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“Los vascos de mi generación hemos vivido una niñez y una adolescencia
inmersas en el culto clandestino a la memoria del fundador, de Sabin (...) Era
un culto visual: un culto al visus, al rostro”
- Jon Juaristi, El bucle melancólico
“El mundo del nacionalismo vasco ha arrancado de esa idea de que somos
distintos y somos superiores. Para Sabino Arana, el maqueto era un señor
moreno y bajo, lujurioso, irreligioso; en cambio, el vasco era guapo, alto,
noble, casto, etc. Pero, ¿quién puede creer eso? Hay que tener una cabeza un
poco especial”
- Julio Caro Baroja
1. INTRODUCCIÓN GENERAL 5
2. ANTECEDENTES HISTÓRICOS 10
2.1. La Vasconia antigua y medieval 9
2.2. Vasconia en la Edad Moderna. Los fueros 16
2.3. Vasconia en la Edad Contemporánea. Las guerras carlistas. La
polémica de los fueros 24
BIBLIOGRAFÍA 125
1. INTRODUCCIÓN GENERAL
En el siglo XIX existen dos concepciones sobre la nación: la francesa y la
alemana. La primera nace con la Revolución Francesa en 1789, con el
precedente de la Independencia de los Estados Unidos; es de carácter liberal,
identifica a la nación con el pueblo, el conjunto de ciudadanos, defiende que la
voluntad popular es necesaria para que exista y se extiende por Europa con la
invasión napoleónica y las posteriores revoluciones liberales de 1820, 1830 y
1848. La segunda nace con el romanticismo alemán, es de carácter
tradicionalista, identifica la nación con una esencia intemporal que está por
encima de la ciudadanía; se basa en la raza, la lengua, la historia o el “espíritu
del pueblo” (Volkgeist), y se encuentra al margen de la voluntad popular.
Como veremos en el presente ensayo, Sabino Arana se aparta de la tradición
francesa y se aproxima a la alemana -a pesar de no haber leído a Herder y
Fichte- debido a su antiliberalismo y tradicionalismo. Su idea de nación es
romántica, aunque se trate de un romanticismo muy tardío, décadas después de
que tenga lugar el alemán.
Dentro de las tres generaciones en que suelen dividirse los nacionalismos, el
que defenderá Arana pertenece a la tercera, la propia de los nacionalismos
centrífugos, los característicos de grupos étnicos o culturales que reivindican
su independencia respecto de ciertos estados, sin llegar a conseguirla, y que
actualmente son los más dinámicos política y socialmente. Se trata de la
llamada “cuestión de las nacionalidades”, o no correspondencia entre las
fronteras estatales y los grupos nacionales, que, según Keating:
Ha constituido una característica recurrente de la política europea desde la consolidación de
los estados en el siglo XIX. Dicha falta de correspondencia puede surgir a causa de un
nacionalismo unificador de territorios fragmentados; del irredentismo cuando una minoría se
encuentra separada de su patria transfronteriza; de la existencia de una minoría a caballo de
dos estados que no son su territorio original; o de la presencia de una nación dentro de un
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estado más amplio .
Para Sabino Arana, la nación no es una creación histórica, sino una esencia
metafísica, eterna e inmutable, “que data de la noche de los tiempos, pues es
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una creación de la Providencia divina” . Su concepción es 1) esencialista, y la
esencia de la nación vasca es la raza; 2) providencialista, ya que, según él,
Vizcaya fue creada por Dios; 3) tradicionalista, puesto que añora lo bueno de
la tradición, que identifica con las leyes antiguas de Vasconia, los fueros, por
cuya restauración luchará, como veremos; 4) integrista, porque uno de los
pilares es la religión católica, y el objetivo último de su nacionalismo es la
salvación celestial de su pueblo. Como bien dice De la Granja, su esencialismo
no le impide formular una doctrina historicista, dado que recurre a la historia
para probar la existencia inmemorial de su nación, aunque habría que decir
más bien que recurre a la leyenda, ya que siempre maneja datos no
demostrados, mitos en lugar de hechos históricos.
Uno de los elementos básicos de los estados-nación durante el siglo XIX es el
hecho de contar con una historia nacional, elaborada por una historiografía
nacionalista en cada país. La nación y la historia se complementan, y sus
vínculos serán muy estrechos. De esto se deriva la importancia que han tenido
los historiadores en el despertar de la conciencia nacional en diversos pueblos.
Dado que las naciones y los nacionalismos son una novedad en el siglo XIX,
necesitan dotarse de una antigüedad que les conceda legitimidad política, y
para ese fin recurren a la historia, en algunos casos con fundamentos
auténticos, pero frecuentemente con tradiciones falsas o inventadas. Se trata de
un fenómeno muy común, para el que se ha acuñado la denominación de
“invención de la tradición”, que es también el título de un libro de Hobsbawm,
del cual citamos algunos pasajes relevantes:
El termino “tradicion inventada” se usa en un sentido amplio, pero no impreciso. Incluye
tanto las “tradiciones” realmente inventadas, construidas y formalmente instituidas, como
aquellas que emergen de un modo dificil de investigar durante un periodo breve y
mensurable, durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez (...)
La “tradicion inventada” implica un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas
aceptadas abierta o tacitamente y de naturaleza simbolica o ritual, que buscan inculcar
determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual
implica automáticamente continuidad con el pasado. De hecho, cuando es posible,
normalmente intentan conectarse con un pasado histórico que les sea adecuado.
Inventar tradiciones, como se asume aquí, es esencialmente un proceso de forrnalización y
ritualización, caracterizado por la referencia al pasado, aunque solo sea al imponer la
repetición. EI proceso actual de creación de estos rituales y simbólicos complejos no ha sido
adecuadamente estudiado por los historiadores. En gran parte continúa siendo oscuro. Se
puede decir que se ejemplifica de manera más clara cuando una “tradición” se inventa
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deliberadamente y es construida por un unico iniciador .
En nuestro caso, ese “iniciador” es, evidentemente, Sabino Arana, el fundador
del nacionalismo vasco.
El Romanticismo apeló con frecuencia a la Antigüedad y la Edad Media, lo
cual estaba claramente vinculado a la idea de nación de procedencia
germánica, que ya hemos citado. De ese modo fomentó la invención del
pasado mediante una abundante literatura histórico-legendaria. Todo
nacionalismo requiere y crea un mito fundacional a partir del cual surge la
nación, que se sitúa en una época heroica: se trata del mito de la “edad de oro”
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perdida y de la independencia primitiva, que pretende recuperar en el futuro .
La historia se convierte en un instrumento a su servicio, además de ser un
elemento importante de su ideología: de ahí nace su manipulación por parte de
los nacionalismos, con el fin de adecuarla a sus postulados e intereses. Por lo
que a nosotros más nos interesa, la concepción que de la nación tiene Sabino
Arana se caracteriza por ser tradicionalista e historicista, y al no gustarle el
pasado de su pueblo se lo inventa y sustituye la historia real por una
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“mitología retrospectiva” .
En el caso concreto de Vasconia, los mitos sobre sus orígenes son el
tubalismo, el vasco-iberismo, el vasco-cantabrismo, la independencia
originaria, la invencibilidad, el monoteismo primitivo, la temprana
evangelización, la batalla de Arrigorriaga y el origen pactado del Señorío de
Vizcaya, el igualitarismo y la “democracia vasca”. A lo largo de este ensayo
explicaremos todos ellos. Aquí bástenos decir que el fuerismo, el movimiento
de defensa de los fueros privilegiados de las provincias vascongadas, recurre
constantemente a la historia para defender la supervivencia del régimen
tradicional de esos territorios; pero la historia no es suficiente y se recurre a la
literatura, sobre todo la novela histórica y las leyendas. Esto ocurre hasta tal
punto que a mediados del siglo XIX la literatura legendaria sustituye a la
historia como argumento ideológico para ensalzar los fueros y el pasado
vasco, lo cual se debe a que la historiografía fuerista tiene cada vez más
dificulades para sostener sus mitos ante el avance de la historiografía
científica, basada en hechos. Por otra parte, en Vasconia nunca ha existido un
estado que reuniera a todos los territorios, excepto posiblemente el reinado de
Sancho el Mayor de Navarra, a comienzos del siglo XI. Estas carencias las
compensan la imaginación de los escritores fueristas, un fenómeno estudiado
por Jon Juaristi en su obra El linaje de Aitor. El movimiento fuerista preparó
el terreno -y marcó el camino- a Sabino Arana, que conserva mitos ya
establecidos e inventa otros suyos propios, que explicaremos más adelante,
cuando hagamos referencia a su primer libro publicado, Bizkaya por su
independencia, que precisamente supone el inicio de su carrera política. Su
apego por los mitos y las leyendas, que le permiten establecer una base sobre
la que elaborar su ideología política, es lo que le lleva a criticar la
historiografía vasca: dando la vuelta por completo a la cuestión, afirma que los
historiadores habían tergiversado o falseado la historia del pueblo vasco, al
considerarlo parte integrante de la nación española. No salva a ningún
historiador porque ninguno ha sido nacionalista. Sólo escribió una reseña
historiográfica, la de la Historia General del Señorío de Bizkaya, de Estanislao
de Labayru, la historia de Vizcaya más importante, en la que se tiraban por
tierra todos los mitos tradicionales. De la Granja afirma que Arana publicó un
extenso “juicio crítico”, que se dedicó sólo a su primer tomo y en el que se
limitó a comentar el prólogo y las láminas anexas. Después de eso, le critica
por motivos ideológicos, afirmando que, igual que todos los historiadores
vascos que le precedieron, Labayru tenía el vicio de desconocer a su Patria y
adoptar espontáneamente la extranjera. Este juicio deja bien claro que el
interés de Arana por la historia está en función de su doctrina nacionalista:
sólo es útil si está de acuerdo con su idea de la nación vasca. Ante este
objetivo político, todo lo demás es secundario. No importa que la
historiografía sea buena o mala, sino sólo si es patriótica (nacionalista) o no,
hasta el extremo de preferir leyendas escritas por amor a la patria que una
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recopilación de hechos demostrados, como la obra de Labayru . Esos mitos y
leyendas se fueron creando ya al final de la Edad Media, se conservaron y
acrecentaron con los autores fueristas, y por último los adoptó y volvió a
potenciar Sabino, con lo que han llegado hasta nuestros días como artículos de
fe del pueblo vasco, que tiene sobre sí mismo y su historia una idea muy
distorsionada y alejada de la realidad y de los datos demostrados. Además de
distorsionada, su visión del pasado es romántica, providencialista, maniquea y
mesiánica.
Ya hemos aludido al Romanticismo. En lo que respeta al providencialismo,
para Arana, Dios, creador de las naciones, es también el motor de la historia:
la Providencia divina es un factor esencial suyo. Ese providencialismo encaja
perfectamente con su integrismo religioso. En lo que respecta a su
maniqueísmo y mesianismo, los iremos viendo a lo largo de estas páginas.
Por todo ello, Sabino Arana Goiri fue algo más que el fundador del Partido
Nacionalista Vasco; fue el padre de la nación vasca, a la que dio un nuevo
nombre: “Euzkadi”. Su invención de la nación tuvo mucho de descubrimiento,
de imaginación y de falseamiento. Pero no fue el inventor de la tradición
vasca, pues ya había sido inventada por el fuerismo romántico, y a pesar de ser
tradicionalista y de presentarse como “restaurador” de la tradición, representó
una ruptura con la tradición política, literaria e historiográfica del País Vasco.
En realidad, en vez de restaurar, lo que hizo fue innovar; la aparición de su
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nacionalismo constituyó una novedad en la Vasconia finisecular , una novedad
que poco a poco fue siendo aceptada por sectores cada vez más amplios de su
pueblo, hasta llegar al momento presente, en que los vascos tienen de sí
mismos una serie de creencias basadas principalmente en cuentos y
falsedades.
2. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
No es nuestro objetivo narrar la historia de Vasconia; sin embargo, además de
presentar unos antecedentes históricos, nos parece relevante citar los
acontecimientos más importantes, sobre todo teniendo en cuenta que Sabino
Arana, en la primera obra que publicó -Bizkaya por su independencia, a partir
de unos artículos suyos aparecidos en una revista- quiso sentar los precedentes
de su nacionalismo sobre cuatro batallas de la Edad Media que no eran más
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que mitos, sin ninguna base histórica real .
Juaristi cita que el primer fuero que se otorgó en Vasconia fue el de Jaca, en
1076, por parte del rey Sancho I Ramírez de Aragón y V de Navarra, el cual
sirvió de modelo a los que concedieron a las villas los reyes navarros hasta el
siglo XIII. Aparte de los fueros de las villas, en la Vasconia medieval hubo
fueros estamentales (de hidalgos), corporativos, de castas (fueros particulares
para judíos o mudéjares), eclesiásticos, etc., es decir, una gran dispersión. El
fuero viejo de Vizcaya, de codificación tardía (siglo XV), no se aplicaba a los
labradores, que carecían de privilegios. Hasta el siglo XIV no existieron fueros
provinciales, los fueros nuevos, que tienen un carácter y una función muy
distintos de los privilegios medievales.
La visión romántica del fuerismo del siglo XIX se basó en una visión sin
fundamento: una Vasconia anterior a la Edad Media organizada en aldeas o
“repúblicas” independientes. En realidad, las juntas no son anteriores al siglo
XIV, pero sí simultáneas a otras estructuras afines de Europa occidental, donde
las guerras y las epidemias redujeron la población y debilitaron la posición de
la nobleza en relación con las clases bajas, que lograron que los monarcas les
hicieran caso e imponer sus condiciones a los señores feudales. En Vasconia,
del mismo modo que en toda Europa, se registró un descenso de las rentas de
la tierra, lo que impulsó a la nobleza rural a extorsionar a las villas, que
buscaron el apoyo de la corona, organizadas en hermandades. Las juntas
fueron una consecuencia directa de estas alianzas contra los señores. En medio
del declive del poder nobiliario surgió el mito de unas juntas primigenias
solamente representativas de los linajes hidalgos, pero lo más parecido a esto
fue la cofradía de Arriaga, una liga nobiliaria que ejerció un poder de tipo
señorial sobre Álava y Orduña y que se disolvió en 1332, entregando
voluntariamente sus dominios a la corona castellana a cambio de un fuero
estamental.
La resistencia de los campesinos ante los hidalgos que querían elevar las
rentas no generó rebeliones, sino que se produjo un abandono masivo de los
campos y la consiguiente emigración a las villas. La nobleza se dispuso en dos
bandos enemigos, la de los Oñaz y la de los Gamboa, que se disputaron el
control de los territorios. A su vez apareció un enfrentamiento entre el
estamento nobiliario y las hermandades de las villas, apoyadas por la
monarquía.
En este entorno es cuando los vizcaínos reclamaron la hidalguía universal, que
fundamentaron en los argumentos que ya hemos explicado; y se insistió en la
pureza de sangre, propia de cristianos viejos, para defender su nobleza de
origen, todo lo cual se unió a las justificaciones ya expuestas. A finales del
siglo XVI la hidalguía universal de los vizcaínos era generalmente admitida
como nobleza de origen, enfatizada por la supervivencia del vascuence, lengua
común de la España primitiva, testigo de la pureza original del linaje de Túbal.
No obstante, esa nivelación estamental no acabó con las diferencias de fortuna
y poder. El igualitarismo vizcaíno servía para facilitar el acceso de los vascos a
los cargos públicos, pero en realidad no significaba nada.
Juaristi afirma que, frente a la dispersión foral de la Edad Media, en el siglo
XVI, bajo la autoridad de las juntas, hay un proceso de unificación de los
privilegios de cada territorio que da lugar a los fueros nuevos concedidos por
los reyes de la casa de los Austrias. Así, en Vizcaya, las juntas ordenaron la
redacción del fuero nuevo en 1526. En Guipúzcoa aparecería la recopilación
de Tolosa en 1583, válida hasta la nueva recopilación de 1692. En Navarra
siguió vigente el antiguo fuero. Estas leyes permitieron ejercer cierto control
sobre las intervenciones del poder real, con la posibilidad de oponerse
mediante el pase foral en las Vascongadas y el derecho de sobrecarta en
Navarra.
No obstante, los fueros tienen también otro origen. Como bien sabemos, la
península fue una mezcla de cristianos, judíos y musulmanes durante todo el
proceso de reconquista; pero cuando ya sólo quedaba en pie el reino nazarí de
Granada surge el problema de los conversos, los antiguos judíos y
musulmanes que se convierten al cristianismo sólo por evitar los problemas
derivados de la creciente intolerancia religiosa. La Inquisición suponía un
grave riesgo para los conversos como individuos, pero no alteraba su estatus
legal como colectivo. Por eso surgieron signos de insatisfacción entre sus
enemigos, los cristianos viejos, que quisieron legalizar la discriminación desde
dentro de la sociedad, puesto que el poder real no lo hacía. Esa es la razón por
la que surge toda una red de organizaciones dedicadas a comprobar la limpieza
de sangre. Y en las Provincias Vascongadas este fenómeno es aun más radical,
ya que fueron las mismas instituciones oficiales las que quisieron consagrar
esa discriminación, para excluir a un colectivo considerado inferior en
términos raciales y religiosos. Así, con el paso del tiempo, un proceso
histórico específicamente español -en este caso vasco- acabaría por ser el
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núcleo de un nacionalismo racista de oposición a España . Las provincias de
Guipúzcoa y Vizcaya se dirigieron a la reina Juana en 1510 y 1511,
respectivamente, afirmando que muchos judíos pretendían refugiarse en la
Inquisición. A consecuencia de la petición, los descendientes de judíos y
musulmanes tendrían que abandonar el territorio en el plazo de seis meses. La
ordenanza fue confirmada por Carlos I en 1527, y ratificada mucho después,
ya por Felipe IV, en 1649. Los decretos ordenaban que los convertidos de
judíos y moros, sus descendientes y su linaje, no podían vivir en Guipúzcoa ni
Vizcaya; y para evitar los posibles fraudes, todo potencial vecino debía aportar
información que demostrara “ser de limpia sangre y no de judíos ni moros ni
de su linaje”. Como bien dice Elorza, desde un primer momento, la exclusión
de los cristianos nuevos y la exigencia de limpieza de sangre eran la otra cara
de la moneda de la aspiración de las dos provincias a ver reconocida la
condición generalizada de hidalgos, en la que se basará la nobleza universal de
sus habitantes. Vizcaínos y guipuzcoanos podían ser incluso criados o lacayos,
pero a pesar de ello su nobleza sería superior a la de cualquier otro castellano
por preservar la limpieza de sangre, que era signo de no estar contaminado por
aquellas otras razas. Es decir, ese racismo institucionalizado mediante los
estatutos de limpieza de sangre se convierte en el soporte sociológico del
régimen foral, de las instituciones de autogobierno de que disfrutan las
provincias vascas hasta el siglo XIX. Por tanto, para los guipuzcoanos y los
vizcaínos, la excepcionalidad de su condición de provincias exentas en el
aspecto fiscal, dotadas de unos fueros que pueden incluso suspender la
ejecución de las decisiones reales, se basa en la nobleza universal de sus
habitantes, que no depende solamente del reconocimiento obtenido del rey,
sino de esa condición excepcional que fundamenta la nobleza en el plano
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biológico-religioso: la limpieza de sangre . Esa excepcionalidad se reforzaba
a nivel mítico-religioso con la afirmación de descender de Túbal, como ya
hemos dicho; y el círculo se cerraba invocando a la belicosidad de los vascos,
como también hemos explicado. Estamos, por tanto, ante un racismo que, por
su propio éxito, se ha quedado sin objeto, puesto que no hay judíos ni moros a
los que expulsar, pero que se mantiene vigente porque sirve de fundamento a
la base sociológica de los fueros, la nobleza universal, al conceder a los vascos
un estatus excepcional, comparable al de pueblo escogido que el Dios de la
Biblia asignó a Israel.
La toma de partido por quien después sería Felipe V, durante la Guerra de
Sucesión (1701-1715), permitió que los fueros vascongados sobrevivieran a
los Decretos de Nueva Planta que abolieron los de Aragón, por haber abogado
en favor del pretendiente de la casa de los Habsburgo. No obstante, y a pesar
de conceder a Álava el fuero que nunca antes había tenido, los Borbones no
podían estar muy de acuerdo con unas disposiciones que contradecían su
modelo de monarquía unitaria y centralizada, inspirada en la francesa. De
hecho, Felipe V trasladó las aduanas a la costa, tras lo cual surgieron revueltas
en las que los campesinos se aliaron con los nobles rurales, los jaunchos. Ante
la fuerte oposición, el monarca dio marcha atrás y devolvió las aduanas a los
puertos del interior.
Las tensiones entre las “provincias exentas” y la monarquía de los Borbones,
que tendía a la centralización, fueron aumentando según avanzaba el siglo
XVIII, y durante el reinado de Carlos III reapareció la actitud antiforal,
personificada en sus ministros ilustrados, como por ejemplo Esquilache; pero
de nuevo la oposición hizo dar marcha atrás. En la década de 1770 la
monarquía retomó su empeño, y debido al peligro que corría el régimen foral
apareció la obra del jesuita guipuzcoano Manuel de Larramendi, que en
nuestros días ha sido recuperada por el PNV como precursor de las ideas
nacionalistas. Este autor hizo una verdadera apología del pueblo vasco,
afirmando que entre ellos no existían hombres de cuerpos feos, mientras que
las mujeres estaban entre las más hermosas de toda España. También insistió
en sus buenas costumbres y sus cualidades morales: bien vestidos, aseados,
limpios, civilizados y decentes. Incluso planteó la posibilidad de un estado
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vasco con el nombre de “Provincias Unidas del Pirineo” .
La larga y compleja crisis del régimen foral que vino unida a la crisis del
Antiguo Régimen nació en la guerra contra la Convención (1793-1795).
Durante la Revolución, España declaró la guerra a Francia después de la
ejecución de Luis XVI, por el pacto de familia que ligaba a los Borbones
españoles con los franceses. Las tropas francesas penetraron en la península en
1794 y ocuparon Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya, sin más resistencia que la de
Pamplona. De hecho, la diputación guipuzcoana pactó con los franceses la
incorporación de la provincia a cambio de que se respetaran sus fueros. En
1795 se firmó la paz de Basilea, ya con el gobierno termidoriano, y altos
cargos de la monarquía -ante lo que consideraron traición y secesión-
propusieron a Godoy, el valido de Carlos IV, que lanzara un ataque contra los
fueros con el fin de derogarlos. No era sólo cuestión de principios, sino que la
guerra había arruinado a la monarquía y se necesitaba recaudar (los fueros
implicaban la exención de impuestos). Sin embargo, las provincias
vascongadas se encontraban en una difícil situación económica, después del
saqueo a que les habían sometido las tropas francesas. Godoy intentó ganarse
la amistad de los jaunchos negociando con los nobles rurales vizcaínos un
acuerdo para suprimir los fueros a cambio de la concesión de un puerto
comercial en Abando, próximo a Bilbao. Pero en 1804 corrió el rumor de que
la contrapartida de la concesión del puerto era imponer el sistema de quintas,
por el cual 1.500 jóvenes tendrían que incorporarse al ejército. A causa de ello,
los pueblos se levantaron contra las juntas y Godoy tuvo que retirar el
proyecto del puerto y renunciar a la supresión de los fueros. No obstante,
fomentó una campaña propagandística contra ellos, por la que el canónigo
riojano Juan Antonio de Llorente publicó entre 1806 y 1808 los cinco tomos
de sus Noticias históricas de las tres provincias Vascongadas, en los que
desmontaba los argumentos tradicionales a favor de los fueros. Además, el
escolapio aragonés Joaquín de Traggia publicó en 1803 un extenso artículo
sobre Navarra, en el que defendía que la conservación de los fueros del viejo
reino tras su conquista por Fernando el Católico fueron una concesión del
monarca, que no tenía por qué respetar la legislación medieval de un territorio
conquistado. Las réplicas vascas y navarras tardaron mucho en llegar; tanto
que la más extensa y detallada se publicó en 1851. De este modo quedó
formulada la polémica foral, que sería el núcleo central de la llamada
“cuestión vascongada”, a lo largo del siglo XIX.
