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Y SOCIEDAD EN EL VIRREINATO DE LA
NUEVA GRANADA
NUEVAS PERSPECTIVAS DE ANÁLISIS SOBRE
EL PAPEL PERIÓDICO DE SANTAFÉ DE BOGOTÁ,
1791-1797
RENÁN SILVA
Renán Silva
2015
ISBN: 978-958-8427-
©2015 Renan Silva
©2015 La Carreta Editores E.U.
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimien-
to, comprendidas las lecturas universitarias, la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución
de ejemplares de ella mediante alquiler público.
Las únicas historias de las ideas que pueden escribirse son aquellas de sus usos en
la argumentación.
Q. Skinner
Introducción ......................................................................11
Agradecimientos...............................................................339
INTRODUCCIÓN
*
La frase es copiada del título de una obra de Margerite Yourcenar.
1
Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas [1966],
México, Siglo XXI Editores, 1968. «La partición para nosotros evidente, entre lo que nosotros
vemos, y lo que otros han observado o transmitido, y lo que por último otros han imaginado o
creído ingenuamente, esta gran tripartición tan sencilla en apariencia y tan inmediata, entre la
observación, el documento y la fábula no existía [antes del siglo XVII y XVIII]». p. 129-130.
2
Michel Foucault, Sobre la Ilustración. – ¿Qué es la crítica? (Crítica y Aufklärung)– [1978],
Madrid, Tecnos, 2003, pp. 4-5.
El tercer punto es, en parte, una derivación de los dos primeros, y tiene
que ver con las corrientes de secularización presentes en el Papel periódico y que
están relacionadas con las propias fuerzas que en esa dirección atraviesan a la
sociedad neogranadina del siglo XVIII, de manera localizada, pero menos tenue
de lo que uno puede imaginarse, como lo prueban, entre otros, los «discursos»
sobre la salud, sobre el crecimiento de la población, sobre la idea de cálculo
político y sobre los criterios de lo verosímil. Me parece que hasta el presente
tales procesos de secularización, que tienen un capítulo esencial en el último
tercio del siglo XVIII, no han sido observados con cuidado por los investigadores,
tal vez enredados por el momento en la búsqueda de una in/existente definición
universal del proceso de secularización y poco atentos a las formas concretas
del proceso en un marco espacial y temporal descentrado, por relación con la
experiencia europea, aunque inscrito en el largo plazo en la misma evolución
social y cultural que trata de describirse con el vocablo confuso y difícil de
agarrar de «modernidad».
La pregunta sobre qué fue primero, si la presencia en el Papel Periódico de
tales corrientes de secularización o su génesis en otros campos de la actividad
social (la enseñanza superior, la actividad agrícola, la historia natural o las
corrientes ilustradas de higiene y salud pública) representa el tipo de pregunta
que no debe responderse por parte de un investigador, no sólo porque da lugar
a una falsa alternativa que introduce una «o» disyuntiva, en donde debe haber
una «y» conjuntiva, sino porque el lector pronto entenderá que no hay por
qué «separar de la sociedad» al que fuera uno de sus principales actores colectivos
desde finales del siglo XVIII: la prensa escrita, como lo siguió siendo hasta el
final del siglo XX, cuando empezó a compartir esa condición con el mundo de
la comunicación escrita cotidiana pero a través del ciberespacio.
Sobre esos tres puntos enumerados y descritos he argumentado ampliamente
en los capítulos que forman este libro, sin olvidar, a pesar de lo que pudieran
hacer pensar a un lector desprevenido la referencias bibliográficas de las dos
primeras notas de pie de página de esta Introducción, de cuál sociedad es de la
que habló, y ofreciendo en el texto muchas pruebas (no solo pistas) de la
existencia de un mundo cultural que puede designarse como «euro/américa»,
que es al tiempo construcción cultural de los historiadores de hoy y realidad
histórica del pasado y del presente de las sociedades que se formaron en el
marco de la dominación luso/ibérica3.
3
Cf. Annick Lempérière, «La construcción de una visión euroamericana de la historia»,
en Erika Pani y Alicia Salmerón, Conceptualizar lo que se ve, México, Instituto Mora, 2004, pp.
397-418.
4
Sobre las formas y los soportes colectivos de toda elaboración intelectual cf. el ya texto
clásico de Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el Renacimiento. Arte y experiencia en el
Quatrocento –de manera particular el capítulo II: «El ojo de la época»– [1972], Barcelona,
Gustavo, Gili, 1978. Cf. igualmente Roger Chartier, L’ordre des livres. Lectures, auteurs, bibliothèques
en Europe entre XIVe et XVIIIe siècle –capítulos II y III: «Communautés de lecteurs» y «Figures de
l’auteur»–, Aix-en-Provence, ALINEA, 1992, para la idea de que la comunicación humana,
para que sea posible, supone por principio un mínimo de códigos comunes, de lenguajes y
tópicos compartidos. Finalmente cf. Pierre Bourdieu, El sentido social del gusto. Elementos para
una sociología de la cultura –de manera particular «8: La génesis social de la mirada– [1981],
Buenos Aires, Siglo XXI, 2010.
5
Sobre la técnica del parágrafo móvil (que yo he reunido con la idea de «método ecléctico»)
cf. Will Slauter, «Le paragraphe mobile». Circulation et transformation des informations dans le
monde Atlantique du XVIIIe siècle», en ANNALES, histoire, sciences sociales, 67 Année, no 2,
abril-juin 2012, pp. 363-389.
6
«Hay que evitar ante todo hacer de nuevo de la ‘sociedad’ una abstracción frente al
individuo. El individuo es el ser social. Su exteriorización vital… es así una exteriorización y
afirmación de la vida social»,Karl Marx, Manuscritos de economía y filosofía (1844), Madrid,
Alianza Editorial, 1968, p. 142.
Renán Silva
Departamento de Historia
Universidad de los Andes
7
Bertolt Brecht, Historias del señor Keuner –Colección completa– [2006], Barcelona, ALBA,
2007, p. 77.
Chartier et al., en Les usages de l’imprimé, Paris, Fayard, 1992, ofrecen claves
sobre el funcionamiento del impreso, en una amplia perspectiva temporal. El
mismo R. Chartier, junto con H- J. Martin, ha dirigido una envidiable Histoire
de l’édition francaise, Paris, Promodis/Fayard/Cercle de la Librairie, 1989-1991, 4
Vols., cuyo volumen segundo es muy importante sobre el tema de este libro.
Gran utilidad se encuentra en la obra dirigida por Guglielmo Cavallo y R. Chartier,
Historia de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Alianza Editorial, 2001.
En cuanto al Papel Periódico, el soporte de nuestras investigaciones en este
trabajo, hemos utilizado la edición facsimilar publicada por el Banco de la República:
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797, Bogotá, Banco de la
República, 1978. Seis tomos, más un tomo de Índices. Hay que advertir que las
dos bibliotecas que en Bogotá tienen ejemplares «originales» del Papel Periódico,
La Biblioteca Nacional y la Biblioteca Luis Ángel Arango, han prohibido de
manera terminante la consulta directa de cualquiera de esos ejemplares. La medida
se entiende, si se trata del público en general. En el caso de los investigadores de la
cultura escrita, que dependen para sus análisis del contacto directo con el texto, es
decir del reconocimiento visual de su forma (tamaños, letra, tinta, tipos de papel,
etc.), se trata de un perjuicio mayor. Esas dos bibliotecas desconocen la diferencia
entre público e investigadores, y hacen un fin absoluto de lo que es un medio.
Ofrezco desde ahora disculpas a los lectores, porque ciertos análisis que tienen que
ver con la «materialidad del texto» han quedado sólo insinuados o aplazados, en
el caso del Papel Periódico y de otros impresos de época que fue imposible estudiar
con algún detalle. Esperemos que en el futuro otros estudiosos tengan mejor suerte.
A nuestros apreciados directores y funcionarios de biblioteca sólo puedo
remitirles a la simpática historia que cuenta Roger Chartier sobre el burro de
Sancho, que se perdió en un capítulo del Quijote y apareció en otro sin que se
sepa por qué, y que en ediciones madrileñas del Quijote seguía perdido,
mientras que en las de otros países europeos ya había aparecido, lo que indica
que las ediciones del Quijote que circulaban, en un mismo momento, no eran
iguales, lo que es un hecho esencial para quienes se interesan por lo que hoy
se designa como historia de la cultura escrita. Lo mismo pasa con el Papel
Periódico, cuyas ejemplares no eran siempre los mismos, lo que exige ver de
manera directa por lo menos algunos de ellos, y no una copia microfilmada:
Cf. PP. No 183, 13-03-1795. La historia del asno de Sancho se encuentra relatada en
*
Roger Chartier, Inscribir y borrar. Cultura escrita y literatura (siglos XVI-XVIII), Buenos Aires
KATZ, 2006, p. 67-71.
RE/ESCRITURAS DE LA HISTORIA
INFORMAR INTERPRETANDO
[lo que se quiere es incluir, enlazar] todos aquellos hechos y noticias más
sobresalientes de la época actual, que salgan en varios escritos,
o vengan en papeletas particulares de conocido mérito,
dignas de fe y de comunicarse al público…
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá1.
Introducción
1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, No 130, 21-02-1794. El contexto de la
frase citada tiene que ver con la presentación que de sus procedimientos de trabajo hace a los
lectores Manuel del Socorro Rodríguez, el editor del Papel Periódico… presentando un largo
artículo sobre la situación de la Francia revolucionaria hacia 1794.
2
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797, edición facsimilar, Bogotá,
Banco de la República, 1978, 7 volúmenes.
y le permitía «desde el número presente… dar a luz otros asuntos más populares,
más propios del plan de este papel y que por su variedad y naturaleza divertirán
la curiosidad del público…»3.
La suspensión por parte del semanario de la publicación del Tratado de las
quinas, como también se decía, –Tratado del que se había hablado tanto en
años pasados, sin que nadie pudiera conocer su contenido y hasta se dudara
de su existencia–, merece por varias razones una reflexión, no siendo la menos
importante el hecho de que los ilustrados neogranadinos habían tratado de
apoyar su propio «orgullo americano» en sus logros en el campo de la botánica,
de los que se hablaba en toda Hispanoamérica y aun en Europa, pero de los
que no existían pruebas tangibles4.
Además, si se tiene en cuenta la historia del PP a lo largo de sus más o menos
seis años de existencia [1791-1797], no quedan dudas de que una parte del
público letrado de Santafé –por lo menos el que se encontraba alejado de los
intereses del núcleo de naturalistas ilustrados–, debió haber estado molesta con
la inclusión del Arcano o de trabajos similares en el periódico, lo que se infiere de
algunas de las cartas de los lectores al semanario y de que en varias oportunidades
MSR hubiera tenido que referirse a ese hecho y discutir con sus corresponsales
sobre las relaciones entre diversión y utilidad –una antinomia que parece no
haber logrado superar nunca el semanario santafereño y un punto sobre el cual
el propio editor del PP no mantuvo una sola posición, lo que revela de qué
manera dependía ya de sus lectores en la orientación del periódico–5.
Pero cabe también la pregunta sobre lo que MSR designaba en 1794 como
«asuntos más populares», «más propios del plan de este papel». Todo indica
que se trata de la demanda por información variada, del reclamo por el relato
de sucesos breves e interesantes, pero no en la clave tradicional de las viejas
relaciones de sucesos –las hojas informativas repletas de eventos imposibles de
3
PP. No 129, 14-02-1794. El arcano de la quina revelado a beneficio de la humanidad se publicó
desde el Número 89, 10-05-1793, hasta el Número 128, 7-02-1794 del PP, es decir durante algo
más de cuarenta semanas. En una nota de pie de página a la primera entrega de El arcano de la
quina, MSR escribió: «Cuantos elogios hiciese el redactor con el objeto de recomendar este
precioso escrito, serían ociosos; pues el mérito de la misma pieza, y el notorio de su autor el
doctor don Joseph Celestino Mutis, no necesitan de prevención alguna para el público. Es
inexplicable el gusto con que damos a luz esta obra tan útil a la humanidad. Varias razones han
hecho condescender a su autor a la publicación de ella en nuestro periódico, en cuyos números
irá saliendo sucesivamente, pero con la advertencia de que para que no vaya todo el pliego
ocupado de un solo argumento, insertaremos a lo último algunos otros rasgos de distintas
materias, según el encargo que nos han hecho algunos suscriptores».
4
Cf. al respecto R. Silva, Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una
comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la República, 2008, pp. 363 y ss.
5
Cf. al respecto, R. Silva, Prensa y revolución. Contribución a un análisis de la formación de la
ideología de Independencia nacional, Medellín, La Carreta editores, 2004, pp. 59-61, para una
primera aproximación a la línea editorial del PP.
8
El tráfico de noticias, sobre la Revolución francesa y sobre otros tópicos más tenía muchos
puntos de origen o de tránsito, incluyendo en el caso europeo a Lisboa, y en el caso del PP de vez
en cuando Alemania y Austria. En el Nuevo Mundo la información implicó a México y al Perú,
a los Estados Unidos, a Puerto Rico y adyacentes, y desde luego a Quito.
9
PP. No 130, 21-02-1794.
13
PP. No. 130, 21-02-1794.
14
Ibídem. MSR escribe: «¿Qué otra cosa se ve [en Francia] sino millones de almas sumergidas
en la mayor miseria, sin saber cuál es el padre de la patria, [y] a quién deben ocurrir para el
remedio de sus necesidades?».
15
Ibídem.
16
Cf. por ejemplo –pero hay muchos más trabajos que ilustran sobre este lugar común de la
actual historiografía política latinoamericanista y latinoamericana– Francisco A. Ortega y
Alexander Chaparro (editores), Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos
XVIII y XIX, Bogotá, Universidad Nacional, 2012. Sin entrar en debates sobre el lugar, la función
Por nuestra parte, y en el marco del siglo XVIII –es decir con anterioridad a la
invasión napoleónica, que comenzará a transformar la mayor parte de las
percepciones sobre el orden social, de manera particular en medio urbano, de
los habitantes de lo que comenzaba a dejar de ser un «reino»–, nos podemos
limitar a recordar el carácter central de público lector, como centro principal
del auditorio buscado por el PP.
Los nombres de los suscriptores del PP son conocidos –lo mismo que en
general sus empleos o actividad, y su localización regional– y esos materiales
pueden ser objeto de análisis por quien se interese por ese tipo de perspectiva, y
aunque una lista final de suscriptores, anunciada por el director del PP, nunca se
publicó, en todo caso las informaciones del periódico dejan la idea de que nunca
pasaron de doscientos. Mucho más difícil resulta determinar el número real de
lectores, no solo por las formas de lectura colectiva –que nos parece la forma
dominante de lectura de este semanario–, sino porque los ejemplares circulaban
bajo la forma de préstamo –las dos formas circulación se encuentran
documentadas, no solo para Santafé, sino para las demás ciudades principales
del reino, sobre todo en lo que tiene que ver con la actividad de tertulias,
asociaciones que incluían la lectura como una de sus actividades más importantes–.
Por su parte lo que llamamos auditorio deseado (o imaginado) corresponde a
la imagen del lector tal como es bosquejada, a través de fórmulas diversas, por
parte del propio medio de comunicación. En el caso del PP, su definición del
auditorio deseado dio lugar a mucha referencias, explícitas e implícitas, de la
cual la más constante es la de público lector o público ilustrado, con sus atributos
de interés en el bien público –también designado como bien común, según la
fórmula tradicional– y capacidad de ejercicio de la crítica racional.
La figura es de una gran complejidad y recubre desde niveles puramente
soñados –la república de las letras, como comunidad de sabios de Europa y a la
que, entre otras cosas, se desea pertenecer–, pasando por los lectores de la
«nación» (entendida como el conjunto humano que habita en las posesiones
imperiales, los «reinos» de uno y otro lado del Atlántico), hasta los registros
más determinados de «el público ilustrado de Santafé y de las provincias», según la
fórmula inicial del PP desde sus primeros números. La idea se concreta de manera
más precisa al definirse en términos de categorías social, y durante mucho años en
el caso del PP el auditor
io soñado adquirió la forma principal de la juventud, y aun esa misma designación
adquirió pliegues sociales y características culturales mucho más concretas, en
función de las coyunturas visibles del virreinato y del tipo de tema y de propósito
presentes en cada uno de los textos particulares.
El carácter central del público lector, es decir de la forma que asume el auditorio
principal del PP, como uno de los determinantes implícitos o explícitos de las
evoluciones editoriales del PP –que es el punto sobre el que queremos ocuparnos en
las líneas inmediatamente siguientes–, es un dato clave para comprender la historia
de ese periodismo incipiente de finales del siglo XVIII, tan precario desde el punto de
vista de sus condiciones materiales, pero tan rico desde el punto de vista de las ideas
que intentó poner en circulación. Es tal vez por eso que en los textos redactados por
MSR al inicio o al término del examen de una materia determinada (la revolución,
la salud, la ciencia, el papel de la oratoria, etc.), siempre somete a examen las reacciones
posibles o comprobadas de ese público lector, del que ha hecho uno de los más
grandes motivos de su preocupación como periodista17.
En cuanto a la información sobre la Revolución francesa, MSR dirá que esa
decisión de volcarse sobre la actualidad se encuentra directamente entroncada
con el deseo de «servir al público». Como sabemos, esa fórmula es ritual, es una
frase hecha, un lugar común, pero no por eso resulta menos reveladora de la nueva
situación. Dirá también que el asunto se encontraba relacionado con la demanda
de noticias – «avidez de noticias»– de un grupo específico al que menciona varias
veces en los textos sobre Francia –y en general sobre política– y que designa como
el de «los genios ilustrados», refiriéndose a la juventud universitaria del virreinato
de Nueva Granada, uno de los sectores por cuya opinión disputaron rudamente al
final del siglo XVIII en el virreinato los partidarios de la Ilustración y los más fervientes
defensores de las formas de vida tradicional, atrincherados en el campo universitario
en la defensa de la escolástica, del latín, de la retórica de la ostentación y de las
tradicionales pelucas18.
17
Para establecer esas reacciones, un propósito permanente de MSR, el director del PP se
apoya de una parte en comentarios verbales recibidos por parte de esos o de otros lectores, en el
caso de Santafé; pero se apoya mucho más en la constante correspondencia que los lectores
sostuvieron con el semanario, y que constituye una de las formas iniciales bajo las cuales se
puede estudiar el problema de la apropiación del PP por parte de sus lectores.
18
He presentado algunas observaciones iniciales sobre ese proceso en R. Silva, Los Ilustrados
de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit., capítulo X, p. 613 y ss., mencionando el abandono de las
pelucas, el cambio de vestuario, y la compra de sombreros à la mode, traídos de Lima, que tanto
le gustaban a Camilo Torres, para hacer la presentación de sí en los tribunales y en la cátedra.
Así por ejemplo, en un momento en que retoma las noticias sobre la Idea
general del estado de cosas de Francia, abandonadas por algunas pocas semanas,
dirá que vuelve sobre el tema por «el gusto con que se ha recibido el artículo…
[entre los lectores locales] de los sucesos convencionales [es decir de la
Convención]», noticias que en este caso constituían ante todo un ataque a
las reformas del clero francés y al intento «delirante» de modificar el calendario,
indicando que ese aplauso de los lectores se imponía a cualquier otra
consideración y obligaba a dejar de lado cualquier otro asunto noticioso que
estuviera pendiente19.
De la misma manera, pero de forma aun más específica, aparece el
público en su definición como auditorio deseado por el PP, es decir, en nuestro
análisis, la llamada juventud noble del reino –una categoría socio-profesional,
que designa a un grupo intelectual–, a la que ya hemos aludido y a la que se
consideró como actor principal y el punto de enganche del cambio cultural
impulsado por la monarquía a finales del siglo XVIII, mientras no hubo recelo
por parte de las autoridades respecto de ese grupo, y mientras el propio grupo
social en formación de los «Ilustrados», no entró en pugna con las autoridades,
sobre la base de sus propias aspiraciones, en el campo del saber, pero no menos
de la búsqueda de un espacio social y una existencia laboral, que le asegurara
una supervivencia digna y la participación en los destinos de la sociedad, en
el marco del proyecto de la monarquía, que es lo que en la época se designará
como la «gloria» y el «interés patriótico de la nación».
En un número posterior del PP, ése será el grupo mencionado de manera
concreta por MSR, en el mismo contexto de las informaciones sobre Francia,
indicando que reproduce nuevos resúmenes de noticias acerca de tales sucesos,
para que «los genios ilustrados» –designación que ya explicamos– «formen un
juicio exacto de la actual situación de aquel desgraciado reino», de esa Francia
que «tan repentinamente ha caído de la mayor gloría, ilustración y felicidad»,
en la época de Luis XVI, a «lo sumo de la barbarie, desolación y ridiculez», en
manos de los revolucionarios20.
El asunto se repetirá bajo la misma forma, muchas semanas después,
en un momento en que bajo el título de «Prevención», MSR presenta al público
lector un texto nuevo sobre la Revolución francesa, texto que consideraba el
más importante que hubiera publicado su semanario hasta ese día, y que titula:
Interés del pueblo en el restablecimiento de la monarquía francesa. El editor del PP
dirá en esta oportunidad que los textos que sobre el tema de Francia
revolucionaria que han sido traducidos por su periódico «se han recibido [por
19
PP. No 139, 25-04-1794.
20
PP. No 140, 2-05-1794.
parte del público] con la mayor complacencia», y que espera que la misma fortuna
tendrá «el que ahora incluimos, cuyo mérito es quizá superior», a los anteriores
textos, «si no se engaña en esto nuestra débil comprensión», siempre pensando
desde luego en la tarea de esclarecimiento a la que aspira contribuir el PP, de
manera particular respecto de los «genios ilustrados» y el público lector21.
La designación de «genios ilustrados» para referirse a esa parte de los
lectores, que parece ser su mayor preocupación, es decir la llamada «nobleza
universitaria del reino», «la juventud noble», es un hecho repetido en el PP y
recuerda una circunstancia mayor, poco interrogada por los historiadores del
siglo XVIII: la formación (en curso) de una categoría social nueva, en el campo
de los grupos sociales de notables y privilegiados: la juventud noble del reino –la
base social de la Ilustración– y por esa misma vía la introducción en la sociedad
de nuevas formas de consumo, la aparición de brotes del fenómeno moderno
de la moda, nuevas aspiraciones de riqueza y otras valoraciones del dinero,
una nueva sensibilidad respecto de las relaciones sociales con las mujeres y los
niños, y en general una primera dulcificación de las costumbres y una inicial
estetización de la vida social y cultural22.
Esa transformación que indicamos, y que nos parece ser el centro mismo
de la construcción de un auditorio por parte del PP, nos parece ser un hecho
de primer orden en el análisis de los fenómenos culturales sociales y del final
del siglo XVIII y hay constantes referencias en semanario bogotano que indican
que no se trata simplemente de una hipótesis a priori, aunque debe evitarse
cualquier relación directa entre esa realidad y los hechos políticos posteriores a
1808, pues sin la invasión napoleónica otras muchas evoluciones sociales
21
PP. No 161, 10-10-1794.
22
Esa actitud nueva de «dulcificación de las costumbres» y de búsqueda de un trato
civilizado en las formas de discusión y en el plano general de las costumbres, por lo menos entre
gentes de condición social similar, incluidos hombres y mujeres, un rasgo tan visible en el PP, es un
hecho que ha sido pasado de largo por los observadores, y al amparo de las «perspectivas de
género» ha permitido la formación de una reciente vulgata sobre el machismo de los Ilustrados
y la «exclusión de la mujer del espacio público», sin que se ofrezcan pruebas documentales
concretas sobre tales afirmaciones –cf. por ejemplo Jorge Cañizares, Cómo escribir la historia del
Nuevo Mundo. Historiografías, epistemologías e identidades en el mundo Atlántico del siglo XVIII
[2001], México, FCE, pp. 19-34 para las definiciones de enfoque, en especial p. 2, sobre este
punto, y a lo largo de toda la obra, pues se trata de un tópico–. Pero la documentación de estos
años, sobre todo la correspondencia privada entre algunos de los ilustrados y sus esposas, parece
mostrar lo contrario. Las afirmaciones sobre el «machismo de los Ilustrados», por fuera de la dosis
de anacronismo que arrastran, parecen ignorar además que la época es tanto en Europa como
en Estados Unidos y en Hispanoamérica época de ascenso de la mujer en la esfera pública y de
modificaciones del equilibrio de poder entre los sexos, para utilizar la fórmula de Norbert Elias,
un hecho fácil de comprobar a través del PP, un semanario en el que la presencia de la mujer,
bajo las formas que la época posibilita, es permanente.
23
PP. No 21, 1-07-1791, «La libertad bien entendida», en donde MSR escribe: «… se acepta
[en público] la jerarquía… pero [en privado] no se quiere depender… más que de su capricho».
Cf. por ejemplo para menciones precisas sobre las relaciones entre jóvenes y viejos en torno a la
autoridad el largo discurso que MSR ha incluido en PP. No 49, 20-01-1792, en donde defiende
las jerarquías sociales y las relaciones tradicionales de autoridad. Cf. igualmente sobre el mismo
punto PP. No 27, 12-08-1791.
24
Cf. PP. No 21, 07-1791, «La libertad…», en donde MSR señala respecto de su auditorio
directo que «Yo no quiero decir quiénes son esos infelices [que mal entienden» la libertad…
Me contentaré solamente con formar para instrucción de la juventud un discurso [al respecto]».
25
La expresión aparece de manera repetida por ejemplo en el texto de protesta de los
universitarios santafereños en el que anuncian retirarse de las aulas de filosofía escolástica y
pagar con el dinero de su alimentación un profesor de filosofía moderna. Cf. respecto de este
tipo de incidentes y otros más incluida una pequeña asonada con el rector del Colegio del
Rosario) Revista Colombiana de Educación, Bogotá, No 11, 1983, pp. 133 y ss. Los documentos
publicados muestran que se trata de un cambio cultural, que puede identificarse con un grupo
social determinado, y que incluye un cambio profundo en la «estructura de las sensibilidades»,
un punto que poco ha sido resaltado.
26
Se pasa de largo de manera repetida por el hecho de que las averiguaciones iniciales sobre
movimientos sediciosos de la «juventud noble del reino» –los pasquines– son los que conducen a
la visita judicial a la imprenta Patriótica de Antonio Nariño (en donde se imprimía el PP) y la
posterior detención de Nariño y algunos de sus oficiales de taller, aunque la correspondencia de
las autoridades indica que desde meses atrás, desde mediados de 1793 y aun un poco antes, se
venía especulando sobre la circulación de copias manuscritas de los derechos del Hombre y de
textos que contenían algunas de sus exposiciones. En general lo que deja en claro la lectura de la
documentación es que se hablaba mucho, en la capital y en las provincias, sobre el acontecimiento
francés, aunque al parecer con poca información y con mucho miedo y desconcierto. Para evitar
las confusiones teleológicas a que conduce la literatura secundaria sobre este problema, el mejor
camino es la lectura directa de los documentos sobre el proceso, que además resulta de fácil
acceso. Cf. Proceso contra don Nariño por la publicación clandestina de la de la Declaración de los
derechos del Hombre y del Ciudadano –Compilación de Guillermo Hernández de Alba–, Bogotá,
Presidencia de la República, 1980 –2 tomos–, tomo I, pp. 12-40.
27
En una comunicación secreta a las autoridades en Madrid, MSR realizó hacia 1795 una
especie de «análisis-denuncia» de la situación de los estudiantes universitarios, y en general de
la juventud a finales del siglo XVIII en el virreinato de Nueva grabada –cf. R. Silva, Los
Ilustrados de Nueva Granada 1760-1808, op. cit., capítulo II, p. 127 y ss.–, mientras que en el PP,
unos años antes, en 1791, hablando del hospicio que la ciudad estaba tratando de organizar y de
la importancia del trabajo y del trabajo material, escribió que fundado el hospicio «dejaría de
haber tanta copia de estudiantes cuyos padres, aspirando vanamente a colocarlos en los destinos
que les sugiere la soberbia y el mal ejemplo de otros…» encontrarían un destino posible en el
trabajo, lo que evitaría que esos estudiantes, «viéndose después» sin medios para alcanzar la
situación social buscada, se convirtieran en «ladrones, truhanes, ebrios y otras vilezas…». Cf. PP.
No 13, 6-05-1791.
28
Siguiendo el camino de la llamada antropología cultural y luego del análisis simbólico, el
análisis histórico ha terminado por abandonar la descripción y análisis de las estructuras sociales
concretas, como uno de los referentes básicos del estudio de la sociedad, lo que facilitó la
sustitución del análisis histórico de las configuraciones sociales (una de cuyas dimensiones es la
acción cultural-simbólica) por el estudio de una «sustancia autónoma» que se mueve por sus
propios medios y que no necesita de soportes materiales para garantizar su eficacia, designada
como «discurso».
29
Desde la época de los análisis sobre la Ilustración, sintetizados en Los Ilustrados de Nueva
Granada… he tratado de insistir, con poco éxito, en la importancia de la sociología para el
análisis de los historiadores, insistiendo en categorías como las de juventud (asociada a ciclo
vital), y en la importancia de nociones como las de sociabilidad moderna (la amistad de los
Ilustrados), estructura de la sensibilidad, nuevos gustos por el consumo (por ejemplo por la
lectura), importancia de la presentación de sí mismo en sociedad, entre otras. Pero la sociología
parece ser desconocida o ignorada por los historiadores colombianos actuales –tan diferentes en
este punto a gentes como Jaime Jaramillo Uribe o Germán Colmenares–, quienes la confunden
con teodiceas y filosofías sociales del tipo de las de Zigman Bauman y prédicas similares sobre el
destino del mundo.
particular hay que indicar que en este caso se trata de una categoría social
que, al poner en conjunción elementos de orden biológico re/interpretados
por las condiciones sociales y culturales, produce síntesis sociológicas originales
que se caracterizan por inscribir la historia del fenómeno –«la juventud»– en
una historia larga que desborda un periodo histórico e incluso una
configuración socio/cultural determinada30.
II
31
Cf. Robert Darnton, «Una de las primeras sociedades informadas: las novedades y los
medios de comunicación en París del siglo XVIII» [2000], en R. Darnton, El coloquio de los
lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores, México, FCE, 2003, pp. 371-429
–Darnton define su propósito como el de: «… examinar el funcionamiento de un sistema de
información en un tiempo y lugar precisos…»–, p. 373.
32
Cf. Robert Darnton, «Una sociedad bien informada», en El Coloquio de los lectores, op.
cit., pp. 375-378, y en especial p. 383. Cf. también en la misma dirección, de R. Darnton, Poesía
y policía. Redes de comunicación en el Paris del siglo XVIII [2011], México, Cal y Canto, 2011.
función del público, del auditorio local, lo que debe traducirse en observaciones,
y mucho más en interrogantes, sobre las formas prácticas en que el llamado
pensamiento de la Ilustración se inscribe de manera explícita –o implícita– en
el espacio público naciente al final del siglo XVIII, en dirección de convertirse en
un patrimonio común de un grupo social determinado, y más allá, de la parte
letrada de la sociedad.
Se trata de introducir nuevas preguntas –que llevará años responder de una
manera menos provisional– que intentan hacer salir el estudio de la Ilustración
del marco puramente referencial de las obras y de los autores –como continúa
haciéndolo la tradicional historia de las ideas–, evitando al mismo tiempo
reducir esas ideas, básicas en la formación del mundo moderno, a un núcleo
doctrinario, dependiente de un pensador –en el extremo de las «ideas de un
filósofo»–, persiguiendo más bien sus formas de relación con la vida social,
tanto en el plano de la creación y la emergencia de tales formas de ver el
mundo, como en el plano de sus usos sociales, de sus extensiones, de sus
apropiaciones bajo formas transfiguradas, y ello en escenarios diversos, a veces
muy alejados de sus lugares de creación, y en el marco de propósitos y
coyunturas que, en ocasiones, ya poco recordaban aquellas que habían
determinado la creación de esas formas de pensamiento y de imaginación de
la vida social en otros espacios sociales e intelectuales.
Esta manera de enfrentar la investigación del mundo de las ideas –en este
caso, de manera particular, las ideas de la Ilustración–, vinculándolas con su
contexto de formación, pero no menos de circulación, y relacionándolas con
sus propios soportes materiales de difusión (el libro, la prensa, la conversación
de salón, el impreso barato que contenía una fórmula práctica de uso agrícola,
la receta médica que circulaba en una frágil y mal impresa página…) es una
perspectiva hoy bien fundamentada desde el punto de vista historiográfico, y
se inscribe en un programa de trabajo vigente hace ya un cierto número de
años y del cual las referencias resultan mucho más que conocidas, por lo menos
entre los historiadores que trabajan en el campo de la historia social y cultural33.
33
La bibliografía es ya amplia y no deja de crecer, como ha crecido el número de autores
que rehuyendo las trampas del encierro «inter/textual», investigan en estas direcciones. Cf.
para indicaciones básicas sobre estas evoluciones, que ratifican un programa de trabajo hace
tiempo puesto en marcha, Roger Chartier, Au bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et
inquiétude, Paris, Albin Michel, 1998 –cf. en particular Primera Parte: «Parcours»–. Igualmente
Robert Darnton, La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa
[1984], México, FCE, 1987 y la larga serie de obras, cada vez más afirmadas y complejas, que ha
venido después. Para una versión reciente del problema, bajo una forma que ya empieza a ser
normalizada, y corre por tanto el peligro de la simplificación, cf. Stéphane Van Damme, À
toutes voiles vers la verité. Une autre histoire de la philophie au temps des Lumières, Paris, Seuil,
2014. Por mi parte, y partir de interrogantes surgidos de la propia sociedad y temas sobre los que
investigaba, traté de hacer mi propia contribución a lo que luego sería un campo de estudios
36
Cf. Robert Darnton, El Coloquio de los lectores, op. cit., pp. 105-112.
37
Nada de esto significa desde luego una crítica de la revolución de Independencia
–¡como si un historiador pudiera criticar las transformaciones de una sociedad!– o una negación
del ideario democrático, igualitario y republicano que la animó. Se trata solamente de llamar la
atención sobre el carácter contradictorio de los movimientos de cambio de la sociedad y la
presencia permanente en ellos de elementos nuevos y originales, de formas inesperadas y de
novedosas restituciones del pasado.
38
PP. No 133, 14-02-1794.
39
Poco tiempo después de iniciada la publicación de noticias sobre la Revolución francesa
el PP dejaba ver ya de manera clara la orientación, muy parcializada, de sus análisis –lo que no
debe sorprendernos si entendemos los límites culturales de su sociedad y su época, y la propia
novedad del acontecimiento revolucionario, que a casi todos, en muchas otras partes del
mundo, también había sorprendido y aterrado–. En PP. No 141, 9-05-1794, por ejemplo, escribía:
«Con el extracto que hemos suministrado al público parece suficiente para que coliga el estado
de aquel reino miserable», es decir que invita al lector a formar su propio juicio, aunque de
entrada califica la situación de Francia revolucionaria como la de «reino miserable».
por todas partes la Ilustración, tal como propuso el problema de forma sintética
Kant –en 1784– en su célebre texto: ¿Qué es la Ilustración?, respondiendo
precisamente a la pregunta de un periódico, aunque reconociendo las
dificultades del empeño propuesto40.
Desde luego que el análisis histórico y los estudios modernos sobre la
comunicación tienen hoy una posición que va mucho más allá del ideal
ilustrado, desde el punto de vista de la exigencia en cuanto a confrontación
de fuentes y a una lectura crítica de lo que vemos y de lo que leemos. En
particular los estudios históricos han ido perfeccionado técnicas muy eficaces
que le permiten al historiador saber frente a qué tipo de información se
encuentra en un momento determinado, y poder de esta manera proponer
interpretaciones que no excedan lo que un documento –o una serie de
documentos– permite. Pero todos esos avances, que son sobre todo los del
siglo XX, aunque tienen fuertes antecedentes entre los eruditos renacentistas
y los monjes copistas de los conventos al principio del periodo llamado moderno
(por los historiadores europeos), no dejan de tener como referente básico la
actitud crítica que el ilustrado siglo XVIII propuso para la práctica de la lectura,
y más en general como una forma de relación con el mundo41.
Pero la frase que transcribe el PP –como indicamos, tomada de la reseña
de una obra sobre política europea publicada por el Correo de Londres y puesta
a circular en el distante virreinato de la Nueva Granada, en la América hispana–
debe también advertirnos sobre otros dos problemas de interés en el análisis
de la comunicación periodística de finales del siglo XVIII. De una parte, no es
aventurado afirmar, cuando se conoce el PP y la forma de trabajo de MSR,
que el artículo del Correo de Londres haya sido resumido, lo que nos recuerda
que nos encontramos ante un extracto (realizado en Santafé) de un extracto
40
Cf. Immanuel Kant, Filosofía de la Historia [1784], La Plata, Caronte filosofía, 2005, pp.
33-39 –hay múltiples ediciones–. Las palabras del PP que venimos de citar: «Hemos puesto al
lector en el estado de poder juzgar por sí mismo acerca de su mérito…» captan bien el sentido
corriente de la idea kantiana, emblema de la Ilustración, que a veces la filosofía profesoral
presenta envuelta en excesivas complejidades, y es una frase/divisa repetida de manera sistemática
en el PP, cuyo autor no conoce a Kant, pero inscribe su trabajo en el espíritu de la Ilustración y
en sus lugares comunes.
41
Michel Foucault investigó y propuso una idea de la Ilustración que no solo la saca del
dominio convencional de la historia de las ideas, sino que la transforma en un horizonte cultural
y en una difundida actitud colectiva, surgida en medios sociales e institucionales, en actividades
prácticas y en obras de pensamiento muy variadas, extendidas sobre una amplia geografía
europea (geografía que sabemos hoy que fue también hispanoamericana y que representa una
vertiente ampliamente creadora en el marco de ese proceso de cambio cultural Cf. Michel
Foucault, Sobre la Ilustración, Madrid, Tecnos –Clásicos del Pensamiento–, 2003, para la idea de
la Ilustración como una «actitud nueva» frente a la sociedad y a la naturaleza, presente en
estratos culturales diversos y de profundidades variadas en las sociedades europeas del siglo
último tercio del XVII y del siglo XVIII.
(realizado en Londres), con todo lo que eso puede significar respecto de los
cambios que pueden afectar el argumento original de la obra que se quería
presentar a los lectores. Pero nada de eso debe sorprender. En buena medida la
comunicación, sobre todo en el mundo moderno, funciona de esa forma, lo
que no debería conducir a nadie al escepticismo, sino más bien a acentuar las
exigencias de una educación crítica de los lectores, a quienes se debería advertir
que no trasladen al campo de la lectura la fe en las autoridades, en este caso la
fe en la autoridad de lo escrito.
De otra parte, la observación del PP debe hacernos pensar en una historia
mucho más conectada de lo que habitualmente se piensa; una historia que
venía estrechando sus vínculos entre sociedades lejanas y diversas desde 1492,
para esta parte del globo, lo mismo que debe poner de presente, para el último
tercio del siglo XVIII y en buena parte de Occidente, la existencia de un dinámico
sistema de información, potenciado por la aparición de la prensa periódica –en sus
distintas vertientes y con sus múltiples variaciones en cuanto a calidades de
técnicas de impresión y posibilidades diferenciales de cubrimiento42.
Desde todos esos puntos de vista, la prensa periódica hispanoamericana
de finales del siglo XVIII, a la que de manera particular presentamos aquí –es a
decir la de Lima, Santafé y Quito– representa un laboratorio de
experimentación sorprendente, sobre todo por la manera como combinó dos
características que parecen difícilmente irreconciliables: de un lado una visible
precariedad desde el punto de vista de los medios técnicos que tenía posible a
su disposición. De otro lado su poderosa influencia social y la manera como
logró encontrar contacto con sus lectores, y esto más allá de la simple lectura
de las pequeñas elites culturales urbanas de las ciudades capitales de la audiencia
de Quito y de los virreinatos del Perú y de Santafé.
III
42
Cf. en general, como una introducción a este proceso, que tendrá efectos radicales sobre
la temprana modernidad cultural de Occidente –y luego del resto del mundo–, Roger Chartier
y Carmen Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa. Comunicación y propaganda
en el Barroco, Madrid, Marcial Pons, 2012, aunque algunos de los textos ahí incluidos proyectan
la ilusión de un nacimiento ya completo de la prensa y el periodismo en el temprano siglo XVII, lo
que puede ser excesivo. En un tono más bien divulgativo y de síntesis cf. Asa Briggs / Peter
Burke, De Gutemberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación [2002], Madrid,
Taurus, 2002. Cf. de manera particular, para nuestro contexto, capítulo III, pp. 91-124. Hagamos
de una vez la advertencia de que la bibliografía es amplia y que el presente texto –ni el conjunto
del trabajo– tratan de ser un ensayo bibliográfico.
43
Los estudiosos de las reformas borbónicas se han preocupado poco por los cambios en los
sistemas de correos y de postas, y en las mejoras en los caminos, un aspecto en el que parece
haber novedades grandes a finales del siglo XVIII. Algunas observaciones en R. Silva, «Formas
de comunicación: interacciones sociales y cambios culturales en el virreinato de Nueva Granada,
(c), 1740-1800», en Trayectoria de las comunicaciones en Colombia, Bogotá, Ministerio de
Comunicaciones, 2009, pp. 113-145
44
Una referencia importante sobre estos puntos y sobre la manera de abordarlos se encuentra
en Brendan Dooley (Ed.), The Dissemination of News and the Emergence of Contedmporaneity in
Earl Modern Europe, Cork, University College, 2010, un libro que resulta muy útil para pensar
los mecanismos y procedimientos de «diseminación» de la información, en el proceso mismo de
constitución de la idea de «últimas noticias». Cf. también capítulo V de este mismo trabajo.
45
Cf. como ejemplo –entre muchos otros textos– de esa argumentación habitual sobre el
tratamiento de la Revolución francesa en el PP, los textos al respecto que aparecen en Iván
Padilla Ch., Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez. Nueva Granada 1789-
1819, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012 y que prolongan una tradición conocida.
46
PP. No 129, 14-02-1794. Citemos solamente las líneas iniciales del «retrato» de Marat que
ofrece la Gaceta de Londres y que es retomado por el PP en Santafé: «Marat era pequeño de
cuerpo, su complexión cadavérica, su temperamento sanguinario. Su retrato hubiera
proporcionado a un pintor, el principal personaje para un cuadro que representase los horrores
de las muertes y asesinatos. Sus ojos… […]».
