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Rosana Gutierrez

CACERÍA DE GUANDEACRIESOS
GO
Y OTROS DEPORTES
Rosana Gutierrez
CACERÍA DE GUANDEACO S
RIESGO
Y OTROS DEPORTES
Gutiérrez, Rosana
Cacería de guanacos : y otros deportes de riesgo
/ Rosana Gutiérrez. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Aurelia Rivera, 2015.
174 p. ; 20 x 14 cm.

ISBN 978-987-1294-57-2

1. Narrativa Argentina Contemporánea. I. Título.


CDD A863

1º edición / noviembre de 2015


Hecho en Argentina, Ciudad de Buenos Aires.

© Rosana Gutierrez (Tw: @resacada)

Ilustración de tapa: Federico Higashino


Retrato de la autora: Michelle Ortiz Gutierrez
Ilustraciones interior: Rosa Gutierrez

*aurelia rivera libros 2015


Desarrollo editorial: Alessandrini & Salzman facebook.com/aurelialibros

ISBN: 978-987-1294-57-2

Hecho el depósito que indica la ley 11.723


Todos los derechos reservados.
A Violeta, mi mamá

Mi agradecimiento a:
Alejandra Rabinovich, Alicia Odorico, Carlos Busqued,
Demián Ortiz Gutierrez, Federico Higashino,
Maximiliano G. Vidal, Michelle Ortiz Gutierrez, Pablo
Alessandrini, Pablo Contursi, Pablo Ferraioli, Paula
Carman, Vero Spoturno y Violeta Frangoulides.

El camino verdadero pasa por una cuerda, que no está


extendida en alto sino sobre el suelo.
Parece preparada más para hacer tropezar que para
que se siga su rumbo.
Franz Kafka.
A modo de advertencia

¡ATENCIÓN!: lo que viene a continuación contiene


una gran cantidad de spoilers. Si son amantes de la sorpre-
sa, sugiero saltearse esta parte, y leerla una vez finalizada la
lectura de la obra. Incluso, si no la leen nunca, mejor para
todos.
Se ha convocado a un grupo de significativos repre-
sentantes de las ciencias, las artes y los deportes, para que
escriban una breve y elogiosa crítica a este libro y he aquí los
testimonios:

Cacería de guanacos es una invitación al safari intelec-


tual. Gutierrez ahonda en los paisajes más salvajes de
nuestro inconsciente, apelando a lo que desconocemos
de nosotros mismos. El lector se verá transportado a un
lugar no imaginado: el campo de cacería de su animal
íntimo.
Como los chamanes mediante rituales antiquísimos ha-
cen visible para el iniciado el animal de poder que rige
su vida, es decir, que es su guía y maestro, así también
este libro abre puertas, su lectura es un rito de pasaje.
Atreverse a incursionar en él implica despertar el animal
que ocultamente nos domina.
Flann O’Brien pergeñó en El tercer policía una fusión
del hombre con su bicicleta: una de sus criaturas dedu-
jo que por frotamiento continuo el conductor asimilaría
los átomos de la bicicleta y viceversa, la bicicleta acabaría
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adoptando características humanas mediante esa misma


impregnación. Sabemos desde siempre que un buen libro
se trasfunde en el lector. Cacería de guanacos es uno de
esos libros que se nos hacen carne pero además parecen
cobrar vida. Nuestra vida.
No se asuste el que lo vea saltar hacia su rostro.

Verónica Spoturno, Ingeniera Industrial

Lo que opino sobre esta magnífica novela de aventuras en


el espacio es que Magdalena Q. Chiripiolca debería morir
antes. O sea, es un personaje con facetas de interés para
lectores posmodernos, obvio. Eh, o sea, es una heroína
que con gracia y decisión nos muestra de qué modo en-
carar nuestro día a día, las luchas contra zombies y vam-
piros, los exorcismos y las brujerías y todo eso, desde ya.
La parte en que Godofredo H. Milibares le dice:
«Acaríciame aquí, aquí, más fuerte » pasará a la posteri-
dad como una de las mejores escenas ficcionales del siglo
XXXIII. Y bueno, ella es, además, un modelo a seguir, un
ejemplo para nuestros pibes y pibas, no sé si soy claro.
¿Cómo olvidar su despliegue de valentía, cómo ignorar
el rol que cumple en el Plan Galáctico de Resucitación
de Guanacos, cómo no resaltar la astucia con que se
hace amiga de los Reducidores de Hígado del exoplaneta
TrES-3b para infiltrarse en sus ejércitos y vencerlos? Ah,
y está muy logrado el personaje de Selva A. Mazónica.
¡Qué mina! ¡Qué locura! ¡Qué mina!
Eh, y bueno, qué más, ¡ah!, entonces, como les decía,
y perdón por la repetición, el libro termina con que
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 9

Magdalena J. Chilipiorca rescata a la humanidad de pe-


recer de hambre y sed por afición excesiva al juego de ta-
te-tí, Selva A. Masónica se convierte en Emperadora del
Universo y, en conclusión, este libro de Rosana Gutierrez
está muy bueno porque es instructivo y literario y entre-
tenido pero el personaje de Magdalena Chiripiolca debe-
ría morir antes.

Pablo Contursi, Obispo de Nueva Guinea

Cacería de Guanacos es, como el título sugiere, una por-


menorizada ficción que explora de manera sagaz e in-
misericorde la etología del más representativo camélido
americano.
La conducta del guanaco es desbrozada a lo largo de la
narración como base y sustento de una búsqueda peren-
ne y sutil.
Las manadas de guanacos que habitan las llanuras pam-
peanas y patagónicas, hábilmente retratadas en este li-
bro, sirven a su vez a Rosana Gutiérrez como certeras
metáforas del alma femenina, que exhibe así sin más sus
secretos.
El amor, el odio, la desazón, la alegría, la incertidumbre
y el desconcierto, todas las pasiones del alma huma-
na reciben en este extraordinario relato una luz intensa
y despiadada que las ofrece a la vista con desgarradora
perentoriedad.
Nada de lo humano es ajeno a estos guanacos esquivos,
que laceran los sueños de la protagonista con la quirúrgi-
ca precisión del perverso.
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Leer Cacería de Guanacos es una experiencia insoslaya-


ble para hombres y mujeres del siglo XXI, una bisagra en
la nueva narrativa argentina.

Pablo Ferraioli, Maestro de I’Ching

Padecí el libro de Rosana Gutiérrez de principio a fin.


Abundan el lenguaje vulgar y las escenas de sexo explí-
cito. El canibalismo y la violencia innecesaria se vuelven
moneda corriente, repitiéndose hasta el hartazgo.
No lo recomiendo para nada. Espero que la autora sea
multada por atentar contra las buenas costumbres y no
se le permita más el ingreso al templo los días jueves.

Maximiliano Gómez Vidal, Filatelista

“La literatura argentina se murió justo el año pasado,


pero si no, este libro llegaba justo. No sé si para salvarla,
pero capaz para hacerla tirar otra semanita. Una lástima.
En otra vida, Rosana Gutierrez habría sido domadora de
cosacos. En ésta, eligió escribir como uno de ellos: apre-
tando fuerte las teclas y gruñendo.
“Cacería de guanacos podrá leerse”, en el futuro, como
una señal hacia las estrellas. Una especie de complejo en-
tramado de líneas de Nazca que, vistas desde el espacio,
revelan su verdadero significado al cosmos: PUTO EL
QUE LEE.
 Imagino a los arqueólogos del mañana paseando sus
manos por las páginas de esta colección de aberraciones
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 11

y deseando vivir en la época que aquí se describe,


entre alegres simios que se revuelcan en el barro de la
depravación, despreocupados de un porvenir eventual,
hipotético.
 A mí, que ya me harté de la depravación (el barro, sobre
todo), en cambio, me gustaría ser un arqueólogo del
mañana. Mirá vos lo que son las cosas. En fin. Ojalá nos
vaya bien a todos.”
 
Carlos Busqued, Dirigente scout,
catequista, data entry
Cacería de guanacos

A Hernán Anganuzzi y Carlos Viturro


1.

Lo que más me sorprendió de la República de Ciudadela


no fueron sus frondosas selvas, ni el efecto que las nubes pro-
vocaban al reflejarse en las cristalinas aguas de sus lagunas.
Tampoco el trabajo que la lava, durante siglos, había efectua-
do en las laderas de los volcanes, ni el espectáculo de aquel
cielo en el que explotaban estrellas cual luciérnagas curiosas.
No, no fue eso lo que llamó mi atención.
Lo que más me sorprendió de la República de Ciudadela
fue su proximidad con Ramos Mejía, sitio que, a juzgar por
lejanos recuerdos provenientes de mis estudios secundarios,
ubicaba, por lo menos, a unas setecientas millas más al norte.
Al llegar a la Agencia de Expediciones, Cacerías y
Afines, sin disimular mi estado de excitación al imaginar el
comienzo de la gran aventura, le extendí a la empleada el
voucher que me habían enviado por correo para que me in-
dicara el nombre y dirección del hotel y me diera alguna in-
formación adicional respecto al método más apropiado para
la caza.
La empleada, una mujer joven y amable, leyó detenida-
mente el papel y, devolviéndomelo, me indicó que la agencia
que había funcionado durante cuarenta y cinco años conse-
cutivos en ese lugar, se había trasladado a otra dirección lue-
go de haber sufrido los estragos del tifón Petrelli que había
asolado la región semanas antes.
Miré a mí alrededor y comprendí el porqué de la preca-
ria estructura de las instalaciones. A decir verdad, me había
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llamado la atención que no hubiesen afiches con paisajes ni


banderines de colores. El lugar se asemejaba más a un puesto
de choripán que a una agencia de viajes.
Y era, en efecto, un puesto de choripán.
Un tanto desconcertada, pero con la agudeza de mis
sentidos intacta, aproveché para sacarle información a la em-
pleada y de paso comer el producto típico del lugar. Mientras
esperaba, la mujer me dijo:
—Disculpe que me entrometa, pero me intriga mucho
su presencia aquí. Conocí la agencia y sabía que organizaban
cacerías, pero nunca escuché nada sobre guanacos. ¿No es
un animal en peligro de extinción?
—Por el contrario, me han dicho que los guanacos son
plaga en esta zona y, precisamente por eso se necesitan caza-
dores profesionales para acabar con el flagelo. Es uno de los
motivos por el cual en Groupón me hicieron un 40% de des-
cuento. Fíjese, aquí tengo el voucher con los servicios contra-
tados —le dije acercándole el papel que decía:

CACERÍA DE GUANACOS. ALL INCLUSIVE


SERVICIOS: 5 noches - Hotel 4 estrellas - 3 días de ex-
cursión por la Quebrada de Sportuno - Cacería Grupal
- Pensión Completa con desayuno americano y menús ri-
cos en hidratos de carbono y proteínas - Servicio de guía
especializado - Inflador de bici - Taller de bonsái y cro-
chet sin cargo.
NO INCLUYE: Armas, equipamiento de montaña, indu-
mentaria y papel higiénico.
OPCIONALES: Alquiler de retroexcavadora - Juegos de
ingenio - Carrera de sortija - Snorkeling - Wi fi - TV Color
HD - Torneo de Palo enjabonado.
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—Pero qué interesante, nunca conocí a una cazadora


profesional, me da mucha curiosidad saber las razones que
la llevaron a elegir un deporte tan particular.
—Me quedaría a contarle, pero la verdad es que estoy
muy justa de tiempo. Tengo que encontrar la agencia antes
de que la expedición salga.
—De todas maneras el choripán se va a demorar un
poco. El inútil de mi marido está limpiando la parrilla y suele
tomarse su tiempo. Siéntese, la invito a tomar unos mates.
—Es usted muy amable. Le cuento, entonces. Este pro-
yecto lo planeo desde el fallecimiento de mi cuarto esposo,
experto cazador y artífice de 14 cabezas embalsamadas que
lucíamos con orgullo en la sala principal de nuestro hogar:
jabalíes, oso polar, huemul, ciervos, hipopótamo, balle-
na austral, gacela dorada, tatú carreta, mulitas, merluza y
basiliscos.
— ¡Qué impresionante!, ¿pero, por qué guanacos y no
algún animal más convencional?
—Una tarde, hace cosa de un mes, estaba bastante nos-
tálgica, mi vida había perdido sentido, me sentía sola y triste
y, observando detenidamente cada trofeo tuve la certeza: a
mi pequeño museo le hacía falta otro animal. Quedé con la
idea en la cabeza durante todo el día y por la noche recibí por
e-mail la propaganda de Groupón ofreciéndome el paquete
que le mostré antes. Lo tomé como una señal que mi marido
me enviaba desde el cielo e inmediatamente lo contraté.
—Cuidado que está un poco caliente —dijo ella al ce-
barme un mate—, y se fue adentro a buscar mi choripán.
Al rato volvió con mi almuerzo, y al dármelo me ofreció
chimichurri, a lo que me negué. La experiencia me indicaba
que la ingesta de picante no era la más indicada en vísperas
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de una cacería de guanacos ya que podía producir gases que


le indicarían a la presa la presencia de su cazador.
El choripán duró lo que un suspiro, lo cual me hizo
reflexionar sobre la levedad del ser durante un instante que
fue francamente insoportable, pero como todo instante, se
mantuvo por un brevísimo lapso de tiempo, lo cual hizo que
pasara pronto.
Minutos más tarde, la empleada me anotó un número
de teléfono que, presumí, sería el de la agencia, y salí rauda a
buscar una cabina telefónica. Caminé durante varias cuadras
hasta que di con ella.
Pero el teléfono no funcionaba.
Una hora más tarde encontré un locutorio.
Pero estaba cerrado.
Fue en ese momento en el que decidí utilizar mi telé-
fono celular y llamé. Me atendió una voz masculina que su-
puse pertenecía a un hombre de edad mediana y buen estado
atlético, a quien le solicité la nueva dirección de las oficinas
de la Agencia de Expediciones, Cacerías y Afines con el firme
propósito de dirigirme allí cuanto antes para ajustar los deta-
lles pertinentes a la aventura que estaba a punto de realizar,
sin dejar de mencionarle, en detalle, todos los trastornos que
me habían ocasionado la mudanza de la agencia y también
exigirle un resarcimiento de tipo económico o moral.
El hombre escuchó atentamente mis reclamos y luego
respondió:
—Mire señorita, lamento no poder complacerla, pero
este teléfono pertenece a la Pizzería Imperial, los reyes de la
fugazzeta rellena. No conozco la agencia de la que usted ha-
bla, pero puedo ofrecerle alguna de nuestras increíbles pro-
mociones. El servicio de delivery ¡ES GRATUITO!
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No sin cierta desazón, y teniendo en cuenta que el cho-


ripán que había comido despertó en mí un apetito voraz, le
encargué una chica de muzzarella que venía con dos porcio-
nes de faina de regalo; le indiqué la esquina donde me encon-
traba y me senté a esperar al chico de la moto que me traería
el pedido con la secreta esperanza de que supiese algo res-
pecto a la ubicación de la agencia, o, al menos, me orientara
acerca del paradero de los guanacos.
El sol comenzaba a esconderse detrás del Pinar de
Rocha y por las arenas bailaban los remolinos.
2.

El muchacho de la moto estaba tardando más de los


diez minutos que el hombre de la voz del teléfono me ha-
bía asegurado que demoraría. Comenzaba a impacientarme
cuando divisé en el horizonte una figura humana que se acer-
caba con paso cansino.
Cuando la tuve a unos diez metros de distancia descu-
brí que eran dos figuras: una humana y otra animal. En el
momento en que la figura humana se sentó a mi lado supe
que se trataban de un arriero y una vaca.
—Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas
—murmuró él.
—Eso no es cierto —respondí—, ¿acaso la vaca no es de
su propiedad?
—No, no lo es.
—Pues entonces, la pena será suya, no nuestra. Lo que
es yo, soy muy feliz —le dije—, y lo seré aún más cuando con-
siga emprender la gran expedición a la que he venido. Por
una de esas casualidades, ¿conoce la nueva ubicación de la
Agencia de Expediciones, Cacerías y Afines?
—No —respondió el arriero—, cortando el aire con su
monosílabo, en dos mitades claramente identificables. Una
de ellas resultaba irrespirable. Al parecer, la vaca o el arriero
sufrían de un severo problema de halitosis. La otra mitad olía
a Poett lavanda, con notas de eucaliptos y menta. Me ubiqué
en el sector desodorizado, hecho que seguramente fue inter-
pretado por el arriero como un gesto de descortesía, ya que
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 21

a los pocos segundos, luego de proferir bufidos en evidente


señal de desagrado, se levantó rápidamente y observé como
él y la vaquita se iban por la misma senda.
La pena se quedó conmigo apoltronada en mi corazón
cual ave de corral crujiente, cosa que me recordó que debía
buscar los guanacos para, posteriormente, darles la caza co-
rrespondiente. Una bruma melancólica envolvió la esquina
de Rivadavia y Berón, mi visión se empezó a nublar y caí en
una especie de ensimismamiento cetrino del cual me sacaría,
horas más tarde, el chico de la moto con su voz jubilosa.
3.

—Señorita, señorita, despiértese —dijo el muchacho de


la moto, en tono suave pero a la vez enérgico—, le traje su
pedido.
—Ah… el chico del delivery —murmuré recobrando un
poco, sólo un poco, la fe en la humanidad.
—Se equivoca —dijo él—, y le pido por favor no pre-
juzgue ni menosprecie. Si bien soy el encargado de traerle
su alimento, no soy simplemente el chico del delivery, tal
como usted me llamó, sino mucho más que eso: soy licencia-
do en psicología, recibido con honores en la Universidad de
Fernández Borgia y actualmente estoy haciendo un posgrado
en La Academia Intercontinental de Domenech, pasando el
río Gral. Paz. Usted sabrá del renombre de dicha institución.
—No, no lo sé —contesté algo apenada— pero, dígame,
¿en qué consiste su posgrado?
—Eso no se lo puedo decir —contestó él ofuscado—, en
la Pizzería La Imperial, las normas de higiene y seguridad
son muy estrictas, no nos está permitido, de ninguna mane-
ra, entablar relación con los clientes, más allá de un simple
saludo cordial o la aceptación agradecida de una propina.
Acto seguido, el psicólogo me extendió el paquete con
la mano izquierda, haciendo con la otra mano un claro gesto
de demanda cual mendigo en el andén.
Recibí el paquete y, de inmediato, hurgué en mi bol-
so en busca de algunas monedas. Pero monedas no había,
por lo cual le extendí un pequeño papel en el que escribí con
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caracteres caligráficos impecables: “vale por una cuantiosa


propina a cobrar a la brevedad”.
El muchacho recibió la nota y al leerla, una lágrima de
emoción recorrió su mejilla. Guardó el papel en su mochila,
saludó con una sonrisa encendida y se subió a la moto a con-
tinuar con la entrega de pedidos.
—Espere —grité desesperada—, necesito hacerle una
pregunta, es usted el único ser humano amable con el que me
he topado en este día aciago y, teniendo en cuenta sus títu-
los académicos también agregaría, el único profesional. Tal
vez pueda ayudarme a encontrar la Agencia de Expediciones,
Cacerías y Afines.
— ¿La qué? —dijo él con extrañeza.
—La Agencia de Expediciones, Cacerías y Afines.
—Lamento no poder ayudarla. Lo más parecido a una
agencia que conozco es la agencia de quiniela de Apolonio
Klinky, sita en los Estados Unidos de Ferraioli. Queda a
2000 leguas de viaje submarino, creo que la Pietronave la
deja bien, tal vez en la terminal puedan orientarla.
—No sé cómo agradecerle —le dije emocionada.
— ¡Faltaba más! Para esto estamos los psicólogos, para
el estudio de la mente y del comportamiento humano abar-
cando todos los aspectos de la experiencia del hombre. De
todas maneras, mis honorarios son de 250 pesos por sesión.
— ¿Pero de qué sesión me está hablando? Sólo le hice
una simple pregunta de asesoramiento que usted respondió,
pensé que con desinteresado altruismo y amor universal.
—Tiene usted razón en lo de mi carácter filantrópico,
pero, comprenda, no en vano quemé mis sesos en la facul-
tad y, por otra parte, aunque mi aspecto sea el de un joven
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mancebo apolíneo, tengo en realidad cuarenta y siete piruli-


nes y una familia numerosa que mantener.
— ¿Sí? ¿Cuántos hijos tiene?
—Ninguno. Pero tengo sobrinos que son la luz de mis
ojos —contestó, mientras sacaba de su billetera unas cuantas
fotos de niños de cabellos de ángel y miradas inocentes y cla-
ras como el firmamento de Bella Vista—. Y ésta es mi esposa,
se llama Candela y es muy hermosa, ¿no cree?
A esta altura no me sentía con fuerza para contradecir-
lo. Miré mi reloj de pulsera y comprobé que ya habían pasado
más de los cuarenta minutos correspondientes a la sesión,
según convenio celebrado en 1947 entre el Ministerio de
Salud de la Nación y las Unidades Académicas de Psicología
de Universidades Nacionales, Regionales e Interestatales, y
revolví mi bolso buscando los 250 pesos.
Pero billetes no había, por lo cual recurrí al mismo ar-
did del vale que el muchacho guardó con ilusión junto al que
le había dado anteriormente.
—Continuamos en la próxima sesión —dijo de modo
casi inaudible porque la moto había arrancado y, según mi
criterio tenía serios problemas de carburación. Esto lo de-
duje al ver el humo negro y espeso que expelía del caño de
escape, cosa que me recordó que debía comer mi porción de
pizza antes de que se enfriara.
Pero la pizza estaba fría.
4.

Oteo el horizonte.
El horizonte está aproximadamente a cuatro mil kiló-
metros de distancia. No hay un alma alrededor mío y un pro-
fundo estado de aislamiento desértico me invade, comienzo
a creer que he sido víctima de un timo, que la Agencia de
Expediciones, Cacerías y Afines no es real, que no existe el
tour contratado, que no se organizan por estos lares cacerías,
que no hay guanacos, que jamás los hubo, que dicho animal
es sólo producto de mi imaginación.
Sin embargo, algo en mi interior, una cierta paz espi-
ritual que se contrapone cual brutal contrincante de batalla
a una sensación de nerviosismo, fatiga y malestar estomacal,
me hacen percibir que, mientras mis signos vitales funcio-
nen y la consciencia de mi Yo establezca un vínculo entre el
Ello y el Superyó, existo como ser viviente y no único, ya que
he tenido en las últimas horas comprobación fehaciente de
la presencia de otros congéneres con sus propias formacio-
nes físicas, morales y psíquicas: mujer de la agencia, arriero,
vaca, motopsicólogo (por orden de aparición).
Por lo tanto, hay vida en Ciudadela, no es posible que
todo sea consecuencia de un mero espejismo de mi discer-
nimiento y también sería factible la vida de más personas y
animales; asimismo la certeza de que haya una Agencia de
Expediciones, Cacerías y Afines, que la dificultad por encon-
trarla sólo sea una prueba más de que una fuerza superior
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signa mis pasos y que, a fin de cuentas, lo barato sale caro y


lo que cuesta vale.
Aproximadamente a unas quince cuadras puedo divi-
sar una ancha avenida por la que pasan autobuses, taxis, re-
mises, motocicletas, jet skis, windsurfistas, trenes, camiones
y tractores, tanta fuerza, tanta fuerza.
Ante mis binoculares la vida se exhibe como un radian-
te prisma que despliega todas las combinaciones posibles de
colores, la flora y la fauna en un festejo pantagruélico donde
el renacer tiene su esencia y forma, donde la paz y la concor-
dia son plausibles y no meras utopías, donde el bien triunfa
por sobre la infamia de los dictadores, los asesinos seriales y
los odontólogos.
Con el entusiasmo recuperado recojo mis petates y co-
mienzo a caminar en dirección sudeste, posición que conoz-
co merced a una brújula que me acompaña en ocasiones que
requieran información respecto a ubicaciones geográficas. Y,
sin dudas, ésta era una de ellas.
Si bien no sé si el dato de la agencia de quiniela me va
a servir para ubicar a la Agencia de Expediciones, Cacerías
y Afines, es lo único que tengo por el momento. Eso, y poco
tiempo. Debo tomar decisiones rápidas y eficientes. Es muy
probable que los agencieros estén conectados de alguna ma-
nera, ya sea por medio de sus sindicatos o bien por reuniones
en clubs sociales, o grupos de Facebook. Sí, sí, es casi segu-
ro que Apolonio Klinky conozca a los dueños de mi agen-
cia, pienso, y con una gran sonrisa de esperanza comienzo
el largo periplo que me conducirá a la ansiada parada de la
Pietronave.
5.

