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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA

Y SOCIEDAD EN EL VIRREINATO DE LA
NUEVA GRANADA
NUEVAS PERSPECTIVAS DE ANÁLISIS SOBRE
EL PAPEL PERIÓDICO DE SANTAFÉ DE BOGOTÁ,
1791-1797
RENÁN SILVA

2 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Renán Silva

CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y


SOCIEDAD EN EL VIRREINATO DE LA
NUEVA GRANADA

NUEVAS PERSPECTIVAS DE ANÁLISIS SOBRE


EL PAPEL PERIÓDICO DE SANTAFÉ DE BOGOTÁ,
1791-1797

2015

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 3


RENÁN SILVA

Silva, Renán, 1951-


Cultura escrita, historiografía y sociedad en el virreinato de
la Nueva Granada : nuevas perspectivas de análisis sobre el papel periódico
de Santafé de Bogotá, 1791-1797 / Renán Silva. —
Medellín : La Carreta Editores, 2015.
340 páginas ; 24 cm.
1. Periodismo - Historia - Colombia - Siglo XVIII 2. Papel periódico de
Santafé de Bogotá - Historia y crítica - 1791-1797 3. Prensa - Historia - Colombia -
Siglo XVIII 4. Colombia - Historiografía 5. Colombia - Historia - Nueva Granada -
1760-1810 I. Tít.
079.861 cd 21 ed.
A1480978

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

ISBN: 978-958-8427-
©2015 Renan Silva
©2015 La Carreta Editores E.U.

La Carreta Editores E.U.


Editor: César A. Hurtado Orozco
E-mail: lacarreta.ed@gmail.com; lacarretaeditores@miune.net
Teléfono: (57) 4 250 06 84
Medellín, Colombia

Primera edición: abril de 2015

Carátula: diseño de Álvaro Vélez


Ilustración:

Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia


por Impresos Multicolor

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimien-
to, comprendidas las lecturas universitarias, la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución
de ejemplares de ella mediante alquiler público.

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En recuerdo de François-Xavier Guerra

Con agradecimientos para Roger Chartier por su enseñanzas de tantos años

En memoria de Franco Venturi

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Adenda et corrigenda / Errando corrigitur error

Las únicas historias de las ideas que pueden escribirse son aquellas de sus usos en
la argumentación.
Q. Skinner

El summum del arte en ciencias sociales es, a mi juicio, ser capaz de


comprometer apuestas «teóricas» muy altas mediante objetos empíricos muy
precisos… si no irrisorios…
P. Bourdieu

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INDICE GENERAL

Introducción ......................................................................11

Orientación bibliográfica y documental.............................19

I. La re/escritura de la historia: informar


interpretando.........................................................21

II. Reflexiones de un historiador....................................79

III. La defensa de la monarquía y los historiadores


de la Ilustración................................................133

IV. El diablo en Santafé................................................191

V. Papeles Periódicos y escritura del tiempo


histórico...............................................................237

VI. Lectura, imprenta y periodismo a finales del


siglo XVIII...........................................................287

Agradecimientos...............................................................339

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INTRODUCCIÓN

Una vuelta por mi cárcel*

Hace treinta años comencé a estudiar el Papel Periódico de Santafé de Bogotá.


Hace algo más de veinticinco publiqué –bajo el título un tanto equívoco de
Prensa y Revolución…– una monografía modesta sobre ese periódico, organizada
en torno a sus temas más obvios, llena de ignorancias sobre la sociedad de la
época, pero que contenía algunas intuiciones que desde entonces no han dejado
de inquietarme y de acompañarme. De esa vieja época heredé un gran interés
por ese periódico difícil de leer por su propia realización tipográfica –hasta el
punto de que revisando algunos de sus números obliga a preguntarse si era
realmente legible, como me pregunto al final de este trabajo–, pero que es una
síntesis muy valiosa del pensamiento ilustrado en medios neogranadinos.
También heredé una admiración sincera por Manuel del Socorro Rodríguez,
el autor-director-editor de ese semanario, y a quien observo hoy como uno de
los más admirables ilustrados de esa generación, a la que en principio no
pertenecía y de la que terminó siendo mentor, impulsor y contradictor.
El interés del Papel Periódico en el campo de la historia social y cultural es
múltiple. Desde mi perspectiva ese interés tiene que ver con que el Papel
Periódico es el lugar concentrado en donde se puede «leer» una transformación
mayor –aunque ella no involucra al conjunto de la sociedad, sino a un grupo
cultural en extremo reducido, razón por la cual hablo del archipiélago ilustrado–.
Esa transformación tiene que ver de manera básica con tres puntos
fundamentales en mi parecer. El primero se relaciona con el lugar visible que
llega a ocupar la nueva distribución que organiza en esa cultura intelectual las
relaciones entre la observación, el documento y la fábula1. El segundo tiene que
ver con el lugar privilegiado que en esos años conquista, en la expresión de un
pensamiento o en la confrontación de una idea, la noción de crítica, o más
precisamente de actitud crítica2.

*
La frase es copiada del título de una obra de Margerite Yourcenar.
1
Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas [1966],
México, Siglo XXI Editores, 1968. «La partición para nosotros evidente, entre lo que nosotros
vemos, y lo que otros han observado o transmitido, y lo que por último otros han imaginado o
creído ingenuamente, esta gran tripartición tan sencilla en apariencia y tan inmediata, entre la
observación, el documento y la fábula no existía [antes del siglo XVII y XVIII]». p. 129-130.
2
Michel Foucault, Sobre la Ilustración. – ¿Qué es la crítica? (Crítica y Aufklärung)– [1978],
Madrid, Tecnos, 2003, pp. 4-5.

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El tercer punto es, en parte, una derivación de los dos primeros, y tiene
que ver con las corrientes de secularización presentes en el Papel periódico y que
están relacionadas con las propias fuerzas que en esa dirección atraviesan a la
sociedad neogranadina del siglo XVIII, de manera localizada, pero menos tenue
de lo que uno puede imaginarse, como lo prueban, entre otros, los «discursos»
sobre la salud, sobre el crecimiento de la población, sobre la idea de cálculo
político y sobre los criterios de lo verosímil. Me parece que hasta el presente
tales procesos de secularización, que tienen un capítulo esencial en el último
tercio del siglo XVIII, no han sido observados con cuidado por los investigadores,
tal vez enredados por el momento en la búsqueda de una in/existente definición
universal del proceso de secularización y poco atentos a las formas concretas
del proceso en un marco espacial y temporal descentrado, por relación con la
experiencia europea, aunque inscrito en el largo plazo en la misma evolución
social y cultural que trata de describirse con el vocablo confuso y difícil de
agarrar de «modernidad».
La pregunta sobre qué fue primero, si la presencia en el Papel Periódico de
tales corrientes de secularización o su génesis en otros campos de la actividad
social (la enseñanza superior, la actividad agrícola, la historia natural o las
corrientes ilustradas de higiene y salud pública) representa el tipo de pregunta
que no debe responderse por parte de un investigador, no sólo porque da lugar
a una falsa alternativa que introduce una «o» disyuntiva, en donde debe haber
una «y» conjuntiva, sino porque el lector pronto entenderá que no hay por
qué «separar de la sociedad» al que fuera uno de sus principales actores colectivos
desde finales del siglo XVIII: la prensa escrita, como lo siguió siendo hasta el
final del siglo XX, cuando empezó a compartir esa condición con el mundo de
la comunicación escrita cotidiana pero a través del ciberespacio.
Sobre esos tres puntos enumerados y descritos he argumentado ampliamente
en los capítulos que forman este libro, sin olvidar, a pesar de lo que pudieran
hacer pensar a un lector desprevenido la referencias bibliográficas de las dos
primeras notas de pie de página de esta Introducción, de cuál sociedad es de la
que habló, y ofreciendo en el texto muchas pruebas (no solo pistas) de la
existencia de un mundo cultural que puede designarse como «euro/américa»,
que es al tiempo construcción cultural de los historiadores de hoy y realidad
histórica del pasado y del presente de las sociedades que se formaron en el
marco de la dominación luso/ibérica3.

3
Cf. Annick Lempérière, «La construcción de una visión euroamericana de la historia»,
en Erika Pani y Alicia Salmerón, Conceptualizar lo que se ve, México, Instituto Mora, 2004, pp.
397-418.

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Hay que indicar, además, que al hablar de «archipiélago ilustrado» no he


perdido de vista que se trata de un sistema de islas que pueden estar conectadas
bajo diversas formas y con distintas intensidades, y que la investigación de la
Ilustración hispanoamericana clama por estudios de historia cultural –de
perspectiva sociológica– que puedan mostrar sus modalidades de extensión a
lo largo de toda la sociedad, evitando el escollo de buscar su expresión bajo
formas «claras y distintas», atendiendo mejor a la idea de prácticas sin discurso
(claro y distinto), y evitando los modelos que distinguen de manera excluyente
entre mundos de «élite» y mundos «populares», dos realidades que hasta ahora
se encontraban a finales del siglo XVIII en proceso de formación, en la medida
en que el orden corporativo conocía el avance de las formas diversas de
mestizaje y de la simplificación de los órdenes sociales que introducía la
monarquía, los dos elementos que darán al traste con las viejas formas sociales
imaginados por los monarcas españoles de los siglos XVI y XVII.
Estoy seguro que por lo menos para ciertos campos del saber y del
conocimiento puede hablarse –sin temor– para esos años finales del siglo XVIII
de la existencia de homologías estructurales entre esferas diferentes de la actividad
social, lo que quiere decir que tanto la nueva distribución que exhiben las
figuras de la observación, el documento y la fábula, como la presencia de la
actitud crítica y los procesos de secularización, pueden rastrearse en campos
diversos de la cultura intelectual más elaborada y de la cultura de la vida
cotidiana.
El ejemplo más fácil de ofrecer es el de la relación existente entre el
contenido del Papel Periódico, la crítica de la escolástica y la aparición de esa
mediana «revolución intelectual» que se llamó en el virreinato de Nueva
Granada la historia natural. Pero hay muchas más correlaciones que se pueden
establecer. Así por ejemplo la que existe entre la crisis inicial de la oratoria y la
elocuencia y la aparición de la noticia periodística, con su propio uso renovado
del lenguaje y sus propios criterios de verdad. Igualmente, la presencia en
distintos dominios de reflexión (incluido el jurídico) del llamado método
ecléctico, que fue una vía singular y corrosiva con la que los ilustrados

4
Sobre las formas y los soportes colectivos de toda elaboración intelectual cf. el ya texto
clásico de Michael Baxandall, Pintura y vida cotidiana en el Renacimiento. Arte y experiencia en el
Quatrocento –de manera particular el capítulo II: «El ojo de la época»– [1972], Barcelona,
Gustavo, Gili, 1978. Cf. igualmente Roger Chartier, L’ordre des livres. Lectures, auteurs, bibliothèques
en Europe entre XIVe et XVIIIe siècle –capítulos II y III: «Communautés de lecteurs» y «Figures de
l’auteur»–, Aix-en-Provence, ALINEA, 1992, para la idea de que la comunicación humana,
para que sea posible, supone por principio un mínimo de códigos comunes, de lenguajes y
tópicos compartidos. Finalmente cf. Pierre Bourdieu, El sentido social del gusto. Elementos para
una sociología de la cultura –de manera particular «8: La génesis social de la mirada– [1981],
Buenos Aires, Siglo XXI, 2010.

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neogranadinos lograron clavar muchos de sus dardos en la forma tradicional y


hegemónica de voluntad de verdad y principio de autor –lo que creo que sucedió
también en la segunda mitad del siglo XVIII en otros lugares de Hispanoamérica.
Me imagino que en el futuro otros historiadores, con gruesos corpus
documentales, con un mayor nivel de erudición y trabajando en la dimensión
del tiempo largo, podrán poner a prueba (y relativizar o sencillamente desbaratar)
estas ideas y discutir de qué manera se quebró (con distintas velocidades y
cronologías) una forma de pensar y de representar que había sido dominante
por mucho más de dos siglos en estas geografías –sin que ese quiebre signifique
ningún tipo de discontinuidad absoluta–, o nos explicarán sencillamente que
tal proceso no existió (lo que parece un poco más difícil).
Un lector de algunos esbozos preliminares de este trabajo me habló de «mi
esfuerzo por presentar el pensamiento de Manuel del Socorro Rodríguez».
Debí volver a leer a fondo el texto para tratar de corregir esa impresión. Por
fuera de que dudo que el «autor» del Papel Periódico tuviera algún «pensamiento
original» –de hecho dudo de que exista algo que pueda designarse de manera
absoluta como original en el campo del pensamiento, un hecho que me parecería
una contradicción lógica y sociológica4–, mi propósito ha sido el de estudiar
una de las «superficies de emergencia» de un cambio intelectual, en un dominio,
el del periodismo, en el que ni siquiera se bosqueja la idea moderna de autor,
entre otras razones porque la técnica del parágrafo móvil, utilizada en la mayor
parte de los textos del Papel Periódico, significa la posibilidad de sumar, restar,
quitar, agregar, refundir, confundir «materiales textuales», en un horizonte de
difícil coherencia, cuya síntesis debía hacer el propio lector, y de la cual apenas
nos enteramos por las cartas de los corresponsales, por fortuna numerosas en
el caso del este semanario5.
Estas son proposiciones básicas de la sociología que no habría que recordar,
si la época actual no fuera de manera tan definida una «época anti/sociológica»,
como se observa ya en el conocido dictum neo/liberal de que la sociedad no
existe –sólo los individuos–, o en el actual hedonismo juvenil del «yo en el
centro de todo», y si la sociología universitaria no se entretuviera con oposiciones
tan triviales como la que se establece entre sociedad e individuo, lo que de paso

5
Sobre la técnica del parágrafo móvil (que yo he reunido con la idea de «método ecléctico»)
cf. Will Slauter, «Le paragraphe mobile». Circulation et transformation des informations dans le
monde Atlantique du XVIIIe siècle», en ANNALES, histoire, sciences sociales, 67 Année, no 2,
abril-juin 2012, pp. 363-389.
6
«Hay que evitar ante todo hacer de nuevo de la ‘sociedad’ una abstracción frente al
individuo. El individuo es el ser social. Su exteriorización vital… es así una exteriorización y
afirmación de la vida social»,Karl Marx, Manuscritos de economía y filosofía (1844), Madrid,
Alianza Editorial, 1968, p. 142.

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le da tanta fuerza a equívocos enormes como los que se expresan en frases de


profetas sociales de última hora como aquella del «rescate del individuo de las
garras de lo social», frases que le gustan tanto a los universitarios de hoy6.
Pero como no se puede eludir el problema del carácter social de los productos
humanos –de toda especie– simplemente disolviéndolo en la naturaleza social
del individuo, queda por emprender el ejercicio de sociología descriptiva que,
evitando las nociones de «reflejo» y «expresión», sea capaz de mostrar el entramado
concreto de formación o de asimilación local de las ideas que hizo circular el
Papel Periódico. En este trabajo hemos hecho todos los esfuerzos posibles por
mostrar ese entramado de elaboración: el entorno del editor del Papel Periódico,
sus fuentes y conexiones internacionales, su «biblioteca» –en tanto conjunto
de referencias intelectuales a las que acude–, los contextos de producción de los
textos impresos, los auditorios definidos, las formas comprobadas de apropiación…
y lo hemos señalado de manera explícita todas las veces en que documentalmente
ha sido posible, incluso proponiendo una hipótesis sobre el lector al que de
manera particular se dirigía el Papel Periódico, y que resulta ser una dimensión
sociológicamente precisa de la entidad más abstracta designada como el público.
Al igual que Prensa y Revolución, este libro está firmado por Renán Silva, pero
dudo de que se trate del mismo autor, y no sólo por el paso inevitable del tiempo.
Quien volvió a leer en los dos últimos años el Papel Periódico, espera ya no ser el
mismo de los años ochenta del siglo pasado. Pero ante todo, la coyuntura historiográfica
bajo la cual el semanario santafereño fue leído en ese entonces, se encuentra, por
fortuna, ampliamente modificada sino es que superada, y el análisis histórico ha
vuelto a dar una prueba más de su vitalidad. Me alegro de haber podido hace treinta
años ayudar a modificar una coyuntura historiográfica; y me vuelvo a alegrar hoy en
día en que siento que de nuevo intento hacerlo. ¡Alabada sea Clío!
El reencuentro:
Un hombre que no había visto al señor Keuner hacía tiempo le saludó con estas
palabras:
– ¡Caray! No ha cambiado usted nada.
– ¡Oh! –dijo el señor Keuner y palideció7.

Renán Silva
Departamento de Historia
Universidad de los Andes

7
Bertolt Brecht, Historias del señor Keuner –Colección completa– [2006], Barcelona, ALBA,
2007, p. 77.

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ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA Y DOCUMENTAL

El presente trabajo no es un balance bibliográfico formal ni un estado del arte


hecho con el propósito de mostrar ante pares y ante las instituciones de
financiamiento que se conocen unos títulos y que se tiene el derecho de ser
incluido en la Categoría «A» de algún oscuro o prestigioso ranking que alguien,
que seguramente nunca llegaría a un escalafón de ciencia hecho con criterios
sensatos, inventó, y que de manera servil los administradores universitarios
acogieron sin mucho pensarlo, y el rebaño profesoral aceptó, sin ninguna
discusión. Aunque parezca extraño, una alegría para un investigador
independiente (aunque siga siendo un universitario) es no tener que pasar
por los inútiles requisitos de Colciencias(la agencia estatal que se supone debe
ayudar a los investigadores, no entorpecer su trabajo), requisitos en general
copiados de lo que se hace en ciertas universidades de Estado Unidos y que
han terminado por imponerse al resto del mundo. Las referencias bibliográficas
que se indican enseguida son instrumentos de ayuda para quienes quieran
estudiar este tema o un tema similar de historia cultural en el siglo XVIII, pero
no son una bibliografía ritual. Cada capítulo tiene la correspondencia
bibliografía especializada que se cita, con sus datos respectivos.
La mejor información sobre autores y obras del siglo XVIII español se encuentra
en Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII. 9 vols. Madrid, CSIC, 1981 –distintas
fechas según los volúmenes–. Es un instrumento imprescindible para este tipo de
investigaciones. Puede complementarse con La prensa española en el siglo XVIII,
Madrid, CSIC, 1978, también de Aguilar Piñal, y con Historia literaria de España
en el siglo XVIII, Madrid, Editorial Trotta, 1996, de Aguilar Piñal y un grupo nutrido
de especialistas. Aunque han pasado los años, La presse espagnole de 1737 à 1791.
Formation et signification d’un genre, Paris, IEH, 1973, de P. J. Guinard, sigue siendo
de gran utilidad. Imprescindible resulta el Diccionario histórico de la Ilustración,
Madrid, Alianza Editorial, 1998, de Vincenzo Ferrone y Daniel Roche. Contiene
las voces necesarias, una bibliografía magnífica y una interpretación que no hace
de la Ilustración un antecedente de un suceso futuro. A pesar de sus ignorancias
totales sobre América Hispana, lo que le da a la obra un tonito etnocentrista
indudable, es un buen instrumento de trabajo. De gran utilidad es también la obra
de Pedro Álvarez de Miranda, Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración temprana
(1680-1760), Madrid, Real Academia española, 1992.
Robert Darnton y Daniel Roche han hecho una síntesis muy interesante
de la imprenta, el impreso, la prensa y la lectura en Revolution in print: the press
in France 1775-1800, California, University de California Press, 1989. Roger

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Chartier et al., en Les usages de l’imprimé, Paris, Fayard, 1992, ofrecen claves
sobre el funcionamiento del impreso, en una amplia perspectiva temporal. El
mismo R. Chartier, junto con H- J. Martin, ha dirigido una envidiable Histoire
de l’édition francaise, Paris, Promodis/Fayard/Cercle de la Librairie, 1989-1991, 4
Vols., cuyo volumen segundo es muy importante sobre el tema de este libro.
Gran utilidad se encuentra en la obra dirigida por Guglielmo Cavallo y R. Chartier,
Historia de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Alianza Editorial, 2001.
En cuanto al Papel Periódico, el soporte de nuestras investigaciones en este
trabajo, hemos utilizado la edición facsimilar publicada por el Banco de la República:
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797, Bogotá, Banco de la
República, 1978. Seis tomos, más un tomo de Índices. Hay que advertir que las
dos bibliotecas que en Bogotá tienen ejemplares «originales» del Papel Periódico,
La Biblioteca Nacional y la Biblioteca Luis Ángel Arango, han prohibido de
manera terminante la consulta directa de cualquiera de esos ejemplares. La medida
se entiende, si se trata del público en general. En el caso de los investigadores de la
cultura escrita, que dependen para sus análisis del contacto directo con el texto, es
decir del reconocimiento visual de su forma (tamaños, letra, tinta, tipos de papel,
etc.), se trata de un perjuicio mayor. Esas dos bibliotecas desconocen la diferencia
entre público e investigadores, y hacen un fin absoluto de lo que es un medio.
Ofrezco desde ahora disculpas a los lectores, porque ciertos análisis que tienen que
ver con la «materialidad del texto» han quedado sólo insinuados o aplazados, en
el caso del Papel Periódico y de otros impresos de época que fue imposible estudiar
con algún detalle. Esperemos que en el futuro otros estudiosos tengan mejor suerte.
A nuestros apreciados directores y funcionarios de biblioteca sólo puedo
remitirles a la simpática historia que cuenta Roger Chartier sobre el burro de
Sancho, que se perdió en un capítulo del Quijote y apareció en otro sin que se
sepa por qué, y que en ediciones madrileñas del Quijote seguía perdido,
mientras que en las de otros países europeos ya había aparecido, lo que indica
que las ediciones del Quijote que circulaban, en un mismo momento, no eran
iguales, lo que es un hecho esencial para quienes se interesan por lo que hoy
se designa como historia de la cultura escrita. Lo mismo pasa con el Papel
Periódico, cuyas ejemplares no eran siempre los mismos, lo que exige ver de
manera directa por lo menos algunos de ellos, y no una copia microfilmada:

En muchos ejemplares que se imprimieron del No 180 se padeció el yerro de


haber omitido (al folio 1018) estas cláusulas que deben seguir…».*

Cf. PP. No 183, 13-03-1795. La historia del asno de Sancho se encuentra relatada en
*

Roger Chartier, Inscribir y borrar. Cultura escrita y literatura (siglos XVI-XVIII), Buenos Aires
KATZ, 2006, p. 67-71.

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RE/ESCRITURAS DE LA HISTORIA
INFORMAR INTERPRETANDO

[lo que se quiere es incluir, enlazar] todos aquellos hechos y noticias más
sobresalientes de la época actual, que salgan en varios escritos,
o vengan en papeletas particulares de conocido mérito,
dignas de fe y de comunicarse al público…
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá1.

Introducción

A principios de 1794, en un «Aviso al público», Manuel del Socorro Rodríguez


[en adelante MSR], el director del Papel Periódico de la ciudad de Santafé de
Bogotá2 [en adelante PP], informaba a sus lectores sobre el hecho de que
habiendo publicado ya la mayor parte de El Arcano de la quina revelado a beneficio
de la humanidad –que se suponía ser la gran obra de José Celestino Mutis, el
«oráculo del reino» en cuestiones de botánica y en general de ciencia–, se
suspendía la publicación, «sin embargo de la grande estimación con que se ha
recibido en todas partes» la obra, no solo porque la parte sustantiva ya había
sido cubierta en las largas semanas anteriores en que el PP hizo del Arcano de
la quina… su contenido central –números en que se publicó «la parte más
interesante para el buen uso de esta corteza»–, sino porque además «un buen
patriota» intentaba, «a beneficio de la humanidad imprimir por separado lo
restante de dicho escrito», lo que liberaba al semanario de Santafé de la tarea,

1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, No 130, 21-02-1794. El contexto de la
frase citada tiene que ver con la presentación que de sus procedimientos de trabajo hace a los
lectores Manuel del Socorro Rodríguez, el editor del Papel Periódico… presentando un largo
artículo sobre la situación de la Francia revolucionaria hacia 1794.
2
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797, edición facsimilar, Bogotá,
Banco de la República, 1978, 7 volúmenes.

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y le permitía «desde el número presente… dar a luz otros asuntos más populares,
más propios del plan de este papel y que por su variedad y naturaleza divertirán
la curiosidad del público…»3.
La suspensión por parte del semanario de la publicación del Tratado de las
quinas, como también se decía, –Tratado del que se había hablado tanto en
años pasados, sin que nadie pudiera conocer su contenido y hasta se dudara
de su existencia–, merece por varias razones una reflexión, no siendo la menos
importante el hecho de que los ilustrados neogranadinos habían tratado de
apoyar su propio «orgullo americano» en sus logros en el campo de la botánica,
de los que se hablaba en toda Hispanoamérica y aun en Europa, pero de los
que no existían pruebas tangibles4.
Además, si se tiene en cuenta la historia del PP a lo largo de sus más o menos
seis años de existencia [1791-1797], no quedan dudas de que una parte del
público letrado de Santafé –por lo menos el que se encontraba alejado de los
intereses del núcleo de naturalistas ilustrados–, debió haber estado molesta con
la inclusión del Arcano o de trabajos similares en el periódico, lo que se infiere de
algunas de las cartas de los lectores al semanario y de que en varias oportunidades
MSR hubiera tenido que referirse a ese hecho y discutir con sus corresponsales
sobre las relaciones entre diversión y utilidad –una antinomia que parece no
haber logrado superar nunca el semanario santafereño y un punto sobre el cual
el propio editor del PP no mantuvo una sola posición, lo que revela de qué
manera dependía ya de sus lectores en la orientación del periódico–5.
Pero cabe también la pregunta sobre lo que MSR designaba en 1794 como
«asuntos más populares», «más propios del plan de este papel». Todo indica
que se trata de la demanda por información variada, del reclamo por el relato
de sucesos breves e interesantes, pero no en la clave tradicional de las viejas
relaciones de sucesos –las hojas informativas repletas de eventos imposibles de
3
PP. No 129, 14-02-1794. El arcano de la quina revelado a beneficio de la humanidad se publicó
desde el Número 89, 10-05-1793, hasta el Número 128, 7-02-1794 del PP, es decir durante algo
más de cuarenta semanas. En una nota de pie de página a la primera entrega de El arcano de la
quina, MSR escribió: «Cuantos elogios hiciese el redactor con el objeto de recomendar este
precioso escrito, serían ociosos; pues el mérito de la misma pieza, y el notorio de su autor el
doctor don Joseph Celestino Mutis, no necesitan de prevención alguna para el público. Es
inexplicable el gusto con que damos a luz esta obra tan útil a la humanidad. Varias razones han
hecho condescender a su autor a la publicación de ella en nuestro periódico, en cuyos números
irá saliendo sucesivamente, pero con la advertencia de que para que no vaya todo el pliego
ocupado de un solo argumento, insertaremos a lo último algunos otros rasgos de distintas
materias, según el encargo que nos han hecho algunos suscriptores».
4
Cf. al respecto R. Silva, Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una
comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la República, 2008, pp. 363 y ss.
5
Cf. al respecto, R. Silva, Prensa y revolución. Contribución a un análisis de la formación de la
ideología de Independencia nacional, Medellín, La Carreta editores, 2004, pp. 59-61, para una
primera aproximación a la línea editorial del PP.

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constatar y destinados ante todo a alimentar las formas comunes de la


imaginación–, sino más bien como actualización sobre el «curso del mundo»,
esto es, noticias de la Corte, la guerra entre las coronas europeas, la difusión
de inventos científicos, las novedades literarias, la crítica de costumbres y
creencias en la tradición de Jerónimo Benito Feijóo, las propias reformas sociales
y culturales de la época –la libertad de comercio, los nuevos planes de estudio–, y
la reseña de libros sobre política europea y variados datos curiosos que remitían
al campo de las ciencias experimentales en su versión más popular. En general
un tipo de información que ya era parte de la tradición establecida por las
gacetas y periódicos europeos y que ponía su ojo sobre la vida cotidiana –todo
en un formato de informaciones breves, presentadas en un lenguaje nuevo que
huía de la tradición retórica habitual, en el sentido más corriente de esta
expresión–, con un gran silencio, desde luego, sobre la política de la monarquía,
que era asunto que no debía abordarse, o que sólo debería abordarse bajo la
forma de la apología y el aplauso, un hecho que se impuso en el siglo XVIII
tanto en Europa absolutista, como en los reinos de indias, al final del siglo
XVIII, cuando en parte de ella hizo presencia el periodismo en el sentido
moderno de la palabra6.
Las propias indicaciones que MSR ofrece cuando explica las razones de la
suspensión del Tratado de las quinas hacen sospechar que podría haber en ese
hecho mucho más que lo que hemos señalado hasta el momento, o para decirlo
bajo una forma más neutra, permiten pensar que otras circunstancias más se
sumaron y combinaron para producir esa suspensión. Sin avanzar ninguna
interpretación terminante, recordemos que MSR habló, en la explicación de su
«giro editorial», de la necesidad que tenía su semanario de poner más énfasis y
brindar más informaciones respecto de «los objetos que forman el general asunto
de las conversaciones del día», lo que le parecía asunto «propio de este papel»,
con lo que reconocía uno de los rasgos de lo que en la sociedad moderna se
designará como periodismo, aunque aun no nos diga nada acerca de eso que
designa como «las conversaciones del día»7.
Recordemos también que en el mismo número del PP en que se anunciaba
la suspensión de la publicación del trabajo de Mutis se incluyó, como
información central, un grupo de noticias que tenía como punto principal
sucesos relacionados con la Revolución francesa, en una doble dirección: de
6
Para observaciones importantes sobre la relación entre absolutismo político y prensa en la
Europa del siglo XVIII, por diferencia con la prensa más libertaria y menos controlada del siglo
XVII cf. Carmen Espejo, «Un marco de interpretación para el periodismo europeo en la primera
edad moderna», en R. Chartier y C. Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa.
Madrid, Marcial Pons, 2012, pp. 103-126.
7
PP. No 129. 14-02-1794.

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una parte el eje doctrinario, en este caso consistente en la traducción de un


artículo despiadado del Correo de Londres contra Jean-Paul Marat; y de otra
parte informaciones misceláneas sobre eventos puntuales de la revolución en
Francia y sobre choques militares franco-españoles más allá de París, en sus
puertos y fronteras.
La semana siguiente, en la nueva entrega del PP, MSR comenzó la
publicación de un extenso «discurso» –que cubrirá toda la historia restante
del periódico– sobre la coyuntura francesa, bajo el título de Idea general del
estado presente de las cosas de Francia, que no fue propiamente un artículo, sino
una amalgama más o menos continua de informaciones sobre la situación de
Francia y sobre la política de las potencias europeas respecto de la revolución
y la guerra en curso, informaciones tomadas de fuentes muy diversas (periódicos,
gacetas, cartas, extractos de libros, reseñas de obras de reciente aparición,
informaciones orales puestas luego por escrito, «papeletas particulares»,
documentos oficiales: vaticanos, franceses, españoles o ingleses…), material
proveniente tanto del Viejo como del Nuevo Mundo y en donde se daban
cita informaciones que llegaban de Paris, de Roma, de Bruselas, de Ámsterdam,
de Londres y de Madrid; y en el caso del Nuevo Mundo provenientes sobre
todo de La Habana, y en menor medida de Jamaica, aunque el mapa de la
circulación de esas informaciones es mucho mayor8.
En la presentación que MSR hace del largo texto titulado Idea general del estado
presente de las cosas de Francia, informó que «[aunque] aun nos restan varias materias
interesantes con qué llenar muchos números del periódico», se proponía abordar el
tema de la Revolución francesa para «contemporizar con los deseos y curiosidad
pública en las presentes circunstancias», lo que quiere decir, sin mayores dudas, que
la Revolución francesa debía ser en el virreinato –o por lo menos en Santafé– un
objeto de comentarios, de habladurías, de expectativas, de miedos, de temores; como
diría el propio MSR, un «objeto de curiosidad pública», lo que quiere significa que la
actualidad política revolucionaria comenzaba a encontrar su lugar en esa sociedad9,
aunque nada autorice a suponer ni un conocimiento profundo del suceso, ni una
opinión favorable respecto de él, como tantas veces se ha dicho, sin mayores
fundamentos.
Hay que dejar advertido desde ahora, para evitar confusiones, que la repetida
temática del «miedo a la revolución» en el siglo XVIII es una proyección

8
El tráfico de noticias, sobre la Revolución francesa y sobre otros tópicos más tenía muchos
puntos de origen o de tránsito, incluyendo en el caso europeo a Lisboa, y en el caso del PP de vez
en cuando Alemania y Austria. En el Nuevo Mundo la información implicó a México y al Perú,
a los Estados Unidos, a Puerto Rico y adyacentes, y desde luego a Quito.
9
PP. No 130, 21-02-1794.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

teleológica de la propia Independencia nacional que ha tenido mucho éxito


en la historiografía de América latina y de Europa, sobre la base de una
confusión radical entre el tipo de «movimientos sociales» y de insurrecciones
repetidas que recorren una «sociedad tradicional» –como lo son las
hispanoamericanas del siglo XVIII–, y el carácter de una revolución moderna,
apoyada en los principios de la representación política y la igualdad. Esa
temática de los «antecedentes» y su acompañante: la idea de una revolución
en marcha, es al mismo tiempo el complemento esperado de la idea de
«precursor», de «adelantado» y de «conspiración revolucionaria»10.
Como América hispana, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII, de
México al Perú, está recorrida por amplios levantamientos sociales que
muestran el descontento de los grupos populares (y de algunos grupos de
propietarios medios) con las reformas borbónicas, y como hay al mismo tiempo
en marcha un proceso de cambio y reforma culturales –al que precisamente
designamos como Ilustración–, que se combina de manera contradictoria con
las noticias sobre la Revolución francesa, la interpretación teleológica vigente
desde el siglo XIX no ha tenido inconveniente en proyectar la revolución de
Independencia hacia el pasado, bajo la forma de «antecedentes»11.
Hablemos por nuestra parte más bien, con moderación, de la existencia
de una curiosidad pública en las presentes circunstancias, como se dice en el PP,
frente a la que el semanario santafereño intenta reaccionar, para ofrecer a los
lectores noticias sobre el gran evento de 1789 –y años siguientes–, noticias
que constituyeron desde el principio –como no puede ser de otra manera–
una interpretación.
Dirá entonces MSR que el PP quiere dar a sus lectores una variedad de
informaciones sobre la Revolución francesa, pero organizadas «sobre un plan
metódico y agradable»; indicando de paso que el tema de la Francia
revolucionaria, bajo una forma menos explícita, ya había estado presente en
las páginas del PP y se referirá entonces a un anterior número del semanario,
en su primer año, en donde apareció publicado su texto La libertad bien
entendida12, que declara ahora ser una primera alusión a los sucesos de 1789, al
10
Para observar ese tipo de razonamiento y la forma pareja como se construye, Premoniciones
de la Independencia de Iberoamérica. Las reflexiones de José de Ábalos y el Conde Aranda sobre la
situación de la América española a finales del siglo XVIII, Madrid, Ediciones Doce Calles/Mapfre,
2003, y Francisco de Miranda y la Modernidad en América, Madrid, Ediciones Doce Calles/
Mapfre, 2004.
11
Cf. por ejemplo, como análisis clásico en esa dirección, la obra de Javier Ocampo López,
El proceso ideológico de la emancipación: las ideas de génesis, Independencia, futuro e integración en
los orígenes de Colombia, Tunja, UPTC, 1974, un pionero entre los clásicos de la teleología y del
nacionalismo criollo, en el campo académico de la historia de las ideas.
12
Cf. PP. No 21, 1-07-1791.

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discutir sobre «los efectos de la libertad mal entendida», y se muestra orgulloso


de su capacidad de predicción, pues sin embargo de que hasta ese momento
comenzaba a ser visible «el horroroso plan de la revolución, hicimos una exacta
pintura de todo lo que se debía esperar… y por desgracia ha venido a suceder
cuanto presagiábamos allí»13.
MSR señalará así mismo, que en aquel momento inicial de la revolución,
cuando escribió su texto sobre La libertad bien entendida, aun no se podía
hablar «tan claramente como ahora» de los sucesos revolucionarios, aunque
no indica ahí la razón de ese obligado silencio; agregando que la situación
había cambiado ahora, en 1794, por una circunstancia doble. De una parte
«porque ya son demasiado notorios los sucesos de Francia», es decir, porque
los peores pronósticos ya se han hecho realidad14; y de otra parte, porque las
noticias sobre los sucesos revolucionarios se publican en «las gacetas de nuestra
misma Corte» (las mismas que circulaban en Santafé y en sus provincias y que
llegaban de manera enteramente legal, es decir como materia de lectura no
prohibida), lo que significaba que no había «ningún inconveniente para
contraernos a estas materias, bien que observando la decencia e imparcialidad
propia de nuestro escrito»15.
No se debe olvidar que, detrás de estas observaciones de MSR, se
encuentra el actor esencial en el proceso de la comunicación bajo su forma nueva,
un actor que constituye el pivote central, a veces implícito, de todo sistema
moderno de información: el público, en la definición (inestable y múltiple)
que el propio siglo XVIII hizo de esa realidad, extraña y nueva, que bajo una
palabra más bien simple, que no hubo que inventar: el público, se fue
transformando en una realidad volátil aun más compleja de definir, aunque
ampliamente reconocida, designada como la opinión pública, una expresión
en la que a veces –de manera arriesgada– se quiere encerrar todo el milagro de
la modernidad política16, aunque previamente habría más bien que definirla,
tanto en su realidad sociológica –con todo el rigor empírico necesario–, como
en el plano de la construcción imaginaria.

13
PP. No. 130, 21-02-1794.
14
Ibídem. MSR escribe: «¿Qué otra cosa se ve [en Francia] sino millones de almas sumergidas
en la mayor miseria, sin saber cuál es el padre de la patria, [y] a quién deben ocurrir para el
remedio de sus necesidades?».
15
Ibídem.
16
Cf. por ejemplo –pero hay muchos más trabajos que ilustran sobre este lugar común de la
actual historiografía política latinoamericanista y latinoamericana– Francisco A. Ortega y
Alexander Chaparro (editores), Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos
XVIII y XIX, Bogotá, Universidad Nacional, 2012. Sin entrar en debates sobre el lugar, la función

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Por nuestra parte, y en el marco del siglo XVIII –es decir con anterioridad a la
invasión napoleónica, que comenzará a transformar la mayor parte de las
percepciones sobre el orden social, de manera particular en medio urbano, de
los habitantes de lo que comenzaba a dejar de ser un «reino»–, nos podemos
limitar a recordar el carácter central de público lector, como centro principal
del auditorio buscado por el PP.
Los nombres de los suscriptores del PP son conocidos –lo mismo que en
general sus empleos o actividad, y su localización regional– y esos materiales
pueden ser objeto de análisis por quien se interese por ese tipo de perspectiva, y
aunque una lista final de suscriptores, anunciada por el director del PP, nunca se
publicó, en todo caso las informaciones del periódico dejan la idea de que nunca
pasaron de doscientos. Mucho más difícil resulta determinar el número real de
lectores, no solo por las formas de lectura colectiva –que nos parece la forma
dominante de lectura de este semanario–, sino porque los ejemplares circulaban
bajo la forma de préstamo –las dos formas circulación se encuentran
documentadas, no solo para Santafé, sino para las demás ciudades principales
del reino, sobre todo en lo que tiene que ver con la actividad de tertulias,
asociaciones que incluían la lectura como una de sus actividades más importantes–.
Por su parte lo que llamamos auditorio deseado (o imaginado) corresponde a
la imagen del lector tal como es bosquejada, a través de fórmulas diversas, por
parte del propio medio de comunicación. En el caso del PP, su definición del
auditorio deseado dio lugar a mucha referencias, explícitas e implícitas, de la
cual la más constante es la de público lector o público ilustrado, con sus atributos
de interés en el bien público –también designado como bien común, según la
fórmula tradicional– y capacidad de ejercicio de la crítica racional.
La figura es de una gran complejidad y recubre desde niveles puramente
soñados –la república de las letras, como comunidad de sabios de Europa y a la
que, entre otras cosas, se desea pertenecer–, pasando por los lectores de la
«nación» (entendida como el conjunto humano que habita en las posesiones
imperiales, los «reinos» de uno y otro lado del Atlántico), hasta los registros
más determinados de «el público ilustrado de Santafé y de las provincias», según la

y el proceso de formación de la opinión públicaen América latina en el siglo XIX, y sus


especificidades por relación con las sociedades europeas, limitémonos a señalar que este libro
condensa una corriente de interpretación para la cual el siglo XVIII y la Ilustración no existen
sino como antecedentes del proceso revolucionario del siglo XIX –es a la luz del proceso posterior
como se leen los datos del siglo XVIII, por ejemplo los relacionados con el proceso, efectivamente
en curso en el PP, de formación de la opinión pública, como diferente de la llamada opinión
popular.

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fórmula inicial del PP desde sus primeros números. La idea se concreta de manera
más precisa al definirse en términos de categorías social, y durante mucho años en
el caso del PP el auditor
io soñado adquirió la forma principal de la juventud, y aun esa misma designación
adquirió pliegues sociales y características culturales mucho más concretas, en
función de las coyunturas visibles del virreinato y del tipo de tema y de propósito
presentes en cada uno de los textos particulares.
El carácter central del público lector, es decir de la forma que asume el auditorio
principal del PP, como uno de los determinantes implícitos o explícitos de las
evoluciones editoriales del PP –que es el punto sobre el que queremos ocuparnos en
las líneas inmediatamente siguientes–, es un dato clave para comprender la historia
de ese periodismo incipiente de finales del siglo XVIII, tan precario desde el punto de
vista de sus condiciones materiales, pero tan rico desde el punto de vista de las ideas
que intentó poner en circulación. Es tal vez por eso que en los textos redactados por
MSR al inicio o al término del examen de una materia determinada (la revolución,
la salud, la ciencia, el papel de la oratoria, etc.), siempre somete a examen las reacciones
posibles o comprobadas de ese público lector, del que ha hecho uno de los más
grandes motivos de su preocupación como periodista17.
En cuanto a la información sobre la Revolución francesa, MSR dirá que esa
decisión de volcarse sobre la actualidad se encuentra directamente entroncada
con el deseo de «servir al público». Como sabemos, esa fórmula es ritual, es una
frase hecha, un lugar común, pero no por eso resulta menos reveladora de la nueva
situación. Dirá también que el asunto se encontraba relacionado con la demanda
de noticias – «avidez de noticias»– de un grupo específico al que menciona varias
veces en los textos sobre Francia –y en general sobre política– y que designa como
el de «los genios ilustrados», refiriéndose a la juventud universitaria del virreinato
de Nueva Granada, uno de los sectores por cuya opinión disputaron rudamente al
final del siglo XVIII en el virreinato los partidarios de la Ilustración y los más fervientes
defensores de las formas de vida tradicional, atrincherados en el campo universitario
en la defensa de la escolástica, del latín, de la retórica de la ostentación y de las
tradicionales pelucas18.

17
Para establecer esas reacciones, un propósito permanente de MSR, el director del PP se
apoya de una parte en comentarios verbales recibidos por parte de esos o de otros lectores, en el
caso de Santafé; pero se apoya mucho más en la constante correspondencia que los lectores
sostuvieron con el semanario, y que constituye una de las formas iniciales bajo las cuales se
puede estudiar el problema de la apropiación del PP por parte de sus lectores.
18
He presentado algunas observaciones iniciales sobre ese proceso en R. Silva, Los Ilustrados
de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit., capítulo X, p. 613 y ss., mencionando el abandono de las
pelucas, el cambio de vestuario, y la compra de sombreros à la mode, traídos de Lima, que tanto
le gustaban a Camilo Torres, para hacer la presentación de sí en los tribunales y en la cátedra.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Así por ejemplo, en un momento en que retoma las noticias sobre la Idea
general del estado de cosas de Francia, abandonadas por algunas pocas semanas,
dirá que vuelve sobre el tema por «el gusto con que se ha recibido el artículo…
[entre los lectores locales] de los sucesos convencionales [es decir de la
Convención]», noticias que en este caso constituían ante todo un ataque a
las reformas del clero francés y al intento «delirante» de modificar el calendario,
indicando que ese aplauso de los lectores se imponía a cualquier otra
consideración y obligaba a dejar de lado cualquier otro asunto noticioso que
estuviera pendiente19.
De la misma manera, pero de forma aun más específica, aparece el
público en su definición como auditorio deseado por el PP, es decir, en nuestro
análisis, la llamada juventud noble del reino –una categoría socio-profesional,
que designa a un grupo intelectual–, a la que ya hemos aludido y a la que se
consideró como actor principal y el punto de enganche del cambio cultural
impulsado por la monarquía a finales del siglo XVIII, mientras no hubo recelo
por parte de las autoridades respecto de ese grupo, y mientras el propio grupo
social en formación de los «Ilustrados», no entró en pugna con las autoridades,
sobre la base de sus propias aspiraciones, en el campo del saber, pero no menos
de la búsqueda de un espacio social y una existencia laboral, que le asegurara
una supervivencia digna y la participación en los destinos de la sociedad, en
el marco del proyecto de la monarquía, que es lo que en la época se designará
como la «gloria» y el «interés patriótico de la nación».
En un número posterior del PP, ése será el grupo mencionado de manera
concreta por MSR, en el mismo contexto de las informaciones sobre Francia,
indicando que reproduce nuevos resúmenes de noticias acerca de tales sucesos,
para que «los genios ilustrados» –designación que ya explicamos– «formen un
juicio exacto de la actual situación de aquel desgraciado reino», de esa Francia
que «tan repentinamente ha caído de la mayor gloría, ilustración y felicidad»,
en la época de Luis XVI, a «lo sumo de la barbarie, desolación y ridiculez», en
manos de los revolucionarios20.
El asunto se repetirá bajo la misma forma, muchas semanas después,
en un momento en que bajo el título de «Prevención», MSR presenta al público
lector un texto nuevo sobre la Revolución francesa, texto que consideraba el
más importante que hubiera publicado su semanario hasta ese día, y que titula:
Interés del pueblo en el restablecimiento de la monarquía francesa. El editor del PP
dirá en esta oportunidad que los textos que sobre el tema de Francia
revolucionaria que han sido traducidos por su periódico «se han recibido [por
19
PP. No 139, 25-04-1794.
20
PP. No 140, 2-05-1794.

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parte del público] con la mayor complacencia», y que espera que la misma fortuna
tendrá «el que ahora incluimos, cuyo mérito es quizá superior», a los anteriores
textos, «si no se engaña en esto nuestra débil comprensión», siempre pensando
desde luego en la tarea de esclarecimiento a la que aspira contribuir el PP, de
manera particular respecto de los «genios ilustrados» y el público lector21.
La designación de «genios ilustrados» para referirse a esa parte de los
lectores, que parece ser su mayor preocupación, es decir la llamada «nobleza
universitaria del reino», «la juventud noble», es un hecho repetido en el PP y
recuerda una circunstancia mayor, poco interrogada por los historiadores del
siglo XVIII: la formación (en curso) de una categoría social nueva, en el campo
de los grupos sociales de notables y privilegiados: la juventud noble del reino –la
base social de la Ilustración– y por esa misma vía la introducción en la sociedad
de nuevas formas de consumo, la aparición de brotes del fenómeno moderno
de la moda, nuevas aspiraciones de riqueza y otras valoraciones del dinero,
una nueva sensibilidad respecto de las relaciones sociales con las mujeres y los
niños, y en general una primera dulcificación de las costumbres y una inicial
estetización de la vida social y cultural22.
Esa transformación que indicamos, y que nos parece ser el centro mismo
de la construcción de un auditorio por parte del PP, nos parece ser un hecho
de primer orden en el análisis de los fenómenos culturales sociales y del final
del siglo XVIII y hay constantes referencias en semanario bogotano que indican
que no se trata simplemente de una hipótesis a priori, aunque debe evitarse
cualquier relación directa entre esa realidad y los hechos políticos posteriores a
1808, pues sin la invasión napoleónica otras muchas evoluciones sociales

21
PP. No 161, 10-10-1794.
22
Esa actitud nueva de «dulcificación de las costumbres» y de búsqueda de un trato
civilizado en las formas de discusión y en el plano general de las costumbres, por lo menos entre
gentes de condición social similar, incluidos hombres y mujeres, un rasgo tan visible en el PP, es un
hecho que ha sido pasado de largo por los observadores, y al amparo de las «perspectivas de
género» ha permitido la formación de una reciente vulgata sobre el machismo de los Ilustrados
y la «exclusión de la mujer del espacio público», sin que se ofrezcan pruebas documentales
concretas sobre tales afirmaciones –cf. por ejemplo Jorge Cañizares, Cómo escribir la historia del
Nuevo Mundo. Historiografías, epistemologías e identidades en el mundo Atlántico del siglo XVIII
[2001], México, FCE, pp. 19-34 para las definiciones de enfoque, en especial p. 2, sobre este
punto, y a lo largo de toda la obra, pues se trata de un tópico–. Pero la documentación de estos
años, sobre todo la correspondencia privada entre algunos de los ilustrados y sus esposas, parece
mostrar lo contrario. Las afirmaciones sobre el «machismo de los Ilustrados», por fuera de la dosis
de anacronismo que arrastran, parecen ignorar además que la época es tanto en Europa como
en Estados Unidos y en Hispanoamérica época de ascenso de la mujer en la esfera pública y de
modificaciones del equilibrio de poder entre los sexos, para utilizar la fórmula de Norbert Elias,
un hecho fácil de comprobar a través del PP, un semanario en el que la presencia de la mujer,
bajo las formas que la época posibilita, es permanente.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

hubieran sido también posibles –por lo demás, el PP incluyó muchas referencias


a la juventud, que se encuentran por fuera del marco de sus observaciones sobre
la Revolución francesa, y que parecen hablar de la aparición de una actitud de
duda respecto de las formas tradicionales de ejercicio de la autoridad–23.
Subrayemos sí que el vocablo «juventud» aparece de manera repetida en
el PP, y que en algunos de los principales textos sobre la Revolución francesa se le
hizo objeto de dedicatoria expresa, empezando por el primero de ellos, el texto –
ya citado– firmado por MSR bajo el título de La libertad bien entendida24, y aparecido
en 1971, casi en el mismo momento en que habían empezado las nuevas protestas
de los jóvenes universitarios del colegio de San Bartolomé contra la enseñanza de
la filosofía escolástica, concretadas en el pedido de la enseñanza de lo que
designaban como la «filosofía moderna» –una expresión que fue introducida primero
por los propios documentos de reforma universitaria de la corona y que fue enseguida
acogida por los universitarios locales–25.
Recordemos de manera muy precisa que los textos principales sobre la
Revolución francesa fueron propuestos a los lectores en el momento mismo
en que estalló el asunto de los pasquines (papeles manuscritos pegados en los
principales lugares públicos de la ciudad en que se critica a las autoridades) y
las posteriores averiguaciones sobre la traducción y publicación de los Derechos
del Hombre, por parte de Antonio Nariño, comerciante de libros, recolector
de diezmos, miembro de los círculos de notables de la ciudad y una de las
principales figuras de la Ilustración neogranadina.
Es un hecho paradójico y sorprendente, pero revelador de la época, que el
PP hablara largamente de la Revolución francesa, y mencionara, sin precisarlas
con claridad, las condiciones locales que le invitaban a hablar de ella –los
pasquines contra las autoridades y la circulación de una copia de los Derechos

23
PP. No 21, 1-07-1791, «La libertad bien entendida», en donde MSR escribe: «… se acepta
[en público] la jerarquía… pero [en privado] no se quiere depender… más que de su capricho».
Cf. por ejemplo para menciones precisas sobre las relaciones entre jóvenes y viejos en torno a la
autoridad el largo discurso que MSR ha incluido en PP. No 49, 20-01-1792, en donde defiende
las jerarquías sociales y las relaciones tradicionales de autoridad. Cf. igualmente sobre el mismo
punto PP. No 27, 12-08-1791.
24
Cf. PP. No 21, 07-1791, «La libertad…», en donde MSR señala respecto de su auditorio
directo que «Yo no quiero decir quiénes son esos infelices [que mal entienden» la libertad…
Me contentaré solamente con formar para instrucción de la juventud un discurso [al respecto]».
25
La expresión aparece de manera repetida por ejemplo en el texto de protesta de los
universitarios santafereños en el que anuncian retirarse de las aulas de filosofía escolástica y
pagar con el dinero de su alimentación un profesor de filosofía moderna. Cf. respecto de este
tipo de incidentes y otros más incluida una pequeña asonada con el rector del Colegio del
Rosario) Revista Colombiana de Educación, Bogotá, No 11, 1983, pp. 133 y ss. Los documentos
publicados muestran que se trata de un cambio cultural, que puede identificarse con un grupo
social determinado, y que incluye un cambio profundo en la «estructura de las sensibilidades»,
un punto que poco ha sido resaltado.

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del Hombre de la Asamblea Nacional Francesa– y no hiciera ninguna relación


directa a los «ruidos y descontentos locales», y sobre todo a los procesos que se
abrieron en 1974 y que llevaron a la condena y destierro a Europa de un grupo
de jóvenes universitarios comprometidos en tales sucesos, hechos que ocurrían
en el momento mismo en que se discutía sobre la revolución social en Europa,
lo que dota de una complejidad grande a la expresión «en las circunstancias
presentes», que el PP reenvía hacia el lejano continente, sin errar en la dirección
de uno de los focos de actualidad, pero haciendo a un lado lo que ocurría en su
entorno más inmediato, la inquietud por los «sucesos del mundo» –lo que no
debe confundirse con la existencia de una opinión favorable hacia la revolución
y mucho menos con una conspiración revolucionaria en marcha–26.
Se debe subrayar que en este fenómeno singular de despertar de lo que hoy
podemos designar como «juventud moderna» (aunque la expresión se utilizó a
finales del siglo XVIII) hay elementos que pueden relacionarse con la crisis de la
cultura intelectual y con el nuevo deseo de saber en torno a las ciencias naturales
–fenómenos localizados de manera principal en el campo de los jóvenes que se
educaban en los colegios mayores y universidades–, pero hay que señalar también
que hay en otros puntos de la sociedad una corriente social mayor de modificación
de actitudes y valores que, si bien comprendía a ese grupo de «jóvenes nobles»,
cubre un rango mucho mayor de grupos sociales y un abanico mayor y diferente
de motivos de descontento, grupos que parecen reflejar un proceso más bien amorfo
de quiebre en la concepción normal de esa sociedad, de lo que puede llamarse la
«estructura habitual de posibilidades», un quiebre que se caracteriza tanto por la
renuncia a trayectorias sociales vividas hasta ese momento como naturales, como
por la búsqueda de nuevos horizontes laborales, familiares y en general culturales27.

26
Se pasa de largo de manera repetida por el hecho de que las averiguaciones iniciales sobre
movimientos sediciosos de la «juventud noble del reino» –los pasquines– son los que conducen a
la visita judicial a la imprenta Patriótica de Antonio Nariño (en donde se imprimía el PP) y la
posterior detención de Nariño y algunos de sus oficiales de taller, aunque la correspondencia de
las autoridades indica que desde meses atrás, desde mediados de 1793 y aun un poco antes, se
venía especulando sobre la circulación de copias manuscritas de los derechos del Hombre y de
textos que contenían algunas de sus exposiciones. En general lo que deja en claro la lectura de la
documentación es que se hablaba mucho, en la capital y en las provincias, sobre el acontecimiento
francés, aunque al parecer con poca información y con mucho miedo y desconcierto. Para evitar
las confusiones teleológicas a que conduce la literatura secundaria sobre este problema, el mejor
camino es la lectura directa de los documentos sobre el proceso, que además resulta de fácil
acceso. Cf. Proceso contra don Nariño por la publicación clandestina de la de la Declaración de los
derechos del Hombre y del Ciudadano –Compilación de Guillermo Hernández de Alba–, Bogotá,
Presidencia de la República, 1980 –2 tomos–, tomo I, pp. 12-40.
27
En una comunicación secreta a las autoridades en Madrid, MSR realizó hacia 1795 una
especie de «análisis-denuncia» de la situación de los estudiantes universitarios, y en general de
la juventud a finales del siglo XVIII en el virreinato de Nueva grabada –cf. R. Silva, Los

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Más allá del propio PP y de sus incursiones en el análisis de la Revolución


francesa y la defensa de la monarquía, bajo la forma paradójica de un auditorio
al que no se nombra, pero al que al parecer todo el «público lector» reconocía
con facilidad, hay que insistir en la importancia que tiene, para el análisis de
los cambios culturales, la mirada sobre las estructuras sociales, que en
oportunidades funcionan como grandes matrices de los cambios culturales y
como la referencia central (explícita o implícita) de los «discursos» que quieren
hacer de esas estructuras el núcleo de las transformaciones que se proponen28.
En el plano del análisis sociológico general, hay que indicar que esa
transformación social (que es al mismo tiempo un surgimiento bajo muchos
aspectos inéditos) de la que va a emerger una categoría social nueva –nueva
bajo muchos aspectos–, que puede designarse como la «juventud», invita
además a considerar el proceso en la larga duración, porque si bien sabemos
que la llamada «juventud moderna» es en Colombia de manera principal un
producto de las transformaciones sociales del siglo XX (las que se ligan ante
todo a la «sociedad industrial», a la vida urbana y al consumo, al mundo
global y a la revolución de las comunicaciones), su historia tiene muchos
capítulos anteriores, que no son sus antecedentes, sino la forma misma como
una configuración cultural, según el decir de Norbert Elias29, se organiza de
manera diferencial, a partir de otros elementos y condiciones –de manera

Ilustrados de Nueva Granada 1760-1808, op. cit., capítulo II, p. 127 y ss.–, mientras que en el PP,
unos años antes, en 1791, hablando del hospicio que la ciudad estaba tratando de organizar y de
la importancia del trabajo y del trabajo material, escribió que fundado el hospicio «dejaría de
haber tanta copia de estudiantes cuyos padres, aspirando vanamente a colocarlos en los destinos
que les sugiere la soberbia y el mal ejemplo de otros…» encontrarían un destino posible en el
trabajo, lo que evitaría que esos estudiantes, «viéndose después» sin medios para alcanzar la
situación social buscada, se convirtieran en «ladrones, truhanes, ebrios y otras vilezas…». Cf. PP.
No 13, 6-05-1791.
28
Siguiendo el camino de la llamada antropología cultural y luego del análisis simbólico, el
análisis histórico ha terminado por abandonar la descripción y análisis de las estructuras sociales
concretas, como uno de los referentes básicos del estudio de la sociedad, lo que facilitó la
sustitución del análisis histórico de las configuraciones sociales (una de cuyas dimensiones es la
acción cultural-simbólica) por el estudio de una «sustancia autónoma» que se mueve por sus
propios medios y que no necesita de soportes materiales para garantizar su eficacia, designada
como «discurso».
29
Desde la época de los análisis sobre la Ilustración, sintetizados en Los Ilustrados de Nueva
Granada… he tratado de insistir, con poco éxito, en la importancia de la sociología para el
análisis de los historiadores, insistiendo en categorías como las de juventud (asociada a ciclo
vital), y en la importancia de nociones como las de sociabilidad moderna (la amistad de los
Ilustrados), estructura de la sensibilidad, nuevos gustos por el consumo (por ejemplo por la
lectura), importancia de la presentación de sí mismo en sociedad, entre otras. Pero la sociología
parece ser desconocida o ignorada por los historiadores colombianos actuales –tan diferentes en
este punto a gentes como Jaime Jaramillo Uribe o Germán Colmenares–, quienes la confunden
con teodiceas y filosofías sociales del tipo de las de Zigman Bauman y prédicas similares sobre el
destino del mundo.

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RENÁN SILVA

particular hay que indicar que en este caso se trata de una categoría social
que, al poner en conjunción elementos de orden biológico re/interpretados
por las condiciones sociales y culturales, produce síntesis sociológicas originales
que se caracterizan por inscribir la historia del fenómeno –«la juventud»– en
una historia larga que desborda un periodo histórico e incluso una
configuración socio/cultural determinada30.

II

Nuestra idea principal es la de que estudiando las maneras de informar sobre


la Revolución francesa en el PP, es posible observar y describir el funcionamiento
de lo que se puede designar como un sistema de información, retirando de la
palabra sistema cualquier connotación estructuralista –la idea de un conjunto
constituido por elementos previamente definidos y acabados, altamente
integrados, regidos por un principio de coherencia–, y más bien entendiendo
ese sistema como un conjunto improvisado y precario, en proceso de
construcción y constituido por modalidades de «producción de noticias» que
recuerdan etapas anteriores de la comunicación en las sociedades de Antiguo
Régimen y formas novedosas que dejan adivinar ya algunos de los rasgos que
distinguen a los sistemas de circulación de informaciones en la sociedad
moderna –aunque debemos advertir que nuestra perspectiva no es la de reducir
el examen de las transformaciones en las modalidades de comunicación al
ámbito exclusivo de la Revolución francesa –que es tan sólo el lugar principal
de nuestra indagación–, siendo más bien nuestro propósito el de interrogar
esas formas de «saber sobre el mundo», que se encuentran en proceso de
cambio, en el marco general de la cultura social de la época.
La noción de «sistema de información» aplicada al siglo XVIII francés, y de manera
más general al Antiguo Régimen europeo, se la debemos de manera muy particular
al historiador Robert Darnton, quien no sólo ironizó sobre la banalidad de la expresión
«sociedad de la información», con la que muchos sociólogos desinformados habían
estado confundiendo a públicos ingenuos, sino que además recordó que en mayor o
menor medida todas las sociedades tenían alguna manera de informarse, habiendo
además puesto de presente, para el caso del siglo XVIII francés, la complejidad de su
sistema de información, la manera como reunía formas viejas y nuevas de hacer
30
Sobre lo que se puede llamar la historicidad de larga duración de ciertas categorías de
análisis cf. el sugerente y provisional texto de David Armitage, «Historia intelectual y longue durée.
«Guerra civil» en perspectiva histórica», en Ariadna histórica. Lenguajes, conceptos y metáforas, pp.
15-39, en donde interroga en el plano de la duración de las civilizaciones los diversos contenidos
posibles de la categoría de guerra civil y las consecuencias generales de método que de un
examen de una noción de apariencia transhistórica de esa naturaleza se pueden sacar.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

circular informaciones, las novedades en cuanto a la aparición de los primeros


embriones del periodismo y, finalmente, las formas iniciales de lo que podemos designar
como «periodistas» de forma aproximada–.
De la misma manera, en varios de sus textos R. Darnton ha insistido en la
forma original como el periodismo en avance en el siglo XVIII transformó y reutilizó
las anteriores «tecnologías de información», tanto las formas tradicionales de la
comunicación oral, como algunos de los soportes en que ésta extendía su circulación.
Darnton ha puesto de presente que esas formas tradicionales de comunicación, a
las que el periodismo naciente modificó y puso a funcionar en un contexto
redefinido, no fueron simplemente desalojadas e incluidas en la prehistoria lejana
de las tecnologías de la información, sino que fueron sobre todo incorporadas a la
nueva forma dominante, a la que fueron integradas, en un movimiento que
recuerda la historia de actualización de lo viejo por lo nuevo, tal como nos lo han
enseñado a reconocer los historiadores de la tecnología31.
Darnton ofrece además en esas páginas que citamos, una caracterización de
lugares de comunicación (sitios y entornos) y de modos de informarse, que tienen
semejanza muy grande con lo que al respecto se encuentra en el siglo XVIII en las
sociedades hispanoamericanas, de tal manera que se trata de una guía precisa para
quien en el futuro desee presentar el cuadro completo de esas interacciones
comunicativas, que son una de las novedades de finales del siglo XVIII. Darnton
hablará allí de casas, calles, plazas, tiendas, imprentas, librerías, tertulias, como
lugares de difusión de «noticias» sobre acontecimientos que las gentes valoraban
como de importancia por relación con los cambios de su sociedad; y habla de
avisos murales, pasquines, cartas, canciones, malas palabras, «novedades de mano»
(pequeñas noticias manuscritas), rumores, chismes… y desde luego de gacetas y
papeles periódicos, como modos de comunicación de los acontecimientos32.
Siguiendo algunas de las indicaciones de R. Darnton, lo que queremos en
las páginas que siguen es tratar de mostrar, a partir del caso del PP, los modos de
la comunicación de noticias (en este caso noticias llegadas de Europa y casi
siempre referidas a la Revolución francesa), fijando la atención no sólo en las
formas como circulaba la información de un lado del Atlántico al otro, sino
también en las modalidades locales de elaboración de esas informaciones, en

31
Cf. Robert Darnton, «Una de las primeras sociedades informadas: las novedades y los
medios de comunicación en París del siglo XVIII» [2000], en R. Darnton, El coloquio de los
lectores. Ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores, México, FCE, 2003, pp. 371-429
–Darnton define su propósito como el de: «… examinar el funcionamiento de un sistema de
información en un tiempo y lugar precisos…»–, p. 373.
32
Cf. Robert Darnton, «Una sociedad bien informada», en El Coloquio de los lectores, op.
cit., pp. 375-378, y en especial p. 383. Cf. también en la misma dirección, de R. Darnton, Poesía
y policía. Redes de comunicación en el Paris del siglo XVIII [2011], México, Cal y Canto, 2011.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 35


RENÁN SILVA

función del público, del auditorio local, lo que debe traducirse en observaciones,
y mucho más en interrogantes, sobre las formas prácticas en que el llamado
pensamiento de la Ilustración se inscribe de manera explícita –o implícita– en
el espacio público naciente al final del siglo XVIII, en dirección de convertirse en
un patrimonio común de un grupo social determinado, y más allá, de la parte
letrada de la sociedad.
Se trata de introducir nuevas preguntas –que llevará años responder de una
manera menos provisional– que intentan hacer salir el estudio de la Ilustración
del marco puramente referencial de las obras y de los autores –como continúa
haciéndolo la tradicional historia de las ideas–, evitando al mismo tiempo
reducir esas ideas, básicas en la formación del mundo moderno, a un núcleo
doctrinario, dependiente de un pensador –en el extremo de las «ideas de un
filósofo»–, persiguiendo más bien sus formas de relación con la vida social,
tanto en el plano de la creación y la emergencia de tales formas de ver el
mundo, como en el plano de sus usos sociales, de sus extensiones, de sus
apropiaciones bajo formas transfiguradas, y ello en escenarios diversos, a veces
muy alejados de sus lugares de creación, y en el marco de propósitos y
coyunturas que, en ocasiones, ya poco recordaban aquellas que habían
determinado la creación de esas formas de pensamiento y de imaginación de
la vida social en otros espacios sociales e intelectuales.
Esta manera de enfrentar la investigación del mundo de las ideas –en este
caso, de manera particular, las ideas de la Ilustración–, vinculándolas con su
contexto de formación, pero no menos de circulación, y relacionándolas con
sus propios soportes materiales de difusión (el libro, la prensa, la conversación
de salón, el impreso barato que contenía una fórmula práctica de uso agrícola,
la receta médica que circulaba en una frágil y mal impresa página…) es una
perspectiva hoy bien fundamentada desde el punto de vista historiográfico, y
se inscribe en un programa de trabajo vigente hace ya un cierto número de
años y del cual las referencias resultan mucho más que conocidas, por lo menos
entre los historiadores que trabajan en el campo de la historia social y cultural33.
33
La bibliografía es ya amplia y no deja de crecer, como ha crecido el número de autores
que rehuyendo las trampas del encierro «inter/textual», investigan en estas direcciones. Cf.
para indicaciones básicas sobre estas evoluciones, que ratifican un programa de trabajo hace
tiempo puesto en marcha, Roger Chartier, Au bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et
inquiétude, Paris, Albin Michel, 1998 –cf. en particular Primera Parte: «Parcours»–. Igualmente
Robert Darnton, La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa
[1984], México, FCE, 1987 y la larga serie de obras, cada vez más afirmadas y complejas, que ha
venido después. Para una versión reciente del problema, bajo una forma que ya empieza a ser
normalizada, y corre por tanto el peligro de la simplificación, cf. Stéphane Van Damme, À
toutes voiles vers la verité. Une autre histoire de la philophie au temps des Lumières, Paris, Seuil,
2014. Por mi parte, y partir de interrogantes surgidos de la propia sociedad y temas sobre los que
investigaba, traté de hacer mi propia contribución a lo que luego sería un campo de estudios

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Se trata, como se sabe, de un esfuerzo de reflexión en marcha desde el


último tercio del siglo XX, que, en el mismo momento en que se predicaba con
estridencia el linguistic turn y otras revoluciones textuales, pero en un sentido
contrario y opuesto, daba lugar a obras que no solo recogen importantes
resultados de investigación empírica, sino que siguen siendo una perspectiva
abierta y prometedora hacia el futuro, un camino y forma de trabajo que no
ha dejado de enriquecerse y abordar objetos cada vez más complejos, que
vinculan esa forma de encarar el análisis histórico, a los mejores logros de la
más clásica historia social y cultural de la primera mitad del siglo XX, superando
las limitaciones que se derivaban de una cierta servidumbre a una definición
todavía estrecha de lo «social».
Para esta aventura que nos proponemos, Robert Darnton es una buena
compañía, no solo por la relación tranquila y ecléctica que sostiene con la
teoría y por el carácter siempre bien documentado de sus afirmaciones, sino
sobre todo porque en las últimas tres décadas ha sido un ejemplo memorable
de una crítica sistemática del positivismo34, que nunca ha cedido un ápice al
escepticismo ni a las formas de relativismo extremo que han dominado en
años pasados a la historiografía y que desembocaron en la idea de que no se
puede conocer la «realidad», y que el propio conocimiento histórico es una
forma arbitraria de relato35.
Además, a través de la forma tranquila de relacionarse con la teoría, sin
convertirla en un Dios inmisericorde que engulle la realidad empírica y deja al
intérprete mudo, o simplemente como un ventrílocuo del «esquema teórico»
que dirige la realidad –seguramente para que ella sea buena prueba de cómo las
ideas rigen el mundo, infundada y extendida creencia de los hombres de letras,
amarrados como a un destino a la idea de la omnipotencia de las ideas–, Robert

muy definido, en R. Silva, Prensa y revolución. Contribución a un análisis de la formación de la


ideología de Independencia nacional [1988, primera edición, pero terminado en 1986], Medellín,
La Carreta, 2005 –Tercera edición, aunque con notables insuficiencias de análisis–, y en Los
Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín,
Banco de la República/ EAFIT [2002], 2008, en donde puse en marcha nuevos esquemas de
investigación, ahora sí en contacto, con lo que ya se designaba como «nueva historia cultural».
34
Como escribe Robert Darnton, en El beso de Lamourette. Reflexiones sobre historia cultural
[1990], Buenos Aires, FCE, 2010 «Introducción», p. 18, registrando su idea de la noticia como
relato, y no como simple hecho –dos términos que no son contrapuestos–: «El primer impacto se
dio… cuando me enteré de que las noticias no son lo que sucedió en el pasado sino más bien el
relato de alguien sobre lo que sucedió. La lección me pareció convincente; pero todos los días
veo historiadores profesionales, hombres y mujeres mayores en posesión de sus facultades, que
tratan los periódicos como repertorios de hechos reales, en lugar de colecciones de relatos».
35
Cf. Robert Darnton, El beso de Lamourette, op. cit., cf. p. 19 y ss., sus observaciones contra
el escepticismo y el relativismo, y su crítica de los conocidos ataques de finales del siglo XX
contra la Ilustración. Y más en general, sobre su aprecio y respeto por el pensamiento ilustrado
cf. Robert Darnton, Pour les Lumières. Defense, illustration, méthode, Bourdeux, PUB, 2002.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 37


RENÁN SILVA

Darnton elude el peligro de ligar de manera forzada toda búsqueda de archivo


con los resultados propuestos por la teoría, de tal manera que no hay en su
trabajo un esquema previo de una esfera pública en la cual habría a posteriori
que acomodar a los sujetos y a sus creaciones, sino un proceso de formación de
una dimensión social nueva –que desde luego tiene antecedentes, como todo
proceso–, que en las ciencias sociales hemos bautizado como esfera pública,
proceso que puede estar más o menos avanzado en una sociedad, o no dar
pruebas de una existencia ni siquiera inicial –posibilidad esta última que hace
que la llamada opinión pública pueda seguir manteniendo rasgos que la sociología
liberal designa como arcaísmos, por cuanto se «alejan del modelo»–.
Darnton se atreve incluso a contrariar de manera radical los modelos más
promocionados de «opinión pública moderna», introduciendo a autores cuyo
recurso algunos pueden ver como escandaloso, como en el caso de Gabriel Tarde,
y tratar de mostrar que antes que una nueva esfera pública se constituya como el
determinante de la formación de la opinión pública en los años finales del Antiguo
Régimen europeo, es posible que sean las viejas formas de comunicación: la
calumnia, el rumor, el impreso frágil y volátil, el chisme de café, etc.–, los
determinantes más poderosos de las opiniones, a lo largo de la escala social y que
no resulte tan cierta, como se piensa de manera un poco alegre y escasamente
demostrada, la idea de la existencia de un tribunal, constituido por la opinión
pública moderna y expresado en la prensa periódica, que ya desde la segunda
mitad del siglo XVIII determinaba los juicios y gustos de la sociedad36.
La perspectiva trazada por Darnton, y que se ha mostrado altamente
productiva en términos analíticos, me parece que puede ser de gran utilidad
para la reciente historiografía colombiana sobre el siglo XIX, en los campos de la
política y la cultura, en donde se siente la tendencia a hacer una temprana
definición de la esfera pública y la opinión pública modernas, que parece responder
más bien a esquemas teóricos sugerentes y ambiciosos, antes que a evoluciones
efectivas de la realidad que se investiga, tal como ésta puede ser definida a partir
de una búsqueda juiciosa y extensa en los archivos. Demasiado Jürgen Habermas,
leído de manera muy poco crítica, excesivo interés por encontrar logias de
masonería y formas de sociabilidad exclusivamente modernas y muy parecidas a
las que en su tiempo definió de manera brillante y documentada Maurice
Agulhon, demasiado afán por hablar de la prensa como empresa y de un mercado
del impreso ya constituido; y sobre todo, una tendencia irrefrenable a desconocer
todo lo que ese mundo en vía de transformación debe al periodo ilustrado de
finales del siglo XVIII, desconociendo además que el periodo de la post/

36
Cf. Robert Darnton, El Coloquio de los lectores, op. cit., pp. 105-112.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

independencia (los años posteriores a 1808) si bien fue un periodo de efectiva


modernización política y cultural, fue también una época de bloqueo y de
ruptura de procesos de cambio cultural modernos que venían en marcha, lo
mismo que de restitución de viejas formas sociales que se encontraban
debilitadas a finales del siglo XVIII, y que en la post/independencia conocieron
un nuevo aliento, como viejos lazos de dominación social y de comunicación
política, que eran ante todo una negación de lo que se designa como una
sociedad moderna37.
Por su parte, el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, que citamos al comenzar
estas reflexiones, se ofrece, y el lector podrá comprobarlo –o lo contrario–,
como un laboratorio magnífico para realizar una primera aproximación tanto
al estudio de la aparición de los embriones de un moderno sistema de
información –lo que será un tránsito largo en la sociedad colombiana–, como
para observar algunas de las formas de la inicial inscripción de la «filosofía de
las Luces» en el espacio público.
Haciendo suyas unas palabras que tomaba a partir de la reseña de una obra
política internacional europea, texto traducido del Correo de Londres, el PP
señalaba que: «Nada más tenemos que decir sobre la obra. Hemos puesto al
lector en estado de juzgar por sí mismo acerca de su mérito, en vista del extracto
que presentamos»38.
La observación es precisa y sintetiza bien la aspiración del PP de presentar
a sus lectores información confiable y verificada, un noble propósito del
pensamiento ilustrado, de muy difícil cumplimiento –pero difíciles son todos
los propósitos nobles–, que fue una meta conscientemente buscada por el PP,
aunque los resultados puedan haber estado muy alejados de la meta buscada39,
de ese ideal de limitar la información a los hechos, y a poner al lector «en
estado de poder juzgar por sí mismo…», según la fórmula corriente que difundió

37
Nada de esto significa desde luego una crítica de la revolución de Independencia
–¡como si un historiador pudiera criticar las transformaciones de una sociedad!– o una negación
del ideario democrático, igualitario y republicano que la animó. Se trata solamente de llamar la
atención sobre el carácter contradictorio de los movimientos de cambio de la sociedad y la
presencia permanente en ellos de elementos nuevos y originales, de formas inesperadas y de
novedosas restituciones del pasado.
38
PP. No 133, 14-02-1794.
39
Poco tiempo después de iniciada la publicación de noticias sobre la Revolución francesa
el PP dejaba ver ya de manera clara la orientación, muy parcializada, de sus análisis –lo que no
debe sorprendernos si entendemos los límites culturales de su sociedad y su época, y la propia
novedad del acontecimiento revolucionario, que a casi todos, en muchas otras partes del
mundo, también había sorprendido y aterrado–. En PP. No 141, 9-05-1794, por ejemplo, escribía:
«Con el extracto que hemos suministrado al público parece suficiente para que coliga el estado
de aquel reino miserable», es decir que invita al lector a formar su propio juicio, aunque de
entrada califica la situación de Francia revolucionaria como la de «reino miserable».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 39


RENÁN SILVA

por todas partes la Ilustración, tal como propuso el problema de forma sintética
Kant –en 1784– en su célebre texto: ¿Qué es la Ilustración?, respondiendo
precisamente a la pregunta de un periódico, aunque reconociendo las
dificultades del empeño propuesto40.
Desde luego que el análisis histórico y los estudios modernos sobre la
comunicación tienen hoy una posición que va mucho más allá del ideal
ilustrado, desde el punto de vista de la exigencia en cuanto a confrontación
de fuentes y a una lectura crítica de lo que vemos y de lo que leemos. En
particular los estudios históricos han ido perfeccionado técnicas muy eficaces
que le permiten al historiador saber frente a qué tipo de información se
encuentra en un momento determinado, y poder de esta manera proponer
interpretaciones que no excedan lo que un documento –o una serie de
documentos– permite. Pero todos esos avances, que son sobre todo los del
siglo XX, aunque tienen fuertes antecedentes entre los eruditos renacentistas
y los monjes copistas de los conventos al principio del periodo llamado moderno
(por los historiadores europeos), no dejan de tener como referente básico la
actitud crítica que el ilustrado siglo XVIII propuso para la práctica de la lectura,
y más en general como una forma de relación con el mundo41.
Pero la frase que transcribe el PP –como indicamos, tomada de la reseña
de una obra sobre política europea publicada por el Correo de Londres y puesta
a circular en el distante virreinato de la Nueva Granada, en la América hispana–
debe también advertirnos sobre otros dos problemas de interés en el análisis
de la comunicación periodística de finales del siglo XVIII. De una parte, no es
aventurado afirmar, cuando se conoce el PP y la forma de trabajo de MSR,
que el artículo del Correo de Londres haya sido resumido, lo que nos recuerda
que nos encontramos ante un extracto (realizado en Santafé) de un extracto
40
Cf. Immanuel Kant, Filosofía de la Historia [1784], La Plata, Caronte filosofía, 2005, pp.
33-39 –hay múltiples ediciones–. Las palabras del PP que venimos de citar: «Hemos puesto al
lector en el estado de poder juzgar por sí mismo acerca de su mérito…» captan bien el sentido
corriente de la idea kantiana, emblema de la Ilustración, que a veces la filosofía profesoral
presenta envuelta en excesivas complejidades, y es una frase/divisa repetida de manera sistemática
en el PP, cuyo autor no conoce a Kant, pero inscribe su trabajo en el espíritu de la Ilustración y
en sus lugares comunes.
41
Michel Foucault investigó y propuso una idea de la Ilustración que no solo la saca del
dominio convencional de la historia de las ideas, sino que la transforma en un horizonte cultural
y en una difundida actitud colectiva, surgida en medios sociales e institucionales, en actividades
prácticas y en obras de pensamiento muy variadas, extendidas sobre una amplia geografía
europea (geografía que sabemos hoy que fue también hispanoamericana y que representa una
vertiente ampliamente creadora en el marco de ese proceso de cambio cultural Cf. Michel
Foucault, Sobre la Ilustración, Madrid, Tecnos –Clásicos del Pensamiento–, 2003, para la idea de
la Ilustración como una «actitud nueva» frente a la sociedad y a la naturaleza, presente en
estratos culturales diversos y de profundidades variadas en las sociedades europeas del siglo
último tercio del XVII y del siglo XVIII.

