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Las tres cabras

Autor
CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA

Había una vez tres cabras machos de la misma familia: una pequeña e inexperta
cabritilla, su padre de mediana edad y mediano tamaño, y el abuelo que era una
cabra grande y muy lista que lo sabía todo.
Las tres cabras se querían mucho, se protegían, y siempre iban de aquí para allá
en grupo, muy juntitas para no perderse por el monte y defenderse en caso de
apuros.
Un día, a primera hora de la mañana, salieron a comer hierba al mismo lugar de
siempre, pero cuando llegaron al prado descubrieron que el pasto fresco había
desaparecido. Husmearon a fondo el terreno, pero nada… ¡No había ni una sola
brizna de hierba verde y crujiente que llevarse a la boca!
El abuelo miró al horizonte pensativo. Su familia necesitaba comer y como jefe del
clan tenía que encontrar una solución al grave problema.
Un par de minutos después, dio con ella: no quedaba más remedio que atravesar
el puente de piedra sobre el río para llegar a las colinas que estaban al otro lado
de la orilla.
– ¡Tenemos que intentarlo! Jamás he estado allí, ni siquiera cuando era un chaval,
pero recuerdo muy bien las historias que contaban mis antepasados sobre lo
abundante y riquísima que es la hierba en ese lugar.
Si el abuelo pensaba que era lo mejor, no había más que decir. Sin rechistar, las
dos cabras le siguieron hasta al puente. Desgraciadamente, ninguna se imaginaba
que estaba custodiado por un horrible y malvado trol que no dejaba pasar a nadie.
La más pequeña y alocada estaba ansiosa y quiso ser la primera en cruzar.
Cuando había recorrido casi la mitad, apareció ante ella el espantoso monstruo
¡La pobre se dio un susto que a punto estuvo de caerse al río!
– ¡¿A dónde crees que vas?!
– Voy al otro lado del río en busca de hierba fresca para comer.
– ¡De eso nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de
hambre, así que pienso devorarte ahora mismo de un bocado!
A la cabrita le temblaba hasta el hocico, pero fue capaz de improvisar algo
ocurrente para que el trol no la atacara.
– ¡Señor, espere un momento! Soy demasiado pequeña para saciar su apetito y
no le serviré de mucho. Detrás de mí viene una cabra que es bastante más grande
que yo ¡Le aseguro que, si me deja pasar y aguarda unos segundos, podrá
comprobarlo!
El ogro tenía tanta hambre que pensó que no podía perder la oportunidad de
darse un banquete mejor.
– ¡Está bien, cruza! ¡Ya veremos si me dices la verdad!
La cabrita siguió su camino y se puso a salvo.
Mientras tanto su padre, la cabra mediana, llegó al puente. Comenzó a cruzarlo
tranquilamente, pero a mitad de trayecto el trol apareció ante sus narices.
– ¡¿A dónde crees que vas?!
– Voy al otro lado del río en busca de hierba fresca para comer.
– ¡De eso nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de
hambre, así que pienso devorarte ahora mismo de un bocado!
La cabra mediana, paralizada por el miedo, intentó hablar pausadamente para que
el monstruo no notara su nerviosismo.
– Sé que estás deseando zamparme, pero si me dejas cruzar verás que detrás de
mí viene una cabra mucho más grande que yo ¡Créeme cuando te digo que
merece la pena esperar!
El trol estaba empezando a perder la paciencia.
– ¡Está bien! ¿Por qué comerte a ti cuando puedo llenarme la tripa con una cabra
el doble de grande que tú? Espero que sea cierto lo que dices ¡Pasa antes de que
me arrepienta!
La cabra mediana aceleró el paso sin echar la vista atrás y alcanzó la otra orilla.
La cabra mayor cruzaba el puente con ese garbo y seguridad que dan los años
cuando, a medio camino, le asaltó el trol. Por la cara de pocos amigos que tenía
parecía dispuesto a capturarla para saciar su apetito.
– ¡¿A dónde crees que vas?!
– Voy al otro lado del río en busca de hierba fresca para comer.
– ¡De eso nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de
hambre, así que pienso devorarte ahora mismo de un bocado!
¡Esta vez el trol no sabía con quien se la estaba jugando! La cabra, valiente como
ninguna, se estiró, infló el pecho y con voz profunda le dijo:
– ¿Me estás amenazando? ¡No me hagas reír! ¡Tú eres el que debe tener miedo
de mí!
El trol sonrió con chulería y le replicó en tono burlón:
– Sé que no vas a comerme, cabra estúpida, porque vosotras las cabras sólo
tragáis hierba a todas horas ¡Menudo asco! ¡Debéis tener los dientes verdes de
tanto mascar clorofila!
La cabra se enfureció. Apretando las mandíbulas de la rabia que le entró, miró
fijamente a los ojos saltones del trol y le gritó:
– ¡No, no voy a comerte, pero sí voy a mandarte muy lejos de aquí para que dejes
de molestar!
Antes de que pudiera reaccionar, saltó sobre él y le pisoteó con sus finas pero
fuertes patas. Después, lo levantó con los cuernos y lo lanzo al aire. El trol salió
disparado como un dardo, cayó al agua, y como no sabía nadar la corriente se lo
llevó a tierras lejanas para siempre.
El abuelo cabra se quedó mirando al infinito hasta asegurarse de que desaparecía
de su vista. Después, muy digno, se atusó las barbas y continuó con paso firme
sobre el puente.
Al reencontrarse con su hijo y su nieto, los tres se abrazaron. Se habían salvado
gracias al ingenio y a la complicidad que existía entre ellos. Muy felices, se fueron
canturreando y dando saltitos hacia las verdes colinas para atiborrarse de la
hierba deliciosa que las cubría.

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