Nomás recorrer los primeros kilómetros empecé a sen-


tir un cansancio fuera de lo común en mí, ya que poseo un
estado físico inmejorable debido a mis años de duro entrena-
miento en el Instituto de Pugilismo Pocho Sinchich; sin em-
bargo mis piernas comenzaron a marchar en forma errática
y zigzagueante, mis brazos no acompañaban en forma coor-
dinada los movimientos del resto del cuerpo y estos síntomas
hicieron que me dispusiera a reposar tendida bajo la sombra
de un abedul.
Ensimismada en mis ensoñaciones, escuché un dé-
bil sollozo que provenía de algún resquicio recóndito de la
copa del árbol. Me levanté sobresaltada con el fin de averi-
guar a quién pertenecía el llanto, el porqué del mismo y, en
la medida de lo posible, hacer algo para aliviar tanto dolor
desgarrado.
El abedul tenía entre diez y veinte metros, sus hojas
eras simples, romboidales y de cuatro a seis centímetros cada
una, sus ramas flexibles y de corteza blanquecina y sus flore-
cillas pequeñas de la especie diclino monoico, con amentos
amarillos o verdes, de forma esferoidal, de tres a siete centí-
metros de diámetro y superficie finamente granulada.
Treparme por las ramas no parecía empresa viable.
Afortunadamente tenía una escalera rectráctil-extensible
ideal para situaciones donde hubiese que escalar alturas ma-
yores a 2 metros.
28 R o s a n a G u t i e rr e z

Comencé a subir con mucho cuidado ya que mis sti-


lettos no eran el calzado recomendado por la Sociedad de
Alpinistas de Montes de Oca para realizar ascensos de gran
dificultad y peligro, y a unos ocho metros, enorme fue mi es-
tupor al ver que el generador de aquellos gemidos, no era
un ser humano sino un ave cuyos graznidos semejaban un
lamento descarnado. Mi asombro no fue por el hecho de
que fuese un pájaro sino porque el ave era nada más ni nada
menos que un urutaú y mis conocimientos en ornitología,
botánica y lírica confirmaban que esta especie sólo llora en
las ramas de un yatay y no en alguna de las variedades de
abedules.
Pensé que el ave, al pertenecer al reino animal, tal vez
tuviera algún tipo de dato que pudiera ayudarme a encon-
trar a los guanacos e ipso facto hallar a los miembros de la
expedición para sumarme a la cacería, no sin antes hacer los
reclamos correspondientes como consumidora final de un
servicio que dejaba mucho que desear.
Llamé al pájaro por su nombre propio, a lo que él res-
pondió con un extenso y perturbador sollozo. Para animar su
espíritu lo tenté con algunas migajas de fainá que me habían
quedado de la promoción, pero el ave insistía en su manifes-
tación de pena.
Si bien mis nociones en materia de salud se reducían
a breves cursos obtenidos en la Cruz Roja que consistían en
técnicas básicas de primeros auxilios, reanimación cardio-
vascular y aplicación de inyecciones a domicilio, no me sen-
tía lo suficientemente capacitada en cuanto a lo que a salud
mental concierne. En ese momento rogué por la aparición
del motopsicólogo, sólo él, conocedor del alma humana y sus
vericuetos más sombríos podía ayudarme a bajar al pájaro
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 29

del árbol y darle la asistencia psicológica y la contención mo-


ral que necesitaba. Pero ¿dónde hallarlo? La próxima sesión
no había sido confirmada en fecha y hora, era más bien una
expresión de deseos, una botella arrojada al mar, uno de esos
lugares comunes que se dicen a modo de despedida cuando
la intención no es establecer un vínculo duradero y fraternal
sino, por el contrario, no volver a verse nunca jamás.
Revisé mis bolsillos buscando el papel con el teléfono
de la Pizzería La Imperial, los reyes de la fugazzeta rellena.
Pero el papel no estaba.
6.

Las ramas del abedul, dada su flexibilidad, me permi-


tieron acercarme al urutaú hasta una distancia de medio me-
tro aproximadamente. Podría haberme arrimado más hasta
tocar su dorso pardo y estriado, su ventral grisáceo con líneas
y manchas negras, su cola barrada y larga, pero temí que al
hacerlo, el pájaro lo tomara como una amenaza para con su
integridad física y huyera atemorizado hacia vaya a saber qué
otro árbol que lo cobije. Sólo lo miré fijo y le hice algunos
gestos que le indicaran mi actitud amigable, señales casi in-
visibles de son de paz, pero que son conocidas mundialmente
en ocasiones en las que no es posible el lugar a equívocos y
el riesgo de malos entendidos debe ser desechado ya que po-
dría traer aparejadas catástrofes irremisibles.
El pájaro permaneció impertérrito, hecho que me hizo
pensar que, o bien mis signos habían surtido efecto, o bien
era un pájaro ciego.
—Sé perfectamente lo que está pensando de mí, pero se
equivoca —dijo el pájaro.
Atónita quedé al escucharlo pero esa sensación fue su-
perada rápidamente con un ejercicio de lógica. Según mis co-
nocimientos rudimentarios sobre zoología, este tipo de ave
no pertenecía a la categoría de psitácidos, así que difícilmen-
te pudiera hablar. Eso hizo que pensara que, o bien no se
trataba de un pájaro, o bien llevaba escondido en su plumaje
algún dispositivo de emisión de sonidos del tipo reproductor,
iPod, mp3, mp4 o incluso una radio portátil, y alguien, desde
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 31

algún lugar lejano, estaba controlándolo para hacerme una


broma, o lo que sería peor, para quebrar mi férrea voluntad
de integrar la cacería de guanacos.
Desconfié de los organizadores de la expedición que me
habían vendido el paquete por Internet, desconfié también
del arriero ya que con su desagradable y rauda partida había
demostrado una gran animadversión hacia mi persona, des-
confié también del motopsicólogo: tal vez se había sentido
ofendido por mis vales y estaba tratando de atemorizarme
para cobrarlos de inmediato.
—Nada de lo que piensa es acertado —dijo el ave, que
al parecer, además de llorar y hablar, leía la mente—, excepto
aquello de que no soy un pájaro. Eso es cierto. En realidad
soy Cuimaé, un aguerrido cacique guaraní que enloquecido
de celos, asesinó a su prometida y su amante y los dioses con-
virtieron en este ser minúsculo, insignificante y melancólico
que anda de rama en rama, como alma en pena hasta purgar
la culpa.
—Lo que acaba de contarme me recuerda la leyenda
norteña del urutaú.
—Exactamente y, de alguna manera, también hay al-
guna relación con Shakespeare, precisamente con Otelo, ¿no
cree?
—Es posible, pero desde otro punto de vista, digamos
desde la perspectiva de la pareja inmolada, encuentro algu-
nas similitudes con Romeo y Julieta, del mismo autor. Usted
sabe: chica enamorada de integrante de bando enemigo, di-
ferencias insalvables, problemas familiares, final trágico.
—Es cierto, no se me había ocurrido. Es que me cuesta
mucho ponerme en el lugar de los demás.
—Me temo que por ahí hay algún problemita narcisista.
32 R o s a n a G u t i e rr e z

— ¿Cómo sabe? ¿Acaso es usted psicóloga?


—A decir verdad no lo soy, pero tengo un amigo recien-
te que sí lo es, incluso, creo que debiera usted acompañarme
en mi travesía, que juntos podríamos buscarlo porque sé,
lo supe desde que lo escuché lamentarse, qué sólo él podría
ayudarlo.
—De mil amores la acompañaría, pero no se olvide que,
a pesar de ser en realidad un guerrero, mi forma física es la
de un ave, por lo tanto también lo es mi comportamiento li-
bertario. No es mala onda, pero dudo que pueda refrenar mi
impulso de volar, es instintivo.
—Eso tiene solución. Casualmente, en mi valija llevo
una jaula desarmable por si encuentro un pájaro que real-
mente la necesite. Y éste es el caso, sin ninguna duda.
—Si bien es cierto que mi depresión necesita ser tratada
por un especialista, no sé si me sentiré cómodo dentro de una
jaula, no se ofenda, pero no puedo aceptar su proposición.
—Es que usted no ha visto la jaula. Es aerodinámica,
ergonómica, posee dos ambientes (a la calle) con balcón,
cocina completa, baño con jacuzzi y ducha escocesa, bau-
lera y dependencias. Además viene totalmente amueblada,
con accesorios extras como televisión satelital, reproductor
de DVD, servicio de mucama, lavadero, pileta climatizada
en el invierno, playroom, sauna seco, gimnasio, microcine,
Internet inalámbrico, y lo más importante, es en un primer
piso por escalera, lo cual hace que las expensas sean ¡una
ganga!
—No hay más que hablar. ¡Venga esa jaula! —dijo el
pájaro entusiasmadísimo—, y de inmediato voló hasta tras-
pasar el umbral de hierro para perderse en la comodidad,
calor y cobijo que sólo un verdadero hogar puede brindar.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 33

Me quedé pensando durante un largo rato en diferen-


tes maneras de localizar al psicólogo del delivery.
Pero no se me ocurrió nada.
Desde las hendijas de los finos barrotes salía una mú-
sica estridente que identifiqué como la voz de Gina María
Hidalgo en una insoportable versión de “Los pájaros de
Hiroshima”.
Pensé que el pájaro sufría de trastornos aún más gra-
ves que los que había supuesto en un principio y decidí ayu-
darlo a calmar tan inconmensurable pena. Por debajo de la
puertita metálica le dejé un libro de autoayuda para pájaros
mitológicos, con la esperanza de que la mutación sufrida no
hubiera dañado su capacidad de lectura y los sabios consejos
vertidos en el mismo lograran efectos esperanzadores.
El libro siguió en el sitio donde lo había dejado duran-
te cuatro horas y Gina María Hidalgo no paraba de emitir
graznidos que no pude distinguir entre sonidos humanos y
animales. Busqué en mi bolso el control remoto del equipo
de música.
Pero en el bolso no estaba.
Tampoco en los bolsillos ni en el resto del equipaje por
lo cual deduje que había quedado dentro del nuevo domicilio
del pájaro. Agobiada por la situación y lamentando que la
jaula no tuviese timbre, comencé a elucubrar un plan estra-
tégico para continuar con mi periplo.
7.

Trasladar la jaula era una empresa imposible, el cie-


lo anunciaba tormenta y el camino de ripios del Valle de
Odorico, que debía atravesar hasta llegar a la avenida, era
muy peligroso. Por estos motivos decidí seguir la marcha
sin la jaula. Cuando encontrase la agencia y me asignaran
una habitación en el hotel, ya volvería por ella a recoger mis
pertenencias.
Mientras cruzaba el Puente de Madison Square Garden,
divisé, a unos siete kilómetros una figura que con alguna par-
te de su cuerpo hacía gestos en evidente señal de auxilio.
A Gina María Hidalgo ya no se la escuchaba, y a juz-
gar por el silencio reinante supuse que el urutaú estaría dur-
miendo, o bien disfrutando de alguna de las bondades de las
instalaciones, razón por la cual decidí no molestarlo con ex-
plicaciones y dejar la jaula aparcada, de modo de poder aho-
rrar tiempo en mi nueva acción de salvataje.
Al llegar al frondoso bosque que albergaba a la persona
en peligro, observé que no se trataba de un ser humano sino
de un zorro que se escondía bajo un manzano.
— ¡Buenos días! —dijo el zorro—. Sólo con el corazón
se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos.
— ¿Quién sos? —pregunté, como para entrar en con-
versación, y agregué— ¡Qué bonito pelaje tenés!, sabiendo
que no hay mejor manera de presentarse ante un desconoci-
do que con un halago. Nadie puede resistirse al hecho de que
le soben el ego.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 35

—Soy un zorro —dijo el zorro.


—Necesito hablar con vos —le pedí—, ¡preciso que al-
guien me oriente!
—No puedo hablar —dijo el zorro—, no estoy
domesticado.
— ¿Qué significa “domesticar”?
—Veo que no sos de acá —dijo el zorro— ¿qué andás
buscando?
—Busco la Agencia de Cacerías, Expediciones y Afines
—le dije—. ¿Qué significa “domesticar”?
—Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y ca-
zan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo úni-
co que les interesa. ¿Buscás gallinas?
Cuando escuché las palabras “hombres” y “escopetas”
una luz de esperanza invadió mi corazón desalentado.
—En realidad busco a los hombres con sus escope-
tas —contesté, sabiendo que si había alguien que conocía
de caza, ese era mi zorro y, por otra parte, que debía inven-
tar alguna estrategia para convencerlo de que estaba de su
lado—, por cierto, no contestaste mi pregunta, ¿qué significa
“domesticar”?
—Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa
“crear lazos”. Vos no sos para mí todavía más que una mu-
jer igual a otras cien mil mujeres. Y no te necesito. Tampoco
vos necesitás de mí. No soy para vos más que un zorro entre
otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticás, en-
tonces tendremos necesidad el uno del otro. Vos serás para
mí única en el mundo, yo seré para vos único en el mundo.
Afortunadamente llevaba en mi bolso de mano una
soga de alpinismo, de importante firmeza y grosor. La soga
36 R o s a n a G u t i e rr e z

perfectamente podría servir de “lazo” ¿O acaso no era esto lo


que el zorro estaba pidiendo?
Con movimientos ágiles y veloces logré embocar la
cuerda en el cogote del animal. Si bien nuestra relación era
reciente, desde el principio sentí que algo especial se había
forjado entre el zorro y yo y si había algo que me molesta-
ba sobremanera era que me consideraran “una más entre
cien mil”. Me sentí terriblemente decepcionada e incluso
ofendida.
— ¿Así que querés que te domestiquen? —le dije al zo-
rro mientras, desesperado, intentaba librarse de su atadu-
ra—, lo pedís, lo tenés.
8.

Caminamos largas horas por un campo de lavandas


anchas y fibras ópticas perfumadas. Mi brújula se había que-
dado sin pilas, por lo que tuve que recurrir a la posición del
sol para hallar el camino hacia la jaula donde dejé, no sólo al
pájaro, sino también parte de mis pertenencias.
Pero el sol brillaba por su ausencia.
Como podrán recordar de capítulos anteriores, el
cielo anunciaba tormenta, aunque ésta no terminara de
manifestarse.
Fue quizá por este motivo que perdimos el rumbo y
en lugar de dirigirnos hacia el Puente de Madison Square
Garden, nos trasladamos en sentido contrario y como si de
un déjà vu se tratara, aparecimos nada más ni nada menos
que en la puerta del puesto de choripán, cosa que ciertamen-
te me alegró ya que hacía varias horas que mi estómago cru-
jía cual rama seca crepitando en el fuego.
—Te invito un choripán —le dije al zorro.
—Soy vegetariano —contestó él.
—Comprendo que estés algo molesto conmigo ya que
mis métodos no han sido todo lo ortodoxos que hubiese de-
seado, pero debés comprender que el único modo de domes-
ticarte, dado que no poseo una voz masculina firme y severa
que te introduzca al “no”, fue demostrándote quién lleva los
pantalones en esta relación.
—Sí, pero me malinterpretaste. Cuando yo hablaba de
“domesticación” no me refería a prácticas sado-masoquistas,
38 R o s a n a G u t i e rr e z

cuando dije “crear lazos” me refería a forjar sentimientos no-


bles y puros el uno para con el otro, cuando te saludé...
—Callate la boca, zorro de mierda si no querés que ade-
más te deje acá afuera, muerto de hambre y a merced de los
hombres con escopetas.
Ingresamos al negocio y una voz masculina, ronca y
hostil nos dijo:
—Está terminantemente prohibido ingresar al local
con animales y/o, niños y/o plantas.
—Discúlpeme, buen señor, pero no se trata de un ani-
mal cualquiera sino de un zorro domesticado, de buenos mo-
dales y gran corazón.
Miré al zorro y le imploré con los ojos que hiciera algo
para corroborar mis dichos.
Pero el zorro no hizo más que rascarse el vientre con
sus patas traseras en clara señal de desidia y actitud de no-
table rebeldía.
Supuse que el hombre del negocio se estaba impacien-
tando, ya que golpeteaba con los dedos sobre el mostrador en
obvio signo de nerviosismo, por lo que decidí sacar al zorro
del lugar y dejarlo atado a un poste de alumbrado con la pro-
mesa de volver en pocos minutos y traerle un poco de agua,
una hogaza de pan y una ensalada mixta, buena intención
que el zorro ni siquiera agradeció.
— ¿Qué va a llevar? —preguntó el choripanero.
—Un choripán con salsa criolla, un agua mineral, un
pan flautita y una ensalada mixta sin aderezar (no sabía cuá-
les eran las preferencias del zorro, si aceite de oliva, si aceto
balsámico, si pimienta, si limón, por lo que consideré que
sería mejor llevarle la ensalada a secas y luego volver por los
condimentos elegidos).
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 39

—Siento mucho no poder complacerla, pero ésta no es


una casa de comidas, sino una cerrajería.
— ¡No es posible! Estuve aquí ayer mismo y una mujer
muy gentil me preparó un choripán delicioso y me convidó
unos mates, además de brindarme una información errónea
respecto a algo que yo estaba buscando.
—Sí, supongo que sería mi mujer. Falleció anoche en
circunstancias extrañas. Esta mañana me sentí tan apesa-
dumbrado al ver el lugar y sus enseres. Todo me recordaba a
ella: la freidora, el freezer, el delantal de cocina, las serville-
tas, la cuchilla con la que le corté el gañote, el termotanque,
las canillas, la fregona y aquel tapado de armiño todo forrado
en lamé, que su cuerpito abrigaba al salir del cabaret —dijo el
cerrajero con voz melancólica.
—Lo siento tanto, créame, pero… ¿qué hizo con el fon-
do de comercio?
—Lo publiqué en Mercado Libre, esta mañana se lleva-
ron todo.
Un poco impresionada, pero sin querer demostrarlo
por miedo a que ese ser despreciable, capaz de las peores
atrocidades y los crímenes más aberrantes atentara contra
mi integridad física, le seguí la conversación simulando un
interés inexistente:
—Mercado libre… donde comprar y vender de todo.
Supongo que habrá hecho un gran negocio.
—Por el contrario, fue pésimo, pero no me importa,
ahora tengo lo que quiero: mi propia cerrajería y mi liber-
tad, el control remoto del televisor, la cama entera para mí;
puedo leer en el baño durante horas, no debo preocuparme
por levantar ni bajar la tabla del inodoro, tampoco por dejar
40 R o s a n a G u t i e rr e z

las medias debajo de la mesa. Usted no sabe lo que era esa


mujer. Una arpía.
Una poderosa sensación de repugnancia invadió todo
mi ser y la sola idea de ingerir bocado alguno me produjo ar-
cadas. Aquel hombre, a pesar de que tenía más razón que un
santo, no dejaba de ser un asesino y, al haberme confesado
su delito, me había convertido en su cómplice.
La sensación de peligro, el desamparo y la sempiter-
na soledad existencial se guareció detrás de las desoladas
Estepas de Rabinovich y súbitamente observé que el mar se
alejaba de la costa bordeando toda la bahía.
9.

Aviso al lector:
La protagonista de esta novela, la señorita que contrató
el servicio de la Agencia de Expediciones, Cacerías y Afines y
está atravesando circunstancias peligrosas, hoy no tiene ga-
nas de seguir narrando los entretelones emocionantes de su
aventura, ya que su malhumor es tan grande que no van a
sacarle una mínima descripción de los hechos. Está cansada,
deprimida y un poco hinchada las pelotas. También dice que
no puede con todo, vivir los acontecimientos, que son de por
sí bastante frustrantes y agotadores y, además narrarlos.
Es por esta razón que me pidió a mí que prosiga el
relato, de modo de no perder continuidad y, fundamental-
mente, por hallarse ella (la protagonista) en una situación
de riesgo, ya que se encuentra nada más ni nada menos que
compartiendo un espacio físico y temporal con un serial ki-
ller despiadado.
Así que me presento:
Buenas tardes, mi nombre es Roberto, soy el Narrador
Omnisciente y he venido aquí a continuar el palpitante relato
de los hechos:

Trata de disimularlo pero está nerviosa, sabe que se en-


cuentra en peligro, pero a la vez cree que el cerrajero
puede serle de utilidad para recabar algún tipo de infor-
mación útil a los fines de encontrar a los responsables
de la expedición, o en última instancia, a los guanacos
42 R o s a n a G u t i e rr e z

y es por eso que entabla una larga conversación donde


ambos departen acerca de diferentes cuestiones que yo
sé perfectamente, porque por algo soy omnisciente, pero
ustedes, los lectores no tienen porqué conocer y además
no vienen al caso. O sí vienen, pero como vienen se van.

El cerrajero, entre otras actividades de menor enverga-


dura, se dedica, desde hace algunos años al tráfico de
armas , y dicho sea de paso, mientras habla con la agra-
ciada señorita que le cuenta con desesperación la génesis
de sus problemas, nota como la enverga va poniéndosele
dura, hecho este que no sorprende, ya que, además de
asesino, traficante, cerrajero, ex estudiante y ex marido,
posee un amplio prontuario como abusador de señoritas
desesperadas por la génesis de sus problemas, y también
por los problemas en sí mismos.

Trata de disimular su estado de excitación atrincherado


detrás del mostrador, pero su mirada libidinosa no puede
mentir, hecho que la señorita nota y hace que se sienta
un poco molesta. Sin embargo, acostumbrada a lidiar con
acosadores de todo tipo y factor por haberse dedicado en
sus años mozos a la profesión de modelo y posteriormen-
te, a la de maestra de escuela, mantiene la compostura y
logra, con sus encantos naturales, ir llevando los acon-
tecimientos al puerto deseado. No sólo le interesa toda
información de utilidad que el cerrajero pueda brindarle
sino también la compra de armas. No olvidemos que las
valijas donde se encuentra su arsenal de campaña des-
tinado a una cacería exitosa han quedado en la jaula. Y
la jaula se encuentra a muchos kilómetros de esa bahía
desolada.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 43

Luego de intensas negociaciones, donde no faltan los re-


gateos, las idas y vueltas, las insinuaciones deshonestas y
también alguna que otra risa espontánea provocada por
chistes ocasionales inducidos, seguramente por la inquie-
tud que genera la situación de alta tensión psicológica-
sexual, logran realizar una transacción conveniente para
ambas partes y se prometen mutuamente volver a verse
para tomar un café o compartir un espectáculo de tango.

(Los detalles privados de esta escena no son de la in-


cumbencia del lector, pertenecen a la intimidad de los
personajes y no seré quién vaya a develarlos, porque
no es mi rol el de chusma de barrio que se regodea
con los comportamientos escabrosos de los demás,
pero lo que puedo decir es que en ese local se vivie-
ron momentos de hondo contenido erótico y lenguaje
adulto, es decir, garcharon detrás del mostrados como
dos posesos).

Ella le da la mano como saludo de despedida y él le son-


ríe y le entrega un llavero a modo de souvenir que dice:
“Bienvenidos a Cerrajería La Paz - Gracias por su visita”
donde consta la dirección del establecimiento y su núme-
ro telefónico.

La mirada del cerrajero ya no refleja la inmundicia de


sus obscenos pensamientos sino que esta empañada
por un velo de lágrimas típicas de un amor profundo y
abatido ante la pérdida de su objeto de pasión. Presiente
que con Ella se irá su última oportunidad de redención.
Asimismo, Ella siente una extraña sensación en el estó-
mago, que atribuye a la cantidad de horas que han pasado
44 R o s a n a G u t i e rr e z

desde la ingestión de las porciones de pizza posteriores


al choripán que con amorosas manos le preparó la mu-
jer del cerrajero antes de morir asesinada, y piensa, de
inmediato que esta relación (que, si bien es incipiente y
comenzó por cuestiones de negocios), no deja de ser una
brecha hacia una historia de amor sincero e intenso.

A punto está de demostrar sus sentimientos cuando com-


prende que no debe adelantarse, que no puede permitir
que la ansiedad de tenerlo en sus brazos musitando pa-
labras de amor la detenga del rumbo trazado y que la
vida ya tendrá sus formas caprichosas de cumplir con lo
escrito en el Libro Gordo del Destino. Si han nacido el
uno para el otro, volverán a encontrarse en alguno de los
enmarañados laberintos del camino.

Un poco apesadumbrada pero satisfecha por su inque-


brantable voluntad y, sobre todo, por la compra ventajosa
que hizo, se aleja por la puerta, detrás de ella, el cerrajero
emite un tenue adiós y reacomoda su paquete cachondo,
que a esta altura no hace más que intentar escapar del
overol cual si de un toro farnesio se tratase, y decide que
la esperará por siempre jamás.

Aprovechando ese momento de solaz y esparcimiento, el


zorro está durmiendo en la vereda y cuando Ella se acer-
ca, despierta sobresaltado y comienza a mover la cola
alegremente.

Ella le dice:

—Vamos, tenemos un largo trayecto por recorrer, pero


antes quisiera detenerme un rato a observar el paisaje de
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 45

la bahía, necesito reflexionar, acomodar mis emociones


y descansar un rato, amén de encontrar un kiosco para
comprar, aunque sea un alfajor o un paquete de Criollitas.

El zorro, sumiso y fiel, la sigue como corresponde a un


buen zorro que se precie de bien domesticado.

El resto de la historia espero que la cuente Ella cuando


salga de su trance nostálgico, en el próximo capítulo.
Cualquier problema me avisan por whatsapp y vuelvo.
10.