49
PP. No. 129, 14-02-1794.
50
Sobre el significado de la «nota de pie de página» y dispositivos similares para la aparición
y consolidación de una nueva actitud de constatación de los datos en la investigación empírica,
y en general su carácter definitivo en el surgimiento del positivismo, con todos sus beneficios
para el análisis de la sociedad y la cultura cf. Anthony Grafton, The Footnote: a curious history,
Cambridge/Harvard U.P., 1998. Hay traducción en castellano.
57
Cf. Franco Venturi, «Cronología y geografía de la Ilustración», en F. Venturi, Utopía y
reforma en la Ilustración [1971], Buenos Aires, Siglo XXI, 2014, pp. 187-206, una obra –¡por fin
traducida al castellano!–, que nos recuerda tanto el carácter pionero de los trabajos del insigne
erudito italiano, como la forma radical en que el punto de vista sobre la Ilustración y su
geografía, y las formas de escribir la historia de las ideas, han cambiado en la historiografía de las
últimas cuatro décadas.
60
PP. No 14, 13-05-1791.
61
PP. No 136, 4-04-1794.
62
PP. No 173. 212-01-1795.
63
Ibídem.
IV
conocimiento muy parcial sobre las formas de control que el virrey o sus
secretarios pudieron haber ejercido sobre el PP, que, para decirlo de una manera
que puede sorprender, nunca estuvo sometido a ningún tipo de censura previa,
ni conoció ningún episodio particular en que su material fuera recortado o
prohibido, a pesar de que varios de los discursos de sus colaboradores crearon
molestia entre los educadores universitarios de la generación anterior y entre
miembros de la Orden de Predicadores, que era la comunidad que detentaba
el monopolio de grados universitarios en el Virreinato de la Nueva Granada67.
De otra parte, debe tenerse en cuenta que los procedimientos de
elaboración de la información que puso en marcha MSR, y lo podremos
reconocer con facilidad en las páginas siguientes, formaban parte de una manera
de hacer las cosas cuando se comunicaban informaciones, que ya era una
tradición a mediados del siglo XVIII, cuando el ascenso del absolutismo había
puesto límites precisos a las maneras de informar, en relación con lo que había
sido el nacimiento de las primeras formas de periodismo en Holanda, Inglaterra
y Francia a principios del siglo anterior68.
Pero esas maneras de intervenir sobre la información que se presentaba a
alguien –persona o comunidad–, reposaban en general en el procedimiento
de la cita y el comentario, una forma de exposición que había pasado pronto
al campo de la edición de los textos –regularmente manuscritos– que los
universitarios utilizaban en sus estudios, y en donde la alternancia de la cita y el
comentario, en relaciones relevo y complemento, constituían la estructura
visible de la página que se leía, memorizaba y comentaba. La cita y el
comentario –como es bien conocido– son técnicas de trabajo intelectual que
habían puesto a punto los maestros de la escolástica, y que los hombres del
Renacimiento, habiendo descubierto el legado de la Antigüedad, llevaron
mucho más lejos, lo que hizo que durante cierto tiempo la repetición y el
comentario –aun el comentario crítico– terminarán siendo la pesadilla de la
filosofía, en el mundo de las «escuelas» y uno de los rasgos que marcarían con
mayor profundidad hasta el presente al homo academicus en Occidente69.
67
Cf. PP No 8, 1-04-1791 y PP No 9, 8-04-1791, para ver un «Suplemento» especial del PP,
en donde MSR trata de introducir moderación en las críticas del sistema de enseñanza que
habían sido propuestas por el universitario Francisco Antonio Zea y que produjeron un pequeño
escándalo entre la opinión letrada de la ciudad. Cf. también R. Silva, Los Ilustrados de Nueva
Granada, 1760-1808, op. cit., –Capítulo II. Numeral 1: «El escándalo del lenguaje», p. 165–.
68
Cf. R. Chartier y C. Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa. Comunicación
y propaganda en el Barroco, op. cit., para los momentos que marcan el inicio del control absolutista
sobre la prensa en el siglo XVIII, pp. 15-34.
69
Cf. al respecto por ejemplo Jackeline Hamesse, «El modelo escolástico de la lectura», en
Historia de la lectura en el mundo occidental [1997], Madrid, Taurus, 2001, pp. 179-210.
Pero sobre todo lo que hay que tener en cuenta es que el tipo de
procedimiento puesto en marcha por el PP tenía no solo una cierta tradición
en el primer periodismo europeo y en las gacetas y papeles periódicos del siglo
XVIII, sino que como procedimientos específicos tenían niveles de autonomía,
especificidades que reenviaban al campo propio de la experiencia letrada, y
por tanto al campo de los modelos literarios y, que esos procedimientos y los
modelos en que se apoyaban debían ahora transformarse (en medidas diversas,
que sólo la investigación empírica puede poner de presente) para responder a
un problema nuevo, típico de las maneras de informar que dependen del
periodismo: el problema del espacio, siempre limitado, del que se puede disponer
en los papeles públicos del siglo XVIII70.
Es bueno recordar también el punto obvio, pero a veces olvidado, de la
vigencia y extensión de esos procedimientos que MSR pone en marcha en el
PP, en la Europa de ese entonces, en cuanto procedimientos ligados ahora
precisamente al periodismo –la forma más moderna de comunicación, por
mucho tiempo–; hay que hacer énfasis por tanto en que ese viejo legado de
trabajo sobre el texto, que aparece como un recurso repetido en el PP, no
constituyó ni un anacronismo ni un producto de la inercia y el atraso, sino
que se trataba de un procedimiento que había conocido una sorprendente
actualización, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII y principios del
siglo XIX, en el momento en que la transformación de Occidente por fuerza
de las revolución política y las guerras imperiales conecta de manera visible
grandes espacios geográficos y sociales de los que –posteriormente– se ha
pensado que no mantenían relaciones estrechas71.
Hay que imaginar un mundo mucho más conectado, y esa es una
«condición estructural», para no caer con facilidad en el lugar común de
relacionar esos procedimientos –presentes en un semanario como el PP– con
la imagen de «sociedades coloniales» alejadas y desinformadas, y con
especificidades culturales que serían siempre el producto del aislamiento y de
la pobreza técnica –que desde luego son hechos comprobados, pero hechos
relativos, sobre los que, además, se pueden ofrecer contraejemplos que indican
70
En el naciente periodismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX en el Virreinato de
Nueva Granada hay determinantes técnicos –empezando por la propia rusticidad de las prensas
con la que se trabajaba– que son fundamentales para entender el proceso, que poco se mencionan
y sobre los cuales el PP es testimonio elocuente. Cf. al respecto aquí mismo capítulo V.
71
Cf. al respecto David Armitage & Sanjay Subramanyam (Ed.), The Age of Revolutions in
Global Context, 1760-1840, New York, Palgrave Macmillan, 2010, para darse un buen antídoto
inicial contra la separación de la historia de lo que hoy llamamos América latina de la llamada
revolución moderna en Europa –y no solo como reflejo tardío, o como prolongación pasiva en la
«periferia» de lo ocurrido en el «centro», dos nociones que deberían someterse también a una
crítica sistemática–.
72
En la historiografía internacional el asunto comenzó a replantearse desde hace muchos
años. Cf. una síntesis reciente en Catarina Madeira Santos y Jean-Frédéric Schawb, «Histoires
impériales et coloniales d’Ancien Régime. Un regard sur l’État», en Emmanuel Désveaux et
Michel Fornel, Faire des sciences sociales. Géneraliser, Paris, EHESS, 2012.
Cf. al respecto Joad Raymond, «El rostro europeo del periodismo inglés», en R. Chartier
78
y C. Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa, op. cit., pp. 177-206, en donde se
muestran muy bien las tensiones entre periodismo nuevo y mundo del panfleto, lo mismo que
entre prensa de nuevos lectores, posiblemente de clases medias y café, y prensa popular que
mantiene las viejas tradiciones de burla irrespetuosa, lenguajes fuertes, chismes y calumnias, y
un constante llamado a la risa.
79
Cf. al respecto, R. Silva, «Los estudios generales en el Nuevo Reino de Granada, 1600-
1770», en Saber, cultura y sociedad [1984], Medellín, La Carreta editores, 2012, pp. 61- 89, en
donde se examinan las formas tradicionales de argumentación que en el campo académico se
consideraban como legítimas, y que extendían su influencia mucho más allá de los muros de las
«escuelas», imponiéndose como las formas autorizadas de hablar, y por lo tanto organizando y
dando fundamento a un tipo de clasificación social, que era desde luego un principio de
separación y de frontera cultural.
80
PP. No. 130, 21-02-1794.
combinación, pues las fuentes no solo pueden ser diversas, sino que el editor
del PP, sin aclarar siempre de forma exhaustiva los lugares precisos de donde
toma la información, realizará para sus lectores en un solo texto versiones
integradas de grupos de noticias, según se desprende de sus menciones
constantes acerca de las diversas fuentes con las que construye sus
informaciones, procedimiento que menciona como versión81.
Así lo hace por ejemplo cuando en la presentación de un artículo sobre la
neutralidad de algunas potencias europeas en la guerra contra Francia, indica
que las informaciones que se presentan –de manera básica la reseña de una
obra sobre ese tema– son una versión «de algunos artículos curiosos sacados
del Correo de Londres», indicando enseguida la fecha y número del ejemplar
del que copia y sintetiza, para construir la versión que se ofrece a los lectores y
en la que se supone combina diferentes fuentes y perspectivas82.
No hay que dejarse arrastrar por la idea de que MSR en el PP disponía de
un número amplio y bien determinado de informaciones, y que simplemente
se trataba, sobre la base de unos procedimientos definidos de manera previa,
de darle una forma conveniente a la materia, para que las autoridades o los
lectores no encontraran reparo en lo que se les ofrecía. En realidad una visión
de esa naturaleza traicionaría la singularidad misma del PP, que no solo padecía
de una improvisación permanente (el semanario da prueba de ello de manera
repetida), sino que dependía de informaciones de correo menos previsibles de
lo que se podría pensar83.
La creatividad y la capacidad de improvisación del editor del PP le
permitían salir avante semana tras semana en la publicación de su semanario,
y su percepción precisa de que su mundo era ya un mundo dinámico en el que
las noticias (es decir los acontecimientos narrados) iban y venían, le exigía a
MSR integrar, en función y en relación con sus argumentos y con su particular
manera de imaginar el curso y destino del mundo, integrar en su relato cualquier
información vieja o nueva de que dispusiera, manteniendo –para sorpresa del
lector de hoy– una cierta coherencia de fondo, sobre la base de un mosaico de
informaciones tomadas de fuentes muy diversas. Así por ejemplo,
encontrándose en curso la presentación en el PP el suceso de la prisión de la
reina –reportado desde París para el Correo de Londres, que luego trasladaba la
81
Cf. Antoine Compagnon, La seconde main, op. cit., «Secuencia V», pp. 233-356, ahí y a lo
largo de toda la obra, con observaciones precisas sobre el procedimiento de versión, de tanta
tradición en la literatura, de manera particular en la poesía.
82
PP. No 141, 9-05-1795. Puede verse igualmente en PP. No 142, 16-05-1794, el texto
titulado «Reflexiones sobre la infeliz suerte de la reina de Francia traducidas del mismo escrito»,
de nuevo una gaceta inglesa.
83
Cf. aquí mismo capítulo V.
VI
En el caso del Nuevo Reino de Granada, que como toda América hispana
sufrió en el siglo XVI y en el siglo XVII una guerra devastadora contra sus
poblaciones aborígenes, el siglo XVIII –la época del virreinato de manera básica–
aparece entre tanto como un (relativo) remanso de paz, como una sociedad
que había logrado contener la violencia a partir de sus propias fuerzas de control
interiores: la ley, la Iglesia católica, un poco de civilidad y algo de organización
urbana, y en los campos un sistema no muy formalizado de autoridades y
elementos de la vieja organización comunitaria, lo que parece desdecir, no
dejemos de señalarlo, la idea de que la sociedad colombiana es una sociedad
por naturaleza violenta, desde el principio hasta el presente91.
En el Nuevo Reino de Granada, el control del territorio siempre fue un
problema para las autoridades españolas, y en sus fronteras interiores, en las
zonas aun no colonizadas o en manos de sociedades indígenas que habían
resistido a la conquista, se mantenía una paz frágil, una tregua implícita, muchas
veces rota, y un modus vivendi negociado al margen de la ley, condiciones que
aseguraban «coexistencias pacíficas» y sistemas inestables de alianzas con la
sociedades indígenas aun al margen del proceso de evangelización y de
«policía», como se decía en el lenguaje de la época92, mientras que en la Costa
Norte la monarquía se esforzaba por mantener a raya a los piratas y corsarios que
con frecuencia atacaban las costas, y trataba de contener y expulsar a invasores
extranjeros, muchos de los cuales por periodos largos de tiempo habían logrado
afincarse en la esquina norte del territorio, la que une al mar Atlántico con el
mar Pacífico y en las zonas inmediatamente interiores a éste último, un territorio
en el que europeos de distintas procedencias, pero en general aventureros
desarraigados de sus lugares de origen, en momentos diversos de los siglos XVII
y XVIII lograron establecerse, entrar en alianzas diversas con las sociedades
indígenas de la zona y con grupos de esclavos negros de origen africano que
91
Como ejemplo de búsqueda de otras perspectivas de interpretación del orden social en
América hispana, a partir del caso mexicano, poniendo el acento en elementos de cohesión
social interna, cf. B. Rojas (coordinadora), Cuerpo político y pluralidad de derechos. Los privilegios
de las corporaciones novohispanas, México, CIDE/Instituto Mora, 2007 –cf. en particular
«Introducción», pp. 13-28.
92
Para una perspectiva relacional y móvil de las alianzas entre grupos sociales de diversa
posición en la estructura social, abandonando el recurso fácil de una estructura simple del tipo
dominantes/dominados, y que representa un sugerente modelo de análisis de ese tipo de
situaciones, cf. Timothy Brook, Vermeer’s Hat. The Seventeenth Century and the Dawn of the
Global World, New York, McMillan Press, 2008, quien analiza situaciones de alianzas inestables
y parciales en el siglo XVII entre grupos sociales y étnicos en regiones de frontera y de poca o
ninguna «presencia» de las autoridades políticas formales, en los territorios designados hoy
como Canadá y Estados Unidos en el siglo XVII.
93
Los informes de los virreyes, entre otros documentos oficiales, dejan ver con exactitud
esa situación inestable de regiones y fronteras, y llaman la atención de manera particular sobre
la actividad de los piratas en la costa Norte. Cf. por ejemplo Germán Colmenares (editor),
Relaciones e informes de los gobernantes de Nueva Granada, Bogotá, Banco Popular, 1989. Otros
trabajos documentan la actividad de esos colonos extranjeros ilegales en la costa Pacífica y su
región interiorana. Cf. por ejemplo Robert West, La minería de aluvión en Colombia, Bogotá,
Universidad Nacional, 1972 y/o William Sharp, Forsaken but for golden: An economic study of
slavery and mining in the Colombian Chocó, 1618-1810, North Caroline/Chapel Hill, 1970, dos
obras en que se trasluce el proceso que señalamos. Para una visión más reciente del asunto cf.
.Luis Fernando González Escobar, El Darién: ocupación, poblamiento y transformación ambiental.
Una revisión histórica, Medellín, Fondo Editorial ITM, 2011.
96
PP. No 1, 9-02-1791. El convenio fue firmado el 28 de octubre de 1790, por el Conde de
Floridablanca y Alleine Titz Herbert, como representante británico.
97
PP. No 2, 18-02-1791.
98
PP. No 96, 28-06-1793.
99
PP. No 134, 21-03-1794, en el PP. No 135, 28-03-1795.
100
Algunas de las noticias eran, por lo demás, descarnadas, y narraban sin contemplación
con el lector, hechos de guerra que sabemos habituales aun hoy, pero que no dejan de
sobrecogernos, aunque no sabemos cuáles podrían haber sido las reacciones de los lectores de
esa época. Así por ejemplo, en el PP. No 136, 4-04-1794, se informa que «… nuestra escuadra y
la inglesa tomaron en su retirada el puerto de y Castillo de Colibres, habiendo hallado en este
una cuantiosa provisión de guerra… los habitantes de dicho puerto fueron pasados a cuchillo,
porque no se quisieron rendir dentro del término que se les dio por nuestros generales». Pero hay
que ser equilibrados: también había informes que iban en otra dirección y exaltaban la
caballerosidad de los soldados españoles y eventualmente franceses.
lectores. La idea central del gobierno en Madrid y la idea que acogía el PP, en
este punto vocero de su mecenas –el virrey Ezpeleta–, era la de transmitir a
todos los súbditos los partes de guerra de las tropas de la alianza de las
monarquías y las derrotas de los revolucionarios franceses. Pero como las noticias
transcurrían en medio de la incertidumbre, como eran en muchas
oportunidades contradictorias y como en su viaje la noticia iba modificándose
como efecto de su propio proceso de circulación, los significados no eran
unívocos y los mensajes recibidos muchas veces no resultaban ser los esperados.
Así ocurrió por ejemplo con una serie de informaciones trasmitidas desde
España sobre batallas en Vizcaya, cuyos pobladores, según la versión de los
revolucionarios, se habían levantado contra las tropas afectas a la monarquía,
mientras que los adeptos de la corona (española en este caso) declaraban que
ésa era una versión inventada con el fin de arrastrarlos a la traición y a la
entrega.
El PP había precisamente en esos días reproducido un extenso parte de
victoria del primer ministro español, quien había advertido sobre el uso que
los revolucionarios hacían de la información. Bajo el título de «Al público»,
en caracteres bien legibles, el semanario santafereño recordaba la obligación
de mantener a los súbditos informados sobre la situación en el campo de batalla
–«Debe por muchas razones comunicarse a todos los hispanoamericanos el
precioso discurso que se inserta aquí…»–, y transcribía las palabras del primer
ministro español quien alertaba contra las versiones falsas (es decir contrarias
a las que difundía el bando opuesto) que podían circular, indicando que las
gentes deberían estar preparadas para no dejarse engañar: «Sé muy bien que
unas plumas infectas y venales… que unas lenguas mordaces y atrevidas, os
presentarán como irresistible el ímpetu enemigo…», pero subrayaba que se
trataba de «perversas ideas», de falso «lenguaje seductor», que se estrellaría
más temprano que tarde con el patriotismo de los vasallos, que era la verdadera
razón de la fortaleza de la corona101.
Casi que en consonancia con las advertencias del primer ministro español,
a quien copia y parafrasea el PP, la semana siguiente MSR volvía a referirse al
tema de una manera muy concreta, pues habían corrido por la ciudad, y más
allá de ella, noticias acerca de la situación de las tropas españolas en la ciudad
de Vizcaya, y se hablaba de un levantamiento de la población a favor de las
tropas francesas revolucionarias. MSR dirá entonces que se trata de una noticia
«mal recibida», negará la posible situación, y dirá que la fidelidad al soberano
de esos habitantes era cosa que se podía comprobar, y que para tal efecto eran
101
PP. No. 172, 26-12-1794.
suficientes «las noticias que incluimos en el extracto siguiente, las cuales hemos
tomado de la misma gaceta de Madrid», con lo que al parecer cortaba los
rumores que se extendían sobre la situación militar desfavorable a España en
ese momento102.
Para entender bien la situación de incertidumbre en que parecían encontrarse
no solo los lectores directos del PP, sino el propio editor, y en general los
habitantes de la ciudad, hay que tener en cuenta no solamente la tardanza en
la llegada de noticias –la guerra multiplica las comunicaciones, pero multiplica
también las versiones–, sino el hecho de que sus fuentes eran muy variadas y
de fidelidad diversa, en función de su origen y del camino recorrido, para
llegar hasta el editor del PP: gacetas y periódicos provenientes de distintos
lugares de Europa que proponían diferentes versiones, reelaboraciones orales
de noticias originalmente impresas, que se apoyaban en palabras de
observadores que ofrecían testimonios difíciles de comprobar, rumores
esparcidos por gentes que en muchas oportunidades no sabían leer o no leían
directamente, sino que contaban lo que habían escuchado, muchas veces en
una versión que había recorrido muchos kilómetros y había tenido tiempo
para enriquecerse a partir de muchas aportaciones, todo ello en una atmósfera
de expectativa, marcada por la idea de que los franceses habían echado a
rodar por el mundo un centenar de espías y agitadores, con el fin de sembrar el
virus revolucionario en toda Europa y en el Nuevo Mundo, una especie que
recogió en varias oportunidades el PP, y que explica por ejemplo la desconfianza
y la persecución, unos años antes, hacia 1974, pero ya en el marco de ese
clima de opinión alterado y de grandes desconfianzas que sigue a 1789, de
quien debería ser en ese momento el único francés residiendo en Santafé, don
Luis de Rieux, ilustrado, amigo de Nariño, botánico aficionado discípulo de
Mutis, quien fue mencionado por algunos de los testigos en el proceso por la
impresión de los Derechos del Hombre103.
MSR quiso aclarar con mucha más precisión las noticias que se discutían
acerca de la victoria o derrota militar española, e indicó lo que le parecían ser
los orígenes de esas distorsiones en la información. De una parte se trataba de
que la noticia verdadera había venido en la Gaceta de Madrid, y como era
«muy corto el número de suscriptores» locales, no había sido difícil que la
trasmisión posterior a la lectura, es decir la transmisión oral, hubiera producido
Sobre estos sucesos, que son un laboratorio magnífico para acercarse al clima de opinión,
103
de miedo y de incertidumbre de la última década del siglo XVIII cf. Proceso contra Don Antonio
Nariño por la publicación de los derechos del Hombre –Edición de Guillermo Hernández de
Alba–, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, 2 vols.
una versión contraria, lo que ponía de presente «la facilidad con que se vician
y transforman en un instante las noticias más claras y sencillas»104.
Pero estaba también, en el otro extremo de la comunicación, la actitud
del «vulgo», como escribía MSR, que propagaba las noticias sin ninguna crítica,
un vulgo que iba haciendo a su antojo todas las adiciones que le parecía, de
tal manera que «bajo este aspecto monstruoso salen también a circular [las
noticias], por todas las poblaciones adyacentes, según lo acabamos de
experimentar con la noticia de Vizcaya»105.
La situación de conflicto militar y de búsqueda de la paz, seguía (y seguirá)
constituyendo una dificultad en los años siguientes, y no es extraño que el PP, que
había comenzado su carrera de algo más de seis años con noticias sobre el cese de
hostilidades entre Gran Bretaña y España, y con informaciones sobre la firma de un
convenio de paz entre las dos naciones, en medio de la nueva coyuntura producida
por la Francia revolucionaria, terminara en su último número y en su última noticia,
informando sobre el edicto pastoral del arzobispo de Santafé con relación a la nueva
situación bélica europea –lo que recordaba de paso la fragilidad de las alianzas–:
104
PP No 173, 2-01-1795.
105
Ibídem. No tendremos que insistir ahora, desde luego, sobre la posición ambigua de los
ilustrados de Hispanoamérica y de Europa respecto de los llamados grupos populares. Recordemos
solamente que esa ambigüedad descansa sobre un problema efectivo de distancia cultural,
entre los grupos sociales, distancia que el acceso al «pensamiento ilustrado» acrecentó.
Recordemos también que los ilustrados han inaugurado, en el campo de la historia de los
intelectuales modernos, una historia discontinua que avanza desde el siglo XVIII, esa enorme y
al parecer insuperable dificultad que encuentra el diálogo entre grupos subalternos y gentes de
cultura, que se expresa en una repetida «actitud de péndulo», que conduce a los intelectuales
al populismo y al miserabilismo, y les impide encontrar una forma realmente igualitaria y no
imaginaria de relación con los grupos populares. Cf. al respecto, Jean-Claude Passeron et Claude
Grignon, Misérabilisme et populisme en sociologie et littérature, Paris, Seuil/EHESS, 1989. Hay
traducción en castellano.
106
PP. No 265, 6-01-1797.
Según las últimas noticias podemos decir que en todo el mundo se ha derramado
el cáliz de Belona; que la paz ha desaparecido enteramente de la tierra; que el
género humano está absorto a la vista de la multitud de calamidades que lo cercan;
que espera con las mayores ansias ver cuál será el éxito de una campaña en que
van a batirse los últimos esfuerzos, y cuyo objeto es sin duda el más interesante que
pueden referirnos las historias. En medio de esta revolución universal es preciso que se
opine problemáticamente, porque siendo tan complicados los sucesos del día no es fácil
adivinar la suerte respectiva de las potencias […]108.
107
PP. No 221, 4-12-1795. En el PP. No 224, 25-12-1795, una semana después, podía leerse:
«En la imprenta del periódico se venden también los ejemplares del tratado de Paz entre España
y Francia, impreso en dos columnas de español y francés, como el original que vino de Madrid.
Su precio cuatro reales».
108
PP. 3-07-1795. El «texto-noticia» se titula: «Capítulo de la revolución». El subrayado es
nuestro.
II
REFLEXIONES DE UN HISTORIADOR
Cuán grande lástima es que todos los hombres (aun los de mayores luces)
entren en el vastísimo campo de la historia,
sólo para recrearse con la vacua amenidad de sus flores,
y no para aprovecharse de sus frutos,
con el discernimiento y crítica que corresponde.
PP. No 164, 31-10-17941.
Introducción
1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797. –Edición facsimilar–, Bogotá,
Banco de la República, 1978, 7 volúmenes. El contexto del epígrafe tiene que ver con la
Revolución francesa. Es un texto de Manuel del Socorro Rodríguez [MSR en adelante] en el
que discute sobre los usos que se hacen de los autores de la Antigüedad en la instrucción de la
juventud, punto en el que, según él, se revela una concepción superficial y vacía de las enseñanzas
que proporciona la historia, un tipo de conocimiento al que por esa vía se convierte, piensa el
editor del Papel Periódico [PP en adelante], en un adorno superficial, en una cultura frívola sin
ninguna utilidad. Cf. PP. No 164, 31-10-1794, «Apéndice del redactor».
2
Cf. Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura. Ensayos sobre la historiografía
hispanoamericana del siglo XIX, Bogotá, Tercer Mundo, 1984, en donde el historiador colombiano
realizó un esfuerzo no completamente logrado por «emparentar» las historias patrias del siglo
XIX y donde propuso un marco interpretativo que se encuentra sintetizado en la idea de
«convenciones», una idea que se resuelve en tono crítico en la expresión «convenciones contra
la cultura», la idea central del libro, sobre la que poco se ha discutido.
6
Jorge Orlando Melo había propuesto una primera avanzada sobre el problema en un texto
(de fecha anterior) que ha publicado bajo el título de «Historia/Colombia», en Javier Fernández
Sebastián (Director), Diccionario Político y Social del Mundo Iberoamericano, Madrid, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2009, pp. 616-627, texto en el que queda claro que hay
mucha más historia de lo que se ha pensado, que en el último tercio del siglo XVIII se registran
cambios historiográficos importantes, y que existe un desnivel entre el ideario historiográfico
ilustrado y los logros de análisis conseguidos.
7
Los Documentos para la Historia de la Educación en Colombia editados por Guillermo
Hernández de Alba en el último tercio del siglo XX, se encuentran repletos de datos que
pueden servir para iniciar la investigación del problema de las clasificaciones y designaciones de
saberes como la Historia en la llamada sociedad colonial. Cf. en particular Tomo IV, 1767-1776
[1980], Tomo V, 1777-1800 [1983], Tomo VI, 1800-1806, Tomo VII, 1804-1809. Bogotá, Academia
Colombiana de Historia/patronato Colombiano de Artes y Ciencias –fechas de publicación
indicadas en paréntesis cuadrado en esta nota.
8
Cf. «Satisfacción a un juicio poco exacto sobre la literatura y buen gusto, antiguo y actual,
de los naturales de la ciudad de Santafé de Bogotá», PP. 59, 30-03-1792 y números siguientes.
9
Cf. PP. No 248, 17-06-1796 y siguientes.
10
PP. No 48, 13-01-1792. Se puede citar también el breve texto «Idea del Nuevo Reino de
Granada», de contenido similar, en PP. No 256, 12-08-1796.
11
Cf. por ejemplo R. Silva, Prensa y Revolución. Contribución a un análisis de la formación de
la ideología de Independencia nacional [1988], Medellín, La Carreta, 2010, capítulo IV. En 1989
con motivo del Bicentenario de la Revolución francesa se realizaron balances importantes sobre
el problema de la relación entre 1789 y las revoluciones hispánicas, y se avanzó mucho más allá
de la idea de influencias y precursores –cf. L’Amérique latine face à la Révolution francaise. T. I:
«L’époque révolutionnaire: adhésions et rejets», en Caravelle, No 54, junio 1990; T. II: «L’Heritage
révolutionnaire: une modernité de ruptura», en Cahiers des Amériques Latines, No 10, abril de
1990, una tendencia de análisis que en alguna medida siguió enriqueciéndose con motivo del
Bicentenario de las revoluciones de Independencia nacional en América hispana.
12
Cf. «Reflexiones de un historiador», PP. No 199, 3-07-1795.
Robespierre
Marat
Voltarie
Heródoto Tucídides
Si alguna persona de esta ciudad o de otra ciudad del Reino, tuviere algún
ejemplar de la obra intitulada Elegías de varones ilustres de la América (su
autor Juan de Castellanos, Beneficiado de la ciudad de Tunja) podrá ocurrir
al agente fiscal D. D. Jph. Antonio Ricaurte, quien ofrece pagarla al supremo
precio. E igualmente otra del mismo autor con el título: Conquista del Perú y
del Nuevo Reino. La primera está impresa, y la segunda en manuscrito. A más
de la buena paga, y agradecimiento en que se le estará al que diere noticias
de ella, es una acción bastante patriótica contribuir a la edición de las dos
obras que no solo son útiles a la literatura, sino que hacen mucho honor a los
naturales de este Reino, las cuales se quedarían sepultadas en el olvido, sino
se ofreciesen oportunamente a este celoso patriota que se interesa en
publicarlas16.
20
La pareja centro-periferia parece inadecuada para pensar las relaciones políticas entre la
cabeza de la monarquía y sus posesiones ultramarinas, cuando se trata de estructuras políticas
inscritas en el marco de lo que Elliott llama las «monarquías compuestas». Cf. John Elliott, «Una
Europa de monarquías compuestas», en J. Elliott, España, Europa y el mundo de Ultramar (1500-
1800) [2009], Madrid, Taurus, 2010, pp. 29-54. De hecho la idea centro / periferia no existe a lo
largo de la vida de las sociedades hispanoamericanas y si alcanza alguna expresión es solamente
en los años finales del siglo XVIII y de manera restringida, en círculos intelectuales contestatarios,
con alguna experiencia de vida en Europa, quienes son, principalmente, los responsables de la
introducen del término «colonia». La idea de «colonia» es sobre todo la aplicación de una
conceptualización posterior a un mundo que no da señales de haberla conocido. Como decía
Montesquieu, historiador ilustrado por excelencia, en el Esprit des Lois: «Trasladar a los siglos
pasados todas las ideas del siglo en que se vive es, entre todas las fuentes de error, la más
fecunda». Citado en Louis Althusser, Montesquieu, la política y la historia [1959], Barcelona,
Ariel, 1974, p. 11.
21
Sobre el carácter extremo de minoría social de los círculos ilustrados en el virreinato de
Nueva Granada Cf. R. Silva, Prensa y revolución a finales del siglo XVIII, op.cit., capítulo I.
22
PP. No 28, 19-08-1791. La dificultad que hoy encontramos para comprender este rechazo
de la idea de igualdad, es explicable, ya que, como «modernos» que somos, la novedad radical
de la democracia, en sus años de fundación, se nos escapa. La aclaración de esta novedad
debería conducirnos a apreciar mucho más la democracia, y a tratar de entender las raíces
actuales de muchos de sus problemas, que no se afirman simplemente en los privilegios
económicos, sino que tienen que ver con el asombro y el terror que produce la idea de igualdad.
23
El Nuevo Reino de Granada (siglos XVI al XVIII) y el Virreinato de Nueva Granada
(segunda mitad del siglo XVIII) continúan siendo en su mayor parte desconocidos para los
historiadores de América hispana, que prefieren pasar sin mucho ruido por esta sociedad, cuyas
claves parecen escapárseles, y cuya localización en el conjunto de las posesiones ultramarinas
del imperio español plantea problemas de análisis a los esquemas habituales, lo que hace que la
idea dominante de América hispana se reduzca en gran parte a la visión que tienen los
historiadores sobre México, el Perú y en parte sobre el Reino de Quito.
24
Los trabajos sobre la «vida y obra», como se dice, de MSR, no son abundantes. Sobre su
formación intelectual no sabemos casi nada, más allá de los datos que siempre se repiten sobre su
época cubana, datos que dejan la impresión de que tenía una cultura amplia por relación con
los jóvenes ilustrados a los que atendía e instruía en la Biblioteca de Santafé, y quienes eran
además sus compañeros de tertulia. Sobre su vida en Santafé los datos siguen siendo también los
que han aportado sus biógrafos tradicionales, que lo caracterizan como el «precursor» del
periodismo colombiano. Los datos biográficos –en general correctos– que aparecen en Iván
Vicente Padilla Chasing –y colaboradores–, Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro
Rodríguez de la Victoria, Bogotá, Universidad Nacional, 2012, son útiles, pero no arrojan ninguna
novedad al respecto y los autores parecen haberse limitado a la repetición de lo conocido. Para
una perspectiva renovadora sobre las posibilidades de ligar vida y obra de un autor, más allá de la
«ilusión biográfica» y del intento de explicar la «obra por la vida», discutiendo estos problemas
a partir de la forma misma de construcción de la biografía en el caso de los filósofos cf. Dinah
Ribart, Raconter Vivre Penser. Histoires des philosophes, 1650-1766, Paris, EHESS, 2003.
II
Pero para no dejarnos dominar por la amplitud de todos esos problemas que
acabamos de mencionar y dejar desamparados los textos que queremos
interrogar de manera directa, perdiéndonos en la vorágine de una bibliografía
infinita que se cita pero a la que no se interroga, tomemos el camino más
convencional y sencillo, pero que puede ser más productivo, de comenzar por
identificar los enunciados básicos del problema sobre el que nos queremos
interrogar, es decir comencemos por saber con exactitud lo qué dijo el PP sobre
el análisis histórico, manteniendo siempre la regla de que ninguna de esas
afirmaciones revelan su significado preciso mientras que no las conectamos
con el contexto de su formulación, con la polémica en la que parecen
inscribirse25.
Una observación más debemos hacer para encarar estas Reflexiones que
sobre el análisis histórico nos propone el editor del PP. Como ocurre con la
mayor parte de sus textos en el PP, MSR se quejó siempre del problema del
espacio, y de muchos de sus escritos breves dijo que los suspendía porque ellos
merecían una «obra aparte». En este caso particular hay que recordar que el
editor del PP había comenzado desde semanas atrás lo que llamó «Retrato
histórico de Luis XVI bajo el trono», que se suponía una historia completa de
la monarquía francesa en los últimos tres siglos. Por el camino MSR advirtió,
como otras veces, que el texto se extendía cada vez más y que «la naturaleza
de este escrito [el PP]… no permite… la extensión y prolijidad propias de
una historia», agregando que había debido limitarse a «una disertación
apologética de la conducta de Luis XVI, pues eso es en sustancia su retrato
histórico»26.
Semanas más tarde, habiendo comenzado ya la «Conclusión» del «Retrato
histórico», MSR volvió sobre el problema y señaló que el asunto «era digno de
una obra separada», pero que «la calidad de las presentes circunstancias» –es
decir la situación francesa y su influjo sobre Europa– lo había hecho preferir
«el pensamiento de compendiar en folios semanales un argumento que exigía
mucha más atención y el método propio de una historia seguida»; aunque
también esta estrategia había fallado, pues a pesar de lo que llamaba «su
laconismo» el texto seguía extendiéndose («ha llenado más números de los
que pensábamos»), y era necesario darle fin al Retrato histórico de Luis XVI27,
Para una síntesis de este enfoque, de vieja tradición entre los historiadores, cf. Enrique
25
Bocardo Crespo (editor), El Giro contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner, y seis comentarios,
Madrid, Tecnos, 2007.
26
PP. No 150, 11-07-1794.
27
PP. No 160, 3-10-1794.
lo que lo dejaba sin opciones respecto de lo que era el proyecto mayor con el
que quería cerrar esta presentación del monarca francés, pues desde el inicio
había concebido el proyecto «de que la última parte fuese una combinación
de varias reflexiones políticas, extraídas de todos los imperios que han florecido
hasta nuestra época…», de tal modo que ese cierre resultase una oportunidad
«amena e instructiva», para que el lector comparara diversas situaciones
imperiales en el plano histórico mundial28.
Pero las reflexiones históricas sobre la existencia universal de los imperios
quedaron en el tintero, y es en cambio de esa promesa incumplida que parecen
haber venido las Reflexiones de un historiador, en donde finalmente trocó su
propósito de un gran cuadro histórico de los imperios, que sirviera como
ilustración de las bondades del último rey de los franceses, por un corto texto
sobre las dificultades con que se había tropezado tratando de escribir sobre la
Francia revolucionaria y sobre sus últimos monarcas antes de 1789.
Comencemos entonces señalando ante todo que un elemento distintivo
en el razonamiento de MSR en estas Reflexiones de un historiador, tiene que ver
con la idea, mil veces repetida por el editor del PP, sobre el origen de las
dificultades del análisis histórico, las que remiten siempre, de manera directa, al
carácter singular del propio acontecimiento que quiere estudiar: la Revolución
francesa, siendo ésa la vía por la que encuentra las especificidades de lo que
designa en ocasiones como «el método histórico», tal como lo han usado y
sistematizado los historiadores de su época, según el conocimiento parcial que
del problema tenía MSR. Ese encadenamiento de sus análisis generales, al
estudio singular de un problema bien determinado, en donde concreta y
circunscribe su perspectiva, uniendo los extremos de la cadena del pensamiento
–un enfoque hoy mismo tan extraviado en las ciencias sociales, pero tan
necesario–, debe impedir que nuestros interrogantes se vuelvan abstractos –o
exageradamente localizados– y que nos conduzcan a una sin salida, al alejarnos
bien sea del «caso particular» que consideramos, bien sea de las observaciones
generales sobre la manera de proceder en el análisis histórico, tal como las
presenta y propone MSR29.
Siendo un tanto reiterativos en la descripción de nuestros propósitos,
señalemos que cuando MSR presenta a sus lectores los «escandalosos sucesos
revolucionarios de la Francia», sucesos a los que ha perseguido sin descanso a
lo largo de los últimos años, convencido de que se trata de episodios de
PP. Ibídem. El verbo que utiliza MSR por comparar es en esta oportunidad cotejar.
28
noción que tiene diferencias mayores con su matriz original en la primera generación de
investigadores de la Escuela de Chicago, a principios del siglo XX– cf. Jean-Claude Passeron et
Jacques Revel (directores), Penser par cas –Enquête 4–, Paris, EHESS, 2005.
Señalemos además que eso que puede aparecer para nosotros hoy como
desajustes lógicos de un argumento, o directamente como contradicciones
evidentes de un pensamiento que aspire a la coherencia, no parecen haber
constituido para el editor del PP una dificultad, aunque bien pueden constituir
un indicio de las tensiones presentes en una forma de concebir la relación
entre los órdenes naturales y sociales, relación que parece estarse modificando
en la segunda mitad del siglo XVIII (aunque es claro que a procesos tan complejos
resulta difícil ponerles cronologías de extrema exactitud).
Es esto exactamente lo que ocurre en los textos de reflexión histórica del
PP en lo que tiene que ver con las relaciones entre historia sacra –en el sentido
de una historia que asume el relato bíblico de manera directa e integral como
un relato verdadero–, e historia profana, esa otra forma de relato fáctico que
busca en fuentes humanas, que pueden ser objeto de crítica y de contrastación,
una línea de sucesos ocurridos que puede ser contada, y en tiempos modernos
explicada –sin que discutamos aquí cuál tipo de actores o de condiciones se
indiquen como determinantes–.
En el caso del PP –pero no solo en el caso de los textos de MSR– la
conjunción contradictoria entre esas dos formas de historia se encuentra
presente de manera repetida, tanto en la narración de los hechos de la
Revolución francesa, como en los de la creación del mundo, cuando ésta fue
mencionada. El ejemplo más notable, pero no único, que podemos aportar, es
el de Nicolás Moya Valenzuela, un clérigo adverso a la revolución, que escribió
dos larguísimos textos en el PP en contra de los «desgraciados sucesos de
Francia». Moya Valenzuela escribirá que el «pecado de París ha sido mayor
que el de Sodoma», y dirá que sobre esa ciudad «la maldición eterna ha caído»32,
afirmando más adelante, luego de precisar sus argumentos contra la revolución,
que se trata de un terreno en el que «la historia profana debe concurrir a los
triunfos de la verdad evangélica»33.
Por lo demás, la representación profana del devenir histórico, es decir aquella
que trata de evitar el recurso a explicaciones divinas o místicas, tanto en el
plano de las causas de un suceso, como en la acción que se achaca a los
personajes, y en la concepción del propio tiempo histórico, es una idea del
acontecer humano que desde el nacimiento de la «historia-relato» en Grecia,
32
PP. No 187, 10-04-1795.
33
PP. No 188, 17-04-1795. En la crítica de Montesquieu en el PP se acudirá de nuevo a la
Historia bíblica cuando se trata de discutir sobre las formas de gobierno: «Aunque en la Sagrada
Biblia no hubiese tantos lugares terminantes a favor de esta verdad [la de que la monarquía es
el gobierno natural de las sociedades] ¿cómo podríamos eludir este incontestable argumento
que se deduce de las mismas palabras con que los ancianos del pueblo le hablaron a Samuel…?».
PP. No 168, 28-11-1794.
34
Cf. en el propio PP las formas de relación entre historia sagrada e historia profana en el
texto del clérigo Nicolás Moya Valenzuela, en que aborda los sucesos recientes del mundo –el
quiebre de las monarquías y el ascenso del republicanismo, formas de lucha entre el bien y el
mal– en clave de historia bíblica. Cf.
que el editor del PP le otorgaba al relato histórico, el que inscribía por completo
en la idea de memoria y teatro, de «reflexión para las generaciones futuras», o,
para decirlo bajo la forma clásica, aquí aun no enunciada de manera completa:
la idea de que la historia era mater y magistra, punto sobre el que también
volveremos36.
