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Si se les pregunta a diez economistas locales qué opinan de la posibilidad de dejar flotar el tipo de cambio libremente,
ocho y medio dirán que la idea es inviable, irreal y solo un ejercicio de pura teoría. Un economista dirá que es
perfectamente viable, pero inmediatamente condicionará el concepto de libre con alguna clase de limitación
neutralizante. Solo medio economista de los diez dirá que la idea es viable y positiva, sin condicionarla.
Eso no es sorprendente en un país donde las universidades públicas se han ocupado durante la mayor parte de los
últimos 40 años en difundir con aterradora preferencia las ideas de los dos máximos predicadores de la manipulación de
mercados, Karl Marx y John Keynes. Ese sesgo académico y el temor atávico de los argentinos por la libertad con la que
no saben convivir explican buena parte de las frustraciones económicas que han afectado y afectan al país y lo han
llevado a celebrar como si fuera el gol del triunfo del mundial que la cuarta parte del país sea pobre.
Un tipo de cambio fruto de un mercado libre pondría en evidencia de modo instantáneo cualquier incoherencia o error
en la política económica, ya que es la variable que mejor resume tanto el accionar del Estado en el aspecto fiscal como
las expectativas de los factores económicos y cualquier manoseo a las reglas de seriedad económica por parte de
cualquier gobierno. Es por eso que, como máximo, los encuestados en la metafórica compulsa del comienzo dirán que,
para no crear un caos, se podría llegar a aplicar en un proceso gradual, que inevitablemente terminaría en la nada, como
todo proceso gradual en la economía argentina, desde el inicio de la historia nacional.
El tipo de cambio regulado por cualquier método es la consecuencia del proteccionismo, el estatismo, la corrupción
rampante e imparable en el gasto del Estado, el populismo que tampoco ha cesado, el negociado permanente en los
contratos y las licitaciones, el enriquecimiento de los funcionarios, que es inmutable, con mayor o menor prudencia o
desvergüenza. También es consecuencia de la incapacidad de los políticos que se atribuyen el monopolio de la
democracia. Y al mismo tiempo es funcional a todo ese sistema perverso, al ocultar por un tiempo los efectos de todas
esas prácticas. Por eso es que existe la creencia generalizada de que no es posible un mercado libre de cambios. Lo que
en realidad no es posible es que ocurra todo lo otro que se ha descrito.
Por supuesto que los millonarios parásitos de la economía nacional y sus profesionales empleados calificarán estas
afirmaciones de fundamentalistas, como lo han hecho siempre. En realidad tienen razón. Es fundamental partir de esa
premisa de libertad cambiaria si se quiere resolver este cuento de nunca acabar que justamente comienza de nuevo y
que va camino al mismo final que los otros cuentos.
En una reciente columna para Infobae, Roberto Cachanosky analizaba con gran justeza la situación grave que plantea el
déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos frente a una deuda externa creciente. Un tipo de cambio libre no
habría permitido que se llegase a esa situación. Sencillamente por el libre juego de oferta y demanda que habría subido
el valor de la divisa, como otros "fundamentalistas" más talentosos lo han demostrado tantas veces y la realidad
también. Y cuando sube el valor de la divisa, aumentan las exportaciones y se produce el efecto inverso, y así se tiende al
equilibrio.
En su libro Volver a crecer, de 1987, Domingo Cavallo había propuesto pagar los intereses y la deuda con compra de
dólares en el mercado, lo que devaluaría la moneda local todo lo que fuera necesario. "Un dólar altísimo" predicaba.
Que luego al ser funcionario haya cambiado tan drásticamente no anula el acierto de su planteo como técnico.
Por supuesto que, una vez que se llega a niveles siderales de desfase, los argumentos de los becados del descalabro
parecen tener asidero: "Pero si se libera el dólar de golpe, se paraliza la economía", entre otros. Si hubiera existido un
tipo de cambio libre, el déficit se habría autocontrolado y reducido automáticamente. Es el manoseo el que hace que se
lleguen a cifras insolubles. Claro que, una vez sumergido en el festival de gasto-endeudamiento en dólares-emisión para
gastar y para comprar dólares, el Gobierno está en un zapato chino. Por un lado, fomenta la baja del dólar al crear las
condiciones para el carry trade con la absorción de la continua emisión con Lebacs. Por otro, fomenta el alza de la divisa
al crear desconfianza con su política de endeudamiento, gasto y déficit.