Nos sentamos a contemplar el violento vaivén de las


olas impactando en las rocas de la bahía, esa particular ex-
tensión de mar adentrándose en la tierra como si fuera unos
inmensos brazos dispuestos a darnos su cobijo. Por la consti-
tución del pedregullo pude observar que había sido originada
por una depresión tectónica ocurrida durante el Cenozoico,
época en la que aún no existían los maxikioscos. Mi ilusoria
esperanza de conseguir algún alimento se fue desmoronando
cual castillo construido con esas blancas arenas producto de
la acumulación de sedimentos, efecto de la dinámica local
del oleaje.
Lo más parecido a comida era un diminuto cangrejo
que asomaba desde un montículo de desperdicios que la ma-
rea de la noche anterior había dejado allí.
Al verlo, el zorro salió disparado, su instinto salvaje y
asesino se manifestó en su mayor expresión. Desesperada,
me abalancé sobre él con la intención de evitar una catástrofe
de consecuencias nefastas tanto para la psiquis del zorro (re-
cordemos que el animal era vegetariano y ese acto vandálico
echaría por tierra sus más férreas convicciones, sin tener en
cuenta la tremenda culpa que en él generaría), como para el
cangrejo mismo y todo el ecosistema en su conjunto.
El zorro me miró implorante, tenía hambre, posible-
mente mucha más que yo, que había comido aquellas por-
ciones de pizza que ahora, producto de la idealización propia
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 47

de los recuerdos, se me antojaban el más exquisito de los


manjares.
Yo era responsable del zorro. Uno es responsable para
siempre de lo que ha domesticado. Fue por eso que decidí li-
berarlo y acto seguido, el animal, con movimientos veloces y
diestros se zampó al cangrejo, acompañándolo con restos de
algas, huevos de esturiones, cáscaras de naranjas y restos de
yerba que algún mal aprendido había enterrado en la arena
sin tener en cuenta los botes de basura que el Ayuntamiento
de la República de Ciudadela había colocado en pos de una
playa limpia, nacional, popular y organizada.
Medianamente satisfecho, apenas fortalecido para con-
tinuar el camino, el zorro, con su patita anterior me señaló
una imperceptible formación que se encontraba en dirección
noroeste, a unos ciento sesenta y ocho metros de distancia,
aproximadamente.
Binoculares mediante, pude divisar un refugio que pre-
sumí podía ser la parada de la Pietronave.
Las cosas comenzaban a tomar un cariz que me hacía
pensar que la lucha no era vana, al fin algo salía según lo pla-
neado y hacia allí nos dirigimos a tranco rápido.
Caminamos por un camino largo y sinuoso, sólo inte-
rrumpido, de vez en cuando, por la presencia de algún insec-
to o planta silvestre, o algún cartel que promocionaba agro-
químicos, con el agravante de la oscuridad y la linterna que
había quedado en la jaula del urutaú.
Pensé en el pájaro cacique y me sentí aliviada: en la
jaula había provisiones como para un año, evocación que me
hizo desear estar allí en esos momentos degustando alguno
de las deliciosas viandas que se encontraban en el refrigera-
dor. Y, sobre todo, ansiaba una cama. Ya no recordaba cuánto
48 R o s a n a G u t i e rr e z

tiempo había pasado sin pegar un ojo. Mi reloj de pulsera se


había parado justo a las 00.00 hs., pero no sabía de qué día o
de la muerte de cuál prócer. El sueño y el cansancio estaban
haciendo sus estragos y por momentos tenía la sensación de
estar viviendo dentro de una película donde los actores no
tienen necesidades fisiológicas de ninguna índole.
Al llegar a la garita, vi un cartel que rezaba “Parada
de la Pietronave”. No cabía duda alguna, habíamos llegado
al sitio donde empezaría la solución a nuestros problemas.
Debajo del mismo se exponían una serie de carteles más pe-
queños, con diferentes combinaciones de colores de fondo y
letras que transmitían disímiles y minuciosas informaciones
referidas a ese medio de transporte: horarios, ramales, re-
corridos. ¿Cuál sería el color de cartel correspondiente a la
Pietronave que me conduciría hasta la agencia de Apolonio
Klinky? En ninguno de los detalles de los recorridos figuraba
tal lugar, por eso resolví parar cada una de las unidades que
pasaran para preguntarles a los respectivos conductores.
Pero ninguna unidad pasaba.
Me resultó extraño, según mi almanaque de bolsillo,
estaba transcurriendo el día miércoles 16 de febrero del año
en curso, día hábil y laborable. No había recibido yo noticia
alguna de la realización de un paro de transporte, a menos
que éste fuera sorpresivo, cosa que me parecía dudosa ya
que, según los últimos índices dados a conocer por las or-
ganizaciones gubernamentales dedicadas a tales fines, el su-
perávit había crecido notablemente, el riesgo país era nulo,
el producto bruto interno había aumentado en forma consi-
derable, los sueldos (especialmente en el gremio del trans-
porte) habían recibido importantes mejoras y no encontraba
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 49

ningún motivo de disconformidad por parte de los trabaja-


dores como para hacer una huelga.
Horas más tarde, una luz de esperanza iluminó mi co-
razón y también la ruta: la Pietronave, cartel violeta con le-
tras amarillas, ramal 4 se acercaba a paso lento.
Las ruedas chirriaron con estrépito. Era evidente que
los dueños de la empresa de transporte no se interesaban por
el mantenimiento de sus coches. Por un momento tuve mie-
do de que se tratara de una de las Pietronaves clandestinas,
tan comunes en las rutas argentinas hasta el fin.
— ¿Va a subir o no? —preguntó el chofer—, no tengo
todo el día.
—La noche, querrá decir. A juzgar por la deslumbrante
luna, las estrellas refulgentes y la oscuridad producto de la
ausencia de luz solar debido al movimiento de rotación que
efectúa la Tierra girando sobre sí misma a lo largo de su pro-
pio eje, dando una vuelta completa de veintitrés horas con
cincuenta y seis minutos y cuatro segundos...
—Es cierto eso que usted dice —respondió el chofer—.
Si bien mis conocimientos sobre geografía, astronomía y físi-
ca son escuetos, debo reconocer que, ciertamente, es de no-
che. Le pido mil disculpas por mi error y prometo no repetir-
lo. ¿Va a subir o no, entonces?
—No estoy segura. Antes quisiera hacerle algunas pre-
guntas, temo que no sea ésta la Pietronave indicada. Vamos
hasta la agencia de Apolonio Klinky. ¿Nos deja bien?
—No, señorita, éste es el ramal 4 y usted debe tomar el
6 cartel borravino, pero lamento informarle que, por falta de
usuarios, se ha restringido el servicio a un viaje semanal y,
casualmente, la unidad a la que hago referencia pasó ayer a
las diez de la noche.
50 R o s a n a G u t i e rr e z

— ¿Y usted no me acerca ni un poco? —contesté


acongojada.
—Mi recorrido está claramente detallado en el cartel
que se encuentra detrás de usted, el violeta con letras amari-
llas. Voy de Liniers a Estambul haciendo diferentes escalas,
pero ninguna en el lugar que usted menciona.
—Busco un lugar donde organizan cacerías de guana-
cos —le dije al borde de la desesperación más terrible.
— ¡Haberlo dicho antes! Eso es en la República de
Ciudadela. Suba que a la vuelta la dejo a diez kilómetros de
la frontera.
— ¡Vamos! —le dije al zorro—, al fin encontramos
a alguien que nos dará claras precisiones y ayudará en el
itinerario.
—Lo siento, señorita, está terminantemente prohibido
subir a la unidad con animales. Si por mi fuera la dejaría,
pero la ruta está plagada de inspectores, se esconden en los
lugares más inusitados para sorprendernos “in fraganti” ante
la menor trasgresión a las reglas de la empresa. Yo haría la
vista gorda, pero, créame, no estoy en condiciones de per-
der mi puesto de trabajo, máxime con los enormes beneficios
que éste me reporta. Y cuando digo beneficios no me refiero
sólo a las ventajas económicas, sino a las morales: el trabajo
dignifica —dijo henchido de emoción y orgullo.
—Está bien, buen hombre, no se preocupe, comprendo
perfectamente.
El zorro me miró con tristeza. El momento de la despe-
dida había llegado y una lágrima tímida recorrió mi mejilla.
—Adiós, amigo, sé que en algún vericueto de este largo
y azaroso deambular, volveremos a encontrarnos —le dije.
—Adiós —contestó el zorro.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 51

Desde la ventanilla lo vi correr con regocijo por los


Henos de Pravia y el penacho de su cola parecía saludarme.
Saqué un pañuelo de mi bolso y me soné la nariz.
11.

La estructura de los asientos de la Pietronave, tapiza-


dos en fina piel de yarará, estaba diseñada con madera de
guatambú, material ideal para otorgarle la cualidades ergo-
nómicas, biométricas, antropomórficas, biomecánicas y de
operatividad que, según estudios detallados de leyes físicas
aplicadas al hombre, resultaban un magnífico soporte de la
carga física y postural y ayudaban a paliar la fatiga muscular.
El ambiente era propicio para el relax, la meditación
trascendental y todo tipo de terapias alternativas: hilo mu-
sical con cantos gregorianos y música celta, luces sutiles
conformadas por bombillas rojas y azules intermitentes y un
suave perfume a madréporas e inciensos del Cairo, combi-
nación que, a juzgar por mis conocimientos acerca de fra-
gancias orientales, era especial para el autoconocimiento, el
descanso del espíritu y el dolce far niente.
Todas estas comodidades amalgamadas en forma tan
precisa provocaron que cayera en un letargo intenso y em-
briagador. Mis ojos se cerraron y el mundo siguió andando.
Y soñé:
Pantagruélicos templos de piedra que no alimentaban
otra cosa que curiosidad, diseminados a lo largo y a lo ancho
de un descomunal parque de acacias petrificadas. Cada uno
de ellos tenía sendas puertas y yo penetraba en todas ellas
recorriendo senderos de jardines que se bifurcaban, unos
a salones de diversos colores, totalmente vacíos, otros que
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 53

llevaban hacia escaleras (mecánicas o manuales) que condu-


cían a pintorescos miradores.
Pero, de todas las puertas, hubo una que me sedujo
particularmente ya que estaba confeccionada con lana de vi-
cuña. Por alguna caprichosa razón de mi intuición supe que
al traspasarla encontraría respuesta a las incógnitas de la
vida.
Al abrirla, un aroma a donuts rellenos con crema pas-
telera me acarició el sentido olfativo. Sentía hambre y era
lógico que así fuera. No tenía la más mínima idea de cuánto
tiempo había transcurrido desde que ingerí los últimos ali-
mentos, pero calculé, a grosso modo, que había pasado por
lo menos una semana.
Si bien estaba sumergida en un sueño profundo, mi es-
tómago diferenciaba perfectamente lo onírico de lo real.
Y en ese momento lo vi, como una aparición divina.
Estaba sentado en un amplio sillón de cuero ecológico con
apoyabrazos y sistema giratorio. Frente a él había un diván
donde se desparramaba la figura de un ser que, presumí hu-
mano, al ver que parte de sus pies sobresalían del cómodo
sofá. Era evidente que el motopsicólogo estaba atendiendo
a uno de sus pacientes y que el interior de aquel coloso pé-
treo, presumiblemente de origen tolteca, no era más que su
consultorio.
El destino así lo había querido. Él y yo juntos otra vez
en esta travesía indómita. Se trataba de un sueño, pero ¿qué
conexión más perfecta que esa podría haber entre nosotros
dos, paciente-psicólogo, clienta-motoquero? Mi inconscien-
te enviaba señales que no debía desoír.
Me senté en el piso, cerca de una ventana, a esperar
que terminara la sesión para pedirle un turno y ser atendida
54 R o s a n a G u t i e rr e z

por él. Necesitaba, más que al aire, más que alimento, más
que cualquier otra cosa mundana, atención profesional pero,
por sobre todo, alguien en quien confiar.
Desde la ventana, el verdor de los Esteros de Uymirá
se manifestaba con todo su esplendor y el sol asomaba en el
poniente.
12.

Una frenada brusca me sacó de mi ensoñación.


Aturdida, tardé aproximadamente veinte segundos hasta ha-
cer una composición de lugar y supe que me encontraba en la
Pietronave, Ramal 4, Cartel violeta con letras amarillas que
me dejaría a diez kilómetros de la frontera con la República
de Ciudadela.
Era de día. Mi reloj se había quedado sin pilas pero no
me importó, traía conmigo un reloj de sol cilíndrico portátil
para ocasiones en que no tuviese reloj, celular o adminículo
que sirva a los fines determinados. Y éste era el momento.
Pero el reloj cilíndrico no funcionaba.
Cuando estaba al borde de la desesperación se me ocu-
rrió que tal vez el chofer podría informarme sobre la hora
y ubicación, y sobre todo, cuánto faltaba para llegar al sitio
donde tenía que bajarme. Me acerqué a la parte de adelante
de la Pietronave.
Pero el chofer no estaba.
Su lugar lo ocupaba una mujer delgada de unos vein-
ticinco años de edad, cabello corto y teñido de rubio ceniza.
Un poco desconcertada y temerosa me acerqué a ella y
le pregunté si faltaba mucho para llegar cerca de la frontera
con la Republica de Ciudadela.
Pero la mujer no contestó.
Al principio supuse que su actitud no era producto de
la descortesía o falta de modales, sino a que tenía puestos
auriculares. Es posible que estuviese escuchando música a
56 R o s a n a G u t i e rr e z

un volumen mayor a los 100 dB y, como es sabido, la orga-


nización Mundial de la Salud recomienda no pasar el límite
ya que podrían producirse daños irreversibles como pérdida
en la audición, tinnitus, acúfenos u otros trastornos serios.
Deseché la idea cuando toqué su hombro y no se inmutó.
Indignada por semejante falta de educación y cuando
estaba a punto de darle una lección de cortesía para con el
prójimo (más teniendo en cuenta que yo era su pasajera y
ella debía prestar un servicio por el que había pagado rigu-
rosamente con mi tarjeta SUBE), sentí una presencia detrás
de mí.
Se trataba del chofer, que a juzgar por sus lagañas, el
cabello despeinado y el pijama Crisolito que llevaba puesto,
era probable que recién se hubiese despertado de un profun-
do sueño restaurador.
—No se esfuerce, señorita, no la va a escuchar. Es una
piloto automática. Colocamos una muñeca inflable para bur-
lar los controles de los radares de la ruta. Imagínese, hace
72 horas que estoy acá, es la única manera que tenemos de
dormir un rato. Y todavía falta un mes y medio para llegar a
Estambul. ¿Quiere unos mates? —me dijo.
Inmediatamente pensé en mi querido zorro domes-
ticado. Si no estábamos juntos ahora era precisamente por
los controles de la ruta. El chofer no había tenido buena vo-
luntad ya que estaba claro que dichos controles podían ser
burlados fácilmente, pero la idea de un brebaje caliente en
mi estómago, y posiblemente unos bizcochitos, galletas con
queso untable, tostadas con manteca, medialunas o cual-
quier producto para el desayuno, hizo que decidiera no hacer
ningún reclamo.
—Acepto, claro. Es usted muy gentil —le dije.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 57

—Yo lo tomo amargo pero si usted quiere puedo cebar-


le unos dulces —me dijo.
—Amargo está bien. Lo que quería pedirle, si no es mo-
lestia, es alguna cosita para picar… el mate no me cae bien
con el estómago vacío —le mentí.
—Pero claro, si no es ninguna molestia, acá comida es
lo que sobra. Fíjese al fondo, detrás de la cortinita está la co-
cina, golpee y la van a atender como a una reina.
— ¿Pero, ésto es un servicio extra de la Pietronave? —le
pregunté.
—No, para nada, son las provisiones que la empre-
sa nos suministra antes de salir de la terminal. El trayecto
es largo y la idea es no parar, así que acá tenemos de todo.
Incluso, si quiere darse una duchita, vaya que le van a indicar
dónde queda el vestuario.
En ese momento, se nos adelantó a 140 km/h de ve-
locidad una especie de saeta con ruedas que arrojó una
enorme polvareda sobre el parabrisas delantero. Cuando
el polvo cedió pude divisar el casco verde fosforescente del
motopsicólogo.
Recordé la pizza de La Imperial, los reyes de la fugazze-
ta rellena, y mi estómago rugió furioso.
Enfilé hacia la cocina llena de alegría e ilusión. A pesar
de las contingencias del pasado, las cosas estaban funcionan-
do de perlas.
13.

Atravesé el larguísimo pasillo de la Pietronave hasta


llegar a una puerta que tenía un cartel que decía “Sólo perso-
nal autorizado - Golpee antes de entrar”.
Fiel a la excelsa educación que me proporcionaron las
mejores instituciones educativas, apoyé los nudillos de mi
mano derecha e hice con ellos unos suaves golpes.
Pero nadie acudió al llamado.
Insistí, esta vez un poco más enérgicamente, pero su-
cedió lo mismo, nadie parecía escuchar.
Decidí accionar el picaporte pero la puerta estaba ce-
rrada con llave. Mi tolerancia a la frustración ya estaba casi
agotada. Me dispuse a desandar el larguísimo camino del pa-
sillo para llegar hasta donde estaba el chofer y pedirle expli-
caciones convencida de que me había hecho una broma.
Hice apenas cuatro pasos cuando escuché el típico chi-
rrido que hace una puerta cuando le falta lubricante. Me di
vuelta y pude ver a una tierna viejecilla que sonriendo me
indicaba que me acercara.
—Disculpe la demora —dijo ella—, pero cuando escu-
ché los golpes justo estaba matando una gallina para el pu-
chero de esta noche, y al ser la última que queda tuve miedo
de que se me escape. No sabe lo escurridizos que son estos
animales.
—No se preocupe, la entiendo perfectamente porque
soy cazadora, un segundo perdido puede arruinar muchas
horas de acecho.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 59

—Así que cazadora, qué interesante. Pero no se quede


parada ahí que es peligroso, usted no sabe lo mal que maneja
mi hijo y ni le cuento la piloto automática. ¡Esa sí que es un
desastre! Yo no sé cómo le dan la licencia a cualquiera, así
anda el país. Pase, pase y me cuenta qué se le ofrece.
Entramos a una cocina enorme, del tipo industrial con
4 grupos de anafes, 3 heladeras, 4 freezers, y una alacena que
ocupaba una pared completa. En una mesada de mármol de
Carrara que cruzaba toda la cocina por la parte central, había
una cantidad impresionante de bandejas y platos presenta-
dos con muy buen gusto. Parecía la cocina de un palacio.
Estas estimulaciones visuales y olfativas no hacían más
que acrecentar mi apetito, estaba a punto de abalanzarme
sobre un pavo relleno con guarnición de finas hierbas, cuan-
do la anciana me alcanzó una tabla de quesos de 43 varie-
dades diferentes y otra de embutidos importados de Parma,
Calabria, Frankfurt y Tandil.
—Para que vaya picando algo —dijo y se alejó hasta una
olla del tamaño olla popular desde donde manaban vapores
de deliciosos aromas, típicos del puchero de gallina—. Pero
no perdamos el tiempo que se enfría. Discúlpeme un mo-
mento, voy a avisarle al Tito que ya está la cena.
Se dirigió hasta la puerta y contrariamente al tono
dulce, suave y gentil que empleó conmigo, empezó a gritar
desmesuradamente:
—TITOOO, ¡A COMER QUE SE ENFRÍA!
—Ya voy má—, se escuchó a lo lejos, pero pude percibir
un tono de fastidio, ya que al estar las ventanillas abiertas, el
viento iba hacia atrás y con él llegaban débiles palabras.
—YA ES ¡YA!, no dentro de una hora. ¡Y lavate las
manos!
60 R o s a n a G u t i e rr e z

—Ya voy má—, se escuchó aún más lejos ya que había


disminuido la velocidad y los sonidos llegaban sin fuerza y
con delay.
—Siempre me hace lo mismo. Desde que le compré la
Play 4 que ya casi no comemos juntos. ¿Tiene usted hijos?
—No, desafortunadamente la vida se llevó a mis cuatro
esposos antes de engendrar al fruto del amor.
—No se pierde nada. Agradezca al cielo. Una les da
todo y siempre pagan con ingratitud. Ya puede ver, no viene.
Empecemos a comer sin él —dijo la dulce anciana, mientras
se disponía a poner la mesa.
Mi estómago estaba completamente saciado pero no
quise despreciar a tan generosa y bien predispuesta señora.
Algún lugarcito quedaría para el puchero, que con el aroma
que despedía, prometía un festín para los sentidos —pensé,
mientras contemplaba por la enorme ventanilla cómo se es-
condían los últimos vestigios de sol detrás de las Sierras de Li
Rosi, con sus simpáticas y pintorescas pagodas
14.

El aroma no hacía justicia al incomparable sabor del


puchero, hacía años que no comía un manjar tan perfecto,
servido en elegantes tazones de porcelana.
—Pero qué tonta, me olvidé de lo más importante: el
vino —exclamó la señora, y salió como eyectada de su silla.
En no más de 10 segundos apareció con una botella de
vino Carlón, tarareando el tango de Roberto Medina, en la
interpretación de Edmundo Rivero de 1935.
—Esto es imposible —exclamé—, el vino Carlón dejó de
entrar al país en el año 1930.
—Es verdad, luego se hizo uno nacional pero franca-
mente, no era lo mismo, poco espeso, y los clientes se dan
cuenta, no son tontos, no señor. Puede tomarlo con confian-
za, pruebe —dijo ella.
Di un sorbo a la copa de cristal biselado posiblemente
procedente de Murano y dije:
—Efectivamente, es tal como lo describen, color y aro-
ma intenso y una graduación alcohólica elevada, eh.
— ¿Vio que no le mentía? —dijo con satisfacción.
—No logro salir de mi asombro. No entiendo entonces
cómo puede tener una botella tan añeja. Debería estar pica-
do. Por favor, cuénteme la historia.
—Con mi marido, Alberto, allá por el año 20 teníamos
un restaurant que fue muy famoso por el puchero de gallina.
—No me diga que usted fue la dueña de El Tropezón.
62 R o s a n a G u t i e rr e z

—No, de ninguna manera, nuestro restaurant quedaba


en Villa General Bardelli, a unos 1200 km. de aquí. Era una
fonda de pueblo. “La fonda de Tito” —dijo y vi que sus ojos
se empañaban de la emoción al evocar aquellos días—, allí
recibíamos partidas de Carlón de Asturias una vez por mes.
Uno de esos meses el vino no llegó. Luego nos enteramos
que el barco que los traía había naufragado y entonces de-
cidimos con Tito ir a buscarlo. Los dos éramos buzos profe-
sionales, le digo más, nos conocimos en la Escuela de Buceo
Frangoulides de Morón. Pero no me quiero dispersar, va a
creer que soy una vieja latosa…
—Pero por favor, no diga eso. Continúe, tengo una gran
curiosidad.
—Nos hicimos de 10 galones de vino Carlón. Vendimos
un poco pero sólo a gente de confianza, ¿pero qué hacer con
el resto? Como usted bien dijo, se iba a avinagrar. Pero era
nuestra época de buena fortuna, uno de los parroquianos era
un alquimista que encontró la forma de que el vino permane-
ciera inalterable durante 104 años.
—104 años, como el Magiclick —dije.
—Otra que el Magiclick, este vino que usted ha tomado
tiene ya más 60 años, no conozco Magiclick que haya dura-
do tanto. Acerque la copa que le sirvo otra. Esta botella la
estuve guardando durante muchos años para una ocasión
como esta. Figúrese, usted es la primera pasajera que sube a
la Pietronave desde 1998, lo recuerdo por el mundial.
Pero digame, ¿quiere postre? Le recomiendo trufas de
Savoy, palo Jacob o palo Pandolfo.
—Preferiría un café, si no es molestia.
—De ninguna manera, enseguida se lo traigo con algu-
na cosita dulce para acompañar.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 63

—Le agradezco muchísimo. Cuénteme por favor de


aquel pasajero. Todas sus historias me parecen apasionantes.
—Un pasajero muy amable, así, como usted, educadí-
simo y muy respetuoso, hasta el momento de la cuenta. ¡No
sabe cómo se puso!
— ¿La cuenta? ¿Qué cuenta?
La anciana sacó una libreta y empezó a anotar el lista-
do de comidas y bebidas.
—Son exactamente 1278 + 500 de cubierto + IVA, lo
que daría un total de 2098 pesos, pero redondeando le cobro
2000, sin propina, claro está.
—¿Cómo dice? ¿2000 pesos por una cena? ¿Usted me
está gastando una broma? Su hijo me dijo que el servicio era
gratuito.
—Fíjese en ese cartel —dijo señalando una gran carte-
lera con los precios de cada plato.
Me acerqué hasta allí con la idea de que todo esto se
tratara de un error pero no fue así, efectivamente los precios
eran elevadísimos.
—Mi hijo no es una persona confiable. Tiene déficit de
atención. Lo tuve que medicar con Risperidona desde los
tres añitos de edad, no puede usted imaginar lo que sufrí.
Usted no sabe lo que es tener un hijo enfermo. Y sola, tuve
que sacarlo adelante. ¿Efectivo o tarjeta? —preguntó la vieja
malvada.
—No tengo efectivo conmigo, pero si pasamos por un
cajero automático puedo retirar el dinero y pagarle inmedia-
tamente. Sepa disculpar.
—No se preocupe, el próximo cajero está en la Posta de
Contursi, a unos 200 km. de acá. Vaya a descansar y por la
64 R o s a n a G u t i e rr e z

mañana, cuando lleguemos, yo la despierto con un suculento


desayuno.
—Se lo agradezco muchísimo —le dije y pensé: —al me-
nos tengo la noche para planear cómo salir de esto.
Me dirigí hacia los asientos de primera clase y elegí
el más cercano a la salida de emergencia, esperando que la
Providencia me acompañara.
15.

Los primeros rayos de sol me dieron justo en la cara


y calculé que serían las 5.45 hs. Por la ventanilla se veía un
paisaje agreste y rocoso, no había señales de vida, ni pueblo
donde poder alojarme, o mejor dicho, esconderme. Pero la
idea de la aparición de esa vieja bruja con el desayuno y el
aumento de la deuda me hizo tomar valor.
Con paso sigiloso comprobé que el chofer y su ma-
dre estuvieran dormidos. Me sorprendió que lo hiciesen en
asientos contiguos cuando, si algo allí sobraba era lugar. Y
comida, y acreedores, “dios mío, tengo que escapar” —pensé
con desesperación.
Tito y su madre dormían profundamente, la unidad es-
taba siendo conducida por la piloto automática a muy baja
velocidad, cosa que me permitió accionar el botón de la puer-
ta de emergencia.
La Pietronave se detuvo y la puerta se abrió. Más rá-
pida que la luz, salté a la banquina y corrí sin parar durante
varios kilómetros por ese desierto calcinante y agreste.
Afortunadamente, en mi mochila estaba el vaso perpe-
tuo que llevaba siempre conmigo para casos como éstos. El
vaso, como indica su nombre, no se vaciaba nunca y además
tenía un comando desde donde se regulaba la temperatura y
tipo de bebida según necesidad.
Agua helada era lo que más quería en este mundo. Y
sombra, un sitio fresco y ventilado. Además de deshidratada
y exhausta, estaba muerta de calor.
66 R o s a n a G u t i e rr e z

A unos kilómetros se divisaba un valle y a su alrededor


una montaña.
—Si hay un valle hay personas, si hay montaña, hay
guanacos —pensé—, y la idea me causó un placer sólo com-
parable al que me dio ese puchero de gallina.
Recordé a la mujer con un poco de sentimiento de cul-
pa, posiblemente esa cocina fuera su única fuente de ingre-
sos. Dos pasajeros en décadas y además deudores.
Sin embargo ya había recorrido demasiado “bajo ese
sol tremendo”, y además no tenía dinero conmigo. Sólo el pa-
pel que aseguraba “Cacería All Inclusive”. ¿Para qué habría
de necesitar dinero si no iba a tener gastos?
Todo lo que quedaba por hacer era seguir el periplo
hasta encontrar vestigios humanos o animales.
Un kilómetro más adelante me topé con una roca in-
mensa. Allí me detuve a descansar. Mi ánimo estaba muy ali-
caído, extrañaba a mis buenos amigos, el zorro, el urutaú, el
dueño de la cerrajería, el motopsicólogo, cualquier persona,
me sentía sola como nunca y no podía hallar consuelo o espe-
ranza. Lejos de la ruta, en el medio de la nada. Era probable
que muriera de hambre, de cansancio, o de aburrimiento.
En eso vi que dos figuras se acercaban. Una humana y
otra que parecía ser animal. A medida que se aproximaban
pude distinguir nada más ni nada menos que al arriero y su
vaca.
Me sentía sola, es verdad, pero el arriero había sido
muy desagradable conmigo y pensar en el olor de la vaca me
daba náuseas.
Ni lerda ni perezosa, me escondí en un hueco de la
roca. Estaba bastante fresco allí y se escuchaba el rumor de
ríos subterráneos.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 67

El arriero pasó cerca, sin verme, dejando una estela de


olor nauseabundo.
La vaca me miró, como quien mira pasar el tren, con la
inexpresividad típica de sus ojos bovinos, y siguió de largo.
Cuando recuperé un poco de fuerzas decidí seguir ca-
minando. En realidad no estaba segura del rumbo a seguir,
así que tiré al aire una moneda de plata que indicó el noroes-
te, y hacia allí enfilé con nueva ilusión. Si había visto al arrie-
ro, seguramente no estaría lejos del punto de inicio, aunque
en realidad lo que yo tenía que encontrar era la agencia de
Apolonio Klinski y sin la Pietronave lo veía difícil.
Seguí caminando con intención de llegar a la cerraje-
ría, ex puesto de choripán y desde allí emprender el regreso
a mi casa, no sin jurarme iniciar una demanda por estafa a la
Agencia de Cacerías, Expediciones y Afines.
El viento del norte trajo un tenue lamento. El corazón
me dio un vuelco pensando que podía ser mi querido urutaú,
sobre todo por la jaula, que pretendía me devuelva.
Un par de cuadras más y di con la procedencia de aquel
gemido. Sobre una roca no muy escarpada había un hom-
bre sentado que con sus manos cubría su rostro en evidente
señal de sufrimiento. Me acerqué a él y quedé estupefacta
cuando pude ver que ese pobre infeliz era mi amigo y protec-
tor, el motopsicólogo.
16.