Fidel de Sagarmínaga
Frente a la transigencia de la alta burguesía vasca, que velaba más por sus
intereses que por la pervivencia del fuero, Sagarmínaga afirma que “los
derechos del País” no son negociables, por lo que centra su actividad política
en intentar la derogación de la ley de 21 de julio de 1876; ése es también el
objetivo de la Unión Vasco-Navarra, que él mismo dirigía. Defiende la
superación de las antiguas diferencias entre los distintos partidos vascos, para
que el único fin sea la restauración de sus instituciones. Es precisamente la
radicalización del pensamiento fuerista, por la ausencia de cauces para
solucionar el problema foral, lo que lleva a planteamientos que pueden
considerarse nacionalistas, dejando el terreno abonado para las tesis de Sabino
Arana. A pesar de que Sagarmínaga sigue defendiendo un doble nacionalismo,
al exigir “que se establezca el antiguo y genuino sentido de la unidad de
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España” , que no consiste en una unidad nacional, sino que integra en una
unidad superior a diversas nacionalidades, su obra teórica y política favorece
que el por aquel entonces popular principio de las nacionalidades se aplique a
la nación vasca. Es decir, tal como postula Corcuera, su fuerismo casi no se
distingue del futuro nacionalismo.
A pesar de que Cánovas había sido el artífice de la citada ley, dentro de su
partido -en la sección vascongada- había fueristas, defensores de los fueros,
que se dividían en “transigentes” e “intransigentes” (partidarios de la
reintegración foral completa). El presidente del gobierno disolvió las juntas y
renovó las diputaciones, colocando a los “transigentes” en los puestos de
poder, lo cual le permitió aprobar el decreto de 28 de febrero de 1878, por el
que se aprobaban los conciertos económicos, que dejaba en manos de las
diputaciones vascas una buena cantidad de impuestos y que acordaba el cupo
que se debía pagar a la hacienda nacional. Esto permitió romper el frente
fuerista, supuso una reintegración foral parcial suficiente para tener contentas
a las oligarquías provinciales y llevó a que el fuerismo “intransigente” no
tuviera un respaldo social importante, aunque la postura general fuera la
lamentación por el final del “oasis vasco”. Sagarmínaga fundó la Sociedad
Euskalerría de Bilbao y se alió con los fueristas navarros que publicaban el
periódico La Paz, que a su vez crearon la Asociación Euskara de Navarra; en
Álava y Guipúzcoa sus bases eran mucho más débiles. Su proyecto de unión
electoral no prosperó por la diversidad de intereses políticos de los mismos
fueristas y porque los carlistas no apoyaron un movimiento que en su mayoría
procedía del liberalismo. Por tanto, el fuerismo no cuajó políticamente, pero sí
tuvo importancia cultural en el contexto del “Renacimiento Euskaro”, que
había arrancado tiempo atrás y que incluyó a tres generaciones de autores: la
romántica, con Navarro Villoslada y Antonio Trueba; la de mediados de siglo,
con Araquistáin; y la del sexenio, con Vicente de Arana y Arturo Campión.
Euskaros navarros y euskalerríacos vascos propugnaban la unión vasco-
navarra para recuperar los fueros, expresada por el lema “Zazpiak bat” (“siete
en una”: la unión de las siete provincias vascas, cuatro españolas y tres
francesas); pero fracasaron con la vuelta del carlismo a las elecciones durante
la década de los ochenta. Su mayor interés para nuestro relato es que
terminaron por integrarse en el nacionalismo vasco. Además, entre los
euskalerríacos se encontraba el grupo del naviero Ramón de la Sota, que se
incorporaría al PNV de Sabino Arana en 1898 para formar su corriente
moderada y autonomista. Por otra parte, el carlismo se adaptó mal a la
Restauración, al tratarse de una monarquía católica y conservadora, y también
retrocedió debido a la progresiva modernización y urbanización, lo cual
socavó su base social principalmente rural. Por último, de él nació el
integrismo como tendencia política, cuando Ramón Nocedal se separó del
carlismo, atrayéndose a una parte del clero. Más adelante hablaremos sobre
estos autores; de momento bástenos decir que sus obras evocan una Edad
Media en la que proyectan su foralismo. A pesar de su constante
reivindicación, este movimiento se desarrolló casi exclusivamente en
castellano, excepto ciertos poetas en euskera que se dieron a conocer en los
juegos florales, como por ejemplo Felipe Arrese Beitia. Lo que sí aportaron
fue el hecho de empezar a hablar de una raza vasca, e intentaron que, junto a la
desaparición de la sociedad tradicional vasca como consecuencia de la
industrialización, no desaparecieran también los rasgos específicos de su
región, sobre todo la lengua. En este sentido, el gobierno central había
emprendido una campaña de refuerzo del castellano y de persecución del
vascuence, por medio de los maestros: imponían un anillo a los escolares que
hablaran euskera, una especie de castigo por no hablar castellano.
Volviendo a la abolición foral, en realidad ésta hizo posible el desarrollo
económico de la región por acabar con las trabas para la extracción y
exportación de mineral de hierro, que atrajo a Vizcaya a muchos trabajadores
procedentes de provincias rurales castellanas. Esta masiva llegada de
inmigrantes se consideró negativa por los nostálgicos del antiguo oasis foral, y
se les conoció por con la denominación peyorativa de “maketos”, término que
pudo proceder de “magüeto”, utilizada para los habitantes del interior de
Cantabria, o de “meteco” (“extranjero” en griego antiguo). El antimaketismo,
sentimiento claramente xenófobo, fue común a todas las tendencias políticas
autóctonas vascas, y como veremos, fue Sabino Arana quien lo convertiría en
uno de los pilares de sus tesis políticas. Ese sentimiento anticastellano era, sin
duda, una actitud poco solidaria hacia unos hombres que realizaban un trabajo
muy duro, se les pagaba mal y llevaban una vida pésima, alojados en
barracones y plagados de enfermedades por las malas condiciones en que
trabajaban. Debido a esta masiva inmigración y a las nuevas explotaciones
mineras e industriales, Bilbao creció en población y extensión a costa de las
aldeas aledañas, en lo que se llamó “el ensanche”. Simultánea a estas
condiciones infrahumanas fue la aparición de las grandes fortunas de la
burguesía industrial, en detrimento de los jaunchos, o terratenientes rurales,
que vivían de las rentas que les proporcionaban sus propiedades. Precisamente
Juaristi menciona como causa del odio de Sabino por el liberalismo el hecho
de que la fortuna de su padre Santiago sufriera graves quebrantos por los
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reveses militares del carlismo y la posterior industrialización de Bilbao . Era
lógico que la presencia de una nutrida clase obrera tuviera como consecuencia
la aparición de un fuerte partido socialista y del sindicato UGT, dirigidos por
Perezagua. En el otro lado se alineaban los nostálgicos de los antiguos buenos
tiempos preindustriales, que, dirigidos y representados por Sabino Arana, se
aglutinarían en el Partido Nacionalista Vasco, como luego explicaremos.
Pero ya nos hemos extendido mucho con nuestra introducción histórica.
Pasamos ya a hablar de los precedentes de Sabino Arana, nuestro protagonista.
3. EL FUERISMO Y SUS AUTORES
Dice Juaristi que “por movimiento fuerista entendemos estrictamente el
conjunto de iniciativas impulsadas por el sector intransigente de los
moderados vascos”. La abolición foral, con sus fechas clave de 1839 y 1876,
generó una escisión en los moderados entre fueristas “transigentes” e
“intransigentes”. Los primeros formaban parte principalmente de la burguesía
mercantil e industrial y negociaron con el gobierno un nuevo régimen fiscal
privilegiado, el de los conciertos económicos. Los intransigentes eran la
oligarquía agraria y la burguesía con intereses en el medio rural, los jaunchos;
esta tendencia reclamaba la reintegración foral. El rasgo más característico de
su discurso político es lo que Juaristi llama un “patriotismo dual”: reivindican
la foralidad sin que ello afecte a la adhesión a la patria común española. Por
eso reafirmaron su españolidad frente a quienes les acusaban de separatistas.
3.1. Precedentes
Los territorios de la antigua Corona de Aragón, mediante los Decretos de
Nueva Planta, habían perdido sus leyes privilegiadas, o fueros, por haberse
puesto de parte del archiduque Carlos de Habsburgo en la Guerra de Sucesión,
tras la muerte de Carlos II sin dejar descendencia. El sistema foral suponía
claras ventajas económicas y políticas: la exención de impuestos y de quintas,
y la vigencia del llamado “pase foral”, que limitaba la autoridad del rey ante
las cortes que legislaban sobre la región.
En el caso de Vasconia había una característica añadida: la nobleza universal.
En una sociedad estamental, el hecho de tener el estatus de noble supone
ventajas evidentes. A principios del siglo XVI, después de las llamadas
Guerras de Bandos, en las que el campesinado, aliado con la población de las
villas y con el rey, venció al partido de la aristocracia, se declara la hidalguía
con carácter general, mediante -entre otros- el Fuero Nuevo de Vizcaya de
1526, que reforma el Fuero Viejo, de 1452. La nobleza universal vasca se
justifica, a su vez, por ser descendientes de los primeros pobladores de la
península, adonde supuestamente llegan guiados por Túbal, nieto del bíblico
Noé, hablando una de las lenguas surgidas tras la confusión de la Torre de
Babel, el vascuence. Este mito se utiliza desde el siglo XV para justificar la
particularidad jurídica de los territorios vascos. Posteriormente surge el mito
del cantabrismo, al que ya hemos hecho referencia: los vascos serían los
descendientes de los antiguos e invencibles cántabros, que siempre se
opusieron a la conquista de su territorio, tanto por parte de los romanos como
de los visigodos y los árabes. Por otra parte, remitirse al mito de Noé permite
también afirmar que los descendientes de los vascos asumieron muy pronto la
verdadera religión. Las legendarias independencia y libertad iniciales, la
27
hidalguía universal y la excelencia del pueblo se basan en mitos que sirven
para justificar su particularidad y el hecho de que a sus territorios se les trate
de forma distinta que al resto del reino. Como también hemos dicho ya, fue
durante el siglo XVIII, con los deseos reformistas de los reyes ilustrados,
cuando se comenzó a poner en cuestión este estado. No obstante, la
inestabilidad política permite a los vascongados ir ganando tiempo y perpetuar
su privilegiada situación.
Y del mismo modo, desde aquel siglo fueron surgiendo una serie de autores
que defendieron los fueros, de una u otra manera: la apología del euskera por
parte de Pablo Pedro de Astarloa (1752-1806), Juan Antonio de Moguel
(1745-1804) y Juan Bautista Erro y Azpiroz (1773-1854). Pero fue el lingüista
Wilhelm von Humboldt, en su primer viaje a Vasconia, en 1799, quien pondría
de moda la originalidad de esa lengua, después de conocer al grupo de
Astarloa, quien ya había escrito una extensa apología suya, que Humboldt
pudo leer, y donde se pretendía demostrar que el vasco había sido la lengua
primitiva de la humanidad. Se dedicó a estudiarlo a fondo, y su libro Los
Vascos – Aportaciones sobre un viaje por el País Vasco, publicado en 1801, no
es sólo una nueva apología del euskera, sino también de la región y de sus
habitantes, ya que los describe como un pueblo próspero, sin mendigos, con
organizaciones libres y claramente diferenciados de España y Francia. Según
él, son el pueblo más animoso y expansivo, y a las jornadas más fatigosas
suceden sesiones de música y baile. Su lenguaje es peculiar, tanto en sus
palabras como en su entonación; y von Humboldt aprovecha para denunciar el
acoso al que se ve sometido por parte de españoles y franceses. En cuanto a
los fueros, afirma que consiguieron adoptar una organización tan alejada del
despotismo como de la anarquía, con un espíritu noble de libertad. Años
después, su claro sucesor sería Louis Lucien Bonaparte (sobrino del
emperador), quien viajó por las provincias vascas, estudió su lengua y publicó
treinta y tres obras sobre sus distintos dialectos.
