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Todo por dos pesos

Echaré de menos, cuando falte, el billete de dos: el de


Bartolomé Mitre.

30|03|18

Martín Kohan

Echaré de menos, cuando falte, el billete de dos: el de


Bartolomé Mitre. Caducará en breve, y ya lo sabemos;
de ahí el aire de despedida que, no sin melancolía, se me
impone cada vez que lo doy o me lo dan. Alguna vez
llegué a juntar literalmente un montón, bajo el impulso
televisivo de Julián Weich; y alguna vez, con Fabio

Alberti y Capusotto, aprecié la medida exacta con que


había que tasar el efecto kitsch. Le queda poco, se
extinguirá. En su lugar habrá monedas.

Ya lo sé, ya lo sé: la Guerra del Paraguay fue nefasta; su


versión de la Divina Comedia, ya lo sé, fue deficiente; la
revuelta del 74, un dislate; en las páginas del diario que
fundó se dicen a menudo cosas que no comparto; de las
aulas del colegio que fundó emergen aires de soberbia
que no apruebo. Pero confieso que me interpela la efigie
proba del fundador de la nación argentina. Admiro su
prosa, que es mucho decir. Sus historias colosales (la de
Manuel Belgrano, primero; la de José de San Martín,
después) me conmovieron, no diré que patrióticamente,
pero sí literariamente; y en la ecuación convencional de
literatura y vida me seduce la figura del que no supo
hacer la guerra, pero sí supo narrarla.

El otro día eché un vistazo al pasar a su estatua en


Recoleta, empinado sobre Libertador. ¿Me parece a mí o
la figura femenina que, a sus pies, alza el laurel, en vez
de estar recta, quiebra un poco la cintura? Inyecta un
toque de swing, si es que así puede decirse, a la rigidez
general.

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