Me acerqué a él lentamente para no asustarlo pero no


lo logré ya que al notar una presencia extraña dio un brinco,
pero al verme enjugó sus lágrimas y me abrazó con efusión.
—Me alegra tanto verlo —le dije—, aunque no en este
estado. ¿Qué le sucede? ¿Y la moto? ¿Y Candela?
—Estoy sin la moto porque me ascendieron: ahora soy
agente de la DEA (División Entregas Apata) de la Pizzería
La Ideal. En cuanto a Candela, oh Candela —dijo y volvió a
irrumpir en llanto.
—Recuerdo que tenía usted esposa, ¿se trata de ella?
—Efectivamente, acaba de abandonarme para irse de
gira con un director de coro sanjuanino.
—Lo siento mucho, entiendo cómo se siente.
—No se confunda, en realidad no me afecta que se haya
ido, podría decir que lo agradezco ya que Candela no era una
buena esposa. Lo que me apena es que con ella se llevó a
Holms, el perro de casa.
— ¿Caza? ¿Es usted cazador también? —dije con gran
entusiasmo.
—No, el perro de mi casa, con ese. Lo crié desde el mo-
mento de nacer, usted no sabe el amor que puede dar una
mascota. Y ahora estoy solo, solo como un perro…
La situación parecía irremontable, revisé en mis re-
cuerdos si alguna vez me había topado con algo parecido y
cómo lo había resuelto, pero no pude recordar nada. La única
referencia era el urutaú. Allí recordé que al verlo lamentarse
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 69

le había recomendado que haga alguna terapia de crisis, ges-


táltica, si fuese posible.
—Usted que es del ramo, ¿no pensó en hacer terapia
para superar esta angustia? —le pregunté.
—Hago terapia. Voy al Instituto de Terapias Alternativas
Ritrovato. Allí me tratan con reiki, neurolingüística, limpie-
zas colónicas, masajes prostáticos, eutonía, bioenergética,
viajes al interior del ser con enteógenos y, el mes que viene, si
me da el tiempo, voy a anotarme en el taller de armonización
sonora con cuencos tibetanos y campanas de Pekín.
Gracias a este centro de terapias he podido resolver los
grandes misterios de mi mente, mediante la entrada a esta-
dos profundos de conciencia, pero lo de Holms, mi querido
compañero, no puedo superarlo —dijo y comenzó a llorar
otra vez.
—Yo que usted le hago juicio al responsable del centro
de terapias. Y además buscaría un psiquiatra. Hoy día hay
psicofármacos que hacen la vida más fácil y feliz. Vea, creo
que tengo algunos antidepresivos en mi bolso de mano.
—De ninguna manera. Yo estoy en contra de la alopa-
tía, soy vegano, no como animales ni subproductos, no me
visto con cueros ni piel de ningún otro animal. Soy ecologis-
ta. Y biodegradable. De un polvo venimos y al polvo vamos…
Deduje rápidamente que el motopsicólogo estaría tam-
bién en contra de la caza de guanacos, pero recordé que ha-
bía sido él mismo quien me había recomendado consultar en
la agencia de Apolonio Klinky, asi que me armé de valor para
preguntarle:
—Oh, debe usted tener muy mala opinión de mi perso-
na ya que vine aquí a cazar guanacos.
70 R o s a n a G u t i e rr e z

—No crea, respeto la caza deportiva como a nada en


este mundo, pero no tolero que se maten animales para co-
mer, COMER, ¿me entiende? Habiendo tanta verdura, fruto,
flor y semilla en la naturaleza al alcance de la mano.
Pero no, la caza deportiva es otra cosa.
—Me alegro tanto, le juro que lo mío es solamente de-
portivo. De hecho, la carne de guanaco es bastante dura, no
osaría comerla aunque fuese el único alimento de la tierra.
El motopsicólogo sonrió y se alejó unos metros, senta-
do en posición de Buda extendiendo sus brazos hacia el cielo
comenzó a recitar un mantra que decía “de un polvo venimos
y al polvo vamos, me gusta ese tajo que ayer conocí, yo quiero
mi pedazo por qué no me lo dan, me gustan los guanacos, me
gustas tú”.
En ese estado de trance se dirigió hacia mí y preguntó:
— ¿Está usted menstruando?
Esa pregunta me dejó de una pieza. No sabía si eso era
una propuesta sexual, bastante ordinaria, por cierto, o si era
algún mensaje divino que los dioses le habían trasmitido en
su meditación. Atiné a contestar: —No, ¿por qué lo pregunta?
—Le explico, justo dentro de 4 horas comienza una ce-
remonia de ayahuasca y quería invitarla. Si usted está mens-
truando no puede participar porque es un peligro para usted
y todos los participantes. Las mujeres, con el poder de las
hormonas pueden causar desastres, no crea. He visto mu-
chas plantas cruzadas por mujeres que ocultan su estado en
“esos días”.
—No se preocupe. Soy menopáusica. Se me retiró pre-
maturamente, hace muchos años. Por eso no pude tener
hijos.
—Lo siento —dijo él.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 71

—No, no lo sienta. Dios no me bendijo con una familia


pero me dio la libertad necesaria como para abocarme a mi
pasión que es la caza. Si hubiese tenido niños no estaríamos
ahora organizando la expedición.
— ¿Qué expedición? Yo la estaba invitando a una cere-
monia de ayahuasca.
—Es verdad, discúlpeme, ¿pero qué cosa es eso?
—Acompáñeme y lo verá en directo.
Si bien no veía el sentido práctico de ir a esa ceremo-
nia, tampoco era que tuviese opciones más interesantes. Me
encontraba en un sitio desconocido, lejos de la agencia o de
cualquier vestigio de guanacos, y por otra parte, el motop-
sicólogo era de las pocas personas cordiales que me había
cruzado, sin contar con que era un verdadero bombón: alto,
delgado, de ojos azul oceánico, mirada profunda y calce by
Deep. Pero lo más importante es que me necesitaba. Algo
podría hacer yo para quitarle la angustia por la pérdida de
Holms, su perro.
Tomé mi bolso y le dije:
—No perdamos tiempo, detesto llegar tarde—, y par-
timos a ritmo moderado por un camino de ripios bastante
escarpado de una de las laderas del Volcán Racak.
—A este paso son dos horas de marcha, dijo sonriente.
Ya va a ver lo bien que la vamos a pasar.
17.

Afortunadamente llevaba conmigo unas plantillas de


descanso que eran maravillosas para condiciones como ésta,
y además contribuían a que el metatarso se mantuviera en la
posición adecuada.
Llevábamos más de dos horas de marcha y aún no se
veía nada parecido a la civilización. Una selva espesa nos ha-
bía envuelto y el crepúsculo comenzaba a presentarse.
Preocupada le dije:
— ¿Falta mucho?
—No, fíjese que detrás de las acacias se ve la luz de una
fogata que está iluminando el cartel de bienvenida al Carman
Memorial. Es allí, ya falta poco.
Muy excitada y con nueva energía seguí caminando y a
pocos metros de la fogata se nos acercó un hombre alto, de
cabello largo y rubio y sonrisa afable. Al ver al motopsicólogo
lo abrazó efusivamente, intercambiaron un par de bromas y
se quedaron mirándome.
—Le presento a Sushi, el chamán —dijo el motopsicólogo.
—Mucho gusto —respondí.
—Dígame qué la trae por estos parajes inhóspitos —pre-
guntó el chamán.
—Guanacos.
— ¿Guanacos?
—Sí, busco guanacos.
— ¿Es acaso su animal de poder?
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 73

—No, soy cazadora y contraté un servicio de la Agencia


de Cacerías, Expediciones y Afines. Le agradecería mucho si
tuviese algún tipo de información.
—Lo lamento, no conozco la agencia, mi sabiduría se
limita a las voces ancestrales que me dicta la planta sagrada
en cada una de las ceremonias. A propósito, puedo invitarla
al próximo ritual. Precisamente estábamos preparándonos
para comenzar. Es posible que la planta la ayude a encontrar
la verdad interior y con ella, el paradero de los guanacos.
—No sabe cuánto le agradezco. Realmente no sé cómo
recompensarlo.
Al escuchar mis palabras sacó un formulario de su
morral y me lo alcanzó para que lo completara. Constaba de
preguntas típicas para un apto físico tales como: nombre,
edad, estudios cursados, estado civil, ¿es usted alérgico a
la ayahuasca u otro tipo de enteógeno?, fecha de la última
menstruación, número de carnet de obra social, etc.
Sobre el final, la leyenda más temida: 1200 pesos en
concepto de bono contribución.
—No tengo dinero, pero si acepta tarjeta de crédito
gustosa le firmo el ticket —dije en voz muy baja para que el
motopsicólogo no escuchara ya que integraba la larga lista de
acreedores en la zona.
—Lamentablemente no contamos con la tecnología ne-
cesaria para trabajar con crédito, pero, como hacían nuestros
ancestros, podría aceptar a cambio ese hermoso reloj de pul-
sera que lleva puesto. ¿Es un Rolex?
—Sí, regalo de aniversario de mi segundo esposo, se lo
entregaría, pero lamentablemente se quedó sin pilas y dudo
que en medio de la selva se puedan conseguir.
74 R o s a n a G u t i e rr e z

—No se preocupe —dijo y sacó de su morral una ta-


blet—, lo cargo por USB.
Miré al motopsicólogo y vi en su sonrisa una señal de
aprobación. De inmediato le entregué mi querido reloj al cha-
mán y los tres juntos nos dirigimos hacia una enorme carpa.
El miedo a lo desconocido funcionaba como la gran
adrenalina que me daba fuerzas y entusiasmo. No sabía bien
qué iba a encontrar adentro ni en qué consistía la experien-
cia, pero la curiosidad era muy fuerte y la actitud amigable
del chamán Sushi me dieron la confianza necesaria.
Al entrar vi una ronda de quince personas sentadas
sobre colchonetas. Cada una de ellas poseía una manta, un
balde y un rollo de papel higiénico.
Pensé:
—Hasta ahora éste es el servicio más completo que he
recibido y además por muy poco. El Rolex era trucho, mi se-
gundo esposo se lo había comprado a un senegalés de Retiro,
momentos antes de arrojarse a las vías del tren para agarrar
un boleto capicúa, sin ver que la locomotora se acercaba a
gran velocidad. Por suerte, su bolso había quedado en el an-
dén y luego me lo entregaron cuando fui a hacer el reconoci-
miento del cadáver en la Morgue Judicial.
Había llevado ese reloj conmigo desde entonces, como
señal de amor infinito, pero ya era tiempo de soltar, dejar el
pasado atrás y reorganizar mi vida.
Todo es enseñanza en este camino. Y la planta me ayu-
daría con el nuevo rumbo, el rumbo hacia los guanacos.
18.

Me senté en una de las colchonetas y, a pesar de la pe-


numbra, noté que mi balde era color salmón con guardas
pampa, típico de las tribus de la zona. Mantuve el rollo de
papel higiénico apretado en mi mano, con la esperanza de no
usarlo y que quedara completo para afrontar lo que restaba
de la expedición.
Sushi, junto a dos vicechamanes, estaba ubicado en
un extremo de la sala pero dentro del círculo. Con dificultad
pude observar que estaban preparando el brebaje y el resto
de objetos y materiales para la ceremonia.
Uno de los vicechamanes se acercó con un cuenco con
carbones encendidos con incienso, mirra, alcanfor, palo san-
to y mentitas.
—Vamos a hacer un círculo de protección, haga el favor
de sahumarse desde la punta’ el pie la rodilla la pantorrilla
y el peroné —me dijo—. Con mis manos intenté acaparar la
mayor cantidad de humo posible para frotarlo por todo mi
cuerpo.
El asistente continuó con la ronda y Sushi comenzó a
llamar uno a uno a todos los integrantes del ritual para que
se acercaran al altar donde convidaban la ayahuasca.
Llegó mi turno y me dirigí hacia allí, alertada por las
caras de repugnancia que ponían mis compañeros al beber la
poción, decidí hacerlo conteniendo la respiración. Así y todo,
me resultó lo más asqueroso que había tomado en mi vida.
76 R o s a n a G u t i e rr e z

Regresé a mi lugar con náuseas, el gusto ácido no se


iba de mi boca y, aunque estaba desaconsejado, busqué mi
bolso para sacar un Beldent Evolution que había comprado
hacía ya no sé cuántos días en el tren Sarmiento, a dos por
diez pesos.
Pero el bolso no estaba.
Soporté con estoicismo el gusto espantoso y me quedé
esperando que la poción hiciera su efecto.
Pronto comenzaron a escucharse extraños cánticos en
idiomas aborígenes, acompañados por instrumentos de la
misma procedencia: cítaras, mancuernas, violines, ukeleles,
Fender Stratocasters, marimbas y la presencia estelar del DJ
Ridoo. Las melodías eran agradables y los cantantes pare-
cían ser verdaderos profesionales.
Me quedé mirando fijo una luz que penetraba por la
ventana, probablemente reflejo de la luna o algún sol de no-
che e intempestivamente sentí unas enormes ganas de vo-
mitar. Me abracé al balde como si fuera la tabla de salvación
de un naufragio y con el vómito sentí que se iban uno a uno
todo tipo de demonios, monstruos y alimañas encerradas
en mi corazón durante muchos años. Escuché que los otros
también vomitaban, todo era un gran coro de lamentos, que-
jidos, llantos y ecos del balde. Comenzó a sonar la música a
un volumen mayor y caí en una especie de sueño vívido del
que despertaría 6 horas después, con el alma rejuvenecida y
la completa sensación de que mi vida ya no sería igual.
19.

—Hola, aquí nuevamente Roberto. Como podrán ima-


ginar, nuestra protagonista está viviendo una experiencia
trascendental para su aventura e incluso me animaría a decir
para su vida misma, y no le es posible salir de ella para narrar
los hechos.
Una vez más, en mi calidad de narrador omnisciente,
me encargaré de la situación como para no dejarlos en pelo-
tas hasta que ella salga del trance y vuelva al relato.

La luz que entra por la ventana, poco a poco va cambian-


do de tonalidad, recorriendo toda la gama cromática.
Unos alegres rayos de brillo refulgente se le acercan y la
envuelven como si fueran víboras recién nacidas. Todo es
confusión y a ella le cuesta mucho discernir qué es alu-
cinación y qué es realidad. En su costado derecho ve un
arroyo de aguas transparentes repletas de peces de di-
ferentes variedades, sirenas, hipocampos y buques de la
Segunda Guerra Mundial con sus tripulaciones. Los íca-
ros la transportan a otros parajes donde aparecen duen-
des y elfos que bailan alrededor del fuego. Todo es apa-
cible y bello, una gran paz se instala en su corazón hasta
que una voz la saca de su ensoñación:

—Buenas tardes, señorita, me llamo Don Juan y vengo


desde Arizona a darle mis enseñanzas —dijo.
— ¿Sabe de caza de guanacos?
78 R o s a n a G u t i e rr e z

—No exactamente, pero sé mucho de animales y del ser


interior.
— ¿Sabe dónde queda la Agencia de Cacerías, Expediciones
y Afines?
—No, pero sé que “un guerrero no detiene jamás su
marcha”.
—Pero estoy exhausta y desengañada, sólo me anima la
idea de que tanto esfuerzo y frustración traigan su recom-
pensa —le dije en un estado de angustia inconmensurable.
— ¿Querés un poco de mescalina? Se la robé al chamán
Sushi —dijo él.
—No, gracias, con la ayahuasca estoy bien. ¿No tendrá
por ahí una Coca Cola?
—No, pero tengo secretos. Tengo secretos que no podré
revelar a nadie si no encuentro a mi escogido.
— ¿Escogido? Necesito su orientación, dígame qué tengo
que hacer, por favor.
—Seguir tu corazón. Sólo en el amor y en la fe encontra-
rás lo que buscas.
—Busco guanacos.
—Lo sé, pero para cumplir tu propósito necesitas apren-
der a VER. Con los ojos cerrados te ves mejor.
Ella cierra los ojos, ve diferentes escenas que se suceden
una tras otra, puede reconocer al urutaú que sobrevuela
un prado acompañado de su amor, convertida en alon-
dra; al arriero cantando “tengo una vaca lechera, no es
una vaca cualquiera”, con una gran sonrisa de felicidad,
al zorro junto a un niño rubio vestido de príncipe, al
motopsicólogo arrojando un palito que su perro Holms
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 79

le trae moviendo la cola, al cerrajero, frente a su televisor


viendo el superclásico rodeado de embutidos y latas de
cerveza, a la mujer del cerrajero flotando en una nube,
a la anciana de la Pietronave acomodando una cantidad
incontable de billetes en una caja fuerte, a su hijo Tito ju-
gando al FIFA 2015, a la piloto automática conduciendo
la unidad, a Candela dirigiendo la Orquesta Filarmónica
de Viena junto a su amor sanjuanino.
Y a Xuxa cantando: “Todo el mundo está feliz, muy feliz”.
—Todo el mundo está feliz, muy feliz. Todo el mundo,
menos yo —piensa y cae en una profunda angustia. Llora
durante largos minutos hasta que uno de los vicechama-
nes se le acerca y le dice:
—Llorá para adentro.
Al abrir los ojos nuevamente descubre que Don Juan está
aconsejando a otro, pero lo acepta sin más. Algo en ella
ha cambiado para siempre. La tolerancia, la generosidad,
el amor por la humanidad a flor de piel.
—Todo el mundo está feliz, menos yo —piensa y el plane-
ta está sostenido por serpientes.
Y sueña, sueña con serpientes, con serpientes de mar,
con cierto mar ay de serpientes sueña ella.
Llora, se ríe, canta, vuelve a llorar y el planeta está sos-
tenido por murciélagos y los murciélagos lucen mejor
cuando la noche es rara.
El chamán la bendice con agua de Florida y ella cae en un
sueño profundo.
80 R o s a n a G u t i e rr e z

Hasta acá es donde llego, porque todavía no cursé om-


nisciencia en sueños, así que los dejo con ella, no sin antes de
despedirme, comentarles que:

DE USTEDES DEPENDE QUE YO SIGA EN LA


CACERÍA DE GUANACOS.
SI ESTÁS A FAVOR DE QUE ROBERTO CONTINÚE
EN CACERÍA DE GUANACOS LLAMA AL 0800-ROBERTO.

Muy agradecido, desde ya, y espero volver a verlos


pronto.
20.

Cuando desperté, ya con pleno sol, vi que mis compa-


ñeros de ceremonia no estaban en sus colchonetas respec-
tivas. Escuché voces alegres mezcladas con el canto de los
pájaros. Un suave aroma a te de hierbas me condujo hasta
la mesa donde todos ya estaban desayunando: frutas, pan,
mermeladas y quesos caseros.
Muerta de hambre me dispuse a desayunar. Con el es-
tómago vacío me resultaba muy difícil pensar y si había algo
que tenía que hacer era eso, reflexionar, meditar acerca de
las visiones, encontrar respuestas que cambiasen mi vida.
A lo lejos divisé un roble californiano muy añoso y ha-
cia allí me dirigí para estar en completa soledad. El motopsi-
cólogo, habituado a estas prácticas, sonreía y ayudaba a los
vicechamanes a servir el mate cocido. No quise acercarme a
preguntarle cómo había sido su experiencia. Ya habría tiem-
po para ello.
Sentada bajo la sombra del árbol donde moraban gran
cantidad de especies exóticas, estaba rememorando los suce-
sos de la noche anterior, cuando se me acercó un hombre de
unos 50 años, calvo, pero de buen ver.
— ¿Cómo le fue, señorita? Yo estaba en la colchoneta
próxima a la suya y por momentos pude escuchar que tuvo
una experiencia bastante movidita. Me sorprendió que grita-
ra “guanacos, guanacos, ¿dónde están mis guanacos?”.
82 R o s a n a G u t i e rr e z

—Realmente no lo recuerdo con claridad, pero es muy


probable que haya dicho eso ya que estoy aquí por esos ani-
malitos tan esquivos y frustrantes.
— ¿Esquivos y frustrantes? ¡Pero, por favor! Esos bi-
chos son de lo más sociables y cariñosos, casi mascotas, le
diría. Y por acá está repleto. Se dice que son plaga, pero yo
me niego a creer eso, figúrese que tengo un criadero y todo.
— ¿Un criadero de guanacos?
—Así como le digo. “Criadero y Reserva de Guanacos El
Eterno Retorno” —dijo y me extendió una tarjeta personal—,
puede usted pasar cuando guste y ya verá cómo cambia de
opinión.
Guardé rápidamente la tarjeta en mi bolso de mano.
Mi corazón se agitaba con fuerza, mis pensamientos no da-
ban crédito a lo que estaba sucediendo. La planta, las bon-
dades de la planta sagrada, me estaban indicando el camino
con nueva dirección. Todo era alegría y bienestar en mi alma.
Al fin mi sufrimiento era recompensado.
— ¡No le quepa la menor duda!, allí estaré cuando me-
nos lo imagine, incluso me atrevería a decirle que ya parto
hacia el criadero. ¿Le falta mucho a usted? Podríamos ir jun-
tos, si le parece.
—Lo siento mucho, no bien termine acá tengo que ir
al aeropuerto a tomar un avión que me llevará a Afganistán.
Hace 20 años que no tomo vacaciones y la planta me dijo que
debía hacerlo con urgencia, necesito relax, diversión y, sobre
todo, paz. Afortunadamente recibí por correo unas buenas
ofertas de despegar.com y ya contraté el servicio. Mi avión
sale en 4 horas.
—Qué pena, ¿tendré que esperar que usted regrese?
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 83

—No se preocupe, en el criadero está mi esposa que la


recibirá como si fuese la mejor clienta. Si quiere ya puedo
hacerle la reserva.
—Eso me vendría perfecto. No sé cómo recompensarle
su amabilidad.
—No hay por qué, en el establecimiento puede arre-
glar. Aceptamos todas las tarjetas de crédito, pago en efecti-
vo, bonos de YPF, y otras formas de pago. ¡Tenemos también
el Plan Ahora 12! Despreocúpese.
Estaba ansiosa por partir hacia el nuevo destino. La di-
rección correspondía a un sitio en la República de Ciudadela.
¿Cómo regresar allí? ¿Otra vez la Pietronave? Imposible, no
podría soportar la espera, la caminata hasta la ruta y, sobre
todo, la posibilidad de caer nuevamente en el ramal violeta
y amarillo.
Cuando estaba a punto de entrar en la más cruel deses-
peración, escuché la voz del motopsicólogo que se acercaba
a despedirse.
—Señorita, espero que esté bien. Yo muy feliz, descubrí
el modo de reencontrarme con Holms. La planta me dijo: “si
amas a alguien, déjalo libre, si regresa es tuyo, sino, nunca
lo fue”. Y sé que es mío, sé que volverá. Así que me voy ya
mismo a casa a esperarlo.
— ¡Qué afortunado! Yo también tuve grandes revela-
ciones, pero la más importante me la dio aquel señor que se
aleja con valijas, hay un criadero de guanacos en la República
de Ciudadela. El problema es que no tengo idea de cómo ir.
—Eso no es ningún problema. Yo vivo por ahí, si quiere
la puedo alcanzar.
— ¿Pero cómo?, ¿sin moto? No tengo fuerzas para ba-
jar hasta la ruta.
84 R o s a n a G u t i e rr e z

—Nos vamos en el ciclomotor de Sushi, casualmente


me pidió que se lo lleve al taller para hacerle un cambio de
aceite y filtro. Está un poco inestable pero si vamos lento lle-
garemos sin problemas antes del mediodía. Vamos, no per-
damos tiempo. Tengo miedo de que Holms regrese y no me
encuentre.
—Sí, y yo de que cuando llegue no queden guanacos.
—Venga conmigo, la moto está detrás del establo.
La moto estaba en unas condiciones deplorables pero
arrancó al primer intento. Me subí atrás y me abracé al cuer-
po sensual del motopsicólogo. Nuestros cascos golpeaban
uno con el otro en señal de atracción. La campera de mi con-
ductor era mullida, cosa que hizo que entrara en un estado
soporífero. Cerré los ojos con intención de despertar en el
destino y eso sucedió.
—Señorita, disculpe que la haya atado pero temí per-
derla por el camino. Lamentablemente tengo que dejarla
aquí ya que en esta zona hicieron calles peatonales con bi-
cisendas y las motos están prohibidas. Además el taller está
por cerrar. Tiene que seguir derecho por esta calle unas cin-
co cuadras, doblar a la derecha y hacer tres más. Allí verá el
cartel del criadero. Al menos es lo que dice el plano que viene
con la tarjeta.
Bajé de la moto. El lugar me resultaba familiar. Creí
reconocer esa esquina. No era nada raro que ya hubiera esta-
do allí. Una sensación de desprotección e incertidumbre me
envolvió cual niebla espesa, no quería que el motopsicólogo
se fuera y sobrepasada por la emoción me acerqué a él para
agradecerle y despedirme.
Nuestros labios se fusionaron en un prolongado beso
de amor que duró no menos de 10 minutos. Si no hubiera
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 85

sido por los guanacos que me esperaban, me hubiese ido


con él, para juntos esperar a Holms y formar, los tres, una
hermosa familia. La tentación era tremenda pero, fiel a mis
principios morales, cristianos y peronistas, me contuve y le
dije adiós.
— ¿Volveré a verla, Señorita? —dijo él con lágrimas en
sus ojos.
—Recuerde: “si amas a alguien, déjalo libre, si regresa
es tuyo, si no, nunca lo fue” —le dije, di media vuelta y me
dirigí hacia el criadero con la ilusión que sólo el verdadero
amor puede ofrecer.
21.