40 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

(realizado en Londres), con todo lo que eso puede significar respecto de los
cambios que pueden afectar el argumento original de la obra que se quería
presentar a los lectores. Pero nada de eso debe sorprender. En buena medida la
comunicación, sobre todo en el mundo moderno, funciona de esa forma, lo
que no debería conducir a nadie al escepticismo, sino más bien a acentuar las
exigencias de una educación crítica de los lectores, a quienes se debería advertir
que no trasladen al campo de la lectura la fe en las autoridades, en este caso la
fe en la autoridad de lo escrito.
De otra parte, la observación del PP debe hacernos pensar en una historia
mucho más conectada de lo que habitualmente se piensa; una historia que
venía estrechando sus vínculos entre sociedades lejanas y diversas desde 1492,
para esta parte del globo, lo mismo que debe poner de presente, para el último
tercio del siglo XVIII y en buena parte de Occidente, la existencia de un dinámico
sistema de información, potenciado por la aparición de la prensa periódica –en sus
distintas vertientes y con sus múltiples variaciones en cuanto a calidades de
técnicas de impresión y posibilidades diferenciales de cubrimiento42.
Desde todos esos puntos de vista, la prensa periódica hispanoamericana
de finales del siglo XVIII, a la que de manera particular presentamos aquí –es a
decir la de Lima, Santafé y Quito– representa un laboratorio de
experimentación sorprendente, sobre todo por la manera como combinó dos
características que parecen difícilmente irreconciliables: de un lado una visible
precariedad desde el punto de vista de los medios técnicos que tenía posible a
su disposición. De otro lado su poderosa influencia social y la manera como
logró encontrar contacto con sus lectores, y esto más allá de la simple lectura
de las pequeñas elites culturales urbanas de las ciudades capitales de la audiencia
de Quito y de los virreinatos del Perú y de Santafé.

III

Habiendo postulado en las líneas de introducción a este capítulo la idea de la


existencia en el virreinato de la Nueva Granada en la segunda mitad del siglo

42
Cf. en general, como una introducción a este proceso, que tendrá efectos radicales sobre
la temprana modernidad cultural de Occidente –y luego del resto del mundo–, Roger Chartier
y Carmen Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa. Comunicación y propaganda
en el Barroco, Madrid, Marcial Pons, 2012, aunque algunos de los textos ahí incluidos proyectan
la ilusión de un nacimiento ya completo de la prensa y el periodismo en el temprano siglo XVII, lo
que puede ser excesivo. En un tono más bien divulgativo y de síntesis cf. Asa Briggs / Peter
Burke, De Gutemberg a Internet. Una historia social de los medios de comunicación [2002], Madrid,
Taurus, 2002. Cf. de manera particular, para nuestro contexto, capítulo III, pp. 91-124. Hagamos
de una vez la advertencia de que la bibliografía es amplia y que el presente texto –ni el conjunto
del trabajo– tratan de ser un ensayo bibliográfico.

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RENÁN SILVA

XVIII de un sistema de información transformado y en ampliación bajo el peso


de la aparición de la «actualidad noticiosa» que en gran parte indujo la Revolución
francesa43, y habiendo indicado que en ese sistema de información, en lo que
tenía que ver con la comunicación impresa, el público lector era el eje central que
funcionaba como principio regulador de las informaciones que circulaban,
podemos dar ahora un paso más, y comenzar la descripción de las formas como
aparece en el PP el problema de la circulación de la información44, centrando en
principio nuestra atención, según lo advertimos, en los asuntos relacionados
con la Francia revolucionaria, acontecimiento capital de la historia moderna de
las sociedades occidentales y en general del mundo moderno.
Antes, sin embargo, y para evitar cualquier posible equívoco, advirtamos
que en los renglones que siguen no se trata de un análisis ideológico del PP ni del
ideario de su director –una tarea que desde luego puede hacerse por parte de quien se
interese en el tema–. Sin embargo, lo anterior no evita que debamos hacer una
advertencia acerca de los textos que toman esa vía de análisis. Señalemos, entonces,
que los textos que abordan el problema del tratamiento de la Revolución francesa
en el PP de manera reiterada llegan a la conclusión –trivial–, de que MSR era
adepto de la monarquía y en nada favorable a la Revolución francesa, y consideran
ese hecho como sorprendente, aunque lo sorprendente hubiera sido lo contrario.
Tales textos, además, parecen no advertir una cosa elemental que no debe ignorarse:
que las opiniones de MSR coinciden con la mayoría de la opinión europea de ese entonces,
como lo recuerda el hecho de que la mayor parte de los textos sobre la Francia en
revolución son tomados de periódicos europeos de importancia en su época, a los
que el editor del PP cita, y que la opinión que podemos tener hoy sobre la Revolución
francesa, cualquiera que ésta sea, está mediada por el tiempo que nos separa de ella45.
Lo que nos interesa en este texto es determinar los lugares y medios precisos
a partir de los cuales se informa el «autor» del PP, MSR, sobre ese hecho capital

43
Los estudiosos de las reformas borbónicas se han preocupado poco por los cambios en los
sistemas de correos y de postas, y en las mejoras en los caminos, un aspecto en el que parece
haber novedades grandes a finales del siglo XVIII. Algunas observaciones en R. Silva, «Formas
de comunicación: interacciones sociales y cambios culturales en el virreinato de Nueva Granada,
(c), 1740-1800», en Trayectoria de las comunicaciones en Colombia, Bogotá, Ministerio de
Comunicaciones, 2009, pp. 113-145
44
Una referencia importante sobre estos puntos y sobre la manera de abordarlos se encuentra
en Brendan Dooley (Ed.), The Dissemination of News and the Emergence of Contedmporaneity in
Earl Modern Europe, Cork, University College, 2010, un libro que resulta muy útil para pensar
los mecanismos y procedimientos de «diseminación» de la información, en el proceso mismo de
constitución de la idea de «últimas noticias». Cf. también capítulo V de este mismo trabajo.
45
Cf. como ejemplo –entre muchos otros textos– de esa argumentación habitual sobre el
tratamiento de la Revolución francesa en el PP, los textos al respecto que aparecen en Iván
Padilla Ch., Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez. Nueva Granada 1789-
1819, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012 y que prolongan una tradición conocida.

42 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

de la historia humana, un acontecimiento que si bien para nosotros constituye


hoy un hecho del pasado, para los contemporáneos letrados y medianamente
informados de la época, como lo eran los lectores del PP, constituía la forma
misma de irrupción de la actualidad y del nuevo mundo de la noticia, y un
acontecimiento en proceso, es decir, un acontecimiento del que se desconocía su
desenlace, aunque todo parece indicar que para esa opinión letrada e informada,
y más allá de ella muchísimos otros pobladores de diferente condición cultural,
la Revolución francesa aparecía como un suceso de importancia mayor en la
vida política de la sociedad, porque estaba en juego la existencia de las monarquías,
y por lo tanto, según las concepciones dominantes en la época, la existencia de
la propia sociedad, y por esa vía, sus propias existencias.
Es a comienzos de 1794, y cuando ya la Revolución francesa había mostrado
algunos de sus rostros menos amables, cuando el PP comienza sus ataques más
sistemáticos contra la Francia en poder de les philosophes –MSR menciona a la
mayoría de los que en la literatura histórica sobre la Francia revolucionaria del
siglo XVIII son reconocidos bajo esa categoría–, quienes son una de las «bestias
negras» del editor del PP en sus análisis sobre los sucesos revolucionarios, tanto en
su calidad de hombres de letras, como en su papel político, pues los considera una
de las causas mayores de la tragedia francesa. Como escribe MSR, este número del
PP que citamos, el hecho que ocupará la atención principal, luego de anunciada
la suspensión de El Arcano de la quina, será la muerte de Jean-Paul Marat. MSR
recurre, para informar a sus lectores a informaciones tomadas de la Gaceta de Londres
–número 9, Volumen 54, de 30 de julio de 1793, según indica–, lo que nos permite
de una vez observar la diferencia entre el suceso, su conocimiento en Europa y la
fecha en que es presentado a los lectores locales, que reciben la noticia en el PP
del 14 de febrero de 1794, es decir medio año después. La Gaceta de Londres no
sólo lanza una condena inapelable sobre la obra de Marat y sobre sus actuaciones,
sino que agrega algunas frases en torno a sus orígenes intelectuales y su tarea como
periodista, a lo que suma una especie de «perfil psicológico» del revolucionario,
dando un tono aun más vívido a la información, al tiempo que describe con
palabras de admiración a Charlotte Cordé, la victimaria de Marat46.
La información del PP –que no sabemos si en esta oportunidad es traducida
por MSR o copiada de una traducción realizada por gacetas de Madrid, en
donde por estos años se traduce y se hacen circular de manera repetida

46
PP. No 129, 14-02-1794. Citemos solamente las líneas iniciales del «retrato» de Marat que
ofrece la Gaceta de Londres y que es retomado por el PP en Santafé: «Marat era pequeño de
cuerpo, su complexión cadavérica, su temperamento sanguinario. Su retrato hubiera
proporcionado a un pintor, el principal personaje para un cuadro que representase los horrores
de las muertes y asesinatos. Sus ojos… […]».

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RENÁN SILVA

informaciones de la Gaceta de Londres y de muchos periódicos de Ámsterdam


y de Bruselas–, se complementa con especies de breves partes de guerra («Otras
noticias», se designa a esas informaciones, entre varias otras formas), noticias
que tienen todo el aspecto de ser redactadas en Madrid, o en Santafé por
MSR, aunque lo más seguro es que se trate de una combinación de «autores»,
de lo que convence la propia redacción que presenta el PP: «Llenemos este
lugar con el siguiente rasgo, pues por su mérito y las circunstancias del asunto,
es digno del aprecio de los verdaderos amantes de la gloria y heroicidad
española[s]», y entonces se copia un parte de victoria de las tropas españolas
sobre los revolucionarios franceses en Tolón [Toulon], y se agrega luego un
amplio elogio de los pobladores franceses por su resistencia y sus pruebas de
afecto para con las tropas españolas47.
Este comienzo de información del PP sobre la Revolución francesa,
propuesto en el plano de las acciones bélicas –como será una constante en los
dos años siguientes– y no en el campo de las discusiones doctrinarias, campo
que desde luego no se abandonará nunca–, es complementado con una noticia
más, fechada en «Londres 24 de octubre», sin otra indicación, lo que puede
querer decir que se trata también de una información retomada del Correo de
Londres que venimos mencionando.
Lo que en este punto resulta de interés en nuestra perspectiva es que el informe
desde Londres indica que en la capital inglesa se han recibido «noticias de España,
por la Coruña, de que los españoles, cerca de Perpignan… ganaron una batalla
completa en que perdieron los franceses…», etc., una noticia a la que suma otra
más, que ha llegado desde Bruselas –un gran centro de noticias–, en que se indica
que en esa ciudad ha sido capturado «el infame y perverso Drovert», que es el
sujeto que detuvo «en su huída a Luis XVI en la ciudad de Varennes», lo que
indica un flujo de noticias que ponen en contacto a los lectores del virreinato de
la Nueva Granada, a través del PP, con varias capitales europeas, puesto que Madrid
recibe noticias de Londres, pero Londres las recibe de Madrid –que las ha recibido
de la Coruña–, y las dos se conectan con Bruselas y otras ciudades europeas más48.
47
MSR pone énfasis en realizar las mejores traducciones posibles para sus lectores, y aunque
no tenemos como calificar sus esfuerzos, la intención es loable desde todo punto de vista,
cuando se trata de un proceso de comunicación abierta. Hablando sobre la Revolución francesa
y sobre Luis XVI, en uno de los pasajes que transcribe, indica: «Confieso que no podido darle a
esta traducción toda la fuerza fogosa y expresiva que tiene el discurso en su original francés».
PP. No 158, 19-01-1794.
48
Sobre Bruselas y Ámsterdam como centros productores de noticias sobre España desde el
siglo XVII cf. Javier Díaz Noci, «La circulación de noticias en la España del barroco», en R.
Chartier y C. Espejo (Eds.), La aparición del periodismo en Europa. Comunicación y propaganda en
el barroco, op. cit., pp. 207-243. Gacetas en francés, editadas en Ámsterdam, con noticias sobre
la Revolución francesa, circularon en Hispanoamérica a finales del siglo XVIII. Es por lo menos
lo que dice el francés Louis de Rieux en El proceso de Nariño, op. cit., p. 106.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

La «red» –si de red puede hablarse– se extiende en el propio plano de lo


que ya empieza a ser nombrado como las «colonias de Ultramar», pues el PP
incluye lo que designa como «Noticias recientes», y señala que han sido
comunicadas por una «balandra que salió del Puerto de Jamaica el día 6 de
enero», lo que amplía los lugares de difusión de las noticias y muestra la
reducción del tiempo de circulación, cuando ellas tienen su epicentro en lugares
diferentes de Europa –por ejemplo cuando se luchaba entre franceses, españoles
e ingleses por la posesión de Islas como Martinica–49.
Para que vaya quedando un poco más clara la idea que empezamos a
considerar y que atravesará estas páginas como columna vertebral, señalemos
que en esta primera serie de informaciones que circulan por una geografía
amplía, que vincula los dos lados del Atlántico y nos introduce más allá del
puerto de Cartagena, llegando hasta Santafé y difundiéndose luego por las
pequeñas poblaciones que componían las provincias, se encuentra ya una de
las formas más particulares de intervención de MSR en la formación de las
noticias y comentarios que se difunden a través de las páginas del PP y en
donde se concreta el trabajo de interpretación realizado por el editor del
semanario santafereño.
Se trata del uso de la nota de pie de página –que regularmente se indica en
el PP con un asterisco, para distinguir las notas del editor de las notas que a
veces en los textos han incluido los autores o los periódicos de los cuales se
reproduce la información y que en ocasiones se presentan o bien con iguales
asteriscos o bien con números arábigos–50. En esta oportunidad se trata de una
nota que podemos designar como nota de aclaración y que MSR titula Nota del
Redactor. Como la Gaceta de Londres ha hablado en su noticia sobre Marat de
los usos de la guillotina, MSR suministra ahí mismo al lector una explicación
sobre el origen y funcionamiento de tan poco gracioso aparato. El editor del
PP dirá entonces que «Debemos advertir para inteligencia de este nuevo
nombre tan usado en las gacetas y noticias relativas al Gobierno de Francia,
que por guillotina se entiende…», y luego de la explicación de la forma de
operar la máquina, no dejará de agregar, con alguna exactitud, que «este suplicio
ha tenido gran uso en la época revolucionaria…», y anuncia que con toda

49
PP. No. 129, 14-02-1794.
50
Sobre el significado de la «nota de pie de página» y dispositivos similares para la aparición
y consolidación de una nueva actitud de constatación de los datos en la investigación empírica,
y en general su carácter definitivo en el surgimiento del positivismo, con todos sus beneficios
para el análisis de la sociedad y la cultura cf. Anthony Grafton, The Footnote: a curious history,
Cambridge/Harvard U.P., 1998. Hay traducción en castellano.

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seguridad, bajo su peso caerán los propios inventores del instrumento,


ejecutados por otros de sus correligionarios51.
La semana siguiente MSR volverá sobre los temas de la Revolución francesa
y propondrá a la consideración de sus lectores un texto titulado Idea general
del estado presente de las cosas de Francia, el texto más extenso que sobre Francia
en revolución publicó el PP, verdadero laboratorio de la construcción de las
noticias sobre el episodio revolucionario52.
Señalemos de una vez que como las noticias que se vienen publicando
comportan siempre un fondo histórico, esto es, la caída de la monarquía y sus
consecuencias terribles para la sociedad, esa circunstancia favorece la difusión
de la representación del saber histórico como mater et magistra, lo que hace
que regularmente la información incluya, por así decir, una «moraleja
sentenciosa». Así por ejemplo en este texto, según el cual el lector de estos
sucesos no podrá escapar al asombro y al dolor, «Cuando vea el horrendo [sic]
catástrofe de Francia; cuando reflexione sobre sus días antiguos y los presentes»,
pues entonces «se llenará de pavor, y desde ese instante empezará a temerse a
sí mismo, conociendo que la más sublime literatura, que las luces más
sobresalientes de la prudencia humana, degeneran en insensatez y barbarie,
cuando se desvían del divino centro de la religión católica»53.
El texto que mencionamos, que comienza su recuento a partir de la fecha
emblemática del 21 de enero del año anterior –fecha en que Luis XVI fue
conducido al cadalso–, se propone informar ahora sobre la prisión de la reina,
y se apoya para ello en informaciones de la Gaceta de Madrid –»la Gaceta de
nuestra Corte», como escribe MSR–, del 28 de agosto de 1793, que provienen
de Ginebra, informaciones que a su vez se apoyan en una carta llegada a Ginebra
desde París, carta «que contiene algunas circunstancias sobre la traslación de la
reina desde su encierro del Temple», hasta su traslado «a la cárcel de la consejería»,
situación desgraciada que en el número siguiente del PP aparecerá como
comprobada, refrendando el testimonio que ya una carta de particulares había
presentado como inicial información, agregando otras fuentes más que sirven
para validar la veracidad de la información que se presenta54.
Miradas con cuidado las fuentes de información a través de las cuales el
PP recrea para sus lectores los sucesos más visibles de la Revolución francesa,
se encuentra lo que pudiéramos llamar nuevos puntos de relevo de las
51
PP. No 129, 14-02-1794.
52
PP. No 130, 21-02-1794.
53
Ibídem.
54
Cf. PP. No 131, 28-02-1794. Así por ejemplo: «También otra noticia de Ginebra del 9 de
septiembre refiere las siguientes circunstancias…» y el PP se lanza a la narración de las desventuras
de la familia real, a manos de los revolucionarios. Aunque no sea el objeto principal de nuestra

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informaciones que circulan. Renglones antes habíamos citado las informaciones


que llegaban a través de la Gaceta de Jamaica –entre varios otros canales
impresos de comunicación–. Ahora podemos acercarnos un poco más a los
lugares y formas de circulación de la noticia, hablando de Cartagena [de Indias],
un puerto esencial en este proceso. Consideremos un ejemplo preciso, muy
bien presentado en el PP.
El PP informará a sus lectores que «El 5 del presente [abril de 1794] fondeó
en este puerto [Cartagena] una polaca catalana que salió de Málaga [España]
el 17 de enero próximo pasado», y que el capitán de la embarcación trae
noticias, que da «por ciertas», porque ya aparecían impresas en las gacetas que
allá circulaban, cuando comenzó su navegación, y arranca a reproducir en el
PP esas noticias que sobre la Revolución francesa se han recibido de viva voz,
a través del marino capitán de la nave recién arribada. ¿Pero cómo se sabe en
Santafé eso que da por cierto el capitán de la Polaca Catalana? Pues se sabe
por «las recientes noticias [similares] que han llegado en ‘papeletas particulares’
y que insertamos en el presente número»55.
De esta forma, la cadena de diseminación de noticias incluye la voz de un
capitán de una pequeña embarcación que ha llegado de España, y que en el
momento de su salida ha visto las últimas gacetas que empezaban a circular; y
aun otras más que ha recogido por el camino, durante la travesía, pues «la citada
[nave]… arribó a la Trinidad de Barlovento y estuvo dos días allí, y supo el
predicho capitán cómo los ingleses se habían apoderado de la Martinica», y
«añade [el citado capitán] que nuestra escuadra y la inglesa tomaron en su
retirada el pueblo y castillo de Calibres», quien también dice «haber tenido en
Rosellón nuestro ejército con los citados franceses un combate…», etc.56.
El capitán de la embarcación venía pues bien informado de las novedades del
otro lado del mar y era al parecer un hombre parlanchín. Pero su palabra vale para
MSR porque encuentra que es, según le deben haber comunicado, «un hombre
interrogación, no dejemos de señalar que la presentación de la reina prisionera e interrogada
por los revolucionarios inscribe la noticia en un estilo narrativo particular, que podemos suponer,
sin exceder lo que permite la lectura de los textos considerados, de gran impacto entre los
lectores del PP. Se copian entonces las palabras que la gaceta europea achaca a la reina y que
para los lectores debían dar el clima del suceso: «¿Con qué nueva desgracia me amenazan los
asesinos de mi esposo? ¿Buscan acaso alguna nueva víctima para sosegar el furor de un pueblo
que ellos mismos han irritado?». Y las palabras supuestamente pronunciadas por la reina
prisionera, impresas en Bruselas y vueltas a copiar en Madrid… llegan como un eco hasta la
alejada Santafé de Bogotá, a través del PP, que reproduce también el comentario acerca del
impacto que tales palabras hicieron en los oyentes, pues fue tal la impresión que causaron, «que
uno de los jueces, llamado Lubin, pidió a la Convención, le exonerase de esta comisión nombrando
a otro en su lugar», ya que no se sentía capaz de sumarse a tal arbitrariedad que se cometía con
la soberana.
55
PP. No 136, 4-04-1974.
56
Ibídem.

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veraz e instruido», es decir un hombre de palabras confiables, lo que quiere decir


que aportaba testimonios a los que se podía dar crédito; y aunque más adelante en
este trabajo volveremos varias veces sobre este punto, es bueno desde ahora
presentar algunas indicaciones sobre los criterios con base en los cuales el editor
otorgaba crédito a las noticias que el PP recogía en sus ediciones semanales, a partir
de ese grupo amplio de fuentes entre las cuales debía seleccionar el editor las que
parecieran «dignas de la atención del público», es decir noticias que fueran al
tiempo de interés público y de confianza para los lectores.
Recordemos que se trataba, claro, como no puede ser de otra manera, de
«información incompleta» y desde luego con todos los sesgos que se puede suponer,
información recibida de manera más bien aleatoria y en medio de contingencias
producidas por elementos como los cambios de clima, la presencia de piratas, la
transformación de la información al pasar de lo oral a lo escrito, los intereses y
miradas parcializadas que no dejaban de filtrarse en las llamadas «cartas particulares»,
y seguramente muchos otros elementos, que hacen siempre de la comunicación
una materia maleable.
Nada de esto quiere decir que MSR no se hubiera planteado el problema con
cuidado, y no hubiera esbozado criterios prácticos y formulaciones generales respecto
de las condiciones que hacían confiable una información determinada, criterios que
se remitían no simplemente a sus prejuicios políticos, sino más bien a las condiciones
que hacían verosímil para una época una determinada información. Podemos señalar
algunos ejemplos precisos, para ver de qué manera esos criterios no dependen
sencillamente de sus propias opciones políticas y deseos, y para insistir en que se trata
de criterios que reenvían más allá, hacia la búsqueda de algo que pudiera determinarse
como verdadero, y que en el caso particular de las informaciones sobre la Francia
revolucionaria, ponen de presente un ideal que intentaba construir el PP, con todas
las ambigüedades que se puede suponer, y que MSR designó como imparcialidad.
Por lo demás se trata de un problema que se encuentra en el centro mismo
de las preocupaciones de los ilustrados a lo largo de toda la «geografía de la
Ilustración», como diría Franco Venturi, y que reenvía de manera directa a
algunos de sus valores mayores. De un lado la crítica de las creencias comunes
sin fundamento. De otro lado la crítica en el plano de la lectura, el combate
contra la idea de que algo es verdadero porque se encuentra escrito57.

57
Cf. Franco Venturi, «Cronología y geografía de la Ilustración», en F. Venturi, Utopía y
reforma en la Ilustración [1971], Buenos Aires, Siglo XXI, 2014, pp. 187-206, una obra –¡por fin
traducida al castellano!–, que nos recuerda tanto el carácter pionero de los trabajos del insigne
erudito italiano, como la forma radical en que el punto de vista sobre la Ilustración y su
geografía, y las formas de escribir la historia de las ideas, han cambiado en la historiografía de las
últimas cuatro décadas.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Para ilustrar lo que señalamos, empecemos, considerando algunos ejemplos


sobre el aspecto más general del problema: la relación entre lo escrito y la duda
del lector. Recién iniciada su tarea periodística, e insistiendo en un punto que
era una de sus preocupaciones educativas mayores, el PP mencionó una carta
recibida desde Turbaco, en el noroccidente del virreinato, en donde se
informaba acerca de la existencia de un monstruo. El editor declaró que la
mencionada noticia no podía publicarse, «a menos que… sea con todos los
requisitos de autenticidad dignos de la materia», agregando que este cuidado
de comprobar la veracidad de la noticia era asunto obligado de un papel
público, entre otras cosas «porque no ignoramos que los ingenios traviesos
son muy fecundos en parir monstruos alegóricos... para después bautizarlos en
las tertulias»58, como escribía con humor, pero con exactitud, refiriéndose a un
tipo de sociabilidad que conocía muy bien.
MSR, habla enseguida de la forma como una noticia, luego de pasada por
la imprenta, o simplemente puesta a viajar por los caminos en los labios de un
viajero llegado de Cartagena, se iba enseguida transformando, a través de su
circulación, e indica de manera precisa que las tertulias, los famosos centros
de reunión de los jóvenes universitarios y hombres de letras de Santafé, pero
no menos los corrillos, las conversaciones de visita, los intercambios en los
atrios de las iglesias, eran sitios de intercambio de noticias, pero sitios de los
que las informaciones salían en muchas oportunidades muy transformadas o
por lo menos «enriquecidas», para luego encontrar nuevas ampliaciones en
las voces y en las llamadas «boletas de particulares», que viajaban en las maletas
de los comerciantes y otros «transeúntes».
Un caso semejante, pero de solución contraria, también puede ser citado.
Se trata de otra noticia más, recibida desde Cartagena, en una carta «cuyo
principal capítulo copiamos a la letra». Se trataba de que en esa ciudad corría
la voz de que en el sitio de Sabanagrande había nacido una niña monstruosa.
MSR dirá que el PP acoge la noticia, y que no considera «que este monstruo
tenga nada de apócrifo», «porque la noticia se ha comunicado por sujeto
fidedigno de aquella ciudad», con lo que en esta oportunidad remite las
condiciones de veracidad a las calidades del sujeto que testimonia59; un criterio que
ya había aplicado antes, en un momento en que quería informar sobre
promociones a empleos en medios militares, que tenían que ver con el
Virreinato, una noticia importante en esa sociedad, pero una noticia que en
este caso no se encontraba aun confirmada. MSR opta por examinar la noticia
a la luz de las condiciones sociales de quien testimoniaba –«pues se trata de
58
PP. No 13, 6-05-1791.
59
Cf. PP. No 33, 23-09-1791

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persona muy autorizada»–, pero no deja de referirse también a la costumbre,


ya que es «costumbre hacer semejantes gracias» (las promociones de cargos),
«siempre que ocurre un motivo tan plausible», que en este caso resultaba ser el
nacimiento de la infanta en Madrid, todo lo cual indicaba que la noticia del
ascenso de mariscales de campo a tenientes generales, debería ser un hecho
cierto y podía publicarse la noticia60.
En el caso particular de las noticias de guerra y de revolución, los anteriores
criterios, y otros más, también se ponían en juego, y es clara la decisión de MSR
de establecer hasta donde fuera posible el carácter verdadero de los hechos
sobre los que informa, más allá de que lo haya logrado o no en todas las ocasiones.
Como el tiempo juega aquí un papel tan importante, y como una noticia puede
ser cierta sin estar impresa, como puede ser falsa estando impresa, MSR afinará
su mirada y valorará las informaciones con cuidado. Así por ejemplo, refiriéndose
a una noticia de la Revolución francesa dirá que en este caso son noticias que se
pueden confirmar, como verídicas, y puestas en gaceta, como afirma el predicho
capitán (el capitán de un barco que es quien ha comunicado una información
que decía haber visto ya publicada en el momento en que zarpaba), aunque
venga en una papeleta manuscrita, pues por la fecha de ocurrencia no podía
estar aun en las gacetas de la Corte hasta el correo próximo que se esperaba61.
En el caso de las informaciones sobre la actualidad los «controles» trataban
de ejercerse con el mayor de los cuidados, y muchas de las advertencias del
redactor del PP lo ponen de presente. Así, discutiendo una información no
confirmada y con visos de no ser cierta, dirá que lo que ha ocurrido es que la
versión cierta se encuentra en la Gaceta de Madrid, y no en las otras de las que se
ha tomado, y que la noticia ha hecho carrera porque es «muy corto [en Santafé]
el número de suscriptores» de la mencionada gaceta, por lo que «no debe
admirarnos la facilidad con que se vician y transforman en un instante las noticias
más sencillas»62, aprovechando esa discusión, en ese mismo número, para, a
través de una «Advertencia» de las que solía hacer, indicar un criterio más general
sobre el asunto: «… un escrito público debe hacer conocer la verdad en su
natural aspecto, principalmente cuando sobre un asunto considerable se han
esparcido algunas vulgaridades contrarias a la urbanidad y a la justicia…»63.

60
PP. No 14, 13-05-1791.
61
PP. No 136, 4-04-1794.
62
PP. No 173. 212-01-1795.
63
Ibídem.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

IV

Como habíamos indicado, no se trata solamente de la circulación de la


información. Se trata también del proceso de su elaboración con vistas a su
presentación ante el lector. Sobre este punto, antes de volcarnos en los difíciles
y a veces inútiles intentos de análisis de las ideologías, o peor aun de las posibles
intenciones conscientes de engañar a los lectores, preferimos concentrarnos en
la descripción cuidadosa de los procedimientos concretos de transformación
de las informaciones que se presentan a los lectores, tal como ellos son
propuestos de manera explícita por MSR.
Esas maneras de procesar la información que se va a presentar al lector son
constantemente recreadas por el editor del PP, quien no sólo ha dejado marcas
visibles de ese trabajo de elaboración de los textos publicados por su semanario,
sino que, además, ha comentado y advertido sobre sus formas de intervención,
en la medida en que el llamado público lector ha sido de manera permanente el
sujeto de su atención y sobre el cual piensa que como editor tiene una obligación
de verdad.
Algunos de esos procedimientos de intervención general son bastante
visibles, y MSR los advierte al lector con énfasis mayores que casi siempre
aparecen en la propia titulación: «Prevención», «Aviso al público»,
«Advertencia», «Nota», que son marcadores gráficos y de lenguaje que utiliza
para producir sentidos y orientaciones. Dentro de esas formas de construir la
información, no parece haber duda de que el procedimiento general y más
reiterado es el del «Apéndice», al punto que muchos de los apéndiceson tres o
cuatro veces más extensos que los textos que glosa, y le permiten a MSR
tomar un camino de análisis que lo lleva lejos del propósito inicial y le facilita
presentar su pensamiento propio o por lo menos su «propias opiniones», y en
ocasiones abordar de la manera más general posible un problema que quiere
considerar, a manera de síntesis conclusiva, como podremos verlo en el capítulo
II de este trabajo, en donde el editor del PP se ha lanzado a una amplia excursión
sobre la historia y el trabajo del historiador, luego de concluir una parte de su
también amplia excursión sobre la Revolución francesa.
Los procedimientos a los que acude MSR en su recreación de las
informaciones que traslada al lector en los informes y análisis que ofrece sobre
la Revolución francesa, no son de ninguna manera diferentes a los que utiliza
tratando de otro tipo de problemas que poco tenían que ver con la política y
el orden social, y no pueden ser pensados simplemente como el producto de
«decisiones personales» (si algo así puede existir para una mirada sociológica
de la historia). Desde luego que existe un nivel de intervención que concreta

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su manera propia de encarar la tarea de modificar un conjunto de informaciones,


pero hay que tratar de pensar esas formas de elaboración en el horizonte cultural
y político de la sociedad, hay que poner esas formas de intervención en el marco
mismo de una tradición letrada –anterior y / o contemporánea–, que MSR ha
recibido y elaborado, y hay que conectar esos procesos de escritura
transformadora con la coyuntura política de la sociedad en que viven y piensan
él y sus lectores64.
Sin prestar atención a esos datos, el problema del auditorio concreto del PP, es
decir el asunto de sus lectores empíricos, y el problema de sus lectores ideales y de
sus lectores imaginarios –tres clases de lectores que no deben confundirse–, queda
como un problema no sólo sin resolver, sino que ni siquiera puede plantearse,
aunque debe quedar claro que ahora, en este punto de nuestra demostración,
tenemos en mente de manera particular el auditorio de sus lectores empíricos más
inmediatos, es decir el de sus lectores en Santafé, tal como se concretan en el
pequeño grupo de los Ilustrados, o «juventud noble del reino», y tal como se
pueden adivinar, con una imagen menos clara, desde luego, a través de la
correspondencia que los lectores de provincia sostuvieron con el editor del PP65.
Hablando de las condiciones generales de la labor del PP hay que recordar
que el semanario fue una creación impulsada y sostenida por el virrey, quien
es en parte su mecenas (en parte porque el periódico se vende y cuenta con
una cierta cantidad de suscriptores66), lo que le otorga límites políticos precisos
a la publicación y al trabajo del editor, aunque no tenemos sino un
64
Para el caso específico de la prensa cf. el inteligente y sugestivo artículo de Will Slauter,
«Le paragraphe mobile. Circulation et transformation des informations dans le monde atlantique
du XVIII siècle», en ANNALES, Histoire, Sciences Sociales, abril-juin 2012, pp. 363-389, que ha
resultado esencial para la escritura de este capítulo. Cf. también Bernard Cerquiglini, Éloge de
la variante. Histoire et critique de la philologie, Paris, Seuil, 1989. Igualmente, aunque en una
perspectiva más general, recogiendo una amplia tradición escolar de Occidente, Antoine
Compagnon, La seconde main ou le travail de la citation, Paris, Seuil, 1979. En el campo general
del periodismo y sus relaciones con la política cf. la obra colectiva dirigida por Hannah Barker
& Simon Burrows, Press, Politics and the Public Sphere in Europe and North America, 1760-1820,
Cambridge, Cambridge U.P., 2002.
65
Sobre las «corrientes de escritura» que despertó entre sus lectores el PP cf. R. Silva,
Prensa y revolución, op. cit., pp. 33-61. Un análisis lleno de sugerencias y matices sobre la
correspondencia entre un autor y sus lectores, es el de Robert Darnton, «Los lectores responden
a Rousseau: la creación de la sensibilidad romántica», en R. Darnton, La gran matanza de gatos
y otros episodios en la historia de la cultura francesa [1984], México, FCE, 1987, pp. 216-267.
Observaciones agudas sobre cómo realizar inferencias sobre los lectores imaginados por una
publicación se pueden leer en Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna,
Madrid, Alianza Editorial, 1993, pp. 93-199; lo mismo que en la Segunda Parte de la compilación
de textos suyos titulada Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apropiación,
México, Instituto Mora, 1995, pp. 121-245, en donde pueden seguirse algunos de los momentos
de la formación de sus ideas sobre estrategias editoriales y dispositivos de lectura, como maneras
precisas de proponer un sentido a las lecturas propuestas.
66
Cf. al respecto R. Silva, Prensa y revolución, op. cit., pp. 39-41.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

conocimiento muy parcial sobre las formas de control que el virrey o sus
secretarios pudieron haber ejercido sobre el PP, que, para decirlo de una manera
que puede sorprender, nunca estuvo sometido a ningún tipo de censura previa,
ni conoció ningún episodio particular en que su material fuera recortado o
prohibido, a pesar de que varios de los discursos de sus colaboradores crearon
molestia entre los educadores universitarios de la generación anterior y entre
miembros de la Orden de Predicadores, que era la comunidad que detentaba
el monopolio de grados universitarios en el Virreinato de la Nueva Granada67.
De otra parte, debe tenerse en cuenta que los procedimientos de
elaboración de la información que puso en marcha MSR, y lo podremos
reconocer con facilidad en las páginas siguientes, formaban parte de una manera
de hacer las cosas cuando se comunicaban informaciones, que ya era una
tradición a mediados del siglo XVIII, cuando el ascenso del absolutismo había
puesto límites precisos a las maneras de informar, en relación con lo que había
sido el nacimiento de las primeras formas de periodismo en Holanda, Inglaterra
y Francia a principios del siglo anterior68.
Pero esas maneras de intervenir sobre la información que se presentaba a
alguien –persona o comunidad–, reposaban en general en el procedimiento
de la cita y el comentario, una forma de exposición que había pasado pronto
al campo de la edición de los textos –regularmente manuscritos– que los
universitarios utilizaban en sus estudios, y en donde la alternancia de la cita y el
comentario, en relaciones relevo y complemento, constituían la estructura
visible de la página que se leía, memorizaba y comentaba. La cita y el
comentario –como es bien conocido– son técnicas de trabajo intelectual que
habían puesto a punto los maestros de la escolástica, y que los hombres del
Renacimiento, habiendo descubierto el legado de la Antigüedad, llevaron
mucho más lejos, lo que hizo que durante cierto tiempo la repetición y el
comentario –aun el comentario crítico– terminarán siendo la pesadilla de la
filosofía, en el mundo de las «escuelas» y uno de los rasgos que marcarían con
mayor profundidad hasta el presente al homo academicus en Occidente69.

67
Cf. PP No 8, 1-04-1791 y PP No 9, 8-04-1791, para ver un «Suplemento» especial del PP,
en donde MSR trata de introducir moderación en las críticas del sistema de enseñanza que
habían sido propuestas por el universitario Francisco Antonio Zea y que produjeron un pequeño
escándalo entre la opinión letrada de la ciudad. Cf. también R. Silva, Los Ilustrados de Nueva
Granada, 1760-1808, op. cit., –Capítulo II. Numeral 1: «El escándalo del lenguaje», p. 165–.
68
Cf. R. Chartier y C. Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa. Comunicación
y propaganda en el Barroco, op. cit., para los momentos que marcan el inicio del control absolutista
sobre la prensa en el siglo XVIII, pp. 15-34.
69
Cf. al respecto por ejemplo Jackeline Hamesse, «El modelo escolástico de la lectura», en
Historia de la lectura en el mundo occidental [1997], Madrid, Taurus, 2001, pp. 179-210.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 53


RENÁN SILVA

Pero sobre todo lo que hay que tener en cuenta es que el tipo de
procedimiento puesto en marcha por el PP tenía no solo una cierta tradición
en el primer periodismo europeo y en las gacetas y papeles periódicos del siglo
XVIII, sino que como procedimientos específicos tenían niveles de autonomía,
especificidades que reenviaban al campo propio de la experiencia letrada, y
por tanto al campo de los modelos literarios y, que esos procedimientos y los
modelos en que se apoyaban debían ahora transformarse (en medidas diversas,
que sólo la investigación empírica puede poner de presente) para responder a
un problema nuevo, típico de las maneras de informar que dependen del
periodismo: el problema del espacio, siempre limitado, del que se puede disponer
en los papeles públicos del siglo XVIII70.
Es bueno recordar también el punto obvio, pero a veces olvidado, de la
vigencia y extensión de esos procedimientos que MSR pone en marcha en el
PP, en la Europa de ese entonces, en cuanto procedimientos ligados ahora
precisamente al periodismo –la forma más moderna de comunicación, por
mucho tiempo–; hay que hacer énfasis por tanto en que ese viejo legado de
trabajo sobre el texto, que aparece como un recurso repetido en el PP, no
constituyó ni un anacronismo ni un producto de la inercia y el atraso, sino
que se trataba de un procedimiento que había conocido una sorprendente
actualización, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII y principios del
siglo XIX, en el momento en que la transformación de Occidente por fuerza
de las revolución política y las guerras imperiales conecta de manera visible
grandes espacios geográficos y sociales de los que –posteriormente– se ha
pensado que no mantenían relaciones estrechas71.
Hay que imaginar un mundo mucho más conectado, y esa es una
«condición estructural», para no caer con facilidad en el lugar común de
relacionar esos procedimientos –presentes en un semanario como el PP– con
la imagen de «sociedades coloniales» alejadas y desinformadas, y con
especificidades culturales que serían siempre el producto del aislamiento y de
la pobreza técnica –que desde luego son hechos comprobados, pero hechos
relativos, sobre los que, además, se pueden ofrecer contraejemplos que indican

70
En el naciente periodismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX en el Virreinato de
Nueva Granada hay determinantes técnicos –empezando por la propia rusticidad de las prensas
con la que se trabajaba– que son fundamentales para entender el proceso, que poco se mencionan
y sobre los cuales el PP es testimonio elocuente. Cf. al respecto aquí mismo capítulo V.
71
Cf. al respecto David Armitage & Sanjay Subramanyam (Ed.), The Age of Revolutions in
Global Context, 1760-1840, New York, Palgrave Macmillan, 2010, para darse un buen antídoto
inicial contra la separación de la historia de lo que hoy llamamos América latina de la llamada
revolución moderna en Europa –y no solo como reflejo tardío, o como prolongación pasiva en la
«periferia» de lo ocurrido en el «centro», dos nociones que deberían someterse también a una
crítica sistemática–.

54 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

también rasgos de creatividad sorprendentes y estados de contemporaneidad que


han sido habitualmente ignorados. Hay que resaltar, por el contrario, que esos
modos de transformar la información a los que acude MSR se encuentran
vigentes en ese mismo momento en el periodismo europeo, y que las sociedades
de los dos lados del Atlántico comparten muchos de los procedimientos básicos
de información y de transformación de la materia sobre la que se informa, un
hecho que poco se advierte, en la medida en que se mantiene el prejuicio de
una «colonia lejana y atrasada», víctima del oscurantismo de los déspotas
españoles, según la versión acuñada en el siglo XIX por el nacionalismo criollo,
y que en sus grandes líneas continua vigente en buena parte de la historiografía
colombiana72.
Agreguemos finalmente, para comenzar la descripción que queremos
presentar al lector, que MSR acude a variados tipos de procedimiento de
elaboración de las noticias y reflexiones que presenta a los lectores. Algunos
de esos procedimientos son relativamente sencillos y nos limitaremos solo a
mencionarlos; otros son de una complejidad mayor, pues se introducen en la
letra misma del texto, lo que indica un trabajo cuidadoso de lectura y de
organización de los materiales recopilados, y un propósito –no sabemos qué
tan logrado– de dar sentido y orientación a las informaciones presentadas,
sentido y orientación que no se resumen en una simple labor de apología y
encubrimiento de los hechos para garantizar la defensa de la monarquía, sino
que se relacionan con la fabricación de un dispositivo complejo en el que
pugnan en una difícil relación de fuerzas elementos puramente ideológicos,
que manifiestan los puntos mayores que articulan la cultura de la época en
torno a los problemas del orden social, y elementos del pensamiento crítico –
la imparcialidad, como se dice en el lenguaje de la época– al que quiere adscribir
sus análisis e informaciones MSR.
Como se ha planteado en varias oportunidades, es esa tensión estructural
entre pensamiento crítico y absolutismo, la que articula esa perspectiva
contradictoria presente de manera permanente entre los mejores de los espíritus
ilustrados, tanto en Europa como en América hispana, tensión que remite en
su aspecto sociológico más general a la existencia de un grupo social que hace
el descubrimiento de las posibilidades del espíritu crítico e investigativo y de
sus infinitas posibilidades en el campo del conocimiento –es decir la modernidad
intelectual–, mientras que descubre al mismo tiempo que ese acceso al mundo

72
En la historiografía internacional el asunto comenzó a replantearse desde hace muchos
años. Cf. una síntesis reciente en Catarina Madeira Santos y Jean-Frédéric Schawb, «Histoires
impériales et coloniales d’Ancien Régime. Un regard sur l’État», en Emmanuel Désveaux et
Michel Fornel, Faire des sciences sociales. Géneraliser, Paris, EHESS, 2012.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 55


RENÁN SILVA

de las nuevas posibilidades del conocer y transformar el mundo tiene límites


muy precisos en las estructuras políticas del absolutismo, que determinan el
espacio en que esas posibilidades de conocer y de buscar nuevas formas de
existencia pueden tener su posibilidad de realización73.
Es desde luego esa tensión la que torna interesante los análisis del PP y lo
que hace a ese semanario y a su director pioneros muy iniciales en un acceso
que aun no termina a una nueva forma de voluntad de verdad, que tiene su
«pequeña historia propia» en nuestra sociedad, con las singularidades que se
deben suponer, pero que no menos se encuentra incrustada en el marco de un
fenómeno cultural mayor que nos conecta con sistemas de valores, con actitudes
y maneras de pensar que laxamente reconocemos con la palabra «Ilustración»,
y con nuevas maneras de comunicar, que se encuentran estrechamente
relacionadas con el ideal de difusión del conocimiento, un ideal que fue una
constante de ese intento de reforma del pensamiento y la cultura que
emprendieron los pensadores que designamos como ilustrados, un hecho
histórico bien establecido por los historiadores europeos en el contexto de sus
sociedades74, pero que ha llevado mucho tiempo en reconocer como una
realidad cultural innegable en América hispana, una sociedad sobre la que los
prejuicios respecto de un supuesto mundo colonial cerrado y apartado,
conducían a pensar ese ideal como simple prolongación tardía de una España
ilustrada, a la que además se juzgaba, a su vez como simple prolongación
francesa, como eco débil y tardío de lo que más allá de los Pirineos se considera
como potente movimiento cultural75.
73
Sobre esas tensiones estructurales y lo que significan en términos de las posibilidades
sociales de la primera forma conocida en Occidente de una intelectualidad moderna cf. Norbert
Elias, La sociedad cortesana [1969], México, FCE, 1982. En clave de historia cultural y eludiendo
algunas rigideces estructurales que aun se sienten en N. Elias, cf. la elaborada síntesis de R.
Chartier, «Trajectoires et tensions culturelles de l’Ancien Régime», en A. Burguière et J. Revel,
Histoire de France,T. IV, «Les formes de la cultura», Paris, Seuil, 1993, pp. 307-392. Por mi parte,
traté de explorar ese mundo de contradicciones que significa el intento de ser un intelectual
moderno en el marco de las sociedades de Antiguo Régimen –en los Reinos de Ultramar–, en R.
Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit, aunque sin mucha consciencia sobre
el marco estructural de las dificultades que enfrentaba esa generación que por el camino se
encontrará, en 1808, con la crisis de una monarquía a la que habían apoyado y rechazado, y
que ahora, transformados en políticos modernos, los conducirá al escenario del advenimiento de
un mundo político original, mundo del que de manera práctica todo lo desconocían en el que
deberán improvisar y hacer, en parte, la prueba del paso de la lectura y la discusión a la tarea de
organización de una nueva forma de autoridad política.
74
Cf. para el caso europeo la gran síntesis –en el plano de la historia convencional de las
ideas filosóficas y con toda exclusión de América hispana– de Jonathan Israel, La Ilustración
radical. La filosofía y la construcción de la modernidad, 1650-1750 [2001], México, FCE, 2012.
75
Para América latina, ante todo por su valor documental y por su carácter pionero, cf.
Pensamiento de la Ilustración. Economía y sociedad iberoamericanas, Caracas, Biblioteca Ayacucho,
1979, que de todas maneras representa ya, por su concepción, un estado superado de las formas
como hoy se aborda el «pensamiento de la Ilustración».

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

A finales de febrero de 1794, en el inicio de su presentación de la Idea general del


estado presente de las cosas de Francia, MSR señala uno de los procedimientos iniciales
con los que aspiraba a mantener el sentido de la narración para lectores a los que
preparaba para una lectura discontinua, no solo porque el carácter semanal de su
periódico lo impone, sino porque ese tipo de lectura no era una práctica habitual,
pues ni las vidas ejemplares ni las relaciones de sucesos y mucho menos los breviarios de
oración, los novenarios, los catecismos, o las crónicas históricas, para hablar de las
lecturas dominantes de la época, tenían la forma de lecturas por «entregas semanales».
El editor del PP expresará su queja por el descontento que comprobaba
entre los «genios ilustrados», por «la separación con que estaban escritos» sus
artículos, una separación que en opinión de sus críticos, parecía impedir su pronta
y correcta asimilación «que es lo que desea todo hombre instruido», como lo
repite en un momento en que indica que su presentación de la Revolución
francesa tratará de ser realizada «sobre un plan metódico y agradable», cuidándose
el editor de que la discontinuidad de la lectura por el carácter semanal de la
publicación causara molestias o estragos entre los lectores76.
Dirá pues MSR que «Enlazaremos [en el discurso] todos aquellos hechos y
noticias más sobresalientes de la época actual…», con lo que define de una
vez el carácter de acontecimiento central de la Revolución francesa y da cuenta
de su percepción de que se trata de un acontecimiento de importancia universal
(una idea sobre la que volverá muchas veces), agregando enseguida cuáles
serán las fuentes a partir de las cuales presentará esa información: se trata de
recopilar «noticias» a partir «de varios escritos» (es decir recurriendo a varias
fuentes impresas, claro, dentro de las posibilidades que la época le ofrecía),
informaciones que espera complementar con el recurso, según escribe, a
«papeles particulares de conocido mérito», lo que en el lenguaje de la época
quiere decir toda clase de manifestaciones de la cultura escrita, incluyendo
sobre todo la correspondencia privada –desde luego manuscrita–, la trasmisión
ocasional de noticias entre comerciantes y entre autoridades, o lo que en la
época se llamaba una «boleta» –es decir un recado breve por escrito, que
contenía noticias variadas y cortas, además de información personal–, aunque
debe quedar claro que en la frase «papeles particulares de conocido mérito», la
idea de conocido mérito debe resaltarse también y complementarse con
«[papeles] dignos de fe y de comunicarse al público por las calidades que…
recomiendan [tales noticias]»77.
76
Cf. PP. No 130, 21-02-1794.
77
PP. No 130, 21-02-1794.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 57


RENÁN SILVA

Es decir que MSR trata de someter la novedad de la noticia publicada a


criterios de verosimilitud y presta atención al medio, la forma y las calidades de
quien testifica, pues, como lo repetirá muchas veces, la información puesta a
circular debe participar de los criterios de verdad que «la hacen merecedora
de la curiosidad pública», y no puede ser simplemente lo que en su época se
llamaba «noticia gacetil». No olvidemos que en el horizonte de la época, y con
cierta independencia de los propósitos de su director, existía el reto de separarse
de la vieja tradición de las «Relaciones de sucesos» conocidas desde el propio
siglo XVI, pero también de las más recientes gacetas del siglo XVII, que un poco
a la manera de los newsbooks ingleses, reproducían todo tipo de noticias
llamativas para el lector y localizadas ya en el horizonte de la actualidad, pero
por fuera de cualquier posibilidad de verificación de los sucesos narrados y de
clarificación crítica de su contenido78.
En síntesis, en función de un suceso que se encuentra en marcha –en
proceso, y cuyo desenlace por lo tanto no conocemos– y con el que el lector
se enfrenta a través de una forma discontinua (ni siquiera con regularidad
semanal, pues la recepción de las noticias depende de contingencias externas
al PP, aunque desde luego también de su extensión limitada), MSR propone el
procedimiento de «enlazar», es decir de construir vínculos entre la noticia en
función de la cronología y acudiendo a varias fuentes de crédito, es decir
noticias confiables presentadas de manera ordenada. Dicho en las propias
palabras de MSR, la división de la materia que va a presentar «será aquella
misma que le den los acontecimientos», los que aspira a ligar siempre al «al
tiempo y orden en que lleguen a nuestra noticia», una observación que
aprovecha para mencionar de paso que el discurso no tiene un fin previsto:
«será ilimitado nuestro discurso» –pues el suceso se encuentra en marcha– y el
lector debe saber además que ese discurso «constará de varias interrupciones»,
con lo que pone de presente el carácter de lectura discontinua de los sucesos
narrados en el PP, característica que hemos mencionado renglones arriba.
La perspectiva de narración propuesta es ampliamente innovadora y
contradice la muy establecida tradición escolástica que inscribía el
acontecimiento en un orden del discurso previo, que determinaba a priori la
secuencia de los sucesos, con independencia de su acontecer temporal, para
someterlo a la acostumbrada estructura retórica de exposición, que era el

Cf. al respecto Joad Raymond, «El rostro europeo del periodismo inglés», en R. Chartier
78

y C. Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa, op. cit., pp. 177-206, en donde se
muestran muy bien las tensiones entre periodismo nuevo y mundo del panfleto, lo mismo que
entre prensa de nuevos lectores, posiblemente de clases medias y café, y prensa popular que
mantiene las viejas tradiciones de burla irrespetuosa, lenguajes fuertes, chismes y calumnias, y
un constante llamado a la risa.

58 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

elemento determinante, lo que nos pone de presente la forma disolvente y


destructiva que este ingreso en el mundo del periodismo tenía respecto de las
formas habituales de discusión y argumentación en esa sociedad, las formas de
presentación de un suceso, de un hecho, de un evento, y en general la forma
de enterarse y de hablar de una situación determinada, empujando por fuera
del universo mental dominante la costumbre de remitir toda relación de
comunicación a un orden formal, que podía no tener ninguna independencia
con lo que se decía79.
Otra expresión a la que acude MSR para describir ante el lector sus
procedimientos es la de «coordinación de sucesos», con lo que reconoce el
carácter múltiple de los eventos que va a considerar (lo que le exige poner en
relación escenarios diversos, por ejemplo el lugar de sesiones del Parlamento,
un obispado de provincia, una batalla en Toulon, las calles de París) y la
geografía amplia por la que transcurren los sucesos (varias capitales europeas,
las fronteras que hoy llamamos nacionales, los espacios marítimos, la geografía
colonial francesa en las Antillas)80.
Pero MSR advierte enseguida a su lector, siempre en este número 130 del
PP en el que comienza la Idea general del estado presente de las cosas de Francia,
que esa coordinación de sucesos, es decir la manera como aspira a ordenar su
materia narrativa, no la va a hacer «de un modo árido ni servil, que choque
con las leyes de la amenidad histórica», con lo que reconoce una de las
exigencias que ha introducido el periodismo, una manera de comunicar que
debe evitar «la aridez» (la amenidad en la presentación, en este caso referida
a un género, la historia, es una obligación si se quiere mantener a la audiencia
cautiva), aunque igualmente debe retenerse la idea de que la narración no
será de «un modo servil», que es el punto de entronque con lo que se supone
que constituye la actitud de crítica del editor, quien además declara buscar
una escritura nueva, por así decirlo, «directa», económica en sus fórmulas,
alejada de la oratoria y la retórica dominantes en su sociedad, por lo que
declara, en el mismo parágrafo, que «no añadiremos adornos superficiales que
desfiguren el aspecto natural de los hechos y sean contrarios a la exactitud

79
Cf. al respecto, R. Silva, «Los estudios generales en el Nuevo Reino de Granada, 1600-
1770», en Saber, cultura y sociedad [1984], Medellín, La Carreta editores, 2012, pp. 61- 89, en
donde se examinan las formas tradicionales de argumentación que en el campo académico se
consideraban como legítimas, y que extendían su influencia mucho más allá de los muros de las
«escuelas», imponiéndose como las formas autorizadas de hablar, y por lo tanto organizando y
dando fundamento a un tipo de clasificación social, que era desde luego un principio de
separación y de frontera cultural.
80
PP. No. 130, 21-02-1794.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 59


RENÁN SILVA

que requiere una descripción semejante», un propósito que constituye una


manifestación muy precisa de la forma como abordaba MSR, a finales del siglo
XVIII, el problema de la «imparcialidad» y del acercamiento narrativo directo
y simple a los «hechos», dando muestras de ese inicial positivismo que fue una
de las formas primeras de crítica de un universo barroco y rebuscado que
encontraba dificultades para describir objetos por fuera de su inclusión en
modelos literarios que operaban precisamente como una barrera para
describirlos de «forma directa», una forma de descripción que, por el contrario,
si había encontrado un lugar en el campo de la historia natural neogranadina,
cuando intentaba hablar de las plantas que en germen constituían la riqueza
que llevaría a los neogranadinos a una vida civilizada de progreso, según un
sueño largamente acariciado y pronto cortado por los sucesos revolucionarios
de principios del siglo XIX.
Al lado de esa consideración de estilo y de forma que acabamos de mencionar,
MSR hace algunas observaciones más sobre sus procedimientos de trabajo,
observaciones que permiten avanzar tras de muchas pistas descuidadas en el
estudio de las formas de circulación y elaboración de la información que circula
en esa sociedad. Dirá por ejemplo que su narración de los sucesos de la
Revolución francesa no repetirá los eventos que son ya materia conocida, a
través de otros medios de información, por los lectores en el virreinato: «No
repetiremos, escribe, lo que sobre este asunto han repetido ya todos los papeles
públicos que circulan en el día», con lo que nos ofrece la indicación precisa de
que la prensa periódica había ido logrando un lugar en esa sociedad, y que los
lectores santafereños y de otras partes del virreinato –desde luego una minoría–
se encontraban al tanto de los avatares de la revolución en Francia –con los
atrasos de información y otras limitaciones que se pueden imaginar–, o por lo
menos sabían que un gran suceso había conmocionado al mundo de las
monarquías –mundo al que pertenecían tales lectores–; es ése conocimiento
que sus lectores tienen del evento francés el que le permite decir a MSR que
en su narración se limitará «a las noticias posteriores», es decir a las que ocurran
en adelante y que no recapitulará in extenso los sucesos anteriores (tarea que
empieza a realizar reproduciendo las informaciones más recientes «tomadas
de la Gaceta de nuestra Corte», que fue efectivamente uno de los medios de
información de los neogranadinos del fin del siglo XVIII).
Enlazar, coordinar, situarse en el límite de la actualidad noticiosa que le
permitían sus circunstancias, combinar, pero también condensar, es decir ofrecer
versiones sintéticas de periódicos europeos, sobre todo del Correo de Londres,
fueron algunos de los procedimientos recurrentes en la formación de noticias
para comunicar al público por parte de MSR. La palabra clave es aquí la de

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

combinación, pues las fuentes no solo pueden ser diversas, sino que el editor
del PP, sin aclarar siempre de forma exhaustiva los lugares precisos de donde
toma la información, realizará para sus lectores en un solo texto versiones
integradas de grupos de noticias, según se desprende de sus menciones
constantes acerca de las diversas fuentes con las que construye sus
informaciones, procedimiento que menciona como versión81.
Así lo hace por ejemplo cuando en la presentación de un artículo sobre la
neutralidad de algunas potencias europeas en la guerra contra Francia, indica
que las informaciones que se presentan –de manera básica la reseña de una
obra sobre ese tema– son una versión «de algunos artículos curiosos sacados
del Correo de Londres», indicando enseguida la fecha y número del ejemplar
del que copia y sintetiza, para construir la versión que se ofrece a los lectores y
en la que se supone combina diferentes fuentes y perspectivas82.
No hay que dejarse arrastrar por la idea de que MSR en el PP disponía de
un número amplio y bien determinado de informaciones, y que simplemente
se trataba, sobre la base de unos procedimientos definidos de manera previa,
de darle una forma conveniente a la materia, para que las autoridades o los
lectores no encontraran reparo en lo que se les ofrecía. En realidad una visión
de esa naturaleza traicionaría la singularidad misma del PP, que no solo padecía
de una improvisación permanente (el semanario da prueba de ello de manera
repetida), sino que dependía de informaciones de correo menos previsibles de
lo que se podría pensar83.
La creatividad y la capacidad de improvisación del editor del PP le
permitían salir avante semana tras semana en la publicación de su semanario,
y su percepción precisa de que su mundo era ya un mundo dinámico en el que
las noticias (es decir los acontecimientos narrados) iban y venían, le exigía a
MSR integrar, en función y en relación con sus argumentos y con su particular
manera de imaginar el curso y destino del mundo, integrar en su relato cualquier
información vieja o nueva de que dispusiera, manteniendo –para sorpresa del
lector de hoy– una cierta coherencia de fondo, sobre la base de un mosaico de
informaciones tomadas de fuentes muy diversas. Así por ejemplo,
encontrándose en curso la presentación en el PP el suceso de la prisión de la
reina –reportado desde París para el Correo de Londres, que luego trasladaba la

81
Cf. Antoine Compagnon, La seconde main, op. cit., «Secuencia V», pp. 233-356, ahí y a lo
largo de toda la obra, con observaciones precisas sobre el procedimiento de versión, de tanta
tradición en la literatura, de manera particular en la poesía.
82
PP. No 141, 9-05-1795. Puede verse igualmente en PP. No 142, 16-05-1794, el texto
titulado «Reflexiones sobre la infeliz suerte de la reina de Francia traducidas del mismo escrito»,
de nuevo una gaceta inglesa.
83
Cf. aquí mismo capítulo V.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 61


RENÁN SILVA

noticia a Madrid –, el editor refuerza la veracidad de la noticia en el número


siguiente, con otra información tomada de una gaceta de Ginebra, y entonces
dirá: «Pero habiendo llegado el correo de España [Gaceta de Madrid], hemos
visto con asombro…» y confirma la detención de la soberana, lo que hace
que los principios de verosimilitud y fidelidad de la información que quiere
presentes siempre en las noticias que incluye en su semanario, encuentren
ante el lector un apoyo robusto, que se deriva de las múltiples fuentes a través
de las cuales presenta la narración de los hechos de la Europa revolucionaria84.
Igual constatación de la manera de aprovechar los materiales que recopila en
función de la noticia en curso, se encuentra al final de su largo texto sobre el gobierno
de Luis XVI, en donde indica que «En el mismo instante de estampar las cláusulas
anteriores» –es decir de ofrecer su dictamen sobre la suerte futura de Francia, tras la
injusticia cometida en contra de la persona del rey–, «llegó casualmente a nuestras
manos el tomo 2 de El Espíritu de los mejores diarios, correspondiente al año de
1789» –es decir una recopilación de noticias de cinco años atrás, que aprovecha
como material de referencia a partir del cual refuerza sus análisis «sobre los asuntos
presentes de Francia» y las consecuencias políticas que a partir de allí infiere85.
El problema que consideramos puede entonces sintetizarse de la siguiente manera:
a través de procedimientos variados, pero determinables, que en su conjunto
constituyen un dispositivo global, MSR ha construido una manera particular de
presentar las informaciones que recibe, selecciona, elabora, y presenta a sus lectores.
Pero el conjunto del dispositivo no debe pensarse en la sencillez engañosa de la
«ideología», los «intereses» y las «intenciones ocultas», sino que debe remitirse a una
forma fluida, variable, construida sobre la base de las circunstancias y de la
incertidumbre de un acontecimiento en proceso. Desde luego que los elementos
que orientan la construcción apuntan a imponer un significado y a dar una orientación,
como MSR lo reconoce con trasparencia. Así por ejemplo, terminando el Retrato
Histórico de Luis XVI, y luego de haber presentado amplias informaciones históricas
sobre el reinado de Luis y de sus dos antecesores, retoma un texto de donde ha
extraído informaciones para su Retrato de Luis XVI, y relanza su propia opinión
sobre el rey guillotinado, al que no duda en conectar con el Rey Santo –el viejo
Luis–, una de las adoraciones de los franceses, apurando el paso en su tarea de
orientar, a través del mecanismo combinado de la cita y el comentario86.
En la línea de sus colegas ilustrados de Europa y de América, MSR repetirá
no una sino varias veces que su tarea es la de esclarecer, y que aspira a brindar
elementos de análisis para que los lectores puedan, por su cuenta, formar su
84
PP. No 131, 28-02–1794.
85
PP. No 160, 3-10-1794.
86
PP. No 160, 3-10-1794.

