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Premio Nacional de Crítica

La autonomía del Arte

en tiempos de globalización:

dispositivo del sistema capitalista

Presentado por Blue Flame

Ensayo breve

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LA AUTONOMÍA DEL ARTEEN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN:

DISPOSITIVO DEL SISTEMA CAPITALISTA

El Hombre se acostumbra a vivir su vida llena de rutinas,

obligaciones, frustraciones y vacíos hasta que encuentra el Arte, y por un

momento se refugia en el Arte para sentir la plenitud de la creatividad, la

libertad, la experimentación, el empoderamiento y la voluntad de

transformación, esas fuerzas que tan ajenas le resultan en su vida cotidiana.

Luego, una vez terminada la exposición, el concierto, la película o la

experiencia artística de turno, una vez terminada su sistemática experiencia

con el Arte el Hombre regresa a las rutinas, obligaciones, frustraciones y

vacíos de su vida normal.

Antes del siglo XVIII ninguna sociedad, ninguna civilización, ni

ningún otro tipo de vida colectiva humana había separado el arte de la vida

cotidiana. Después de dos siglos de separación entre arte y vida en las

sociedades capitalistas llega el siglo XXI abriendo un nuevo milenio y el

reencuentro entre el arte y la vida se hace inevitable. Sucede que el mismo

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capitalismo el más interesado en propiciar ese encuentro, aún cuando el

Sistema no logra llegar a dimensionar cuáles pueden ser las consecuencias

de generar los gérmenes de su propia destrucción.

La institución que llamamos Arte no ha existido siempre, ni tampoco

existirá por siempre. La institución Arte y todo ese mundo del Arte del que

aún se habla en tiempos de globalización en el siglo XXI es una invención

con apenas dos siglos de historia. El sistema del arte nace en Europa en

medio del aire de los tiempos de la Ilustración de las últimas décadas del

Siglo XVIII. El despliegue del capitalismo y los valores de la Modernidad

consolidan la experiencia del Arte como una instancia separada y

diferenciada del resto de instancias de la vida social. Los procesos de

colonización del Siglo XIX exportan los nuevos valores y prácticas de las

potencias capitalistas europeas hacia el resto de continentes del planeta, de

tal modo que la construcción y las luchas entre los Estados Nación a lo

largo de todo el siglo XX se emprenden desde la nueva visión de la vida

moderna: el Arte y la Cultura son dos ámbitos de la vida social separados y

diferenciados. A pesar de la reivindicación de la fundición entre Arte y vida

por parte de las vanguardias modernas y la disolución de sus fronteras en la

vida cotidiana de las sociedades posmodernas, el siglo XXI llega

abriéndose en medio del macro proceso de integración de todos los

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procesos del planeta Tierra, la globalización, y en el sistema de vida global

la institución Arte sigue cumpliendo ciertas funciones fundamentales para

mantener las relaciones de poder de dominio entre unos individuos sobre

otros.

La autonomía del arte produjo como consecuencia en la vida

moderna el nacimiento de una institución llamada Arte, un campo de la

vida social claramente diferenciado y separado del resto de campos: la

cultura, la política, la economía, la religión, etc. La función de la institución

Arte es regular el mercado laboral artístico, formado al final del siglo XIX

por artistas profesionales actuando autónomamente. Esa racionalidad de la

organización especializada de la vida moderna dividida en diferentes

campos sociales autónomos entra en crisis en el siglo XXI, cuando todos

los campos de la vida social tienden a compenetrarse unos con otros. No se

puede ya separar lo estético de lo cultural, ni lo político de lo estético o lo

estético de lo económico (¡porque ya ni siquiera se puede separar la

naturaleza de los artificios!). El mercado laboral del campo artístico se

entremezcla con todo tipo de mercados laborales y se empieza a catalogar

como Arte lo que hacen muchos, a pesar de no ser artistas. El campo

artístico aún se regocija y se enorgullece de su autonomía sin llegar a

apreciar plenamente los alcances de las nuevas realidades vividas en el

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mundo globalizado: ahora cualquier individuo, autónomamente, puede

desplegar artes insospechadas sin tener que pasar oficialmente por los

circuitos establecidos ni verse obligado a aceptar las reglas y las

condiciones impuestas autónomamente por el mundo del Arte.

En los siglos XVIII y XIX la autonomía del arte es un proceso

revolucionario en tanto posibilita un inmenso despliegue de la creatividad

individual y colectiva en la vida social. A través de una creciente

autonomía del campo artístico la expresión se libera de las prohibiciones,

limitaciones y condicionamientos impuestos tanto en Occidente como en

Oriente por los tradicionales poderes con voluntad de dominio, como las

monarquías y las iglesias, como las dinastías aristocráticas y las morales

religiosas. Sin embargo, ya para el siglo XXI la autonomía del arte no tiene

nada de revolucionario ni emancipatorio. La autonomía del arte es un

proceso sistémico por naturaleza, y en tiempos de globalización, a pesar de

la disolución de las fronteras entre el Arte y la vida cotidiana de las

multitudes, la autonomía del campo del Arte se sigue simulando para

mantener a las mayorías alejadas de los valores y de las prácticas libertarias

de empoderamiento, creatividad, imaginación, experimentación y

transformación que el cultivo de cualquier arte ayuda a potenciar.