Recorrí esas cuadras con una euforia similar a la del


comienzo de mi viaje. Al llegar al Criadero y Reserva de
Guanacos “El Eterno Retorno”, me atendió una mujer a
quién le mencioné la reserva que tan gentilmente me había
hecho el dueño.
La empleada, una mujer joven y amable, me miró, pri-
mero con desconfianza, luego con piedad y dijo:
—Ah, el criadero, el criadero, otro incauto que cayó en
la trampa.
— ¿La trampa?, ¿qué trampa?
—Seguramente usted se topó con un personaje extraño
que lleva valijas, ¿verdad?
— ¡Sí, el dueño del criadero de guanacos! —exclamé.
—Ese señor es un adicto irrecuperable, se dice que
toma brebajes extraños que lo conducen a un delirio del que
no sale por meses. Ya van dos que vienen con la historia del
criadero. ¡Ja! ¿Así que esta vez son guanacos?, el anterior ha-
blaba de ositos de mar. No, si es lo que siempre digo, la droga
es un viaje de ida. Dile NO a la droga.
Miré a mi alrededor y comprendí el porqué de la preca-
ria estructura de las instalaciones. A decir verdad, me había
llamado la atención que fuese tan pequeña, no se trataba de
un gran campo que pudiera albergar cientos de guanacos con
sus empleados encargados de cuidarlos. El lugar se asemeja-
ba más a un puesto de choripán que a un criadero.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 87

Y era, en efecto, un puesto de choripán.


— ¿Va a ordenar algo? —dijo la empleada.
—Sí, un choripán. Con mucho, con muchísimo chimi-
churri —le respondí
—Chimichurri no nos queda —contestó ella.
—Tráigalo como quiera —le dije—, y me quedé miran-
do por la ventana cómo las copas de los árboles del Pinar de
Rocha se mecían con el vaivén del viento.

El cielo anunciaba tormenta.


88 R o s a n a G u t i e rr e z
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 89

Otros deportes de riesgo


Prelude: Song of the gulls

(Se recomienda leer este texto escuchando la canción


de King Crimson homónima al título, intentando que el
tiempo de lectura sea igual al de la canción. Se puede. Yo
lo hice y fui feliz).

Estoy en un bosque colorido lleno de abejas, maripo-


sas pintorescas, vaquitas de San Antonio, grillos, hormigas
y todo tipo de bichos que (de existir una corriente de pensa-
miento abocada a calificar bondades entomológicas) podrían
encuadrarse dentro de lo que llamaríamos “bichos buenos”.
También hay una vasta variedad de flores, plantas, ar-
bustos, árboles, yuyos, cannabis, helechos, potus, chacrunas,
lianas, raíces y casi la totalidad del resto de vegetales prepon-
derantes del reino que (en caso de haber algún concepto uni-
versal con respecto a lo que a decoración se refiere y que haya
sido homologado por expertos) podrían catalogarse dentro
del espectro de “plantas agradables y/u ornamentales”.
Por entre los exiguos espacios que dejan los árboles
dejando entrever pequeñas parcelas de un cielo límpido, re-
fulgente y diamantino, el sol se filtra produciendo un efecto
ilusorio. Son como refracciones leves de luz que asemejan
una delicada lluvia de electricidad que (de conocerse estu-
dios aprobados por las Sociedades de Científicos, Físicos y
Parapsicólogos respecto a los beneficios de la energía), po-
dría encuadrarse dentro de lo que sería “energía positiva”.
92 R o s a n a G u t i e rr e z

Se pueden ver hadas con sus varitas mágicas rociando


el lugar de brillantinas, gibrés, papeles picados, purpurinas
y otros realzadores de fantasías; y duendes que (también de
saberse de algún tipo de reglamentación o ley que juzgue en
base a características estéticas) podríamos entonces conside-
rarlos “duendes lindos”.
Hay cascadas de aguas cristalinas que forman peque-
ños arroyos donde los peces de colores vívidos nadan apa-
cibles y se puede avistar una gran variedad de aves bullicio-
sas cuyos plumajes engalanan la magia del lugar. También
hay animales pastando felices y pegando saltos de aquí para
allá: ardillas, zorros, pollitos, cervatillos y todas las demás
especies que (de haberse realizado cierta tipificación que
haga hincapié en las virtudes de la fauna), serían clasificadas
como del tipo “animales simpáticos”.
Observo ninfas con coronas de azahares en sus cabe-
lleras, espíritus celestes, elfos apolíneos, serafines sobrevo-
lando la escena, y demás elementos (si fuera posible realizar
algún tipo de discriminación geográfica y/o literaria), que
conforman los “frutos del bosque” u “ornamentos shakes-
pearianos - tolkienanos - perraultianos”.
Entonces, cuando estoy gozando de manera magnífica
de un sentimiento de sosiego y beatitud insoslayable y me
siento liviana y despreocupada como un dibujito animado;
mientras pasan muchas otras cosas maravillosas durante
aproximadamente seis minutos y estoy lo más pancha dis-
frutando la serenidad y belleza sublime de la naturaleza y el
conjuro mágico de sus cuatro elementos, es que, de repente,
veo salir de atrás de dos árboles (separados, el uno del otro,
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 93

por una distancia de más o menos diez metros), a dos mons-


truos horrendos. Uno es Freud. El otro es Lacan.
Se acercan a mí.
Freud trae consigo un hacha y una motosierra y Lacan
una caja con herramientas de todo tipo: sacacorchos, marti-
llos, mazas sin cantera, picos de loros, sacabocados, tornos,
fratachos, gubias, perforadoras, destornilladores, buscapo-
los, etc.
Entre los dos me desarman la cabeza, la cortan, le ex-
traen cosas, le meten otras, ajustan, desajustan, mezclan pie-
zas, pierden algunos tornillos y arandelas y realizado el pro-
cedimiento se van como si nada... y no importa, porque igual
todo esto que sucede no lo voy a recordar porque también me
joden el nervio de la memoria.

Nos falta sangre

Y debiéramos pensar en un comienzo a toda acción.


Sangre, vísceras, gritos, sonido de arma blanca. Sangre, y ella
sin su clonazepán a mano, los guantes fríos, más fríos que el
machete.
La protagonista es bella, aunque lo disimula bien. Hay
algo en ella, una especie de sombra que hace que nadie se
atreva a mirarla a los ojos. Nadie sabe cuál es el color que
tienen. Nadie sabe casi nada porque no se explica con pala-
bras todo eso que es acción, gesto, mise en scène y efectos
especiales.
94 R o s a n a G u t i e rr e z

Una vez pasado el trance del barrendero en las vías,


despedazado en mil quinientas partes, comienza la verdade-
ra historia: la imposibilidad.
Tema recurrente si los hay en el haber de nuestras ar-
cas literarias y cinematográficas.
El único diálogo que debiera existir sería un silencio
que sugiera un “no puedo, quiero pero no puedo, no sé si
quiero si no podría, aunque quisiera no podré”.
Es aquí donde el conflicto se desata y el abanico de obs-
táculos está siempre entre paréntesis. En cine, los paréntesis
debieran poder representarse con pequeñas ráfagas de luz o
de sombra según lo dicte el guión.
El guión, el guión... “puedo pero no quiero, quiero pero
no puedo”, a fin de cuentas todo es demasiado caro en estos
días donde el viento sopla en zigzag y las uñas escarban la
tierra buscando brotes subterráneos (o lombrices).
La protagonista ama al director de la película, pero él
nunca va a enterarse por cuestiones contractuales y además
porque así está escrito. El director ama a la protagonista pero
no se da cuenta. Está muy ocupado limpiando las vitrinas de
sus insectos momificados.
Y parece que es cierto eso de que no somos más que
una ilusión de una ilusión de una ilusión al infinito, pensada,
escrita, padecida por un talento que sobra y se desparrama
hasta hacerse inservible, hasta no llegar más que a un fundi-
do a negro temprano, casi a diez minutos de haber comenza-
do esta película que nunca empezó.
Porque nos falta sangre.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 95

Going to California

A Paula Carman.

Despiertan rondando el mediodía. Sabina toma su up-


perpill, Cecilia su underpill. Desayunan suculento, se pintan
la cara color esperanza y juntas planean un día de aventuras y
emociones sin igual. A Cecilia la medicación tarda en hacerle
efecto y se le ocurre ir a Parque Rivadavia a comprar discos
de Frank Zappa y un Photoshop trucho. A Sabina, también
la medicación tarda en hacerle efecto y nada le entusiasma.
Pasadas unas horas, cómodamente instaladas en los
puffs, fumando sahumerios y sintiendo que el sol es un des-
perdicio de la naturaleza que no merecen, las unders y up-
pers comienzan a dar resultado.
Sabina se inunda de frenesí y propone: —¡Vayamos a
California!
Su neurosis depresiva fue atenuada con resultados al-
tamente positivos.
—Dale —dice Cecilia con una motivación neutral, equi-
librada por la medicina ingerida para combatir su manía
compulsiva-obsesiva.
Sabina se pone un sweater y una campera de cuero.
Cecilia cambia su remera de los 101 dálmatas por un solerito,
y las dos salen cantando la canción que da título a este relato.
96 R o s a n a G u t i e rr e z

Sabina y Cecilia esperan el tren que las llevará a California

En el andén opuesto al que ellas ocupan, hay un padre


y su hija (según Sabina), o una pareja (a juzgar por el agudo
poder de observación de Cecilia). Él tiene aproximadamente
55 años (en eso coinciden las dos), ella no llega a 30.
Mientras discuten acerca de cuál de las dos tiene razón,
una señora, sentada en el banco del andén opuesto al que
ellas ocupan, se hace la toilette. Comienza por una depila-
ción “a mano” y continúa con la extracción de mucosidades
varias utilizando, nuevamente, el método manual. Al lado de
la señora hay un muchacho que se saca cera de la oreja y sin
ningún tipo de disimulo, se mira el dedo meñique evaluando
la cantidad cosechada cada una de las veces que lo hace, ve-
ces que son entre cinco y quince, aproximadamente.
En otro extremo del andén opuesto al que ellas ocupan,
hay un tenista-ciclista exageradamente longilíneo. Mientras
infla una de las ruedas de su bicicleta adopta una postura que
tanto a Sabina como a Cecilia les hace pensar obscenidades.
Las dos ríen y debaten respecto a lo incómodos que resultan
los hombres muy altos.
Minutos antes de que el tren arribe a la plataforma del
andén opuesto al que ellas ocupan, el señor de unos 55 años
aproximadamente, besa en la boca a la muchacha que no lle-
ga a 30.
Cecilia, feliz, mira a Sabina con gesto de “¿Viste?, tenía
razón”
Sabina, en lugar de reconocer su error y ejercer el nece-
sario acto de humildad de estos casos, dice:
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 97

—Eso no fue un beso, el papá le estaba oliendo la man-


teca de cacao.

Sabina es muy terca. Cecilia lo sabe, lo acepta, pero


sonríe victoriosa.

Sabina y Cecilia atraviesan Carupá

En el asiento que está frente a ellas hay un señor ca-


noso de edad mediana del que Sabina queda prendada
inmediatamente.

—Fijate si tiene anillo, vos tenés mejor ángulo —le dice


a Cecilia, quien jamás se fija si los señores llevan o no anillo
y es tal vez esa la razón por la que ha sufrido más de un des-
engaño amoroso. A pesar de su agudo poder de observación
posee una falta total de atención a los detalles importantes.
Cecilia trata de descubrir el posible anillo oculto tras
una mochila, sin obtener resultados positivos.
Al lado del señor canoso y con posible anillo se encuen-
tra un muchacho de estrato social humilde que escucha mú-
sica en un mp3 y, sacándose el auricular correspondiente a
la oreja derecha les pregunta: —¿Falta mucho pa’ Virreyes?
Sabina mira el cartel del recorrido y le contesta que
sí, que falta mucho y cuando quiere informarle respecto a la
cantidad exacta de estaciones que faltan, el muchacho ya se
ha puesto nuevamente el auricular. Sabina se enfurece, pero
sólo un poco.
98 R o s a n a G u t i e rr e z

—No entiendo a la gente —dice— ¿para qué preguntan


si no quieren escuchar?

—La gente, en general sólo escucha lo que quiere oír


—dice Cecilia y la conversación empieza a girar sobre temas
que versan entre la incidencia de la Play Station en las nue-
vas generaciones y la eficacia o no del psicoanálisis en casos
patológicos que requieren complementación psiquiátrica.

Sabina y Cecilia en el Puerto de Frutos

Frutos es el dueño del puerto desde donde zarpará


la lancha que las conducirá a destino. En una ocasión, un
amigo común a ambas las había alertado respecto al peligro
supremo que correrían de acercarse a semejante personaje,
emparentado con todo tipo de mafias de diferentes naciona-
lidades y delitos diversos.

— ¡Guarda con Frutos! —dice Cecilia al ver el enorme


cartel que reza “Puerto de Frutos”. Las dos están un poco ate-
morizadas, pero esto no es óbice para que hagan un paseo por
el free shop del mismo, donde lugareños venden artesanías
típicas, conservas de diferentes animales, muebles de ratán,
esterilla y mimbre y, por sobre todas las cosas, panchuquers
y una variedad incontable de alfajores tradicionales a los que
ninguna de las dos pueden resistirse.

Cecilia se muestra profundamente interesada en unos


frascos con corchos especiales y fantasea con comprarse me-
dia docena para usarlos como especieros el día en que decida
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 99

remodelar la cocina de su hogar. Finalmente no compra


ninguno. También mira, como poseída por un súcubo ham-
briento, unos vistosos frascos de mermeladas de blueberry,
frambuesa y arándanos. Los toca, los mueve, observa minu-
ciosamente la cantidad de semillas que posee cada uno en
señal de calidad y los vuelve a dejar en el estante.
Cecilia no es una chica de acción. A Cecilia le cuesta
mucho llevar a la práctica sus anhelos. Disfruta de la simple
ensoñación de lo que podría ser.

En cambio, Sabina es una chica con un poder de de-


terminación férreo. Sabe exactamente lo que quiere y espera
paciente hasta conseguirlo. Es por eso que se compra una
importante cantidad de vasijas de barro. Es prácticamente
en lo único que ha reparado (además de los cáctus que, dicho
sea de paso, son carísimos y están muy mal cuidados). Se la
ve alegre con su bolsa llena de cacharritos, mientras Cecilia
sigue pensando en lo preciosos que hubieran quedado los es-
pecieros si hubiese decidido remodelar la cocina de su hogar.
La evocación de esa imagen también la pone alegre.

Sabina y Cecilia en la lancha colectiva

Gastón las ayuda a subir a la suntuosa embarcación.


Julián, el Capitán, está bastante bueno, a juzgar por lo que de
él se ve a través del espejo retrovisor.
Hay una guía que se llama Florencia y parece muy abu-
rrida de su trabajo. No se le entiende nada excepto las malas
noticias:
100 R o s a n a G u t i e rr e z

—Los salvavidas se encuentran debajo de los asientos.


No está permitido fumar durante la travesía y por ninguna
razón los pasajeros deben bajarse de la nave durante el reco-
rrido —dice
Acto seguido Sabina y Cecilia tantean debajo de sus
asientos respectivos y al corroborar que, efectivamente, allí
se encuentran los salvavidas, se sienten un poco más seguras
y dispuestas a disfrutar cada momento inolvidable del viaje.
Sabina y Cecilia están navegando y no por Internet.
Parece increíble, pero es la pura verdad.
El agua es marrón, los árboles muy verdes, los recreos,
caserones antiguos y hasta las más precarias casuchas que
bordean el ancho río, son pintorescas.
Pasan por la Casa de Sarmiento que está dentro de una
inmensa pecera, pasan también por el lugar donde se filmó la
película Muchachos protagonizada por Sandro.
Bromean, se divierten, son felices o eso aparentan.
Sabina les saca fotos a un grupo de turistas. Cecilia tie-
ne ganas de fumar y empieza a desear que todo se termine.
La medicación, parece, fue excesiva para ambas.
Todavía falta media hora de viaje hasta llegar a
California, pero pasa pronto merced a una amena conversa-
ción entre las dos en la que hablan sobre viajes anteriores,
amores perdidos, matrimonios deshechos, familias destrui-
das y melancolías del pasado.

Sabina y Cecilia desembarcan dispuestas a todo

California es exactamente igual a una isla del Delta.


Incluso allí también hay un Puerto de Frutos lo que demuestra
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 101

que el poder de ese hombre es aún mayor al imaginado. El


Imperio Frutos no conoce fronteras ni distancias.
El hambre arrecia y buscan un sitio donde comer una
picada, alimentación característica del lugar. Encuentran un
hermoso lugar con terraza, sol y vista paradisíaca. Las pica-
das son demasiado caras, así que mirando el costado antide-
presivo de la pizza optan por una que tiene jamón, tomate,
muzzarella, huevo y palmitos. Dos pepsis (una con hielo, la
otra no).
Cecilia le señala a Sabina un señor que se aproxima y
Sabina vuelve a enamorarse. Cecilia se detiene en el dueño
de dos cachorros de labrador negro. El dueño es bello, pero
los cachorros lo son más. Embelesadas ante la maravilla del
universo en su conjunto terminan la pizza y emprenden el
regreso, previo paso por el baño porque el viaje será largo y
uno nunca sabe.

Sabina y Cecilia se despiden

Llegando a Virreyes comienzan a prepararse para el


momento ineludible del adiós. Luego de un tiempo compar-
tido tan maravilloso y espectacular, pletórico de sucesos ex-
citantes y movilizadores, la tarea no es sencilla. El sopor del
ocaso las llena de melancolía.
Y de sueño.
Sendas medicinas golpean en forma brutal. Es la hora
del bajón.
Luego de un tierno abrazo y la promesa de volver a re-
petir jornadas inolvidables como esa, Cecilia baja del tren
rumbo a la Ranchera. Sabina se queda en el vagón y saluda
102 R o s a n a G u t i e rr e z

a través de la ventanilla. Las dos tienen los ojos húmedos. El


incienso de California produce cierta alergia, palpitaciones,
vértigo y mareos.
Pero nada importa.
El amor es más fuerte.

Posible final sujeto a evaluación

En lugar de separarse y volver cada una a su casa, se-


cuestran el tren, una flota de policías del camino las persigue
y las dos toman la gran decisión: antes que sufrir la ausencia
y el alejamiento, más la pérdida de las propias libertades in-
dividuales, le meten primera y hacen que el tren descarrile
y caiga justo justo por un barranco empinadísimo del Gran
Cañón del Colorado.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 103

Borges adelgazado

En una tribu de aborígenes wixhitlin, situada al nores-


te de Axah, cuyas costumbres eran el canibalismo, la fabrica-
ción de bombas termonucleares y los campeonatos de pato
a pistón, cierto día, pasaron aviones texanos y desde el cielo
arrojaron una gran cantidad de nebulizadores.
Maxchitlin, jefe indio, ordenó que se los recolectara
uno a uno y se los exhibiera en el Templo Sagrado del Dios
Ubuchitlin otorgándole a esos aparatos digitales unos, ana-
lógicos otros, a dinamo o rosca —los más antiguos—, poderes
totémicos.
Hasta que un día, el joven renegado, malentretenido,
rebelde sin causa y jodón de la tribu, Adamxitlin, se afanó
uno, lo llenó de hierbas medicinales psicotrópicas y comenzó
a esnifar a través de la mascarita.
Se endrogó tanto que compuso varias canciones, cu-
yos derechos fueron comprados por Sony para ser ejecutadas
por banditas vernáculas de por ahí, de esas que hacen música
con la computadora y tienen site en SoundCloud.
Mucho dinero se generó a raíz de esto y de los aboríge-
nes nunca más se supo nada.

Teoría del tiempo espongiforme

Venecia se hunde y con ella, todos los relojes, los cua-


dernos y el vestido de la novia que queda en el muelle viendo
partir al Campeón Internacional de Deportes Extremos y un
poco Hardcore.
104 R o s a n a G u t i e rr e z

Katkatz sonríe ante su ocurrencia número 231 y ron-


ca cuando duerme del lado derecho, todo parece idílico, sin
embargo hay un claro afeminamiento en el ambiente, hay un
colchón chiquito (que se hunde) y una rodilla que se hunde
en el resorte del colchón.
Entre tanto, el bailarín hace una especie de reveren-
cia y la protagonista femenina de la historia conversa con la
amante del campeón. Entre ellas se arreglan y organizan.
Es lo que tienen las mujeres, esa maravillosa capacidad
de aliarse para luchar contra:

Archienemigos.
Maridos.
Aumentos de precios.
Adúlteros.
Motochorros.
Narcoabuelos.
Niños.
Escorpianos rimbombantes.

Hay también, del lado derecho, extraños cálculos ma-


temáticos que El Ingeniero recita como si fuesen haikus y en
el izquierdo todo son fractales que ameritan un buen rato de
observación, planificada o no.
La parte de los deportes de riesgo consiste en una triat-
lón: sky, nado y motocross. La fase última o tercer etapa de la
competencia no se lleva a cabo por cuestiones de cansancio y
falta y resto, de igual modo, y por alguna razón desconocida
o voz que no se sabe bien de dónde viene (el deportista no lo
sabe, en realidad, la autora del relato sí porque es omniscien-
te y además, no se avergüenza en confesar que estaba ahí,
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 105

en el lugar de los hechos), nos comenta que la moto choca


contra un muro de contención de importantes dimensiones,
cae por un acantilado y finalmente se hunde dentro de una
especie de máquina de picar carne que los deglute con sus
fauces-aspas. Los cuerpos (el del Ingeniero y la protagonista
o novia o amante o lo que sea), se amalgaman en una con-
junción perfecta de sangre vísceras, huesos molidos, órganos
desarmados y otras porquerías corporales como pelos, jugos
intestinales, hemisferios, callos y hongos.
El problema que se suscita en esta instancia es lo que
constituirá la intriga o conflicto (en caso de que este relato
sea llevado al cine o al teatro), es la puja descarnada entre
las dos familias o deudos de los occisos por la separación de
cuerpos.
Hay una voz (otra voz que tampoco se sabe de donde
proviene) que dice “Lo que dios ha unido no lo separen, man-
ga de tarados”
Es entonces cuando los dos grupos disidentes firman
un acuerdo en el que se estipula que:
La pareja será enterrada en un Jardín de Marcos Paz,
misma parcela pagada por la obra social que le proporciona
a ella, la copilota, canoa y a veces dulce de leche con budín de
pan que tiene mucho pan pero no importa.
Así pues es que finalizan estos días de plenitud física y
moral de todos los participantes de la historia que son, por
orden de aparición, los que pueden revisarse y corroborarse
en los párrafos anteriores empezando desde el comienzo que
dice “Venecia se hunde y con ella todos los relojes, los cua-
dernos y el vestido de la novia que se queda en el muelle vien-
do partir al Campeón Internacional de Deportes Extremos y
un poco Hardcore”.
106 R o s a n a G u t i e rr e z

Subtenmetrocleta

Próxima Prioridad Gómez era una guardia urbana muy


respetada por sus compañeros y autoridades. Todas las ma-
ñanas y tardes de su vida, parada en la esquina de Diagonal
Norte y 9 de Julio, su tarea era la de indicarle a los peatones
el modo correcto de cruzar la calle: con el tipito del semáforo
de color blanco y por la senda peatonal.

El pito (o silbato, si se quiere) era su arma letal contra


los infractores y sus sermones eran tan largos y aburridos
que surtían un efecto definitivo en cada uno de los reprendi-
dos oportunamente.

Hasta que un día, un apuesto jovenzuelo que pretendía


cruzar a mitad de cuadra fue llamado a la cordura y ubicui-
dad por nuestra heroína, mediante un piiiiiiiip largo, soste-
nido, constante e hincha pelotas.

El jovenzuelo hizo caso omiso al aviso de “alto”, cruzó


la calle sin ningún prurito ni respeto por las normas viales
y salió corriendo por Carlos Pellegrini sin percatarse de que
Próxima Prioridad Gómez, en un estado de indignación, ira
y calentura desproporcionadas, lo perseguía con una veloci-
dad nunca antes vista en guardia urbana alguna.

Luego de correr más de diez cuadras, en la esquina de


Pellegrini e Independencia, cuando estaba a punto de alcan-
zarlo, Próxima Prioridad no tuvo la precaución de observar
que el tipito del semáforo estaba de color rojo, y en medio
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 107

de la calle, un automóvil particular la atropelló levantándola,


como sorete en pala, unos cuantos metros en el aire.
El impacto fue fatal y produjo un choque en cadena
donde fueron centenares los muertos y/o damnificados.

Próxima Prioridad Gómez tuvo un entierro con hono-


res. En su ataúd lucía oronda la bandera de los guardias ur-
banos, y sus familiares recibieron un telegrama de condolen-
cias firmado de puño y letra por la presidenta de la nación, su
novio y otros familiares de los mismos.

En el Congreso de la Nación presentaron un proyecto


para que se erija un altar en la esquina donde trabajaba tan
eficientemente y algunos miembros del Opus Dei y otras ONG
tienen pensado enviar al Vaticano el pedido de canonización.

Del jovenzuelo nunca se supo nada.