62 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

propio criterio. En el caso de los textos de contenido directamente histórico,


MSR indicará que la forma básica de esclarecer un problema, si de historia se
trata, es la vía del contexto, de las circunstancias. Así por ejemplo MSR escribirá,
examinado los acuerdos que el rey Luis XV, había hecho en algún momento
con el Parlamento, que «Ya con las circunstancias que hemos advertido se facilitará
mejor la inteligencia de los artículos del mencionado acuerdo»87.
Indiquemos también, en este apartado en que hemos tratado de individualizar
las formas de intervención con que MSR transformaba las informaciones que
presentaba a sus lectores, que el proceso tenía a veces mucho de arbitrario, en
función de las circunstancias, y que por eso en muchas oportunidades el editor de
PP fue víctima de su propio invento, por ejemplo cuando las dificultades tenían
que ver con problemas de espacio en el periódico. Así por ejemplo, el PP en sus
meses finales de vida, se lanzó a la publicación de un extenso poema en homenaje
a la reina de Francia, sometida a la deshonra y a la muerte por los revolucionarios
franceses88. Pero el poema se le volvió un problema mayor, por su extensión, y tal
vez por cierto desencanto de los lectores, así que muchas semanas después de
iniciada la publicación, el propio editor debió tomar consciencia de la encerrona
en que se encontraba, y como quería a toda costa terminar la publicación del
larguísimo poema, declaró que «habiendo visto después de que se ha ido
imprimiendo el poema, lo difuso [largo] que podría salir», optaba por «irle quitando
algunos artículos a cada canto» –el poema estaba organizado por cantos–, un
hecho que no dejaba de lamentar, pero que no podía evitar, y que por lo demás
destrozaba la estructura rimada de la obra, de la que dependía, en términos de la
época, su carácter poético89.

VI

La guerra, la paz y sus negociaciones, los tratados y de nuevo la guerra, fueron


una constante de la historia de las tres grandes monarquías europeas en el
siglo XVIII, y como es de suponer, algunas de sus consecuencias más gravosas se
hicieron sentir en sus posesiones ultramarinas, particularmente en la islas y
costas que dominaban los grandes imperios europeos90.
87
PP. No 150, 11-07-1794.
88
Cf. PP. No 216, 30-10-1796. «El imperio de la virtud. Poema en prosa a la muerte de la
reina de Francia».
89
PP. No 234, 4-03-1796. MSR dirá que esa circunstancia, el corte del poema, le ha sido
muy sensible, «tanto por haber perdido aquel trabajo [el del poema], como por ser este el único
poema prosaico que nos parece ha salido de la nación española [sobre el tema]».
90
Para una perspectiva general Cf. por ejemplo, entre varios trabajos –siempre magistrales–
de John Elliott, España, Europa y el mundo de ultramar, 1500-1800 [2009], Madrid, Taurus, 2010.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 63


RENÁN SILVA

En el caso del Nuevo Reino de Granada, que como toda América hispana
sufrió en el siglo XVI y en el siglo XVII una guerra devastadora contra sus
poblaciones aborígenes, el siglo XVIII –la época del virreinato de manera básica–
aparece entre tanto como un (relativo) remanso de paz, como una sociedad
que había logrado contener la violencia a partir de sus propias fuerzas de control
interiores: la ley, la Iglesia católica, un poco de civilidad y algo de organización
urbana, y en los campos un sistema no muy formalizado de autoridades y
elementos de la vieja organización comunitaria, lo que parece desdecir, no
dejemos de señalarlo, la idea de que la sociedad colombiana es una sociedad
por naturaleza violenta, desde el principio hasta el presente91.
En el Nuevo Reino de Granada, el control del territorio siempre fue un
problema para las autoridades españolas, y en sus fronteras interiores, en las
zonas aun no colonizadas o en manos de sociedades indígenas que habían
resistido a la conquista, se mantenía una paz frágil, una tregua implícita, muchas
veces rota, y un modus vivendi negociado al margen de la ley, condiciones que
aseguraban «coexistencias pacíficas» y sistemas inestables de alianzas con la
sociedades indígenas aun al margen del proceso de evangelización y de
«policía», como se decía en el lenguaje de la época92, mientras que en la Costa
Norte la monarquía se esforzaba por mantener a raya a los piratas y corsarios que
con frecuencia atacaban las costas, y trataba de contener y expulsar a invasores
extranjeros, muchos de los cuales por periodos largos de tiempo habían logrado
afincarse en la esquina norte del territorio, la que une al mar Atlántico con el
mar Pacífico y en las zonas inmediatamente interiores a éste último, un territorio
en el que europeos de distintas procedencias, pero en general aventureros
desarraigados de sus lugares de origen, en momentos diversos de los siglos XVII
y XVIII lograron establecerse, entrar en alianzas diversas con las sociedades
indígenas de la zona y con grupos de esclavos negros de origen africano que

91
Como ejemplo de búsqueda de otras perspectivas de interpretación del orden social en
América hispana, a partir del caso mexicano, poniendo el acento en elementos de cohesión
social interna, cf. B. Rojas (coordinadora), Cuerpo político y pluralidad de derechos. Los privilegios
de las corporaciones novohispanas, México, CIDE/Instituto Mora, 2007 –cf. en particular
«Introducción», pp. 13-28.
92
Para una perspectiva relacional y móvil de las alianzas entre grupos sociales de diversa
posición en la estructura social, abandonando el recurso fácil de una estructura simple del tipo
dominantes/dominados, y que representa un sugerente modelo de análisis de ese tipo de
situaciones, cf. Timothy Brook, Vermeer’s Hat. The Seventeenth Century and the Dawn of the
Global World, New York, McMillan Press, 2008, quien analiza situaciones de alianzas inestables
y parciales en el siglo XVII entre grupos sociales y étnicos en regiones de frontera y de poca o
ninguna «presencia» de las autoridades políticas formales, en los territorios designados hoy
como Canadá y Estados Unidos en el siglo XVII.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

trabajaban en la minería, estabilizar formas mínimas de vida social organizadas,


y acumular algunas riquezas con las que finalmente partían93.
Pero en general, de esas batallas de retaguardia, la sociedad urbana interior
neogranadina y las periferias a las que sometía –su gran entorno rural y de
pequeños vecindarios urbanos– poco conocía, y las situaciones de conflicto
militar, muchas veces producto de los enfrentamientos entre las monarquías,
eran situaciones que le resultaban puramente marginales en el siglo XVIII, de
tal manera que su único contacto real con la guerra –en este caso con las
guerras entre las potencias imperiales– se limitaba a los ecos que le llegaban de
lo que ocurría en Europa, por ejemplo a través de los efectos de desabasteci-
miento y de los problemas que esa situación creaba para los comerciantes al
por mayor, aunque el contrabando fue una práctica regular y una forma
consuetudinaria de abastecimiento, durante los cierres de puerto, lo que aliviaba
mucho la situación, en una sociedad que además dependía en forma dominante
de su producción interna (por lo demás poco elaborada y sofisticada), si se
piensa en el consumo de las mayorías.
En el siglo XVIII los «ecos de la guerra», por fuera de la multiplicación de
ceremonias eclesiásticas de ruego y gracias que suponían, adquirió ante todo
para el mundo letrado (y su periferia) la forma de noticias, de acontecimientos
que se narraban principalmente a través de las gacetas y los papeles periódicos, y a
través de sus modificaciones cuando pasaban al mundo oral o cuando
cambiaban de soporte (de la gaceta a la carta, por ejemplo); ecos escritos que
eran acompañados también por la palabra de los viajeros y de los marineros y
capitanes de barco, que nunca dejaron de informar sobre la vida política y los
sucesos del mundo, allende los mares, incluso en los épocas más extendidas
de «puerto cerrado», alimentando todas las formas de esa gran ventana a la
«historia del presente» que hemos llamado un «sistema de información».
Poco se ha reparado en esa forma de presencia permanente de los ecos de
la guerra, y por lo tanto sobre la forma que adquirían esos ecos cuando se
hacían noticia, a pesar de que se encuentran ejemplos repetidos de tal situación,

93
Los informes de los virreyes, entre otros documentos oficiales, dejan ver con exactitud
esa situación inestable de regiones y fronteras, y llaman la atención de manera particular sobre
la actividad de los piratas en la costa Norte. Cf. por ejemplo Germán Colmenares (editor),
Relaciones e informes de los gobernantes de Nueva Granada, Bogotá, Banco Popular, 1989. Otros
trabajos documentan la actividad de esos colonos extranjeros ilegales en la costa Pacífica y su
región interiorana. Cf. por ejemplo Robert West, La minería de aluvión en Colombia, Bogotá,
Universidad Nacional, 1972 y/o William Sharp, Forsaken but for golden: An economic study of
slavery and mining in the Colombian Chocó, 1618-1810, North Caroline/Chapel Hill, 1970, dos
obras en que se trasluce el proceso que señalamos. Para una visión más reciente del asunto cf.
.Luis Fernando González Escobar, El Darién: ocupación, poblamiento y transformación ambiental.
Una revisión histórica, Medellín, Fondo Editorial ITM, 2011.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 65


RENÁN SILVA

como en el caso de las conocidas contribuciones que la Corona imponía a sus


súbditos de todos los grupos sociales, cuando había que recolectar fondos para
la batalla que debía salvar el gobierno de la monarquía, bien fuera en el
continente europeo, bien fuera más allá de él, cuando las aventuras imperiales
y la defensa de la religión católica conducía a los ejércitos del soberano a
lejanas tierras94.
La guerra también era recordada por las ceremonias civiles, que en cada
oportunidad de conflicto se adelantaban, lejos de los sitios de combate, pero
que cumplían una función simbólica de cohesión social y de «articulación» a
la política de la monarquía, ceremonias civiles que eran prolongadas en el
campo de la conversación, de la preocupación por la suerte del gobierno del
soberano, y aun mucho más por las oraciones a las que los fieles y católicos
súbditos de la monarquía eran arrastrados por las palabras de los predicadores,
una de las más importantes formas de transmisión de noticias y de comentario
histórico bíblico acerca de la monarquía, de la guerra y la paz, y de sus
significados95.
Pero en el último tercio del siglo XVIII en la mayor parte de América hispana
la guerra entre las potencias imperiales adquirió una presencia mucho más
real a través de la comunicación impresa moderna –la que se expresaba en los
papeles periódicos a través de la noticia–. A veces se ha pensado que las llamadas
guerras de opinión de comienzos del siglo XIX, en el momento de los inicios de
la revolución republicana y de las guerras de liberación nacional, fueron la
primera oportunidad en que se combatió por ganar la opinión de la mayoría
para legitimar una política, para encontrar respaldo a un conjunto de acciones
de gobierno y para conseguir recursos para los fines de la guerra. Pero la búsqueda
de la legitimidad para la guerra tiene muchos antecedentes anteriores y fue
siempre una estrategia de las monarquías.
94
Sobre los donativos de apoyo en la guerra contra Francia revolucionaria cf. más adelante,
capítulo III.
95
Hay muchas huellas en el PP acerca de que los ilustrados locales rezaron por la suerte de
la monarquía. Hay noticia de ello por ejemplo en el caso de Popayán, en donde el clérigo
ilustrado Juan Mariano Grijalba oraba e invitaba a orar por la causa del soberano en la guerra
contra Francia; podemos mencionar también el caso del arzobispo de Santafé, el clérigo del
«Reino del Perú», Jaime Martínez Compañón, sin ninguna duda un ilustrado en el campo de la
historia natural, quien publicó varios edictos en que, con grandes beneficios espirituales otorgados
en su calidad de máximo pastor de las almas, invitaba a rezar y a rogar «a Dios por la paz y
concordia entre los príncipes cristianos, conversión de los herejes, cismáticos e infieles, buenos
sucesos en toda [lo de] la Iglesia y de la monarquía», en el marco de la guerra contra Francia
revolucionaria. Cf. PP. No 152, 25-07-1794. Sobre el papel del sermón en esta dirección, es decir
como recreación bíblica del momento presente cf. R. Silva, «El sermón como forma de
comunicación y como estrategia de movilización. Nuevo Reino de Granada, principios del siglo
XVII», en Sociedad y Economía (Cali/Colombia). No 1, septiembre 2001, pp. 103-130. Cf. PP. No
2, 18-02-1791.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

En el caso del PP, poco se ha observado que la guerra, y las valoraciones


sobre ella y sobre la paz, se encuentran presentes desde la aparición misma del
semanario y hasta su último número, bien sea bajo la forma de análisis, bien
sea, de manera constante, bajo la forma de noticia política o militar. Recordemos
por ejemplo que en su primer número, designado como «Preliminar», el número
en que informó sobre su línea editorial y sobre los temas y estilos de redacción
que pensaba hacer suyos, el PP dio cuenta también de las negociaciones entre
españoles e ingleses para evitar las hostilidades que podrían conducir a la
guerra. MSR indicaba que «por cartas de Cádiz, fecha del 16 de diciembre
último», se sabía que quedaban en ese puerto 12 navíos de guerra, al tiempo
que informaba que sus majestades británica y española, «Deseando terminar
por un convenio pronto y sólido, las diferencias suscitadas entre las dos coronas,
y considerando que el mejor medio de conseguir un fin tan saludable, sería
una transacción amistosa», se decidían a firmar a través de sus plenipotenciarios
un convenio de paz, que el PP reproducía en su integridad, y que nosotros
sabemos condicionado por la nueva realidad política europea, luego de iniciada
la Revolución francesa96.
El PP dedicó el texto central de su siguiente número –texto que copaba
todas las cuartillas del semanario y que había sido en su integridad escrito por
MSR, seguramente con base en su habitual sistema de combinación de fuentes y
textos–, a la publicación de un «discurso» sobre el monstruo de la guerra –«monstruo
devorador de la felicidad humana»– y los grandes valores de la paz –«El imperio
de la paz es el de la sabiduría, de la abundancia y de la felicidad. No hay cosa
más digna de la razón, que vivir pacíficamente»–, y designaba sus palabras
como «reflexiones hijas de la verdadera filosofía» –el PP incluía al final un
soneto, que era precedido por la siguiente frase: «En vista del paternal amor
con que nuestros augustos soberanos se interesan en que florezca la nación
bajo la dulce sombra de la paz, cantó una musa el siguiente soneto»97.
Como era de esperarse, por su apego a la actualidad, al análisis de la
Revolución francesa y a la reflexión sobre la suerte de las monarquías europeas,
las noticias sobre las hostilidades franco-españolas y sobre la posición británica
respecto de esas hostilidades, fue una constante en la información del PP.
Podemos contentarnos con un ejemplo que puede ser, por su alcance y por su
presencia reiterada en el PP, el de mayor significado. Como se sabe, la Revolución
francesa se transformó poco a poco en una guerra de escala europea –adelantada
además fuera de las fronteras del viejo continente, en los mares adyacentes a sus

96
PP. No 1, 9-02-1791. El convenio fue firmado el 28 de octubre de 1790, por el Conde de
Floridablanca y Alleine Titz Herbert, como representante británico.
97
PP. No 2, 18-02-1791.

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RENÁN SILVA

posesiones coloniales y de hecho en algunas de esas posesiones–, una batalla en


la que las monarquías europeas hicieron causa común contra Francia.
De esta manera, a mediados de 1793, el PP informaba a sus lectores –bajo
el título de «Al público»– sobre la circunstancia de que a pesar de todos los
esfuerzos de la corona española «para mantener a los pueblos de su vasta
monarquía en una segura y perfecta tranquilidad», la realidad de la guerra se
había impuesto, y el monarca español se ha visto obligado a «declarar la guerra
a la nación francesa, por varios motivos muy dignos de la religión y el honor
de la corona»98; y en el número siguiente el PP comenzó la publicación de
todos los donantes que se sumaban al pedido de las autoridades –pedido venido
desde España– de recolectar fondos para el sostenimiento de la guerra.
Meses después el PP volvía sobre los problemas de la guerra y la paz, de
nuevo con noticias sobre los convenios de alianza firmados por las majestades
hispana y británica, casi como si repitiera la noticia de que había dado cuenta
en su número 1, que ya hemos citado. Bajo el título, en letra resaltada, de:
«Convenio entre el Rey Nuestro Señor y el Rey de la Gran Bretaña», e
indicando que el documento había sido firmado el 25 de mayo de 1793, el PP
informaba a sus lectores que el convenio era formado «con motivo de las
revoluciones de Francia y de la guerra que ha declarado a ambos soberanos el
actual gobierno francés99.
El caso es que durante muchas semanas, en los años 1794 y 1795, en el PP
se hicieron habituales no sólo los análisis de la Revolución francesa sino las
partes de guerra, las noticias sobre las victorias militares de las monarquías
contra la Francia revolucionaria100, e incluso se publicaron reseñas («extractos»)
de obras de análisis histórico y político que abordaban el problema de las
alianzas europeas contra Francia y discutían en tono crítico la aparición de
opciones de neutralidad frente a la política francesa.
Pero las noticias y partes de guerra que se incluían en el PP dieron lugar a
la consideración de un problema, que en parte ya hemos adelantado, y es el
que tiene que ver con la fidelidad de las informaciones que se ofrecían a los

98
PP. No 96, 28-06-1793.
99
PP. No 134, 21-03-1794, en el PP. No 135, 28-03-1795.
100
Algunas de las noticias eran, por lo demás, descarnadas, y narraban sin contemplación
con el lector, hechos de guerra que sabemos habituales aun hoy, pero que no dejan de
sobrecogernos, aunque no sabemos cuáles podrían haber sido las reacciones de los lectores de
esa época. Así por ejemplo, en el PP. No 136, 4-04-1794, se informa que «… nuestra escuadra y
la inglesa tomaron en su retirada el puerto de y Castillo de Colibres, habiendo hallado en este
una cuantiosa provisión de guerra… los habitantes de dicho puerto fueron pasados a cuchillo,
porque no se quisieron rendir dentro del término que se les dio por nuestros generales». Pero hay
que ser equilibrados: también había informes que iban en otra dirección y exaltaban la
caballerosidad de los soldados españoles y eventualmente franceses.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

lectores. La idea central del gobierno en Madrid y la idea que acogía el PP, en
este punto vocero de su mecenas –el virrey Ezpeleta–, era la de transmitir a
todos los súbditos los partes de guerra de las tropas de la alianza de las
monarquías y las derrotas de los revolucionarios franceses. Pero como las noticias
transcurrían en medio de la incertidumbre, como eran en muchas
oportunidades contradictorias y como en su viaje la noticia iba modificándose
como efecto de su propio proceso de circulación, los significados no eran
unívocos y los mensajes recibidos muchas veces no resultaban ser los esperados.
Así ocurrió por ejemplo con una serie de informaciones trasmitidas desde
España sobre batallas en Vizcaya, cuyos pobladores, según la versión de los
revolucionarios, se habían levantado contra las tropas afectas a la monarquía,
mientras que los adeptos de la corona (española en este caso) declaraban que
ésa era una versión inventada con el fin de arrastrarlos a la traición y a la
entrega.
El PP había precisamente en esos días reproducido un extenso parte de
victoria del primer ministro español, quien había advertido sobre el uso que
los revolucionarios hacían de la información. Bajo el título de «Al público»,
en caracteres bien legibles, el semanario santafereño recordaba la obligación
de mantener a los súbditos informados sobre la situación en el campo de batalla
–«Debe por muchas razones comunicarse a todos los hispanoamericanos el
precioso discurso que se inserta aquí…»–, y transcribía las palabras del primer
ministro español quien alertaba contra las versiones falsas (es decir contrarias
a las que difundía el bando opuesto) que podían circular, indicando que las
gentes deberían estar preparadas para no dejarse engañar: «Sé muy bien que
unas plumas infectas y venales… que unas lenguas mordaces y atrevidas, os
presentarán como irresistible el ímpetu enemigo…», pero subrayaba que se
trataba de «perversas ideas», de falso «lenguaje seductor», que se estrellaría
más temprano que tarde con el patriotismo de los vasallos, que era la verdadera
razón de la fortaleza de la corona101.
Casi que en consonancia con las advertencias del primer ministro español,
a quien copia y parafrasea el PP, la semana siguiente MSR volvía a referirse al
tema de una manera muy concreta, pues habían corrido por la ciudad, y más
allá de ella, noticias acerca de la situación de las tropas españolas en la ciudad
de Vizcaya, y se hablaba de un levantamiento de la población a favor de las
tropas francesas revolucionarias. MSR dirá entonces que se trata de una noticia
«mal recibida», negará la posible situación, y dirá que la fidelidad al soberano
de esos habitantes era cosa que se podía comprobar, y que para tal efecto eran

101
PP. No. 172, 26-12-1794.

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RENÁN SILVA

suficientes «las noticias que incluimos en el extracto siguiente, las cuales hemos
tomado de la misma gaceta de Madrid», con lo que al parecer cortaba los
rumores que se extendían sobre la situación militar desfavorable a España en
ese momento102.
Para entender bien la situación de incertidumbre en que parecían encontrarse
no solo los lectores directos del PP, sino el propio editor, y en general los
habitantes de la ciudad, hay que tener en cuenta no solamente la tardanza en
la llegada de noticias –la guerra multiplica las comunicaciones, pero multiplica
también las versiones–, sino el hecho de que sus fuentes eran muy variadas y
de fidelidad diversa, en función de su origen y del camino recorrido, para
llegar hasta el editor del PP: gacetas y periódicos provenientes de distintos
lugares de Europa que proponían diferentes versiones, reelaboraciones orales
de noticias originalmente impresas, que se apoyaban en palabras de
observadores que ofrecían testimonios difíciles de comprobar, rumores
esparcidos por gentes que en muchas oportunidades no sabían leer o no leían
directamente, sino que contaban lo que habían escuchado, muchas veces en
una versión que había recorrido muchos kilómetros y había tenido tiempo
para enriquecerse a partir de muchas aportaciones, todo ello en una atmósfera
de expectativa, marcada por la idea de que los franceses habían echado a
rodar por el mundo un centenar de espías y agitadores, con el fin de sembrar el
virus revolucionario en toda Europa y en el Nuevo Mundo, una especie que
recogió en varias oportunidades el PP, y que explica por ejemplo la desconfianza
y la persecución, unos años antes, hacia 1974, pero ya en el marco de ese
clima de opinión alterado y de grandes desconfianzas que sigue a 1789, de
quien debería ser en ese momento el único francés residiendo en Santafé, don
Luis de Rieux, ilustrado, amigo de Nariño, botánico aficionado discípulo de
Mutis, quien fue mencionado por algunos de los testigos en el proceso por la
impresión de los Derechos del Hombre103.
MSR quiso aclarar con mucha más precisión las noticias que se discutían
acerca de la victoria o derrota militar española, e indicó lo que le parecían ser
los orígenes de esas distorsiones en la información. De una parte se trataba de
que la noticia verdadera había venido en la Gaceta de Madrid, y como era
«muy corto el número de suscriptores» locales, no había sido difícil que la
trasmisión posterior a la lectura, es decir la transmisión oral, hubiera producido

PP. No 173, 2-01-1795.


102

Sobre estos sucesos, que son un laboratorio magnífico para acercarse al clima de opinión,
103

de miedo y de incertidumbre de la última década del siglo XVIII cf. Proceso contra Don Antonio
Nariño por la publicación de los derechos del Hombre –Edición de Guillermo Hernández de
Alba–, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, 2 vols.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

una versión contraria, lo que ponía de presente «la facilidad con que se vician
y transforman en un instante las noticias más claras y sencillas»104.
Pero estaba también, en el otro extremo de la comunicación, la actitud
del «vulgo», como escribía MSR, que propagaba las noticias sin ninguna crítica,
un vulgo que iba haciendo a su antojo todas las adiciones que le parecía, de
tal manera que «bajo este aspecto monstruoso salen también a circular [las
noticias], por todas las poblaciones adyacentes, según lo acabamos de
experimentar con la noticia de Vizcaya»105.
La situación de conflicto militar y de búsqueda de la paz, seguía (y seguirá)
constituyendo una dificultad en los años siguientes, y no es extraño que el PP, que
había comenzado su carrera de algo más de seis años con noticias sobre el cese de
hostilidades entre Gran Bretaña y España, y con informaciones sobre la firma de un
convenio de paz entre las dos naciones, en medio de la nueva coyuntura producida
por la Francia revolucionaria, terminara en su último número y en su última noticia,
informando sobre el edicto pastoral del arzobispo de Santafé con relación a la nueva
situación bélica europea –lo que recordaba de paso la fragilidad de las alianzas–:

Por cuanto desde que tuvimos noticia de la declaración de la guerra novísimamente


hecha por nuestro augusto soberano, el señor don Carlos IV, que Dios guarde, contra
el rey y reinos de Inglaterra, acordamos con los señores de nuestro… cabildo
[eclesiástico] que en nuestra santa iglesia metropolitana se diesen en todas las misas,
que durante dicha guerra se celebrasen… las tres oraciones pro tempore belli…106.

Como lo había hecho en muchas otras oportunidades, la Iglesia se ajustaba


a los requerimientos conocidos para los tiempos de guerra. Por su parte los
habitantes del virreinato también deberían sacar algunas consecuencias para
su vida de los ecos de guerra –fuertes o débiles– que les llegaban y deberían
prepararse para tener multiplicadas noticias de los tiempos de guerra y de

104
PP No 173, 2-01-1795.
105
Ibídem. No tendremos que insistir ahora, desde luego, sobre la posición ambigua de los
ilustrados de Hispanoamérica y de Europa respecto de los llamados grupos populares. Recordemos
solamente que esa ambigüedad descansa sobre un problema efectivo de distancia cultural,
entre los grupos sociales, distancia que el acceso al «pensamiento ilustrado» acrecentó.
Recordemos también que los ilustrados han inaugurado, en el campo de la historia de los
intelectuales modernos, una historia discontinua que avanza desde el siglo XVIII, esa enorme y
al parecer insuperable dificultad que encuentra el diálogo entre grupos subalternos y gentes de
cultura, que se expresa en una repetida «actitud de péndulo», que conduce a los intelectuales
al populismo y al miserabilismo, y les impide encontrar una forma realmente igualitaria y no
imaginaria de relación con los grupos populares. Cf. al respecto, Jean-Claude Passeron et Claude
Grignon, Misérabilisme et populisme en sociologie et littérature, Paris, Seuil/EHESS, 1989. Hay
traducción en castellano.
106
PP. No 265, 6-01-1797.

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RENÁN SILVA

incertidumbre que de nuevo se abrían, poco tiempo después de que se les


había comunicado la noticia de «la feliz paz con los franceses»:

Noticia: Deseando el paternal corazón de nuestro benignísimo soberano ver libres


de las calamidades de la guerra a sus amados vasallos, ha establecido con la nación
francesa una paz sólida y conveniente al comercio y demás intereses de sus Estados,
así de Europa como de América. Dicha paz se ha publicado en la corte de Madrid
el día 5 de septiembre próximo pasado, y en esta capital del Nuevo Reino de
Granada el 27 de noviembre de 1795107.

De todas maneras, para consuelo inútil de MSR, que había iniciado la


publicación del PP con un extenso discurso sobre los beneficios universales de la
paz, a la que llamaba el más feliz destino de las sociedades, indiquemos que en un
corto texto de 1795 que publicó sobre el punto que más parece haber inquietado
su pensamiento en esos años, es decir la Revolución francesa –acontecimiento
capital de la modernidad, como hemos dicho ya varias veces–, había escrito que:

Según las últimas noticias podemos decir que en todo el mundo se ha derramado
el cáliz de Belona; que la paz ha desaparecido enteramente de la tierra; que el
género humano está absorto a la vista de la multitud de calamidades que lo cercan;
que espera con las mayores ansias ver cuál será el éxito de una campaña en que
van a batirse los últimos esfuerzos, y cuyo objeto es sin duda el más interesante que
pueden referirnos las historias. En medio de esta revolución universal es preciso que se
opine problemáticamente, porque siendo tan complicados los sucesos del día no es fácil
adivinar la suerte respectiva de las potencias […]108.

El texto citado refleja un cierto pesimismo sobre la historia humana, o por


lo menos sobre la historia humana tal como transcurría ante sus ojos en ese
momento, por parte de parte de MSR. Sin embargo, como buen ilustrado que
era, MSR de todas maneras reconocía que esa adversidad no era menos una
oportunidad de reflexión, ya que en medio de lo que llama «esa revolución
universal», el editor del PP piensa que es necesario que las gentes opinen, es
decir que se piense y que se reflexione sobre la historia y sobre los sucesos
contemporáneos, ya que precisamente «siendo tan complicados los sucesos».

107
PP. No 221, 4-12-1795. En el PP. No 224, 25-12-1795, una semana después, podía leerse:
«En la imprenta del periódico se venden también los ejemplares del tratado de Paz entre España
y Francia, impreso en dos columnas de español y francés, como el original que vino de Madrid.
Su precio cuatro reales».
108
PP. 3-07-1795. El «texto-noticia» se titula: «Capítulo de la revolución». El subrayado es
nuestro.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

II

REFLEXIONES DE UN HISTORIADOR

Cuán grande lástima es que todos los hombres (aun los de mayores luces)
entren en el vastísimo campo de la historia,
sólo para recrearse con la vacua amenidad de sus flores,
y no para aprovecharse de sus frutos,
con el discernimiento y crítica que corresponde.
PP. No 164, 31-10-17941.

Introducción

Los pensadores y escritores hispanoamericanos del siglo XIX tuvieron intereses


profundos en el conocimiento histórico –y no solo de sus naciones–, como
muchas veces ha sido mostrado, aunque por ahora ninguna obra de conjunto
reúna esas múltiples referencias que, en gran medida, siguen estando dispersas
y aisladas en el análisis de las historias patrias2.
Esas obras son, en el plano historiográfico, verdaderos esfuerzos de
conocimiento, y es inútil reducirlas de manera unilateral a uno de sus aspectos:
la tarea de legitimación del nuevo orden social republicano, un aspecto
efectivamente presente en esas obras, que no debería sorprender a quienes
conocen la historia y la sociología de la historiografía, y que no debería utilizarse
para ignorarlas, como se ha hecho durante mucho tiempo en el siglo XX,

1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797. –Edición facsimilar–, Bogotá,
Banco de la República, 1978, 7 volúmenes. El contexto del epígrafe tiene que ver con la
Revolución francesa. Es un texto de Manuel del Socorro Rodríguez [MSR en adelante] en el
que discute sobre los usos que se hacen de los autores de la Antigüedad en la instrucción de la
juventud, punto en el que, según él, se revela una concepción superficial y vacía de las enseñanzas
que proporciona la historia, un tipo de conocimiento al que por esa vía se convierte, piensa el
editor del Papel Periódico [PP en adelante], en un adorno superficial, en una cultura frívola sin
ninguna utilidad. Cf. PP. No 164, 31-10-1794, «Apéndice del redactor».
2
Cf. Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura. Ensayos sobre la historiografía
hispanoamericana del siglo XIX, Bogotá, Tercer Mundo, 1984, en donde el historiador colombiano
realizó un esfuerzo no completamente logrado por «emparentar» las historias patrias del siglo
XIX y donde propuso un marco interpretativo que se encuentra sintetizado en la idea de
«convenciones», una idea que se resuelve en tono crítico en la expresión «convenciones contra
la cultura», la idea central del libro, sobre la que poco se ha discutido.

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RENÁN SILVA

limitándose los críticos a un balance somero, con la excusa de que son


legitimaciones del nuevo orden postrevolucionario, como si la perspectiva
política anulara por completo los logros de conocimiento, como si todo esfuerzo
historiográfico anterior a la idea de «historia científica» o, más tarde, de «historia
postmoderna», fuera neutralizado por las evoluciones posteriores.
Dejemos de una vez bien establecido, porque forma parte de nuestro
enfoque, que la oposición sin matices (positivista o marxista) entre ciencia e
ideología, sigue haciendo en el análisis historiográfico sus estragos, aun entre los
que no fueron educados en tal oposición. De manera no pensada, refleja, se asume
que el proyecto de «historia científica» del siglo XX anula en su forma y en su
contenido los resultados de la historiografía del siglo XIX, de tal manera que se
invalida todo lo que en las obras del siglo XIX puede haber de avance y de
progreso (dos palabras vetadas en el lenguaje actual de los historiógrafos), en
relación con la construcción de un relato verosímil del transcurrir de estas
sociedades3.
En Colombia, lo que resulta paradójico en este rechazo ingenuo, me parece
que resulta del hecho de que entre tanto el análisis histórico sigue aferrado a
los rasgos más visibles de esas historias patrias: la reducción de la historia de
esta parte del mundo a los marcos nacionales de los siglos XIX y XX, la
aceptación de los periodos canónicos que esa historia patria fijó tempranamente,
como se observa de manera clara en los planes de estudio de los departamentos
de Historia, y en el sometimiento a un corpus documental que fue en gran
medida creado y categorizado en el modelo de las historias patrias. Lejos de
reconocer las continuidades que tiene con la historia de ayer, el nacionalismo
criollo aun dominante en la historiografía del siglo XX declara, sin mayores
pruebas, que ha superado a la historia del siglo XIX, mientras en gran medida
la repite, aunque con un menor acerbo documental.
Esas obras nuevas –compendios para la enseñanza o tratados mayores– de
un disciplina y una saber que comienza a refigurarse para cumplir nuevas
funciones sociales y convertirse, a través de la escuela y de la pedagogía de los
ceremoniales públicos, y que sin falta se encuentran en el siglo XIX de cada
uno de los países latinoamericanos son, por una parte, el efecto de la
transformación política que abre el espacio en que se hace posible observar de
manera nueva la historia de las naciones en formación y su lugar en el
3
Cf. Para el caso colombiano cf. Patricia Cardona Zuluaga, Escribir la historia y hacer la
nación: obritas de Historia Patria en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX, Tesis de Doctorado
en Historia, Bogotá, Universidad de los Andes, 2013, que esboza un marco de interpretación de
tales obras, sobre todo de las que tuvieron un papel visible en el mundo escolar, en el marco de
sus propias condiciones, evitando hacer sobre ellas un juicio a posteriori, construido sobre la
«historia científica» del siglo XX.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

«concierto internacional»; y por otra parte la puesta en marcha de


instrumentos de investigación que son en gran medida deudores del pasado
ilustrado, es decir, de manera esencial, de las últimas cuatro décadas del siglo
XVIII, de esa inicial primavera en que un universo cultural cimentado en las
viejas tradiciones intelectuales de los siglos anteriores fue puesto en tela de
juicio por la noción de crítica, noción que los ilustrados de América Hispana,
en la misma línea de sus pares europeos, aunque con diferencias de grado y
con cronologías variadas, trataron de convertir en la vara mágica que disolvía
todo lo que de «prejuicios y preocupaciones» se encontraba en la sociedad.
Sobre el papel de esa herencia ilustrada en la conformación de lo que se
llamará «los republicanos ilustrados» no sabemos aun lo suficiente, pero no
hay mayores dudas de que muchos de los rasgos que conforman su pensamiento
retoma y transforma de manera creativa ese legado –sobre todo en relación
con la importancia de la educación y la difusión de la cultura, y el papel del
conocimiento en el cambio social–, dándole un lugar preciso en la perspectiva
de la nueva vida social republicana4.
Un punto sobre el que no parece saberse nada bien establecido y en donde al
parecer ha hecho carrera un error, tiene que ver con las teorías de la historia y del
análisis histórico –en las que fue prolijo el pensamiento ilustrado europeo–, punto
que para el caso del virreinato de Nueva Granada no ha sido estudiado con
detalle, argumentando que los neogranadinos se dedicaron ante todo a la
Historia Natural (en donde incluían grosso modo la botánica, la zoología, la
geografía y la astronomía), con poca atención por la historia de la sociedad,
que es lo que hemos designado como un error que ha hecho carrera5.
Como el problema ha sido poco o nada investigado, tal como lo ha señalado
Sergio Mejía –recién citado–, hay que proceder con cautela en el planteamiento
del asunto. Por una parte, en la sociedad del Nuevo Reino de Granada hubo
un pensamiento histórico robusto y variado, que es el que se expresa en las
4
Cf. sobre este punto una demostración in extenso en Rafael Enrique Acevedo Puello, Las
letras en la provincia de la república. Educación, escuelas y libros de la patria en las provincias de la
Costa Atlántica colombiana, 1821-1886,Tesis de Doctorado en Historia, Bogotá, Universidad de
los Andes, 2014.
5
Sergio Mejía en La revolución de las letras. La historia de la revolución de José Manuel
Restrepo (1781-1863), Bogotá, Universidad de los Andes/EAFIT, 2007, con muy buen juicio ha
llamado la atención de manera precisa sobre esta carencia y ha emprendido por su cuenta el
camino de subsanarla, aunque el objeto de su investigación sea otro por completo y aunque sus
opiniones sobre el problema no encuentren ni las pruebas ni la argumentación necesarias, por lo
menos en lo que se refiere al siglo XVIII en el plano de la cultura intelectual y escolar, plano
sobre el que se prodiga con toda confianza –y con todo desconocimiento– en juicios y sentencias
que poco tienen que ver con las realidades culturales de esa sociedad del siglo XVIII en el
Nuevo Reino de Granada. Cf. capítulo I, pp. 19-74, especialmente pp. 27-74 y sobre todo p. 20,
Nota 2.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 75


RENÁN SILVA

conocidas –aunque no lo suficientemente investigadas– Crónicas de la


conquista y la colonización, y en las Historias de las órdenes religiosas, un
acumulado de conocimientos que no se ve por qué el pensamiento ilustrado
iba a dejar de lado, sin ninguna explicación6.
Por otro parte, al parecer la dificultad en localizar los núcleos fuertes del
pensamiento histórico en la sociedad de la segunda mitad del siglo XVIII ha
tenido que ver ante todo con que hemos superpuesto sobre esa sociedad nuestra
idea de historia investigada y de historia enseñada, de tal forma que no hemos
podido esclarecer las clasificaciones y designaciones precisas en las que el saber
histórico encuentra su lugar en esa sociedad y en sus prácticas de enseñanza7.
Es tal vez por esa razón, y no solo por la dedicación de la mayor parte de la
«juventud noble del reino» a la historia natural y al nuevo derecho civil, que
el panorama de la historia aparece tan pobre y desconocido, pues debe
reconocerse que por fuera de las reflexiones de Manuel del Socorro Rodríguez
[en adelante MSR] sobre la Revolución francesa, de su intento de hacer la
historia de la evolución cultural del Nuevo Reino de Granada8, y de su largo
apéndice sobre la historia de la monarquía española en América9, pocos textos
abordaron la historia de la sociedad local, y cuando lo hicieron fue de manera
breve y superficial, como en el caso de la «Memoria para servir a la historia del
Nuevo Reino de Granada», un texto de Francisco Antonio Zea, que no va
más allá de dos páginas, y que se anuncia simplemente como muestra de un
trabajo en elaboración, pero que no se presenta como una historia en sentido
estricto, sino «como un rasgo de elocuencia», siempre en el marco de la polémica
contra los ilustrados franceses que habían criticado la evolución cultural del

6
Jorge Orlando Melo había propuesto una primera avanzada sobre el problema en un texto
(de fecha anterior) que ha publicado bajo el título de «Historia/Colombia», en Javier Fernández
Sebastián (Director), Diccionario Político y Social del Mundo Iberoamericano, Madrid, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, 2009, pp. 616-627, texto en el que queda claro que hay
mucha más historia de lo que se ha pensado, que en el último tercio del siglo XVIII se registran
cambios historiográficos importantes, y que existe un desnivel entre el ideario historiográfico
ilustrado y los logros de análisis conseguidos.
7
Los Documentos para la Historia de la Educación en Colombia editados por Guillermo
Hernández de Alba en el último tercio del siglo XX, se encuentran repletos de datos que
pueden servir para iniciar la investigación del problema de las clasificaciones y designaciones de
saberes como la Historia en la llamada sociedad colonial. Cf. en particular Tomo IV, 1767-1776
[1980], Tomo V, 1777-1800 [1983], Tomo VI, 1800-1806, Tomo VII, 1804-1809. Bogotá, Academia
Colombiana de Historia/patronato Colombiano de Artes y Ciencias –fechas de publicación
indicadas en paréntesis cuadrado en esta nota.
8
Cf. «Satisfacción a un juicio poco exacto sobre la literatura y buen gusto, antiguo y actual,
de los naturales de la ciudad de Santafé de Bogotá», PP. 59, 30-03-1792 y números siguientes.
9
Cf. PP. No 248, 17-06-1796 y siguientes.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Nuevo Mundo en el siglo XVIII, y en general el papel de la monarquía española


en América10.
Pero el PP está desde su inicio traspasado por informaciones históricas
sobre el mundo –en términos geográficos sobre el mundo occidental–, sobre
la historia europea de las ciencias y de la cultura, sobre el nuevo papel de la
técnica y la ciencia en la transformación de la vida cotidiana. De manera aun
más particular el PP está traspasado de principio a fin por la idea de actualidad
y de actualidad noticiosa, por una valoración nueva del tiempo histórico, un hecho
que se concretó, como veremos en las páginas siguientes, en sus esfuerzos por
informar sobre la Revolución francesa y sobre las tensiones y enfrentamientos
que a escala europea, con proyección en las regiones de dominio e influencia
de Francia, Inglaterra y España, produjo la lucha de la Francia revolucionaria
contra la monarquía.
Por eso mismo el PP es esclarecedor respecto del tema del análisis histórico
y del discurso histórico, en más de una dirección, pues a pesar de su aparente
pobreza en este campo, ofrece una visión multiplicada de la importancia que
el conocimiento histórico adquiría en esa sociedad a finales del siglo XVIII, y
de la manera transformada como ese saber se proponía a una sociedad letrada,
como clave de interpretación del mundo.
Parte de esos asuntos son conocidos desde hace cierto tiempo11. Sin embargo,
en el caso neogranadino, se sabe poco sobre el hecho de que esas reflexiones sobre
la Revolución francesa estuvieron acompañadas por un conjunto de observaciones
específicas sobre lo que en esa época se designaba ya como teoría de la historia y
como historiografía. Es por eso que en las páginas siguientes vamos a ocuparnos de
las Reflexiones de un historiador de Manuel del Socorro Rodríguez12, un texto muy
revelador del punto de vista ilustrado sobre el análisis histórico, y que sirve además
para reanimar la discusión sobre el movimiento ilustrado neogranadino, en un
punto preciso, sobre el que, como dijimos más arriba, hemos pasado por encima
los que nos hemos ocupado del problema de la Ilustración en América Hispana.

10
PP. No 48, 13-01-1792. Se puede citar también el breve texto «Idea del Nuevo Reino de
Granada», de contenido similar, en PP. No 256, 12-08-1796.
11
Cf. por ejemplo R. Silva, Prensa y Revolución. Contribución a un análisis de la formación de
la ideología de Independencia nacional [1988], Medellín, La Carreta, 2010, capítulo IV. En 1989
con motivo del Bicentenario de la Revolución francesa se realizaron balances importantes sobre
el problema de la relación entre 1789 y las revoluciones hispánicas, y se avanzó mucho más allá
de la idea de influencias y precursores –cf. L’Amérique latine face à la Révolution francaise. T. I:
«L’époque révolutionnaire: adhésions et rejets», en Caravelle, No 54, junio 1990; T. II: «L’Heritage
révolutionnaire: une modernité de ruptura», en Cahiers des Amériques Latines, No 10, abril de
1990, una tendencia de análisis que en alguna medida siguió enriqueciéndose con motivo del
Bicentenario de las revoluciones de Independencia nacional en América hispana.
12
Cf. «Reflexiones de un historiador», PP. No 199, 3-07-1795.

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RENÁN SILVA

Lo que comprueba la lectura del PP bajo la pregunta por la historia, el


análisis histórico y las formas de escribir la historia, es que se trató de un objeto
que mereció reflexiones cuidadosas, que en parte fueron el tema central del
PP, y que esas reflexiones se expresaron ante todo en el análisis de la Revolución
francesa, antes que en los intentos de elaboración local de una síntesis sobre
su propio pasado, un punto en el que los neogranadinos aparecen muy atrás
de sus pares ilustrados de otros virreinatos y de lo que en la propia España se
encontraba en curso desde comienzos del siglo XVIII, en el marco mismo de
los «novatores ilustrados»13.
Lo sorprendente del asunto –y el lector deberá sacar sus propias
conclusiones– es que las Reflexiones sobre la R
evolución francesa fueron el taller de elaboración de formulaciones inéditas
–en el plano local– sobre el análisis histórico, hecho al que se suma que en
esas Reflexiones, que en buena medida repetían con cierta unilateralidad y
deformación contextual un legado ya bien establecido en Europa, se fue
fraguando una idea nueva de actualidad, y se abrió una discusión sobre la relación
entre el «género histórico» y ese primer periodismo, que ya era una conquista
cultural europea desde mediados del siglo XVII, pero que en los Reinos de
Indias apenas despertaba en la década final del siglo XVIII en Santafé, en Lima
y en Quito, como lo había hecho con alguna antelación en Nueva España14.
Sometamos pues a consideración el principal texto que sobre el análisis
histórico publicó el PP, para saber a qué punto nuevo podemos llegar en el
estudio de la Ilustración neogranadina, para dejar planteada la hipótesis de las
posibles continuidades entre esa forma de análisis histórico propuesta y las
grandes obras republicanas sobre la Historia de Colombia y, finalmente, para
ver de qué manera en un taller de elaboración ampliamente refractario al
cambio histórico, desde el punto de vista de las ideologías, se forjó una idea
nueva del análisis histórico, una preocupación que por varios caminos venía
ascendiendo en la sociedad de finales del siglo XVIII, entre otras cosas a través
de la figura del «anticuario», según parece desprenderse de nuevos intereses
culturales que parecen constatarse en la actividad letrada del virreinato de
Nueva Granada, que en ocasiones encontraron expresión en el PP 15:
13
Cf. la obra rica en informaciones de Jorge Cañizares Esguerra, Cómo escribir la historia del
Nuevo Mundo. Historiografías, epistemologías e identidades en el mundo del Atlántico del siglo XVIII
[2001], México, FCE, 2007, que insiste con razón en los cambios importantes en marcha en la
historiografía española a lo largo del siglo XVIII.
14
Cf. en particular al respecto capítulo V de este trabajo.
15
La idea es pues que las transformaciones culturales en curso en el final del siglo XVIII en
el Nuevo Reino de Granada no se limitan al campo de la filosofía y al ingreso en las ciencias
naturales. Aunque resulte el aspecto menos conocido, también la historia de la sociedad forma
parte de las nuevas preocupaciones y, en cierta manera, como lo indicaremos de manera precisa

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

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RENÁN SILVA

Robespierre

Marat

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Voltarie

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RENÁN SILVA

Heródoto Tucídides

Jenofonde Flavio Josefo

82 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Si alguna persona de esta ciudad o de otra ciudad del Reino, tuviere algún
ejemplar de la obra intitulada Elegías de varones ilustres de la América (su
autor Juan de Castellanos, Beneficiado de la ciudad de Tunja) podrá ocurrir
al agente fiscal D. D. Jph. Antonio Ricaurte, quien ofrece pagarla al supremo
precio. E igualmente otra del mismo autor con el título: Conquista del Perú y
del Nuevo Reino. La primera está impresa, y la segunda en manuscrito. A más
de la buena paga, y agradecimiento en que se le estará al que diere noticias
de ella, es una acción bastante patriótica contribuir a la edición de las dos
obras que no solo son útiles a la literatura, sino que hacen mucho honor a los
naturales de este Reino, las cuales se quedarían sepultadas en el olvido, sino
se ofreciesen oportunamente a este celoso patriota que se interesa en
publicarlas16.

Aunque los puntos considerados en este numeral de manera sintética serán


aspectos que de manera extensa trataremos en los numerales que continúan,
adoptemos ese inicial camino que puede dejar en el lector la impresión de
repetición, para indicar desde ahora cada uno de los puntos que serán objeto
de nuestro interés, un interés que, como advertimos, sólo busca poner de
presente la reflexión que sobre la historia y lo que hoy llamamos historiografía,
hizo su redactor, MSR, en las páginas del PP, y que ha sido injustamente deja-
da de lado por quienes nos hemos ocupado del semanario neogranadino.
Recordemos también que la historia –hoy considerada como disciplina y profesión–
es un antiguo saber erudito que tiene viejos orígenes, en alguna medida imaginarios,
pero que constituyen un pasado memorable al que el saber histórico no deja de volver,
y que remite para las sociedades occidentales tanto a Grecia y a Roma, como al
Renacimiento, las dos grandes herencias que incorporó la Ilustración, al mismo
tiempo que dos de las tradiciones más vivas y recreadas en el sistema de enseñanza
de las sociedades hispanoamericanas, sociedades que precisamente formaron su
principal representación de sí en el espejo que el humanismo renacentista les ofreció,
un espejo que a su vez tomaba su propia imagen de la idea que el nuevo
descubrimiento de la Antigüedad greco-romana les había permitido fabricar17.
hay elementos de homología estructural entre esos cambios, de tal manera que la actitud que se
conquista en el plano de la historia natural no es diferente de la que se conquista en el campo
de la historia de la sociedad –aunque socialmente la conquista sea más extensa y por tanto más
visible en el campo del conocimiento de la naturaleza–.
16
PP. No 7, 25-03-1791.
17
Una primera aproximación que bordea el tema mencionado, aun sin entrar en los detalles
históricos necesarios al estudio concreto del proceso de formación latina y humanística en las
escuelas y universidades de Hispanoamérica, pero que ya empieza a localizar bien el problema,

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RENÁN SILVA

En estos terrenos, y reflejando bien la cultura social de su época, MSR se


muestra como un discípulo cumplido de las tradiciones intelectuales de esa
sociedad, aunque posiblemente pudiera tener un conocimiento mayor en estos
terrenos que sus jóvenes contemporáneos ilustrados del virreinato de la Nueva
Granada, mucho más interesados en ese momento, al parecer, en los saberes
de la historia natural y la astronomía que en los de la «historia civil y política»
que, de todas maneras, había sido uno de sus núcleos de su formación, bien
fuera en las llamadas aulas de latinidad, bien fuera en sus estudios de derecho
o de teología, todos saberes traspasados por el conocimiento histórico y por las
referencias a la Antigüedad y a la larga historia posterior de la sociedad europea,
de la que además parecen sentirse partícipes de una forma muy consciente,
tanto por ser parte de una Iglesia universal, como por ser miembros de una
vieja monarquía, con posesiones en Europa, Asía y América, una monarquía
que por mucho tiempo se pensó como un instrumento de la Providencia en el
camino de una «historia universal»18.
Sobre estos puntos, tan desconocidos y tan poco interrogados hasta hace
poco por los historiadores de la Ilustración que se interesan por los lejanos
«Reinos de Indias» en el siglo XVIII –sociedades a las que a veces se supone
simplemente como una proyección pasiva de la vida social e intelectual europea
y a las que poco se interroga con la hipótesis posible de su modernidad específica,
en el marco de ese fenómeno cultural mayor que se les impone pero con el que
dialogan19–, MSR brinda una lección de gran interés sobre las formas complejas

se encuentra en Roger Chartier / Antonio Feros (directores de edición), Europa, América y el


Mundo. Tiempos históricos, Madrid, Marcial Pons, 2006. Cf. especialmente Segunda parte:
«Renacimiento e Ilustración».
18
Para una perspectiva que modifica la idea tradicional del problema Cf. Sergio Gruzinski,
Les quatre parties du monde. Histoire d’une mondialisation –Primera parte: «La mondialisation
iberique»–, Paris, Éditions de La Martinière, 2004.
19
A la reducción tradicional del Nuevo Mundo, que lo separa del Renacimiento y de la
modernidad temprana occidental, y a la tradicional idea de las sociedades católicas hispanas de
América del sur, presas de las debilidades de una Ilustración española reducida a una pálida
copia francesa, han respondido en las últimas décadas obras importantes que han producido
una visión nueva que, desde luego, aun está por desarrollarse en muchos de sus aspectos. Para
una idea nueva del Nuevo Mundo y su relación directa con la modernidad europea cf. por
ejemplo, Carmen Bernand (compiladora), Descubrimiento, conquista y colonización de América a
quinientos años, México, FCE, 1994. Pero una visión nueva del lugar de Hispanoamérica en el
proceso de la Ilustración y la modernidad continúa aun en espera. Los nuevos trabajos sobre las
independencias hispanoamericanas, que con buen sentido las localizan en el ámbito mayor de
las revoluciones atlánticas, han representado un paso analítico y documental importante –cf.
por ejemplo, entre varios otros trabajos similares, M. T. Calderón y C. Thibaud (coordinadores),
Las revoluciones en el mundo atlántico, Bogotá, Taurus/UEC, 2006–, pero en esas visiones el
espacio cultural del siglo XVIII no logra ninguna expresión autónoma, pues la Ilustración y el
surgimiento del individuo moderno solo encuentran un lugar en función de las evoluciones
posteriores, es decir como antecedentes.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

como un hombre de letras de la llamada periferia20 se liga intelectualmente a esos


fenómenos culturales mayores, y la manera como logra hacerlos entrar en
relación con aspectos precisos de las coyunturas locales en que inscribe su
trabajo. O dicho en otras palabras: su reflexión y sus comentarios nos enseñan
sobre la forma particular como el PP los presenta a un nuevo público lector,
conformado tanto por el estrecho grupo de sus pares letrados –jóvenes que
constituyen el núcleo del «mundo de la Ilustración neogranadina»–, como
por un círculo un poco más amplio de comerciantes, funcionarios y «aficionados
a las letras», que al parecer también se interesaban por la suerte del mundo y el
futuro de las monarquías21.
MSR quería informar tanto a su público más directo, como al «círculo de
aficionados», sobre ese extravagante nuevo curso del mundo, marcado por un
extraño delirio en el que un puñado de insensatos había imaginado la terrible
quimera de que podría existir un tipo de vida social en el que hombres y
mujeres vivieran sin sujeción a los poderes de un monarca. La idea de igualdad
es una idea que repugna a la imaginación política de los ilustrados monárquicos.
Como escribe MSR, «¿Quién no conoce que de vivir los hombres en esa
igualdad que tanto preconizan los seudopolíticos, resultaba ser [sic] unos
perpetuos colitigantes, destruyéndose recíprocamente», como era de esperarse,
sin que ninguno cediera al derecho del otro, «por más justificado que fuese?»22.
Ese es el «mensaje» que intenta comunicar a su público, a los lectores del
PP, un semanario de rústica fabricación, del que circulaban algo más, algo

20
La pareja centro-periferia parece inadecuada para pensar las relaciones políticas entre la
cabeza de la monarquía y sus posesiones ultramarinas, cuando se trata de estructuras políticas
inscritas en el marco de lo que Elliott llama las «monarquías compuestas». Cf. John Elliott, «Una
Europa de monarquías compuestas», en J. Elliott, España, Europa y el mundo de Ultramar (1500-
1800) [2009], Madrid, Taurus, 2010, pp. 29-54. De hecho la idea centro / periferia no existe a lo
largo de la vida de las sociedades hispanoamericanas y si alcanza alguna expresión es solamente
en los años finales del siglo XVIII y de manera restringida, en círculos intelectuales contestatarios,
con alguna experiencia de vida en Europa, quienes son, principalmente, los responsables de la
introducen del término «colonia». La idea de «colonia» es sobre todo la aplicación de una
conceptualización posterior a un mundo que no da señales de haberla conocido. Como decía
Montesquieu, historiador ilustrado por excelencia, en el Esprit des Lois: «Trasladar a los siglos
pasados todas las ideas del siglo en que se vive es, entre todas las fuentes de error, la más
fecunda». Citado en Louis Althusser, Montesquieu, la política y la historia [1959], Barcelona,
Ariel, 1974, p. 11.
21
Sobre el carácter extremo de minoría social de los círculos ilustrados en el virreinato de
Nueva Granada Cf. R. Silva, Prensa y revolución a finales del siglo XVIII, op.cit., capítulo I.
22
PP. No 28, 19-08-1791. La dificultad que hoy encontramos para comprender este rechazo
de la idea de igualdad, es explicable, ya que, como «modernos» que somos, la novedad radical
de la democracia, en sus años de fundación, se nos escapa. La aclaración de esta novedad
debería conducirnos a apreciar mucho más la democracia, y a tratar de entender las raíces
actuales de muchos de sus problemas, que no se afirman simplemente en los privilegios
económicos, sino que tienen que ver con el asombro y el terror que produce la idea de igualdad.

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RENÁN SILVA

menos, de doscientos ejemplares, que se distribuían en la capital y en las


provincias del virreinato de Nueva Granada, una «sociedad regional» –si así
puede decirse–, caracterizada de manera habitual y casi que refleja como una
de las más limitadas en términos de intercambio cultural con Europa, y vista
regularmente, con condescendencia, como pobre, carente de una sociedad
de corte, sitio de refugio de autoridades y de clérigos que solo aspiraban a
llegar para marcharse, y viviendo su postración económica en un tiempo
muerto, escaso en sucesos y solo penetrado por la envidia respecto de Lima,
México y Madrid, hechos ciertos y verdades a medias, que dejan de lado las
relaciones complejas entre vida económica y riqueza cultural, entre riqueza
económica y complejidad de los vínculos sociales23.
Sobre estos puntos, posiblemente lo que puede resultar de mayor interés
para los lectores actuales, es conocer la forma como un ilustrado local –sin el
antecedente de una formación intelectual amplia, pues en gran medida se
trataba de un autodidacta, ya que orígenes sociales modestos y pobreza se
conjugaron para que no pudiera asistir sino de lejos a la universidad en la
Habana–, observaba la revolución social de Francia, la forma como se imaginaba
sus causas y condiciones, y la valoración que hacía de los sistemas democráticos
y de la monarquía, todo ello mientras se planteaba problemas de análisis que
hoy designamos como historiográficos, muchos de los cuales siguen
acompañando y nutriendo nuestra reflexión, más de doscientos años después
y que son los que vamos a constituir aquí en el núcleo central de nuestros
interrogantes24.

23
El Nuevo Reino de Granada (siglos XVI al XVIII) y el Virreinato de Nueva Granada
(segunda mitad del siglo XVIII) continúan siendo en su mayor parte desconocidos para los
historiadores de América hispana, que prefieren pasar sin mucho ruido por esta sociedad, cuyas
claves parecen escapárseles, y cuya localización en el conjunto de las posesiones ultramarinas
del imperio español plantea problemas de análisis a los esquemas habituales, lo que hace que la
idea dominante de América hispana se reduzca en gran parte a la visión que tienen los
historiadores sobre México, el Perú y en parte sobre el Reino de Quito.
24
Los trabajos sobre la «vida y obra», como se dice, de MSR, no son abundantes. Sobre su
formación intelectual no sabemos casi nada, más allá de los datos que siempre se repiten sobre su
época cubana, datos que dejan la impresión de que tenía una cultura amplia por relación con
los jóvenes ilustrados a los que atendía e instruía en la Biblioteca de Santafé, y quienes eran
además sus compañeros de tertulia. Sobre su vida en Santafé los datos siguen siendo también los
que han aportado sus biógrafos tradicionales, que lo caracterizan como el «precursor» del
periodismo colombiano. Los datos biográficos –en general correctos– que aparecen en Iván
Vicente Padilla Chasing –y colaboradores–, Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro
Rodríguez de la Victoria, Bogotá, Universidad Nacional, 2012, son útiles, pero no arrojan ninguna
novedad al respecto y los autores parecen haberse limitado a la repetición de lo conocido. Para
una perspectiva renovadora sobre las posibilidades de ligar vida y obra de un autor, más allá de la
«ilusión biográfica» y del intento de explicar la «obra por la vida», discutiendo estos problemas
a partir de la forma misma de construcción de la biografía en el caso de los filósofos cf. Dinah
Ribart, Raconter Vivre Penser. Histoires des philosophes, 1650-1766, Paris, EHESS, 2003.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

II

Pero para no dejarnos dominar por la amplitud de todos esos problemas que
acabamos de mencionar y dejar desamparados los textos que queremos
interrogar de manera directa, perdiéndonos en la vorágine de una bibliografía
infinita que se cita pero a la que no se interroga, tomemos el camino más
convencional y sencillo, pero que puede ser más productivo, de comenzar por
identificar los enunciados básicos del problema sobre el que nos queremos
interrogar, es decir comencemos por saber con exactitud lo qué dijo el PP sobre
el análisis histórico, manteniendo siempre la regla de que ninguna de esas
afirmaciones revelan su significado preciso mientras que no las conectamos
con el contexto de su formulación, con la polémica en la que parecen
inscribirse25.
Una observación más debemos hacer para encarar estas Reflexiones que
sobre el análisis histórico nos propone el editor del PP. Como ocurre con la
mayor parte de sus textos en el PP, MSR se quejó siempre del problema del
espacio, y de muchos de sus escritos breves dijo que los suspendía porque ellos
merecían una «obra aparte». En este caso particular hay que recordar que el
editor del PP había comenzado desde semanas atrás lo que llamó «Retrato
histórico de Luis XVI bajo el trono», que se suponía una historia completa de
la monarquía francesa en los últimos tres siglos. Por el camino MSR advirtió,
como otras veces, que el texto se extendía cada vez más y que «la naturaleza
de este escrito [el PP]… no permite… la extensión y prolijidad propias de
una historia», agregando que había debido limitarse a «una disertación
apologética de la conducta de Luis XVI, pues eso es en sustancia su retrato
histórico»26.
Semanas más tarde, habiendo comenzado ya la «Conclusión» del «Retrato
histórico», MSR volvió sobre el problema y señaló que el asunto «era digno de
una obra separada», pero que «la calidad de las presentes circunstancias» –es
decir la situación francesa y su influjo sobre Europa– lo había hecho preferir
«el pensamiento de compendiar en folios semanales un argumento que exigía
mucha más atención y el método propio de una historia seguida»; aunque
también esta estrategia había fallado, pues a pesar de lo que llamaba «su
laconismo» el texto seguía extendiéndose («ha llenado más números de los
que pensábamos»), y era necesario darle fin al Retrato histórico de Luis XVI27,
Para una síntesis de este enfoque, de vieja tradición entre los historiadores, cf. Enrique
25

Bocardo Crespo (editor), El Giro contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner, y seis comentarios,
Madrid, Tecnos, 2007.
26
PP. No 150, 11-07-1794.
27
PP. No 160, 3-10-1794.

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lo que lo dejaba sin opciones respecto de lo que era el proyecto mayor con el
que quería cerrar esta presentación del monarca francés, pues desde el inicio
había concebido el proyecto «de que la última parte fuese una combinación
de varias reflexiones políticas, extraídas de todos los imperios que han florecido
hasta nuestra época…», de tal modo que ese cierre resultase una oportunidad
«amena e instructiva», para que el lector comparara diversas situaciones
imperiales en el plano histórico mundial28.
Pero las reflexiones históricas sobre la existencia universal de los imperios
quedaron en el tintero, y es en cambio de esa promesa incumplida que parecen
haber venido las Reflexiones de un historiador, en donde finalmente trocó su
propósito de un gran cuadro histórico de los imperios, que sirviera como
ilustración de las bondades del último rey de los franceses, por un corto texto
sobre las dificultades con que se había tropezado tratando de escribir sobre la
Francia revolucionaria y sobre sus últimos monarcas antes de 1789.
Comencemos entonces señalando ante todo que un elemento distintivo
en el razonamiento de MSR en estas Reflexiones de un historiador, tiene que ver
con la idea, mil veces repetida por el editor del PP, sobre el origen de las
dificultades del análisis histórico, las que remiten siempre, de manera directa, al
carácter singular del propio acontecimiento que quiere estudiar: la Revolución
francesa, siendo ésa la vía por la que encuentra las especificidades de lo que
designa en ocasiones como «el método histórico», tal como lo han usado y
sistematizado los historiadores de su época, según el conocimiento parcial que
del problema tenía MSR. Ese encadenamiento de sus análisis generales, al
estudio singular de un problema bien determinado, en donde concreta y
circunscribe su perspectiva, uniendo los extremos de la cadena del pensamiento
–un enfoque hoy mismo tan extraviado en las ciencias sociales, pero tan
necesario–, debe impedir que nuestros interrogantes se vuelvan abstractos –o
exageradamente localizados– y que nos conduzcan a una sin salida, al alejarnos
bien sea del «caso particular» que consideramos, bien sea de las observaciones
generales sobre la manera de proceder en el análisis histórico, tal como las
presenta y propone MSR29.
Siendo un tanto reiterativos en la descripción de nuestros propósitos,
señalemos que cuando MSR presenta a sus lectores los «escandalosos sucesos
revolucionarios de la Francia», sucesos a los que ha perseguido sin descanso a
lo largo de los últimos años, convencido de que se trata de episodios de
PP. Ibídem. El verbo que utiliza MSR por comparar es en esta oportunidad cotejar.
28

Para la noción de estudio de caso en la investigación histórica y sociológica actuales –una


29

noción que tiene diferencias mayores con su matriz original en la primera generación de
investigadores de la Escuela de Chicago, a principios del siglo XX– cf. Jean-Claude Passeron et
Jacques Revel (directores), Penser par cas –Enquête 4–, Paris, EHESS, 2005.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

significación universal –como muchas veces lo escribió–, lo que trata es de


interrogarse sobre la propia especificidad de un acontecimiento, en orden a
las condiciones que lo han hecho posible, mientras se pregunta al mismo
tiempo sobre las vías de conocimiento «imparcial» de esos sucesos, sucesos a
los que considera como episodios de significación universal, y que para él
resultan ser el mejor teatro para, a partir de ellos, reflexionar sobre la forma de
comprensión de la historia universal, y las modalidades de análisis que pueden
venir en nuestra ayuda cuando de enfrentar tan difícil problema se trata30.
Recodemos que para MSR la Revolución francesa se define como un
fenómeno «anti/natural», en la medida en que intentaba subvertir órdenes
que deberían permanecer intocadas, como el sistema de gobierno monárquico;
pero advirtamos que por el camino buena parte de esa definición de partida
resultará puesta en duda de manera práctica por el propio MSR, quien
introducirá de manera constante la idea de condiciones, de circunstancias, de
contexto, de antecedentes, y todos los tipos de análisis que hacen del saber
histórico un saber con pretensiones explicativas. MSR valora en alto grado la
idea de contexto, como elemento clave en la construcción de la explicación
de un determinado problema histórico. Así por ejemplo, discutiendo sobre la
historia antigua (Grecia y Roma), que fue siempre uno de los puntos clave de
su construcción de analogías sobre la situación política de finales del siglo
XVIII, dirá que Isócrates –autor que valoraba en alto grado y algunas de cuyas
obras tenía en su biblioteca– había presentado a los ciudadanos atenienses,
en un momento de crisis una «exactísima pintura del lastimoso estado en que
se hallaban», cerrando el párrafo de la siguiente manera: «Todo el contexto de
su Oración Aeropagita nos hace conocer la debilidad y viciosa constitución del
gobierno republicano…»31.
En sus textos de análisis histórico, MSR indica de manera repetida y con
fuertes acentos la existencia de una historia propiamente humana, una historia
profana, diferente de la historia sagrada que se resume en la historia bíblica, lo
que ponía al editor del PP de manera constante en aprietos, y es la razón de
que en sus textos aparezcan de manera constante desajustes lógicos, al sostener
al mismo tiempo la idea de la monarquía como orden natural y eterno fijado
por la providencia, por una parte, y la existencia de condiciones históricas en
su génesis y en su crisis, aunque es posible que el autor y sus lectores en ese
entonces no hubieran reparado en la presencia de ese tipo de problemas.
30
MSR sabe que el tema es de interés y que muchos otros se ocupan en ese mismo
momento del análisis de la Revolución francesa, y por eso advierte a sus lectores que en Europa
«debe haber varias plumas eruditas trabajando en el mismo asunto» y reconoce que en América
se trabaja «con menor acopio de noticias sobre el tema». Cf. PP. No 138, 18-04-1794.
31
PP. No 166, 14-11-1794.