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Ni la autonomía ni la independencia son revolucionarias ya, porque

ante todo son requisitos que se le exigen a cualquiera en el sistema de vida

del mundo globalizado. La libertad de expresión ha llegado a expandir su

alcance tan lejos que el Arte ha terminado por ejercer su autonomía frente a

todo, inclusive frente a la moral, la única autonomía que debía ser

restringida según Kant, gran pensador de la autonomía del Arte. Al que

más le conviene la autonomía del mundo del Arte es al Sistema, porque así

asegura la demanda de un mercado del Arte. Al que más le conviene la

autonomía de las voluntades y las expresiones artísticas es al Sistema,

porque así asegura la generación de nuevas oportunidades para hacer

negocios. Al que más le conviene la autonomía de todos los individuos es

al Sistema, porque así asegura la máxima explotación de la energía de la

vida humana: la autoexplotación, la explotación de cada uno por nosotros

mismos. Ser autónomo en tiempos de globalización es ser eficientes y

obedientes por nuestra propia cuenta, sin necesidad de supervisiones

externas. Por eso de nada sirve ser autónomo si la vida se vive programada

con los valores del Sistema. Los sujetos autónomos en el sistema de vida

global no son más que robots eficientes y obedientes a partir de los cuales

se reproducen los valores egocéntricos y los afectos interesados del

humanismo capitalista.

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Pocas veces nos detenemos a pensar lo reducida que es la

experiencia del Arte en esta vida capitalista que llevamos, en la que

tenemos que ir a pagar dinero para sentirnos vivos un ratico y el Arte se

acaba cuando aparecen los créditos de la película, cuando se encienden las

luces y la banda anuncia que la siguiente será la última canción, y luego

todo vuelve a ser normal, resignándonos a continuar con nuestros trabajos

mecanizados, creyendo que el arte lo más lejos que puede llegar en nuestra

intimidad es hasta las cobijas de la cama cuando leemos unas páginas de la

última novela que compramos del novelista éste, tan nombrado, tan

vendido, antes de caer dormidos, exhaustos, para poder despertarnos bien

temprano al día siguiente a volver a trabajar.

Y no caemos en cuenta de lo reducidos que están los poderes del arte

cuando nos acostumbramos a experimentarlo únicamente como parte de las

rutinas de la vida social y las instituciones, con los horarios prefijados y los

calendarios acordados, el museo abre de tal hora a tal otra y la exposición

de la galería es el viernes, pero el cocktail de inauguración es justo a las 9

p.m. y a esa hora también es el performance de la mega estrella de quien

había comprado unos tiquetes costosísimos, y así, el Arte nos quita el

malestar de la vida cotidiana como pastillas para quitarnos el dolor de

cabeza, anhelando apenas comienza la semana que ojalá rápido sea viernes

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para poder salir a descansar de este trabajo que tanto nos pesa y salir a

sentirnos realmente vivos yendo a experimentar un poco de Arte, como la

exposición del gran artista a quien podríamos ir y pedirle un autógrafo, aún

cuando no entiendo muy bien qué es lo que pinta, pero dicen que es un gran

genio, quién sabe, de pronto puedo vender a buen precio en unos años en

Sotheby’s su catálogo autografiado, pero mejor no, porque ya va a empezar

el concierto de esta banda de virtuosos por la que soy capaz de dar mi vida,

y después de trabajar más de cinco días en un trabajo que no me gusta no

estoy como para andar tirando el dinero a la basura comprando tiquetes sin

ir al concierto, con lo caros que están.

Pocas veces nos detenemos a pensar lo patética que llega a ser la

vida normal, la vida normal globalizada, y lo desperdiciados que están los

poderes del arte cuando nos conformamos con experimentarlo únicamente

en esos sitios especializados del Arte, donde se presentan los grandes

artistas que vienen a vendernos cosas. Sólo cuando empezamos a

experimentar en carne propia que el arte es una fuerza para electrificar cada

cosa que hacemos día a día, sólo allí logramos sentir todo el poder del arte

en la vida real. Si el arte no lo estamos haciendo cada uno de nosotros en el

trabajo al que nos dedicamos, si el arte no lo estamos experimentando día a


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día en lo que hacemos, le estamos regalando la vida a la muerte en horario

de oficina a cambio de un poco de Arte en nuestro rato libre y en los fines

de semana.

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