Love will tear us apart

El hombre baja por una escalera mecánica meneando


la pelvis.
La mujer sube, y cuando lo ve le dice: “¡asqueroso!”.
El hombre le contesta: “¿por qué no me la chupás?”
La mujer salta de una escalera a la otra y le dice: “bueno”.
El hombre queda petrificado y dice: “¿acá, le parece?”
La mujer baja dos escalones, su boca queda a la altura de la
bragueta.
108 R o s a n a G u t i e rr e z

El hombre dice: “pará, pará loca, que vamo todo en


cana”.
La mujer se pone a llorar con un desconsuelo pocas ve-
ces visto en una escalera mecánica.
El hombre la abraza y le dice: “no llorés tontita, lo dije
en chiste”.
La mujer sonríe. Se besan. Al llegar abajo se dirigen
hacia el pasillo que va al subte.
El hombre baja en Av. de Mayo.
La mujer en Diagonal Norte.

Yo, Claudia

Ramón tiene un problema, un único problema —a mi


entender—, y ese problema es que no es José. Y tan no José
es, tanto se le nota que no es José, que dudo mucho —muchí-
simo lo dudo—, demasiadas dudas tengo yo, Claudia, de que
algún día pueda enamorarme de Ramón si el sigue, insiste,
se esmera, hace todo lo viable, persevera y consigue no ser ni
un poco, apenas, una partícula, un fragmento infinitesimal,
ni un breve parecido, un bosquejo, algo que me recuerde, po-
sea, tenga, lleve consigo, un aire familiar a José.

En cambio José se aproximaba lo suficiente, demasia-


do tenía; yo, Claudia, diría que casi exactamente —pero sin
exagerar— mucho de Leandro y eso fue justamente otro pro-
blema, único problema que —a mi entender— hace que tenga
la certeza, estoy segurísima que me enamoré de él por eso,
porque puso garra, se rompió el lomo, hizo todo lo que estuvo
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 109

a su alcance, no escatimó en desprecios ni afrentas, hizo lo


humanamente posible para romperme el corazón igualito, o
casi, en realidad bastante menos —pero parecido— al modo
en que Leandro ya lo había hecho con antelación.

Sin embargo a Ramón le tengo fe. Yo, Claudia, sé posi-


tivamente que —por lo menos es lo que opino— cuando me-
nos lo espere —más vale tarde que nunca—, él hará lo correc-
to, es decir, castigarme lo que yo, Claudia necesito para caer
rendida a sus pies y poder decir, finalmente: “todos son igual
de hijos de puta”.

Viernes Verne

No cualquiera emprende una vuelta al mundo en glo-


bo y sólo en ochenta días; fundamentalmente teniendo a
Honorine todo el tiempo quejándose y con reclamos conti-
nuos como corresponde a una bruja verdadera, gran mujer a
la sombra de un gran hombre, como bien dicen los aforismos.

“Qué que si me vas a escribir, que fijate si el globo está


bien inflado, qué por qué no llevás a Michelito así se entre-
tiene y de paso me deja de joder una temporada. Es que sola
no puedo. Y encima te vas de aventuras, vaya a saber con qué
chiruza y yo me tengo que ocupar de todo. Si por lo menos en
esta época hubiera Tele, Internet o Playstation. Pero no, ni
eso. Al final ¿que soy?, ¿la burra soy?”
110 R o s a n a G u t i e rr e z

Julio escuchaba las demandas de su mujer como quien


oye llover, en su mente no había lugar más que para sueños y
fantasías. Los preparativos del viaje, la expectativa, la ilusión
y también, un poco de temor por lo desconocido; ese mun-
do nuevo que iba a conocer y vaya a saber las inclemencias
y obstáculos con los que se tendría que enfrentar. Se sen-
tía inquieto y preocupado, pero feliz, cosa que a Honorine le
molestaba mucho. Sin embargo, entre lamentos y reclamos,
preparaba una cantidad exagerada de vituallas.

—Te preparé una mudita y acá tenés una canasta con


algunos víveres. Para que no extrañes la comida casera.
Seguro que por ahí vas a comer cualquier porquería. ¡No me
vuelvas gordo ni enfermo! —exclamó, ya resignada ante la
indiferencia de su marido.

Julio, dentro de todo, era un tipo bastante organizado.


Antes de partir, dejó la Remington tapada con su funda, el
vaso de ginebra lavado y un cartel prolijamente colocado en
un atril que decía:

—Vuelvo en 80. Los amo.

Besó a Michelito y le dijo:

—Quedás como jefe de la familia, cuidá a tu madre


que es un poco loca e insoportable pero es una buena mu-
jer. Cualquier problema mandame la correspondencia vía la
Asociación de Colombófilos. Acá te dejo la dirección, portate
bien y hacé los deberes.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 111

Michelito le sonrió y le dijo:

—Vos fumá, que yo me encargo. Si podés, a la vuelta


traeme una brújula para mi colección. O soldaditos. Y alfajo-
res, no te olvides de los Havanna si pasás por Mar del Plata.

La mujer, ante lo inevitable, no tuvo más remedio que


abrazar a su esposo tiernamente y despedirlo con lágrimas
en los ojos.

Mientras Julio se alejaba por el cerco de madréporas


violáceas, Honorine gritó:

— ¡Aunque sea traeme un perfume!

Tiempo más tarde, al hogar Verne llegó una encomien-


da con algunos regalos y una carta que decía:

Queridos míos:

Mi regreso se prolongará un tiempito más. Enganché una


promoción especial y me voy a hacer un viaje submarino
de veinte mil leguas.
Después, si todo sale bien, es probable que vaya al centro
de la tierra.
No duden de mi amor.
Volveré y seré el amo del mundo.

Cordialmente,

Julio.
112 R o s a n a G u t i e rr e z

En el patio

Como el asunto venía de enrosque propusimos ver un


poco de porno para amenizar lo aburrido irremontable, mu-
cho más que el video, el enrosque, la visión del humo en la
pared del patio.
Explotar globitos de aire fue la segunda opción y recor-
tamos porciones de láminas plásticas de embalaje para que
cada uno tuviese su goce en cantidad justa y proporcional.
De inmediato sentimos que no extrañábamos a nada ni
nadie. La melancolía y la nostalgia desaparecieron y allí, en
ese momento, fue cuando la soledad okupa del pozo se vio
con total claridad.
También, descubrimos que, finalmente, tan feos y ma-
los no eran. Simplemente teníamos que intentar conocer-
los en forma más profunda y probablemente nos haríamos
amigos.
Entonces fue que decidimos invitar a la soledad y al
pozo y ellos aceptaron.
(O eso es lo que creímos. En ciertos momentos todo es
demasiado difuso, la percepción retrocede, avanza o hace las
dos cosas en simultáneo y todos los pensamientos, ideas y
opiniones al respecto de lo que sea, se convierten en un esca-
parate que tiene, o montones enormes de maniquíes, o nin-
guno. Además sucede que ni siquiera estamos seguros de que
haya un escaparate, unos muñecos. Es decir, que el desfile
de imágenes, colores, texturas diferentes, pero a velocidades
imposibles de procesar, es tan ensordecedor, confuso y con-
tinuado, que es improbable que la realidad sea esa fantasía
que nos rodea o viceversa).
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 113

Para sorpresa nuestra, ninguno de los dos tuvo la de-


ferencia de traer postre (o vino), cosa que no nos sorprendió
ya que de antemano los habíamos juzgado muy mal y no nos
parecía bien pretender ese tipo de gentilezas o atenciones
(convenciones, en realidad si es que vamos a ser francos).
No pasaron más de quince minutos que los cuatro está-
bamos hartos de reventar globitos. Fue allí, en ese momento
que propusimos ver un poco de porno aburrido, irremonta-
ble, para amenizar.

Mis recuerdos de Solferine

Voy parada, apoyada en el respaldo del asiento. Es un


lugar privilegiado para quién va parado en hora pico un rato
antes de que el tren salga y se apelotone gente. Una señora
está enfrente. En el lugar privilegiado opuesto al mío. Lleva
una rosa con una tarjetita.
Leo:
Escriba aquí la mal
vida y atéla a la

Me falta una parte. La tarjeta está doblada, la mina no


se mueve, carajo, necesito saber que dice la tarjeta. La mal…
la mal… ¿Cuántas palabras hay que empiecen con mal y que
encajen con vida?
¿Maldición? ¿Qué clase de tarjeta es esta? Necesito
saber.
La curiosidad hace que no pueda concentrarme en
el libro que estoy leyendo. Me siento en cuclillas como si
114 R o s a n a G u t i e rr e z

estuviera muy cansada, la mina me mira, se dio cuenta de


mi artimaña y se pone de costado. Hija de puta, me lo hace
a propósito, me está tapando la tarjeta. Voy a morir sin sa-
ber que dice, las rodillas me tiemblan, tengo que levantarme,
volver al libro, el tren está por salir, no hay demasiada gen-
te pero dos trabajadores de cablevisión se entrometen entre
ella, la rosa, la tarjeta y yo.
Estoy perdiendo las esperanzas. Tengo ganas de
acercarme y preguntarle pero no me animo. No sé qué ha-
cer. Estoy desesperada. Necesito saber que dice esa tarjeta.
Mierda. No lo voy a conseguir.
¿La maldición de su vida?
¿Qué sentido tiene esa frase?
En Martín Coronado la mujer se está por bajar. Es mi
última oportunidad. No le quito la vista de encima a la tar-
jeta. La mujer se planta en el pasillo, despreocupada, por un
momento ha olvidado taparla, o bien se apiadó de mí. No lo
sé, no me importa. Estiro el cogote y finalmente leo: “Escriba
aquí la maldición de su vida y átela a la rosa”
La mujer baja. Con su rosa y su maldición atada.
Me siento peor. No sé de qué se trata. A qué iglesia o
secta o qué tipo de conjuro es ese.
Y quiero saber.
Llego a casa y busco en Internet. En Internet no hay
nada. No sé dónde buscar.
Voy a morir sin saber.
Mierda.
Esa mujer me pasó su maldición y se fue lo más pancha.
De eso se trataba.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 115

Yodo

Cuando el médico me dijo que sentiría una sensación


de calor en la cara, el pecho y la zona genital, confieso que me
entusiasmé.
En el bar de enfrente de la clínica estaba esperándo-
me un hombre al que estaba por conocer y lo que me tenía
preocupada, no eran los ocho vasos de líquido de contraste,
ni el yodo que me iban a inyectar en la vena, sino que llegaría
tarde a la cita.
No me gusta hacer esperar a la gente. Es algún tipo de
trauma. Dicho de otro modo: no me gusta hacer aquello que
odio me hagan y tal vez mi problema con las esperas es la
especie de ejercicio vocacional que ejerzo con ellas. Puede te-
ner que ver con miedo a afrontar las cosas. Algo así como no
accionar; simplemente me siento a esperar que algo suceda
sabiendo de antemano que lo único que sucede es el tiempo.
Así es como vivo, lo que en realidad tiene un solo sinónimo:
espero.
Lo que pasó dentro de la sala no tiene nada de emo-
cionante, un pinchazo en la vena mala, la guía, el antihista-
mínico y luego el escaner de mi cuerpo a 4 colores RGB. Lo
normal, excepto una breve sensación de incendio, algunas
bromas que hacían los médicos como para distender un mo-
mento que sólo me resultaba engorroso porque estaba lle-
gando tarde y no me gusta que me esperen.
No pensé ni por un segundo que me harían desvestir.
Era obvio, pero no lo tuve en cuenta. Es decir, cuando uno va
al ginecólogo o a cualquier otro especialista sabe, se prepa-
ra de determinada manera. Lo mismo sucede con las citas.
Si son románticas, si son primeras citas, si hay cuestiones
116 R o s a n a G u t i e rr e z

laborales de por medio. El no tener pareja y la total libertad


de establecer relaciones con diferentes hombres implanta en
uno ciertas rutinas de cuidados específicos. La apariencia ex-
terior tiene pocas variantes, debajo de la ropa, depende del
caso.
Cuando el médico me cubrió con una manta me sen-
tí un poco avergonzada: no me había depilado. En esa sala
hacía demasiado frío y le agradecí el gesto, aunque en reali-
dad sé que fue ahí cuando vio mis piernas y creo que hubie-
ra preferido congelarme a exponer el grado máximo de mis
miserias.
Al salir tuve muchas ganas de vomitar. En el baño me
quedé sentada esperando que pase o suceda. Otra vez espe-
rar. Y la sensación se fue. Me miré en el espejo y me vi muy
pálida, el cabello demasiado electrizado. No era más que una
reunión de trabajo pero nunca se sabe como puede funcionar
la heterogénesis de los fines y la apariencia externa no debe
variar. O sea, no es que pueda hacerse demasiado, pero ya
que lo hacemos que sea lo mejor que se pueda.
Tomé mis cosméticos y me maquillé como a la mañana
antes de salir de casa. Un poco de base, rubor, delineador
y apenas un toque de rouge para dar brillo. No me quedan
bien los labios pintados. No ahora. Hace algún tiempo solía
realzar la boca. Mi boca era bonita. Ahora no lo sé, mis fac-
ciones cambiaron, el rostro se fue consumiendo, el tejido se
reabsorbió y quedan huecos por todas partes. El maquillaje
convierte las facciones en algo burdo. En lugar de mejorar
acentúa los defectos. O es que nunca supe maquillarme bien.
No tengo demasiadas envidias, no más de las corrien-
tes. Claro que quisiera ser más alta, tener brazos finos, digo:
una belleza armónica, prolija, no demasiado rimbombante.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 117

No pretendo ser una modelo, no es eso. Creo llevar bien mi


edad y he tenido épocas de mucha más disconformidad con
mi cuerpo que ahora. Es decir, me conformo. Pero sí envi-
dio poderosamente a las mujeres con buena piel. Cuando
digo buena piel no me refiero a arrugas. Esas son parte de
lo inevitable y tienen su gracia. Me refiero a lunares, pecas,
manchas, comedones y ese tipo de imperfecciones que más
tiene que ver con lo hormonal. Envidio las pieles tersas, cris-
talinas, que siempre parecen recién lavadas. No tiene que ver
con la juventud. Conozco mujeres mayores que yo que tienen
esa virtud, la mejor de las cualidades que engloban la belleza.
La piel es el órgano más importante del cuerpo. Es el que se
muestra en la apariencia externa.
La piel es tu pancarta.

Cuando estoy en planta baja siento ganas de vomitar


nuevamente.

El hombre está esperándome. Es muy alto, parece te-


ner diez años menos de los que acusó por teléfono. Está en
buen estado físico y más tarde sabré que es porque entrena
mucho y se dedica básicamente al deporte. No está mal. Creo
que para cualquier mujer del planeta resultaría atractivo. No
para mí. Es demasiado aséptico, pulcro, hay algo femenino
en su aspecto, tiene una piel que, si fuera de mujer, envidia-
ría. Y manos grandes.
Las manos grandes me gustan. En alguna época me
parecían un detalle importante. Hasta que me enamoré de
un hombre que tenía manos pequeñas, todo él era pequeño
y me di cuenta que la verdadera armonía está en el semejan-
te, el encastre justo. Además estaba el amor, esa especie de
118 R o s a n a G u t i e rr e z

dispepsia emocional, que luego sería la náusea de la ansie-


dad, el retorcijón del desasosiego, la fiebre de la angustia, el
mareo del deseo.
Quiero decir, los detalles se pierden cuando el senti-
miento es poderoso, la atracción es racional, pasa por un
carril diferente. Supongo que una mezcla química-sexual-
intelectual. La similitud con uno. La cosa afín.
Luego de él, siempre me atrajeron los hombres bajos,
pequeños. Aunque esa pasión que sentí no volvió a repetirse
jamás. El tiempo y las frustraciones hacen que la atracción
hacia el otro cambie, todo es más ficticio o forzado, el amor
no vuelve a suceder, aunque uno siga esperándolo, por idea-
lismo, o ingenuidad o por pura vocación.
Sería algo más o menos así: sin darte cuenta pasás de
estado sólido a gaseoso. Una vez flotando, intermitencias,
alerta meteorológico. Luego tormenta eléctrica.
Y llovés, llovés mucho hasta quedar líquido en un char-
quito que se congela con el frío y no hay sol, o mejor dicho,
los soles cada vez calientan menos.
Esto es lo que ocurre. El hombre es atractivo, tiene una
conversación interesante, coincidimos en David Lynch y me
revela un par de pistas en las que no había pensado antes. Es
inteligente. Es tolerante, ha esperado cuarenta minutos en
ese bar. Ha soportado que saliera a fumar en mitad de la con-
versación, no lleva anillo. Pagó la cuenta, quedó en llamarme
para volver a encontrarnos.
Por un momento imaginé esas manos largas acaricián-
dome. Pero fue un instante, una sensación transitoria de ca-
lor, menor a la del yodo corriendo por mis venas horas antes.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 119

En estos días, pensé bastante en la muerte. Pero no


en forma temerosa, ni tampoco porque me preocupe. Me
inquieta imaginarme en una larga convalecencia antes de
la agonía. No tengo claro quién, fuera de mi familia y pocos
amigos, vendría a traerme libros o a conversar un rato, a ha-
cerme compañía; me alarma no saber si en la clínica podré
escribir, si tendré la fuerza suficiente como para despedirme
del mundo con palabras, si podré dejar testimonio hasta el
último momento. Ese tipo de cosas.
Tengo demasiadas ideas para desarrollar. Muchos
apuntes por rellenar y morir en breve sería una verdadera
pena. Porque este es mi mejor momento creativo y tengo mu-
cha fe en mis capacidades.
Quiero decir, no sería justo morir ahora.
Quiero decir, me intranquiliza que no haya un hombre
en especial que sufra por mi muerte.

En una calle perpendicular a Cabildo hay una feria


americana que vende ropa usada a precio de nueva. Pero la
dueña tiene uno de los mejores sentidos estéticos que conoz-
co. Un buen gusto innato. Todo allí es comprable. Tal vez ella
sea o haya sido curadora de alguna galería o museo. Suelo
confundirme bastante con los criterios de belleza. No coinci-
do con mucha gente, sin embargo, esa mujer elige cada una
de las prendas que vende como si fueran obras de arte.
Y lo son.
Me pongo a revolver entre los percheros de vestidos de
fiesta que jamás compraría porque no voy a fiestas y porque
creo que los vestidos de fiesta son para gente muy diferente
a mí. Conceptualmente diferente. En todo sentido, a eso me
refiero. Sin embargo me quedo embelesada frente a un solero
120 R o s a n a G u t i e rr e z

de seda con un bordado de dibujos extraños. Algo hindú. Es


en este momento en el que soy consciente de que lo que lla-
maría “ataques de fantasía súbita”, está por empezar.
Sucede de esta manera: a veces tengo la sensación de
estar viviendo en un plano irreal, una vida aparente. Como si
estuviera del otro lado de la vida, en otra frecuencia, o fue-
ra la representación de la vida de otra persona. Una actriz
que hace “de”. Hay algunas percepciones que creo únicas por
cuestiones egocéntricas que me rondan y acechan; lo más
probable es que sea un sentimiento universal. Es posible que
cuando se lo plantee a mi psiquiatra me lo aclare, pero de
momento me gusta pensar que soy la única persona del mun-
do que siente así o hace cosas que considero particulares:
Por ejemplo, según el ritmo de mis pasos, tarareo ima-
ginariamente una determinada música en la cabeza. Llevo
ritmo. A todo le marco el ritmo.
Por ejemplo, observo mucho a la gente por la calle.
Tomo notas. Es una actitud compulsiva.
Con frecuencia quisiera desconectar y volver a ese
mundo paralelo y no lo consigo. Así como estoy demasiado
atenta a cualquier disparador que me motive a escribir algo,
necesito momentos de ensimismamiento.
Considero fundamental encontrar ratos donde la cabe-
za pare de pensar. Mis sueños suelen ser una continuación,
como un apéndice de mis obsesiones. No descanso jamás
pese a tener ahora mismo demasiado tiempo para hacerlo.
Dicen que los ejercicios de meditación funcionan, soy
dispersa, no creo que pueda lograr concentración como para
llegar a un estado de blanco total.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 121

Siempre me sorprendió la capacidad que tienen los


hombres de dormir profundamente. Cierran los ojos y ya, al
sueño sin escalas.
Mi padre decía: “pongo la mente en blanco”. Y luego
roncaba polifónicamente. Nadie podía dormir en un radio de
quinientos metros de distancia de él.
Poner la mente en blanco. Sería genial poder experi-
mentar algo así. Soy obsesiva hasta cuando duermo.
Esto es: no se puede evadir la propia naturaleza.

Hace unos días leí algo así: escuchar los deportes antes
de acostarse es una buena técnica para no dormirse pensan-
do en uno mismo.
Tal vez ahí esté la clave. Creo que el fútbol marca la
real diferencia entre hombres y mujeres. Ese es el abismo
por el cual jamás podremos entendernos. Porqué somos tan
diferentes.
Aunque pusiera todo mi empeño, me resultaría impo-
sible pensar en deportes.

No sé cómo se me verá de afuera. No suelo pensar de-


masiado en eso, me preocupa verme por dentro.
El cuerpo por dentro es bastante desagradable, ner-
vios, tejidos, sangre, fluidos, hay demasiada oscuridad.
Y está la soledad: frente, detrás, de costado a uno. Es
parte del juego. Creerse únicos tiene esos bemoles, asimis-
mo, ver mi interior me da consciencia de lo efímero, de lo
defectuoso. En resumen: de lo humano.

Con mi nuevo abrigo negro con capucha de piel luz-


co como una modelo de afiche de vacaciones en Suiza. Algo
122 R o s a n a G u t i e rr e z

sofisticado. Contrasta con mi color de cabello, ensombrece


prácticamente toda mi cara, me gusta como mi nuevo peina-
do desaparece ante la tela oscura.
Creo que esta es una gran toma.
Se edita.
Hay detalles que son importantes en la apariencia
externa y todo se puede disimular de alguna manera. O
embellecer.

***
Supongo que ya fue suficiente, que este es el momento
apropiado para confesar que nada de lo narrado hasta el mo-
mento sucedió en realidad, o al menos no fue exactamente
así.
Ahora, sin ningún tipo de remordimientos y con una
especie de liberación puedo contar la verdad de los hechos: el
hombre del bar no esperó. Ni siquiera sé si fue a la cita.

En determinados momentos hay que recurrir a recur-


sos narrativos que sean de interés. No hay gracia alguna en
una cita inconclusa, de todas maneras mi cita ficticia tampo-
co la tuvo. Digo: posiblemente en el fondo sea honesta y me
resulta inconcebible la idea de escribir ficción siendo sincera.
Allí la realidad se convierte en otra cosa, en algo figurado, en
una fantasía donde las posibilidades son innumerables, don-
de se puede alterar la realidad a la medida del gusto propio o
el del espectador. O tal vez del sentido estético de la dueña de
esa feria americana que en realidad era una feria de tantas,
llena de ropa húmeda, vieja, gastada.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 123

Sucede nuevamente, el loop que me lleva a la fantasía


súbita de la que hablaba: entonces, ésto que estoy pisando
cuando camino y llevo el ritmo de los pasos no es más que el
set de grabación de una película de otros. No soy la guionista
ni la directora. Soy sólo una actriz a la que no le sientan bien
los primeros planos. Soy la actriz cuyo papel es una espera
continua.
Por cierto, el hombre del que me enamoré aquella vez
era casado. No hubiese quedado bien hacer esta aclaración
cuando hablé de él. De inmediato me hubiera sentido juz-
gada y con veredicto “culpable”. Lo cierto es que siento casi
exclusivamente atracción por todo lo que no pueda ser mío
por completo, es una manera de alimentar la insatisfacción
y también es una excusa para que la vocación por la espera
de alguna manera se justifique. Y esto se traslada a casi todas
las cosas.
Esperar también necesita de algún apoyo sólido. La
ilusión o la fe, que en este caso son una misma y única cosa,
juegan un papel fundamental. Siempre es excitante imaginar
que algo va a llegar, aunque no se sepa exactamente qué o
aunque ya esté instalado en tu vida.
Trucos de distracción a la razón. Así llamaría yo a estas
prácticas.
Y en realidad estaba depilada. Siempre estoy depilada
y soy muy cuidadosa de mi aspecto físico exterior e interior.
Sin embargo mostrar en el comienzo del relato ese detalle
hubiera puesto de manifiesto mi velado deseo de acostarme
con el hombre del bar. No hubiera quedado bien. Tener ese
tipo de pensamientos previos a que te inyecten y escaneen,
deseos hacia alguien a quien aún no conocés y con el que te
encontrarás en una reunión de trabajo.
124 R o s a n a G u t i e rr e z

No sé si se entiende.
Quiero decir: no necesito que se me acuse de ligera o
fácil. No en una primera instancia.

Escribir una historia parece tarea simple, sin em-


bargo hay un sinnúmero de dificultades que se presentan.
Montones de agujeros negros, la verosimilitud es importan-
te. Podés estar contando el hecho más desopilante y mági-
co, pero ese hecho tiene que ser creíble. El lector tiene que
sentirse identificado de alguna manera, aunque sea en forma
inconsciente.
Ahí, en el inconsciente es dónde se guardan las ideas
más absurdas. Un gran arcón del tesoro. De allí, de la imagi-
nación fantástica es que nacen las grandes historias y supon-
go que si algo gusta, si se logra esa identificación es porque
los subconscientes son parecidos los unos a los otros. Vuelvo
a los parecidos, a la búsqueda de pares, a las afinidades, vuel-
vo entonces a la contraposición de la idea de individualismo,
unicidad, solipsismo.
Quiero decir: íntimamente nadie quiere estar solo y el
que se jacte de su magnífica soledad miente. Como miento yo
cuando relato, e incluso cuando digo la verdad. Se omiten de-
talles que no parecen tener importancia y son el caldo gordo
de los psicólogos. De detalles, de breves acontecimientos es
que estamos hechos. Y son molestos porque nos condicionan
a elegir un rumbo u otro.
Elegir es lo más arduo, por eso esperar que el destino,
o lo que sea, decida por nosotros, es lo mejor. Aunque, de to-
das maneras lo único que con seguridad sucede es el tiempo.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 125

Por otra parte, no existe sinónimo adecuado para la pa-


labra esperar, excepto vivir. Y ya sabemos que al final el lo-
gro, lo que se consigue es exactamente igual para todos. Más
tarde o más temprano, más doloroso o más liviano.
Mientras eso transcurre hay que intentar dejar algún
símbolo que represente que hubo instantes que valieron la
pena, mentiras incluidas.