Los tópicos sobre la Antigüedad, tan corrientes en la cultura de las
sociedades hispanoamericanas, y vueltos a potenciar por los Ilustrados de fines
del siglo XVIII que encontraron en ese viejo mundo soñado y recuperado por
el Renacimiento, una fuente de inspiración para pensar su presente, servirán
a MSR para presentar de manera repetida el carácter mayor de esa dificultad
que ahora deben enfrentar los que quieran responder al desafío lanzado por la
esfinge. Dirá entonces MSR que la tarea por emprender es «cien mil veces
más intrincada que la de Teseo, en su famosa salida del laberinto de Creta»,
porque frente a ese curso repentino de sucesos asombrosos e inesperados,
manifestados de forma simultánea, «cómo clasificar por su orden respectivo
los acontecimientos importantes», distinguiéndolos de los que no lo son, y
cómo presentarlos al lector en toda su riqueza, es decir, cada suceso adornado
«de todos aquellos incidentes que son como episodios de las principales escenas»
que conforman ese evento mayor que se quiere comprender, un evento «cuya
noticia es esencialísima al objeto prioritario de la historia» –objeto aquí visto,
por el momento, como la exposición de los errores y de las virtudes de los
hombres en sociedad, para extraer de esa narración un juicio sobre lo sucedido
y una orientación para el comportamiento en el presente y en el futuro. ¡La
historia educa!37
III
36
PP, No 199, 3-07-1795.
37
PP. 199, 3-07-1795.
38
En PP No 199, 3-07-1795: «Reflexiones de un historiador». Las Reflexiones… continuaron
en los números 200, 10-07-1795: «Fin de las reflexiones», y 201, 17-07-1795: «Se finalizan las
reflexiones sobre la historia de Francia». El texto completo fue escrito por MSR y no corresponde
a copia de ninguna obra en particular, hasta donde se puede establecer. La novedad parece ser la
de que no encontremos reflexiones públicas comunes con puntos de vista similares en cuanto al
.
La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 93
RENÁN SILVA
análisis histórico, como ya hemos advertido, entre los otros ilustrados del virreinato de Nueva
Granada, que eran escritores y compañía permanente del bibliotecario de Santafé. Pero no
descartamos que el autor esté recreando un saber más extendido y convencional de lo que sabemos
y que nos encontremos frente a un punto de vista más compartido, de lo que se podría pensar.
De todas maneras, el editor del PP haría en adelante referencia en varias oportunidades a las
ideas contenidas en su texto, del que se sentía orgulloso y que varias veces utilizó como parámetro
para juzgar algunas de las reflexiones históricas que publicó en el PP
39
En Le Nouveau Monde / Mondes Nouveaux. L’éxpérience américaine, Paris, EHESS/Éditions
Recherche sur les Civilisations [1992], 1996, publicado bajo la dirección de Serge Gruzinski y
Natan Wachtel, un grupo amplio de especialistas de diferentes partes del mundo ha ofrecido
una de las más sólidas visiones de la «experiencia americana» de los siglos XVI y XVII, prestando
atención tanto a sus especificidades americanas, como a su inscripción en un mundo mayor,
que era el de las monarquías europeas. François-Xavier Guerra, en su obra pionera, Modernidad
e independencias: las revoluciones hispánicas del siglo XIX, Madrid, Maphre, 1992 –cf. también
«Revolución francesa y revoluciones hispánicas: una relación compleja», en F. X. Guerra,
Figuras de la modernidad. Hispanoamérica Siglos XIX-XX, Bogotá, Taurus/UEC, 2012, pp. 291-327,
presentó hace ya casi un cuarto de siglo una primera visión radicalmente renovadora de las
relaciones entre Ilustración y revolución en el mundo hispánico, una visión que sigue manteniendo
gran actualidad, a pesar de que se trata del bosquejo inicial de un planteamiento que hay que
completar, profundizar, recrear y criticar a fondo, que es la única manera de superar la perspectiva
propuesta por Guerra, perspectiva que por el camino ha sido simplificada, y en gran parte
convertida en pequeño dogma.
40
PP. No 187, 10-04-1795.
41
Cf. entre varios ejemplos PP. No 52, 10-02-1792, en donde al comenzar el segundo año
de tareas repite que tiene «un plan científico de toda clase de materias», que espera hacer el
centro de la publicación, sin abandonar lo agradable y lo noticioso.
No se debe perder de vista, pues sirve entre otras cosas para comprender la
forma como se fue dando el paso a un tipo nuevo de información, caracterizado
por la noticia, como síntesis de la actualidad, que desde el propio «Preliminar»
del PP42, MSR advirtió a sus lectores sobre su proyecto de trabajo, el que al
parecer había discutido con el Virrey José de Ezpeleta, y que en varias
oportunidades reiteró cuál era su norte en el plano de la información. En ese
plan original la idea de información actualizada existía, pero no bajo la forma
estricta de noticia y menos aún de noticia política. Aunque no se trataba de una
publicación orientada de manera decidida hacia la ciencia y sus aplicaciones,
como fue años después el caso del Semanario del Nuevo Reino de Granada –en
rigor una revista científica en el mejor espíritu del siglo XVIII europeo y una
publicación pionera en ese campo en América hispana–, no se trataba tampoco
de un «semanario de variedades» atrapado en las redes de las sociabilidades
mundanas. «Instruir y enseñar» fue una consigna que sirvió para orientar en
un camino que no significaba una ruptura brusca con la tradición, pero que
permitía introducir una idea nueva de la comunicación periódica, aunque el
hecho de haber llegado a ser un enorme difusor de noticias políticas centradas
en la actualidad –la Revolución francesa–, fue en gran medida una condición
impuesta por los acontecimientos, y no precisamente el producto de un diseño
previo43.
Lo que parece haber ocurrido es que el acontecimiento revolucionario
francés terminó por imponerse a la percepción del mundo letrado de finales
del siglo XVIII como la forma misma de la actualidad, como un hecho llamado a
modificar la historia universal, si las fuerzas de la monarquía y la tradición no
derrotaban tan «grave suceso» (así lo veía don MSR y quizás muchos de sus
contemporáneos y pares ilustrados en el virreinato de Nueva Granada,
coincidiendo con las autoridades reales en este punto), una caracterización
que no estaba lejos de la realidad, si reparamos en la forma como los dos siglos
posteriores a la Revolución francesa han comprobado la importancia histórico
universal del suceso; y aunque MSR tendía a ver con muy malos ojos los
eventos revolucionarios, esa actitud de sólido rechazo y antipatía no le impedía
conceder que se trataba de un proceso histórico mayor, de amplio significado
para la sociedad, razón por la cual encontraba en los eventos revolucionarios
42
Cf. PP. No 1. 9-02-1791.
43
A pesar de la presencia de MSR en realizaciones periodísticas posteriores al PP en el
virreinato de Nueva Granada y en el momento mismo de la Independencia nacional, no parece
haber ninguna continuidad entre su «estilo periodístico» y el tratamiento político moderno de
la actualidad que parece iniciarse con Antonio Nariño y La Bagatela. Sobre este punto y puntos
similares cf. Luis Martínez Delgado / Sergio Elías Ortiz, El periodismo en la Nueva Granada,
1810-1811, Bogotá, Editorial Kelly, 1960.
44
El título preciso era: «Oración pronunciada por el Presbítero N. En 8 de febrero de 1795 al
pueblo del Nuevo Reino de Granada, sobre la obligación de esforzar sus oraciones con fervor y
constancia, y contribuir con todos los auxilios del patriotismo a la felicidad de la nación en la
empresa contra el pueblo francés. Se proponen por eficaces impulsos el celo de la religión, el mérito
y gloria de la monarquía española, y el mérito de sus soberanos». Cf. PP, No 185, 27-03-1795.
45
PP. No 200, 10-07-1795. El tratamiento de los sucesos revolucionarios en términos de
historia bíblica –catástrofe y apocalipsis– no es muy difícil de comprender, si se recuerdan las
representaciones existentes sobre el carácter natural de las monarquías. La dificultad de su
tratamiento en términos de condiciones y contextos sociales, tal como lo harán los primeros
críticos conservadores y liberales de la revolución en Francia y en Inglaterra, es explicable, si se
recuerda la cultura dominante. Haber llegado al punto de visto político y social sobre la
revolución, más allá de la opinión y simpatías de los autores, una conquista que está en la raíz
misma de las ciencias sociales modernas, constituyó un acontecimiento favorable, del que
Marx y los socialistas del siglo XIX serán los primeros en aprovecharse, aunque con cierta dosis,
cada vez más visible, de unilateralidad.
Revolución francesa –una labor que él, a su manera y con sus propios recursos
noticiosos, bibliográficos y analíticos había iniciado a través del pequeño
semanario que con apoyo del virrey sostenía en Santafé– era una tarea de
marca mayor, pues ponía en escena las principales preguntas sobre las que un
historiador se podría interrogar, y planteaba retos de análisis antes desconocidos,
por el carácter mismo de «exceso» y de fenómeno «anti/natural» que
caracterizaba a la revolución, a la que observaba como una puesta al revés de
todo el orden social y político anterior, un orden que para él debería regir de
manera eterna el mundo47.
El editor del PP comienza sus reflexiones precisamente por ese punto y
dirá entonces que el «hombre que emprendiere la historia político filosófica
de Francia correspondiente a los últimos años del siglo XVIII…»48 –es decir al
fin de la monarquía, a su caída, a las ejecuciones reales y a la instauración del
poder revolucionario–, tendría que enfrentarse «a la más difícil de todas las
edades y épocas del mundo»49.
46
El propio Marx, para quien la Revolución francesa fue un desafío durante gran parte de
su juventud –y un desafío que parece haberlo derrotado– la consideró un enigma. Cf. François
Furet, Marx y la Revolución Francesa [1986], México, FCE, 1992, con un interesante comentario
sobre el enigma francés ante los ojos de Marx y la reunión de todos sus textos al respecto.
47
La revolución es, en gran medida, y ello a pesar de tener «causas», un episodio de locura:
el pueblo francés delira, y en varias oportunidades el PP lo indica y hace bromas acerca de que
la revolución quiere eliminar el encerramiento (los asilos), y se burla del llamado «gobierno de
la razón», e indica que revolución prueba, a través de su comportamiento, que los «sans culotes»
«deliran en un día más que cuantos locos ha habido desde el principio del mundo hasta la
fecha», y dirigiéndose a su auditorio local –al público lector– inventa una discusión de tertulia
sobre la necesidad del asilo para los insanos, diciendo que: «Si en todas las repúblicas bien
ordenadas hay cárcel de locos, en la [república] revolucionaria… debe haberla para los prudentes
y juiciosos… que son los verdaderos contrarios de su política». Cf. PP No 150, 11-07-1794. Muy
agudamente Marx había visto, en sus análisis de la revolución de 1848, la relación estrecha
entre revolución y delirio («La nación entera [Francia] se parece a aquel loco encerrado en [el
asilo de] Bedlam…», en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Sobre la forma como la
revolución agudizó la locura en la sociedad francesa en el siglo XIX cf. Laure Murat, L’homme qui
se prenait pour Napoleon. Pour une histoire politique de la folie, Paris, Gallimard, 2011.
48
Papel Periódico de Santafé de Bogotá… [PP], No 199, 03-07-1795: «Reflexiones de un
historiador». –El lector deberá tener en cuenta que todas las frases encomilladas que enseguida
se encontrarán, remiten a éste número del PP, mientras no se advierta lo contrario–. Hemos
además redactado estas páginas en una forma que no introduce en ese punto ambigüedades ni
confusiones.
49
Aunque nuestro problema de análisis no es la Revolución francesa, una cierta dosis de
informaciones sobre sus principales acontecimientos no deja de ser un buen recurso para la
lectura de este capítulo. Una ayuda cómoda puede ser el Diccionario de la Revolución francesa,
publicado bajo la dirección de François Furet y Mona Ozouf, Madrid, Alianza editorial, 1989.
Pero desde luego que un diccionario es también una interpretación y la de Ozouf/Furet y
colaboradores ha sido muy debatida. Puede ser pues equilibrada con la Introducción a la Revolución
francesa, de Michel Vovelle –Barcelona, Crítica, 1981–, con el Vocabulario básico de la Revolución
francesa, de Michel Peronnet –Barcelona, Crítica, 1985– y con los Ecos de la Marsellesa, de Eric
Habsbawm –Barcelona, Crítica, 1992–, que es la versión marxista convencional, pero en este
caso una versión aguda e informada.
50
Una aproximación de síntesis, no especializada, pero sólida, a la historiografía de los
ilustrados, que en parte es la de la historia político filosófica (en gran medida sintetizada por
Voltaire) se encuentra en el útil libro de John Burrow, Historia de las historias. De Heródoto al
siglo XX [2007], Barcelona, Crítica, 2009, especialmente Quinta Parte, capítulos 19 a 24.
51
PP No 130, 21-02-1794: En Francia revolucionaria «El pueblo anda dividido en varios
partidos y asambleas… Ya no hay ni nobleza ni plebe que constituyan la armonía política, cada
uno defiende los derechos del ciudadano, que no goza ni tiene a dónde ir a reclamar».
del suceso–. MSR dirá que el libertinaje «hizo pedazos todas las partes que
constituían el recíproco enlace de aquella máquina preciosa» que era la
monarquía, el gran principio regulador y organizador de la vida social, con lo
que el editor del PP ponía de presente no sólo su admiración y su afecto por
ese particular sistema de gobierno –lo que no tiene nada de sorprendente en
el marco de esa sociedad–, sino ante todo su concepción organicista del vínculo
social, concretada en Reflexiones… y en otras partes del PP, en la idea muy
conocida, pero vuelta a potenciar por el imaginario de la monarquía, del cuerpo
político representado por semejanza con el cuerpo humano, con una cabeza –
como centro regulador– y miembros y órganos particulares, cada uno
comprometido de manera natural con una función propia y necesaria, y
subordinados a la cabeza, que dirige y ordena, una imagen que se encuentra
de manera frecuente en las reflexiones sobre la sociedad de MSR52.
Planteada la imagen del barco que se estrella, accidente en el que todos
ruedan y saltan, mientras algunos desaparecen, y toda la situación anterior de
posiciones es trastocada de forma inesperada, MSR reitera su pregunta insistente
acerca de la dificultad de describir ese acontecimiento, pero agrega un matiz
nuevo que no puede dejar de mencionarse, indicando que es tarea del
historiador no solo realizar esa descripción, sino también dar cuenta de «la
serie histórica de este embrión de calamidades», pues si bien el barco chocó y
el orden social se alteró, el accidente se produjo por causas que eventualmente
podrían determinarse, a pesar de la dificultad de la tarea, pues el libertinaje, ya
antes mencionado, encontró condiciones que lo favorecieron, y que
pertenecen al orden de causas que una «historia político filosófica» debe ayudar
a comprender53.
+52
La imagen aparece de manera repetida en sus Reflexiones, pero no sin problema. Como
en su idea de la sociedad parecen estar presentes dos visiones contrapuestas del vínculo social,
una que lo inscribe en un universo de «mónadas» separadas unas de otras –en sentido estricto
una concepción individualista en formación. Cf. PP No 16, 27-05-1791 y otra que somete el
vínculo social a un tejido orgánico que lo hace depender de órdenes sociales jerárquicos
superpuestos, que tienen su punto de síntesis en el poder del soberano, las perspectivas de
análisis son contradictorias y compiten entre sí. Cf. por ejemplo la manera cómo se expresan y
rivalizan en su discusión sobre algunas de las obras del Padre Teodoro Almeida –un ilustrado
portugués muy famoso en su época y leído en Hispanoamérica–, con respecto al individuo, el
egoísmo y las obligaciones de comunidad, en PP No. 204, 7-7-1795 y PP No 247, 10-06-1796.
53
El libertinaje, en la idea de MSR, es una matriz integradora de una cadena de males
terribles que afectan a la sociedad, entre los que menciona el «civicismo» (una combinación de
espíritu laico y secular), el protestantismo, la masonería, el espíritu de rebelión y la desconfianza
sobre las formas tradicionales de autoridad, en todas las esferas de la vida social. Cf. por ejemplo
el ya citado «Retrato histórico de Luis XVI», PP No148, 27-06-1794, en uno de cuyos «capítulos»
MSR habla de los avances del «civicismo» en todas las capas de la sociedad, lo mismo que de la
difusión del calvinismo, «aquel terrible monstruo», que había sido derrotado por Luis el Grande,
pero que seguía vivo, encubierto al amparo del libertinaje. Igualmente dirá –PP No 151, 18-
07-1794–, que la sociedad está llena de «fragmasones» [sic], «esa maldita secta de fanáticos
IV
57
La idea de aceleración del tiempo histórico es un tema típico del advenimiento de la
nueva sociedad moderna industrial y se encuentra tanto en el repertorio de los historiadores
como en el de los sociólogos, siendo un tema que se brinda a la especulación, a veces sin mucho
fundamento. Cf., entre muchas otras posibilidades, Reinhart Koselleck, Aceleración prognosis y
secularización [2000], Valencia, Pre-Textos, 2003, que tiene el mérito de precisar el tema, en el
marco general del pensamiento del autor, aunque a veces este texto deja la impresión de que el
tiempo es una «sustancia» que comanda la existencia social, a manera de una instancia superior
metafísica, y no que sea una forma de ordenación social, construida en el marco de las relaciones
sociales que le dan su lugar, su significado y su valoración, en sociedades específicas.
58
No hay otro remedio que citar al texto fundador de esta polémica en la historiografía de
hoy. Cf. Reinhart Koselleck, historia/Historia [1975], Madrid, Editorial Trotta, 2004, un texto
que tiene el mérito de la síntesis, pero la dificultad de una presentación bajo la forma de tesis, lo
que no siempre deja ver su relación con la historia real de las sociedades del área cultural sobre
la que se interroga Koselleck.
Hay que indicar, para evitar confusiones, que lo que se propone MSR es
un examen somero del asunto. Por eso dirá, de forma insistente, que en el examen
de los temas históricos en un papel periódico se presenta una dificultad casi
absoluta para examinar problemas que exigirían un tratamiento extenso y
detallado, por lo que deberá limitarse a una exposición compendiada y de ninguna
manera intentará la composición de un tratado, como lo exigiría ésta y otras
materias. En el caso del análisis de la situación de la Francia revolucionaria se
tratará, entonces, de fijar la atención sobre «aquellos [inconvenientes] que
parecen más dignos de atención», obstáculos que no parecen en principio de
gran entidad, «pero que bien examinados son de considerable magnitud respecto
de la materia». Se trata pues de limitarse a lo «esencial», de asumir el riesgo de
una forma compendiada, ante la imposibilidad de formar un tratado extenso
sobre la materia59.
MSR afirma que a pesar de su fuerza devastadora y a pesar de que los
desastres que va produciendo a su paso no parezcan tener fin, la revolución,
caracterizada aquí como castigo por «los pecados y desórdenes públicos que
han irritado la ira divina» –una caracterización de la Revolución francesa con
la que el editor de PP parece volver a una de las más tradicionales explicaciones
del suceso–, finalmente se detendrá, aunque los problemas que deben inquietar
a un historiador no por ello desaparecerán60, pues al término de las acciones
revolucionarias de las masas, orientadas por les philosophes, desde el punto de
vista social vendrá la calma, pero desde el punto de vista intelectual comenzará,
en otra parte, de manera desplazada, otra batalla, o varias batallas más, que son
parte de esa guerra; una guerra que, «aunque no sea tan sangrienta y horrorosa,
podrá quizá producir algunos efectos melancólicos en algunos espíritus», una
59
Puede señalarse que las diferencias entre la gran obra –la Summa, con todas sus dificultades
de escritura, de publicación y de comprensión–, el compendio y el breve tratado, han sido en
gran medida creadas por la transmisión del saber en la enseñanza y por el desarrollo de técnicas
del trabajo intelectual que los copistas medievales terminaron de poner al día, al servicio de los
jóvenes universitarios que inundaban las aulas de filosofía y teología, como muchos trabajos lo
han mostrado. Hay que recordar que la filosofía enseñada no fue solamente el lugar de
transmisión de saberes y categorías de análisis, sino también el centro de invención y difusión de
técnicas del trabajo intelectual –nuevas formas de lectura y de consignar lo escuchado–, que
luego han migrado a otros dominios del conocimiento transmitido, incluso a las formas básicas
de la enseñanza, o al periodismo, que ha hecho de esas técnicas una forma nueva de
comunicación «sucinta». Cf. con respecto a algunos de estos problemas la exposición magistral
de Paul Saenger, «La lectura en los últimos siglos de la Edad Media», en Guglielmo Cavallo y
Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental [1997], Madrid, Taurus, pp. 211- 254.
60
El PP anunció –varias veces– como la más grande noticia del siglo la derrota de la
Revolución francesa. Así por ejemplo PP No 170, 12-12-1794: «Al Público: La noticia más
agradable que puede leerse en los fastos del siglo XVIII es la que insertamos en este número…»
y pasa a recrear noticias llegadas de Ultramar, que informan sobre la derrota de la revolución y
la caída de París, aunque tales noticias o bien se plegaban a un episodio circunscrito de un
evento mayor, o bien eran simples proyecciones de deseos de bando monárquico.
61
Para una caracterización general del espacio de combate entre los letrados –entre muchas
otras, respecto de un asunto cada vez mejor conocido–, cf. Hans Bots & Francoise Waquet, La
République des Lettres, Paris, Belin, 1987, que incluye una amplia bibliografía sobre el tema. Una
caracterización local en tono de parodia y de ironía, sobre la República de las Letras se encuentra
en Historia de un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de Aristóteles. Su
autor: José Domingo Duquesne. El año 1791. –Transcripción, notas y presentación de R. Silva–,
Medellín, La Carreta Histórica, 2011, un texto que no tiene parangón en América hispana, ni
por la forma ni por el estilo –aunque la crítica de la escolástica sea moneda corriente desde el
último tercio del siglo XVIII–. La misma idea de una guerra de interpretaciones, pero en el
campo estricto de la filosofía, se encuentra en esa Historia de un congreso filosófico… recién
citada, que trata precisamente de la batalla y la búsqueda de la paz en el campo de la filosofía,
entre «antiguos» y «modernos».
62
Cf. PP. No 200, 10-07-1795: «Fin de las reflexiones». De nuevo: todos los encomillados
que siguen, y cuyo contexto de enunciación y autoría, se establecen en el texto con precisión,
se refieren a este número del PP, mientras no se advierta lo contrario.
de ciertos elementos que parecen estar ahí, desde siempre, no conduce a declarar que los
grandes temas de la historia, como los de la filosofía, son «cuestiones perennis», como ha
repetido tantas veces con ironía Quentin Skinner. El investigador deberá, para cada paso
singular, indicar cuál es la función y el sentido específico del elemento que parece simplemente
repetirse; como dice Michel Foucault, indicar cuál es el teatro en donde el elemento adquiere
ahora un lugar y cuáles son las razones de la reaparición. Cf. al respecto, M. Foucault, Nietzsche,
la genealogía y la historia, Valencia, Pre/textos, 1998, en donde Foucault escribe que hay que
captar la permanencia o el retorno de un elemento, pero «no para trazar la curva lenta de su
evolución, sino para reconocer las diferentes escenas en las que [esos elementos] han representado
distintos papeles; definir incluso el punto de su ausencia, el momento en el que no han sucedido
(Platón en Siracusa no se convirtió en Mahoma…)», p. 12.
una contradicción, como podría serlo a nuestros ojos. La apología es un género histórico relevante,
que se presenta no como falso elogio, sino como búsqueda de la verdad. De manera particular
la temprana renovación historiográfica española –los famosos novatores–, que quieren buscar la
«verdad» sobre la historia española (lo que implica al mismo tiempo investigar el papel de
España en Europa y en el Nuevo Mundo), se inclinaron por ese género, que mantenía relaciones
complejas con la crítica. No hay nada de raro en que la propia discusión de las relaciones entre
apología y descripción constituya el núcleo de la reflexión de Antonio Mestre Sanchis sobre la
Ilustración hispana (y la valenciana, tan importante para el virreinato del Nuevo Reino de
Granada, a través de la obra de Gregorio Mayans –entre otras cosas corresponsal de Voltaire–).
Cf. en general, en el marco de una obra amplísima, Antonio Mestre Sanchis, Apología y crítica
de España en el siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, 2003. Es por eso que MSR puede escribir al
concluir su «Retrato histórico de Luis XVI en el trono», sin producir desajustes o contradicciones
en su argumentación, en un texto que es una defensa total y a veces pugnaz del soberano de los
franceses, que: «Consideramos que ninguno habrá dejado de conocer la imparcialidad con
que hemos procedido», Cf. PP No 160, 3-10-1794.
P
CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD
68
Aunque se ha hecho con frecuencia en las tres últimas décadas historiográficas, no
parece haber ninguna razón de ciencia para establecer, desde el punto de vista del método
histórico, diferencias entre los usos de la crítica –conceptual y documental– cuando el objeto se
centra en las clases llamadas populares o en los sectores de élite, y mucho menos hablar de
epistemologías del Norte desarrollado, de un lado, y de otro lado de epistemologías del «Sur»,
críticas y revolucionarias, una moda impuesta por el Postmodernismo y que aparece a veces
presente con algún énfasis en varias partes de obras eruditas como la de Jorge Cañizares, Cómo
estudiar la historia del Nuevo Mundo, op. cit., pero aun con acentos más recargados y con
valoraciones muy poco controladas en los trabajos de Boaventura de Souza Santos. Cf.
Epistemologías do Sul, Sao Paulo, Cortez Editora, 2010.
69
Una visión sintética, pero no reductora, en John Burrow, Historia de las historias, op, cit.,
pp. 393-401. Para una visión de época que fue lectura de primer orden de los Ilustrados
neogranadinos cf. Benito Jerónimo Feijóo, Reflexiones sobre la historia (Del Teatro crítico universal).
–Edición, introducción y notas de Francisco Fuster), México, FCE, 2014.
Espejo y pintura son pues dos de las imágenes más frecuentes para definir
en esta perspectiva el saber de la historia –sin que tengamos por qué discutir
ahora sobre la ingenuidad de los dos recursos y su equívoco sobre el «realismo»
de la imagen, incluso en el caso del espejo, cuando se la toma como reflejo
preciso de una situación, desprovisto de toda carga imaginaria, un hecho
imposible tal como lo pensamos hoy en día, después de Freud–.
Pero MSR agrega un elemento más a su idea de saber histórico, un elemento
que sigue siendo de primera importancia hoy y que por épocas el saber histórico
parece olvidar, ya que según el editor del PP no sólo los cuadros históricos
deben ser «copiados puntualmente por el original cierto y naturalísimo de los
propios hechos…», sino que tales hechos deben ser mirados «bajo aquel mismo
punto de vista en que los presentó la verdad al tiempo en que sucedieron»70, lo que
quiere decir que el código de realismo ingenuo, que no deja de entrañar la
aspiración positiva a un conocimiento verdadero –una aspiración intelectual
que no habría que menospreciar–, se combina con otro principio del más alto
valor intelectual: la idea de captar un hecho, pero sobre todo su significación,
en su marco temporal específico. Como dice MSR, mirar los hechos bajo el
punto de vista del tiempo en que sucedieron, si de verdad se desea captar su
significado –una perspectiva historiográfica que hemos visto criticada y en
parte abandonada en el último tercio del siglo XX–71.
La imparcialidad, que es como MSR designa aproximadamente lo que se
llamará mucho más tarde «objetividad», es lo que da el valor intrínseco al
relato histórico. A la imparcialidad se oponen la pasión, el interés y el disimulo,
que son atributos que hacen a la narración histórica «ridícula y despreciable».
La imparcialidad, igualmente, no es separable de la fidelidad de las descripciones
históricas –que son el punto que concreta el carácter imparcial de la narración
histórica–. La fidelidad tiene un camino que es el de la sencillez de las
descripciones, es decir su capacidad de huir de las formas retóricas que pueden,
en la escritura, alterar el suceso. La descripción no debe pues «alterar el orden
de las cosas, ni disminuir los caracteres legítimos de los personajes…». Como
lo dice MSR, repitiendo una observación que ya había suscrito, «esta parte de
la filosofía interesantísima… al bien de la humanidad, que es la historia»,
debe ser por lo tanto «fiel y sencilla en sus descripciones», con lo que vuelve a
El resaltado es nuestro.
70
La palabra y la idea se encuentran repetidas varias veces en los textos de MSR en el PP, bien
71
fuera presentando análisis históricos, bien fuera «construyendo» noticias sobre la situación
europea, aunque es también una noción que aplica a la historia del conocimiento. Cf por
ejemplo PP No 177, 30-05-1795, en donde hablando sobre un problema de salud pública escribe:
«Sería un declarado anacronismo y notable mentira creer que Plinio hablaba [en su comentario]
respecto de las Américas».
Según la versión de MSR, Tito Livio había dejado una herencia clara
para los historiadores, una herencia que suponía no echarse atrás en el
conocimiento de los sucesos por temor a «desagradar a los poderosos», y
recomendaba no «hacerles la corte», para no comprometer la verdad. En sus
narraciones Tito Livio hablaba «con los mayores elogios de los enemigos de la
casa de los Césares, como de Pompeyo, de Bruto, de Casio y de otros, sin que
se ofendiese de esto Augusto» –lo que ante todo habla bien del poderoso, en
este caso–, aunque MSR señala a continuación con muy buen sentido: «… de
suerte que no se sabe lo que se puede admirar más, o la rara moderación del
príncipe, o la generosa libertad del historiador»; y continúa señalando que en
los treinta y cinco libros de Tito Livio que sobrevivieron y llegaron hasta
nosotros, «no habla de Augusto sino en dos partes solamente» y dirá que
habla del soberano romano «con una reserva y moderación de alabanza, que
avergüenza a estos escritores lisonjeros e interesados», cuyas obras constituyen
un catálogo de alabanzas prodigadas «sin medida ni descernimiento a los
empleos y dignidades… un incienso que no debe a los méritos ni a la virtud».
Dejando de lado por un momento a los historiadores de la Antigüedad
griega y romana, a los que volverá en muchas otras oportunidades, MSR torna
su mirada hacia la obra, tan popular en su época, de Charles Rollin78. El texto
que citará de Rollin es un texto que acudiendo a una viejísima imagen, presenta
a la historia (al análisis histórico) como un tribunal que hace comparecer a los
grandes hombres, pero advertirá que lo hace de tal manera que deja de lado
«el aparato fastuoso que los acompañaba durante su vida», considerándolos
por ellos mismos, «reducidos a sí solos», para ser ahora interrogados y para que
den cuenta de sus acciones ante el «tribunal de la posteridad», y para que se
VI
No se puede perder de vista que todo este esfuerzo de conceptualización –si así
puede llamarse– emprendido por MSR, está al servicio de un intento de
comprensión del acontecimiento histórico por excelencia del siglo XVIII: la
Revolución francesa. Por eso el editor del PP dirá que solicita al lector el regreso
por un momento «a Francia, a la historia de su revolución». Un fenómeno del
que reiterará su complejidad y sus alcances globales –«enorme masa de sucesos
que comprende a todo el globo»– y un «embrión de tragedias» en que aparecen
multiplicados personajes de apariencia y carácter muy distintos, y un teatro de
intrigas que «han sido comunes a todas las clases y órdenes de la sociedad».
MSR enfatizará en la idea de que la comprensión del proceso exige que el
historiador «extienda la vista sobre cada una de las jerarquías de la nación» y
que de esta manera se ayude en el difícil proceso de distinguir y clasificar
hechos y personajes, para poder separar lo vil de lo precioso, y clasificar «los
objetos según su intrincado mérito y valor», tarea que no podrá realizar sino
en la medida en que se rebele contra el mundo de las apariencias, «quitándoles
el velo seductor que las hacía pasar por verdaderas», lo que exige del historiador
la decisión de «cumplir con sus obligaciones», es decir, atravesar el mundo de
tinieblas que separan los hechos efectivamente cumplidos de la capa de falsas
informaciones, de falsas percepciones, de mentiras, que de manera interesada
se interponen entre el historiador y la verdad, un punto en el que MSR muestra
su fidelidad al ideario tradicional de la Ilustración española típica, es decir
aquella que se expresa sobre todo en las obras del Padre Feijóo, muchas de
cuyas proposiciones llegaron a ser un verdadero sentido común ilustrado en toda
Hispanoamérica, como tantos autores lo han puesto de presente83.
Es en virtud de esa fidelidad al planteamiento de Feijóo –discípulo
moderado de la Ilustración francesa temprana, que MSR sostuvo a lo largo de
toda su carrera de escritor y periodista que los prejuicios y las preocupaciones
eran el gran escollo en el camino a la verdad. De manera particular en el caso
del análisis histórico, MSR liga tales obstáculos al conocimiento verdadero
con la existencia de pasiones e intereses, que se esconden detrás de acciones
humanas que no persiguen la generosidad y el bien de los semejantes, sino
que se encuentran dominadas por el egoísmo, es decir que no buscan los
llamados intereses generales, una compleja noción en proceso de formación en
los finales del siglo XVIII, que se constituye a partir de fuentes filosóficas variadas,
Benito Jerónimo Feijóo, Reflexiones sobre la historia (Del Teatro Crítico Universal), op.cit.,
83
México, FCE, 2014, una muy inicial introducción a un escritor importante que cumplió su tarea
a cabalidad, habiendo dejado una obra y un epistolario hoy difíciles de leer in extenso, más allá
del mundo de los especialistas.
siendo una de ellas la idea tomista del «bien común», una idea que los Ilustrados
del Nuevo Reino de Granada reconfiguraron como el polo opuesto de lo que
designaban como la «falta de amor por la sociedad»84.
Para traspasar ese mundo de las «preocupaciones y los prejuicios» el historiador
debería «penetrar en las tinieblas» y poner de presente de manera «clara y
distinta» las pasiones y ambiciones que se encuentran detrás del suceso de la
caída de la monarquía, prestando atención a sus antecedentes, es decir, a «aquella
época en que empezaron los principales miembros de la magistratura francesa a
hacer odioso el gobierno real», valiéndose para ello de los más delicados artificios
y de la hipocresía más refinada», de manera que pudieran finalmente ser
«manejados todos los resortes de la seducción, hasta tocar en lo más íntimo de la
plebe», una explicación que no es el simple recurso a la idea de conspiración, y
que por el contrario contiene muchos elementos reales del funcionamiento de
la política cortesana francesa en el siglo XVIII, y que en sus largos artículos sobre/
contra la Revolución francesa, MSR supo combinar con informaciones sobre la
existencia de una crisis económica aguda, con el análisis de las reacciones
instigadas dentro de pueblo por los philosophes con ocasión de la imposición de
nuevos impuestos por parte de la Corona en su intento de enfrentar el déficit
fiscal… y, en fin, con su crítica de la ilusión de que se podía vivir en un mundo
sin jerarquías sociales, que es en últimas el punto más fuerte de la argumentación
de MSR, y el punto en que toda utopía queda descartada85.
Desde el punto de vista que más nos interesa resulta pertinente indicar la
forma como en este punto MSR encadena la idea de análisis con la de sustrato
documental –una vieja conquista sobre todo de la erudición medieval,
sistematizada en la temprana modernidad europea por frailes y juristas–, indicando
que la historia «será perfecta como debe serlo», solamente si quien se encarga de
escribirla «puede haber a las manos un acopio de documentos auténticos y
fidedignos, sin que el interés, el odio y otras pasiones lo dominen…»86.
Sin embargo, el historiador no puede liberarse por completo de una
perspectiva interpretativa. Según escribe MSR, «es cierto que en la historia se
han de introducir de vez en cuando algunas reflexiones de política, para hacer
84
Sobre estos puntos cf. R. Silva, «Formas de sociabilidad y producción de nuevos ideales
para la vida social. A propósito del Correo Curioso de Santafé de Bogotá», en La Ilustración en el
virreinato de Nueva Granada. Ensayos de historia cultural, Medellín, La Carreta, 2005, cap. V.
85
Las larguísimas reconstrucciones de la historia de Francia que presentó MSR en el PP, y
cuyas fuentes desconocemos, identifican muy bien los rasgos más sobresalientes de una sociedad
de Antiguo Régimen, y en cuanto a las formas de trabajo parecen participar de lo que se
designa como el «descubrimiento del feudalismo», es decir el primer análisis de las estructuras
sociales, económicas y políticas que rodean la acción del soberano y condicionan su relación
con los señores y con las comunidades rurales y urbanas. Cf. al respecto J. G. A. Pocock, La
Ancient Constitution y el derecho feudal [1957 y 2011], Madrid, Tecnos, 2011.
86
PP No 201. 17-07-1795, para todas citaciones, mientras no se advierta otra cosa.
89
Los que son dignos de credibilidad imperecedera, hablan de las personas sin amor y sin odio.
P.P. 200. Consignemos igualmente que en otra parte de ese texto y en ese número del PP
90
se había hecho la misma pregunta respecto de la Revolución francesa: ¿cuáles serían los costos
de escribirla? «¿Cuánto costará la disección político anatómica de esta enorme masa de sucesos,
que comprende a todo el globo?».
III
LA DEFENSA DE LA MONARQUÍA
Y LOS HISTORIADORES DE LA ILUSTRACIÓN
Introducción
3
La complejidad de los planos y aspectos que conforman la cultura de los ilustrados locales
es en este caso una muestra del carácter reciente y provisional de muchas de las formas de
interpretación que tratan de poner en marcha en sus análisis, y de su participación en la cultura
de la sociedad, una cultura que de manera mayoritaria se organizaba en torno de principios de
interpretación que pertenecían a una experiencia social relacionada con formas de vida
dominantes en los siglos XVI y XVII, y que se apoyaba en fuertes estructuras de reproducción –
la Iglesia, las formas sociales de autoridad, la vida cotidiana–, y que se encontraba aun muy
ajena a los principios de secularización que empezaban a ser dominantes en el archipiélago
cultural que formaban los Ilustrados. Cf. al respecto R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada,
1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la república/
EAFIT, 2008, capítulo X.
4
PP, No 244, 13-05-1796. Sobre el tema y los ilustrados napolitanos de esos años cf. Adriana
Luna, La era legislativa en Nápoles: De soberanías y tradiciones, Documentos de Trabajo, No 71,
México, CIDE, 2010 [CIDE.edu.mex]. La conexión ilustrada italiana –que de hecho se comprueba
en la lectura del PP– ha llegado a ser un importante y reciente punto de interés de los historiadores
de la Ilustración y cuenta ya con una amplia bibliografía. Cf. por ejemplo G. Verdo, F. Morelli, E.
Richard (editoras), Entre Nápoles y América. Ilustración y cultura jurídica en el mundo hispánico.
(Siglos XVIII-XIX), Medellín, La Carreta editores/IFEA, 2012; y J. C. Escobar Villegas y A. L.
Maya Salazar, Ilustrados y Republicanos. El caso de la «ruta de Nápoles» a Nueva Granada,
Medellín, Eafit, 2011.
5
El breve texto de Aurelio Genaro presenta de manera sintética pero sorprendente lo que
llama ciencia política, a partir de su génesis como arte en Grecia y en Roma: Cf. PP, N0 244, 13-
05-1796, en donde Genaro escribe: «La arte política de día en día fue tomando un mayor lustre
y vigor, hasta que llegó a formarse de ella una ciencia»; y plantea las realidades políticas del
mundo moderno como imprevisibles, por el carácter mismo de la acción humana, lo que hace
de la ciencia política «un arte variable».
La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 133
RENÁN SILVA
olvido frecuente del objeto inicial de la crítica, por lo que ya podemos nosotros
ir olvidándonos del ilustrado italiano–.
MSR anunciará al lector que en su exposición se ocupará primero del
análisis de la «vida social»–lo que llamará en el texto el «vínculo social»–, y
que después se contraería a ciertos puntos políticos «que nos parece [que]
tienen íntima conexión con el discurso precedente». Aunque mencionaremos
por razones contextuales el problema del llamado «vínculo social», nos
concentraremos ante todo en lo que MSR llamó «ciertos puntos políticos»,
que son precisamente los que tiene que ver con la monarquía como forma de
gobierno6.
Tres semanas después, terminando su análisis de lo que puede designarse –
con nuestro lenguaje– como su teoría de las relaciones sociales, MSR dirá que
su principal conclusión es la de que «este trato social en que vivimos, y esta
unión a que voluntariamente nos hemos ligado» –frase que indica la tensión
en su pensamiento entre la idea de una sociedad de cuerpos y una sociedad
moderna contractual de individuos–, no valdrían nada si nos refugiáramos en el
egoísmo, y olvidáramos el «lustre de la patria» y nuestra conexión con «las
generaciones futuras», respecto de las que el individuo de hoy tiene obligaciones
de las que no se puede desentender –consideraciones que como sabemos eran
repetidas entre los Ilustrados europeos y americanos–, y agregará que
establecidos ya esos principios generales deberá pasar a «los puntos políticos
que indicamos en la introducción de este apéndice», es decir, comenzará la
segunda parte de aquellas de sus reflexiones que por ahora más nos interesan.
MSR comenzará con un breve texto (que luego se ampliará por varias
semanas) titulado: «Idea de la ciencia del derecho», en donde volverá a definir
su plan de exposición de esto que llama la «política» y que parece ser materia
inseparable de la historia (como transcurrir del tiempo). Dirá entonces que se
propone prescindir de las épocas «antediluvianas» y que va a contraerse a un
6
Sin embargo el asunto del vínculo social es de enorme interés, si se quiere tener una idea de
cómo avanzaba el pensamiento de los Ilustrados en cuanto a la representación de la sociedad
como sociedad de individuos (en la terminología de Louis Dumont), en el marco de una sociedad
que conocía visibles procesos de individuación, manifiestos en muchas conductas y actitudes de
miembros de los grupos socialmente dominantes, y un acelerado proceso de mestizaje que había
terminado por transformar todas las formas orgánicas de vida social (cuerpos, estamentos, cofradías,
repúblicas…), originalmente impuestas por la Corona. Para una primera aproximación al problema
cf. R. Silva, «Consideraciones especulativas sobre el tránsito de una sociedad de órdenes y cuerpos
a una sociedad de individuos», en 20/10: El mundo Atlántico y la modernidad iberoamericana,
México, 2014. Las consecuencias de los procesos sociales de individuación –correlativos a la
destrucción de marcos sociales que hacían posibles las sociedades de órdenes–, en el plano de la
reflexión y de la vida personal y la responsabilidad de las decisiones, características típicas del
individuo moderno, son examinadas en J. B. Schneewind, La invención de la autonomía. Una
historia de la filosofía moral moderna [1998], México, FCE, 2009.
pasado más reciente, que para el comienza «por los años de 1787 de la creación
y 131 después del diluvio», cuando ha comenzado la «gran época de las
diferentes naciones que poblaron el universo». Fue la época en que la lengua
hebrea se dividió en «setenta idiomas distintos» y se formaron otros tantos
pueblos, que a continuación debieron separarse «y extenderse por todas las
regiones de la tierra», formando de manera necesaria «diferentes repúblicas» y
otros tantos caracteres, costumbres y legislaciones7.
