fox News).
Como Boczkowski apunta, “Antes los medios estaban organizados en mercados de
monopolio u oligopolio, ahora son mucho más competitivos; el precio de ignorar las
preferencias del consumidor es mucho más alto”.
De esta manera, el incremento masivo de la producción de información y el insignificante
costo de distribuirla y almacenarla en línea ha hecho que la información pierda su valor. Eli
Noam, director del Instituto Columbia para la Teleinformación, explica que esta deflación
del precio es solo parcialmente compensada por el incremento de la demanda en la era
digital, ya que el tiempo que tenemos para consumir información es limitado. “En su
totalidad –contando por minuto, por línea, por palabra– la información ha disminuido su
precio de forma constante”, dice Noam. “La deflación hace que sea muy difícil para muchas
empresas permanecer en el negocio durante largo tiempo”.
Así, llegamos al núcleo del reto del periodismo en la economía de la atención: con el fin de
preservar su función vital de servicio público –sin mencionar la supervivencia–, los medios
necesitan reevaluar su papel en el panorama informativo y reinventarse para servir mejor a
sus consumidores. Necesitan elevar el valor de la información que presentan, en lugar de
disminuirlo.
Más, más rápido, mejor
“Vivir y trabajar en medio de los recursos informativos como internet puede compararse a
observar a un bombero apagar un fuego con napalm”, escriben Paul Duguid y John Seely
Brown en The Social Life of Information. “Si tu página web es difícil de entender, vincúlala
a otra. Si un sistema de ‘ayuda’ se sobrecarga, añade una ‘ayuda para usar la ayuda’. Si tu
respuesta no está aquí, búscala entre otras 1.000 páginas. ¿Problemas con la información?
Añádele más”.
Como muchos negocios en la era informática, los canales de noticias han aumentado de
forma constante el volumen y la velocidad de su producción. Mientras que la proliferación
de las fuentes de información en la web continúa a ritmo desenfrenado, los medios
compiten por la atención del público añadiendo contenidos y extras como blogs, chats en
directo con periodistas, transmisiones de audio y video, y diapositivas. Buena parte de ese
material tiene una calidad excelente. Pero tomados en su conjunto, estos extras presentan un
dilema: ¿Perseveramos o nos rendimos ante demasiada información? Y como el estudio
de AP mostraba, hasta los consumidores de noticias jóvenes se cansan.
En psicología, la pasividad producto de una falta de control es conocida como “indefensión
aprendida”. Aunque la lógica sugeriría que un aumento de las noticias disponibles les daría
a los consumidores más control, en realidad no es así. En su libro The Paradox of Choice:
Why More is Less, Barry Schwartz sostiene que tener demasiadas opciones puede ser
farragoso. “En lugar de sentirnos con el control, nos sentimos incapaces de dar abasto”,
escribe. “La libertad de elección puede al final convertirse en la tiranía de la elección”.
Un reciente estudio del Centro de Gestión para los Medios de la Universidad de
Northwestern apoya este fenómeno. Los investigadores descubrieron que a pesar de su
interés en las elecciones de 2008, los adultos jóvenes evitaban las noticias políticas en la
web “porque les venía demasiada información de una sola vez y encontraban muchas cosas
diferentes en pugna por su atención”. Los participantes en el estudio querían que las
empresas de noticias mostraran menos contenido, para poder identificar la información
esencial. “Los jóvenes quieren que el diseño de la web les indique lo que es realmente
importante [...] en lugar de verse enfrentados por un apabullante ramo de opciones”,
escriben los investigadores en su informe final.
La idea de que más es mejor está profundamente arraigada en la psique moderna. David
Levy, profesor en la Facultad de Información de la Universidad de Washington, utiliza la
frase “más, mejor, más rápido” para describir la aceleración en la sociedad que empieza con
la Revolución Industrial. Según Levy, tendemos a definir la productividad en términos de
velocidad y volumen más que en calidad del pensamiento y las ideas. “Todos esperamos
ahora acabar más tareas en menos tiempo”, escribía Levy en un artículo publicado en 2007.
“Y mientras que las nuevas tecnologías hacen notablemente más fácil y eficiente buscar y
recopilar información de fuentes relevantes sobre una enorme variedad de temas, no pueden
despejar ni para sí mismos ni para los demás el espacio y el tiempo que se necesitan para
absorber lo que ha sido recopilado y reflexionar sobre ello”. En el caso de la producción de
noticias, Barry Schwartz coincide: “El ritmo del ciclo de noticias ha cambiado tan
drásticamente que lo que en realidad ha sido excluido es el tiempo que requiere pensar”.
Las implicaciones para la democracia
Nuestro acceso a la información digital y nuestra capacidad para publicar, compartir y
enriquecer contenidos de manera instantánea a un costo insignificante, conlleva la
extraordinaria capacidad de cumplir los ideales democráticos del periodismo. Pero como
hemos visto, muchos consumidores de noticias no pueden o no quieren navegar por lo que
Michael Delli Carpini llama “el ambiente de información desperdigada y caótica en el que
vivimos hoy”.
Cuando la gente tenía menos información y menos opciones de entretenimiento, las
empresas periodísticas eran capaces de producir contenidos de interés público sin tener que
preocuparse excesivamente por la cuota de audiencia. Pero como internet y los nuevos
ciclos 24/7 fragmentan la lectura y los lapsos de atención, ése ya no es el caso.
Cuando prolifera la información, la gente, inevitablemente, llega a especializarse más en sus
carreras e intereses. Esta separación en nichos significa que el conocimiento público
compartido está en receso, en tanto representa la posibilidad de que entremos en contacto
con creencias que contradicen las nuestras. Las páginas personales, las actualizaciones de
noticias y las alertas de email, así como las publicaciones temáticas, nos llevan a crear lo
que el sociólogo Todd Gitlin llamaba de forma implacable “mis noticias, mi mundo”. Las
noticias casuales –encontradas por azar– son mucho menos frecuentes en un mundo repleto
de TiVos y herramientas de personalización en línea.
A la luz de esto, el papel del periodismo es más importante que nunca. “Al dividirse la
sociedad”, escribe el periodista y escritor David Shenk en Data Smog, “son los periodistas
quienes proporcionan el vital pegamento que nos mantiene, al menos en parte, como una
unidad”. Los periodistas trabajan para proporcionar el contexto en un momento en el que la
saturación de información dificulta que reunamos las piezas por nosotros mismos. “La labor
del periodista no es prestar atención solo a un área en particular”, explica Paul Duguid. “Su
labor es decir: bueno, ¿cuáles son las diferentes áreas implicadas en esta noticia en
particular? Nos dan la amplitud que ninguno de nosotros tiene porque no somos
especialistas del todo en nuestra propia área particular”. En otras palabras, el mejor
periodismo no se limita a reportar y entregar información: la sitúa en su propio y pleno
contexto.