Según Chaho, los vascos eran un pueblo ario y el euskera estaba emparentado
con el sánscrito. Inventó una casta de antiguos sabios vascones a los que
denominaba los Videntes, e interpretó lo poco que se sabía de las creencias
folclóricas de su país natal a la luz de las mitologías de la India y de la Persia
de Zoroastro.
En 1835, Chaho visitó el campamento de las tropas carlistas, donde conoció a
Juan Bautista Erro, en cuyas teorías sobre el mundo primitivo y los vascos
encontró inspiración para sus propias fantasías. En 1836 publicó en París Viaje
a Navarra durante la insurrección de los vascos, una fantasiosa descripción de
su estancia con las tropas de don Carlos que ni siquiera fue bien recibida entre
los carlistas, quienes le obligaron a volver a Francia. En el libro afirma haber
entrevistado a Zumalacárregui (que ya había fallecido), quien le habría
revelado que el verdadero objetivo de la contienda era la independencia vasca.
A pesar de que su estancia en Navarra no duró más de dos semanas, atribuye
sus propias tesis a Zumalacárregui y afirma haber conseguido que éste las
defendiera, en la entrevista que mantuvo con él (no pudo desmentirlo porque
ya no estaba vivo). Según Xabier Zabaltza, autor de una biografía de Chaho
publicada por el Departamento de Cultura vasco, no fue el inventor de esos
rumores, sino que -según el mismo Zabaltza- varios viajeros que estuvieron en
Vasconia durante la Primera Guerra Carlista hacen la misma afirmación; sin
embargo, este autor no nos ofrece más detalles al respecto.
Joseph-Augustin Chaho
b) El vasco-iberismo
La hidalguía universal de los vascos se basó en una argumentación racial: los
vascos procederían de los primeros pobladores de España, que llegaron
guiados por el patriarca Túbal, nieto de Noé. Esta tesis se elaboró en el siglo
XVI.
c) El vasco-cantabrismo
La identidad de vascos y cántabros también es un producto del siglo XVI y
ofrecería a los defensores de los fueros el complemento al vasco-iberismo: la
gesta guerrera en que el pueblo demuestra su fuerza, al resistir a un invasor
más poderoso (romanos, visigodos y musulmanes).
d) El monoteísmo primitivo
El monoteísmo de los vascos precristianos y su temprana evangelización por
parte de Santiago y otros apóstoles serían el fundamento de la condición de
“cristianos viejos” de los vascos.
Como ya hemos dicho, la abolición de los fueros en 1876 provocó una fuerte
reacción de defensa de las instituciones suprimidas, así como de la lengua y la
cultura vascas, lo cual tomó forma en la aparición de numerosos folletos y
periódicos fueristas, la creación de organizaciones político-culturales y el
resurgir de la cultura euskaldún, como por ejemplo la celebración de
certámenes como los Juegos Florales, a imitación de los catalanes. Los
primeros se celebraron en Elizondo en 1879, y desde entonces se multiplicaron
por toda la geografía vasca. Este renacer vasco conlleva un espíritu de vuelta
32
al pasado . La poesía vasca se populariza y se politiza, y los trabajos de
investigación histórica se orientan a la búsqueda de las raíces de un pueblo
indómito, invicto y soberano, hasta que le robaron sus fueros injustamente.
Con todo ello, como bien dice Javier Corcuera, los argumentos teóricos del
nacionalismo vasco se generalizan antes de que se formule explícitamente; y
Sabino Arana lo único que tendrá que hacer es una lectura consecuente de las
tesis fueristas. Aunque no haya llegado todavía el momento de negar la
existencia de una nacionalidad española, ya se apunta a la afirmación de una
nación vasca. La cuestión foral pasa a ser la cuestión vascongada, y los cantos
a las excelencias de los fueros son en realidad cantos a la excelencia de
Euskaria. Mediante la prensa, los folletos y los libros, se generaliza la imagen
de una Arcadia vasca, puesta en peligro por la industrialización y la pérdida de
los fueros. Este “vascongadismo” romántico encuentra su espacio político en
la derecha antiliberal: carlistas e integristas; una tendencia que proseguirá con
Sabino Arana, teniendo en cuenta su ideología y sus creencias.
Aparece un dualismo racista: el buen vizcaíno frente a la modernidad que todo
lo corrompe. Los vascos deben demostrar su esencialismo indómito y católico
reemprendiendo la lucha contra la España liberal, a pesar de la reciente derrota
en la guerra carlista que finalizó en 1876.
Por otra parte, se defendía la foralidad como sistema de administración que
había demostrado de sobra su eficacia para mantener el orden y la obediencia
del pueblo, y que había proporcionado a las provincias vascas un alto grado de
prosperidad para la pobreza de su suelo: en resumen, un sistema excelente que
no se oponía a la unidad constitucional del estado, que éste debía conservar en
su propio beneficio e incluso aplicar en el resto de sus territorios. Ésta fue la
base de la argumentación fuerista en el reinado de Isabel II, pero poco a poco
se fueron añadiendo nuevos argumentos, como por ejemplo el que los
presentaba como garantía para la paz, o el que los convertía en la esencia del
pueblo vasco y de su singularidad.
Una de las expresiones del movimiento fuerista es el llamado renacimiento
éuskaro, consistente en una serie de literatos y editores que quisieron afirmar
la singularidad cultural de los vascos y desvelar sus claves identitarias. Según
Elorza, fue “el primer ensayo consciente de utilizar la expresión literaria como
fermento de una conciencia nacional vasca”. Se trata de una literatura pre-
nacionalista cuyo principal representante fue el navarro Arturo Campión.
Juaristi llama “literatura fuerista” a aquélla de la que forman parte una serie de
autores que comienzan con José María Goizueta y sus Leyendas Vascongadas
(1851), que continúan con Navarro Villoslada, Trueba, Araquistáin y Vicente
Arana, entre otros, y que se creían llamados a despertar la conciencia de los
vascos como pueblo, recordándoles lo que habían sido a lo largo de la historia
y forjando un arquetipo determinado del vasco. Todo ello sirvió como señas de
identidad pre-nacionalistas, con su papel de precursores del nacionalismo de
Sabino Arana. Su vinculación con la política queda demostrada por el hecho
de que algunos desempeñaran importantes cargos, como por ejemplo Navarro
Villoslada, que, además de literato, fue periodista, secretario del Gobierno
Civil de Álava (1850), diputado a Cortes en 1854 y 1867, y senador en 1871.
En cuanto a sus ideas, pasó del liberalismo progresista de su juventud al
moderantismo, y posteriormente al neocatolicismo y el carlismo. También
ocupó cargos Antonio Trueba; en concreto, archivero y cronista del Señorío de
Vizcaya, además de estar a cargo de la redacción de una exposicion al rey
Alfonso XII solicitando el veto real contra la ley de abolición de los fueros de
21 de julio de 1876, con lo que se convirtió en el mentor espiritual del
fuerismo intransigente.
Como ya hemos dicho, de los autores fueristas debemos destacar a Francisco
Navarro Villoslada (1818-1895) -autor de Amaya o los vascos en el siglo VIII,
la novela más famosa del renacimiento cultural regionalista-, que conoció a
Chaho en 1852, durante el exilio de éste a raíz del golpe de estado de Luis
Napoleón. Seguramente le divirtieron (o le irritaron) las mistificaciones de
aquél, empeñado en sostener que los fueros vascos equivalían a una
constitución revolucionaria porque consagraban el principio de soberanía
nacional. Villoslada sabía bien que los fueros eran privilegios concedidos por
los reyes o los señores, tal vez con raíces en los usos consuetudinarios de la
población, pero sin efectos legales hasta su codificación y sanción por parte
del monarca. Los vascos que defendieron al Pretendiente, igual que los
catalanes y castellanos, lo hicieron para sostener la religión, que identificaban
con un modo de vida que no querían ver perturbado. El respeto de los fueros
por parte de don Carlos supuso un elemento tranquilizador para los
campesinos vascos, pero no era el componente principal del carlismo.
Tampoco podemos dejar de citar a Antonio Trueba (1819-1889), autor
costumbrista de gran éxito que describió una Vasconia rural idealizada y se
dedicó a una enorme labor de difusión del fuerismo, con un tradicionalismo
que permite evitar el liberalismo y los problemas de la industrialización.
Posteriormente, Sabino Arana tomaría esta visión idealizada del ruralismo
vasco como medio de afirmación nacional. Para Trueba, la inmigración y el
empuje industrial acabaron con el antiguo igualitarismo agrario.
Pero el fuerismo no se limitó a las páginas de una serie de escritores
románticos tardíos, sino que inspiró las predicaciones de muchos sacerdotes en
sus púlpitos, además de canciones populares, como por ejemplo la mejor
expresión simbólica de los fueros vascos, inmortalizada por José María de
Iparraguirre en el Gernikako arbola, la canción al Árbol de Guernica, que
constituye un himno extraoficial del País Vasco. Iparraguirre, poeta
(bertsolari) y músico, escribió principalmente en euskera. Siendo aún
adolescente participó en la Primera Guerra Carlista, en el bando del
Pretendiente. Una vez finalizada, se exilió en Francia, pero fue expulsado tras
el golpe de estado de Luis Napoleón. En 1853 regresó a España gracias a un
indulto, y compuso el famoso himno en el Café San Luis, de la calle de la
Montera, en Madrid, que pronto se hizo muy popular, llegó al País Vasco y fue
bien acogido.
Hemos descrito brevemente el relevante movimiento fuerista, expresión de
unos autores y políticos que representaban a un pueblo que se sintió afectado
por lo que consideraba el robo de unos privilegios a los que creía tener
derecho desde tiempos inmemoriales. Ésa era la idea generalizada, basada
solamente en mitos, que por el hecho de repetirse, generación tras generación,
llegaron a tomarse por verdades históricas. Sabino Arana, fundador del
nacionalismo vasco y protagonista del presente ensayo, partiría de ellos para
fundamentar sus ideas, crearía otros nuevos y fue el máximo responsable de
que actualmente la población vasca tenga una imagen distorsionada de sí
misma, que incluye como fundamental el componente mítico citado.
4. SABINO ARANA Y GOIRI, EL FUNDADOR
4.1. Niñez y juventud
Sabino Policarpo Arana y Goiri nació el 26 de enero de 1865 en la anteiglesia
de Abando, que en 1890 se anexionaría a un Bilbao en constante crecimiento
debido a la industrialización. Fue el octavo y último hijo del matrimonio
formado por doña Pascuala de Goiri Atxa y don Santiago Arana y Ansótegui,
que se dedicaba al negocio naviero y era un decidido partidario del carlismo.
Vio la luz en la casa que su padre había ordenado construir en la calle Ibáñez,
número 10, conocida entonces como “casa de Albia” y después como “Sabin-
Etxea”. La familia gozaba de una buena posición económica, era muy católica
y su padre había sido alcalde de Abando y apoderado en las Juntas Generales
de Guernica. El mismo día que nace le bautizan en la iglesia de San Vicente
Mártir, en Abando.
En 1871 comienza a asistir a la escuela municipal de Abando. Siendo aún niño
Sabino, don Santiago colaboró en los preparativos del alzamiento carlista de
1872, lo cual incluyó un viaje a Londres para comprar armas y la inversión de
parte de su fortuna en el ejército de don Carlos.
