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Volumen 8, N° 1, Año 2017

ISSN: 1989-9912

Clínica
Contemporánea. Revista de
diagnóstico psicológico,
psicoterapia y salud
Clínica Contemporánea
Vol. 8 - n. 1 - 2017

Índice / Summary

Monográfico Mayores

Perspectivas teóricas / Thoerical PeRspectives

Calidad de Vida, Bienestar Psicológico y Valores en Personas Mayores. Cristina Noriega,


Cristina Velasco, Isabel Carretero, Alejandra Chulián Horrillo, Géma Pérez-Rojo y Javier
López. e1, 1-13

Buen y mal trato hacia las personas mayores: Teorías explicativas y factores asociados. Géma
Pérez-Rojo, Alejandra Chulián Horrillo, Javier López, Cristina Noriega y Cristina Velasco. e2, 1-14

Práctica Clínica / Clinical Practice

Intervención psicológica en un caso de maltrato al mayor en Madrid capital. Alejandra Chu-


lián Horrillo y Mónica Vicente Martínez. e3, 1-20

Impacto psicológico de las demencias en las familias: propuesta de un modelo integrador.


Andrés Losada Baltar. e4, 1-27

ENTREVISTA / INTERVIEW

Rocío Fernández Ballesteros

RECENSIÓN

Sexualidad y afectos en la vejez. Margarita Aznar Bolaño e5, 1-3

Actualidad / Latest News

Actividades formativas organizadas por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid e6, 1-2
Jornadas y Congresos e7, 1-5
Reseña sobre la película “Arrugas” e8, 1-2
Noticia Contemporánea: Mesa Redonda “Progresos y crisis en Psicología clínica” e9, 1
Noticia Contemporánea: A cerca de La Psicología clínica en atención primaria de salud: ¿por
qué, para qué y cómo? e10, 1
Noticia Contemporánea: Jornada sobre Emociones y Psicoterapia. Retos y aplicaciones e11, 1-2

© 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid


ISSN: 1989-9912 Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, 1
PERSPECTIVAS TEÓRICAS / THEORETICAL PERSPECTIVES

Calidad de Vida, Bienestar Psicológico


y Valores en Personas Mayores

Quality of Life, Well-Being and Values


in older people
Cristina Noriega(1,2), Cristina Velasco(1), Gema Pérez-Rojo(1) , Isabel Carretero(1),
Alejandra Chulián(3) y Javier López(1,2)
(1) Departamento de Psicología y Pedagogía. Facultad de Medicina. Universidad CEU San Pablo.
(2) Instituto de Estudios de la Familia. Universidad CEU San Pablo.
(3) Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.

Resumen: El modelo de Optimización Selectiva con Compensación estudia el desarrollo


del individuo a lo largo de todo el ciclo vital, en la línea del concepto de envejecimiento con
éxito. El bienestar psicológico y la calidad de vida asociada a la salud han sido considera-
dos como indicadores del envejecimiento con éxito. Asimismo, el desarrollo de conductas
orientadas a valores personales ha mostrado una relación positiva con bienestar y calidad
de vida. Mediante la participación en actividades generativas muchas personas mayores no
sólo serían un importante recurso social para las familias actuales y comunidades, sino que
se puede ayudar a enriquecer su sentido vital e incrementar los niveles de salud percibida. Se
propone el desarrollo de futuras investigaciones que profundicen en los factores protectores
y de riesgo del bienestar y salud percibida de las personas mayores, así como programas de
intervención centrados en valores.
Palabras clave: mayores, salud, valores, generatividad, envejecimiento activo.

Abstract: The model of Selective Optimization with Compensation studies development of


individuals throughout their life cycles, in line with the concept of successful aging. Psy-
chological well-being and health-related quality of life have been considered as indicators
of successful aging. Development of value-based behaviors has also shown a positive co-
rrelation with psychological wellbeing and quality of life. By participating in generative
activities, many elderly people would not only be an important social resource for current
families and communities, but may also enrich their life purpose and perceived health. Fu-
ture research focusing on protective and risk factors of well-being and perceived health, as
well as value-based intervention programs, are proposed.
Keywords: elders, health, values, generativity, successful aging.

La correspondencia sobre este artículo deberá ser enviada a Cristina Noriega, Departamento de Psicología y Pedagogía, Facultad de Medicina,
Universidad CEU San Pablo, Montepríncipe Campus, 28295 Alcorcón, Madrid. E-mail: cristina.noriegagarcia@ceu.es

Este es un artículo Open Access bajo la licencia CC BY-NC-ND.

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2 Calidad de Vida, Bienestar Psicológico y Valores en Personas Mayores

Tradicionalmente la psicología evolutiva ha prestado una mayor atención al desarrollo de la infancia y la


adolescencia, dejando de lado los procesos que tienen lugar en la vejez. Además, cuando se han tenido en
cuenta estas etapas del desarrollo humano, se han tratado desde un punto de visto negativo, donde las primeras
etapas de vida se caracterizarían por procesos de adquisición de conocimientos y habilidades y a partir de la
edad adulta exclusivamente por pérdidas (Villar, 2012). Ante esta situación, surge el enfoque del Ciclo Vital,
que estudia el desarrollo del individuo desde la concepción hasta la muerte (Baltes y Baltes, 1990). Dentro de
este enfoque destacan dos visiones diferentes: la visión holística y la visión funcional.
La visión holística considera a la persona como un sistema que adquiere conocimientos y habilidades en cada
una de las fases por las que atraviesa, conectando así distintos rangos de edades a una serie de fases o periodos
del desarrollo. Ejemplo de ello sería la teoría psicosocial de Erikson (2000). Este autor es reconocido como
uno de los primeros autores en considerar el desarrollo a lo largo de toda la vida, al aumentar las cinco etapas
psicosexuales propuestas por Freud a ocho. En su teoría plantea la existencia de una serie de crisis por las que
atraviesa el ser humano en distintos momentos de la vida y que, dependiendo del modo en que estas crisis
vitales son resueltas, el sujeto crecería o se estancaría. El logro a alcanzar en la edad adulta para este autor es
la generatividad (etapa VII). Esta etapa guarda relación con una preocupación por la siguiente generación y
todas las demás futuras, mientras que en la vejez el logro a alcanzar sería la integridad del yo, lo cual implica
la aceptación del yo y del ciclo vital y cuyo alcance permitiría adquirir la cualidad de la sabiduría (etapa VIII).
Más adelante, el propio Erikson introduce el término “grand-generativity”, afirmando que la generatividad
no sólo prevalece en la mediana edad, sino que puede mantenerse a lo largo de los años. De esta manera, la
experiencia de integridad en personas mayores se puede alcanzar cuando las actividades generativas y las rela-
ciones interpersonales contribuyen al sentido vital de la persona (Erikson, Erikson y Kivnick, 1986).
La visión funcional, además de plantear constructos orientados al crecimiento, considera el manejo y la re-
conciliación con las pérdidas funcionales. Por este motivo, esta visión ha prestado atención al estudio de los
distintos mecanismos relacionados con la conducta del individuo a lo largo del ciclo vital (e.g., inteligencia,
valores, lenguaje, relaciones interpersonales), poniendo especial énfasis en los cambios que sufren dichos pro-
cesos a medida que avanza la edad (Baltes, Staudinger y Lindenberger, 1999).
La perspectiva del Ciclo Vital integraría ambas perspectivas (Baltes et al., 1999), siendo el Modelo de Opti-
mización Selectiva con Compensación (Model of Selection, Optimization and Compensation, SOC) propuesto
por Baltes y Baltes (1990) el modelo paradigmático de este enfoque. Desde esta perspectiva se entiende por
desarrollo óptimo cuando se alcanza una maximización de ganancias y una minimización de pérdidas. Aquello
que constituye ganancias o pérdidas va a depender de la cultura, de factores personales, del estadio en el que
se encuentre la persona y del contexto (Baltes y Cartensen, 2002; Heckhause y Schultz, 1995).
Este énfasis del modelo SOC en el papel activo del individuo en su propio desarrollo, dentro de las limi-
taciones biológicas y culturales en las que se encuentre, se relaciona con el concepto de envejecimiento con
éxito. Sin embargo, la literatura científica ha utilizado distintos parámetros para evaluar este concepto, como
puede ser el bienestar o la calidad de vida asociada a la salud. Como resultado, el primer objetivo del presente
artículo es describir los conceptos de envejecimiento con éxito, bienestar y calidad de vida asociada a la salud.
Posteriormente, se describe el concepto de valor y su relación con el bienestar y la salud percibida, haciendo
especial énfasis en la transmisión de valores a las siguientes generaciones como un indicador de generatividad
y, por tanto, como una posible fuente de sentido vital. Por último, se plantean una serie de propuestas de cara
a desarrollar futuras investigaciones, así como políticas y programas de intervención en valores que fomenten
el bienestar y la participación social de las personas mayores en la sociedad actual.

Calidad de Vida Asociada a la Salud

El envejecimiento con éxito en términos de Baltes y Baltes (1990) hace referencia al desarrollo de capacida-
des adecuadas que permitan afrontar las dificultades, minimizar los efectos de los déficits, así como optimizar
y/o maximizar la salud física, mental y cognitiva, incrementando así la satisfacción con la vida y la participa-
ción social.

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De acuerdo con Fernández-Ballesteros (2011) el envejecimiento con éxito se ha utilizado como sinónimo
de envejecimiento satisfactorio, productivo, óptimo y activo. Sin embargo, se trata de conceptos diferentes: el
envejecimiento satisfactorio se centra en la salud, el envejecimiento óptimo tiene como objetivo la participa-
ción social, el envejecimiento productivo la contribución social y el envejecimiento activo y exitoso pone su
énfasis en la implicación activa del sujeto en la mejora de su proceso de envejecimiento. Ante esta diversidad
del concepto de envejecimiento, Rowe y Khan (1997) diferencian entre: envejecimiento normal (estándar),
envejecimiento patológico (cursa con enfermedad) y envejecimiento con éxito (ya descrito con anterioridad).
Esta visión positiva del envejecimiento es apoyada por la Organización Mundial de la Salud al definir la
salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones
o enfermedades” (Organización Mundial de la Salud [OMS], 1946, p.1). Disponer por tanto de unos elevados
niveles de salud no sólo implica ausencia o carencia de enfermedad, sino desarrollar una serie de capacidades
o recursos que permitan a la persona hacer frente a las adversidades y crear el ambiente adecuado para alcanzar
el máximo desarrollo posible (Vázquez y Hervás, 2008).
En esta línea, el estudio del envejecimiento con éxito tiene como objetivo principal identificar aquellos facto-
res que potencian modos sanos de envejecimiento, evitando así el envejecimiento patológico, lo que se traduce
a su vez en niveles adecuados de calidad de vida (López, Camilli, Noriega y Velasco, 2014).
De acuerdo con la OMS (1995, p.153), se entiende por Calidad de Vida (CV) “aquellas percepciones del
individuo de su posición en la vida en el contexto de la cultura y el sistema de valores en los que vive y en
relación con sus objetivos, expectativas, estándares y preocupaciones”. Esta definición del concepto de calidad
de vida atiende a las valoraciones subjetivas de aquello que le afecta a la persona, lo que implicaría integrar
tanto factores físicos como psicológicos.
El uso indiscriminado de los términos felicidad, bienestar y calidad de vida conlleva que, a día de hoy, el
término calidad de vida continúe siendo un concepto difícil de delimitar (Fernández-Ballesteros, 2011). A pe-
sar de estas dificultades, parece haber acuerdo en que la calidad de vida incluye tanto factores objetivos como
subjetivos.
Los criterios objetivos, al estar relacionados con características observables, permitirían evaluar la capaci-
dad o la funcionalidad de las personas mayores. Siguiendo este criterio, la salud física, el estado cognitivo o
las actividades realizadas en la vida diaria serían algunos indicadores. Sin embargo, “la presencia de niveles
elevados de bienestar ante dificultades objetivas o factores de riesgo contextual o sociodemográfico que in-
tuitivamente deberían predecir infelicidad” (Mroczek y Kolarz, 1998, p.1333), lleva a plantear unos criterios
subjetivos que incorporen las percepciones y valores de la persona, incluyendo tanto aspectos emocionales
como cognitivos. En este sentido, la felicidad, la satisfacción vital y el sentido de coherencia serían algunos
indicadores.
Además, el incluir factores tanto objetivos como subjetivos lleva a que la calidad de vida sea entendida
como un concepto amplio compuesto por diversos elementos. En este sentido, Brown, Bowling y Flynn (2004)
llevaron a cabo un meta-análisis para analizar los distintos componentes de la calidad de vida en personas
mayores, siendo los siguientes los más significativos: salud, relaciones familiares, relaciones interpersonales,
autonomía, independencia, actividades de ocio, economía, bienestar emocional, espiritualidad y condiciones
ambientales.
En la medición de la salud de las personas mayores está cobrando cada vez más importancia el concepto de
Calidad de Vida Relacionada con la Salud (CVRS) que Shumaker y Naughtozn (1995) definen como la evalua-
ción subjetiva de la influencia del estado de salud y del nivel de funcionamiento físico, psicológico y social en
la posibilidad de alcanzar los objetivos de la vida. Con la utilización y medición de esta variable se consigue
una evaluación más completa del estado de salud de un individuo, en la que se incluyen los objetivos vitales y
los aspectos importantes o valiosos para cada individuo.
Una de las críticas atribuidas al concepto de CVRS hace referencia a las dificultades para delimitar este con-
cepto debido a su subjetividad, lo que ha generado cierta confusión con conceptos relacionados como el bien-
estar, la satisfacción vital, el sentido de coherencia, el sentido vital, entre otros (Fernández-Ballesteros, 2011).
Otra de las críticas que han sido atribuidas a la CV y la CVRS es el solapamiento con el concepto de envejeci-
miento con éxito. En un estudio llevado a cabo en 12 países diferentes por Fernández-Ballesteros et al. (2008)

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se encontró que las personas mayores entendían por envejecimiento saludable el disponer de buena salud, ser
autónomo, tener amigos y familia y sentirse satisfecho con la vida. Como se puede ver, CV y envejecimiento
con éxito son términos que coinciden en algunos aspectos. Sin embargo, mientras la CV sería un concepto más
amplio y global, el envejecimiento con éxito incluye condiciones más relacionadas con el individuo particular
(salud física y mental, buen funcionamiento cognitivo, satisfacción con la vida y participación social).
Por su parte, la CVRS se limitaría a las percepciones subjetivas del individuo respecto a su salud física y
mental. De lo que no cabe duda es que la relación entre ambos conceptos es bidireccional, es decir, la CV (y de
manera más específica CVRS) es resultado del envejecimiento con éxito, al tiempo que el envejecimiento con
éxito puede ser resultante de unos niveles elevados de CV y CVRS (Fernández-Ballesteros, 2011).

Bienestar psicológico

Debido a las dificultades para conceptualizar el concepto de Calidad de Vida, otros estudios han puesto
énfasis en el concepto de bienestar como uno de los determinantes del envejecimiento con éxito. Así, dentro
de la visión subjetiva a la que se hacía referencia en el apartado anterior, se han diferenciado dos perspectivas
diferentes: visión hedonista y visión eudaimonista.
Desde la visión hedonista, el bienestar es comprendido como algo asociado a la satisfacción vital y la felici-
dad, entendida ésta como el equilibrio entre el placer y el displacer (Ryan y Deci, 2000). Diener, Suh, Lucas y
Smith (1999) hacen referencia a dos componentes del bienestar entendido desde esta perspectiva: a) un com-
ponente emocional relacionado con el placer-displacer (afecto positivo y afecto negativo) y b) un componente
cognitivo relacionado con los juicios que hacen las personas respecto a su trayectoria vital (satisfacción vital).
La visión eudaimonista parte de las ideas aristotélicas en las que se asocia la felicidad a la búsqueda de la
autorrealización de uno mismo en función de los propios talentos. De acuerdo con Peterson y Seligman (2004),
este concepto tiene relación con el concepto de autorrealización de Maslow (1973), la salud mental de Jahoda
(1958), y la individuación de Jung (1933).
Keyes, Smotkin y Ryff (2002) tratan de clarificar la diferencia entre ambas visiones utilizando el concepto
de “bienestar subjetivo” para hacer referencia a las valoraciones que hacen las personas en términos cognitivos
(evaluación subjetiva de la satisfacción con la vida) y emocionales (afecto positivo y afecto negativo), siguien-
do la línea de la concepción hedonista, y “bienestar psicológico” para hacer referencia al logro y a la búsqueda
de metas existenciales, siguiendo la concepción eudaimonista.
El envejecimiento es una etapa vital caracterizada por numerosos sucesos vitales en los que se incluyen
pérdidas, tanto sociales como personales. Sin embargo, lejos de la visión negativa tradicional, existen proce-
sos de adaptación muy diversos, entre los que se pueden incluir la búsqueda de nuevos objetivos o metas y el
desempeño de nuevos roles sociales. Por este motivo, la postura hedónica parece insuficiente para explicar el
bienestar de las personas mayores (Keyes et al., 2002).
Dentro de la perspectiva del bienestar eudaimónico, Ryff (1989) establece los puntos de convergencia entre
estas dos perspectivas y propone un modelo multidimensional del bienestar psicológico. Este modelo se com-
pone de seis dimensiones: autoaceptación, relación positiva con los otros, autonomía, propósito en la vida,
crecimiento personal y dominio del ambiente.
La autoaceptación implica el tener actitudes positivas hacia uno mismo (Ryff, 1989). Este concepto impli-
caría el conocimiento y la aceptación de los distintos componentes que integran el yo, incluyendo tanto los
aspectos positivos como los negativos. Erikson (2000) afirmaba que la integridad en las personas mayores
tiene lugar cuando están presentes niveles elevados de auto-aceptación, al tiempo que se reconoce la responsa-
bilidad sobre la propia vida. En contraste, personas con bajas puntuaciones en esta dimensión se caracterizan
por sentirse más insatisfechas consigo mismas, mostrar una mayor desaprobación del pasado y un mayor deseo
de ser diferentes (Ryff, 1989).
La dimensión que hace referencia a la capacidad para mantener relaciones positivas con los otros es descri-
ta por Ryff (1989) como la presencia de relaciones interpersonales estables y satisfactorias. De acuerdo con
Jahoda (1958), la capacidad de amar es una de las principales fuentes de bienestar. Personas con puntuaciones

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elevadas en esta dimensión se consideran cálidas, muestran una mayor confianza en las relaciones interperso-
nales, altos niveles de empatía y preocupación por los demás. En contraste, bajas puntuaciones son observadas
en personas que manifiestan dificultades para establecer lazos fuertes con otras personas o que muestran difi-
cultades para mantener relaciones íntimas (Ryff, 1989).
La dimensión autonomía hace referencia a la capacidad para mantener las propias convicciones con auto-
determinación (Ryff, 1989). Ryff y Singer (2008) afirmaban que las personas autónomas resisten mejor a las
presiones sociales. Además, son capaces de regular su comportamiento desde criterios o estándares de con-
ducta propios. En contraste, personas con elevada preocupación por las expectativas o altas evaluaciones del
entorno, que dependen de los demás en la toma de decisiones importantes y que ceden a las presiones sociales
con facilidad mostrarían puntuaciones bajas en autonomía (Ryff, 1989).
El propósito en la vida hace referencia a los objetivos y metas que dan sentido a la vida de cada individuo
(Ryff, 1989). Esta dimensión parte de visiones existencialistas como la de Frankl (1991), que consideraba la
lucha por encontrar un sentido a la vida como la primera fuerza de motivación. El sentido de la vida sería todo
aquello que da un significado o propósito a la existencia de cada persona y es único y específico de cada ser
humano, estando relacionado con un sistema de valores que orientan y estructuran la propia vida. La búsqueda
del sentido puede ser una fuente de motivación para seguir viviendo, asumir las propias obligaciones y sobre-
llevar situaciones difíciles.
El crecimiento personal se basa en el desarrollo de las propias potencialidades y apertura a nuevas expe-
riencias. De todos los aspectos del bienestar psicológico, éste es el que más se acerca al concepto de bienestar
eudaimónico (Ryff, 1989). Personas con altos niveles de crecimiento personal son aquellas que encuentran una
oportunidad para crecer a través de distintas situaciones, retos y metas. En contraste, las personas con bajas
puntuaciones en crecimiento personal muestran una pérdida de interés por la vida y carecen del deseo de desa-
rrollar nuevas actitudes y comportamientos orientados al crecimiento o la mejora personal.
El dominio del ambiente es la capacidad para manejar el entorno y crear contextos favorables que permitan
satisfacer deseos y necesidades (Ryff, 1989). Las personas que tienen altas puntuaciones en esta dimensión
tienen una mayor capacidad para de influir sobre el contexto. En contraste, bajas puntuaciones se relacionan
con inseguridades ante la capacidad para producir cambios o mejoras en el contexto que rodean a la persona.
El modelo propuesto por Ryff ha tenido un importante impacto gracias a las escalas desarrolladas por su
equipo de investigación, las cuales han sido adaptadas en numerosos países (Ryff, 1989). Además, Vázquez
y Hervás (2008) mantienen que el bienestar eudaimónico o psicológico es más consistente que el hedónico
o subjetivo. La explicación que atribuyen estos autores es que el bienestar psicológico incluye dimensiones,
como el sentido vital y el propósito de vida, que se relacionan con el afecto a corto y a largo plazo. En cambio,
el bienestar hedónico se centraría exclusivamente en la satisfacción inmediata.
Diversos estudios apoyan lo planteado con anterioridad. Ryff y sus colaboradores han realizado diversos
estudios en los que no sólo han encontrado correlaciones entre el bienestar psicológico y bienestar subjetivo
(Ryff y Singer, 2008), sino que también han encontrado correlaciones entre bienestar psicológico y salud física
(Ryff, Singer, y Love, 2004; Ryff et al., 2006).
Por otro lado, la salud percibida ha sido descrita por Cho, Martin, Margrett, MacDonald y Poon (2011) como
uno de los elementos más influyentes en el bienestar psicológico. Como las actitudes, creencias subjetivas y
valores influyen en la percepción de enfermedad, las diferencias individuales a la hora de adaptarse a los cam-
bios físicos propios de la edad, desempeñan un rol importante en el bienestar psicológico.
Resultados similares han sido también encontrados en personas mayores por Locker, Clarke y Payne (2000),
donde parece que la salud percibida influye de forma directa tanto en el bienestar psicológico como en la satis-
facción vital. Además, estos resultados se mantuvieron a lo largo de los siete años en los que los sujetos fueron
evaluados. Otros estudios, como el desarrollado por Temane y Wissing (2006), han encontrado que la salud
física percibida mediaba en la influencia que el contexto social ejercía sobre el bienestar psicológico.
Estos resultados muestran la importante relación entre salud percibida y bienestar psicológico. De hecho,
Rathunde (2001), siguiendo la línea de Maslow (1973), afirmaba que las necesidades básicas (entre las que se
incluye la salud) son previas y necesarias para alcanzar el funcionamiento óptimo. Partiendo de esta premisa,
Rathunde (2001) pone énfasis en la importancia de estudiar aquellos factores que incrementan la salud, ya que

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éstos a su vez incrementarían (tanto directa como indirectamente) los niveles de funcionamiento óptimo del
individuo.

Valores

Un concepto relacionado con el bienestar del individuo es el de valor. Desde el enfoque psicosocial, se defi-
nen los valores como “creencias prescriptivas y duraderas acerca de formas específicas de conducta o estados
finales de existencia que son personal y socialmente preferibles” (Rokeach, 1973, p. 5).
Partiendo de esta definición, los valores para Rokeach (1973) son creencias y, por tanto, incluyen tres com-
ponentes: afectivo, cognitivo y conductual. Asimismo, se definen como creencias prescriptivas, lo que implica
evaluaciones sobre lo que es deseable o preferible para la persona. Además, son creencias duraderas, para lo
que es necesario que sean interiorizadas por la persona. Sin embargo, no se trata de creencias rígidas, ya que
son lo suficientemente flexibles como para ser susceptibles de sufrir modificaciones a lo largo del tiempo. Por
último, en esta definición queda patente la diferenciación de dos tipos de valores: valores instrumentales o
comportamentales y valores terminales o finales.
Los valores instrumentales incluyen aquellos valores acerca de formas específicas de conducta, orientados
tanto al desarrollo personal (competencia personal) como al desarrollo ético de la persona (valores morales).
Por su parte, los valores terminales hacen referencia a estados finales de existencia y se orientan tanto a la
integración personal (valores personales) como de la sociedad (valores sociales). Los primeros guían la forma
de conducirse en la vida, mientras que los segundos guían a la persona hacia un estado final de existencia. En
este sentido, los valores instrumentales serían el medio de alcanzar los valores finales (Rokeach, 1973).
Schwartz (1992) trata de superar las limitaciones atribuidas al modelo de Rokeach, como la falta de organi-
zación y estructuración de los valores, creando un modelo teórico universal. Dentro de su perspectiva, los va-
lores son entendidos como “objetivos deseables y abstractos que pueden ser aplicados a diversas situaciones”
(Knafo y Schwartz, 2009, p. 372). Al igual que Rokeach, Schwartz (1992) afirma que los valores son creencias
y, por tanto, son inseparables del afecto. Además, plantea que los valores son estándares de criterios conducta
que guían cómo evaluar a las personas, las conductas y los eventos, que hacen referencia a los objetivos o
necesidades que motivan a la acción. Partiendo de esta premisa, lo que diferencia a un valor de otro es la mo-
tivación que subyace en él.
A partir de un estudio transcultural, Schwartz (1992) diferenció diez tipos de valores universales, comunes
en todas las culturas, variando respecto a la relativa importancia atribuida a los distintos valores y la relación
con aspectos culturales particulares: universalismo (proteger el bienestar de la sociedad y la naturaleza), be-
nevolencia (fomentar el bienestar de las personas del entorno), tradición (respeto de las costumbres culturales
y religiosas), conformidad (restricción de aquellos actos que no cumplen con las expectativas sociales), se-
guridad (estabilidad en las relaciones y con uno mismo), poder (búsqueda de estatus social y prestigio), logro
(búsqueda de éxito personal), hedonismo (búsqueda de sentimientos placenteros), estimulación (interés por
nuevas metas en la vida) y autodirección (independencia y autonomía).
De estos diez tipos de valores descritos con anterioridad, surgen dos dimensiones bipolares. La primera de
las dimensiones opone apertura al cambio (objetivos orientados a la independencia en el pensamiento y la
acción) a conservación (objetivos relacionados con la aceptación de prácticas tradicionales, restricción de con-
ductas y protección de la estabilidad). Partiendo de estas definiciones, los valores incluidos dentro de apertura
al cambio serían la estimulación y la autodirección, mientras que los valores que forman parte del extremo
conservación son la tradición, la conformidad y la seguridad. Por su parte, la segunda dimensión opondría la
autopromoción, es decir la búsqueda de éxito personal y dominio sobre los demás (poder, logro y hedonismo)
con la autotrascendencia, es decir la preocupación por el bienestar de los demás, siendo los tipos de valor
situados en el extremo autopromoción el poder, logro y hedonismo y del extremo autotrascendencia el univer-
salismo y la benevolencia. Además, este autor plantea que la fuerza de asociación entre dos tipos de valores o
motivaciones será más débil a mayor distancia entre ellos y viceversa. Así, el conflicto entre autodirección y
seguridad es mayor que entre seguridad y tradición.

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Los valores guían la creencia sobre el sentido de la vida y sirven como medida para conocer cómo de signifi-
cantes son las acciones que las personas ponen en marcha. Los valores facilitan la orientación hacia las activi-
dades que uno mismo realiza. En este sentido, ser consciente de los propios valores permite que el individuo se
mueva a actuar conforme a ellos, proporcionando a su vez un mayor sentido a su vida (Länge, 2005). Así pues,
vivir los valores implicaría averiguar y escuchar lo que es importante para cada uno y actuar en consecuencia.
Las investigaciones desarrolladas acerca de los valores en personas mayores no han sido homogéneas ni
extensas. Burr, Santo y Pushkar (2011) encontraron en personas jubiladas que la dimensión de apertura al
cambio realza las emociones positivas y protege de las emociones negativas, mientras que las dimensiones de
transcendencia y conservación predicen emociones positivas. Esto se traduce en que el bienestar subjetivo de
las personas mayores se ve incrementado cuando tienen lugar tanto conductas encaminadas a la consecución
de los propios objetivos personales, como comportamientos relacionados con el bienestar de las demás perso-
nas con las que se mantiene contacto frecuente y, por extensión, de la sociedad en general.
Este interés por incrementar el bienestar de otras personas tendría relación con el concepto de generatividad.
En este sentido, parece que tanto el incremento del interés generativo, como el de la participación en activida-
des generativas, como puede ser la transmisión de valores a las siguientes generaciones, incrementa los niveles
de bienestar psicológico en personas mayores (Tabuchi, Nakawa, Miura, y Gondo, 2013). Otros estudios, en
cambio, sólo encontraron una relación positiva entre bienestar psicológico e interés generativo, mientras que
no encontraron correlaciones significativas entre bienestar y actividad generativa (Grossbaum y Bates, 2002;
Mc Adams y de St Aubin, 1992). Sin embargo, Cheng (2009) encontró que la relación entre bienestar en per-
sonas mayores y actividades generativas estaba mediada por el reconocimiento de las siguientes generaciones.
De esta manera, parece que las siguientes generaciones juegan un papel importante en el desempeño de activi-
dades generativas en personas mayores.
Asimismo, Gruenewald, Liao y Seeman (2012) encontraron que la generatividad es un predictor de menores
dificultades en las actividades diarias y bajas tasas de mortalidad. Con todo, parece que la generatividad se
relaciona tanto con mayores niveles de bienestar como de salud física en personas mayores.

Intervenciones centradas en valores

La intervención centrada en los valores ha sido considerada desde diversas corrientes de psicoterapia, al
considerar que los valores pueden orientar o dificultar el tratamiento. Asimismo, las actitudes dependen de
los valores, del valor personal que se otorgue a un determinado hecho, así como de la cultura o la adaptación
al grupo social (Vyskocilova et al., 2016). Por lo tanto, los valores son fundamentales en las intervenciones
psicológicas, aunque hayan recibido escasa atención.
Desde la psicoterapia existencialista, Frankl (1991) afirmó que existían tres tipos de valores personales que
sirven para alcanzar el sentido. Esto son los valores de creación (se realizan a través de acciones como el
trabajo o la elaboración de una nueva obra), valores experienciales (la persona está orientada al mundo, por
ejemplo, el amor y la belleza, la capacidad de vivir intensamente las circunstancias) y valores de actitud (se
realizan cuando la situación no puede cambiar, por ejemplo, el sentido del sufrimiento). Cuando los valores de
creación no se pueden llevar a cabo porque haya algún impedimento, como puede ser una enfermedad, siempre
se podrán poner en marcha los valores de actitud. Desde este enfoque se trabaja con el fin de que la persona
tome la responsabilidad sobre sus propias decisiones y disponga con qué actitud vivir aquello que corresponde
en cada momento, ya que a su vez esto proporcionaría sentido a su existencia (Frankl, 1991).
Dentro del trabajo con los valores, promover la autotrascendencia descrita por Schwartz (1992) serviría
como protector del impacto que pueden tener los eventos negativos si se realiza a través de la capacidad que
tiene el individuo para desarrollar los valores propuestos por Frankl (1991). El trabajo en terapia desde este
enfoque está orientado a la realización de un análisis existencial a través del cual se ayude al individuo a crear
su propia visión del mundo. De tal modo que, a través de la aceptación de la realidad y de la trasformación
de la misma en posibilidad, la persona pueda experimentar crecimiento (Rodriguez y Lopez, 2008). En las
personas mayores las pérdidas y las ganancias son una realidad que la persona asume, al tiempo que elige el

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modo de vivirla. Esto se puede traducir en que la persona puede seguir viviendo intentando dar sentido en esta
etapa de la vida a través del desarrollo de valores. Desde el modelo propuesto por Baltes y Baltes (1990), se
considera que la persona evalúa las ganancias o pérdidas en función de la cultura y de factores personales, es
decir alcanzando el sentido a través de la realización de valores.
Por otro lado, desde las corrientes humanistas, la Terapia Centrada en el Cliente (Rogers, 1951), considera la
aceptación y la apertura a la experiencia como conceptos centrales. El cambio terapéutico se produce gracias
al movimiento de los individuos desde estar lejos emocionalmente de su propia experiencia hasta la auto-acep-
tación. Desde este enfoque, el ser humano está en continuo movimiento, orientado a las metas futuras, a la
independencia, a la creatividad, a la responsabilidad social y a la madurez. En la misma línea, Maslow (1973)
cree que las personas están motivadas a buscar y ser conscientes de las metas personales que hacen que la vida
tenga más sentido. Por lo tanto, en terapia las necesidades no cubiertas de los individuos serán aquellas que
primero se deben abordar para después poder trabajar las necesidades más elevadas, entre las que se incluyen
la autorrealización.
La concepción de valor más amplia se entiende también desde otras corrientes de terapia. En este sentido,
la Terapia Cognitivo Conductual (TCC), a través de cambios en los procesos cognitivos, en las emociones y
conductas, tiene también relación con un cambio en los valores vitales que estarían motivando a la persona al
cambio. La clarificación de valores debe ser fundamental en pacientes que presentan confusión en sus pensa-
mientos y emociones, para evitar perder una oportunidad de elegir una vida más plena hacia los valores. Para
las personas, ser conscientes de sus prioridades y sus valores puede ser muy eficaz para la autorregulación.
En esta línea, los valores vitales se sitúan como base en la motivación para el cambio en terapia, puesto que
canalizan las motivaciones, los afectos y las conductas. Conocer los valores personales de los pacientes tiene
beneficios en algunas técnicas, entre ellas, la gestión de prioridades y el manejo del tiempo en terapia, el cam-
bio de pensamientos automáticos y la restructuración de creencias sobre uno mismo y el mundo (Vyskocilova
et al., 2016).
La Terapia centrada en la compasión es, como reconoce su propio creador (Gilbert, 2015), una evolución
de la terapia cognitivo conductual y de otras terapias, centrada en cómo el terapeuta puede facilitar que el pa-
ciente/cliente desarrolle una mente compasiva, que sería lo opuesto a una mente amenazante. Esta terapia se
desarrolló esencialmente para fortalecer entre individuos autocríticos la auto-compasión, pues hacerlo tiene
los mismos efectos que el cuidado por parte de las figuras de apego, es decir, nos relaja, nos ayuda a sentirnos
seguros y en calma.
En la consecución de este objetivo terapéutico se tiene en cuenta que hay dos tipos de personas, unas que
siguen valores y otras que siguen necesidades. Las primeras plantean sus objetivos en la obtención de satisfac-
ciones a través del esfuerzo personal, mientras que las segundas están esencialmente centradas en impresionar
a los demás. Se podría decir que los seguidores de valores buscan el crecimiento mientras que los seguidores de
necesidades buscan la validación. Los errores y desafíos serán una oportunidad para aprender y madurar para
quienes están centrados en seguir sus valores, mientras que quienes siguen necesidades buscan continuamente
ser aceptados por quienes les rodean, pudiendo resultar muy críticos y perfeccionistas.
La terapia centrada en la compasión en este ámbito axiológico busca sustituir en el paciente/cliente los logros
basados en la amenaza por logros que se centren en los valores y así puedan brindarles elementos relevantes
para que desarrolle su vida. Se busca que se alejen de la inseguridad, del sentimiento de inferioridad, de la
búsqueda de complacencia de los demás para centrarse en el sentimiento de seguridad de que desarrollando sus
valores van a ser aceptados independientemente de si aciertan o se equivocan, triunfan o fracasan. Se busca la
auto-corrección compasiva, alejándose del auto-ataque y de la autocritica (Gilbert, 2015).
Por último, las terapias denominadas de tercera generación en la TCC, como la Terapia de Aceptación y
Compromiso (ACT) (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999), se focalizan en la aceptación de la experiencia, consi-
derando en qué medida la persona cultiva y actúa guiada por sus propios valores (Wilson y Luciano, 2002).
Los valores son direcciones vitales por los cuales la persona encuentra consistencia entre sus acciones y sus
creencias. El problema está en que muchas personas consideran que no pueden hacer nada valioso en la vida
hasta que los síntomas o el problema que estén padeciendo desaparezca (Wilson, Sandoz, Kitchens, y Roberts,
2011).

