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Solo aquel falto de conciencia o por miedo a la represión, asume el último camino, una gran
mayoría decidimos alzarnos en armas, desplazarnos o refugiarnos, esta opción, fue asumida por lo
que durante mucho tiempo los conocimos como “Comunidades de Población en Resistencia”,
población civil no combatiente, que asumiendo el compromiso revolucionario se dieron la tarea,
no solo para defenderse de la represión del Estado, sino para ensayar el sistema de convivencia y
solidaridad heredado de sus antepasados, modelo autonómico, que dicho sea de paso, ha sido
muy poco conocido.
Recordamos, cuando en plena guerra, bajo las balas, los niños y las niñas, nos heredaron una
nueva forma de arte, que podríamos denominar el “arte en resistencia”, en sus dibujos plasmaban
toda la represión y la opresión del Estado guatemalteco, un nuevo sistema educativo, que sirvió
como base para la elaboración del Plan de Educación de la Población Desarraigada, que dicho sea
de paso, ha servido para que ONGs como PRODESSA, desarrollara su programa profesionalización,
la Fundación Rigoberta Menchú, lo tomó como base para elaborar investigaciones sobre
Educación, en Majawil Q’ij, el denominado “Ensayo de Educación Maya”, fue tomando forma con
el apoyo de compañeros y compañeros miembros de las CPR. Este mismo modelo educativo, fue
propuesto por COPMAGUA como base para la reforma educativa y que nunca ha cuajado dentro
del Estado.
El sistema de salud, basado en la utilización de las plantas medicinales indígenas, fue importante.
Este ha sido asumido por ONGs que se dedican a la salud, lamentándose que algunas de ellas, no
le han dado crédito a estas comunidades quienes bajo las balas, los helicópteros y corriendo toda
la Selva, sostuvieron la vida de las comunidades, re-cuperando y re-valorando su identidad.
Esta experiencia vivida por la CPR, puede resumirse en los párrafos de este texto de Eduardo
Galeano: “Maldormidos, desnudos, lastimados, caminaron toda la noche y día durante más de dos
siglos. Iban buscando el lugar donde la tierra se tiende entre cañas y juncias.
Varias veces se perdieron, se dispersaron y volvieron a juntarse. Fueron volteados por los vientos y
se arrastraron atándose los unos a los otros, golpeándose, empujándose; cayeron de hambre y se
levantaron y nuevamente cayeron y se levantaron. En la región de los volcanes, donde no crece la
hierba, comieron carne de reptiles.
Traían la bandera y la capa del dios que había hablado a los sacerdotes, durante el sueño, y había
prometido un reino de oro y plumas de quetzal: Sujetaréis de mar a mar a todos los pueblos y
ciudades, había anunciado el dios, y no será por hechizo, sino por ánimo del corazón y valentía de
los brazos”1.
Después de esta experiencia las CPR, como todos los movimientos sociales de Guatemala,
creyeron en la “paz”. Esa paz ficticia, algo así como la “libertad”, una paz imaginada por las élites
guatemaltecas con apoyo de la cooperación internacional, principalmente de los Estados Unidos.
Una Paz débil y sin consolidarse, porque el poder sigue estando en las manos de los mismos.
Hoy y después de veinte años de haber salido a luz pública, a las CPR no solo las debemos conocer
por haber sido “victimas” de la guerra, sino por su gran aporte a lo que llamamos “autonomía y
libre determinación”. Las CPR, nos demostraron que el camino para la autonomía no es el
derecho jurídico, sino el hecho de ser “sujetos sociales”, colectivos que hemos vivido bajo el yugo
de la opresión y represión.
“Resistir para Vivir”, entonces es “resistir para la autonomía”, porque hemos “resurgido de las
cenizas de nuestros mártires”.
1
Galeano, Eduardo, Memoria de Fuego I, Los Nacimientos,
http://www.sololiteratura.com/gal/13250313.htm