El 21 de abril tiene lugar la sublevación carlista en Euskadi y Cataluña. El
general Uribarri se había escondido en la caseta de los guardianes del astillero
de los Arana. Don Santiago se oculta en Mundaka, y la familia, con el miedo
de vivir en un lugar con escasa población, se traslada a Bilbao, a la casa de
Nicolasa de Mendíbil, una buena amiga. El 16 de mayo, el general Uribarri
muere en la batalla de Oñate y Santiago se refugia en Ziburo, temiendo las
represalias por haber participado en el levantamiento. Tras el primer fracaso,
se firma el Convenio de Amorebieta, pero el 18 de diciembre tiene lugar el
segundo alzamiento, que logra un gran éxito en el País Vasco. La familia se
traslada a Francia, mientras el padre apoya financiera y personalmente a la
conspiración. En agosto de 1873 da inicio el sitio de Bilbao, por lo que se
unen todos en Bayona. Sabino y Luis cursan estudios elementales en el
colegio de San Luis Gonzaga, de la citada localidad.
El 29 de diciembre, el general Martínez Campos, contra la vigente república,
proclama la restauración de la monarquía con Alfonso XII en el trono, lo cual
supone un duro golpe para el carlismo puesto que desaparece una de las causas
del levantamiento, el caos imperante en España durante todo el sexenio.
Sabino hace su primer comunión en la iglesia de San Juan de Luz.
El 28 de febrero de 1876, el pretendiente Carlos huye a Francia, y ya
finalizada la guerra, Sabino y parte de la familia vuelven a Abando, e ingresa,
junto a su hermano Luis, como interno en el colegio jesuita de Nuestra Señora
de la Antigua, en Orduña, para estudiar el bachillerato. Dios y fueros, religion
y tradición, eran los pilares básicos de la educación de ese colegio, tal como
representaban las familias que mandaban allí a sus hijos.
La familia Arana al completo (Sabino junto a su padre)
Por tanto, al término de los estudios en el colegio, estaban ya definidos los dos
pilares de lo que luego sería la doctrina política de Sabino: la religion y los
fueros; una religion profunda que impregna todos sus escritos, privados y
públicos, y que le lleva a estar cerca del integrismo.
Sabino enferma de tuberculosis, está a punto de morir, y en junio de 1881 debe
examinarse postrado en la cama para obtener el grado de bachiller, con una
convalecencia posterior de dos años en casa de su hermana Francisca, cuyo
marido era medico. El Domingo de Resurrección de 1882, paseando por el
jardín de la casa, su hermano Luis logra despertar su conciencia nacional
vasca, acontecimiento que narraremos más adelante. Inicia sus estudios de
euskera con el Diccionario vasco-francés de Van-Eys. El 11 de agosto fallece
su hermano mayor, Juan, con 31 años de edad, lo cual supone un duro golpe
para el padre, que no logrará recuperarse. En 1883 muere don Santiago y
Sabino enferma de ictericia. En septiembre se traslada, junto con su madre y
sus hermanos Luis y Paulina, a Barcelona, donde comienza a estudiar Derecho
y Filosofía y Letras. Luis cursa estudios de Arquitectura, carrera que terminará
en 1893. El 18 de noviembre de ese año se inaugura el Círculo Vasco-Navarro
de Barcelona, del que fueron socios los dos hermanos.
En cinco años, Sabino no logra aprobar más que unas cuantas asignaturas, y
parece que esta época no deja más influencia en él que sus lecturas
autodidactas, ya que nunca habló de Cataluña como nacionalidad, sino sólo
como una region más de España. Solamente mostró interés por las obras que
podían fundamentar la idea, que elaboraría posteriormente, de que Vizcaya
había sido independiente.
La carrera que mi madre quiso y a mí menos me gustaba: la de leyes. La empecé con bien
poco provecho. En los cinco años que transcurrieron hasta que definitivamente la dejé,
estudié pocas asignaturas y me examine sólo de la mitad de ellas. Seguía siendo el de
siempre: no me gustaban los programas, ni los profesores; mucho menos me llenaban los
autores. Estudiada una asignatura, no creía necesario examinarme de ella, porque no
pensaba ejercer la Carrera y porque comprendía que por el examen y por la nota no habría
de saber más de lo que había estudiado. Guiado por mis aficiones, uno de aquellos años hice
una locura: además de matricularme en derecho, me matriculé en ciencias naturales y
físicas, y en filosofia y letras. Pero tan desaplicado y tan poco amigo del método y el orden
como siempre, todo fue inútil. Lo que cursé con alguna regularidad lo hice de libre, que era
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el sistema más adecuado a mi independiente carácter y mi libre criterio .
Sabino Arana, aún muy joven
Mas al cabo de un año de transición, disparáronse en mi inteligencia todas las sombras con
la que oscurecía el desconocimiento de mi Patria, y levantando el corazón hacia Dios, de
Vizcaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto soy tengo en en apoyo de la restauración patria... Y
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el lema Jaungoikua eta Lagizarra se grabó en mi corazón para nunca más borrarse .
- Desaparecidos de esta forma violenta los Fueros vascos (que no fueron -según Arana-
abolidos o derogados, por la sencilla razón de que ni Francia ni España tenían poder legal
alguno para ello), los territorios vascos del sur no se uniformaron totalmente con las
restantes provincias, sino que mantuvieron peculiaridades político-administrativas y algunas
exenciones (fiscal, militar) hasta 1876 -fin de la última guerra carlista-, y desde entonces (en
el caso de Navarra, desde 1841) conservaron cierta autonomía de carácter económico-
tributario (los Conciertos o Convenios gestionados por las Diputaciones vascas). Para
Sabino Arana, ni aquéllas ni éstos son continuación de los históricos Fueros de los Estados
Vascos, sino que, desaparecidos éstos en 1839, son “fueritos” o privilegios otorgados a las
provincias vascas por el Estado español, el cual tiene potestad para modificarlos o
suprimirlos en cualquier momento. De ahí que la finalidad política última del nacionalismo
de Arana no sea la conservación de los Conciertos económicos, ni tampoco la abolición de
la ley canovista de 21 de julio de 1876, sino la supresión de la ley española de 25 de octubre
de 1839, esto es, la vuelta a la situación originaria de independencia del País Vasco
peninsular.
Con sus escritos, Sabino originó una corriente historiográfica -no basada en la
historia científica, sino en mitos y leyendas- que continuaron otros autores
nacionalistas del siglo XX, los cuales adoptaron su nueva visión del pueblo
vasco. Ya hemos visto que su interpretación se basó en tradiciones míticas y
unos cuantos hechos extendidos a lo largo de un milenio. Él mismo era
consciente de la ausencia de unidad vasca en el pasado y de la novedad que
suponía su proyecto de Euskadi como confederación de estados vascos. Las
tradiciones inventadas y los mitos históricos forman parte de todos los
nacionalismos, por lo que el vasco no es una excepción en cuanto que inventor
de mitos, pero llama la atención la larga perdurabilidad de algunos de ellos,
creados o reinterpretados por su fundador, y que han llegado hasta nuestros
días, al ser asumidos por políticos nacionalistas y amplios sectores del pueblo
vasco, aunque la historiografía académica los haya rebatido hace mucho
48
tiempo . Sabino quiere que los vizcaínos recuperen su independencia, perdida
en el siglo XIX, y con tal fin ofrece como ejemplo a imitar a sus antepasados
de la Edad Media, que lucharon y derramaron su sangre, y lograron conservar
su libertad originaria. Sabino no inventa la tradición vasca, cosa que hace la
literatura fuerista, que parte de Chaho, continúa con Araquistáin, Trueba y
Navarro Villoslada, y llega hasta Vicente Arana (primo de Sabino y Luis).
Esas fueron las obras que tuvo que leer Sabino, y con ello se convirtió en el
epígono de los autores citados, al reinterpretar la tradición en clave de
independencia y pretendiendo convertirla en la auténtica historia del País
49
Vasco . Convierte la leyenda en historia, y con ello se inventa ésta, con los
héroes, mártires y guerras de independencia necesarias para sus objetivos
políticos. Medio año antes de morir, en una carta a José Arriandiaga, admitió
que no había hecho ninguna investigación histórica, sino que se había basado
en la hecha por otros autores, pero cambiando la interpretación del pasado:
Yo, ciertamente, no hice más que copiar, pues que no me propuse escribir historia, sino sacar
conclusiones de la ya investigada por otros: interpretarla, no descubrirla; y para divulgar mi
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interpretación, hacer ameno el trabajo. De ahí mi Bizcaya por su independencia .
Aparte de todos los datos que hemos ofrecido, y como también señala De la
Granja, resulta curioso que un movimiento político y social tan importante en
el siglo XX naciera con un opúsculo de carácter histórico-legendario como
Bizkaya por su independencia. La tesis política se encuentra en el mismo título
y en la reflexión final, en la que Arana compara la independencia de la
Vizcaya medieval con su situación en su época, y busca incitar a sus
contemporáneos con el ejemplo de sus antepasados para reconquistar su
antigua independencia. Sea como fuere, el 3 de junio de 1893, un grupo de
amigos y conocidos invitaron a Sabino para que pronunciara un discurso (que
después entregó por escrito a todos los presentes) con motivo de su
publicación, con el objetivo de que les expusiera sus teorías; entre ellos
estaban los euskalerríacos de Ramón de la Sota, que querían separarse del
partido y buscaban un nuevo líder a quien seguir. Habían leído la publicación
de Sabino y vieron en ella la justificación teórica de una alternativa política
propia, alejada tanto del liberalismo centralista como del inútil fuerismo. Sota
procedía de una familia de jaunchos, pero su principal fuente de ingresos (la
explotación de minas) se vino abajo con la legislación liberal, que quitó a los
ayuntamientos la propiedad foral de las minas. Una vez finalizada su carrera
de leyes, comienza su relación con el mundo naviero, hasta que en 1888
compra su primer barco, el inicio de una de las compañías navieras más
prósperas de España. Por tanto, tiene la misma procedencia que Sabino, pero
ante las adversidades impuestas por la abolición foral se convierte en burgués
emprendedor, frente a la eterna nostalgia aranista de los buenos tiempos
rurales y a seguir viviendo de la rentas agrarias.
Sabino Arana
Tras ello, solicita la adhesión de los presentes a su proyecto y les emplaza para
una nueva reunión en la que expondrá todo su contenido. Puesto que la raza y
el idioma son los dos pilares de la existencia patria, Sabino declara
consagrarse a su defensa, lo cual hará en el periódico que –anuncia a los
invitados- está a punto de fundar, que será el vehículo para difundir su visión
redentora. Como hemos dicho, los oyentes no aceptaron sus ideas y después
del discurso no se escuchó ni un solo aplauso. En cuanto a Ramón de la Sota y
su grupo, debieron quedarse sorprendidos ante esas palabras que no esperaban
y seguramente pensaron que eran obra de un trastornado. No obstante, casi la
totalidad de los convidantes se integrarían cinco años más tarde en el PNV, y
además el acto supuso el inicio de su actividad política, ya que cinco días
después apareció el periódico Bizkaitarra, la mayoría de cuyos artículos eran
obra suya. Allí empezó a exponer su doctrina, resumida con el lema
“Jaungoikoa eta Lagi-Zarra” (“Dios y Fueros”). Estos acontecimientos marcan
el inicio de la primera fase de su evolución ideológica. La publicación tuvo
una vida de dos años, su periodicidad fue muy irregular y su tirada inicial de
1.500 ejemplares. Desde su primer número, Sabino se declara anti-liberal y
anti-español. Llegó a publicar treinta y dos números, y desde que lo anunció se
pudo ver que su objetivo principal era el odio racial como motor de la
independencia: “Periódico que ve la luz en Bilbao una vez al mes. Proclama y
defiende el nacionalismo de Euskeria en general y de Bizkaya en particular.
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Enemigo acérrimo de los maketos y del maketismo” .