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A través de la intervención desde ACT, la persona clarifica sus valores, de tal modo que eso le permite descu-
brir cuáles son las direcciones valiosas para la vida. Una vez clarificados los valores, la persona se implica en
la realización de las acciones comprometidas con dichos valores personales y estos valores se operativizan en
acciones que la persona realiza diariamente (Flaxman, Blackledge y Bond, 2010). Estas dimensiones valiosas
son exclusivamente personales de cada individuo. Aunque desde ACT se han propuesto una serie de dominios
que pueden contener valores personales, a su vez tienen relación con los dominios relacionados con la CVRS
expuestos anteriormente.
El trabajo principal desde ACT, que se realiza en numerosas ocasiones a través de metáforas, es la clarifica-
ción de valores. Las dificultades para clarificar los valores personales pueden generar ansiedad o desesperanza.
Por ello, en esta terapia se facilitan algunas de las áreas valiosas que presentan los individuos. Algunas de las
dimensiones que se pueden proponer a la persona para que ella misma descubra sus valores son: Familia (dife-
rente de esposo/a e hijos), esposo/a, pareja, relaciones íntimas, paternidad o cuidado de los hijos y nietos, vida
y relaciones sociales, trabajo o carrera profesional, espiritualidad, crecimiento y aprendizaje, ocio, tiempo libre
y descanso, salud y bienestar, y, por último, ética, ciudadanía, política e inquietudes sociales (Páez, Gutiérrez,
Valdivia y Luciano, 2006; Wilson y Luciano, 2002).
Una vez que se ha realizado la clarificación de valores se trata de que la persona actúe de modo coherente a
esos valores, es decir, los ponga en marcha con objetivos y metas diarias que le permitan mejorar su consis-
tencia y así dar sentido a su vida diaria. De este modo, la consistencia con los valores presenta relación directa
con la capacidad del individuo para mantener las propias convicciones, la autodeterminación, que es una de
las dimensiones del bienestar propuesta por Ryff (1989), ya que ser coherente a las necesidades y valores tiene
relación con el bienestar (Brunstein, Schultheiss y Grassman, 1998).
Asimismo, ACT ha mostrado su utilidad en personas mayores (Alonso-Fernández, López-López, Losada,
González y Wetherell, 2016; Sánchez, Díaz y Rubio, 2014; Wetherell et al., 2011). Uno de los motivos por los
cuales ACT podría resultar eficaz para las personas mayores frente a otras terapias es porque el objetivo de la
intervención es lograr vivir acorde a los valores que conservan de modo más profundo, lo que de algún modo
sirve además para que la persona se comprometa con la terapia (Petkus y Wetherell, 2013).

Conclusiones e Implicaciones

En un momento social en el que el número de personas mayores y la esperanza de vida aumentan, la visión
predominante acerca de las personas mayores apoya la implicación activa del sujeto en la mejora de su proceso
de envejecimiento. Esto contradice el estereotipo negativo basado en que a medida que avanza la edad predo-
minan las pérdidas, sin posibilidad de experimentar procesos de crecimiento.
El bienestar psicológico y la salud percibida son dos conceptos muy relacionados con el envejecimiento con
éxito. Además, la literatura ha mostrado apoyo tanto al papel protector del bienestar en la salud física y mental,
como a la influencia de la salud física y mental en el bienestar.
Asimismo, en diversas investigaciones se ha estudiado la relación entre valores y bienestar. En este sentido,
los valores observados en personas mayores con mayores niveles de bienestar y salud física son aquellos re-
lacionados con apertura al cambio, trascendencia y conservación. De confirmarse estos resultados en futuras
investigaciones, surgiría la necesidad de desarrollar intervenciones en las que se ayude a las personas mayores
a ampliar el repertorio de conductas orientadas a dichos valores.
Sin embargo, los estudios que han profundizado en la relación entre valores, bienestar y calidad de vida aso-
ciada a la salud en personas mayores son todavía muy limitados. Por todo lo anterior, se considera importante
desarrollar futuros estudios en los que se evalúen los valores personales de las personas mayores, así como la
posible relación con el bienestar y la calidad de vida, estos servirán de base para desarrollar modelos de inter-
vención eficaces.
Por último, se sugiere investigar la transmisión de valores de personas mayores a las siguientes generaciones,
entendiendo que esta transmisión es una manifestación de interés y actividad generativa, así como su impacto
en el bienestar (hedónico y psicológico) y en la calidad de vida asociada a la salud. De esta manera, estudiar

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10 Calidad de Vida, Bienestar Psicológico y Valores en Personas Mayores

posibles variables mediadoras de la transmisión de valores, como pueden ser las fortalezas del carácter, los
apoyos sociales y el reconocimiento por parte de las siguientes generaciones, permitirán desarrollar programas
de intervención dirigidos a una sociedad para todas las edades.

Declaración de conflicto de intereses

Los autores de este artículo manifiestan no tener ningún interés económico u otro conflicto de interés asocia-
do a las conclusiones e implicaciones planteadas en este artículo.

Agradecimientos

El presente trabajo se ha realizado en el marco del proyecto PSI2016-79803-R, financiado por el Ministerio
de Economía y Competitividad, La Agencia Estatal del Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo
Regional (FEDER, UE).

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Artículo recibido: 30/01/2017


Revisión recibida: 09/02/2017
Artículo aceptado: 13/02/2017

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PERSPECTIVAS TEÓRICAS / THEORETICAL PERSPECTIVES

Buen y mal trato hacia las personas mayores:


Teorías explicativas y factores asociados

Elders’ abuse and good deals:


Explanatory theories and associated factors

Gema Pérez-Rojo(1), Alejandra Chulián(2), Javier López(1,3), Cristina Noriega(1,3),


Cristina Velasco(1) e Isabel Carretero(1)
(1) Departamento de Psicología y Pedagogía. Facultad de Medicina. Universidad CEU San Pablo
(2) Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
(3) Instituto de Estudios de la Familia. Universidad CEU San Pablo

Resumen: El mal trato a las personas mayores incluye comportamientos o actitudes que
conllevan denigración o daño, aunque en ocasiones éstos se muestran explícitos, la mayor
parte de la veces son sutiles y en muchas ocasiones no intencionados. La percepción nega-
tiva que se tiene del envejecimiento en nuestra sociedad y los estereotipos asociados son en
parte responsables de ciertos tipos de malos tratos, tanto en el ámbito informal como en el
institucional. En este trabajo se presentan aspectos relacionados con el mal trato como son:
prevalencia, tipos, factores de riesgo y características, igualmente se describen estereotipos
negativos asociados a la edad considerándolos como factores que contribuyen a potenciar
los malos tratos. Finalmente se exponen algunas de las medidas más relevantes que para su
prevención se están poniendo en marcha y se señalan pautas de actuación para fomentar el
buen trato.
Palabras clave: envejecimiento, estereotipos negativos, dignidad, autonomía.

Abstract: Elders’ abuse involves denigrating or harming behaviors/attitudes. Although the-


se are sometimes explicit, they are most commonly subtle and often unintentional. The ne-
gative perception of aging in our society and the associated stereotypes are responsible for
some types of abuse in both informal and institutional settings. This paper reviews aspects
related to abuse such as prevalence, types, risk factors, and characteristics. Negative stereo-
types associated to age considered to be factors that contribute to abuse are also reported.
Finally, relevant measures to prevent elder abuse are discussed and guidelines to promote a
good treatment are suggested.
Keywords: aging, negative stereotypes, dignity, autonomy.

La correspondencia deberá ser enviada a Gema Pérez Rojo, Departamento de Psicología y Pedagogía, Facultad de Medicina, Universidad CEU San
Pablo, Montepríncipe Campus, 28295 Alcorcón, Madrid, Spain. E-mail: gema.perezrojo@ceu.es
Este es un artículo Open Access bajo la licencia CC BY-NC-ND.

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2 Buen y mal trato hacia las personas mayores: Teorías explicativas y factores asociados

En la actualidad, gracias al importante aumento de la esperanza de vida, el número de personas mayores se


ha visto incrementado de manera significativa en los últimos años. Prueba de ello es que el número de personas
mayores ha pasado de representar el 5,2% de la población total, a principios del siglo XX, a triplicarse en el
año 2015, representando un 18,4% de la población total. En el último censo del año 2015, el número total de
personas mayores ascendió a 8.573.985, siendo el sexo femenino el predominante en la vejez con un 33% más
de mujeres que de hombres (Abellán y Pujol, 2016).
Además, las tendencias poblacionales estiman que en los próximos años se producirá un crecimiento signi-
ficativo del grupo de población de personas mayores de 65 años, y más, especialmente, del grupo de mayores
de 85 años. Así, las proyecciones a largo plazo revelan que la población mayor de 65 años se duplicará en los
próximos 40 años, pasando a representar el 38,7% de la población total (Abellán y Pujol, 2016).
El futuro panorama demográfico dibuja por tanto una sociedad envejecida, en la que casi una tercera parte
de la población española serán personas mayores. Este incremento obedece fundamentalmente a un aumento
de la esperanza de vida, de 82 años para los varones y de 86 años para las mujeres (Organización Mundial de
la Salud [OMS], 2014). Este cambio demográfico, junto a otros factores económicos y sociales, puede reper-
cutir en las propias personas mayores. Dentro de las consecuencias se incluye un mayor riesgo de presencia de
problemas de salud, una mayor probabilidad de necesitar cuidados de larga duración, disminución del apoyo
social y dificultades para el acceso a recursos sociosanitarios (IMSERSO, 2005). Todos estos elementos pue-
den influir en la aparición de un fenómeno: los malos tratos.
Los estudios realizados en el campo de los malos tratos se han centrado sobre todo en el maltrato infantil y,
posteriormente, en la violencia de género (Reay y Browne, 2002). Durante mucho tiempo, la violencia hacia
las personas mayores ha permanecido oculta, siendo diversas las razones que podrían explicar la falta de aten-
ción recibida y el lento avance de las investigaciones científicas al respecto. No obstante, especialmente en
los últimos años, se ha producido un aumento exponencial de estudios que abordan los malos tratos hacia las
personas mayores (Pérez-Rojo y Chulián, 2013).
En los últimos años, los malos tratos hacia las personas mayores han atraído el interés de la comunidad
científica, de los organismos gubernamentales y no gubernamentales, así como de la sociedad en general. Esto
es debido, principalmente, a la preocupación por la protección y la defensa de los derechos de las personas
mayores. No obstante, aunque se ha avanzado en el conocimiento de este fenómeno, realmente sólo se ha
descubierto “la punta del iceberg”.
Los malos tratos hacia las personas mayores fue uno de los temas tratados en la II Asamblea Mundial del
Envejecimiento, celebrada en Madrid en el año 2002, reconociéndolos como uno de los problemas principales
en la atención a las personas mayores. Como resultado de esta Asamblea, se acordó que la respuesta frente a
este tipo de situaciones debería centrarse en diferentes aspectos: la toma de conciencia, sensibilización y edu-
cación, legislación y desarrollo de programas de intervención que ayuden a la prevención y/o eliminación de
los malos tratos a personas mayores.
Y es que las consecuencias de estas situaciones de malos tratos pueden ser muy graves, depresión, aislamien-
to, estrés postraumático, empeoramiento de patologías, aumento de la mortalidad, por lo que, desde entonces,
se han generado diferentes iniciativas, que tienen el objetivo de suprimir conductas discriminatorias y abusivas
hacia las personas mayores (Sancho, Abellán, Pérez, y Miguel, 2002).
En primer lugar, se han desarrollado varios planes de actuación (la mayoría a nivel internacional) con el
objetivo de construir una sociedad en la que las personas mayores formen parte activa de su desarrollo, siendo
dicha participación reconocida y valorada por el conjunto de la ciudadanía. En segundo lugar, se han estable-
cido redes europeas, como INPEA (Internacional Network of Elder Abuse), con el fin de asesorar, educar e
investigar la protección de los derechos de las personas mayores. Además, los malos tratos hacia las personas
mayores se han incluído en la “Hoja de Ruta” de la investigación europea elaborada por FUTURAGE, con un
enfoque común y coordinado, que promueve una perspectiva multidisciplinar, y garantiza que tanto las prio-
ridades como la producción investigadora reviertan en una mejora de la calidad de vida de los ciudadanos de
edad avanzada (Pérez-Rojo, 2016a; Pérez-Rojo y Chulián, 2013).
Los malos tratos a mayores presentan unas características específicas que pueden ser unas barreras o límites
que dificultan la atención de los mismos. Por un lado, se trata de violencia intramuros, independientemente del

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ámbito en el que ocurra, ya sea comunitario (domicilio) o institucional, lo que dificulta el acceso a la víctima e
incluso impide la detección de casos. Por otro lado, se trata de una población que en ocasiones puede presentar
unas características como la dependencia física y/o económica o el deterioro cognitivo que la pueden hacer
más frágil y vulnerable. A esta situación se añadiría el gran desconocimiento de este fenómeno de la sociedad
en general, de los profesionales y de las propias personas mayores, etc. (Pérez-Rojo, 2016a; Pérez-Rojo y
Chulián, 2013).

Concepto de malos tratos hacia personas mayores

Al igual que ocurre con otros constructos, no existe una definición universal y consensuada respecto a los
malos tratos hacia las personas mayores. Esto influye negativamente en la detección de los casos. Se trata de
un constructo muy complejo, multifactorial, delicado y en muchos casos sutil, por lo que se han desarrollado
diversas y variadas definiciones con diferentes perspectivas. Esto ha provocado que los profesionales puedan
tener dudas al determinar si existe o no una situación de malos tratos, o que se llegue a conclusiones diferentes,
viéndose perjudicada en este sentido la víctima de los mismos, como por ejemplo cuando se tiene en cuenta la
vulneración de los derechos o no (Barbero et al., 2005; Pérez-Rojo y Chulián, 2013).
La Primera Conferencia Nacional de Consenso sobre el anciano maltratado tuvo lugar en 1996 y en ella se
promulgó la Declaración de Almería. Se acordó como definición de maltrato a personas mayores “cualquier
acto u omisión que produzca daño, intencionado o no, practicado sobre personas de 65 o más años, que ocurra
en el medio familiar, comunitario o institucional que vulnere o ponga en peligro la integridad física, psíquica,
así como el principio de autonomía o el resto de los derechos fundamentales del individuo, constatable objeti-
vamente o percibido subjetivamente” (Kessel et al., 1996, p. 369).
Sin embargo, es la definición elaborada en 1995 por Action on Elder Abuse la que actualmente sigue siendo
la más aceptada. Fue acuñada por la Red Internacional para la Prevención del Maltrato hacia las Personas
Mayores (INPEA) y apoyada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la Declaración de Toronto
en el año 2002. Se define el maltrato hacia las personas mayores como “la acción única o repetida, o la falta
de la respuesta apropiada, que causa daño o angustia a una persona mayor y que ocurre dentro de cualquier
relación donde exista una expectativa de confianza” (OMS, 2002a, p. 68). Su aceptación y utilización a nivel
internacional ha promovido la visibilización y concienciación sobre estas situaciones llegando a considerar los
malos tratos hacia las personas mayores como un problema universal.
Con el objetivo de delimitar mejor el campo de este fenómeno, sería aconsejable tener en cuenta algunos
aspectos fundamentales. Consideramos que es importante señalar que, para considerar un caso como malos
tratos a personas mayores, por el hecho de ser mayor o por las características de vulnerabilidad asociadas al
envejecimiento, esta situación debe haber comenzado a partir del momento en el que la persona puede ser
considerada como mayor (en España a los 65 años por ejemplo).
Si se detecta un caso violencia en una pareja mayor, si ésta se ha mantenido a lo largo de toda la relación de
pareja, será necesario realizar una evaluación pormenorizada que permita establecer si se trata de un caso de
violencia de género o de maltrato hacia personas mayores; ya que la violencia de género y la dirigida a per-
sonas mayores tiene semejanzas, pero también diferencias, que afectarán a la planificación e implementación
de la intervención en cada caso. Otra variable a tener en cuenta es la intencionalidad. Aunque, en ocasiones,
detrás de una situación de malos tratos hacia una persona mayor puede haber una intención de causar daño de
algún tipo, en un porcentaje elevado de casos, no existe una intencionalidad. Esto, en ningún caso, significa
que se justifique, pero si influirá en el tipo de intervención que se realizará. Finalmente, es preciso destacar
que estas situaciones pueden tener lugar en cualquier ámbito (comunitario, institucional, social) (Pérez-Rojo,
2016a; Pérez-Rojo y Chulián, 2013).
Otra de las dificultades relacionadas con el concepto de los malos tratos hacia las personas mayores es la ter-
minología utilizada. Por un lado, el uso de múltiples palabras, con diferentes matices, significados y connota-
ciones para referirse al fenómeno en sí (maltrato, mal trato, malos tratos, trato inadecuado, negligencia, abuso,
etc.) en función de la representación mental, experiencias y conocimientos previos, etc. La falta de un término

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4 Buen y mal trato hacia las personas mayores: Teorías explicativas y factores asociados

universal y consensuado dificulta la detección, evaluación e intervención. Como también lo es que se utilicen
diferentes términos para describir a la persona que realiza los malos tratos (maltratador, agresor, perpetrador,
victimizador, etc.) y que ha sufrido el mismo proceso (Pérez-Rojo y Chulián, 2013).

Tipos de malos tratos hacia las personas mayores

La falta de consenso, comentada anteriormente, también surge al abordar la taxonomía referente a los tipos
de malos tratos.
A continuación, se presentan los diferentes tipos de malos tratos hacia las personas mayores (Tabla 1).

Tabla 1. Tipos de malos tratos hacia las personas mayores

Tipo Definición Indicadores

Físico Golpear, abofetear, quemar, priva- Moratones, quemaduras, huesos


ción de libertad, uso inapropiado de fracturados o rotos, signos de haber
medicación, etc. sufrido restricciones, dolor al ser
tocado, etc.

Psicológico Agresión verbal, uso de amenazas, Baja autoestima, agitación, angus-


intimidar, humillar, infantilizar. tia, nerviosismo.

Sexual Contacto de carácter sexual sin su Moratones alrededor del pecho o


consentimiento. área genital, enfermedades vené-
reas, infecciones genitales, hemo-
rragias vaginales o anales, ropa
interior rasgada, manchada o con
sangre.

Económico Robo, uso ilegal o inapropiado de Patrón irregular de gastos o retirada


las propiedades o recursos de una de dinero, cambios repentinos en
persona mayor, obligarle a cambiar cuentas bancarias, testamentos, etc.
el testamento, etc.

Negligencia Omisión intencionada (activa) o no Úlceras por presión, suciedad, olor


(pasiva) al cubrir necesidades bási- a orina o heces, vestido inadecuado,
cas (físicas, psicológicas, etc.) malnutrición, deshidratación, igno-
rarle, aislarle, excluirle.

Violación de los derechos básicos Privarle de los derechos básicos que Ocultar o abrir su correo, no permi-
le corresponden legalmente (digni- tir tener la puerta de su habitación
dad, intimidad, autonomía, etc.) cerrada

Fuente: Pérez-Rojo, 2016a; Pérez-Rojo y Chulián, 2013; Pérez-Rojo, Izal y Montorio, 2008.

Teorías explicativas sobre los malos tratos

Al igual que se señalaba en apartados anteriores, se han elaborado diversas teorías cuya finalidad es conocer
las causas de los malos tratos hacia las personas mayores (Pérez-Rojo y Izal, 2007; Perel-Levin, 2008).

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Entre las más relevantes se encuentran: el modelo situacional, que relaciona los malos tratos con factores
situacionales relacionados con la persona mayor, con el responsable de los malos tratos y con factores estruc-
turales; el modelo patológico, que se centra en las características presentes en el responsable de los malos tra-
tos y su incapacidad para tolerar la frustración y controlar su conducta (Adelman, Siddiqui y Foldi, 1998); la
teoría del intercambio social que relaciona los malos tratos con el intercambio no equilibrado de recompensas
y castigos (Schiamberg y Gans, 2000); la teoría del interaccionismo simbólico en la que se considera que se
produce un desequilibrio en la interacción social, teniendo en cuenta el proceso cognitivo, la improvisación,
la atribución y la consolidación de roles, la reciprocidad y la compatibilidad, surge la posibilidad de conflicto
y la representación inadecuada o inapropiada de la persona (Phillips, 1986); el modelo feminista basado en el
desequilibrio de poder entre mujeres y hombres (Papadopoulos y La Fontaine, 2000); la teoría basada en las
demandas excesivas o estrés causado por cuidar a la persona mayor; la transmisión intergeneracional de la
violencia en la familia de familiares que han sido maltratados en el pasado y se “vengan” a través del abuso o
la negligencia (Henderson, Buchanan y Fisher, 2002). Y finalmente el modelo ecológico, el más apoyado en la
actualidad, en el que hace énfasis en la importancia de diferentes factores de riesgo que influyen en la probabi-
lidad de ocurrencia de los malos tratos: factores individuales (relacionados con la víctima o con el responsable
de los malos tratos), factores interpersonales (hacen referencia a la relación entre víctima y responsable), con-
texto social y contexto socio-estructural (Pérez-Rojo y Chulián, 2013; Pérez-Rojo y Izal, 2007; Schiamberg y
Gans, 2000).
Ninguna de ellas explica por sí misma una situación de malos tratos, lo cual refuerza la idea señalada en
diferentes momentos que enfatiza que la violencia hacia las personas mayores es un fenómeno complejo y
multidimensional.

Prevalencia de los malos tratos a personas mayores

La información que ofrecen los estudios de prevalencia facilitan, por un lado, conocer la situación real de
una determinada problemática, así como la dimensión de la misma. Por otro lado, hacer emerger una realidad
que favorece la sensibilización y concienciación (Pérez-Rojo y Chulián, 2013). Se han realizado múltiples
estudios que abordan la prevalencia de los malos tratos a personas mayores tanto a nivel internacional como
nacional. Sin embargo, la investigación se ha centrado sobre todo en el ámbito comunitario, encontrándose
tasas muy heterogéneas (entre el 0,8 y el 52,6%) (Iborra, 2008; O’Keefee et al., 2007; Pérez-Cárceles et al.,
2009; Pérez-Rojo, Izal y Montorio, 2008; Pérez-Rojo, Izal, Montorio y Espinosa, 2013; Sancho, Pérez-Rojo,
del Barrio, Yanguas e Izal, 2011). La metolodogía utilizada puede ser uno de los elementos que pueden influir
en estos resultados tan dispares. Una de las consecuencias más relevantes de esta limitación es la dificultad
para comparar estudios, lo que implica que esta información sea considerada como orientativa.
La prevalencia de los malos tratos a mayores en instituciones, como residencias, resulta difícil de estimar
(McDonald et al., 2012; Phillips, Guo y Kim, 2013). Algunos autores señalan que el hecho de que la pre-
valencia de los malos tratos sea mayor en el ámbito doméstico puede ser debido a que se trata de violencia
intramuros, convirtiéndose, en muchas ocasiones, en situaciones difícilmente valorables e insalvables que
representa la investigación sobre los malos tratos. Como consecuencia, existen muchos menos estudios (todos
ellos desarrollados a nivel internacional), habiendo en España una carencia, pues no se ha realizado ninguno.
Entre los trabajos pioneros sobre la prevalencia de malos tratos y más relevantes se encuentra el realizado por
Pillemer y Moore (1989), quienes realizaron un estudio con personal que trabajaba en diferentes residencias
para personas mayores de Estados Unidos. En este estudio participaron 577 enfermeras y auxiliares seleccio-
nadas aleatoriamente. La investigación reveló que el 36% de los profesionales habían sido testigos al menos
de un incidente de malos tratos físicos y un 10% admitían haber cometido ellos mismos al menos un acto de
malos tratos físicos. Además, el 81% de la muestra indicó que habían observado al menos un incidente de ma-
los tratos psicológicos contra un residente y el 40% admitió haber cometido al menos un acto de este tipo. En
1993, el Colegio de Enfermeras de Ontario (College of Nurses of Ontario, 1993) evaluó a 804 enfermeras y a
804 auxiliares y encontraron que un 20% habían sido testigos de casos de malos tratos hacia personas mayores

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6 Buen y mal trato hacia las personas mayores: Teorías explicativas y factores asociados

en residencias, el 31% informó que había sido testigo de un manejo brusco de los pacientes, el 28% señaló
haber sido testigo de comentarios embarazosos hacia los pacientes y el 10% informaron haber sido testigos de
situaciones en las que un profesional golpeaba o empujaba a pacientes. Saveman, Astrom, Butch, y Norberg
(1999), en Suecia, encontraron que un 11% de los empleados eran conscientes de que existían malos tratos
hacia las personas mayores en su institución. En Alemania, Goergen (2004) encontró que el 23,5% de los pro-
fesionales en instituciones alemanas de cuidados de larga duración que participaron en el estudio reconocieron
haber cometido malos tratos físicos y un 53,7% malos tratos psicológicos. En Taiwán, Wang (2005) realizó un
estudio con una muestra aleatoria de 114 enfermeras y auxiliares en instituciones taiwanesas de cuidados a lar-
go plazo, encontrando que aproximadamente el 16,1% de los participantes habían sido testigos de malos tratos
significativos y el 99% había visto algún tipo de malos tratos. En Estados Unidos, Jogerst, Daly, Dawson, Peek-
Asa y Schmuch (2006) consultaron a residencias de mayores de Iowa los casos de abusos físicos, financieros,
sexuales o por negligencia denunciados por ellos en el último año. En ese período de tiempo, un 20,7% de in-
cidentes habían sido informados a una agencia externa y un 18,4% presentados ante las autoridades locales, de
los cuales el 29% se confirmaron. En otro estudio realizado por Natan, Lowenstein y Eisikovits (2010) en Israel
en el que participaron 510 profesionales, encontraron que algo más de la mitad de la muestra informó de malos
tratos a residentes durante el año anterior, tratándose de negligencia en dos tercios de los casos. En la República
Checa, Buzgova y Ivanova (2011) evaluaron a 454 empleados y a 488 usuarios de residencias. Los resultados
revelaron la presencia de maltrato psicológico y físico y la violación de dos principios básicos: respeto por la
persona y la no maleficencia. Además, la prevalencia de los malos tratos fue mayor de lo esperado; más de la
mitad los trabajadores (54%) confesaron que en el año anterior habían cometido al menos una vez alguna de las
formas de maltrato que se mencionaban, asimismo, el 65% afirmó haber sido testigo de un comportamiento de
este tipo por otro empleado. Curiosamente la evaluación de la magnitud del maltrato difiere significativamente
entre empleados y usuarios, de manera que sólo el 11% de los mayores mencionó algún tipo de abuso por parte
de empleados y un 5% afirmó haber visto a otro usuario siendo maltratado por un empleado. Castle (2012)
halló que entre 4.451 auxiliares encuestados el 36% habían observado situaciones de maltrato psicológico por
parte de profesionales hacia las personas mayores institucionalizadas. Schiamberg et al., (2012) preguntaron
a 452 familiares de personas mayores institucionalizadas si habían observado situaciones de maltrato físico
hacia usuarios por parte de profesionales, el 24,3% señaló que habían observado al menos un caso. Phillips y
Guo (2011) encontraron que los malos tratos en instituciones en Estados Unidos era una cuestión grave y más
frecuente de lo que se consideraba, aunque a su vez era poco identificada. Por lo tanto, estos estudios indican
que personas mayores en situaciones de vulnerabilidad corren alto riesgo de malos tratos y/o negligencia.

Factores de riesgo de los malos tratos hacia las personas mayores

Teniendo en cuenta las dificultades encontradas con la definición, tipologías y teorías relacionadas con los
malos tratos hacia las personas mayores, diferentes investigaciones se han centrado en la búsqueda de los per-
files de posible víctima y responsable de los malos tratos. El objetivo es conseguir indicadores de forma más
objetiva intentando limitar al máximo las subjetividades de cada profesional. Sin embargo, es imprescindible
destacar que existen diversas situaciones en las que los perfiles pueden conducir a falsos positivos o falsos
negativos. Además, la gran heterogeneidad no sólo de las personas mayores, sino también de los contextos en
los que se desenvuelven dificulta esta tarea. Por todo ello, una situación de malos tratos es el resultado de la
combinación de diversos factores (pertenecientes a la propia persona mayor, al responsable de los malos tratos
o al contexto de la situación). En ningún caso, se puede explicar por la presencia de un único factor (Pérez-Ro-
jo, 2016a; Pérez-Rojo y Chulián, 2013).
No se puede establecer causalidad entre los factores de riesgo y los malos tratos hacia las personas mayores.
La presencia de uno o varios factores de riesgo pueden aumentar la probabilidad de que una situación de malos
tratos ocurra, sirven como señales de alerta, de sospecha, aumentan la sensibilización y concienciación, pero
no conducen directamente a la confirmación del caso. La confirmación es posterior a la evaluación en profun-
didad de todos los posibles agentes implicados en la situación.

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A continuación, se presentan los factores de riesgo en el ámbito comunitario e institucional más destacados
en la literatura científica. No obstante, es preciso señalar que son factores que están estadísticamente asociados
a una mayor probabilidad de aparición, y no todas las investigaciones obtienen los mismos resultados, siendo
en ocasiones contradictorios, debido fundamentalmente a las poblaciones estudiadas, los instrumentos utiliza-
dos, los métodos de recogidas de datos, etc..
Destacan los siguientes factores de riesgo (Adelman, Siddiqui y Foldi, 1998; Band-Winterestein, 2015; Buz-
gová y Ivanová, 2009; Buzgova y Ivanova, 2011; CGPJ, 2009; Cooper, et al., 2013; Figueredo y Zabalegui,
2015; Goergen, 2004; Hirst, 2002; Lachs et al., 2012; Lindbloom, et al., 2007; NCEA, 1998; NCEA, 2005;
Payne y Cikovic, 1995; Pérez-Rojo et al, 2008; Pérez-Cárceles, et al., 2009; Pillemer y Finkelhor, 1988; Post
et al., 2010; Sancho et al., 2011; Saveman et al., 1999; Schiamberg y Gans, 2000; Schiamberg et al., 2012;
Shinan-Altman y Cohen, 2009; Zeller et al., 2009):
1. Relacionados con la propia persona mayor como ser mujer, tener mayor edad, viudedad, bajo nivel
educativo, mala salud percibida, comportamientos provocadores y/o agresivos, deterioro cognitivo,
dependencia física o económica, desconocimiento de sus derechos, sentimientos de culpabilidad,
abuso de alcohol, sintomatología depresiva, ansiedad, sentimientos de soledad, baja calidad de vida.
2. Relacionados con el responsable de los malos tratos, como ser mujer, cónyuge o hijo/a de la persona
mayor, presencia de trastornos psicológicos (depresión, ansiedad o demencia), sentimientos negati-
vos (ira, hostilidad), estrés o burnout, deterioro cognitivo, inadecuada formación, abuso de sustan-
cias, ser agredidos por la persona mayor, dependencia económica.
3. Relacionados con el contexto de la situación. Por ejemplo, mala calidad de la relación anterior y/o
actual entre la persona mayor y el responsable del maltrato, aislamiento social, recibir pocas visitas,
recibir poca ayuda formal o informal, conflictos familiares, mala organización del trabajo, rigidez
de las normas de la institución, escasez de personal, edadismo, elevada rotación del personal, mal
diseño ambiental, no detección de casos, sobrecarga de trabajo, historia previa de violencia familiar.

