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EY H. Le sujet de l'action (Phénomenologie et psychothérapie). Analecta


Husserliana, 1976 [El sujeto de la acción (Fenomenología y psicoterapia)]

El acto psicoterapéutico nos tiene que hacer preguntar qué puede ser el hombre
para que le sea posible plantearse el rectificar la trayectoria de su existencia. La idea
de Sujeto, del existente que encaramos en nuestro trabajo debe ser la de una
ontología lo suficientemente “dinámica“ como para que pueda hacer posible un
cambio de su existencia.
Este problema que es el de lo “central”, lo ‘nuclear’ del ser es ocultado por la
ideología contemporánea que dispersa el ser del Yo (el sujeto en su fuerza) en la
periferia de su medio. Es necesaria una idea del Yo que esté en las antípodas del
movimiento ideológico moderno que pretende aniquilarlo. Porque lo que se
proclama es una abolición original del Yo (en las paradojas tanto de Nietzche como
de M.Foucault, lo mismo que en behaviorismo y el estructuralismo objetivista), una
negación de una subjetividad, dado que, aunque hablan del hombre, le niegan la
posibilidad de estar en el centro de sí mismo para fundar “ciencias humanas”
propiamente dichas. En estas ‘ciencias humanas’ el hombre no tendría lugar.
A toda fenomenología de la existencia le es imposible reducir la acción (tanto
subjetiva como intersubjetiva) al movimiento simple, donde los actos humanos se
reducen a regulaciones energéticas, termodinámicas o cibernéticas de conservación
de la energía. Dos modelos: (a) el de la psicología behaviorista suspendiendo
científicamente toda acción de un sujeto, de su voluntad, de su libertad. (b) el de la
psicología de los complejos ideo-afectivos reduciendo los actos a movimientos
reglados determinísticamente. Como la acción humana no es reducible a estos dos
modelos tan simples, hay que mostrar en qué dirección se debe intentar aprehender
el sentido de los actos (que son los fenómenos humanos por excelencia).
Ey se pregunta ¿cómo puede la fenomenología de Husserl aparecer como una
filosofía de la acción? Es que lo que se decubre en el fondo de todas las estructuras
intencionales es el acto humano como realización de una posibilidad que la eficacia
del Sujeto engendra. En la medida que el Homo sapiens, es también Homo faber,
solo puede ser ‘haciendo, haciéndo-se’.
El hombre aparece organizado en su propio poder de obrar (pensar, percibir,
querer, imaginar, etc.) contra los análisis que despliegan los actos del sujeto “sin él”
y solo en el espacio horizontal, unidimensional, tanto del esquema estímulo-
respuesta como de la tópica freudiana.
(a) Son los actos de un ‘ser en cuestión’, que anticipa la urgencia de una
respuesta de significado, y (b) los actos de un ‘ser que busca su finalidad’ de
acuerdo a una perspectiva siempre abierta sobre su propio fin, los que constituyen la
ontología de este ser-para-sí que es el hombre.
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Decir que el Sujeto es el agente, el productor de su ser es decir que es un ser de


tiempo y de finalidad. La problemática de este ser en cuestión y que busca su
finalidad constituye la forma de su existencia, porque cada decisión de su voluntad
en cada momento de su historia, responde a esta inquietud y a esta búsqueda,
arrancándose a su angustia y a su irresolución.
El Yo, el Existente de cada uno lejos de ser una pobre cosa es el eje existencial
en relación al cual se ordena la vida de relación (como relación de reciprocidad con
otros y como relación consigo mismo). El Sujeto es la plenitud del ser que obra,
haciendo y haciéndo-se.
Es esta realidad del Yo (Moi) como sujeto y autor de toda experiencia y de toda
existencia humana lo que con frecuencia no es reconocida sino que es negada. En la
ideología actual se repite que “el Yo es el otro”, que “el Yo no es más que el reflejo
del otro”, que el “Yo está condicionado por el medio”, o que es solamente “la
ilusión del deseo”. Estas aniquilaciones del Yo desvalorizan a la humanidad porque
la humanidad no puede ser en sus instituciones y en su historia sino la totalidad
creadora de todos los individuos que la componen. Cada uno de éllos es quien crea
estos actos por los cuales se construyen la historia, la cultura, el saber y la
humanidad.
Por eso no sorprende que a través de los movimientos de ideas sobre psicología,
sociología y moral aparezca la idea de un Sujeto como raíz de su existencia, y que
esta idea siempre se encuentre en los sistemas filosóficos modernos.
En el pensamiento francés ha sido tradicional y constante la introducción del
dinamismo del esfuerzo, de la construcción o de la energía espiritual como
dimensión de la vida psíquica (de Maine de Biran hasta Bergson, M.Blondel,
Lavelle, E.Mounier y Merleau Ponty). Este movimiento de ‘psicología dinámica’ en
Francia ha correspondido (*) en lengua alemana a la psicología de la forma (a la
Gestaltpsychologie de la escuela de Gratz) y (*) en los países anglosajones a la
psicología de W.James (porque es lo mismo criticar la hipótesis de constancia, la
‘Mind-stuff Theory’ o el atomismo psicológico).
Pero ha sido y es la filosofía de la intencionalidad la que, con Brentano y
Dilthey. ha centrado las descripciones psicológicas sobre la actividad del sujeto.
Los trabajos de Bergson equivalen a los análisis existenciales, modelos del
pensamiento filosófico de nuestro tiempo. Fue en este movimiento profundo,
vitalista y espiritualista, “dinamista” de la reflexión del pensamiento sobre sí mismo
(ontogénesis y ontología del ser pensante y obrante) que aparecieron las ideas de
Husserl y el Dasein de Heidegger.
La fenomenología de Husserl es la aprehensión de la experiencia cuando su
vivencia es reducida a su esencia, es decir a las configuraciones noético-noemáticas
de su constitución. Y su esencia es el tiempo fenomenológico en tanto forma
necesaria de la trans-actualidad y de la sobrevivencia de la vivencia. Toda la larga
explicitación de las implicaciones de la experiencia vivida, más allá de los
contenidos empíricos de la actitud natural, lleva a la fenomenología de Husserl a la
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animación de toda estructura psíquica por el significado que la intencionalidad del