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Señalemos además que eso que puede aparecer para nosotros hoy como
desajustes lógicos de un argumento, o directamente como contradicciones
evidentes de un pensamiento que aspire a la coherencia, no parecen haber
constituido para el editor del PP una dificultad, aunque bien pueden constituir
un indicio de las tensiones presentes en una forma de concebir la relación
entre los órdenes naturales y sociales, relación que parece estarse modificando
en la segunda mitad del siglo XVIII (aunque es claro que a procesos tan complejos
resulta difícil ponerles cronologías de extrema exactitud).
Es esto exactamente lo que ocurre en los textos de reflexión histórica del
PP en lo que tiene que ver con las relaciones entre historia sacra –en el sentido
de una historia que asume el relato bíblico de manera directa e integral como
un relato verdadero–, e historia profana, esa otra forma de relato fáctico que
busca en fuentes humanas, que pueden ser objeto de crítica y de contrastación,
una línea de sucesos ocurridos que puede ser contada, y en tiempos modernos
explicada –sin que discutamos aquí cuál tipo de actores o de condiciones se
indiquen como determinantes–.
En el caso del PP –pero no solo en el caso de los textos de MSR– la
conjunción contradictoria entre esas dos formas de historia se encuentra
presente de manera repetida, tanto en la narración de los hechos de la
Revolución francesa, como en los de la creación del mundo, cuando ésta fue
mencionada. El ejemplo más notable, pero no único, que podemos aportar, es
el de Nicolás Moya Valenzuela, un clérigo adverso a la revolución, que escribió
dos larguísimos textos en el PP en contra de los «desgraciados sucesos de
Francia». Moya Valenzuela escribirá que el «pecado de París ha sido mayor
que el de Sodoma», y dirá que sobre esa ciudad «la maldición eterna ha caído»32,
afirmando más adelante, luego de precisar sus argumentos contra la revolución,
que se trata de un terreno en el que «la historia profana debe concurrir a los
triunfos de la verdad evangélica»33.
Por lo demás, la representación profana del devenir histórico, es decir aquella
que trata de evitar el recurso a explicaciones divinas o místicas, tanto en el
plano de las causas de un suceso, como en la acción que se achaca a los
personajes, y en la concepción del propio tiempo histórico, es una idea del
acontecer humano que desde el nacimiento de la «historia-relato» en Grecia,

32
PP. No 187, 10-04-1795.
33
PP. No 188, 17-04-1795. En la crítica de Montesquieu en el PP se acudirá de nuevo a la
Historia bíblica cuando se trata de discutir sobre las formas de gobierno: «Aunque en la Sagrada
Biblia no hubiese tantos lugares terminantes a favor de esta verdad [la de que la monarquía es
el gobierno natural de las sociedades] ¿cómo podríamos eludir este incontestable argumento
que se deduce de las mismas palabras con que los ancianos del pueblo le hablaron a Samuel…?».
PP. No 168, 28-11-1794.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

con Heródoto, ha estado presente en las sociedades occidentales, sin que se


pueda decir de una manera nítida y precisa, cuáles son las soluciones finales
de las complejas relaciones entre esas formas diversas de representación de la
evolución histórica en el pensamiento occidental. La Ilustración fue, como se
sabe, un intento de liquidación del «elemento místico en el análisis histórico»,
pero el resultado de esa liquidación sigue siendo incierto, en el propio marco
de las historiografías europeas, por no hablar de la situación en otros lugares
del mundo34.
La simplificación en la manera de observar los iniciales brotes de
secularización –una palabra que tiene en los finales del siglo XVIII, como
vocabulario de época, sentidos muy precisos– en el mundo moderno occidental,
el recurso a modelos abstractos de evolución antes que a conocimientos
históricos concretos, y posiblemente el deseo presente en los analistas de que
esa tendencia fuera inevitable a largo plazo (como corresponde a la noción
liberal de progreso dominante en la sociología temprana), ha llevado a buena
parte de la ciencia social a simplificaciones sobre los alcances de ese proceso
en Occidente. De una parte se ha pensado, confundiendo las imágenes que
produce la sociología con el estado real de las sociedades, que se trató en
Europa de un proceso completo e irreversible, lo que no parece ser cierto para
buena parte de ese continente, no solo en la parte oriental sino en la occidental,
no solo en el sur sino en el norte.
De otra parte, se ha pensado que las sociedades que resultaron de la
expansión hispano-lusa (como la hoy llamada América latina, incluido el
Brasil), con presencia determinante de la religión católica, la teología y el
clero como elementos centrales del sistema cultural, resultarían ser zonas de
atraso, de falta de evolución, sociedades detenidas en el tiempo por relación
con el patrón «normal» de secularización. Finalmente, las sociedades que no
fueron transformadas desde dentro por la expansión europea de los siglos XVI y
XVII han sido consideradas como si se tratara de casos aberrantes, que se alejan
de las líneas «ideales típicas» de lo que debe ser un proceso de modernización,
lo que ha permitido además, por el camino, constituir a las sociedades europeas
en el prototipo de la línea normal de civilización.
Lo cierto es –y eso no constituye ninguna desviación o aberración cultural–
que en culturas intelectuales dominadas hasta su raíz por la teología católica
romana como forma básica de interpretación del mundo, y con presencia

34
Cf. en el propio PP las formas de relación entre historia sagrada e historia profana en el
texto del clérigo Nicolás Moya Valenzuela, en que aborda los sucesos recientes del mundo –el
quiebre de las monarquías y el ascenso del republicanismo, formas de lucha entre el bien y el
mal– en clave de historia bíblica. Cf.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 91


RENÁN SILVA

institucional dominante de la Iglesia entre los agentes de regulación de la


cultura hegemónica, como era el caso de la América Hispana de los siglos XVI
al XVIII, ese proceso de crítica de las anteriores concepciones del mundo y la
introducción de criterios puramente materiales y racionales para imaginar las
condiciones y los determinantes de lo que llamamos «la historia», ha sido un
proceso complejo, de movimientos contradictorios –sin que tengamos que
acudir para comprenderlo a ningún tipo de explicaciones idiosincráticas, por
ejemplo sobre el «carácter de los pueblos», cuando queremos entender esas
formas de permanencia de «concepciones del mundo», permanencias que
reenvían ante todo, al terreno de poderosas organizaciones culturales, que son
las que garantizan la vigencia y reproducción de tales concepciones, y no a
hechos culturales, dependientes de tipos de «mentalidad», sobre cuya génesis y
condiciones de reproducción poco se dice–35.
Es claro que en el mundo social y cultural intelectual en que habitaba
MSR difícilmente se encontrarían las condiciones intelectuales que permitieran,
en un tránsito sin dificultades, abandonar las formas más tradicionales de
representación del tiempo histórico y la acción humana, lo que debe
recordarnos el carácter inacabado, en curso de transformación, de las formas
interpretativas que regían la vida cultural a finales del siglo XVIII en esta sociedad
particular –aunque en nuestra opinión ese carácter de tránsito inacabado de
las formas intelectuales de concebir la sociedad y la acción histórica sea una
constante también de la historia europea y no solo una característica de las
«periferias coloniales» de las sociedades europeas.
Ese trastrocamiento completo de un orden considerado como natural, que
produjo la revolución, parece caracterizarse, entre otras cosas, por la
simultaneidad de sucesos que envuelve –un punto sobre el que volveremos de
manera repetida–, lo que es uno de los grandes índices de su complejidad
histórica y analítica, porque, según escribe MSR, «cómo es posible coordinar
y reunir [en una narración], bajo un punto de vista claro y metódico, tantos
sucesos notables», todos ellos, en opinión de MSR, «dignos de memoria y
reflexión de las generaciones futuras», lo que hace tan difícil construir una
explicación del suceso y una narrativa que dé cuenta de su complejidad, a través
de una presentación al lector que sea clara y distinta, como lo imponía la
convención cartesiana–; una aspiración a la que se suma además la función
35
Para una crítica –en un contexto por completo diferente al nuestro–, de las ideas de una
fuerza de la creencia religiosa que podría ser exterior e independiente a los instrumentos sociales de
su reproducción (las instituciones eclesiásticas, sus asociaciones periféricas y a veces el propio
Estado), y que por lo tanto duda del «weberianismo de la mentalidad religiosa», cf. Pierre
Bourdieu, «Una interpretación de la teoría de la religión según Max Weber [1971]», en P.
Bourdieu, Intelectuales, Política y Poder, Buenos Aires, Eudeba, 1999, pp. 43-63.
.
92 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.
CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

que el editor del PP le otorgaba al relato histórico, el que inscribía por completo
en la idea de memoria y teatro, de «reflexión para las generaciones futuras», o,
para decirlo bajo la forma clásica, aquí aun no enunciada de manera completa:
la idea de que la historia era mater y magistra, punto sobre el que también
volveremos36.
Los tópicos sobre la Antigüedad, tan corrientes en la cultura de las
sociedades hispanoamericanas, y vueltos a potenciar por los Ilustrados de fines
del siglo XVIII que encontraron en ese viejo mundo soñado y recuperado por
el Renacimiento, una fuente de inspiración para pensar su presente, servirán
a MSR para presentar de manera repetida el carácter mayor de esa dificultad
que ahora deben enfrentar los que quieran responder al desafío lanzado por la
esfinge. Dirá entonces MSR que la tarea por emprender es «cien mil veces
más intrincada que la de Teseo, en su famosa salida del laberinto de Creta»,
porque frente a ese curso repentino de sucesos asombrosos e inesperados,
manifestados de forma simultánea, «cómo clasificar por su orden respectivo
los acontecimientos importantes», distinguiéndolos de los que no lo son, y
cómo presentarlos al lector en toda su riqueza, es decir, cada suceso adornado
«de todos aquellos incidentes que son como episodios de las principales escenas»
que conforman ese evento mayor que se quiere comprender, un evento «cuya
noticia es esencialísima al objeto prioritario de la historia» –objeto aquí visto,
por el momento, como la exposición de los errores y de las virtudes de los
hombres en sociedad, para extraer de esa narración un juicio sobre lo sucedido
y una orientación para el comportamiento en el presente y en el futuro. ¡La
historia educa!37

III

Consideremos pues con detalle estas Reflexiones de un historiador que presentó


a los lectores del PP su editor, MSR38. Comencemos recordando que el contexto
general de sus Reflexiones viene dado por las informaciones que para los lectores
venía presentando el semanario santafereño en torno a la Revolución francesa,
acontecimiento que constituye en buena medida el tema central del PP, no

36
PP, No 199, 3-07-1795.
37
PP. 199, 3-07-1795.
38
En PP No 199, 3-07-1795: «Reflexiones de un historiador». Las Reflexiones… continuaron
en los números 200, 10-07-1795: «Fin de las reflexiones», y 201, 17-07-1795: «Se finalizan las
reflexiones sobre la historia de Francia». El texto completo fue escrito por MSR y no corresponde
a copia de ninguna obra en particular, hasta donde se puede establecer. La novedad parece ser la
de que no encontremos reflexiones públicas comunes con puntos de vista similares en cuanto al
.
La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 93
RENÁN SILVA

porque el semanario desde el principio se lo hubiera propuesto, sino más bien


porque el tema terminó por imponerse, lo que no deja de ser indicativo de la
forma como lo que a veces se designa, de manera un tanto equívoca, como
«periferias americanas», se integraba a un suceso mayor de la historia de las
sociedades occidentales, un suceso que pronto, a partir de otras condiciones,
por otros caminos y bajo formas propias, sería su propia actualidad39.
La abundancia de noticias sobre la Revolución francesa fue tal –abundancia
relativa, claro, a las condiciones y circunstancias de la sociedad a la que nos
referimos– que el propio director del PP se sorprendía del hecho y a veces
declaraba sentirse cansado y deseoso de dirigirse a otros temas, como cuando
escribía que «Si no fuera porque ya hemos ofrecido continuar dando alguna
idea de los sucesos de París», con lo que nos recuerda la manera como asumía
su compromiso con el público, «dejaríamos de muy buen grado a aquella gente
miserable envuelta en los intrincados círculos de su revolución, sin hacer jamás
memoria de ella, en nuestro periódico»40, para poder dedicarse al plan inicial
que había tenido en mente en el momento de creación del semanario, plan
en el que no se contemplaba la idea de hacer de la más inmediata actualidad
su contenido permanente41.

análisis histórico, como ya hemos advertido, entre los otros ilustrados del virreinato de Nueva
Granada, que eran escritores y compañía permanente del bibliotecario de Santafé. Pero no
descartamos que el autor esté recreando un saber más extendido y convencional de lo que sabemos
y que nos encontremos frente a un punto de vista más compartido, de lo que se podría pensar.
De todas maneras, el editor del PP haría en adelante referencia en varias oportunidades a las
ideas contenidas en su texto, del que se sentía orgulloso y que varias veces utilizó como parámetro
para juzgar algunas de las reflexiones históricas que publicó en el PP
39
En Le Nouveau Monde / Mondes Nouveaux. L’éxpérience américaine, Paris, EHESS/Éditions
Recherche sur les Civilisations [1992], 1996, publicado bajo la dirección de Serge Gruzinski y
Natan Wachtel, un grupo amplio de especialistas de diferentes partes del mundo ha ofrecido
una de las más sólidas visiones de la «experiencia americana» de los siglos XVI y XVII, prestando
atención tanto a sus especificidades americanas, como a su inscripción en un mundo mayor,
que era el de las monarquías europeas. François-Xavier Guerra, en su obra pionera, Modernidad
e independencias: las revoluciones hispánicas del siglo XIX, Madrid, Maphre, 1992 –cf. también
«Revolución francesa y revoluciones hispánicas: una relación compleja», en F. X. Guerra,
Figuras de la modernidad. Hispanoamérica Siglos XIX-XX, Bogotá, Taurus/UEC, 2012, pp. 291-327,
presentó hace ya casi un cuarto de siglo una primera visión radicalmente renovadora de las
relaciones entre Ilustración y revolución en el mundo hispánico, una visión que sigue manteniendo
gran actualidad, a pesar de que se trata del bosquejo inicial de un planteamiento que hay que
completar, profundizar, recrear y criticar a fondo, que es la única manera de superar la perspectiva
propuesta por Guerra, perspectiva que por el camino ha sido simplificada, y en gran parte
convertida en pequeño dogma.
40
PP. No 187, 10-04-1795.
41
Cf. entre varios ejemplos PP. No 52, 10-02-1792, en donde al comenzar el segundo año
de tareas repite que tiene «un plan científico de toda clase de materias», que espera hacer el
centro de la publicación, sin abandonar lo agradable y lo noticioso.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

No se debe perder de vista, pues sirve entre otras cosas para comprender la
forma como se fue dando el paso a un tipo nuevo de información, caracterizado
por la noticia, como síntesis de la actualidad, que desde el propio «Preliminar»
del PP42, MSR advirtió a sus lectores sobre su proyecto de trabajo, el que al
parecer había discutido con el Virrey José de Ezpeleta, y que en varias
oportunidades reiteró cuál era su norte en el plano de la información. En ese
plan original la idea de información actualizada existía, pero no bajo la forma
estricta de noticia y menos aún de noticia política. Aunque no se trataba de una
publicación orientada de manera decidida hacia la ciencia y sus aplicaciones,
como fue años después el caso del Semanario del Nuevo Reino de Granada –en
rigor una revista científica en el mejor espíritu del siglo XVIII europeo y una
publicación pionera en ese campo en América hispana–, no se trataba tampoco
de un «semanario de variedades» atrapado en las redes de las sociabilidades
mundanas. «Instruir y enseñar» fue una consigna que sirvió para orientar en
un camino que no significaba una ruptura brusca con la tradición, pero que
permitía introducir una idea nueva de la comunicación periódica, aunque el
hecho de haber llegado a ser un enorme difusor de noticias políticas centradas
en la actualidad –la Revolución francesa–, fue en gran medida una condición
impuesta por los acontecimientos, y no precisamente el producto de un diseño
previo43.
Lo que parece haber ocurrido es que el acontecimiento revolucionario
francés terminó por imponerse a la percepción del mundo letrado de finales
del siglo XVIII como la forma misma de la actualidad, como un hecho llamado a
modificar la historia universal, si las fuerzas de la monarquía y la tradición no
derrotaban tan «grave suceso» (así lo veía don MSR y quizás muchos de sus
contemporáneos y pares ilustrados en el virreinato de Nueva Granada,
coincidiendo con las autoridades reales en este punto), una caracterización
que no estaba lejos de la realidad, si reparamos en la forma como los dos siglos
posteriores a la Revolución francesa han comprobado la importancia histórico
universal del suceso; y aunque MSR tendía a ver con muy malos ojos los
eventos revolucionarios, esa actitud de sólido rechazo y antipatía no le impedía
conceder que se trataba de un proceso histórico mayor, de amplio significado
para la sociedad, razón por la cual encontraba en los eventos revolucionarios

42
Cf. PP. No 1. 9-02-1791.
43
A pesar de la presencia de MSR en realizaciones periodísticas posteriores al PP en el
virreinato de Nueva Granada y en el momento mismo de la Independencia nacional, no parece
haber ninguna continuidad entre su «estilo periodístico» y el tratamiento político moderno de
la actualidad que parece iniciarse con Antonio Nariño y La Bagatela. Sobre este punto y puntos
similares cf. Luis Martínez Delgado / Sergio Elías Ortiz, El periodismo en la Nueva Granada,
1810-1811, Bogotá, Editorial Kelly, 1960.

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de Francia una oportunidad de reflexionar no sólo sobre el curso de la historia


universal, sino de manera aun más precisa sobre las formas de practicar el
análisis histórico y abordar el problema de la escritura de la historia.
Señalemos para información del lector los títulos de los que constituyen
los textos más importantes y extensos del PP sobre la Revolución francesa,
pues de esta manera se puede tener una idea cabal de hasta qué punto los
sucesos revolucionarios fueron el contenido mismo de esa publicación –un
dato que no hay que leer en sentido teleológico, «anticipacionista», ni debe
conducir a una lectura en clave ideológica de una supuesta reacción
conservadora contra las avanzadas «revolucionarias» de los jóvenes ilustrados
que alentaban un proyecto de cambio social radical–. El primer gran texto
sobre el problema se tituló «La libertad bien entendida» y se publicó, con
interrupciones, en cinco números del PP, a partir del No 21, el 1 de julio de
1791 –en el momento en que se suspendió la publicación del texto, el editor
del PP declaró que era materia extensa y compleja, que requería espacio, es
decir que reclamaba una obra aparte–. El texto fue seguido por la traducción
de algunos documentos sobre la reforma del clero por parte de los
revolucionarios, durante cinco números más, a partir del No 29, publicado el
26 de agosto de 1791, advirtiendo el editor a sus lectores sobre la continuidad
de tema entre esos diez números del PP.
Después de un silencio largo sobre el tema de la Revolución francesa, el
asunto volvió con una traducción de una gaceta inglesa que trataba sobre la
muerte de Marat, y a partir del número siguiente, el No 130, del 21 de febrero
de 1794, vino uno de los más largos ataques contra la revolución, en un texto
titulado: «Idea general del estado presente de las cosas de Francia», que se
publicó de manera discontinua, pero constante, durante los dos años siguientes,
para un total de 26 números, siendo una especie de combinación de noticias,
comentarios, glosas, análisis, y a veces críticas burlonas de la situación francesa.
Por su parte, el «Retrato histórico de Luis XVI en el trono», ocupó 16 números
del PP, con alguna discontinuidad en su publicación, y fue un texto
«compuesto» por entero por MSR, quien lo publicó en su semanario a lo largo
de 1794. El «Interés del pueblo en el restablecimiento de la monarquía», que
MSR anunció como el más importante texto sobre la revolución, se publicó,
por once semanas, desde finales de 1794, y de manera casi continua, mientras
que las «Extravagancias del siglo ilustrado», del clérigo Nicolás Moya
Valenzuela, un enemigo furioso de la Francia revolucionaria, se publicó por
ocho semanas, entre abril y junio de 1796, a partir del No 239, del ocho de
abril del mencionado año, aunque al parecer quedó incompleto. Del mismo
autor, el PP publicó una larga «Oración» –MSR la clasificó como perteneciente

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

al género de la oratoria sagrada– pronunciada en la Catedral Metropolitana, y


cuya publicación le llevó ocho semanas continuas, a partir del número 185,
del 27 de marzo de 179544.
A este amplio repertorio de noticias, informes, análisis, críticas humorísticas,
etc., habría que agregar muchísimas «notas» más, en las que corrió largo la
crítica de la Revolución francesa, como en el caso de «El imperio de la virtud.
Poema en prosa a la muerte de la Reina de Francia», que se publicó en el PP, a
partir del No 216, del 30 de agosto de 1795, durante casi 20 semanas continuas,
para limitarnos al ejemplo más sobresaliente, lo que completa el panorama de
una presencia permanente de la Revolución francesa y la actualidad de la
guerra y la revolución en la Europa de finales del siglo XVIII.
El interés por la revolución tiene que ver entonces con su actualidad, con el
esfuerzo por hacer claridad sobre los males que causaba una revolución que
ponía en tela de juicio un tipo de gobierno que se consideraba como la forma
natural de existencia de las sociedades políticas. Pero ese interés no menos
tiene que ver con la sorpresa que produjo el suceso por lo inesperado y por su
radicalidad, por ser un «embrión de tragedias» en que confluían tantos
personajes y tantos caracteres, y por ser, como enfatiza MSR, «una enorme
masa de sucesos que comprende a todo el globo» y en donde «las intrigas han
sido comunes a todas las clases y órdenes de la sociedad», sucesos que
anunciaban el peligro de la nueva época en que parecía desembocar el mundo,
ahora que la «impiedad» y la «irreligión», se habían apoderado del pueblo y de
sus conductores, es decir, les philophes45.
MSR, como muchos otros estudiosos de la Revolución social del siglo XVIII
en Europa, estaba convencido que la Revolución francesa tenía algo de enigma
y que su análisis concretaba dificultades que podrían llegar a ser insuperables
para cualquier observador o analista46. Para el editor del PP, el análisis de la

44
El título preciso era: «Oración pronunciada por el Presbítero N. En 8 de febrero de 1795 al
pueblo del Nuevo Reino de Granada, sobre la obligación de esforzar sus oraciones con fervor y
constancia, y contribuir con todos los auxilios del patriotismo a la felicidad de la nación en la
empresa contra el pueblo francés. Se proponen por eficaces impulsos el celo de la religión, el mérito
y gloria de la monarquía española, y el mérito de sus soberanos». Cf. PP, No 185, 27-03-1795.
45
PP. No 200, 10-07-1795. El tratamiento de los sucesos revolucionarios en términos de
historia bíblica –catástrofe y apocalipsis– no es muy difícil de comprender, si se recuerdan las
representaciones existentes sobre el carácter natural de las monarquías. La dificultad de su
tratamiento en términos de condiciones y contextos sociales, tal como lo harán los primeros
críticos conservadores y liberales de la revolución en Francia y en Inglaterra, es explicable, si se
recuerda la cultura dominante. Haber llegado al punto de visto político y social sobre la
revolución, más allá de la opinión y simpatías de los autores, una conquista que está en la raíz
misma de las ciencias sociales modernas, constituyó un acontecimiento favorable, del que
Marx y los socialistas del siglo XIX serán los primeros en aprovecharse, aunque con cierta dosis,
cada vez más visible, de unilateralidad.

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RENÁN SILVA

Revolución francesa –una labor que él, a su manera y con sus propios recursos
noticiosos, bibliográficos y analíticos había iniciado a través del pequeño
semanario que con apoyo del virrey sostenía en Santafé– era una tarea de
marca mayor, pues ponía en escena las principales preguntas sobre las que un
historiador se podría interrogar, y planteaba retos de análisis antes desconocidos,
por el carácter mismo de «exceso» y de fenómeno «anti/natural» que
caracterizaba a la revolución, a la que observaba como una puesta al revés de
todo el orden social y político anterior, un orden que para él debería regir de
manera eterna el mundo47.
El editor del PP comienza sus reflexiones precisamente por ese punto y
dirá entonces que el «hombre que emprendiere la historia político filosófica
de Francia correspondiente a los últimos años del siglo XVIII…»48 –es decir al
fin de la monarquía, a su caída, a las ejecuciones reales y a la instauración del
poder revolucionario–, tendría que enfrentarse «a la más difícil de todas las
edades y épocas del mundo»49.
46
El propio Marx, para quien la Revolución francesa fue un desafío durante gran parte de
su juventud –y un desafío que parece haberlo derrotado– la consideró un enigma. Cf. François
Furet, Marx y la Revolución Francesa [1986], México, FCE, 1992, con un interesante comentario
sobre el enigma francés ante los ojos de Marx y la reunión de todos sus textos al respecto.
47
La revolución es, en gran medida, y ello a pesar de tener «causas», un episodio de locura:
el pueblo francés delira, y en varias oportunidades el PP lo indica y hace bromas acerca de que
la revolución quiere eliminar el encerramiento (los asilos), y se burla del llamado «gobierno de
la razón», e indica que revolución prueba, a través de su comportamiento, que los «sans culotes»
«deliran en un día más que cuantos locos ha habido desde el principio del mundo hasta la
fecha», y dirigiéndose a su auditorio local –al público lector– inventa una discusión de tertulia
sobre la necesidad del asilo para los insanos, diciendo que: «Si en todas las repúblicas bien
ordenadas hay cárcel de locos, en la [república] revolucionaria… debe haberla para los prudentes
y juiciosos… que son los verdaderos contrarios de su política». Cf. PP No 150, 11-07-1794. Muy
agudamente Marx había visto, en sus análisis de la revolución de 1848, la relación estrecha
entre revolución y delirio («La nación entera [Francia] se parece a aquel loco encerrado en [el
asilo de] Bedlam…», en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Sobre la forma como la
revolución agudizó la locura en la sociedad francesa en el siglo XIX cf. Laure Murat, L’homme qui
se prenait pour Napoleon. Pour une histoire politique de la folie, Paris, Gallimard, 2011.
48
Papel Periódico de Santafé de Bogotá… [PP], No 199, 03-07-1795: «Reflexiones de un
historiador». –El lector deberá tener en cuenta que todas las frases encomilladas que enseguida
se encontrarán, remiten a éste número del PP, mientras no se advierta lo contrario–. Hemos
además redactado estas páginas en una forma que no introduce en ese punto ambigüedades ni
confusiones.
49
Aunque nuestro problema de análisis no es la Revolución francesa, una cierta dosis de
informaciones sobre sus principales acontecimientos no deja de ser un buen recurso para la
lectura de este capítulo. Una ayuda cómoda puede ser el Diccionario de la Revolución francesa,
publicado bajo la dirección de François Furet y Mona Ozouf, Madrid, Alianza editorial, 1989.
Pero desde luego que un diccionario es también una interpretación y la de Ozouf/Furet y
colaboradores ha sido muy debatida. Puede ser pues equilibrada con la Introducción a la Revolución
francesa, de Michel Vovelle –Barcelona, Crítica, 1981–, con el Vocabulario básico de la Revolución
francesa, de Michel Peronnet –Barcelona, Crítica, 1985– y con los Ecos de la Marsellesa, de Eric
Habsbawm –Barcelona, Crítica, 1992–, que es la versión marxista convencional, pero en este
caso una versión aguda e informada.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Dejemos por ahora de lado la pregunta por la expresión «historia político


filosófica», que puede ser la indicación más clara de la orientación que MSR
quiere dar a sus análisis, o una expresión convencional y de moda en el lenguaje
de finales del siglo XVIII –casi un idiotismo de lenguaje–, o incluso una propuesta
de análisis que puede requerir una consideración detallada y la reconstrucción
cuidadosa del vocabulario histórico de MSR –y de otros ilustrados locales
neogranadinos–. Podemos contentarnos por ahora simplemente con señalar
que la expresión «historia político filosófica», es una expresión de uso frecuente
en esos años, que se supone define el carácter de la historiografía, tal como fue
concebida por los Ilustrados en el siglo XVIII50.
Volvamos, un momento más, a la idea general que sobre la Revolución
francesa y sobre sus efectos ofrece MSR, y que debe coincidir en gran medida
con la que tenían muchos de sus contemporáneos, incluidos sus pares ilustrados
más integrados en las nuevas corrientes del saber crítico y de la historia natural.
1789 y los años inmediatamente siguientes constituyen ante todo un repentino
trastorno en las relaciones entre todas las clases y jerarquías de la sociedad
francesa, y más precisamente constituyen «la abolición absoluta de los enlaces
y órdenes [naturales] de la sociedad», una inversión de todas las formas
habituales de organización del mundo, un caos en el que todo ha perdido su
lugar. Como lo dice MSR, más allá del hecho inmediato del desorden en las
calles, de la falta de respeto por los órdenes sociales dominantes y por las
dignidades del clero, más allá del atentado contra la familia real y su autoridad,
del destrozo de los archivos públicos y tantas otras cosas para lamentar, lo que
caracteriza de manera definida la situación de Francia revolucionaria «es la
general confusión», el extravío de los principios básicos que servían «para
distinguir y clasificar los objetos», la desaparición de una estructura ordenada
de gentes y de cosas que parece haberse evaporado «desde el fatal momento
en que empezó la revolución»51.
Los sucesos que caracterizan el transcurso de la revolución han sido al
mismo tiempo sorpresivos, calamitosos, simultáneos, y se acumulan unos sobre
otros, «sin saberse… cuáles fueron sus primeros resortes y movimientos», es
decir, sin conocerse sus causas, un punto sobre el que volverá de manera repetida
MSR, pues para él el enigma se acrecienta cuando se ponen frente a frente la

50
Una aproximación de síntesis, no especializada, pero sólida, a la historiografía de los
ilustrados, que en parte es la de la historia político filosófica (en gran medida sintetizada por
Voltaire) se encuentra en el útil libro de John Burrow, Historia de las historias. De Heródoto al
siglo XX [2007], Barcelona, Crítica, 2009, especialmente Quinta Parte, capítulos 19 a 24.
51
PP No 130, 21-02-1794: En Francia revolucionaria «El pueblo anda dividido en varios
partidos y asambleas… Ya no hay ni nobleza ni plebe que constituyan la armonía política, cada
uno defiende los derechos del ciudadano, que no goza ni tiene a dónde ir a reclamar».

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benignidad de los soberanos franceses y las furias, rabias y venganzas que ha


desatado la revolución, a la manera de un torbellino –»multitud de pasajes
horribles sucedidos precipitadamente»– que día tras día parece sumar un nuevo
extravío que no encuentra término y que a los historiadores del proceso les
planteará dificultades mayores cuando quieran enfrentarse al análisis imparcial
del fenómeno, pues «¿Qué genio… será capaz de reducir a una historia seguida
y bien complexionada tanta multitud de pasajes…».
Según las afirmaciones de MSR, se trata de una dificultad que depende no
sólo de la existencia o inexistencia de archivos y de testimonios imparciales –
dos necesidades precisas del análisis histórico que el editor del PP reconoce–,
sino de la propia aceleración del tiempo histórico, de la simultaneidad y dispersión
de los procesos, y de la complejidad de cada uno de ellos y del conjunto, es
decir de esa multitud de sucesos y de esa dispersión de fuerzas tan difícil de ser
integrada en un relato lineal, en lo que MSR a veces designa como una «historia
seguida», entre otras expresiones a las que recurre para designar un tipo de
análisis histórico que al mismo tiempo de cuenta, tanto de los segmentos
particulares que constituyen cada episodio que va sumando el acontecimiento,
como de las formas de encadenamiento causal entre segmentos y eventos, y
aún de los planos diversos en que pueden presentarse los episodios que forman
parte de ese conjunto integrado de aspectos diversos que conforman la sociedad.
Una de las imágenes a las que acude MSR para mostrar las dificultades que
al análisis histórico plantea este sacudimiento desde sus raíces que constituye la
Revolución francesa, es aquella que podríamos llamar, con nuestros ojos, la del
Titanic, el famoso barco accidentado con consecuencias tan terribles: «He
aquí la imagen más propia de la revolución francesa», dice MSR, y agrega que
los sucesos revolucionarios son la prueba del choque sorpresivo de la «magnífica
nave que reunía al pueblo más numeroso de Europa». Según el autor de las
Reflexiones… el historiador que emprendiese la tarea de relatar el aconteci-
miento revolucionario, estaría en las mismas dificultades de alguien al que se
le encargase la «descripción del respectivo sitio que ocupaban en un gran
navío… tres mil o más personas que navegaban en dicho buque» y que luego
que en el accidente éste se ha destrozado contra las rocas, «naufragaron hacia
todos los vientos, sin que ninguno hubiese sabido el paradero de los demás».
MSR piensa que explicar es una obligación que el historiador comprometido
con la idea de una historia político filosófica tiene con sus lectores y con la
posteridad. Las explicaciones que ofrece sobre los sucesos revolucionarios
franceses se modificarán varias veces durante su relato, aunque sobre un mismo
fondo interpretativo. En los textos iniciales del PP esa explicación será la del
libertinaje –explicación corriente en Francia y en Europa desde la propia época

100 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

del suceso–. MSR dirá que el libertinaje «hizo pedazos todas las partes que
constituían el recíproco enlace de aquella máquina preciosa» que era la
monarquía, el gran principio regulador y organizador de la vida social, con lo
que el editor del PP ponía de presente no sólo su admiración y su afecto por
ese particular sistema de gobierno –lo que no tiene nada de sorprendente en
el marco de esa sociedad–, sino ante todo su concepción organicista del vínculo
social, concretada en Reflexiones… y en otras partes del PP, en la idea muy
conocida, pero vuelta a potenciar por el imaginario de la monarquía, del cuerpo
político representado por semejanza con el cuerpo humano, con una cabeza –
como centro regulador– y miembros y órganos particulares, cada uno
comprometido de manera natural con una función propia y necesaria, y
subordinados a la cabeza, que dirige y ordena, una imagen que se encuentra
de manera frecuente en las reflexiones sobre la sociedad de MSR52.
Planteada la imagen del barco que se estrella, accidente en el que todos
ruedan y saltan, mientras algunos desaparecen, y toda la situación anterior de
posiciones es trastocada de forma inesperada, MSR reitera su pregunta insistente
acerca de la dificultad de describir ese acontecimiento, pero agrega un matiz
nuevo que no puede dejar de mencionarse, indicando que es tarea del
historiador no solo realizar esa descripción, sino también dar cuenta de «la
serie histórica de este embrión de calamidades», pues si bien el barco chocó y
el orden social se alteró, el accidente se produjo por causas que eventualmente
podrían determinarse, a pesar de la dificultad de la tarea, pues el libertinaje, ya
antes mencionado, encontró condiciones que lo favorecieron, y que
pertenecen al orden de causas que una «historia político filosófica» debe ayudar
a comprender53.
+52
La imagen aparece de manera repetida en sus Reflexiones, pero no sin problema. Como
en su idea de la sociedad parecen estar presentes dos visiones contrapuestas del vínculo social,
una que lo inscribe en un universo de «mónadas» separadas unas de otras –en sentido estricto
una concepción individualista en formación. Cf. PP No 16, 27-05-1791 y otra que somete el
vínculo social a un tejido orgánico que lo hace depender de órdenes sociales jerárquicos
superpuestos, que tienen su punto de síntesis en el poder del soberano, las perspectivas de
análisis son contradictorias y compiten entre sí. Cf. por ejemplo la manera cómo se expresan y
rivalizan en su discusión sobre algunas de las obras del Padre Teodoro Almeida –un ilustrado
portugués muy famoso en su época y leído en Hispanoamérica–, con respecto al individuo, el
egoísmo y las obligaciones de comunidad, en PP No. 204, 7-7-1795 y PP No 247, 10-06-1796.
53
El libertinaje, en la idea de MSR, es una matriz integradora de una cadena de males
terribles que afectan a la sociedad, entre los que menciona el «civicismo» (una combinación de
espíritu laico y secular), el protestantismo, la masonería, el espíritu de rebelión y la desconfianza
sobre las formas tradicionales de autoridad, en todas las esferas de la vida social. Cf. por ejemplo
el ya citado «Retrato histórico de Luis XVI», PP No148, 27-06-1794, en uno de cuyos «capítulos»
MSR habla de los avances del «civicismo» en todas las capas de la sociedad, lo mismo que de la
difusión del calvinismo, «aquel terrible monstruo», que había sido derrotado por Luis el Grande,
pero que seguía vivo, encubierto al amparo del libertinaje. Igualmente dirá –PP No 151, 18-
07-1794–, que la sociedad está llena de «fragmasones» [sic], «esa maldita secta de fanáticos

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MSR se muestra un tanto escéptico frente a la tarea del historiador, y declara


que, a pesar de los esfuerzos que se hagan, la posteridad no podrá tener nunca
una idea exacta de todo cuanto ha sucedido en ese tiempo de incertidumbres,
de inseguridades y de acciones multiplicadas, y esto con independencia de
«cuál fuere el historiador que emprenda desempeñar el vasto objeto de obra
semejante».
La dificultad narrativa y explicativa remite, en una primera aproximación,
repitámoslo de nuevo, a un problema de fuentes, problema del que se hará eco
de manera repetida el escritor –»¡Qué escaso material que pueden suministrarle
al historiador los Diarios, Mercurios y Gacetas que circulan!»–, y esto por
cuanto las publicaciones cotidianas de la época limitan sus informaciones al
campo de las acciones públicas, a aquello que «sucede bajo la luz del sol», y
aun esto de manera muy limitada. Pero esto es solamente un nivel inicial en
que se expresa la dificultad del análisis histórico, pues queda aún por fuera de
la consideración del historiador un gran «número de acciones ejecutadas bajo
el negro manto de la noche», es decir, queda el vasto campo de la vida privada
en que se urden día a día las conspiraciones, las traiciones y las venganzas que
son una constante de la marcha de los sucesos de Francia54.
Para MSR, incluso por la forma misma como se imagina los «sucesos de
Francia», las acciones del ámbito privado podrían ser mucho más importantes
para el análisis del historiador, porque es ahí –en los salones de la corte, en la
oscuridad de los pasillos, en las habitaciones mal iluminadas de los castillos y
en las propias habitaciones reales– en donde deben haber sucedido algunos
de los eventos más terribles presentes en la caída de la monarquía, asunto del
que no podemos dudar, dice MSR, «si hacemos una reflexión acerca del carácter
feroz y sanguinario que distingue hoy al pueblo francés», sumando un
calificativo más a su valoración de ese pueblo francés, que admiraba tanto, y
que observa ahora arrastrado en el deliro del sueño revolucionario55.
vagamundos, cuya filosofía es la que ha empezado a sostener el ridículo sistema de la igualdad,
bajo la… apariencia de ser éste el más conforme a la razón». El libertinaje en MSR va a la par
con la corrupción, presente en toda la sociedad, pero de manera particular en los círculos
dominantes y palaciegos, círculos que han aprovechado sus oportunidades de poder para hacerse
a un botín y olvidar toda idea de servicio público. El reinado de Luis XVI «sin duda habría sido
felicísimo, si hubiese empeñado el cetro en tiempo de menor corrupción». PP No 138, 18-04-
1794.
54
MSR parece referirse mucho más, como era un tópico de la época, a elementos de
conspiración, de traición, de calumnia e injuria, de trama palaciega, antes que a la existencia
de una verdadera vida privada, como esfera autónoma, ya plenamente constituida, que distingue
entre los asuntos públicos del Estado y los asuntos privados y domésticos de quien gobierna, una
separación social y una distinción categorial que no parece haberse conformado aun por completo
en la Francia de Luis XVI, a pesar de los avances en esa dirección. Cf. al respecto, Norbert Elias,
La sociedad cortesana [1969], México, FCE, 1982, capítulos III y IV.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Pero a la dificultad de las fuentes –que más adelante volverá a reaparecer–


se agrega otro problema, más agudo en opinión de MSR, que es el de la
simultaneidad y velocidad de los sucesos, aunque se trate de aquellos de un solo
día y ello aun limitándose al círculo de París, pues solamente ellos darían
«amplísima materia para un gran volumen», y serían ocasión de dificultades
«para el escritor más diligente, metódico y perspicaz que pueda existir entre
los sabios del universo», observación con la que MSR roza un problema del
análisis histórico de amplia tradición y que ha tenido soluciones diversas en el
largo curso de la historiografía occidental, desde la Antigüedad, cuando el
relato histórico se hizo cargo de la narración de las guerras y en medio de ello
de las historias de griegos y de bárbaros, hasta el presente, cuando el mundo
de las conexiones a escala global y los «tiempos del mundo» cada vez más
diversificados, han hecho enormemente complejo el problema de las
asignaciones de causas y explicaciones, hasta el punto de haber conducido a
finales del siglo XX a muchas interpretaciones historiográficas, a renunciar a la
idea misma de explicación.
Este escepticismo de MSR respecto del conocimiento histórico, sobre cuyas
raíces y alcances –y su posible extensión a otros miembros de la generación de
los ilustrados–, sabemos poco o nada, se cierra con la declaración, sorprendente,
de que con toda seguridad saldrán libros, uno o muchos, sobre la Revolución
francesa, pero que ninguno podrá cumplir a fondo y con rigor esa promesa de
análisis, como sí había ocurrido, en cambio, con el relato de otros
acontecimientos históricos, pues en este caso, «es imposible que ella [esa
historia] sea completa y circunstanciada como han podido serlo otras
historias»56.
55
El carácter afrancesado de los ilustrados neogranadinos de fines del siglo XVIII es un
hecho más que comprobado. En el caso del PP hay una constante que puede ser designada
como la referencia francesa, que se traduce en que los lugares principales en los que se exploran
las novedades de la ciencia, de la cultura y del pensamiento, pertenecen en general al ámbito
francés, lo que hace que el rechazo de la revolución francesa plantee mayores dificultades
cuando se trata de relacionar una tradición cultural admirada y una política (antimonárquica)
rechazada.
56
Podemos contentarnos con decir al respecto y refiriéndonos a una idea que atraviesa este
trabajo, que ese escepticismo, que en general en América hispana tuvo como complemento el
llamado «método ecléctico» hecho de «mezclas y combinaciones» –una solución clave para
romper con el silogismo y la escolástica–, se relaciona con lo que designamos como las
modificaciones en la voluntad de verdad y con la producción de nuevos objetos de conocimiento,
nuevas maneras de abordarlos y otras formas de relación con las autoridades tradicionales en el
campo del saber, lo que constituye el núcleo mismo de la transformación cultural del último
tercio del siglo XVIII, aunque tal cambio debe ser visto no solo como parcial y gradual, sino como
inscrito en una geografía cultural y en una sociografía de las poblaciones (los «órdenes sociales»)
que tienen un carácter desigual y heterogéneo, y que se construyó sobre principios sociales que
en gran parte ignoramos, que no parecen ser en principio simplemente los de las oposiciones
binarias entre élites y «pueblo».

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IV

Las Reflexiones de un historiador comienzan pues con el examen de las


dificultades que al análisis histórico presenta la consideración de la Revolución
francesa. Dificultades que tienen que ver en principio con las fuentes, con su
poca pertinencia para dar cuenta del ámbito privado y secreto en donde suceden
posiblemente las peores atrocidades que los revolucionarios franceses han puesto
en marcha contra la legítima dominación de la monarquía. Sin embargo, existe
otro tipo de dificultades, que tiene que ver, de manera más específica, con el
propio carácter del acontecimiento, con su novedad y originalidad: es decir
con la aceleración y simultaneidad de las acciones humanas que ha desatado
el acontecimiento que designamos como Revolución francesa57.
A las anteriores dificultades para el análisis del acontecimiento revolucionario
se agregan nuevos obstáculos, de tanta envergadura como lo eran las anteriores
dificultades, obstáculos inscritos en el polo complementario, es decir en el campo
del historiador y de las interpretaciones que produce. Como se diría en un lenguaje
filosófico del siglo XX, lenguaje que como es obvio no está presente en el PP, son
dificultades que estarían del lado del intérprete, pero no del «proceso objetivo»
que se analiza. En ese orden de dificultades se detendrá ahora MSR.
Se trata de un conjunto más de dificultades que MSR someterá a examen en
sus Reflexiones… empezando por la más general de todas ellas, la que parece ser el
punto de articulación de las demás, las que respecto de ésta primera tendrían un
carácter mucho más circunscrito, aunque unas y otras examinadas en el marco del
propósito definido para una historia mater et magistra, una historia que aspira a dejar
testimonio de las acciones de los hombres –la historia se apoya en testimonios–,
pero una historia que quiere también ser testimonio de la actividad humana, y
sobre todo, un género de conocimiento que aspira a ofrecer lecciones a las generaciones
futuras sobre el destino del mundo, a partir de lo que ha sido su pasado58.

57
La idea de aceleración del tiempo histórico es un tema típico del advenimiento de la
nueva sociedad moderna industrial y se encuentra tanto en el repertorio de los historiadores
como en el de los sociólogos, siendo un tema que se brinda a la especulación, a veces sin mucho
fundamento. Cf., entre muchas otras posibilidades, Reinhart Koselleck, Aceleración prognosis y
secularización [2000], Valencia, Pre-Textos, 2003, que tiene el mérito de precisar el tema, en el
marco general del pensamiento del autor, aunque a veces este texto deja la impresión de que el
tiempo es una «sustancia» que comanda la existencia social, a manera de una instancia superior
metafísica, y no que sea una forma de ordenación social, construida en el marco de las relaciones
sociales que le dan su lugar, su significado y su valoración, en sociedades específicas.
58
No hay otro remedio que citar al texto fundador de esta polémica en la historiografía de
hoy. Cf. Reinhart Koselleck, historia/Historia [1975], Madrid, Editorial Trotta, 2004, un texto
que tiene el mérito de la síntesis, pero la dificultad de una presentación bajo la forma de tesis, lo
que no siempre deja ver su relación con la historia real de las sociedades del área cultural sobre
la que se interroga Koselleck.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Hay que indicar, para evitar confusiones, que lo que se propone MSR es
un examen somero del asunto. Por eso dirá, de forma insistente, que en el examen
de los temas históricos en un papel periódico se presenta una dificultad casi
absoluta para examinar problemas que exigirían un tratamiento extenso y
detallado, por lo que deberá limitarse a una exposición compendiada y de ninguna
manera intentará la composición de un tratado, como lo exigiría ésta y otras
materias. En el caso del análisis de la situación de la Francia revolucionaria se
tratará, entonces, de fijar la atención sobre «aquellos [inconvenientes] que
parecen más dignos de atención», obstáculos que no parecen en principio de
gran entidad, «pero que bien examinados son de considerable magnitud respecto
de la materia». Se trata pues de limitarse a lo «esencial», de asumir el riesgo de
una forma compendiada, ante la imposibilidad de formar un tratado extenso
sobre la materia59.
MSR afirma que a pesar de su fuerza devastadora y a pesar de que los
desastres que va produciendo a su paso no parezcan tener fin, la revolución,
caracterizada aquí como castigo por «los pecados y desórdenes públicos que
han irritado la ira divina» –una caracterización de la Revolución francesa con
la que el editor de PP parece volver a una de las más tradicionales explicaciones
del suceso–, finalmente se detendrá, aunque los problemas que deben inquietar
a un historiador no por ello desaparecerán60, pues al término de las acciones
revolucionarias de las masas, orientadas por les philosophes, desde el punto de
vista social vendrá la calma, pero desde el punto de vista intelectual comenzará,
en otra parte, de manera desplazada, otra batalla, o varias batallas más, que son
parte de esa guerra; una guerra que, «aunque no sea tan sangrienta y horrorosa,
podrá quizá producir algunos efectos melancólicos en algunos espíritus», una
59
Puede señalarse que las diferencias entre la gran obra –la Summa, con todas sus dificultades
de escritura, de publicación y de comprensión–, el compendio y el breve tratado, han sido en
gran medida creadas por la transmisión del saber en la enseñanza y por el desarrollo de técnicas
del trabajo intelectual que los copistas medievales terminaron de poner al día, al servicio de los
jóvenes universitarios que inundaban las aulas de filosofía y teología, como muchos trabajos lo
han mostrado. Hay que recordar que la filosofía enseñada no fue solamente el lugar de
transmisión de saberes y categorías de análisis, sino también el centro de invención y difusión de
técnicas del trabajo intelectual –nuevas formas de lectura y de consignar lo escuchado–, que
luego han migrado a otros dominios del conocimiento transmitido, incluso a las formas básicas
de la enseñanza, o al periodismo, que ha hecho de esas técnicas una forma nueva de
comunicación «sucinta». Cf. con respecto a algunos de estos problemas la exposición magistral
de Paul Saenger, «La lectura en los últimos siglos de la Edad Media», en Guglielmo Cavallo y
Roger Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental [1997], Madrid, Taurus, pp. 211- 254.
60
El PP anunció –varias veces– como la más grande noticia del siglo la derrota de la
Revolución francesa. Así por ejemplo PP No 170, 12-12-1794: «Al Público: La noticia más
agradable que puede leerse en los fastos del siglo XVIII es la que insertamos en este número…»
y pasa a recrear noticias llegadas de Ultramar, que informan sobre la derrota de la revolución y
la caída de París, aunque tales noticias o bien se plegaban a un episodio circunscrito de un
evento mayor, o bien eran simples proyecciones de deseos de bando monárquico.

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guerra que MSR designará como guerra de interpretaciones –la expresión es


nuestra, pero nos parece que no traiciona el sentido de la proposición de MSR.
Sobre esa otra guerra –la de las interpretaciones–, que debe comenzar cuando
el acontecimiento revolucionario encuentre su término, que no puede ser
otro que la derrota de los revolucionarios –en realidad hoy sabemos que la
guerra de interpretaciones empezó en el marco mismo de la revolución en
curso, como por lo demás lo prueban los propios textos de MSR–, el editor del
PP escribirá que prefiere explicarse a través del lenguaje de los poetas, e indicará
entonces que «cuando pase el enfrentamiento guerrero… y estemos con
Minerva… cuando estemos en sus academias y liceos…», tendrá su punto
inicial esa guerra nueva, de tanto significado como las batallas recién libradas.
Ese momento posterior a la batalla política y militar del que quiere dar cuenta
MSR, es el momento de la crítica, el momento en el que «los filósofos, los políticos,
los jurisconsultos, todos los hombres que se llaman literatos y estadistas», entrarán
en la contienda y ocuparán el primer lugar en la atención del público, cuando
empiecen a promover «una intrincada guerra de cálculos, dictámenes y opiniones,
sobre varios objetos relativos a la revolución francesa…». Acudiendo como
siempre a su reserva de imágenes de la Antigüedad, MSR hablará de ese temible
momento en que la hija del celebro [sic, por cerebro] de Júpiter «suspenderá el
ejercicio de Palas y deponiendo la lanza y el escudo mandará a descansar sus
tropas dentro del templo de Jano»; momento en el que suspendida la batalla, en
las salas de academias y de liceos se encontrará congregada esa «otra clase de
alumnos, no menos inquietos y activos».
El momento de la crítica –en una época que ya empieza a ser caracterizada
precisamente por ese valor cultural en Europa y también en los reinos y
provincias del imperio español en Ultramar– no traerá en principio, piensa
MSR, la paz de los espíritus y el intercambio fluido de argumentos, sino que
más bien producirá en el mundo intelectual y en la propia sociedad, nuevas
formas de confusión intelectual, pues la defensa de las pasiones y los intereses
se tornará en la parte principal de la disputa. Como escribe MSR: «¡Ah, qué
multitud de lenguas y de pareceres se oirán entonces en esta Nueva Babel!», y
ello porque cada uno «hablará según sus intereses, pasiones y partidos», y
entonces, «¿qué se podrá sacar [de tal batalla] sino dudas, recelos y confusión?».
La República de las Letras no es pues el reino de la paz. Muy por el
contrario, como la polémica exacerbada de los «modernos» lo ha mostrado,
MSR piensa que se trata de un nuevo campo de batalla de acciones
multiplicadas, ahora que se ha ampliado el espectro de los que pueden hablar
y escribir –y de hecho lo hacen–, más allá del círculo de los privilegiados que
hasta ese momento había monopolizado el uso de la palabra legítima, una

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

situación de democracia intelectual, digamos así de manera provisional, que


MSR había aplaudido en otros dominios de la vida de las ideas, pero que en el
análisis de la Revolución francesa no encuentra deseable.
MSR dice querer explicar ese fenómeno de confusión y Torre de Babel que se
avecina, a través de un epigrama –una de las formas más populares de manifestar
una idea o una opinión en esa sociedad– de un «cierto versificador», quien, para
dar cuenta de los estragos que hacen tanto los cañones en las contiendas militares
como las plumas en las contiendas filosóficas, decía que había encontrado la razón
de ese hecho en «ser uno mismo el numen tutelar de ambas profesiones», y por eso
dirigió a la hija de Jove los siguientes versos: «Dos especies de cañones manejas…
y en realidad no se decir con cuáles hieres más pronta. Como Palas tiranizas/ como
minerva destrozas/ Hija al fin del Dios tonante/ Basta, Madama, y aún sobra’»61.

Cerrada esa primera aproximación al problema de la Revolución francesa y a


sus dificultades de interpretación, con lo que concluía MSR la primera parte
de sus Reflexiones de un historiador, el editor del PP volvió la semana siguiente
sobre las dificultades del análisis histórico en general y sobre las dificultades
propias al trabajo del historiador, y comenzó fijando su atención en ese otro
grupo de obstáculos que designaba como de «diversa índole» y que también
afectaban el análisis de los historiadores62.
Presentando al lector esos nuevos obstáculos de análisis, MSR propondrá
una idea somera de lo que entendía como «método histórico», un punto de
altísimo interés en el análisis de la Ilustración neogranadina, no solo por la
importancia que la definición de análisis histórico tuvo para los ilustrados en Europa
y en América y por el significado que una noción de historia tiene en cualquier

61
Para una caracterización general del espacio de combate entre los letrados –entre muchas
otras, respecto de un asunto cada vez mejor conocido–, cf. Hans Bots & Francoise Waquet, La
République des Lettres, Paris, Belin, 1987, que incluye una amplia bibliografía sobre el tema. Una
caracterización local en tono de parodia y de ironía, sobre la República de las Letras se encuentra
en Historia de un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de Aristóteles. Su
autor: José Domingo Duquesne. El año 1791. –Transcripción, notas y presentación de R. Silva–,
Medellín, La Carreta Histórica, 2011, un texto que no tiene parangón en América hispana, ni
por la forma ni por el estilo –aunque la crítica de la escolástica sea moneda corriente desde el
último tercio del siglo XVIII–. La misma idea de una guerra de interpretaciones, pero en el
campo estricto de la filosofía, se encuentra en esa Historia de un congreso filosófico… recién
citada, que trata precisamente de la batalla y la búsqueda de la paz en el campo de la filosofía,
entre «antiguos» y «modernos».
62
Cf. PP. No 200, 10-07-1795: «Fin de las reflexiones». De nuevo: todos los encomillados
que siguen, y cuyo contexto de enunciación y autoría, se establecen en el texto con precisión,
se refieren a este número del PP, mientras no se advierta lo contrario.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 107


RENÁN SILVA

sistema de pensamiento sobre la sociedad, sino de manera más particular porque


las exposiciones explícitas sobre este punto son muy poco frecuentes en la cultura
neogranadina de finales del siglo XVIII, según lo habíamos podido ya advertir.
De esta manera, en el número 200 del PP, MSR continuará sus Reflexiones…
abordando lo que podríamos llamar con alguna dosis de anacronismo «método
del historiador» y «ética de la investigación histórica», y lo hará de una forma
que tiende a ser circular, con constantes repeticiones –que no siempre podremos
dejar de lado, pues no sólo ilustran sobre lo que deben ser lugares comunes de la
época sobre el tema, sino que en ocasiones agregan algún matiz que puede ser
de importancia en la consideración del asunto–63.
Hablará pues del problema, conocido desde la Antigüedad griega y romana, de
la imparcialidad –el núcleo de lo que precisamente el siglo XVIII designará como
método histórico–, y abordará el tema difícil de las relaciones entre el historiador y los
poderosos de la sociedad, bajo la forma de las dificultades que enfrenta quien escribe
la historia de un reinado o de un personaje para abandonar la lisonja y dirigirse hacia
el análisis, rehuyendo todo compromiso que no sea el que debe tener el historiador
con la verdad, y propondrá sus «propias» definiciones posibles de la función del
saber histórico y de la tarea del historiador –es decir, se referirá a un conjunto de
temas y problemas que no solo tienen una venerable antigüedad, sino que siguen
siendo objeto de interminables debates en nuestro presente, como si se tratara de
fantasmas que regresan siempre en busca de una solución que parece nunca
encontrarse–.
Sigamos de nuevo a MSR en su texto de Reflexiones… no para presentar un
alegato en su defensa ni para condenar su exposición con críticas elaboradas desde
nuestro presente, y menos para intentar por nuestra cuenta una interpretación de la
Revolución francesa, sino tan sólo para iniciar la descripción y el análisis de un
problema más bien desconocido en el estudio de la cultura histórica de la sociedad
neogranadina y para que el lector pueda establecer por su cuenta ciertas constantes
historiográficas presentes desde la Antigüedad64.
PP No 200, 10-07-1795.
63

Desde luego que el problema de esas reapariciones, o mejor de la permanencia constante


64

de ciertos elementos que parecen estar ahí, desde siempre, no conduce a declarar que los
grandes temas de la historia, como los de la filosofía, son «cuestiones perennis», como ha
repetido tantas veces con ironía Quentin Skinner. El investigador deberá, para cada paso
singular, indicar cuál es la función y el sentido específico del elemento que parece simplemente
repetirse; como dice Michel Foucault, indicar cuál es el teatro en donde el elemento adquiere
ahora un lugar y cuáles son las razones de la reaparición. Cf. al respecto, M. Foucault, Nietzsche,
la genealogía y la historia, Valencia, Pre/textos, 1998, en donde Foucault escribe que hay que
captar la permanencia o el retorno de un elemento, pero «no para trazar la curva lenta de su
evolución, sino para reconocer las diferentes escenas en las que [esos elementos] han representado
distintos papeles; definir incluso el punto de su ausencia, el momento en el que no han sucedido
(Platón en Siracusa no se convirtió en Mahoma…)», p. 12.

108 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Igualmente, la consideración de las maneras posibles de enfrentar el análisis


del problema por parte de MSR, nos puede ayudar a comprender las formas
diferenciales de preguntarse y responderse frente a temas que parecen ser tanto
tópicos imaginarios que habitan el análisis histórico, como problemas inevitables
de eludir cuando se estudia el pasado y el presente de las sociedades, problemas
que ocupan hoy, bajo una forma modificada, el centro del análisis de lo que
designamos como ciencias sociales –incluyendo en ese bloque, desde luego, a
la disciplina histórica, parte esencial en la constitución de lo que es al tiempo
un lugar, un saber, una disciplina y en el siglo XX el núcleo de un sistema de
profesiones muy definido.
A esa amplia agenda de interrogantes, MSR sumará un asunto más por
investigar. Un problema clásico en la historiografía –por lo menos en el caso
de la historiografía medieval y moderna europea, que por muchos años lo
hicieron objeto de su atención–65. Podemos partir de ese problema porque la
forma como es abordado por MSR permite acudir a él como hilo conductor de
los otros problemas que mencionó como objetos de examen. Se trata del
problema del tratamiento del personaje, de las formas de considerar a las grandes
figuras históricas, de estudiar a aquellas figuras que ocupan los lugares destacados
del drama histórico –como se puede suponer sin gran dificultad, los personajes
principales serán aquí, sin excepción, los «grandes» de una época, ya que lo
que MSR llama el «pueblo francés» solo vendrá a escena como unidad social
homogénea e indiferenciada–66.
Para MSR aquí reside uno de los secretos del oficio y una de las máximas
exigencias del saber histórico, «ya que el principal mérito de la historia consiste
65
Cf. a manera de ejemplo, Jacques Le Goff, Héros du Moyen Âge, le Saint et le Roi, Paris,
Gallimard –Quarto–, 2004, «Introduction», pp. 5-20, donde discute el problema del héroe y del
personaje en la historiografía medieval y en su obra. Como escribe Le Goff, «Todas las civilizaciones
honran personajes humanos y/o sobrenaturales, a quienes rinden verdaderos cultos», agregando
enseguida que los objetos y las formas del culto por el personaje y el héroe varían, desde luego,
de sociedad a sociedad: «Así, la Antigüedad greco-romana ha venerado unos héroes, unos
dioses y unos seres intermediarios, héroes divinizados y semidioses. La mutación de las
civilizaciones entraña una modificación de tales categorías», p. 5. Cf. también, para ver el
mismo tipo de problemas, en otra época y en otro registro de análisis, Anthony Grafton, What
Was History. The Art of History in Early Modern Europe, Cambridge, Cambridge University
Press, 2007, que permite ver métodos y formas diferenciales de plantearse el problema de la
crítica histórica y el lugar que la temprana modernidad le daba a los asuntos de la acción
histórica y el personaje, un punto que luego de una crítica necesaria en la historiografía del siglo
XX , fue empobrecido y casi que expulsado del análisis, o dejado en el exclusivo terreno de la
biografía, en donde volvió a escapar de la sociología y a caer en manos del simplismo de los
«grandes hombres» que se elevan de las ligaduras sociales y de las limitaciones de época.
66
En el caso del PP y de MSR el texto básico al que siempre habrá que referirse, como
advirtamos al inicio de este capítulo, será siempre el «Retrato histórico de Luis XVI», el texto de
pretensión analítica más extenso de MSR sobre la Revolución francesa. Cf. PP, No 138, 18-04-
1794 (y números subsiguientes).

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 109


RENÁN SILVA vuelalacarreta llllCcCCC

en presentar bajo… su natural aspecto y verdadera figura a todos los personajes


de que son susceptibles las varias escenas» que constituyen los sucesos que el
historiador narra; y en el tratamiento de esos personajes el historiador deberá
ser ante todo imparcial, abandonar todo interés de alabanza, criticar sin temor
de ofender, sabiendo que el examen de las acciones determinadas de este o
aquel sujeto no tiene por qué constituir una «infamia al grupo ni al linaje».
De acuerdo con MSR el historiador deberá superar esa dificultad que
consiste en confundir el personaje con el grupo y no deberá eludir la descripción
de sucesos que parezcan «horribles y vergonzosos», un error repetido en los
trabajos de historia, y un error por cual la «historia [el saber histórico] ha
padecido siempre muchísimo…». «Contemporizar» con personajes o con
situaciones, abandonar la aspiración a una descripción de los sucesos como lo
haría una pintura fiel, es un error constante del que hay pruebas repetidas.
Esa afirmación que acabamos de citar, para MSR no necesita, según indica,
mayores pruebas, pues es una situación «universal y conocida» y sobre ella hay
múltiples ejemplos «en los anales más célebres e importantes que conocemos»; aunque
por nuestra parte no podemos dejar de señalar –y que el lector nos perdone la
digresión– que permanece sin respuesta clara en el texto de MSR el interrogante
sobre si son esos problemas de método no solucionados en el tratamiento del
personaje, los que conducen a la reverencia y a la falta de comprensión intelectual
de las relaciones entre un sujeto determinado y su entorno social, como parece
pensar MSR, o si por el contrario, son los lazos de mecenazgo y de patronazgo los
que arrastran al historiador a convertir toda descripción de un personaje poderoso
en apología67, y a eludir las condiciones de método, las distancias y las renuncias
–como diríamos hoy–, que debe aceptar y asumir el historiador que quiera
hacer un «cuadro real» de aquellos a quienes quiere retratar para una época,

Apología y descripción no constituyen en el siglo XVIII historiográfico necesariamente


67

una contradicción, como podría serlo a nuestros ojos. La apología es un género histórico relevante,
que se presenta no como falso elogio, sino como búsqueda de la verdad. De manera particular
la temprana renovación historiográfica española –los famosos novatores–, que quieren buscar la
«verdad» sobre la historia española (lo que implica al mismo tiempo investigar el papel de
España en Europa y en el Nuevo Mundo), se inclinaron por ese género, que mantenía relaciones
complejas con la crítica. No hay nada de raro en que la propia discusión de las relaciones entre
apología y descripción constituya el núcleo de la reflexión de Antonio Mestre Sanchis sobre la
Ilustración hispana (y la valenciana, tan importante para el virreinato del Nuevo Reino de
Granada, a través de la obra de Gregorio Mayans –entre otras cosas corresponsal de Voltaire–).
Cf. en general, en el marco de una obra amplísima, Antonio Mestre Sanchis, Apología y crítica
de España en el siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, 2003. Es por eso que MSR puede escribir al
concluir su «Retrato histórico de Luis XVI en el trono», sin producir desajustes o contradicciones
en su argumentación, en un texto que es una defensa total y a veces pugnaz del soberano de los
franceses, que: «Consideramos que ninguno habrá dejado de conocer la imparcialidad con
que hemos procedido», Cf. PP No 160, 3-10-1794.

110 La Carreta Editores. Prohibida su reproducciónpanel


total o parcial.
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P
CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

bien se trate de gentes poderosas, bien se trate de las llamadas clases


subalternas68.
MSR dice sentir dolor al ver cómo la adulación se ha tomado la narración
histórica –«¡Qué dolor es ver cómo la adulación, la venalidad, la insensatez
cubren de tantas tinieblas» el relato histórico–, lo que de paso le permite
volver a caracterizar al conocimiento histórico como «la parte más preciosa
de la filosofía», la «maestra de la vida» –una fórmula que será repetida en sus
textos, bien de manera literal, bien como sentido cristalizado a través de otras
palabras–, y como el «código de la política y la moral…», lo que nos ilustra no
sólo sobre la valoración que el editor del PP tenía del saber histórico, sino
sobre el lugar que en esa cultura intelectual tiene ese tipo de saber, definido
aquí, además, en una perspectiva de «realismo empírico», de descripción de
hechos que intentan escapar del mundo de las valoraciones, como «espejo
claro y fidelísimo por donde se conocieren los varios aspectos que ha tenido el
género humano en todas sus edades».
Es una caracterización del saber histórico que se suma a lo que ya
conocemos sobre la relación entre historia y posteridad, pues se trata de
transmitir a las generaciones futuras «unas ciertas ideas y nada equívocas de
los acontecimientos y mutaciones que ha habido en el universo y que han
variado el aspecto del sistema político y moral de las naciones», lo que puede
ser una definición aceptable, aunque aun incompleta, de lo que su época
llamó la «historia político filosófica» –una expresión que en algunos análisis
ha sido empobrecida, cuando se le define solamente por algunos de sus rasgos:
el análisis del comercio a escala internacional y de la temprana conexión
entre las sociedades, y la crítica de la esclavitud en la extensión de lo que hoy
llamamos el sistema capitalista mundial, dejando de lado las perspectivas de
método y de enfoque que están presentes en la idea que los Ilustrados tuvieron
del análisis histórico69.

68
Aunque se ha hecho con frecuencia en las tres últimas décadas historiográficas, no
parece haber ninguna razón de ciencia para establecer, desde el punto de vista del método
histórico, diferencias entre los usos de la crítica –conceptual y documental– cuando el objeto se
centra en las clases llamadas populares o en los sectores de élite, y mucho menos hablar de
epistemologías del Norte desarrollado, de un lado, y de otro lado de epistemologías del «Sur»,
críticas y revolucionarias, una moda impuesta por el Postmodernismo y que aparece a veces
presente con algún énfasis en varias partes de obras eruditas como la de Jorge Cañizares, Cómo
estudiar la historia del Nuevo Mundo, op. cit., pero aun con acentos más recargados y con
valoraciones muy poco controladas en los trabajos de Boaventura de Souza Santos. Cf.
Epistemologías do Sul, Sao Paulo, Cortez Editora, 2010.
69
Una visión sintética, pero no reductora, en John Burrow, Historia de las historias, op, cit.,
pp. 393-401. Para una visión de época que fue lectura de primer orden de los Ilustrados
neogranadinos cf. Benito Jerónimo Feijóo, Reflexiones sobre la historia (Del Teatro crítico universal).
–Edición, introducción y notas de Francisco Fuster), México, FCE, 2014.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 111


RENÁN SILVA

Espejo y pintura son pues dos de las imágenes más frecuentes para definir
en esta perspectiva el saber de la historia –sin que tengamos por qué discutir
ahora sobre la ingenuidad de los dos recursos y su equívoco sobre el «realismo»
de la imagen, incluso en el caso del espejo, cuando se la toma como reflejo
preciso de una situación, desprovisto de toda carga imaginaria, un hecho
imposible tal como lo pensamos hoy en día, después de Freud–.
Pero MSR agrega un elemento más a su idea de saber histórico, un elemento
que sigue siendo de primera importancia hoy y que por épocas el saber histórico
parece olvidar, ya que según el editor del PP no sólo los cuadros históricos
deben ser «copiados puntualmente por el original cierto y naturalísimo de los
propios hechos…», sino que tales hechos deben ser mirados «bajo aquel mismo
punto de vista en que los presentó la verdad al tiempo en que sucedieron»70, lo que
quiere decir que el código de realismo ingenuo, que no deja de entrañar la
aspiración positiva a un conocimiento verdadero –una aspiración intelectual
que no habría que menospreciar–, se combina con otro principio del más alto
valor intelectual: la idea de captar un hecho, pero sobre todo su significación,
en su marco temporal específico. Como dice MSR, mirar los hechos bajo el
punto de vista del tiempo en que sucedieron, si de verdad se desea captar su
significado –una perspectiva historiográfica que hemos visto criticada y en
parte abandonada en el último tercio del siglo XX–71.
La imparcialidad, que es como MSR designa aproximadamente lo que se
llamará mucho más tarde «objetividad», es lo que da el valor intrínseco al
relato histórico. A la imparcialidad se oponen la pasión, el interés y el disimulo,
que son atributos que hacen a la narración histórica «ridícula y despreciable».
La imparcialidad, igualmente, no es separable de la fidelidad de las descripciones
históricas –que son el punto que concreta el carácter imparcial de la narración
histórica–. La fidelidad tiene un camino que es el de la sencillez de las
descripciones, es decir su capacidad de huir de las formas retóricas que pueden,
en la escritura, alterar el suceso. La descripción no debe pues «alterar el orden
de las cosas, ni disminuir los caracteres legítimos de los personajes…». Como
lo dice MSR, repitiendo una observación que ya había suscrito, «esta parte de
la filosofía interesantísima… al bien de la humanidad, que es la historia»,
debe ser por lo tanto «fiel y sencilla en sus descripciones», con lo que vuelve a

El resaltado es nuestro.
70

La palabra y la idea se encuentran repetidas varias veces en los textos de MSR en el PP, bien
71

fuera presentando análisis históricos, bien fuera «construyendo» noticias sobre la situación
europea, aunque es también una noción que aplica a la historia del conocimiento. Cf por
ejemplo PP No 177, 30-05-1795, en donde hablando sobre un problema de salud pública escribe:
«Sería un declarado anacronismo y notable mentira creer que Plinio hablaba [en su comentario]
respecto de las Américas».