Fomento del buen trato hacia personas

La sensibilización sobre los malos tratos hacia las personas mayores en la sociedad actual y la concienciación
sobre la importancia de respetar los derechos fundamentales de las personas mayores son los pilares básicos
para prevenir que estos aparezcan o que continúen ocurriendo. Ambos fueron señalados como prioritarios en el
año 2002 por la II Asamblea Mundial del Envejecimiento. El modelo a seguir es “conocer para intervenir” de
manera que, si uno no es consciente de algo, no lo verá, es decir, no existirá y, por tanto, no se actuará.
De este modo, la sensibilización y concienciación parece que son más elevadas ante situaciones explícitas
y muy graves de malos tratos, como los casos que cada cierto tiempo se conocen a través de los medios de
comunicación, dejando de lado los aspectos más sutiles de los malos tratos. Esto es debido a diversas razones,
por ejemplo, a la idea/concepto que se tiene sobre qué son malos tratos a personas mayores, estableciendo ana-
logías con la violencia que experimentan otros colectivos. Además, el ámbito más académico y científico man-
tiene el foco en estas situaciones. Sin embargo, situaciones mucho más sutiles son pasadas por alto e incluso no
consideradas como malos tratos, como, por ejemplo, la infantilización, la falta de respeto, etc. De hecho, como
se comentaba anteriormente, en el estudio “Voces Ausentes” (OMS, 2002b), las personas mayores indicaban
que estos tipos de malos tratos eran muy frecuentes, y más dañinos que otros. Por ejemplo, un participante
indicaba que “el respeto vale más que la comida y la bebida”. Esto además refleja que el foco de estudio sobre
los malos tratos debe ser revisado para comenzar a trabajar en aquellas situaciones que las propias personas
mayores consideran como más perjudiciales (OMS, 2002b). Es el momento de que realmente quede reflejado
que se trabaja CON y PARA las personas mayores, por lo que su opinión debe ser considerada como funda-
mental. Precisamente este es uno de los objetivos centrales del Modelo de Atención Centrada en la Persona.
En el marco de las acciones destinadas a la sensibilización y concienciación respecto a los malos tratos, des-
taca la formación tanto de las personas mayores, como de sus cuidadores, de los profesionales en contacto con
personas mayores y de la sociedad en general. Con este propósito se han desarrollado campañas de concien-

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8 Buen y mal trato hacia las personas mayores: Teorías explicativas y factores asociados

ciación, creado documentos y guías, y fomentado la investigación de la prevalencia del fenómeno, así como de
los factores de riesgo asociados al mismo.
Se han realizado campañas a nivel internacional, entre ellas “Stop Elder Abuse”, desarrollada en Holanda,
o campañas realizadas en Canadá lideradas por ONPEA (Ontario Network of Prevention Elder Abuse). A
nivel nacional, el Gobierno Vasco, en 2011, lanzó, por primera vez en nuestro país, una campaña para la pre-
vención de los malos tratos hacia las personas mayores, a través de los medios de comunicación orientada a
la población general, ofreciendo un número de teléfono a través del cual informar y asistir tanto en los casos
potenciales como en situaciones reales de malos tratos. También se puso en marcha una página web (http://
www.nodejesqueocurra.com/) con información básica en relación con esta iniciativa, se elaboraron pósters
mostrando situaciones de malos tratos y vídeos realizados ex profeso para la campaña. Por otro lado, se han
elaborado guías dirigidas a profesionales de distintas disciplinas y ámbitos sociales y al público en general
(Barbero et al., 2005), y la publicada por la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología en el año 2011 .
Entre los factores de riesgo más destacados, y que sería importante tener en cuenta para el trabajo dirigido
a la promoción del buen trato hacia las personas mayores, son los estereotipos negativos asociados al enve-
jecimiento. Estos son el “caldo de cultivo” de los malos tratos a personas mayores, ya que llevan asociados
prejuicios, que asocian características negativas al envejecimiento, y estos, directamente, a la discrimina-
ción. Esto se conoce como edadismo (ageism), que provoca un gran daño a la población mayor, aunque no
sea de forma consciente (p.ej. pensar que los mayores son como niños o hablarles más alto porque se consi-
dera que en la vejez todos somos sordos). Así pues, es preciso señalar que la presencia de estos estereotipos
negativos puede conllevar a que no se cumplan los principios establecidos por Naciones Unidas a favor de
las personas de edad, que incluye los principios/derechos de independencia, participación, cuidados, auto-
rrealización y dignidad (Naciones Unidas, 1991, p. 178). Por lo tanto, si el objetivo es el fomento del buen
trato hacia las personas mayores, el primer objetivo será la eliminación de los estereotipos negativos sobre
el envejecimiento.

Estereotipos negativos asociados al envejecimiento

Las heterogéneas teorías elaboradas sobre el envejecimiento han favorecido el desarrollo de distintas imá-
genes sociales, estereotipos y expectativas acerca de las personas mayores. Estos fenómenos pueden influir,
positiva o negativamente, en la sociedad, en la actitud hacia este grupo o en cómo se perciben las propias
personas mayores.
En la actualidad, se puede constatar que el concepto de envejecimiento y la imagen que se ofrece de las
personas mayores no está ajustada a la realidad, teniendo, además, en cuenta que la población mayor es la que
más variabilidad interpersonal presenta. Aunque cada vez se envejece en mejores condiciones físicas, psico-
lógicas y sociales, siguen muy presentes, arraigados e incluso radicalizados múltiples estereotipos negativos
asociados al envejecimiento. Son un conjunto de mitos, falsas creencias, pensamientos negativos, rígidos,
globales que tienen consecuencias, por ejemplo, que las personas mayores no se identifiquen con el propio
grupo de mayores, el rechazo del envejecimiento, la profecía autocumplida, etc. (Pérez-Rojo, 2016b). De ahí
que, frecuentemente, la población mayor se convierte en víctima de actitudes negativas de una manera muchas
veces sutil (Sánchez, Montorio, y Izal, 2002). En nuestra sociedad la juventud es considerada como un valor
o meta y generalmente se asocia a elementos positivos (belleza, energía, gracia, fortaleza moral y optimismo),
mientras la vejez se asocia a elementos negativos (declive, fracaso moral, fatiga, fealdad) (Montañés y Latorre,
2004). Por lo tanto, el envejecimiento se ha asociado a deterioro físico, psicológico y social, esto se refleja, tal
y como se ha señalado anteriormente, en que los estereotipos negativos relacionados con el envejecimiento ha-
cen referencia tanto a características físicas, como psicológicas, de personalidad y/o sociales. A continuación,
se describirán los aspectos más relevantes de los mismos (Pérez-Rojo, 2016b).
Los estereotipos negativos relacionados con las características físicas del envejecimiento están relacionados
con la asociación que se establece entre envejecimiento y diferentes factores como la dependencia, déficits
sensoriales (oído, vista, etc.), fragilidad, la enfermedad e incluso la muerte. A pesar de que, conforme aumenta

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la edad, también lo hace el riesgo de presentar algún tipo de enfermedad o dependencia, no existe una relación
de causalidad entre estas variables. Los estudios realizados demuestran que la mayoría de las personas mayores
tienen una buena salud percibida y pueden realizar sus actividades de la vida diaria por sí mismos.
También se encuentran estereotipos negativos a nivel psicológico. Se considera que las personas mayo-
res son menos competentes, menos inteligentes y menos hábiles (no aprenden), están apáticos, sin interés ni
motivación y deprimidos. La edad en ocasiones es utilizada incluso como el elemento clave, por ejemplo, al
atribuir de forma diferencial un olvido o fallo de memoria en función de si la persona es mayor o es joven, o la
sintomatología depresiva que puede presentar. Otro ejemplo es el “habla patrón” que consiste que el ritmo de
la conversación sea excesivamente lenta, se exagera la expresión facial y la entonación, tono de voz elevado,
se utiliza un lenguaje muy simple, se repiten frases, etc., simplemente porque la interacción se realiza con una
persona mayor (Ryan, Bourhis y Knops, 1991). Implica una excesiva acomodación del lenguaje que afecta
negativamente a la persona que lo recibe.
Uno de los estereotipos negativos más ampliamente extendido es “las personas mayores son como niños”.
Éste está relacionado con el infantilismo que pertenece a la categoría de maltrato psicológico hacia las personas
mayores. El infantilismo se manifiesta de diferentes maneras, por ejemplo, a través del habla, de la conducta
verbal y no verbal utilizada para dirigirse a la persona mayor (baby talk), especialmente con personas mayores
con deterioro cognitivo. En este caso la acomodación que tienen lugar es mucho mayor que en el ejemplo del
habla patrón, añadiendo también el uso de diminutivos o la primera persona del plural (Ashburn y Gordon,
1981; Caporael, 1981; Proctor, Morse y Khonsari, 1996). Su aplicación tiene consecuencias negativas (auto-
eficacia, autoestima, autoconcepto, dependencia, depresión, aislamiento, dependencia). Este tipo de lenguaje
suele ser aceptado por personas mayores con deterioro cognitivo, en parte debido a la gran “carga emocional”
que contiene. Por el contrario, las personas mayores con competencia cognitiva conservada manifiestan una
actitud negativa hacia el mismo (Williams, Kemper, y Hummert, 2003).
Otras manifestaciones de la infantilización se observan en el diseño ambiental y en las actividades que reali-
zan las personas mayores, especialmente en algunas instituciones. Los materiales y actividades no suelen estar
adaptadas a población mayor ni a las necesidades, preferencias e intereses de cada una de las personas.
Finalmente, cabe destacar la infantilización en el trato que incluye reprimendas, castigos, utilización del
tiempo fuera o el confinamiento.
Además de los estereotipos negativos relacionados con características físicas y psicológicas, están los re-
lacionados con características de personalidad. Se suele asociar el envejecimiento con inflexibilidad, rigidez,
mal humor, intolerancia, conflictividad. La investigación en personalidad ha demostrado que la personalidad
es relativamente estable y consistente. Y adaptativa, de manera que puede, y debe, cambiar en función de las
situaciones (físicas, psicológicas o sociales) a las que se enfrente la persona mayor.
Por último, existen los estereotipos negativos asociados a características sociales del envejecimiento, tales
como, la homogeneidad intergrupal, la improductividad, el aislamiento, la pobreza. La variabilidad intergru-
pal, interindividual e intraindividual, aumenta conforme aumenta la edad por lo que las personas mayores son
menos homogéneas entre ellas que otros grupos de edad más joven. Cuando se asocia la vejez a la improduc-
tividad, ésta hace referencia a la salida del mercado laboral. Pero, en España, especialmente en los últimos
años y debido a la crisis económica, un porcentaje elevado de personas mayores se han convertido en el sostén
económico, emocional e instrumental de las familias, por ejemplo, con el cuidado de los nietos. Esta sí es una
realidad que es necesario visibilizar y poner en valor, y podría ayudar a incentivar la creencia de que las perso-
nas mayores siguen siendo productivas, no sólo por lo que hacen, sino por el hecho de que cada individuo es
valioso y eso no varía en función de la edad que tenga cada uno.
La presencia de estos estereotipos negativos tiene consecuencias en la visión del envejecimiento por la so-
ciedad (devaluación de las personas mayores, considerarlos ciudadanos de segunda o tercera, rechazo hacia el
envejecimiento, discriminación basada en la edad, etc.) y en la propia persona mayor (dificultad para envejecer
bien, autoimagen y autoconcepto negativo, baja autoestima, profecías autocumplidas, exceso de incapacidad,
disminución de oportunidades sociales, limitación de una adecuada integración en la sociedad y pensar que
ciertos acontecimientos azarosos que tiene lugar son producto de la edad e inevitables) (Carbajo, 2009; Mena,
Sánchez y Trianes, 2005; Rodríguez, 1994).

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10 Buen y mal trato hacia las personas mayores: Teorías explicativas y factores asociados

La discriminación basada en la edad, mencionada anteriormente, conocida como edadismo, tiene consecuen-
cias muy negativas como, por ejemplo, ser una de las causas de las que derivan posibles situaciones de malos
tratos a personas mayores, de ahí la importancia no sólo de la detección de estos estereotipos sino también de
su eliminación. El edadismo es considerado como la tercera forma de discriminación junto con el sexismo y el
racismo, aunque mucho más sutil y sobre la que los profesionales se han centrado hace poco tiempo.
Los estudios actuales señalan que las concepciones tradicionales negativas de la vejez vigentes en la cultura
occidental carecen de soporte y justificación adecuada (Carbajo, 2009), no obstante, siguen estando muy pre-
sentes no sólo en las propias personas mayores sino también en muchos individuos de cualquier sociedad o
cultura, ello a pesar del gran cambio positivo que han experimentado las personas mayores con el paso de los
años. La Organización de las Naciones Unidas en la Conferencia Mundial de Envejecimiento planteó no hace
mucho tiempo la necesidad de potenciar el retorno al respeto, la consideración y la autoridad de las personas
mayores eliminando los estereotipos sociales que atacan a su dignidad (Carbajo, 2009).
Poco a poco parece que la visión de las personas mayores va evolucionando con el paso de los años y tiende
a ser cada vez más realista y ajustada, considerándose la vejez como una etapa más del desarrollo vital donde
existen ganancias y pérdidas. No obstante, a pesar de estos pequeños avances todavía queda un gran camino
por recorrer hasta llegar a una sociedad sin diferencias por razón de edad, es decir, a una sociedad ideal en la
que las personas puedan dedicarse a cualquier actividad en cualquier momento de su vida (Carbajo, 2009), en
definitiva, una sociedad para todas las edades.

Conclusión: La promoción del buen trato hacia las personas mayores

Los malos tratos hacia las personas mayores son un problema mundial que viola los Derechos Humanos y
Fundamentales de las personas mayores.
Actualmente son muchas las iniciativas que se van poniendo en marcha y muchas las personas y los profesio-
nales que se están esforzando día a día para conseguir que los mayores reciban el Buen Trato que se merecen,
pero aún es necesario que se siga trabajando para mejorar la calidad de vida de las personas mayores, dentro
de sus familias, en la sociedad y en las instituciones.
En primer lugar, para fomentar el buen trato es necesario que el grupo de personas mayores sea visible. A
pesar de que es el grupo de población que más está creciendo y, según las previsiones, lo seguirá haciendo
en los próximos años, parece que solo son visibles en determinados momentos. Esta invisibilidad todavía es
mayor en personas mayores que viven en instituciones.
En segundo lugar, fomentando una imagen realista sobre las personas mayores y su enorme diversidad.
En tercer lugar, hay que acercarse a la persona mayor de forma personalizada, individual e integral, dejando
fuera toda clase de automatismos, teniendo en cuenta sus necesidades y preferencias. Es imprescindible la par-
ticipación activa de la persona mayor, en la medida que su capacidad cognitiva la permita. La persona mayor
no es un agente pasivo, sino que es el protagonista principal de su vida y, por ello, sus decisiones, opiniones,
intereses, preferencias tienen que ser tomados en consideración. Y siempre sin olvidar hacer un seguimiento
continuado del caso, ya que las necesidades y circunstancias de cada sujeto van cambiando. Para ellos es nece-
sario un buen equilibrio entre la flexibilidad y la planificación, mostrar empatía, cuidar la calidad técnica, pero
sin olvidar lo más importante, la calidad humana.
En cuarto lugar, respetar los derechos fundamentales: toma de decisiones, dignidad, intimidad, respeto. Ello
conduciría al fomento del empoderamiento. Es necesario dejar a un lado el modelo de pérdidas asociado al
envejecimiento para empezar a centrarnos en el modelo de ganancias y fortalezas.
Evitar la infantilización. Las personas mayores son adultas y así deben ser tratadas. Por ello, será necesario
tener cuidado con el lenguaje utilizado, las actividades diseñadas, el ambiente y la conducta verbal y no verbal.
La formación es otro de los pilares fundamentales y en eso se lleva trabajando muchos años ya. Pero hay ve-
ces que esa formación no llega bien a la audiencia porque para ellos no es significativa y no se identifican con la
información transmitida. Existen otras alternativas de formar y de concienciar, por ejemplo, se ha publicado un
estudio piloto de una experiencia vivencial de infantilización con el objetivo de promover la empatía hacia las

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personas mayores. La situación reflejaba la infantilización a través del uso de diminutivos, reprimendas, len-
guaje infantil, sobreprotección y paternalismo. Más de un 80% de los participantes señalaron que no estaban
de acuerdo con ese trato hacia las personas mayores, además indicaron sentirse, en un porcentaje significativo,
degradados, humillados, molestos, experimentaron afecto negativo. Manifestaron que habían aprendido sobre
qué era la infantilización y estaban motivados para cambiar el trato hacia las personas mayores (Pérez-Rojo y
Chulián, 2013).
Existen, por tanto, diversas herramientas que los profesionales pueden utilizar para fomentar el buen trato a
personas mayores.

Agradecimientos

El presente trabajo se ha realizado en el marco del proyecto PSI2016-79803-R, financiado por el Ministerio
de Economía y Competitividad, la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y al Fondo Europeo de Desarrollo
Regional (FEDER) (AEI/FEDER, UE).

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Artículo recibido: 02/02/2017


Revisión recibida: 13/02/2017
Artículo aceptado: 16/02/2017

Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e2, 1-14 © 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a3 ISSN: 1989-9912
Práctica Clínica / Clinical Practice

Intervención psicológica en un caso de maltrato


al mayor en Madrid capital

Psychological intervention in a case


of elder abuse in Madrid

Alejandra Chulián Horrillo y Mónica Vicente Martínez


Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid

Resumen: En este artículo se describe la intervención clínica en un caso de malos tratos a


una persona mayor. María es una mujer mayor de 81 años que sufre malos tratos por parte
de su hijo, tanto malos tratos psicológicos como negligencia en los cuidados, y se teme por
parte de los servicios que deriven en malos tratos físicos. Estos comportamientos se habían
agudizado a lo largo de los últimos meses, causados por el alto consumo de alcohol del res-
ponsable y sus problemas familiares. La evaluación y tratamiento de elección forman parte
del Programa de Malos tratos del Ayuntamiento de Madrid y estuvieron basados en el Mode-
lo Ecológico y el Modelo de Atención Integral Centrada en la Persona, con una intervención
de terapia cognitivo-conductual. La intervención se llevó a cabo tanto con la víctima como
con el responsable de los malos tratos, sin una periodicidad fija, sino adaptada a las necesi-
dades de la víctima y del responsable y las incidencias del caso. Los resultados indicaron que
el tratamiento fue eficaz para reducir la frecuencia, intensidad y duración de las conductas
problema, medidos mediante indicadores de malos tratos.
Palabras clave: malos tratos a personas mayores, intervención clínica, caso único, Modelo
ecológico, Modelo de atención integral centrada en la persona.

Abstract: This article reports a case of elder abuse. María is a 81-year-old woman who
suffers from negligence in care and psychological abuse by her own son. Professionals fear
that this situation may lead to physical abuse as well. These behaviors had worsened over
the past few months because of her son´s binge drinking and family problems. Case assess-
ment and treatment, in the framework of the Elder Abuse Program run by the Madrid City
Hall, were based on the ecological model and the person-centered care model and consisted
of cognitive-behavioral therapy. The treatment was applied to both the victim and the elder
abuser as no fixed regular times, but as required by the victim, the abuser, and the case in-
cidences. The results suggested that the treatment was effective to decrease the frequency,
severity, and duration of the problematic behavior, as measured by elder abuse indicators.

La correspondencia sobre este artículo debe enviarse a la primera autora al e-mail: achulian@hotmail.com
Este es un artículo Open Access bajo la licencia CC BY-NC-ND.

© 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e3, 1-20
ISSN: 1989-9912 DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a2
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Keywords: Elder abuse, clinical intervention, treatment, single case, Bronfenbrenner Ecolo-
gical Model, person centred care model.

En el dossier del que forma parte este artículo se tratan varias características relacionadas con las per-
sonas mayores y el envejecimiento; y, aunque buscamos una imagen positiva y amable de la vejez, no
podemos obviar que existe una cara amarga, asociada a la vulneración de los derechos humanos de las
personas mayores. Y es que el interés por los malos tratos hacia las personas mayores ha estado oculto o
“silenciado” durante muchas décadas, aun cuando nos encontramos con poblaciones cada vez más enveje-
cidas (Casique, 2012).
La vejez, aparte de ser un momento vital a la que la mayoría de nosotros aspira a llegar, es también una de
las etapas de la vida en la que aparecen concepciones erróneas asociadas a estereotipos que pueden llevar a
tener una imagen irreal y prejuiciosa, que la asocia irremediablemente con la dependencia (física, económica o
emocional), la enfermedad, los problemas cognitivos, la incapacidad para tomar decisiones o la soledad… Esta
imagen distorsionada de la realidad, junto a factores de riesgo reales que pueden aparecer a esta edad, hacen de
este grupo de población, al igual que otros grupos como los niños o los discapacitados, un grupo especialmente
vulnerable ante el riesgo de sufrir malos tratos.
Es preciso recordar (aunque ya se ha tratado en otro de los artículos de esta revista) que la violencia hacia
las personas mayores, al igual que hacia otros grupos de la sociedad (violencia infantil, violencia de género),
puede adoptar muchas formas: física, psicológica, emocional, financiera…, puede ocurrir en todas las esferas
sociales, económicas…, se puede ejercer de manera activa o pasiva (intencional o no intencional), y se puede
producir en distintos contextos: familiar, instituciones y en la sociedad (discriminación por edad/Ageism)
(Fortes, 2007).
En el año 2002, con la promulgación de la “Declaración de Toronto” y la presentación del documento “Mis-
sing Voices: Views of Older Persons on Elder Abuse”, promovido por la Organización Mundial de la Salud
(OMS, 2002) y la Red INPEA (International Network for the Prevention of Elder Abuse), los malos tratos
hacia las personas mayores comienzan a tomar protagonismo entre los distintos organismos, profesionales y
países; y en ese mismo año se desarrolla en Madrid la II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento (ONU,
2002) donde se comprometen a eliminar las discriminaciones por motivos de edad, reconociendo la dignidad
de las personas mayores y exigen la eliminación de todas las formas de abandono, abuso y violencia contra las
personas de edad.
Es por ello que, debemos ser los profesionales los primeros y más interesados en conocer cómo detectar, pre-
venir y actuar contra los malos tratos, ya que la falta de formación y el desconocimiento acerca de las personas
mayores y los malos tratos, y la falta de materiales adecuados (protocolos e instrumentos), pueden ser un factor
de riesgo para reconocer situaciones de violencia contra las personas mayores, así como para el tratamiento del
problema de manera episódica y no sistemática (McNamara, Rousseau y Sanders, 1992).
Madrid es una ciudad claramente envejecida, en la que el 20% de sus habitantes tiene 65 años o más, estando
la gran mayoría de ellos perfectamente integrados en la sociedad, con una buena calidad de vida y recibiendo
los apoyos que precisan. No obstante, existe un pequeño grupo entre ellos, en el que la suma de factores de
riesgo social, psicológico y sanitario, el rechazo de las ayudas necesarias o la presencia de indicadores de ma-
los tratos, les convierte en un grupo poblacional de extremada vulnerabilidad.
Esas y otras razones, justifica claramente su adhesión a la Red Mundial de Ciudades Amigables con las Per-
sonas Mayores, ya que una comunidad puede considerarse amigable con las personas mayores cuando entre
sus objetivos, además de otros,  se encuentra la protección a los más vulnerables, algo que desde el Ayunta-
miento de Madrid se aborda desde diferentes ámbitos contando con programas y servicios  encaminados a  la
detección, valoración e intervención que son los que se manejan en la denominada mesa de vulnerabilidad,
órgano colegiado de decisión que recibe los casos de personas en riesgo, anualmente unos 800 casos. En dicha
mesa se analizan y valoran los casos de malos tratos detectados en la ciudad de Madrid por los distintos servi-
cios que atienden a las personas mayores, y posteriormente se derivan al Programa de malos tratos (se describe
en profundidad en el documento de Serrano Garijo, 2013).

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DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a2 ISSN: 1989-9912
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En este artículo se presenta una propuesta, a través de un caso único, para la detección y la intervención
psicológica en los malos tratos hacia las personas mayores en el ámbito doméstico, basada en la bibliografía
científica y en la experiencia práctica llevada a cabo en el Programa de malos tratos que se desarrolla en Ma-
drid por el Ayuntamiento de Madrid con la colaboración del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, en el
seno del Programa de atención a mayores vulnerables (Martín, 2009), desde el año 2009 hasta la actualidad.
El Programa de Actuación en Malos Tratos a Personas Mayores está formado por un equipo interdisciplinar,
compuesto por una trabajadora social, una enfermera y dos psicólogas, que atienden a las personas mayores
víctimas de malos tratos y a los responsables de los mismos en casos que han sido derivados por los Servicios
Sociales del Ayuntamiento de Madrid. El equipo trabaja de forma coordinada con todos los servicios y profe-
sionales que puedan estar relacionados con la víctima y/o el responsable, creándose una red interconectada de
trabajo conjunto que permite una respuesta más efectiva y eficiente en la atención de los malos tratos. Ade-
más, el Programa está basado en el Modelo de Atención Integral Centrado en la Persona, en el que se busca,
además de proteger a las personas mayores de los malos tratos,” promover las condiciones necesarias para la
consecución de mejora en todos los ámbitos de la calidad de vida y el bienestar de la persona, partiendo del
respeto pleno a su dignidad y derechos, de sus intereses y preferencias y contando con su participación efecti-
va” (Rodríguez, 2013).
Como base teórica y marco conceptual explicativo, de los malos tratos hacia las personas mayores, seguire-
mos el Modelo Ecológico propuesto por la OMS en el “Informe Mundial sobre la violencia y la salud” (OMS,
2002). Desde dicho modelo se realiza un análisis de la interacción de diversos factores interconectados y nive-
lados (el primer nivel son factores individuales: biológicos, psicológicos, éticos, morales, historia de vida, etc.;
el segundo nivel son los factores relacionales: la familia, los amigos, las parejas, entre otros; el tercer nivel: la
comunidad, lugar de trabajo, barrio, etc.; el cuarto nivel incluye los patrones y normas culturales, los hábitos y
las costumbres de una sociedad que promueven o no el desarrollo de interacciones violentas) que intervienen
en el comportamiento de las personas y pueden influir en el riesgo de desarrollar interacciones violentas.
Los casos de malos tratos y, por tanto en este caso que se presenta, la modalidad terapéutica a lo largo de la
intervención ha sido un tratamiento con orientación cognitivo conductual, en un medio comunitario (derivado
por Servicios Sociales municipales) y con intervención de otros servicios como el Centro de atención integral
al drogodependiente (CAID), Centro de Salud y Centro de Salud Mental, que por ahora ha resultado ser el
tratamiento más eficaz en casos de malos tratos, tanto en el tratamiento de víctimas como de responsables, de
violencia de género y en malos tratos a mayores (Chulián, 2015; Echeburúa y del Corral, 2007; Echeburúa,
Sarasua, Zubizarreta y del Corral, 2009).
Es preciso señalar que la intervención terapéutica tiene una estructura flexible, con un plan de actuación inicial
basado en las razones e indicadores de malos tratos por los que se deriva el caso, pero que se va adaptando a las
circunstancias, principalmente problemas de salud que se van derivando a lo largo del tiempo de intervención.

Identificación del paciente y motivo de derivación del caso1

VÍCTIMA: María mujer de 81 años, viuda. En el momento en que es derivado el caso, convive con José, su
único hijo (su otra hija falleció, aunque mantiene contacto con los hijos de ésta). Jubilada, dueña de kiosco de
frutos secos. Tiene reconocido Grado III por Ley de Dependencia (Ley 39/2006). Padece diferentes enferme-
dades médicas (pólipos cancerígenos en el recto con habituales hemorragias, diabetes y ceguera), las cuales
la incapacitan para las actividades de la vida diaria. Exfumadora. El nivel sociocultural de la familia es me-
dio-bajo. Nula red social (rechaza la visita de vecinos y voluntarios de la ONCE), reducida a la relación con
la familia (hijo y nietos).
RESPONSABLE: José, hijo de María (57 años). Es el cuidador principal de la mayor. Parado de larga dura-
ción. Separado de su esposa, con sentencia de divorcio por violencia de género, cumpliendo pena de prisión
por este motivo. Tiene dos hijos, con los que mantiene contacto. Consumidor habitual de alcohol, con asisten-
cia intermitente al CAID (Psiquiatra, psicólogo y trabajador social) y derivación a Salud Mental.
1 Cumpliendo con las normas editoriales, se modifican algunos datos personales para evitar la identificación de la víctima o del responsable.

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Ambos tienen tratamientos prescritos por el Centro de Salud o por el CAID en los que se incluyen diversos
psicofármacos.

Motivo de consulta

El caso es derivado por la trabajadora social de los Servicios Sociales municipales, del distrito al que perte-
nece, al Programa de Malos Tratos del Ayuntamiento de Madrid.
La trabajadora social que informó del caso considera que existen una serie de indicadores (gritos, insultos,
dejación de los cuidados, abandono, zarandeos) que le llevan a valorar una posible situación de maltrato psi-
cológico y negligencia en los cuidados del hijo hacia su madre.

Historia del problema

El caso es detectado cuando la víctima acude a Servicios Sociales, demandando ayudas para la atención de
los problemas que tenía para la realización de las actividades de la vida diaria. En dichas entrevistas la víctima
señala los problemas familiares que tiene su hijo y el consumo habitual de alcohol. En ese momento no com-
parten domicilio.
Años después, su hijo se divorcia y se traslada a vivir con su madre, usuaria de los servicios de Teleasistencia
(TAD) y del servicio de Ayuda a Domicilio (SAD). A partir de ese momento se comienzan a recibir partes de in-
cidencias de SAD acerca del aumento del consumo de alcohol del hijo, pero la víctima señala que quiere “cuidar
de su hijo”, esperando que servicios de Atención a la Drogodependencia o el Centro de Salud le ayuden a tratar
sus problemas de alcohol, aunque él no tiene conciencia del problema ni motivación para dejar de consumir
alcohol, y rechaza el consejo del CAID para un ingreso en un centro y así tratar de forma intensiva su adicción.
Posteriormente se detectan varias situaciones en las que el responsable desatiende a la mayor (no la recoge
tras una caída, se niega a realizarle controles de glucemia en la madrugada prescritos por su médico de cabece-
ra, se detecta que le suministra una dosis mayor de medicación a la víctima para que permanezca más tiempo
dormida). Además, reconoce que le coge pequeñas cantidades de dinero a su madre para poder costear su con-
sumo de alcohol, gestionando sin control la pensión de ésta.
El responsable de los malos tratos verbaliza que se siente deprimido, por haberlo perdido todo (su familia,
su hogar, su trabajo) y sobre todo tras su divorcio (causado por su conducta agresiva, consumo de alcohol y
cocaína y su relación con una prostituta). Dice que “se levanta muy agresivo”, reconociendo que está muy ner-
vioso y que el que su madre le despierte por la noche y no le deje dormir hace que se ponga aún más agresivo,
que la insulte y que incluso haya llegado a zarandearla. Le reprocha labores como tener que cambiarla el pañal,
levantarla cuando se cae o atenderla de madrugada si se siente mal. Relaciona estos actos con la sobrecarga
que siente como cuidador, reduciendo así su culpa.
La víctima se lamenta de la conducta de su hijo, pero vuelve a señalar que no quiere cambiar la situación
(su ingreso en una residencia o denunciar a su hijo) porque considera que debe cuidar de él, intentando ocultar
los insultos, gritos o desagravios de su hijo (los hechos que se conocen son a través de la auxiliar de ayuda a
domicilio).

Detalles de confidencialidad y consentimiento informado

Tanto la víctima como el responsable son informados de la derivación del caso al Programa y de los
objetivos de la intervención, dando ambos su conformidad para permitir el acceso al domicilio y recibir
llamadas telefónicas, estando ambos motivados para llevar a cabo el tratamiento.
Es preciso señalar que, siguiendo el Modelo de Atención Integral Centrado en la Persona, y como ya
señalaban Izal y Fernández-Ballesteros en 1990, en el ejercicio de ese principio de dignidad personal, de-

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Alejandra Chulián Horrillo y Mónica Vicente Martínez 5

beremos permitir que la persona mayor decida plena y libremente la aceptación de la intervención (Izal y
Fernández-Ballesteros, 1990). Para que esto suceda utilizamos las técnicas de persuasión necesarias para
hacerles entender que los malos tratos suelen aumentar su frecuencia e intensidad con el tiempo, y que con
su colaboración podremos intentar evitar que esto vuelva a suceder. Sin embargo, deberemos respetar su
voluntad, intentando dejar puesta en marcha una red de protección para la víctima (coordinar con profesio-
nales y servicios que atienden a la persona mayor para alertarles de la situación, contactar con familiares
o personas de apoyo, etc.) (Chulián y Pérez-Rojo, 2014).
En el caso de que se detecte que podría incrementarse el riesgo para la integridad física de la víctima o
que el rechazo de la víctima hacia la intervención pueda conllevar un riesgo para su vida o para terceros,
se debe cerrar la intervención psicológica e iniciar los trámites judiciales que se consideren más adecuados
o denunciar ante la autoridad competente, en coordinación con otros profesionales, en favor de la salud
del mayor, sin necesidad de contar con su consentimiento. No obstante, siempre que las circunstancias lo
permitan, se consultará a sus familiares o a las personas vinculadas de hecho (Pérez, Muñoz y Ausín en
Caballo, 2006).