Para ingresar, los aspirantes debían presentar una instancia en la que constasen
su nombre y apellidos, en base a los cuales el calificador les clasificaba en una
de las tres clases de socio. Por otra parte, las causas de expulsion se
explicitaban en once artículos. A los socios se les imponía numerosas
obligaciones, y el presidente ejercería un férreo control sobre la asociación. Es
lógico que en los cuatro primeros meses se expulsara a siete socios y hubiera
varias bajas de descontentos. Francisco Ulacia, euskalerríaco, describe con
cierta ironía una escena relacionada.
Aún recuerdo aquella mañana del mes de junio de 1894. Entramos al mediodía en la
rebotica varios contertulios. Sobre la mesa de trabajo del boticario, y junto a un gran frasco
de jarabe de brea, había un montón de papeles.
- Sabino ha traído esto para los amigos - nos dijo sonriendo con cierta malicia, mientras
preparaba unos sellos de antipirina.
Cada uno de nosotros tomó un papel de aquellos. Era el famoso Reglamento de la Sociedad
Euzkeldun Batzokija, cuya aperture se realizaría en breve. Era un documento curiosísimo: el
paso más valiente que se había dado por el nacionalismo. Hasta a nosotros mismos, que
vivíamos empapados en la doctrina desde su nacimiento, nos llenó de sorpresa.
Estaba pesaroso este de su primer apellido… Cortina, Cortina… Le olía a maketo. Los
tertulianos le decían que aquél era un apellido de barquillero. Pero Sabino le consoló un día
diciéndole que Cortina era una corrupción de Cortena, y auque el significado de la palabra
no era muy seductor, admitió de buen grado la opinion de su amigo: al fin y al cabo, Cortena
61
era euzkera puro .
El bizkaíno El español
La fisonomía del bizkaino es inteligente y noble; la del español, inexpresiva y adusta. El
bizkaino es de andar apuesto y varonil; el español, o no sabe andar (ejemplo, los quintos) o
si es apuesto es tipo femenil (ejemplo, el torero). El bizkaino es nervudo y ágil; el español es
flojo y torpe. El bizkaino es inteligente y hábil para toda clase de trabajos; el español es
corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos. Preguntádselo a
cualquier contratista de obras y sabréis que un bizcaino hace en igual tiempo tanto como tres
maketos juntos. El bizkaino es laborioso (ved labradas sus montañas hasta la cumbre); el
español, perezoso y vago (contemplad sus inmensas llanuras desprovistas en absoluto de
vegetación). El bizkaino es emprendedor; el español nada emprende, a nada se atreve, para
nada vale (examinad el estado de las colonias). El bizkaino no vale para servir, ha nacido
para ser señor; el español no ha nacido más que para ser vasallo y siervo.
El bizkaino degenera en carácter si roza con el extraño; el español necesita de cuando en
cuando una invasión extranjera que le civilice. El bizkaino es caritativo aun para sus
enemigos; el español es avaro aun para sus hermanos. El bizkaino es digno, a veces con
exceso, y si cae en la indigencia, capaz de dejarse morir de hambre antes de pedir limosna;
el español es bajo hasta el colmo, y aunque se encuentre sano, prefiere vivir a cuenta del
65
prójimo antes que trabajar .
Sabino Arana
Desde que tiene contacto con España, el pueblo vasco ha ido degenerando,
hasta llegar a la desaparición de los fueros en el siglo XIX. Los inmigrantes
españoles, los maketos, como representantes de la nación opresora, son los
culpables de todos los males: la industrialización y la desaparición de la
sociedad tradicional, que Sabino idealiza y añora con nostalgia. En
consecuencia, la única forma de terminar con la degeneración de la raza vasca
es la recuperación de la independencia respecto de España, la vuelta a la
situación anterior a 1839: es la ley de este año la principal responsable (no la
de 1876), ya que supuso la incorporación de las provincias vascongadas al
territorio regido por la constitución. Cuando se consiguiese la independencia,
se crearía una confederación de estados vascos, con los territorios forales de
ambos lados de los Pirineos: las cuatro provincias incluidas en España y las
tres incluidas en Francia. Esa confederación estaría basada en la unidad de
raza y la unidad religiosa, por lo que sólo podrían formar parte de ella los
vascos de pura raza y católicos practicantes. Quedarían excluidos no sólo los
inmigrantes, sino también los vascos liberales, republicanos o socialistas, que
se consideraban traidores.
Vemos, por tanto, que el nacionalismo surge como una especie de religión
civil para afrontar las transformaciones que estaba experimentando el País
Vasco a finales del siglo XIX, consecuencia de la industrialización. Por eso,
como cualquier religión, Sabino apela a los sentimientos y las emociones para
atraerse seguidores. En su artículo “Efectos de la invasion” expresa los
siguientes argumentos: 1) España es una nación corrompida, y su corrupción
es esencial, no accesoria; 2) la invasion maketa que sufre Vizcaya es la mayor
desgracia que padece el pueblo vasco, cuyo modo de ser y costumbres,
originariamente puros, están amenazadas de inmoralidad por el contagio de los
españoles; 3) la única solución para lograr la salvación de los vascos es su
independencia de España.
Explica su feroz odio hacia España porque, según él, “está esclavizando a
nuestra patria, y esto nos basta para odiarla con toda nuestra alma”.
El euskeriano patriota, el euskeriano nacionalisa en tanto lo ese en cuanto que rechaza total
y absolutamente toda polítia exotica, toda política españolista. Para él, España es una nación
extranjera y le importa un comino de su suerte: más aún, desea que se arruine y se destruya,
75
si su ruina y destrucción ha de debilitar el poder con que esclaviza y arruina a su patria .
La Cruz verde de San Andrés representa a un tiempo por su color el Roble del Escudo y las
leyes patrias (…).
Unidos están la Cruz y el Roble en el Escudo unidos por el eta, el Jaun-Goikua y el Lagi-
Zarra: del Lema; y unidas por lo tanto en un centro común deben estar en la Bandera las dos
Cruces, blanca y verde. Y así como en la unión de la Cruz y el Roble en el Escudo, aquélla
ocupa el lugar preferente, y en la unión del Jaun-Goikua y el Lagi-Zarra: en el Lema lo
ocupa el primero: así también en la Bandera la Cruz blanca está superpuesta a la verde de
San Andrés.
No obstante, esa moderación tiene lugar más en las formas que en los
contenidos, más en la táctica que en la estrategia real, lo cual queda reflejado
en las “Instrucciones al director” (del periódico) que redacta: el periódico se
atendrá rigurosamente a la doctrina nacionalista, que es, por sumisión a Dios,
totalmente católica-apostólica-romana, y todo lo humano se subordina a la
religión y la moral. No obstante, pese al mantenimiento absoluto de la
ortodoxia católica, se quiere evitar un periódico de cariz integrista. Los
planteamientos no han cambiado: Arana mantiene los mismos postulados, el
antiespañolismo y el independentismo, pero como hay que tener todo el
cuidado necesario para que su funcionamiento no se vea entorpecido por la
acción de las autoridades españolas, “en el orden práctico no será nacionalista
mientras la Junta superior no acuerde y mande otra cosa, pues dadas las
85
circunstancias actuales no podría sostenerse un periódico de este carácter” .
Los antiguos euskalerríacos son una corriente interna cada vez más influyente
y presionan para conseguir sus objetivos: dotar al partido de una organización
democrática y legalizar sus fines renunciando a la independencia como meta y
sustituyéndola por la autonomía. Ya tenían un modelo a imitar: la Lliga
86
Regionalista de Prat de la Riba y Cambó .
Por todo lo dicho, desde 1898 existe en potencia la dualidad característica del
PNV, al compaginar una doctrina independentista con una práctica política que
ya no lo era, lo cual también generó tensiones entre los radicales y los
moderados (los “sotistas”, antiguos euskalerríacos). Elorza sugiere que,
después de casarse Sabino, el tiempo de convivencia con el medio rural
vizcaíno ha contribuido a acabar con las ilusiones previas sobre un mundo
agrario que sería la reserva de las virtudes de la raza. Su visión ha cambiado:
el clero no cumplió su deber pedagógico con el pueblo vasco, y por ello éste se
encuentra en la más profunda ignorancia, amenazados sus rasgos raciales. Es
decir, se desploma el mito del campesino autárquico y feliz. Por esa razón,
prosigue Elorza, el viraje lleva a Sabino a buscar refugio en una organización
87
basada en un capitalismo lleno de contenidos nacionalistas .
El periódico Euskalduna no se presenta como órgano oficial del partido, pero
estará a su servicio; sería nacionalista, pero sin parecer serlo. Según se
manifestó, muchas personas se comprometieron a contribuir a su
sostenimiento y a colaborar, pero los hermanos Arana tuvieron que invertir a
fondo perdido importantes cantidades de dinero. En cuanto a su redacción,
Sabino se hizo cargo de gran parte de los artículos. De acuerdo con Corcuera,
los artículos escritos en los 103 números de existencia ocupan más de 120
páginas de sus Obras completas.
Así las cosas, a partir de 1898 Sabino suaviza el tono con el que se dirige
hacia los politicos contrarios, e incluso en la forma de hablar de España.
Después del mal comienzo de año que hemos mencionado -tiene lugar la
guerra contra Estados Unidos con motivo de las últimas colonias (Cuba,
Puerto Rico y Filipinas), y durante una manifestación españolista que
transcurría por Bilbao, la casa de Sabino y Luis es apedreada, como ya hemos
dicho- en verano, el grupo fuerista de Ramón de la Sota, escindido de la
Sociedad Euskalerria, ya ha ingresado en el PNV para formar su sector
moderado, no independentista. Enseguida surgen buenas noticias para el
movimiento, como que Sabino forme parte de la Comisión de Fomento de la
Diputación de Vizcaya, y la fundación del Centro Vasco de Bilbao, el 4 de
noviembre, por parte de los dos grupos del PNV, aranistas y sotistas.
88
Ciertamente, la primera tarea que se imponen los jelkides es la creación de
una sociedad politico-recreativa, no ya unir a los definidos como nacionalistas
(como se hizo en el Euskeldun Batzokija), sino una sociedad abierta que,
controlada por nacionalistas, incluyera también a vascongados de otras
ideologías; una iniciativa apoyada tanto por los aranistas como por los sotistas.
El primer presidente fue Emiliano de Arriaga, uno de los pocos sabinianos
pertenecientes al mundo de los negocios, y el secretario Nicolás de Viar,
euskalerríaco. Se inaugura con un millar de socios, que en agosto de 1899
89
llegan a 1.144 . Como bien dice Corcuera, “el nacionalismo sale de las
catacumbas y empieza a contar con gentes de dinero e influencia”. La fusión
definitiva entre sabinianos y sotistas tiene lugar, por tanto, entre 1898 y 1899,
aunque la unión nunca fuese total en vida de Arana. El nuevo impulso debido
a los euskalerríacos sigue dando sus frutos, y en poco tiempo el Centro Vasco
es la segunda sociedad recreativo-política de Bilbao por su número de socios.
A la vez tiene lugar la apertura de la primera asociación nacionalista fuera de
la capital: el 7 de mayo de 1899 se inaugura el Batzoki Bermiotarra en
Bermeo; y se crea un diario: El Correo Vasco.
En consecuencia, Sabino da muestras de moderación, con la presentación del
Proyecto de creación de un Consejo Regional Vasco, integrado por las cuatro
provincias españolas (Guipúzcoa, Vizcaya, Álava y Navarra). La diputación
asegura considerarlo, y el periódico de los sotistas, Euskalduna, también lo
apoya.
El apaciguamiento de su discurso no sólo le permite hacer una política más
pragmática, sino también que el sector más moderado pueda pertenecer al
partido. Sin embargo, esto es en lo que se refiere a la praxis, ya que sus tesis
ideológicas no variaron, lo cual se deja ver en su correspondencia. En
noviembre de 1897, en su periódico Baserritarra (Bizkaitarra había sido
clausurado años antes; en cuanto a Baserritarra, su existencia se prolongó sólo
durante algunos meses), explica que su anterior estilo agresivo se debía a que
deseaba darse a conocer y despertar a la sociedad vasca, adormecida por la
dominación española.