Por último, la sensación de calor que da el yodo no se


acerca ni por asomo a la de una excitación sexual, pero es
algo.

Historia de la Filosofía

Encontrábanse Platón y sus hermanos Adimanto y


Glaucón en una soleada campiña de Sicilia bebiendo sendos
amargos serranos mientras miraban los efluvios que el Etna
expelía amenazando una pronta erupción, cuando irrumpió
Potone, la otra hermana que había estado desaparecida des-
de el día en que escuchó en Radio 10 que el cantante de Tan
Biónica le dedicaba una canción que decía:

Ella tiene un look, tiene un look.


Ella dibuja mi destino con rouge.

Platón reprendió a su hermana por su mala conducta y


díjole que habían sentídose por demás preocupados y que si no
volvía de inmediato a su casa la Maldición del Cocosilly (ho-
rrible monstruo hermafrodita y sebáceo, leyenda terrorífica
126 R o s a n a G u t i e rr e z

de Trenque Lauquen) recaería sobre sus almibarados ojos


diamantinos.
Potone, sin siquiera haber tenido la oportunidad de
explicar que en realidad su desaparición no se debía al influ-
jo causado por el luminoso e insoslayable amor del cantan-
te de Tan Biónica, sino que había sido secuestrada por “The
Others” quienes practicáronle extraños experimentos cien-
tíficos a su reciente preñez, tuvo que retirarse dócil y ape-
sadumbrada a recluirse a su gineceo personal, cosa que no
estaba realmente mal ya que éste había sido delicadamente
decorado por un bello y joven mancebo de Esparta y venía
equipado con horno de microondas, DirecTV, lavaplatos,
banda ancha, juegos interactivos provistos por una impor-
tante empresa local monopólica y un séquito de vana idola-
tría para ser usado según necesidad.
Al llegar al gineceo Potone recibió un SMS de Adimanto
que decía:

—Llgte ben?
—si —respondióle ella—, toyeelginec, voy eccharmsica
y dpues me bano.
—tamanana —contestóle él.

La canción que esa noche escuchó Potone decía:

Loca, me gustás así de loca, inestable y caprichosa,


mucho mejores que el vino son los besos de tu boca.

Esa noche Potone lloró tantas lágrimas que el gineceo


se convirtió en un baño público donde, años más tarde, Casio
y Bruto asesinarían a cuchilladas salvajes a Julio César. A
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 127

Platón, Adimanto y Glaucón los picó una vinchuca, un cai-


mán y un dengue, sucesivamente, y terminaron en la guardia
del Hospital Municipal de Siracusa (ex Casa Cuna).
En la sala de espera, Platón escribió “La República”,
libro que, muchos años después fue best seller y en la actuali-
dad puede encontrarse en la mesa de saldos de innumerables
librerías del mundo. Glaucón, luego del estrepitoso fracaso
editorial de uno de sus “Diálogos”, montó un laboratorio
de especialidades medicinales y se hizo multimillonario.
Adimanto se fue a combatir en la Batalla de Salamina y, se
dice, recibió varios cuetazos que, afortunadamente no lesio-
naron su Nokia 1100. “The Others” conquistaron el mundo
y cuando se cansaron del poder armaron una banda indie,
onda Pixies.

El tren rojo

— ¿Pero qué está por hacer, señorita? —dijo el inspec-


tor al ver a la mujer acercarse peligrosamente a las vías antes
de que el tren pasara raudo.

—Eh... nada, una pavadita, pensaba en matarme no-


más —respondió ella un poco avergonzada.

—¿No sabe usted acaso que está infligiendo la ley 18867


inciso 56 proclamada en el Concilio de Trenes de Trocha
Angosta, Mediana y Gruesa de la ciudad de Quindimil el 24
de febrero del corriente año?
128 R o s a n a G u t i e rr e z

—No, no sabía...
— ¿Acaso no lee usted los diarios, no escucha las
noticias?
—Es que últimamente he tenido algunos problemitas…
— ¡Pamplinas! Es usted una irresponsable —exclamó
exasperado, momentos antes de sacar de su maletín una car-
peta y proceder a la lectura del documento que decía:

Debido a trastornos, inconvenientes y demoras innecesa-


rias causados por aquellos suicidas que eligen arrojarse
a las vías del tren en horas pico, cuando el flujo de pasa-
jeros es más intenso y cada uno de ellos desea llegar lo
más pronto y cómodamente posible, sea a sus trabajos
respectivos, hogares y/o actividades varias, es que Metro
Ferrocarriles ha dispuesto un servicio especial que fun-
cionará todos los días de la semana entre las 3:00 y las
3:30 hs. AM, horario que según estudios realizados por
investigadores y científicos de renombre, indica ser el
de mayor índice de inmolaciones. Dicho servicio espe-
cial constará de dos rápidos que saldrán de la estación
Terminal con 15 minutos de diferencia.
Siguiendo con las políticas gubernamentales de proveer
a la comunidad de condiciones de vida dignas y medios
de transporte gratuitos, y tomando como ejemplo el éxito
del tren blanco, utilizado a diario por el 78,4% de la po-
blación, es que se han habilitado dos unidades de trenes
rojos especialmente equipadas para un suicidio seguro y
eficiente.
Los trenes marchan a una velocidad de 280 km/h.
Propulsados por electromagnetismo, constan de una par-
te frontal optimizada para lograr que la acumulación de
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 129

sangre, vísceras y huesos sea recolectada en el momento


de la colisión con el pobre infeliz, de modo de no alterar
el brillo y la limpieza de las vías. Los conductores del tren
rojo son profesionales excelentemente capacitados para
cumplir con su labor y están supervisados por un equipo
de psicólogos, bomberos voluntarios y miembros de nú-
mero de diversas academias.

El inspector ferroviario hace una pausa, se rasca la na-


riz, toma aire y continúa la lectura:

Por las razones anteriormente descriptas es que se soli-


cita a los señores suicidas utilizar los pasos a nivel y/o
andenes autorizados, organizarse por grupos de no más
de diez y ubicarse a una distancia de no menos de 10 me-
tros entre uno y otro, de modo de poder cumplimentar
las normas ISO de seguridad e higiene vigentes.
Se colocarán en cada andén confortables sillones para
que la espera se haga placentera y nuestras promotoras
pasarán convidando canapés y refrescos tropicales (en
verano) o masas secas y café (en invierno).

—La ley establece horarios determinados —prosiguió


él —. Usted la está contraviniendo y lamentablemente tendrá
que acompañarme a la Oficina de Multas de Diversa Índole,
Sector Suicidas Fuera de Término.
—Discúlpeme, por favor, le juro que esta es la primera
vez que intento suicidarme y no volveré a hacerlo fuera de la
ley.
130 R o s a n a G u t i e rr e z

—No estoy seguro, usted no me inspira confianza...


—dijo él.
— ¿Podemos arreglarlo de alguna manera? —dijo ella
ofreciéndole un billete de 10 pesos.
— ¿Es esto quizá un soborno? ¿Qué clase de suicida es
usted que, viviendo las últimas horas de su vida, saca a relu-
cir su egoísmo de esta manera? ¡Gente miserable! Es lo que
siempre digo. Con desequilibrados así no vamos a ninguna
parte.
— ¿Le parecen bien 60? Es todo lo que tengo. La ver-
dad es que salí sin pensar en esta contingencia.
—Pssstá bien, por esta vez se la dejo pasar, pero no
quiero volver a verla más por esta estación, excepto que sea
de 3:00 a 3:30 hs. AM, o que ya no desee quitarse la vida.
—No se preocupe. Esta noche vengo puntual. De todas
maneras me viene bien, ahora recuerdo que olvidé cerrar la
llave del gas.
—Vaya, vaya tranquila que todavía le quedan unas
horas. Deje todo arreglado como corresponde. A propósito,
¿hizo la carta?
— ¿Qué carta?
—La carta al juez.
—Me temo que no. Es que salí a las apuradas.
—Bueno, me redacta una bonita carta. Si quiere, allí
mismo, en la boletería le venderán diferentes tipos de cartas.
Usted podrá elegir la que más le guste: yo le recomiendo la
carta F59, papel reciclado, gramaje 20, A4, además le com-
bina con la blusa que lleva puesta y ¡es la preferida del Juez!.
—Pero… me quedé sin efectivo.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 131

—No se haga problema. Yo le presto —dijo el inspector


entregándole un billete de 5 pesos—. Diga que va de parte del
Inspector y le harán descuento. Esta noche me los devuelve.
—Muchas gracias —dijo la mujer emocionada por el
gesto—, funcionarios así son lo que le hace falta a este país.

—No agradezca. Es mi trabajo.

Línea bé

El andén repele todo lo que abandonado sobre mantas


raídas descuelgue sus arrugas, su vaho vino tinto tetrabrick.
Es así como funciona. La sangre nunca llega al río, tan solo
un prolijo uniformado extiende vallas, que si saltar pudiera
el hombre resignado en el paisaje de ratones condenados a
la escoria, se rejuntaría entre gente (que son cruces), toda
gente al final es una cruz.
Con una ramita ella escarba entre sus dientes los flecos
del sánguche macdonalds que fauces tiernas mordieron por
la tarde y dejaron en la mesa:

— ¡Te lo comés todo o no te traigo más! —había dicho


madre y por lasitud, acostumbrada guarda el juguetito en la
cartera y al crío en el auto, su ruta.

El tren es un gusano solapado, a metros podría salvar-


los a los dos, a todos, todas gentes (que son cruces). Uno a
uno si cayeran o cayesen en las vías un minuto, revolcados,
132 R o s a n a G u t i e rr e z

retorcidos fierros huesos, qué poquita cosa quedaría del


hambre si no hay nervio movimiento.

—No te acerques a la vía, me da vértigo —dice él y la


muchacha, sonrisa de ortodoncia muchos mangos, cree que
es amor y no es espanto. Ya será, ya será, será todo como es
uso, no existe emoción de gratis, el amor cotiza en bolsa y ya
sabés, no hay salvataje.

—Mirá esos putos, no les da vergüenza, qué asco, mirá


cómo se besan —dice un viejo a su vieja que camina siempre
atrás. Fantasmita punga ríe y tiene ojos vacíos, mete mano
en los bolsillos y carteras y se carga a cuanta gente billetera
(que son cruces) pululando.

El saxofonista que se cree Mulligan mira a los mendi-


gos con desprecio, pretende que merece una limosna que es
más “digna”. Misma cosa, élite de presuntuosos atorrantes.
Los artistas, que son gente, y son cruces.

Orgullosa, de nacimiento Jorge, de vida oficio Nataly


para quien mande chupar, sonríe con su culo vaginal y sus
tetas bardhal alta compresión.

—Es demasiado alta para ser real —dice un mocoso que


se muere de deseo pensando en el pedazo que esconde en
esas calzas. No los une el amor, los separa una pija que es
espanto: Freud y su Edipo, maricón irremediable.

—Asquerosos, no debieran dejarlos circular entre


la gente (que son cruces). Yo los metería a todos en la Isla
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 133

Quarrachina, que laburen, que así anda el país, questo está


cadadiá peor —dice la vieja que camina atrás—, sunaver-
güenza, faltaba más.

Apretados cual molusco en una lata, incontables las


raíces que perforan articulaciones y obligan a caminar con el
obstáculo marca pasos de la gente (que son cruces), cada uno
en sus asuntos, con sus cosas.

Y rubia hace mohines desde la pantalla que avisa la fre-


cuencia, cuatro minutos línea e, 7 minutos línea de y la nor-
malidad al palo con su falda blanca transparente y el vientito
que la sube, como nieve la sostiene de la brisa que se viene,
de la noche.

Todo acaba, cierran puertas, los pobres (que son gente,


que son cruces) se repliegan van a casa que es la calle a dor-
mir hasta mañana cuando se abran las tijeras nuevamente y
que corten, las gotitas no se noten. Se asume la miseria como
una dolencia crónica, sin remedio ni perdón.

—Parece que hoy no llueve —dice ella y le sonríe al


compañero.
134 R o s a n a G u t i e rr e z

Gandhi

A Inés Pereira.

Una vez conocido al librero de su vida y coincidido


ambos (el antedicho y la autora) en sentido de un humor
del tipo acidulado, original, sine cua non, sui generis, alco-
yana-alcoyana. Gracias a la eficaz mediación de otra autora
de gran significancia en la cultura literaria anque plástica y
fisicuántica; les contaba: realizados los acercamientos pre-
sentatorios pertinentes, como quién no quiere la cosa, como
que aquí no pasa nada –por haberlo prometido (al librero)
en garchimonio anteriormente hablando, años ha, a otra au-
tora divorciada, sufriente, condolida, no pega una, cercana
a los afectos de ambas (las autoras)–; es decir: con la culpa
galopante, el prurito moralista y la sana discreción en estos
casos. Decía, una vez la autora y el librero de su vida: mucho
gusto, es un placer, el saludo de rigor, el avistaje raudo, la to-
mografía veloz, sólo resta esperar que por generación espon-
tánea, simple jugarreta del azar, coincidencia o insistencia
de la autora (como tiene la costumbre), prontamente haga
el papel de chica lecto-culta, justo andaba por acá y ya que
estamos le pregunte (al librero) si tiene, por ejemplo alguno
de José Iván Pantoja, a lo que el librero de su vida, una vez
fijádose en la maquinita diga no, que no lo tiene. Entonces
ella, la autora, ni lerda (aunque perezosa) arremeta con un
¿te acordás de mí?, soy la autora del libro ese que está en la
mesita, nos presentó otra autora justamente ayer, a los (tan-
tos) días del mes en curso, 19:15 horas y él conteste un uh...
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 135

si, el libro, todavía no he leído pero siempre recomiendo a


cuanto cliente se me acerque. Entonces, la autora, para no
sentirse aún más miserable, desdeñada, facilonga, afectada
de un bajón de la presión tan de repente, enfile hacia la mesa
de saldos y se compre un libro cualesquiera, lo pague con
débito tarjeta y salga de la escena, vista en alto, punta en pie
para altitud y nunca más regrese por ahí.
Otra opción es que un día equis el librero se tropiece y
se caiga la pilita, al levantarla piense: este libro de algún lado
a mí me suena y aburrido, porque es fin de mes o porque todo
trabajo en esencia es un embole, se lo hojee por un rato y se
acuerde de la autora: la bajita de humor simpaticona, de los
pelos alta porra, uh... sí, le gusta (el libro), capaz que se lo lee.
Tutiplenes
(Bonustrack)
Tutilplenes cósmicos y populares

Somos culpables de este amor escandaloso

Vamos al super la nena y yo. Tenemos que cuidarnos.


Eso acordamos. Compramos yogures, queso y galletas de
aire.
Al pasar por la góndola de las leches la vemos ahí, como
llamándonos. Nos miramos –la nena y yo–, sólo un gesto es
suficiente. Mientras ella devuelve los yogures y galletas a su
sitio original, yo meto la Cindor en el changuito y voy en bus-
ca de vainillas.

Ritual ibuevanol

Esas bolsas negras repletas de objetos que aún no me


animo a erradicar, o clasificar, o esconder, o apartar, o aco-
modar, me dicen cada noche lo que soy. Y lo que soy no es
exactamente lo que quisiera ser. Sin embargo, cada noche las
bolsas me lo dicen, yo las escucho, me quedo mirándolas un
rato y después apago la luz.

Libro del Tao con colores para ciegos

Tengo mucho miedo de que se me note Carrefour.


140 R o s a n a G u t i e rr e z

Van Gogh

No va que cuando uno cree que ya nunca más va a


asombrarse por nada, se te aparece un girasol en la maceta y
un poco de ganas te da de recuperar la fe en la belleza, en el
amor, en los milagros del azar.

Glosario I

Pajero
1. f. Persona a la que no le gusta delegar.

Esto con Cristobal Colón no pasaba

No sé si es la brújula en sí misma o es el chip. Pero no


me anda. Se apaga, o en vez de marcar para allá, marca para
acá. Se confunde. Entonces, desnortada, no tengo ni puta
idea de a dónde ir, qué hacer.
Y los de atención al cliente hace rato que no me quieren
atender.

Me gustaría hacer un dibujito, tener una foto o algún


material gráfico para que se entienda bien lo tremenda
que es mi vida a veces

Esta mañana fui hasta Chacarita abrazando a un tipo.


No fue que yo quisiera en realidad abrazarlo sino que no tuve
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 141

otra opción. Todos viajamos tan apretados que cuando logra-


mos mantenernos en un punto fijo, allí nos quedamos.
Para intentar esquivar la puñalada que una señora que
estaba atrás quería darme con su cartera, tuve que agarrarme
de un cachito de pared. De esa manera mi brazo quedó atas-
cado por encima del hombro del tipo.
Cuando la gente empezó a bajar y pude separarme, no
supe si decirle que me perdone o preguntarle si me quería.

Cosas de minita

Pasé lo que duró la sesión escuchando a la depiladora


hablar sobre reyes, príncipes y familias reales.
Yo quería hacer algún comentario de vez en cuando
para que no pensara que no la estaba escuchando, pero real-
mente no sabía que decir, así que utilicé la técnica “uh, sí…”,
abrí las piernas, me relajé y acá estoy, como me ves, suave.
Como una princesa.

Niño condenado

Perro blanco no se resigna a que no le voy a dar alfajor.


Pone la cabeza sobre el escritorio y me mira con esos ojos.
Afortunadamente tengo un arsenal diabético en esta bolsa.

Los que no se resignan ganan.


142 R o s a n a G u t i e rr e z

Extraño viaje a Cincinnati

El domingo, cuando caminaba hacia la terminal de mi-


cros, me encontré un rollito de cebitas. No sabía que todavía
existían esas cosas. Me puse contenta.
Ahora sólo me falta encontrarme el revólver y estaré en
condiciones de salir a matar a los malos.

Cosas que pasan por tener ventana

Estoy abriendo una lata de garbanzos y escucho un so-


nido como de disparo. Mientras sigo con la lata fantaseo que
una bala perdida atraviesa el vidrio y justo pasa a un milíme-
tro de mi oreja y yo me quedo congelada el corazón me duele
del susto.
(¿Y cómo no voy a fantasear que me salvo si soy la
protagonista?).
Una desgracia con suerte, dijo el tipo que me cambió
el vidrio.

Querido diario: te escribo desde mi Toshiba

Tenemos varias pantallas de diferentes tamaños. Y


maquinitas.
Todas hacen básicamente lo mismo. Nos mantienen
entretenidos.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 143

No es que de golpe seamos felices. Es que hay más for-


mas de esconder olvidar la tristeza la frustración, llenar de
pequeñas frivolidades el vacío enorme que hay en las tripas.
(Igual el domingo en la cocina cuando estábamos in-
vestigando todo, me sentí parte de una película yanqui del
futuro. De hace 30 años).

El taparrabo de Edipo tiene el elástico flojo

Pagué 15 kopeks para perder el 28% de la GRASA


CORPORAL y otros 15 para aumentar el 15% de la MASA
MUSCULAR durante 1\2 hora.
Fui al BAR para que me vean.
Pero el BAR estaba CERRADO.
Volví a casa y ya era GORDA de nuevo.

El kelper que se hizo argentino


porque le gusta el fútbol

Uno de esos momentos en que estaba pensando y pen-


sando y más pensaba más me contracturaba. Debo ser horri-
ble yo cuando pienso, pensé. E inmediatamente dejé de pen-
sar. Dejé de pensar para la foto. El fotógrafo está bastante
bueno, pensé. E inmediatamente comencé a pensar en cosas
relacionadas y pensé y pensé y cuanto más pensaba más me
contracturaba y así…
144 R o s a n a G u t i e rr e z

Wesak

Yo entiendo que haya gente que pase mucho tiempo


delirando olas y así llegue a un estado de trascendencia de la
reputa madre.
Pero a mí, por favor les pido que me cierren ya mismo
todas las canillas.

Nunca sabremos si lo que creímos nieve


en realidad era caspa

Es como ver pasar barcos. Pero estás en una avenida


y lo más parecido a un océano es el sudor de la gente que se
empuja para recoger las estampitas que caen del cielo con la
foto de algún garca de turno.
Mientras tanto, en alguna habitación, hay un hologra-
ma encadenado a una cama. Se me ocurre que la cama debe
ser lo más parecido a un muelle.

¿Por qué será que lo que menos nos gusta se supone es lo que
necesitamos?

Eso me pregunto yo a las 01:47 a.m. (mientras como


cantidades descomunales de mix cereales, granola y otras
porquerías por el estilo que te hacen muy feliz aunque des-
pués te pases una semana a activia o pastillas de carbón). Lo
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 145

hago con el transcurrir del tiempo desenfocado, fuera de pla-


no. Y la pantalla es una masa gelatinosa que se mueve para
allá.
Pero también pienso en lo ambivalente, en la atracción
de las palabras, hacia las palabras, en todas sus formas y en
aquello no dicho, lo que queda apretado entre los saltos de
líneas.
Y además en que todo lo que creemos que amamos no
es más que una ilusión a la que agarrarnos cuando la soledad
se hace la loca y nos pincha agujitas homeopáticas en todos
los centros neurálgicos, adormeciéndolos.
Bueno, es que soy una persona que piensa en cosas va-
riopintas. No me jacto. Es bastante horrible padecerlo.

Florcita ajena

Como circulitos dorados que gravitan alrededor de las


paredes internas de la cabeza. Van monitoreando, controlan
que el alma no se aburra de tanta racionalidad. Cuando ven
un desperfecto del sistema lo arreglan y en el caso de que no
se pueda lo tapan, neutralizan, queda sellado como un con-
tainer radiactivo.
Así son los angelitos que están en mi cabeza ahora.

Librejo de viería

Ahora que la distatro de un mencia se acoliegó en los


pliemos de los cuerchos, se hizo estrepos, se perdió entre pa-
ladoras turbacabras, en canciejaviena como aerección, que
146 R o s a n a G u t i e rr e z

otra vez instamos. Ahora que mil mentas ensaricias las ca-
llaron más yerguas y mil lenteras coincidentes aplicaron sus
lomadas, sus salivas anheléticas, frenalantes, desabándo los
ojos que estabán de guardabienes. Y ahora, entonces ¿habrá
que parirle pendón a los dictados que te prescriptan, la risota
hipotenusa, el puré de zapollo de los orbitales a las susten-
torias, la mora loca garbada con claxos al rujo, el medio que
nos suegra, la clupa, la clupa de haber neceado vidrio, y se-
guir vidrio?
Yo praga. Siempre praga. Aunque no me dure el viento,
aunque el bollito sea franciscano. Grapo el prepucio y más
tarde lo cobro con la grima, con muñecas voladas, le juzgo
veintriciclos mongos al miserio. Mi jugo. Soy un cuero, el
mote disparante, la gaita que derriba las caritas de las uñas
que te queden de riganti.
Y ahora que ya no vimos extraños hambreales impe-
netriles y se abrojó peso a nostras gulas, que dimes y diretes,
rien de rien, celta y otras cremonas, ahora que estamos satis-
factos, ¿ahora qué?

Los budistas neuróticos

Estaban en su monasterio lo más panchos practicando


el Zen y aparecieron los Bauhaus. No sólo les remodelaron
el templo sino que además les hicieron escuchar su música.
Y a partir de ese momento no dejan de cantar “Bela Lugosi’s
Dead”. Como poseídos.
Tutiplenes neurolépticos

Me molesta mucho cuando


se entrometen las cosas reales

Sobre la mesa de lo que fue un banquete quedaron ves-


tigios de vida reptiliana. Todos los adictos a la scandinavia
tenemos una extraña fascinación por protomundos parale-
los. En el caso del que nos ocupa hay varios vasos de ferné
con coca cola. Algunos de ellos están llenos en más de un
50%. Ninguno está completamente vacío. Podría hablarse de
un panorama optimista de la cosa.

De cuando llorábamos por las esquinas

La señora de la limpieza dejó una nota avisando que


no viene porque la noche anterior intentaron violarla. Mi pe-
queño Pony no se hace cargo, una delicada niña dorada viene
con su peine diminuto y el animal huye.

Muy tarde para aprender chino mandarín

Los filtros UVA/UVB pueden prevenir arrugas y man-


chas en la piel. Debajo lo mismo todo va pudriéndose o re-
secándose. La perfecta apariencia externa de una manzana
148 R o s a n a G u t i e rr e z

no siempre es óbice de ausencia de gusanos. Ser buena gente


tampoco es significativo en el mundo real.

Redemption song

Al tipo se le incendió el rancho mientras fumaba una


lemmon skunk y su bebé dormía junto a su madre en la cama
matrimonial. Como no había acompañado con birra pudo
rescatarse y salvó a su familia y a su moby dick con dos meses
de flora. Sus amigos lo ayudaron en la reconstrucción. Muy
emocionado agradeció por Facebook y de paso mangó flores,
semillas y esquejes.

Cuento con sexo explícito y chupetines

Sabíamos que tarde o temprano se desataría una tor-


menta de aquellas donde vuelan chapas, chopos y chupa-
chips. Por eso buscamos un refugio que en principio nos
pareció seguro y acogedor. Dejamos los petates, el termo y
el pan con nueces e iniciamos la expedición por entre la ex-
tensa tubería buscando el sitio que nos fuera más cómodo
para afincarnos. Cuando lo encontramos la tormenta había
cesado pero eso no lo sabíamos. Desde allí el único ruido que
se escuchaba era el de varios ringtones simultáneos. Nos ten-
dimos en el suelo dispuestos al descanso y la contemplación
del universo. Una cosa trajo a la otra y nuestros pseudópo-
dos se entrelazaron en clara señal de circunloquio sexual. El
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 149

escarceo fue intenso, humedecidas las partes, aceleradas las


respiraciones, sólo faltaba ligar aditamentos.
En eso estábamos cuando nos dimos cuenta: los pre-
servalácticos habían quedado en la samsonite, a unos 20 km
de distancia. Era desandar camino o arriesgarnos. Todo o
nada, en cualquier caso, el peligro era lo seguro. La luz de la
lámpara que nos alumbraba se iba extinguiendo conforme
pasaba el tiempo de pensarlo y asimismo la pasión de los mi-
nutos anteriores.
Entonces supimos que había llegado la hora de hacer
noninoni y soñar con angelitos.