Estrategias de evaluación y evaluación del caso

En un caso como este, la evaluación psicológica clínica comparte interés con la evaluación psicológica fo-
rense, ya que el caso es derivado para poder intervenir terapéuticamente en la situación de malos tratos, pero,
al mismo tiempo, es preciso analizar si existen repercusiones jurídicas que puedan llevar a informar del caso a
la Autoridad Judicial (Echeburúa, Muñoz y Loinaz, 2011).
En este caso, al igual que en otros casos de malos tratos, dado que en la evaluación el profesional puede
encontrarse barreras que impidan o dificulten el conocimiento del caso, se lleva a cabo una evaluación mul-
timodal, con el uso de la observación, la entrevista (víctima, responsable, otros familiares y profesionales),
diversos test e informes de otros profesionales. Las entrevistas fueron semiestructuradas y flexibles, para adap-
tarlas a los cambios que se iban produciendo, tanto en la situación sanitaria de la mayor, como en su entorno
socio-familiar.

Primera entrevista

Al aceptar la derivación del caso se realizó una primera entrevista con la víctima y con el responsable, tanto
juntos como por separado. En dicha entrevista se analizaron los indicadores por los que fue derivado el caso y
se contrastó la información obtenida a partir de otros interlocutores (profesionales relacionados).
En el informe del Servicio de Ayuda a Domicilio se destacaba que las auxiliares habían llegado a escuchar
cómo el responsable le grita a su madre y la insultaba diciéndole “vieja desgraciada”, “a ver si te mueres de
una vez”, “muérete, estúpida” o “me tienes hasta los cojones”.
En la primera entrevista la víctima reconoce que en ocasiones su hijo no la trata bien, que está muy nervioso
y le grita, pero lo justifica por el consumo de alcohol. Dice que no quiere que le pase nada, que quiere seguir
viviendo con él y que su obligación es cuidar de su hijo mientras pueda. El responsable también reconoce los
hechos relatados por las auxiliares de SAD, pero le quita importancia. Señala que está sobrecargado y que es
muy complicado “no perder los nervios cuando te llaman a las 3 de la mañana porque se ha hecho caca”. No es
empático con su madre, no reconoce los problemas de movilidad que tiene y dice que “hace lo que hace para
fastidiarle”. Durante la conversación cuenta que se siente muy deprimido, que su “vida se ha hundido” tras su
divorcio. Cuando están juntos apenas hacen referencia a lo ocurrido, la madre prefiere no responder a las pre-
guntas, simulando no haberlas oído (en función del tipo de preguntas decide responder o no) y el hijo justifica
sus actos, la acaricia y la besa de forma inesperada y atemporal.
En la primera visita se les explica que el objetivo de nuestra intervención no es juzgar sus conductas o
las circunstancias que les han llevado a la conflictividad actual en el domicilio, sino que se les va a ayudar

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a orientar su relación para que se respeten los derechos de la mayor y reciba un buen trato por parte de su
hijo, así como ayudar a la víctima en una adecuada toma de decisiones y apoyarla si su deseo es continuar
conviviendo con el hijo, y enseñar al responsable a valorar e interpretar de forma adecuada sus conductas
para que pueda revertir la situación de los malos tratos y eliminar dichas acciones; pero, también se les
comenta que, toda la información de la intervención se irá recogiendo en una historia clínica, y que, en
caso de que se pusiera en riesgo la vida de la víctima o de terceros, se podría determinar la necesidad de
informar a la Autoridad competente acerca de la evolución del caso (cambios en la gravedad de los malos
tratos, la intensidad de los mismos), por si fuera preciso tomar medidas judiciales.

Posteriores evaluaciones

Se mantienen entrevistas en profundidad con todos los miembros de la familia, en las que se les pre-
gunta directamente por los indicadores de malos tratos (conductas disruptivas) detectados por los pro-
fesionales de SAD y los verbalizados por el propio responsable y la víctima. Se realiza un check-list de
dichos indicadores (elaborado por las autoras de este artículo) para poder ir identificando la presencia de
los mismos en diferentes momentos de la intervención y valorar el éxito o no de la misma.
En una ocasión, se recibe la llamada de la coordinadora de SAD comentando una incidencia en el domi-
cilio que había presenciado la auxiliar. Fue testigo de cómo, en un ataque de ira del responsable, que se
inició cuando volvió del bar y encontró a su madre en la cama llena de heces porque no le había cambiado
el pañal a tiempo, le lanzaba una silla a su madre que llegó a golpearla en el pie. Se les pregunta a ambos,
víctima y responsable, por este hecho, pero la víctima guarda silencio y el responsable reconoce los he-
chos, aunque minimiza la importancia de éstos, diciendo que él nunca ha llegado a maltratar a su madre.
El hijo del responsable, nieto de la víctima, también ha sido entrevistado, así como el sobrino del res-
ponsable. Las entrevistas con el hijo han resultado ser pasivas, sin aportar apenas información, ya que,
según refiere, “está muy cansado de todo y prefiere no meterse”, dice que él “le aconseja a su padre que se
ponga en tratamiento y mantenga la calma”. No hace referencia a los cuidados de su abuela y se detecta
que apenas se implica en el apoyo a los cuidados de ésta, ya que “está empezando una nueva vida y no
tiene tiempo”. El otro nieto de la víctima, hijo de la hija fallecida, se ha mostrado más beligerante con
su tío en la entrevista mantenida en el domicilio. Se enfrenta a él delante de las profesionales, pero para
reprocharle el interés económico de vivir con su abuela (la propiedad del piso y el uso de la pensión), sin
entrar a determinar si su abuela está siendo bien cuidada ni se compromete a apoyar a su tío en dichos
cuidados.
También se solicita la valoración por parte del Centro de salud, que informa de su preocupación por el
estado de salud de la víctima (señalaron en su informe que la víctima presentaba problemas derivados
de una inadecuada administración de fármacos, comenzaba a tener problemas de movilidad y retención
de líquidos por no realizar desplazamientos dentro del domicilio, y se comenzaban a detectar pequeñas
rojeces que podían derivar en úlceras, por una inadecuada higiene y atención en el cambio de pañal), y
de la adicción al alcohol del responsable que habían provocado que tuviera otros problemas de salud de
diversa importancia.
Los profesionales del CAID también aportan información acerca del tratamiento seguido por el respon-
sable, e indican que es bastante irregular, tanto para acudir a las citas como para seguir las indicaciones
del psicólogo o del psiquiatra. Le ofrecen ingresar en un Centro de desintoxicación del consumo de alco-
hol, pero tarda en tomar la decisión, ya que, además de aceptar su ingreso, su madre tendría que aceptar
su propio ingreso en una residencia temporal, para garantizar sus cuidados.
En las entrevistas realizadas se le ofrecen a la víctima diferentes alternativas para afrontar la situación,
pero rechaza rotundamente desde un principio trasladarse a una residencia o presentar una denuncia, ya
que no quiere abandonar su domicilio y, como nos ha comentado, “a pesar de lo que ocurre en casa, pre-
fiero vivir aquí con mi hijo, ambos nos entendemos”.
El responsable tiene altibajos durante las entrevistas, diciendo que en ocasiones siente que vive en “una

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olla a presión”, y es lo que le lleva a ser agresivo con su madre, “aunque ella no tiene culpa de nada”. Dice
“me da miedo ingresar en un centro de desintoxicación y que le pase algo a mi madre mientras estoy allí”.

Entrevista Post-enfermedad grave de la víctima

En un momento de la intervención, en la que el responsable acepta ingresar en un centro y la víctima en una


residencia temporal donde poder ser cuidada, el estado de salud de la víctima empeora notablemente por una
hemorragia grave, obligando a su ingreso en el hospital.
A raíz de este cambio en la salud de la víctima, que obliga a interrumpir las entrevistas y la intervención con
la víctima, aunque no con el responsable con el que se mantiene contacto telefónico habitual, se produce un
cambio en la actitud de ambos, siendo la víctima más demandante del apoyo y acompañamiento de su hijo, y
él rechaza cualquier traslado por no saber el tiempo de vida que le resta a su madre y sentirse en “la obligación
de cuidarla”.
En las posteriores entrevistas la víctima se muestra más hermética, diciendo que no quiere hablar más porque
“le queda poco tiempo de vida y quiere estar con su hijo”, y el responsable decide continuar el tratamiento de
su adicción pero de forma más pausada porque toda la situación le provocaba mucha ansiedad y el alcohol le
“calma los nervios” (reduce su ansiedad). Dice que desde ese momento ha entendido que su obligación es estar
con su madre, cueste lo que cueste, hasta el día de su muerte (no hace referencia a que los cuidados que su
madre va a necesitar a partir de ese momento serán mucho más intensos y complicados).

Entrevistas de seguimiento

Una vez que las pautas se han establecido y se han ido consiguiendo los objetivos, se mantienen entrevistas
de seguimiento para valorar la motivación al cambio del responsable y el mantenimiento de las conductas,
principalmente ante posibles cambios en la situación sanitaria de la madre.

Observación

La observación puede considerarse la más próxima al fenómeno “real”, la más directa y libre de error (Mon-
torio e Izal, 2000). La observación sistemática se caracteriza por centrarse en conductas externas y proporciona
una cuantificación precisa del nivel de conducta antes y después de la intervención (de la Puente, Labrador
y García en Labrador, Cruzado y Muñoz, 2002). La observación de los indicadores va a permitirnos obtener
una descripción detallada del tipo y amplitud de los malos tratos, de su severidad, la frecuencia de los mismos
(Moya y Barbero, 2006) y la intencionalidad del responsable en hacer daño a la víctima.
La observación es una técnica esencial en este tipo de casos, dado que la valoración e intervención se realiza
en el ambiente natural, la víctima no puede desplazarse, y se pueden registrar con mayor claridad y exactitud
las conductas problema y establecer una línea base.
Se ha empleado un registro completado por las psicólogas para conocer los indicadores de malos tratos o
tipos de conductas problema, la frecuencia (Diario (5)-Nunca (0)), la intensidad (0 es el mínimo y 5 es el máxi-
mo), la duración, y la respuesta de la víctima ante la conducta problema y del responsable.
Una vez realizado dicho registro, seguimos el Modelo de Johnson (Bazo, 2001) que determina cuatro ámbi-
tos de daño potencial creciente y definirá nuestra capacidad de actuación, si se encuentra en los ámbitos bajo y
medio, o la necesidad de derivación en los casos pertenecientes al ámbito de daño alto.
• Casos de malos tratos leve (un solo tipo de maltrato y de intensidad, frecuencia y gravedad baja): pueden
ser resueltos a través del protocolo de actuación propuesto.
• Casos de malos tratos moderado (varios tipos de maltrato, pero con intensidad, frecuencia o gravedad baja
o un tipo de maltrato de intensidad, gravedad y frecuencia alta) : pueden ser resueltos a través del protocolo

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de actuación propuesto. La intervención será en colaboración con Servicios Sociales a quien se le notifica-
rán en todo momento las actuaciones realizadas.
• Casos de malos tratos grave (varios tipos de maltrato de intensidad, frecuencia y gravedad alta): se noti-
ficará de modo verbal y por escrito a Servicios Sociales la situación detectada y a las instituciones que se
considere oportuno en función del tipo de maltrato (Policía, Fiscalía, etc.), adjuntando todos los informes
técnicos pertinentes, a la vez que se desarrolla el protocolo de actuación.
• Casos urgentes (existe riesgo para la integridad física de la víctima): se notificará verbalmente y por escri-
to, de manera inmediata a Servicios Sociales, Autoridad Judicial o Ministerio Fiscal. Asimismo se tomarán
las medidas oportunas para garantizar la protección del mayor.

Cuestionarios

Para la valoración de los malos tratos:


- Índice de sospecha de maltrato hacia personas mayores (EASI) (Yaffe, Weiss y Lithwick, 2012).
- Escalas de detección de riesgo de malos tratos domésticos y comportamientos autonegligentes (EDMA)
(Touza, Segura, Prado, Ballester y March, 2009).
- Cuestionario de Evaluación de Necesidades de Camberwell (CANE) (Adaptación española: Jiménez, Mo-
reno, Rodríguez y Torres, 1995).
Para la valoración de la víctima:
1. Cumplimentación de la historia clínica que recogía la valoración geriátrica integral del mayor, con el fin
de conocer el estado bio-psico-social de los mayores, incluyendo las situaciones actuales y potenciales
riesgos (Moya y Barbero, 2006).
2. Salud autopercibida mediante una escala de estimación con 5 opciones de respuesta (muy buena, buena,
regular, mala y muy mala).
3. Cuestionario Mini-Examen Cognoscitivo (MEC; Lobo y Ezquerra, 1979).
4. Escala Geriátrica de Depresión de Yessavage (Aguado et al., 2000).
5. Subescala de ansiedad de Goldberg (Monton et al., 1993).
Para la valoración del responsable:
1. Recogida de información por informes médicos sobre su estado de salud física y mental (hábitos de
salud, consumo de sustancias, estado anímico).
2. Salud autopercibida del responsable mediante una escala de estimación con 5 opciones de respuesta
(muy buena, buena, regular, mala y muy mala).
3. Nivel de estrés expresado mediante una escala de estimación con 5 opciones de respuesta (mucho, bas-
tante, regular, poco y nada).
4. Escala de sobrecarga del cuidador (Zarit, 1980; se utiliza la adaptación española de Martín et al., 1996).
5. Intencionalidad (Valorar si el cuidador tiene la intención o no de causar daño).
6. Recursos (Comprobar los recursos con los que cuenta la persona).
7. Aspectos de la dinámica familiar (Relaciones familiares, actuales y pasadas).

Análisis funcional

Una vez realizada la valoración del caso y la evaluación de todas las personas relacionadas con el mismo, el aná-
lisis funcional permitirá dar una explicación de la ocurrencia de los malos tratos, plantear un plan de actuación que
pueda ser acorde y consensuado con el resto de compañeras del equipo del Programa de malos tratos y poner en mar-
cha, desde otros dispositivos, acciones de prevención y actuación para evitar la continuidad de dichos malos tratos.
Explicaremos mediante el análisis funcional (a partir de ahora AF) las diferentes conductas problema que
han dado paso a la aparición de la situación de malos tratos y a su mantenimiento, determinado por las carac-
terísticas de la víctima y del responsable, así como por los reforzadores.

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A partir de los datos obtenidos de todos los métodos de evaluación se diseña el AF del problema en general,
en este caso la intervención está centrada en eliminar los “malos tratos en la unidad familiar”, que sería la
Conducta Problema Principal, y los siguientes serían diferentes conductas problemas asociados e intrínsecos
al AF principal.
Las variables relacionadas con la historia de vida de ambos, víctima y responsable, por separado y
juntos, influyen como factores predisponentes a la conducta problema de “malos tratos en la unidad
familiar”. Algunas de éstas, referentes al responsable, son la percepción normalizada del consumo de
alcohol, su historia personal con su ex pareja, con violencia de género y los sentimientos de culpa
asociados, y la “obligación” de tener que vivir con su madre, al tener problemas económicos que hacen
que dependa de la pensión de ella, junto a una serie de estímulos antecedentes o desencadenantes de la
conducta, tales como ser el único cuidador con la obligación de realizar acciones que le resultan “repug-
nantes”, las demandas de cuidado de su madre en momentos en los que él está ebrio o durmiendo con
“resaca”, la presión social de familiares, de amigos y de profesionales para que cuide adecuadamente a
su madre, o las verbalizaciones de su madre que se culpa por lo que sufre su hijo con sus cuidados (él se
pone muy nervioso cuando escucha a su madre lamentarse por tener que ser cuidada y por los esfuerzos
que él tiene que realizar).
Por parte de la víctima, la discapacidad física (ceguera y problemas para desplazarse, y posterior pér-
dida de control de esfínteres) que la convierte en más vulnerable ante las reacciones del hijo y que la
han hecho dependiente de los cuidados de éste, la preocupación constante por la conducta del hijo que
le llevan a ejercer una fuerte sobreprotección y ocultamiento, para evitar informar a los profesionales
que intervienen con ellos y pueda derivar en una denuncia o su ingreso en prisión, y control sobre la
conducta de éste para evitar que corra algún peligro o se relacione con personas que considere que son
inadecuadas para él. En relación a ambos, existe una fuerte sinergia de control y dependencia hacia ellos
mismos, que les provoca sentimientos de culpabilidad y malestar, que tienen consecuencias diferentes
en las reacciones de víctima y responsable. Él se revela ante esta situación, utiliza el alcohol como
vía de escape, lo que reduce su ansiedad a corto plazo y le permite estar fuera del domicilio, pero a la
vuelta reacciona de forma negativa hacia los cuidados que precisa su madre, mostrando ira y descontrol
(insultos, vejaciones, gritos, intimidaciones); ella prefiere refugiarse en su discapacidad física y aisla-
miento social, intentando no solicitar ayuda a su hijo para evitar sus reacciones, con autocastigo y una
concepción negativa de sí misma (piensa que no vale para nada, que es mejor morirse) que le llevan a un
estado de desesperanza/indefensión, anulando su capacidad de decisión y de acción a la hora de abordar
la situación de maltrato.
- Conducta problema 1: “Pérdida de control de impulsos/ ira del hijo”. Análisis Topográfico;
nivel cognitivo: “me provoca, podría andar y no quiere” “me da asco limpiarla”, “culpabilizo a mi
madre de lo que sucede”/nivel fisiológico: “latido fuerte del corazón”, “calor, sudor, sensación de
falta de aire”/nivel motor: “gritar, insultar..” “zarandeos” “golpes en muebles, portazos”.
- Conducta problema 2: “Consumo de alcohol del hijo”. Análisis Topográfico; nivel cognitivo:
“lo necesito” “no aguanto esta situación, el alcohol me ayuda a evadirme”, “por tomar unas cerve-
zas todos los días no soy alcohólico” “puedo parar cuando quiera”/nivel fisiológico: “temblores,
sudoración; síndrome de abstinencia”/ nivel motor: “consumo de alcohol”.
- Conducta problema 3: “Sobreprotección; minimización del consumo de alcohol por parte
de la mayor”. Análisis Topográfico; nivel cognitivo: “bebe por mi culpa”, “estoy obligada a cui-
darle porque soy su madre” “me necesita en casa, aquí puedo curarle”/ nivel fisiológico: “dolores
de cabeza, estómago, sensaciones físicas de ansiedad”/nivel motor: “pendiente de su hijo en todo
momento”, “controla donde está, le llama por teléfono si se ausenta más de lo normal”.
- Conducta problema 4: “bajo estado de ánimo de la mayor”. Análisis Topográfico; nivel cog-
nitivo: “mi hijo está enfermo por mi culpa, no se ayudarle” “mi hijo bebe porque soy un estorbo,
tiene que cuidarme, soy una vieja”/nivel fisiológico: “dolor cabeza y estómago”/nivel motor: “no
quiere salir de casa”, “no se relaciona con nadie”, “pasa la mayor parte del día callada”, “altera-
ciones del sueño”.

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10 Intervención psicológica en un caso de maltrato al mayor en madrid capital

Tratamiento

Por todo lo expuesto anteriormente, y antes de iniciar la intervención psicológica, es preciso señalar que se
han tenido en cuenta las siguientes cuestiones (Fernández-Alonso y Herrero-Velázquez, 2006): Se estima que
el riesgo de la situación y urgencia de la intervención, permiten la intervención psicológica, y no resulta nece-
saria una intervención más urgente; se realiza la intervención tanto con la víctima como con el responsable; se
analiza y tiene en cuenta el interés de ambos por colaborar en la intervención; se determina que la capacidad
cognitiva de la víctima es adecuada para entender la situación y tomar decisiones; y se realiza una interven-
ción interprofesional con un enfoque bio-psico-social (aunque aquí se explica con más detalle la intervención
psicológica).
Antes de iniciar cualquier tipo de intervención en malos tratos a mayores, ya sea desde el ámbito psicológico
o desde otras esferas (judicial, social, sanitaria…) es importante garantizar que se van a proteger los derechos
fundamentales y respetar intereses de las personas mayores (Tabueña, 2006). 1. Derecho a no sufrir malos
tratos, y a estar protegida ante ellos. 2. Derecho a estar informada de todos los pasos que se llevarán a cabo
para intervenir en los malos tratos. 3. Derecho a la autodeterminación. Deberemos respetar sus decisiones ante
los malos tratos, eso sí, siempre que sus decisiones no pongan en peligro su integridad física o psicológica o
vulneren los derechos de una tercera persona.
Para la realización del tratamiento se han seguido las indicaciones de diferentes manuales y protocolos
existentes hasta la fecha sobre la prevención, valoración e intervención en malos tratos a personas mayores
y violencia doméstica, tanto con la víctima, como también con el responsable (AGEA, 2007; Arinero, 2006;
Echeburúa, 2004; Echeburúa y del Corral, 1998; Edmonton, 2011; 2002; Moya y Barbero, 2006; Pérez Rojo y
Chulián, 2013; Phelan, Fealy, Downes y Donnelly, 2014; SWREAN, 2011; Tomita y Quinn, 1997).
El tratamiento se lleva a cabo a lo largo de 16 sesiones y continúa actualmente en fase de seguimiento. Di-
chas sesiones, han ido variando en frecuencia e intensidad, en función de las necesidades detectadas y de los
problemas de salud de la víctima, que obligan en un determinado momento a realizar un reajuste del plan de
actuación, dado que su dependencia física aumenta, así como los sentimientos de culpa del responsable, reme-
morando los últimos días que pasó con su padre cuidándolo en el hospital tras años sin hablarse.

Primera sesión

Además de ser la visita en la que se presenta al equipo del Programa de malos tratos y se les propone la inter-
vención, se establece el vínculo terapéutico con la víctima y el responsable (la intervención no ha sido solicita-
da por ellos, pero sí debe ser aceptada) y se sientan las bases de la intervención posterior. Para ello, uno de los
objetivos principales ha sido fomentar la expresión emocional tanto de la víctima como del responsable acerca
de la detección de malos tratos, y dar soporte emocional y apoyo a ambos, sobre todo en casos como éste en el
que la negligencia en los cuidados no tiene carácter intencional, para evitar efectos emocionales que pudiesen
afectar a la conducta del responsable de forma negativa ( por ejemplo claudicación en los cuidados o aumento
del consumo de alcohol) o la aparición de algún problema emocional o psicológico (por ejemplo depresión).
Se acuerdan los siguientes objetivos iniciales junto a víctima y responsable:
• Víctima: reconocer que su hijo tiene un problema de consumo de alcohol (antes no lo había verba-
lizado) y expresar diferentes emociones de soledad, culpa, etc.
• Responsable: admitir su problema de consumo de alcohol, reconocer los malos tratos psicológicos
y descubrir los efectos de la negligencia de sus cuidados en la salud de su madre. Detectar los senti-
mientos de frustración, culpa por no cuidarla tan bien como debiera, sobrecarga física y emocional
y repulsión en tareas de cuidado
Se recuerdan los derechos y deberes convivenciales, para que ambos entiendan cuando la situación familiar
se vuelve problemática, y las consecuencias y el desenlace judicial que puede tener la continuidad o agrava-
miento de los malos tratos.

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Fase inicial (4 sesiones)

Posteriormente, tanto por separado como de forma conjunta, se analizan los problemas que han influido en
las reacciones del responsable y se planifican acciones, como el ingreso en un centro de desintoxicación y el
ingreso temporal de la madre en una residencia. Se buscan alternativas, como la búsqueda por parte de la tra-
bajadora social del equipo del Programa, de voluntarios o la asistencia a un Centro de día, que resulta inviable
por los problemas de accesibilidad de la vivienda, la mejora de las condiciones de la vivienda y el apoyo con
ayudas técnicas como una cama articulada o una grúa que finalmente rechaza por falta de espacio; y se apoya
la toma de decisiones, que conlleva la continuidad de la convivencia de ambos y los cuidados realizados en
exclusiva por el hijo, pero con las indicaciones y directrices de la enfermera del equipo del Programa y la su-
pervisión de los profesionales del Centro de salud.

2ª Fase: Intervención (10 sesiones)

Dirigida a la mejora del estado de ánimo de la víctima, buscar agentes facilitadores para reducir el consumo
de alcohol del responsable y reducir su ansiedad y estrés de ambos. Conseguir romper las contingencias que
mantienen la conducta de malos tratos del hijo hacia su madre.
Se trabaja la reducción del estrés y la ansiedad que le generan al responsable los cuidados de su madre, con
técnicas de entrenamiento en relajación y respiración, y el apoyo del psiquiatra del CAID que controla la me-
dicación y le prescribe ansiolíticos, además de supervisar los hábitos de sueño y alimentación del responsable,
con el fin de establecer pautas que permitan el alivio físico, para disminuir la tensión. También se potencian las
relaciones sociales y la promoción de actividades sociales, como visitar o recibir la visita de hijos o amigos.
Se realiza formación y entrenamiento al responsable ante las conductas de un mayor dependiente físicamente
y con problemas emocionales, que un cuidador no entrenado puede malinterpretar como intencionales (por
ejemplo cuando la madre se niega a levantarse de la cama, cuando no quiere hablar con él, cuando llora o está
muy pendiente de lo que hace su hijo) y las estrategias a seguir ante la aparición de conductas que puedan alterar
la convivencia (como motivar a su madre, expresiones de afecto y cariño hacia la mayor, trabajar la empatía).
Con la víctima también se trabaja la ansiedad que le genera quedarse sola y la rumiación del pensamiento, ya
que esto provoca, además de malestar en la víctima, una reacción posterior de rechazo y agresividad en el hijo.
Se la ayuda, con reestructuración cognitiva, a canalizar los sentimientos de vergüenza por las reacciones de su
hijo, la culpabilidad que siente por el esfuerzo que él realizaba por atenderla y su aflicción por el aumento en
su discapacidad y la disminución de su autonomía, no sólo física sino también para dirigir y gobernar su vida.
Establecemos un vínculo terapéutico de confianza con la víctima, en el que ella no se siente juzgada por los
profesionales y conseguimos que pueda desahogarse emocionalmente con nosotras, contándonos gran parte de
su historia de vida, sin sentirse culpable o avergonzada. Nos relata situaciones de violencia de género vividas
con su marido ya fallecido, mostrando alta tolerancia a las manifestaciones violentas y de maltrato de cualquier
tipo hacia la mujer en el domicilio. Considera que cierto tipo de violencia es “aceptable”, es decir, para ella está
normalizado y aceptado cultural y socialmente.
Se abordan las barreras relacionadas con los sentimientos de culpa de la víctima por precisar los cuidados de
su hijo (al sentirse como un “problema” para su hijo) y del responsable cuando era consciente de las conductas
negativas que había cometido, los temores a las consecuencias de dar a conocer lo que ocurría en el domicilio
o la presencia de pensamientos distorsionados como entender que la madre esperaba a ir al baño cuando el
responsable iba a salir para entorpecerle y hacerle perder tiempo. Se ayuda a la víctima a practicar el distan-
ciamiento cognitivo ante hábitos no saludables del responsable (como por ejemplo rumiación del pensamiento
ante la tardanza del responsable en llegar al domicilio, temiendo que pueda estar consumiendo o relacionán-
dose con amistades que ella considera poco adecuadas), y se la entrena en la petición de ayuda al Servicio de
Teleasistencia, que tiene activada una alerta ante la posibilidad de que el hijo se altere al escuchar el dispositivo
estando en estado de embriaguez, realizando ensayos mediante modelaje de situaciones de riesgo para dar las
respuestas más adecuadas y positivas en función de la situación.

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12 Intervención psicológica en un caso de maltrato al mayor en madrid capital

Se utiliza la Entrevista Motivacional (Miller y Rollnick, 1999) con el responsable trabajando el “darse cuen-
ta” (malos tratos, consumo de sustancias tóxicas, búsqueda de trabajo, necesidad de ayuda…), trabajando los
pensamientos facilitadores del hijo y determinadas excusas que utiliza para justificar su consumo de alcohol: “
no pasa nada por tomar unas cervezas”, “puedo parar cuando quiera”(minimiza el problema). Y, por otro lado,
ahondando más en la conducta de malos tratos hacia su madre, cuando ya es consciente de dicha situación, va-
loramos con él qué entiende por malos tratos, gravedad e intensidad y motivos por los que se justifica, pudien-
do abordar el posible aprendizaje observacional o vicario durante su historia de vida con su madre y su padre,
al observar desde niño cómo éste ejercía violencia de género hacia su madre, la aceptación (interpretación que
realiza él) de los malos tratos por parte de su madre y la influencia que tenía en la vida familiar, reconociendo
que existía mala relación con su padre por esta situación de maltrato hacia su madre.
Se observa cierta tolerancia a la violencia de género, maltrato en el hogar desde un inicio, tanto por parte de
la víctima como por la del responsable, tema que debe ser abordado en diferentes sesiones.
Se ayuda a la víctima a entender los riesgos de las situaciones a las que se enfrenta en la convivencia con su
hijo, y se trabaja con ella su tendencia a la minimización, ocultación de los hechos y la tolerancia que se genera
en las situaciones de maltrato, causado principalmente por la necesidad “como madre” de cuidar y proteger a
su hijo. Trabajamos la eliminación de ideas irracionales o erróneas relacionadas con la creencia de poder de
“sanar” a un hijo alcohólico en casa.

3ª Fase: Seguimiento y prevención de recaídas (sesión 15, 16 y actualmente)

Tras el ingreso por urgencia de su madre y el empeoramiento en la salud de la víctima (encamada, numerosos
ingresos hospitalarios posteriores), su hijo decide no ingresar en un centro de desintoxicación, ya que su madre
está muy enferma y se niega a dejarla sola. Su madre también se niega a ingresar en una residencia y verbaliza
“querer morirse en casa junto a su hijo”.
El tratamiento se orienta entonces en ayudar a la víctima a superar el trauma o sufrimiento psicológico pro-
vocado por el empeoramiento de su salud, dado que implica una mayor dependencia de los cuidados dados por
su hijo, en el que deposita toda su confianza y afecto. En este momento, el trabajo con el hijo, se ha centrado
en trabajar la empatía para entender cómo se siente su madre y cuáles son las nuevas necesidades, no sólo de
cuidados físicos, sino también emocionales, y se generan nuevos sentimientos, los cuales se han ido trabajan-
do, como la culpa o el remordimiento ante un posible y cercano fallecimiento de su madre.
Se fomenta y mejora la autoestima de la víctima, normalizando muchas de las situaciones que habían merma-
do su autoestima (como la pérdida del control de esfínteres), fomentando la conversación acerca de su historia
de vida, dando valor a sus éxitos, y buscando alternativas que pueden mejorar su calidad de vida (atención de
un podólogo a domicilio, peluquera o una cama articulada).

Factores relacionados con el terapeuta

El caso ha sido tratado por las cuatro miembros del equipo, las dos psicólogas, la enfermera y la trabajadora
social, alternando las visitas en función de los objetivos planteados en cada una de ellas.
La relación terapéutica tanto con la víctima como con el responsable se ha iniciado y mantenido por las dos
psicólogas generales sanitarias, con formación en malos tratos y personas mayores, desde el inicio de la in-
tervención hasta el cierre del caso. La alianza terapéutica es un requisito indispensable en los casos de malos
tratos, y sobre todo en casos de malos tratos a mayores, para la actuación con la víctima y con el responsable,
en la que exista una aceptación de objetivos de intervención por ambos, ya que será un paso más a la hora de
intentar resolver la situación.
En casos de malos tratos a personas mayores es preciso poner en marcha estrategias como la empatía con la
víctima, y también con el responsable y la situación. Ello no implica que el profesional deba aceptar y estar
de acuerdo con la situación de malos tratos, sino ser capaz de ponerse en su lugar para poder entender lo que

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sucede en la relación víctima-responsable-entorno y poner en marcha las acciones necesarias para modificar la
situación de malos tratos, evitando los juicios de valor y reorientar la situación y conseguir que la persona ma-
yor reciba un buen trato por parte de las personas que le rodean. Otras estrategias que ayudan a la intervención
tanto con la víctima como con el responsable son el tacto al tratar los temas, la escucha activa y silencio em-
pático y el tiempo (no se establece un límite de tiempo para la atención, a priori, sino que, en función de cómo
se desarrolle la sesión, ésta puede tener una duración variable, adaptada a los posibles problemas que puedan
surgir durante la intervención (enfrentamientos, ansiedad del responsable, etc.) y que deben ser resueltos antes
de abandonar el domicilio para dejar a la víctima en un entorno emocionalmente seguro).

Resultados

A partir de la primera visita, y tras las primeras entrevistas con todos los profesionales en las que se pudo
establecer un plan de trabajo común, comienzan a detectarse los primeros cambios (véase la Figura 1). Estos
muestran que, dado que el consumo de alcohol del responsable ha ido disminuyendo, su conducta disruptiva
en casa comienza a presentar sus primeros resultados, principalmente en la disminución de conductas o indi-
cadores de malos tratos psicológicos, tanto en frecuencia como en intensidad. El refuerzo y el apoyo de todos
los profesionales, la formación e información acerca de cómo deben darse unos cuidados adecuados también
han influido en el desarrollo positivo de las conductas de cuidado, viéndose reducida la negligencia en los
cuidados. En este sentido, el empoderamiento a la víctima, desculpabilizándola de sus necesidades, y el entre-
namiento ante la respuesta más adecuada ante las conductas disruptivas de su hijo, fueron también beneficiosas
para la mejora de la convivencia (véase la Figura 2).

Figura 1. Evolución de la frecuencia de los indicadores de malos tratos (Diarios, Frecuentes, Ocasionales,
Casi nunca o Nunca).