El 14 de mayo tienen lugar las elecciones municipales, y los nacionalistas
consiguen cinco concejales en el ayuntamiento de Bilbao. También los logran
en Bermeo, Arteaga y Mundaka, donde se nombra el primer alcalde
nacionalista. El 4 de junio sale el primer número del diario nacionalista El
Correo Vasco. Sin embargo, el gobierno, alarmado por los primeros éxitos
electorales de los nacionalistas en las elecciones municipales, el 12 de
septiembre suspende las garantías constitucionales en Vizcaya, clausura El
Correo Vasco y Euskalduna, y cierra el Centro Vasco y el Batzoki
Bermeotarra, que se habían inaugurado unos meses atrás. ¿A qué se debe esta
represión, cuando el nacionalismo se muestra más cauto que nunca? Corcuera
afirma que parece demostrado que la persecución no partió del consejo de
ministros, de Silvela ni del ministro de la gobernación, sino del principal
representante de la oligarquía vizcaína, Víctor Chávarri, que estaba
particularmente interesado en “cortarle las alas” a Ramón de la Sota, al que,
como influyente empresario, consideraba que ponía en peligro su monopolio
del poder municipal y provincial. De todas formas, esa represión ya no podía
acabar con el nacionalismo, puesto que los cinco concejales elegidos seguían
manteniendo la presencia pública del partido. Por otra parte, tres meses
después del cierre de El Correo Vasco se empieza a pensar en inaugurar otro
diario, si bien por razones desconocidas pronto se abandonó el proyecto. En
cualquier caso, en julio de 1900, diez meses después del decreto que había
ordenado los cierres, se vuelve a autorizar la reaperura de los centros
nacionalistas y de su prensa, con la única excepción del diario.
Parece ser que hubo una primera candidata, pero, por desgracia para Sabino,
era maketa, y eso es algo que no se podía permitir un vasco puro, él que tanto
había criticado los matrimonios mixtos, que echaban a perder la raza. De
hecho, su hermano Luis -unos años antes, mientras estudiaba en Barcelona-
residió en una pensión, donde tuvo relaciones y posteriormente se casó con la
cocinera, natural de Huesca y de nombre Josefa Egüés Hernández. Con todo lo
que los hermanos Arana habían criticado a los maketos, no se podía consentir
que el hermano del fundador se casara con una española, así que adoptó la
solución más sencilla, que era cambiar los apellidos de su querida,
“vasquizarlos” y convertirla en Eguaraz Hernandorena. Esto, que puede
parecer propio de una película o un serial televisivo, es totalmente cierto. Por
tanto, la elegida por Sabino no podía tener el mismo defecto. Y como el
requisito más importante era la naturaleza vascongada de la mujer, en 1899
eligió a una joven aldeana de Pedernales, ya que en aquel momento seguía
creyendo que en el campesino vasco están intactas las virtudes de la raza, aún
no corrompidas por la invasión maketa. Además, había nacido en Busturia,
supuesto lugar de nacimiento de Jaun Zuría, el héroe vizcaíno que venció a los
españoles en Arrigorriaga. En cuanto a su pureza vasca, del nombre, Nicolasa
Achicallende Iturri, Sabino duda del primer apellido, pero pronto se queda
tranquilo al saber que procede de la unión de “Achica” y “Allende”, y que es
un apellido único en Vizcaya. Tras mucho pensarlo, decide que Allende no es
suficientemente vasco y que se lo suprimirá, quedándose sólo con “Achica”. Y
queda totalmente reconfortado cuando logra localizar ciento veintiséis
apellidos de su futura esposa, en forma de árbol genealógico, todos ellos
vascos.
Me ha dado bastante que pensar el apellido de mi amada, con ser aldeana y todo. Es un
apellido único en Vizcaya, que sólo allí existe: Achica-Allende. Aparecía mixto, y acordado
estaba en el partido nacionalista de acá que los mixtos se han de tener como puros
euskéricos para los efectos de la clasificación de los individuos; pero, asi y todo, estaba yo
muy intranquilo. Me propuse recorrer los libros de bautizados antes de que trascendieran al
público nuestras relaciones, y así lo hice. De esta manera pude llegar a hallar la incógnita y
tranquilizarme: pues resulta que el apellido no es así, sino simplemente Achica; el allende lo
adoptó, por vez primera, un tío de su padre, y sólo porque ya entonces (dentro de este siglo)
le llamaban al caserío Achica, en Rigoitia, ya Achica de abajo, ya Achica-allende, para
distinguirle de otro Achica contiguo. Pero el padre de ese primer Achica-allende se apellidó
simplemente Achica, y lo mismo sus antepasados. Con este motivo son ya 126 los apellidos
de mi futura esposa que tengo hallados y puestos en cuadro sinóptico o árbol genealógico:
91
todos ellos son euskéricos. Procuraré suprimir el allende .
Lo que más le incomodaba era que se murmurase que había bailado con ella al
son de la pianola, en lo que en la época se llamaba “baile agarrao”. Si hay algo
que detestara Sabino es el organillo, que consideraba un símbolo maketo
típico, además del hecho de poner en práctica ese tipo de baile inmoral, cáncer
de la raza vasca, en el que el cuerpo del hombre y la mujer permanecen muy
juntos.
Su hermana Paulina, en sus memorias, narra una anécdota muy ilustrativa del
carácter de Sabino:
Sucedió que en un almacén que teníamos arrendado en cuatro mil pesetas, el arrendatario,
sin ningún permiso, dio bailes de máscaras los tres días de carnaval, sin saberlo nosotros,
puesto que al ir yo con mis amigas a la función de desagravios de la universidad y pasar por
la calle Barroeta Aldamar, que era donde estaba el almacén, vi el rótulo “El Edén”, y
extrañada dije a mis amigas: “¿Qué es esto?”. Y me contestaron: “¿No sabes que dan aquí
bailes de máscaras?”. Me quedé asustada, y en cuanto llegué a casa escribí a mis hermanos
lo que pasaba. Volvieron a Bilbao enseguida y Sabino llamó al arrendatario, que era un tal
González. Se incomodó con él, porque nosotros dimos el almacén para tienda de
ultramarinos y no para bailes. Como estaba anunciado para el domingo el baile de piñata,
también de máscaras, Sabino le dijo que de ninguna manera permitiríamos el escándalo, y
que, si insistía, antes daría fuego al almacén. Por fin, después de tanto altercado, el baile no
92
se efectuó, dejando de pagar la renta del año, y nosotros, contentos, perdimos el dinero .
Una vez calmada su conciencia, podía hacer público su noviazgo, pero había
que desbastar un poco a su querida, puesto que hasta entonces se había
limitado a trabajar en el campo. Juaristi comenta con ironía que Sabino se
entregó a tareas dignas del Pygmalion de Shaw:
Hoy viste y se peina aún como entonces: hasta hace poco no ha dejado el atxur ni la cesta de
la plaza [es decir, que seguía trabajando en la huerta y llevando la vendeja al mercado de
Guernica, los lunes], y sólo lo ha hecho por prohibírselo yo y muy a su pesar. Hoy no hace
más que las labores de la casa, hasta ir al colegio. En todo el tiempo de nuestras relaciones,
he hecho con ella el oficio de catequista; pero debe ir al colegio para aprender algunas
93
materias y adquirir la educación exterior necesaria para alternar con mi familia .
Según parece, Sabino no veía otra salida que rectificar sus planteamientos
nacionalistas y sustituir el partido por otro de corte regionalista. Una vez
realizado el sacrificio por amor a su patria, se retiraría a la vida privada y
abandonaría la política. Se inicia así la tercera fase de su evolución, el llamado
“giro españolista”, que ha sido objeto de disputas entre los expertos en lo
referente a su significado real. Los más íntimos sospecharon que intentaba
poner al partido a resguardo de la represión que hasta entonces habían sufrido.
A la vez que el citado artículo, en una carta dirigida a su hermano Luis, le
aconseja que “hay que hacerse españolistas”. El 29 de junio, La Patria
reproduce una entrevista concedida al diario La Gaceta del Norte por Sabino;
en ella defiende “una autonomía lo más radical posible dentro de la unidad del
estado español”, como objetivo de la Liga de Vascos Españolista, el nombre
del nuevo partido que quiere fundar, para sustituir al PNV. Euskalduna,
periódico portavoz del sector euskalerríaco, dentro del PNV, apoya esa
evolución en su editorial “Donde estábamos”. El 6 de julio, en unas
“Aclaraciones” publicadas en La Patria, afirma que su evolución implica la
renuncia a “la independencia del pueblo vasco” como fin último del
nacionalismo. El 24 de agosto, un manifiesto publicado en el mismo periódico
vuelve a mencionar la proyectada Liga de Vascos Españolista, que es fiel
reflejo de la línea política de Euskalduna. Lógicamente, son los antiguos
euskalerríacos quienes imponen al partido una línea cada día más
acomodaticia, más transigente con el sistema político de la Restauración y con
el capitalismo industrial. Para Corcuera, el abandono del purismo y de la
intransigencia de sus inicios se entienden a la luz de su evolución desde 1898-
1899, sin tener que apelar a la Liga de Vascos Nacionalistas. Sin embargo, y a
pesar del moderantismo de sus últimos años, aún tuvo que experimentar un
nuevo ataque personal, en esta ocasión de los manifestantes de una
manifestación liberal con motivo del 2 de mayo (en 1902).
Este cambio de pensamiento, en cierto modo, supone una vuelta al fuerismo
pre-nacionalista. Es probable que Sabino estuviera pensando en convertir al
PNV en un partido legal, abandonando la utopía independentista y dejando de
pensar en guerras de liberación, sacando el máximo partido del marco de la
constitución española. Esto supone el total abandono del nacionalismo, junto
con la aspiración a la independencia. No se trata de negar la nación vasca, sino
de afirmar la imposibilidad de llevarla a cabo -por la represión del gobierno
central-, y de aprovechar las energías derrochadas en campañas de resultados
más seguros y positivos. Hay que impulsar de verdad la nueva organización, y
pide a los nacionalistas un voto de confianza. La Patria, órgano de prensa del
partido por aquella época, se propone la tarea de convencer a sus lectores de la
conveniencia de la nueva postura, mencionando la necesidad de “seguir el
96
consejo de quien nos merece una confianza ilimitada” . Sabino puntualiza que
el nuevo partido no pretenderá cambiar los medios utilizados por el PNV, sino
los fines de éste: se rechaza la independencia para conseguir que
los estados vascos, que de hecho son españoles, reconociendo y acatando en derecho esta
anexión o agregación suya a España, alcancen dentro de esta situación de derecho, dentro de
97
la unidad del estado España, la mayor felicidad moral y material que alcanzar puedan .
A pesar de las disputas que los dos sectores del partido entablarán en los
próximos años por tomar el control y decidir la política a seguir, ambos se
verán todos los 25 de noviembre en la tumba del fundador.
La negativa de Zabala a proseguir la citada evolución se basa en el intento de
mantener la pureza de lo que él entiende que es la mejor obra de Arana Goiri.
Comenzaba de esta forma una fase de identificación del pensamiento de
Sabino con sus primeras formulaciones de la época del Euskeldun Batzokija,
marginando al Arana “evolucionista”, hasta el punto de que esta faceta de su
obra quedaría totalmente olvidada en cuestión de meses. La versión que se
impone en el PNV es la que presenta la evolución españolista como un suceso
misterioso e inexplicable. Se ignora el pretendido cambio, pero se mantenían
las causas que habían llevado a ese proyecto y en el partido sigue habiendo un
sector que seguía considerando necesario el establecimiento de un programa y
una organización que posibilitaran la legalización real del PNV. Existía una
falta de acuerdo entre los “sabinianos” y los “euskalerríacos”, que ni siquiera
se ponían de acuerdo en el nombre que debería tener el partido. Sólo años
después, en 1915, con la expulsión de su hermano Luis y la salida de los
primeros nacionalistas, la burguesía controló definitivamente la organización y
la depuró de los elementos más radicalmente sabinianos, planteando
claramente una política autonomista, y por tanto la recuperación del Arana
“españolista”.