112 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

reiterar su tono crítico respecto de la oratoria tradicional que dominaba a las


«producciones literarias» de su tiempo72.
La fidelidad (y el método que la hace posible) se liga con la narración lineal,
que respeta el orden de las cosas y se orienta por la cronología. El carácter
lineal del tiempo de la narración, que en buena medida es puesto en aprietos
por la simultaneidad y fugacidad de los episodios de la Revolución francesa, es
una exigencia narrativa, que va en la dirección del orden y la claridad –lo que
nos recuerda además que la idea de tiempo lineal, con toda su simplificación,
por oposición a la de tiempo cíclico, fue de todos modos una conquista intelectual
de primer orden para el trabajo de los historiadores, una conquista que le
debemos a la Grecia clásica, a Roma, y sobre todo al Cristianismo–73.
La fidelidad pone de presente, en esta manera de considerar los problemas
del saber histórico que discute MSR, que el relato histórico debería estar siempre
más del lado de Heródoto y de Tucídides que de Homero, pues la historia no
es susceptible «de unas descripciones inventadas por el capricho», ya que eso
sería «componer poemas y romances más bien para deleitar que instruir, más
para ostentación del ingenio que para pública instrucción», con lo que llegamos
a algunos de los temas más conocidos de la historiografía antigua y su
restitución en la discusión historiográfica por las corrientes de la Ilustración.
De un lado, la oposición entre deleitar e instruir, que fue constitutiva desde
Grecia y Roma de las opciones de los historiadores y que la Ilustración volvió
a discutir y redefinió a través de su énfasis sobre un valor nuevo, el de la
utilidad, una de las voces más constantes entre los ilustrados de Europa y
América. De otro lado la ostentación retórica, el lucimiento en la Corte y el
carácter de pasatiempo sin consecuencias de la actividad intelectual. Sobre
este último punto los ilustrados neogranadinos –como los hispanoamericanos–
no tuvieron mayores vacilaciones para ponerse del lado de lo que llamaron
«pública utilidad», que fue una de las divisas del PP, aunque el tránsito hacia
ese valor y esa actitud parece haberles costado demasiado, y aunque a veces,
por ello mismo, sus declaraciones respecto de la «pública utilidad» sean ante
todo retóricas, por la propia dificultad que tuvieron de concretar sus ideales
en acciones prácticas, al estar casi siempre fuera del juego de poder virreinal,
72
La misma crítica la podemos encontrar en muchas de las páginas de la fábula del Padre
Duquesne –que hemos citado–, quien se burla al tiempo de los usos excesivos del latín, introduce
autores franceses como Moliere, que no formaba parte activa de la tradición cultural del
virreinato de Nueva Granada –aunque sus obras estaban en varias bibliotecas de ilustrados
locales, por ejemplo en la de Antonio Nariño–, y muestra la pedantería que se esconde detrás
de la ostentación retórica. Cf. Historia de un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al
imperio de Aristóteles, op. cit.
73
Cf. Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Barcelona, Paidós,
1991.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 113


RENÁN SILVA

al que, de otra parte, nunca dejaron de acariciar como un sueño posible, en


una época, la última década del siglo XVIII, en que la monarquía había
desestimado cualquier proyecto en esa dirección74.
En cuanto a la oposición entre deleitar e instruir hay que agregar que se
trata de una oposición que terminó para MSR y para el PP convertida en un
verdadero dolor de cabeza, pues el editor y su semanario parecen sinceramente
convencidos del valor de la instrucción sobre el deleite que no enseña nada,
una posición que no era fácil de digerir para una cultura intelectual y un
medio social fuertemente apegados a la idea de que el conocimiento y el saber
práctico no eran valores de importancia frente al lucimiento y a la figuración,
que eran parte de lo que Norbert Elias llamaba para las sociedades de corte, el
deber de representación.
De manera más determinante aun, los lectores del PP, así como el propio
editor, debatieron ampliamente sobre la relación entre deleitar e instruir, y
muchas cartas de los lectores, que pueden estar manifestando una opinión
cortesana más amplia, iban en dirección crítica contra la utilidad como valor
primero de la publicación, y reclamaban ante todo la presencia de textos para
la diversión. Por su parte el editor dejó en claro en muchas oportunidades,
polemizando con algunos de sus lectores, que debía hacer concesiones a la
diversión y descuidar la utilidad, por el propio carácter de un papel periódico,
por el nivel cultural y las preocupaciones intelectuales de algunos de sus
lectores, y porque era una medida necesaria para la supervivencia del semanario,
aunque al final el PP terminó siendo una mezcla ecléctica de deleite e
instrucción, como ocurrió en general con este tipo de publicaciones en América
Hispana, como lo comprueba la persistencia del tema (propuesta y reclamo,
aceptación y rechazo) en la naciente prensa de Lima y de Quito y en algunas
de las resistencias a las formas educativas intentadas por los virreyes Borbones
del periodo final de la Monarquía en América75.
En sus Reflexiones sobre la historia MSR recuerda de manera reiterada a sus
lectores, que sus observaciones y puntualizaciones críticas sobre el «método
histórico» no se construyen a partir de una reflexión abstracta, sino que se
desprenden de su propio trabajo de análisis de la Revolución francesa y de las
lecciones que saca de las obras que al respecto ha leído –sobre todo, dice,
74
Sobre las dificultades de plasmar el ideal de la utilidad y el «ideal de la práctica» –que no
fue una dificultad absoluta, como lo saben bien los estudiosos del siglo XIX– y sobre el carácter
estructural de esas dificultades, cf. R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit.,
capítulo III. Y para los avatares de esta idea en el siglo XIX Frank Safford, El ideal de lo práctico:
el desafío de formar una élite técnica y empresarial en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de
Colombia, 1989.
75
Cf. por ejemplo R. Silva, La Ilustración en América andina», en La Ilustración en el
virreinato de Nueva Granada. Estudios de Historia cultural, Medellín, La Carreta editores, 2000.

114 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

adelantándose al momento en que venga la «guerra de las interpretaciones»,


cuando Palas sea sustituida por Minerva–.
MSR dirá por ejemplo que en el análisis de la Revolución francesa la «poesía»
ha vencido al relato histórico y que el relato de los acontecimientos
revolucionarios terminará siendo «gallardo poema, trabajado con mucho artificio
y delicadez para divertir a las damas y bellos espíritus en sus estrados y tertulias».
Aunque MSR dice referir su observación crítica al espíritu «que domina y reina
actualmente en las naciones cultas», que es su manera corriente de designar a
Europa, su crítica se dirige también, como a través de otras de sus observaciones
se comprueba, a la actividad intelectual en Santafé, lo que indicaría que en la
opinión del editor de PP esos acontecimientos, que son la propia historia del
presente y un suceso de alcance mundial, parecerían haber sido vistos por un
sector de la opinión instruida de la capital del virreinato neogranadino con ligereza
y liviandad, como información erudita y mundana sin ninguna «utilidad
pública», entendiendo la utilidad, en el campo de los estudios históricos, como
lección con moraleja para el presente y para las generaciones futuras.
Las sociabilidades de corte, aun en una ciudad provinciana, pequeña y pobre
como Santafé, eran un asunto que aterraba a un hombre sin recursos económicos
y sin ninguna aspiración posible de nobleza como MSR, caracterizado además por
un comportamiento reservado y por fuertes tendencias pietistas y místicas, y al
mismo tiempo exonerado, por su propia ausencia de cualquier «calidad social» de
todo deber de representación. Posiblemente esas condiciones le facilitaron al editor
del PP hacer suyas todas las observaciones que sobre la ambición de poder dejaron
consignadas muchos de los principales historiadores de Grecia y Roma, cuyas
obras –o partes de ellas– sobrevivieron, y cuya exigencia de no contemporizar con
los poderosos, como una condición para acceder al ideal de la imparcialidad, hicieron
suyas muchos de los ilustrados en Europa y algunos de América hispana, entre
ellos MSR, con la intención visible de escribir historias que se propusieran dar
cuenta de la realidad, a través de una pintura fiel del original76.
76
Una fórmula que desde luego somos los primeros en comprender que hace mucho dejó
de ser la que expresa el camino de la investigación histórica moderna. El ideal de la imparcialidad,
que arrojó particularmente buenos frutos en el periodo de la constitución inicial de los estudios
históricos modernos y de organización de la profesión en Europa (en Alemania sobre todo) y
algo después en los Estados Unidos, irá mostrando poco a poco sus limitaciones, y muy temprano
obras como las de Marx, Freud, y Nietzsche pusieron presente el equívoco que se encontraba en
el corazón de tal ideal de la imparcialidad, y la duda que habría que albergar sobre una creencia
exagerada en la ausencia de pasiones por parte del observador, lo que ponía de presente al
mismo tiempo la generosidad y la imposibilidad de la formulación de Baruc de Spinoza: «No
reír, no llorar, solo comprender». Michel Foucault, en «Nietzsche, Freud, Marx» [1967], en
Nietzsche 125 años, Bogotá, Temis, 1977, pp. 207-222, mostró de manera breve y en un lenguaje
preciso, la forma como lo que se designaba en ese entonces –años sesenta del siglo XX–, como los
«maestros de la sospecha», habían hecho, en lo mejor de sus obras, tambalear, la creencia ingenua

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 115


RENÁN SILVA

MSR escribirá, avanzando en sus consideraciones sobre la relación entre


el historiador y los poderes sociales, y al parecer teniendo en mente a los
escritores de su tiempo, que la mayoría «parece que no tienen bastante valor
para renunciar [a] todos los seductores atractivos de la ambición», a pesar de
que con ello hagan una ofensa a la filosofía y le hagan «pública traición a la
verdad», citando a su favor las opiniones que al respecto tenía Salustio, tal
como nos han llegado a través de algunos de los autores que transmitieron su
herencia, pues a pesar de la cita latina que al respecto ofrece el PP, no es
posible saber cuál es el texto de cuya referencia precisa se trata –como en
realidad ocurre con casi todos los fragmentos de obras clásicas que cita o
menciona en sus textos.
En todo caso, con Salustio como escudo protector –y más adelante con las
lecciones de método de Monsieur Charles Rollin, lectura frecuente de los
ilustrados de finales del siglo XVIII en Nueva Granada, y es de imaginar que en
el resto de América hispana–, MSR procederá a definir y reiterar sus criterios
acerca de la relación entre el trabajo del historiador y el mundo de los poderosos.
Indicará entonces que los escritores de «nuestro tiempo», quieren ante todo
«hacerse agradables a los que consideran que pueden coadyuvar a su fortuna,
aunque sea con ofensa de la sana filosofía y haciéndole pública traición a la
verdad», y citará de nuevo a Salustio cuando escribía que «De todos los trabajos
del ingenio ninguno trae mayor fruto que la memoria de las cosas pasadas», es
decir el saber histórico, agregando MSR: «Pero qué mal se cumplirá con este
objeto si los sucesos que se refieren no van ceñidos en todas sus partes…» a las
cosas tal como transcurrieron, según era recomendación del «sabio francés
Rollin», a quien citará a continuación, luego de reiterar la forma como piensa
que se presentaron en la Antigüedad las relaciones que hoy designamos como
relaciones entre el saber y el poder, ejemplificando su idea con los casos de
Tácito y Tito Livio –ante todo de Tito Livio comentado por Tácito77.

que se ocultaba en la distinción no problematizada entre hechos e interpretaciones. En un


terreno más profesionalizante, y en el campo limitado del análisis histórico en los Estados
Unidos, Peter Novick, en That Noble Dream. The «Objectivity Question» and the American
Historial Profession, Canbridge University Press, 1998, mostró las venturas y desventuras de ese
ideal y su acomodo a un mundo universitario y a una sociedad en donde la investigación
histórica es una profesión regulada de manera relativamente autónoma, y no simple asunto de
opinión pública ni de mecenazgos.
77
Digamos de paso, sobre un tema que es fundamental y que aquí solo enunciamos, que la
recepción y los usos de la herencia Antigua –en versión renacentista– en el Nuevo Reino de
Granada, es un problema cultural mayor, bien se trate de los grupos superiores, o de los grupos
subalternos, pues indios, negros, mestizos y blancos pobres también establecían una relación
estrecha con ese legado y se movían en él como «pez en el agua», sin necesidad de ninguna
referencia académica al respecto. Pero es un punto más dejado de lado por la investigación.

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Según la versión de MSR, Tito Livio había dejado una herencia clara
para los historiadores, una herencia que suponía no echarse atrás en el
conocimiento de los sucesos por temor a «desagradar a los poderosos», y
recomendaba no «hacerles la corte», para no comprometer la verdad. En sus
narraciones Tito Livio hablaba «con los mayores elogios de los enemigos de la
casa de los Césares, como de Pompeyo, de Bruto, de Casio y de otros, sin que
se ofendiese de esto Augusto» –lo que ante todo habla bien del poderoso, en
este caso–, aunque MSR señala a continuación con muy buen sentido: «… de
suerte que no se sabe lo que se puede admirar más, o la rara moderación del
príncipe, o la generosa libertad del historiador»; y continúa señalando que en
los treinta y cinco libros de Tito Livio que sobrevivieron y llegaron hasta
nosotros, «no habla de Augusto sino en dos partes solamente» y dirá que
habla del soberano romano «con una reserva y moderación de alabanza, que
avergüenza a estos escritores lisonjeros e interesados», cuyas obras constituyen
un catálogo de alabanzas prodigadas «sin medida ni descernimiento a los
empleos y dignidades… un incienso que no debe a los méritos ni a la virtud».
Dejando de lado por un momento a los historiadores de la Antigüedad
griega y romana, a los que volverá en muchas otras oportunidades, MSR torna
su mirada hacia la obra, tan popular en su época, de Charles Rollin78. El texto
que citará de Rollin es un texto que acudiendo a una viejísima imagen, presenta
a la historia (al análisis histórico) como un tribunal que hace comparecer a los
grandes hombres, pero advertirá que lo hace de tal manera que deja de lado
«el aparato fastuoso que los acompañaba durante su vida», considerándolos
por ellos mismos, «reducidos a sí solos», para ser ahora interrogados y para que
den cuenta de sus acciones ante el «tribunal de la posteridad», y para que se

en Griegos y Romanos en la primera república colombiana. La Antigüedad clásica en el pensamiento


emancipador neogranadino (1810-1816), Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 2007, y
aunque informa que su texto es el resultado de «tres años de trabajo», no parece un tiempo lo
suficientemente bien aprovechado. El tema tiene una larga trayectoria historiográfica, que
todos citamos ritualmente. Contentémonos con indicar como una de las referencias básicas el
libro de Claude Mossé, L’Antiquité dans la Révolution Française, Paris, Albin Michel, 1989, y el de
Luciano Canfora, referido sobre todo a la herencia de la Antigüedad en la enseñanza
humanística. Cf. L. Canfora, Ideología de los estudios clásicos, Madrid, AKAL,
78
Charles Rollin parece haber sido un autor importante para los Ilustrados neogranadinos.
Teólogo, señalado como jansenista, fue rector de la Universidad de París y autor de un reconocido
–en su época– método de estudios. Escribió también una Historia de Roma y una Historia
Antigua. Si creemos al propio testimonio de los Ilustrados y a lo que dicen los planes de estudio
de la época y la documentación alrededor de tales planes, fue un autor que interesó mucho a
los jóvenes universitarios de finales del siglo XVIII, aunque no sabemos exactamente por qué.
En el PP fue mencionado de manera elogiosa en varias oportunidades. La Biblioteca Luis Ángel
Arango, en Bogotá, conserva cuatro de sus obras en ediciones de época (tres de ellas en edición
del siglo XVIII, y una más en edición del siglo XIX).

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RENÁN SILVA

escuche de ese tribunal «una sentencia en la que no tiene ya parte la adulación,


porque [esos hombres] ya no tienen poder»79.
De acuerdo con MSR, el historiador debe hacer a un lado los emblemas
literarios de los que se hacen acompañar los poderosos, para dar cuenta de
manera concreta de sus acciones, renunciando a toda ambición de poder, y a
toda recompensa que no sea el agradecimiento de la posteridad y de la
humanidad futura. Si un relato histórico no sirve «como historia verdadera a
la posteridad», cuál es el sentido de ese trabajo, «¿para qué y para quién se
escribirán esos difusos tratados que se llaman historias?», formulando MSR
por esta vía una pregunta que no puede dejar de interrogarnos a nosotros hoy.
A pesar de que MSR reconoce a Antiguos y Modernos haber dado grandes
pasos para el avance del conocimiento histórico, mantiene un relativo
escepticismo sobre el éxito de la tarea y señala que a pesar de lo bien fundado
del propósito de escribir una historia exacta, imparcial y crítica, como lo exigen
las «escrupulosas leyes de este ramo utilisísimo de la literatura» –nótese que
ahora inscribe a la historia en el campo de las letras y no de la filosofía, aunque
desde luego no conocemos bien la definición de época de esas dos categorías–. O
dicho de otra manera: a pesar de las buenas intenciones que se encuentren
detrás de la idea de escribir la historia «sobre un plano filosófico, instructivo e
interesante al bien común de la humanidad», la tarea sigue siendo compleja,
sobre todo porque resulta «imposible discernir un medio capaz de conseguir
de lleno este fin de su objeto [sic]», con lo que parece rozar el tema de las
relaciones en el trabajo del historiador entre los valores superiores de la
imparcialidad, la renuncia a la amistad de los poderosos, y las técnicas más
menudas del oficio, casi que lo que podríamos designar como sus «técnicas»80.
79
Hay una coincidencia grande entre las ideas que expone de MSR sobre este punto de la
independencia del historiador frente a los poderes y algunas declaraciones de Simón Bolívar al
respecto. Bolívar piensa el saber histórico, como es normal, en términos de mater et magistra,
pues el historiador debe «instruir a la posteridad», pero para ello «debe desprenderse de toda
prevención», y tenía dudas sobre la obra de José Manuel Restrepo, «pues ha escrito bajo dos
poderosas influencias: la del poder, de quien espera y teme; [y] la de sus recuerdos apasionados».
Bolívar acusó a Restrepo de adulador y escribía: «Convengo en que puede escribirse la historia
aun en vida de sus actores, pero confieso también que no puede escribirla con imparcialidad
quien, como el señor Restrepo, se encuentra con respecto a mí, en una situación política
subalterna». Cf. Leticia Bernal, «Presentación», Historia de la Revolución de la República de
Colombia en la América Meridional, por José Manuel Restrepo –Edición completa. 2 tomos–,
Medellín, Universidad de Antioquia, 2009, pp. XI-XXXVIII.
80
La moderna idea de método le corresponde sin duda al racionalismo temprano (Descartes).
La difusión del ideal del método le corresponde por entero a esa gran masa de Ilustrados de
muchas partes del mundo que, en el siglo XVIII, dieron la forma regular –promedio– a una
manera de plantearse los problemas. En filosofía, la obra de Christian Wolff, autor incluido en los
planes universitarios de finales del siglo XVIII y lectura favorita de los jóvenes neogranadinos,
sería un modelo de la idea promedio de método. Los autores a los que lee MSR y los compendios

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

El asunto parece requerir de precisiones más concretas, porque enseguida


MSR definirá su posición sobre los archivos y los viajes, dos de las grandes
conquistas del saber histórico a lo largo de su milenaria historia, pero dos
conquistas sobre las que los ilustrados europeos del siglo XVIII también habían
hecho su aporte renovador, sobre todo en relación con lo que se llama el
«viaje de los hombres de letras»81.
Dirá el autor de las Reflexiones de un historiador que «se puede viajar… se
puede invertir en la adquisición de documentos auténticos, se puede hacer el
escrutinio riguroso de los archivos…»… «[se puede tener] todo el esmero,
constancia y laboriosidad de los grandes maestros griegos y romanos…» –y
cita a Heródoto, a Tucídides, Xenofonte, Flavio Josefo, Salustio, Tito Livio «y
demás célebres hombres de la Antigüedad, así griegos como romanos»–, y sin
embargo quedarán siempre obstáculos para superar, obstáculos a los que va a
volver más adelante, luego de dar una vuelta por el problema de las formas de
transmisión de la herencia de la Antigüedad a través de su recuperación en el
Renacimiento, un problema que sigue siendo hoy en día preocupación central
de los eruditos en el mundo entero, y que aquí MSR aspira a plantear en
relación con una perspectiva más bien pedagógica –la fidelidad de los textos
en los que leemos a los «Antiguos»–, con algunas reiteraciones respecto de sus
afirmaciones anteriores sobre el problema de la fuentes históricas con las que
trabaja el historiador, y en el marco de una historia muy inclinada, por lo
menos formalmente, en la dirección de lo que hoy llamamos «un relato de
verdad», según la conocida expresión de Roger Chartier82.

y manuales en que se inspira su trabajo de análisis histórico no incluyen una formulación


explícita de «método», según la forma como el problema se entiende hoy en el campo académico.
Las obras de historia de Colombia en el siglo XIX, participan de manera doble de la idea de
método. Primero en cuanto a algunas proposiciones básicas en relación con las fuentes y la
aspiración a la «objetividad». Segundo, cuando se trata de libros destinados a la enseñanza, se
encuentren presentes prescripciones sobre la relación entre el conocimiento y la edad de los
sujetos de aprendizaje, y las formas de transmitir el conocimiento. Hacia finales del siglo XIX se
incluye ya la mención de las llamadas «ciencias auxiliares» de la historia. Cf. sobre todo esto
algunos análisis iniciales pero prometedores en Patricia Cardona Z., Y la historia se hizo libro,
Medellín, EAFIT –Libellus–, 2013.
81
Cf. al respecto del viaje de los ilustrados –y la correspondencia– Daniel Roche, Le siècle
des Lumières en province. Académies et académiciens provinciaux (1680-1789), Mouton, 1978. Para
el caso del viaje de estudios de los ilustrados neogranadinos a Europa –viaje en principio
forzado, pues fueron presos a España, acusados de «conspiraciones y pasquines», aunque luego
pasaron a Francia a estudiar, a conocer el mundo, a conspirar…– cf. R. Silva, Los Ilustrados de
Nueva Granada, 1760-1808, op. cit., capítulo II, Numeral 3.
82
Roger Chartier, «L’histoire entre recit et connaissance», en Au bord de la falaise. L’histoire
entre certitudes et inquiétude, Paris, Albin Michel, 1998, pp. 87-107.

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RENÁN SILVA

VI

No se puede perder de vista que todo este esfuerzo de conceptualización –si así
puede llamarse– emprendido por MSR, está al servicio de un intento de
comprensión del acontecimiento histórico por excelencia del siglo XVIII: la
Revolución francesa. Por eso el editor del PP dirá que solicita al lector el regreso
por un momento «a Francia, a la historia de su revolución». Un fenómeno del
que reiterará su complejidad y sus alcances globales –«enorme masa de sucesos
que comprende a todo el globo»– y un «embrión de tragedias» en que aparecen
multiplicados personajes de apariencia y carácter muy distintos, y un teatro de
intrigas que «han sido comunes a todas las clases y órdenes de la sociedad».
MSR enfatizará en la idea de que la comprensión del proceso exige que el
historiador «extienda la vista sobre cada una de las jerarquías de la nación» y
que de esta manera se ayude en el difícil proceso de distinguir y clasificar
hechos y personajes, para poder separar lo vil de lo precioso, y clasificar «los
objetos según su intrincado mérito y valor», tarea que no podrá realizar sino
en la medida en que se rebele contra el mundo de las apariencias, «quitándoles
el velo seductor que las hacía pasar por verdaderas», lo que exige del historiador
la decisión de «cumplir con sus obligaciones», es decir, atravesar el mundo de
tinieblas que separan los hechos efectivamente cumplidos de la capa de falsas
informaciones, de falsas percepciones, de mentiras, que de manera interesada
se interponen entre el historiador y la verdad, un punto en el que MSR muestra
su fidelidad al ideario tradicional de la Ilustración española típica, es decir
aquella que se expresa sobre todo en las obras del Padre Feijóo, muchas de
cuyas proposiciones llegaron a ser un verdadero sentido común ilustrado en toda
Hispanoamérica, como tantos autores lo han puesto de presente83.
Es en virtud de esa fidelidad al planteamiento de Feijóo –discípulo
moderado de la Ilustración francesa temprana, que MSR sostuvo a lo largo de
toda su carrera de escritor y periodista que los prejuicios y las preocupaciones
eran el gran escollo en el camino a la verdad. De manera particular en el caso
del análisis histórico, MSR liga tales obstáculos al conocimiento verdadero
con la existencia de pasiones e intereses, que se esconden detrás de acciones
humanas que no persiguen la generosidad y el bien de los semejantes, sino
que se encuentran dominadas por el egoísmo, es decir que no buscan los
llamados intereses generales, una compleja noción en proceso de formación en
los finales del siglo XVIII, que se constituye a partir de fuentes filosóficas variadas,
Benito Jerónimo Feijóo, Reflexiones sobre la historia (Del Teatro Crítico Universal), op.cit.,
83

México, FCE, 2014, una muy inicial introducción a un escritor importante que cumplió su tarea
a cabalidad, habiendo dejado una obra y un epistolario hoy difíciles de leer in extenso, más allá
del mundo de los especialistas.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

siendo una de ellas la idea tomista del «bien común», una idea que los Ilustrados
del Nuevo Reino de Granada reconfiguraron como el polo opuesto de lo que
designaban como la «falta de amor por la sociedad»84.
Para traspasar ese mundo de las «preocupaciones y los prejuicios» el historiador
debería «penetrar en las tinieblas» y poner de presente de manera «clara y
distinta» las pasiones y ambiciones que se encuentran detrás del suceso de la
caída de la monarquía, prestando atención a sus antecedentes, es decir, a «aquella
época en que empezaron los principales miembros de la magistratura francesa a
hacer odioso el gobierno real», valiéndose para ello de los más delicados artificios
y de la hipocresía más refinada», de manera que pudieran finalmente ser
«manejados todos los resortes de la seducción, hasta tocar en lo más íntimo de la
plebe», una explicación que no es el simple recurso a la idea de conspiración, y
que por el contrario contiene muchos elementos reales del funcionamiento de
la política cortesana francesa en el siglo XVIII, y que en sus largos artículos sobre/
contra la Revolución francesa, MSR supo combinar con informaciones sobre la
existencia de una crisis económica aguda, con el análisis de las reacciones
instigadas dentro de pueblo por los philosophes con ocasión de la imposición de
nuevos impuestos por parte de la Corona en su intento de enfrentar el déficit
fiscal… y, en fin, con su crítica de la ilusión de que se podía vivir en un mundo
sin jerarquías sociales, que es en últimas el punto más fuerte de la argumentación
de MSR, y el punto en que toda utopía queda descartada85.
Desde el punto de vista que más nos interesa resulta pertinente indicar la
forma como en este punto MSR encadena la idea de análisis con la de sustrato
documental –una vieja conquista sobre todo de la erudición medieval,
sistematizada en la temprana modernidad europea por frailes y juristas–, indicando
que la historia «será perfecta como debe serlo», solamente si quien se encarga de
escribirla «puede haber a las manos un acopio de documentos auténticos y
fidedignos, sin que el interés, el odio y otras pasiones lo dominen…»86.
Sin embargo, el historiador no puede liberarse por completo de una
perspectiva interpretativa. Según escribe MSR, «es cierto que en la historia se
han de introducir de vez en cuando algunas reflexiones de política, para hacer
84
Sobre estos puntos cf. R. Silva, «Formas de sociabilidad y producción de nuevos ideales
para la vida social. A propósito del Correo Curioso de Santafé de Bogotá», en La Ilustración en el
virreinato de Nueva Granada. Ensayos de historia cultural, Medellín, La Carreta, 2005, cap. V.
85
Las larguísimas reconstrucciones de la historia de Francia que presentó MSR en el PP, y
cuyas fuentes desconocemos, identifican muy bien los rasgos más sobresalientes de una sociedad
de Antiguo Régimen, y en cuanto a las formas de trabajo parecen participar de lo que se
designa como el «descubrimiento del feudalismo», es decir el primer análisis de las estructuras
sociales, económicas y políticas que rodean la acción del soberano y condicionan su relación
con los señores y con las comunidades rurales y urbanas. Cf. al respecto J. G. A. Pocock, La
Ancient Constitution y el derecho feudal [1957 y 2011], Madrid, Tecnos, 2011.
86
PP No 201. 17-07-1795, para todas citaciones, mientras no se advierta otra cosa.

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más útil su lección», exactamente como lo hicieron los modelos clásicos:


«Heródoto, Tucídides, Xenofonte y los demás célebres historiadores de Grecia
y Roma». Pero en el cumplimiento de esa tarea el historiador deberá proceder
«con la mayor economía y moderación, deduciéndolas [las reflexiones políticas]
sin artificio alguno, del mismo fondo de los sucesos»; un procedimiento
cuidadoso que deberá liberar al historiador de la falsa vanidad de su sabiduría,
vanidad que lo arrastraría «a faltar a la verdad y a la justicia» y a atribuir «a los
hombres intenciones que no tuvieron y proyectos que jamás pensaron» –un
«notable vicio», como lo designa el editor del PP, que encontramos de manera
tan frecuente en la práctica de los historiadores–; un precepto que se combina
con una nueva observación que formula MSR en estas Reflexiones, sobre la
necesidad de evitar hacer pasar «por inconcusas realidades», lo que más bien
corresponde a «juicios y conjeturas».
En realidad todo este conjunto de observaciones parece llamar la atención
sobre lo que todavía se designaba en la primera mitad del siglo XX como los
límites del conocimiento histórico, para decirlo en los términos ya viejos de
Raymond Aron87. Según MSR, «El conocimiento y la razón tienen límites» y
conocer esos límites «deberá ser el norte del historiador… para proceder siempre
guiado de una crítica imparcial y equitativa fundada en la razón y la
experiencia», instruidas éstas últimas sobre sus propias limitaciones.
Es difícil saber, en el grado actual de nuestros conocimientos sobre la cultura
histórica y humanística de las gentes de letras en el virreinato de la Nueva Granada
a finales del siglo XVIII, cuáles deberían ser los motivos esgrimidos cuando se planteaban
las limitaciones (que son reales) del conocimiento histórico –y en general del
conocimiento humano–. Esas limitaciones podrían estar del lado de la religión, un
motivo que se escondía siempre detrás de la crítica de la soberbia y vanidad del
conocimiento humano –un tema de fuertes raíces medievales–, tantas veces
denunciadas por la Iglesia y muchas veces invocadas en versión modernizada por los
Ilustrados locales. Podían estar también esas limitaciones del lado, inseparable de las
condiciones religiosas, de la monarquía, considerada como un objeto que debía
escapar a la crítica histórica puramente humana, como tantas veces se repitió en el
PP, no solo en exhortaciones religiosas, de contenido político, hechas desde el púlpito,
sino también en el campo de la filosofía propuesta como moderna a los jóvenes
universitarios de finales del siglo XVIII88.
87
Cf. Raymond Aron –entre otras divagaciones sobre el tema– Introducción a la filosofía de
la historia, Buenos Aires, Siglo XX, 1984.
88
Cf. respecto de este tema el discurso del profesor Félix Restrepo con motivo de la apertura
de los estudios de «modernos» de filosofía en el Colegio seminario de Popayán, publicado
precisamente en el PP, con gran aplauso de su editor. Cf. PP. No 44, 16-12-1791 y PP. No 45, 23-
12-1791.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Pero es posible también que esa denuncia de las conjeturas e improvisaciones


que se hacían pasar por análisis histórico, según indica MSR, y el reclamo de
prudencia en el juicio histórico y de uso en el relato histórico de criterios de
verdad, tengan que ver a finales del siglo XVIII con nuevos elementos documentales
y argumentales, derivados de la propia cultura de la Ilustración, que son los que
hemos visto esbozarse en los propios textos de MSR, una cultura que luchaba por
transformarse a través de una actitud crítica en el campo del conocimiento, que se
concretó sobre todo en el terreno de la historia natural y de la crítica de la filosofía
escolástica, pero que parece haberse desplazado también al terreno de las formas
de comprobación de aquello que en los terrenos de la sociedad, la política y la
cultura podría argumentarse y defenderse, como verosímil, como hecho
comprobado, aunque ésta reorientación de los «criterios de verdad» y el reclamo
de formas probatorias dejara por fuera de su ámbito de crítica los «objetos sagrados
de la religión y de la monarquía», como tantas veces lo dijeron MSR y los demás
ilustrados de ese fin de siglo XVIII en el virreinato de la Nueva Granada.
Por nuestra parte podemos limitarnos a mencionar la función positiva que en
el campo del conocimiento pudo tener una idea como esta de límites del conocimiento
histórico, como crítica de las opiniones sin fundamento visible, como crítica de
todo juicio a priori, como desconfianza frente a las opiniones tradicionales basadas
en «delirios y conjeturas», sobre todo cuando ella concluía en el precepto de que
la paciencia y la moderación deberían ser guías en el trabajo del buen historiador
–aunque pueda parecer paradójico que la puesta en marcha de esa dirección del
trabajo histórico haya dependido de una consideración puramente conservadora
de la Revolución francesa y del cambio histórico, o de otra manera, de una defensa
de la monarquía y de la sociedad de la que la crítica moderna había hecho su
objeto. En el campo preciso del análisis histórico, la transformación en marcha se
puede ilustrar, con todas sus ambigüedades, con las palabras de Cornelio Tácito,
que cita MSR y cuyo sentido general puede ser simplemente el de que el mundo
de las pasiones, de los saberes no conscientes y de los impensados pueden no ser
los mejores consejeros del historiador: «Y para decirlo más claro: Ella [la historia]
será perfecta si su autor no pierde de vista en todos sus cuadros y descripciones este
ingenuo sentimiento de Cornelio Tácito: Incorruptan [sic] fidem professis, nec amore
quisquam, et sine odio dicendus est»89.

89
Los que son dignos de credibilidad imperecedera, hablan de las personas sin amor y sin odio.

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VIII

Indiquemos de manera breve –como glosa un tanto marginal– que en alguna


parte de su texto, fiel a su idea de «cultura dirigida» por la monarquía y al
modelo de mecenazgo que ella suponía, MSR se plantea el problema de la
organización cultural y económica del proyecto de una historia de la nación –
no francesa sino española–, que tuviera como cualidad la de ser precisamente
una historia imparcial. Dirá entonces que se trata de formar un plan dirigido a
«escribir una historia de la nación», seleccionando tres sujetos del clero,
«eruditos, elocuentes, desinteresados…» para tal tarea. Que la obra debería
escribirse en latín, por «elegancia y generosidad» –una proposición rara en
quien fue un crítico del uso del latín a todo precio y un promotor de los actos
académicos realizados en la «lengua de la patria», lo mismo que un lector de
obras en francés e inglés–, aunque después debería traducirse al castellano.
En este esbozo de utopía monárquica –mal o bien un tipo de proyecto que
nunca ha abandonado a los historiadores y a sus academias, aunque mucho
de la forma haya mudado–, habría un jurado de sabios que se encargaría de
examinar el resultado, y los seleccionados para adelantar el proyecto se
reunirían en una academia que MSR designa como «Academia imparcial»,
quienes dispondrían para su trabajo de una biblioteca de documentos. A MSR
le parece que esa «Academia imparcial» sería una forma sencilla –»el método
más obvio y asequible»– para evitar las intrigas y controversias que rodean a la
historia y salvarían a la sociedad de «tantos cronicones y comentarios, y folletos
insulsos que ocupan inútilmente las bibliotecas».
Señalemos finalmente que MSR se preguntó en su «utopía autoritaria»
para escribir la historia de la nación, por quién pagaría los costos de la empresa
y ofreció una respuesta igualmente abstracta y utópica, pero que fue una
constante en los Ilustrados y de la Ilustración, una respuesta que recuerda su
confianza en el género humano: «El patriotismo, la humanidad, el espíritu
filantrópico… En una palabra: considérese filosóficamente los bienes que
produce al género humano la historia fidedigna y entonces todo el género
humano mirará este asunto como el más honroso y el más importante de sus
cuidados»90.

P.P. 200. Consignemos igualmente que en otra parte de ese texto y en ese número del PP
90

se había hecho la misma pregunta respecto de la Revolución francesa: ¿cuáles serían los costos
de escribirla? «¿Cuánto costará la disección político anatómica de esta enorme masa de sucesos,
que comprende a todo el globo?».

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

III

LA DEFENSA DE LA MONARQUÍA
Y LOS HISTORIADORES DE LA ILUSTRACIÓN

El hombre que con imparcialidad y rectitud de intención leyese todos los


títulos de que consta la Recopilación de Indias y la Política Indiana del señor
Solórzano y las demás disposiciones Reales que para el buen gobierno y
felicidad de los dominios de América se han dado a luz posteriormente de
Orden de S. M., es imposible que deje de confesar, y aun de aplaudir con
espíritu ingenuo, que la legislación Hispano-Indiana es el código más
conforme a la Religión Evangélica, la obra más decorosa de la filosofía y el
monumento más ilustre de la Humanidad.
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, No 250, 8-08-1796 1.

En la real casa de la moneda de esta capital se ha[n] dado a luz


en el día de hoy monedas de oro de ocho y diez escudos
con el real busto de Carlos IV,
cuya noticia se comunica al público para su inteligencia.
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, No 18, 10-06-1791 2.

Introducción

El análisis histórico, como observamos en el capítulo anterior, hace presencia


de manera múltiple en el Papel Periódico [PP], no solo por que la mayor parte
de su contenido estuvo destinado a la presentación y análisis de un suceso
histórico clave de la historia mundial –una de las expresiones más radicales de
la modernidad política: la Revolución francesa–, sino porque el objeto mismo
del análisis histórico fue discutido con cuidado en las Reflexiones de un
Historiador que venimos de considerar.
1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1796 –Edición facsimilar–, Bogotá,
Banco de la República, 1978. Las palabras son de MSR en un Apéndice a un «Ensayo sobre la
política» del ilustrado italiano Aurelio Genaro, que el director de PP quiso glosar, porque le
parecía que no hacía justicia a la legislación española y a la obra de la monarquía en América.
2
Se trata de una noticia ofrecida a los lectores. Pero como se sabe, la presentación de la
efigie real en monedas, una vieja costumbre de monarcas y emperadores, nunca dejó de
considerarse un acontecimiento.

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Pero además, el director del PP no tuvo ningún temor de enfrentar la


discusión de la crítica de la monarquía, tal como esa crítica aparecía a finales
del siglo XVIII en la obra de algunos de los principales historiadores de la
Ilustración, de manera particular discutiendo las obras de William Robertson
y de Guillaume Thomas Raynal, aunque es más bien al conjunto de
historiadores que había acuñado y defendido la idea de una «historia filosófica
y política», a quienes se refiere MSR. Pero el editor del PP no dejará de nombrar
en sus ataques de manera muy particular a Montesquieu, a quien combate en
el terreno del examen de la Antigüedad, pero también en sus consideraciones
sobre el siglo XVIII, y a Voltaire, de quien conocía algunas de sus obras; lo
mismo que a Diderot, quien había sido colaborador directo de Raynal, autores
todos los cuales son citados de manera abundante en el PP por Manuel del
Socorro Rodríguez [MSR] en su defensa de la monarquía.
Lo que hay de paradójico en la crítica de esos autores por parte de MSR es
que, a pesar de cierto anacronismo que no deja de estar presente en sus análisis
ya para la época, como cuando acude sin crítica ninguna a las Sagradas
Escrituras como fuente histórica directa, o cuando hace uso de cronologías
imaginarias sobre la creación del mundo, o, en fin, cuando deja andar sin
control ninguno el providencialismo de su fe de cristiano (católico romano)
convencido, MSR participa de muchos de los postulados de la «historia filosófica
y política» defendida por parte de los principales historiadores de la Ilustración,
lo que ofrece aun mayor interés a su estudio, porque pone de presente algunas
de las sin salidas presentes en buena parte de los análisis que los ilustrados
neogranadinos propusieron sobre la sociedad de su tiempo y sobre el futuro
posible de esa sociedad, al tiempo que recuerda la forma como la cultura
ilustrada se constituía a partir de pliegues y zócalos diversos, no todos
estructurados bajo los mismos principios de interpretación3.

3
La complejidad de los planos y aspectos que conforman la cultura de los ilustrados locales
es en este caso una muestra del carácter reciente y provisional de muchas de las formas de
interpretación que tratan de poner en marcha en sus análisis, y de su participación en la cultura
de la sociedad, una cultura que de manera mayoritaria se organizaba en torno de principios de
interpretación que pertenecían a una experiencia social relacionada con formas de vida
dominantes en los siglos XVI y XVII, y que se apoyaba en fuertes estructuras de reproducción –
la Iglesia, las formas sociales de autoridad, la vida cotidiana–, y que se encontraba aun muy
ajena a los principios de secularización que empezaban a ser dominantes en el archipiélago
cultural que formaban los Ilustrados. Cf. al respecto R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada,
1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la república/
EAFIT, 2008, capítulo X.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Para abordar nuestro objeto podemos comenzar por la presentación que el


semanario neogranadino hizo, a mediados de 1796 de un texto del ilustrado
italiano Aurelio Genaro –»célebre jurisconsulto napolitano», como escribe
MSR–, bajo el título de «Ensayo sobre la política de la antigua jurisprudencia
romana»4, un ensayo al parecer sorprendente en el contexto de la Nueva
Granada, por su orientación, por su vocabulario y por la manera como presenta
los «orígenes» y nacimiento de lo que Genaro designa como la «ciencia
política», y por la forma como presenta las relaciones entre política e historia,
y como conecta ese nuevo tipo de saber –la ciencia política– con las más
clásicas tradiciones de Grecia y de Roma, aunque no es esta línea de reflexión
la que guiará nuestro trabajo de análisis en los renglones siguientes5.
MSR no estuvo del todo conforme con la exposición del Signore Genaro
–a quien llama M[onsieu]r Genaro–, por varias razones, entre ellas porque el
director del PP era un crítico permanente de todo lo que leía y publicaba, de
tal manera que fiel a su ideario, ya publicado el corto texto del napolitano,
presentó a sus lectores un «Apéndice del autor del Periódico de la capital»,
apéndice que resultó ser, como casi siempre, más extenso que el texto
comentado y de tanto interés como el texto que lo motivó.
Según MSR los temas tocados de manera breve por Genaro eran asuntos
«de la primera atención», muy importantes «para formar los espíritus con
solidez», razón por la cual se sentía obligado, como tantas otras veces, a
exponer «algunas reflexiones de que nos parece susceptible la materia»,
indicando enseguida cuál sería su plan para el examen de los argumentos del
napolitano –MSR, como casi siempre, excederá el contenido de la materia
que somete a crítica, y es su pensamiento el que presentará a los lectores, con

4
PP, No 244, 13-05-1796. Sobre el tema y los ilustrados napolitanos de esos años cf. Adriana
Luna, La era legislativa en Nápoles: De soberanías y tradiciones, Documentos de Trabajo, No 71,
México, CIDE, 2010 [CIDE.edu.mex]. La conexión ilustrada italiana –que de hecho se comprueba
en la lectura del PP– ha llegado a ser un importante y reciente punto de interés de los historiadores
de la Ilustración y cuenta ya con una amplia bibliografía. Cf. por ejemplo G. Verdo, F. Morelli, E.
Richard (editoras), Entre Nápoles y América. Ilustración y cultura jurídica en el mundo hispánico.
(Siglos XVIII-XIX), Medellín, La Carreta editores/IFEA, 2012; y J. C. Escobar Villegas y A. L.
Maya Salazar, Ilustrados y Republicanos. El caso de la «ruta de Nápoles» a Nueva Granada,
Medellín, Eafit, 2011.
5
El breve texto de Aurelio Genaro presenta de manera sintética pero sorprendente lo que
llama ciencia política, a partir de su génesis como arte en Grecia y en Roma: Cf. PP, N0 244, 13-
05-1796, en donde Genaro escribe: «La arte política de día en día fue tomando un mayor lustre
y vigor, hasta que llegó a formarse de ella una ciencia»; y plantea las realidades políticas del
mundo moderno como imprevisibles, por el carácter mismo de la acción humana, lo que hace
de la ciencia política «un arte variable».
La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 133
RENÁN SILVA

olvido frecuente del objeto inicial de la crítica, por lo que ya podemos nosotros
ir olvidándonos del ilustrado italiano–.
MSR anunciará al lector que en su exposición se ocupará primero del
análisis de la «vida social»–lo que llamará en el texto el «vínculo social»–, y
que después se contraería a ciertos puntos políticos «que nos parece [que]
tienen íntima conexión con el discurso precedente». Aunque mencionaremos
por razones contextuales el problema del llamado «vínculo social», nos
concentraremos ante todo en lo que MSR llamó «ciertos puntos políticos»,
que son precisamente los que tiene que ver con la monarquía como forma de
gobierno6.
Tres semanas después, terminando su análisis de lo que puede designarse –
con nuestro lenguaje– como su teoría de las relaciones sociales, MSR dirá que
su principal conclusión es la de que «este trato social en que vivimos, y esta
unión a que voluntariamente nos hemos ligado» –frase que indica la tensión
en su pensamiento entre la idea de una sociedad de cuerpos y una sociedad
moderna contractual de individuos–, no valdrían nada si nos refugiáramos en el
egoísmo, y olvidáramos el «lustre de la patria» y nuestra conexión con «las
generaciones futuras», respecto de las que el individuo de hoy tiene obligaciones
de las que no se puede desentender –consideraciones que como sabemos eran
repetidas entre los Ilustrados europeos y americanos–, y agregará que
establecidos ya esos principios generales deberá pasar a «los puntos políticos
que indicamos en la introducción de este apéndice», es decir, comenzará la
segunda parte de aquellas de sus reflexiones que por ahora más nos interesan.
MSR comenzará con un breve texto (que luego se ampliará por varias
semanas) titulado: «Idea de la ciencia del derecho», en donde volverá a definir
su plan de exposición de esto que llama la «política» y que parece ser materia
inseparable de la historia (como transcurrir del tiempo). Dirá entonces que se
propone prescindir de las épocas «antediluvianas» y que va a contraerse a un

6
Sin embargo el asunto del vínculo social es de enorme interés, si se quiere tener una idea de
cómo avanzaba el pensamiento de los Ilustrados en cuanto a la representación de la sociedad
como sociedad de individuos (en la terminología de Louis Dumont), en el marco de una sociedad
que conocía visibles procesos de individuación, manifiestos en muchas conductas y actitudes de
miembros de los grupos socialmente dominantes, y un acelerado proceso de mestizaje que había
terminado por transformar todas las formas orgánicas de vida social (cuerpos, estamentos, cofradías,
repúblicas…), originalmente impuestas por la Corona. Para una primera aproximación al problema
cf. R. Silva, «Consideraciones especulativas sobre el tránsito de una sociedad de órdenes y cuerpos
a una sociedad de individuos», en 20/10: El mundo Atlántico y la modernidad iberoamericana,
México, 2014. Las consecuencias de los procesos sociales de individuación –correlativos a la
destrucción de marcos sociales que hacían posibles las sociedades de órdenes–, en el plano de la
reflexión y de la vida personal y la responsabilidad de las decisiones, características típicas del
individuo moderno, son examinadas en J. B. Schneewind, La invención de la autonomía. Una
historia de la filosofía moral moderna [1998], México, FCE, 2009.

134 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

pasado más reciente, que para el comienza «por los años de 1787 de la creación
y 131 después del diluvio», cuando ha comenzado la «gran época de las
diferentes naciones que poblaron el universo». Fue la época en que la lengua
hebrea se dividió en «setenta idiomas distintos» y se formaron otros tantos
pueblos, que a continuación debieron separarse «y extenderse por todas las
regiones de la tierra», formando de manera necesaria «diferentes repúblicas» y
otros tantos caracteres, costumbres y legislaciones7.
En ese momento comienza ya para la humanidad entera el desarrollo del
derecho, un elemento clave de la evolución humana, que se sumó al «derecho
natural y primitivo que ejercían los padres y patriarcas sobre sus respectivas
familias» –con lo que acude a un tópico repetido en los libros de época sobre
los orígenes del derecho a partir de la autoridad del pater familias. A esa
legislación inicial se agregó pronto el «Derecho de gentes», «comúnmente
llamado Derecho Público», según dice MSR, un saber jurídico referido a las
relaciones entre naciones y repúblicas, que se combina con leyes y ordenanzas
destinadas al necesario gobierno interior, todo con el objetivo de contener «el
desorden y altercaciones continuas, que de la unión de tantos genios diferentes
debía resultar».
Ese conjunto de «saludables constituciones, que tienen por objeto rectificar
las costumbres del hombre para mayor bien y honor de la sociedad… es el que
llamamos Derecho Civil», con lo que MSR deja determinado el campo preciso
de su exposición: la vida política de las sociedades regidas por la ley, luego de
que los grupos humanos –en su origen tribus– se hubieran extendido y
diversificado por todo el globo terráqueo, dando lugar a diversas formas de
vida social y política –es decir, a diferentes tipos de repúblicas–8.
Pero este examen conceptual de la historia de las sociedades políticas
regidas por la ley tendrá aun un nuevo recorte, pues dejando de lado la inicial
perspectiva universalista fijada en la introducción de su texto, MSR dirá que
va a limitarse «a nuestra legislación española», acerca de la cual «indicó muy
poco Mr. Genaro en su juicioso ensayo», y se lanzará entonces a trazar una
7
PP. No 247, 10-06-1796.
8
Las clasificaciones y designaciones jurídicas de época plantean problemas difíciles al
historiador. Cf. sobre este punto Aldo Schiavone, IUS. La invención del derecho en Occidente
[2005], Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2009, sobre todo capítulos I, II y III. Para el caso
de América hispana la especificidad que pueden tener esas designaciones se nos escapa por
ahora, por el propio atraso de la historia jurídica en los siglos XVI, atraso que es en gran medida
producto de la reducción del papel de la corona y de sus funcionarios a lo que se designa como
«el despotismo consustancial de las autoridades metropolitanas», cuando sabemos que se trataba
de una de las monarquías más inscritas en el universo de la ley y en el formalismo de sus
procedimientos. Nada niega que esas leyes pudieran ser injustas, como nada niega que ayer –
como hoy– se violaran; pero de ahí no se deduce que la corona española no fuera una sociedad
política con alto peso de la ley y el derecho.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 135


RENÁN SILVA

síntesis de la historia política de España –sobre la base de fuentes que no


podemos identificar con precisión–, con referencias a sus provincias y territorios,
a la evolución de sus leyes y sistema judicial, al proceso de formación de sus
fueros y privilegios, ordenando los episodios presentados sobre la base de las
sucesiones de dinastías y reyes, hasta llegar a la época reciente de los Borbones,
a Carlos III, muerto unos años antes, y al mismísimo Carlos IV, «su amabilísimo
hijo» –cuyo elogio será un objeto destacado de su análisis9.
La historia de España es pues la historia de la implantación progresiva de
la ley por parte de soberanos amorosos, «desde la época de los Godos hasta
nuestros días». Se trata de una legislación que «honra a la humanidad y a la
filosofía», sobre todo en los años recientes en que los dos últimos Borbones
han gobernado España y sus posesiones ultramarinas, y han introducido las
«sabias y útiles reformas» que se conocen, y que son «dignas de los mayores
elogios y de la más tierna gratitud», tanto de parte de los «españoles europeos,
como de los americanos»10.
La última palabra citada, «americanos», recuerda a MSR una ausencia que
ha detectado en el texto de Genaro y que se lanza pronto a remediar. Se trata
de la consideración de la «legislación hispano india», por ser «una parte
esencialísima del argumento que nos propusimos», argumento que en parte
MSR ha dejado en la sombra, y sobre el que ahora quiere hacer mayor claridad.
Se trata del papel político civilizador y ordenador por las vías de la ley, de la
monarquía, tanto en Europa como en los «Reinos de Indias», aunque en su
exposición el editor del PP va particularmente a concentrarse en el mundo
americano, pues es sobre ese punto sobre el que de manera particular se ha
producido la arremetida de los historiadores europeos críticos de la corona
Española, cuando han puesto en tela de juicio los procederes de la monarquía,
y han denunciado la esclavitud de la gente negra, y la destrucción de las
poblaciones nativas que encontraron los conquistadores a su llegada al Nuevo
Mundo, con lo cual se abría el espacio de la polémica del editor del PP con los
historiadores ilustrados –franceses e ingleses–, adversarios de la monarquía,
los que a su vez habían sido algunos de sus maestros, al lado de los viejos
historiadores griegos y romanos, en asuntos de «método histórico», bien fuera
por la lectura directa de sus textos, bien ocurriera por la lectura de manuales,

Cf. PP, Nos 248, 17-06-1796 y 249, 24-06, 1796 –en ese mismo texto MSR considera «el año
9

1798 de la creación del mundo, día 4 de enero», como el momento en que comienza «la
fundación de España», por parte del «célebre Tubal, quinto hijo de Jafet y nieto del patriarca
Noé», lo que nos recuerda la forma como su orientación de historiador ilustrado se combinaba
con formas del análisis histórico que ya en esa época comenzaban a ser puntos de vista superados.
10
PP, Ibídem.

136 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

bien se tratara de que esa nueva forma de encarar los sucesos históricos
constituyera ya parte de la cultura letrada de la época11.
Así pues que ya sabemos con claridad de que trata el asunto: la valoración
del papel de la monarquía en el Nuevo Mundo, un asunto sobre el cual, desde
hace más de tres siglos, dice MSR, «ha delirado furiosamente una multitud de
escritores extranjeros dominados de los impulsos de la negra y rabiosa envidia»,
o interesados en que se les considere como «protectores de la Humanidad»12,
cuando no se trata más que del propósito de dar a luz las «invectivas más
escandalosas y extravagantes contra el gobierno español», empeño iniciado
en el momento mismo del descubrimiento de América, momento en que
dispararon las primeras «envenenadas saetas contra la inocente España, solo
porque el cielo quiso hacerla más feliz». Se trata de calumnias de extranjeros
que quieren desacreditar «la generosa y cristiana conducta» de la monarquía
«respecto de las Indias», versiones infundadas contra las que se levanta el
escritor neogranadino –neogranadino por adopción–, pues «vamos a tirar
algunos rasgos que hagan conocer hacia qué parte propende la divina balanza
de la justicia»13.

II

El propósito era pues el de la defensa estricta de la monarquía –una tradición


de análisis conocida del PP–, en un registro doble: por una parte el de la ley:
Hispania habría sido desde siempre el imperio de las leyes puesto en marcha
por soberanos bienintencionados al servicio de un «pueblo amado». Por otra
parte, como se probaría en el registro histórico, tanto antes como después del
descubrimiento de América, hay una continuidad en la historia de esa acción
legal bienintencionada, como lo muestra un conocimiento detallado de la
11
MSR aspira a un discurso histórico objetivo, hecho de certezas bien establecidas, que
consulta fuentes y que remite a los autores en que se apoya. Por eso el editor del PP dirá que
«No incurriremos en la vanidad e injusticia de atribuirnos reflexiones que enteramente no son
nuestras; seguiremos las huellas de un ilustre autor, como lo hemos practicado con oportunidad
en algunos de los rasgos de este apéndice» –aunque no nos descubre el misterio del autor en
que se inspira o al que parafrasea–; y a continuación, en Nota –señalada con asterisco–, MSR
dirá que: «Esto [lo que acaba de señalar] se ha de entender de algunos artículos de nuestra
legislación» –que es lo que cita y parafrasea– «porque los lugares puramente históricos no se
deben alterar, no son susceptibles de los adornos oratorios». PP, No 249, 24-06-1796.
12
PP, No 249, el énfasis en el original.
13
PP, No 249. MSR, acudiendo a su recurso permanente de ilustrar sus argumentos con la
ejemplos tomados de la Antigüedad, dirá que: «Aquella manzana de oro que dicen los poetas
fue arrojada por la Discordia en las bodas de Tetis y Peleo, causando la furiosa inquietud de
todos los Dioses convidados y después la guerra funestísima de Troya, es, a la verdad, la imagen
que más propia y justamente debe aplicarse al descubrimiento de América».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 137


RENÁN SILVA

obra de la monarquía en América, prueba visible del papel civilizador de los


soberanos españoles en beneficio de esta parte de la humanidad.
El punto de partida será entonces la afirmación de que quien aborde «con
imparcialidad y rectitud» la legislación históricamente impuesta por la
monarquía (de manera básica la Recopilación de Leyes de Indias, la Política
Indiana de Solórzano y «demás disposiciones para el buen gobierno y felicidad
de los dominios de América»), deberá convencerse enseguida de que se trata
del conjunto de leyes y disposiciones «más conforme a la religión evangélica,
la obra más decorosa de la filosofía y el monumento más ilustre de la
humanidad»14, como dice MSR, recurriendo al lenguaje corriente de la
Ilustración del siglo XVIII, con lo que prolonga sobre el conjunto de la obra de
la monarquía, el lenguaje político más reciente de la sociedad, creación en
buena parte de los hombres de letras de la propia monarquía, en el siglo XVIII,
con fuertes antecedentes en el siglo anterior.
Ahora bien, esas voces de extranjeros interesados en hacer daño a la nación
española se caracterizaban, según MSR, por su falta de fundamento en la
realidad, como se comprobaba con la lectura de las principales obras de sus
autores, quienes se distinguían ante todo por carecer de fuentes confiables en
las que basar sus argumentos. Como se observa, MSR propone, contra los
críticos de la monarquía, un criterio de historiador, una exigencia de método
que había sido propuesta por esos mismos críticos de la monarquía, cuando el
campo de la discusión era el de la historia.
O dicho de otra manera: MSR exige llevar la discusión sobre las actuaciones
de la monarquía al terreno de la comprensión histórica, es decir de un saber
contextualizado que trata de comprender las acciones humanas sobre la base
de sus condiciones y contexto de realización, en medio de una actitud lo
menos pasional posible, que pueda hacer brillar ese valor altamente estimado
que el siglo designó como la «imparcialidad». O en otras palabras, MSR invita
a los historiadores ilustrados a tener una discusión ilustrada cuando se trata de
hacer un balance de las realizaciones de la monarquía en sus provincias
ultramarinas en lo que hoy llamamos la América del Sur.
Por eso MSR agregará a continuación que existen «archivos públicos [que]
disiparían oportunamente las pinturas horrendas y las declamaciones vagas»
con que los filósofos ilustrados atacan sin prueba a la corona española, y
aprovecha el momento para designar –en tono irónico– a tales historiadores
filósofos, como «grandes protectores de la humanidad oprimida», filósofos que
se dedican a «desahogar los furiosos impulsos de su hipócrita compasión, desde
PP, No 250, 1-07-1796 –todas las referencias que continúan remiten a este número del PP,
14

mientras no se advierta lo contrario.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

la cátedra de la pestilencia», con lo cual parece subir el tono de la discusión, al


introducir MSR un lenguaje de poca moderación, un rasgo que no había sido
distintivo del PP ni de su editor, y que sólo en algunos breves pasajes de sus
alegatos contra la Revolución francesa había aparecido bajo su pluma, pues
recurrió más bien a la ironía, al humor, a la burla, para atacar el «delirio francés»,
sin perder en ningún momento su idea de argumentar.
La forma exaltada como por momentos abordó la discusión el editor del
PP pone de presente que a pesar de sus llamados a la prudencia y al análisis
imparcial, la discusión lo comprometía de manera particular, en parte por su
fuerte «identidad americana» –como lo había demostrado en otras polémicas
en que se comprometió, alrededor del llamado «talento americano»15–, en
parte porque la discusión versaba sobre un punto considerado comprometedor
en el campo de las formas de legitimación política de la sociedad –en cierta
manera se trataba de un objeto que puede ser designado como sagrado y no
como simple terreno de opinión, si admitimos que el lazo entre política y religión
permanece fuertemente anudado aun el siglo XVIII en las sociedades de Nuevo
Régimen en Europa y en sus prolongaciones ultramarinas, que en muchos
aspectos desde el siglo XVI habían prolongado la legitimación religiosa de los
fundamentos del poder político y la autoridad16.
15
Un primer acercamiento a la polémica en el PP sobre el talento americano y neogranadino,
en el marco de la discusión española e hispanoamericana sobre lo poco o nada que España había
dado culturalmente al mundo europeo y a la humanidad (tal como lo afirmaron ilustrados
franceses y holandeses) en R. Silva, Prensa y revolución a finales del siglo. Contribución a un
análisis de la formación de la ideología de Independencia nacional. Medellín, La Carreta editores,
2005, capítulo V, en donde se muestra que para los neogranadinos la polémica tiene un aspecto
doble, pues no se trata solamente de defenderse de las acusaciones de los ilustrados europeos
sobre estas sociedades y sobre la propia España, sino que se trata también de defenderse de las
desconfianzas de peruanos y mexicanos sobre los talentos neogranadinos. A pesar de repetidos
trabajos posteriores sobre la discusión de fines del siglo XVIII en relación con la obra de España
en América, abierta por ilustrados franceses, ingleses y holandeses, las varias obras de A. Gerbi
sobre el tema siguen siendo la mejor referencia sobre el tema. Cf. por ejemplo Antonello Gerbi,
Viejas polémicas sobre el viejo mundo. En el umbral de una conciencia americana [1943], Lima,
Banco de Crédito del Perú, 1946.
16
Bossuet, teórico de la política en el absolutismo, era lectura constante de los ilustrados
neogranadinos, aun a principios del siglo XIX –estaba entre las lecturas favoritas de Francisco
José de Caldas–, y su Polítique tirée de l’Écriture sainte, fue una obra de gran recepción en
América hispana. Cf. François-Xavier Guerra, «Políticas sacadas de las Sagradas Escrituras: la
referencia a la Biblia en el debate político (siglos XVII al XIX)», en F. X. Guerra, Figuras de la
Modernidad. Hispanoamérica siglos XIX-XX, Bogotá, Taurus, IFEA, UEC, 2012, pp. 231-287. Los
movimientos sociales de 1781 en el virreinato de Nueva Granada –Revolución de los Comuneros–
fueron ocasión de actualización de las teorías del poder absoluto con fundamento religioso,
como quedó claro en la predicación pública del fraile capuchino Joaquín de Finestrad, que
luego circuló manuscrita bajo el título de "El Vasallo Instruido…" Cf. al respecto R. Silva, «La
teoría del poder divino de los reyen en Nueva Granada», en La Ilustración en el virreinato de
Nueva Granada, Medellín, La Carreta eitores, 2005. El Bossuet de las Sagradas Escrituras como
el de la Historia Universal, era un autor leído y discutido en las tertulias, y se hacían pequeños

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RENÁN SILVA

Fiel a su idea de que los historiadores deben renunciar a los encantos de la


retórica y hacer uso de un lenguaje simple y directo, apegado a la descripción de los
hechos, el PP arremete contra los críticos de la monarquía por acudir a «descripciones
seductoras» con las que engañan a las gentes sencillas, «que no saben ir a buscar la
verdad en las puras fuentes en donde corre en su natural candor sin mezcla alguna
de artificio», una proposición de simplificación del lenguaje que era un ideal de los
ilustrados, aunque con su propio «estilo literario» de enunciar el problema, MSR
ponía de presente lo fallido de ese ideal, que exigía un tipo de escritura a la que
difícilmente podría haber llegado MSR, si se piensa en la forma ambigua como se
planteaba su relación con esa tradición que apreciaba y respetaba, que ya reconocía
como problemática, pero que en un balance general parece no haber podido
abandonar nunca de manera completa.
Desde el punto de vista de los lectores, del público, para utilizar la palabra
clave del final del siglo XVIII y uno de los vocablos favoritos de MSR, hay que
recordar que no se trataba aun por completo de un público ilustrado, lo que
hacía que se encontrara siempre a un paso de creer en «todas las patrañas e
imposturas» con que pretendían engañarlo «esos filósofos intrigantes» que
escriben sobre el descubrimiento de América y sobre la política de la monarquía
española, mojando «sus plumas en la misma venenosa sangre que los crueles
Caribes sus saetas», como escribe MSR, dándonos además una muestra de la
forma como utilizaba sus sistemas clasificatorios y como repartía adjetivos, fiel
a muchos de los prejuicios de su época.
El problema era pues, en resumen, el de unos lectores crédulos, ajenos aun
al mundo de la Ilustración, de un lado; y de otro lado unos historiadores ligeros,
empeñados en un propósito político, ciegos ante los hechos, decididos a atacar
a la Corona española, «sin haber leído ni examinado sus verídicas y naturales
historias», es decir sin haber consultado, leído y meditado las fuentes de archivo
que permitían aclarar una situación sobre la que había corrido mucha tinta
inútil, cuando existía un espacio documental que tempranamente hubiera
permitido aclarar los sucesos, si para ello hubiera existido en verdad una
voluntad de conocimiento, que no se dejara atrapar en las redes de los intereses
imperiales o nacionales, cuando no en los de la envidia y la pasión17.
concursos para quien hiciera sobre la obra del Obispo la mejor composición poética. MSR llama
a la obra de Bosuet «la más instructiva y deliciosa». Cf. Manuel del Socorro Rodríguez, Fundación
del Monasterio de la Enseñanza. Epigramas y otras obras inéditas e importantes, Bogotá, Banco de
la República, 1957, p. 396.
17
El reclamo sobre fuentes históricas confiables se repetirá a todo lo largo de la discusión sobre
la obra de la monarquía en América. Así por ejemplo, en PP, 251, 8-07-1796, MSR exclamará de
nuevo: «Ahora pues: ¿de dónde sacarán esos vagos y sangrientos declamadores las noticias
fidedignas en que han fundado sus enormes calumnias, sus rígidas censuras y las torpes invectivas
contra el gobierno español acerca de América? –La itálica de la palabra fidedigna pertenece al PP.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

MSR no dejaba de reconocer que existían historiadores que habían escrito


sobre el tema de la monarquía española acudiendo a relatos de época –es decir,
aproximadamente, a lo que hoy designamos como fuentes primarias–, pero
pensaba que aquí de nuevo se había producido una unilateralidad, que era la
responsable de muchas falsificaciones, pues los autores habían recurrido no a las
crónicas oficiales de la monarquía –al parecer la fuente por excelencia del
historiador–, sino a la pluma de particulares, y muchas veces al testimonio de un
solo particular –lo que impedía hacer el ejercicio necesario de confrontación de
fuentes–, como cuando se acudía a la versión de los hechos de la conquista
ofrecida por Bartolomé de Las Casas, quien «ciego de un celo indiscreto o de
otros intereses, se dejó llevar de su cólera y ardiente espíritu de partido»18.
La crítica de Bartolomé de Las Casas es directa y con algún detalle, y frente a Las
Casas MSR intentará hacer una discusión en términos de criterios de análisis histórico,
comenzando por indicar lo que piensa que son sus constantes inexactitudes. De esta
manera, por ejemplo, haciendo referencia a los datos sobre las poblaciones aborígenes
de América y la despoblación que podía comprobarse medio siglo después del
establecimiento de los españoles, dirá que se trata de «disparates» de Las Casas, y
hará ironía sobre las informaciones del autor, hablando de «excelente aritmética», y
de «historiador exactísimo» y de sus absurdas exageraciones19.