Las siguientes semanas disminuyen las conductas disruptivas y comienzan a darse los cambios. Disminuyen
algunas conductas problema, pero aún así continúan siendo frecuentes (véase la Figura 2).
Los resultados del Índice de sospecha de maltrato hacia personas mayores (EASI) siguen arrojando una
respuesta positiva, que es la de la pregunta que señala el profesional que atiende a la víctima. Es cierto que, en
la primera entrevista la mayor no quiso responder a las preguntas del cuestionario, por lo que sólo se cuenta
con la valoración del profesional evaluador, pero, posteriormente reconoce los hechos, por lo que habríamos
obtenido una puntuación positiva en al menos dos preguntas más del cuestionario.

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Figura 2. Evolución de la gravedad-intensidad (0 es el mínimo y 5 es el máximo).

En cuanto, a la Escala de malos tratos domésticos y comportamientos autonegligentes en personas mayores


(EDMA), en la que se realiza un registro observacional de los malos tratos, encontramos que las afirmaciones
que se relacionan con los ítems de las escalas, contienen información acerca de los malos tratos psicológicos
y los relacionados con la negligencia en los cuidados y son los que tienen más peso en la situación de malos
tratos. La prueba ha servido para reafirmar la información que se había obtenido por la observación y los in-
formes de los profesionales.

Figura 3. Frecuencia de cambios en las conductas.

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La Figura 3 recogen la frecuencia de aparición de algunas de las conductas disruptivas, consideradas como
malos tratos psicológicos y negligencia que se recogieron a través del registro de indicadores (check list ela-
borado por las autoras de este artículo). Privar de afecto es el único indicador que no estaba presente de los
iniciales propuestos para la evaluación. En la fase de seguimiento aún estaban presentes dos indicadores (gritar
y culpabilizar), relacionados con la falta de control de la ira del responsable y su malestar por sus problemas
con el alcohol, la falta de trabajo y sus reducidas relaciones sociales.
distorsionandovel de dad con respecto al es y no para hacerle daño. problemas con el alcohol, la falta de
trabajo y sus reducida

El análisis del Cuestionario de Necesidades (CANE) en la Figura 4, nos permite valorar cuáles han sido las
principales necesidades detectadas y cómo la intervención produce un cambio en dichas necesidades, redu-
ciéndose en algunas de ellas el riesgo grave de necesidades no cubiertas (2) a ningún riesgo (0). En el gráfico
sólo se muestran las necesidades aún latentes en la fase de seguimiento.

Figura 4. Resultados de prueba CANE para la detección de necesidades.

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Tabla 1. Evaluación pretest-postest (por cuestionarios)

VICTIMA RESPONSABLE

Pre Post Pre Post

Salud autopercibida Mal Mal Salud autopercibida Muy mal Regular

MEC víctima 28 26 Estrés expresado Muy alto Medio

GDS víctima Puntuación 10: indica Puntuación 11: indica Zarit Puntuación: 63. Puntuación:
depresión establecida depresión establecida. Sobrecarga intensa. 50. Sobrecarga leve.

Subescala de Puntuación total Puntuación total Consumo sustancias Consumo diario Tratamiento y reduc-
ansiedad de ansiedad: 7 ansiedad: 6 ción del consumo a
Goldberg Existe males- Continúa existiendo una cerveza al día
tar psíquico. malestar psíquico.

En la víctima no se aprecian cambios significativos en el pretest-postest, causado principalmente por los gra-
ves problemas de salud a los que se enfrentó la víctima a mediados de la intervención. Pero es preciso destacar
que los resultados iniciales de las pruebas administradas estaban relacionadas con los malos tratos ejercidos
por su hijo y los resultados posteriores por sus problemas de salud, debiendo ser la información obtenida a
través de las entrevistas con la mayor la que nos orienta a una mejora en el estado emocional de la víctima
relacionado con la convivencia con su hijo.
A pesar de haber terminado el tratamiento, por la disminución de indicadores que señalaban la presencia de
conductas relacionadas con maltrato psicológico y negligencia en los cuidados, se ha mantenido un seguimien-
to del caso, con el fin de garantizar el mantenimiento de estos cambios, tras la reducción de la presencia de las
profesionales en el domicilio, y valorar, si se producen nuevos cambios en la salud de la mayor, si éstos afectan
a la convivencia y puede aparecer, de nuevo, algún tipo de maltrato.
Se ha creado alrededor de la unidad de convivencia una red coordinada de colaboración y protección inte-
grada, no sólo por profesionales, sino, también, por familiares que no estaban vinculados con los cuidados de
la mayor, haciéndoles más partícipes de la importancia de su presencia en el domicilio y el apoyo emocional
e instrumental para los cuidados de la mayor y el afrontamiento del tratamiento de la adicción al alcohol del
responsable.

Discusión

Los malos tratos dirigidos contra las personas mayores tienen diferencias con respecto a otros tipos de
malos tratos domésticos, que pueden generar en los profesionales que los atienden sentimientos encontrados
de frustración, malestar o enfado con el responsable pero también con la víctima. Y es que, en casos como
el que se ha presentado en este documento, nos podemos encontrar con que el sentimiento de “obligación”
de protección de la víctima hacia su hijo o su habituación a situaciones de ira y agresividad, impidan un
adecuado acercamiento a la víctima, que puede rechazar la intervención al considerarla como un “peligro”
para el responsable.
La Teoría de la trampa psicológica (Amor, Bohórquez y Echeburúa, 2006) explica en violencia de género
que la víctima se mantiene en esa relación junto a su pareja por los esfuerzos que ha debido realizar para
conseguir una relación armoniosa. Posteriormente, cuando la violencia aumenta en frecuencia e intensidad,
siguen invirtiendo tiempo y esfuerzo en la relación, para justificar las inversiones realizadas con anteriori-
dad. Si esto lo aplicamos a casos de malos tratos a personas mayores en los que la víctima es la madre y el
responsable es el hijo, el cálculo de la inversión realizada en tiempo, esfuerzo y energía para criar y educar

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al hijo es incalculable, así como lo puede ser la decepción ante el maltrato por parte de éste y la esperanza
por modificar esta situación.
En el caso que se ha presentado en este documento se detectó esta tolerancia a los malos tratos y la protección
de la madre con su hijo, a pesar de la agresividad de éste contra ella y los perjuicios en su salud por sus cuida-
dos negligentes. Consideramos que se consiguió la complicidad de la víctima (fue capaz de contar los malos
tratos que sufría por parte de su hijo), se pudieron trabajar con ella los sentimientos provocados por estos malos
tratos, que tanto sufrimiento físico y emocional le provocaban, y se la empoderó hasta hacerla sentir dueña de
su voluntad y de la toma de sus decisiones. Aunque no se consiguió que dicha tolerancia hacia los malos tratos
disminuyera, ya que la víctima sigue protegiendo a su hijo para evitar las consecuencias a nivel legal que pu-
diera tener el reconocimiento de los malos tratos y la separación de ambos, siendo clave para comprobar que
la intensidad, duración y gravedad de los malos tratos ha ido disminuyendo, gracias a la intervención directa
realizada con el hijo.
Con el responsable se consiguió un compromiso firme para cuidar de su salud y reducir el consumo de alcohol
(aunque no se eliminó el consumo por completo), así como la confianza necesaria en las profesionales para que, en
momentos de gran sobrecarga emocional, pudiera llamar por teléfono y desahogarse o pedir ayuda si lo precisaba.
Los cambios positivos han sido posibles en gran medida, gracias al trabajo realizado con el responsa-
ble, que desde un inicio confía en el equipo del Programa y es colaborador en prácticamente todos los
objetivos terapéuticos propuestos y consensuados con él. Dicha confianza en la intervención ha ayudado
a que la víctima no percibiese la intervención como un recurso que iba a juzgarles o separarles, sino como
una ayuda para su hijo, y por consiguiente para ella. Así se ha conseguido que la víctima pueda desaho-
garse emocionalmente, sentirse apoyada y segura, y con la fortaleza suficiente para contar relatos de las
situaciones de maltrato vividas en la unidad familiar (actuales y las vividas con su marido, ya fallecido),
trabajando temas tan importantes como el aprendizaje de modelos de conducta y relacionales por parte del
responsable, a la habituación y tolerancia al maltrato de la víctima, e incluso la posible influencia en los
sentimientos de culpa de la madre y en las racionalizaciones-justificaciones de ésta hacia las conductas
del responsable
La técnica más efectiva para el trabajo con la víctima fue la reestructuración cognitiva de algunas de sus
distorsiones y pensamientos negativos relacionados con sus sentimientos de culpa referentes al esfuerzo
que realiza su hijo para cuidarla, reduciendo en gran medida la rumiación de sus pensamientos.
Respecto al responsable, la entrevista motivacional y las técnicas de relajación, lograron reducir su ni-
vel de estrés y ansiedad ante las demandas de cuidado de su madre, ya que se produjo un cambio desde la
propia persona, recuperando las razones por las que el hijo inició los cuidados de su madre y reorientando
su implicación en los mismos y fomentar la reducción de consumo de alcohol al reconocer la influencia
que ejercía en los enfrentamientos con su madre (además de reforzar la continuidad de la asistencia al
CAID). Con esto, junto con la formación para actuar ante conductas de un mayor dependiente físicamen-
te (cambio de pañales, movilizaciones, alimentación,etc.) y reestructuración de pensamientos negativos
relacionados con esta temática, se logró que fuera más empático con su madre, que entendiera las en-
fermedades de la misma y que fuera consciente de que las demandas de su madre eran reales y no para
hacerle daño.
El empeoramiento en la salud de la víctima supuso un freno ante la intervención, distorsionando los resulta-
dos relacionados con el estado emocional de la víctima y su autoestima, así como la dependencia emocional
hacia el responsable. Sin embargo, en éste, se produjo una reacción ante la cercanía o posibilidad del pronto
fallecimiento de su madre que generaron sentimientos orientados a la búsqueda de ayuda y apoyo para tratarla
de forma más adecuada, no sólo en los cuidados, sino, también, en su relación con ella.
Las dificultades encontradas con la víctima han sido, sobre todo, las relacionadas con la sobreprotección que
ha ejercido sobre su hijo, ya que le protegía ante los profesionales, ocultando conductas de maltrato y consumo
de alcohol del responsable. Todo ello por miedo a que éstos tomaran acciones legales contra él y les separaran.
Respecto al responsable, seguimos con la dificultad de control de la ira/impulsos, porque, a pesar de redu-
cir su nivel de estrés y ansiedad ante las demandas de cuidado de la víctima, continúa consumiendo alcohol
(aunque en menor cantidad con respecto al inicio de la intervención), y constituye un estímulo desencadenante

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18 Intervención psicológica en un caso de maltrato al mayor en madrid capital

que le sigue llevando a perder el control en determinadas situaciones, las cuales él experimenta como de gran
exigencia de cuidados por parte de su madre.
Este caso se encuentra actualmente en seguimiento y se mantiene un contacto telefónico con el responsable,
además de visitas al domicilio más espaciadas en el tiempo. Actualmente las visitas continúan para seguir sien-
do un apoyo profesional de la unidad familiar, desahogo emocional con la víctima y la labor de concienciación
y empatía del responsable hacia su madre.
Hemos pretendido, con la presentación de este caso, mostrar que, tal y como define el Modelo ecológico, los
malos tratos hacia las personas mayores pueden estar influenciados por múltiples factores asociados a todos los
protagonistas de estas situaciones, y que no tener en cuenta la presencia de familiares, entorno o profesionales
que interactúen con la unidad familiar, o no contar con ellos en la posterior intervención, pueden determinar el
éxito o el fracaso de la misma, y por tanto, la continuidad o no de los malos tratos.

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Artículo recibido: 30/01/2017


Revisión recibida: 16/02/2017
Artículo aceptado: 16/02/2017

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Práctica Clínica / Clinical Practice

Impacto psicológico de las demencias en las


familias: propuesta de un modelo integrador

Psychological impact of dementia on the family:


Proposal of an integrative model

Andrés Losada Baltar1, María Márquez González2, Carlos Vara-García1,


Laura Gallego Alberto2, Rosa Romero Moreno1 y Javier Olazarán Rodríguez3
(1) Universidad Rey Juan Carlos
(2) Universidad Autónoma de Madrid
(3 Centro de Especialidades Hermanos Sangro

Resumen: La demencia no impacta exclusivamente sobre la persona que la padece, sino que
supone el factor desencadenante de un proceso que amenaza al sistema familiar en su con-
junto. Este proceso ocurre en un contexto definido por una historia personal (del cuidador, de
la persona enferma y de la familia) y unas características particulares (del contexto, incluida
la cultura) que pueden beneficiar o perjudicar el proceso. El presente trabajo ofrece una pro-
puesta de integración de los procesos psicosociales que contribuyen a generar un importante
impacto psicológico de las demencias sobre las familias. Se propone un modelo que integra
los mencionados procesos, destacándose la influencia recíproca de éstos en los diferentes
actores implicados (persona con demencia, cuidador, familia y contexto). La diversidad de
interacciones posibles entre las variables que afectan al proceso de las demencias hace de-
seable una individualización de las intervenciones a desarrollar, que deben ser guiadas por
una adecuada evaluación previa de las particularidades de cada caso. El modelo que aquí se
propone pretende contribuir a orientar el proceso de la evaluación y a la toma de decisiones
acerca de sobre qué dimensiones intervenir para maximizar los resultados de las terapias.
Palabras clave: Alzheimer, cuidadores, demencia, familia, modelo teórico.

Abstract: Dementia does not only have an impact on the person who suffers the condition,
but is the factor that triggers a process that threatens the whole family system. Dementia
occurs in a context defined by a personal history (of the caregiver, the care recipient, and the
family) and specific contextual characteristics (e.g., culture) that may have beneficial or de-
trimental effects on the condition. A conceptual integration of the psychosocial mechanisms
or processes that contribute to generate a significant psychological impact of the dementia

La correspondencia sobre este artículo debe enviarse al primer autor a la Facultad de Ciencias de la Salud. Área de Psicología Clínica. Universidad
Rey Juan Carlos. 28922 Madrid. Email: andres.losada@urjc.es

Este es un artículo Open Access bajo la licencia CC BY-NC-ND.

© 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e4, 1-27
ISSN: 1989-9912 DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a4
2 Modelo psicológico integrador sobre las demencias

on the family as a whole is described. A theoretical model is proposed that integrates the
mentioned processes, stressing the reciprocal influence of the factors in the actors involved
(person with dementia, caregiver, family, and context). The diversity of potential interac-
tions between the variables affecting the dementia process makes it desirable to individua-
lize the interventions to be implemented, which should be guided by an adequate previous
assessment of the particular characteristics of each case. The proposed model is intended to
contribute to guide the assessment process and the decisions on the dimensions on which
intervention is required in order to maximize the results of therapies.
Keywords: Alzheimer, caregivers, dementia, family, theoretical model.

La población envejece a un ritmo rápido y las predicciones no prevén un cambio en esta tendencia mundial.
De hecho, se estima que en 2050 dos mil millones de personas serán mayores de 60 años en el mundo (Orga-
nización de las Naciones Unidas, 2011). Actualmente en España hay 8.442.427 personas mayores de 65 años,
cifra que corresponde al 18.2% de la población. El Instituto Nacional de Estadística (INE) prevé su aumento
al 24.9% en el año 2029 y al 38.7% para el año 2064 (INE, 2014). Es decir, en menos de 50 años habrá más
de 16 millones de personas con una edad mayor o igual a 65 años en España, duplicándose la población actual
(INE, 2014). El envejecimiento de la población es una consecuencia del desarrollo y las mejoras en el ámbito
de la salud, la economía y las políticas sociales a lo largo del siglo XX que han contribuido al aumento de la
esperanza de vida de la población. En España la esperanza de vida ha pasado de 34.8 años en 1900 a 82.8 años
en la actualidad, siendo una de las más altas de la Unión Europea (INE, 2014).
Aunque la mayoría de las personas mayores envejecen sin limitaciones físicas o cognitivas que les sitúen en
situación de depender de otras personas para su día a día, el envejecimiento de la población y el aumento de
la esperanza de vida van unidos a un aumento del número de personas mayores dependientes. En los países
desarrollados las demencias son la causa principal de dependencia y discapacidad en las personas mayores (Or-
ganización Mundial de la Salud, OMS, 2012). De acuerdo con un reciente trabajo centrado en la enfermedad
de Alzheimer, la demencia más prevalente, en 2013 existían unos 35.6 millones de casos diagnosticados de
Alzheimer en todo el mundo (Prince et al., 2013). Las proyecciones de la Organización Mundial de la Salud
(OMS, 2012) indican que el número de personas con demencia seguirá creciendo en las próximas décadas,
alcanzando los 65,7 millones de personas afectadas en 2030 y llegando a los 115,4 millones para el año 2050
(OMS, 2012). En España se calcula que existen unos 717.000 casos diagnosticados con demencia (Finkel,
Arroyo, Crespo y Garcés, 2014).
Los costes derivados de las demencias en el mundo alcanzaron los 604.000 millones de dólares en 2010
(OMS, 2012). El Sistema Nacional de Salud español estima que el gasto medio en la atención a los pacientes
afectados por algún tipo de demencia se encuentra entre los 27.000 € y 37.000 € anuales, de los que la ma-
yoría del gasto es el derivado del cuidado informal (77-81%), y solo el 10-13% corresponde al gasto sanitario
y el 6-12% al cuidado profesional (Castellanos, Cid, Duque y Zurdo, 2011). Teniendo en cuenta que la gran
mayoría de los cuidados a las personas con demencia son realizados por el entorno familiar, es evidente que el
cuidado tiene un importante impacto económico para las familias. Dados los alarmantes datos sobre la expan-
sión y el impacto socio-económico de las demencias, los gobiernos y organizaciones mundiales coinciden en la
necesidad de estrategias, políticas y marcos de acción dirigidos a mejorar el bienestar de las personas afectadas
por las demencias y disminuir la carga de sus cuidadores (OMS, 2012). Un ejemplo de ello es la Declaración
de París del 2006 realizada por las Asociaciones de Alzheimer de Europa. En este documento dirigido a los
diferentes países de la Unión y a la OMS se resaltaba la prioridad del Alzheimer en las políticas de los países
europeos, indicando la necesidad de investigación, atención médica, apoyo social y aspectos éticos y legales.

Impacto psicológico de la demencia sobre la familia

Como se ha sugerido en la introducción, el impacto de las demencias es global, afectando a múltiples actores.
En este punto nos centramos en el sistema sobre el que las demencias generan más sufrimiento: las familias.

Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e4, 1-27 © 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a4 ISSN: 1989-9912
A. Losada Baltar, M. Márquez González, C. Vara-García, L. Gallego-Alberto, R. Romero Moreno y J. Olazarán Rodríguez 3

Este trabajo parte de la asunción principal de que la demencia no impacta exclusivamente sobre la persona que
la padece, sino que supone el factor desencadenante de un proceso devastador que amenaza al sistema familiar
en su conjunto y que, por tanto, no ocurre en el vacío, sino en un contexto definido por una historia personal
(del cuidador y de la persona enferma) y familiar y unas características particulares que pueden beneficiar (fac-
tores amortiguadores, fortalezas o recursos) o perjudicar (factores facilitadores o de vulnerabilidad) el proceso.
Por ejemplo, no es lo mismo que una demencia aparezca en una familia cohesionada que en una familia en la
que existen conflictos históricos, o en la que algunos miembros ya padecen alguna problemática psicológica.
El enfoque teórico sobre el que se realiza este trabajo no es nuevo. Por un lado, está inspirado en el mo-
delo sistémico, al pretender recuperar una visión del cuidado como sistema en el que el todo es algo más que
la suma de sus partes. Por otro lado, nuestra propuesta está basada en propuestas teóricas y planteamientos ge-
nerales previos que han recibido apoyo empírico. Seguimos un enfoque similar al realizado por autores como
Olazarán, Agüera y Muñiz (2012) o Kales, Gitlin y Lykestos (2015) quienes, basándose en la información dis-
ponible, han planteado recientemente modelos amplios que permiten entender cómo factores de los pacientes,
cuidadores y el ambiente interactúan conjuntamente como causas de los comportamientos problemáticos en las
demencias.
Como principal aportación, este artículo ofrece una visión integradora de lo hasta ahora conocido sobre el
impacto de las demencias en los diferentes pilares de la familia afectados (persona con demencia, cuidador,
familia), de tal forma que se pueda ofrecer una visión global de los mecanismos o procesos psicosociales que
generan un importante impacto psicológico (y finalmente sufrimiento) sobre las familias en su conjunto, y
llevar a cabo una propuesta de actuación que, desde nuestro punto de vista, maximizaría las probabilidades de
éxito para reducir el malestar psicológico de las familias.
A pesar de que resulta fácil entender la familia y el cuidado como sistemas, dada la gran interrelación
existente entre sus componentes, llama la atención los escasos ejemplos de abordaje del estrés en cuidadores
desde un enfoque sistémico o de terapia familiar. El impacto del cuidado sobre el contexto del sistema familiar
como un todo y las dinámicas intrafamiliares han sido mucho menos estudiados que el estrés y afrontamiento
en los cuidadores principales (Lieberman y Fischer, 1999; Mittelman, Ferris, Shulman, Steinberg, y Levin,
1996; Mitrani, Feaster, McCabe, Czaja, y Szapocznik, 2005). Como denuncian Mitrani y Czaja (2000), apenas
hay confluencia entre el ámbito de estudio de los sistemas familiares (enfoque sistémico) y la gerontología,
en general, o el estrés y afrontamiento de los cuidadores, en particular. Esto puede deberse al predominio del
enfoque cognitivo-conductual y el modelo de estrés y afrontamiento, que, a pesar de reconocer relaciones entre
familia y cuidador, mantienen un encuadre bastante individualista del malestar de éste último.
En este trabajo se asume que el cuidado puede conceptualizarse como un gran sistema, en el que se
da una íntima relación entre tres componentes principales del mismo: la persona que padece la enfermedad, la
persona que “asume” los cuidados, y la familia como sistema compuesto por la persona mayor enferma, el cui-
dador y el resto de la familia y las interrelaciones entre estos tres componentes. El sistema familiar, a su vez, se
enmarca en un macrosistema en el que tiene lugar el proceso de la demencia: el contexto asistencial (servicios
sociales y de salud y sus profesionales), social, cultural, económico y político en el que viven las familias.
A continuación se describen, para cada uno de estos componentes, las diferentes fuentes de variabi-
lidad y vulnerabilidad al sufrimiento que han sido descritas en la literatura y que se observan en la práctica
cotidiana del trabajo con las demencias. Un resumen de estas fuentes de variabilidad se muestra en la Figura 1.
Aunque uno de los pilares es el sistema familiar, que se aborda en el apartado correspondiente, en las secciones
dedicadas a analizar el sufrimiento de la persona con demencia y el cuidador se van resaltando los principales
factores relacionados con su interrelación con otros componentes del sistema (básicamente, relacionados con
la comunicación).

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4 Modelo psicológico integrador sobre las demencias

Figura 1. Fuentes de vulnerabilidad al sufrimiento.

La persona con demencia

Los síntomas o signos conductuales y psicológicos de las demencias no son exclusivamente debidos a
las demencias

Muchas de las manifestaciones o “síntomas” que habitualmente son atribuidas a las demencias (p.ej., algu-
nos comportamientos problemáticos como la agitación o agresividad) son, en realidad, manifestaciones de
sufrimiento o de necesidades emocionales no cubiertas. En este sentido, se ha señalado que “antes de que
cualquier síntoma conductual sea atribuido a la enfermedad de Alzheimer se necesita eliminar la posibilidad de
que el síntoma sea producido por influencias ambientales o por problemas médicos intercurrentes” (Grossberg
y Desai, 2003; p. 340).
Prácticamente todas las personas con demencia manifiestan uno o más síntomas conductuales o psicológi-
cos de las demencias (behavioral and psychological symptoms of dementia, en inglés: BPSD; Lykestos et al.,
2011), un 75% presentan 3 o más, y algunos síntomas (por ej., agitación y ansiedad) aumentan su intensidad
con el paso del tiempo (Brodaty et al., 2015). Los BPSD representan uno de los aspectos del cuidado más com-
plejos, estresantes y costosos, y están asociados a múltiples consecuencias para la salud de las personas con
demencia, incluyendo elevada morbilidad, mortalidad, estancias hospitalarias e institucionalización temprana
en residencias (Kales et al., 2015). Ejemplos de estos síntomas son la agitación, la ansiedad, la tristeza, o la re-
petición de preguntas. Si bien es cierto que algunos de estos problemas, tales como la repetición de preguntas,
se produce en alguna medida por la presencia de un cierto deterioro cognitivo, la realidad es que la repetición
de comportamientos no es infrecuente en personas con un estado cognitivo normal. Así, por ejemplo, no es in-
frecuente que miremos muchas veces la hora cuando asistimos a una conferencia o clase aburrida (y el tiempo
se pasa muy lentamente…), y no es tampoco infrecuente escuchar a algún hijo que pregunta muchas veces algo
cuando está aburrido (por ej., el clásico “¿cuánto queda papá?” en un viaje) o cuando está muy emocionado
(por ej., “¿cuánto queda para que vengan los reyes magos?”). Obviamente, los niños no tienen Alzheimer.

Comunicación con personas con demencia: no son como niños

Es innegable que las demencias son enfermedades con un importante componente biológico afectado. Pero,
tal y como se señaló anteriormente, también es verdad que no ocurren en el vacío. Existen teorías que rea-

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A. Losada Baltar, M. Márquez González, C. Vara-García, L. Gallego-Alberto, R. Romero Moreno y J. Olazarán Rodríguez 5

lizan una analogía entre, por ejemplo, el Alzheimer y el desarrollo humano. Así, la teoría de la retrogénesis
(Reisberg, Kenowsky, Franssen, Auer, y Souren, 1999) sugiere que el Alzheimer tiene una progresión inversa
al desarrollo humano. Sin embargo, al contrario que lo que le puede suceder a los niños en su proceso de
desarrollo, las alteraciones cognitivas en las demencias (que podrían recordar a fases tempranas del desarro-
llo) se producen en personas con una historia de aprendizaje que ha marcado el desarrollo de sus intereses,
emociones, hábitos, etc. Por lo tanto, conocer su biografía e historia de aprendizaje permite que se realicen
intervenciones ajustadas a las necesidades e intereses individuales de las personas, de modo que se facilite el
respeto de sus preferencias y, en definitiva, su dignidad. El modelo de Atención Centrado en la Persona con
Demencia (Brooker, 2013; Kitwood, 1997; Martínez, 2016), cada vez más conocido, afortunadamente (aun-
que no necesariamente más aplicado), explica de forma clara la importancia del trato individualizado de la
persona con demencia y la consideración constante de su perspectiva y sus necesidades y preferencias de cara
a proporcionarle un cuidado de calidad. Este enfoque tiene implicaciones esenciales para la atención a la per-
sona con demencia. Por ejemplo, permite entender cómo la realización de actividades genéricas de “psicoes-
timulación” con materiales no adaptados a su realidad, como puzzles infantiles o piezas de fruta de plástico
(estrategia muy extendida), no es precisamente lo más acertado. Es evidente que las personas con demencia
no son niños (tienen mucha historia de aprendizaje) ni son como niños (salvo que consideremos que todos lo
somos) y, por lo tanto, no deben ser tratadas como tal. Sin embargo, es frecuente que tanto en contextos de
cuidado familiar como profesional se utilicen estilos de comunicación como el que ha sido denominado habla
patrón (muy similar al habla infantil), que transmiten mensajes de dependencia y cuestionan la competencia y
control de las personas mayores, tengan o no demencia. Además de poder ser percibido por la persona que lo
recibe como irrespetuoso y que limita las interacciones comunicativas, el habla patrón o infantil puede influir
en que se produzca una espiral de percepción y realidad de alteraciones comunicativas que a su vez favorezca
el aislamiento social y el declive cognitivo y físico de las personas mayores (Kemper, Finter-Urczyk, Ferrell,
Harden, y Billington, 1998). Si bien este tipo de comunicación se utiliza en su conjunto con toda la población
mayor, su utilización con personas que padecen demencia puede ser especialmente problemático. El uso del
habla patrón se ha asociado a un incremento de la resistencia a los cuidados (Williams, Herman, Gajweski, y
Wilson, 2009). Específicamente, estudios en los que se ha analizado el tono emocional que usan los cuidadores
muestran que la utilización de tonos emocionales dominados por el control (muy directivos, controladores, o
dominantes) y poco cuidado (poca calidez o apoyo) incrementan la probabilidad de conductas de resistencia
al cuidado por parte de las personas con demencia (Williams y Herman, 2011). El habla patrón encaja en su
conjunto en lo que ha sido denominado patrón de refuerzo la dependencia, a través del cual se ha demostrado
que tanto en contextos familiares como institucionales se tiende a reforzar conductas dependientes e ignorar
conductas independientes de las personas mayores, lo que sin duda influye sobre el origen, mantenimiento y
transformación de los procesos de dependencia (Baltes y Wahl, 1992). Existen intervenciones que parecen
prometedoras para mejorar los estilos de comunicación que se asocian a reducciones en la resistencia a los
cuidados (Williams, Perkhounkova, Herman y Bossen, 2016) y para fomentar la independencia de las personas
mayores (Baltes, Neumann y Zank, 1994).
Muy relacionado también con los estilos de comunicación con las personas con demencia se encuentra el
estudio de los efectos de la emoción expresada sobre la sintomatología asociada las demencias. Peter Vitaliano
y colaboradores (Vitaliano, Young, Russo, Romano, y Magana-Amato, 1993) estudiaron el efecto de dimen-
siones de la emoción expresada como el criticismo o la sobreimplicación emocional de los familiares sobre
la manifestación de comportamientos problemáticos por parte de la persona con demencia. Comprobaron, a
través de un estudio longitudinal, que la utilización de estilos de comunicación como los descritos predicen los
comportamientos problemáticos negativos de la persona con demencia (falta de cooperación, enfado, paranoia,
etc.), demostrando que la existencia de dinámicas interpersonales negativas afecta al proceso de las demencias.
Por otra parte, es bien sabido que la demencia afectan negativamente a la capacidad comunicativa de las per-
sonas que la padecen, influyendo en las posibilidades de establecer interacciones comunicativas exitosas con
otros. Es muy posible que estas circunstancias contribuyan a explicar por qué se mantienen tan escasas inte-
racciones comunicativas con personas con demencia, principalmente estudiadas en contextos formales como,
por ejemplo, las residencias (Burgio et al., 2001). Diferentes estudios han demostrado que se pueden promo-

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ver interacciones comunicativas funcionales a través de sencillas herramientas como pueden ser los libros de
memoria (Burgio et al., 2001). Por otra parte, planteamientos generales de aproximación a las personas con
demencia, como la terapia de la validación de Naomi Feil (1993), ofrecen alternativas muy humanistas para el
trato con personas con demencia, poniendo un especial énfasis en la importancia de la empatía y la transmisión
de afecto, la validación de sentimientos dolorosos de las personas enfermas y la aceptación incondicional de
la persona.

Psicoestimulación: ¿Qué le psicoestimularía a usted?

Una preocupación habitual de las familias tiene que ver con las posibilidades de frenar el deterioro cogni-
tivo. Para ello, las respuestas o los recursos más frecuentemente publicitados son los que se podrían agrupar
bajo la etiqueta de psicoestimulación o entrenamiento cognitivo. Se han realizado diferentes trabajos anali-
zando los efectos de intervenciones de psicoestimulación. Un trabajo de meta-análisis realizado por Sitzer,
Twamley y Jeste (2006) concluye que, a pesar de que el margen de tamaños del efecto encontrado es muy
amplio, oscilando desde tamaños del efecto bajos a altos, existe algún beneficio asociado a la utilización del
entrenamiento cognitivo en personas con Alzheimer. Sin embargo, también concluyen que, dado que el ta-
maño del efecto parece ser mayor cuando se comparan las terapias con grupos control en formato de lista de
espera versus grupos control que reciben atención, “gran parte de los beneficios derivados del entrenamiento
cognitivo pueden ser el resultado de una atención centrada consistente recibida por los participantes y una
estimulación cognitiva general proporcionada a través de interacciones interpersonales programadas” (Sit-
zer et al., 2006; p. 13). Además, las intervenciones más exitosas fueron aquellas que incluían estrategias de
estimulación generales (por ej., practicar habilidades de conversación o implicarse en actividades creativas),
lo que, en palabras de los autores, “apoya todavía más la idea de que simplemente mantener mayores niveles
de actividad mental puede tener un efecto beneficioso sobre el funcionamiento cognitivo, y subraya el papel
potencial que la familia puede tener en proporcionar estimulación cognitiva general” (p. 13). En este sentido,
se ha encontrado respaldo suficiente como para señalar que la participación en actividades de ocio cognitiva-
mente estimulantes contribuye de manera significativa a la reducción del riesgo de demencia y del deterioro
cognitivo en la vejez (Yates, Ziser, Spector, y Orrell, 2016). Así, por ejemplo, existen intervenciones dirigidas
a parejas de cuidadores y personas con demencia que muestran que el entrenamiento a cuidadores en la pro-
moción del ejercicio físico, unida a un entrenamiento conductual individualizado para identificar y modificar
comportamientos problemáticos en demencia, incrementa los niveles de actividad física de las personas con
demencia y su función y salud física, así como reduce los niveles de depresión, manteniéndose alguno de
estos resultados 24 meses después. Además, el número de ingresos en residencia debido a comportamientos
problemáticos fue menor en aquellos participantes que recibieron la intervención, en comparación con el
grupo de control (Teri et al., 2003).
La realización de actividades de “psicoestimulación” que no estén orientadas por un análisis de los intereses
o motivaciones de las personas, o que no incluyan actividades favorecedoras de la interacción social (por ej.,
ejercicio físico o utilización de materiales como los libros de memoria) pueden tener efectos perjudiciales so-
bre las personas. Esto se ve reflejado en la siguiente experiencia vivida por uno de los autores de este trabajo.
Asistía como observador a un programa de “psicoestimulación” para personas con demencia, concretamente
a un grupo compuesto exclusivamente por hombres. El terapeuta que dirigía el grupo centraba la sesión en
la planificación de la actividad de hacer la compra, con frutas y verduras de plástico. Le preguntaba a los
participantes en el grupo, con tono agudo y elevado volumen: “¿Qué es esto?”, y los participantes contesta-
ban “Un pimiento verde”. Seguía: “¿Y esto?”. Contestaban: “Una naranja”. Así siguió la sesión. En la sesión
siguiente, una semana después, continuó el proceso: “¿Qué es esto?” (mostrando el mismo pimiento verde).
Los participantes apenas participaron en esta segunda sesión, mostrando una actitud desanimada y, en cierta
medida, agitada. Al terminar esta segunda sesión, el terapeuta comentó “es increíble lo rápido que avanza la
demencia”. Es evidente que la falta de adaptación de las terapias a los intereses individuales de las personas,
sumado a la utilización de habla patrón y actitudes invalidantes de los sentimientos o emociones de los parti-

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cipantes, explica mejor la respuesta de los participantes que la demencia que padecen. No es infrecuente que
los familiares crean que los problemas de conducta (retraimiento, agresividad, etc.) son intencionados, más
que un producto de la enfermedad. Por lo tanto, quizá una recomendación básica para los profesionales que
pretendan “psicoestimular” o captar la atención de las personas con demencia sería pensar en si la actividad
que se propone le interesaría a él si estuviese en las condiciones en las que se encuentra la persona con demen-
cia. Obviamente, para ello es necesario no olvidar que “las condiciones” en las que se encuentra la persona
con demencia incluyen sus intereses y preferencias. La forma en la que Naomi Feil interactúa con Gladys
Wilson, en un vídeo disponible en Internet, conectando con sus valores, su espiritualidad y sus emociones
más básicas, refleja a la perfección la idea que se quiere transmitir en este trabajo.