En ese momento comienza ya para la humanidad entera el desarrollo del
derecho, un elemento clave de la evolución humana, que se sumó al «derecho
natural y primitivo que ejercían los padres y patriarcas sobre sus respectivas
familias» –con lo que acude a un tópico repetido en los libros de época sobre
los orígenes del derecho a partir de la autoridad del pater familias. A esa
legislación inicial se agregó pronto el «Derecho de gentes», «comúnmente
llamado Derecho Público», según dice MSR, un saber jurídico referido a las
relaciones entre naciones y repúblicas, que se combina con leyes y ordenanzas
destinadas al necesario gobierno interior, todo con el objetivo de contener «el
desorden y altercaciones continuas, que de la unión de tantos genios diferentes
debía resultar».
Ese conjunto de «saludables constituciones, que tienen por objeto rectificar
las costumbres del hombre para mayor bien y honor de la sociedad… es el que
llamamos Derecho Civil», con lo que MSR deja determinado el campo preciso
de su exposición: la vida política de las sociedades regidas por la ley, luego de
que los grupos humanos –en su origen tribus– se hubieran extendido y
diversificado por todo el globo terráqueo, dando lugar a diversas formas de
vida social y política –es decir, a diferentes tipos de repúblicas–8.
Pero este examen conceptual de la historia de las sociedades políticas
regidas por la ley tendrá aun un nuevo recorte, pues dejando de lado la inicial
perspectiva universalista fijada en la introducción de su texto, MSR dirá que
va a limitarse «a nuestra legislación española», acerca de la cual «indicó muy
poco Mr. Genaro en su juicioso ensayo», y se lanzará entonces a trazar una
7
PP. No 247, 10-06-1796.
8
Las clasificaciones y designaciones jurídicas de época plantean problemas difíciles al
historiador. Cf. sobre este punto Aldo Schiavone, IUS. La invención del derecho en Occidente
[2005], Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2009, sobre todo capítulos I, II y III. Para el caso
de América hispana la especificidad que pueden tener esas designaciones se nos escapa por
ahora, por el propio atraso de la historia jurídica en los siglos XVI, atraso que es en gran medida
producto de la reducción del papel de la corona y de sus funcionarios a lo que se designa como
«el despotismo consustancial de las autoridades metropolitanas», cuando sabemos que se trataba
de una de las monarquías más inscritas en el universo de la ley y en el formalismo de sus
procedimientos. Nada niega que esas leyes pudieran ser injustas, como nada niega que ayer –
como hoy– se violaran; pero de ahí no se deduce que la corona española no fuera una sociedad
política con alto peso de la ley y el derecho.
Cf. PP, Nos 248, 17-06-1796 y 249, 24-06, 1796 –en ese mismo texto MSR considera «el año
9
1798 de la creación del mundo, día 4 de enero», como el momento en que comienza «la
fundación de España», por parte del «célebre Tubal, quinto hijo de Jafet y nieto del patriarca
Noé», lo que nos recuerda la forma como su orientación de historiador ilustrado se combinaba
con formas del análisis histórico que ya en esa época comenzaban a ser puntos de vista superados.
10
PP, Ibídem.
bien se tratara de que esa nueva forma de encarar los sucesos históricos
constituyera ya parte de la cultura letrada de la época11.
Así pues que ya sabemos con claridad de que trata el asunto: la valoración
del papel de la monarquía en el Nuevo Mundo, un asunto sobre el cual, desde
hace más de tres siglos, dice MSR, «ha delirado furiosamente una multitud de
escritores extranjeros dominados de los impulsos de la negra y rabiosa envidia»,
o interesados en que se les considere como «protectores de la Humanidad»12,
cuando no se trata más que del propósito de dar a luz las «invectivas más
escandalosas y extravagantes contra el gobierno español», empeño iniciado
en el momento mismo del descubrimiento de América, momento en que
dispararon las primeras «envenenadas saetas contra la inocente España, solo
porque el cielo quiso hacerla más feliz». Se trata de calumnias de extranjeros
que quieren desacreditar «la generosa y cristiana conducta» de la monarquía
«respecto de las Indias», versiones infundadas contra las que se levanta el
escritor neogranadino –neogranadino por adopción–, pues «vamos a tirar
algunos rasgos que hagan conocer hacia qué parte propende la divina balanza
de la justicia»13.
II
18
La idea de fuentes primarias y fuentes secundarias en los historiadores de la Ilustración
es una idea de gran complejidad, que solo en parte se corresponde con la nuestra hoy en día. La
desconfianza, en buena medida justificada, de los historiadores del siglo XX sobre las fuentes
puramente oficiales (un problema que llegó a extremos difíciles de imaginar en las sociedades
comunistas), no existía, y la «crónica oficial» propuesta por hombres de Estado se aceptaba por
cuanto se suponía en los cronistas oficiales competencia, sabiduría y acceso a todos los documentos
que un historiador independiente –figura desconocida en las sociedades de Antiguo Régimen–
jamás podría tener. Cf. sobre esos problemas las reflexiones originales de Fernando Bouza en
Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II, Madrid, AKAL, 1998,
en especial capítulos I, IV y V. De manera estricta sobre las iniciativas y realizaciones de la
monarquía en el siglo XVIII en estos terrenos cf. Antonio Mestre Sanchis, «Juan Bautista
Muñoz: cronista de Indias», en su Apología y crítica en el siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, 2003,
pp. 185-207. Sobre la obra histórica de los cronistas de la monarquía en España y sobre la idea de
una «historia oficial» cf. de Richard L. Kagan, Los cronistas y la corona. La política de la historia
en España en las edades media y moderna, Madrid, Marcial Pons, 2010. Una reflexión sorprendente
sobre estos temas en la cultura histórica de Occidente, en una perspectiva juguetona y saltarina,
que no desmiente la importancia del problema, en Luciano Canfora, La historia falsa y otros
escritos [2012], Madrid, Capitán Swing, 2013, pp. 139-219.
19
MSR en sus textos del PP introduce variantes en su valoración del Padre de Las Casas y
en una nota de pie de página propondrá matices a lo que renglones antes ha señalado, diciendo
que «Sin embargo de esto [es decir del tono exagerado e hiperbólico de la narración de Las
Casas], es muy digno de disculpa este ilustre sevillano, por ser notoria su fervorosa caridad
respecto del bien espiritual y temporal de los indios, en cuya protección ninguno se ha mostrado
más celoso», y reenvía en seguida al Diccionario de Moreri, uno de sus instrumentos permanentes
de consulta, «en donde hay una bella descripción del distinguido mérito de este sabio y apostólico
barón». Dentro de la inmensa bibliografía sobre el Padre de las Casas siempre destacarán los
trabajos de Marcel Bataillon. Cf. como una brevísima introducción, M. Bataillon, Las Casas en
P.P. No 251, 8-07-1796, todas las referencias que continúan remiten a este número mientras
21
no se advierta lo contrario.
22
La pregunta que plantea MSR, en el número recién citado del PP, para elaborar su
exposición sobre este punto es: «¿Qué diré de los proyectos de Colón sobre el modo de conservar
nuestras colonias, cuando se halló que faltaban brazos para cultivar las tierras?».
III
27
Como se sabe, la historia del problema –las formas de sujeción de la mano de obra
indígena a partir de 1492, los iniciales momentos de la esclavización, el repartimiento posterior
bajo la forma de indios de encomienda, las modalidades de salario y formas «semi-serviles» que
se constituyeron por el camino– tienen una amplia bibliografía y han sido objeto de descripciones
de gran calidad en la historia socioeconómica, desde principios del siglo XX, por ejemplo en los
trabajos del mexicano Silvio Zavala, a través de una obra cuya bibliografía llenaría un volumen
completo. Pero el objeto y propósito de estas líneas no es recrear ni discutir ese gran tema de
investigación. Apenas dar cuenta de una discusión sobre la obra de la monarquía en América
en medios ilustrados neogranadinos. Para el punto preciso en discusión el lector puede
simplemente dirigirse a la obra –ampliamente editada– del padre Bartolomé de las Casas.
David A. Brading es un autor que ha resultado particularmente atento a la obra de las órdenes
religiosas en el campo de la organización del trabajo indígena y de la constitución de la «república
indígena». Cf. por ejemplo su gran síntesis Orbe Indiano. De la monarquía católica a la república
criolla, 1492-1867, México, FCE, 1991, capítulos I a XI.
Cf. al respecto, entre varias otras referencias, el viejo clásico de Michelle Duchet,
28
Antropología e historia en el siglo de las Luces. Buffon, Voltaire, Rousseau, Helvecio, Diderot [1971],
Buenos Aires, Siglo XXI, 1975.
29
MSR dirá, como síntesis de su argumentación en defensa del Obispo Quevedo, que: «Tal
me parece puede ser el espíritu de la proposición del Ilustrísimo Quevedo, quien atendiendo a
la rudeza e incapacidad de los indios (juicio común y bien fundado en aquellos tiempos), los
miraba más como a niños y a los españoles como a sus tutores».
30
Cf. por ejemplo PP, No 15, 20-05, 1791. La respuesta, que ofrece en otras partes MSR,
sabemos que remite a la necesidad de la difusión del cristianismo, para la salvación de las almas,
punto sobre el que el PP jamás expresó la menor duda.
31
MSR cierra el argumento con un reenvío a otro autor más, y escribe: «Insertaremos en
prueba de todo esto unas bellas reflexiones del Abate Nuix», uno de cuyos libros se encontraba
en su biblioteca. –El Abate Juan Nuix había participado de manera activa en la polémica que
aborda aquí MSR y copia de época de sus Reflexiones imparciales sobre la humanidad de los
españoles en las Indias, Madrid, Joaquín de Ibarra, 1782, se encuentra en la Biblioteca Luis Ángel
Arango, aunque desconocemos el origen del ejemplar–.
32
PP, No 252, 15-07-1796: «Fin del Apéndice Apologético», el mismo número para todo lo que
sigue, mientras no se advierta otra cosa. El lector que revise los números respectivos del PP debe
tener en cuenta que el número 252 que citamos aparece registrado como 352, pero se trata
simplemente de una de las constantes erratas que aparecen en el semanario, punto sobre el que
volveremos en el último capítulo de este trabajo. Como lo advertimos en capítulo anterior de este
trabajo, es claro que la palabra apología tiene un significado preciso en el siglo XVIII, que desborda
el actual, y se considera un género literario perfectamente legítimo, como lo habíamos ya advertido.
33
El editor del PP no dejará de todas maneras de agregar nuevos ejemplos de la benevolencia
de los soberanos e incluirá más informaciones sobre «comercio nacional y agricultura», sobre
fomento de nuevos cultivos agrícolas, sobre libertad de derechos de puerto y otras reales órdenes
de finales del siglo XVIII, que iban en dirección de la libertad de comercio.
34
PP, 15-07-1796. La refutación clásica del argumento de los criollos supuestamente excluidos
de la administración virreinal y sometidos al despotismo de las autoridades españolas sigue
Leyendo con cuidado los números del PP en sus seis años de existencia se ve
aparecer de manera repetida las voces filosofía, filosofismo, filósofo… con
significados que desde el principio de la publicación fueron varios y variables.
En el caso del adjetivo filósofo dado a un autor (aunque se habló también de la
Dama filósofa, al parecer un pseudónimo masculino utilizado en las tertulias
santafereñas), éste parece haber pasado por una transformación gradual pero
muy visible, de tal manera que de la designación inicial hacia 1791 del filósofo
como hombre virtuoso, hacia 1796, en una época de ataque directo y sin
matices a la revolución francesa, la palabra se tornó en vocablo acusatorio,
insultante, contra el propio pensamiento ilustrado en su versión francesa radical,
insulto que se concretaba principalmente en los nombres de Rousseau,
Montesquieu, Diderot y Voltaire, primero, y luego en los de Marat y
Robespierre, todos ellos acusados de ser los causantes de los grandes males de
Francia y de Europa35.
Pero los filósofos de la Encyclopédie36 –stricto sensu–, los representantes
número uno del «filosofismo y de la irreligión de nuestra época», como tantas
veces se escribió en el semanario neogranadino, fueron combatidos en el PP
en un registro doble: de una parte como portavoces de una filosofía designada
en general como sensualista y atea. De otra parte en el plano de la llamada
«historia político filosófica», fueron combatidos en tanto que críticos de la
problema de percepción de la nueva situación producto de los esfuerzos borbónicos por recuperar
el control del virreinato. Detrás de las quejas criollas, que los republicanos en el siglo XIX
recogieron al pie de la letra –lo mismo que el nacionalismo criollo del siglo XX– lo que se
encuentra es la reacción defensiva de un grupo social que había tenido en el largo pasado
anterior una gran autonomía en el campo de las decisiones políticas locales.
35
Como la edición facsimilar del PP que utilizamos incluye un tomo final –Tomo VII:
Índice analítico, de manera básica un listado de nombres de personas y de lugares–, el lector
puede de manera fácil constatar para cada uno de los nombres de ilustrados europeos –franceses
esencialmente– los ataques sistemáticos de que fueron objeto en el PP.
36
El texto clásico sigue siendo en este punto el libro de Robert Darnton, El negocio de la
Ilustración: historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 [1979], México, FCE, 2006. Se habla
mucho de la «influencia» de la Enciclopedia y del enciclopedismo en América hispana en el
siglo XVIII, pero se han hecho pocos esfuerzos por describir el problema en términos histórico–
concretos –de hecho ni siquiera se advierte la diferencia entre la Encyclopédie y la Encyclopédie
méthodique–. Una primera aproximación al problema en R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada,
1760-1808, op. cit., capítulo IV; y para el caso español, en donde el problema se ha estudiado con
mayor cuidado cf., entre varios ejemplos, Gonzalo Anes, «La Enciclopedia metódica en España»,
en Ciencia social y análisis económico, Madrid, Tecnos, 1978, que permite seguir algunos elementos
de las formas de circulación de la obra en mención.
Viejo Topo, 2005 [¿?], que muestra aspectos de la historia del liberalismo que no se registran
habitualmente en las obras de quienes solo lo observan como una «historia de la libertad».
Mucho mejor aun la perspectiva de Jennifer Pitts, Naissance de la bonne conscience coloniale.Les
libéraux francais et britanniques et la question impériale (1770-1870), Paris, Éditions de l’Atelier/
Éditions Ouvriers, 2008, que muestra un complejo desarrollo del problemas y se niega a asumir
las generalizaciones postmodernas que acusan a la Ilustración de todos los males sobre la
esclavitud y la suerte de los «mundos coloniales».
38
Las obras de Robertson y de Raynal y de los historiadores de esas corrientes se encuentran
en muchas de las bibliotecas de ilustrados de Hispanoamérica y desde luego de la mayor parte
de los Ilustrados neogranadinos –por ejemplo en la de Antonio Nariño y en la de MSR–. Cf.
Eduardo Ruiz Martínez, La librería de Nariño y los derechos del Hombre, Bogotá, Planeta, 1990,
pp. 218-441, que es un listado que abre pistas muy importantes sobre la presencia de las obras
que cita el PP, en el campo de los Ilustrados neogranadinos. En la Biblioteca Luis Ángel Arango,
en Bogotá, hay ediciones de época de las principales obras de los dos autores mencionados –
aunque no se ha hecho mayor esfuerzo por hacer la historia de tales ejemplares.
39
La lista de las obras de Robertson y de Raynal, en ediciones viejas y modernas, escapa
desde luego a nuestra limitada erudición, como escapa la discusión historiográfica del significado
pasado y presente de su obra, algo que comprueba cualquiera que se asome a las «bases de
datos» de la Voltaire Foundation de Oxford o a la revista Dixhutième Siècle –lo que se cumple
para cualquiera otro de los grandes historiadores Ilustrados–. Pero el lector debe recordar que
son otras las direcciones de nuestro trabajo, y que para nosotros es su forma de presencia en el
PP –y por esa vía en la sociedad de lectores de la época– lo que constituye el tema principal de
nuestras disquisiciones. Para los aspectos informativos acerca de la obra y vida de estos autores
y de esa tendencia historiográfica nos limitamos a reenviar a la obra ya citada de Burrow, o a la
obra de Jorge Cañizares, Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo, ampliamente informativa
sobre la circulación de la historiografía ilustrada en España y en Nueva España; y para un
análisis especializado, en el caso francés, a la obra de Jean-Marie Goulemot, Le regne de l’histoire.
Discours historique et révolutions, XVII-XVIII siècle, Paris, Albin Michel, 1996.
40
PP. No 250, 1-07-1796. La misma referencia para las citas siguientes, mientras no se
advierta otra cosa. Una introducción de síntesis a la obra de Raynal, bajo los puntos que nos
interesan en R. A. Humphreys, William Robertson and his History of America, The Canning
House Annual Lecture, 1954.
de los dos anteriores, «no deja algunas veces de discurrir con imparcialidad y
buena crítica», con lo que MSR pone de manifiesto la actitud de rechazo y de
aprecio de la que hemos hablado40.
Renglones adelante, siempre tratando del análisis del papel de la monarquía
y de la valoración que de ella hacen los críticos europeos, MSR dirá que
Robertson, «olvidando a ratos» lo que hacen «los de su corriente» –es decir
los representantes de la «historia filosófica y política–, escribe páginas que
resultan un homenaje a los reyes de España y a su obra en América, como
cuando señala que «[los reyes de España en el momento de la conquista] lejos
de haber adoptado un sistema tan destructivo [de los indios], se mostraron
siempre solícitos de la conservación de los nuevos vasallos». Dirá también que
Robertson reconoce que los sucesores de la corona tuvieron la misma conducta
y las mismas ideas y que «en muchas ocasiones interpusieron su autoridad…
para resguardar a los pueblos americanos de la opresión», lo que le permite a
MSR escribir, con toda complacencia, que: «Todo cuanto escribe aquí el señor
Robertson es fundado en verdad y en justicia», aunque, como sabemos, en
términos de su análisis, los abusos que pudieron existir, fueron responsabilidad
exclusiva de «conquistadores y magistrados» que desobedecían las órdenes
reales, según la idea de MSR, que ya hemos mencionado.
Desde luego que MSR no comparte ni de lejos la versión favorable que los
representantes de la «historia político filosófica» habían ofrecido de Cristóbal
Colón –«Ese héroe celebrado por Raynal como el más humano, y ensalzado
por Robertson…»–, quien habría sido más bien, en opinión de MSR, «el autor
de la opresión del Nuevo Mundo más que de su descubrimiento». MSR recuerda
la supuesta irritación de los reyes de España con Colón, quien habría llevado
a España trescientos indígenas, «para repartirlos entre sus amigos y protectores»,
siendo además «el primero que grabó a los indios con un excesivo tributo».
Según las afirmaciones de MSR en el PP, las acciones de Colón fueron la causa
de la destrucción de las sociedades indígenas, pues condujeron a que pereciera
«la tercia parte de los naturales».
MSR en su Apología establece una correlación directa entre las acciones
protectoras de la Corona y la supervivencia de las poblaciones indígenas, lo
que hacía del rey Fernando el «protector por excelencia de los naturales».
Muerto el rey, fue doña Isabel la representante de esa causa, y el editor del PP
recuerda que el propio Padre de Las Casas fija el comienzo de la destrucción
de las poblaciones indígenas, luego de la muerte de la soberana, lo que quiere
decir, asegura, que la llamada «catástrofe indígena» fue posterior a la muerte
del rey y de la reina, lo que le permite de nuevo señalar que mientras las
acciones de Colón conducían a la destrucción de los habitantes del Nuevo
Mundo, los reyes trataban de enmendar «las violencias o los errores de Colón»,
lo que indica de qué manera Robertson se equivoca en su valoración de las
acciones del descubridor de América y en su crítica de la Monarquía, como lo
subraya a través de la pregunta: «En vista de todo esto, ¿quién habrá que no
forme de Colón y de Fernando una idea totalmente diversa de la que de ambos
nos presenta Robertson?».
Centremos ahora nuestra atención en la valoración que de Guillaume
Thomas Raynal hizo en el PP su editor. Hablando de Raynal el panorama
cambia, pues mientras que a Robertson se le concedía algún reconocimiento
como historiador y cierta ecuanimidad en por lo menos parte de su análisis, al
historiador francés se le consideró, sin exageración, como objeto de antipatía
permanente –aunque muchas de sus formas de trabajo, en el análisis histórico
puedan haber sido incorporadas en los propios comentarios de MSR sobre la
actualidad europea, o sobre las conexiones intercontinentales que iban
acercando cada vez más a las sociedades, a partir de la extensión del comercio
marítimo41.
Aunque el nombre de Raynal fue mencionado en los textos de contenido
histórico del PP, fue inmediatamente después de terminar su defensa del papel
de la monarquía en América, que comentamos renglones arriba, que MSR se
ocupó del historiador francés, según dijo, a raíz de su muerte –que había
ocurrido unos meses antes–. Ese «motivo funerario» pude haber existido, pero
no quedan dudas que de manera práctica el texto sobre Raynal fue ante todo
un colofón de la Apología de la corona española que el PP acababa de presentar
a sus lectores. De todas maneras es probable también que la traída de Raynal
a escena tuviera que ver con el hecho de que la obra del Abad francés estuviera
siendo objeto de lectura y discusión entre los ilustrados locales, un hecho del
que no hay noticias claras, aunque si muchos indicios que vuelven verosímil
la idea de que la obra circuló entre los jóvenes hombres de letras de finales del
siglo XVIII, tal como lo comprueba su existencia en algunas bibliotecas de
neogranadinos ilustrados, empezando por la del propio MSR, aunque poco
podamos agregar sobre las formas precisas de recepción de esa obra, por fuera
de lo que se puede indicar sobre el contexto intelectual y político de esa lectura,
un contexto condicionado por la ambigua ruptura de los lazos entre la llamada
«nobleza ilustrada del reino» –los ilustrados de finales del siglo XVIII– y las
41
Cf. PP. No 253, 22-07-1796. Sobre la obra de Raynal y sobre su circulación pude verse
entre otras referencias Hans-Jurgen Lurebricnk y Manfred Tiez (editores), Lectures de Raynal. L’histoire
des deux Indes en Europe et en Amérique latine au XVIII siècle, Oxford, Voltaire Foundation, 1991.
42
Cf. R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit., pp. 604-611.
43
Parece raro encontrarse con esa situación de circulación y de lectura de una obra
prohibida, que además es comentada en el periódico oficial de la Corte, con cabeza en el virrey
–aunque en un registro crítico, desde luego–; una obra que, por lo demás, estaba en la Biblioteca
Pública y en las bibliotecas de muchos particulares, en su versión original en francés y en la
traducción española. Cuando se flexibiliza la noción de censura, cuando se observan sus grietas
–por ejemplo los conocidos «permisos de lectura que otorgaba la iglesia y la autoridad real– y se
recuerda que las propias autoridades superiores del virreinato –empezando por los virreyes–
eran lectoras y prestadoras a lectores locales de ese tipo de obras (sobre todo obras franceses), el
misterio desaparece. Ni el sistema cultural tenía las rigideces insuperables que han inventado
los republicanos de la primera mitad del siglo XIX, ni las definiciones de los prohibido tenían la
forma de una clasificación absoluta, lo que hacía que muchas pequeñas prácticas que
trastornaban los principios formales de la vigilancia y la censura se impusieran e hicieran mucho
más relativo de lo que se piensa el ejercicio de la prohibición.
44
PP. No 253, 22-07-1796, la misma referencia para todas las citas o encomillados que
continúan, mientras no se advierta otra cosa.
Ilustración? ofrecida en 1782 por Inmanuel Kant, ante una pregunta del
Monitor de Berlín, que hemos mencionado en otros capítulos de este trabajo.
Luego del título, que en principio invitaba a considerar un «rasgo» –el
rasgo es un género literario caracterizado por la brevedad y casi siempre por la
exaltación de la memoria de alguien– que se dedica a «la ilustre memoria de
un célebre literato», el lector va descubriendo que en realidad se trata de
caracterizarlo con unos cuántos insultos –algunos de ellos ya utilizados por
MSR cuando habló de la Ilustración radical francesa que criticaba a la sociedad
de antiguo régimen y defendía esa puesta «patas arriba del mundo» que era
considerada la Revolución francesa, según se ha caracterizado el
acontecimiento francés de 1789–. Se trataba pues de un autor al que se describe,
en tono de burla, como «héroe de minerva», «desfacedor de entuertos y
desaguisados», quien al frente de su Historia filosófica y política –el título de la
gran obra de Raynal–, con «estilo arrogante y fanfarrón», se declara así mismo,
según la caricatura que del Abad Raynal hace MSR, como «el defensor de la
humanidad, de la verdad y de la libertad, etc., etc.».
MSR empieza por recordar el hecho de su muerte, en marzo del año anterior
[1796], y sin la menor consideración por su propia formación de cristiano, que en
otras oportunidades le hubiera obligado a la moderación, dirá de manera irónica
directa –aunque su intención se agote en el sarcasmo–, que se trata de una «pérdida
digna del llanto de las Musas y de todo el Género Humano», agregando enseguida:
«¡Oh sapientísimo Abate! ¿Qué será ahora de la humanidad y de la literatura?
¡Faltando tu, les ha faltado todo su asilo y consuelo!»45.
El trabajo de crítica irónica, en general transformada en sarcasmo rabioso
no muy elaborado, se inicia con la traducción que hace MSR de unas
informaciones de prensa parisina que registraron la muerte de Abad en marzo
de 1796, a los ochenta y tres años, cuando se encontraba ocupado en «retocar
y perfeccionar su obra intitulada: Historia filosófica de los establecimientos de
los europeos en las otras partes del mundo», y había solicitado a las nuevas
45
De manera inmediata a los renglones que citamos, MSR vuelve sobre su repetido recurso
de acudir a su admirada Antigüedad, pero para hacer con sus autores, en este caso, un uso
directamente paródico, algo que nunca se había permitido, pues eso era introducir formas de
burla y humor sobre la tradición, lo que un hombre como él, más bien sombrío, no se permitía
sino en muy pocas circunstancias (como en las de la crítica de la Revolución francesa o en las
burlas sobre algunos de los comportamientos de los hombres de pluma en la República de las
Letras). MSR acudirá en este caso a versos de Virgilio, citados en latín, para cerrar este inicio de su
trabajo de crítica, avisando al lector que Raynal ya se encuentra en el Olimpo, «transformado en
Dios tutelar de la filosofía», pero que mientras así lo celebran los genios inmortales –s decir los
revolucionarios franceses que habían recuperado su obra y sacado del destierro a Raynal–, el se
proponía –«nosotros aquí en la tierra»–, producir una idea circunstanciada de su fallecimiento y
del brillante complejo de sus virtudes literarias, cuyo rasgo podría servir a la historia de los varones
ilustres del siglo XVIII», como dice con palabras inequívocamente irónicas.
.
La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 159
RENÁN SILVA
este inconveniente [de hacer la apología extrema del texto], se puede formar
[el público] juicio de la obra» –y reproduce entonces algunos pasajes que
ilustran muy bien sobre las formas de circulación de las obras históricas y
literarias en Francia a finales del siglo XVIII, aunque, claro, informando poco o
nada sobre las tesis y análisis históricos del Abad, lo que el lector de hoy puede
solucionar simplemente leyendo una edición moderna de la obra.
Según el Fiscal Seguier –a quien reproduce MSR–, en esa Francia que
cerraba de manera tan trágica el siglo XVIII, la acción de la censura se había
vuelto nula, a pesar de las penas severas con que se castigaba, y las gentes
encontraban mil maneras de que tales obras circularan y hasta fueran comunes,
entre los lectores. El resultado era el de que en la Francia de finales del siglo
XVIII, «el espíritu filosófico es[tá] cada día más de moda» y se reproducía de
manera incesante «tomando nuevas formas y nombres varios»51. Se trata de la
expansión por toda la sociedad de una forma de escepticismo «que altera e
invierte los fundamentos de la monarquía», que introduce la impiedad y
subvierte los fundamentos de la moral, para decirlo ahora con las palabras del
PP, que glosan y completan las palabras de El Diario de París.
De acuerdo con el censor del Parlamento, si bien hasta hace poco las
plumas atrevidas que abusaban de sus talentos para afirmar verdades prohibidas
y negar los principios que impone el amor a los monarcas y a la religión, eran
cautos y «no se aventuraban a poner sus nombres en el frontispicio de sus
obras», este temor había desaparecido, y existía además la posibilidad de hacer
imprimir las obras por fuera de Francia, junto con diversas formas de fraude
que se sumaban por el camino, para luego introducir las obras prohibidas en
territorio francés, lo que creaba las condiciones propicias para que los autores
prohibidos hicieran circular «el contagio de sus impíos sistemas», proponiendo
una interpretación de la Revolución francesa y en general del cambio histórico
que desde esa época ha hecho carrera, cuando se ha querido explicar ese
fenómeno complejo y difícil por medio del cual las gentes de una sociedad
mudan de formas de pensamiento y de actitudes sobre el mundo sagrado y
sobre la forma de su propio vínculo social con sus semejantes, sobre la base de
la «influencia» de los libros y de la lectura, un verdadero simplismo explicativo,
que supone poderes a la lectura que están por demostrarse, que reproduce el
prejuicio de la omnipotencia de las ideas –prejuicio típico de las gentes de
Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen [1982], México, FCE, 2003.
52
Sobre la ilusión de que los libros –por ellos mismos, en tanto circulan– hacen las
revoluciones cf. la crítica informada de Roger Chartier, «Les livres font-ils les révolutions?», en
R. Chartier, Les origines culturelles de la Révolution francaise, Paris, Seuil, 1990.
54
El Fiscal Seguier acusa a Raynal de escritor obscuro, una crítica que debía complacer
mucho a MSR, quien defendía como parte del método histórico la claridad de las ideas y el
alejamiento de la retórica, un ideal que de todas maneras fue incumplido de manera más o
menos permanente por el editor del PP como escritor. El Fiscal Seguier dirá pues que: «… los
partidarios de la filosofía del siglo, parecidos en esto a los letrados de la China, tienen un idioma
que solo ellos entienden. La misma voz no tiene la misma significación, presenta un sentido
obscuro o literal, y en fin, tiene diferente acepción en la boca de los escritores modernos que en
el idioma de los demás hombres, a lo menos de los que no están iniciados en sus fórmulas
enigmáticas».
55
«Este es el objetivo del oficio del Fiscal, que presentamos por escrito al Parlamento, con
un ejemplar de la obra que habemos [sic] denunciado», como escribe al final Seguier.
.
164 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.
CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD
Terminada la traducción de los apartes del texto de Seguier que MSR juzgó
suficientes para la información de sus lectores sobre la obra de uno de los máximos
representantes de la «historia político filosófica» francesa del siglo XVIII, el editor
del PP dirá, volviendo al lenguaje de la ironía y del sarcasmo, que hubiera deseado
insertar una Elegía compuesta para honrar la memoria del Señor Raynal, pero que
controlará su deseo, y que se limitará a concluir la noticia histórica brindada
con unos renglones más, tomados de la Introducción de la obra «del sapientísimo
Abad», en donde habla del «mérito de su historia filosófica».
Raynal escribía que había consagrado toda su vida a la elaboración de su obra,
y que en su ayuda «había llamado a los hombres más eruditos y doctos de todas las
naciones», que había consultado para su trabajo a los muertos y a los vivos, que
había tomado con cuidado las opiniones de las autoridades consultadas y rectificado
los hechos, y que aunque le hubiera tocado ir hasta el fin del mundo, haya hubiera
ido en busca de la verdad, si esa fuera la necesidad; y que si en el futuro su obra
llegara a encontrar lectores, «quiere [que esos lectores] viendo su desprendimiento
de pasión y preocupaciones, ignoren su patria, su estado, su culto, su profesión, y
le crean conciudadano y amigo de todo el mundo, etc., y etc.», lo que se supone
una forma de ironizar las páginas iniciales de la obra, aunque si se leen las
observaciones de MSR, dejando a un lado su intento de ironía, en esas líneas se
encuentran muchos de los elementos del método histórico que defendía Raynal,
y que, tomados de éste y de otros autores, eran principios que intentaba asimilar,
aunque de forma aun muy precaria, MSR. Todavía en clave de ironía, MSR escribirá
como cierre de su reflexión: «Y nosotros ¿qué diremos en vista de un mérito tan
relevante? Nada más sino concluir el elogio del Señor Raynal, repitiendo aquella
expresión de Séneca: Virtus extollit hominem, et supra astra mortales collocat»56.
fuera esto cierto o no, aunque hay que tener en cuenta, sin necesidad de darle
razón a su crítica, que no solo trabajaba con una información limitada, sino
que enfrentaba la crítica de los historiadores ilustrados casi en el momento
mismo en que esas obras llegaban al público57.
De las críticas de MSR, con argumentos casi siempre unilaterales, y de su
subsiguiente condena de todo autor antimonárquico o crítico aun moderado
de la monarquía, ninguno se escapaba, pero no hay duda de que, por un
conjunto de razones de diverso orden, el Barón de Montesquieu fue objeto
favorito de sus ataques58.
A pesar de esa condena de Montesquieu –que vamos a considerar– por
razones que difícilmente se sostienen en términos argumentales, hay en la
crítica del teórico e historiador francés por parte de MSR un elemento que
destaca, y que puede ser, más allá de lo injustificado de la crítica, el verdadero
punto de interés, cuando los asuntos se observan en relación con las
transformaciones intelectuales del final del siglo XVIII. El problema tiene que
ver con el punto de vista a partir del cual se produce la condena de Montesquieu.
Para MSR la discusión con el teórico de la separación de los poderes, con el
estudioso de Roma y con el analista del peso de las condiciones geográficas
sobre la historia de la sociedad tiene que ver ante todo con el carácter
especulativo, con la carencia de sustento empírico de todos los análisis del
ilustrado francés, según la opinión del editor del PP.
Es posible que lo que haya ocurrido tenga que ver con una incomprensión
de MSR respecto de las formas de argumentar de Montesquieu. Es posible que
su reclamo crítico confunda el lugar y el nivel de las demostraciones del Barón,
y que el editor del PP presente una petición de argumentación empírica –que
57
MSR distingue, según advertimos, entre la moderación de William Robertson, quien
reconoce algunos logros en la política de la monarquía española en América, y la actitud de
«ciego fanatismo político» de Montesquieu y de Raynal. MSR escribe: «Aunque un escritor
escocés [Mr. Robertson] también ha seguido en mucha parte el espíritu terrible y calumnioso de
los señores Montesquieu y Raynal acerca del gobierno español en los dominios de América, sin
embargo no deja algunas veces de discurrir con imparcialidad y buena crítica». PP. No 250, 1-
07-1796. Raynal era un «abad-historiador» de opiniones moderadas y si bien criticaba la institución
de la esclavitud y defendía la igualdad humana, pensaba que esa igualdad era en el fondo un
ideal de imposible cumplimiento.
58
Juan Jacobo Rousseau, cuyo apellido se escribe con varias ortografías, fue también objeto
de severas críticas y de una cierta ración de insultos, pero no en la medida en que lo fue
Montesquieu, posiblemente en parte porque sus obras circularon menos en Hispanoamérica, en
parte porque por ello mismo MSR parece no saber de Rousseau sino por referencias de segunda
y tercera mano, en parte porque los demás ilustrados neogranadinos tampoco parecen conocerlo.
Sin embargo, la cuestión del conocimiento de Rousseau y sobre todo de su idea de contrato
social en los finales del siglo XVIII, debe permanecer como una cuestión abierta, por cuanto no
ha sido estudiada con todo cuidado, y hay la tendencia permanente a proyectar en estos puntos
sobre el siglo XVIII realidades que son de la primera parte del siglo XIX
62
PP. No 171, 19-12-1794.
63
Cf. por ejemplo el trabajo clásico de Erns Cassirer, Filosofía de la Ilustración, México, FCE,
1943. Igualmente sus comentarios sobre el texto de Kant ¿Qué es la Ilustración? en Kant. Vida y
obra, México, FCE, 1948. También puede verse, en clave de circulación de las ideas el viejo
clásico de Franco Venturi, Utopía y reforma en la Ilustración [1971], Buenos Aires, Siglo XXI,
2014 –capítulo 5–. Cf. además, en clave de historia social y cultural en medios urbanos ingleses
y franceses, James Von Horn Melton, The Rise of the Public Enligtenment Europe, Cambridge,
Cambridge U.P., 2001. Para el virreinato de Nueva Granada, con acento particular en medios
rurales y pequeñas aldeas, cf. R. Silva, Las epidemias de viruela de 1782 y 1802 en el virreinato de
Nueva Granada. Contribución a un análisis histórico de la apropiación de modelos culturales [1990],
Medellín, La Carreta editores, 2007.
64
Cf. «Rasgo traducido de un periódico inglés». PP. No 243, 6-05-1796. MSR no conoce
nada acerca del autor del texto, pero se arriesga sobre la condición política y social del escritor,
a partir del contenido del artículo. Escribirá en Nota de pie de página que: «Bien se conoce que
el autor de este discurso es un francés bastante fiel y lastimado [por la Revolución]; pero
aunque el fervor de su celo sea muy laudable, volvemos a decir que sus argumentos, quejas y
exclamaciones carecen de solidez y justicia», con lo que pone de presenta su intención de
separar la crítica de la condición social de quien la formula, una posición típica de un intelectual
moderno, presente en varias oportunidades en el PP, pero como un valor en proceso de conquista,
muchas veces anunciado, muchas veces abandonado.
65
PP. No 243, Nota 1 de MSR.
66
Ibídem.
VI
Para el caso del virreinato de Nueva Granada cf. R. Silva, Los Ilustrados de Nueva
69
Granada, 1760-1808, op. cit., de manera especial «Introducción», y capítulo IX. Cf. igualmente
Germán Colmenares, «Prólogo» a Relaciones e Informes de los gobernantes de la Nueva Granada
Tomo I, Bogotá, Banco Popular, 1989, pp. 5-26.
70
Cf. David Brading, Orbe indiano, op. cit., que me parece que permite llegar a esta
conclusión para la «parte» de América hispana que examina su obra. Cf. de manera particular
Segunda Parte: «Peregrinos en su propia patria».
71
En términos de método, el análisis de J. L. Phelan es de una concisión y de una rigurosidad
que admiran, en contra de la tradición local de las «grandes palabras» y muestra un cuidado por
el lenguaje de la época que no es una tradición entre nosotros: «En lugar de interpretar el
movimiento de los comuneros en términos de sucesos posteriores, me he concentrado en el
significado interno de dos expresiones claves: la palabra comunero, con la que se identificaban
los inconformes, y el lema que proclamaban las muchedumbres en todas las plazas de ese reino
montañoso: ‘¡Viva el rey muera el mal gobierno!’». John L. Phelan, El pueblo y el rey, op. cit., p.
13-14.
72
John L. Phelan, El pueblo y el rey, op.cit., p. 14, y más en general pp. 13-16. Hay que saber
leer con cierta exactitud de lengua las afirmaciones de un historiador de tantas calidades como
Phelan. En ninguna parte el autor afirma que los «habitantes del virreinato» –si algún sentido
más allá de la estadística tiene la expresión los «habitantes del virreinato»– eran expertos lectores
en la lectura de los teólogos clásicos españoles de los siglos XVI y XVII. La afirmación y su
contexto no incluyen esa idea, sino que remiten –sin que el problema haya sido estudiado hasta
el presente– a las distintas formas sociales (teológicas filosóficas, jurídicas…) de existencia práctica
de un conjunto de formulaciones intelectuales que acompañaban un tipo de legitimación. La
indicando sobre el punto más difícil de la discusión –la legitimidad– que «En
1781 sólo había un principio de legitimidad política, y éste recibía el apoyo
entusiasta de todos los grupos de la sociedad. La corona pedía y recibía
obediencia por parte de los súbditos, ya que el rey, ungido del Señor, era la
fuente de la justicia»73.
Pero Phelan era un historiador muy atento al tiempo y a las circunstancias,
y advertía sabiamente que entre la generación de 1781 y la generación de la
Independencia se había producido un cambio mayor, pero sobre todo resaltaba
el hecho definitivo de que el «mundo occidental había cambiado hondamente
entre 1781 y el derrocamiento de los Borbones en 1808»74.
Para el caso de nuestro análisis el problema se torna aun más difícil, puesto
que el PP existió entre 1791 y 1797, es decir en una fecha intermedia entre los
dos extremos cronológicos de los que habla Phelan. Por lo demás, antes que
ofrecer de manera terminante pistas sobre el conjunto de la sociedad, el PP
ofrece sobre todo claves sobre el público, es decir sobre los Ilustrados, sobre la
juventud universitaria, sobre los nuevos comerciantes, sobre el estrecho mundo
de los lectores, sobre lo que se puede llamar en general las gentes de cultura –claro,
no todas favorables al pensamiento ilustrado–, afirmación que no debe
oponerse a la idea de que el PP fuera un gran registrador del cambio de la
sociedad, cambio que desde luego registraba desde un punto de vista particular
–aunque no desde un punto de vista simplemente unilateral, y mucho menos
a la idea de difusión del pensamiento ilustrado a partir de la prensa, y por lo
tanto de la cultura escrita, en este caso bajo forma impresa.
Aun así, puede intentarse un acercamiento a los problemas de la legitimidad y
las formas de legitimación en el PP, tratando de evitar los análisis puramente
circunstanciales –excesivamente localizados y observados como ejemplos del proceso
de difusión de la Ilustración–, buscando más bien pruebas de la existencia de esa
legitimidad monárquica, más allá de los textos de un monárquico convencido, como
el director del PP, y más allá del propio PP, al fin y al cabo un periódico apoyado y de
cierta forma –una forma que habría que investigar mejor– controlado por las
autoridades virreinales –en términos de método ese es uno de los mejores caminos
para avanzar en la reconstrucción de la relación entre el pensamiento de la época y
la sociedad, un tipo de relación más evocada que demostrada en los estudios históricos.
que fue una iniciativa asumida por las gentes más visibles de la sociedad, cuyos
nombres quedaron registrados en el PP, pues la tarea era al tiempo una prueba
de la difusión de un ideal del pensamiento ilustrado (la práctica del trabajo y
la crítica del ocio urbano, que tanto habían denunciado), como una muestra
de distinción y superioridad social.