18
La idea de fuentes primarias y fuentes secundarias en los historiadores de la Ilustración
es una idea de gran complejidad, que solo en parte se corresponde con la nuestra hoy en día. La
desconfianza, en buena medida justificada, de los historiadores del siglo XX sobre las fuentes
puramente oficiales (un problema que llegó a extremos difíciles de imaginar en las sociedades
comunistas), no existía, y la «crónica oficial» propuesta por hombres de Estado se aceptaba por
cuanto se suponía en los cronistas oficiales competencia, sabiduría y acceso a todos los documentos
que un historiador independiente –figura desconocida en las sociedades de Antiguo Régimen–
jamás podría tener. Cf. sobre esos problemas las reflexiones originales de Fernando Bouza en
Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II, Madrid, AKAL, 1998,
en especial capítulos I, IV y V. De manera estricta sobre las iniciativas y realizaciones de la
monarquía en el siglo XVIII en estos terrenos cf. Antonio Mestre Sanchis, «Juan Bautista
Muñoz: cronista de Indias», en su Apología y crítica en el siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, 2003,
pp. 185-207. Sobre la obra histórica de los cronistas de la monarquía en España y sobre la idea de
una «historia oficial» cf. de Richard L. Kagan, Los cronistas y la corona. La política de la historia
en España en las edades media y moderna, Madrid, Marcial Pons, 2010. Una reflexión sorprendente
sobre estos temas en la cultura histórica de Occidente, en una perspectiva juguetona y saltarina,
que no desmiente la importancia del problema, en Luciano Canfora, La historia falsa y otros
escritos [2012], Madrid, Capitán Swing, 2013, pp. 139-219.
19
MSR en sus textos del PP introduce variantes en su valoración del Padre de Las Casas y
en una nota de pie de página propondrá matices a lo que renglones antes ha señalado, diciendo
que «Sin embargo de esto [es decir del tono exagerado e hiperbólico de la narración de Las
Casas], es muy digno de disculpa este ilustre sevillano, por ser notoria su fervorosa caridad
respecto del bien espiritual y temporal de los indios, en cuya protección ninguno se ha mostrado
más celoso», y reenvía en seguida al Diccionario de Moreri, uno de sus instrumentos permanentes
de consulta, «en donde hay una bella descripción del distinguido mérito de este sabio y apostólico
barón». Dentro de la inmensa bibliografía sobre el Padre de las Casas siempre destacarán los
trabajos de Marcel Bataillon. Cf. como una brevísima introducción, M. Bataillon, Las Casas en

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 141


RENÁN SILVA

Esa crítica de la aparente inexactitud de los datos en que se apoyan los


críticos de la monarquía, cuando buscan pruebas en autores como Las Casas,
la extiende MSR al problema de la contextualización de los datos –un típico
criterio de historiador– y hará responsables de ese error de «método histórico»
no solo a los historiadores del siglo XVIII, sino al propio Padre de Las Casas, la
fuente de apoyo, quien tampoco habría sabido presentar a sus lectores las
condiciones de tiempo y espacio de las acciones que relataba. Por eso MSR
reclamará sobre la ausencia, que juzga muy visible, de preguntas sobre «cómo,
cuándo, con qué motivo y en qué ocasión» algo ha ocurrido, cuando discute
sobre los sucesos que narran los críticos, interrogantes que le parecen
inexcusables si de verdad se aspira a la comprensión de los sucesos que se
examinan –interrogantes que, hay que señalarlo, resultaban y resultan del
todo pertinentes, más allá de nuestras propias definiciones ideológicas y de la
admiración que podamos tener por el Padre de las Casas, cuyo testimonio, de
manera notable en el siglo XX, se ha convertido a su manera en una historia
oficial, dejando por esta vía de ser una fuente primaria para el análisis de los
historiadores.
Es decir, según MSR, 1492 es una época en que se combinan elementos
diversos y particulares que hay que saber relacionar –no olvidemos que el
verbo combinar y la expresión «combinar elementos» pertenecen al
vocabulario favorito de MSR, cuando quiere definir las formas de trabajo de
los historiadores, como vimos en el capítulo II de este trabajo–. De una parte
se trata de una época, la de la conquista de las Indias, en que hasta ahora
«salían de su infancia las primeras naciones cultas» –que es su forma de referirse
a Europa–, lo que explica que a empresa tan gloriosa la acompañaran de manera
explicable «algunos defectos anexos al título de conquista… sin entrar ahora
en la prolija discusión de semejantes derechos»20.
la historia [1971], México, FCE, 2013. Y desde luego debe verse de Bartolomé de Las Casas la
Brevísima Relación de la destrucción de las Indias –múltiples ediciones, pero la edición de Editorial
A. Er. Revista de Filosofía, Sevilla, 1991, tiene el mérito de hacer un rastreo por las ediciones de
la Brevísima relación a principios del siglo XIX, lo que recuerda el renovado interés en América
hispana por la obra de Las Casas, luego de la Independencia, e incluye una antología de textos
de los Ilustrados europeos de la segunda mitad del siglo XVIII –la mayor parte de ellos presente
en el PP–, respecto de Las Casas y la esclavitud.
20
A diferencia de algunos de los pensadores de la llamada «segunda escolástica» y del
propio Padre de Las Casas, la legitimidad de la Conquista, desde el punto de vista del derecho
y el recurso a la guerra, es un punto que nunca pone en discusión ni se somete a la menor duda
en el PP. La evangelización es el fundamento último del Derecho de Conquista. Son títulos
espirituales, más que aspiraciones materiales, los que concurren a hacer del cristianismo, de la
Iglesia católica y de los soberanos españoles los legítimos conquistadores del Nuevo Mundo, un
argumento de legitimación luego del cual cualquier crítica histórica de la monarquía siempre
recaerá, como en el PP, en aspectos puramente secundarios, en problemas de forma pero no de
contenido.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

De otra parte, hay en el descubrimiento de las Indias y en los derechos del


imperio español sobre ellas un hecho de civilización, pues el descubrimiento
abre el mundo a una época nueva, «en la ocasión de formarse en toda Europa,
en todo el mundo, un nuevo sistema, unos nuevos canales de comunicación,
una nueva extensión del conocimiento, una considerable porción de ramos
de comercio y de industria», lo que explica, a su vez, el motivo de emulación
y de envidia de los demás imperios europeos –Francia e Inglaterra de manera
particular– respecto de la gloria española, lo que además muestra el
conocimiento que MSR tenía de las proposiciones y temas de análisis histórico
característico de la historia ilustrada del siglo XVIII, una historiografía que había
hecho de la extensión universal del comercio y de las comunicaciones, y por
lo tanto de las relaciones entre las «cuatro partes del mundo», el principal
hecho histórico a partir del descubrimiento de América, aunque la llamada
historia político filosófica se rebelará contra muchos de los efectos de la
expansión europea, en particular en lo relacionado con el comercio de esclavos.
MSR opta en su análisis por una vía media, por así decir, pues reconoce que
pudieron haber existido abusos en el proceso de conquista y de implantación
de los españoles en América, pero dirá siempre que esos errores son más de
forma que de contenido, que no se encontraban inscritos en la voluntad de los
soberanos, que se explican por las malas ejecuciones de algunos de los
descubridores y primeros conquistadores, comenzando por el propio Cristóbal
Colón, pero que cuando ello ocurrió, ocurrió a espaldas de la Corona, y que
«ningún escritor nuestro», es decir español, jamás permaneció en silencio sobre
hechos que había que denunciar, y cita como ejemplos de esas voces de protesta
al Padre Mariana, al Padre Prudencio Sandoval en su Historia de Carlos V, y a
«los historiadores Herrera, Bernal Díaz del Castillo, [José de] Acosta y otros
muchísimos de conocida imparcialidad y rectitud», gentes de letras y de pluma
que abominaron «la conducta, los nombres y la memoria de estos indignos y
bastardos», que en su ejecución, traicionaron las rectas disposiciones de la
Corona española.
Se trata pues de fallas y errores, grandes y pequeños, de ejecución y de
puesta en práctica. Los reyes fueron los verdaderos protectores de los indios y
en diversas oportunidades trataron de enmendar «las violencias y los errores»
de gentes como Colón, contra el que lanza duras acusaciones como responsable
de la puesta en práctica de acciones que no correspondían a las disposiciones
de la Corona, con lo que se convertía en un hombre cegado por sus ambiciones
y sus errores, traidor a la política de Fernando e Isabel.
MSR reconoce que el tema de la política de la Corona en las Indias es un
asunto difícil, e indica que por ello debe prolongar sus reflexiones, para poder

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 143


RENÁN SILVA

corregir ante sus lectores la errada opinión de los historiadores europeos


ilustrados, críticos de la monarquía, acerca de que los reyes católicos tuvieron
la responsabilidad «en ciertos abusos y desórdenes en los primeros años de la
conquista de América»21.
Las reflexiones de MSR se dirigirán entonces a construir una oposición cerrada
entre Cristóbal Colón y el rey Fernando, éste último habiendo sido la figura que se
contrapuso siempre a los designios pérfidos del descubridor de América. Así por
ejemplo, dirá que Colón quiso traer para América lo peor de las gentes españolas, y
propuso «el plan de enviar y establecer en América a los reos de los delitos capitales
menos atroces y destinar a las minas a los sentenciados a las galeras», lo que resultó
en que tales gentes salidas de las cárceles «fueron una masa de corrupción, que por
necesidad había de inficcionar las colonias y producir las más fatales consecuencias».
Don Fernando, por su parte, sin dejarse arrastrar por tales ideas, «abandonando unos
proyectos tan funestos», creó los «establecimientos más útiles», fundó tribunales de
justicia, envió funcionarios rectos y los mejores misioneros, es decir todo aquello por
lo cual «se mantiene el orden y el estado en nuestras colonias»22.
Respecto de la política de tierras, Colón, «con una imprudencia increíble…
dividía las tierras entre los españoles», al tiempo destinaba a los «indios como esclavos»,
para que trabajaran «en provecho de los nuevos señores». Por su parte el rey Fernando
«nunca dio el sello de su autoridad [la aprobación] a tales repartimientos.
Según el relato de MSR, a partir del inicio mismo del siglo XVI, en el año
de 1502, la Corona comenzó a introducir reglamentaciones precisas sobre las
poblaciones nativas, y don Nicolás de Obando, por orden del rey, viajó a los
territorios descubiertos con instrucciones precisas, en las que se declaraba,
como de hecho se hizo público, que los indios eran «vasallos libres de España»,
población que no podría someterse a la esclavitud ni a los trabajos forzados, es
decir que respecto de ellos «no se exigiría servicio algunos contra su voluntad
y sin pagarles cumplidamente su trabajo».
Es por relación con ese tipo de logros en defensa de las poblaciones nativas
que hay que entender, dice el editor del PP, la fundación de instituciones
como la Casa de Contratación (1502), el Consejo de Indias (1524) y, en
acuerdo con la Iglesia, la organización territorial sobre la que se soportaba el
sistema de obispados y de parroquias –de diversa índole–, que concretaban la
acción misional en América.

P.P. No 251, 8-07-1796, todas las referencias que continúan remiten a este número mientras
21

no se advierta lo contrario.
22
La pregunta que plantea MSR, en el número recién citado del PP, para elaborar su
exposición sobre este punto es: «¿Qué diré de los proyectos de Colón sobre el modo de conservar
nuestras colonias, cuando se halló que faltaban brazos para cultivar las tierras?».

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

La comparación entre Colón y el rey Fernando no puede entonces ser más


clara. En contra de lo que dicen los historiadores europeos de la llamada «historia
filosófica y política», Colón es «el inventor… o el introductor de las guerras, de los
impuestos y de los repartimientos». Colón es, en fin, «el primer opresor de América,
mientras que Fernando es «el fundador de todos los establecimientos útiles y
principalmente [el] protector del Nuevo Mundo», y ello a pesar de su muerte
temprana23.
El director del PP está firmemente convencido de su argumentación –«…
para nosotros todo esto es demasiado notorio», escribe–, pero piensa que debe
continuar con sus ejemplos, incluso, dice, al precio de la redundancia y la
extensión24, no solo porque el tema es de importancia para sus lectores locales,
sino además porque «nos consta… que algunos ejemplares de este escrito circulan
por Inglaterra, Italia y otras naciones», un dato que no podemos confirmar, pero
del que no dudaba MSR, quien quiere que su defensa de la monarquía viaje
hasta Europa, como expresión de su amor por la patria y nación españolas.
MSR volverá entonces a la legislación española, ahora poniendo un fuerte acento
en el «gobierno espiritual de las Indias», porque le parece que la ley es prueba suficiente
de sus aserciones. Se remite entonces «a las Décadas I y II del historiador Herrera», en
donde se comprueban las «sabias disposiciones… para el gobierno espiritual de las
Indias»25. Así por ejemplo en la Década II, «capítulos 3,4,5 y siguientes», en donde se
cuenta que «el Licenciado de Las Casas [que aun no era obispo]», le habló al Rey
don Fernando sobre la situación de los indios, y como pronto murió el Rey, volvió a
plantear el problema de la situación de los nativos ante el Cardenal Arzobispo Francisco
Ximénez, quien lo disuadió de viajar a Flandes a buscar una entrevista con Carlos V,
a cambio de lo cual «dispuso que en compañía del señor de Las Casas, pasasen
23
Hay en el PP una valoración diferente de Cristóbal Colón y del descubrimiento de
América en fecha anterior a esta polémica –cf. PP. No 153, 1-08-1794– cuando se relata una
discusión en una de las tertulias de la ciudad –la Eutropélica– en donde se realizaba una sesión
con motivo de una celebración más del descubrimiento de América y se hacía el elogio respectivo
de Colón. «¡Oh día doce de octubre! ¡Día felicísimo, no solo para la nación española, sino para
todo el universo!», se decía en la tertulia que es traída como ejemplo.
24
MSR escribe, en tono declamatorio, en el número que venimos citando del PP, unos
renglones más adelante: «Sí, filósofos intrigantes… aun quiero cubrir las Aras de vuestra
vanidad con otras flores más frescas y olorosas».
25
Las Décadas de Herrera se mencionan constantemente en la documentación de la época
y parecen ser conocidas más allá del mundo especializado de los juristas, siendo una referencia
común de la cultura social de la época entre los ilustrados neogranadinos a finales del siglo XVIII.
Aquí el tono de MSR parece confirmar esa familiaridad, al decir, por ejemplo: «Es muchísimo
lo que sobre este asunto podríamos citar aquí, pero para evitar difusión y molestia remitimos a
nuestros lectores solamente a las Décadas I y II del historiador Herrera…», lo que indica que
sus contemporáneos no tenían dificultad para identificar esa legislación de la que se les hablaba,
la que podían conocer de manera directa –por su lectura, poseyendo o no la obra– o por haberse
encontrado con ella en los estrados jurídicos –como abogados o como parte procesal–, o
simplemente por su invocación cotidiana.

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RENÁN SILVA

algunos padres Jerónimos, de conocida ciencia, desinterés y virtud a gobernar las


«
Indias», habiendo dado a los misioneros «instrucciones justas y piadosas acerca del
buen tratamiento de los naturales», instrucciones todas que, según el editor del PP,
respiraban la mayor dulzura y humanidad respecto de los indios» y amenazaban con
fuertes sanciones «contra los magistrados y conquistadores que intentasen oprimirlos
o que los mirasen con algún género de desprecio»26.

III

De acuerdo con la crónica presentada en el PP sobre la obra de la monarquía


en América, en opinión de los filósofos intrigantes –otro de los calificativos con
que se designa a los críticos ilustrados de la monarquía–, también la Iglesia
habría sido instrumento de despojo de los indios de América, pues, según sus
afirmaciones, «los Pastores se transformaron en voraces lobos» y bajo «la sagrada
investidura de Apóstoles, procedieron como los mayores tiranos…». Los
historiadores ilustrados europeos se han referido a la actuación de la Iglesia y
ese es un asunto que debe aclararse y defenderse, «como corresponde» –dice
MSR–, es decir con la presentación de hechos fidedignos, sobre episodios respecto
de los cuales los historiadores, o bien no han dicho la verdad, por intereses
encubiertos, o bien no han comprendido los acontecimientos, por ignorancia
sobre las condiciones bajo las cuales sucedieron.
Según MSR el episodio que ha retenido la atención de los críticos de la
monarquía tiene que ver con el enfrentamiento entre Franciscanos y Dominicos
en torno al destino de la mano de obra indígena que ahora pasaba al control
de los nuevos colonizadores, si se trataba de hacer de la conquista una empresa
económica viable –más allá del oro capturado en los santuarios o en la superficie
de la tierra–. Se trató pues de una «acalorada disputa acerca de si era
conveniente o no señalar cierto número de indios para que estuviesen bajo
las órdenes y dirección de algunos españoles de conocido mérito», una medida
que en opinión de MSR estaba destinada a luchar contra el ocio indígena, a
favorecer las tareas de evangelización y a servir de apoyo a los procesos de
civilización, palabras que repite el PP y que sabemos que fueron comunes en
los dominios americanos entre los siglos XVI y XVIII, habiendo sido uno de los
26
Una nueva referencia a la Antigüedad le sirve a MSR para adelantar su combate contra
los filósofos, cuando intenta aquí responder a su pregunta por las causas del ataque de esos
hombres de letras contra la monarquía: «A la verdad su intento no parece haber sido otro que
el mismo que movió a Eróstrato para incendiar del famoso templo de Diana en la ciudad de
Éfeso; quiero decir: adquirirse un nombre inmortal en los fastos de la historia, aunque fuese por
medio de tan infanda acción».

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

lenguajes favoritos en que se expresó en la documentación de la Corona y sus


administradores el aparente propósito de legislación: evangelizar era llevar a
los «gentiles» al terreno de la salvación; civilizar era hacer entrar a esas
poblaciones en el campo de la policía, y toda la empresa se sintetizaba en el
esfuerzo por hacer vivir a los nativos, y luego a las poblaciones mestizas, en el
ámbito de una «republica cristiana»27.
MSR comienza por reconocer la existencia de esa polémica y sus
repercusiones en los siglos XVI y XVII –repercusiones que tilda de «debate
universal», en lo que tiene razón– e incluso manifiesta su propia opinión de
ilustrado del siglo XVIII, al decir que el fin de la encomienda de las poblaciones
nativas –que es de lo que hablamos– era «conocidamente bueno», pero que
«el proyecto era susceptible de algunos abusos y desórdenes», y sintetiza el
debate diciendo que los Franciscanos eran partidarios de los repartimientos,
mientras que los Dominicos, que al principio habían aceptado la medida,
«después la reprobaron abiertamente, llamándola política interesada y
opresiva».
En opinión de MSR se trató de una «disputa reñidísima, que quizá puso en
expectación a todo el universo», pero una disputa en que las partes –las órdenes
religiosas comprometidas– solamente mostraron «los ardores religiosos de un
heroico celo hacia el bien temporal y espiritual de los indios», aunque, sobre
todo en el caso de los Franciscanos –que en principio aprobaban la medida–,
los filósofos europeos –«los filósofos protectores de la humanidad oprimida»,
como designa MSR a los filósofos críticos de la monarquía–, hayan querido
entender y publicitar cosas distintas en su campaña de desprestigio de la
monarquía y de la Iglesia, falseando todos los hechos que comprueban que los
pastores de la Iglesia americana fueron siempre los desinteresados apóstoles de
la evangelización y la protección de las poblaciones nativas.

27
Como se sabe, la historia del problema –las formas de sujeción de la mano de obra
indígena a partir de 1492, los iniciales momentos de la esclavización, el repartimiento posterior
bajo la forma de indios de encomienda, las modalidades de salario y formas «semi-serviles» que
se constituyeron por el camino– tienen una amplia bibliografía y han sido objeto de descripciones
de gran calidad en la historia socioeconómica, desde principios del siglo XX, por ejemplo en los
trabajos del mexicano Silvio Zavala, a través de una obra cuya bibliografía llenaría un volumen
completo. Pero el objeto y propósito de estas líneas no es recrear ni discutir ese gran tema de
investigación. Apenas dar cuenta de una discusión sobre la obra de la monarquía en América
en medios ilustrados neogranadinos. Para el punto preciso en discusión el lector puede
simplemente dirigirse a la obra –ampliamente editada– del padre Bartolomé de las Casas.
David A. Brading es un autor que ha resultado particularmente atento a la obra de las órdenes
religiosas en el campo de la organización del trabajo indígena y de la constitución de la «república
indígena». Cf. por ejemplo su gran síntesis Orbe Indiano. De la monarquía católica a la república
criolla, 1492-1867, México, FCE, 1991, capítulos I a XI.

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RENÁN SILVA

A lo largo de ese debate y en medio de esa supuesta conducta ejemplar de


las autoridades eclesiásticas, MSR reconoce una excepción, que es la que,
sobre todo, parece haber dado los mayores motivos de calumnia a los
historiadores críticos de España. Se trata de la actuación del «Ilustrísimo
Quevedo, obispo del Darién», un prelado que, contra el Padre de Las Casas,
defendió, en presencia del Emperador Carlos V, el proyecto de repartimientos
en los siguientes términos –de acuerdo con las palabras que MSR pone en su
boca–: «que los indios eran esclavos por naturaleza y que antes que nada se les
hacía un favor y beneficio en querer conquistarlos y tenerlos como esclavos».
En principio, y posiblemente en beneficio de su propia argumentación,
MSR acepta los hechos que los críticos proponen como confirmación de su
crítica de la monarquía –hechos que él mismo, a su manera, recrea–, intentando
para tales hechos una justificación en términos del contexto social e intelectual
de su época –un criterio de historiador–, aunque desde luego su interés en la
defensa de la monarquía deja descubrir con facilidad el carácter por lo menos
unilateral de su argumentación. Dirá entonces el editor del PP que, aunque
en principio la «proposición del Obispo del Darién parece injusta e inhumana
y demasiado escandalosa», puede glosarse y hacerse comprensible de la siguiente
manera: «Los indios en su barbarie y gentilidad [vivían] devorándose
recíprocamente unas naciones a otras sin motivo legítimo», según el cuadro
interesado que de esas sociedades se ofrecía, y «no hacían en medio del género
humano otra figura que la de furiosos monstruos», siendo gentes que dominando
la mayor parte de la superficie de la tierra, solamente la cubrían de iniquidades
y hacían de ella «un vastísimo templo del demonio, desde cuyas Aras cien mil
ríos de sangre pedían cada día justicia al Dios de la naturaleza».
Se trata de un argumento que, desde luego y con razones perfectamente
claras, no podemos hoy más que rechazar, pero que debemos tratar de encuadrar
en el marco de los conocimientos históricos y antropológicos del racionalismo
ilustrado del siglo XVIII, que tanto sirvió para iluminar y al mismo tiempo para
nublar el conocimiento de sociedades que no lograba interpretar de manera
sociológicamente correcta, en virtud de su propia forma de plantearse el
problema, es decir, acudiendo a la idea de progreso y de razón universales,
propiedad indiscutida de Occidente, un punto que creía ratificado por la
experiencia histórica, y a partir del cual se permitía, con absoluta tranquilidad,
un aire de superioridad intelectual y moral que, para nosotros, resulta hoy

Cf. al respecto, entre varias otras referencias, el viejo clásico de Michelle Duchet,
28

Antropología e historia en el siglo de las Luces. Buffon, Voltaire, Rousseau, Helvecio, Diderot [1971],
Buenos Aires, Siglo XXI, 1975.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

irrespirable, pero que no podemos dejar de comprender como un argumento


histórico28.
Se trataba pues, según esa visión, de sociedades arcaicas y «atrasadas», con
las cuales los pueblos civilizados solo podían establecer una relación de
dominación –paternal y suave, o violenta, cuando se encontraban resistencias
al progreso, si se quería que adquirieran «una idea racional de la nobleza» y
que pudieran llegar a «ser verdaderamente felices»–. Para MSR la situación es
comparable, en términos de imagen, a la de dos locos que pretenden asesinarse,
y que deben ser encadenados, hasta que «vueltos en sí, son capaces de disfrutar
tranquilamente [de] todos los bienes que iban a perder porque no los
conocían»29.
El argumento es bien conocido. Su fondo, racionalizador de una situación
de dominio y de opresión, ha sido bastantes veces puesto de presente, y la
ingenuidad misma de MSR en el examen del argumento que confronta, excusa
de mayores discusiones. Pero no hay duda de que es un argumento de época,
sobre el cual no se nos pide, como historiadores, nuestra opinión, si no su
localización en un espacio de ideas determinado y la aclaración de las funciones que
puede haber cumplido en un debate determinado, en este caso la defensa de la
monarquía a finales del siglo XVIII.
Sin embargo, no podemos dejar de mencionar que, como lo comprueban
muchos números del PP, MSR y los Ilustrados neogranadinos no produjeron
una sola visión de las sociedades indígenas, según se desprende de las propias
afirmaciones que MSR muchas veces presentó en el PP acerca de la «grandeza
y humanidad» de las legislaciones y gobiernos de las sociedades Mosca [Muiscas,
chibchas], que no dudaba en comparar con las mayores realizaciones de los
mejores legisladores de la Antigüedad, bien que sepamos que se trataba de
afirmaciones poco fundamentadas, por relación con la sociedad griega, y
puramente imaginarias por relación con las sociedades indígenas locales, de
las que el pobre conocimiento que se tenía en aquella época permitía hacerlas
objeto de toda clase de afirmaciones (gratuitas), bien fuera para vilipendiarlas,
bien fuera para ensalzarlas, como de manera alternativa y poco juiciosa lo
hizo MSR en el PP, aunque debe reconocerse que los artículos y textos elogiosos
(y desde luego fantasiosos y anacrónicos) fueron muchos más numerosos, con
la particularidad de que en algunos de esos textos liga las dos formas de
monarquía, la de los reyes de España y la de los indígenas –cuyas formas de

29
MSR dirá, como síntesis de su argumentación en defensa del Obispo Quevedo, que: «Tal
me parece puede ser el espíritu de la proposición del Ilustrísimo Quevedo, quien atendiendo a
la rudeza e incapacidad de los indios (juicio común y bien fundado en aquellos tiempos), los
miraba más como a niños y a los españoles como a sus tutores».

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gobierno, que el saber de su época desconoce, asimila a las monarquías


europeas–, otorgando a las dos los mismos títulos de legitimidad, aunque no
plantea la pregunta de por qué entonces los europeos tenían derecho de guerra
y ocupación en estos territorios30.
Para MSR el aspecto más notable de la polémica sobre la que discurre, es la
forma como llegó a su término. Se trata de una polémica que, según su parecer,
duró mucho tiempo en el Nuevo Mundo, y que condujo a que los dos «partidos»
–como se decía en el vocabulario de la época–, recurrieran al Rey, y que éste,
hacia 1517, «después de haber consultado a los más hábiles juristas y teólogos»,
hubiera sentenciado a favor de los indios, «declarándolos enteramente libres
de toda esclavitud», con lo cual, de nuevo, MSR podía mostrar a sus lectores
lo que pensaba que constituía una prueba más de las glorias de la monarquía31.
Pero la argumentación de MSR exigía las respectivas pruebas documentales,
si quería que su demostración se inscribiera en el canon histórico del que
trataba de participar, y a ese expediente probatorio estará destinada la última
parte de su defensa de la monarquía en América. Se trata de una amplia
reproducción de documentos –amplia en términos de la extensión del PP, y
que algún esfuerzo investigativo le debió significar a MSR–, destinada a probar
la grandeza de la obra de la monarquía, y ello a lo largo de toda la historia de
España y de sus posesiones ultramarinas americanas. MSR presenta lo que le
parece ser la benignidad de la legislación española en relación con las
poblaciones nativas, pero no menos en cuanto al periodo designado como de
las reformas Borbónicas, sobre el que resalta las últimas reglamentaciones de
comercio del final del siglo XVIII, un expediente probatorio que mostraría,
desde el mismo siglo XVI, todos los hechos «que acreditan muy bien la verdad
de nuestra apología»32.

30
Cf. por ejemplo PP, No 15, 20-05, 1791. La respuesta, que ofrece en otras partes MSR,
sabemos que remite a la necesidad de la difusión del cristianismo, para la salvación de las almas,
punto sobre el que el PP jamás expresó la menor duda.
31
MSR cierra el argumento con un reenvío a otro autor más, y escribe: «Insertaremos en
prueba de todo esto unas bellas reflexiones del Abate Nuix», uno de cuyos libros se encontraba
en su biblioteca. –El Abate Juan Nuix había participado de manera activa en la polémica que
aborda aquí MSR y copia de época de sus Reflexiones imparciales sobre la humanidad de los
españoles en las Indias, Madrid, Joaquín de Ibarra, 1782, se encuentra en la Biblioteca Luis Ángel
Arango, aunque desconocemos el origen del ejemplar–.
32
PP, No 252, 15-07-1796: «Fin del Apéndice Apologético», el mismo número para todo lo que
sigue, mientras no se advierta otra cosa. El lector que revise los números respectivos del PP debe
tener en cuenta que el número 252 que citamos aparece registrado como 352, pero se trata
simplemente de una de las constantes erratas que aparecen en el semanario, punto sobre el que
volveremos en el último capítulo de este trabajo. Como lo advertimos en capítulo anterior de este
trabajo, es claro que la palabra apología tiene un significado preciso en el siglo XVIII, que desborda
el actual, y se considera un género literario perfectamente legítimo, como lo habíamos ya advertido.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Repasemos someramente el asunto. MSR comenzará citando una Real


Cédula de 1533 para la Audiencia de México, en que se pueden leer expresiones
como las siguientes: «Que las Audiencias de las Indias… pongan en libertad a
los indios que hubieren hecho esclavos contra la razón y el derecho, y contra
las provisiones por nos dadas…», con lo que se supone que probaba la posición
del rey de España contra la esclavitud indígena, agregando enseguida otras
leyes y disposiciones que iban en esa misma dirección: «Como tenéis entendido,
Nos tenemos mandado, que no se hagan esclavos ningunos indios en sus
tierras por ninguna vía…»; o también: «… ordenamos y mandamos, que de
aquí en adelante no puede hacerse esclavo [a] indio alguno, y queremos y
mandamos, que sean tratados como vasallos nuestros de la Corona de Castilla,
pues lo son»; aportando enseguida documentos de principios del siglo XVII
(1601), que se supone ponen fin a los servicios personales y reglamentan los
tributos, lo que le permite escribir a MSR sobre las «saludables disposiciones
de aquellos años próximos a la conquista», indicando que lo mismo se puede
hacer «en orden a los tiempos posteriores hasta la época actual».
La Apología que escribe MSR incluye otras pruebas documentales más,
referidas tanto a los siglos XVII como al siglo XVIII. Así por ejemplo: «Al llegar
aquí me acordé del monumento más ilustre que hasta hoy puede citarse en
prueba del tierno amor e ilustrada humanidad de un soberano respecto de sus
vasallos». Se trata en este caso de una medida del siglo XVIII: una cédula real
sobre «educación, trato y ocupaciones de los esclavos en todos sus dominios
de Indias e Islas Filipinas» –la única mención con respecto a la población
negra, aunque hubiera podido aportar muchas otras referencias documentales
al respecto–.
Se debe resaltar que el punto fuerte de la argumentación de MSR no se
sostiene simplemente sobre el registro de la multiplicación de ejemplos, una
vía que MSR sabe limitada tanto en términos conceptuales como en términos
del espacio de que disponía (recordemos que se trataba de un semanario de
unas pocas cuartillas). El editor del PP lo señala de manera explícita al recordar
la presencia creciente de la política ilustrada –«en beneficio de la humanidad»,
como se decía en el lenguaje de la época–, que había dado lugar a una «copiosa
y casi que infinita multitud de reales cédulas», expedidas «solamente en los
reinados de los dos benignísimos Carlos de la casa Borbón», cédulas y
disposiciones que no tenían otro objeto «que el de hacer felices a los vasallos
americanos», pero que resultaba imposible reproducir.
MSR dirá a continuación que los archivos «de las reales audiencias de los
virreinatos y capitanías generales y demás oficinas… están llenos…» de
documentos que podrían respaldar sus aseveraciones, aunque agregando

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 151


RENÁN SILVA

enseguida que por razones de espacio, «entre toda esa multitud de


disposiciones… me contraeré a una rel cédula que por casualidad [sic] tengo
a la vista», del 11 de octubre de 1784, que trata de asuntos de la real hacienda
para el beneficio de sus vasallos, pasando a continuación a sacar su primera
conclusión del largo balance histórico emprendido en defensa de las
monarquía33. Según su opinión, todos los reyes de España, desde el propio
descubrimiento de América hasta el presente, «han procedido siempre movidos
de un solo espíritu, que es el de la humanidad y el de la clemencia».
Pero no hay que olvidar que este dispendioso ejercicio de erudición a que
sometía MSR a los lectores del PP no tenía sentido por el mismo, sino que era
parte de su defensa de la obra de la monarquía, que se basaba en una refutación
intelectual, en el terreno de la historia, de la visión que los «malignos filósofos
europeos», críticos de los soberanos españoles, querían imponer como su visión
dominante de la suerte vivida por los pobladores del Nuevo Mundo al caer en
manos de los monarcas de España.
MSR inscribe su defensa de la monarquía en una serie de planos complejos,
de los que el menos importante no es su auditorio local en el Virreinato de
Nueva Granada. Por eso dirá, en el final de su Apología de la benéfica política
de los soberanos españoles, que en los finales del siglo XVIII esa política se
hace eco de las aspiraciones de los naturales, pero entendidos ahora éstos no
como las poblaciones nativas del siglo XVI, sino como lo que el tardío siglo
XVIII y sobre todo el siglo XIX designará como los criollos. Conocidas son las
protestas de los criollos por su retiro de los principales cargos de la pequeña
burocracia urbana en el último tercio del siglo XVIII, cuando parece comenzar
la recuperación de las posiciones de mando locales por parte de la
administración virreinal, que ejecutaba las instrucciones de Gobierno del
Consejo de Indias y de los monarcas borbones, y a ese respecto MSR escribirá,
errando en el blanco, por lo menos para el final del siglo XVIII, que

Y aunque los filósofos malignos quieran sostener… que el gobierno de España


si no mira con absoluto desprecio a los naturales de América, por lo menos se
muestra indiferente en orden a colocarlos en los empleos de considerable
estimación, yo no sé cuáles son los ejemplares [por: ejemplos] que pueden
producir para probar esta grandísima impostura34.

33
El editor del PP no dejará de todas maneras de agregar nuevos ejemplos de la benevolencia
de los soberanos e incluirá más informaciones sobre «comercio nacional y agricultura», sobre
fomento de nuevos cultivos agrícolas, sobre libertad de derechos de puerto y otras reales órdenes
de finales del siglo XVIII, que iban en dirección de la libertad de comercio.
34
PP, 15-07-1796. La refutación clásica del argumento de los criollos supuestamente excluidos
de la administración virreinal y sometidos al despotismo de las autoridades españolas sigue

152 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD
siendo la de John L. Phelan, «El auge y la caída de los criollos en la Audiencia de Nueva
Granada, 1700-1781», en Boletín de Historia y Antigüedades, No 49, Bogotá, 1972, pp. 597-618,
y más en general J. L. Phelan, El Pueblo y el Rey. La revolución comunera en Colombia, 1781
[1978], Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1980. El asunto debe plantearse ante todo como un
IV

Leyendo con cuidado los números del PP en sus seis años de existencia se ve
aparecer de manera repetida las voces filosofía, filosofismo, filósofo… con
significados que desde el principio de la publicación fueron varios y variables.
En el caso del adjetivo filósofo dado a un autor (aunque se habló también de la
Dama filósofa, al parecer un pseudónimo masculino utilizado en las tertulias
santafereñas), éste parece haber pasado por una transformación gradual pero
muy visible, de tal manera que de la designación inicial hacia 1791 del filósofo
como hombre virtuoso, hacia 1796, en una época de ataque directo y sin
matices a la revolución francesa, la palabra se tornó en vocablo acusatorio,
insultante, contra el propio pensamiento ilustrado en su versión francesa radical,
insulto que se concretaba principalmente en los nombres de Rousseau,
Montesquieu, Diderot y Voltaire, primero, y luego en los de Marat y
Robespierre, todos ellos acusados de ser los causantes de los grandes males de
Francia y de Europa35.
Pero los filósofos de la Encyclopédie36 –stricto sensu–, los representantes
número uno del «filosofismo y de la irreligión de nuestra época», como tantas
veces se escribió en el semanario neogranadino, fueron combatidos en el PP
en un registro doble: de una parte como portavoces de una filosofía designada
en general como sensualista y atea. De otra parte en el plano de la llamada
«historia político filosófica», fueron combatidos en tanto que críticos de la

problema de percepción de la nueva situación producto de los esfuerzos borbónicos por recuperar
el control del virreinato. Detrás de las quejas criollas, que los republicanos en el siglo XIX
recogieron al pie de la letra –lo mismo que el nacionalismo criollo del siglo XX– lo que se
encuentra es la reacción defensiva de un grupo social que había tenido en el largo pasado
anterior una gran autonomía en el campo de las decisiones políticas locales.
35
Como la edición facsimilar del PP que utilizamos incluye un tomo final –Tomo VII:
Índice analítico, de manera básica un listado de nombres de personas y de lugares–, el lector
puede de manera fácil constatar para cada uno de los nombres de ilustrados europeos –franceses
esencialmente– los ataques sistemáticos de que fueron objeto en el PP.
36
El texto clásico sigue siendo en este punto el libro de Robert Darnton, El negocio de la
Ilustración: historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 [1979], México, FCE, 2006. Se habla
mucho de la «influencia» de la Enciclopedia y del enciclopedismo en América hispana en el
siglo XVIII, pero se han hecho pocos esfuerzos por describir el problema en términos histórico–
concretos –de hecho ni siquiera se advierte la diferencia entre la Encyclopédie y la Encyclopédie
méthodique–. Una primera aproximación al problema en R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada,
1760-1808, op. cit., capítulo IV; y para el caso español, en donde el problema se ha estudiado con
mayor cuidado cf., entre varios ejemplos, Gonzalo Anes, «La Enciclopedia metódica en España»,
en Ciencia social y análisis económico, Madrid, Tecnos, 1978, que permite seguir algunos elementos
de las formas de circulación de la obra en mención.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 153


RENÁN SILVA

monarquía y de la esclavitud y, de manera particular en el caso de Montesquieu,


como responsable de análisis que falseaban el verdadero «método histórico»,
aunque por otro lado sepamos que el Barón de Montesquieu era uno de los
artífices, junto con Voltaire, de algunos de los avances más importantes de la
época en el campo de la investigación histórica, lo que nos recuerda que los ilustrados
franceses –aunque no menos los ingleses y escoceses– eran para MSR al mismo
tiempo un atractivo, por su tendencia hacia la imparcialidad y la consideración
razonada de los hechos, y una fuente de antipatía y de rechazo, por su crítica de la
institución de la monarquía, y en particular de la corona española37.
Aquí nos referiremos de manera principal a dos destacados historiadores
que parecen haber sido ampliamente comentados en los círculos de los
ilustrados neogranadinos, y cuyas obras tuvieron las formas de existencia variada
que eran distintivas del finales del siglo XVIII: de una parte las obras en sus
propias ediciones originales. De otra parte esas mismas obras en traducciones
completadas o no, comentadas o no; y finalmente esas mismas obras
incorporadas a obras de divulgación o de análisis que terminaban haciendo
circular las tesis originales bajo formas híbridas, vulgarizadas, un tanto alejadas
de su contexto y forma originales, pero manteniendo aún alguna relación con
el núcleo textual a partir del cual se habían en el pasado generado. Existían
también, de manera particular en el caso de estos autores, obras de polémica
que se encargaban de presentar de manera crítica, casi siempre con poca
ecuanimidad, los argumentos de estos autores, invitando al lector a tomar una
posición de rechazo, y haciendo grandes énfasis sobre las prohibiciones y aun
condenas que sobre tales obras podrían existir, de parte de las autoridades
reales o eclesiásticas.
En este caso en particular todo indica que sus obras fueron presentadas
bajo una crítica severa, que era en parte una condena, de manera particular
por sus posiciones sobre España, a la que acusaban de ser un foco de atraso
social y político, y de no haber realizado ninguna contribución a la formación
cultural de Europa y en general de la humanidad, aunque los caminos
«traviesos» de la lectura pueden haber terminado socializando a muchos de
los lectores de la época en por lo menos algunas de las ideas y argumentos que

Cf. al respecto Doménico Losurdo, Contra//historia del liberalismo [2005], Barcelona, El


37

Viejo Topo, 2005 [¿?], que muestra aspectos de la historia del liberalismo que no se registran
habitualmente en las obras de quienes solo lo observan como una «historia de la libertad».
Mucho mejor aun la perspectiva de Jennifer Pitts, Naissance de la bonne conscience coloniale.Les
libéraux francais et britanniques et la question impériale (1770-1870), Paris, Éditions de l’Atelier/
Éditions Ouvriers, 2008, que muestra un complejo desarrollo del problemas y se niega a asumir
las generalizaciones postmodernas que acusan a la Ilustración de todos los males sobre la
esclavitud y la suerte de los «mundos coloniales».

154 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

en la intención de la Corona se trataba que fueran objeto de rechazo; autores


que, de todas maneras, sabemos que en principio eran objeto de curiosidad,
de una curiosidad que fácilmente podía transmutarse en admiración, o por lo
menos de un inicial interés intelectual, aunque nos inclinamos a pensar que
el rechazo y la aprobación durante un cierto tiempo deben haber sido parte
de una sola reacción intelectual, escondida en la palabra «curiosidad»38.
Hablamos de William Robertson y de Guillermo Tomás Raynal, dos de los
más grandes historiadores del siglo XVIII europeo –el primero británico y el
segundo francés–, dos nombres y dos obras que aparecen de manera repetida
en los textos de MSR que venimos de glosar, como críticos injustos de la
monarquía y del legado cultural español, y como representantes de esa «historia
filosófica y política» que MSR al mismo tiempo rechazaba y apreciaba.
Consideremos la crítica de esos autores tal como fue realizada en el PP y
tratemos luego de sacar alguna breve conclusión39.
El nombre de Robertson –como el de Raynal– aparece varias veces en las
páginas a las que en los numerales anteriores hemos pasado revista. MSR
comienza presentando el análisis de Robertson en el marco de una cierta
complejidad. El historiador inglés, dice MSR, «también ha seguido en mucha
parte el espíritu terrible y calumnioso de los señores Montesquieu y Raynal
acerca del gobierno español en los dominios de América», pero a diferencia

38
Las obras de Robertson y de Raynal y de los historiadores de esas corrientes se encuentran
en muchas de las bibliotecas de ilustrados de Hispanoamérica y desde luego de la mayor parte
de los Ilustrados neogranadinos –por ejemplo en la de Antonio Nariño y en la de MSR–. Cf.
Eduardo Ruiz Martínez, La librería de Nariño y los derechos del Hombre, Bogotá, Planeta, 1990,
pp. 218-441, que es un listado que abre pistas muy importantes sobre la presencia de las obras
que cita el PP, en el campo de los Ilustrados neogranadinos. En la Biblioteca Luis Ángel Arango,
en Bogotá, hay ediciones de época de las principales obras de los dos autores mencionados –
aunque no se ha hecho mayor esfuerzo por hacer la historia de tales ejemplares.
39
La lista de las obras de Robertson y de Raynal, en ediciones viejas y modernas, escapa
desde luego a nuestra limitada erudición, como escapa la discusión historiográfica del significado
pasado y presente de su obra, algo que comprueba cualquiera que se asome a las «bases de
datos» de la Voltaire Foundation de Oxford o a la revista Dixhutième Siècle –lo que se cumple
para cualquiera otro de los grandes historiadores Ilustrados–. Pero el lector debe recordar que
son otras las direcciones de nuestro trabajo, y que para nosotros es su forma de presencia en el
PP –y por esa vía en la sociedad de lectores de la época– lo que constituye el tema principal de
nuestras disquisiciones. Para los aspectos informativos acerca de la obra y vida de estos autores
y de esa tendencia historiográfica nos limitamos a reenviar a la obra ya citada de Burrow, o a la
obra de Jorge Cañizares, Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo, ampliamente informativa
sobre la circulación de la historiografía ilustrada en España y en Nueva España; y para un
análisis especializado, en el caso francés, a la obra de Jean-Marie Goulemot, Le regne de l’histoire.
Discours historique et révolutions, XVII-XVIII siècle, Paris, Albin Michel, 1996.
40
PP. No 250, 1-07-1796. La misma referencia para las citas siguientes, mientras no se
advierta otra cosa. Una introducción de síntesis a la obra de Raynal, bajo los puntos que nos
interesan en R. A. Humphreys, William Robertson and his History of America, The Canning
House Annual Lecture, 1954.

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RENÁN SILVA

de los dos anteriores, «no deja algunas veces de discurrir con imparcialidad y
buena crítica», con lo que MSR pone de manifiesto la actitud de rechazo y de
aprecio de la que hemos hablado40.
Renglones adelante, siempre tratando del análisis del papel de la monarquía
y de la valoración que de ella hacen los críticos europeos, MSR dirá que
Robertson, «olvidando a ratos» lo que hacen «los de su corriente» –es decir
los representantes de la «historia filosófica y política–, escribe páginas que
resultan un homenaje a los reyes de España y a su obra en América, como
cuando señala que «[los reyes de España en el momento de la conquista] lejos
de haber adoptado un sistema tan destructivo [de los indios], se mostraron
siempre solícitos de la conservación de los nuevos vasallos». Dirá también que
Robertson reconoce que los sucesores de la corona tuvieron la misma conducta
y las mismas ideas y que «en muchas ocasiones interpusieron su autoridad…
para resguardar a los pueblos americanos de la opresión», lo que le permite a
MSR escribir, con toda complacencia, que: «Todo cuanto escribe aquí el señor
Robertson es fundado en verdad y en justicia», aunque, como sabemos, en
términos de su análisis, los abusos que pudieron existir, fueron responsabilidad
exclusiva de «conquistadores y magistrados» que desobedecían las órdenes
reales, según la idea de MSR, que ya hemos mencionado.
Desde luego que MSR no comparte ni de lejos la versión favorable que los
representantes de la «historia político filosófica» habían ofrecido de Cristóbal
Colón –«Ese héroe celebrado por Raynal como el más humano, y ensalzado
por Robertson…»–, quien habría sido más bien, en opinión de MSR, «el autor
de la opresión del Nuevo Mundo más que de su descubrimiento». MSR recuerda
la supuesta irritación de los reyes de España con Colón, quien habría llevado
a España trescientos indígenas, «para repartirlos entre sus amigos y protectores»,
siendo además «el primero que grabó a los indios con un excesivo tributo».
Según las afirmaciones de MSR en el PP, las acciones de Colón fueron la causa
de la destrucción de las sociedades indígenas, pues condujeron a que pereciera
«la tercia parte de los naturales».
MSR en su Apología establece una correlación directa entre las acciones
protectoras de la Corona y la supervivencia de las poblaciones indígenas, lo
que hacía del rey Fernando el «protector por excelencia de los naturales».
Muerto el rey, fue doña Isabel la representante de esa causa, y el editor del PP
recuerda que el propio Padre de Las Casas fija el comienzo de la destrucción
de las poblaciones indígenas, luego de la muerte de la soberana, lo que quiere
decir, asegura, que la llamada «catástrofe indígena» fue posterior a la muerte
del rey y de la reina, lo que le permite de nuevo señalar que mientras las
acciones de Colón conducían a la destrucción de los habitantes del Nuevo

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Mundo, los reyes trataban de enmendar «las violencias o los errores de Colón»,
lo que indica de qué manera Robertson se equivoca en su valoración de las
acciones del descubridor de América y en su crítica de la Monarquía, como lo
subraya a través de la pregunta: «En vista de todo esto, ¿quién habrá que no
forme de Colón y de Fernando una idea totalmente diversa de la que de ambos
nos presenta Robertson?».
Centremos ahora nuestra atención en la valoración que de Guillaume
Thomas Raynal hizo en el PP su editor. Hablando de Raynal el panorama
cambia, pues mientras que a Robertson se le concedía algún reconocimiento
como historiador y cierta ecuanimidad en por lo menos parte de su análisis, al
historiador francés se le consideró, sin exageración, como objeto de antipatía
permanente –aunque muchas de sus formas de trabajo, en el análisis histórico
puedan haber sido incorporadas en los propios comentarios de MSR sobre la
actualidad europea, o sobre las conexiones intercontinentales que iban
acercando cada vez más a las sociedades, a partir de la extensión del comercio
marítimo41.
Aunque el nombre de Raynal fue mencionado en los textos de contenido
histórico del PP, fue inmediatamente después de terminar su defensa del papel
de la monarquía en América, que comentamos renglones arriba, que MSR se
ocupó del historiador francés, según dijo, a raíz de su muerte –que había
ocurrido unos meses antes–. Ese «motivo funerario» pude haber existido, pero
no quedan dudas que de manera práctica el texto sobre Raynal fue ante todo
un colofón de la Apología de la corona española que el PP acababa de presentar
a sus lectores. De todas maneras es probable también que la traída de Raynal
a escena tuviera que ver con el hecho de que la obra del Abad francés estuviera
siendo objeto de lectura y discusión entre los ilustrados locales, un hecho del
que no hay noticias claras, aunque si muchos indicios que vuelven verosímil
la idea de que la obra circuló entre los jóvenes hombres de letras de finales del
siglo XVIII, tal como lo comprueba su existencia en algunas bibliotecas de
neogranadinos ilustrados, empezando por la del propio MSR, aunque poco
podamos agregar sobre las formas precisas de recepción de esa obra, por fuera
de lo que se puede indicar sobre el contexto intelectual y político de esa lectura,
un contexto condicionado por la ambigua ruptura de los lazos entre la llamada
«nobleza ilustrada del reino» –los ilustrados de finales del siglo XVIII– y las

41
Cf. PP. No 253, 22-07-1796. Sobre la obra de Raynal y sobre su circulación pude verse
entre otras referencias Hans-Jurgen Lurebricnk y Manfred Tiez (editores), Lectures de Raynal. L’histoire
des deux Indes en Europe et en Amérique latine au XVIII siècle, Oxford, Voltaire Foundation, 1991.
42
Cf. R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit., pp. 604-611.

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RENÁN SILVA

autoridades virreinales, y la transformación que al parecer comenzaba a operarse


en la percepción que de la monarquía tenían los hombres de letras42.
El texto sobre Raynal, construido con informaciones y documentos de distinta
naturaleza y con intervenciones precisas del editor del PP –intervenciones que se
que se supone garantizaban el sentido de la lectura del texto de Raynal–, no
solo se caracterizó por su falta total de ecuanimidad, si no por un intento
literariamente exagerado y poco logrado de ironizar al historiador francés,
como si MSR, hablando de Raynal se encontrará con una figura detestada,
con un objeto de odio concentrado, con una obra y un escritor que le resultaban
insoportables y que lo excedían como posibilidad de lectura, un rechazo al
que no debía ser ajeno la condición de autor prohibido por las autoridades de
la Iglesia durante mucho tiempo, una circunstancia que para un «ilustrado
católico», aun tan aventurado como MSR, no dejaba de ser un hecho a tener
en cuenta, máxime cuando lo juzgaba responsable intelectual de la caída de la
monarquía francesa y el consiguiente desorden político de Europa43.
El texto al que nos referimos se titula «Rasgo dedicado a la ilustre memoria
de un célebre literato de nuestro siglo»44, un título que indica desde el comienzo
que se trata de un intento (poco logrado) de producir una crítica en clave
irónica, y que lo que viene a continuación es un ataque fiero y ciego contra el
autor cuya obra se pretende examinar. Pero la unilateralidad de la crítica no le
resta ningún interés a las páginas de MSR, y además ofrece algunos elementos
de fondo sobre la recepción de la obra de los «historiadores político filosóficos»
y sobre lo que se puede llamar «la crítica ilustrada de la Ilustración», es decir
las relaciones que en el espacio del pensamiento ilustrado enfrentaban a dos
maneras diferentes de conectarse con la tradición crítica que la filosofía
occidental venía fabricando desde finales del siglo XVII, y que tiene como
punto terminal visible la respuesta a la pregunta acerca de ¿Qué es la

43
Parece raro encontrarse con esa situación de circulación y de lectura de una obra
prohibida, que además es comentada en el periódico oficial de la Corte, con cabeza en el virrey
–aunque en un registro crítico, desde luego–; una obra que, por lo demás, estaba en la Biblioteca
Pública y en las bibliotecas de muchos particulares, en su versión original en francés y en la
traducción española. Cuando se flexibiliza la noción de censura, cuando se observan sus grietas
–por ejemplo los conocidos «permisos de lectura que otorgaba la iglesia y la autoridad real– y se
recuerda que las propias autoridades superiores del virreinato –empezando por los virreyes–
eran lectoras y prestadoras a lectores locales de ese tipo de obras (sobre todo obras franceses), el
misterio desaparece. Ni el sistema cultural tenía las rigideces insuperables que han inventado
los republicanos de la primera mitad del siglo XIX, ni las definiciones de los prohibido tenían la
forma de una clasificación absoluta, lo que hacía que muchas pequeñas prácticas que
trastornaban los principios formales de la vigilancia y la censura se impusieran e hicieran mucho
más relativo de lo que se piensa el ejercicio de la prohibición.
44
PP. No 253, 22-07-1796, la misma referencia para todas las citas o encomillados que
continúan, mientras no se advierta otra cosa.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Ilustración? ofrecida en 1782 por Inmanuel Kant, ante una pregunta del
Monitor de Berlín, que hemos mencionado en otros capítulos de este trabajo.
Luego del título, que en principio invitaba a considerar un «rasgo» –el
rasgo es un género literario caracterizado por la brevedad y casi siempre por la
exaltación de la memoria de alguien– que se dedica a «la ilustre memoria de
un célebre literato», el lector va descubriendo que en realidad se trata de
caracterizarlo con unos cuántos insultos –algunos de ellos ya utilizados por
MSR cuando habló de la Ilustración radical francesa que criticaba a la sociedad
de antiguo régimen y defendía esa puesta «patas arriba del mundo» que era
considerada la Revolución francesa, según se ha caracterizado el
acontecimiento francés de 1789–. Se trataba pues de un autor al que se describe,
en tono de burla, como «héroe de minerva», «desfacedor de entuertos y
desaguisados», quien al frente de su Historia filosófica y política –el título de la
gran obra de Raynal–, con «estilo arrogante y fanfarrón», se declara así mismo,
según la caricatura que del Abad Raynal hace MSR, como «el defensor de la
humanidad, de la verdad y de la libertad, etc., etc.».
MSR empieza por recordar el hecho de su muerte, en marzo del año anterior
[1796], y sin la menor consideración por su propia formación de cristiano, que en
otras oportunidades le hubiera obligado a la moderación, dirá de manera irónica
directa –aunque su intención se agote en el sarcasmo–, que se trata de una «pérdida
digna del llanto de las Musas y de todo el Género Humano», agregando enseguida:
«¡Oh sapientísimo Abate! ¿Qué será ahora de la humanidad y de la literatura?
¡Faltando tu, les ha faltado todo su asilo y consuelo!»45.
El trabajo de crítica irónica, en general transformada en sarcasmo rabioso
no muy elaborado, se inicia con la traducción que hace MSR de unas
informaciones de prensa parisina que registraron la muerte de Abad en marzo
de 1796, a los ochenta y tres años, cuando se encontraba ocupado en «retocar
y perfeccionar su obra intitulada: Historia filosófica de los establecimientos de
los europeos en las otras partes del mundo», y había solicitado a las nuevas
45
De manera inmediata a los renglones que citamos, MSR vuelve sobre su repetido recurso
de acudir a su admirada Antigüedad, pero para hacer con sus autores, en este caso, un uso
directamente paródico, algo que nunca se había permitido, pues eso era introducir formas de
burla y humor sobre la tradición, lo que un hombre como él, más bien sombrío, no se permitía
sino en muy pocas circunstancias (como en las de la crítica de la Revolución francesa o en las
burlas sobre algunos de los comportamientos de los hombres de pluma en la República de las
Letras). MSR acudirá en este caso a versos de Virgilio, citados en latín, para cerrar este inicio de su
trabajo de crítica, avisando al lector que Raynal ya se encuentra en el Olimpo, «transformado en
Dios tutelar de la filosofía», pero que mientras así lo celebran los genios inmortales –s decir los
revolucionarios franceses que habían recuperado su obra y sacado del destierro a Raynal–, el se
proponía –«nosotros aquí en la tierra»–, producir una idea circunstanciada de su fallecimiento y
del brillante complejo de sus virtudes literarias, cuyo rasgo podría servir a la historia de los varones
ilustres del siglo XVIII», como dice con palabras inequívocamente irónicas.
.
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RENÁN SILVA

autoridades revolucionarias –el Directorio, en ese momento, según el PP–,


que pidieran a los agentes diplomáticos de la república que «enviasen noticias
e informes sobre el comercio actual de las naciones de Europa, sobre las
compañías de las Indias» –es decir sobre el núcleo de la obra de Raynal–, una
petición a la que las autoridades republicanas, que respetaban y apreciaban su
obra, antes censurada por las autoridades reales, habían accedido46.
Pero enseguida, siguiendo su método de escritura y su forma de tratar la
información que comentaba, MSR introducía un acápite, titulado:
«Ilustraciones a esta noticia por el autor del Periódico de Santafé de Bogotá»,
y comienza a glosar los datos biográficos de Raynal, comparando lo que llama
«diferencia de fortunas» entre el año de 1781, en que el Abate Raynal había
tenido que huir de la corte parisina perseguido por la censura, y el año 1796,
el de su muerte, cuando terminaba sus días tranquilo en su lecho, estimado
por el gobierno revolucionario y viviendo en aquella capital, París, «donde el
verdugo, pocos años antes había públicamente quemado un ejemplar de su
famosa historia», «¡Oh tempora, o mores!», como escribe cerrando el párrafo
MSR, citando la conocida frase latina47.
Pero MSR quiere profundizar en estos episodios de la vida intelectual y política
y llevar a sus lectores una información más amplia y precisa de todos esos sucesos,
y dice entonces que «para ilustrar mejor la materia» va a insertar –uno de sus
procedimientos de composición preferidos– un rasgo bastante precioso que «por
fortuna tenemos a la vista en el Diario de París, publicado aquel mismo año», es
decir en 1781, y empieza a continuación su trabajo de presentación de la obra de
Raynal, sobre todo en términos editoriales, acudiendo luego a un largo texto de
Monsieur Seguier en el Parlamento francés, con ocasión de las disputas sobre la
censura de la obra del Abad francés48.
El autor del PP comienza citando la edición que conoce de la Historia filosófica
y política de los establecimientos de comercio de los europeos en las Indias Orientales
y Occidentales, de la que informa que se imprimió «ocho o diez años ha», sin
46
Los hechos son ciertos, pero la situación de Raynal –como la de Francia– debió de ser en
esos años de extrema complejidad, pues el periódico parisino que se encuentra copiando MSR,
indicaba que «Ha dejado Raynal varias obras manuscritas; y además se asegura que en tiempo
de la tiranía de Robespierre, quemó otras», una observación que recuerda las época del Terror
durante la Revolución, un hecho que, por su parte, MSR, no dejó de registrar en su semanario.
47
PP. No 254, 29-07-1796.
48
MSR comparte por entero los juicios de Seguier, quien pedía la censura de la obra, lo que
efectivamente consiguió. En Nota de pie de página MSR escribirá que: «Quizá no hemos dado
en ningún otro número de nuestro periódico un rasgo más enérgico e interesante: son bellos,
solidísimos y notables los raciocinios de Mr. Seguier».
49
No hay que olvidar que MSR tenía en su biblioteca una edición de la principal obra de
Raynal –que cita como: «Historia política de los establecimientos ultramarinos de las naciones
europeas. Cinco tomos en pasta», sin ninguna otra indicación–. Cf. «Lista de las obras literarias

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

nombre de su autor –dato de interés, muy ceñido a las costumbres de impresión


de esa época–; y que después se ha reimpreso varias veces, existiendo una última
edición, impresa en Ginebra, «aumentada considerablemente y puesto a su frente
el nombre de su autor, que es el Abate Guillermo Tomas Raynal»49.
Esa edición fue la que se denunció ante el Parlamento de París en 1781,
para proceder luego a rasgarse y quemarse «por mano del verdugo», habiéndose
dicho en el mismo decreto que se procediera «contra el autor y cómplices en
la impresión y distribución, prendiéndoles y formándoles proceso, con expresa
prohibición a todas personas de leer ni tener en su poder semejante obra».
Fue precisamente Mr. Seguier, fiscal del rey Luis XVI, quien procedió a la
denuncia de la obra. MSR piensa que para sus lectores la mejor ilustración del
problema sería la publicación en el PP del texto completo en que Seguier hizo
la denuncia de su obra, pero teme que sus lectores pueden equivocar el juicio
y llegar a confundir las «máximas sanas» del censor y denunciante con los
«errores abominables» del Abate, recordando por esta vía, no sabemos con
cuánta consciencia, los azares de la lectura y la posibilidad de las comprensiones
oblicuas que de los textos puedan hacer los lectores, como la teoría y la historia
moderna del texto y la lectura nos lo han puesto de presente50.
Finalmente, MSR se decidirá por una opción intermedia, reproduciendo
solamente «algunos fragmentos de la denuncia, por los cuales, sin incurrir en
que no había en esta Real Biblioteca, las cuales yo el abajo firmado he puesto a expensas de mi
propio peculio donándolas enteramente a beneficio del público, Santafé de Bogotá, 1 de junio
de 1796», en Manuel del Socorro Rodríguez, Fundación del Monasterio de la Enseñanza, op. cit.,
pp. 525-528. Se trata de un grupo de importantes obras –algo más de ochenta– que donó a la
Biblioteca de la ciudad MSR, pero que en los años anteriores prestaba a sus amigos y discípulos
universitarios, miembros de la tertulia que mantenía en una sala de la Biblioteca. Las obras
donadas son ejemplos precisos de las lecturas ilustradas locales a finales del siglo XVIII, y por lo
tanto son una combinación de textos claves de la Ilustración radical, como versiones moderadas
del pensamiento ilustrado, y tienen presencia también allí textos clásicos de la Antigüedad
griega y romana, en campos que hoy designaríamos como de la literatura y política. Como las
demás listas de libros de los ilustrados del virreinato de Nueva Granada que se conocen, son una
pista parcial mayor para establecer las formas promedios de la lectura ilustrada local, sin tener que
acudir a referencias bibliográficas francesas de cuya circulación real nada se sabe. Para una
primera aproximación a las lecturas locales de los ilustrados visto el problema a través de sus
bibliotecas, de la compra de libros y de las referencias a libros leídos, libros prestados, libros
deseados en R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada. Genealogía de una comunidad de
interpretación, op.cit., capítulos IV y V.
50
PP. No 253, 22-07-1796. La idea del lector como creador y la idea de la lectura como una
posibilidad que se desliza entre coacciones y libertades se encuentra hace tiempo entre los
mejores hallazgos de la historia social y cultural de finales del siglo XX. En contra de la idea
puramente determinística de la lectura y del poder de los textos, y por diferencia con la idea de
la lectura como acto creador libre de toda coacción y de todo marco social de referencia, la idea
es la de la lectura como una posibilidad y una virtualidad, y la proposición de que es su contexto de
realización el elemento principal que condiciona las recepciones y abre el espacio de las apropiaciones.
Como referencia básica y pionera cf. Michel de Certeau, L’invention du quotidien, Vol. I, Paris,
Gallimard, 1990, hay traducción al castellano.

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este inconveniente [de hacer la apología extrema del texto], se puede formar
[el público] juicio de la obra» –y reproduce entonces algunos pasajes que
ilustran muy bien sobre las formas de circulación de las obras históricas y
literarias en Francia a finales del siglo XVIII, aunque, claro, informando poco o
nada sobre las tesis y análisis históricos del Abad, lo que el lector de hoy puede
solucionar simplemente leyendo una edición moderna de la obra.
Según el Fiscal Seguier –a quien reproduce MSR–, en esa Francia que
cerraba de manera tan trágica el siglo XVIII, la acción de la censura se había
vuelto nula, a pesar de las penas severas con que se castigaba, y las gentes
encontraban mil maneras de que tales obras circularan y hasta fueran comunes,
entre los lectores. El resultado era el de que en la Francia de finales del siglo
XVIII, «el espíritu filosófico es[tá] cada día más de moda» y se reproducía de
manera incesante «tomando nuevas formas y nombres varios»51. Se trata de la
expansión por toda la sociedad de una forma de escepticismo «que altera e
invierte los fundamentos de la monarquía», que introduce la impiedad y
subvierte los fundamentos de la moral, para decirlo ahora con las palabras del
PP, que glosan y completan las palabras de El Diario de París.
De acuerdo con el censor del Parlamento, si bien hasta hace poco las
plumas atrevidas que abusaban de sus talentos para afirmar verdades prohibidas
y negar los principios que impone el amor a los monarcas y a la religión, eran
cautos y «no se aventuraban a poner sus nombres en el frontispicio de sus
obras», este temor había desaparecido, y existía además la posibilidad de hacer
imprimir las obras por fuera de Francia, junto con diversas formas de fraude
que se sumaban por el camino, para luego introducir las obras prohibidas en
territorio francés, lo que creaba las condiciones propicias para que los autores
prohibidos hicieran circular «el contagio de sus impíos sistemas», proponiendo
una interpretación de la Revolución francesa y en general del cambio histórico
que desde esa época ha hecho carrera, cuando se ha querido explicar ese
fenómeno complejo y difícil por medio del cual las gentes de una sociedad
mudan de formas de pensamiento y de actitudes sobre el mundo sagrado y
sobre la forma de su propio vínculo social con sus semejantes, sobre la base de
la «influencia» de los libros y de la lectura, un verdadero simplismo explicativo,
que supone poderes a la lectura que están por demostrarse, que reproduce el
prejuicio de la omnipotencia de las ideas –prejuicio típico de las gentes de

La expresión «espíritu filosófico» en itálica en el original. Cf. al respecto Robert Darnton,


51

Edición y subversión. Literatura clandestina en el Antiguo Régimen [1982], México, FCE, 2003.
52
Sobre la ilusión de que los libros –por ellos mismos, en tanto circulan– hacen las
revoluciones cf. la crítica informada de Roger Chartier, «Les livres font-ils les révolutions?», en
R. Chartier, Les origines culturelles de la Révolution francaise, Paris, Seuil, 1990.

162 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

letras– y que por el camino niega la multiplicidad de condiciones y


circunstancias de todo gran fenómeno de cambio social52.
Los autores de tales obras son en su mayor parte –según esta versión–
tránsfugas de su patria, que refugiados en territorios vecinos, abusan de la
libertad que les ofrecen los países que los acogen, y publican con nombre
propio sus obras, con toda impunidad, «y aspiran a una celebridad fundada en
la osadía de sus principios, en la arrogancia de sus preceptos y en la insolencia
de sus aserciones»53.
Dentro de esas obras destinadas simplemente a sembrar «turbación en los
ánimos e introducir en el reino la anarquía», dice Mr. Seguier, «merece el
primer lugar una obra como la del Abate Raynal, una obra que no solo obliga
a la vigilancia de los magistrados y de los ministros de la Iglesia, sino que debe
también poner alerta a «todo ciudadano virtuoso que se interese por el bien
de la especie humana», como concluye el Fiscal del rey, hablando en el
parlamento de París.
De acuerdo con el binomio Seguier / MSR, el engaño que produce la obra
arranca desde el título mismo, un «título sencillo en apariencia», que deja en
principio la idea de que se trata de un informe sobre el comercio de las naciones
y los mundos ultramarinos, cuando en verdad «esta historia que solo debería
ser filosófica y política… está sembrada de declamaciones impías, censuras
mordaces, sátiras indecentes y groseras imposturas», en relación con la religión
cristiana, dejando su lectura la impresión de que se trata de una obra que,
haciéndose pasar por «relación histórica», es ante todo un escrito producido
con el único objetivo de «unir en un mismo punto de vista, todas las especies
de impiedad».
En palabras del Fiscal Seguier, la obra de Raynal esconde sus reales
intenciones acogiéndose al lenguaje común de una época que habla de la
crítica de las falsas preocupaciones y de las opiniones erradas, opiniones que
deben ser criticadas «con el fin de regenerar las costumbres», un proyecto
magnífico, al parecer, que pronto se descubre en su verdadera intención, como
ocurre con esos edificios en los que atravesada la fachada se puede ver «un
53
PP, No 254, 29-07-1796. El mismo número para todas las citas y encomillados que
continúan, mientras no se advierta otra cosa. Pero aquí, al comienzo de las palabras de Seguier,
se cita como edición de la obra, Historia filosófica y política de los establecimientos y comercio de
los europeos en las Indias, por Guillermo Tomás Raynal, en 10 tomos en 8. En Ginebra, en la
Imprenta de Juan Leonardo Pellet, Impresor de la ciudad y de la Academia, 1780. Renglones
adelante el Fiscal Seguier dirá: «El autor de la Historia del establecimiento de los europeos en las
Indias no ha querido mantenerse incógnito, y ha tenido la osadía de publicar su nombre, por lo
cual no puede ser excesivo cualquier rigor con que se le persiga, y es muy conveniente que la
justicia haga un ejemplar [por un ejemplo] con el mismo autor y con los que han concurrido a
la distribución de una obra digna de toda su severidad».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 163


RENÁN SILVA

confuso cúmulo de materiales», en donde se encuentran «los principios más opuestos


a la misma felicidad que parece prometer el autor al género humano». En realidad
detrás de un proyecto crítico de las costumbres, las preocupaciones y las falsas
opiniones se descubre, cuando se capta el sentido preciso de lo que se escribe, que
lo que se trata es de atacar «lo más sagrado que hay en la religión y el Estado», es
decir, «la forma de la administración política y del gobierno civil», y los dogmas y
misterios de la religión», o de otra manera, «los fundamentos inalterables de nuestra
santa fe», lo mismo que «el respeto debido a los ministros encargados de anunciar
a los fieles la moral del Evangelio y las verdades reveladas»54.
Pero el Fiscal Seguier era también a su manera –como lo era MSR– un ilustrado,
y por lo tanto se apresta a dejar bien en claro que su censura y petición de condena
no equivale a ninguna falta de aprecio por «las obras y desvelos de aquellos hombres
infatigables que procuran instruir a sus conciudadanos por medio de sus escritos».
Por el contrario: la sociedad es deudora de los afanes de los hombres de ciencia y
de las artes y las letras, y será siempre obligación la de manifestarles aprecio y
respeto. Pero cosa distinta es «la impiedad, la osadía, la irreligión, el menosprecio
a los soberanos y el espíritu de independencia, es decir los valores que dominan la
obra que es aquí objeto de juicio y de sanción, pues el autor, abusando de sus
talentos superiores, ha aprovechado para hacer, «de una historia importante en sí
misma, e instructiva para todos los gobiernos, un código bárbaro cuyo único objeto
es trastornar todos los fundamentos del orden civil».
Según el Fiscal Seguier, se trata de una obra informada y voluminosa, con
un objeto importante, pero con oscuros propósitos, que le permitían al lector
que lograra unir «todas las partes del sistema esparcido en la totalidad de la
obra», descubrir el «plan general que se incluye en aquella horrible producción»,
que resultaba contraria «al profundo respeto debido a la Divinidad y a la justa
sumisión que debemos a las potestades supremas que han sucedido a la
teocracia» [sic], para cerrar su dictamen volviendo a solicitar un castigo
ejemplar para Raynal, «única forma de refrenar a los escritores atrevidos que
pretenden adquirir fama a fuerza de impiedad»55.

54
El Fiscal Seguier acusa a Raynal de escritor obscuro, una crítica que debía complacer
mucho a MSR, quien defendía como parte del método histórico la claridad de las ideas y el
alejamiento de la retórica, un ideal que de todas maneras fue incumplido de manera más o
menos permanente por el editor del PP como escritor. El Fiscal Seguier dirá pues que: «… los
partidarios de la filosofía del siglo, parecidos en esto a los letrados de la China, tienen un idioma
que solo ellos entienden. La misma voz no tiene la misma significación, presenta un sentido
obscuro o literal, y en fin, tiene diferente acepción en la boca de los escritores modernos que en
el idioma de los demás hombres, a lo menos de los que no están iniciados en sus fórmulas
enigmáticas».
55
«Este es el objetivo del oficio del Fiscal, que presentamos por escrito al Parlamento, con
un ejemplar de la obra que habemos [sic] denunciado», como escribe al final Seguier.
.
164 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.
CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Terminada la traducción de los apartes del texto de Seguier que MSR juzgó
suficientes para la información de sus lectores sobre la obra de uno de los máximos
representantes de la «historia político filosófica» francesa del siglo XVIII, el editor
del PP dirá, volviendo al lenguaje de la ironía y del sarcasmo, que hubiera deseado
insertar una Elegía compuesta para honrar la memoria del Señor Raynal, pero que
controlará su deseo, y que se limitará a concluir la noticia histórica brindada
con unos renglones más, tomados de la Introducción de la obra «del sapientísimo
Abad», en donde habla del «mérito de su historia filosófica».
Raynal escribía que había consagrado toda su vida a la elaboración de su obra,
y que en su ayuda «había llamado a los hombres más eruditos y doctos de todas las
naciones», que había consultado para su trabajo a los muertos y a los vivos, que
había tomado con cuidado las opiniones de las autoridades consultadas y rectificado
los hechos, y que aunque le hubiera tocado ir hasta el fin del mundo, haya hubiera
ido en busca de la verdad, si esa fuera la necesidad; y que si en el futuro su obra
llegara a encontrar lectores, «quiere [que esos lectores] viendo su desprendimiento
de pasión y preocupaciones, ignoren su patria, su estado, su culto, su profesión, y
le crean conciudadano y amigo de todo el mundo, etc., y etc.», lo que se supone
una forma de ironizar las páginas iniciales de la obra, aunque si se leen las
observaciones de MSR, dejando a un lado su intento de ironía, en esas líneas se
encuentran muchos de los elementos del método histórico que defendía Raynal,
y que, tomados de éste y de otros autores, eran principios que intentaba asimilar,
aunque de forma aun muy precaria, MSR. Todavía en clave de ironía, MSR escribirá
como cierre de su reflexión: «Y nosotros ¿qué diremos en vista de un mérito tan
relevante? Nada más sino concluir el elogio del Señor Raynal, repitiendo aquella
expresión de Séneca: Virtus extollit hominem, et supra astra mortales collocat»56.