Algunos modelos teóricos

Los planteamientos anteriores hacen evidente que, si bien, como se ha señalado, las demencias tienen un
innegable componente orgánico que genera alteraciones cognitivas y funcionales evidentes, existen múltiples
factores ambientales que pueden contribuir a incrementar la problemática asociada a las demencias o, en el
mejor de los casos, a amortiguar su impacto y favorecer una mejor calidad de vida de las personas que la
padecen reduciendo incluso el ritmo de deterioro cognitivo y funcional.
Este enfoque es compartido por importantes modelos teóricos dirigidos a estudiar los factores asociados a
los denominados síntomas conductuales y psicológicos de las demencias.
Así, por ejemplo, el modelo de las necesidades no cubiertas (Cohen-Mansfield y Werner, 1995) señala que
hay necesidades de las personas con demencia que no son aparentes para las personas próximas (profesiona-
les o familiares) o a las que los cuidadores (profesionales o familiares) no se sienten capaces de responder.
Las necesidades no cubiertas surgen debido a un incremento en la dificultad para comunicar las necesidades
o a una reducción en la capacidad para resolverlas por uno mismo. De acuerdo con este modelo, los síntomas
conductuales y psicológicos de las demencias surgen de un desequilibrio en la interacción entre la historia
de hábitos y personalidad de la persona, su estado mental y físico actual, y unas condiciones ambientales que
no son óptimas (Cohen-Mansfield, Dakheel-Ali, Marx, Thein, y Regier, 2015). Las necesidades no cubiertas
más habituales son el aburrimiento/deprivación sensorial, la soledad/necesidad de interacción social y la ne-
cesidad de actividades significativas. Un planteamiento más terapéutico que teórico que permite identificar
y responder a las necesidades no cubiertas es el propuesto por autores como Linda Teri y colaboradores (por
ej., Teri et al., 1998), quienes ven los síntomas conductuales y psicológicos de las demencias como conductas
que son iniciadas y mantenidas a través de las interacciones entre la persona y su ambiente (físico y social).
Por lo tanto, pueden ser observadas y modificadas. Estas autoras proponen la herramienta del ABC para faci-
litar el proceso de intervención. Específicamente, la “A” hace referencia a los antecedentes de los síntomas.
Son circunstancias que disparan la aparición del síntoma (por ej., una excesiva estimulación puede generar
agitación o agresividad). La “B” hace referencia a la conducta (Behavior) específica que interesa observar y,
quizá, reducir o cambiar. La “C” hace referencia a las consecuencias de la conducta. Normalmente las con-
ductas que realizamos tienen algún efecto sobre otras personas o sobre nosotros mismos, y son reforzadas o
castigadas. Por ejemplo, con un comportamiento agresivo una persona puede conseguir que se le preste una
atención que hasta ahora no se le estaba prestando o puede conseguir que se termine un evento perturbador
(por ejemplo, que alguien deje de hablarle como si fuese un niño pequeño). Para el diseño de intervenciones
basadas en los modelos de análisis de los antecedentes y consecuentes de las conductas es necesario cono-
cer bien en qué consisten las demencias y disponer de formación especializada en técnicas de evaluación e
intervención conductual. Por este motivo, se han desarrollado intervenciones psicológicas a través de las
cuáles se puede entrenar a cuidadores profesionales o familiares en las técnicas necesarias para aplicar esta
intervención conductual. Así, por ejemplo, nuestro equipo de investigación ha desarrollado recientemente
una intervención dirigida a reducir los comportamientos de resistencia a asistir al centro de día que muestran
muchas personas con demencia (Nogales-González, Losada, Márquez-González, y Zarit, 2014). El programa
consta de 6 sesiones individuales con una periodicidad semanal. A lo largo de las sesiones se ayudaba a los

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cuidadores a identificar los dos comportamientos problemáticos principales que ocurrían antes de ir al centro
de día y se les entrenaba en técnicas de evaluación, realización del modelo ABC (análisis funcionales básicos)
y procedimientos de intervención conductual básicos (por ej., extinción y aplicación de refuerzos). Además,
el programa incluía formación básica en qué son las demencias y habilidades de comunicación con las perso-
nas enfermas. A través de esta intervención piloto se observó que es posible reducir la frecuencia y malestar
asociada a los comportamientos problemáticos y que, de forma indirecta, se puede reducir la sintomatología
depresiva y ansiosa de los cuidadores.
La sintomatología ansiosa o depresiva de los cuidadores puede surgir a partir de la experiencia continuada
de enfrentarse a las tareas cotidianas del cuidado. A partir de la observación de los importantes esfuerzos por
parte de los cuidadores para responder a las necesidades de las personas con demencia surgió otro modelo de
gran impacto para el trabajo sobre los comportamientos problemáticos en las demencias: el modelo del um-
bral de estrés progresivamente reducido (Hall y Buckwalter, 1987). Los autores de este modelo observaron
que lo que realmente dificulta el cuidado no son tanto los síntomas cognitivos asociados a las demencias sino
los síntomas conductuales. El modelo postula que todo el mundo tiene un umbral para el estrés que puede
verse reducido ante situaciones temporales o permanentes (por ej., deterioro cognitivo). Se trata de un modelo
perfectamente compatible con el de las necesidades no cubiertas o el modelo conductual ABC puesto que
también pone el énfasis en la importancia de la observación de la situación en la que se encuentra la persona
y los posibles disparadores de las respuestas de estrés. De acuerdo con este modelo, la persona con demencia
tiene mayores dificultades para manejar el estrés (o demandas) conforme avanza la enfermedad o ante situa-
ciones que les colocan en situación de mayor vulnerabilidad. Si bien la persona con demencia tiene mayor
dificultad para procesar estímulos que en condiciones de normalidad no deberían generar estrés o malestar
(por ejemplo, varias personas hablando a la vez), el estrés puede tener mayores efectos sobre la persona cuan-
do está fatigada por algún motivo, se han producido cambios en las rutinas habituales, en el cuidador o en el
ambiente, se exigen demandas internas o externas a la persona que superan su capacidad de respuesta, o hay
que responder a múltiples demandas (Smith, Gerdner, Hall, y Buckwalter, 2004). El modelo tiene múltiples
aplicaciones prácticas. Por ejemplo, Smith et al. (2004) plantean que antes de que se produzca la respuesta de
estrés (comportamiento problemático) se observan conductas ansiosas (por ej., retirada del contacto ocular
o intentos de escapar a las situaciones a las que se enfrentan) que pueden indicar la necesidad de reducir las
demandas en ese momento (sin llegar a la deprivación sensorial). De acuerdo con los autores, es importante
intervenir en ese momento porque si se llegan a producir los comportamientos problemáticos la respuesta
será más difícil y a su vez se incrementará en gran medida la probabilidad de repetición de momentos de
superación de niveles de estrés. Por otra parte, este modelo encaja con problemáticas habitualmente observa-
das en personas con demencia. Los comportamientos problemáticos suelen ser más frecuentes en momentos
avanzados del día, cuando se han ido acumulando las potenciales situaciones generadoras de estrés (o carga
cognitiva).
La literatura científica ha mostrado que las mencionadas intervenciones basadas en los antecedentes y con-
secuentes así como en el modelo del umbral de estrés progresivamente reducido cumplen los criterios para ser
consideradas terapias basadas en la evidencia (Logsdon, McCurry y Teri, 2007). Debido a los efectos obser-
vados y a la ausencia de efectos adversos asociados a intervenciones como las descritas, y a las posibilidades
de individualización que ofrecen, estas terapias no farmacológicas son preferibles a las farmacológicas para
comportamientos como los descritos (Olazarán et al., 2010). Si bien las terapias no farmacológicas se pueden
complementar con farmacológicas (Olazarán et al., 2010), se ha señalado que las intervenciones no farmaco-
lógicas son la clave para el manejo de los signos y síntomas conductuales y psicológicos de las demencias y
se recomienda priorizar su utilización con respecto a las aproximaciones farmacológicas (ver, por ejemplo,
Grossberg y Desai, 2003). En cualquier caso, una visión biologicista, que interprete los síntomas como fruto
exclusivo de la enfermedad, puede resultar en ocasiones necesaria para aliviar el sufrimiento de cuidadores,
en especial aquellos que tienden a culpabilizarse o a sufrir por su falta de competencia, etc. Los remedios
biológicos (fármacos), al ralentizar el deterioro cognitivo y prevenir la aparición de problemas de conducta,
reducen también la carga objetiva y subjetiva del cuidador.

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Conclusión sobre las personas con demencia

Se podría resumir todo lo anterior de la siguiente forma. Las demencias sitúan a las personas en posición de
vulnerabilidad (por la reducción de sus recursos cognitivos). Esta vulnerabilidad reduce su umbral de estrés.
Estímulos que en condiciones normales no provocarían malestar sí que tienen efectos en estas personas en
situación de vulnerabilidad. La forma en que se trate a las personas (por ej., “infantilismo”, hostilidad o inva-
lidación), cambios en rutinas, sobre estimulación, etc., son situaciones que disparan reacciones que han sido
definidas como síntomas o signos conductuales y psicológicos de las demencias. Estos signos son indicadores
de malestar o sufrimiento y suponen la respuesta del individuo para tratar de lograr la homeostasis. Si ésta se
logra a través de los comportamientos, la probabilidad de que ocurran de nuevo se eleva. Si la persona enferma
recibe un tratamiento más protector del que sería necesario, por ejemplo restringiéndole las actividades a rea-
lizar o realizándolas por ellos, puede acelerarse el proceso de deterioro a través de mecanismos que favorecen
el estado de ánimo depresivo y solitario de las personas.

La persona que cuida

Son muchos los trabajos que han mostrado que cuidar de un familiar que padece Alzheimer u otras de-
mencias relacionadas tiene importantes consecuencias negativas asociadas. Así, por ejemplo, los cuidadores
familiares de personas con demencia presentan niveles superiores de malestar psicológico (por ej., depresión)
y físico que los no cuidadores (Pinquart y Sörensen, 2003; Vitaliano, Zhang y Scanlan, 2003).
Por poca atención que se preste a algunos datos relativos a la tarea del cuidado resulta evidente por qué
cuidar se asocia a malestar. Se cuida muchas horas al día (más de 7 horas al día) durante muchos años (10-15
años de media) (Alzheimer’s Association, 2009). Pero, quizá más importante, las personas que cuidan, casi
siempre mujeres, tienen que responder a las demandas cotidianas de la vida y asistir al deterioro cognitivo y
físico y duelo anticipado de un familiar normalmente muy querido. Y esto se realiza en un contexto general en
el que apenas existe información o conocimientos acerca de cómo cuidar, con escasas (o inexistentes) ayudas
provenientes tanto del estado como de otros recursos. Por lo tanto, no resulta extraño que el cuidado familiar
de personas con demencia se haya considerado una situación prototípica de estrés crónico (Vitaliano, Young y
Zhang, 2004) y haya sido definido como un experimento natural de estrés extremo (Robinson-Whelen, Tada,
MacCallum, McGuire y Kiecolt-Glaser, 2001). Sin embargo, a pesar de que casi todas las personas cuidadoras
se enfrentan a situaciones similares, la realidad es que no todas muestran malestar ni, los que lo muestran, lo
padecen con la misma intensidad. Esta idea es de gran importancia porque sugiere que existen factores que
pueden amortiguar el efecto de las demencias sobre los cuidadores. Si bien se han descrito multitud de modelos
teóricos que han sido utilizados para tratar de explicar por qué se produce el malestar asociado al cuidado (ver
Losada, 2015, para una revisión de modelos teóricos explicativos del estrés del cuidador), en este apartado
nos centramos en seis áreas del cuidador que, según nuestra experiencia, juegan un importante papel a la hora
de entender las razones por las que se produce el malestar de las personas que cuidan: (a) comportamientos
problemáticos de la persona cuidada y déficit en habilidades para su manejo por parte del cuidador; (b) desco-
nexión de áreas de valor y pérdida de reforzadores en el entorno; (c) déficit en habilidades asertivas; (d) pensa-
mientos disfuncionales o desadaptativos; (e) no aceptación o evitación de experiencias adversas y (f) elevado
nivel de activación. Estás áreas se describen con mayor detalle a continuación.

Comportamientos problemáticos de la persona cuidada y déficit en habilidades para su manejo

La forma a través de la cual la demencia impacta sobre el cuidador es diversa. Una de las vías a través de
las cuáles las demencias afectan a los cuidadores tiene que ver con la falta de conocimientos específicos sobre
las demencias. Así, por ejemplo, desconocer en qué consiste la enfermedad puede llevar al cuidador a pen-
sar cosas que hemos oído en nuestra experiencia clínica como “no es un problema de memoria, porque bien

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que se acuerda de su madre” o “lo hace a propósito, porque cuando quiere sí que lo hace”. La mayoría de los
cuidadores no atribuye a la enfermedad (por ej., Alzheimer) los síntomas problemáticos que observan en sus
familiares, y consideran que tales síntomas están bajo control de las personas enfermas (Paton, Johnston, Ka-
tona, y Livingston, 2004). Esta falta de conocimientos sobre la enfermedad y procesos asociados predispone
al cuidador a la utilización de estrategias de afrontamiento del problema inadecuadas (por ej., no pedir ayuda;
Werner, 2003) y a una situación anímica que en nada ayuda al proceso general.
Por otra parte, es bien sabido que los denominados síntomas o signos conductuales y psicológicos de las
demencias generan importantes niveles de malestar sobre los cuidadores. De éstos, además, no siempre los
más frecuentes son los que generan mayor malestar (Fauth y Gibbons, 2014). Como señala el modelo de
estrés y afrontamiento adaptado al cuidado (Knight y Sayegh, 2010), a pesar de que en términos generales
todos los cuidadores se enfrentan a situaciones similares, no todos sufren el mismo malestar. Un cuidador
con mejores habilidades para afrontar los comportamientos problemáticos del familiar probablemente
mostrará menor malestar que otros que no cuenten con tales habilidades. En este sentido, un estudio reali-
zado recientemente por nuestro equipo (Nogales-González, Romero-Moreno, Losada, Márquez-González,
y Zarit, 2015) muestra cómo cuidadores con alta percepción de autoeficacia para el manejo de compor-
tamientos problemáticos sufren menos malestar cuando se enfrentan a altos niveles de comportamientos
problemáticos que cuidadores con baja percepción de autoeficacia. Por otra parte, el malestar que generan
los comportamientos problemáticos sobre el cuidador puede, a su vez, influir sobre la aparición futura o
la intensidad de los comportamientos problemáticos del familiar. Esto es, el estrés del cuidador puede
contribuir a la aparición de comportamientos problemáticos en su familiar.

Pensamientos disfuncionales o desadaptativos

Losada, Knight y Márquez (2003) elaboraron una adaptación de los postulados cognitivo-conductuales para
la explicación del malestar asociado al cuidado familiar de personas con demencia. De forma resumida, este
modelo plantea que los cuidadores afrontan el cuidado con formas de pensar que vienen influidas por normas
transmitidas por los contextos culturales y familiares. Así, por ejemplo, es innegable que el cuidado tiene lugar
en un contexto social y cultural que influye en el conjunto de normas y valores que tienen los cuidadores. Uno
de los valores que más se ha estudiado, y que afecta especialmente a culturas hispanas, es el “familismo”. Este,
a su vez, se compone de diferentes dimensiones (Losada et al., 2008; Sabogal, Marín, Otero-Sabogal, Marín
y Perez-Stable, 1987). Dentro de las dimensiones del familismo, parece que el que los cuidadores perciban el
cuidado de un familiar como una obligación se asocia especialmente con consecuencias negativas, mientras
que el que se perciba a la familia como una fuente de apoyo parece que se asocia con consecuencias positivas
(Losada et at., 2010). Muy probablemente, estos valores influyen también en el motivo por el que cuidan las
personas. Nuestro equipo de investigación realizó un trabajo en el que se clasificaron los motivos para el cuida-
do en extrínsecos e intrínsecos, encontrándose que existe un perfil especialmente vulnerable a las consecuencias
negativas del cuidado caracterizado por aquellas personas que tenían altos motivos extrínsecos (“cuido por obli-
gación”) y bajos motivos intrínsecos (“cuido porque quiero”) (Romero-Moreno, Márquez-González, Losada, y
López, 2011). Esos valores, unidos a otros fenómenos como el de la deseabilidad social, pueden llevar a muchos
cuidadores a hacer mucho más de lo que pueden o consideran que es necesario, por “el qué dirán” otros. Pero,
además de hacer mucho más de lo que pueda considerarse necesario o posible, muchos cuidadores no piden
ayuda influidos por normas culturales que, en cierta medida, favorecen que el cuidado sea asumido por una sola
persona (mujer) que tiende a pensar que no debe pedir ayuda a otros bien por no molestar o “porque los demás
tienen sus propias vidas” o porque “el cuidado debe ser asumido por la familia y no por extraños”.
Por otra parte, no es infrecuente encontrarse que los cuidadores relegan cualquier interés personal (aficiones,
ocio, descanso, responsabilidades personales) a un segundo o tercer plano. Si bien es cierto que en algunos casos
los cuidadores no disponen de tiempo para estas tareas, la realidad es que en la mayoría de los casos los cuidado-
res dejan sus intereses a un lado porque cubrirlos teniendo a un familiar enfermo les genera niveles importantes de
malestar (por ejemplo, sentimientos de culpa) (Losada, Márquez-González, Peñacoba y Romero-Moreno, 2010).

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Desconexión de áreas de valor y pérdida de reforzadores en el entorno

Como se ha señalado, el cuidado de un familiar con demencia es una tarea (o, mejor dicho, múltiples tareas)
muy demandante que suele favorecer que las personas que cuidan releguen sus intereses personales a un segun-
do o tercer plano priorizando cualquier actividad que tenga que ver con el cuidado. Son conocidos los modelos
conductuales para la explicación de la depresión u otras problemáticas psicológicas que muestran cómo dejar
de realizar actividades provoca una reducción significativa en el número de reforzadores que reciben las per-
sonas (ver, por ejemplo, Lewinsohn, 1974).
Las razones por la que un cuidador puede desconectar de áreas de valor son variadas. En muchos casos
se debe a la influencia de los valores culturales antes mencionados que hacen que los cuidadores prioricen
cualquier actividad asociada al cuidado a las personales. En otros casos puede deberse a que no disponen de
tiempo. A su vez, pueden no disponer de tiempo por la inexistencia de recursos de apoyo o por otros factores
como una mala gestión del tiempo o el desconocimiento de recursos.
Recientemente se ha validado al castellano el cuestionario de valores personales adaptado al cuidado (Ro-
mero-Moreno, Gallego-Alberto, Márquez-González y Losada, en prensa). En este cuestionario se pregunta
a los cuidadores por 12 áreas de valor importantes (por ej., el cuidado, las relaciones familiares, el ocio o la
espiritualidad). En primer lugar se les pregunta por la importancia que cada una de esas 12 áreas tiene para
ellos y luego se les pregunta por el grado en el que han actuado con coherencia con cada una de esas áreas.
El producto de ambas puntuaciones permite obtener el grado de compromiso con sus valores. Se encontraron
dos dimensiones, compromiso con valores personales propios y compromiso con valores familiares. Mientras
que un menor compromiso con los valores personales propios se asocia con mayores niveles de depresión, un
menor compromiso con valores familiares se asocia a mayores niveles de ansiedad. Ambas dimensiones se
asocian con los niveles de satisfacción con la vida en los cuidadores.

Déficit en habilidades asertivas

Los cuidadores inician el proceso del cuidado con una historia vital que puede protegerles o amortiguar las
dificultades a las que se enfrentan, o perjudicarles por estar en situación de vulnerabilidad. Así, cuidadores
que han tenido problemas de salud mental de forma previa al cuidado tienen mayor probabilidad de recaer
(Russo, Vitalino, Brewer, Katon y Becker, 1995), y el estado mental de los cuidadores en fases previas del
proceso también predice el desarrollo de problemas posteriores (Joling et al., 2015). Factores genéticos, de
personalidad o ambientales previos al cuidado contribuyen a predecir la ocurrencia de problemas psicológicos
en el proceso de cuidado (Hooker, Monahan, Bowman, Frazier y Shifren, 1998; Vitaliano, Strachan, Dansie,
Goldberg, y Buchwald, 2014). Entre estos factores se encuentran las habilidades sociales. No es infrecuente
encontrarse a cuidadores que no cuentan con recursos personales adecuados para afrontar adecuadamente las
demandas del cuidado. Aunque pueda parecer sencillo, obtener ayuda no es fácil y su obtención requiere la ma-
nifestación de habilidades por parte de la persona que solicita la ayuda. Rapp, Shumaker, Schmidt, Naughton,
y Anderson (1998) mostraron que aquellos cuidadores con más habilidades para impulsar, solicitar y mantener
comportamientos de ayuda por parte de otros tenían a su vez una mayor red social de apoyo e informaban de
menores niveles de depresión y mejor calidad de vida, así como de menos comportamientos problemáticos de
sus familiares.

No aceptación o evitación de experiencias aversivas

Las personas que cuidan de un familiar con demencia se enfrentan a múltiples fuentes de sufrimiento. Al-
gunas de estas fuentes de sufrimiento pueden modificarse. Por ejemplo, se puede ayudar a los cuidadores a
organizar sus actividades y dedicar tiempo a aficiones o al descanso. También se pueden cambiar pensamientos
rígidos o inflexibles como por ejemplo “no debo pedir ayuda” o “cómo voy a ir yo al cine teniendo a un fami-

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liar enfermo que necesita ayuda”. Sin embargo, en el día a día del cuidado las personas cuidadoras se enfrentan
a multitud de experiencias negativas que no se pueden cambiar o eliminar como, por ejemplo, situaciones
externas al individuo (por ej., el diagnóstico de la demencia o determinados síntomas de la enfermedad como
la pérdida de memoria) o eventos internos desagradables (pensamientos o emociones como la tristeza) (Már-
quez-González, Romero-Moreno y Losada, 2010). Muchos cuidadores se enfrentan a estas experiencias utili-
zando mecanismos de afrontamiento que no son adaptativos como, por ejemplo, la evitación o la negación. No
es extraño encontrar a cuidadores que te dicen que se encuentran bien a pesar de que la evidencia muestra que
no lo están (por ej., lágrimas, tensión emocional o física). Es muy posible que el contexto cultural de los cui-
dadores, como el hispano o latino, favorezca la tendencia de los cuidadores a rechazar conductas social o mo-
ralmente rechazadas como expresar pensamientos o emociones negativas asociadas al cuidado (por ej., “estoy
harta de cuidar de mi madre”, “sería mejor para todos si se muriese”) (Márquez-González et al., 2010). La va-
riable denominada evitación experiencial ha demostrado asociarse con mayores niveles de ansiedad, depresión
e incluso presión sanguínea en cuidadores familiares de personas con demencia (Losada, Márquez-González,
Romero-Moreno y López, 2014). Datos preliminares sugieren que los cuidadores con altos niveles de evitación
experiencial podrían mostrar sesgos atencionales de evitación de información emocional negativa, que a su vez
están asociados a una mayor presión sanguínea (Márquez-González, Cabrera, Losada, y Knight, en prensa).

Elevado nivel de activación fisiológica

El cuidado de familiares con demencia ha sido descrito como una tarea de supervisión durante las 24 horas
del día, habiéndose definido a los cuidadores como “vigilantes”, entendiendo que bajo este término se incluyen
actividades como la mencionada constante supervisión, la anticipación y la intervención protectora (Mahoney,
2003). Esta hipervigilancia les lleva incluso a dormir con “los ojos y las orejas medio abiertas”, desarrollando
hiperactivación fisiológica diurna y nocturna (McCurry, Logsdon, Teri y Vitiello, 2007). En estudios que han
comparado la respuesta fisiológica de cuidadores y no cuidadores tras la jornada laboral se ha encontrado que,
mientras que en los no cuidadores se produce una reducción de la presión sanguínea, en los cuidadores se ob-
servan incrementos en su respuesta fisiológica (presión sanguínea sistólica) en momentos de no trabajo en los
que se encuentran en presencia de la persona cuidada (King, Oka y Young, 1994). El riesgo para la salud car-
diovascular de los cuidadores parece ser especialmente importante cuando se cuidan más de 9 horas a la sema-
na (Lee, Colditz, Berkman, y Kawachi, 2003) si bien estudios controlados parecen indicar que la observación
del sufrimiento de las personas cuidadas genera por sí misma respuestas fisiológicas relevantes (incremento de
presión sanguínea y tasa cardíaca) que parecen explicar la relación entre ser cuidador y tener un mayor riesgo
de problemas cardiovasculares (Monin et al., 2010).
Obviamente, existen diferencias individuales en cuanto a la tendencia a presentar niveles elevados de ac-
tivación. Características de personalidad como la ansiedad rasgo, el neuroticismo, la hiperresponsabilidad o
el perfeccionismo probablemente facilitan estados de activación emocional elevada. Probablemente, la acti-
vación fisiológica se asocie también con la tendencia de los cuidadores a mostrar “emoción expresada”, esto
es, criticismo de la persona enferma y a sobreimplicación emocional con ésta, rasgos que se han encontrado
asociados a un mayor riesgo en los propios cuidadores de sufrir altos niveles de depresión y carga, así como de
experimentar menos consecuencias positivas del cuidado (Wagner, Logsdon, Pearson y Teri, 1997).

Conclusión sobre las personas que cuidan

En muchos casos, influidos por expectativas culturales o sociales, los cuidadores asumen en su mayoría de
forma unilateral y coherente con lo que “se espera de ellos” una tarea desorbitada y dolorosa para la que no están
preparados ni tienen recursos. En el proceso del cuidado, y con el fin de responder a las demandas del cuidado,
los cuidadores reducen o relegan sus intereses a un segundo plano y rechazan o no solicitan recursos de apoyo
(recursos formales o ayuda de otros familiares). Estas circunstancias les sitúan en posición de vulnerabilidad al

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reducir las fuentes de refuerzos o descanso a las que se enfrentan. Los cuidadores pueden, a su vez, presentar
ciertas características que contribuyen al riesgo de padecer problemas psicológicos o físicos. Así, por ejemplo,
pueden no contar con estrategias de afrontamiento de los comportamientos problemáticos asociados a las de-
mencias o con recursos para controlar la activación fisiológica asociada al cuidado o incluso rechazar o evitar
cualquier indicador de sufrimiento asociado al cuidado. Los cuidadores que presentan alguna de las mencio-
nadas características tienen una mayor probabilidad de mostrar consecuencias negativas asociadas al cuidado.

La familia

La familia o sistema familiar no es sólo el conjunto de personas que la componen, sino que también incluye
las interrelaciones entre éstas o “funcionamiento familiar”. Características importantes del funcionamiento
familiar son la efectividad de la comunicación, la cohesión, la flexibilidad, el estilo de solución de problemas,
la expresión del afecto y el control del comportamiento (Patterson y Garwick, 1994).
La situación de cuidado de una persona con demencia supone la aparición progresiva de múltiples estresores
nuevos (incertidumbre sobre la enfermedad, gastos económicos, reducción del tiempo para dedicar a otros
familiares, etc.) a los ya de por sí habituales en las familias. Los conflictos entre los hermanos sobre diferen-
tes aspectos del cuidado no son infrecuentes y suponen fuentes de estrés y sufrimiento importantes para el
cuidador principal y el resto del sistema familiar. Algunos de los motivos más frecuentes de conflicto son el
desacuerdo entre familiares en relación a cuál es la mejor forma de cuidar al familiar, la percepción de unos de
que otros no están tomando las decisiones adecuadas o están buscando su propio interés (comodidad, interés
económico, etc.) (Peisha, Brodaty y Quadrio, 2006). Además, suelen existir dinámicas familiares que contri-
buyen al surgimiento y mantenimiento del conflicto y el bloqueo de la comunicación: la presencia de barreras
en algunos familiares para expresar sus sentimientos y pensamientos acerca de la enfermedad, su miedo a pedir
ayuda y colaboración a otros miembros de la familia por el posible conflicto o discusión, procesos de lucha
o competición por demostrar quién es el “hijo que mejor cuida”, o la presencia de culpa en algunos hijos por
problemas previos en la relación con la persona enferma, que es proyectada en forma de críticas intensas y
frecuentemente desenfocadas al cuidador principal (Peisha et al., 2006).
Pero el sistema familiar no es sólo una fuente de estresores y conflictos añadidos al cuidado, sino que tam-
bién puede ser una plataforma de recursos y fortalezas esenciales para afrontar estresores importantes, como
la tarea de cuidar de un familiar con demencia (Lieberman y Fisher, 1999). En esta situación de estrés crónico,
resulta de enorme importancia la capacidad de la familia para adaptarse a ésta, a través de recursos que puedan
amortiguar la experiencia de estrés, facilitar su afrontamiento y, por tanto, atenuar sus consecuencias negativas.
En este sentido, recursos fundamentales son la capacidad para comunicarse de forma efectiva y para expresar
sus emociones positivas y negativas, la flexibilidad o capacidad para adaptarse a los cambios desarrollando
nuevos roles y rutinas, y la cohesión familiar o unidad, apoyo y compromiso entre los miembros de la familia
(Speice, Shields, y Blieszner, 1998; Tremont, Davis y Bishop, 2006). Las familias que usan un estilo de toma
de decisiones focalizado (una persona toma las decisiones principales respecto al cuidado con el consejo de
algunos miembros de la familia), respetan los límites generacionales y adoptan un estilo positivo de resolución
de conflictos proporcionan mayor apoyo en el cuidado y atenúan la carga del cuidador principal (Lieberman y
Fisher, 1999). La flexibilidad familiar o capacidad para adaptarse a los cambios (Deimling, Smerglia y Schae-
fer, 2001) y la cohesión y satisfacción de la pareja del cuidador (Rankin, Haut, y Keefover, 2001) son otros
factores que claramente afectan al bienestar emocional de los cuidadores y sus familiares. Valores familiares
como el familismo también marcan importantes diferencias en el proceso de afrontamiento del cuidado. Por su
relación con el contexto cultural, esta variable se aborda en el siguiente apartado (El contexto).
La investigación realizada hasta la fecha sugiere claramente que incluir en las intervenciones con cuidadores
el trabajo en relación al sistema familiar y la mejora en su funcionamiento (comunicación, afrontamiento de los
problemas, cohesión, manejo de los cambios en las relaciones y roles de los miembros, etc.) redundaría en una
reducción de la carga y malestar (ansiedad y depresión) (Tremont et al., 2006). Sin embargo, la investigación
sobre la eficacia de la terapia familiar para los cuidadores de personas con demencia es tremendamente escasa

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14 Modelo psicológico integrador sobre las demencias

y, a día de hoy, seguimos sin disponer de un modelo conceptual que explique de forma clara y completa las
dinámicas y mecanismos familiares implicados en el estrés o sufrimiento familiar asociados a la situación de
cuidar de un familiar con demencia (Mitrani, Feaster, McCabe, Czaja, y Szapocznik, 2005).
En cuanto a las intervenciones, fue pionero el estudio de Mittelman y otros (1995), quienes aplicaron un
programa multicomponente para cuidadores esposos de personas con demencia en el que se tiene en cuen-
ta a otros miembros de la familia. Estos autores encontraron una reducción significativa de la depresión de
los cuidadores a los 8 y a los 12 meses de seguimiento, que parecía estar mediada por un incremento en la
cohesión familiar, entre otros factores. Ya desde un enfoque claramente sistémico familiar, el equipo de in-
vestigación de Eisdorfer y colegas (Eisdorfer et al., 2003) encontró evidencia de la capacidad para reducir la
depresión de los cuidadores de un programa familiar con base en la Terapia Estructural de Ecosistemas (SET)
(Mitrani, Szapocznik, y Robinson, 2000) y enriquecido con las nuevas tecnologías (ordenador y teléfono),
cuyos objetivos eran reestructurar patrones de interacción familiar disfuncionales (distanciamiento emocional,
sobreimplicación, negatividad, resolución de conflictos no efectiva o conflictos relacionados con la expresión
de ira) y potenciar los patrones de interacción que protegen o suponen recursos, tales como el apoyo familiar,
la validación del papel y liderazgo en el proceso del cuidador principal o la toma de decisiones colaborativa.