La idea del hospicio –recolección de pobres y «organización de su ocio»
como actividad laboral en la producción de productos baratos útiles– formaba
parte del ideario de los Ilustrados y caía en el campo de lo que el PP (y la
Ilustración hispanoamericana y europea) designaba como la caridad ilustrada.
Lo cierto es que el conjunto de la pequeña nobleza local y las gentes con
alguna actividad destacada en la ciudad, bien fuera como comerciantes o como
funcionarios, se unieron a la tarea, y salieron por las calles de Santafé en la
recolección de limosna, en una tarea que seguramente muchas veces habían
cumplido como fieles católicos, pero que ahora se realizaba en un marco «civil»,
un poco «laicizado», «secularizado», si así puede decirse, actividad que
mostraba, desde luego, la circulación práctica de los ideales de la Ilustración,
por medio de una actividad concreta –estamos pues, aproximadamente, frente
a lo que llamaba Michel de Certeau, «prácticas sin discurso»76.
Pero en el campo preciso de las formas de legitimidad y de legitimación,
posiblemente el ejemplo más ilustrativo que se puede presentar tenga que ver
con el apoyo local a la guerra española contra la Francia revolucionaria, apoyo
que parece haber concitado el esfuerzo de todos los grupos de la sociedad
neogranadina, a lo largo de todos sus cuerpos oficiales y profesionales, y de lo
que ya puede empezar a designarse como sus individuos.
A mediados de 1793, y después de haberse comunicado a los neogranadinos
de manera oficial la declaración de guerra del soberano francés, el PP trasladó
a sus lectores el llamamiento que la corona hacía para la recolección de un
donativo con el fin de sostener la guerra iniciada 77. Según informaba a sus
lectores el PP, utilizando las palabras de la corona, a pesar de «todos los medios
y medidas pacíficas utilizadas por el soberano», para «mantener a los pueblos
de su vasta monarquía en una segura y perfecta tranquilidad», esos esfuerzos
de paz habían fracasado y España se había visto en la necesidad de «declarar
la guerra a la nación francesa por varios motivos, muy dignos de la religión y
del honor de la corona», agregando que la declaración de guerra se había
76
Cf. PP. No 50, 27-01-1792 y PP. No 51, 3-02-1792. El comentario sobre la importancia de
la idea de prácticas sin discurso como instrumento de análisis histórico en Roger Chartier,
«Stratégies et tactiques. De Certeau. De Certeau et les arts de faire», en R. Chartier, Au bord
de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude, Paris, Albin Michel, 1998, pp. 161-172.
77
PP. No 97, 5-07-1793, para el llamado al donativo, y PP. No 96, 28-06-1793, para la
declaración de guerra.
78
28-06-1793.
79
Ibídem.
80
Cf. John L. Phelan, El pueblo y el rey, op. cit., Primera parte, capítulos I y II.
81
PP. No 96, 28-06-1793.
Para la sociología histórica del problema en la Francia de los siglos XVII y XVIII cf.
83
Norbert Elias, La sociedad cortesana, México, FCE, 1982, capítulos V y VI. En las sociedades
modernas –de individuos– el deber de representación es, en parte, sustituido por el mecanismo
de la presentación de si (el self) estudiado por los etnometodólogos. Cf. al respecto Erwing
Goffman, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 2004.
84
Cf. para el Tratado de paz y la última lista del donativo PP. No 221, 4-12-1795.
85
Aquí hay que mencionar un hecho mayor que atraviesa en su conjunto –con alguna leve
excepción que no modifica la regla– la mención de los grupos sociales: los excluidos totales del PP
en cuanto a referencias son los esclavos negros y en menor medida los mestizos. Estos últimos
aparecen en medio de las sombras, cuando se narran la situación urbana de vagancia y de ocio.
Pero la gente negra, ni en el plano de los pequeños acontecimientos que narra el semanario, ni en
el del relato que MSR y otros ilustrados imaginaron como la historia de esa sociedad, encuentran
un lugar –hay una copia completa de una cédula real de 1789, pero «concediendo libertad
para el comercio de negros…»–. En muchos otros textos de los ilustrados puede registrarse la
presencia de la esclavitud negra y del componente mestizo de la sociedad, y los prejuicios
particulares que sobre esos grupos alentaban los hombres de letras. Francisco José de Caldas, por
su propia tendencia a la observación etnográfica –con los criterios de su época– brinda las
mejores posibilidades para el estudio de los prejuicios sociales y raciales de los Ilustrados
neogranadinos. Cf. por ejemplo, sus relatos de viaje, en Obras completas de Francisco José de
Caldas, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1966.
86
Diferencia clara entre las principales revoluciones modernas europeas y las de América
hispana. Primero en cuanto al avance de la Ilustración y de las formas de sociabilidad moderna
que habían conquistado buena parte de la sociedad letrada en medios urbanos, al contrario de lo
que sucedía en América hispana; y segundo en cuanto a la ruptura o al alejamiento en relación
con la consideración del carácter sagrado de la autoridad del soberano, un proceso que en
Francia, de manera particular, venía ascendiendo desde el propio fondo de la sociedad –como lo
mostro en diferentes estudios Michel Vovelle–, y que fue impulsado por los hombres de letras en
el siglo XVIII –como lo indicó Alexis de Tocqueville–, y que en América hispana tiende a
coincidir más bien con los años posteriores a 1808, y cristalizar entre 1808 y 1820 ( c ), con un
radicalismo igual o superior al de los franceses. Cf. al respecto, François-Xavier Guerra, Modernidad
e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Maphre, 1992, capítulos II, III
y IV.
87
Cf. PP. No 206, 21-08-1795, para el núcleo de la noticia de la consagración del templo a
que nos vamos a referir, y PP. No 36, 14-10-1791, para la noticia sobre su establecimiento y
fundación de iglesia en Santafé.
88
PP. No. 206: «Si en Francia se ha profanado tan torpemente la dignidad del Santuario,
debemos consolarnos, considerando que en otras partes de la Tierra se ve al mismo tiempo
brillar, con nuevos resplandores, la sagrada antorcha que allí [en Francia] se ha extinguido, y tal
es el objeto de dar a luz esta descripción, la cual laconizaremos [resumiremos] todo lo posible».
El PP introduce enseguida, en pie de página, como apoyo de sus afirmaciones, una cita del
Nuevo Testamento (Mateo, Cap. 22, Ver. 43), lo que nos recuerda de nuevo las relaciones
estrechas entre historia profana e historia bíblica.
89
Ibídem. Desde luego que no hay duda de que la descripción –como cualquier otra
descripción, incluidas las de los historiadores– se inscribe en un modelo narrativo. Pero eso no
convierte a los hechos narrados en simples relatos imaginarios, desprovistos de cualquier realidad.
relato bíblico, bajo una forma bilingüe que incluía el recurso permanente al
latín, y el sermón en castellano, para la comprensión de todos90. La ceremonia,
pasados los cuatro días, se cerraba con el esperado Te Deum, se dio «la bendición
al pueblo con el Señor Sacramentado», «y se finalizó la función, a la cual
concurrió el ayuntamiento, todos los eclesiásticos y nobleza y plebe de la villa,
en cuyos semblantes se patentizaban los tiernos sentimientos de alegría y
devoción de que estaban penetrados los espíritus»91.
90
El texto del PP es de primera importancia, pues no sólo recrea los hechos, sino que incluye
los títulos latinos de las prédicas y los sermones con un breve comentario, sobre la dirección que
tomaba la prédica, y deja en claro algunas de las preferencias que en el terreno de la prédica y
del santoral eran los de la comunidad o por lo menos los de los predicadores.
91
Ibídem.
IV
EL DIABLO EN SANTAFÉ
El Gran Ruido de 1687 y las paradojas aparentes
de la crítica ilustrada neogranadina
Introducción
1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1796, 7 volúmenes, Bogotá, Banco
de la República, –Edición facsimilar–. Cf. PP. No 184, 20-03-1795. «Fin del Apéndice» –se trata
de las observaciones que el director del PP hace en torno al fenómeno físico sobre el que había
venido discutiendo en los números anteriores, y en donde quiere mostrar la coexistencia pacífica
de las ciencias físicas y del demonio.
2
Newton es una estrella en el firmamento de la ciencia natural y el camino para el inicio
en las matemáticas de los ilustrados neogranadinos, como varias veces ha sido demostrado. Cf.
por ejemplo, entre varias presentaciones del tema, R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada
1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Bogotá, EAFIT/Banco de la República,
2008 –segunda edición–, capítulo I.
figura del médico, astrónomo y naturalista José Celestino Mutis, quien fue el
maestro de un grupo reducido pero muy notable de jóvenes neogranadinos en
el campo de la Historia Natural (de manera precisa en el campo de la botánica
linneana y en los principios newtonianos en torno a la causalidad), aunque
mucho más en el terreno práctico de la observación, la recolección, el secado,
clasificación y dibujo de plantas, que propiamente en la discusión de los
fundamentos de lo que se designaba como la «filosofía botánica» de Linneo o
como los fundamentos del método de Newton3.
El atraso cultural por relación con la revolución científica del siglo XVII es
un hecho fácil de establecer, y es claro que los esfuerzos solitarios de J. C.
Mutis, a pesar de su dedicación y de la calidad de su obra, no fueron suficientes
para modificar la situación, máxime cuando el propio jefe del grupo y figura
eximia del Panteón científico colombiano –el mencionado médico, botánico
y astrónomo J. C. Mutis– por el camino fue sintiendo los efectos de su
aislamiento del mundo científico europeo y padeciendo una extraña nostalgia
de lo que llamaba «la república europea de las letras», campo en el que hubiera
querido inscribir sus trabajos y posibles descubrimientos4.
Pero no hay que engañarse. Esa situación de atraso frente a los logros
europeos, que era general en Hispanoamérica, no debe percibirse como una
situación de fracaso, y no debe hacer olvidar que se trató de una lucha tenaz,
adelantada por lo menos por tres generaciones de hombres de letras con interés
en las ciencias naturales y en el funcionamiento del cosmos, en las matemáticas
y en lo que llamaban filosofía moderna. Tal situación mucho menos debe
hacer pensar que se trató de una aventura que no valga la pena relatar, con
todos sus reveses, sus contrasentidos, sus malentendidos, con todo ese elemento
pintoresco de ingenuidad que no puede faltar en las primeras aproximaciones
al mundo de la ciencia.
Por lo demás, no debe olvidarse que, aunque el asunto no ha sido
considerado con el cuidado que merece, no hay duda que la reconocida
actividad de iniciación en la ciencia del último tercio del siglo XVIII en el
virreinato de Nueva Granada –de manera básica socialización de un grupo de
3
Sobre las transformaciones del saber europeo en el siglo XVII y sus prolongaciones en el siglo
XVIII, a través de la emergencia de objetivos medibles y cuantificable, cf. la gran síntesis de
Michel Foucault en Las palabras y las cosas [1966], México, Siglo XXI Editores, 1968, capítulo V.
4
Sobre todos estos aspectos cf. ante todo Pensamiento científico y filosófico de José Celestino
Mutis –Recopilación y selección de Guillermo Hernández Alba–, Bogotá, Ediciones Fondo
Cultural Cafetero, 1982; cf. también R. Silva, «José Celestino Mutis y la cultura colonial», en La
Ilustración en el virreinato de Nueva Granada. Estudios de Historia Cultural, Medellín, La Carreta
editores, 2005, capítulo II.
5
Aunque el asunto no ha sido considerado con el cuidado que merece, no hay duda que
la reconocida actividad de iniciación en la ciencia del último tercio del siglo XVIII –de manera
básica socialización de un grupo de hombres de letras en su mayoría laicos en la historia natural
y la filosofía newtoniana– tiene importantes y desconocidos capítulos previos en los marcos de
la vida de las órdenes religiosas, principalmente, pero no exclusivamente, en el caso de la
Compañía de Jesús, algunos de cuyos miembros, de origen europeo, se interesaron por la filosofía
de Descartes y por la «nueva física» –como había ocurrido también en Nueva España y en el
virreinato del Perú–.
6
Por fuera de su trabajo como botánicos, de sus intentos de autodidactas en los campos de
la ciencia natural y las matemáticas, y de su apoyo a la reforma «científica y práctica» de los
planes de estudio universitarios, el interés de los ilustrados neogranadinos en las ciencias naturales
se comprueba, por ejemplo, cuando se observan los esfuerzos realizados para impulsar la impresión
local de textos como la Historia de las ciencias naturales escrita en el idioma francés por Mr.
Savérien, y traducida al castellano por un sacerdote amante del bien público, Santafé de Bogotá, A.
Espinosa de los Monteros, 1791, una obra voluminosa que excedía las posibilidades de venta y
suscripción local, y las propias posibilidades de la pobre imprenta santafereña. –De las principales
obras de Alexandre Savérien (1720-1805) hay ediciones de época en la Biblioteca Luis Ángel
Arango de Bogotá.
7
PP. No 36-14-10-1791. El respeto por las condiciones de realización de los experimentos
cuyos resultados fueron publicados en las páginas del PP se convirtió en un criterio formal para
decidir acerca o no de la publicación del experimento de que se tratara. Como se lee en el PP,
«A causa de no haberse podido hacer cierta experiencia relativa al discurso emprendido en el
No 176 [enfermedades y despoblación] se ha omitido su continuación hasta después de evacuada
dicha diligencia, que es muy conducente a la exactitud con que queremos proceder en nuestras
reflexiones». Como se sabe ése es un criterio distintivo de una actividad de ciencia que intenta
ligar argumentación, prueba, y condiciones de experimentación, en el campo de las ciencias
naturales modernas.
8
PP. No 36, 14-10-1791.
I
La historia de la historia
La noche del nueve de marzo de 1687, Santafé, la pequeña capital del Nuevo
Reino de Granada, se vio sorprendida por un fenómeno curioso y difícil de
explicar, al que desde esa época se llamó «el gran ruido». Según los pocos
testimonios conservados, de manera intempestiva se expandió por la ciudad,
sin saberse a partir de dónde, un «ruido», por nadie identificado en su naturaleza,
acompañado por un olor que las gentes definieron como de azufre, que debió
durar entre quince y treinta minutos, según la versión más conocida. El suceso
despertó un fenómeno colectivo y explicable de piedad religiosa y
arrepentimiento –las iglesias debieron abrir sus puertas esa noche y en los días
siguientes cientos de santafereños se postraron de rodillas ante los altares y
confesionarios– y a largo plazo fijó los cimientos de una tradición religiosa de
gracias al Señor, quien había salvado a la ciudad de su ruina y destrucción, un
hecho que se celebraba cada año, aunque al final del siglo XVIII, los feligreses
no sabían bien qué episodio era el que se recordaba con tal celebración.
Muchos años después, a principios de 1795, dentro de su «programa» de
examen crítico de las tradiciones culturales de la sociedad neogranadina, el
Papel Periódico de Santafé de Bogotá [en adelante PP] dedicó varios números a
la discusión de las causas de este olvidado suceso de 1687 y propuso una nueva
interpretación de los hechos tal como habían sido presentados en 1741, ya
bajo una primera mirada crítica e ilustrada, por parte del sacerdote jesuita
Joseph Cassani, en su obra Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús del
Nuevo Reino de Granada9.
No tenemos ninguna idea precisa acerca de por qué el interés concreto
del PP y de su editor, Manuel del Socorro Rodríguez [MSR], por examinar las
opiniones de Joseph Cassani, pero no es difícil suponer que muchos otros
sucesos «milagrosos y maravillosos» hubieran podido ser sometidos a
consideración, ya que la tradición local –como la hispanoamericana– estaba
repleta de ellos10. MSR se limita a indicar que «Por muchas razones es digno de
9
P. Joseph Cassani, S. J., Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reino de
Granada en la América [1741]. –Estudio preliminar y anotaciones al texto por José del Rey, S. J.
Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de Historia, 1967. El documentado «Estudio
Preliminar» en pp. IX-XCIX, contiene datos importantes sobre la vida y obra del Padre Cassani,
suficientes para hacerse a una idea clara de su perfil intelectual. La parte relacionada con el
«gran ruido» se encuentra en la obra de Cassani en el capítulo XXVII: «Raro suceso y espantoso
ruido, sucedido en Santafé, y sus vecindades en este tiempo…», pp. 256-261. MSR no ofrece
datos editoriales precisos de la obra del Padre Cassani.
10
Las relaciones entre la Ilustración y la religión católica han sido estudiadas por mucho
tiempo en Europa, aunque no ocurre lo mismo en América hispana, y la bibliografía debe ser ya
que entre tantos asuntos que forman la varia lección de nuestro periódico, se
le de un lugar a uno bastante y peregrino al suceso del gran ruido], acerca del
cual hemos observado que se padecen no pocas equivocaciones en esta misma
ciudad, donde su noticia tiene derecho a circular con la mayor exactitud»11.
Tenemos pistas, claro, del pietismo de los ilustrados neogranadinos y de su
decisión de someter a crítica la religiosidad popular, que encontraban repleta
de actitudes que les parecían contradecir la «verdadera esencia del cristianismo»
y reflejar prácticas religiosas aun muy cercanas de aquellas de la evangelización
temprana, una crítica de la que parecían participar muchas de las autoridades
virreinales de finales del siglo XVIII, que en realidad eran las impulsoras de esa
forma nueva del sentimiento religioso devoto, pero silencioso, contemplativo,
alejado de las expresiones puramente visibles de la fe12, bien que deba advertirse
que no se trató de ninguna manera de una especie de «cruzada» contra las
formas de expresar la devoción por parte de la mayoría, de la que los ilustrados
neogranadinos estaban en ese punto más cerca de lo que ellos mismos podían
pensar13.
No sabemos tampoco si la elaboración de la crítica de los argumentos del
Padre Cassani fue estrictamente personal y corresponde por entero a las
concepciones de MSR, o si los textos publicados fueron el resultado de
discusiones colectivas en el marco de la tertulia que animaba Manuel del
Socorro Rodríguez en la Biblioteca Pública, y a donde concurrían los
inabarcable. Nos contentamos con citar en función de nuestros propósitos el libro de Marina
Caffiero, La fabrique d’un saint à l’époque des Lumières [1996 en italiano], Paris, EHESS, 2006.
Aunque el texto tiene como objeto directo de investigación el que se señala en su título, su
capítulo primero, pp. 19-61, contiene indicaciones importantes sobre la relación entre los ilustrados
y las demandas populares de santidad, y por tanto sobre las formas religiosas de la mayoría de la
sociedad. Sobre el tema de las formas populares de la religiosidad a finales del siglo XVIII en el
Nuevo Reino de Granada no son demasiados los trabajos que pueden citarse. Cf. el trabajo de
Eduardo Cárdenas G., S. J., Pueblo y religión en Colombia (1780-1820): Estudio histórico sobre la
religiosidad popular de Colombia (Nueva Granada) en los últimos decenios de la dominación española,
Bogotá. PUJ, 2004.
11
PP. No 179, 13-02-1795. MSR agrega que no le parece que «la distancia que media desde
el año de 1687 al de 1795, en cuyo espacio han corrido ciento dos años… sea un motivo
suficiente para haber desfigurado tanto el aspecto de un suceso que, por sus circunstancias,
debía fijarse en la memoria pública, sin notable alteración ni variedad».
12
El PP en muchas oportunidades publicó textos que tocaban de una u otra forma problemas
de creencias religiosas y de prejuicios sociales, por ejemplo cuando habló sobre la fundación de
cementerios y criticó la costumbre de enterrar en los templos. Cf. por ejemplo PP. No 119, 6-12-
1793: «Noticia de la bendición del cementerio provisional formado en el ejido de la capital con
el objeto de la utilidad pública». Y por lo menos una vez abordó de manera amplia el examen
crítico ilustrado de una creencia en un milagro. Cf. PP. No 260, 2-12, 1796: «Relación del
prodigioso y frecuente abrimiento de los ojos de una imagen de María Santísima…», un
pretendido milagro ocurrido en Ancona, Italia.
13
Cf. al respecto, R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op.cit.
En su Autobiografía José Manuel Restrepo menciona las reuniones de la tertulia del Buen
14
Gusto en la Biblioteca Pública, bajo la dirección de MSR, y su declaración, como muchas otras
de jóvenes ilustrados de Santafé y del virreinato (me refiero a gentes de Cartagena y Santa
Marta, de Popayán y de Medellín), deja la idea de la tutoría e influencia intelectual ejercida por
el bibliotecario y director del PP. Cf. José Manuel Restrepo, Autobiografía, Bogotá, Empresa
Nacional de Publicaciones, 1957, quien desde las primeras páginas recuerda que a su llegada a
Bogotá puso en gran medida su educación bajo la dirección de MSR.
15
Cf. Jaime Jaramillo Uribe, «El conflicto entre la ciencia moderna y la consciencia religiosa
en [José Celestino] Mutis y [Francisco José de] Caldas», en ECO. Revista de la Cultura de
Occidente, Vol. 7, No 4, agosto 1963, pp. 331-355.
16
Cf. Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX [1956], Bogotá,
Editorial Temis, 1965, capítulo primero.
las ideas, los documentados estudios de Antonio Mestre sobre la Ilustración española y sobre
todo valenciana, son un ejemplo de una obra que ha buscado hacia atrás, hacia finales del siglo
XVII, para proponer una cronología mucho más amplia que la que se había heredado a partir de
la obra clásica de Jean Sarrailh sobre la España Ilustrada. Cf. por ejemplo, entre muchas otras
obras del autor, Antonio Mestre Sanchis, Apología y crítica de España en el siglo XVIII, Madrid,
Marcial Pons, 2003.
18
La importancia de esta acumulación de fuerzas culturales modernas, orientadas hacia el
cambio técnico, la valoración positiva del conocimiento científico, la asimilación de la idea de
crecimiento económico y la creencia en las virtudes del comercio y la riqueza material fue
analizada ya hace muchos años por Frank Safford, en su crítica de los prejuicios académicos
norteamericanos sobre la «mentalidad latinoamericana» frente al progreso. Cf. F. Safford, El
ideal de la práctica. El desafío de formar una élite técnica y empresarial en Colombia, Bogotá,
Universidad Nacional, 1989.
II
El Gran Ruido de 1687
Como advertimos renglones arriba, no conocemos las razones precisas por las
que MSR decidió abordar el tema «del gran ruido» en su publicación. Tan
solo podemos decir que la crítica de la tradición cultural (la crítica de los
prejuicios» en la conocida línea del Padre Benito Jerónimo Feijóo) se
encontraba definida como uno de sus objetivos y había sido reiterada en varios
de los «editoriales («Advertencia», «Prevenciones», «Al público lector») que
el PP dedicó a la definición de su programa editorial22.
MSR da inicio a sus reflexiones recordando que existe una memoria pública
del evento, que se transmite en las palabras que «algunos ancianos refieren a
22
Cf. por ejemplo PP, No 1, «Preliminar», 9-02-1791; y sobre el Padre Feijóo, una introducción
sencilla y contextualizada es «Reflexiones sobre el marco político y cultural de la obra del P. Feijóo»,
de Antonio Mestre Sanchis, en Apología y crítica de España en el siglo XVIII, op. cit., pp. 176-183.
sus nietos» –y desde luego también a través de las celebraciones piadosas anuales
que recuerdan el suceso–, pero que esa memoria oral de los viejos puede
encontrarse un tanto alterada, no solo por la distancia que separa del evento,
sino porque «la noticia de tal suceso no consta escrita en ninguna parte, sino
en un libro que juzgamos lo tendrán muy pocos [el libro de Cassani]», aunque
reconoce que el propio suceso ya ha perdido actualidad para los universitarios
de finales del siglo XVIII, «pues su argumento no se mira con interés» y «tampoco
será apetecible ni frecuente su lección», a pesar de lo cual le parece un hecho
digno de consideración intelectual. Lo que ocurre al parecer es que MSR no
confía ya en el testimonio ni en las explicaciones de Cassani y le parece
importante volver sobre la explicación tradicional del evento, aunque antes
de ello quiere recordar los hechos tal como fueron presentados por el historiador
jesuita23.
MSR comienza indicando que lo que a continuación se va a encontrar es
«la misma relación del padre Cassani» y comenzará copiando sus palabras
acerca de la calma que precedió al suceso –«En el día nueve del año de 1687
habiendo estado el cielo sereno y habiendo entrado la noche con apacible
quietud…»–, para luego indicar que, entonces, «como a las diez de la noche,
comenzó un extraño ruido en la tierra, en el aire, o en el cielo, pues esto nadie
lo supo, y prosiguió por el largo espacio de más de un cuarto de hora y aun
cerca de media». El ruido debió ser considerable, pues interrumpió el sueño de
todos, que vieron suspendido su descanso, de tal manera que «al primer golpe
dudaron todos, al segundo temieron, al tercero… salieron a la calle»,
habiéndose formado una confusión fácil de imaginar, como lo señala Cassani,
quien escribe de manera precisa: «No es fácil referir la turbación y conmoción
de aquella noche: solo aquella prosopopeya con que nos representan los
del relato del Padre Cassani hace MSR es casi textual y no desfigura en ninguna parte su
argumentación –argumentación que incluía desde luego también un matiz crítico, pues Cassani
participa ya de una forma renovada de plantearse este tipo de problemas, una forma que puede
ser designada como «newtoniana», en la medida en que introduce de manera sistemática la
noción de «causas y efectos», sin abandonar la idea de una «causa última y final». Debe
señalarse también que lo que sí parece difícil aceptar es la idea de MSR acerca de que la posible
deformación oral del relato dependa en este caso del testimonio escrito, máxime cuando MSR
reconoce la rareza del libro de padre Cassani en Santafé, del que señala que utiliza la que le
parece ser la única copia disponible y que pertenece a la Biblioteca Pública de Santafé, de la
que MSR era precisamente el director. Lo más seguro es que el testimonio de Cassani no haya
jugado ningún papel en la transmisión del recuerdo del hecho, y que sus deformaciones,
inevitables, sean solo el producto de su circulación, y no el efecto de la lectura de un libro poco
leído y difícil de conseguir. –A falta de mejores obras, indiquemos que sobre Santafé de Bogotá
en sus aspectos demográficos, urbanos y culturales en el siglo XVII, hay aun que recurrir a la
Historia de Bogotá, Vol. I, Bogotá, Villegas Editores, 1988, una crónica extensa llena de datos,
informaciones y chismes sobre la ciudad–.
24
PP. No 179. 13-02-1795. Siempre la misma referencia mientras no advirtamos lo contrario.
Como se puede ver, la presencia de modelos literarios es fácilmente visible en la narración que
del suceso hará el padre Cassani. Aquí se trata en principio del modelo «la tempestad precedida
por la calma», lo que prepara al lector para la sorpresa que viene a continuación. Por el camino
esa presencia se hará más intensa, como lo muestra el texto citado, en donde de manera expresa
se habla del lenguaje con que los predicadores presentan el juicio final, es decir el lenguaje del
Apocalipsis. La presencia acentuada de ese tipo de modelos es un hecho constante en las
crónicas tempranas sobre la sociedad colonial, crónicas que aun participan de la idea de
«maravillas de la naturaleza» –y de la sociedad–, y que en el siglo XVIII se combinan con lo que
llamamos «la forma newtoniana».
25
El padre Cassani agrega que las autoridades también se movilizaron y el propio presidente
del Nuevo Reino de Granada «salió con la gente y armas… a recorrer los barrios y entradas», si
bien no había fundamentos para temer por la presencia de «enemigos externos», como lo
advierte Cassani, ya que Santafé se encuentra a más de 200 leguas del mar.
26
Cf. Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en las riveras del río Orinoco.
Su autor […] el Padre Joseph Gumilla, misionero que fue de las misiones del Orinoco, Meta y
Casanare. [1741-1745-1791], Bogotá, Carvajal, 1984-1985.
De manera más precisa aun, Cassani dirá que sobre este tipo de sucesos
hay dos versiones. La primera es la que presentan lo que se llama «Historias»
(en el lenguaje de la época, relatos maravillosos de gigantes y de monstruos,
de fenómenos naturales inexplicables), en donde se cuentan sucesos que «han
parecido milagros por lo raros»; la segunda, aquellas otras versiones que se
presentan como opiniones sabias, pero que aun se mueven en el mundo de las
razones no probadas, aunque con ellas queden «muy satisfechos sus autores»,
quienes se dan por servidos, sin saber que salen «de una dificultad, entrando
en otra mayor», como dice Cassani. En este caso en particular, y este es un
punto notable en la discusión, el jesuita dirá que en este fenómeno singular
hay una dificultad que no se puede eludir y que tiene que ver con el problema
que el mundo de los sentidos le crea a un testimonio y a la posterior evaluación
de ese testimonio, cuando quiere utilizarse en el marco de la indagación de un
problema de análisis histórico.
Regularmente sobre este tipo de «sucesos raros» tenemos testimonios de
gentes que declaran haber visto de manera directa, o de gentes que declaran
haber escuchado de alguien que alega haber visto «por sus ojos». Pero en este
caso, señala Cassani, se trata de un testimonio que no se apoya en la visión,
sino en el oído –el ruido que se escuchó– y en el olfato –el olor que se sintió,
«no conociendo la vista nube, ni divisando fuego», sino que se «olía el hedor»
y se sentía el ruido, «lo que aumenta mucho la dificultad» –Cassani dice con
sorna que «a estos autores», apegados al testimonio de la visión, «los quisiera
yo oír en el caso presente»27.
Según Cassani, quien, repitamos, escribe su obra muchos años después de
ocurrido el suceso, la «vulgar opinión de ese entonces», es decir de 1687, fue
que «el enemigo común del género humano», el diablo, había producido tal
ruido «para espanto de los moradores», e indicará que esa opinión, que en
principio él no comparte… pero allá debemos llegar, prevaleció como
interpretación dominante, por la fuerza del testimonio que sobre «el gran
ruido» ofreció el provisor del arzobispado, una verdadera autoridad para todos
los pobladores, quien afirmó que «…habiendo oído el ruido, paseándose en su
estancia, al abrir la ventana por curiosidad, sintió el olor a azufre… y añadía
que al mismo tiempo oyó en el aire unas clausulas [unas frases] tan lascivas,
que ninguna otra lengua que la infernal, pudiera articular semejantes
obscenidades».
Como se sabe, la relación ver-escuchar-testimoniar es clave en el proceso de constitución
27
III
El Gran Ruido vuelto a considerar
forma por completa opuesta de la lírica radical que utilizaron otros de los ilustrados neogranadinos
en su crítica de la sociedad, cuando quisieron abordar el examen de la escolástica y de los
planes de estudio tradicionales en los estudios universitarios. Cf. en las mismas páginas del PP –
No 9, 8-04-1791–, la crítica de Francisco Antonio Zea a los estudios universitarios, crítica que
casi le cuesta a MSR quedarse sin trabajo, por el cierre del semanario, acusado por los grupos de
hombres de letras más tradicionalistas de la sociedad –sobre todo los clérigos «encargados de la
enseñanza pública [universitaria]»– de criticar el silogismo y optar por la «filosofía moderna».
Según las pruebas hechas por las academias de Florencia y de París, [y] por
las de Gasendo, de Boyle, Flamsted, Halley, Newton, y varios físicos, recorre
el sonido en un aire natural, cuando menos 1185 pies en el espacio de un
segundo. Ahora bien, cuánto mayor no será infinitamente la velocidad con
que obra el aire enrarecido. Considérese con toda reflexión».
No hay por qué ocultar que no tenemos manera de precisar si los autores
nombrados eran autores efectivamente leídos, y no se puede ocultar que el
conjunto de los textos de ciencia del PP y de MSR dejan la impresión de que
se trata de un conocimiento primario y precario, derivado de un contacto
inicial con la ciencia proveniente más bien de las publicaciones que en España
y en otras partes de Europa se dedicaban a la divulgación de la ciencia –como
lo testimonian los artículos que sobre máquinas y experimentos incluyó en
varias oportunidades el PP, y que dejan la impresión de una relación puramente
admirativa y curiosa con esas formas nuevas de experimentación que no
dejaban de encantar y de causar asombro en lectores que realizaban un esfuerzo
muy inicial por separarse de su pasado cultural.
Pero no hay duda de que el esfuerzo de acceso a la «ciencia» se encontraba
en marcha, y que una primera retórica de ciencia comenzaba a captar el lenguaje
de los ilustrados de finales del siglo XVIII, lo que finalmente produjo resultados
notables en el campo de la Historia Natural, más, desde luego, en el campo de
la asimilación de los resultados de la «ciencia linneana», de su incorporación
a un proyecto de apropiación práctica de las riquezas naturales, que como una
discusión y examen crítico y teórica del legado recibido, lo que de ninguna
manera debe considerarse como una tarea menor en el campo propio de la
ciencias o como un simple caso de epigonismo, cuando se trata de una forma
estricta de participación en uno de los momentos de la ciencia, tal como ésta
efectivamente se produce.
En virtud de los cuatro argumentos presentados, MSR piensa que no es
posible «en rigor filosófico» admitir como «causa suficiente… la que publicó
el referido Padre [Cassani] y que ha corrido hasta el presente sin contradicción
alguna». La crítica de la explicación que en 1741 había ofrecido el padre
Cassani en su relato «del gran ruido» de 1687, conduce a MSR, por su propia
lógica, a plantearse una nueva reflexión «que nos deje satisfechos acerca del
verdadero origen de tan raro fenómeno» y cerrará entonces esta parte de su
intervención indicando que esa pregunta sobre «el verdadero origen» (origen
identificado con causa) será a la que intentará responder ahora «con cuanta
claridad y sencillez me sea posible».
IV
La dificultad de explicar un ruido
Una semana después, en el siguiente número del PP –el número 181–, MSR
volverá sobre el asunto de las causas «del gran ruido», pero no comenzará
enfrentado de manera directa la pregunta que había dejado planteada sobre
«el verdadero origen» del fenómeno, sino que preferirá hacer primero algunas
consideraciones sobre el carácter infinito del conocimiento, sobre los límites
humanos del conocer y sobre su confianza en el avance y el progreso del saber,
a pesar de todas sus dificultades y tropiezos.
Fiel en este punto a la confianza racionalista en el conocimiento que
caracterizó a los ilustrados y que se expresó de manera regular en esa retórica
repetida que ya hemos mencionado, acerca del avance impostergable del saber
humano y el viaje de las sociedades hacia la perfección –una retórica que
desde luego no fue sólo repetida por los ilustrados neogranadinos sino que se
encuentra presente en toda Hispanoamérica y en dosis diversas en las sociedades
intelectuales europeas–, MSR volverá a poner de presente su confianza en los
avances del conocimiento humano y en la perfectibilidad del propio
Pero el conocimiento humano (la ciencia en este caso) no existe bajo una
forma puramente general. Lo que hay son ramas del conocimiento y todas
ellas no tienen el mismo grado de evolución ni han producido la misma suma
de saberes y verdades. Por eso MSR pasa enseguida a comparar, en el plano de
sus procedimientos y de sus resultados, a la anatomía con lo que hoy llamaríamos
la geología, y hace notar que en la primera el «cuchillo disector» facilita las
observaciones del «ojo filosófico del naturalista», a pesar de lo cual, «la
estructura interior del cuerpo humano, después de repetidas e innumerables
disecciones anatómicas», sigue siendo un mundo lleno de lagunas de
conocimiento. Si ello ocurre en el campo del estudio del cuerpo humano,
cuánto pues «no será más difícil el conocimiento de la organización interna
de la tierra, cuyas entrañas están llenas de prodigios…» que no podemos
observar de manera directa.
La comparación puede ser discutible a nuestros ojos –sobre todo si se tiene
en cuenta que la ciencia de hoy no solo ha definido de una forma nueva la
práctica de la observación, mostrando que ella es producto de la rejilla con
que se observa, es decir del punto de vista del observador, antes que de la
simple función empírica «del mirar», y si se recuerda que la ciencia de hoy
cuenta con instrumentos que permiten observar «lo que no vemos»–, pero la
conclusión que de su idea saca MSR no deja de ser de interés para su discusión:
«Lo que digo es que restan muchísimos otros [fenómenos] por conocer, así en
las entrañas, como en la superficie del globo».
El avance argumental de MSR, antes de entrar de lleno en el núcleo de lo
que piensa que son sus demostraciones y pruebas, se despliega ahora en dos
direcciones, pues, aplicando lo que Cassani había hecho notar acerca de los
informes del Provisor eclesiástico y en general acerca de los testimonios de
1687 (es decir, que todos los testigos estaban afectados por un cierto efecto del
azufre que los hizo ver con poca claridad el suceso al que se enfrentaban), dirá
del testimonio de Cassani que es materia discutible, porque el cronista se
encontraba afectado por «la propia calidad del suceso», «por la confusión con
que se observan sus circunstancias» y por varios otros motivos «contrarios a la
rigurosa exactitud con que deben referirse estos eventos», y aunque declara
que prescindirá de la discusión detallada de las condiciones de los testimonios
en que se apoyó Cassani, deja el «aire enrarecido», por así decir, en cuanto a la
exactitud de los informes en que apoyó sus análisis el Padre jesuita35.
simplemente como un ejemplo al respecto PP. No. 239, 8-04-1796, «Extravagancias del siglo
ilustrado», texto en donde el canónigo Nicolás Moya Valenzuela, un colaborador del PP, escribe:
«Atribuir a la razón un imperio ilimitado, al mismo tiempo que ella nos hace ver su debilidad y
la estrechez de sus límites: he aquí la extravagancia capital de nuestro celebrado siglo».
son algunos de los puntos menos tratados con perspectiva crítica en años recientes por la
historiografía, cuando aborda los problemas designados como de método histórico, lo que resulta
un efecto esperado del reciente dominio postmoderno (hoy en su agonía) en las ciencias
sociales. Sobre este punto la historiografía postmoderna nos ha arrastrado hacia una falsa
alternativa, que oscurece mucho más los problemas. De un lado, si «todo vale», si cualquier
testimonio –calificado o no– tiene el mismo valor, porque todos son hijos unilaterales del
relativismo de la cultura –de ahí que se postule el fin de toda distinción entre etnógrafo e
indígena, pues esa distinción no sería más que autoritarismo–, el problema de las condiciones
del testimonio se convierte en asunto accesorio, que no debe ser tenido en cuenta en el análisis
de las fuentes históricas de un problema determinado. De otro lado, y en dirección contraria, la
escandalosa y explícita valoración aprobatoria de todo testimonio que provenga de las filas de
los «amigos» –los grupos subalternos, los excluidos, las minorías– y la desconfianza sobre aquellos
otros que son producto de las burocracias, de las autoridades, de los administradores, de las
gentes de mando, es decir de los «enemigos», tal como de manera práctica se ha procedido por
parte de unas ciencias sociales y una historia militantes, que sin mayor rigor se dedican a lo que
llaman la «crítica del poder y de las élites». Sobre el tema del testigo y del testimonio puede
verse –para empezar– la interesante obra de Renaud Dulong, Le temoin oculaire. Les conditions
sociales de l’attestation personnelle, Paris, EHESS, 1998.
36
PP. No 36, 14-10-1791.
37
Cf. al respecto R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit., en donde se
puede leer una interpretación extensa en esta dirección, a lo largo de todo el texto.
38
MSR no sólo desarrolla con cierta amplitud sus observaciones sobre la atmósfera de
Santafé, aunque de continuo se queje de la falta de espacio para dar a conocer sus teorías, sino
que anuncia a los lectores que tiene sobre estos temas varias obras en preparación: «En nuestras
reflexiones físicas sobre el primer capítulo del Génesis, confiamos en Dios que podremos producir
dentro de pocos meses varias pruebas acerca de este mismo asunto» –el influjo planetario y del
sol sobre los cuerpos sublunares–.
39
PP. No 182. 6-03-1795, para todo lo que continua, mientras no advirtamos otra cosa.
lo reitera una y otra vez, usar «solamente de aquellas [razones] que participan
menos de las ideas abstractas y metafísicas, exponiendo… las que parecen más
fáciles de percibir, por cualquier hombre de mediana razón», con lo cual volvía
a poner de presente su fidelidad al ideario ilustrado del PP, que tenía como
uno de sus objetivos la difusión del saber de la forma más amplia que fuera
posible, aunque sabemos que no solo las condiciones sociales y culturales
terminaron imponiéndose a la buena voluntad «evangelizadora» de los
ilustrados, sino que ellos mismos padecieron una radical ambigüedad frente a
muchas de sus mejores ilusiones. Así por ejemplo en lo relacionado con la
extensión generalizada del conocimiento a través de la educación, una idea
sobre la que mantuvieron muchos de los prejuicios de la época; o en lo
relacionado con el ideal de la «libre comunicación», una idea que mantuvieron
y defendieron, aunque en gran parte restringida al propio grupo de los ilustrados
y a las gentes que les eran socialmente más cercanas.
El punto fuerte de la demostración de MSR –y desde luego el punto más
débil y donde comienza a ser claro el «enredo científico» que su propia
explicación de lo que va a designar como un «meteoro», va a producir–, se
desprende de sus análisis teóricos sobre las observaciones atmosféricas que
había realizado con tanta paciencia por largos años40.
Después de haber vagado un poco por el cielo y por las nubes y por los
«cuerpos inficcionados» que andan sobre el cielo de Santafé, el redactor del
PP desembocaba en la idea de que todos los cuerpos son de manera básica
fuego –«Todo hombre va en medio de una atmósfera cuya mayor parte debe
considerarse como fuego»–. En la propia transpiración de los cuerpos lo que se
encuentra es fuego, fuego que sube hacia la atmósfera, a la que se suma el
fuego de los fogones, de las velas, de las hogueras –«todos los fuegos encendidos
en la ciudad»–, y todo eso enrarece el aire y «desparrama por sus inmediaciones
todos los corpúsculos que nadan sobre ella» [sobre la atmósfera]. Todos estos
corpúsculos «sulfurosos y salnitrosos [sic] que nadaban sobre la ciudad» se
movieron, por acción de los vientos y fueron a plantarse detrás de las montañas
de Monserrate y Guadalupe… y la reunión de todos los corpúsculos con los
demás vapores que suben de las lagunas y riachuelos que hay en los vallecitos
40
La «solución final» para el enigma «del gran ruido» se sintetizaba para MSR en la palabra
«meteoro», aunque hay que dar a la palabra el sentido que el autor le otorgaba, pues no se trata
propiamente de un objeto físico, sino más bien de un fenómeno óptico y sonoro de causas físicas,
que se desprende de transformaciones atmosféricas. Cf. por ejemplo PP. No 183. 13-03-1795, en
donde se lee: «Demostrado ya que puede haber acontecido el mismo meteoro así en este reino,
como en otras partes de uno y otro continente…». Esta debería ser una concepción corriente en
su época, pues MSR cita para reafirmar su punto de vista el Mercurio Peruano –No 24. 15-02-
1791–, en donde la ida parece ser la de un fenómeno óptico, cuando se trata de explicar lo que
es un «meteoro».
que forman las dos montañas, terminaron formando «un nublado muy espeso»
–un conjunto de nubes repletas de múltiples materiales prestos a descargarse
al chocar entre ellas–.