Instituto de Psiconáutica de Villa Dálmine

Una tarde cerca de un río con alguien que la quiera lo


suficiente como para poder contener el peso de la cantidad
inconmensurable de lágrimas que tiene apretadas en los
pulmones. Alguien que las junte y después las mezcle con el
agua dulce y todo, todo sea dulce —piensa ella e ipso facto se
zampa un chocolate con maní de 100 gs.

Glosario II

Depiladora.
1.f. Persona que sabe con qué frecuencia cojés.
150 R o s a n a G u t i e rr e z

A la eternidad se la dibuja con forma de chimenea

Hay una zona de vuelo lento donde es estrictamente


obligatorio ponerse a planear en silencio con uno sin interac-
ción alguna con pájaros personas u otros insectos.

Poema experimental de la concha de tu hermana

Golpea, ay qué ruido hace la obsesión


rebota rabiosa devora la calma
explotan las ansias disparan y apuntan y…
¡Fuego!
Vienen los bomberos la sirena aúlla.
No van a entrar, putos. A mi fuego me lo apago
yomisma.
Golpea, ay que ruido hace la puerta
en el puño del bombero enorme
explotan las ansias disparan y apuntan y…
Le abro y me dice:
es muy posible que haya ahora diseminadas por el
mundo enormes cantidades de objetos punzantes y también
montones de venas ávidas de emanaciones sanguíneas hacia
fuera, hacia el no universo.
Lo miro y le digo:
escribir con sal
algo gracioso
en la herida
ayuda mucho
a cicatrizarla.
Golpea, ay qué ruido hace el aire
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 151

cuando estallan lamparitas de colores


explotan las ansias disparan y apuntan y…
¡Fuego!
Nos enamoramos
–claroquesí–.
Hasta el hartazgo.

Semana de la dulzura

El foco de atención dividido en muchos pedacitos di-


ferentes (estás parado en un punto cualquiera, detenido, sin
saber a dónde ir) que crecen, se dispersan, mueren (estás re-
llenando cubanitos con dulce de leche de frasco de vidrio) se
olvidan.
Todos los pedacitos.

(Algunos cubanitos son más complicados que otros. el


dulce de leche se llama Campo Quijano y es de Salta pero lo
compré en el chino a dos x 30 pé. Tendría que elegir los cu-
banitos que me resulten menos cansados pero me empeño en
los que no se dejan rellenar).

Hay foco nuevo.

Narcolepsia y cataplejia se fueron al río

Deformación de la realidad pronunciada. Gato curvilí-


neo. Perro marsupial. Uno de esos atardeceres que dan ganas
de irse con él.
152 R o s a n a G u t i e rr e z

Todo esto sucede desde ayer. La idea de tiempo se va a


adaptando. Para conformarnos.
Lo alto que está el san pedro no se puede creer.

Esclava del té rojo

En el baño de discapacitados se cuecen soretes extra-


terrestres. Tienen forma de pólipos sebáceos perfectamente
constituidos. La portera del complejo se queja porque siem-
pre se roban el papel higiénico y dice que los tullidos y los
psicólogos jamás dejan propina.

Salchichones austríacos

El día que ahorcamos los relojes –recuerdo–, estaba la


tierra recién húmeda por unas pocas gotas locas que habían
caído al amanecer.
En realidad no lo sabemos con certeza. Podrían haber
caído en otro momento, como dije: los relojes habían muerto.
Los asesinamos con nuestras piernas acopladas. Hipócrita
sería decir que no sabíamos que entre ellas el tiempo seguía
su marcha. Lo sabíamos perfectamente y la idea de ahorcarlo
no fue de ninguno de los dos, fue de las piernas que, por un
momento, se fusionaron como plata y mercurio y no dejaron
grieta por la que horas, minutos, segundos pudieran escapar.
A partir de entonces comenzó la eternidad y como ya no hay
más relojes desconocemos si esto es la vida o qué cosa es.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 153

Yo de fruta pecaminosa te elijo el arándano

Ya sabemos que es la hora, el momento, la cúspide


halógena de la cuestión excitante, llamativa, estimuladora y
todas esas cosas que más vale ni te explico porque entonces
habría que escribir y lo importante es publicar. Ya lo dicen
los émulos de O.L., aunque no hayan publicado un catzo y se
dediquen a tejer conjeturas. De diferentes modelos.
Unas verdes, otras celestes, unas macramé, otras pun-
to arroz. Conjeturas ralladas, con rombos, arabescos o dise-
ños popcorn.
No se trata de tejer sino de tamizar.
Sólo eso es lo que pido.

Será que tan salado el mar


es luego de que ella se ha bañado en él

La mujer de Lot se ganó el Loto y con el dinero se com-


pró una procesadora de alimentos. Su marido se queja, dice:
“esto está soso”, y señala el arroz con alcahuciles.

Tengo un amigo que es del PO

Hasta el gran prócer Ernesto


habrá sido juzgado
por su mujer o su amante
como un hijo de puta
cada una de las veces
que se iba de batalla.
154 R o s a n a G u t i e rr e z

Alquimia de gente que vivía en Plutón

Se machaca bien con un mortero (o una minipimer, en


su defecto) los elementos fantásticos de los primeros días de
un romance de esos, la ansiedad, la emoción, la sorpresa, el
miedo, la duda, la excitación, la ilusión, la nabidad, todos,
absolutamente todos los chasquibunes que suceden.
Se mezcla todo con ½ litro de alcohol.
Se deja reposar el preparado en un frasco de vidrio en
sitio oscuro y ventilado.
Se cuela y se vierte el líquido en un plato hasta que el
alcohol se evapore.

Nos queda así una tintura o concentrado de felicidad


que más vale guardes bien para esos días en que no hay.

¿En qué estás pensando?

En lo lindo que tengo el pelo. En un actor parecido a


tres actores argentinos diferentes. En documentales de dino-
saurios. En abrir y cerrar. En un abrir y cerrar. En un abrir
y cerrar de ojos. En loops. En Moebius. En Moerbius: había
un personaje en alguna de las cuatro películas sin final que
se llamaba así. En loops. En un cierre con dinosaurios. En
cerrar los ojos. En abrir los ojos. En dinosaurios otra vez. En
lo que se repite infinitamente. En que me olvidé de anotar el
nombre del shampú.
Tutiplenes semi trogloditas

Japiverdi

Se omitirán detalles de importancia, por ejemplo el


nombre del destinatario de esta postal onomástica. Se pres-
cindirá de tangos, arrabales, fondas y navajas. Se dará por
sentado lo que sólo él y yo supimos, las señas, esos gestos
que nos hacían especiales. Se sobreentenderán ciertas pala-
bras que figuran en cualquier diccionario. No se hablará de
amor, de distancia ni de olvido. Tampoco se podrá leer entre
líneas ni se expresarán conceptos asociados ya que todo lo
real perteneció al mundo de lo efímero: ese zorro oscuro, es-
curridizo. Se intentará rendir un homenaje, a vuelapluma, se
dibujará un plano que no lleve a ningún lado. Se desanudará
el pañuelo, se esconderán las ganas, se apretujarán entre las
letras de esta tarjetita humilde que quiero regalarle hoy, que
ya pasaron tantos cumpleaños, tanto marzo, tantos muertos,
que, shhhhhhhh… silencio, mejor no despertarlos.

Matte Kudasai

Sentís algo en la parte alta del estómago, como cuándo


ves a un muchacho que te gusta mucho, mucho, mucho.
156 R o s a n a G u t i e rr e z

Se solicita la presencia

Necesito con urgencia Ariel líquido. Si no hay líquido,


que sea nomás Ariel. Si no hay Ariel, puede ser un Claudio, un
Alberto, un Juan, un Alejandro, un Santiago, un Wenseslao,
que me ayude a lavar ropa o me invite a tomar un heladito.

Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón

El 80% de mi vida transcurre entre una depilación y


la siguiente. El 20% restante en sacarme la cera de las uñas.

Vos sí, vos no, vos no, vos sí, vos no…

El sistema operativo de los hombres, en general es de-


masiado Microsoft.

Pensando en usted y para resguardar


su seguridad y la de su familia

Cabe aclarar que en algunas ocasiones no hablamos de


hombres sino de fenómenos naturales relacionados a ellos.
Aquí la importancia de nuestras disquisiciones radica en otra
cosa. Saber distinguir las diferencias es lo que importa, sin
embargo, tampoco es para tanto cuando todo forzosamente
terminará en un incendio forestal, un terremoto, una lluvia
ácida, un tornado, un huracán o una inundación
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 157

Glosario III

Amigo.
1.m. Dícese de aquel que aún te quiere en épocas en las
que no hay flores.

Observe la posición correcta para encender

Se trata del intento por conseguir la masa y volumen


necesarios (apropiados) como para, tan contentos ir por la
vida sin plantearnos preguntas por demás insignificantes o
poco útiles a la cosa común, este gran evento comunitario
que es la existencia. Es decir, desmaquillarse, quitar los acce-
sorios y dejar el cuerpo libre de lunares, expuesto como una
vaca de San Antonio que –seguro– te traerá un novio.

Sanguchito

La gente cada vez tiene menos contacto físico.


Eso opinaba yo antes de viajar en el San Martín a las 7
de la mañana.

Desambiguación del asunto

Como si después de quedarnos durante un rato viendo


los créditos de una película perturbadora que nos mantuvo
en tensión durante mucho tiempo, comprobáramos que lo
que creímos un final abierto, cerraba perfectamente, así es-
taba bien.
158 R o s a n a G u t i e rr e z

Excel

Abrir una hoja y dividir por campos: _NOMBRE _LO


QUE FUE _LO QUE QUEDÓ.
Completar dichos campos con los datos correctos.
Comparar si hay algún campo que diga algo distinto,
exceptuando el campo_NOMBRE.
Asignar un “$var_num ‘x’”. No olvides que las filas
no son ilimitadas, hay que elegir un número razonable y los
nombres más significativos.
En caso de que alguno de los campos difiera del resto,
de inmediato se debe seleccionar y hacer el copipaste en una
hoja nueva.
Con una sola fila.

¡Todos al suelo!

Me dijo, ¿vamos a cojer entre las plantas? Y yo le con-


testé, ni en pedo.
Y me acordé del bosquecito de El Tigre y las ramas, ho-
jas, piedritas en la espalda, de una playa de Gessel, de las bal-
dosas frías de una cocina de San Miguel, del parquet oscuro
de “La salita” de Corrientes, de la alfombra azul de la oficina
de Senillosa, y pensé que entonces era joven y me divertía
mucho.
Y entonces le dije, bueno, vamos.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 159

Tres

1. No me gustan las mediatintas, sin embargo son como


nubes y yo vivo inmersa en ellas.
2. Con demasiados sin embargo y muchos a pesar de,
es como voy escribiendo este estúpido relato que es mi vida.
3. Me fijo en hombres que son como prendas de un out-
let. Vienen fallados.

Mantener fuera del alcance de los niños


y en un lugar seco

Tenías demasiados satélites girando caprichosos alre-


dedor de tu eje. Y lo mío era girar sobre mí misma, marearme
y trasnochar los días bailando para que me veas. No pudiste
hacerlo, tenías demasiados satélites interfiriendo mi danza.

Matte Kudasai (alternative version)

Y acá hace ya diez años que te casaste con el muchacho


ese que te gustaba mucho, mucho, mucho y lo que sentís en
el estómago es nada más que hastío.

Souvenires

Desde la terraza agitaba las ramas del árbol y a vos te


caían montones de helicópteros en el pelo. Te reías y hacías
muecas graciosas. Yo corría hasta el portero eléctrico y el
160 R o s a n a G u t i e rr e z

corazón se me salía del cuerpo y recorría todo el olor a galle-


titas durante los minutos que tardabas en subir la escalera.
Después ibas al kiosco a comprar cervezas, cigarrillos y
desde la ventana te veía cruzar la calle perderte en la esquina.
Los helicópteros ya dormían.

Breve aproximación al mundo de Lewis Carrol

Una hilera de hormigas. Eso veía en la pared y se lo


dije. Él me acariciaba, creo. Y se reía. Yo lo escuchaba reír.
Sentía sus manos recorriéndome suaves. Me pregunté de
dónde habrían salido, hacia dónde irían y se lo dije. Entonces
se incorporó.
“Linda espalda”, pensé.
Con la toalla, en pocos segundos dio cuenta de la fila
entera. “Ya está. Nada de qué preocuparse. ¿Por qué no te
relajás un poco, linda?”, me dijo.
Me recosté sobre su hombro y cerré los ojos. Ni por un
solo momento dejé de ver a las hormigas, de preguntarme
qué hacían ahí.
Pero esta vez no se lo dije.
Su impiadosa toalla podía matar mis pensamientos.

En mi fondo de escritorio

Déjenme volver, prometo ser bueno, dice el pastor y las


ovejas se le cagan de risa. Hay dos orillas opuestas y un bote
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 161

que está averiado. Él está cerca, podría subir y navegar hacia


el otro lado. Pero no puede, no sabe, no quiere repararlo.
Ayúdenme a cruzar, prometo ser bueno, dice el pastor,
convencido de que el lobo acecha detrás de las montañas.
Para el regreso es necesario arreglar el bote. Pero el pastor
no puede, no sabe, no quiere repararlo.
Prefiere esconderse del lobo y escuchar las risas es-
truendosas de las ovejas que en la orilla opuesta están acos-
tumbradas a que ya nadie las cuide.

Sólo un buen gesto

Venimos jugando al “a ver quién de los dos está más


desinteresado”. Esta vez parece la partida queda en tablas.
Mi fantasía con él es que un rato antes de que muera
horriblemente me diga “vos siempre tuviste la razón y yo fui
un pelotudo. Perdoname”.

Mercadolibre miente

Al fin había llegado el dildo que encargué. Me puse


contenta hasta que abrí la caja (exageradamente grande) y vi
con horror que el aparatito venía incorporado a un hombre.
¡Ni una sola llave allen traía! Tampoco manual de
instrucciones. Intenté desatornillarlo con un phillips pero el
hombre gritaba como un loco. Y no se quedaba quieto.
No hubo forma de separar la pieza del soporte.
Y yo a los hombres no los soporto.
Así que lo devolví.
162 R o s a n a G u t i e rr e z

Eureka psicoanalítica

Y les dan una de felicidad y otra de dolor y un manual


de uso. Sucede que algunos no saben leer, otros son descui-
dados y pierden el manual en el camino, otros no entienden
el idioma, otros creen que no lo necesitan, y es por eso que,
finalmente, casi todos sufren como boludos.
¿Qué clase de boludo serías vos?

Final de tango

… Y de tanto actuar en consecuencia


a uno se le olvida la verdad.

(Fin del final del tango).


Tutiplenes para niños
que juegan con envidiable alegría

Años de soledad

Todas las mercerías que conozco están atendidas por


señoras ancianas dulces que han pasado los 80 hace rato.
Todas ellas (las viejas) son simpáticas, lúcidas; todas
saben dar buenos consejos:
Para que no se infecte “el arito” ponele brillo para uñas.
Si no podés comprarte un saco nuevo, cambiale los botones,
vas a ver como cambia. Te queda otro saco.
Son antiguas (las mercerías), hace años que no repo-
nen mercadería ni actualizan los precios. Supongo que las
viejas lúcidas le encuentran más que un sentido comercial, el
sentido de la diversión.
Como las nenas, cuando juegan al almacén.
De vieja quisiera tener una mercería que atender.

Retopregunticas

¿Es estrictamente necesario tener una postura política


en la vida?
¿Cuándo el río suena, quién gana, el pescador o la
compañía discográfica?
164 R o s a n a G u t i e rr e z

¿Podría ser que además de estar regidos por los astros


y los boys, nos dejen ser personas maravillosas aunque sea
cada tanto?
¿Cuánto tiempo tarda en curarse una herida del ego?
¿No era que todo es empezar?
Estando la vaca atada ¿el ternero no se va?

Involución

Pero vamos, que esta vida es contra natura.


Que en verano, si nos despertábamos a las cinco de la
mañana era para irnos de vacaciones, no para ir a laburar.
(No soñamos con el mar, soñamos con jubilarnos, so-
ñamos con elegantes anillos de cianuro).

Restos de ADN en el dildo de Walter

Una araña cazó un caracol y muy contenta lo llevó a


su nido y lo separó en partes: la carne para la cena, la baba
para la piel, la carcasa para bañera, la cacona como prueba.
Porque nunca se sabe.

Glosario IV

Fidelidad:
(Del lat. fidelĭtas, ātis).
1. f. Dícese de lo que sucede naturalmente entre dos
personas cuando se aman.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 165

Alisado definitivo Chomsky

Cuando alguien dice «yo hago lo que me sale del culo»,


lo que se quiere decir es «hago lo que quiero», pero literal-
mente traducido sería «yo hago cagadas». Así que le pido a
los lingüistas que me arreglen urgentemente este problema
de incoherencia conceptual.

Social network

Quiero ser jipi. Despertarme un día en una casita con


un bosque y ser artesana y cocinar mermeladas y licores y
tener mi huerta y escuchar regui. Pero también quiero una
notebook y conexión a internet para contarle al mundo de
todo lo jipi feliz que soy.

Artistas

Una vez conocí a un músico que se enojaba porque iba


poca gente a verlo y maltrataba a los pocos que estábamos
ahí.
Una vez conocí a un pintor que vendió el único cua-
dro de su vida a 500 mangos y al cuadro, nunca fueron a
buscarlo.
Una vez conocí a un escritor con un ego y una pija enor-
mes. En este caso, ego y pija eran una unidad, prácticamente
la misma cosa. Enorme.
Una vez conocí a un actor que se enamoró de mí y yo de
él. Nos casamos y tuvimos dos hijos.
166 R o s a n a G u t i e rr e z

Una vez conocí a un vendedor de tren que tenía un


speech variado e ingenioso. Irresistible. Así fue como me lle-
né de lápices, gomas y sacapuntas y empecé a regalarlos a
mis amigos.

El bolsón de Huggies

Todas las cosas que se pierden las tiene en un bolso dios y to-
das estas estrellas amarillas están para una sola función. Y
nadie se escribe el destino y todas las cosas que conozco se pa-
recen al cielo
(Luis Alberto Spinetta)

Al final no sé para que se matan buscando el genoma


humano o la partícula divina si después vienen los papas,
obispos y sacerdotes en general con opus dei y asociaciones
de este tenor graso y, así como un día nos sacaron el limbo y
después el purgatorio, no van que nos saquen el paraíso.
Y ahí te quiero ver.

¡Juira bicho!

Cuadros de una exposición de Mussorgsky tiene tantos


pajaritos que dan ganas de agarrar una escopeta y cagarlos a
balazos.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 167

Wikipedia en texto plano

Da para entender cosas que ni Empédocles, ni Sartre,


ni Cerati pudieron dilucidar en su momento histórico y en
su entorno socio-político como, por ejemplo, diversos tips
existenciales:

— ¿Es cierto que los hongos se aburren? ¿Y por qué?


¿Podrá hacerse algo para diversión de los hongos? ¿Qué
creéis vosotros? ¿Hongo X Hongo? ¿Eh?
El slogan reza: “un pie eficient es un pie feliz” pero
¿cómo expresa un pie su felicidad? ¿Por el olor? ¿Por la tex-
tura? ¿Por su férrea esperanza en post de un futuro de paz e
in love? ¿Por la cantidad de caca de gallina que se acumule
entre los dedos o no?

Dentro del contexto hipertextual, cuando éramos chi-


quitos, con mis hermanos jugábamos al pie con pie. Yo estoy
convencida que no puede haber sensatez en persona alguna
que de chiquita no haya jugado al pie con pie.*

Tal vez hayamos resuelto la disyuntiva (¿disyuntor o


llave térmica?) de la felicidad del pie, ¿verdad?
Pero no así la del hongo, ¿no creéis?

Libros sapienciales

Había una vez un enano dueño de un canal de televi-


sión. Era un enano muy rico y poderoso pero su sueño era
trabajar en un circo, dejarse abofetear por payasos, ser el
168 R o s a n a G u t i e rr e z

centro de las burlas de los niños, dormir en un carromato


junto a la mujer barbuda y el hombre elefante y llevar una
vida miserable..
El enano jamás pasó ningún casting, en ningún circo
querían contratarlo argumentando que los test psicológicos
revelaban una personalidad con connotaciones de liderazgo
y carisma alfonsinezco.
El enano se cansó, vendió el canal de televisión y se
compró una carpa inmensa donde montar su circo.
La noche del debut, Sarrasani acaparó todo el público,
la noche siguiente fue Balá, y las posteriores el estreno de
Matrix Revival.
Desolado, el enano metió todo en una Traffic y se fue
a veranear a Mar de las Pampas. Como la carpa era inmensa
comenzó a subalquilarla y rápidamente se llenó de hippies,
artesanos, familias numerosas y homeless costeros.
Hoy el enano tiene un circo donde la entrada la pagan
los propios artistas.
Nadie se ríe del enano.

Agnóstico por mano propia

Suponte que quedas atrapado en medio de una mani-


festación de taxistas, o dentro de un libro de Laiseca o cual-
quier otra contingencia similar. A esto súmale que no tienes
monedas, que has olvidado el iPod en la cajuela. Este tipo de
situaciones son las que dios nos presenta para ponernos a
prueba. Y ni siquiera puedes llamar a Movistar para quejarte
porque no hay señal.
CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 169

Aforrismo de diseño

La juventud termina cuando en las fotos, el sepia deja


de ser retro y se convierte en imprescindible.

La importancia de la cosa física


(Obra de teatro de diez minutos de duración)

Milena se mira en el espejo y con cara de enojo se aprie-


ta un barrito de la nariz.
Entra Albert al baño
—Permiso, me estoy meando… ¿puedo? —dice Albert
señalando el inodoro.
—Y bueno, si no hay más remedio...
Milena sigue con su limpieza de cutis. Las espaldas
de ambos se enfrentan. Albert apunta y el chorrito dibuja
átomos.
—Leeremos a Maxwell y pensaremos en la teoría elec-
tromagnética de la luz —dice Albert advirtiendo que su mujer
se encuentra un tanto aburrida y con el fin de ofrecerle una
sana diversión.
—Sí, pero mañana, en un rato empieza el progra-
ma de Tinelli —responde ella mientras se coloca la loción
astringente.

Descripción general del asunto

Te enseñan que hay que ser bueno, no te dicen que los


buenos son las víctimas.
170 R o s a n a G u t i e rr e z

Por ejemplo:
El héroe, una vez vencido a los malos llega a su casa y
tiene que aguantar a su mujer que le recrimina cosas: “que
dónde andabas que mirá la facha que tenés que por qué no
contestabas el teléfono que si pagaste la boleta de la luz o
COMO SIEMPRE te olvidaste”.
En cambio, el villano una vez realizado el mal, se en-
cuentra con alguna de sus amantes, se toma la mejor droga
y come los más deliciosos manjares y cuando llega a casa su
mujer lo espera ansiosa por que le firme un par de cheques y
todos tan contentos.  

Test de los colores de Lüscher

Es fascinante ver cómo las orquídeas envuelven con


sus raíces el tronco y se alimentan de él para luego florecer
maravillas exóticas y sensuales.
Una vez me pasó algo así: yo era el tronco que se rese-
caba y él una orquídea que nunca dio flores.

La insatisfecha

Cuando tomó la primera teta se quedó con hambre y


lloró como una marrana.
Las primeras palabras que aprendió no fueron “papá”
o “mamá”, fueron “no alcanza”.
Y pasó toda su vida esperando más, hasta que palmó.

Su epitafio dice: ¿Esto fue todo?


CACERÍA DE GUANACOS Y OTROS DEPORTES DE RIESGO 171

Eterna en mi tenaz ansiedad

Ignoro la luz roja y el ayer es una avenida donde mue-


ren cisnes y narcóticos.
El futuro es una lotería donde imbécil gasto esperan-
zas, luces verdes.
El presente brilla amarillo y es tan breve que me deten-
go en la indecisión.
Un paso más y ya es pasado.

Rara vez esta vida tiene sentido, amor

El vendedor dijo que a este lápiz (el que estoy usan-


do ahora mientras garabateo la hoja y escucho una voz
que no es la que quiero escuchar) podés tirarlo des-
de un piso veinte, que la punta permanecerá inalterable.
Pierdo el hilo y me sumerjo en las líneas firuletes, escribo un
nombre sin darme cuenta (—¡Hola!, ¿estás ahí?, me pregunta
esa voz y aterrizo en Planeta Tierra y su cháchara insustancial).
Al lápiz, una vez escrito el nombre, se le rompió la punta.
Pienso: “esto es lo real”, saludo, un corte y una quebrada.
Vuelvo al Planeta que se esconde detrás del almanaque, el
lápiz aquí no necesita punta y mis dibujos son maravillosos.
Nadie tiene nombre.
172 R o s a n a G u t i e rr e z

Rilke

La tierra un estofado de preguntas que abren uno y


otro círculo de los cuales no se saldrá, a menos que compren-
das que sólo hay uno, que no es necesario revolver el fondo
de olla ni agregar pimientas, que a veces, la hebra más fina,
menos reconocible (que sin embargo siempre estuvo ahí, evi-
dente) es la salida. Y que el resto es emergencia.  

Literal

Todavía abrigo esperanzas, les pongo mantitas, les


prendo la estufa, les hago sopitas calientes.

Helvética Neue

Y tantas veces fui al cántaro que al final se me rompió


la fuente.
ÍNDICE

A modo de advertencia................................................................7

CACERÍA DE GUANACOS.............................................................13

Otros deportes de riesgo...........................................................89


Prelude: Song of the gulls...................................................91
Nos falta sangre..................................................................93
Going to California...............................................................95
Borges adelgazado............................................................103
Teoría del tiempo espongiforme........................................103
Subtenmetrocleta..............................................................106
Love will tear us apart.......................................................107
Yo, Claudia.........................................................................108
Viernes Verne.....................................................................109
En el patio..........................................................................112
Mis recuerdos de Solferine................................................113
Yodo...................................................................................115
Historia de la Filosofía.......................................................125
El tren rojo.........................................................................127
Línea bé.............................................................................131
Gandhi...............................................................................134

Tutiplenes (Bonustrack)...........................................................137
Tutilplenes cósmicos y populares.....................................139
Tutiplenes neurolépticos...................................................147
Tutiplenes semi trogloditas...............................................155
Tutiplenes para niños que juegan con
envidiable alegría..............................................................163

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