El contexto

El contexto en el que se enmarca el sistema familiar, la persona cuidada y el cuidador influye de forma de-
cisiva el impacto que pueda tener la demencia sobre los diferentes componentes del sistema de cuidado. Por
un lado, la disponibilidad, flexibilidad y accesibilidad a recursos del entorno, bien sean públicos o privados,
influye de forma determinante en el proceso de las demencias. En muchas ocasiones, la falta de información
hace que se desconozca la posibilidad o el modo de acceder a estos recursos (Muñoz González, 2015), o el
propio recurso es inaccesible, dada su inflexibilidad, por ser casi imposible compatibilizar la atención sanitaria
especializada (la cual se da en mayor medida en los hospitales o centros residenciales de internamiento) con
la atención social o comunitaria (más cercanas a las familias y a la persona con demencia, que se puede desa-
rrollar en centros de día o centros de salud). Aunque en algunos lugares se promueve la eliminación de estos
límites entre lo especializado y lo comunitario, a través de por ejemplo, viviendas vigiladas, la implementación
de estos sistemas es aún muy escasa. También parece contribuir a la inflexibilidad asociada al cuidado de las
personas mayores el hecho de que no existan medidas de conciliación familiar, similares a las que existen para
el cuidado de los hijos, que sean suficientes y adaptadas y contribuyan a facilitar la actuación de las familias en
situaciones tan duras como es el cuidado de un familiar que padece demencia (Villar, 2009).
Además, los recursos pueden ser sencillamente insuficientes o económicamente inaccesibles para las fami-
lias. Aunque en España se intentó implementar a finales del año 2006 la conocida como “Ley de la depen-
dencia” con el objetivo profesionalizar el cuidado de las personas dependientes, el ascenso de las políticas de
austeridad ha hecho que la cuantía y posibilidad de acceder a estos recursos se vea muy mermada. Es más, lo
que esta ley ha acabado promoviendo, lejos de la profesionalización del cuidado, es perpetuar aún más si cabe
el modelo familiar tradicional que mantiene el cuidado en la familia, en la mayoría de los casos con ninguna
o escasas ayudas por parte del Estado (Muñoz González, 2015). Cabe destacar que, ante esta situación, la
familia que cuida de la persona con demencia juega una labor social fundamental, no solo por el servicio que
prestan a su familiar enfermo, sino por los costes que ahorran al Estado. El estudio de Coduras y colaboradores
(Coduras et al., 2010) pone de manifiesto cómo los costes económicos de la demencia en España son altísimos
(aproximadamente 17.000 € anuales por cada persona enferma), y la mayoría de estos costes son asumidos
por la familia (aprox. el 71%) (Soto-Gordoa et al., 2014), en la medida que estos deciden no ingresar a su
familiar en una institución sino cuidarlo en casa. Además, el mismo estudio de Corduras y su equipo mostró
cómo es precisamente el uso o no uso de los servicios de salud e institucionalización lo que hace variar el
coste económico de la demencia, y no la gravedad de la misma (es decir, el deterioro cognitivo y aumento de
los síntomas), como cabría pensarse. Es por ello que, sin los cuidadores familiares, el sistema de salud pública
sería insostenible, dado que el Estado no podría afrontar semejantes costes.

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Por otro lado, los valores culturales de la sociedad en la que vivan la persona con demencia y sus allegados
pueden influir de manera drástica en cómo se afronta la demencia o en el impacto psicológico de la misma.
Por ejemplo, uno de los valores que aún persiste en algunas sociedades occidentales, como por ejemplo es la
española, es la ideología machista. Esta ideología hace que se perciba al hombre como la fuente de sustento
del hogar, o lo que es lo mismo, “la persona que trabaja”, mientras que se percibe a la mujer como la encargada
de proveer los cuidados y organizar la casa (Bazo, 1998). Dado este hecho, cuando en una familia aparece un
caso de demencia, es más probable que la mujer, las hijas o incluso las nueras queden a cargo del cuidado de
la persona enferma. Esto implica que la mujer se vea forzada a quedarse a cargo de su familiar, bien sea por
presiones externas, o bien por un sentimiento arraigado de “es mi deber cuidar de mi padre/marido/etc.”. Esta
última frase está muy ligada a otro de los valores más concurrentes en el entorno cercano de la persona con
demencia como es el denominado familismo.
El familismo ha sido descrito como “una poderosa identificación y compromiso de los individuos con sus fa-
milias (sanguínea y política) y fuertes sentimientos de lealtad, reciprocidad y solidaridad entre los miembros de
una misma familia” (Sabogal et al., 1987). Este fuerte compromiso con la familia se ha mostrado variable entre
las distintas culturas y etnias del mundo, siendo aquellas culturas más individualistas, como la anglosajona, las
que presentan menores niveles de familismo, y aquellas culturas más colectivistas, como la hispana, las que
presentan mayores niveles de esta variable (Knight et al., 2002). Sin embargo, los estudios acerca los efectos
del familismo sobre la salud de los cuidadores de una persona con demencia han mostrado resultados contra-
dictorios, encontrándose tanto efectos positivos como negativos (Knight et al., 2002; Losada et al., 2006). Una
posible explicación a este efecto paradójico es que el familismo es en realidad una variable multidimensional,
que engloba tanto por un lado valores de obligación familiar (por ej., “es mi obligación cuidar de mi padre”),
lo cual parece relacionarse directamente con una mayor presencia de pensamientos disfuncionales e indirecta-
mente con mayores niveles de depresión, como por el otro valores relacionados con la percepción de la familia
como apoyo, lo que se relaciona directamente con un mayor percepción de apoyo social, e indirectamente con
menores niveles de depresión (Losada, Márquez-González, Knight et al., 2010).
Finalmente, otro importante factor cultural a destacar por su influencia sobre el impacto de las demencias, es
el llamado edadismo. El edadismo se define como “el mantenimiento de estereotipos o actitudes prejuiciosas
hacia una persona, únicamente por el hecho de ser mayor” (Bárcena, Iglesias, Galán, y Abella, 2009). Estos es-
tereotipos hacia la edad, que influyen no solo a los familiares sino también a muchos profesionales de la salud,
hacen que a las personas mayores se les presuma algún tipo de deterioro cognitivo o incapacidad, por el mero
hecho de ser mayores, lo que a su vez genera, por un lado, un mayor sentimiento de impotencia e infravalora-
ción en aquellos mayores que no sufren tal declive, y por otro, se puede producir un posible enmascaramiento
de síntomas que pueden ser debidos a otros trastornos, como una depresión severa o problemas de ansiedad,
al presuponer que es “algo debido a la edad”. Estos dos hechos pueden afectar de manera severa a la persona
con demencia, asumiendo que el deterioro cognitivo es algo normal de la edad, no merece la pena intervenir
en su tratamiento o en la mejora de su calidad de vida, o incluso percibir como normales síntomas que no son
propios ni de la vejez ni de la demencia.

Modelo integrador del impacto psicológico de las demencias

En este apartado se pretende plantear un modelo marco que integre las cuestiones que han sido comentadas
hasta ahora. El modelo que se ilustra en la Figura 2 pretende agrupar las aportaciones de otros modelos em-
píricamente respaldados dirigidos a explicar el punto de vista del cuidador como, por ejemplo, modelos de
vulnerabilidad o diátesis) (Russo et al., 1995), modelos de estrés y afrontamiento (Knight y Sayegh, 2010),
modelo de proceso de estrés (Pearlin, Mullan, Semple, y Skaff, 1990), el punto de vista de las personas con de-
mencia como, por ejemplo, el modelo ABC (Teri et a., 1998), la validación (Feil, 1993), el modelo del umbral
de estrés reducido (Smith et al., 2004) y el punto de vista de las familias. Consideramos que este macro modelo
es original en cuanto a que integra modelos teóricos que se han utilizado para explicar de forma independiente
la problemática de las personas con demencia (por ej., los modelos conductuales de comportamientos proble-

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16 Modelo psicológico integrador sobre las demencias

máticos) o sin demencia (modelos explicativos del refuerzo de conductas dependientes) y de los cuidadores
(por ejemplo, el modelo de estrés y afrontamiento o el cognitivo-conductual). Se trata de un modelo marco que
pretende reflejar los procesos que pueden tener lugar en la explicación del malestar o sufrimiento asociado a
las demencias. Si bien por su representación podría parecer que se trata de un proceso lineal, la realidad es que
existen mecanismos circulares entre las dimensiones incluidas en el modelo. Así, por ejemplo, la sintomatolo-
gía ansiosa o depresiva de un cuidador puede a su vez influir sobre la conducta del cuidador. Estos mecanismos
circulares se representan en la Figura 2 a través de la línea continua dibujada en la parte inferior del modelo,
que conecta con flechas las diferentes dimensiones del modelo.

Figura 2. Modelo integrador del impacto psicológico de las demencias en las familias.

Factores de vulnerabilidad

El modelo plantea una descripción del proceso de la demencia que no parte de cero, puesto que tiene lugar en
un contexto concreto en el que los participantes ya cuentan con una historia que ha influido sobre su personali-
dad o salud, lo que les sitúa en una posición de vulnerabilidad o fortaleza previa. Se incluyen en el modelo dos
grandes bloques de factores de vulnerabilidad o fortaleza, uno que incluye factores personales (del cuidador o
de la persona con demencia) y otro que hace referencia a factores socioculturales o familiares. Desde el punto
de vista de la vulnerabilidad personal, por ejemplo, las personas cuidadoras con mayores niveles de neuroti-
cismo o pesimismo tienen peor salud mental y física (Hooker et al., 1998). En un sentido similar un estudio de
Joling et al. (2015) encontró que los predictores de los trastornos de ansiedad y depresión de los cuidadores no
son las características de la persona cuidada (por ej., problemas de conducta), sino el estado mental y físico de
los cuidadores en la línea base. A su vez, el demandante proceso de estrés del cuidado va a exigir del cuidador
responder a múltiples circunstancias desafiantes. Los cuidadores que dispongan de forma previa al cuidado
de buenas habilidades personales para, por ejemplo, comunicarse con otras personas, comprender los estados
emocionales de otros, etc., se encontrarán en mejores condiciones para responder a las dificultades que surjan.
Por otra parte, el entorno sociocultural y familiar en el que se desarrolle el proceso de la demencia también
influirá de forma significativa en el mismo. Así, por ejemplo, existen evidentes diferencias entre países (e in-
cluso regiones) en variables como la disponibilidad, flexibilidad y accesibilidad a recursos formales y sociales.
A su vez, como ya se mencionó, un entorno cultural familista y machista, que ha pasado de ser colectivista a

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individualista en muchos aspectos, como puede ser el español, posiblemente pueda añadir muchas dificultades
al proceso del cuidado. Si bien se podría pensar a priori que ser familista puede beneficiar, el componente de
obligación incluido en el familismo, unido a la reducción progresiva del tamaño de las redes familiares y otros
factores como la difícil conciliación familiar, puede incrementar las fuentes de sobrecarga asociada a la ya de-
mandante tarea de atender a un familiar con demencia. Por último, son también factores reconocidos asociados
a la salud mental de los cuidadores un nivel cultural y económico bajo (Covinsky et al., 2003).
Por otra parte, las familias cumplen también una función destacada en el proceso, dado que el que el proceso
de la demencia se produzca en el contexto de una familia funcional o en una familia disfuncional puede intro-
ducir múltiples fuentes de variabilidad. Una mala funcionalidad familiar, como hemos visto en este trabajo,
parece contribuir a la carga percibida por el cuidador incluso cuando se controlan variables como los compor-
tamientos problemáticos o la sintomatología ansiosa y depresiva de los cuidadores (Tremont et al., 2006). En
torno al 30% de las familias cuidadoras se perciben como disfuncionales, y esta dimensión explica en gran
medida su salud mental (Pérez et al., 2009).

Las demencias

Como se ha comentado, las demencias surgen en un momento concreto de la historia de las personas, en un
contexto determinado. El hecho de que unas demencias puedan ser más generadoras de malestar que otras (por
ejemplo, las frontotemporales) (De Vugt et al., 2006) y que varíe su sintomatología con el paso del tiempo
también influye en el proceso. Si bien se conoce cómo evolucionan las demencias en términos de aumento
del deterioro cognitivo o funcional, la realidad es que en términos conductuales resulta en muchas ocasiones
impredecible su avance para las familias. Así, por ejemplo, muchos cuidadores informan de cambios en la
conducta de sus familiares en cortos espacios temporales, indicando que pueden producirse en cuestión de
horas o minutos.
Es en este punto en el que consideramos que tiene especial sentido reconocer el valor de los modelos teóricos
del umbral de estrés reducido y las necesidades no cubiertas. Las demencias amenazan a la integridad de las
personas reduciendo sus recursos para enfrentarse a las demandas vitales en las condiciones que lo han hecho
durante años. Esta pérdida de recursos lleva en ocasiones a una reducción significativa de la cobertura de las
necesidades básicas (por ej., relaciones sociales, actividades de desarrollo personal como la lectura, etc.), aun-
que no siempre tiene por qué ser así. En algunas personas con demencia la reducción de determinadas activida-
des (por ej., de la actividad social) puede interpretarse como una respuesta personal de protección ante el estrés.

Actitud del cuidador y familiar

Los estereotipos, como por ejemplo el edadismo, están muy presentes en nuestra sociedad, y tienen impor-
tantes consecuencias sobre la salud (ver, para una revisión, Losada, 2004). Estos estereotipos se asocian con
el uso de estilos comunicativos inadecuados como el habla patrón y con conductas de sobreprotección que re-
ducen la probabilidad de conducta autónoma. Por ejemplo, una persona con estereotipos edadistas (por ej., las
personas mayores son frágiles y como niños) es más probable que actúe sobreprotegiendo y utilizando el habla
patrón, favoreciendo que se produzca un exceso de discapacidad. El desconocimiento de las demencias puede
incrementar el efecto de estos estereotipos puesto que se pueden atribuir las manifestaciones de las demencias
a características de las personas.
Lo anterior puede verse agravado en el caso de que los cuidadores tengan pensamientos disfuncionales que
favorezcan un afrontamiento desadaptativo del cuidado (Losada et al., 2003). Así, por ejemplo, un cuidador
que piense que los intereses personales deben de ser dejados a un lado cuando se cuida de una persona enfer-
ma es probable que reduzca su activación conductual. Igualmente, alguien que piensa que el cuidado debe ser
llevado a cabo en la familia tendrá menos probabilidades de pedir ayuda o recursos que otros que piensen que
es una tarea demasiado demandante como para ser llevada a cabo por una sola persona. Otros pensamientos
habituales tienen que ver con el rechazo a recursos como la ayuda a domicilio, o la no utilización de los mismos

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como fuente de respiro, no siendo infrecuente escuchar frases como “me quedo en casa para asegurarme de que
atiende bien a mi familiar y hace lo que tiene que hacer”.
Otro factor que interviene en este punto son los valores personales de los cuidadores. Los valores han sido
definidos como direcciones deseadas para la vida, elegidas libremente y construidas verbalmente (Hayes, Stro-
sahl, y Wilson, 1999). Representan la importancia relativa para una persona de condiciones vitales objetivas y
el bienestar asociado a aspectos de la vida (Felce y Perry, 1996). Si bien existen muchos valores que pueden
ser significativos para los cuidadores, habiéndose asociado con sintomatología depresiva, ansiosa o culpa (ver,
por ejemplo, Gallego-Alberto, Losada, Márquez-González, Romero-Moreno y Vara, 2017; Romero-Moreno
et al., en prensa), un análisis detallado de los mismos puede contribuir a entender el proceso del malestar del
cuidador. Por ejemplo, puede ocurrir que para un cuidador el valor del cuidado no sea importante e, incluso,
haya sido asumido por obligación o porque no había otra persona disponible para cuidar. La no existencia de
motivos intrínsecos para cuidar sitúa a los cuidadores en posición de vulnerabilidad para padecer malestar psi-
cológico (Romero-Moreno et al., 2011). Por otra parte, una limitada red de valores o intereses reduce también
las posibilidades de planificar con los cuidadores acciones comprometidas con sus valores (Márquez-González
et al. 2010).

Conducta o afrontamiento del cuidador

Las conductas del cuidador se pueden agrupar en conductas de autocuidado y conductas de cuidado. Ambas
pueden influir finalmente en su malestar directa o indirectamente. Por ejemplo, la no realización de actividades
de ocio o placenteras, o coherentes con sus valores, incrementa directamente el malestar del cuidador (Losa-
da, Pérez-Peñaranda, et al., 2010; Romero-Moreno et al., en prensa; Moore et al., 2013). De forma similar,
la falta de descanso o de sueño, así como la no realización de conductas de búsqueda de recursos de apoyo,
también influyen directamente sobre el malestar del cuidador (McCurry et al. 2007; Rapp et al., 1998). En estas
situaciones es posible que influya de manera importante el fenómeno conocido como evitación experiencial,
que consiste en la dificultad para reconocer y aceptar pensamientos, emociones o sentimientos negativos.
La evitación experiencial se asocia con problemas de salud física y psicológica en cuidadores (Losada et al.,
2014; Márquez-González, Cabrera, Losada y Knight, en prensa; Spira et al., 2007). Reconocer emociones o
pensamientos negativos puede ser un importante paso previo a la activación conductual o a la realización de
conductas coherentes con los valores de los cuidadores, por lo que la promoción del fenómeno contrario a la
evitación, esto es, la aceptación, puede ser relevante para reducir el malestar de los cuidadores (Losada et al.,
2015; Márquez-González et al., 2010).
Por otra parte, como se sugirió en la primera parte de este trabajo, una comunicación validante y promotora
de autonomía, caracterizada por la no utilización de habla patrón, el refuerzo de conductas autónomas, etc., así
como una adecuada gestión de los antecedentes y consecuentes de la conducta de las personas con demencia,
influirá indirectamente sobre el malestar del cuidador al reducir la frecuencia y/o intensidad de los síntomas
conductuales y psicológicos de las demencias. Las variables antes mencionadas contribuyen a generar en el
cuidador su percepción de autoeficacia. Un cuidador con alto sentimiento de autoeficacia puede amortiguar el
efecto de los comportamientos problemáticos sobre su percepción de carga o malestar. Así, por ejemplo, en un
estudio reciente de Nogales-Gonzalez et al. (2015) se encontró que, ante elevados comportamientos proble-
máticos del familiar, los cuidadores con altos sentimientos de autoeficacia para el manejo de comportamientos
problemáticos tenían menor malestar asociado a comportamientos problemáticos depresivos y disruptivos que
los cuidadores con bajos sentimientos de autoeficacia.

Conducta de la persona cuidada

La conducta de la persona cuidada está influida por el efecto de otras dimensiones del modelo, como las
mencionadas en el párrafo anterior. Tal y como mencionan investigadores como Olazarán et al. (2012) o Kales

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et al. (2015), en el origen de los síntomas conductuales y psicológicos de las demencias hay factores desenca-
denantes no necesariamente relacionados con la demencia (por ej., factores del cuidador o del ambiente) que,
una vez considerados, pueden permitir a la persona con demencia recobrar la percepción de confianza y la
sensación de control (Olazarán et al., 2012). Obviamente, la falta de conocimientos sobre la enfermedad o los
estereotipos pueden favorecer la percepción por parte de los cuidadores (familiares y profesionales) de que la
enfermedad es la causa única de tales síntomas.

Conducta familiar o social

Para alguien que haya trabajado con cuidadores no resultará desconocido el fenómeno que se produce con
mayor frecuencia de la deseable, relacionado con el comportamiento de otros familiares con los cuidadores.
Muchos cuidadores se quejan de que, siendo ellos los que están casi 24 horas atendiendo a la persona con de-
mencia, resulta demoledor que aparezca otro familiar que apenas tiene contacto con la persona con demencia
y se ponga a darle consejos sobre cómo cuidar o cómo conseguir las cosas. En muchos de estos casos lo que
necesitan los cuidadores es alguien que les escuche, que les permita desahogarse, y que valide sus sentimientos
y emociones. Y, por supuesto, que colabore en las tareas del cuidado proporcionando respaldo al cuidador para
que éste pueda disponer de momentos de descanso y de ocio. En casos en los que, por distancia u otros factores
(por ej., trabajo), otros familiares no puedan estar presentes y colaborar en tareas que exigen presencialidad, la
colaboración económica y en gestiones burocráticas puede contribuir a amortiguar la sensación de sobrecarga
de los cuidadores. Es probable también que la falta de conocimientos generales acerca de la enfermedad de
la sociedad en su conjunto pueda también provocar comportamientos de rechazo o evitación del contacto con
personas con demencia, o desconocimiento de cómo actuar en determinadas circunstancias.

Valoración del cuidado o desgaste del cuidador

Quizá la variable que más se ha estudiado en relación al cuidado de personas dependientes sea la carga o
sobrecarga del cuidador, término habitualmente utilizado para el cuidado familiar o informal, y el burnout o
síndrome de estar quemado, para el cuidado profesional o formal. Un constructo muy relacionado es el del
malestar o reacción a los comportamientos problemáticos del familiar, variable también utilizada habitual-
mente en la investigación con cuidadores. La carga es un concepto multidimensional, habiéndose identificado
factores como, por ejemplo, el efecto en la vida social y personal de los cuidadores, la carga psicológica o los
sentimientos de culpa (Ankri et al., 2005), o carga, competencia y dependencia (Martín-Carrasco et al., 2010).
Si bien la carga o la reacción a los síntomas conductuales y psicológicos de las demencias puede afectar di-
rectamente sobre las consecuencias del proceso de las demencias, en esta relación también pueden producirse
efectos mediadores o moderadores. Así, por ejemplo, un cuidador con altos sentimientos de autoeficacia para
controlar pensamientos desadaptativos puede tener menor sintomatología depresiva que un cuidador con ba-
jos sentimientos de autoeficacia para controlar pensamientos desadaptativos (Romero-Moreno, Losada et al.,
2011). Por lo tanto, aunque en el modelo que se ilustra en la Figura 2 se sitúa la conducta y el afrontamiento
del cuidador como algo previo a la valoración del cuidado como desgastante, el efecto del afrontamiento puede
amortiguar las consecuencias de la reacción a los síntomas conductuales y psicológicos de las demencias sobre
la sintomatología de los cuidadores, tal y como se refleja en el modelo de estrés y afrontamiento adaptado al
cuidado (Knight y Sayegh, 2010).

Consecuencias para el cuidador, persona cuidada y sistema familiar

La última dimensión del modelo hace referencia a las consecuencias finales del proceso que se ha descrito.
Son conocidas las consecuencias del cuidado sobre la salud física y mental del cuidador (Pinquart y Sörensen,

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2003; Vitaliano et al., 2003). En términos de consecuencias, la variable quizá más estudiada es la depresión,
habiéndose encontrado que hasta un tercio de los cuidadores padece depresión clínica (Sallim, Sayampanathan,
Cuttilan, y Chun-Man, 2015). Sin embargo, hay otras variables psicológicas que no han sido tan estudiadas y
que estudios recientes sugieren que tienen una gran importancia para la explicación del malestar del cuidador.
Este es el caso de, por ejemplo, de los sentimientos de culpa (Losada et al., 2010) o los sentimientos de ambi-
valencia (Losada, Pillemer, Márquez-González, Romero-Moreno, y Gallego-Alberto, en prensa). Si bien en el
modelo se agrupan todas las consecuencias psicológicas del cuidado en una misma dimensión, es posible que
unas consecuencias psicológicas puedan a su vez influir sobre otras. Así, por ejemplo, en un estudio reciente
se han obtenido datos que parecen sugerir que el efecto de los comportamientos problemáticos y el malestar
asociado a éstos sobre la depresión está mediado por los sentimientos de ambivalencia y la culpa. Un cuidador
de una persona que manifieste muchos comportamientos problemáticos es más probable que manifieste sen-
timientos de ambivalencia, lo que a su vez genera más sentimientos de culpa e incrementa su sintomatología
depresiva (Losada, Márquez-González, Vara-García, Gallego-Alberto, Romero-Moreno y Pillemer, 2017).
La mayoría de los trabajos de investigación sobre el cuidado de las personas han estado dirigidos a estudiar
los efectos negativos del cuidado. Es cierto que el cuidado también puede proporcionar experiencias positivas
a los cuidadores como, por ejemplo, sentir que la relación con la persona cuidada se ha fortalecido o que se
aprecia su ayuda (Cohen, Colantonio, y Vernich, 2002). A su vez, parecen existir diferencias en el grado en el
que se experimentan experiencias positivas en función de variables culturales o la raza (Roth, Dilworth-An-
derson, Huan, Gross, y Gitlin, 2015).
Finalmente, consideramos que el proceso general también puede tener consecuencias importantes sobre las
personas con demencia. Por ejemplo, una persona que tiene un deterioro cognitivo leve pero es tratada como
un niño y recibe castigos por su comportamiento independiente, y no participa de actividades estimulantes
como puede ser la actividad física (paseos) o la atención social, muy probablemente manifieste síntomas con-
ductuales y psicológicos considerados como problemáticos por otros. Esos síntomas pueden ser tratados con
fármacos o castigados, lo que incrementaría la probabilidad de que aparezcan efectos adversos no deseados
(e.g., Isaksson, Graneheim, Åström, y Karlsson, 2011). Como es evidente, esta cadena de acontecimientos
tendría finalmente efectos sobre el estado psicológico de la persona (por ej., depresión o ansiedad) y cognitivo
(la falta de estimulación aceleraría el proceso de deterioro). Dado que el proceso descrito en el modelo es cir-
cular, este empeoramiento puede ser percibido por los cuidadores como una confirmación de sus estereotipos
o creencias erróneas acerca de la enfermedad (por ej., “no hay nada que hacer, esto va a peor y muy rápido”),
incrementándose su sobrecarga y la probabilidad de que su malestar psicológico afecte a su vez a la conducta
de la persona cuidada. En definitiva, puede darse el fenómeno de la profecía autocumplida, que no ayuda en
absoluto al proceso general de la atención a las demencias.

Propuesta de actuación

Como se ha señalado a lo largo del trabajo, existen iniciativas de intervención que han logrado respaldo em-
pírico para reducir el malestar tanto de personas con demencia como de sus familiares (Gallagher-Thompson
y Coon, 2007, 2012; Logsdon et al., 2007; Olazarán et al., 2010). Así, por ejemplo, para los síntomas conduc-
tuales y psicológicos de las demencias se han considerado terapias empíricamente validadas las que analizan e
intervienen sobre antecedentes y consecuentes de los problemas, así como las basadas en el modelo del umbral
del estrés progresivamente reducido (Logsdon et al., 2007). En el caso de los cuidadores familiares, las terapias
que mayor respaldo empírico han recibido son las psicoterapéuticas (especialmente cognitivo-conductuales) y
las multicomponente, si bien se están llevando a cabo propuestas novedosas de intervención basadas en otros
enfoques, como por ejemplo la terapia de aceptación y compromiso (Losada et al., 2015) o terapias con un en-
foque sistémico (Mitrani et al., 2005, 2006). Aun así, y aunque existen ejemplos de estudios que han informado
de tamaños del efecto elevados para las intervenciones, el tamaño medio de las intervenciones disponibles es,
en el mejor de los casos, moderado y con reducción del mismo a largo plazo (Pinquart y Sörensen, 2006).
Tal y como se sugiere a lo largo de este trabajo, y se ha tratado de resumir en la Figura 2, son múltiples las

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dimensiones implicadas en la explicación del impacto psicológico de las demencias, generando importantes
niveles de sufrimiento sobre las personas implicadas. A su vez, las interacciones entre las diferentes dimen-
siones implicadas en el proceso son evidentes. Sin duda alguna, esta circunstancia muestra la necesidad de
individualizar las intervenciones con el fin de maximizar el efecto de las mismas. Planteamientos como los
utilizados en este trabajo o, anteriormente, por Kales et al. (2015), ponen en evidencia la necesidad de “pensar
más allá del cuidado centrado en la persona” (p. 5) y valorar el papel que otros factores pueden estar jugando
en las problemáticas observadas.
De forma previa a la intervención se hace imprescindible una adecuada evaluación de cada caso particular,
que incluya diferentes procedimientos de evaluación (observación, registros, cuestionarios, etc.) y que tenga
en cuenta a los principales actores implicados, con el fin de elaborar hipótesis funcionales explicativas de cada
proceso problemático.
Se parte de que no existe una intervención general que proporcione una respuesta a las problemáticas descri-
tas, sino que cada caso requerirá de la aplicación de técnicas de intervención específicas dirigidas a responder
a las hipótesis planteadas.
La psicología proporciona herramientas útiles para estas tareas. Una adecuada evaluación conductual puede
permitir plantear hipótesis tentativas de las circunstancias que originan o mantienen los problemas, facilitando
la planificación de intervenciones individualizadas a cada caso. Un ejemplo de intervención individualizada
para cuidadores es la desarrollada por Márquez-González et al. (2015), quienes, a través de un proyecto finan-
ciado por el MINECO (PSI2012-31293), desarrollaron una intervención modular guiada por análisis funcional
para cuidadores familiares de personas con demencia. De los seis módulos de intervención disponibles (ver
apartado de la persona cuidada, descrito anteriormente en este trabajo), el terapeuta debía seleccionar aquellos
dos o tres que fuesen clave en la explicación del malestar del cuidador de acuerdo con el análisis funcional
realizado. La intervención incluía tres sesiones de mantenimiento entre la finalización y el seguimiento. Los
resultados preliminares sugieren que los beneficios terapéuticos sobre la sintomatología depresiva y ansiosa de
los cuidadores puede mantenerse a largo plazo a través de esta intervención en mayor medida que a través de
otras terapias como la cognitivo-conductual o la de aceptación y compromiso (Márquez-González et al., 2015).
Es necesario multiplicar los esfuerzos de investigación para conocer cada vez mejor los procesos familiares
implicados en el afrontamiento familiar del cuidado y que moderan y/o median en la relación entre los dife-
rentes factores de la situación del cuidado y las consecuencias de salud física y emocional en los cuidadores
principales (Mitrani et al., 2006). La evaluación del funcionamiento familiar (cohesión, patrones de comuni-
cación, estilo de resolución familiar de problemas, etc.) permitirá guiar el diseño de intervenciones más com-
pletas que permitan incluir el trabajo con estos aspectos fundamentales del funcionamiento familiar que tanta
importancia tienen en el proceso de estrés y afrontamiento en el cuidado de personas con demencia. Para que
las intervenciones planteadas puedan tener éxito deben realizarse en un contexto que ofrezca los recursos de
apoyo necesarios para su adecuada implantación. Así, por ejemplo, no puede esperarse que una intervención
psicológica dirigida a fomentar el autocuidado del cuidador y reducir así su malestar psicológico y físico tenga
éxito si el cuidador no cuenta con recursos de apoyo necesarios para poder desarrollar las habilidades que se
entrenen (por ej., servicios de respiro, recursos que favorezcan la conciliación familiar, apoyo económico, etc.).
El modelo marco definido en este trabajo supone un paso importante en la deseable dirección de disponer
de un mapa completo del sistema del cuidado con información sobre los diferentes factores, componentes y
mecanismos implicados en el sufrimiento o malestar de los miembros del sistema familiar. Dicho “mapa” es
un gran reto que permitirá identificar, de forma idiográfica, esto es, para cada caso particular, los elementos que
explican el mantenimiento del malestar e identificar las “teclas” principales que habrá que tocar para generar
el cambio, facilitando la adaptación y la mejora del bienestar de cuidador, persona cuidada y familia.

Conclusiones

En este trabajo se ha pretendido reflejar la complejidad asociada al proceso de la demencia. En la explicación


del proceso de la enfermedad y de las consecuencias de la misma sobre los actores implicados intervienen múl-

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tiples variables que interactúan. Para ofrecer soluciones eficaces a las necesidades de las personas afectadas
(familias) son necesarios recursos que puedan dirigirse a las dimensiones señaladas en el modelo integrador
propuesto. La gestión y distribución de estos recursos debe ser sensible a la naturaleza procesual del cuidado y
a las cambiantes necesidades de las familias. Si bien inicialmente sería necesaria una inversión importante para
desarrollar un sistema de atención a las demencias y a las familias afectadas que pueda dar respuesta a estas
cuestiones, consideramos que se obtendrían beneficios a largo plazo sobre la salud de las personas afectadas,
incluido un enlentecimiento y/o retraso de la dependencia asociada la demencia, un uso optimizado de recur-
sos de apoyo, e incluso el retraso de la institucionalización de las personas con demencia.

Agradecimientos

Este trabajo ha sido posible gracias al respaldo del Ministerio de Economía y Competitividad (PSI2015-
65152-C2-1-R).

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26 Modelo psicológico integrador sobre las demencias

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Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e4, 1-27 © 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a4 ISSN: 1989-9912
A. Losada Baltar, M. Márquez González, C. Vara-García, L. Gallego-Alberto, R. Romero Moreno y J. Olazarán Rodríguez 27

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Artículo recibido: 14/02/2017


Revisión recibida: 17/02/2017
Artículo aceptado: 17/02/2017

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RECENSIÓN LIBRO / BOOK REVIEW

Sexualidad y afectos en la vejez.