A su vez, las nubes en proceso de fermentación, fueron arrastradas por los
rayos del sol y en algún momento debieron encontrarse con el «nublado
detenido», «cuya materia se debe suponer muy dispuesta a incendiarse», razón
por la cual con toda seguridad debió iniciarse detrás de las montañas de
Guadalupe y Monserrate una «tempestad de truenos y relámpagos», «que debió
durar una considerable cantidad de tiempo, hasta la total extinción de la
materia», pero que precisamente por iniciarse detrás de los cerros y no alcanzar
una altura considerable, no pudo ser vista desde la ciudad, lo que condicionó
los testimonios de la época, y por tanto el propio relato posterior del Padre
Cassani, en lo que tiene que ver con el cielo sereno que había precedido a la
tempestad que finalmente llegó. Después, continua MSR, el aire enrarecido
corrió con violencia por encima de los cerros que cubren el oriente de la
ciudad, y se difundió por todo Santafé, «produciendo no solo aquel gran
ruido… sino el hedor de azufre que se experimentó».
Para MSR su «demostración» es completa, a pesar de las dificultades que hoy
nosotros podemos sospechar que en encuentran en su planteamiento –y a pesar
de las objeciones que sus contemporáneos pudieran haberle presentado–. Declara
entonces que el más competente físico no se encontraría en condiciones de
contradecir «unas razones tan fundadas en la universal experiencia», señalando
que su explicación «no contradice lo posible», lo que la hace perfectamente
racional –es decir ajustada a los principios de racionalidad del pensamiento de
su época, como diríamos nosotros–; o como dice el redactor del PP:
«[explicaciones] ceñidas a cuantos principios puede suministrar la misma
naturaleza».
Sin adelantarnos a nuestras propias conclusiones al final de este texto, hay
que señalar que a pesar del carácter perfectamente discutible de la explicación
presentada, los principios generales en los que trata de apoyarse MSR no
dejaban de ser, en esa sociedad, principios de una gran novedad y consistencia
en el trabajo de las ciencias, resumidos en la fórmula que pide que las
explicaciones ofrecidas «no contradigan lo posible».
O dicho con otras palabras: nosotros podremos desconfiar razonablemente
de la explicación de MSR, pero no hay duda de que hay en sus soportes y
protocolos, por lo demás muchas veces violados en la propia demostración
ofrecida, un punto de positivo avance en el camino de socialización en
principios elementales de la ciencia moderna, cuando el autor declara que en
su juicio puede haber engaño, pero que cree haberse aproximado «al modo
41
Cf. por ejemplo Gaston Bachelard, La formación del espíritu científico. Contribución a un
psicoanálisis del conocimiento objetivo [1948, para la primera edición en castellano], Buenos
Aires, Siglo XXI Editores, 2010 –vigesimosexta reimpresión–. No se me escapa, claro, que en
muchos puntos la obra de Bachelard puede haber envejecido, pero no tengo duda ninguna de
que su idea central: la crítica de lo visible inmediato, mantiene su vigencia.
V
El Gran Ruido y los problemas de la fe y la piedad
Explicado el problema de una forma que lo hacía aceptable para él y para sus
contemporáneos, a pesar de las dudas que desde el presente podríamos tener
sobre tales explicaciones y sobre la asimilación de la ciencia moderna por
parte de los ilustrados neogranadinos –y no creemos que la situación en otras
partes de Hispanoamérica haya sido tan diferente–, MSR, hombre insistente,
46
Señalemos de paso que la idea de castigo divino por las malas acciones humanas no es
una idea que pertenezca al pasado «no ilustrado» de la religión católica y que se mantenga
como una supervivencia popular, que los ideólogos sabios de la religión (los teólogos) no han
podido, a pesar de sus esfuerzos, poner en su lugar. Forma parte integral del catolicismo, tiene
repetidas referencias en las Escrituras y, en el último tercio del siglo XVIII fue una idea de
manera repetida puesta a circular por clérigos y autoridades, en casos de «calamidad mayor»,
como por ejemplo la revuelta de los Comuneros en 1781, que se asoció de manera directa con
la epidemia de viruela de la misma época –meses posteriores–, que sería una de las formas del
castigo divino por el levantamiento. Cf. al respecto R. Silva, Las epidemias de viruela de 1782 y
1802. Contribución a un análisis histórico de la apropiación de modelos culturales, Medellín, La
Carreta editores, 2006 –segunda edición–.
VI
Un final importante pero poco ruidoso
Así pues, una vela a la ciencia newtoniana de las causas y otra a la existencia
de Lucifer, un hecho en el que tal como lo hacía MSR, firme creyente del
catolicismo y racionalista convencido, no hay que ver ninguna «contradicción»
–en el sentido banal que esta palabra adquirió desde hace tantos años, y a la
que acuden los comentaristas cada vez que se encuentran ante el hecho de
que la mayor parte de los «sistemas de pensamiento» no muestran el «principio
Los análisis del «aire» también podrían prestar aquí su concurso, pues, como dice MSR,
47
«Primeramente hemos de suponer que en toda aparición (ya sea de espíritu bienaventurado o de
precito [¿?]) convienen los autores más graves, que aquella figura y cuerpo visible que toman es
formado de aire no de nube, pues ya sabemos que los entes espirituales son por su naturaleza
absolutamente incorpóreos». La relación entre la enfermedad y el aire, las ideas de miasma, de
«aire inficcionado», presentes sobre todo en los cuidados de salud con los que se quería enfrentar
enfermedades y epidemias como las de viruela, y que conducían a prácticas de higiene de
carácter civilizador, son un desarrollo de la medicina neogranadina, presente en otros virreinatos,
desde luego, y en la propia España. Su principal propagador en el virreinato de Nueva Granada
fue José Celestino Mutis, a través de indicaciones prácticas sobre la salud y los cuidados del cuerpo
y la necesidad de la higiene y salubridad públicas. Cf. al respecto J. C. Mutis, Escritos científicos de
don José Celestino Mutis (compilación, prólogo y notas de Guillermo Hernández de Alba y Gonzalo
Hernández de Alba), Bogotá, Instituto de Cultura Hispánica, 1983.
48
Sobre la inutilidad del «principio de coherencia» en el estudio de obras y pensadores cf.
Quentin Skinner, «Significado y comprensión en la historia de las ideas», en Quentin Skinner,
Lenguaje, política e historia, op.cit., pp. 109 y ss., en especial p. 133 en donde Skinner señala que:
«La explicación dictada por el principio de la navaja de Occam (que una contradicción aparente
puede ser simplemente una contradicción) no parece tomarse en cuenta».
51
Cf. PP. No 182. 6-03-1795. Nosotros sabemos sin embargo que se trataba de un punto
importante y muy difícil de su argumentación.
52
Caracterizando su actividad de escritor y de editor MSR indicaba que muchas de sus
reflexiones las escribía «para que las personas sensatas mediten sobre ellas con más examen que
el que le es permitido a un hombre que escribe sin tener tiempo para leer ni coordinar
metódicamente sus raciocinios». PP. No 184. 20-03-1795.
los valores del individuo como sujeto soberano–, no es asunto que deba aterrarnos,
sino más bien ponernos de presente los obstáculos y dificultades que la
emancipación ilustrada ha significado para diversas generaciones de creadores
culturales, a lo largo de todo el siglo XVIII y hasta el presente.
Pero no hay duda que en diversas oportunidades MSR y el PP hicieron
definiciones de la actividad crítica moderna, que debieron haber sido un ejemplo
para los «jóvenes ilustrados» y hombres –y seguramente mujeres– de letras,
que eran sus amigos y lectores, y todo ello con un elemento adicional de gran
valor, y es que MSR no separaba la actitud crítica de su propia existencia y sabía
que esa crítica era ante todo crítica de sí mismo, como cuando escribía
refiriéndose a sus textos: «Siempre hemos deseado que nuestros yerros y
equivocaciones fuesen combatidos con todo el rigor de la sana crítica, tanto
porque conocemos la debilidad de nuestras luces, como porque tenemos la
fortuna de amar la verdad… con absoluta preferencia a nuestros caprichos y
propia estimación»53.
De nuestra parte tal vez deberíamos terminar simplemente recordando la
vieja observación de Gaston Bachelard, repetida tantas veces, acerca de las
diferencias entre el punto de vista de la crítica epistemológica y el análisis
histórico, una diferencia según la cual, un error de ciencia en el pasado –una
proposición que estimamos hoy como un error– es un error que no puede sino
criticarse en el presente y desde el presente. Pero ese mismo error, desde el
punto de la historia de las ciencias y de los saberes, y bajo el enfoque del método
histórico, es siempre un error de época, se inscribe en un sistema más general de
creencias y puede haber tenido un alto valor racional para los contemporáneos
de ese error, que precisamente lo podrían haber estimado como una verdad.
Una perspectiva de análisis histórico que a veces se olvida, cuando la tarea del
historiador se confunde con el examen crítico realizado desde el presente,
con olvido de las condiciones y situaciones de las sociedades y las culturas en
que tales enunciados han encontrado el camino de su formulación y las vías
de su difusión54.
Cf. al respecto Quentin Skinner, La verité et l’historien [2010], Paris, EHESS, 2011 –existe
54
traducción al castellano en Pablo Sánchez Garrido (ed.), Historia del análisis político, Madrid,
Tecnos, 2011, pero no he podido consultar esa edición–. Skinner es firme y explícito en señalar
que la preocupación por imponer sobre el pasado de la ciencia una crítica que dependa de las
formas actuales de la ciencia es un despropósito, por lo menos para los historiadores; y recuerda
que la tarea del análisis histórico es la de mostrar la racionalidad que para su época pudo haber
tenido un determinado enunciado, independiente de su carácter verdadero o falso. Pero su
defensa de este principio no se emparenta de ninguna manera, como lo advierte, con una
defensa del relativismo conceptual y con la idea del «todo vale» de los relativistas culturales
extremos de años recientes.
VII
Sagrado/profano como fronteras móviles
55
PP. No 21, 1-07-1791. Cf. también PP. No 236.
56
PP. No 201.
57
PP. No 13, 6-05-1791.
MSR, según hemos podido establecer –y esto cobija a todo el grupo de los
Ilustrados– creía en los milagros –el asiento definitivo de la fe religiosa–, como
lo repitió innumerables veces en el PP58. Pero no creía en todo lo que se
declaraba por parte de la opinión –regularmente popular, a veces culta– como
milagro, aunque se tratara de una noticia que pasara por la letra impresa,
como se puso de presente a finales de 1796, en uno de los últimos números del
PP, cuando debió intervenir en una discusión sobre milagros, en la que tuvo,
además, no solo que hacer explícitos sus criterios periodísticos cuando se trataba
de validar una información, sino necesidad de rectificar sobre la existencia de
un milagro, una noticia que había asumido el PP y que luego se mostró como
inexistente59.
El asunto se relacionaba con una información recibida desde Italia, por la
vía de España, y tenía que ver con el prodigio de una imagen de la Virgen
Nuestra Señora, en Ancona, que abría los ojos, como si se tratara de una
criatura viva, noticia que el PP acogió, recién fue conocida por un número
grande de creyentes en Santafé, y que entró de inmediato al campo del
comentario, de la aprobación, y del rechazo (en este último caso por parte de
fieles que consideraban la noticia una exageración y una especie de burla a la
propia Iglesia y a Nuestra Señora)60.
La noticia parece haber despertado una dura disputa en torno al carácter
«falso o verdadero» del episodio, y parece rápidamente haber dividido la opinión
de la ciudad en «bandos y partidos», como regularmente ocurría frente a este
tipo de hechos, y al final se mostró como falsa, lo que obligó al PP a rectificar
sobre la información que había suministrado, y a su director, MSR, a explicarse
sobre las razones por las cuáles la noticia había sido aceptada como verdadera.
Comenzando su pequeña defensa por esta «falla periodística», MSR dirá
que en primer lugar lo movió a la aceptación sin mayores discusiones el hecho
de que la información había despertado, como era de esperarse, un fenómeno
de devoción católica, que encontraba respetable y apreciable, precisamente
como creyente, y que no parecía haber, en principio, un gran temor de que
«acaso [el milagro] podía no salir verdadero», pues ante una duda razonable
sobre el hecho hubiera desestimado su publicación, como había ocurrido en
el pasado con muchísimas de las noticias recibidas. Pero a ese fenómeno de
devoción católica, que había seguido a la difusión de la noticia, se sumaba el
58
Cf., entre muchos otros ejemplo, sus opiniones sobre el milagro de curación de una mujer,
por la intercesión de San José, tal como relataba a través de una carta, en abril de 1795, el ex/
jesuita neogranadino Tadeo Vergara, y cuya noticia MSR incluye en su semanario, en PP. N0
213, 9-10-1795.
59
Cf. PP. No 260, 2-12-1796.
60
Cf. PP. No 261, 9-12-1796.
La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 227
RENÁN SILVA
Que delicia fuera para la sociedad, ver que en las principales ciudades de América
se establecía un escrito público, por medio del cual se ilustrasen mutuamente los
países; se estrechase más la comunicación entre los hombres; circulasen con
recíproco interés un cúmulo de noticias útiles; y al fin viniese de una vez a
derramarse la luz sobre el vasto terreno que en otro tiempo inundaron las tinieblas1.
Introducción
El texto recién citado, publicado por el PP como noticia sobre la aparición del
primer periódico quiteño, y como homenaje a los «papeles públicos» que
empezaban a aparecer en América hispana, pertenece al Prospecto que
anunciaba la próxima aparición del papel periódico de Quito, intitulado
Primicias de la cultura de Quito, y continúa de la siguiente manera:
Quizá no habría una época más gloriosa para la política y la religión, porque
sin este medios [los papeles periódicos públicos impresos] no es posible que
se civilicen aquellos que componen el infinito número, con quienes
precisamente se debe contar, como una porción tal útil de la república. La
obscuridad de su destino no les proporciona ningún modo de adquirir ni aun
las nociones más comunes de una educación regular, y desde luego un Papel
público les facilita entrar en parte en el goce de este tesoro preciosísimo, que
los reúne en el amor de su especie, haciéndolos verdaderos hombres2.
1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797, Bogotá, Banco de la República,
1978. –Edición facsimilar en siete tomos–, [en adelante PP], No 43, 9-12-1791. «Noticia de un
Papel periódico establecido en la ciudad de Quito –Las Primicias de la cultura de Quito–».
2
Ibídem. La relación entre cultura y humanidad, distintiva del mundo de los Ilustrados, es
puesta de presente por el texto de MSR, y representa uno de los momentos más claros de la idea
ilustrada de educación para todos, y de educación por medio de todas las formas de la cultura
escrita impresa, una idea planteada en este texto que citamos sin ninguna de las vacilaciones
que, en otros momentos, acompañan su presentación –una ambigüedad que cobija también los
escritos y actitudes de mayor parte de los ilustrados neogranadinos, pero que no tiene por qué
Manuel del Socorro Rodríguez [en adelante MSR] repite de manera habitual
que los papeles periódicos de la América hispana, que en su opinión tienen el
año de 1791 como el «año feliz» de su comienzo definitivo, están llamados a
hacer una gran contribución al progreso de estas sociedades y de la propia
Europa –en la visión de los ilustrados América está destinada a hacer una gran
contribución a la propia civilización universal–, pero reconoce que en su origen
tales instrumentos de comunicación son creación europea del siglo XVII, y
afirma que la invención y difusión de ellos pertenece en particular a ciertas
sociedades europeas. Dirá entonces que bajo el propósito de «la utilidad común,
causa única de su existencia», los mercurios, gacetas «y demás escritos de esta
clase», todos parecen derivados del «Diario de la Francia»6. El editor del PP
hace referencia a una polémica sobre el origen de los papeles periódicos y
escribe que: «Los buenos críticos jamás concedieron la gloria de esta plausible
invención a Wolfio, escritor alemán que pretendió atribuírsela en el [año] de
1684…», pero dejando de lado el tema, indica enseguida que: «… no siendo
de nuestra incumbencia el averiguar el país en que tuvo su origen [el
periodismo], nos contraeremos solamente a su utilidad»7.
Los temas y las valoraciones ilustradas sobre la importancia de los «papeles
públicos» son los mismos a lo largo de toda América hispana –la utilidad y la
felicidad públicas del hombre racional son las palabras que resumen esos temas
y valoraciones–, aunque las evoluciones no coincidan en todas las oportunidades
y haya ligeros desfases cronológicos en la fundación de los papeles periódicos en
los virreinatos e intendencias bajo la dominación española –con alguna
anterioridad a favor de Nueva España–, y su estudio pone de presente las
interacciones de los dos lados del océano Atlántico, y las formas como la
aventura periodística de los reinos hispanoamericanos de Ultramar alimentó
y enriqueció una historia que se liga de manera tan directa con aquella de la
circulación de ideas, con la difusión del conocimiento, y desde luego con la
propia revolución política moderna, aunque por caminos que nada tienen
que ver con las teleologías anticipatorias habituales.
La historia de los papeles periódicos de finales del siglo XVIII en
Hispanoamérica –en realidad en la última década del mencionado siglo– se
liga de manera particular con problemas históricos de enorme significado en
6
PP. No 1, 9-02-1791.
7
Ibídem. Una visión realista del problema de los «orígenes» de la prensa periódica y sus
relaciones con el pasado de las publicaciones de noticias, diferentes de lo que el siglo XVII y
XVIII designarán como «papeles públicos periódicos», en Carmen Espejo, «Un marco de
interpretación para el periodismo europeo en la primera Edad Moderna», en R. Chartier y C.
Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa. Comunicación y propaganda en el Barroco,
Madrid, Marcial Pons, 2012, pp. 103-126.
I
El Autor del PP. Las autoridades y el PP
Para el caso del siglo XVIII los usos de la palabra son variados y el Diccionario
der las Autoridades ofrece un buen surtido de significados, empezando por el
más universal en nuestra cultura, significado que aún persiste, y que reenvía a
Dios como al autor del universo y de todo lo que en el existe, pero que incluye
también a quien «escribe libros y compone y saca a luz obras literarias», con lo
que acerca en forma ya muy moderna la idea de escritor a la idea de autor y de
obra; aunque en el uso específico que propone MSR debe resaltarse mucho
más la idea del autor como quien a partir de materiales diversos es capaz de
componer algo que tiene la forma de una síntesis nueva, una definición de
autoría que, aunque no dejaba de plantear problemas, abría paso a las formas
de la autoría en el campo específico de los papeles periódicos del siglo XVIII10.
La dirección anotada se encuentra presente en el PP como uno de los
criterios de diferenciación entre «gaceta» y papel periódico, pues, según MSR,
su publicación no es una simple gaceta, ya que se trata de un «discurso
puramente original, trabajado siempre sobre distinto objeto», un significado
que debía ser corriente en la época, pues uno de los críticos que escribe al PP
designa a MSR como «autor», al decirle «Usted señor mío, por autor del
periódico…». Así pues, una noción ampliada o diversa de «autor», que permite
que a quien compone a partir de los materiales de los demás, dándoles una
forma nueva, sea por la vía de la síntesis, de la amalgama, del comentario, de
la edición, se le designe como autor, en sentido pleno11.
El recurso a ese uso debía ser corriente en América hispana –como lo fue
en Europa–, porque se encuentra presente en los demás periódicos de esta
región a finales del siglo XVIII, como se pone de manifiesto en la presentación
que el PP hizo del Mercurio Peruano, al hablar de «los autores de semejantes
papeles» que se encuentran al servicio del público12; por su parte los «autores»
del periódico limeño señalaban, refiriéndose al PP, que «el autor no se anuncia»,
muy bien la importancia histórica y conceptual del problema. R. Chartier remite con justicia al
famoso texto de Michel Foucault –»Qu’est-ce qu’ un auteur?»–, que ha creado el contexto
reciente de discusión del problema y por eso habla de la «función-autor», aunque introduce
algunos correctivos precisos a los planteamientos de Foucault. Una versión posterior, enriquecida
y extendida mucho más allá de los siglos XVI al XVIII, puede leerse en Claude Calame et Roger
Chartier (éds), Identités d’auteur dans l’Antiquité et la tradition europénne, Grenoble, Éditions
Jérôme Millon.
10
Real Academia Española, Diccionario de las Autoridades / 1726-1739. En Madrid: En la
imprenta de Francisco del Hierro, impresor de la Real Academia Española. Año de 1726. –Edición
facsimilar con motivo del tercer centenario. J. de J. Editores, 2013–. En el texto citado en la nota
anterior, Chartier amplia el ámbito del problema, mostrando otras formas de existencia de la
«función-autor», más allá de la definición del sujeto como propietario y de la remisión al campo
del derecho comercial y penal, avanzando en una dirección que se encontraba en el texto de
Foucault. Por eso dice en p. 63 que «la función autor no nace con la modernidad».
11
Cf. PP. No 5, 11-02-1791.
22
PP. No 24, 22-07-1791.
16
PP. No 261, 9-12-1796. El motivo de la agitada reunión que describe el PP tenía que ver
con la correspondencia llegada desde Italia sobre un milagro de la Virgen María.
17
Hemos citado ya al respecto el Diccionario de autoridades. Para el caso de los diccionarios
franceses del siglo XVII y XVIII cf. Roger Chartier «Qu’est-ce qu’un auteur», en Libros, Lecturas
y Lectores en la Edad moderna, op. cit., pp. 71-73.
18
Desde la época de Prensa y revolución [1988, para la primera edición] hicimos notar –en el
propio epígrafe del libro [«Yo solo hablaré como un hombre: quiero decidir, como un individuo…»]–
las corrientes de ascenso del individualismo que se expresan en la Ilustración neogranadina, sin
insistir lo suficiente, como hemos debido hacer, en las relaciones entre ese proceso de ascenso
individualista y el proceso simultáneo de desestructuración de la sociedad de órdenes (los «cuerpos
sociales»). El PP abunda en observaciones respecto de ese proceso de surgimiento del individuo
moderno, por ejemplo cuando MSR hace referencia y discute la obra del clérigo portugués
Teodoro Almeida: El filósofo solitario… una lectura repetida de los ilustrados, quienes parecen no
haber podido enfrentar en términos de análisis la disyuntiva entre el ascenso del individualismo y
la definición de intereses y proyectos comunes para la sociedad.
que a pesar de algunos avances en esa dirección, la forma más tradicional del estilo
literario de su época parece haberle ganado la partida, entre otras cosas favorecida
por la propia relación que con esa cultura tradicional, en la que se había formado,
sostenía el editor del PP. Pero es innegable que el problema fue planteado por MSR
y que supo en ocasiones describir bien los dos extremos que gobernaban la oposición
que quería superar. De un lado su deseo de abandonar la forma de escritura que le era
más familiar, que formaba parte de su propia formación como lector. De otro lado el
deseo de que las nuevas formas de relación con la escritura que suponían los papeles
públicos, no hicieran derivar a su semanario en una escritura puramente informal,
prosaica, construida a la manera de la escritura que ya parecía haberse apoderado de
géneros como el epistolar (la escritura «cartularia» que así designa y rechaza), tal
como lo comprueba la mayor parte de la correspondencia que recibirá el PP en sus
años de existencia. Como escribió MSR en el «Preliminar» del PP:
Pero MSR no solo era un «autor», sino que como todos ellos, tenía superiores
y jefes –así sean los de la mano invisible del mercado editorial o de la censura social
invisible y amorfa del «público»–, superiores y jefes ante los cuales, formalmente
hablando, debía rendir cuenta, ya que por algo el PP llevaba siempre la enseña de
«Con licencia del Superior Gobierno»22.
Por lo demás, sabemos que en la historia de este potente instrumento de circulación
de lo escrito, que es la imprenta, se comprueba una correlación cierta entre el avance
de las técnicas de impresión y difusión y el ascenso de los controles sobre lo escrito,
por lo menos hasta que las nuevas sociedades republicanas adoptaron el principio
de la libertad de imprenta y del respeto a la libertad de pensamiento23.
21
PP. No 1, 9-02-1791.
22
La divisa está presente desde el primer número, pero en ejemplares del PP se observa que
a veces se olvidó, sin que hubiera al parecer reclamo de autoridad alguna.
23
Cf. Roger Chartier, «¿Qué es un autor?», en R. Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad
Moderna, op. cit., pp. 80-81. MSR conocía bien al parecer los procesos de censura que vuelven a
reforzarse en España a finales de siglo XVIII, y por eso habla del control sobre lo escrito –que acepta–
«… más en la presente época, en que la sabia vigilancia del gobierno ha tenido a bien impedir el giro
de todos los [papeles] que circulaban por la Península, con el acertado fin de evitar las funestas
consecuencias que siempre resultan de la libertad de escribir». PP. No 49, 20-01-1792.
25
PP. No 1, 9-02-1791. Ese ideal de respeto por la autoridad se combinaba con el intento de
mantener normas de civilidad y compostura, a pesar del tono crítico que MSR mantenía en la
relación con sus corresponsales. Por eso escribía en ese mismo número del PP que quería servir
al público «ciñendo todos sus discursos a las justas leyes de moderación y urbanidad».
26
En su informe reservado a las altas autoridades en Madrid –informe al rey, a través a
través del Duque de Alcudia-Ezpeleta escribía sobre los sucesos de finales de 1793 y 1794, en
setiembre 19 de 1794: «… no creo próximo el caso de una conmoción popular, ni es de recelar
que las ideas y especies de unos pocos individuos fáciles e incautos sean capaces de trastornar
los ánimos de muchos fieles y honrados vasallos que tiene Su Majestad en este reino y viven
contentos bajo su feliz gobierno y soberana protección». Proceso contra don Antonio Nariño por
la publicación clandestina de los Derechos del Hombre, compilación de Guillermo Hernández de
Alba, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, Tomo I, p. 350 y ss.
II
Entre el mecenazgo formal y el suscriptor que paga
En el caso del PP, el semanario santafereño que aquí estudiamos, hay que
destacar tanto su duración: febrero de 1791 a enero de 1797, como su
regularidad, un total de 265 ediciones, lo que sorprende cuando se conoce la
precariedad en que se adelantaba el trabajo, que además tuvo pocas
interrupciones, a pesar de la situación de salud del editor, quien se veía
constantemente aquejado por achaques de toda naturaleza, momentos en los
que el semanario no se suspendía, y el director encontraba apoyo en el círculo
que lo rodeaba, bien fuera en algunos de sus pares intelectuales, bien fuera en
el propio impresor, quien a su manera también se ligaba a las tareas de
publicación, en caso de urgencia, aunque es un pequeño misterio saber
exactamente en cada caso quienes fueron los responsables de asumir las tareas
que aseguraban la continuidad del semanario34.
Se trataba de un pliego doblado para formar 8 cuartillas semanales, a lo que
se sumaban, como le gustaba recordar al editor, los constantes «suplementos»
que ofrecía al público, bien fuera por la importancia de una materia determinada,
bien fuera como compensación de alguna pequeña suspensión, lo que resulta
un verdadero milagro cuando se conocen las condiciones de rusticidad de su
impresión y el hecho de que la mayor parte del empeño semanal recaía sobre los
hombros del director, MSR, pues la publicación era ajena a cualquier clase de
organización social moderna del trabajo intelectual, y no conocía ni de periodistas
asalariados ni de corresponsales oficiales (aunque los hubo oficiosos), ni supuso
un equipo formal para poner en marcha y sostener la empresa, todo lo cual hace
aun más interesante la pregunta sobre su creación, sobre su duración, y sobre las
razones de su desaparición –más allá de la generalidad que recuerda que para el
«proyecto ilustrado» la prensa era un elemento esencial35.
multitud de tareas con que la administración virreinal cargaba al botánico J. C. Mutis, y que
terminaban dificultando su tarea de ciencia, y muestro las nuevas actitudes sobre el dinero de los
Ilustrados, a partir sobre todo del caso de Francisco José de Caldas. Para una perspectiva histórica
general en torno al siglo XVII con algunas prolongaciones sobre el siglo XVIII– cf. Alain Viala,
Naissance de l’écrivain. Sociologie de la littérature à l’âge classique, Paris, Les ëditions de Minuit, 1985
–cf. en particular capítulo II: «Las ambivalencias del clientelismo y del mecenazgo».
34
Cf. por ejemplo PP. No 153, 1-08-1794, en donde podemos leer: «Por enfermedad del
autor se suspende la conclusión del discurso que iba siguiendo, y entretanto se da a luz este
rasgo muy propio de un periódico americano», y se acudía entonces a un «stock» que tenía
MSR previamente preparado para llenar esos blancos de escritura, cuando se veía impedido de
poner al día para publicación sus escritos.
35
Los datos básicos sobre la historia del PP –cronología, suscripciones, regularidad, difusión–, y
observaciones documentadas sobre las relaciones entre el mundo de las asociaciones modernas:
las tertulias, y la lectura colectiva, y las corrientes de lectura y de escritura que despertó la
publicación, lo que constituye el verdadero secreto de su «éxito», se encuentran estudiadas o
mencionadas en mi monografía Prensa y revolución a finales del siglo XVIII. Contribución a un
análisis de la formación de la ideología de Independencia nacional [1988], Medellín, La Carreta
editores, 2010. Cf de manera particular pp. 27-61.
PP., No 24, 22-07-1791. «Discurso sobre el Mercurio Peruano dado a la luz en la ciudad de
36
Lima por una sociedad de buenos patriotas establecida bajo el título de los Amantes delPaís».
mismo tiempo para tener algunos indicios sobre las dificultades con que
progresaba en Nueva Granada la emergencia de un mundo moderno, es decir
de una sociedad de individuos regida (por lo menos en términos de su sistema
de valores) por el mercado, el dinero, el principio de la libre individualidad, y
una idea de los lazos colectivos como un principio externo que compromete a
los individuos solo con posterioridad a su definición como individuos.
Podemos limitar nuestras observaciones a la odisea del sostenimiento
económico del periódico, siempre y cuando no olvidemos que esa odisea reenvía
a una reflexión sobre el papel del dinero en las sociedades modernas –uno de sus
valores por excelencia–, a las dificultades del tránsito de un modelo de
mecenazgo real hacia un modelo de pago en dinero de las creaciones culturales
por parte de quien quiere acceder a tales bienes, –un tránsito que en el caso de
esta sociedad y de su continuación en el siglo XIX republicano puede
caracterizarse como el paso del mecenazgo al vacío, pues la desaparición del
viejo mecenazgo borbónico –mecenazgo que como advertimos fue, además,
ante todo, una promesa y una oferta de seducción incumplidas–, no encontró
sino tarde y de manera débil las condiciones de un mercado libre para la
prensa (y en general para las letras y las artes), lo que hizo que a lo largo de
todo el siglo XIX y parte del siglo XX la prensa periódica y el trabajo de la
escritura hubieran sido ante todo situaciones de zozobra, que no han permitido
la realización del valor del trabajo creador como una «mercancía» que pueda
garantizar la reproducción de las condiciones de existencia de los «productores
de ideas» en un mercado libre, una situación que no debe haber sido ajena,
por lo menos como rasgo estructural, a la casi inexistente crítica intelectual
independiente en nuestra sociedad, en donde diversas formas de clientelismo
y de servidumbre disfrazada han logrado hacer de la escritura pública
principalmente la ocasión de saludo y bendición a los poderosos37.
El tema del dinero (o más bien de la falta de dinero) es una constante en
el PP, desde el principio de la publicación, y ya en el segundo número se
indicaba que «su precio no puede ser más cómodo», un real y «real y medio
para los no suscriptores» y en el número de la semana siguiente se volvió a
mencionar el problema del «costo», que según MSR no se perdía, cuando se
acabara la publicación, porque el semanario podría servir en el futuro, para
que los niños y los jóvenes pudieran tener una educación ilustrada, «primera
ciencia que deben aprender, como que sin ella nada sirven las demás»38.
Sobre estos problemas cf. un principio de elaboración en R. Silva, «Del mecenazgo al
37
vacío», en AAVV, La formación de la cultura virreinal, Madrid, Iberoamericana, 2006, pp. 535-558.
38
PP. No 2, 18-02-1791 y PP. No 3, 25-02-1791. La observación se repetirá muchas veces. Cf.
por ejemplo PP. No 36, 14-10-1791, en donde MSR recuerda que «el costo de este papel
[periódico]», resulta «cómodo a toda suerte de personas». Por fuera de lo que se designa sin
Una observación precisa de MSR muestra cómo la idea del público soberano
se liga también con la idea de un pago en dinero por la publicación. La idea,
que se repite varias veces en el PP, encuentra muy temprano una primera
formulación en la quinta semana de trabajo, cuando el editor del PP recuerda
su compromiso y obligación de publicar las críticas recibidas de parte de los
lectores, «sin preferencia de sujetos», porque «el público es quien sostiene este
papel [como suscriptor], y «tiene derecho para ser atendido»39; una idea que
expresará MSR de una forma más general señalando, también en una discusión
a propósito de la crítica, que «Quien escribe para el público tiene obligación
de satisfacerlo; y más cuando la impresión de este papel la costea el mismo
público»40.
Pero si bien MSR liga la soberanía del público con la obligación que tiene
el periodista de responder ante quien se ha suscrito a un determinado diario,
también define el acto de suscripción como un acto voluntario –una idea que
repite en la mayor parte de sus frecuentes advertencias a los suscriptores
retrasados en su pago, y que en nuestra opinión es un preciso rasgo de
modernidad del PP–. Citemos por ejemplo una temprana «Advertencia» a los
abonados atrasados en sus pagos, recordándoles que ellos han decidido
libremente hacerse suscriptores del periódico: «Advertencia: los sujetos que
no pudieren o no quisieren continuar la suscripción [del PP], deberán avisarlo
con tiempo en el despacho del periódico, con la libertad que es propia de un
acto voluntario»41.
La dificultad económica para sostener el semanario fue una constante en
la historia del PP. Un año y medio después de iniciada la aventura ya la
supervivencia del periódico empezó a verse amenazada, pues el «público
soberano» se demoraba en pagar las suscripciones y los lectores que compraban
ejemplares sueltos eran muy pocos (para un tiraje total que raras veces debió
pasar de los doscientos ejemplares). MSR quiso enfrentar la situación, haciendo
sin mucha exactitud como «los economistas coloniales», los problemas modernos del comercio
y del dinero parecen tener una primera elaboración en el Correo curioso económico y mercantil,
Santafé de Bogotá, Imprenta Patriótica, 1801, en donde se abordan asuntos que hoy designaríamos
como referidos a la división internacional del trabajo (materias primas que se intercambian por
bienes manufacturados que llegan de Europa), a las relaciones entre el clima y la agricultura, y
a los males que a la sociedad causa el «dinero quieto», es decir el que no se invierte sino que se
guarda –de la publicación citada hay ediciones de época y reproducciones microfilmadas
(Rollo 008) en la Biblioteca Luis Ángel Arango–.
39
PP., No 5, 11-03-1791.
40
PP.. No. 41, 18-11-1791.
1
PP. No 52, 10-02-1792. MSR continúa: «Esto sólo se advierte por lo que interesa saber el
número de ejemplares que deben imprimirse… a causa de que la impresión es más costosa de
lo que se piensa, y el precio del periódco el más barato de cuantos se han publicado hasta en
todas partes del mundo instruido».
una advertencia a los lectores sobre la situación del periódico. Recordó entonces
que la fundación del semanario no había tenido otro propósito «que el de
servir al público», según él, una «verdad más que demostrada, no solo por el
precio ínfimo… en que se da cada número, sino por los frecuentes suplementos
que se insertan de pura gracia»42.
La situación real era la de «un número de suscriptores muy corto», un
número que resultaba insuficiente «para el pago de la imprenta, el papel,
franquicia de porte y gratificación del que cuida de su expendio» a lo que se
sumaba el pago de los operarios de la oficina»43, todo lo cual ponía en entredicho
la continuidad del semanario, aunque MSR animaba a los lectores (y sobre
todo se animaba a sí mismo) señalando que la advertencia que hacía iba
solamente en la dirección de despertar la «generosidad patriótica» para
encontrar apoyo para una publicación que sólo buscaba «el honor de la capital
y de todo el reino», que era parte de lo que se jugaba con la permanencia de
un escrito público, que circulara por las provincias, «como es corriente en
todos los pueblos cultos del universo».
En cuanto a su propia retribución como «periodista», el editor del PP
parecía contentarse con los pequeños ingresos que le dejaba su cargo de
bibliotecario, y practicaba una especie de «patriotismo de las letras», una virtud
que consistía de manera práctica en no cobrar por su trabajo y poner parte de
su propia e insignificante retribución al servicio de la «causa periodística».
Como lo decía el editor del PP: «El redactor, al mismo tiempo que trabaja por
un mero efecto de patriotismo, se ha visto [en ocasiones] en posición de abonar
de su propio peculio los costos de imprenta y de papel»44.
Esta situación de dificultades económicas contradecía las iniciales previsiones
del editor del PP, quien pensaba que el periódico podría arrojar algunas ganancias,
las que pensaba dedicar a la edición de una serie de obras que por sus temas y
extensiones no podían tener lugar en el semanario, pues en un papel periódico
no se podía tratar «ninguna materia con la solidez y erudición que corresponde,
a causa del riguroso laconismo a que nos debemos ceñir45.
La situación económica nunca mejoró en los más de cuatro años siguientes,
y a mediados de 1795, después de muchas advertencias sobre el pago de las
suscripciones y las dificultades de las pequeñas finanzas del semanario, MSR
42
PP. No 73, 6-07-1792.
42
Ibídem.
44
Ibídem. Esa disposición de MSR para mantener el periódico a pesar de las dificultades
económicas permanentes, se manifiesta en observaciones como la siguiente: «Por lo demás, el
redactor se complace mucho en sacrificar a beneficio del público todos los esfuerzos de su
aplicación, sin más interés que el de ser útil de algún modo al género humano».
45
PP. No 2, 18-02-1791.
46
PP. No 194, 29-05-1795.
47
PP. No 260, 2-10-1796.
48
PP. No 262, 16-12-1796.
49
Ibídem.
como MSR –«el más pobre de América», como se definió alguna vez en carta
al rey–, o así vivieran, también como MSR, en un virreinato que no terminaba
aun por aclimatar una invención básica para el mundo moderno como la
imprenta, que facilita la circulación de las ideas, ni encontraba el camino de
generalizar actitudes modernas, liberales, de gasto, así fuera mínimo, en el
consumo de lo que hoy se designa como bienes culturales.
Indiquemos además que, al tenor de sus declaraciones, queda la idea de
que MSR escribió muchísimos libros (manuscritos) y comenzó una cantidad
mayor, que no terminó, pues es constante la referencia en sus escritos a tales
«obras». Y efectivamente, a principios del siglo XIX con la ayuda de Diego
Martín Tanco –el administrador de correos de Santafé y miembro de los círculos
de ilustrados de la ciudad– envió a España seis tomos manuscritos de sus obras
en prosa y en verso, que al parecer se comenzaron a editar en Madrid, a su
cargo, aunque en este punto las noticias son confusas. De todas maneras,
luego vino la invasión napoleónica y se perdió la información al respecto, por
lo cual el autor debió contentarse con escribir: «¿Quién sabe [quién] se habrá
hecho el autor de ellas [de las obras que deseaba imprimir] con las demás que
me han robado?»54.
Pero nadie ni nada muere por una sola razón, causa o motivo. El PP
encontró siempre un apoyo lleno de entusiasmo en las tertulias y corrillos y en
una parte de la opinión de la ciudad, pero no menos encontró un rechazo
activo en otros corrillos y tertulias, y en la mayor parte de la opinión tradicional
de la ciudad55.
Antes de finalizar el primer año de trabajo, el editor del PP tuvo que salir
a enfrentar las críticas y el descontento con su trabajo periodístico, y con el
tono ceremonioso de quien piensa que va a decir algo importante que no
puede guardarse, escribió: «Hoy es día de decir algunas verdades en sufragio
del periódico», agregando enseguida: «Si señores, este miserable papel
establecido por el Superior Gobierno con el único objeto de la pública utilidad,
54
Cf. Manuel del Socorro Rodríguez, Fundación del Monasterio de la Enseñanza. Epigramas
y otras obras inéditas e importantes, Bogotá, Banco de la República, 1957, p. 376 – «Fundación…
es la única compilación que se ha publicado de las obras de MSR, pero su legado literario, cuyo
interés desconocemos, continúa esperando un análisis. Cf. para un comienzo de la tarea, Iván
Vicente Padilla Chasing (editor), Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez.
Nueva Granada 1789-1819, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012.
55
MSR habló varias veces de la opinión contraria de una parte de la ciudad (en sentido
estricto, no solo figurado) hacia el semanario, opinión que aseguraba, al inicio mismo de la
empresa periodística, que ésta sería un fracaso. Cf. PP. No 59, 30-03-1792, y mencionó la
existencia de «artificios para que no se aumente la suscripción», es decir de una oposición
activa a la existencia del PP, posiblemente más como reacción conservadora tradicionalista
frente a las novedades del siglo XVIII, que como pensamiento elaborado contra la idea de un
periodismo moderno.
habiendo tenido la fortuna de lograr el aplauso de los sujetos sensatos, por esta
misma razón ha caído en desgracia…» con lo que mostraba las divisiones de
opinión que existían en Santafé en torno a su trabajo, preguntándose enseguida
por quiénes eran los detractores de su labor, e indicando que en esta
oportunidad no eran solamente unas voces anónimas, sino muchos
corresponsales que habían enviado al periódico sus «producciones» sin haber
encontrado una respuesta favorable, ya que la mayor parte de los textos
enviados «se habían ido a las llamas»56.
