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Reflexión de la Segunda Palabra

Siempre escuchamos la historia de dos ladrones uno devoto y otro impío, pero es un poco más
complicada que eso. Al principio los dos ladrones ultrajaban a Jesús y se burlaban de su condición
como podemos escuchar en “Mateo 27:38 “Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a su
diestra y otro a su siniestra”. Y en Mateo 27:44 “De la misma forma le injuriaban también los ladrones
que estaban crucificados junto a él”.

Pero algo sucedió en el transcurso de esas amargas horas. Algo le dijo a uno de los ladrones que
Jesús no era un hombre cualquiera, algo le dijo a uno de los ladrones que este hombre era rey!
Quizás pudo haber sido el letrero que pusieron sobre su cabeza, como aparece en Lucas 23: 38
“Había también sobre él una inscripción escrita con letras griegas, latinas y hebreas que decía:
ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS”.

O quizás fue algo más específico, quizás fue algo en el mismo Jesús. Quizás fue el momento donde
imploró por sus transgresores, o quizás fue su mirada de amor. Y así al final, el ladrón reconoció a
Jesús como el cristo. Y se identifica la epifanía de este ladrón en Lucas 23: 39-43

En la cruz a la diestra y siniestra de Jesús, se encontraban dos malhechores uno de ellos le


insultaba, diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate, pues, a ti mismo y a nosotros. Pero el otro,
tomando la palabra, le reprendía, diciendo: ¿Ni siquiera tú temes a Dios, tú que estás en el mismo
suplicio? En nosotros se cumple la justicia, pues recibimos el digno castigo de nuestras obras; pero
este nada malo ha hecho. Y decía a Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Él le dijo: En
verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso.
Muchas veces nos martirizamos y nos preguntamos ¿por qué pasamos por situaciones tan difíciles?
Pero alguna vez nos hemos detenido a mirar por sólo un momento el dolor de nuestros hermanos,
¿o nos hemos preguntado si lo cosechamos por la labranza de nuestros actos? Pero éste
malhechor, a pesar de todo su sufrimiento pudo abrir los ojos y reconoció en Jesús a un inocente e
imploró en el la ayuda para la vida eterna.
Más aún cuando sentimos que desfallecemos o que nuestros errores no nos dejan avanzar,
sabemos que al final el Padre Misericordioso estará allí extendiéndonos sus manos para que
volvamos a él, para que encontremos esa paz que tanto necesitamos para continuar. Sin importar
cuántas veces fallemos, o si recaemos en los mismos vicios si nos aferramos a Dios, él siempre nos
perdonará y apoyará para seguir adelante y poder corregirlos.
Sentir que estaremos con Él en el paraíso nos garantiza que luego de los esfuerzos, de las
búsquedas, de las caídas, de superar nuestros obstáculos, de defender nuestro punto de vista, al
final de toda nuestra vida, tendremos una recompensa que llenará nuestra alma, que hará que todo
eso por lo que pasamos halla valido la pena.

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