Félix López Sánchez. Pirámide. 2012
Margarita Aznar Bolaño
Práctica privada

“Nuestro tiempo se caracteriza por el extremo predominio


de los jóvenes….Los que estamos muy en la cima de la vida
nos encontramos con la inaudita necesidad de tener que des-
andar un poco el camino hecho, como si hubiéramos errado
y hacernos, -de grado o no- más jóvenes de lo que somos”.
(Ortega y Gasset, 1927, pp. 193-200).
Este libro plantea la legitimación de una visión de la sexua-
lidad y los afectos en la vejez como una etapa específica que
no esté, tal y como alerta Ortega, definida por la carencia, la
añoranza y el imperativo de emular una juventud perdida.
Hablemos de su autor, Félix López Sánchez ha sido Ca-
tedrático del Área de Psicología Evolutiva y de la Educa-
ción de la Universidad de Salamanca, en donde introdujo el
estudio de la psicología de la sexualidad.  Desde hace más
de 30 años ha estado trabajando sobre esta cuestión en las
diferentes edades. Ha sido un pionero en España sobre la te-
mática del apego y sus trabajos tienen el mérito de integrar el
desarrollo, la sexualidad, el apego y la vinculación. Por otro
lado, parte de su obra tiene además un carácter divulgador
para que puedan acceder a ella los individuos y familias. En
un número monográfico sobre mayores no podía faltar algún
lugar en el que encontrarnos con la obra de Félix López y, de
su mano, la sexualidad y afectividad en la vejez.
La vejez, apunta Félix López, es una etapa de la vida que puede ser muy larga, si consideramos su comienzo
a los 60 o los 65 años, puede ser más amplia de la suma de infancia y juventud. Las diferencias individuales en
la manera de vivirla pueden ser enormes.
El modelo tradicional de salud, en realidad de enfermedad, dividía las etapas de la vida en crecimiento,
estabilidad e involución. La sexualidad, según este modelo, como tantos otros aspectos empeora con los
años. Es un modelo llamado del deterioro. Frente a él se puede encontrar el modelo joven en el que se trata
de buscar mantener y retrasar el envejecimiento de la manera que sea posible. El autor aboga por el modelo
de la diversidad: “la evolución es multicausada, es multivariada y muy variable de unas personas a otras”
(pag. 28) a lo largo de las diferentes etapas de la vida. No se puede decir que la sexualidad involuciona en la
vejez o que no hay sexualidad porque no está científicamente justificado y hace mucho daño a las personas
mayores pues les empuja a renunciar a la sexualidad o a ocultar deseos y afectos. Algunos aspectos de la se-

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2 Sexualidad y afectos en la vejez

xualidad declinan, otros se mantienen y  otros se enriquecen, “quién puede decir que se goce más corriendo
que paseando” (pag. 28).
Otro hilo conductor del libro es el papel que juega la vinculación en el terreno de los afectos, en todas las
etapas de la vida y entonces particularmente en la vejez. Cuando el autor habla de las necesidades emocionales:
de seguridad emocional, de red de relaciones sociales y sexuales y amorosas pues lo que destaca en todas ellas
es el  papel de un otro: de los otros y del sujeto. Podemos decir que, en un libro que rezuma respeto y apoyo
ante diferentes maneras de vivir la vejez, subyace la soledad como el gran enemigo al que enfrentar.
Se comparan formas de ver la sexualidad desde lo cultural. Una forma tradicional y mediatizada por las
creencias religiosas fundamentalmente, en la que la sexualidad tiene una función reproductora y se propone la
abstinencia para cualquier aspecto de la sexualidad que no implique la reproducción. A lo largo del siglo XX
se ha potenciado la visión de la sexualidad como la base de un desarrollo adecuado y el hecho de que esta se-
xualidad sea coartada se considera que tiene efectos patógenos. Frente a estos modelos, el autor se decanta por
un modelo biográfico en el que cada persona pueda definir su sexualidad de la manera que estime conveniente
y entonces pueden convivir diferentes maneras de vivenciar la sexualidad sin que se establezcan “juicios de
valor” o “juicios de salud” sobre ellas.
Pasa el autor a describir el funcionamiento de la sexualidad y la afectividad en el hombre y en la mujer en
la vejez. Se trabajan los aspectos fisiológicos, las investigaciones sobre sexualidad en mayores, el mundo de
los afectos y de la vinculación, haciendo hincapié en los tipos de apego, en el sistema de cuido que se ha ido
estableciendo en la teoría como un componente o complemento del apego y se integran estas cuestiones en una
lectura desde el rol de género que permite situar, además, los puntos comunes y específicos de las diferentes
generaciones de mayores y viejos que se pueden encontrar en este momento en la sociedad. Por ejemplo, las
generaciones nacidas en los 30 o los 40 tienen bastantes diferencias con los mayores nacidos en los 50.
Alerta el autor sobre los prejuicios que pueden tener los profesionales a la hora de valorar la vejez. Propone
intervenir recogiendo el modelo biográfico que dé cabida a las  diferentes maneras personales y respetables de
manejarse con la sexualidad y afectividad en la vejez.
Aborda después los modos de intervención para trabajar la sexualidad y la afectividad, plantea el diseño de
programas a realizar con sus objetivos y actividades para desarrollarlos y es este apartado del libro eminente-
mente práctico. Llaman la atención algunos aspectos  con mayores como las dificultades y limitaciones que
proceden del exterior, por ejemplo los prejuicios de los hijos frente al establecimiento de nuevas relaciones y
la sexualidad de los padres, así como también el trabajo a realizar en las  residencias para promover todo esto,
incluso lo sorprendente para el lector poco conocedor del campo, de la implementación de programas de este
tipo en las instituciones residenciales.
Por último el capítulo final aborda el sentido de la vida, plantea las reflexiones de pensadores, lo que dice
la psicología y aborda diferentes maneras de llevar el día a día de ser viejo: tener un sentido de la vida por sí
misma, por actividades que interesan o por conseguir metas y logros sin que ninguna de ellas tenga una mayor
valoración que otra.
En síntesis, un trabajo muy interesante  en el que a modo de resumen destacaría:
El papel que le da a la comprensión de la sexualidad en el marco de lo biopsicosocial incluyendo los aspectos
del rol género. Si bien se puede describir la interconexión entre cuerpo mente y vida social -lo biopsicosocial-
no todos los autores consiguen transmitir tan claramente como Félix López la naturaleza integrada de todos
estos aspectos en el ser humano
Como gran investigador del apego, el papel que le da al sistema de apego enlazado con el sistema de cui-
dados, entendidos estos como un valor y un enriquecimiento personal y no como un destino de cuidar o ser
cuidado porque es lo que toca hacer.
El respeto que plantea a diferentes maneras de vivir la sexualidad, los afectos y el sentido de la vida en la
vejez.
Es un libro de lectura recomendable desde el ámbito profesional para conocer una temática poco trabajada,
incluso podemos decir silenciada, en el trabajo profesional y son de especial interés particularmente las apor-
taciones que incluye para la intervención con personas mayores y con personas de otras edades porque están
vinculados con mayores.

Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e5, 1-3 © 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a5 ISSN: 1989-9912
Margarita Aznar Bolaño 3

Es un libro recomendable para personas mayores con capacidad de lectura de estos temas, por lo que aporta
de información sobre el funcionamiento sexual corporal, sobre la realidad del funcionamiento sexual y afecti-
vo en este colectivo que puede ayudar a resituar la realidad  personal del lector.
Finalmente es recomendable por el espíritu, vitalista, reflexivo, constructivo y valorizado de la vejez que
impregna el libro, sin ser sospechoso de negar u obviar las dificultades y limitaciones  que pueden acompañar
a esta etapa de la vida.

Bibliografía

• Gómez Zapiain, J. (25 de febrero de 2017). Bibliografía de Félix López [Mensaje en un blog]. Recuperado
de http://www.sc.ehu.es/ptwgozaj/zapiwnueva/index.php/felix-lopez
• Ortega y Gasset, J. (1972). La rebelión de las masas. Madrid, España:

© 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e5, 1-3
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Actividades Formativas
ACTIVIDADES FORMATIVAS ORGANIZADAS POR EL COLEGIO OFICIAL DE PSICÓLOGOS
DE MADRID*

CURSOS

• I Curso online Inteligencia emocional 21/03/2017


• IX Edic. del Curso Intervención Psicológica con Terapia Breve: Enfoque integrado orientado a Soluciones,
Estratégico y Contextual focalizado 04/04/2017
• II Edición online del Curso Principios de Psicología en Diversidad Sexual y de Género 17/04/2017
Curso Elaboración de Informes Psicológicos 17/04/2017
• Curso de Introducción a la Terapia Narrativa 19/04/2017
• III Edición del Curso Atención Psicológica en Casa: Cómo ser psicólogo a domicilio: metodología de tra-
bajo y casos prácticos. (Presencial) 25/04/2017
• III Edición del Curso Intervención Psicológica en Terapia de Pareja 03/05/2017
• Curso online de Deontología y Buenas Prácticas 03/05/2017
• III Edición del curso Dependencias sin sustancias. Las Nuevas Adicciones 05/05/2017
• IX Edic. Risoterapia y desarrollo del buen sentido del humor 18/05/2017
• II edición Curso online gratuito Protección de Datos en Psicología: Guía Práctica. 01/06/2017
• II Edic. Curso: Técnica de la Caja de Arena: Trauma y Resiliencia 16/06/2017

OTRAS ACTIVIDADES

• Presentación Libro: “ Las custodias infantiles: Una mirada actual” 21/03/2017


• WISC-V. Escala de inteligencia de Wechsler para niños 05/04/2017
• Taller ANPIR sobre “Psicoterapia Interpersonal para Adolescentes (IPT-A)” 07/04/2017
• Presentación: “Neurofeedback como herramienta terapéutica”10/04/2017
• I Ciclo Sesiones Clínicas sobre Envejecimiento, demencias y otras enfermedades neurodegenerativas
17/04/2017
• Conferencia: El psicólogo en la intervención psicológica y social. Habilidades y competencias para traba-
jar en el ámbito sociocomunitario 26/04/2017
• I Ciclo de Conferencias del Grupo de Enfermedades Neurodegenerativas, Raras y Crónicas: Abordaje de
aspectos psicológicos y sociales y tratamientos psicológicos en Enfermedades Raras y Neurodegenerativas
(PRESENCIAL) 04/05/2017
• Clase monográfica Sec. Clínica: “ Las Depresiones: manifestaciones clínicas y tratamiento”. (Videoconfe-
rencia) 05/05/2017
• Clase monográfica Sec. Clínica: “Las Depresiones: manifestaciones clínicas y tratamiento” (Presencial).
05/05/2017

* La programación formativa del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid está en proceso continuo de actualización incorporando nuevas
actividades a lo largo de todo el año. Puedes acceder a todas ellas a través de www.copmadrid.org

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2 Actividades Formativas

• PAI. Inventario de Evaluación de la Personalidad 16/05/2017


• Seminario de Formación Complementaria Sec. Clínica “Programa de Descolonización Emocional (PRO-
DEM)” (Videoconferencia) 19/05/2017
• ENFEN. Evaluación Neuropsicológica de las Funciones Ejecutivas en Niños 05/06/2017
• Conferencia Mindfulness y psicoterapias (Presencial). 07/06/2017
• CAT-A Y CAT-H: Tests de Apercepción Infantil 16/06/2017

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Jornadas y Congresos
EVENTOS NACIONALES

ENCUENTROS DE PRIMAVERA: LA PSICOSOMÁTICA HOY

Fecha: 24 marzo 2017.


Ciudad: Madrid.
Organiza: FAPYMPE Federación de Asociaciones de Psicólogos y Médicos Psicoterapeutas de España.
Información: Tels.: 91 593 37 07, 616 72 90 32; e-mail: acippia@acippia.org; web: http://www.fapympe.com

SESIÓN CLÍNICA: EXPERIENCIA EN GRUPO CON PADRES/MADRES CON HIJOS/AS


ADOPTADOS/AS

Fecha: 22 marzo 2017.


Ciudad: Madrid.
Organiza: QUIPÚ, Instituto de Formación en Psicoterapia Psicoanalítica y Salud Mental.
Información: Príncipe de Vergara 35, bajo dcha. Tel. 91 5776039/652899556; e-mail: quipu@grupoquipu.com;
web: www.quipu-instituto.com

LA PSICOSIS EN LA INFANCIA. VALORACIÓN DIAGNÓSTICA A TRAVÉS DE UN CASO

Fecha: 18 marzo 2017.


Ciudad: Madrid.
Organiza: QUIPÚ, Instituto de Formación en Psicoterapia Psicoanalítica y Salud Mental.
Información: Príncipe de Vergara 35, bajo dcha. Tel. 91 5776039/652899556; e-mail: quipu@grupoquipu.com;
web: www.quipu-instituto.com

JORNADAS: EMPRENDIENDO COMO PSICÓLOGO: NUEVAS OPORTUNIDADES Y


HERRAMIENTAS DE ÉXITO

Fecha: 17-18 marzo 2017.


Ciudad: Madrid.
Organiza: Instituto Práctico de Psicología. Centro Universitario Villanueva..
Información: Jaén, 2. 28020 Madrid. Tel.: 91 042 53 73; e-mail: info@institutopracticodepsicología.es;
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VI JORNADAS: TRATAMIENTO BASADO EN LA MENTALIZACIÓN PARA EL TRASTORNO


LÍMITE DE LA PERSONALIDAD TLP

Fecha: 3-4 marzo 2017.


Ciudad: Barcelona.
Organiza: Grupo TLP Barcelona. Fundació Orienta. CPB Centre Psicoterapia Barcelona. Institut de Re-
cerca Vall d’Hebron.
Información: Tel.: 932 118 003; e-mail: gruptlp@gruptlpbarcelona.org; web: http://www.gruptlpbarcelona.org

SEMINARIO: TERAPIA DE PAREJA Y TERAPIA SEXUAL, DOS MARCOS ENTRELAZADOS 2ª ED.

Fecha: 25 abril-13 junio 2017.


Ciudad: Madrid.
Organiza: Dª Marina Meler Molet, Dª Mª Teresa Herranz Yagüe.
Información: Tels.: 609 96 81 73, 652 94 48 21; e-mail: teoriasexologica@gmail.com;
web: http://parejaysexologia.com/

III CONGRESO NACIONAL DE PSICOLOGÍA

Fecha: 3-7 julio 2017.


Ciudad: Oviedo.
Organiza: Consejo General de Psicología de España COP.
Información: http://oviedo2017.es

EVENTOS INTERNACIONALES

CONGRESO INTERNACIONAL DE PRÁCTICAS COLABORATIVAS Y DIALÓGICAS

Fecha: 30 marzo-2 abril 2017.


Ciudad: Tenerife.
Organiza: Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de La Laguna, la
Comunidad del Certificado Internacional en Prácticas Colaborativas y Dialógicas. Asociación
Española de Prácticas Colaborativas y Dialógicas.
Información: web: http://www.iccpcongress2017.org/presentacion

IV CONGRESO INTERNACIONAL DE AUTISMO: INTERVENCIÓN EDUCATIVA EN LOS


TRASTORNOS DEL ESPECTRO AUTISTA

Fecha: 23-25 marzo 2017.


Ciudad: Murcia.
Organiza: Centro de Formación Integral Gabriel Pérez Cárcel.
Información: web: http://www.gabrielperezcarcel.com

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Jornadas y Congresos 3

SEPI 33RD ANNUAL MEETING-CLINICAL DECISIONS AT WORK NAVIGATING THE


PSYCHOTHERAPY INTEGRATION MAZE

Fecha: 18-21 mayo 2017.


Ciudad: Denver, Estados Unidos de Norteamérica.
Organiza: Society for the Exploration of Psychotherapy Integration (SEPI).
Información: http://www.sepiweb.org/

8TH TRIPLE I CONFERENCE: INTUITION, IMAGINATION AND INNOVATION IN


SUICIDOLOGY

Fecha: 1-2 junio 2017.


Ciudad: Piran, Eslovenia.
Organiza: Slovene Center for Suicide Research.
Información: web: http://zivziv.si/triple-i-2017/

29TH INTERNATIONAL CONGRESS OF APPLIED PSYCHOLOGY

Fecha: 25-30 junio 2017.


Ciudad: Montreal, Canadá.
Organiza: International Association of Applied Psychology (IAAP).
Información: web: http://www.icap2018.com

14º CONGRESO MUNDIAL DE PSICOLOGÍA DEL DEPORTE Y DEL EJERCICIO

Fecha: 10-14 julio 2017.


Ciudad: Sevilla.
Organiza: International Society of Sport Psychology.
Información: web: http://www.issp2017.com/issp/

EUROPEAN CONGRESS OF PSYCHOLOGY: PSYCHOLOGY ADDRESSING SOCIETY’S


GREATEST CHALLENGES

Fecha: 11-14 julio 2017.


Ciudad: Ámsterdam, Países Bajos.
Organiza: European Federation of Psychologists’ Association (EFPA). Dutch Association of Psycholo-
gists (NIP). Belgian Federation of Psychologists (BFP).
Información: web: https://psychologycongress.eu/2017/

27TH CONGRESS OF THE INTERNATIONAL ASSOCIATION OF INDIVIDUAL PSYCHOLOGY

Fecha: 10-14 julio 2017.


Ciudad: Minnesotta, EE. UU.
Organiza: International Association of Individual Psychology.
Información: web: http://www.iaipwebsite.org/

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4 Jornadas y Congresos

XXII INTERNATIONAL CONGRESS OF RORSCHACH AND PROJECTIVE METHODS

Fecha: 17-21 julio 2017.


Ciudad: París, Francia.
Organiza: International Society of Rorschach and Projective Methods.
Información: web: http://www.rorschachparis2017.org/

INTERNATIONAL ASSOCIATION FOR SUICIDE PREVENTION (IASP) WORLD CONGRESS

Fecha: 18-22 julio 2017.


Ciudad: Cuchin, Malasia.
Organiza: International Association for Suicide Prevention (IASP).
Información: web: https://www.iasp.info/congresses.php

20TH INTERNATIONAL CONGRESS INTERNATIONAL SOCIETY FOR PSYCHOLOGICAL


AND SOCIAL APPROACHES TO PSYCHOSIS (ISPS)

Fecha: 30 agosto-3 septiembre 2017.


Ciudad: Liverpool, Reino Unido.
Organiza: International Society for Psychological and Social Approaches to Psychosis (ISPS).
Información: web: http://www.isps2017uk.org

XIV CONGRESSO INTERNACIONAL GALEGO-PORTUGUÊS DE PSICOPEDAGOGÍA

Fecha: 6-8 septiembre 2017.


Ciudad: Braga, Portugal.
Organiza: Universidade da Coruña. Universidade do Minho.
Información: web: http://www.asocip.com

47TH EUROPEAN BRAIN AND BEHAVIOUR SOCIETY MEETING

Fecha: 8-11 septiembre 2017.


Ciudad: Bilbao.
Organiza: European Brain and Behaviour Society.
Información: http://ebbs-science.org/bilbao-2017

15TH ANNUAL MEETING OF THE INTERNATIONAL SOCIETY FOR QUALITY OF LIFE


STUDIES

Fecha: 28-30 septiembre 2017.


Ciudad: Innsbruck, Austria.
Organiza: International Society for Quality-of-Life studies.
Información: web: http://www.isqols2017.org/

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Jornadas y Congresos 5

III INTERNATIONAL CONGRESS OF CLINICAL AND HEALTH PSYCHOLOGY ON


CHILDREN AND ADOLESCENTS

Fecha: 16-18 noviembre de 2017.


Ciudad: Sevilla.
Organiza: Aitana. Universidad Miguel Hernandez.
Información: web: http://www.aitanacongress.com/2017

5ICMP-2017 5TH INTERNATIONAL CONFERENCE PSYCHOTRAUMATOLOGY AND


MEDIATION: WARS, TRAUMA, MIGRATION AND GLOBAL MENTAL HEALTH

Fecha: 22-24 noviembre de 2017.


Ciudad: Ginebra, Suiza.
Organiza: Institute of Psychotraumatology and Mediation (IPM-International) y otras entidades.
Información: web: http://icpm-cipm.org/en/welcome/

29TH INTERNATIONAL CONGRESS OF APPLIED PSYCHOLOGY

Fecha: 26-30 junio 2018.


Ciudad: Quebec, Canadá.
Organiza: International Association of Applied Psychology.
Información: web: http://www.icap2018.com/

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RESEÑA DE LA PELÍCULA “ARRUGAS”


(2011)
María de la Calle Ysern
Práctica privada

FICHA TÉCNICA1

Título Original: Arrugas.


Año: 2011.
Duración: 80 minutos.
País: España.
Director: Ignacio Ferreras.
Guión: Ángel de la Cruz, Paco Roca, Ignacio Ferreras, Ro-
sanna Cecchini (Cómic: Paco Roca).
Música: Nani García.
Fotografía: Animation.
Reparto: Animation.
Productora: Perro Verde Films / Cromosoma.
Género: Animación, drama, comedia, alzheimer, vejez, fami-
lia, discapacidad, amistas, animación para adultos, comedia
dramática, cómic, drama social.
Web oficial: http://www.arrugaslapelicula.com

SINOPSIS2

Emilio y Miguel, dos ancianos recluidos en un geriátrico


se hacen amigos. Emilio, que padece un principio de Alzhei-
mer, cuenta inmediatamente con la ayuda de Miguel y otros compañeros que tratarán de evitar que vaya a parar
a la planta de los desahuciados. Su disparatado plan tiñe de humor y ternura el tedioso día a día de la residencia,
pues para ellos acaba de empezar una nueva vida. Largometraje de animación 2D para adultos, basado en el
cómic homónimo de Paco Roca (Premio Nacional de Cómic 2008).

LA PELÍCULA:

¿Cómo puede trasmitirse tanto con tan poco?, esa es la pregunta que uno se hace una y mil veces mientras ve
la película de Ignacio Ferreras, “Arrugas”.

1
Fuente: http://www.filmaffinity.com/es/film189008.html
2
Fuente: http://www.filmaffinity.com/es/film189008.html

Este es un artículo Open Access bajo la licencia CC BY-NC-ND

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ISSN: 1989-9912 DOI: http://dx.doi.org/10.5093/cc2017a6
2 “Arrugas”

Si no fuera porque es una película de animación, sencilla, discreta y casi silenciosa, tal vez uno no vería más
que lo que sucede en la vida real: un anciano que envejece, que sufre de Alzheimer y que es ingresado en una
residencia. Sin embargo, son esos mágicos “cuatro trazos” de Paco Roca (la película es una adaptación cine-
matográfica de su cómic), los que van resaltando con detalles apenas sensibles, el drama profundo no sólo de
ese “perderse” en las nebulosas de la memoria, sino sobre todo el dolor de hacerlo en soledad, sin la compañía
de los seres queridos y rodeado del silencio respetuoso del personal sanitario.
Sin embargo, “Arrugas” no es una película desesperanzada, muy al contrario, sobre el fondo irreductible del
drama de la soledad y el temor frente a lo desconocido, aparecen, como luciérnagas en la noche, los contactos
humanos y humanizantes de los compañeros de residencia, los recuerdos cargados de ternura y temor, las nue-
vas experiencias, los anhelos que nunca terminan de desaparecer.
Es inevitable que uno, como espectador, se identifique con casi todo lo que sucede en la pantalla, ¿quien no
se ha sentido perdido el primer día de colegio?, ¿quién no se asusta de la desmemoria, por muy leve que sea su
aparición?, ¿quién no ha echado en falta a su familia en Navidad?, ¿quiénes estamos a salvo de subir a aquel
temido piso de arriba - al que sólo llegan “los asistidos” - en el que no sabremos ya ni lo que hemos amado?...
una hoja seca en la ventana, los pasos sobre la nieve, el silencio de un pasillo, las aguas quietas de una piscina,
... todos son detalles que sugieren, cuestionan y tocan el corazón, éste es el arte de ésta obra maestra, que
provoca de todo, menos indiferencia.
La entrada en escena, los primeros contactos con ese “más allá” de la demencia que se muestra en pequeños
gestos, frases a medias, conversaciones repetidas, miradas o actitudes esquivas, simplemente nos deja “desnu-
dos” frente a algo que sobrecoge. Es un viaje sin retorno, sórdido, áspero y desangelado, ... que parece desti-
nado a que cada personaje se convierta en la peor versión de sí mismo. Sin embargo, en ésta ocasión no es así.
Maravillosa y delicadamente tratada la transformación posible aún en la vejez: ésta es la esperanza que sujeta
al espectador y al ser humano corriente a la alegría de vivir. Es la posibilidad de transformación de ambos pro-
tagonistas lo que convierte una dinámica tristona en una verdadera aventura llena de color. La sensación hacia
el final del film es casi trepidante, pero no sólo por lo que sucede... sino por la hondura de lo que sucede, que
se cierra con un broche perfecto en la escena final.
Especial mención quiero hacer de una frase que aparece cuando se va encarando el final, en la que alguien
le cuestiona a uno de los protagonistas (Miguel) diciendo: “tú esto no lo entiendes, Miguel, porque nunca has
querido a nadie”. Esta frase podría haber servido de título a la película entera. Marca la diferencia real entre
una vida rica o una vida sin más. Sólo la experiencia de amar es la que permite entender. Cuando Miguel se
deja tocar por la ternura que le suscita Emilio, Miguel es más Miguel y Emilio más Emilio. Y todo adquiere
un sentido.
Simbólico detalle reflejado en las agujas de un reloj, que antes estaba detenido en una hora fija y a partir de
ahí, comienza a andar.
Con muchas cosas evitamos tomar contacto por el dolor que nos pueden producir, entre otras cómo no, creo
que todos estamos hermanados en el miedo frente al deterioro y la muerte, sin embargo, como sucede en ésta
película impecable, uno tiene la impresión de que cuando al fin se aproxima a eso que se ha temido, puede lle-
varse sorpresas impactantes. Invariablemente esto nos hace más humanos, más profundos y mejores personas
de lo que éramos antes.

Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e8, 1-2 © 2017 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid
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Noticia Contemporánea

Mesa Redonda “Progresos y crisis en Psicología


clínica”
Rocío Fernández-Ballesteros
(UAM-APE)

Organizado por la ACADEMIA DE PSICOLOGIA DE ESPAÑA (APE), el 16 de diciembre tuvo lugar, en


la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid la Mesa Redonda: “Progresos y crisis
en Psicología clínica”; su objetivo esencial fue debatir dos importantes temas de relevancia tanto científica
como social y aplicada y contribuir al avance de la psicología como misión de la APE.
En primer lugar, moderado por la Prof. A. Maciá (UNED-APE), la Prof. C. Botella (UJI) se presentó el pa-
norama actual de Los tratamientos psicológicos basados en la evidencia, su eficacia y efectividad y el Prof.
J. Botella (UAM) desarrolló un relevante tema metodológico implicado: El meta-análisis como fuente de
evidencia; ambas disertaciones fueron seguidas de una animada discusión por parte de la audiencia formada
principalmente por docentes de las universidades implicadas y estudiantes de tercer ciclo y, finalmente, actuan-
do como Relatora la Prof. San Luis (UNED). Las conclusiones enfatizan la enorme importancia de proceder a
la valoración de programas de salud mental en el sistema público y de resaltar la responsabilidad del psicó-
logo clínico y sanitario, no sólo de utilizar tratamientos basados en evidencias sino de valorar rigurosamente
sus propios tratamientos.
La segunda sesión moderada por el Prof. J. Bermudez (UNED-APE) versó sobre La crisis del diagnóstico
psiquiátrico y propuestas desde la psicología a través de tres presentaciones: La crisis de las clasificaciones
psiquiátricas: Viejos retos, nuevas oportunidades a cargo del Prof. C. Vázquez (UCM); El transdiagnósti-
co como alternativa presentado por la Prof. R. Baños (UV), y, finalmente, La revolución en Salud Mental:
Criterios en el dominio de la Investigación por el Prof. J. Vila (UG-APE). Tras las tres presentaciones se pro-
dujo una animada discusión todo ello concluido por el Prof. J. R. Fdez.-Hermida (UO-APE) que actuó como
Relator y que avanzó una síntesis de todo ello. La conclusión más destacada es que la ciencia psicopatológica
presenta, en estos momentos, una gran vitalidad como consecuencia de la necesidad de desarrollar un nuevo
sistema de evaluación y diagnóstico que supere las graves carencias presentes en las actuales nosologías psi-
quiátricas. Las diversas alternativas analizadas, solas o en combinación, podrían ser la base para un cambio,
cuyo resultado aún hoy no es posible predecir.
En breve, los textos, la discusión y las conclusiones serán publicados (Ed. Pirámide) y si estás interesado en
acceder a la filmación de la Sesión completa lo puedes hacer a través de www.academiadepsicologia.es

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Noticia Contemporánea

Acerca de la Psicología Clínica en Atención


Primaria de Salud: ¿por qué, para qué y cómo?
Juan Carlos Duro Martínez. Psicólogo especialista en Psicología clínica. Doctor en Sociología. Responsable
de Formación Continuada en Salud Mental de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Vocal de
Psicología clínica y de la salud del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Miembro de reconocido prestigio
de la Junta Directiva de la División de Psicología clínica y de la salud del Consejo General de la Psicología de
España.
El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre las razones, finalidades, modalidades y viabilidad de la in-
corporación de profesionales de Psicología clínica en la Atención Primaria del Sistema Nacional de Salud. La
incorporación de los profesionales de la Psicología clínica en la Atención Primaria de Salud es una creciente
demanda apoyada por los Colegios de Psicólogos y las más importantes asociaciones científico-profesionales
de España. En el trabajo se expone la actualidad de dicha reivindicación, los argumentos que avalan que los
psicólogos que se incorporen sean especialistas en Psicología clínica, las posibles funciones y competencias de
estos profesionales en dicho nivel de atención y las posibilidades de su implementación actual de estos nuevos
profesionales en Atención Primaria.
Para acceder al trabajo completo pinchar: Duro, J. C. (2016) Psicología Clínica en Atención Primaria de
Salud: ¿Por qué, para qué y cómo?

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Noticia Contemporánea

Jornada sobre Emociones y Psicoterapia.


Retos y aplicaciones
Organizadas por el Departamento de Psicología
de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales
de la Universidad Pontificia Comillas

Rafa Jódar Anchía y Ana García-Mina Freire


Psicólogos, España

El 15 de marzo de 2017 se celebró en Madrid la Jornada sobre “Emociones y Psicoterapia. Retos y Apli-
caciones”, organizada por el Departamento de Psicología de la Universidad P. Comillas. El propósito de esta
jornada fue analizar y debatir sobre el papel que las emociones juegan en el trabajo terapéutico, dando un espe-
cial protagonismo al modelo desarrollado por el Dr. Leslie Greenberg “La Terapia Focalizada en la Emoción”.
Tras unas palabras de bienvenida a cargo del Rector de la Universidad y el Director de Departamento de
Psicología, L. Greenberg presentó los principios y técnicas más relevantes de este nuevo modelo terapéutico
basado en la focalización de la emoción.
La Terapia Focalizada en la Emoción (TFE), expuso Greenberg, es una terapia basada en la evidencia,
cuyo propósito es ayudar a las personas a aceptar, expresar, regular, generar significado y transformar emo-
ciones.  Está fundamentada en las
teorías en torno a la emoción, el
apego y el crecimiento y busca de
forma práctica ayudar a las personas
a identificar qué emociones son fia-
bles como guía en la vida diaria y
qué emociones son en cambio resi-
duos de memorias dolorosas, que di-
ficultan el fluir diario de la persona
en su entorno y por tanto necesitan
ser transformadas. Con la ayuda de
la sintonización empática y el uso
de técnicas experienciales, el pa-
ciente aprende a contactar con sus
emociones, memorias, pensamien-
tos, sensaciones físicas que han sido
ignoradas o evitadas, cambiando sus
emociones desadaptativas por emo-
ciones adaptativas.

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ISSN: 1989-9912 Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e11, 1-2
2 Noticia Contemporánea

Greenberg planteó una serie de retos y discrepancias respecto de otros paradigmas terapéuticos que fueron
abordados en la mesa redonda que tuvo lugar a continuación. Fiel a la tradición interdisciplinar y holística
inherente en la Psicología en Comillas, la mesa redonda estuvo formada por diferentes representantes de di-
versas aproximaciones terapéuticas. Begoña Olabarría, presidenta de la Asociación Española para el estudio
sistémico de la familia y otros sistemas humanos analizó las emociones desde una perspectiva relacional; Mª
Dolores Avía, Catedrática de Personalidad de la Universidad Complutense de Madrid expuso la importancia
de las emociones en el modelo cognitivo-conductual y Teodoro Herranz, Director de la Escuela de Psicoterapia
y Psicodrama, nos presentó el psicodrama como una terapia apasionada.
La tarde estuvo dedicada a trabajar las emociones desde la práctica. Para ello se ofrecieron 14 talleres que
desde diferentes perspectivas y escuelas terapéuticas permitieron experienciar a los participantes las emocio-
nes en el trabajo clínico.
La conferencia que clausuró la jornada estuvo a cargo del profesor Dr. Jesús García de la Universidad de
Sevilla. En esta, pudimos analizar las emociones desde una mirada narrativa. Los seres humanos estamos pro-
fundamente motivados a generar historias llenas de significado sobre lo que sentimos y deseamos. Las historias
que el ser humano genera, en diálogo con la cultura, nutren, cambian y significan las experiencias emocionales.
Conocerlas, analizarlas, transformarlas será esencial en nuestro quehacer clínico.

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Revista Clínica Contemporánea (2017), 8, e11, 1-2 ISSN: 1989-9912

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