El caso es que el ambiente no era siempre favorable al PP y en varias
oportunidades, a pesar de su constante elogio de la virtud de la prudencia y de
sus modales civilizados en la discusión, debió enfrentar las críticas bajo la
forma de un reto: «Salid a la luz meridiana, escribid eso mismo que habláis en
las tertulias y en anonimato», indicando que «La critique est aisée et l’art est
difficile»57; fue un ataque relativamente constante de críticas a lo largo de los
años de existencia del PP que llevaban a que MSR se preguntara de manera
explícita y retadora: «¿porqué andáis combatiendo en medio de corrillos varios
puntos del periódico y no os ponéis a escribir eso mismo que cacareáis?», y
recordaba a sus críticos que el PP se había ofrecido desde su primer número a
publicar todas las críticas inteligentes y civilizadas que se le dirigieran –lo que
de hecho hizo siempre con lo que llamaba «juiciosos reparos»–, y espoleaba a
sus críticos anónimos con la frase quijotesca de «¡Non fuyáis viles criaturas!»58.
La «opinión de la ciudad» tenía muchas razones para molestarse con este
periodista, protegido del virrey, que no había nacido en Santafé, que no ostentaba
ninguna «calidad social» y que sacaba sus únicos poderes de la lectura, la relación
con los libros, la atención en la biblioteca pública, el sostenimiento de una
tertulia y la dirección de un papel periódico semanal, y que apoyándose en ello
se había constituido en una especie de crítico permanente contra la «falsa
opulencia de la elocuencia», contra los héroes inflados por los adornos poéticos
y la brillantez que les dan las plumas entusiastas…», y que desafiando las formas
habituales de la retórica usadas por los «escritores públicos» para «captar el aura
popular y la estimación de la multitud», tal como había ocurrido en Grecia y en
Roma, «… alimentan el espíritu humano con meras flores y no con los saludables
frutos de la sólida doctrina, que es el único fin para el que se escribe, y lo que se
llama la verdadera ciencia59.
PP. No 41, 18-11-1791. La discusión era antigua, y muy temprano MSR había advertido
56
que los que quisieran «tener el gusto de ver sus discursos en letra de molde dejen de ser unos
pedantes… y se apliquen a escribir cosas dignas de leerse». Cf. PP. No 7, 25-03-1791.
57
PP. No 41, 18-11-1791. En francés en el original.
58
Ibídem.
59
PP. No 167, 21-11-1794.
Así pues, todo estaba dado para que numerosos elementos y condiciones se
reunieran para que luego de seis años de trabajo el PP diera fin a sus tareas.
Como hemos señalado atrás, condiciones estructurales que tenían que ver con
el nivel cultural general de la sociedad. Como hemos dicho también, elementos
circunstanciales, como la partida del virrey Ezpeleta, que si bien no hizo
demasiado por el PP, en medio, claro, de las finanzas poco halagüeñas de un
virreinato repleto de urgencias, aportaba su autoridad como respaldo a las tareas
de MSR y era el «gran paraguas protector de la empresa» y uno de los elementos
de garantía de su continuidad en medio de los ataques –y ello por una condición
de fondo: el gran acuerdo aun en esos años entre la monarquía y los fines de la
Ilustración–. Sin embargo hemos hablado también, porque fue un factor de
importancia, de ese dolor de cabeza semanal y causa de varias interrupciones,
que fue la propia precariedad de la pequeña imprenta en que se trabajaba (una
de las dos rústicas imprentas que tenía la ciudad), que cumplía con el milagro
semanal de sacar el folio dividido en ocho cuartillas que fue el PP.
Pero posiblemente un elemento que puede ser el crisol en que se reúnen
de manera concentrada todas las dificultades que encontraba el nacimiento
del periodismo en esa sociedad y que reenvía a los obstáculos de todas las
revoluciones culturales, sea el que se relaciona con la gran tensión existente
entre la meta de encontrar el «aplauso popular» y la decisión de defender los
«sagrados intereses de la razón»60, en esta oportunidad definidos como el
proyecto de llevar la crítica a todas –bueno, a casi todas– las dimensiones de la
vida social bajo forma escrita, argumentada y demostrada61.
III
El espacio de la escritura y la percepción del tiempo histórico
60
Cf. PP. No 34, 30-09-1791.
61
La frase «llevar la crítica a todas las dimensiones de la vida social» no es exacta en el
campo de la Ilustración hispanoamericana… ¡ni europea!, si pensamos en la línea que va de
Descartes a Kant, y aquí es simplemente una manera de ofrecer un homenaje a un valioso
hombre de letras; la proposición aclarativa: «bueno, a casi todas», es una manera de suavizar lo
que es una evidente exageración.
62
La Ilustración fue percibida y caracterizada, en Europa y en América hispana, como una
época específica, como un periodo de tiempo singular, un hecho que no ha ocurrido siempre
con esos cortes de tiempo que los historiadores posteriormente distinguen como periodos
específicos de la experiencia humana, en este o aquel lugar del globo. Pero no solo fue percibida
como momento específico de la sociedad, sino que fue apropiada de esa manera, como lo resalta
el hecho de que se recurriera de manera sistemática a la expresión: «nuestra época, la época de
la Ilustración», y que un grupo social particular se diera a si mismo esa designación y la
constituyera en un principio de identidad. Pero además, el movimiento de la Ilustración –o como
diría Kant, «el movimiento hacia la Ilustración»– fue percibido como un movimiento de escala
universal, que daba lugar a una comunidad de intereses y de propósitos», tanto en Europa como
en América hispana, y no como el producto de una «sociedad nacional» particular, lo que se
acentuaba con el recurso permanente a expresiones como «la humanidad», «el género humano»
–un lenguaje tan presente en el PP y en general en los ilustrados neogranadinos.
63
Para el tratamiento clásico de los cambios que la sociedad moderna europea de finales
del siglo XVIII introduce en la vieja idea de la historia humana como magistra vitae –una idea
aun presente en el PP–, cf. Reinhart Koselleck, historia/Historia, Madrid, Trotta, 2004. Pero
ninguna referencia a Koselleck puede sustituir la investigación concreta del problema de las
formas singulares de evolución de las nociones y representaciones de la historia (y del tiempo
histórico), según tipos de sociedades y cronologías diversas.
En este punto la verdadera novedad del PP tiene que ver ante todo con la
combinación de los análisis sobre el pasado y el presente, con la vinculación orgánica
que intentó establecer el semanario entre el tiempo pasado, incluso el tiempo
largo, como diríamos hoy, y la actualidad, el tiempo presente, en un movimiento
de ida y vuelta que, por ejemplo en el caso del análisis de la Francia
revolucionaria –la figura misma de la actualidad política– le permite a MSR
desplazarse hasta Grecia y hasta Roma, y recurrir a la historia bíblica para
juzgar las actuaciones de Marat y Robespierre, lo que nos recuerda de paso
que ése era el fondo social de la cultura intelectual de la época, una cultura que
encontraba su mayor depósito de reservas, de tópicos y de lugares comunes en
el humanismo renacentista y en la visión que la cultura del Renacimiento
difundió sobre la Antigüedad, y que fue acogida en la formación latina inicial
y en las facultades universitarias de las universidades hispanoamericanas,
contenidos que se difundieron mucho más allá del mundo académico, y que
incluían además como núcleo central como matriz productora de
interpretaciones el gran legado de las Sagradas Escrituras, otro de los grandes
recursos de MSR en el PP y en muchos otros de sus escritos64.
De esta manera, el PP recuerda que la idea de magistra vitae ha adquirido
en distintos momentos cronológicos y en distintas sociedades, perfiles y
funciones diferenciados que no pueden ser imaginados sino bajo formas
singulares que exigen para su conocimiento, por tanto, descripciones empíricas,
que no pueden limitarse a enunciaciones abstractas que han tenido sus formas
iniciales de argumentación a partir de la experiencia histórica concreta de
algunas sociedades europeas, sin encontrar además, por el momento, una
cartografía sociológica que lleve tales enunciados a distribuirse en términos de
grupos sociales o de ámbitos institucionales, que permitan abandonar las ideas
64
Cf. R. Silva, «Los estudios generales en el Nuevo Reino de Granada», en Saber, Cultura
y Sociedad, op. cit., pp. 19-105, en donde se mencionan, pero de manera muy parcial, algunos
aspectos de la recepción de la retórica. En general el problema no tiene ningún tratamiento
significativo moderno en la historiografía colombiana. El documentado libro de José Manuel
Rivas Sacconi, El Latín en Colombia. Bosquejo histórico del humanismo colombiano, Bogotá,
Instituto Caro y Cuervo, 1949, ha perdido ya la mayor parte de sus méritos, en razón de que
depende de una problemática hoy en día envejecida en el campo de la historia. Una historia
socio-cultural de este problema no será posible mientras no se aborde el estudio detallado de las
aulas de latinidad, es decir de las escuelas de formación en latín y en retórica, anteriores al
ingreso a las facultades universitarias, muy extendidas en los siglos XVII y XVIII, tema sobre el
cual empiezan a conocerse fuentes documentales de primer orden, aunque por el momento
ningún análisis. Referencias generales básicas sobre cómo orientar la investigación sobre este
tema y sobre la propia historia del problema pueden verse en R. Chartier y P. Corsi, Sciences et
langues en Europe, Paris, EHESS, 1996; Françoise Waquet, Le latin ou l’empire d’un signe. XVI-
XX siècle, Paris, Albin Michel, 1998, y Wilfried Stroh, El latín ha muerto. ¡Viva el latín! Breve
historia de una gran lengua [2007], Barcelona, Ediciones del Subsuelo, 2012.
67
Cf. a manera de un gran marco conceptual para plantearse este problema Jérôme Baschet,
La civilización feudal. Europa del año mil a la colonización de América [2004], México, FCE, 2009,
y a manera de síntesis, del mismo autor, «Un Moyen Âge mondialisé? Remarques sur les resorts
precoces de la dynamique occidentale», en O. Remaud, J-F Schaub et I. Thireau, Faire des
sciences sociales (Comparer), Paris, EHESS, 2012; igualmente, y en un plano global, euro americano
e hispanoamericano cf. Serge Gruzinski, Les quatre parties du monde. Histoire d’ une mondialisation,
Paris, 2004 –hay traducción en castellano–. Cf. en particular Cuarta Parte: «La esfera de
cristal», pp. 281-397.
68
Sobre este punto y para el siglo XIX, cf. Patricia Cardona, Y la historia se hizo libro,
Medellín, EAFIT, 2013, quien ofrece pistas sugerentes sobre el problema.
69
El PP se presentó como un informador de la vida cotidiana en muchas oportunidades,
como cuando afirmaba que «Como el principal motivo de los papeles periódicos es comunicar
al público aquellas cosas que pueden servirle de instrucción… y esta especie de escritos viene a ser
como una historia suelta de cuanto sucede cada día…». Cf. PP. No 17, 3-06-1791. El subrayado es
nuestro.
PP. No 1, 9-01-1791. MSR renglones antes había indicado que publicaría, con la intención
70
de agradar al mayor número de personas, «algunas anécdotas literarias sobre todo género de
materias», pero que en esa presentación habría que observar «la oportunidad y economía
debida[s]», tal como se hacía en publicaciones similares de «Roma, Viena, Madrid, etc.».
71
PP. No 2, 18-02-1791. Laconismo será la palabra favorita de MSR cuando quiere abordar
los problemas de la extensión en la nueva forma de comunicación que se encuentra
experimentando.
72
PP. No 33, 23-09-1791. MSR cerraba la «Advertencia» con la siguiente frase: «Ahora,
con el fin de llenar este lugar» –es decir el espacio en blanco que aun le sobraba–, «sólo
podemos incluir el párrafo citado, que es el siguiente». La frase, «con el fin de llenar este lugar»
nos permite llamar la atención sobre un problema de signo contrario con el que en otras
oportunidades se encontró el PP: cuando sobraba espacio para dejar copado el blanco de la
página. Pero hay que advertir que, en general, el «componedor» de textos en el PP fue amigo
de «airear» el texto, y la batalla entre el negro y el blanco no fue tan cerrada, para beneficio del
lector, como lo fue en otros periódicos de la época.
Así como le ocurrió con el texto sobre La libertad bien entendida, una de
sus «producciones» que más apreciaba, le ocurrió también con el largo estudio
que publicó sobre la historia reciente de la monarquía francesa, que publicó
bajo el título de Retrato histórico de Luis XVI en el trono, un texto del que MSR
pensaba que constituía una de sus mejores obras, texto que al parecer había
trabajado con método y cuidado pensando en sus lectores, tal como varias
veces lo puso de presente en el PP. Desde los capítulos iniciales de su escrito,
ya en las primeras semanas de su publicación, debió repetir a sus lectores que
«la naturaleza de este escrito no permite (como advertimos antes) la extensión
y prolijidad propias de una historia»73.
Avanzado ya su texto sobre Luis XVI, MSR deberá volver a mencionar el
problema de la extensión, y en un momento en que trataba de los
procedimientos tiránicos y crueles de la Convención, indica a sus lectores que
para poder abordar esos sucesos en detalle sería necesario «un prolijo discurso,
que no lo permite el limitado plan de nuestro escrito», motivo por el cual se
debe restringir a insertar algunos pequeños rasgos, «aquellos más precisos para
la ilustración de la materia, tales como los que damos traducidos a la letra del
original francés»74.
En el remate de su largo discurso sobre el monarca francés, MSR hará una
síntesis, muy valiosa para nosotros, de los problemas de composición que había
tenido que enfrentar durante las semanas anteriores, cuando escribía su texto,
repitiendo que se trataba de un asunto «digno de una obra separada», pero
que «la propia calidad de las presentes circunstancias» –es decir el curso que
había tomando la revolución en Francia y la forma como esos sucesos
terminaron expresándose en Santafé– y su deseo de que cuando el PP llegara
a su fin pudiera formar un «regular complejo de materias varias e importantes»,
lo había hecho abandonar la idea de escribir lo que sería en rigor una obra de
historia, y limitarse a «compendiar en folios semanales un argumento que
exigía mucha más extensión y el método propio de una historia seguida»75.
Al lado de la extensión, el otro elemento que mencionamos como
distintivo en el proceso de constitución de la diferencia entre periodismo y
género histórico en el PP, es el que tiene que ver con la movilidad del
acontecimiento, con la indefinición del tiempo presente, en tanto se trataba de
relaciones de fuerza producto de la acción de agentes humanos –es decir de
73
PP. No 150, 11-07-1794. El subrayado es nuestro.
74
PP. No 158, 19-09-1794. MSR copia, en lo que parece ser su traducción, el «Discurso
dirigido [por Luis XVI] a los diputados que componían la primera sesión de los Estados Generales».
«(Dichos comúnmente notables por ser las personas. De mayor nota o primeras del Reino)».
75
PP. No 160, 3-10-1794. El subrayado es nuestro.
76
PP. No 170, 12-12-1794. MSR titulaba, como noticia particular, en el espacio de su gran
narración sobre la Revolución francesa: «Al público: La noticia más agradable que pueda leerse
en los fastos del siglo XVIII…».
77
Ibídem. En este y en otros números del PP, MSR introduce la idea de que la revolución
puede ser objeto de análisis y que puede ser sometida al escrutinio empírico cuidadoso de sus
perspectivas. Se trata de la existencia de lo que llama «cálculo político», parte esencial de lo que
designa como ciencia política y que describe varias veces desde el punto de vista de su contenido.
Cf. PP. No 244, 13-05-1796, en donde copia a un pensador italiano que señalaba que: La arte
política de día en día fue tomando mayor lustre y vigor, hasta que llegó a formarse de ella una
ciencia», cuyo propósito es ante todo el cálculo político.
78
PP. No 164, 31-10-1794.
79
PP. No 186, 3-04-1795, y PP. No 188, 17-04-1795. La dinámica de los sucesos revolucionarios
de 1793-1794, sobre todo –que MSR caracteriza como caos, confusión, relaciones de fuerza
cambiantes y luchas intestinas entre los propios partidarios de la revolución– parece reflejarse
en las propias informaciones del PP de las fechas correspondientes (con el retraso ya mencionado
que va de cuatro a seis meses en promedio). Cf. por ejemplo PP. No 164, 31-10-1794 y siguientes.
80
PP. 180, 20-02-1795. En el PP MSR sostendrá al mismo tiempo la idea de que la política es
analizable y previsible –hacia adonde apunta la noción de cálculo político– y la idea de que la
política es compleja porque es precisamente el reino de la incertidumbre. Por eso escribirá que
«Los misterios de la política al paso que son innumerables, son muy diversos entre sí, y demasiado
profundos. No hay una regla fija por donde poderlos comprender, porque de un instante a otro
toman un aspecto tan complicado, que exige nuevo estudio de la inteligencia de cada parte de
por sí». Cf. PP. No 145, 6-06-1794.
81
PP. No 138, 18-04-1794.
como todas las cosas sublunares están expuestas de un instante a otro a sufrir
los golpes de esta variedad y vicisitud características de la inconstancia del
tiempo, y mucho más la suerte de la guerra, ha mudado ya notablemente la
situación de la ciudad, según las recientes noticias que han venido en
papeletas particulares y que insertamos en el presente número83.
86
Cf. por ejemplo –entre muchas otras opciones y limitándonos al campo de la historia–
François Hartog, El espejo de Heródoto: ensayo sobre la representación del otro, Buenos Aires,
FCE, 2003, que examina con cuidado el caso conocido de las relaciones entre mito y conocimiento
histórico, sobre la base de la comparación del rapsoda y del etnógrafo observador, concretados
en Homero y en Heródoto.
87
No hay para el caso del Nuevo reino de Granada una actividad investigativa sistemática
sobre estas hojas volantes que contenían relatos de sucesos maravillosos y que las fuentes
mencionan en los siglos XV y XVII, y los críticos ilustrados en el siglo XVIII, pero éstos últimos con
ojo crítico y desconfianza. No parece haber ni siquiera un corpus reunido de tales materiales. Se
trata de una ausencia que paraliza al historiador del siglo XVIII, que no encuentra con facilidad
una perspectiva para comparar las formas como se redistribuyen las relaciones entre historia y
fábula, más allá de las menciones que los propios ilustrados hacen al respecto.
88
Cf. al respecto de estas situaciones capítulo I de este trabajo. Por lo demás, muchas de las
situaciones sobre las que discutió más ampliamente el PP, se tratara de la Revolución francesa,
o del talento americano, de la presencia del diablo visitando a los santafereños, o de la altura del
cerro de Monserrate, intentaron la perspectiva de la comprobación de los hechos sobre los que se
discutía, como forma básica de prueba de lo que se puede llamar «veracidad» de una afirmación
determinada. Cf. al respecto capítulo IV de este trabajo.
89
La modificación de las relaciones entre historia y fábula aparecen bajo las plumas de otros
escritores de finales del siglo XVIII en el virreinato de Nueva Granada. Se conoce el caso de los
practicantes de la historia natural, pero la constatación puede hacerse en el caso de la filosofía,
como lo pone de presente la frase con que se inicia la crítica irónica de la filosofía escolástica, por
parte del clérigo José Domingo Duquesne: «Esta es una Fábula con el nombre de Historia». Cf. J.
D. Duquesne, Historia de un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de
Aristóteles. Su autor: José Domingo Duquesne –Transcripción, notas y presentación por R. Silva–,
Medellín, La Carreta Editores, 2011.
90
En realidad la objeción (o «latigazo», como el lector designa sus críticas) tiene que ver no
con la extensión, en este caso, sino con haber acudido a la imagen del sueño: el discurso
presentado como un sueño en el que un viejo filósofo habla sobre la paz. Recordemos su final:
«Aquí llegaba el orador anciano, cuando de repente desperté, no solo asombrado de ver hasta
dónde puede transportar la vehemencia de un sueño, sino al mismo tiempo lleno de tristeza,
porque cesando él, cesó también el discurso». PP. No 2, 18-02-1791.
91
PP. No 6, 18-03-1791. Todo resaltado en el texto original por MSR. El redactor del PP
enseguida, con algo de insolencia que rompía con su conocida buena educación remataba a su
crítico diciéndole: «Pues si no lo ha leído [lo que decía Horacio], allí abajo tiene los dos versos
tan en cuerpo y alma como los parió la musa», y procedía a reproducir en latín los versos de
Horacio.
VI
[La escritura es] el único medio con el que en cualquier distancia nos
podemos dar a entender, explicando las sensaciones y conceptos de nuestro
espíritu en toda especie de materias y facultades…
Papel Periódico de Santafé de Bogotá1.
Introducción
El texto del Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá [en adelante PP]
copiado como epígrafe del presente capítulo, pertenece a Manuel del Socorro
Rodríguez [en adelante MSR], redactor del semanario. Se trata de un corto
texto escrito como elogio de Gutenberg, a imitación de cualquier otro de los
miles que deben haberse escrito, con toda justicia, en homenaje a quien los
historiadores normalmente identifican como el inventor y difusor de la imprenta2.
En el texto que citamos MSR dirige su atención hacia el tema de la difusión
del libro y la importancia de la imprenta, para mostrar la importancia que tal
invento tuvo en el camino de producir uno de los mayores saltos en el avance
1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá. Bogotá, Banco de la República, 1978 –
Edición facsimilar en siete tomos–. [En adelante PP]. No 80, 24-08-1792. El contexto es el de
una discusión con un lector sobre las constantes erratas del PP, lo que Manuel del Socorro
Rodríguez [MSR en adelante] aprovecha para presentar una definición de la escritura y del
valor de la comunicación escrita para la cultura de la sociedad y del individuo. Sin abandonar
su habitual tono retórico y exaltado, parte de su estilo como escritor, en un texto posterior, que
quería ser un elogio de Gutenberg y de su invento, MSR escribe: «Entonces fue [con la invención
de la imprenta] cuando las ciencias y las artes formaron en la tierra un paraíso de delicias para
recreo del entendimiento humano». PP. No 202, 24-07-1795.
2
En su «Elogio del arte tipográfica…» recién citado –cf. PP. No 202– Manuel del Socorro
Rodríguez [MSR] continúa la tradición (desde luego hoy cada vez más abandonada por la
historia social y cultural) de desconocer la importancia de la China en el invento de la imprenta,
lo mismo que no renuncia a la idea convencional de hacer de Gutenberg un gran héroe
solitario, dejando de lado el movimiento de conjunto que se encuentra en la raíz de la difusión de
la imprenta, condiciones sin las cuales el «invento» a nada hubiera servido. Cf. una primera
aclaración de esos problemas y tópicos en Elizabeth Eisenstein, La imprenta como agente de
cambio. Comunicación y transformaciones culturales en la Europa moderna temprana [1979], México,
FCE, 2010.
Lo que estas ideas tenían de generosa ilusión lo sabemos hoy. De una parte Jack Goody
3
para continuar indicando que desde la época del invento de la imprenta, «la
filosofía comenzó a derramar sobre los pueblos el apreciable tesoro de la
ilustración», con lo que tal vez quería indicar la forma como se difundió (y en
parte se generalizó) el saber de la Antigüedad clásica –fundamental en Europa
y en el mundo euro/americano–, el saber del Renacimiento y el propio saber
ilustrado del siglo XVIII que, como sabemos, no solo aprovechó el nuevo invento
para hacer circular sus ideas, valores y propuestas, sino que discutió de manera
pormenorizada sobre el comercio del libro, sobre los derechos de propiedad
en el mundo moderno, sobre la categoría de autor y las relaciones de los autores
con las autoridades, y sobre tantos otros tópicos a los que la Ilustración les dio
4
Una síntesis de todo esto, que es más o menos materia conocida, en Stephen Greenblatt,
El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno [2011], Barcelona,
Crítica, 2012, incluidas las exageraciones y simplificaciones que le deben haber hecho merecedor
del Premio Pulitzer en 2012, esto es, poner un poco de emoción de novela en un libro de análisis
histórico, para que el llamado gran público se sienta interesado; exagerar la importancia de
«una obra» (el manuscrito de Tito Lucrecio De rerum natura) en la formación de un mundo
nuevo –como si las ideas crearan las sociedades– y dar a la «acción histórica» un carácter de
«genialidad individual», lo que le retira su sustrato colectivo, el único que la hace realmente
inteligible.
5
PP. No 202, 24-07-1795. Aunque aquí MSR se decidió por citar una de las vertientes de su
propia biblioteca ideal –efectivamente parte de la cultura social de la época en el caso de los
hombres de letras del siglo XVIII neogranadino, y aun más allá de ellos–, hubiera podido
también citar igualmente El espíritu de los Mejores Diarios, o el Mercurio peruano, o las obras de
Feijóo o la Lógica de Condillac, o un tomo de la Enciclopedia Metódica, o la Historia de América
de William Robertson, por fuera de una amplia serie de historiadores clásicos griegos y romanos
a los que conocía de manera directa o a través de comentarios. Para una muestra de una
biblioteca ideal –aunque incompleta– de un neogranadino ilustrado de finales del siglo XVIII
cf. Manuel del Socorro Rodríguez, «Lista de las obras literarias que no había en esta Real
Biblioteca, los cuales yo el abajo firmado he puesto a mis expensas de mi propio peculio donándolas
enteramente a expensas del público», en M. del S. Rodríguez, Fundación del Monasterio de la
Enseñanza, Bogotá, Presidencia de la República, 1957.
su propio tratamiento, habiendo sabido encontrar los lazos entre ese tema de
la cultura escrita y dos de sus grandes inquietudes: la de la libertad de pensamiento
(y por lo tanto el asunto de la crítica y de la censura) y la del ideal de la libre
comunicación (el «dulce comercio de las ideas»), que los ilustrados interpretaron
como constitutivo de la propia naturaleza humana6.
En el caso del PP –y del virreinato de la Nueva Granada– resulta importante
dar una mirada al problema de los cambios en las prácticas de lectura, y referirse a
los usos sociales de la imprenta y a las propias dificultades de su funcionamiento en
razón de la precariedad del instrumento, para entender de una parte las propias
limitaciones de ese periodismo balbuciente que aparece con el esfuerzo del PP; y
de otra las posibilidades que se abrían desde el punto de vista de la comunicación
escrita impresa, en una sociedad que con pasos lentos, a veces erráticos, trataba de
acercarse a las formas de modernidad que se representaba como su horizonte
histórico, aunque de manera práctica lejos se encontrara de esas metas.
Hay que advertir, para que se comprendan las limitaciones de estas páginas
que, como pasa con buena parte de los temas tratados en este libro, la
perspectiva no puede ser más que parcial y de exploración, siendo el intento
ante todo el de fijar temas posibles de investigación posteriores. No hay otro
camino en el estado actual de la investigación sobre la cultura de la sociedad
neogranadina, en donde poco se sabe y la mayor parte se supone, y en donde,
en el caso del siglo XVIII, se le confunde con sus últimas dos o tres décadas. Sin
una ampliación del cuestionario habitual, sin la introducción de nuevas
preguntas, sin una apertura cronológica hacia los siglos XVI y XVII –apertura
imposible sin una ampliación documental–, el avance en los estudios
especializados en el tema de la Ilustración, como el presente trabajo, sufrirán
siempre por la ausencia de una perspectiva de «larga duración» que permita
contrastar las afirmaciones que derivadas del tiempo corto y la consideración
de una coyuntura específica, que es la de los últimos treinta años de ese siglo
(para decirlo en términos formales), con los resultados del análisis de un tramo
largo en el que sea posible comprender la dinámica del proceso en su conjunto7.
6
Kant refiere de manera directa el estado de ilustración de la sociedad a la cultura escrita
y a la lectura («Entiendo por uso público de la propia razón, el que alguien hace de ella, en
cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de los lectores). cf. Immanuel Kant,
«Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?», en I. Kant, Filosofía de la historia, Buenos
Aires, Caronte/Filosofía, 2004, p. 35. Otros textos de Kant que introducen el problema de la
imprenta y de la cultura escrita van en una dirección complementaria, sobre el mismo problema.
Cf. por ejemplo la recopilación I. Kant, Qu’est-ce qu’un livre? Paris PUF, 1995. Cf. también,
Denis de Diderot, Sobre el comercio de libros –estudio preliminar de Roger Chartier–, México,
FCE, 2003.
7
Hace ya un cierto número de años tratamos de ofrecer una perspectiva de larga duración,
por lo menos para algunos de esos problemas –el de la llamada «universidad colonial» y el de las
formas de transmisión del saber en tales instituciones–. Cf. al respecto R. Silva, Saber, cultura y
I
Niveles de lectura y complejidades socioculturales
sociedad en el Nuevo Reino de Granada. Siglos XVII y XVIII [1984], Medellín, La Carreta Editores,
2012 y Universidad y Sociedad en el Nuevo Reino de Granada [1992], Medellín, La Carreta
Editores, 2009; pero respecto de problemas como los de la cultura escrita, las prácticas de la
lectura y los niveles de alfabetización en tiempo largo, no parece existir ninguna investigación
importante en la cual apoyarse.
8
Cf. al respecto R. Silva, «La reforma de estudios en el Nuevo Reino de Granada, 1767-
1790», en Saber, cultura y sociedad, op. cit.
9
PP. No 101, 2-08-1793. El director del PP cita enseguida a Tácito, recordando una supuesta
afirmación de este autor, sobre el hecho de que cuando crece la cultura «crece su generosa
ambición de libros».
10
PP. No 209, 11-09-1795. Para el texto cuya autoría se discutía cf. PP. No 207, 28-08-1795.
Para la polémica sobre el «talento americano» y las acusaciones sobre la nulidad cultural de
América cf. PP. No 60, 6-04-1792 y números siguientes para la discusión extensa que el PP hizo
sobre ese tópico. En esa oportunidad MSR se quejaba de la rareza de una obra como la del poeta
neogranadino Hernando Domínguez Camargo, e indicaba que con mucho habría en Santafé
cuatro copias, agregando que, «debería haber cuatro mil ejemplares», y mostrándose desconsolado
por la dificultad de volver a editar la obra del poeta. Sobre el mismo tema cf. en este mismo
capítulo infra.
11
El prejuicio sobre la ausencia de libros parece deslizarse en R. Silva, «Nota sobre el libro
en la sociedad colonial», en [Boletín] El libro en América Latina y el Caribe, Bogotá, CERLAC,
54-55, 1986, pp. 30-34. Algunas versiones mejoradas del argumento inicial y la restitución del
contexto histórico del problema en R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808.
Genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la República/EAFIT, capítulos
IV y V. Por su parte el PP no es una buena fuente sobre el comercio de libros, pues si bien se
menciona en algunas oportunidades la llegada de libros, ésta aparece registrada bajo una forma
genérica. Por ejemplo: «… procedentes de Puerto Rico, tres cajones de libros, impresión española»,
sin ningún otro dato. Cf. PP. No 12, 29-04-1791. .
12
Cf. R. Silva, Prensa y Revolución a finales del siglo XVIII [1988], Medellín, La Carreta
editores, 2010, capítulo I
13
En el documentado y hoy imprescindible libro de Álvaro Garzón Marthá, Historia y
catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia (1738-1810), Bogotá, Nomos impresores, 2008,
parece postularse una relación directa en Hispanoamérica entre funcionamiento local de la
imprenta y niveles de lectura (cf. p. 11). Mis trabajos me indican que tal relación no existe y que
a pesar de la importancia de las imprentas locales en ciertas de estas sociedades y periodos, los
niveles de lectura dependieron principalmente de un mercado del libro que llegaba de Europa,
y no solo para la sociedad moderna de lectoras, que no se contentaba solo con novenas,
catecismo y otras clases de libros piadosos.
14
PP. No 27, 12-08-1791.
15
Podemos limitarnos ahora a ofrecer el ejemplo de «una composición métrica», que,
según el director del PP, «aquí corre con general aplauso» y que había sido escrita «en elogio…
del oidor decano de esta Real Audiencia». Cf. PP. No 4, 4-03-1791. Pero posiblemente el caso
que ilustra mejor el ciclo completo de circulación de lo escrito y su combinación con la lectura
ante un «público», sea el de un sermón contra el «horroroso» siglo XVIII, predicado por el clérigo
Nicolás Moya Valenzuela, colaborador frecuente del PP, que fue escrito por el sacerdote, leído
ante sus fieles (mal o bien un público), y enviado a MSR, quien se interesó por el tema y lo volvió
materia impresa, que de nuevo regresó como oferta de lectura para el público. Cf. PP.
PP. No 27.
17
18
Ibídem. El PP copia una parte del debate, bajo el título: «Sueño poético que le dirige un
amigo a otro, después de haber leído ambos en una tertulia las décimas dadas a luz en el No 4
del Mercurio Peruano».
19
PP. No 47, 6-01-1792.
20
Ibídem.
discusión era «el más esencial a los progresos del gusto literario», el asunto de
si «la belleza sublime puede ser objeto de perfección…»–; pero aun así, habría
que dar oportunidad también a la idea de que, sin negar la presencia de esos
elementos, otras realidades también asomaban por allí. Así por ejemplo el
compromiso de lectura y escritura que podría incluir la participación en las
discusiones, como en este caso, en donde la prolongada discusión debe ser
suspendida por el presidente de la asociación, dejando para todos la tarea de
llevar la siguiente noche, para la nueva reunión, una traducción de un pasaje
de la Eneida, en que se concentraba el motivo de la discusión, tarea que
efectivamente se cumplió27.
Así pues un compromiso de lectura, lo que parece ser una nueva forma de
relación con los textos, una periodicidad previamente determinada, un espíritu
abierto de crítica sobre un amplio abanico de cuestiones –«discurrir sobre
cuantos asuntos tengan conexión con la bella literatura», o «las muchas
cuestiones que se promueven alternativamente»– y un cierto orden de
funcionamiento, en el marco de tareas diferenciadas que se respetan a pesar
del ardor de la discusión, pues, como en este caso, el presidente de la asociación
regula el uso de la palabra, impone obligaciones a los socios para continuar las
discusiones y el conjunto de los asistentes intenta hacer un uso regulado del
tiempo, como se declara, en el resumen de otra discusión28.
Todo esto que señalamos deja la idea de un aumento en el número de
lectores –por lo menos de prensa hasta el momento–, pero también de un
cambio en la relación de los lectores con los textos leídos, lo que parece poner
de presente el avance de una perspectiva crítica en la lectura, una forma de
relación que, como se sabe, es distintiva, del pensamiento de la Ilustración –
como lo hemos repetido en este trabajo ya varias veces–.
Pero se puede tratar de ir un poco más lejos e intentar explorar, a través de
diversos indicios esas pequeñas huellas que deben haber quedado de ese proceso
de cambio, en este caso en uno de los objetos de lectura, es decir el propio PP,
e intentar una perspectiva de reconstrucción etnográfica de esos pequeños
detalles reveladores de cambios en las prácticas de los lectores.
Aquí se debe recordar, para que esta corta exploración tenga algún sentido
analítico, el debate desde hace tiempos existente entre los historiadores de la
lectura, en torno a la idea de la existencia de una revolución de la lectura a
finales del siglo XVIII en Europa, idea que ha sido propuesta de manera muy
27
Ibídem.
28
PP. No 133, 14-03-1794. Todo esto no puede sino indicar la necesidad de un cuestionario
nuevo en la investigación sobre las tertulias tradicionales y su conversión en formas modernas
de asociación, en el periodo anterior a la crisis de la monarquía, y en el marco de la difusión del
pensamiento utópico de la ilustración y de los planes concretos de reforma de los Borbones.
particular por el historiador alemán Rolf Engelsing29, pero que ha sido criticada,
precisada y a veces directamente rechazada por parte de muchos historiadores30.
Hay que indicar con toda precisión que la «tesis» sobre una revolución de
la lectura en el siglo XVIII se apoya tanto en realidades sociales como en
realidades culturales e intelectuales, y que no se dirige simplemente a mostrar
un aumento en el número de lectores, sino a una conjunción entre número
de lectores –y ello en diferentes grupos sociales–, materiales de lectura
disponibles, géneros nuevos en ascenso (como la novela), condiciones
tipográficas de lectura, nuevos formatos a los que se podía acceder y desde
luego condiciones económicas y escolares que facilitaban ese acceso.
Pero la tesis de la revolución de la lectura tiene un aspecto más que debe
resaltarse, y que quizá es el que más ha supuesto discusiones entre los
historiadores, pues en términos de los datos sociológicos generales, exteriores
de manera directa a la propia práctica de la lectura, las discusiones pueden no
ser mayores. El punto más controvertido y el de más difícil investigación es el
que tiene que ver con el núcleo de la tesis, es decir con el paso, en el marco de
esa revolución, de una lectura intensa (de detalle, ampliamente concentrada
en el texto, muy cerca de la lectura escolástica o de lo que más tarde Nietzsche
llamaría la «lectura como rumia») a una lectura extensa (más cerca de la
compilación y del extracto, del diccionario y de la enciclopedia, de la propia
prensa y del resumen)31.
Desde luego que el modesto virreinato de Nueva Granada terminando el
siglo XVIII, ni desde el punto de vista de los propios libros que producía localmente,
ni desde el punto de vista de los libros que llegaban de las prensas españolas y un
poco de las francesas, puede compararse con Alemania, con Francia o con
Inglaterra, sociedades que muestran algunos de los signos más acusados de esa
revolución de la lectura. Sin embargo, se puede intentar mostrar algunos rasgos
mínimos de esos cambios en el campo de la lectura, rasgos que indican que la
29
Cf. Reinhard Wittmann «¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVIII?»,
en G. Cavallo y R. Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental [1997], Madrid Taurus,
2001, pp. 497- 537, hay que hacer notar que en el texto de Wittmann la tesis se encuentra
planteada con signos de interrogación, aunque su texto favorece la adopción de la tesis de la
revolución de la lectura en el siglo XVIII.
30
El resumen del debate con consideración ponderada de todas las posiciones e incluso con
la reformulación de la tesis original puede leerse en Roger Chartier, «Richardson, Diderot et la
lectrice impatiente», en MLN, Vol. 114, No 4, French Issue (Sept. 1999), pp. 647-666.
31
Para la caracterización general del núcleo de la tesis de la revolución de la lectura cf.
Reinhard Wittmann, «¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVIII?», en G.
Cavallo y R. Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental, op. cit. Para una presentación
extrema de la idea de lectura concentrada, cercana de la ascesis a través de la lectura –pero un
ejercicio exploratorio tal vez demasiado encerrado en el texto, para el gusto de un historiador–
cf. el bello libro de Ivan Illich, En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al
«Didascalicon» de Hugo de Saint Victor [1993], México, FCE, 2002.
Muratori. Bibliotecario del serenísimo señor duque de Modena. Obra traducida al español por el
doctor Don Francisco Martínez, Académico honorario de la Real Academia de San Fernando de
Madrid, y Deán de la Santa iglesia Metropolitana de la ciudad de Santafé de Bogotá, capital del
Nuevo Reino de Granada. En Santafé de Bogotá por Don Antonio Espinosa de los Monteros. Año
de 1793, [Biblioteca Médica Lepetit, Lepetit de Colombia, 1973].
36
PP. No 101, 2-08-1793 –pero las menciones de la obra fueron más–.
37
El libro contiene las tradicionales dedicatorias, en este caso del traductor para la virreina,
de quien dice que «distribuye V. E. el tiempo entre sus atenciones domésticas, y el laudable
recreo de la lección de buenos libros…» (p. 1), lo mismo que las respectivas censuras eclesiásticas
y civiles (pp. 5-12), y una larga nota del traductor (pp. 13-33), a lo que se agregan dos prólogos
más, uno de Muratori y el otro del deán Francisco Martínez, siempre con la idea de mostrar la
importancia de la obra y de la materia tratada.
38
Cf. Historia de las ciencias naturales escrita en el idioma francés por M. Saverien, y traducida
al castellano por un Sacerdote amante del bien público [...], en Santafé de Bogotá: Por don
Antonio Espinosa de los Monteros, Año de 1791. [No he visto nunca de manera directa un
ejemplar de la edición en cuadernillo de la obra de Saverien. Los datos bibliográficos que copio
los tomo de la obra varias veces citada de Álvaro Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo
de la imprenta en Colombia (1738-1810), op. cit., p. 272.
39
PP. No 66, 18-05-1792. Cf. además PP. No 18, 10-06-1791, en donde el editor del periódico
hace una amplia presentación de la obra y explica que la división de la obra en tomos, lo que no
traiciona su unidad, es una condición que favorece tanto la adquisición como la lectura. Por lo
demás, el director del PP hace una amplia descripción de la obra, que es con toda exactitud una
recomendación de su lectura.
los menos acomodados»), no sin dejar de indicar que el precio de cada uno de
los tomitos era el más barato que se pudiera imaginar40.
El PP describe de manera breve cada uno de los tomos que comprende la
obra, y recuerda que cada uno de los tomitos está acompañado de una corta
introducción, «cuyo objeto es dar una idea de lo importante de la materia», y
en el primer cuadernillo «se inserta un discurso en que el traductor se contrae
a todos los motivos que le interesaron en darla a la luz» y cuáles son las razones
por las que los lectores deben preferirla, a las demás que se han impreso sobre
la misma materia41. Y cierto tiempo después, cuando volvió a hablar de la obra
y dio noticias sobre la suscripción, precisó de una manera que en esa sociedad
resultaba de una gran novedad, cuál era el objeto de la obra: «La historia de
las ciencias naturales no es como la historia de las naciones, de las guerras, de
los acontecimientos políticos, etc., en que generalmente hallan complacencia
y diversión toda suerte de personas, porque no se necesita ningún estudio»42.
Pero al mismo tiempo que se alentaba y extendía una práctica de la lectura
que desde muchos puntos de vista recordaba la lectura concentrada e intensa,
detallada y dedicada, lejana ya de la meditación pero aun pidiendo silencio,
lejana de la conversación y de una idea mundana del disfrute, otra práctica de
la lectura parece abrirse paso en la sociedad de lectores. Se trata de una forma
que en principio desconcierta por su propia modernidad, por cuanto parece
anunciar una sociedad de la que se encuentra por completo alejado el Nuevo
Mundo americano, y desde luego el virreinato de Nueva Granada. Se trata de
una representación de la lectura, que en otras partes ya podría ser de manera
completa una nueva práctica de la lectura y de relación con la cultura escrita
en sus diferentes variedades, que presupone un mundo urbano y gentes ya
sometidas a la lógica del tiempo en una sociedad que lo valoriza como
ocupación útil, productiva, posiblemente productora de ganancias, una
representación que desde luego plantea enormes interrogantes.
El PP recreó tal representación del tiempo de lectura, haciendo eco de un
tipo de publicación que el siglo XVIII había convertido en una moda en Europa,
y que en América hispana adquirió también una gran popularidad y que remitía
sobre todo a la información de prensa, pero también a toda forma de
comunicación de noticias, de hechos, de descubrimientos, de novedades… que
se presentaran como resumen, como extracto, como síntesis, como condensado
40
PP. No 18, 10-06-1791. Sobre Saverien decía en particular: «Casi es ocioso el elogio que
aquí vamos a hacer cuando se sabe que ningún buen literato de cuantos existen ha dejado de
aplaudir con los mayores encomios esta bellísima producción de aquel sabio francés».
