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La autoconciencia en la dialéctica del Siervo y el Señor

Por: Andrés Felipe Bedoya

La autoconciencia es un proceso que surge con un movimiento que se da de dos maneras:


primero en sí y segundo para sí. Sólo hasta que se reconoce puede lograr ser, es decir, cuando es
para sí misma. Su unidad, no necesariamente se diferencia, puesto que a pesar de que haya un
contraste también hay una sincronía dialéctica. Esto vendría siendo una duplicación en el tiempo,
pues son dos instantes, uno detrás del otro. Aquí se da lugar a una separación que produce que la
autoconciencia se salga de sí misma. Este proceso pasa por la infinitud puesto que la
autoconciencia es en esencia infinita e inmediatamente indeterminada.

En estas circunstancias de este proceso dialéctico la autoconciencia se duplica: por necesidad


necesita de una autoconciencia puesta fuera de sí como otra autoconciencia (lo que representa el
primer momento) para poder reconocerse y así “se ve a sí misma en lo otro”. Desde este instante
debe seguir el proceso superándolo. Es esa constancia de salirse de sí mismo para regresar, a
través de lo duplicado a sí mismo.

Hegel da cuenta en este proceso de la autoconciencia que tiene un doble hacer necesario, un
hacer que no se puede dividir entre “un hacer de uno como de lo otro”.

Toda esta interacción entre elementos contrarios (“cada lado se muestra como negación de “la
conciencia igual a sí misma”) es propio de la conciencia, puesto que este elemento media entre los
opuestos determinantes de la conciencia. Esto le da a la conciencia su carácter indeterminado.
Igualmente, desde cada posición de cada opuesto, es decir para cada uno el otro representa el
término medio: “Cada extremo es para el otro el término medio a través del cual es mediado y
unido consigo mismo”. De igual manera, es importante tener cuenta que Hegel insiste en aclarar
que cada uno es en sí y para sí.

La duplicidad requiere un contraste primordial aunque sólo apreciada estáticamente, debido al


incesante devenir del ser hace que transiten los dos momentos y que de esa manera, adopte
completamente la diferencia. Ésta es: una, lo reconocido; dos, lo que reconoce. La dialéctica del
señor y el siervo representa correspondientemente al reconocido y el reconocedor.

El señor, que es conciencia para sí y es, a la vez, “ser para sí que sólo es para sí por medio de
otro”, el esclavo. El señor, por tanto, domina al esclavo y, mediante el esclavo, también domina la
naturaleza, el ser independiente. El esclavo al dominar directamente la naturaleza terminará
liberándose del señor y por último lo dominará. El señor en toda circunstancia es conducido a
una inevitable última etapa fatal. El señor no es completamente libre porque depende de la
existencia del siervo, depende de su obediencia, de su sometimiento, de su reconocimiento. Del
mismo modo, al haber perdido contacto con la realidad dependerá del trabajo del esclavo
proceso que culminará después de una larga evolución histórica.

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