5. EL NACIONALISMO VASCO DESPUÉS DE SABINO ARANA
Después de la muerte de Sabino, la doctrina nacionalista no experimentó
grandes cambios, excepto en lo referente a la praxis política cotidiana, que por
medio del sector de los moderados se manifestó en reivindicaciones de
autonomismo, en lugar de independentismo. Ya Unamuno había definido el
nacionalismo fundamentalista de Arana como una doctrina tosca y obtusa, que
sólo podía ser tomada en serio por mentes simples, y que estaba fundamentada
en estudios pseudocientíficos e invenciones históricas con tintes
102
legendarios : unas conclusiones que consideramos muy acertadas, puesto que
parecen definir qué es en realidad, de acuerdo con la opinión de los actuales
expertos en el tema.
Durante más de un siglo, la huella de Arana ha marcado decisivamente el
movimiento nacionalista vasco. Ahora bien, su presencia ideológica no
consiste en la fidelidad a sus escritos. Al contrario, éstos son utilizados por sus
adversarios para demostrar su trasfondo reaccionario y racista. Por ello, ha
quedado reducido a la condición de fundador, con una especie de culto
religioso a su tumba y a los retratos colgados en las organizaciones que se
proclaman sucesoras suyas. De este modo, la institución político-cultural más
emblemática del PNV recibió el nombre de “Fundación Sabino Arana”; y el
25 de noviembre de 2003, con ocasión del 100º aniversario de su muerte,
Xabier Arzalluz inauguró un monumento en su honor, en Bilbao, a la vez que
le reivindicó como precursor. Lo que es evidente que legó Sabino Arana, en
colaboración con su hermano Luis, fue la invención de la nación vasca,
reflejada en una serie de símbolos: el lema JEL, la bandera y el himno,
después de añadir letra a una melodía popular vasca. Esa canción, llamada
“Gora ta Gora”, es el himno actual del PNV, y la melodía, sin la letra, es el
himno del País Vasco (“Eusko Abendaren Ereserkia”). Por otro lado, gracias a
otra de sus creaciones, los batzokis, existe una serie de centros culturales
donde se crea el modelo de sociedad vasca; además, con ellos el nacionalismo
ha ido penetrando en todas las esferas de la sociedad.
Su legado, en sus diversas fases, se transmitió a las dos grandes tendencias del
nacionalismo vasco, la radical y la moderada, que heredaron su españolismo
en diversos grados. Una de las diferencias entre las dos corrientes es la
relación con el gobierno central, influida por la disyuntiva entre la autonomía
y la independencia. Esta última ha sido la meta de los abertzales radicales, y se
vio representada por los grupos Aberri y Jagi-Jagi antes de la Guerra Civil, y
por ETA y los partidos batasunos, posteriormente. El nacionalismo moderado
lo ha representado el PNV, que, a pesar de la ambigüedad de su objetivo final,
ha procurado compatibilizar el independentismo en la teoría con el
103
autonomismo en la práctica .
Al morir el líder, el partido atravesó por una situación crítica debida a las
luchas internas, con una posible separación de las dos corrientes enfrentadas
por llevar a cabo o rechazar la polémica evolución españolista de la última
fase del pensamiento aranista. Recordemos que Sabino no la culminó, pero
104
que tampoco renegó de ella . El sector “sotista” estaba a favor de la citada
evolución, para legalizar por completo el partido; en el bando contrario, los
considerados “sabinianos” se oponían a ella y querían mantener sin cambios el
legado del primer Arana, con su integrismo e independentismo. Este sector
jugaba con ventaja, ya que Ángel Zabala, el sucesor, pertenecía a él, junto a
Luis Arana, el hermano de Sabino, que siempre se consideró el conservador de
la vieja ortodoxia.
Aunque el debate se cerró con el olvido de la citada evolución, los “sotistas”
insistían en la conveniencia de legalizar el PNV, que aún era un partido
inconstitucional, y por tanto con la posibilidad de sufrir represalias por parte
del gobierno. Con el objetivo de ofrecer una salida pactada, el aranista Miguel
Cortés propuso una fórmula que satisfizo a los dos sectores, ya que cada uno
podía interpretarla a su antojo: “Nacionalismo es la política que trata de
reintegrar a Euskadi todos los derechos que tenía antes del 25 de octubre de
105
1839, es decir, volver a adquirir los llamados fueros en toda su integridad” .
En diciembre de 1906, una asamblea aprueba el Manifiesto y Organización del
PNV, en el que consta que su máxima aspiración es la derogación de la citada
ley. La propuesta era compatible con la ortodoxia sabiniana, según la cual la
restauración foral suponía recuperar la independencia vasca que se había
perdido en 1839; y por otra parte, al señalar como meta la derogación de la
ley, que podía tomarse como una autonomía dentro del estado español, podía
ser asumida por los antiguos euskalerríacos y de paso hacer posible la
legalización del partido. De nuevo estamos ante otra muestra de la
ambigüedad que caracterizó -y caracteriza- al PNV.
A pesar de esta decisión salomónica, la división entre las dos corrientes
continuó durante los años posteriores a la muerte de Sabino, con duros
enfrentamientos entre Zabala y los suyos, respaldados por el semanario Patria,
y los “sotistas”, que contaban con el periódico Euskalduna. Aprovechando que
Zabala había tenido que ingresar en prisión tras descubrir la policía un
cargamento de folletos “separatistas” en un barco procedente de México, los
moderados insistieron en que se debía aprobar un programa que convirtiera al
PNV en un partido legal, y la citada fórmula podía conseguirlo.
Dos años después, una asamblea del partido celebrada en Elgóibar añadió una
cláusula más legalista: “El Partido Nacionalista Vasco se ajustará en todos los
actos de su propaganda a los preceptos del régimen legal vigente”: una victoria
en toda regla para los moderados, que ahora podían aplicar su política
gradualista. Y de este modo, desde 1906-1908, el programa consiguió integrar
a independentistas y autonomistas, a la vez que se convertía en un grupo
totalmente legal, dentro del sistema político liberal. Así, sin renunciar a la
meta final, que para los ortodoxos era la independencia, el nacionalismo
106
comenzó a implicarse en la vida política . La expansión estructural fue de la
mano de un desarrollo de la prensa nacionalista, el mejor modo de difundir las
ideas jeltzales. A pesar de la desaparación de Patria y Euskalduna, que evitó
el aumento de las polémicas entre los dos sectores, el partido siguió teniendo
prensa propia: Aberri y después un nuevo Bizkaitarra, por parte del sector
radical. Faltaba el “gran diario nacionalista”, que llegó por fin en 1913,
cuando apareció Euzkadi, que se publicaría sin interrupción hasta 1937. El
puesto de director lo ocupó Engracio Aranzadi, lo que aseguraba su pureza
ideológica; pero tenía buenos profesionales y una base económica sólida, que
se amplió cuando el año siguiente se creó el diario vespertino La Tarde, menos
vinculado al partido, pero también en el contexto de la prensa nacionalista.
Además del interés por la prensa, el PNV creó diversas organizaciones
paralelas para aumentar la difusión del nacionalismo. En 1904 se creó la
agrupación juvenil Juventud Vasca, que se fue expandiendo a otras
localidades. Dentro de la organización surgieron los primeros grupos de
mendigoizales (montañeros), jóvenes excursionistas que difundían las ideas
nacionalistas por todos los rincones de la geografía vasca y se consideraban
107
“guerrilleros de la patria” .
Otro campo que no se podía descuidar era el de las clases trabajadoras,
importantes en Vizcaya y cada vez más presentes en Guipúzcoa, y de paso
evitar que los trabajadores autóctonos se contagiaran de las ideas socialistas.
Así, el 23 de julio de 1911 el nacionalismo vasco organizó su propio sindicato,
Solidaridad de Obreros Vascos, “nacionalista y cristiano”, cuyos objetivos
eran la defensa del obrero vasco (los inmigrantes quedaban excluidos) frente
al “capitalismo absorbente” y el “exótico socialismo”. La organización se
enfrentó siempre a la UGT y la CNT y actuó en la órbita del sindicalismo
cristiano, para que los obreros vascos no se afiliaran a sindicatos izquierdistas
y españolistas. Al regirse por la doctrina oficial de la iglesia, le tildaron de
sindicato “amarillo”. En su primera etapa, Solidaridad no pudo aproximarse a
la fuerza de los sindicatos de izquierda, ya que, por sus buenas relaciones con
los patronos nacionalistas, daba la impresión de que no era un sindicato de
verdad. Sólo tendría éxito en los años treinta, rebautizado como ELA-STV
(Euskal Langileen Alkartasuna – Solidaridad de Trabajadores Vascos).
Ramón de la Sota
Frente a los pocos problemas que tuvieron que sufrir los moderados, en
cambio los aberrianos sí sintieron la represión, con sus centros clausurados,
sus periódicos suspendidos y algunos dirigentes encarcelados o exiliados,
después del decreto antiseparatista de finales de octubre de 1923. Esa
represión no fue indiscriminada, sino que se centró en sus líderes,
especialmente Elías Gallastegui, que pasó esos años en la cárcel y en el exilio.
Y así fue hasta el punto de que José Antonio Aguirre, presidente del gobierno
autonómico, se puso él mismo al mando de las tropas nacionalistas que
intentaron detener el avance del ejército rebelde del norte, dirigido por el
general Mola; pero, frente a la ofensiva de los sublevados, se preocuparon más
por guardar el orden público (para evitar las represalias contra el clero por
parte de los izquierdistas) que por combatir al adversario. Y, cuando era ya
evidente que todo el territorio vasco quedaría pronto ocupado por las tropas
franquistas, negociaron con los italianos el Pacto de Santoña, por el cual el
ejército nacionalista vasco se rendiría a aquéllos (que actuarían como
intermediarios ante el gobierno provisional de Franco) a cambio de unas
condiciones favorables para sus tropas. Los hechos son un tanto confusos, y no
está claro si el lehendakari estaba al tanto de los hechos, o si fue sólo obra de
Juan de Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar, con la mediación del
sacerdote Alberto Onaindía, que llevó las negociaciones con los italianos,
incluida la intervención del mismo Papa, Pío XII. Sea como fuere, por acción
o por omisión, lo cierto es que la actitud de los gudaris del PNV facilitó las
cosas al ejército del norte del bando franquista. Y, tras la rendición, muchos de
ellos se apresuraron a ingresar en las filas de los sublevados frente a la
República. Xuan Cándano afirma que “el Pacto de Santoña fue la
consecuencia lógica de la posición del PNV en la guerra civil española y la
crónica de un final anunciado”. Si en principio se encontraban del lado de los
republicanos fue sólo por el estatuto de autonomía y por obligación, al ver
invadido su territorio por los rebeldes. La mayor parte de la resistencia al
bando adversario la llevaron a cabo las tropas izquierdistas y anarquistas, y las
nacionalistas se limitaron a las acciones que hemos mencionado.
Azaña, presidente de la República, se temía lo peor, que fue lo que después
realmente sucedió:
Madrid no se defendió en el campo, y empezó a defenderse cuando el enemigo entró en los
arrabales. En Bilbao será al revés. Cuando esté vencida la defensa en el campo, la villa no
resistirá. Y temo aún otra cosa: caído Bilbao es verosímil que los nacionalistas arrojen las
armas, cuando no se pasen al enemigo. Los nacionalistas no se baten por la causa de la
República ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y
semiindependencia. Con esta moral es de pensar que, al caer Bilbao, perdido el territorio y
desvanecido el gobierno autónomo, los combatientes crean o digan que su misión y sus
motivos de guerra han terminado. Conclusión a la que la desmoralización de la derrota
prestará un poder de contagio muy temible. Y los trabajos que no dejará de hacer el
enemigo. Y la resistencia, cuando no sea oposición, a que el caserío, las fábricas y otros
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bienes de Bilbao y su zona padezcan o sean destruidos .