41
Ibídem. «En fin, que el público juzgará su mérito y sólo estimará el buen deseo de quien
sin más intereses que el de servirlo, se ha tomado el trabajo de esta versión».
42
PP. No 66, 18-05-1792.
Proceso contra don Antonio Nariño por la publicación clandestina de la Declaración del
47
… con que no solo en esta capital, sino en la mayor parte de los lugares de
este reino, puedan todos saber los días que son de fiesta, con obligación sola
de misa, o de no poder trabajar, las vigilias y abstinencias, los días en que
viven y las demás noticias que son congruentes y de que antes carecían, con
falta de habilidad y aun de cumplimiento de muchas obligaciones que exige
la religión y la cristiana disciplina50.
50
Cf. Álvaro Garzón Martha, Historia y catálogo de la imprenta en Colombia (1738-1810),
óp. cit., p. 69 –quien escribe es el virrey ilustrado Manuel Antonio Flórez, en 1778, en una de sus
peticiones para poder poner a funcionar en el virreinato una imprenta digna de ese nombre.
51
Roger Chartier, «Richardson, Diderot et la lectrice impatiente», en MLN, Vol. No 114,
No 4, op. cit., p. 656.
52
Ibídem. Nada de esto es diferente a la proposición que hace años, bajo el impulso de la
obra y los consejos de Roger Chartier, había avanzado en Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-
1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, op. cit., capítulo V, Numeral 2.
53
Roger Chartier, «Richardson, Diderot et la lectrice impatiente», en MLN, Vol. No 114,
op. cit., p. 657.
54
La bibliografía sobre el problema es amplia y la polémica misma no es nuestro objeto. El
lector de estas líneas encontrará en el propio texto de R. Chartier indicaciones y bibliografía que
muestran el ascenso de la mujer en el campo de la lectura y las relaciones que esa lectora
impaciente estableció con géneros como la novela. Lo que habría que resaltar es la forma como
una ideología militante actúa como una forma de ceguera y de desconocimiento. Este es en
buena medida el caso de un libro tan documentado, trabajado y enciclopédico, como el de
Jorge Cañizares, Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo. Historiografías, epistemologías e
identidades en el Mundo Atlántico del siglo XVIII [2001], México, FCE, 2007, empeñado en un
combate difícil de entender cuyo único propósito es desprestigiar la Ilustración (la bête noire de
los postmodernos de finales del siglo XX). Cf. «Introducción», pp. 19-34 –cf. por ejemplo
afirmaciones como la siguiente: «… la llamada Ilustración revirtió las perspectivas más generosas
y tolerantes sobre la diversidad cultural sostenidas por los humanistas del Renacimiento», y su
definición de método en donde indica que su libro sigue «ideas claves de la crítica postcolonial»
(p. 32); y desde luego las consabidas declaraciones sobre la opresión de la mujer en la esfera
pública moderna y el dominio masculino, consustancial a la Ilustración, pues «la crítica masculina
buscaba imponer su autoridad y credibilidad en el mercado de las ideas, reclamándose inmune
del influjo de las emociones femeninas y de los mecenas poderosos» (p. 20).
entre ochenta y un suscriptores –doña María Rosa de Arce– y en la segunda, en PP, No 20, 24-
06-1791, no aparece ninguna, pero como sabemos, no hay correspondencia ninguna en esa
sociedad entre suscriptores y lectores, pues la prensa es ante todo asunto de lectura colectiva y
de préstamo.
56
PP. No 27, 12-08-1791.
57
Ibídem.
58
PP. No 47, 6-01-1792. Un comentario errado sobre este punto en R. Silva, Prensa y
Revolución, op. cit. p. 50, cita 28.
59
PP. No 66, 18-05-1792, aunque se trata de una información compleja, pues a partir de
hechos reales el editor del PP parece fabricar un episodio de ficción.
60
PP. No 84, 27-09-1792.
II
Imprenta, cultura y sociedad66
Como hemos señalado más arriba, el más completo y documentado catálogo que existe
66
cultural y social –sobre todo los virreyes, algunos de los fiscales de la Audiencia
y los visitadores reales a finales del siglo XVIII–, que sabían de la imposibilidad
de reformar los estudios superiores sin el acceso a nuevos libros, y que predicaban
la importancia de dar a conocer las «producciones» de esa nueva juventud
noble del reino a través del libro impreso, eran fieles adeptos de un instrumento
como la imprenta, que aseguraba el libre curso de las ideas y que permitía
informar sobre las políticas de la monarquía. Esos eran grupos (y razones) que
expresaban un cierto consenso en el apoyo a que las «artes tipográficas»
finalmente se asentaran en el virreinato de Nueva Granada, desde luego, claro,
con las limitaciones que la palabra escrita encontró siempre en las monarquías,
que necesitaban de la imprenta, pero siempre que fuera bajo su control67.
Así pues, la monarquía y sus funcionarios mantuvieron siempre, a lo largo
del siglo XVIII, una ambigüedad reconocida frente a la imprenta. Como señalaba
el fiscal en la causa contra Antonio Nariño por la traducción y publicación de
los Derechos del Hombre y del ciudadano, «La imprenta, invención
ciertamente feliz para el género humano, pero que, como dice un político, no
se ha calculado todavía si ha traído mayores bienes que males, es el medio más
cierto de propagar, extender y comunicarse recíprocamente los hombres sus
conocimientos, sus ideas, y el fruto de sus talentos»68.
Admitida la existencia, por lo demás muy visible, del control que introducía
en los usos de la imprenta el poder político, nadie puede afirmar que frente a
la imprenta (la nueva forma de la cultura escrita) hubiera habido oposiciones
radicales que la vincularan con alguna novedad nefasta o diabólica, en parte
porque la sociedad era, a su manera, desde 1492, una sociedad de la época de
Gutemberg, y en grados diversos todos sus habitantes (incluidos lo que hoy
llamaríamos las clases subalternas) se incluían en la categoría del homo
67
El catálogo de Álvaro Garzón Marthá lo muestra muy bien, pues la monarquía intentó
que su nueva política de tributación pasara por el impreso (en letra grande y «perceptible») e
igualmente algunas de las medidas de castigo contra los insurgentes de 1781 fueron impresas, lo
mismo que una amplia documentación (documentos breves y a veces extensos) que iban en
dirección de «civilizar», organizar, reglamentar y dar orden y coherencia a un conjunto social
que seguía siendo informe, indisciplinado, y que se negaba a vivir «a son de campana y en
parroquia». Cf. A. Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia
(1738-1810), op. cit., pp. 95-442, para multiplicados ejemplos –cf. en particular sobre estos
puntos Documentos 10 a 13.
68
Proceso contra Don Antonio Nariño por la publicación clandestina de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, pp. 353 y ss. Cf.
también, en el contexto europeo, R. Chartier y C. Espejo (eds.), La aparición del periodismo en
Europa, óp. cit., varios de cuyos textos comprueban la forma como se modifica la relación entre
prensa y poder político –entre circulación de la información y poder político– en el paso del siglo
XVII al XVIII, en el marco del ascenso de las monarquías absolutas.
Para los amantes de Aristóteles habíamos pensado dar a luz una apología
bastante honorífica de este sabio. En ella íbamos a probar con todo el rigor
crítico de la materia, los muchísimos fundamentos que hay para creer [que]
fueron sus obras notablemente viciadas y corrompidas. Un hombre
medianamente instruido en la anticuaria, no podrá dudar [del] lastimoso
desorden que hubo en las copias de los escritos anteriores al año 1447, en
que comenzó el arte de la imprenta. Las revoluciones de aquellos siglos, la
impericia de los copiantes, ser asalariados para ese fin, el ningún cotejo que
se hacía con los originales, lo antiguo y maltratado de los pergaminos, la
diferencia de lengua del autor y del copiante, la licencia de introducir lo
que cada uno quería, la prisa con que se hacían dichas copias por el interés
lucrativo, el uso de escribir sin ortografía, en fin, una multitud de razones
que hacen mucha fuerza para creer [que] no es el puro texto de Aristóteles
el admitido en nuestras clases70.
El catálogo de Álvaro Garzón Marthá lo muestra muy bien, pues la monarquía intentó
69
que su nueva política de tributación pasara por el impreso (en letra grande y «perceptible») e
igualmente algunas de las medidas de castigo contra los insurgentes de 1781 fueron impresas, lo
mismo que una amplia documentación (documentos breves y a veces extensos) que iban en
dirección de «civilizar», organizar, reglamentar y dar orden y coherencia a un conjunto social
que seguía siendo informe, indisciplinado, y que se negaba a vivir «a son de campana y en
parroquia». Cf. A. Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia
(1738-1810), op. cit., pp. 95-442, para multiplicados ejemplos –cf. en particular sobre estos
puntos Documentos 10 a 13–.
70
Proceso contra Don Antonio Nariño por la publicación clandestina de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, pp. 353 y ss. Cf.
también, en el contexto europeo, R. Chartier y C. Espejo (eds.), La aparición del periodismo en
Europa, óp. cit., varios de cuyos textos comprueban la forma como se modifica la relación entre
prensa y poder político –entre circulación de la información y poder político– en el paso del siglo
XVII al XVIII, en el marco del ascenso de las monarquías absolutas.
71
Cf. PP. No 59, 30-03-1792 y números siguientes. El título del texto es: «Satisfacción a un
juicio poco exacto sobre la literatura y el buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la
ciudad de Santafé de Bogotá». Se trata de una larga discusión sobre las relaciones culturales
entre Europa y América, y de manera más particular entre los tres grandes virreinatos de las
Indias.
72
PP. No 59.
73
Cf. PP. No 59, 30-03-1792 y números siguientes. El título del texto es: «Satisfacción a un
juicio poco exacto sobre la literatura y el buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la
ciudad de Santafé de Bogotá». Se trata de una larga discusión sobre las relaciones culturales
entre Europa y América, y de manera más particular entre los tres grandes virreinatos de las
Indias.
74
PP. No 59.
75
Ibídem. El resaltado es nuestro.
76
Ibídem. El paso en la polémica del Nuevo Reino de Granada al conjunto del mundo
americano tiene que ver con el contexto de la discusión, que reenviaba tanto a viejas disputas
entre reinos del Nuevo Mundo, como a la polémica entre España y pensadores ingleses, franceses
y holandeses, casi siempre representantes de la Ilustración, que descreían de la importancia
cultural de la monarquía española.
Si alguna persona de esta capital o de otra ciudad del reino tuviese algún ejemplar
de la obra intitulada Elegías de varones ilustres de la América (su autor Juan de
Castellanos, beneficiado de la ciudad de Tunja) podrá ocurrir al agente fiscal D.
D. Joseph Antonio Ricaurte, quien ofrece pagarla al supremo precio. E igualmente
otra del mismo autor con el título Conquista del Perú y Nuevo Reino. La primera
está impresa, y la segunda en manuscrito. A más de la buena paga y agradecimiento
en que se le estará al que diere noticias de ello, es una acción bastante patriótica
contribuir a la edición de dos obras que no solo son útiles a la literatura, sino que
hacen mucho honor a los naturales de este reino, las cuales se quedarían
sepultadas en el olvido, sino se ofreciesen oportunamente a este celoso patriota
que se interesa en publicarlas.
77
PP. No 7, 25-03-1791
Fuera de Santafé hubo también iniciativas por llevar las letras locales y de
la América hispana a la imprenta, como en el caso de la propuesta, que no
salió adelante, de la publicación de una especie de antología periódica de
poesía en Popayán, bajo el título de La lira americana, un intento de un grupo
de hombres de letras que intentaba hacer circular bajo forma impresa la «poesía
americana». Se trataba de crear una publicación semanal de poetas americanos,
para lo cual se abrían suscripciones desde finales de 1792, con la idea de
comenzar la publicación, que se haría en Santafé, a principios de 1793. La
iniciativa no prosperó y se quedó en la simple publicación del Prospecto, con
que se anunciaba tradicionalmente este tipo de publicaciones, Prospecto que
fue enviado al PP, que a su vez hizo la promoción del proyecto78.
Indiquemos finalmente sobre este punto, como balance inicial, que, en
general, sin hacer distinciones de géneros, o de formatos, de ejemplares impresos,
de tipos de lectura, es decir ateniéndonos de manera sencilla a la existencia de
un objeto que llamamos «impreso», sin mayores especificaciones, un avance de
la cultura del impreso (el texto escrito en letra de molde) es visible en la sociedad,
y que una parte de la producción manuscrita fue retomada y seguramente
transformada por la nueva escritura impresa79, como lo indica en muchas
oportunidades el PP sin que por ahora sepamos mucho más sobre el significado
social y cultural de la nueva llegada de Gutenberg a este rincón de los Andes80.
De otro lado, hay muchas huellas que indican que la presencia del PP, una
publicación impresa, significó nuevas exigencias en cuanto a la calidad en la
escritura, desde el punto de vista de las ideas que se promovían y se querían
hacer circular. Como escribía MSR refiriéndose a los pretendientes a ver su
escritura bajo forma impresa: «… que si quieren tener el gusto de ver sus
discursos en forma de molde, dejen de ser unos pedantes… y se apliquen a
escribir cosas dignas de leerse por sujetos sensatos…»81.
La monarquía intentó variadas formas de hacer uso de la imprenta, como
ya lo hemos advertido, y el PP, como periódico del «Superior Gobierno»,
78
Cf. PP. No 81, 31-08-1792.
79
Así por ejemplo cf. PP. No 28, 19-08-1791, en donde el editor del PP indica que aprovecha
algún espacio en blanco de ese número del semanario, para incluir «las décimas siguientes, para
dar gusto a algunos sujetos que habiéndolas visto manuscritas se han interesado en que se den
a la imprenta, para diversión del público». –La situación fue repetida–.
80
No hay que desorientarse sobre los efectos de la imprenta al comprobar que las fórmulas
editoriales de escasas páginas y de precio cómodo, en general fueron dominantes entre 1738 y
1810, como lo pone de presente el libro de varias veces citado de A. Garzón Marthá, Historia y
catálogo de la imprenta en Colombia, óp. cit., un hecho que es una constante también en Europa,
en donde los avances de la producción editorial de tipo secular no eliminó nunca la presencia
masiva y constante de las obras y folletos de piedad religiosa. Cf. al respecto Dominique Julia,
«Lecturas y contrarreforma», en G. Cavallo y R. Chartier, Historia de la lectura en el mundo
occidental [1997], Madrid, Taurus, 2004, pp. 415-467.
publicó en varias oportunidades reales cédulas –con el fin «de que todas las
provincias del reino se enteren de su contenido»82– y otros documentos que
hoy llamaríamos oficiales, y recurrió al PP para la distribución de algunos de
los ejemplares de hojas sueltas que le parecían de interés público, como en el
caso, por ejemplo, de recetas médicas o tratamientos para enfermedades
epidémicas. Así por ejemplo, a finales de 1795 el PP publicó una receta
experimentada en La Habana contra el mal de «siete días», advirtiendo que
esa hoja impresa se distribuía gratuitamente en las oficinas del periódico, a los
padres de familia, y a los curas y corregidores que desearan llevarla a sus
respectivos pueblos83.
El invento de la imprenta fue pues recibido como una posibilidad nueva de
extender el conocimiento, lo que estaba en línea directa con los ideales del
absolutismo monárquico, y con las aspiraciones del grupo de los ilustrados, y bajo
esos dos impulsos la producción impresa local logró ganar un lugar en la sociedad.
Eso no debe hacernos olvidar que detrás de lo que llamamos «la imprenta en el
virreinato de Nueva Granada», con una expresión a veces altisonante, de manera
concreta lo que se encuentra son dos pequeñas prensas que en medio de grandes
dificultades técnicas aseguraron la existencia del PP, sin haber dejado de ser, al
mismo tiempo, un dolor de cabeza para el editor y para los impresores, debido a sus
propias limitaciones técnicas, limitaciones que cuando se conocen de cerca, hacen
ver casi como un milagro la cantidad de letras entintadas, transmitiendo
pensamientos, que lanzaron a volar por ese mundo.
De ese precario nivel técnico deben acordarse los lectores del PP de hoy en
día, que son de manera básica estudiosos especializados, como en su época
debieron muchas veces acordarse sus lectores, todas las veces que el impresor del
PP, obligado por las circunstancias que le comunicaba su editor, debió entintar
una cierta cantidad de letras para comunicar a sus suscriptores y lectores, una de
las frases menos apreciadas por las gentes del oficio: «No salió el periódico el
viernes próximo pasado a causa de haberse descompuesto la prensa»84.
81
PP. No 7, 25-03-1791. A esa exigencia se suma el deseo de hacer con toda corrección las
impresiones de los textos, aunque este propósito –cf. aquí mismo infra– encontró muchos
escollos. Cf. por ejemplo PP. No 16, 27-05-1791, en donde a propósito de la publicación de La
mirra dulce, se indica que la edición fue «ejecutada con la pulidez posible». El resaltado es nuestro.
82
PP. No 71, 22-06-1792.
83
Cf. PP. No 224, 25-12-1795.
84
PP. No 247, 10-06-1796. Sobre el tema de las dificultades con la imprenta cf. aquí mismo
infra numeral IV.
III
Cultura visual, impreso y cultura de lo escrito
85
Cf. al respecto el sugerente y documentado libro de Fernando Bouza, Imagen y propaganda.
Capítulos de la historia cultural del reinado de Felipe II, Madrid, AKAL, que pasa revista de
manera sistemática a los problemas del representar en la plaza pública o en la corte, y examina
los papeles (diversos e integrados) de la cultura escrita y la cultura visual, y examina los posibles
efectos de esa actividad, considerados como «imagen y propaganda», tal como esas realidades
de legitimación podían funcionar en la época que Bouza estudia.
86
Cf. las precisiones básicas sobre este problema crucial del análisis cultural en Hans Belting,
Imagen y culto. Una historia de la imagen anterior a la era del arte [1990], Madrid, AKAL, 2009.
compartidos que reenvían al conjunto, como esos otros que hacen parte de
cada uno de los grupos particulares de los que se forma parte: una «república»,
un «orden social», una cofradía, una corporación universitaria…»87.
Ninguna duda cabe que esa cultura visual –expresión genérica que debe servir
para designar de manera concreta, históricamente fundamentada, contenidos y
formas socialmente compartidos en el plano de la representación–, forma de
comunicación dominante en la sociedad, acompañada de manera muy cerca
por la escritura manuscrita, estableció relaciones importantes con la cultura
del impreso, habiendo sido el impreso, un motivo de enriquecimiento del
dispositivo general en el que todas esas manifestaciones del pensamiento y la
comunicación se incluyeron88.
El PP es una fuente de información relativamente abundante sobre la
cultura visual en los años finales del siglo XVIII en el virreinato de Nueva
Granada, aunque puede que sus informaciones remitan a un periodo mucho
más largo, si se tiene en cuenta la estabilidad de un conjunto de actividades
que, precisamente, se habían formado en el tiempo largo, y reunían en su
despliegue formas que recogen elementos de sociedades y tiempos muy
diferenciados (la Antigüedad, el cristianismo después de Constantino, la
imaginería medieval, las formas del arte renacentista, representaciones
indígenas…); y suministra también muchas informaciones sobre los
fundamentos de esa cultura visual, por lo menos en el campo de la religión, y
sobre el papel de esa cultura visual en el terreno de las formas de legitimación
política y sagrada de la monarquía y de la Iglesia, los dos grandes pilares del
orden social. En todo caso, se trata de una fuente importante, aunque desde
luego breve y parcial, pero de primer orden cuando la interrogación sobre el
problema está atada al examen del propio PP, como en nuestro caso.
Varias son las presentaciones del PP a este respecto, pero en función de
nuestros intereses y de nuestro objeto central de estudio podemos limitarnos a
tres de ellas, referidas a los años 1791 (dedicación del templo de los capuchinos
en Santafé); 1793 (fiestas en homenaje al virrey) y 1795 (inauguración del
templo de los capuchinos en la villa de San Carlos del Socorro –en el actual
87
La importante noción de «campo», propuesta por Pierre Bourdieu para el análisis de las
manifestaciones artísticas en las sociedades que han autonomizado y designado como procesos
de creación artística ciertos tipos d actividad humana, representa un útil muy problemático
cuando se lleva a sociedades de otra naturaleza, suponiendo que esa forma de funcionamiento
y representación constituye una constante universal.
88
Observaciones –y definiciones– sobre el problema, en la dirección que nos interesa, en
Sagrario López Posa, «Empresas, emblemas, jeroglíficos: agudezas y comunicación conceptual»,
en R. Chartier y C. Espejo (eds.). La aparición del periodismo en Europa. Comunicación y propaganda
en el Barroco, Madrid, Marcial Pons, 2012, pp. 37-85; cf. también R. Chartier, «Introducción»,
en R. Chartier y C. Espejo, La aparición del periodismo en Europa, op. cit., pp. 15-34.
89
Cf. Fr. Joaquín de Finestrad, El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada
y en sus respectivas obligaciones [1789] –Introducción y transcripción por Margarita González–,
Bogotá, Universidad nacional de Colombia, 2000, que es precisamente producto de la prédica
del fraile capuchino Finestrad por las tierras de los insurrectos.
90
PP. No 36, 14-10-1791.
91
Cf. Ibídem. Cf. también PP. No 37, 21-10-1791 y PP. No 38, 28-10-1791.
92
Ibídem.
93
El editor del PP fue objeto de críticas repetidas por las explicaciones dadas sobre el
contenido de cada una de las láminas, lo que recuerda que se trataba de temas sobre los que
disputaban los sabios letrados, pero que para las gentes populares representaba ante todo una
recreación práctica del vínculo social y de sus formas de relación con lo sagrado. Sobre las críticas
recibidas cf. PP. No 41, 18-11-1791.
94
Sobre el significado de la traducción del lenguaje visual a un lenguaje escrito cf. Louis
Marin, «Lire le tableau. Un lettre de Poussin en 1639», en R. Chartier, Pratiques de la lectura,
Paris, Éditions Rivages & Payot, 1993, pp. 1, 29-157.
95
PP. No 40. 11-11-1791. La celebración duró tres días y el PP narra las horas anteriores a la
celebración, con el traslado de reliquias que se llevan de un templo a otro (reliquias de cinco
mártires que se colocaron en medio de una gran ritualidad, acompañada por el incienso y
demás elementos de la liturgia, y con los respectivos certificados de autenticidad, en un arca
especialmente preparada para la ceremonia).
Es digna del mayor elogio la complacencia con que los naturales de este
reino han recibido a los Padres Capuchinos en todas sus provincias. Para
expresar esta fina devoción se representó la corte del Nuevo Reino en una
hermosa granada, que enteramente abierta derramaba sus encendidos granos
sobre un ara que le servía de base y este epígrafe que contribuía a la ilustración
del jeroglífico: interiora placent98.
96
Ibídem.
97
Ibídem.
98
Ibídem. «Últimamente, la iluminación, los fuegos artificiales y demás objetos ideados para
solemnizar dicha fiesta… todo fue… con general aplauso de los espectadores, en cuyos semblantes
se dejaba ver la alegría unida con los más puros afectos de devoción». El subrayado es nuestro.
102
PP. No 94, 14-06-1793. El subrayado es nuestro. Como se explica en el texto del PP la
lámina uno remitía al «Sol, como símbolo del gran benefactor», agregando el periódico, en nota
de pié de página, que «Estos epígrafes –que es como designa a las explicaciones de las láminas–
«se pusieron en castellano para que los entendiesen todos, y por seguir el uso moderno» –que
era traducirlos del latín, que era desde luego la lengua de la comunicación general de la
sociedad–.
103
PP. No 94.
104
PP. No 206, 21-07-1795. Habría que preguntarse desde luego por el lugar de impresión de
tales «hojas volantes» de las cuales no parece haber quedado prueba, y que vuelven a poner de
presente la idea de la existencia de pequeñas imprentas –imprentillas– en varias partes del
reino, aunque no tengamos por ahora como probar el hecho.
IV
En el reino soberano de la errata
PP. No 206.
105
Cf. por relación con estos temas Jean Sgard, «La multiplication des périodiques», en R.
106
Chartier et H-J. Martin, Histoire de l’édition francaise, Paris, Promodis/Fayard, 1990, T. II., pp.
246-255.
fue tempranamente advertido por los lectores y aceptado por MSR, quien dijo
al respecto que el asunto no tenía que ver con falta de cuidado en la impresión
del periódico ni en la corrección de pruebas, sino que el hecho más bien tenía
que ver con la mala letra y mala ortografía de los propios autores deseosos de
colaborar con el semanario, ya que para imprimir los textos enviados resultaba
necesario volverlos a copiar, es decir preparar un nuevo manuscrito, antes que
intentar hacer la copia impresa.
Según MSR, si no hubiera que volver a copiar los manuscritos originales
enviados al periódico, se ganaría tiempo «para las dos y hasta tres correcciones que
se hacen del primer ejemplar que debe usarse para imprimir los otros», al tiempo
que recordaba la posición diferente que en proceso de comunicación escrita había
entre «el fresco lector de una obra» y «el afanado compositor de ella», utilizada la
palabra «compositor» en este caso, tanto en el sentido de escritor de un texto,
como de «componedor» de ella en un taller, es decir como impresor110.
Sin embargo el editor del PP pronto tuvo que volver sobre el problema,
por las propias repetidas críticas de los lectores, aunque a veces se trataba de
quejas demasiado puntillosa. En esta oportunidad la errata reconocida por
MSR tenía que ver con una Real orden que el PP reprodujo, y que contenía
una pequeña equivocación, situación que aprovechó el editor del PP para
advertir de otras erratas anteriores e introducir las enmiendas respectivas,
señalando que parte de las erratas eran puramente «materiales» (tipográficas,
de letra) y que como no amenazaban el sentido de la lectura, las dejaba de
lado; mientras que otras eran sustanciales, y por ello se apresuraba a corregirlas,
dándonos además una pista sobre el origen de buena parte de las pequeñas
erratas advertidas (las materiales) y poniendo de presente una situación
tipográfica que con el paso del tiempo terminó por agravarse:
Por lo demás la consulta de un libro como éste, o cualquiera otro de época, le enseña al
historiador cosas básicas sobre las artes tipográficas y los tipos de papel, sobre las clases de letras,
que las ediciones modernizadas o las ediciones microfilmadas no facilitan advertir.
110
PP. No 5, 11-03-1791. Para comprender la organización y funcionamiento tradicional de
un taller de imprenta (aunque en una fecha muy anterior a la del PP) siempre habrá que leer
la lectura cuidadosa de Roger Chartier a los capítulos pertinentes del Quijote de la Mancha.
Cf. «La prensa y las letras. Don Quijote y la imprenta», en R. Chartier, Inscribir y borrar. Cultura
escrita y literatura (Siglos XVI-XVIII), Buenos Aires, Katz, 2006.
111
PP. No 11, 22-04-1791.
112
Ibídem. Respecto de los errores de concordancia (de género y de número) el editor del
PP pidió sensatez a los lectores, ya que «el mismo sentido de la oración hace ver cómo debe
leerse» y dijo que se omitían para evitar la prolijidad.
113
PP. No 42, 2-12-1791. Desde el punto de vista de la historia concreta del PP la observación
de su editor acerca de que algunos sujetos lo ayudaron a sacar este número, luego de la
suspensión de una semana del periódico, recuerda el problema del entorno de la publicación y
del grupo de amigos y relacionados del editor, que fueron parte de las razones de su duración, un
hecho sobre el que MSR dejó pocas referencias directas, aunque sí muchas huellas sobre las
ayudas recibidas, aunque al mismo tiempo gustaba de representar su trabajo como el de un
héroe solitario e incomprendido.
números del periódico», lo que debía ocurrir, con seguridad, porque las letras
de que disponía el taller de impresión se gastaban y se reemplazaban por otras,
con criterios de afinidad que desconocemos, o simplemente se obviaban, de
tal manera que, según los criterios de MSR, la palabra era la palabra, aunque
en términos materiales no lo fuera. El editor del periódico daba poca importancia
en esta ocasión a las quejas de los lectores, pues no pensaba que hasta ahí el
sentido de los textos estuviera amenazado y escribía que más adelante trataría
de arreglar el problema, haciendo las advertencias respectivas sobre los errores
existentes, volviendo a decir que no se consideraba responsable de ese problema
(la falta de letra) y tomando el camino de remitirse a varios errores que
consideraba, esos sí, sustanciales, y que deseaba aclarar ante el lector114.
La situación a veces mejoró, generalmente empeoró, pero nunca
desapareció, y ante la queja de un asiduo corresponsal, MSR debió en esta
oportunidad no dejar de lado el problema sino abordarlo de frente tratando
de analizarlo de manera amplia y poniéndolo en el contexto mayor de la mala
educación de la sociedad y de su bajo nivel cultural115. La respuesta a este
«celoso patriota», que se interesaba en que el PP no fuera ridiculizado por sus
contradictores (esa era un arma de los críticos del periódico) por las constantes
erratas, MSR habló de a importancia de la ortografía, y declaró que la única
autoridad que en ese punto reconocía era la de la Real Academia Española de la
Lengua –«cuerpo respetable de la nación, compuesto de un gran número de
sabios, cuyos desvelos y juiciosas investigaciones… son bien notorias en todo el
mundo ilustrado»116– y citó de manera extensa el capítulo IV de la ortografía de
esa Institución, para terminar diciendo que en gran parte los problemas de la
mala ortografía eran responsabilidad de los padres de familia y de la mala educación
que daban a sus hijos, y aunque argumentó que la situación podía cambiar,
cambio sobre el cual ofreció ejemplos locales de jóvenes de corta edad que bien
dirigidos en los colegios de Santafé daban pruebas de un manejo sabio en el
terreno de la escritura117, con lo cual dejó planteado el problema de la educación
en la lengua castellana de los niños y jóvenes, problema que abordaría en números
siguientes del PP.
Una semana después MSR volvió sobre el problema de las erratas, la ortogra-
fía, los malos usos de la lengua castellana y las responsabilidades de padres, de
maestros y de la propia la sociedad en esa situación. Fue su más larga interven-
ción sobre el problema. Comenzó señalando lo que tenía que ver de manera
114
PP. No 50, 27-01-1792.
115
Cf. PP. No 79, 17-08-1792. «Satisfacción a un reparo crítico».
115
PP. No 79, 17-08-1792.
117
Ibídem.
todo de la enseñanza universitaria, al tiempo que hizo constante propaganda del ideal de la
educación como fuente de felicidad y de progreso; pero no habló, sino como excepción, de la
enseñanza de los niños y las niñas. En esta discusión caracterizará muy bien la poca valoración
social del maestro y de su oficio: «El espíritu de elación unido a la ignorancia, ha hecho creer
que el maestro de primeras letras no es un hombre que merece la primera estimación del
público. Su ocupación y empleo se tienen por poco decorosos, y de aquí procede el señalarle un
miserable sueldo que apenas le da con que vivir».
Nos parece que podemos asegurar al público con entera satisfacción, que
desde este número ya no habrá motivo para quejarse de las constantes erratas
de imprenta. La que con el título de Patriótica ha establecido en esta capital
el regidor don Antonio Nariño en la plazuela de la iglesia de san Carlos, es la
que estrenamos hoy, con el gusto de saber el exquisito cuidado que se pondrá
en la impresión de este papel, y que el carácter de la letra, la bondad de la
tinta, y limpieza de la edición, no puede menos sino agradar mucho al público.
Igualmente avisamos a todos los señores suscriptores de esta ciudad, que
para excusarles la molestia de que se quejaban antes, se les llevará a su casa
cada viernes el número que indispensablemente saldrá en dicho día121.
Los números siguientes del PP dejan la impresión de que a partir de ahí las
cosas empezaron a mejorar, no solo desde el punto de vista de las numerosas
erratas que eran ya una tradición, las que efectivamente disminuyeron, sino
en relación con la propia legibilidad del periódico, pero todo indica que no fue
por mucho tiempo, porque con el paso de los días nuevamente las críticas se
hicieron escuchar, y además de vez en cuando se presentaron erratas mayores
y daños en la imprenta, que produjeron contratiempos graves –como impedir
la salida del PP alguna semana–, y la historia de una imprenta de un pobre
120
El editor del PP habló poco en su semanario sobre las condiciones de la imprenta en que
se editaba el periódico, más allá de dejar la idea de su carácter rústico, pero habló menos aun de
manera directa de los operarios del taller que se encargaban –aunque sus pocas observaciones
dejan ver que la distancia entre editor e impresor, como dos actividades diferentes, venía
creciendo–. En sólo una oportunidad dejo claras las responsabilidades al decir, respecto de una
errata, que «En algunos números de este poema han salido erratas» e indicó que estaban
enmendadas en el manuscrito original, pero que él no lo advirtió al impresor. Cf. PP. No 224, 25-
12-1795.
121
PP. No 86. 19-04-1793. El texto citado viene en letra de tamaño mayor que la habitual.
El cambio de taller de impresión se produjo luego de una suspensión de varias semanas del PP
por problemas relacionados con el trabajo del impresor y dificultades con su vieja imprenta.
122
PP. No 226, 8-01-1796 –es decir que el error había sido cinco semanas antes, y no en la
semana inmediatamente anterior–. El editor presenta también en este número una pequeña fe
de erratas, para poder «leerlo con regularidad [en número 219] siguiendo la advertencia
siguiente».
223
PP. No 260, 2-12-1796. Sobre las grandes dificultades sociales, culturales y económicas
del PP para asegurar su existencia cf. capítulo V de este mismo trabajo.
notar que no son sólo los descuidos o las impericias de los obreros del libro
(productores del texto que se escribe para fabricarse en gran escala) los que
introducen modificaciones de sentido, sino que también pueden sumarse otras
situaciones más, que van desde la censura, hasta la estrategia comercial, o
simplemente el descuido, el azar, lo inesperado.
Las erratas deben haber sido moneda común en las obras españolas impresas
del siglo XVIII. El PP en nota Al Público advertía a sus lectores, «Por lo que
pueda importar», acerca de algunas erratas sobre las que informaba en uno de
sus últimos números la Gaceta de Madrid. Según la Gaceta
El director del PP, luego de reproducir la información sobre una errata que
podía conducir a una equivocación en terrenos en los que había que andar
con paso firme y sin introducir novedades, indicó a sus lectores que en la
ciudad no había visto sino cuatro ejemplares de ese catecismo (tal vez porque
en esa época Astete aun competía con su colega el Padre Ripalda), pero que
ninguno de ellos contenía ese error, pues se trataba de una edición de dieciocho
años atrás. Y para no dejar a sus lectores con alguna duda o incertidumbre
agregaba que «…para evitar cualquier recelo que pueda ocurrir sobre el asunto,
se advierte que los [catecismos] correctos (que decimos haber visto) tienen al
principio esta clausula: En Murcia, por Francisco Benedito. Año de 1773. En
esta edición que digo no está la respuesta citada al folio 28, sino al 27»125.
En el caso localizado y puntual del PP hay que decir que su editor, al
descubrir que no tenía posibilidad de remediar completamente la constante
presencia de erratas en su publicación, tomó el camino de creer con fe generosa
(pero puede que equivocada) en la inteligencia del lector, y dar por un hecho
confirmado que el lector moderno no lleva a la lectura su fe religiosa, su fe de
124
PP. No 194, 29-05-1795. Como se sabe, el catecismo del jesuita Astete fue uno de los
impresos más favorecidos por el gusto popular en la sociedad del Nuevo Reino de Granada –o
dicho de otra manera: con mayor éxito impuesto por la Iglesia católica a sus fieles–, y en la
sociedad colombiana mantuvo su vigencia hasta los años 1970 del siglo XX, como quien dice se
trata de un «best seller» en larga duración.
125
PP. No 194.
creyente, y que se permite pensar con cuidado en la verdad de cada frase leída,
sin dar crédito a su exactitud por el solo hecho de estar impresa. El «autor» del
PP distinguió, acudiendo al sentido común, entre equivocación material y
sustancial, y como pudo trató de advertir a sus lectores sobre las peores erratas
de su semanario, y nunca dudó que el contexto era el elemento determinante del
sentido, lo que es cierto en gran medida, según lo sabemos por nuestras propias
experiencias de lectura, pero también por lo que al respecto nos enseña la
psicología cognitiva y la lingüística126.
Sin embargo sabemos que hay situaciones de lectura en las que es imposible
evitar que una suma de circunstancias (erratas de diversa naturaleza y graves
problemas de impresión), como fue muchas veces el caso del PP, pueden
convertirse es una amenaza al sentido mismo del texto. Para los historiadores
de la cultura escrita este punto es fundamental127.
Estamos advertidos por el propio trabajo de los historiadores de la lectura
que la más grande dificultad de este campo de conocimiento tiene que ver de
manera directa con el etnocentrismo que de manera sistemática proyectamos
sobre las fuentes, porque universalizamos nuestra posición de lectores de hoy
y la proyectamos sobre la lectura de toda época anterior a la nuestra, como si
se tratara de una figura antropológica idéntica a sí misma. Es un punto de vista
de método que exige un delicado trabajo de crítica sobre nosotros mismos, ya
que la lectura es práctica distintiva de nuestra propia «identidad» como gentes
de letras, por lo cual la tendencia a universalizar esa posición es una especie
de reflejo incontrolado, que no parece fácil de neutralizar, sino es a través de
un exigente y continuo proceso de objetivación.
Pero hoy en día sabemos mucho más que eso. Sabemos, como cuando se
estudia el PP, que la historicidad de la lectura depende también de la materialidad
126
Una simpática errata como la de escribir tontos, cuando se quería decir tantos –cf. PP. No
127, 31-01-1794–, advertida en el PP No 128, 7-02-1794, puede ser el ejemplo de una error
insignificante que prueba la falta de letra: a falta de una «a» pongo una «o» –aunque también puede
ser una acción inconsciente (desde luego que los impresores también tiene inconsciente)–.Pero en un
artículo con pretensión de ciencia, la equivocación de cifras de medición no resulta insignificante,
y amenaza el sentido, y sólo un lector advertido puede detectar su presencia. –cf. PP. No 186, 3-
04-1795. «Prevención», en donde se advierte de un error de esa naturaleza, en el PP. No 182, 6-
03-1795, un mes atrás.
127
La «plaga de las erratas» parece ser en el campo del impreso, tan grave como la viruela
y el sarampión en el campo de la salud pública –aunque claro que con consecuencias menos
dramáticas–. Cf. un ejemplo de los ya mencionados enfrentamientos entre el editor del PP y
su impresor, Antonio Espinosa de los Monteros, en 1792, en Álvaro Garzón Marthá, Historia y
catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia (1738-1810), op. cit., pp. 7173; igualmente el
desconocido e interesante documento «Normas que deben tenerse en cuenta para los correctores
de pruebas. Santafé, 1798», preparado por José Celestino Mutis, transcrito por A. Garzón Marthá
e n Ibídem, óp. cit., pp. 73-74.
de los textos, del nivel alcanzado por prácticas técnicas como la impresión, de
las costumbres «editoriales» de una época, de la habilidad –o falta de ella– de
una categoría específica de trabajadores materiales, del espacio blanco en su
juego con el negro, de los tipos de letra, de las clases de escritura y algunas
otras circunstancias, sobre las cuales seguramente no todo lo podemos saber.
Eso recuerda la moderación que debe regir nuestro trabajo de
historiadores, sobre todo cuando se trata de asignar, a través de la lectura de
documentos, siempre incompletos, pensamientos y motivos a las acciones de
otras gentes, cuando se trata de dar significado a las cosas que dijeron o
escribieron y de las cuales ha quedado una huella, como siempre parcial. El
oficio de historiador es cada vez más complejo, y hay que agradecer a los
investigadores de la cultura escrita que en años recientes nos han advertido
contra las ilusiones del «discurso», como conjuntos de «simples ideas» cuya
forma de existencia material no importaría, que nos hayan advertido contra ese
error que intenta captar el problema del significado, sin decir una palabra
sobre los soportes que le han dado existencia material. Es cierto que nos han
complicado más las cosas, al poner de presente que el sentido también depende
de las formas en que se inscribe, pero nos han abierto un camino para
comprender y describir con algo menos de arbitrariedad eso que pasó… y que
queremos comprender128.
128
Cf. D. F. McKenzie, Bibliografía y sociología de los textos [1999], Madrid, AKAL, 2005,
una de las obras pioneras en este campo.
AGRADECIMIENTOS
Los años pasan y en la medida en que envejezco las deudas contraídas a raíz de
mis investigaciones se aumentan. Cada nuevo texto representa para mí el
recuerdo de alguien que me dio una referencia, que me indicó un error de análisis,
que me llamó la atención sobre un matiz olvidado de un problema que estudiaba.
A veces se trata de personas que por años me han ayudado y soportado y que
pertenecen a mi más estrecho círculo, por lo que deben permanecer aquí sin
nombre propio. A veces se trata de personas que en ámbitos institucionales me
han ofrecido su apoyo, como en el caso de Hugo Fazio, decano de la Facultad de
Ciencias Sociales en la Universidad de los Andes, que ha hecho mucho para
que yo pueda trabajar sin mayores interferencias. No hemos triunfado
complemente en la batalla, pero algo se ha avanzado en el propósito común de
que la academia ofrezca tiempo razonable para la investigación, sin llenar a sus
profesores de clases no siempre útiles ante públicos cautivos y poco interesados,
comités ineficaces que, además, discuten sobre problemas intelectualmente nulos
y otras actividades rutinarias y poco productivas. Los directivos de las
universidades deberían saber que van a tener una mejor universidad, si sus
profesores son docentes-investigadores, y no docentes-repetidores que deben de
manera marginal sacar tiempo para la investigación.
En estos últimos años mi trabajo ha tenido mucho que ver con mis alumnos
del doctorado de Historia en la mencionada Universidad de los Andes. Con
ellos estoy muy agradecido y ellos saben de qué manera nuestro intercambio ha
sido importante para mí. En la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro
estoy muy agradecido con sus estudiantes de doctorado en Historia, ante quienes
expuse muchos de los análisis que presento en este trabajo, y con la profesora
Giselle Venancio Martins, que hizo posible esas exposiciones, al compartir
conmigo un curso sobre El oficio de historiador al principio del siglo XXI. Daniel
Leonardo Ojeda, estudiante de ciencia política en la Universidad de los Andes
leyó la mayor parte de este libro, hizo críticas precisas sobre su contenido y
redacción, y me ayudó con la selección de las ilustraciones, todo de manera
desinteresada.