MSR no hace demasiadas diferencias ni cronológicas ni temáticas entre los


autores ilustrados a los que crítica. Más allá de su nacionalidad, de la religión,
de los matices que introduzcan en sus análisis –como en el caso de un autor
moderado como el presbítero William Robertson–, de la posible modificación
de posiciones de un autor entre una obra y la siguiente, basta con que hayan
realizado algún examen crítico de la monarquía española y de su obra en
América, para que los autores caigan bajo su verbo feroz, al tiempo irónico y
sarcástico, y que sus obras sufran el peso de su condena, como utopistas
republicanos, amigos de la Revolución francesa, críticos de los designios divinos,
56
PP. No 254-29-07-1796

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 165


RENÁN SILVA

fuera esto cierto o no, aunque hay que tener en cuenta, sin necesidad de darle
razón a su crítica, que no solo trabajaba con una información limitada, sino
que enfrentaba la crítica de los historiadores ilustrados casi en el momento
mismo en que esas obras llegaban al público57.
De las críticas de MSR, con argumentos casi siempre unilaterales, y de su
subsiguiente condena de todo autor antimonárquico o crítico aun moderado
de la monarquía, ninguno se escapaba, pero no hay duda de que, por un
conjunto de razones de diverso orden, el Barón de Montesquieu fue objeto
favorito de sus ataques58.
A pesar de esa condena de Montesquieu –que vamos a considerar– por
razones que difícilmente se sostienen en términos argumentales, hay en la
crítica del teórico e historiador francés por parte de MSR un elemento que
destaca, y que puede ser, más allá de lo injustificado de la crítica, el verdadero
punto de interés, cuando los asuntos se observan en relación con las
transformaciones intelectuales del final del siglo XVIII. El problema tiene que
ver con el punto de vista a partir del cual se produce la condena de Montesquieu.
Para MSR la discusión con el teórico de la separación de los poderes, con el
estudioso de Roma y con el analista del peso de las condiciones geográficas
sobre la historia de la sociedad tiene que ver ante todo con el carácter
especulativo, con la carencia de sustento empírico de todos los análisis del
ilustrado francés, según la opinión del editor del PP.
Es posible que lo que haya ocurrido tenga que ver con una incomprensión
de MSR respecto de las formas de argumentar de Montesquieu. Es posible que
su reclamo crítico confunda el lugar y el nivel de las demostraciones del Barón,
y que el editor del PP presente una petición de argumentación empírica –que

57
MSR distingue, según advertimos, entre la moderación de William Robertson, quien
reconoce algunos logros en la política de la monarquía española en América, y la actitud de
«ciego fanatismo político» de Montesquieu y de Raynal. MSR escribe: «Aunque un escritor
escocés [Mr. Robertson] también ha seguido en mucha parte el espíritu terrible y calumnioso de
los señores Montesquieu y Raynal acerca del gobierno español en los dominios de América, sin
embargo no deja algunas veces de discurrir con imparcialidad y buena crítica». PP. No 250, 1-
07-1796. Raynal era un «abad-historiador» de opiniones moderadas y si bien criticaba la institución
de la esclavitud y defendía la igualdad humana, pensaba que esa igualdad era en el fondo un
ideal de imposible cumplimiento.
58
Juan Jacobo Rousseau, cuyo apellido se escribe con varias ortografías, fue también objeto
de severas críticas y de una cierta ración de insultos, pero no en la medida en que lo fue
Montesquieu, posiblemente en parte porque sus obras circularon menos en Hispanoamérica, en
parte porque por ello mismo MSR parece no saber de Rousseau sino por referencias de segunda
y tercera mano, en parte porque los demás ilustrados neogranadinos tampoco parecen conocerlo.
Sin embargo, la cuestión del conocimiento de Rousseau y sobre todo de su idea de contrato
social en los finales del siglo XVIII, debe permanecer como una cuestión abierta, por cuanto no
ha sido estudiada con todo cuidado, y hay la tendencia permanente a proyectar en estos puntos
sobre el siglo XVIII realidades que son de la primera parte del siglo XIX

166 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

incluya datos y de ejemplos–, ahí en donde Montesquieu está interesado en


una demostración de orden filosófico, que sintetiza largos desarrollos históricos,
y que no aspira al examen de situaciones concretas, que es a donde quisiera
arrastrarlo MSR.
Pero el equívoco de la polémica no le resta de ninguna manera importancia
desde el punto de vista de nuestro análisis, cuando tratamos de mostrar en el
PP y en los Ilustrados neogranadinos un proceso en curso de transformación
de sus maneras de enfrentar el análisis de una proposición, el examen de un
argumento. Se trata de la actitud de reclamo por elementos de descripción
histórica y observación directa, incluso experimental, cuando se quiere declarar
el carácter verdadero de una afirmación, que es lo que llamamos en este trabajo
una modificación en el régimen de verdad, o como también puede decirse, un
cambio en las formas de voluntad de verdad, en el marco del pensamiento
ilustrado, una revolución en el plano del conocimiento que se encontraba en
marcha con una cierta anterioridad en las culturas intelectuales europeas, y
que se caracteriza por una nueva valoración de la crítica y aun más por una
renovación de sus fundamentos.
No desconocemos, claro, y hemos tratado de enfatizar ese aspecto a lo
largo de este trabajo, la paradoja que entraña el hecho de que sea la defensa
de proposiciones que hoy designaríamos como conservadoras, el terreno de
esas pruebas de un cambio en las maneras de argumentar, o que en el reclamo
de MSR, que se ofrece en el campo del análisis histórico, se junten de manera
contradictoria apelaciones a la historia profana, con argumentos de autoridad
derivados de la historia bíblica. La paradoja, los efectos contradictorios entre
intenciones y resultados, los desajustes entre proposiciones doctrinarias y
resultados de búsquedas empíricas, son parte integrante de la propia historia
de las ideas, y solo un racionalismo chato y obtuso podría rechazarlos al exterior
del trabajo del pensamiento, logrando por esa vía, a mala hora, deshacerse de
uno de los elementos que le da más colorido a la vida de las ideas, y que nos
recuerda el peso del malentendido en el plano de la historia cultural.
Examinemos de cerca la situación, para tratar de acercarnos a esta suerte
de desniveles, paradojas y «contradicciones» que son más frecuentes de lo que
se piensa, en el análisis de la historia intelectual. Terminando sus análisis sobre
la historia de Francia, que eran una prueba más de la forma como la Revolución
francesa atentaba contra una forma de gobierno –la monarquía– que, a pesar
de sus dificultades políticas, no dejaba de mostrar un pasado de gloria y de
realizaciones a favor del pueblo francés, MSR quiso iniciar una síntesis sobre
la historia de los imperios, y escribió de manera amplia sobre la historia de

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 167


RENÁN SILVA

Grecia y de Roma –aunque abandonó su proyecto global de una reflexión


filosófica sobre el papel de la monarquía y los imperios en la historia universal.
En esa inicial tarea, que como decimos fue abandonada por el editor del PP,
habló de todos los historiadores de la Antigüedad que conocía, y habiendo ya
demostrado –en su opinión, claro– la superioridad de las formas de gobierno
monárquicas sobre las democráticas, se volvió del lado de la obra de Montesquieu,
en su discusión sobre la relación entre virtud y forma de gobierno. MSR recusó la
relación que el teórico francés establecía entre democracia y virtud –«… Montesquieu
decía que la virtud es el gran principio en que estriba el edificio de la democracia…»
escribía MSR–, pero lo interesante para nosotros sobre la crítica de esa proposición –
que además sigue siendo objeto de discusión–, es que trata de hacerse desde el punto
de vista empírico, pues MSR escribe que «quisiera yo que saliendo [del mundo
especulativo]…», Montesquieu nos explicara, «por un modo más filosófico y analítico,
los modos de fijar sobre una base sólida a la virtud en medio del templo democrático»59.
A partir de esa observación que acabamos de citar –incluida en un «Apéndice»
de MSR al texto traducido sobre «El interés del pueblo francés en el restablecimiento
de la monarquía»–, el editor del PP ampliará sus críticas y sus exigencias de
argumentación empírica, y dirá que «[no ignoramos] que los hechos deben preferirse
a las razones especulativas», para preguntar a continuación en dónde encontraría
Montesquieu esos hechos con los que debería probar sus afirmaciones, si de verdad
quiere convencer a sus lectores «de la perfección y utilidad del gobierno
democrático», para agregar enseguida que tales hechos probatorios «no existen ni
han existido jamás debajo del sol», y se lanzará por su habitual camino de la ironía
y del sarcasmo, diciendo que tal vez esos hechos se hallen «entre los habitadores
de Saturno», pero que mientras se prueba ese «descubrimiento tan importante a la
ciencia política», habría que mantener la exigencia de pruebas empíricas, que no
parece brindar la obra de Montesquieu60.
A continuación MSR se trasladará al terreno de la historia bíblica, en donde
encontrará ejemplos repetidos –que acepta sin discusión de fuentes ni de
argumentos, contrariando su propia perspectiva de análisis– en relación con la
superioridad de la monarquía sobre la democracia y sobre el hecho mismo de
que Dios, «en contra de lo que se piensa, estaba por la monarquía». Fue por eso
que «hablando con Samuel» se expresó de forma que no deja duda sobre ese
punto, por lo cual se debe concluir, «que el gobierno monárquico ha sido
establecido inmediatamente por Dios» y que «el establecimiento de las repúblicas
no ha tenido otro origen sino el capricho, la extravagancia y la ambición»61.
59
PP. No 168, 28-12-1794.
60
Ibídem.
61
Ibídem.

168 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Concluyendo su disertación, MSR cerrará la presentación de su crítica


sobre una especie de reclamo y de definición de un criterio de verdad, y dirá
que las pruebas de un argumento no hay que buscarlas «en las reflexiones
especulativas», e invitará a que se abandone el terreno de las «teorías abstractas
que suelen ofuscar el entendimiento» y que se adopte el principio de «ver con
ojos materiales, los grandes documentos que nos exhibe la experiencia»62.
La crítica al Barón de Montesquieu es complementaria de una crítica de la
especulación y del reclamo por argumentaciones empíricas, tanto en el terreno
de las ciencias naturales –cf. el capítulo IV de este trabajo– como en el del
conocimiento histórico, crítica que se encuentra a todo lo largo del PP, y de la
que participan al parecer todos los Ilustrados neogranadinos, con los matices
que se pueden suponer, y el hecho de que esa crítica se revele por momentos
como un ideario incumplido o solo cumplido parcialmente, no debe hacer
perder de vista su importancia como logro intelectual, sino que más bien debe
poner de presente las complejidades sociales y culturales del proceso de
adquisición y de afianzamiento de ese valor moderno, como para el mundo
europeo lo han mostrado tantos trabajos clásicos sobre el tema63.
A veces, incluso, esa posición de defensa de la crítica con fundamento
empírico puede darse a través de la introducción de una idea radicalmente
moderna, como ocurre en el PP con la idea de cálculo político, que es una idea
que se plantea de manera explícita después de concluidos algunos de los
principales análisis sobre la Revolución francesa, queriendo decir «cálculo
político» un ejercicio de análisis sobre un futuro que se plantea al mismo tiempo
como abierto en posibilidades, y como condicionado por los sucesos del pasado
y del presente.
Esa forma de análisis y de presentación de los problemas, que pone de
presente un horizonte nuevo, aunque en elaboración, en el campo de la vida
intelectual, se encuentra de manera repetida en el comentario y la glosa de
muchos otros textos, como una especie de exigencia de verdad, que debería
aplicarse a toda argumentación en el campo de la discusión sobre la historia y

62
PP. No 171, 19-12-1794.
63
Cf. por ejemplo el trabajo clásico de Erns Cassirer, Filosofía de la Ilustración, México, FCE,
1943. Igualmente sus comentarios sobre el texto de Kant ¿Qué es la Ilustración? en Kant. Vida y
obra, México, FCE, 1948. También puede verse, en clave de circulación de las ideas el viejo
clásico de Franco Venturi, Utopía y reforma en la Ilustración [1971], Buenos Aires, Siglo XXI,
2014 –capítulo 5–. Cf. además, en clave de historia social y cultural en medios urbanos ingleses
y franceses, James Von Horn Melton, The Rise of the Public Enligtenment Europe, Cambridge,
Cambridge U.P., 2001. Para el virreinato de Nueva Granada, con acento particular en medios
rurales y pequeñas aldeas, cf. R. Silva, Las epidemias de viruela de 1782 y 1802 en el virreinato de
Nueva Granada. Contribución a un análisis histórico de la apropiación de modelos culturales [1990],
Medellín, La Carreta editores, 2007.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 169


RENÁN SILVA

la sociedad. Podemos ofrecer un ejemplo considerando el caso de un artículo


que MSR había traducido, o copiado de una publicación española, y en donde
argumenta en esa dirección. Es un caso interesante de considerar. Se trata de
la traducción de la presentación de una obra en marcha sobre la política inglesa
de esos años –el autor de la nota pretender examinar las sesiones del parlamento
en Londres– y más en general se trataba de considerar la situación europea, a
la luz de los acontecimientos revolucionarios franceses y las evoluciones
posteriores64. El interés de la traducción que ofrece el PP es doble, porque
MSR presenta al tiempo el texto –todo basado en la idea de cálculo político
que se apoya en los hechos– y al mismo tiempo hace su crítica desde el punto de
vista histórico, ocupándose de algunos de los supuestos de enfoque puestos en
marcha por la obra inglesa, sobre todo en relación con el uso que el articulista
hace de la idea de contexto, que para MSR es en gran medida el centro del
método de los historiadores65.
Al articulista –inglés o francés, realista emigré o no– le parece que en la
conducta de las potencias europeas frente a la Francia revolucionaria se han
cometido muchos errores, y que esos errores tienen que ver ante todo con que
los cálculos políticos, que han resultado más bien «cábalas políticas», se han
apoyado poco en los hechos y mucho en la especulación, y recuerda a los
lectores que al espíritu humano no le es concedido «saber leer el gran libro de
los destinos», aunque sí tiene en cambio la posibilidad, muy humana, de «saber
observar el curso de los sucesos», y establecer relaciones entre los elementos y
«combinar las contingencias, para sacar consecuencias instructivas, que le
faciliten una conducta prudente y racional»66.
El periodista o articulista traducido recordará que la «adivinación está
entredicha a los hombres», siempre refiriéndose al análisis político, y repetirá
que sólo del resorte humano es la experiencia, y que son las lecciones que de
ahí se derivan las que «deben guiar… en todos los caminos de la vida…».
Ninguna mirada sobre el futuro puede hacer a un lado la «mirada sobre el
pasado», se dice en el texto, de tal forma que la experiencia del presente y la

64
Cf. «Rasgo traducido de un periódico inglés». PP. No 243, 6-05-1796. MSR no conoce
nada acerca del autor del texto, pero se arriesga sobre la condición política y social del escritor,
a partir del contenido del artículo. Escribirá en Nota de pie de página que: «Bien se conoce que
el autor de este discurso es un francés bastante fiel y lastimado [por la Revolución]; pero
aunque el fervor de su celo sea muy laudable, volvemos a decir que sus argumentos, quejas y
exclamaciones carecen de solidez y justicia», con lo que pone de presenta su intención de
separar la crítica de la condición social de quien la formula, una posición típica de un intelectual
moderno, presente en varias oportunidades en el PP, pero como un valor en proceso de conquista,
muchas veces anunciado, muchas veces abandonado.
65
PP. No 243, Nota 1 de MSR.
66
Ibídem.

170 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

experiencia acumulada por las generaciones anteriores, y el estudio del contexto


en que se suceden los hechos, son los criterios básicos que deben guiar en el
análisis de la política, lo que le permite cerrar su artículo –traducido por el
PP– indicando que eso es lo que se ha planteado en el texto y lo que define lo
que piensa presentar en la obra que prepara: «… hemos creído deber presentar
el cuadro actual de la Europa para ponernos en estado de apreciar la importancia
de las cuestiones que van a ser ventiladas por los más grandes políticos y los
más hábiles oradores…»67

VI

Hay que regresar un momento al problema de las legitimaciones del poder


monárquico, tal como les presentó al público lector en el PP su editor, en la
larga discusión crítica a que sometió las posiciones de los historiadores ilustrados
europeos sobre la labor de la corona española en América.
Pero hay que recordar antes que la noción de legitimidad, de gran tradición
en la sociología desde Marx, Durkheim y Weber, es una noción a la que se
apela mucho, pero que raramente se presenta en el marco de los dispositivos
que le dan su lugar y su eficacia en una sociedad, como si los fenómenos de
creencia fueran ajenos a las pruebas empíricas y se tratara más bien de invocarlos
cada vez que hay necesidad de mostrar las condiciones simbólicas de
reproducción de una sociedad68.
En el caso particular del PP, y como era de esperarse, no hay desde luego –
porque no podía haber en términos históricos ni conceptuales– una discusión
sobre las nociones de legitimidad y de legitimación, las dos imposibles de
separar–, pero no hay duda de que, como lo muestra la discusión sobre la obra
67
PP. No 244, 13-05-1796. MSR parece aprobar las proposiciones de enfoque y de método
en el punto de verificación empírica y abandono de la especulación, tal como se lo había
reclamado a Montesquieu, pero desconfía de otras de las orientaciones del texto traducido, e
indica que: «Dudamos muchísimo que dicha Historia [la que ofrece el periodista] pueda salir
a la perfección que decíamos en los números 199 y siguientes [del PP], respecto a lo que
acabamos de ver en este Preliminar» –los números 199 y siguientes (200 y 201) del PP, son
precisamente aquellos en los que MSR ha propuesto sus reflexiones sobre la historia.
68
Son suficientemente conocidos los análisis al respecto de Max Weber en Economía y
sociedad y en sus estudios clásicos sobre la sociología de las religiones (centrados en las tres
principales formas de monoteísmo). Hay que recordar también que unos años después, en su
propia línea de análisis, Marc Bloch, en Los reyes Taumaturgos, ofrecía análisis históricos concretos,
aunque de perspectiva teórica, que en gran parte han sido luego abandonados por las ciencias
sociales y la historia. Una excepción parecen ser los desconocidos estudios de Pierre Bourdieu
sobre el Estado, en textos muy sugerentes en que trata, para escándalo de muchos, el problema
del Estado como creencia. Cf. al respecto P. Bourdieu, Sur l’État. Cours au Collège de France,
1989-1992, Paris, Seuil/Raisons d’Agir, 2012.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 171


RENÁN SILVA

de la monarquía española en América, la función de legitimación atraviesa a lo


largo de todos los años de su existencia el semanario neogranadino, aunque
sería de una injusticia notable decir que legitimar a la sociedad monárquica en
el Nuevo Reino de Granada hubiera sido su única tarea.
Quedará más bien para la consideración de los analistas del PP en el futuro
estudiar de qué manera la difusión y recreación del pensamiento ilustrado se
conjugó, sin mayores problemas, con la defensa de la monarquía, un análisis
que exigirá romper con muchos de los supuestos bajo los cuales se ha analizado
la relación entre poder monárquico y pensamiento moderno, dos realidades
de las que se ha querido hacer polos opuestos, olvidando que en gran medida
la Ilustración fue un proyecto adoptado por las monarquías, bajo ciertas
condiciones y durante cierto número de años69.
Las nociones de legitimidad y de legitimación son nociones históricas y
por lo tanto se designan fenómenos de grado, por lo que no permiten un
acercamiento en términos absolutos del tipo «hay o no hay», «existe o no
existe». Se trata de un fenómeno tendencial y procesual, que cubre a los grupos
sociales de una manera desigual, máxime en una sociedad de grandes
separaciones sociales como el virreinato de Nueva Granada, y máximo en un
momento de cambio intelectual acelerado de la sociedad, aunque ese cambio
se sintiera de formas desiguales entre los archipiélagos sociales y culturales que
conformaban la sociedad, y que en buena medida encontraban un relativo
punto común de entronque y de participación en una experiencia común
leída en la historia de la monarquía, posiblemente una forma de identidad
política que conocía rivales grandes a finales del siglo XVIII por parte de las
identidades locales y las identidades «americanas» (continentales), aunque
esos rivales no constituyeran en principio un desafío abierto, sino formas de
identidad complementarias, que solo posteriormente, en la post/independencia
y camino a la revolución, se plantearían como incompatibles70.
El problema, como se sabe es teórico, pero al mismo tiempo político, como
lo ponen de presente las discusiones que, como un fantasma del nacionalismo
criollo, vuelven siempre a la escena historiográfica cada vez que se plantea el
problema de los supuestos antecedentes y precursores de la Independencia
nacional, bien sea en términos de actores colectivos, bien sea en términos de

Para el caso del virreinato de Nueva Granada cf. R. Silva, Los Ilustrados de Nueva
69

Granada, 1760-1808, op. cit., de manera especial «Introducción», y capítulo IX. Cf. igualmente
Germán Colmenares, «Prólogo» a Relaciones e Informes de los gobernantes de la Nueva Granada
Tomo I, Bogotá, Banco Popular, 1989, pp. 5-26.
70
Cf. David Brading, Orbe indiano, op. cit., que me parece que permite llegar a esta
conclusión para la «parte» de América hispana que examina su obra. Cf. de manera particular
Segunda Parte: «Peregrinos en su propia patria».

172 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

actores individuales. Pero se trata también –y debería serlo primordialmente–


un problema histórico, es decir un problema de investigación empírica y de reflexión
conceptual, que deberíamos abordar, siguiendo las indicaciones de John L.
Phelan en El pueblo y el rey, haciendo de los hechos de legitimación y de
protesta social un objeto de reflexión, y no una declaración de nuestras propias
ideologías.
Como se sabe, en El Pueblo y el Rey Phelan, con muy buen juicio de
historiador, convirtió el estudio monográfico de la Revolución de los
Comuneros (1781) en un laboratorio de investigación de un problema mayor:
el de los principios de legitimidad y de legitimación «realmente dominantes»
en el virreinato de Nueva Granada, a finales del siglo XVIII. La conclusión de
su trabajo es conocida, aunque en general los estudiosos de la sociedad
neogranadina en ese periodo prefieren ignorar los análisis de Phelan y seguir
repitiendo el catecismo del nacionalismo criollo71.
En contra de las versiones oficiales, tanto de la Academia de Historia como
de la «Nueva Historia» universitaria, y para escándalo de estas formas de
academia, a pesar de todo coincidentes en la mayor parte de sus formulaciones,
Phelan afirmó que los Comuneros eran «voceros de un mundo que pronto iba a
esfumarse en el pasado» y que el arzobispo/virrey Caballero y Góngora, era quien,
sin darse cuenta, había abierto «la puerta que daba al futuro», indicando que

El alimento intelectual de la generación de 1781 venía de las doctrinas de


los teólogos clásicos españoles de los siglos XVI y XVII, el más notable de los
cuales era el jesuita Francisco Suárez. Para los ciudadanos de la Nueva
Granada, el reino en que vivían constituía un corpus mysticum politicum, con
sus tradiciones y procedimientos propios encaminados a obtener el bien común
de la comunidad toda72,

71
En términos de método, el análisis de J. L. Phelan es de una concisión y de una rigurosidad
que admiran, en contra de la tradición local de las «grandes palabras» y muestra un cuidado por
el lenguaje de la época que no es una tradición entre nosotros: «En lugar de interpretar el
movimiento de los comuneros en términos de sucesos posteriores, me he concentrado en el
significado interno de dos expresiones claves: la palabra comunero, con la que se identificaban
los inconformes, y el lema que proclamaban las muchedumbres en todas las plazas de ese reino
montañoso: ‘¡Viva el rey muera el mal gobierno!’». John L. Phelan, El pueblo y el rey, op. cit., p.
13-14.
72
John L. Phelan, El pueblo y el rey, op.cit., p. 14, y más en general pp. 13-16. Hay que saber
leer con cierta exactitud de lengua las afirmaciones de un historiador de tantas calidades como
Phelan. En ninguna parte el autor afirma que los «habitantes del virreinato» –si algún sentido
más allá de la estadística tiene la expresión los «habitantes del virreinato»– eran expertos lectores
en la lectura de los teólogos clásicos españoles de los siglos XVI y XVII. La afirmación y su
contexto no incluyen esa idea, sino que remiten –sin que el problema haya sido estudiado hasta
el presente– a las distintas formas sociales (teológicas filosóficas, jurídicas…) de existencia práctica
de un conjunto de formulaciones intelectuales que acompañaban un tipo de legitimación. La

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 173


RENÁN SILVA

indicando sobre el punto más difícil de la discusión –la legitimidad– que «En
1781 sólo había un principio de legitimidad política, y éste recibía el apoyo
entusiasta de todos los grupos de la sociedad. La corona pedía y recibía
obediencia por parte de los súbditos, ya que el rey, ungido del Señor, era la
fuente de la justicia»73.
Pero Phelan era un historiador muy atento al tiempo y a las circunstancias,
y advertía sabiamente que entre la generación de 1781 y la generación de la
Independencia se había producido un cambio mayor, pero sobre todo resaltaba
el hecho definitivo de que el «mundo occidental había cambiado hondamente
entre 1781 y el derrocamiento de los Borbones en 1808»74.
Para el caso de nuestro análisis el problema se torna aun más difícil, puesto
que el PP existió entre 1791 y 1797, es decir en una fecha intermedia entre los
dos extremos cronológicos de los que habla Phelan. Por lo demás, antes que
ofrecer de manera terminante pistas sobre el conjunto de la sociedad, el PP
ofrece sobre todo claves sobre el público, es decir sobre los Ilustrados, sobre la
juventud universitaria, sobre los nuevos comerciantes, sobre el estrecho mundo
de los lectores, sobre lo que se puede llamar en general las gentes de cultura –claro,
no todas favorables al pensamiento ilustrado–, afirmación que no debe
oponerse a la idea de que el PP fuera un gran registrador del cambio de la
sociedad, cambio que desde luego registraba desde un punto de vista particular
–aunque no desde un punto de vista simplemente unilateral, y mucho menos
a la idea de difusión del pensamiento ilustrado a partir de la prensa, y por lo
tanto de la cultura escrita, en este caso bajo forma impresa.
Aun así, puede intentarse un acercamiento a los problemas de la legitimidad y
las formas de legitimación en el PP, tratando de evitar los análisis puramente
circunstanciales –excesivamente localizados y observados como ejemplos del proceso
de difusión de la Ilustración–, buscando más bien pruebas de la existencia de esa
legitimidad monárquica, más allá de los textos de un monárquico convencido, como
el director del PP, y más allá del propio PP, al fin y al cabo un periódico apoyado y de
cierta forma –una forma que habría que investigar mejor– controlado por las
autoridades virreinales –en términos de método ese es uno de los mejores caminos
para avanzar en la reconstrucción de la relación entre el pensamiento de la época y
la sociedad, un tipo de relación más evocada que demostrada en los estudios históricos.

confusión entre cultura práctica y formas de enunciación intelectual de un grupo de enunciados


arrastra inevitablemente a una confusión que pone de presente el etnocentrismo de la vida
intelectual, sobre la base del cual se piensa que las ideas sólo existen bajo la forma en que
existen para los hombres de letras.
73
Ibídem, p. 15.
74
Ibídem, p. 16. Cf. también D. Armitage y S. Subramanyam (Ed), The Age of Revolutions
in Global Context, c. 1760-1840, Palgrave/Macmillan, 2010.

174 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

De manera particular hay que buscar la presencia de esas formas de


legitimidad monárquica –o de su cuestionamiento– del lado del llamado público
lector, y aun más allá, en el registro mismo de la vida comunitaria de provincia,
en ese decenio que cierra el siglo XVIII. Esta es prueba es importante porque es
la única manera de comprender de dónde proviene el sentido de los textos de
MSR y hacia dónde se dirigían esos textos, que no eran simplemente «confitura
y floritura» de un intelectual enamorado de la monarquía y absorto en sus
propios saberes y creencias, como no eran tampoco la «expresión de su
pensamiento», sino ante todo una forma de elaboración individual de una
materia colectiva, de un punto de vista que toco muestra como en vía de extensión,
bajo una forma «clara y distinta», en el campo de los hombres de letras, y de una
manera práctica y aplicada en un grupo mucho más amplio –social y
espacialmente– de la sociedad75.
Hay varias posibilidades en el PP de hacer acercamientos empíricos a este
problema, utilizando datos que no sean del «orden del discurso» y que den
cuenta más bien de las actitudes de los lectores, antes que de las posiciones de lo
que de manera estricta era el grupo de los Ilustrados, aunque en conjunto las
dos fuentes terminen confluyendo y nos inviten a pensar en la idea de
integración social, creencias compartidas, apoyo a una forma social de su vida
y a sus ideales, etc., incluso en el marco de una sociedad organizada en términos
de cuerpos, con grandes distancias sociales y culturales, y con grandes
separaciones sociales, en función de su propia geografía y topografía, y de su
escaso crecimiento demográfico.
Un caso que puede servir en esa dirección puede ser, por ejemplo, el de los
listados que se publicaron sobre los notables de la ciudad que se habían
comprometido con una actividad pública de recolección de fondos para la
fundación de un hospicio para los pobres, una institución que había sido
propuesta por el PP y con anterioridad por funcionarios ilustrados como
Francisco Antonio Moreno y Escandón, el poderoso fiscal de los años 1770, y
75
Los estudios de legitimidad y legitimación casi siempre se limitan a «livianos análisis del
discurso» (que regularmente corroboran lo que el investigador desde el principio quiere probar),
dejando de lado el problema clave de la reproducción de las creencias y el hecho de que toda
creencia es una forma de relación. Aquí ocurre lo mismo que en el caso de la noción de carisma,
casi pérdida ya para la sociología, desde cuando abandonando su marco weberiano original, se
le convirtió en propiedad de un sujeto, dejando de lado el hecho de que se trata siempre de una
forma de relación entre un grupo y sus espejos prolongados en una figura que sabe responder a las
solicitudes de ese espejo. Cf. para una crítica de las perspectivas simplistas que han transformado
un instrumento de investigación sociológica –las nociones de legitimidad y legitimación– en
una forma de esconder «veredictos de opinión» propuestos desde fuera de la investigación,
Pierre Bourdieu, «Estrategias de reproducción y modos de dominación» y «Los modos de
dominación», en P. Bourdieu, Las estrategias de reproducción social, Buenos Aires, Siglo XXI,
2011, pp. 31-74.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 175


RENÁN SILVA

que fue una iniciativa asumida por las gentes más visibles de la sociedad, cuyos
nombres quedaron registrados en el PP, pues la tarea era al tiempo una prueba
de la difusión de un ideal del pensamiento ilustrado (la práctica del trabajo y
la crítica del ocio urbano, que tanto habían denunciado), como una muestra
de distinción y superioridad social.
La idea del hospicio –recolección de pobres y «organización de su ocio»
como actividad laboral en la producción de productos baratos útiles– formaba
parte del ideario de los Ilustrados y caía en el campo de lo que el PP (y la
Ilustración hispanoamericana y europea) designaba como la caridad ilustrada.
Lo cierto es que el conjunto de la pequeña nobleza local y las gentes con
alguna actividad destacada en la ciudad, bien fuera como comerciantes o como
funcionarios, se unieron a la tarea, y salieron por las calles de Santafé en la
recolección de limosna, en una tarea que seguramente muchas veces habían
cumplido como fieles católicos, pero que ahora se realizaba en un marco «civil»,
un poco «laicizado», «secularizado», si así puede decirse, actividad que
mostraba, desde luego, la circulación práctica de los ideales de la Ilustración,
por medio de una actividad concreta –estamos pues, aproximadamente, frente
a lo que llamaba Michel de Certeau, «prácticas sin discurso»76.
Pero en el campo preciso de las formas de legitimidad y de legitimación,
posiblemente el ejemplo más ilustrativo que se puede presentar tenga que ver
con el apoyo local a la guerra española contra la Francia revolucionaria, apoyo
que parece haber concitado el esfuerzo de todos los grupos de la sociedad
neogranadina, a lo largo de todos sus cuerpos oficiales y profesionales, y de lo
que ya puede empezar a designarse como sus individuos.
A mediados de 1793, y después de haberse comunicado a los neogranadinos
de manera oficial la declaración de guerra del soberano francés, el PP trasladó
a sus lectores el llamamiento que la corona hacía para la recolección de un
donativo con el fin de sostener la guerra iniciada 77. Según informaba a sus
lectores el PP, utilizando las palabras de la corona, a pesar de «todos los medios
y medidas pacíficas utilizadas por el soberano», para «mantener a los pueblos
de su vasta monarquía en una segura y perfecta tranquilidad», esos esfuerzos
de paz habían fracasado y España se había visto en la necesidad de «declarar
la guerra a la nación francesa por varios motivos, muy dignos de la religión y
del honor de la corona», agregando que la declaración de guerra se había
76
Cf. PP. No 50, 27-01-1792 y PP. No 51, 3-02-1792. El comentario sobre la importancia de
la idea de prácticas sin discurso como instrumento de análisis histórico en Roger Chartier,
«Stratégies et tactiques. De Certeau. De Certeau et les arts de faire», en R. Chartier, Au bord
de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude, Paris, Albin Michel, 1998, pp. 161-172.
77
PP. No 97, 5-07-1793, para el llamado al donativo, y PP. No 96, 28-06-1793, para la
declaración de guerra.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

hecho con todas «las formalidades de estilo» el 22 de marzo de 1793 en la


corte de Madrid, y el 21 de junio de ese año en Santafé78.
Según el PP, la publicación de la declaración de guerra y el posterior llamado
a realizar un donativo voluntario para la causa española, se hacía «para inspirar
a los pueblos… aquellos sentimientos de honor y patriotismo», aunque según
el propio semanario neogranadino, el pueblo neogranadino era un pueblo de
«vasallos fieles y amantes de su rey». De acuerdo con el PP, el propio virrey era
de la misma opinión, y pensaba que no era demasiado el esfuerzo que había
que hacer para «persuadir e interesar los ánimos de los granadinos americanos»
de sumarse al donativo, lo que quería decir que con «unas cortas prevenciones
acerca del asunto» resultaría suficiente79.
El PP recordaba que el soberano solamente aspiraba a recolectar dineros
«para los gastos de esta guerra justísima» y que cada uno de los vasallos podía
hacerlo «según su clase, haberes y posibilidades», haciendo énfasis en que se
trataba de un donativo voluntario, por la cual la contribución «ha de ser
nacida de «una espontánea y libre voluntad», ya que de ningún modo «se
trataba «de gravar a sus amados pueblos», una retórica que era conocida en el
lenguaje del poder soberano, pero que en esos años competía con el lenguaje
mucho menos paternal y más racionalizador que se encontraba presente en la
imposición de nuevas contribuciones de carácter directamente económicas,
como las que empezaban a pesar, desde la década anterior, sobre determinados
cultivos agrícolas, y que se encontraban en la raíz de muchas de las protestas
contra el «mal gobierno»80.
El PP cerraba su información indicando los procedimientos para hacer
efectiva la donación e indicaba que «en el número siguiente tendremos la
complacencia de publicar la lista de unos nombres tan dignos de inmortalidad»,
y mencionaba que el donativo se realizaría a todo lo largo de América hispana,
de lo que resultarían «notables diferencias», pues «unos ofrecerán más… otros
menos», en función de las propias desigualdades de «los distintos virreinatos y
audiencias americanas», diferencias que no querían decir de ninguna manera
«diferencia de sentimientos patrióticos». En fin, se trataba de que cada uno
ayudara «espontáneamente con aquello que pudiere para los gastos de una
guerra tan digna de la religión, tan propia de la humanidad y tan decorosa
para la nación española»81.

78
28-06-1793.
79
Ibídem.
80
Cf. John L. Phelan, El pueblo y el rey, op. cit., Primera parte, capítulos I y II.
81
PP. No 96, 28-06-1793.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 177


RENÁN SILVA

Así pues, la semana siguiente el PP comenzó a publicar la lista de los cuerpos


e individuos que se sumaban día a día a la causa de la lejana guerra contra
Francia82, bien fuera con grandes o modestas cantidades, con dinero o con
bienes físicos, con sumas desembolsadas de manera efectiva o con sumas
prometidas sobre ingresos futuros, y también con bienes espirituales, es decir
con misas y con oraciones por la suerte de la corona y sus ejércitos.
La permanencia de ese tipo de información en el PP sorprende por su
continuidad, pues se estuvieron publicando listados entre mediados de 1793 y
finales de 1795, es decir durante 122 semanas, casi siempre de manera continua,
de tal forma que se puede seguir en esa información (fácil objeto de
cuantificación para el historiador de hoy) la manera como todos los grupos de
la sociedad en sus diferentes regiones iban sumándose a la causa de la guerra
contra Francia.
Se podría decir, claro, que el donativo tenía en el fondo, y a pesar de la
retórica en que se le envolvía, un carácter obligatorio. Aquí hay cierta
ingenuidad sociológica que debe disiparse tanto desde el punto de vista teórico,
como empírico. Empecemos por el primer punto, el de la teoría. Indiquemos
que no hay acción humana que no sea condicionada, sometida a presión
social y a formas de coacción práctica o simbólica, y recordemos que en contra
de lo que se piense, en el terreno de la coacción y la presión sociales la sociología
no separa, sino que reúne las dos modalidades de coacción.
Se puede decir además que el hecho de que la donación (y la aparición en
las listados del PP) se inscribiera en el mecanismo designado por Norbert Elias
como el deber de representación, no anula la prueba de legitimidad y de legitimación
que se encuentra presente en la acción de donar y dar a conocer el nombre y la
cantidad con que el cuerpo social o individuo contribuía a la financiación de la
guerra. El llamado deber de representación es un mecanismo de participación
en el orden social y en las jerarquías de sus cuerpos, que se encuentra en toda
sociedad de Antiguo Régimen, y es un deber asumido y estimado por la sociedad,
tanto en sus grupos dominantes como en sus grupos dominados, es una de las
formas de cohesión social y participa de los mecanismos generales de reproducción
de las estructuras sociales y se inscribe por lo tanto en el campo de las coacciones
admitidas, compartidas y reconocidas83.

PP. No 97, 5-07-1793 y números siguientes.


82

Para la sociología histórica del problema en la Francia de los siglos XVII y XVIII cf.
83

Norbert Elias, La sociedad cortesana, México, FCE, 1982, capítulos V y VI. En las sociedades
modernas –de individuos– el deber de representación es, en parte, sustituido por el mecanismo
de la presentación de si (el self) estudiado por los etnometodólogos. Cf. al respecto Erwing
Goffman, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu, 2004.

178 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Desde el punto de vista empírico hay que llamar la atención sobre un


hecho esencial: la amplitud social y cultural de los colaboradores (los encargados
de recoger las donaciones) y de los donantes, y los puntos lejanos, a veces
remotos, desde los que llegaban sumas grandes y pequeñas, y toda clase de
bienes, ofrecidos para la lucha contra Francia –como en otros momentos se
ofrecieron para lucha contra el infiel–.
La idea de sentido común poco crítico, constantemente repetida, de que una
contribución de esa naturaleza solamente cobijaba a las «élites», y que los grupos
subalternos, siempre en rebeldía contra el poder de esas élites, eran ajenos al apoyo
a ese tipo de contribuciones , no sólo por carencia de recursos y por disposición de
ánimo, pues se encontraban siempre en actitud rebelde y crítica frente a los poderes
dominantes y liberados de toda aprobación hacia el poder del soberano, es una
idea que parece muy poco verosímil frente a este tipo de listados, publicados por
más de dos años, que no se suspendieron sino con el propio tratado de paz con
Francia, y que muestran un universo social y cultural que hace pensar en formas
muy definidas de la vigencia de la legitimidad monárquica84.
Se puede decir a manera de síntesis de esos listados, que si un investigador
quiere tener una primera radiografía de los cuerpos sociales de esa sociedad, de
la emergencia del individuo y de la acción individual, de las formas de integración
de pueblos y lugares dispersos por todo el territorio, de la manera como sus
grupos sociales se articulaban en torno a la idea monárquica y a las disposiciones
del Superior Gobierno, como se decía, puede recurrir a estas informaciones
documentales, detrás de las cuales parece esconderse no sólo una declaración
explícita de la sociedad sobre sus valores queridos y apreciados en esa fecha, sino
además una actividad política y social importante, tanto de los grupos designados
de manera habitual como de «élite» en esa sociedad, como de las comunidades,
cuerpos y órdenes cercanos y lejanos a Santafé –incluidas desde luego las
comunidades campesinas semi/urbanas y las indígenas–; al mismo tiempo que se
puede observar la amplia actividad de recolectores de todo índole, que fueron los
encargados de la actividad de reunión del donativo en las provincias85.

84
Cf. para el Tratado de paz y la última lista del donativo PP. No 221, 4-12-1795.
85
Aquí hay que mencionar un hecho mayor que atraviesa en su conjunto –con alguna leve
excepción que no modifica la regla– la mención de los grupos sociales: los excluidos totales del PP
en cuanto a referencias son los esclavos negros y en menor medida los mestizos. Estos últimos
aparecen en medio de las sombras, cuando se narran la situación urbana de vagancia y de ocio.
Pero la gente negra, ni en el plano de los pequeños acontecimientos que narra el semanario, ni en
el del relato que MSR y otros ilustrados imaginaron como la historia de esa sociedad, encuentran
un lugar –hay una copia completa de una cédula real de 1789, pero «concediendo libertad
para el comercio de negros…»–. En muchos otros textos de los ilustrados puede registrarse la
presencia de la esclavitud negra y del componente mestizo de la sociedad, y los prejuicios
particulares que sobre esos grupos alentaban los hombres de letras. Francisco José de Caldas, por

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 179


RENÁN SILVA

Lo anterior no quiere decir, claro, que la relación de fuerzas en torno a las


formas de legitimación fuera un hecho absoluto –no lo es en ninguna sociedad–
y ofreciera de manera terminante una forma acabada e inmodificable. Como
lo sabe cualquier aficionado a estas materias, las realidades sociales son mudables
y dinámicas, y es tarea del historiador dar cuenta de ellas y de sus modificaciones
en el terreno empírico, tal como con injusticia MSR se lo reclamaba a su
admirado y odiado Montesquieu86.
En el caso del virreinato de Nueva Granada, tal como su transcurrir se
refleja en el PP al final del siglo XVIII, las noticias e informaciones que se
pueden relacionar con este punto, tienden a dejar en el analista la imagen de
una legitimidad monárquica muy afirmada, aunque no hay que perder de vista
las propias opiniones favorables a la monarquía de MSR, y el carácter del
semanario que dirigía. Pero otras muchas informaciones del PP tienden a
comprobar esta imagen, y si bien podría objetarse la calidad del testimonio,
hay que decir por lo menos que la manera como éste se presenta no ofrece
ninguna información contra/evidente ni ningún desafío a lo que parece
probable para el conjunto de esa sociedad en esa fecha.
Así por ejemplo, en el caso de un largo informe dedicado a la consagración
del nuevo templo de los padres Capuchinos en la Villa de San Carlos del
Socorro, en 1795. Como sabemos se trata de uno de los epicentros un cuarto
de siglo antes, de los levantamientos anti/fiscales de los Comuneros, y una de
las zonas de predicación sistemática de los padres Capuchinos en los años
posteriores a los levantamientos de 1781, lugar en el que reafirmaron su
presencia desde esa época87.

su propia tendencia a la observación etnográfica –con los criterios de su época– brinda las
mejores posibilidades para el estudio de los prejuicios sociales y raciales de los Ilustrados
neogranadinos. Cf. por ejemplo, sus relatos de viaje, en Obras completas de Francisco José de
Caldas, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1966.
86
Diferencia clara entre las principales revoluciones modernas europeas y las de América
hispana. Primero en cuanto al avance de la Ilustración y de las formas de sociabilidad moderna
que habían conquistado buena parte de la sociedad letrada en medios urbanos, al contrario de lo
que sucedía en América hispana; y segundo en cuanto a la ruptura o al alejamiento en relación
con la consideración del carácter sagrado de la autoridad del soberano, un proceso que en
Francia, de manera particular, venía ascendiendo desde el propio fondo de la sociedad –como lo
mostro en diferentes estudios Michel Vovelle–, y que fue impulsado por los hombres de letras en
el siglo XVIII –como lo indicó Alexis de Tocqueville–, y que en América hispana tiende a
coincidir más bien con los años posteriores a 1808, y cristalizar entre 1808 y 1820 ( c ), con un
radicalismo igual o superior al de los franceses. Cf. al respecto, François-Xavier Guerra, Modernidad
e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Maphre, 1992, capítulos II, III
y IV.
87
Cf. PP. No 206, 21-08-1795, para el núcleo de la noticia de la consagración del templo a
que nos vamos a referir, y PP. No 36, 14-10-1791, para la noticia sobre su establecimiento y
fundación de iglesia en Santafé.

180 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

El PP no duda, desde el principio de la noticia de la consagración del


templo a san Carlos, de relacionar ese acto de piedad –la fundación religiosa–
con ese otro acto mayor de impiedad que fue la Revolución francesa88, y pasó
enseguida a recordar que en 1781 «el ilustre cabildo y vecindario de la villa
del Socorro» presentó solicitud al soberano para que se le concediese la
fundación a los religiosos capuchinos, y expidió al respecto tres reales cédulas
–«muy expresivas y honoríficas», como dice el PP–, y al mismo tiempo franqueó
apoyos del real erario, lo que permitió que a mediados de julio de 1786 llegará
la primera partida de «colonos evangélicos –según los designa el PP–, que
pronto tomaron posesión de los terrenos asignados por el cabildo y se puso la
primera piedra del nuevo templo, con los esfuerzos de toda la comunidad –nobles
y plebeyos, según caracteriza el PP la estratificación neogranadina–, que, ahora,
después de varios años, veía no solo el templo construido, si no su consagración
ceremonial.
El caso es que el 23 de junio de 1795 se iniciaron las ceremonias eclesiásticas
de consagración, con la presencia de las principales autoridades civiles, y
durante cuatro días completos las gentes de toda índole social de la villa del
Socorro celebraron la inauguración de su templo. Según el PP,

… con un numeroso concurso de la nobleza y la plebe de ambos sexos, en


cuyos semblantes no se veía otra cosa sino el júbilo, mezclado con la ternura
y la devoción. El adorno de la iglesia, su iluminación, los fuegos artificiales,
la fragancia de la muchedumbre [sic] y la variedad de las flores, la música
de instrumentos, los cánticos de los ministros del Señor, todo inspiraba
recíprocamente la mayor alegría…89.

A continuación el semanario narra los tres días de celebraciones religiosas,


que ponían en marcha una ceremonia, ampliamente participativa, caracterizada
por un dispositivo combinado de imágenes, cantos, movilizaciones en la iglesia
y fuera de ella (alrededor de la plaza pública), y la presencia permanente de la
palabra sagrada, recreando la historia presente sobre la base del recurso al

88
PP. No. 206: «Si en Francia se ha profanado tan torpemente la dignidad del Santuario,
debemos consolarnos, considerando que en otras partes de la Tierra se ve al mismo tiempo
brillar, con nuevos resplandores, la sagrada antorcha que allí [en Francia] se ha extinguido, y tal
es el objeto de dar a luz esta descripción, la cual laconizaremos [resumiremos] todo lo posible».
El PP introduce enseguida, en pie de página, como apoyo de sus afirmaciones, una cita del
Nuevo Testamento (Mateo, Cap. 22, Ver. 43), lo que nos recuerda de nuevo las relaciones
estrechas entre historia profana e historia bíblica.
89
Ibídem. Desde luego que no hay duda de que la descripción –como cualquier otra
descripción, incluidas las de los historiadores– se inscribe en un modelo narrativo. Pero eso no
convierte a los hechos narrados en simples relatos imaginarios, desprovistos de cualquier realidad.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 181


RENÁN SILVA

relato bíblico, bajo una forma bilingüe que incluía el recurso permanente al
latín, y el sermón en castellano, para la comprensión de todos90. La ceremonia,
pasados los cuatro días, se cerraba con el esperado Te Deum, se dio «la bendición
al pueblo con el Señor Sacramentado», «y se finalizó la función, a la cual
concurrió el ayuntamiento, todos los eclesiásticos y nobleza y plebe de la villa,
en cuyos semblantes se patentizaban los tiernos sentimientos de alegría y
devoción de que estaban penetrados los espíritus»91.

90
El texto del PP es de primera importancia, pues no sólo recrea los hechos, sino que incluye
los títulos latinos de las prédicas y los sermones con un breve comentario, sobre la dirección que
tomaba la prédica, y deja en claro algunas de las preferencias que en el terreno de la prédica y
del santoral eran los de la comunidad o por lo menos los de los predicadores.
91
Ibídem.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

IV

EL DIABLO EN SANTAFÉ
El Gran Ruido de 1687 y las paradojas aparentes
de la crítica ilustrada neogranadina

Suponiendo, pues, que el ruido y la vocería de que tratamos


haya[n] sido obra del Demonio…
parece muy conforme a la razón,
que el resultado físico sea el que vamos a demostrar.
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá1.

Introducción

Si hablamos de la cultura científica de los ilustrados neogranadinos, refiriéndonos


a la forma cómo se relacionaron con la revolución científica del siglo XVII, debemos
reconocer que las apropiaciones, los logros y los avances fueron pocos –¡si hubo
alguno!– y que se trata de una recepción tardía, construida sobre la base de
textos más bien de síntesis y de divulgación que de conocimiento de primera
mano de las obras fundamentales de la ciencia de su tiempo –con alguna
excepción en el caso de Newton, que de todas maneras era un saber
consolidado de más de un siglo atrás–2.
La situación se puede precisar aun más, recordando que a finales del siglo
XVIII, la generación de Ilustrados neogranadinos universitarios de 1760-1770
(en general más laicos que clérigos) está tratando de penetrar en un mundo del
que no sabían sino por ecos lejanos. Para ellos, esa nueva configuración del
saber que llamamos la «ciencia moderna» se concretó por primera vez en la

1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1796, 7 volúmenes, Bogotá, Banco
de la República, –Edición facsimilar–. Cf. PP. No 184, 20-03-1795. «Fin del Apéndice» –se trata
de las observaciones que el director del PP hace en torno al fenómeno físico sobre el que había
venido discutiendo en los números anteriores, y en donde quiere mostrar la coexistencia pacífica
de las ciencias físicas y del demonio.
2
Newton es una estrella en el firmamento de la ciencia natural y el camino para el inicio
en las matemáticas de los ilustrados neogranadinos, como varias veces ha sido demostrado. Cf.
por ejemplo, entre varias presentaciones del tema, R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada
1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Bogotá, EAFIT/Banco de la República,
2008 –segunda edición–, capítulo I.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 183


RENÁN SILVA

figura del médico, astrónomo y naturalista José Celestino Mutis, quien fue el
maestro de un grupo reducido pero muy notable de jóvenes neogranadinos en
el campo de la Historia Natural (de manera precisa en el campo de la botánica
linneana y en los principios newtonianos en torno a la causalidad), aunque
mucho más en el terreno práctico de la observación, la recolección, el secado,
clasificación y dibujo de plantas, que propiamente en la discusión de los
fundamentos de lo que se designaba como la «filosofía botánica» de Linneo o
como los fundamentos del método de Newton3.
El atraso cultural por relación con la revolución científica del siglo XVII es
un hecho fácil de establecer, y es claro que los esfuerzos solitarios de J. C.
Mutis, a pesar de su dedicación y de la calidad de su obra, no fueron suficientes
para modificar la situación, máxime cuando el propio jefe del grupo y figura
eximia del Panteón científico colombiano –el mencionado médico, botánico
y astrónomo J. C. Mutis– por el camino fue sintiendo los efectos de su
aislamiento del mundo científico europeo y padeciendo una extraña nostalgia
de lo que llamaba «la república europea de las letras», campo en el que hubiera
querido inscribir sus trabajos y posibles descubrimientos4.
Pero no hay que engañarse. Esa situación de atraso frente a los logros
europeos, que era general en Hispanoamérica, no debe percibirse como una
situación de fracaso, y no debe hacer olvidar que se trató de una lucha tenaz,
adelantada por lo menos por tres generaciones de hombres de letras con interés
en las ciencias naturales y en el funcionamiento del cosmos, en las matemáticas
y en lo que llamaban filosofía moderna. Tal situación mucho menos debe
hacer pensar que se trató de una aventura que no valga la pena relatar, con
todos sus reveses, sus contrasentidos, sus malentendidos, con todo ese elemento
pintoresco de ingenuidad que no puede faltar en las primeras aproximaciones
al mundo de la ciencia.
Por lo demás, no debe olvidarse que, aunque el asunto no ha sido
considerado con el cuidado que merece, no hay duda que la reconocida
actividad de iniciación en la ciencia del último tercio del siglo XVIII en el
virreinato de Nueva Granada –de manera básica socialización de un grupo de

3
Sobre las transformaciones del saber europeo en el siglo XVII y sus prolongaciones en el siglo
XVIII, a través de la emergencia de objetivos medibles y cuantificable, cf. la gran síntesis de
Michel Foucault en Las palabras y las cosas [1966], México, Siglo XXI Editores, 1968, capítulo V.
4
Sobre todos estos aspectos cf. ante todo Pensamiento científico y filosófico de José Celestino
Mutis –Recopilación y selección de Guillermo Hernández Alba–, Bogotá, Ediciones Fondo
Cultural Cafetero, 1982; cf. también R. Silva, «José Celestino Mutis y la cultura colonial», en La
Ilustración en el virreinato de Nueva Granada. Estudios de Historia Cultural, Medellín, La Carreta
editores, 2005, capítulo II.

184 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

hombres de letras en su mayoría laicos en la historia natural y la filosofía


newtoniana– tiene importantes y desconocidos capítulos previos en los marcos
de la vida de las órdenes religiosas, principalmente, pero no exclusivamente, en
el caso de la Compañía de Jesús, algunos de cuyos miembros, de origen europeo,
se interesaron por la filosofía de Descartes y por la «nueva física» –como había
ocurrido también en Nueva España y en el virreinato del Perú–5.
Aquí los caminos de la historia de las ciencias y de la historia social de las
ciencias no son por completo semejantes, aunque sus relaciones y sus historias
diferenciales sigan ilustrando tanto las realidades concretas en el campo de la
actividad de ciencia, como las condiciones en el plano de la vida social y de
las instituciones de ciencia, y ponga de presente que la ciencia no se puede
confundir simplemente con el esfuerzo y con el deseo, bien que ese «deseo de
ciencia» sea parte esencial de un empeño, por poco logrado que haya resultado6.
El Papel Periódico de Santafé de Bogotá [en adelante PP] es un testimonio
privilegiado de esos esfuerzos de los años finales del siglo XVIII, tanto en el
plano de la divulgación de noticias de ciencias y de su aplicación a la vida
cotidiana, como en el plano de la discusión «elevada» sobre las causas de ciertos
fenómenos físicos –como los que vamos a considerar en estas páginas–. El PP
fue entonces testigo de un proceso, del que muchos de sus artículos y otros
textos dan cuenta, pero no fue menos actor del proceso, en tanto fue uno de
los apoyos permanentes en la creación y difusión de un espíritu de
experimentación –básico en el mundo moderno–, presente de manera repetida
en sus páginas, con la reproducción de noticias europeas al respecto,
recordando las implicaciones de la ciencia en la vida cotidiana (los «inventos

5
Aunque el asunto no ha sido considerado con el cuidado que merece, no hay duda que
la reconocida actividad de iniciación en la ciencia del último tercio del siglo XVIII –de manera
básica socialización de un grupo de hombres de letras en su mayoría laicos en la historia natural
y la filosofía newtoniana– tiene importantes y desconocidos capítulos previos en los marcos de
la vida de las órdenes religiosas, principalmente, pero no exclusivamente, en el caso de la
Compañía de Jesús, algunos de cuyos miembros, de origen europeo, se interesaron por la filosofía
de Descartes y por la «nueva física» –como había ocurrido también en Nueva España y en el
virreinato del Perú–.
6
Por fuera de su trabajo como botánicos, de sus intentos de autodidactas en los campos de
la ciencia natural y las matemáticas, y de su apoyo a la reforma «científica y práctica» de los
planes de estudio universitarios, el interés de los ilustrados neogranadinos en las ciencias naturales
se comprueba, por ejemplo, cuando se observan los esfuerzos realizados para impulsar la impresión
local de textos como la Historia de las ciencias naturales escrita en el idioma francés por Mr.
Savérien, y traducida al castellano por un sacerdote amante del bien público, Santafé de Bogotá, A.
Espinosa de los Monteros, 1791, una obra voluminosa que excedía las posibilidades de venta y
suscripción local, y las propias posibilidades de la pobre imprenta santafereña. –De las principales
obras de Alexandre Savérien (1720-1805) hay ediciones de época en la Biblioteca Luis Ángel
Arango de Bogotá.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 185


RENÁN SILVA

útiles») y mostrando a la ciencia como otro lugar más de corrección de prejuicios


y «falsas preocupaciones».
El propio director del PP y el grupo que lo acompañaba en su actividad
cultural en la Biblioteca Pública y en la Tertulia del Buen Gusto, también fueron
constantes observadores y experimentadores de la naturaleza y de los cielos,
según sus palabras, y dejaron huella de esa actividad de ciencia (a veces ingenua),
en las páginas del semanario santafereño, como se indica en el siguiente párrafo,
en donde se recrea un episodio de observación colectiva con motivo de un
eclipse. «En efecto, aunque el tiempo estuvo nebuloso, hubo sus momentos de
luz en que pudimos percibir este fenómeno natural en compañía de algunos
sujetos que nos hallábamos en la Administración de Correos de esta capital, y
hemos sabido que también muchas personas lo notaron»7.
Ese criterio según el cual un experimento depende también de las condiciones
de experimentación y la idea de que los lectores de los resultados de una práctica
de ciencia y de experimentación deben ser mantenidos al tanto de esas
condiciones, fue un uso continuo en el PP y una práctica impuesta a todos sus
colaboradores, no sólo como exigencia del semanario, sino una práctica en gran
parte resultado de un convencimiento propio, como se puede mostrar a través
de un ejemplo del ya mencionado «astrónomo aficionado» Antonio García de
la Guardia, quien hizo publicar en el PP una advertencia acerca de una
información equivocada que sobre un eclipse había ofrecido a los lectores:

El Doctor Don Antonio Joseph García de la Guardia nos ha pedido [que]


insertemos en el Periódico el siguiente cartel que fijó el día 10 del corriente
en los puestos más públicos de esta ciudad:
El autor del Calendario avisa al público que haciendo varios cómputos para
observar el inmediato eclipse ha notado que por una inadvertencia puramente
material, se colocó la luna llena de este mes el día doce, no siendo sino
mañana once, en cuya noche sucederá el eclipse a las mismas horas y con las
mismas circunstancias con que se ha anunciado, lo que manifiesta en prueba
de sinceridad y buena fe8.

7
PP. No 36-14-10-1791. El respeto por las condiciones de realización de los experimentos
cuyos resultados fueron publicados en las páginas del PP se convirtió en un criterio formal para
decidir acerca o no de la publicación del experimento de que se tratara. Como se lee en el PP,
«A causa de no haberse podido hacer cierta experiencia relativa al discurso emprendido en el
No 176 [enfermedades y despoblación] se ha omitido su continuación hasta después de evacuada
dicha diligencia, que es muy conducente a la exactitud con que queremos proceder en nuestras
reflexiones». Como se sabe ése es un criterio distintivo de una actividad de ciencia que intenta
ligar argumentación, prueba, y condiciones de experimentación, en el campo de las ciencias
naturales modernas.
8
PP. No 36, 14-10-1791.

186 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 187


RENÁN SILVA

I
La historia de la historia

La noche del nueve de marzo de 1687, Santafé, la pequeña capital del Nuevo
Reino de Granada, se vio sorprendida por un fenómeno curioso y difícil de
explicar, al que desde esa época se llamó «el gran ruido». Según los pocos
testimonios conservados, de manera intempestiva se expandió por la ciudad,
sin saberse a partir de dónde, un «ruido», por nadie identificado en su naturaleza,
acompañado por un olor que las gentes definieron como de azufre, que debió
durar entre quince y treinta minutos, según la versión más conocida. El suceso
despertó un fenómeno colectivo y explicable de piedad religiosa y
arrepentimiento –las iglesias debieron abrir sus puertas esa noche y en los días
siguientes cientos de santafereños se postraron de rodillas ante los altares y
confesionarios– y a largo plazo fijó los cimientos de una tradición religiosa de
gracias al Señor, quien había salvado a la ciudad de su ruina y destrucción, un
hecho que se celebraba cada año, aunque al final del siglo XVIII, los feligreses
no sabían bien qué episodio era el que se recordaba con tal celebración.
Muchos años después, a principios de 1795, dentro de su «programa» de
examen crítico de las tradiciones culturales de la sociedad neogranadina, el
Papel Periódico de Santafé de Bogotá [en adelante PP] dedicó varios números a
la discusión de las causas de este olvidado suceso de 1687 y propuso una nueva
interpretación de los hechos tal como habían sido presentados en 1741, ya
bajo una primera mirada crítica e ilustrada, por parte del sacerdote jesuita
Joseph Cassani, en su obra Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús del
Nuevo Reino de Granada9.
No tenemos ninguna idea precisa acerca de por qué el interés concreto
del PP y de su editor, Manuel del Socorro Rodríguez [MSR], por examinar las
opiniones de Joseph Cassani, pero no es difícil suponer que muchos otros
sucesos «milagrosos y maravillosos» hubieran podido ser sometidos a
consideración, ya que la tradición local –como la hispanoamericana– estaba
repleta de ellos10. MSR se limita a indicar que «Por muchas razones es digno de
9
P. Joseph Cassani, S. J., Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús del Nuevo Reino de
Granada en la América [1741]. –Estudio preliminar y anotaciones al texto por José del Rey, S. J.
Caracas, Biblioteca de la Academia Nacional de Historia, 1967. El documentado «Estudio
Preliminar» en pp. IX-XCIX, contiene datos importantes sobre la vida y obra del Padre Cassani,
suficientes para hacerse a una idea clara de su perfil intelectual. La parte relacionada con el
«gran ruido» se encuentra en la obra de Cassani en el capítulo XXVII: «Raro suceso y espantoso
ruido, sucedido en Santafé, y sus vecindades en este tiempo…», pp. 256-261. MSR no ofrece
datos editoriales precisos de la obra del Padre Cassani.
10
Las relaciones entre la Ilustración y la religión católica han sido estudiadas por mucho
tiempo en Europa, aunque no ocurre lo mismo en América hispana, y la bibliografía debe ser ya

188 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

que entre tantos asuntos que forman la varia lección de nuestro periódico, se
le de un lugar a uno bastante y peregrino al suceso del gran ruido], acerca del
cual hemos observado que se padecen no pocas equivocaciones en esta misma
ciudad, donde su noticia tiene derecho a circular con la mayor exactitud»11.
Tenemos pistas, claro, del pietismo de los ilustrados neogranadinos y de su
decisión de someter a crítica la religiosidad popular, que encontraban repleta
de actitudes que les parecían contradecir la «verdadera esencia del cristianismo»
y reflejar prácticas religiosas aun muy cercanas de aquellas de la evangelización
temprana, una crítica de la que parecían participar muchas de las autoridades
virreinales de finales del siglo XVIII, que en realidad eran las impulsoras de esa
forma nueva del sentimiento religioso devoto, pero silencioso, contemplativo,
alejado de las expresiones puramente visibles de la fe12, bien que deba advertirse
que no se trató de ninguna manera de una especie de «cruzada» contra las
formas de expresar la devoción por parte de la mayoría, de la que los ilustrados
neogranadinos estaban en ese punto más cerca de lo que ellos mismos podían
pensar13.
No sabemos tampoco si la elaboración de la crítica de los argumentos del
Padre Cassani fue estrictamente personal y corresponde por entero a las
concepciones de MSR, o si los textos publicados fueron el resultado de
discusiones colectivas en el marco de la tertulia que animaba Manuel del
Socorro Rodríguez en la Biblioteca Pública, y a donde concurrían los

inabarcable. Nos contentamos con citar en función de nuestros propósitos el libro de Marina
Caffiero, La fabrique d’un saint à l’époque des Lumières [1996 en italiano], Paris, EHESS, 2006.
Aunque el texto tiene como objeto directo de investigación el que se señala en su título, su
capítulo primero, pp. 19-61, contiene indicaciones importantes sobre la relación entre los ilustrados
y las demandas populares de santidad, y por tanto sobre las formas religiosas de la mayoría de la
sociedad. Sobre el tema de las formas populares de la religiosidad a finales del siglo XVIII en el
Nuevo Reino de Granada no son demasiados los trabajos que pueden citarse. Cf. el trabajo de
Eduardo Cárdenas G., S. J., Pueblo y religión en Colombia (1780-1820): Estudio histórico sobre la
religiosidad popular de Colombia (Nueva Granada) en los últimos decenios de la dominación española,
Bogotá. PUJ, 2004.
11
PP. No 179, 13-02-1795. MSR agrega que no le parece que «la distancia que media desde
el año de 1687 al de 1795, en cuyo espacio han corrido ciento dos años… sea un motivo
suficiente para haber desfigurado tanto el aspecto de un suceso que, por sus circunstancias,
debía fijarse en la memoria pública, sin notable alteración ni variedad».
12
El PP en muchas oportunidades publicó textos que tocaban de una u otra forma problemas
de creencias religiosas y de prejuicios sociales, por ejemplo cuando habló sobre la fundación de
cementerios y criticó la costumbre de enterrar en los templos. Cf. por ejemplo PP. No 119, 6-12-
1793: «Noticia de la bendición del cementerio provisional formado en el ejido de la capital con
el objeto de la utilidad pública». Y por lo menos una vez abordó de manera amplia el examen
crítico ilustrado de una creencia en un milagro. Cf. PP. No 260, 2-12, 1796: «Relación del
prodigioso y frecuente abrimiento de los ojos de una imagen de María Santísima…», un
pretendido milagro ocurrido en Ancona, Italia.
13
Cf. al respecto, R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op.cit.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 189


RENÁN SILVA

universitarios más inquietos de Santafé, pero no resulta una imprudencia


imaginar esa posibilidad, si recordamos lo que sabemos en relación con las
formas de sociabilidad del grupo de los Ilustrados de Nueva Granada a finales
del siglo XVIII, y lo que el propio PP deja traslucir en cuanto a la actividad de
las tertulias en la ciudad. No parece entonces exagerado pensar que los textos
pudieron haber sido comentados con algunos de sus compagnons de lectura y
de discusión, ya que la idea de una discusión a fondo de toda la tradición
cultural de su sociedad aparecía como un propósito colectivo de la «juventud
noble del reino», grupo que corresponde más o menos a aquellos que la tradición
ha definido como los representantes locales de la Ilustración, como puede
afirmarse sin temor a deslizarse en el campo de las suposiciones14.
El examen crítico propuesto por el PP volvía a recordar los hechos
designados por la tradición como «el gran ruido», trayendo a cuento de manera
integral la versión ofrecida por el padre Cassani –una versión escrita más de
medio siglo después de haber sucedido el hecho, y en la que el jesuita parece
haberse limitado a recoger lo que la tradición corriente repetía–, pero a
continuación, en nuevos números del PP, MSR, el «redactor-autor», inició
una discusión detallada de la explicación que el cronista de la Compañía de
Jesús había ofrecido «del gran ruido», e introdujo elementos críticos muy visibles
sobre la interpretación que medio siglo antes había ofrecido el Padre Cassani
en su Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús. Y aunque no podamos
determinar con toda precisión los motivos de haber traído a discusión las
interpretaciones del «gran ruido», ni la urgencia de la discusión de esos eventos,
no parece haber duda de que el empeño tenía que ver con el trabajo de crítica
de las tradiciónes neogranadinas, en el campo de la vida cultural, y que aquí
de nuevo el auditorio volvía a ser fijado claramente: los jóvenes, y de manera
particular los jóvenes universitarios, como lo dejó explícito el PP en la propia
titulación que a su intervención polémica dio MSR: «Raro suceso que debe
excitar las reflexiones filosóficas de la ilustrada juventud de nuestro tiempo, y
aun despertar la atención de algunos espíritus piadosos».
Aunque MSR no traía a cuento ninguna clase nueva de documentos que
rectificaran o complementaran la versión del Padre Cassani, su discusión del
suceso si trataba en cambio de ofrecer una explicación alternativa de la que

En su Autobiografía José Manuel Restrepo menciona las reuniones de la tertulia del Buen
14

Gusto en la Biblioteca Pública, bajo la dirección de MSR, y su declaración, como muchas otras
de jóvenes ilustrados de Santafé y del virreinato (me refiero a gentes de Cartagena y Santa
Marta, de Popayán y de Medellín), deja la idea de la tutoría e influencia intelectual ejercida por
el bibliotecario y director del PP. Cf. José Manuel Restrepo, Autobiografía, Bogotá, Empresa
Nacional de Publicaciones, 1957, quien desde las primeras páginas recuerda que a su llegada a
Bogotá puso en gran medida su educación bajo la dirección de MSR.