Sujeto sostiene o mejor dicho, produce.
La metafísica de Heidegger (la de ‘Sein und Zeit’) hace del poder ser, de la
precariedad de la existencia, el fundamento mismo de su temporalidad, en tanto es
en la marcha siempre vacilante y problemática de un tiempo que constantemente se
cuestiona en sus proyectos, en las preocupaciones (Sorge). Ey entiende que
Heidegger buscando en la temporalidad, en el movimiento dirigido del Dasein el
núcleo del existente lo consiera como foco de su libertad.
Pero, dice Ey, algunos desarrollos posteriores de Heidegger, dispersando al
Dasein, excentrándolo en los ec-tasis del Mit-sein,… corriendo el riesgo de no
separar suficientemente los existentes, unos de otros, ha dado lugar a una
explotación psicosocial, incluso a una recuperación política (JP Sartre): la de la
aniquilación del Ego en la masa de una mundaneidad donde el sujeto en primera
persona se disuelve. Extrapolación que es incompatible con el sentido más profundo
del análisis existencial (‘existentiale’).
Antes, durante y después del desarrollo de esta fenomenología, una fuerte
corriente existencial (‘existentielle’) siempre ha “vivificado” el drama de la
conciencia desgraciada incorporado en la constitución misma del Sujeto. Existir
(Pascal, Kierkegaard) es ‘ser para la muerte’ (‘sentido trágico de la existencia’). Ey
señala también el interés de la fenomenología individualista de K.Jaspers.

Dice Ey que así puede comprenderse: a) lo que representa la organización de la


existencia, centrada en y por el Sujeto, y b) que esta organización (ontogénesis y
ontología del ser) suponen implícitamente el Inconsciente contenido por las
estructuras del ser y del devenir consciente. Las configuraciones de la conciencia
aparecen como las formas del poder y del querer; de tal modo que el Inconsciente
de la positividad del deseo, se opone al ser y al devenir conciente sujeto de los actos
de la libertad individual. Estas formulaciones pueden validar las nociones de
normatividad y de psicopatología.
Esta imagen de la organización del ‘cuerpo psíquico’ valida y prescribe el
trabajo del psicoterapeuta. ‘Cuerpo psíquico’ que no puede ser considerado como
un agregado de corpúsculos (en los planos atómico o molecular) sino como el
centro de la indeterminación, de la autonomía del existente. La psicopatología nos
ofrece una imagen invertida de esta organización.
En consecuencia, dice Ey, es claro cuál es el trabajo del psicoterapeuta. (A) Este
debe cumplir un trabajo de restauración del Sujeto caído en el “pathos” de la
existencia inauténtica, o en la condenación de su Inconsciente. Por eso solo puede
trabajar en medio de una ‘empatía’ que exige una especie de anastomosis con el
Inconsciente de su paciente: a) estableciendo el vínculo trasnferencial y b)
interpretando su simbolismo. (B) Pero también es claro que el hecho
psicopatológico, centrándose en la pérdida de libertad del sujeto (libertad
garantizada por las configuraciones formales de su ser consciente) determina que la
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psicoterapia no puede reducirse a un trabajo subterráneo. El acto psicoterapéutico


debe aplicarse a la actividad misma del sujeto y por lo mismo ser resueltamente
activo, para que pueda ayudar al Sujeto a rehacer lo que el proceso psicopatológico
ha desorganizado. Una restauración en el sentido que Freud le había prescripto:
“Wo es war soll ich werden”… ‘Allí donde estaba el Ello, debo devenir Yo’.

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