190 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

medio siglo antes había ofrecido Cassani, y desembocaba en una reflexión


sobre las relaciones entre ciencia y teología, y entre los análisis de la ciencia y
las formas populares de piedad religiosa.
La discusión del suceso y la propuesta de una nueva interpretación no
parecen haber despertado en su momento ninguna clase de reacción que las
mostraran como «heterodoxas» o como amenaza a las creencias colectivas
dominantes en la sociedad –entre otras cosas porque no lo eran–, y no
despertaron, hasta donde sabemos, ninguna clase de reacción entre los lectores
del PP, lo que puede indicar que la crítica ilustrada de la «opinión popular», en
la perspectiva de Jerónimo Benito Feijóo, no era mirada con desconfianza por
las autoridades, y que, además, por lo menos en el caso del PP, no parece
encontrarse lo que el historiador Jaime Jaramillo Uribe designó como un
«conflicto entre la ciencia y la fe», refiriéndose al caso del astrónomo y botánico
ilustrado Francisco José de Caldas, y que tal vez Jaramillo Uribe imaginó, en
cierta medida, como un elemento común –bajo modalidades diversas–, a toda
la generación ilustrada anterior a la Independencia, generación que había
emprendido de manera explícita la «crítica de la tradición», en un marco
moderado y con un respeto sincero por las verdades de la fe católica en la que
habían crecido15.
La discusión ofrecida por el PP es importante porque puede servir para
volver una vez más sobre el contenido mismo de la Ilustración neogranadina,
sobre su evolución hacia finales del siglo XVIII, sobre la definición que en esos
años se hacía de la idea de crítica (tanto crítica científica como crítica de las
costumbres y prejuicios sociales) y en general sobre el acceso difícil y solamente
parcial a ese sistema de referencias culturales y de actitudes y valores
intelectuales que designamos como Ilustración, y que parece haber incluido
en todas las sociedades que han conocido su emergencia, un ejercicio de
valoración crítica de la tradición cultural que la ha precedido16.
Como se sabe, ese acceso a la ciencia y a la filosofía europea modernas (las
de los siglos XVII y XVIII grosso modo) fue un proceso sinuoso en Hispanoamérica,
con distintas velocidades y con puntos de partidas institucionales diversos,
cuando se compara con el proceso similar en Europa. En América hispana se
trató ante todo, en este plano, de un intento por tratar de llenar los vacíos de
conocimiento en un terreno en que los inicios mostraban un retardo

15
Cf. Jaime Jaramillo Uribe, «El conflicto entre la ciencia moderna y la consciencia religiosa
en [José Celestino] Mutis y [Francisco José de] Caldas», en ECO. Revista de la Cultura de
Occidente, Vol. 7, No 4, agosto 1963, pp. 331-355.
16
Cf. Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX [1956], Bogotá,
Editorial Temis, 1965, capítulo primero.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 191


RENÁN SILVA

significativo (como lo comprueban las cronologías) y carencias mayores en el


plano de las instituciones de ciencia.
Pero además, ese proceso, en una de sus épocas de mayor impulso, fue
interrumpido por la revolución política, que de forma abrupta y en una
coyuntura que no favorecía la discusión calmada y la argumentación racional,
como es explicable, llevó el núcleo central de la discusión al campo de las
referencias políticas, es decir el problema de la representación, las formas del
Estado y del gobierno, las relaciones entre los elementos comunitarios y lo
que pertenecía al terreno estricto del individuo, los grandes temas que aparecen
abordados precisamente en la gran obra recién citada de Jaime Jaramillo Uribe
sobre el pensamiento colombiano en el siglo XIX.
La consideración del problema puede además ayudarnos en el camino de
ampliar el espectro cronológico de la Ilustración neogranadina (y en general
hispanoamericana), casi siempre reducida a los fenómenos intelectuales más
visibles de finales del siglo XVIII (concretados sobre todo en la aparición de
nuevos planes de estudio) e impulsarnos en la búsqueda de nuevos elementos
de modernidad cultural más atrás, en el temprano siglo XVIII, lo que va a exigir
a los analistas en el futuro plantear el problema de la existencia de varias
generaciones de ilustrados, tal como se reconoce en la propia España y en
general en Europa17.
Por lo demás, el balance crítico que se hizo en el PP de las opiniones del
Padre Cassani en el plano de la ciencia (es decir la discusión sobre la causalidad
«del gran ruido») nos puede enseñar muchas cosas importantes sobre las
ambigüedades mismas de ese acceso a las ciencias modernas de la joven
generación intelectual de la última década del siglo XVIII en el Virreinato de
Nueva Granada –acceso que hemos designado como parcial, difícil e
interrumpido–, mostrándonos que en gran parte el acceso de esa generación
hacia el «pensamiento moderno» se produce no a través de un conocimiento
y participación plena en la ciencia de su época –la «ciencia europea, para
decirlo con simpleza–, sino más bien a través de su socialización en una retórica
de la ciencia, de su inmersión en una crítica de las explicaciones tradicionales
(populares) de los fenómenos naturales, a través de postulados de ciencia no
siempre bien asimilados –o incluso mal asimilados–, pero que cumplían un

Aunque escritos desde la óptica convencional, y por lo tanto reductora, de la historia de


17

las ideas, los documentados estudios de Antonio Mestre sobre la Ilustración española y sobre
todo valenciana, son un ejemplo de una obra que ha buscado hacia atrás, hacia finales del siglo
XVII, para proponer una cronología mucho más amplia que la que se había heredado a partir de
la obra clásica de Jean Sarrailh sobre la España Ilustrada. Cf. por ejemplo, entre muchas otras
obras del autor, Antonio Mestre Sanchis, Apología y crítica de España en el siglo XVIII, Madrid,
Marcial Pons, 2003.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

importante papel en la difusión de una actitud crítica en el plano del saber,


que es principalmente de lo que se trató cuando la «ciencia moderna» hizo su
presencia en el PP, lo que no descuenta, de ninguna manera, la función positiva
que esa presentación retórica –por lo demás tardía en términos de la historia
de las ciencias de la época y de discutible argumentación– puede haber tenido
para los lectores universitarios neogranadinos de ese entonces.
Es importante tener en cuenta que en un mundo social con tan poca
experimentación y actividad práctica en el plano de las nuevas ciencias naturales,
como era el del Nuevo Mundo, y en donde se trabajaba ante todo con lecturas
e informaciones de segunda mano –diccionarios, compendios, tratados de síntesis,
obras de divulgación–, el ingreso en la esfera de las ciencias nuevas –más allá de
elementos de la botánica y de la astronomía– era ante todo un deseo, una actitud,
una actividad marginal, pero no una práctica regular bien establecida, lo que le
daba ese toque distintivo de retórica de saludo a una experiencia nueva que
contemplaban desde la distancia, de una manera libresca, lo que en nada
disminuye su importancia, ni desde el punto de vista de la historia cultural –en
el punto de las representaciones de la ciencia–, ni desde el punto de vista de la
historia social, aunque hay que reconocer que ese inicial conocimiento fue
importante en el esfuerzo de modificación de grandes prejuicios de la sociedad
de la época sobre la naturaleza y sobre el propio conocimiento, y una parte
importante en la lucha por producir actitudes favorables a cambios en los sistemas
educativos, en las formas de trabajo y en la vida social cotidiana, aunque los
efectos reales puedan haber sido socialmente demasiado concentrados18.
Como se puede inferir sin dificultad, si hay un elemento que hubiera podido
asegurar un acceso menos retórico a la «herencia científica ilustrada» en las
posesiones hispánicas en América, ese elemento hubiera sido la presencia en
alguna medida de un mundo experimental de perspectivas industriales, que
diera un mayor sentido a las ideas de utilidad y aplicación del conocimiento y
valoración del trabajo práctico calificado, valores básicos de la Ilustración –
como en parte se buscó en Nueva España con la investigación minera–. Francia
y Alemania, y en mayor medida Inglaterra en esa época, serán los paradigmas
de sociedades en las que la vinculación entre ciencia y trabajo dieron un aire
de «realidad» a la especulación en ciencias naturales, en química, en física y

18
La importancia de esta acumulación de fuerzas culturales modernas, orientadas hacia el
cambio técnico, la valoración positiva del conocimiento científico, la asimilación de la idea de
crecimiento económico y la creencia en las virtudes del comercio y la riqueza material fue
analizada ya hace muchos años por Frank Safford, en su crítica de los prejuicios académicos
norteamericanos sobre la «mentalidad latinoamericana» frente al progreso. Cf. F. Safford, El
ideal de la práctica. El desafío de formar una élite técnica y empresarial en Colombia, Bogotá,
Universidad Nacional, 1989.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 193


RENÁN SILVA

en matemáticas, y permitieron que la noción de experiencia y de vida práctica


sacudieran viejos prejuicios aristocráticos y nobiliarios extendidos por toda la
sociedad, favoreciendo no solo la ligazón entre trabajo e industria, sino la
transformación de una parte del sistema cultural y escolar en esas sociedades19.
Mientras tanto, en las posesiones ultramarinas de la monarquía hispánica,
el pequeño grupo de jóvenes que se orientaba hacia las nuevas ciencias y que
descubría su «vocación» de ciencia y de cultura, en las nuevas acepciones de
esas palabras, en un mundo lejano de las posibilidades reales de su sociedad, se
veía condenado a una situación más bien de especulación en el plano del
saber, carente de instituciones en donde ejercer una actividad de ciencia como
profesión, lo que con muy pocas excepciones hacía de su trabajo una actividad
marginal, de poco reconocimiento social, y que no ofrecía oportunidades de
conseguir la gloria y mostrar amor por la patria, que es como en lenguaje estilizado
se designaba la búsqueda de empleo y de logros económicos, por parte de estos
hombres que habían hecho de la nueva ciencia un objeto de deseo20.
Lo que quisiéramos ofrecer al lector en las siguientes páginas es una presentación
de los sucesos designados como «el gran ruido» y la discusión crítica que a
continuación el PP, a través de MSR, ofreció de la vieja explicación conocida, al
paso que proponía otra nueva, tan problemática como la anterior, lo que nos
recuerda las formas difíciles de acceso a la ciencia, y el papel positivo que nociones
confusas y mal definidas ha podido jugar en la modificación de la respuesta tradicional
a un problema, que de todas maneras quedaría pendiente de solución21.
El texto quisiera ofrecer por lo menos algunas pistas sobre la evolución de
la cultura intelectual en la sociedad del Nuevo Reino de Granada, para tratar
19
Para las relaciones entre ciencia, técnica y actividad técnica en la Inglaterra del siglo
XVII cf., entre muchos otros trabajos, la vieja síntesis sociológica de Robert K. Merton, Ciencia,
Tecnología y Sociedad en la Inglaterra del siglo XVII, Madrid, Alianza Editorial, 1984. Mucho más
recientes, y sobre todo mucho más innovadoras, resultan ser las obras sobre la historia de la
ciencia de Simon Shaffter, que ponen en el centro de su reflexión las relaciones de la ciencia
con la vida social, con la experiencia y con las necesidades prácticas, y que ponen particular
atención sobre la ciencia en trance de hacerse, antes que sobre la ciencia constituida. Cf. en
particular, como ejemplo de esta perspectiva, S. Shaffter, Leviathan and the air pump: Hobbes,
Boyle and the experimental life, Princeton University Press, 1985. Igualmente, en francés, la
compilación de ensayos de Shaffter, La Fabrique des sciences modernes, Paris, Seuil, 2014, y
castellano su colección de ensayos Trabajos de cristal. Ensayos de historia de las ciencias, 1650-
1900, Madrid, Marcial Pons, 2011, que dejan claramente fijada una perspectiva de historia de
las ciencias.
20
. Para el desarrollo completo de estas ideas cf. R. Silva, Los ilustrados de Nueva Granada.
Genealogía de una comunidad de interpretación, op. cit.,
21
Como estudios de este mismo problema, que es de manera repetida citado por los
historiadores del periodo, pero muy poco estudiado, no podemos citar más que el artículo de F.
Moreno Cárdenas y J. G. Portilla, «Hipótesis astronómica al misterioso ‘ruido’ escuchado en
Santafé de Bogotá el domingo 9 de marzo de 1687", en Revista de la Academia Colombiana de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Separata, Vol. XXX, No 116 (septiembre, 2006), pero que
tiene una orientación y se inscribe en una perspectiva completamente diferente a la nuestra.

194 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

de contrariar la idea de que se trataba de una sociedad quieta y estática en ese


plano –lo que a veces se ha supuesto también de sus formas sociales y políticas
y de sus procesos productivos–, una evolución intelectual que nos parece queda
reflejada, por lo menos como una pista para continuar investigando, en las
dos fechas principales que vamos a considerar: el año 1741, cuando publica su
texto el padre Cassani, y 1795, en que el PP vuelve sobre el problema, y,
eventualmente, 1687, el año del suceso que consideraron dos generaciones
diferentes de ilustrados neogranadinos, ninguna de las cuales, claro, había
presenciado el suceso, sino que simplemente volvía al examen de una tradición,
sobre la base de los testimonios recibidos de los antepasados, tal como
normalmente lo hacen los historiadores.
Además, el regreso a este problema de ciencia en las páginas del PP nos
pondrá de presente otra vez el carácter extraño, por así decir, de esta publicación,
en una época en que el periodismo naciente trataba de liberarse de las viejas
«Relaciones de sucesos maravillosos», que habían cautivado la imaginación
de los lectores en el pasado, pero que encontraba aun dificultades para
convertirse en un periódico de noticias, como los que existían desde tanto tiempo
atrás en Europa, y que tomó finalmente la forma híbrida de una publicación
noticiosa, que era al mismo tiempo una especie de revista de difusión científica,
que encontraba su principio de coherencia en un proyecto de «esclarecimiento
del público lector» y en un intento generoso de extensión del conocimiento,
en todos los terrenos en que podía éste ser útil para la vida social.

II
El Gran Ruido de 1687

Como advertimos renglones arriba, no conocemos las razones precisas por las
que MSR decidió abordar el tema «del gran ruido» en su publicación. Tan
solo podemos decir que la crítica de la tradición cultural (la crítica de los
prejuicios» en la conocida línea del Padre Benito Jerónimo Feijóo) se
encontraba definida como uno de sus objetivos y había sido reiterada en varios
de los «editoriales («Advertencia», «Prevenciones», «Al público lector») que
el PP dedicó a la definición de su programa editorial22.
MSR da inicio a sus reflexiones recordando que existe una memoria pública
del evento, que se transmite en las palabras que «algunos ancianos refieren a

22
Cf. por ejemplo PP, No 1, «Preliminar», 9-02-1791; y sobre el Padre Feijóo, una introducción
sencilla y contextualizada es «Reflexiones sobre el marco político y cultural de la obra del P. Feijóo»,
de Antonio Mestre Sanchis, en Apología y crítica de España en el siglo XVIII, op. cit., pp. 176-183.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 195


RENÁN SILVA

sus nietos» –y desde luego también a través de las celebraciones piadosas anuales
que recuerdan el suceso–, pero que esa memoria oral de los viejos puede
encontrarse un tanto alterada, no solo por la distancia que separa del evento,
sino porque «la noticia de tal suceso no consta escrita en ninguna parte, sino
en un libro que juzgamos lo tendrán muy pocos [el libro de Cassani]», aunque
reconoce que el propio suceso ya ha perdido actualidad para los universitarios
de finales del siglo XVIII, «pues su argumento no se mira con interés» y «tampoco
será apetecible ni frecuente su lección», a pesar de lo cual le parece un hecho
digno de consideración intelectual. Lo que ocurre al parecer es que MSR no
confía ya en el testimonio ni en las explicaciones de Cassani y le parece
importante volver sobre la explicación tradicional del evento, aunque antes
de ello quiere recordar los hechos tal como fueron presentados por el historiador
jesuita23.
MSR comienza indicando que lo que a continuación se va a encontrar es
«la misma relación del padre Cassani» y comenzará copiando sus palabras
acerca de la calma que precedió al suceso –«En el día nueve del año de 1687
habiendo estado el cielo sereno y habiendo entrado la noche con apacible
quietud…»–, para luego indicar que, entonces, «como a las diez de la noche,
comenzó un extraño ruido en la tierra, en el aire, o en el cielo, pues esto nadie
lo supo, y prosiguió por el largo espacio de más de un cuarto de hora y aun
cerca de media». El ruido debió ser considerable, pues interrumpió el sueño de
todos, que vieron suspendido su descanso, de tal manera que «al primer golpe
dudaron todos, al segundo temieron, al tercero… salieron a la calle»,
habiéndose formado una confusión fácil de imaginar, como lo señala Cassani,
quien escribe de manera precisa: «No es fácil referir la turbación y conmoción
de aquella noche: solo aquella prosopopeya con que nos representan los

PP, No 179, 13-02-1795 –y números siguientes según advertiremos–. La presentación que


23

del relato del Padre Cassani hace MSR es casi textual y no desfigura en ninguna parte su
argumentación –argumentación que incluía desde luego también un matiz crítico, pues Cassani
participa ya de una forma renovada de plantearse este tipo de problemas, una forma que puede
ser designada como «newtoniana», en la medida en que introduce de manera sistemática la
noción de «causas y efectos», sin abandonar la idea de una «causa última y final». Debe
señalarse también que lo que sí parece difícil aceptar es la idea de MSR acerca de que la posible
deformación oral del relato dependa en este caso del testimonio escrito, máxime cuando MSR
reconoce la rareza del libro de padre Cassani en Santafé, del que señala que utiliza la que le
parece ser la única copia disponible y que pertenece a la Biblioteca Pública de Santafé, de la
que MSR era precisamente el director. Lo más seguro es que el testimonio de Cassani no haya
jugado ningún papel en la transmisión del recuerdo del hecho, y que sus deformaciones,
inevitables, sean solo el producto de su circulación, y no el efecto de la lectura de un libro poco
leído y difícil de conseguir. –A falta de mejores obras, indiquemos que sobre Santafé de Bogotá
en sus aspectos demográficos, urbanos y culturales en el siglo XVII, hay aun que recurrir a la
Historia de Bogotá, Vol. I, Bogotá, Villegas Editores, 1988, una crónica extensa llena de datos,
informaciones y chismes sobre la ciudad–.

196 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

predicadores el día del juicio, puede prestarnos alguna explicación de lo que


sucedió la noche del espanto»24.
Las gentes empezaron a salir a la calle, vestidas o no, como estuvieran,
presas del miedo de que sus casas se vinieran a tierra, «todos gimiendo y
clamando misericordia» mientras vagaban sin dirección precisa, clamando al
cielo «porque les faltaba la tierra», sin saber qué pasaba, cada uno ofreciendo
la interpretación que «le sugería su corazón», lo que hizo necesario que se
abrieran las iglesias –posiblemente las más seguras construcciones urbanas de
la época– para que las gentes se refugiaran. El padre Cassani indica que lo más
singular de todo el suceso fue que mientras el ruido permaneció, «se esparció
por el aire un pestilente olor a azufre», hecho del que fueron testigos «todos
aquellos a quienes bastó el ánimo para estar sobre sí… antes que se les turbare
la fantasía», lo mismo que muchos otros «que salían a las ventanas»25.
Joseph Cassani no era un cronista cualquiera ni un observador descuidado
y posiblemente forme parte de lo que se puede llamar la primera ola de
«observadores ilustrados» –del mismo tipo y expresando la misma situación
intelectual de transición que recorre los textos del también jesuita Padre Joseph
Gumilla en El Orinoco ilustrado26– y declara entonces que su deseo, más allá
del testimonio recolectado, es el de discutir el fenómeno relatado por los testigos
–«A la filosofía le interesaría indagar la causa de este extraordinario movimiento
[«el gran ruido»]– y comienza, según los métodos habituales de los ilustrados,
quienes tempranamente adoptaron la vieja distinción griega entre «doxa» y
«ephisteme», indicando que sobre el problema existe una «opinión vulgar»,
con la que de manera habitual «quedan muy satisfechos sus autores», pero que
para el pensamiento reflexivo esa ya es una opinión que resulta insuficiente.

24
PP. No 179. 13-02-1795. Siempre la misma referencia mientras no advirtamos lo contrario.
Como se puede ver, la presencia de modelos literarios es fácilmente visible en la narración que
del suceso hará el padre Cassani. Aquí se trata en principio del modelo «la tempestad precedida
por la calma», lo que prepara al lector para la sorpresa que viene a continuación. Por el camino
esa presencia se hará más intensa, como lo muestra el texto citado, en donde de manera expresa
se habla del lenguaje con que los predicadores presentan el juicio final, es decir el lenguaje del
Apocalipsis. La presencia acentuada de ese tipo de modelos es un hecho constante en las
crónicas tempranas sobre la sociedad colonial, crónicas que aun participan de la idea de
«maravillas de la naturaleza» –y de la sociedad–, y que en el siglo XVIII se combinan con lo que
llamamos «la forma newtoniana».
25
El padre Cassani agrega que las autoridades también se movilizaron y el propio presidente
del Nuevo Reino de Granada «salió con la gente y armas… a recorrer los barrios y entradas», si
bien no había fundamentos para temer por la presencia de «enemigos externos», como lo
advierte Cassani, ya que Santafé se encuentra a más de 200 leguas del mar.
26
Cf. Historia natural, civil y geográfica de las naciones situadas en las riveras del río Orinoco.
Su autor […] el Padre Joseph Gumilla, misionero que fue de las misiones del Orinoco, Meta y
Casanare. [1741-1745-1791], Bogotá, Carvajal, 1984-1985.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 197


RENÁN SILVA

De manera más precisa aun, Cassani dirá que sobre este tipo de sucesos
hay dos versiones. La primera es la que presentan lo que se llama «Historias»
(en el lenguaje de la época, relatos maravillosos de gigantes y de monstruos,
de fenómenos naturales inexplicables), en donde se cuentan sucesos que «han
parecido milagros por lo raros»; la segunda, aquellas otras versiones que se
presentan como opiniones sabias, pero que aun se mueven en el mundo de las
razones no probadas, aunque con ellas queden «muy satisfechos sus autores»,
quienes se dan por servidos, sin saber que salen «de una dificultad, entrando
en otra mayor», como dice Cassani. En este caso en particular, y este es un
punto notable en la discusión, el jesuita dirá que en este fenómeno singular
hay una dificultad que no se puede eludir y que tiene que ver con el problema
que el mundo de los sentidos le crea a un testimonio y a la posterior evaluación
de ese testimonio, cuando quiere utilizarse en el marco de la indagación de un
problema de análisis histórico.
Regularmente sobre este tipo de «sucesos raros» tenemos testimonios de
gentes que declaran haber visto de manera directa, o de gentes que declaran
haber escuchado de alguien que alega haber visto «por sus ojos». Pero en este
caso, señala Cassani, se trata de un testimonio que no se apoya en la visión,
sino en el oído –el ruido que se escuchó– y en el olfato –el olor que se sintió,
«no conociendo la vista nube, ni divisando fuego», sino que se «olía el hedor»
y se sentía el ruido, «lo que aumenta mucho la dificultad» –Cassani dice con
sorna que «a estos autores», apegados al testimonio de la visión, «los quisiera
yo oír en el caso presente»27.
Según Cassani, quien, repitamos, escribe su obra muchos años después de
ocurrido el suceso, la «vulgar opinión de ese entonces», es decir de 1687, fue
que «el enemigo común del género humano», el diablo, había producido tal
ruido «para espanto de los moradores», e indicará que esa opinión, que en
principio él no comparte… pero allá debemos llegar, prevaleció como
interpretación dominante, por la fuerza del testimonio que sobre «el gran
ruido» ofreció el provisor del arzobispado, una verdadera autoridad para todos
los pobladores, quien afirmó que «…habiendo oído el ruido, paseándose en su
estancia, al abrir la ventana por curiosidad, sintió el olor a azufre… y añadía
que al mismo tiempo oyó en el aire unas clausulas [unas frases] tan lascivas,
que ninguna otra lengua que la infernal, pudiera articular semejantes
obscenidades».
Como se sabe, la relación ver-escuchar-testimoniar es clave en el proceso de constitución
27

de la historia en Grecia, y en parte caracteriza el nacimiento de la propia historiografía de


Heródoto y de Tucídides, como en muchas oportunidades se ha señalado. Cf. por ejemplo una
síntesis del problema en François Hartog, Évidence de l’histoire. Ce que voient les historians
[2005], Paris, Gallimard, 2007.

198 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Así pues al Provisor del arzobispado lo visitó el mismísimo demonio, bajo la


forma del olor a azufre y bajo la escucha de unas frases lascivas –como se sabe, eros
no perdona–, lo que lo llevó a producir su rápida interpretación del suceso, la que
se convirtió luego, como iba a ocurrir de manera inevitable en esa sociedad, en la
interpretación legítima, después de que el Provisor cuando subió a la cátedra de la
iglesia metropolitana de la ciudad, pidió silencio a la crecida concurrencia y repitió,
en lenguaje tomado de la historia bíblica, su versión de los hechos: el asunto tenía
que ver con la intervención del demonio. Se trata entonces, desde nuestro punto
actual de observación, de un caso en que se presenta una precisa confluencia
entre la opinión popular y la opinión sabia, en este caso la opinión del Provisor –la
máxima autoridad eclesiástica de la ciudad–, lo que facilitó el proceso de
constitución de esa interpretación en dominante, y le aseguró los mecanismos de
su reproducción como creencia legítima28.
Para el Padre Cassani, en 1741, todo esto resultaba dudoso, empezando por el
propio testimonio del Provisor, pues su versión no fue dada «en ocasión de sosiego»,
sino más bien en oportunidad en que «no podía obrar en libertad», «sin perturbación
de ánimo, ni prevención de potencias», pues el propio Provisor estaba «sobrecogido
por el olor de azufre» y por los «alaridos de la gente», por lo que Cassani piensa que
más bien él fue influido «por el común enemigo en el alboroto de su fantasía» [las
clausulas lascivas que pretendía haber escuchado].
El Padre Cassani no niega –como no lo negará MSR, según veremos páginas
más adelante–, «que Dios pudo permitir al demonio que causase este espanto»,
explicación que le parece que como católico debe aceptar, pero afirma que no
quisiera refugiarse ni esconderse en la Divina Providencia, «cuando la
naturaleza me da bastante fundamento», para tener el evento como producido
por la naturaleza, y comienza entonces a presentar su propia interpretación
acerca de la causa del enigmático suceso, causa que encuentra en la explicación
que el pensamiento de su época ofrece de este tipo de hechos. Comenzará
pues llamando la atención sobre un fenómeno natural ocurrido en el mismo
año de 1687, un devastador terremoto ocurrido en la ciudad de Lima en octubre
de ese año, cuando «la tierra abrió bocas para salir el aire», y dirá que como un
terremoto es «aire oprimido en la tierra, que busca… boca para salir», pues ese
aire buscando salida, en contacto con otras sustancias de «abajo» y de «arriba»
de la tierra, por así decir, produjo el ruido que tanto asustó a los santafereños.
28
Sobre las relaciones entre enunciados y formas de autoridad cf., entre varias referencias,
Gérard Leclerc, Histoire de l’autorité. L’assignation des énoncés culturels et la généalogie de la
croyance, Paris, PUF, 1996; y sobre el proceso similar y relacionado de la constitución de un
enunciado en verdad socialmente reconocida –en verdad legítima– Pierre Bourdieu, ¿Qué
significa hablar?. Economía de los intercambios lingüísticos, Madrid, AKAL, 1985 –en particular
capítulo II: «Lenguaje y poder simbólico».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 199


RENÁN SILVA

Quedaban sin embargo muchas cosas por explicar. La primera de ellas


tenía que ver con el olor a azufre, que según todos los testimonios, había
acompañado al suceso. El olor a azufre se explicaba por la presencia bajo la
tierra de «algún material de azufre» que había subido a la superficie, o
simplemente presente «en la propia ciudad de Santafé o cerca de allí», lo que
habría aun más enrarecido el aire. La segunda cosa por explicar, aun más
difícil que la primera, tenía que ver con el hecho de que el terremoto de que se
hablaba se hubiera presentado en la ciudad de Lima, y no, como parecería
más verosímil, en Santafé. Para Cassani lo que había ocurrido es que en su
búsqueda por salir a la superficie el aire no había tenido la fuerza suficiente
para «mover la tierra en Santafé», y sí había encontrado esa fuerza en «Lima,
Callao y otros circunvecinos lugares», en donde finalmente «reventó el estrago,
que se concibió en las entrañas de la tierra en Santafé».
De esta manera, la mano de Dios se había apoderado de un fenómeno
natural, del cual en última instancia él mismo era la causa determinante, lo que
no anulaba, claro, el hecho de que ese mismo fenómeno pudiera ser objeto de
explicación en términos de sus causas, mostrando Cassani, igual como ocurrirá
con MSR, su convicción de la existencia de dos órdenes de causalidad, la una
relacionada con las causas que explican las ciencias físicas, en la perspectiva
newtoniana, tan común en el Nuevo Reino de Granada, según las cuales para
todo efecto hay una causa, y la explicación que recurre a la mano de Dios y a
los fenómenos como manifestación de su voluntad –lo que por lo demás es
una forma de encarar la explicación del mundo social y de la naturaleza que
mantiene su vigencia en el pensamiento cristiano.
Esta es la explicación que el Padre Joseph Cassani ofrecía «del gran ruido»
presentado en la noche del nueve de marzo de 1687 en Santafé, por lo menos
si se trataba de discurrir «filosóficamente y en lo natural». En lo inmediato el
fenómeno tenía causas, que constituían en el plano racional una explicación
suficiente. Otra cosa distinta era cómo Dios había sacado provecho del suceso,
pues «Dios sabe sacar de los mayores daños, los mayores bienes», y de este
«casual e incógnito rumor» había originado «el mayor fruto espiritual de las
almas». Por eso la noche del «gran ruido», fue preciso abrir todas las iglesias de
Santafé, «respondiendo al universal clamor del pueblo», y en la propia catedral
Dios se valió de la ocasión para que un celoso pastor de las almas –el Provisor–, «al
ver aquel inmenso concurso [de gente]», subiera al púlpito, ordenara hacer
silencio y exhortara a la penitencia y a la oración, y «ayudado de la ocasión»…
«…se hubiera logrado tanto fruto…» para la Iglesia y para la salvación, como
declara Cassani, sumándose a la interpretación de la época y haciendo
congruentes la pretendida búsqueda de causas en la naturaleza con los designios

200 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

de Dios, que en esta oportunidad no sólo volvía a mostrarse como el gran


organizador del mundo, sino que aprovechaba la oportunidad para llamar la
atención de su grey sobre algunos descuidos en el campo de la vida espiritual.
La manifestación colectiva de fe de un pueblo agradecido por la salvación
divina ante la amenaza inminente de destrucción, no se limitó solamente a
los gritos adoloridos y llenos de arrepentimiento de gentes que se refugiaban
en los templos, pues «desde aquellas noches empezaron las confesiones», ya
que cada uno de los moradores de la ciudad temía que le faltase tiempo para
«reconciliarse con Dios»; y la idea de que ahora sí de verdad el último día
había llegado y se acercaba el final, «les ocupó dichosamente los corazones,
con tanta vehemencia… [que] duraron más de ocho días las confesiones».
En el relato del padre Cassani, el balance final del suceso es un balance positivo,
no sólo en términos de la renovación de la fe de los habitantes de Santafé, ya
que en su opinión toda la ciudad se había espiritualmente transformado, sino
que la ciudad había vuelto a su comportamiento de urbe cristiana y honrada,
cumplidora de su deber, lo que le permite al cronista jesuita decir que «la
ciudad se halló en pocos días enteramente mudada en costumbres y religión».
Cassani comprueba también la existencia de una memoria viva y agradecida
de las amenazas de 1687 –el jesuita habla de «una tierna memoria»– y señala
la forma como la celebración se había incrustado en el ceremonial religioso
urbano de los días nueve de marzo, día en que en varias iglesias de la ciudad
«se descubre el Santísimo Sacramento al final de la tarde, y está expuesto
hasta las diez de la noche, que fue la hora del susto…»; y en este tiempo de
celebración se aprovecha para hacer una exhortación o sermón a todos los
habitantes, «excitando el agradecimiento a Dios, por haber librado la ciudad»,
exhortación que encuentra la respuesta de los creyentes, según se desprende
del «gentío» de asistentes y de «la multitud de confesiones que se experimentó
el día siguiente».
Este fue, en términos sintéticos pero fieles, el relato y análisis que el padre
Joseph Cassani hizo «del gran ruido» de 1687, relato sobre el cual MSR
pretendía abrir la discusión, ya que no se encontraba muy de acuerdo ni con
la presentación de los hechos ni con su interpretación, a pesar de que compartía
con Cassani la idea de que el suceso podía ser explicado sobre la base del obrar
de la naturaleza, sin necesidad de otorgarle al suceso ningún carácter de
«milagro» (y ello a pesar de que Dios hubiera aprovechado el suceso para
poner a prueba y potenciar la fe de las gentes de Santafé).

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 201


RENÁN SILVA

III
El Gran Ruido vuelto a considerar

De esta manera, en el número siguiente del PP, luego de haber considerado y


parafraseado con exactitud la versión del padre Cassani, MSR iniciará su
examen crítico de la interpretación del jesuita, presentando su versión de lo
que le parece ser el «método crítico» en la descripción y en la historia de este
tipo de sucesos, para a continuación señalar los rasgos definitorios de la crónica
de Cassani29.
De acuerdo con MSR el asunto más arduo y problemático del trabajo del
analista crítico es el de fijar los «principios elementales para escribir con
exactitud en toda suerte de materias», debiendo aceptarse además que tales
principios «no están designados todavía con precisión». En todo caso y a
pesar de la idea de que el asunto del «método» permanece sin definición, al
redactor del PP le parecía que esos principios podían ser reducidos a tres puntos
básicos: «… escrutinio riguroso de la verdad de los hechos; combinación de
todas las circunstancias relativos a ellos; y oportunidad de las reflexiones con
que deben ilustrarse. No podemos negar que cada uno de estos puntos es
esencialmente necesario y que todos son en la práctica difíciles de abordar»30.
A partir del citado «credo», MSR quiere adelantar la crítica de la explicación
que medio siglo antes el padre Joseph Cassani había ofrecido acerca «del gran
ruido» y lo hace al principio en un tono menor, controlado, de gran
moderación, señalando que su intento no es afirmar que el autor criticado «ha
faltado notablemente a estos tres puntos [los del «método crítico»] en relación
con el suceso sobre el que discurrimos», pero indicando que, no obstante, le
parecía que el asunto era «aun susceptible de algunos reparos…»31.
29
Cf. PP. No 180. 20-02-1795. Todas las citas que continúan se refieren a este número,
mientras no advirtamos otra cosa.
30
PP. No 180: «Apéndice del redactor sobre algunas circunstancias del suceso publicado en
el número precedente». No nos importa ahora designar las posibles «fuentes epistemológicas» –la
expresión tiene mucho de anacronismo– que se encuentran detrás de esta formulación de
«principios críticos» y que ya por aquella época eran un lugar común entre los Ilustrados, pero
no puede dejar de notarse que ese pequeño «evangelio», puramente generalista pero ya de
acusados rasgos empíricos y positivistas, no dejaba de ser un punto de partida realista y sensato,
si se trataba de examinar de manera crítica una tradición cultural caracterizada por una
perspectiva puramente especulativa y que tanto Cassani como MSR designaron como
«metafísica».
31
«Susceptible de algunos reparos» es una frase que muestra el tono menor o apagado con
el que MSR abordó siempre la crítica de la cultura de su sociedad. Es una frase que caracteriza
bien la forma –en gran parte estratégica en mi opinión– como MSR se planteaba la presentación
de los problemas que ponía a circular en las páginas del PP, lo que además compaginaba muy
bien con su carácter de fiel vasallo real y católico convencido, y de «subalterno virreinal», al
parecer muy consciente de su posición social y de las servidumbres que esto implicaba. Una

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

La crítica de MSR –quien vuelve a recordar de manera precisa y sin


esquematismos la posición de Cassani– encuentra su punto de apoyo inicial
en la observación del jesuita acerca del terremoto de la ciudad de Lima en
octubre de 1687, como efecto tardío de la «rarefacción del aire subterráneo»
ocurrida en Santafé. MSR llama la atención sobre la frase de Cassani acerca
de que «sobrevino después de pocos días en Lima aquel tremendo terremoto»
y se pregunta a continuación como debería entenderse la expresión «pocos
días», ya que el terremoto de Lima se produjo el 20 de octubre de 1687, es
decir siete meses después del «gran ruido» de Santafé –según el conteo de
Cassani–, introduciendo de esta manera una primera duda sobre la explicación
de Cassani, al preguntarse «¿Qué físico podía conceder tanta lentitud al
movimiento rapidísimo que produce el aire rarefacto, impregnado de fuegos y
materias… que lo impulsan y tornan violento?».
Para que la explicación de Cassani fuera verosímil, piensa MSR, sería
necesario mostrar que «el material de azufre se prendió en Santafé» y que
luego el «aire rarificado» viajó «por varias cavernas», atravesando la cordillera
de los Andes, «corriendo todas las mil y setecientas leguas de su extensión»,
una posibilidad que le merece un no rotundo a MSR, quien afirma que se trata
de una «cosa absolutamente imposible», y contra la cual ofrecerá argumentos
precisos y detallados, producto de «hechos y experiencias», que son tanto una
apelación al sentido común empírico, como una utilización concreta, aunque
aun muy inicial, de lo que había designado como los «principios elementales
para escribir sobre toda suerte de materias…».
En primer lugar, MSR encuentra extraño que si el «aire rarefacto» (es decir
combinado con otro tipo de elementos de los que regularmente lo definen)
hubiera hecho su viaje a Lima a través de los Andes, no hubiera dejado señal
de ese viaje a través de alguna forma de movimiento de la tierra, un hecho del
que afirma MSR no había ninguna noticia. En segundo lugar MSR indica que
en el momento de producirse «el gran ruido» en Santafé, como lo indica el
propio testimonio de Cassani, hubo en la ciudad un marcado olor a azufre;
pero por ninguna parte, ni en Santafé, ni en sus cercanías, se observó fuego
(es decir llamas y/o humo), lo que indicaría que el olor a azufre se habría
producido por otras circunstancias. La tercera objeción –MSR habla de

forma por completa opuesta de la lírica radical que utilizaron otros de los ilustrados neogranadinos
en su crítica de la sociedad, cuando quisieron abordar el examen de la escolástica y de los
planes de estudio tradicionales en los estudios universitarios. Cf. en las mismas páginas del PP –
No 9, 8-04-1791–, la crítica de Francisco Antonio Zea a los estudios universitarios, crítica que
casi le cuesta a MSR quedarse sin trabajo, por el cierre del semanario, acusado por los grupos de
hombres de letras más tradicionalistas de la sociedad –sobre todo los clérigos «encargados de la
enseñanza pública [universitaria]»– de criticar el silogismo y optar por la «filosofía moderna».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 203


RENÁN SILVA

argumentos, objeciones o reparos de forma indistinta– se relaciona al parecer


con el movimiento concéntrico que debe desplegarse siempre, en ondas más
amplias y débiles a partir del punto focal en que se produce un fenómeno. Si
ello es así, y así es como los físicos lo demuestran, ¿por qué el punto «más
notable del estremecimiento» –Lima y sus alrededores– se encuentra tan alejado
«del foco o centro de ardor» –Santafé y sus alrededores–, es decir el punto
inicial de rarefacción del aire?
El argumento final tiene que ver con la velocidad de viaje del aire
enrarecido (una idea que MSR había esbozado renglones atrás, pero que ahora
presentará en un lenguaje especializado de ciencia que debe tomar de alguna
fuente que no cita), pues si el desplazamiento de los elementos viajeros tomó
siete meses para llegar a Lima, entonces cabe preguntarse «¿Dónde está la
asombrosa actividad con que obran las fuerzas vivas en razón de los cuadrados
progresivos de su velocidad, principalmente en un fluido homogéneo donde
la acción y el movimiento conservan un perfecto resorte...?»
Para reforzar uno de sus argumentos, el que aparece como el más «técnico»
de los cuatro presentados, MSR escribe que: «La mayor viveza o intensidad
del sonido es indudable por varias experiencias que dependen de la densidad
y del resorte del aire», agregando que

Según las pruebas hechas por las academias de Florencia y de París, [y] por
las de Gasendo, de Boyle, Flamsted, Halley, Newton, y varios físicos, recorre
el sonido en un aire natural, cuando menos 1185 pies en el espacio de un
segundo. Ahora bien, cuánto mayor no será infinitamente la velocidad con
que obra el aire enrarecido. Considérese con toda reflexión».

No hay por qué ocultar que no tenemos manera de precisar si los autores
nombrados eran autores efectivamente leídos, y no se puede ocultar que el
conjunto de los textos de ciencia del PP y de MSR dejan la impresión de que
se trata de un conocimiento primario y precario, derivado de un contacto
inicial con la ciencia proveniente más bien de las publicaciones que en España
y en otras partes de Europa se dedicaban a la divulgación de la ciencia –como
lo testimonian los artículos que sobre máquinas y experimentos incluyó en
varias oportunidades el PP, y que dejan la impresión de una relación puramente
admirativa y curiosa con esas formas nuevas de experimentación que no
dejaban de encantar y de causar asombro en lectores que realizaban un esfuerzo
muy inicial por separarse de su pasado cultural.
Pero no hay duda de que el esfuerzo de acceso a la «ciencia» se encontraba
en marcha, y que una primera retórica de ciencia comenzaba a captar el lenguaje

204 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

de los ilustrados de finales del siglo XVIII, lo que finalmente produjo resultados
notables en el campo de la Historia Natural, más, desde luego, en el campo de
la asimilación de los resultados de la «ciencia linneana», de su incorporación
a un proyecto de apropiación práctica de las riquezas naturales, que como una
discusión y examen crítico y teórica del legado recibido, lo que de ninguna
manera debe considerarse como una tarea menor en el campo propio de la
ciencias o como un simple caso de epigonismo, cuando se trata de una forma
estricta de participación en uno de los momentos de la ciencia, tal como ésta
efectivamente se produce.
En virtud de los cuatro argumentos presentados, MSR piensa que no es
posible «en rigor filosófico» admitir como «causa suficiente… la que publicó
el referido Padre [Cassani] y que ha corrido hasta el presente sin contradicción
alguna». La crítica de la explicación que en 1741 había ofrecido el padre
Cassani en su relato «del gran ruido» de 1687, conduce a MSR, por su propia
lógica, a plantearse una nueva reflexión «que nos deje satisfechos acerca del
verdadero origen de tan raro fenómeno» y cerrará entonces esta parte de su
intervención indicando que esa pregunta sobre «el verdadero origen» (origen
identificado con causa) será a la que intentará responder ahora «con cuanta
claridad y sencillez me sea posible».

IV
La dificultad de explicar un ruido

Una semana después, en el siguiente número del PP –el número 181–, MSR
volverá sobre el asunto de las causas «del gran ruido», pero no comenzará
enfrentado de manera directa la pregunta que había dejado planteada sobre
«el verdadero origen» del fenómeno, sino que preferirá hacer primero algunas
consideraciones sobre el carácter infinito del conocimiento, sobre los límites
humanos del conocer y sobre su confianza en el avance y el progreso del saber,
a pesar de todas sus dificultades y tropiezos.
Fiel en este punto a la confianza racionalista en el conocimiento que
caracterizó a los ilustrados y que se expresó de manera regular en esa retórica
repetida que ya hemos mencionado, acerca del avance impostergable del saber
humano y el viaje de las sociedades hacia la perfección –una retórica que
desde luego no fue sólo repetida por los ilustrados neogranadinos sino que se
encuentra presente en toda Hispanoamérica y en dosis diversas en las sociedades
intelectuales europeas–, MSR volverá a poner de presente su confianza en los
avances del conocimiento humano y en la perfectibilidad del propio

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 205


RENÁN SILVA

conocimiento, aunque bien pronto se encontrará con el problema de los límites


del conocer, pues los ilustrados pensaban que detrás de la idea de avance del
conocimiento podría encontrarse también la soberbia y la vanidad humanas, y
un peligroso desafío a la sabiduría divina, materia sobre la cual abundó el PP –era de
hecho un tópico de esa sociedad, no sólo de los ilustrados–, cuando llamó la atención
sobre la soberbia del conocimiento en el campo de la ciencia y la filosofía, pero
mucho más en terreno de las formas de gobiernos representativos, en las utopías
republicanas y en las aspiraciones igualitarias, aspiraciones que le recordaban a
MSR parte de esa vanidad que aspiraba al dominio del mundo sin sujeción a un
ser divino, lo que le parecía distintivo de las pretensiones francesas en 1789,
con las consecuencias funestas que la aventura de un pueblo dirigido por les
philosophes, había terminado por producir32.
El testimonio de fe en el progreso del conocimiento se iniciará con una
crítica que MSR dirige a la opinión del Abad Juan Andrés –a quien cita33–,
quien desconfiaba del avance de las ciencias experimentales y la matemática,
lo que para el editor del PP es un juicio errado, a pesar de que reconoce los
límites del conocimiento humano y lo poco que se sabe incluso respecto de
objetos sencillos, de estructura al parecer simple, «como un insectillo de los
que nos parecen más despreciables».
Carácter infinito pues del mundo por conocer y fuerzas humanas limitadas para
el conocimiento de ese mundo infinito de objetos por conocer, al mismo tiempo que
un estado presente (histórico) de conocimientos –el estado actual de las ciencias de
su época, tal como las conocía o las imaginaba–, que a pesar de sus avances era aún
incipiente, por lo que «aunque el mundo existiese otros tantos siglos, se quedarían
ignorados en el vasto campo de la física un sinnúmero de secretos», cuyo conocimiento
resultaría de gran utilidad para corregir muchísimos errores «en orden a varios objetos
de los cuales creemos tener una correcta y completa noción»34.
32
. Cf. sobre el mismo tema el capítulo II.
33
Cf. en general Francisco Aguilar Piñal, «La Ilustración española», en F. Aguilar Piñal
(edit.), Historia literaria de España en el siglo XVIII, Madrid, editorial Trotta, 1996, pp. 13-39, que
ofrece una imagen de síntesis del problema y realiza un inventario muy documentado de
nombres, autores e ideas principales de los personajes principales de la historia de la ciencia y de
la filosofía en España en esos años –no dejemos de advertir que el propio editor indica en la
introducción al volumen (pp. 9-10), con muy buen juicio, que «Entiendo, pues, la historia
literaria en el sentido dieciochesco del término literatura, tan diferente del actual», lo que
permite entender porque el volumen resulta de nuestro interés.
34
PP. No 181, 27-02-1795 [«Continúa el apéndice a la disertación del padre Cassani»], para
todo lo que sigue, mientras no se advierta lo contrario. Dos puntos deben precisarse. De una
parte la función de utilidad que debe cumplir el conocimiento (social y natural) en la reforma
y mejora de la sociedad, como lo dice aquí –y en otros muchos lugares– MSR. Pero de otra parte
hay que dejar en claro que el carácter progresivo y perfectible del conocimiento humano, para
los ilustrados hispanoamericanos de fuerte cultura católica, no acerca a los hombres al
conocimiento infinito, que no existe más que posibilidad divina. La limitación es pues doble. Cf.

206 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Pero el conocimiento humano (la ciencia en este caso) no existe bajo una
forma puramente general. Lo que hay son ramas del conocimiento y todas
ellas no tienen el mismo grado de evolución ni han producido la misma suma
de saberes y verdades. Por eso MSR pasa enseguida a comparar, en el plano de
sus procedimientos y de sus resultados, a la anatomía con lo que hoy llamaríamos
la geología, y hace notar que en la primera el «cuchillo disector» facilita las
observaciones del «ojo filosófico del naturalista», a pesar de lo cual, «la
estructura interior del cuerpo humano, después de repetidas e innumerables
disecciones anatómicas», sigue siendo un mundo lleno de lagunas de
conocimiento. Si ello ocurre en el campo del estudio del cuerpo humano,
cuánto pues «no será más difícil el conocimiento de la organización interna
de la tierra, cuyas entrañas están llenas de prodigios…» que no podemos
observar de manera directa.
La comparación puede ser discutible a nuestros ojos –sobre todo si se tiene
en cuenta que la ciencia de hoy no solo ha definido de una forma nueva la
práctica de la observación, mostrando que ella es producto de la rejilla con
que se observa, es decir del punto de vista del observador, antes que de la
simple función empírica «del mirar», y si se recuerda que la ciencia de hoy
cuenta con instrumentos que permiten observar «lo que no vemos»–, pero la
conclusión que de su idea saca MSR no deja de ser de interés para su discusión:
«Lo que digo es que restan muchísimos otros [fenómenos] por conocer, así en
las entrañas, como en la superficie del globo».
El avance argumental de MSR, antes de entrar de lleno en el núcleo de lo
que piensa que son sus demostraciones y pruebas, se despliega ahora en dos
direcciones, pues, aplicando lo que Cassani había hecho notar acerca de los
informes del Provisor eclesiástico y en general acerca de los testimonios de
1687 (es decir, que todos los testigos estaban afectados por un cierto efecto del
azufre que los hizo ver con poca claridad el suceso al que se enfrentaban), dirá
del testimonio de Cassani que es materia discutible, porque el cronista se
encontraba afectado por «la propia calidad del suceso», «por la confusión con
que se observan sus circunstancias» y por varios otros motivos «contrarios a la
rigurosa exactitud con que deben referirse estos eventos», y aunque declara
que prescindirá de la discusión detallada de las condiciones de los testimonios
en que se apoyó Cassani, deja el «aire enrarecido», por así decir, en cuanto a la
exactitud de los informes en que apoyó sus análisis el Padre jesuita35.

simplemente como un ejemplo al respecto PP. No. 239, 8-04-1796, «Extravagancias del siglo
ilustrado», texto en donde el canónigo Nicolás Moya Valenzuela, un colaborador del PP, escribe:
«Atribuir a la razón un imperio ilimitado, al mismo tiempo que ella nos hace ver su debilidad y
la estrechez de sus límites: he aquí la extravagancia capital de nuestro celebrado siglo».

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RENÁN SILVA

Habiendo puesto ya en tela de juicio el testimonio recogido por Cassani


en su época sobre un viejo suceso quién sabe si bien recordado –MSR no
discute nada acerca de la forma de recolección de informaciones sobre el «gran
ruido» por parte del Padre Cassani–, el redactor del P.P. pasa a mostrar sus
propios títulos y calidades como observador y se presenta como un hombre en
extremo atento a los movimientos de la naturaleza, de una manera que sus
contemporáneos tal vez no le reconocieron y que los comentaristas posteriores
hemos pasado de largo –o por lo menos no hemos discutido con cuidado–.
Dos puntos para resaltar sobre esta desconocida actividad de escrutador
de los cielos de MSR. De una parte, la observación de la naturaleza, como una
forma de control de la especulación en el campo de la astronomía y del estudio
de la naturaleza fue, efectivamente, una actitud permanente de la generación
de los ilustrados que inicia sus estudios a mediados de los años 1760 e
inmediatamente siguientes, y es en gran medida el producto de sus formación
cultural al lado de José Celestino Mutis. De otra parte, no se puede olvidar
que es una actitud más extendida de lo que se puede suponer y se encuentra
entre gentes de diversa condición social y profesional: clérigos, comerciantes,
agricultores, funcionarios –de hecho durante un cierto tiempo MSR mantiene
en el PP información semanal sobre lo que llamaba «afecciones astronómicas»
e indica su importancia–.
No es raro pues que MSR haya sido un escrutador del cielo, una actividad
que además adelantaba en compañía de sus jóvenes discípulos y amigos con
los que se reunía o bien en la Biblioteca Pública, o bien en la oficina de la
administración de correos. En varias oportunidades en el PP se dejan ver esas

Anotemos de paso que las condiciones sociales, intelectuales y culturales de un testimonio


35

son algunos de los puntos menos tratados con perspectiva crítica en años recientes por la
historiografía, cuando aborda los problemas designados como de método histórico, lo que resulta
un efecto esperado del reciente dominio postmoderno (hoy en su agonía) en las ciencias
sociales. Sobre este punto la historiografía postmoderna nos ha arrastrado hacia una falsa
alternativa, que oscurece mucho más los problemas. De un lado, si «todo vale», si cualquier
testimonio –calificado o no– tiene el mismo valor, porque todos son hijos unilaterales del
relativismo de la cultura –de ahí que se postule el fin de toda distinción entre etnógrafo e
indígena, pues esa distinción no sería más que autoritarismo–, el problema de las condiciones
del testimonio se convierte en asunto accesorio, que no debe ser tenido en cuenta en el análisis
de las fuentes históricas de un problema determinado. De otro lado, y en dirección contraria, la
escandalosa y explícita valoración aprobatoria de todo testimonio que provenga de las filas de
los «amigos» –los grupos subalternos, los excluidos, las minorías– y la desconfianza sobre aquellos
otros que son producto de las burocracias, de las autoridades, de los administradores, de las
gentes de mando, es decir de los «enemigos», tal como de manera práctica se ha procedido por
parte de unas ciencias sociales y una historia militantes, que sin mayor rigor se dedican a lo que
llaman la «crítica del poder y de las élites». Sobre el tema del testigo y del testimonio puede
verse –para empezar– la interesante obra de Renaud Dulong, Le temoin oculaire. Les conditions
sociales de l’attestation personnelle, Paris, EHESS, 1998.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

labores de observación, que muestran en el PP y en MSR esos juegos


permanentes de relevo entre los torneos retóricos y la actitud experimentalista,
juegos que ponen de presente las formas de cambio y de resistencia en el
marco de una cultura intelectual que encuentra sus límites y descubre sus
horizontes. Así por ejemplo, cuando MSR escribe: «En efecto, aunque el tiempo
estuvo nebuloso [sic], hubo sus momentos de luz en que pudimos percibir este
fenómeno natural en compañía de algunos sujetos con los que nos hallábamos
en la administración de correos de esta capital, y hemos sabido que muchas
personas [más] también lo notaron»36.
MSR dirá que la observación de los cerros de Monserrate y Guadalupe –que
se erigen como cerros tutelares de Santafé–, de su clima y atmósfera («las
frecuentes alteraciones del aire atmosférico» que caracterizan a la ciudad) ha
constituido «uno de los principales objetos de mi estudio por el espacio de
cuatro años», lo que le había permitido «formar un juicio más regular y exacto
acerca de la teoría de los vientos en esta parte meridional de la América, en
donde la naturaleza obra de un modo rarísimo, enteramente distinto del que
sigue en las demás regiones de la tierra».
Dejemos de lado en esta oportunidad el esfuerzo permanente que hicieron
los ilustrados hispanoamericanos por encontrar una caracterización de la
«naturaleza americana» diferente u opuesta de la «naturaleza europea» –la
africana les parecía cosa de bárbaros y del Asía sabían aun menos–; pero no
dejemos de señalar que debajo de ese esfuerzo de ciencia y de observación lo
que parece haber ante todo es el intento de establecer principios de identidad
en sociedades que ya habían madurado lo suficiente desde el punto de vista de
sus estructuras sociales.
La situación a este respecto es muy aguda en Nueva Granada, a diferencia
con México y el Perú sobre todo, pues hasta hacía muy poco tiempo,
posiblemente hasta la «segunda fundación» del virreinato después de 1740, el
territorio y la organización política parecían los de una sociedad fragmentada
entre regiones descoordinadas, dependientes a veces de Lima, a veces de Quito,
a veces de Santafé, y en cierto momento del siglo XVI de Santa Marta. La
Ilustración neogranadina no fue la búsqueda de la Independencia –objeto
muy poco imaginado, si acaso lo fue, antes de 1808–, y mucho menos la
búsqueda de la revolución política moderna. Fue ante todo la búsqueda de
identidad de grupos sociales nuevos, carentes de poder social, que buscaban
sus apoyos en fuerzas excéntricas a las que la tradición había por varios siglos
legitimado. La ciencia, el trabajo, la historia natural, la filosofía sensualista y

36
PP. No 36, 14-10-1791.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 209


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racionalista –bajo formas moderadas, se cita a veces a Bacon y a Condillac– y


el comercio –una forma nueva de virtud y un elemento destinado a desarrollar
las formas civilizadas de la «socialidad»–, serían las condiciones que deberían
garantizar las nuevas modalidades de una vida social incrustada en los ideales
de progreso y felicidad37.
Pero concentrémonos más bien en el hecho de la existencia de esa paciente
labor de observación que realizaba MSR –«cuatro años de juiciosas
observaciones»–. Una labor que le parece al director del PP que lo autoriza
para ofrecer con alguna calificación sabia un dictamen «sobre las causas que
pudieron producir el ruido» de Santafé en 1687. En el punto de partida se
encuentra una nueva discusión de uno de los datos que había reportado el
padre Cassani en el inicio de su relato: que el día nueve de marzo de 1687, al
llegar la noche, el cielo se encontraba sereno. En realidad detrás de ese cielo
sereno lo que había –pensaba MSR– era una observación mal adelantada y
un desconocimiento de los movimientos de la atmósfera de la ciudad, pues esa
calma –falsa calma para MSR–, «indica una gran reunión de todos los
corpúsculos sulfurosos, salitrosos y demás sustancias minerales que nadan
continua y abundantemente en la atmósfera de esta ciudad», señalando
enseguida que el mes de marzo era particularmente proclive a la formación de
ese fenómeno de nubes con alta concentración de sustancias que luego se
hacen aire enrarecido38.
El apéndice del redactor del PP a la presentación «del gran ruido» que
había hecho tantos años atrás el Padre Cassani seguía extendiéndose, pues
MSR necesitaba espacio para desarrollar su argumentación. Así que en el
número del PP de la siguiente semana continuó con sus demostraciones,
definiendo lo que creía que era el principio de método central en su manera
de enfrentar el problema39.
Según MSR, aunque había muchas formas de «concebir la causa de
enrarecerse o de tener menos densidad la atmósfera» –con lo que intentaba
probar el origen «del gran ruido» y explicar los olores a azufre que todos los
testimonios parecen haber mencionado–, en su exposición se proponía, como

37
Cf. al respecto R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808, op. cit., en donde se
puede leer una interpretación extensa en esta dirección, a lo largo de todo el texto.
38
MSR no sólo desarrolla con cierta amplitud sus observaciones sobre la atmósfera de
Santafé, aunque de continuo se queje de la falta de espacio para dar a conocer sus teorías, sino
que anuncia a los lectores que tiene sobre estos temas varias obras en preparación: «En nuestras
reflexiones físicas sobre el primer capítulo del Génesis, confiamos en Dios que podremos producir
dentro de pocos meses varias pruebas acerca de este mismo asunto» –el influjo planetario y del
sol sobre los cuerpos sublunares–.
39
PP. No 182. 6-03-1795, para todo lo que continua, mientras no advirtamos otra cosa.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

lo reitera una y otra vez, usar «solamente de aquellas [razones] que participan
menos de las ideas abstractas y metafísicas, exponiendo… las que parecen más
fáciles de percibir, por cualquier hombre de mediana razón», con lo cual volvía
a poner de presente su fidelidad al ideario ilustrado del PP, que tenía como
uno de sus objetivos la difusión del saber de la forma más amplia que fuera
posible, aunque sabemos que no solo las condiciones sociales y culturales
terminaron imponiéndose a la buena voluntad «evangelizadora» de los
ilustrados, sino que ellos mismos padecieron una radical ambigüedad frente a
muchas de sus mejores ilusiones. Así por ejemplo en lo relacionado con la
extensión generalizada del conocimiento a través de la educación, una idea
sobre la que mantuvieron muchos de los prejuicios de la época; o en lo
relacionado con el ideal de la «libre comunicación», una idea que mantuvieron
y defendieron, aunque en gran parte restringida al propio grupo de los ilustrados
y a las gentes que les eran socialmente más cercanas.
El punto fuerte de la demostración de MSR –y desde luego el punto más
débil y donde comienza a ser claro el «enredo científico» que su propia
explicación de lo que va a designar como un «meteoro», va a producir–, se
desprende de sus análisis teóricos sobre las observaciones atmosféricas que
había realizado con tanta paciencia por largos años40.
Después de haber vagado un poco por el cielo y por las nubes y por los
«cuerpos inficcionados» que andan sobre el cielo de Santafé, el redactor del
PP desembocaba en la idea de que todos los cuerpos son de manera básica
fuego –«Todo hombre va en medio de una atmósfera cuya mayor parte debe
considerarse como fuego»–. En la propia transpiración de los cuerpos lo que se
encuentra es fuego, fuego que sube hacia la atmósfera, a la que se suma el
fuego de los fogones, de las velas, de las hogueras –«todos los fuegos encendidos
en la ciudad»–, y todo eso enrarece el aire y «desparrama por sus inmediaciones
todos los corpúsculos que nadan sobre ella» [sobre la atmósfera]. Todos estos
corpúsculos «sulfurosos y salnitrosos [sic] que nadaban sobre la ciudad» se
movieron, por acción de los vientos y fueron a plantarse detrás de las montañas
de Monserrate y Guadalupe… y la reunión de todos los corpúsculos con los
demás vapores que suben de las lagunas y riachuelos que hay en los vallecitos
40
La «solución final» para el enigma «del gran ruido» se sintetizaba para MSR en la palabra
«meteoro», aunque hay que dar a la palabra el sentido que el autor le otorgaba, pues no se trata
propiamente de un objeto físico, sino más bien de un fenómeno óptico y sonoro de causas físicas,
que se desprende de transformaciones atmosféricas. Cf. por ejemplo PP. No 183. 13-03-1795, en
donde se lee: «Demostrado ya que puede haber acontecido el mismo meteoro así en este reino,
como en otras partes de uno y otro continente…». Esta debería ser una concepción corriente en
su época, pues MSR cita para reafirmar su punto de vista el Mercurio Peruano –No 24. 15-02-
1791–, en donde la ida parece ser la de un fenómeno óptico, cuando se trata de explicar lo que
es un «meteoro».

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RENÁN SILVA

que forman las dos montañas, terminaron formando «un nublado muy espeso»
–un conjunto de nubes repletas de múltiples materiales prestos a descargarse
al chocar entre ellas–.
A su vez, las nubes en proceso de fermentación, fueron arrastradas por los
rayos del sol y en algún momento debieron encontrarse con el «nublado
detenido», «cuya materia se debe suponer muy dispuesta a incendiarse», razón
por la cual con toda seguridad debió iniciarse detrás de las montañas de
Guadalupe y Monserrate una «tempestad de truenos y relámpagos», «que debió
durar una considerable cantidad de tiempo, hasta la total extinción de la
materia», pero que precisamente por iniciarse detrás de los cerros y no alcanzar
una altura considerable, no pudo ser vista desde la ciudad, lo que condicionó
los testimonios de la época, y por tanto el propio relato posterior del Padre
Cassani, en lo que tiene que ver con el cielo sereno que había precedido a la
tempestad que finalmente llegó. Después, continua MSR, el aire enrarecido
corrió con violencia por encima de los cerros que cubren el oriente de la
ciudad, y se difundió por todo Santafé, «produciendo no solo aquel gran
ruido… sino el hedor de azufre que se experimentó».
Para MSR su «demostración» es completa, a pesar de las dificultades que hoy
nosotros podemos sospechar que en encuentran en su planteamiento –y a pesar
de las objeciones que sus contemporáneos pudieran haberle presentado–. Declara
entonces que el más competente físico no se encontraría en condiciones de
contradecir «unas razones tan fundadas en la universal experiencia», señalando
que su explicación «no contradice lo posible», lo que la hace perfectamente
racional –es decir ajustada a los principios de racionalidad del pensamiento de
su época, como diríamos nosotros–; o como dice el redactor del PP:
«[explicaciones] ceñidas a cuantos principios puede suministrar la misma
naturaleza».
Sin adelantarnos a nuestras propias conclusiones al final de este texto, hay
que señalar que a pesar del carácter perfectamente discutible de la explicación
presentada, los principios generales en los que trata de apoyarse MSR no
dejaban de ser, en esa sociedad, principios de una gran novedad y consistencia
en el trabajo de las ciencias, resumidos en la fórmula que pide que las
explicaciones ofrecidas «no contradigan lo posible».
O dicho con otras palabras: nosotros podremos desconfiar razonablemente
de la explicación de MSR, pero no hay duda de que hay en sus soportes y
protocolos, por lo demás muchas veces violados en la propia demostración
ofrecida, un punto de positivo avance en el camino de socialización en
principios elementales de la ciencia moderna, cuando el autor declara que en
su juicio puede haber engaño, pero que cree haberse aproximado «al modo

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

más cercano y verosímil de que es susceptible el asunto», porque «designar


asertivamente la causa del fenómeno», es decir responder de manera completa
los interrogantes planteados, «¿quién puede hacerlo por una demostración
sensible y evidente?», esto es en el terreno de la demostración empírica, con
lo que plantea el problema de la duda que toda explicación de ciencia termina
dejando, cuando de ciencia efectivamente se trata, y la limitación que los
medios «sensibles y evidentes» tienen cuando se trata de dar cuenta de
fenómenos que por principio contradicen el mundo sensible y evidente –algo
que debería comprender un poco menos el propio MSR, quien no debería
estar familiarizado con el hecho de que el mundo sensible y observado en
multitud de oportunidades contradice las explicaciones de la ciencia, ya que
percepción y explicación, pueden resultar incompatibles41.
En cualquier caso, a pesar de todos los revueltos de energías, materias,
corpúsculos, movimientos de nubes y cambios en la atmósfera por sustancias
sulfúreas, no hay duda de que la explicación intentada por MSR era diferente
a la ofrecida medio siglo antes por el Padre Cassani, pues mientras el jesuita
buscaba en el «abajo» de la tierra que pisaba, el redactor del P.P. buscaba la
explicación en el cielo –la atmósfera– que hace años escrutaba. Sin embargo,
los dos habían dado un paso cultural mayor, al declarar que el suceso podría
explicarse desde el punto de vista de la naturaleza, sin recurrir a la noción de
milagro, avance cultural significativo, máxime cuando se trataba de dos
creyentes convencidos.
Pero MSR quería ir más allá en su explicación y abordar un asunto más
que se encontraba por ahí como un hilo suelto en los sucesos estudiados. Lo
que restaba por indagar, dice el propio periodista, era lo relacionado con las
voces escuchadas por el Provisor arzobispal. Para MSR había que partir de un
hecho preciso, mencionado en el testimonio de Cassani. Había que partir de
la atmósfera humana contaminada por el pánico colectivo, «pues toda la gente de
la ciudad se encontraba conmovida y llena de pavor», como lo había advertido
Cassani, al afirmar que todo el mundo había estallado en gritos «que resonaban
precisamente por toda la atmósfera».
En relación con el Provisor arzobispal, MSR dirá que también se encontraba
sorprendido por la situación y sin respuesta para ella, y fuera de sí, por el
propio efecto del olor a azufre –que a todos afectaba–, lo que hizo que

41
Cf. por ejemplo Gaston Bachelard, La formación del espíritu científico. Contribución a un
psicoanálisis del conocimiento objetivo [1948, para la primera edición en castellano], Buenos
Aires, Siglo XXI Editores, 2010 –vigesimosexta reimpresión–. No se me escapa, claro, que en
muchos puntos la obra de Bachelard puede haber envejecido, pero no tengo duda ninguna de
que su idea central: la crítica de lo visible inmediato, mantiene su vigencia.

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fácilmente cayera en la idea de atribuir «esta vocería» que viajaba en el aire al


demonio, «como espíritu inmundo que siempre anda entre las pestilencias», y
que por eso se figuró que los ruidos que escuchaba, producidos por el
movimiento del aire, «eran blasfemias, insolencias y obscenidades». La
magnitud del pánico «la grandeza del susto»– era tal que había motivos
suficientes para «haber creído esto y muchísimo más», con lo que no solo se
justifican las declaraciones que se dice fueron las del Provisor, sino que al
mismo tiempo se las ponía en tela de juicio.
El gran ruido era pues un fenómeno extendido que se había generado por
el movimiento del aire –el silbido de los vientos–, por la gritería de gentes en
estado de pánico que se imaginaban que el fin del mundo había llegado, por
los ecos creados por los propios sonidos que se estrellaban con las
construcciones, «formando en su choque y repercusiones ciertos chiflidos»,
como «unos gritos fuertes» que «hiriendo el tímpano de nuestros oídos nos
parecen voces articuladas por algún racional», tal como lo imaginó el Provisor
–aunque nosotros podríamos también preguntarnos, para complementar los
interrogantes de MSR, por qué las voces articuladas que llegaban a los oídos
del Provisor adquirieron las formas de voces «lascivas y pecadoras–».
A esa gran corriente de ruido, que era producido por el viento –aire en
movimiento– y por el griterío de las gentes en pánico, se añadía el hecho de
que como Santafé estaba «rodeada de montañas y de muchas cavernas», éstas
reproducían los sonidos a la manera de un «eco horroroso», sin descontar el
ruido de los pájaros y de otras aves despertadas por los sucesos y participando
con sus voces del griterío humano creciente, y aun habría que tener en cuenta
toda clase de animales que había dentro y fuera de la ciudad, «y esta variedad
produjo una algazara horrible que ayudó a aumentar el efecto». MSR cierra
esta parte de su análisis indicando que «Todos estos motivos debieron
concurrir… y por tanto no se han de mirar con indiferencia… Pero pasemos
ya a otra especie de reflexiones no menos dignas del asunto».

V
El Gran Ruido y los problemas de la fe y la piedad

Explicado el problema de una forma que lo hacía aceptable para él y para sus
contemporáneos, a pesar de las dudas que desde el presente podríamos tener
sobre tales explicaciones y sobre la asimilación de la ciencia moderna por
parte de los ilustrados neogranadinos –y no creemos que la situación en otras
partes de Hispanoamérica haya sido tan diferente–, MSR, hombre insistente,

214 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

cuya pluma difícilmente se detenía, decidió continuar la discusión del problema


desde otros ángulos, y en un nuevo número del PP –el número 183–, prosiguió
la discusión.
Comenzó entonces el editor de PP reconociendo que lo que en principio
se había presentado como un «Apéndice» había terminado siendo «una difusa
[extensa] disertación», pero justificó el hecho recordando que su época era la
de la crítica y la del examen de argumentos, o como dice en otras partes, la
«época de la Ilustración», y entonces escribía que «La edad en que existimos,
como es la de la crítica más refinada, exige un modo de escribir circunstanciado
y exacto», lo que reclamaba espacio y detalle42.
A continuación, y luego de haberse puesto él mismo algunas objeciones a su
argumentación –objeciones que desde luego no tuvo inconveniente en superar–,
MSR procedió a sacar las dos principales conclusiones de su exégesis crítica de
las explicaciones del Padre Cassani sobre el «gran ruido». Afirmó, en primer
lugar, que en virtud de todas las razones examinadas se podía afirmar que «…el
suceso experimentado en esta ciudad la noche del nueve de marzo de 1687 está
en todas sus partes contenido dentro de la esfera de la posibilidad física y natural».
Con esta primera observación conclusiva –y a su manera revolucionaria,
en el marco de esa sociedad–, el «affaire» no se cerró, porque a continuación
MSR se planteó lo que consideraba la dificultad siguiente a que arrastraba su
conclusión, pues si las causas físicas podrían explicar por completo el suceso
acontecido el nueve de marzo de 1687 como asunto meramente humano,
qué se podría decir de la creencia popular al respecto, qué se podía decir del
culto religioso que acompañaba a esa creencia, qué decir de las celebraciones
religiosas que recordaban tales sucesos. Y aun más, ¿es que acaso podría
reputarse «por una crasa ignorancia o una devoción indiscreta y supersticiosa
el querer que pasen milagros y prodigios?». ¿Era una simple superstición y una
devoción engañosa el querer hacer pasar por milagros «en el mismo seno del
Santuario» a eventos que eran esencialmente producidos por causas naturales?43
Preguntas interesantes, que para los lectores más advertidos del PP deberían
tener un significado de enorme actualidad, pues se planteaban precisamente
en los días anteriores y posteriores a la celebración religiosa del 9 de marzo que
42
PP. No 183. 13-03-1795. Todas las citaciones que siguen remiten a este número, mientras
no advirtamos otra cosa. En otras partes del PP, MSR afirmará que extensión y exactitud, en
contra de una forma puramente «compendiada», como la que exige el periodismo, eran
características definitorias del método histórico. Cf. al respecto el capítulo II de la presente obra
43
MSR declara de inmediato, fiel a sus creencias, que la existencia de causas naturales no
anula la acción divina, pues es el «poder divino [el que] les dio [a esas causas] desde el principio
el ordinario influjo por leyes inalterables en la conservación física del universo». Pero aun así el
problema de la posible superstición y el hecho comprobado de la ausencia de milagro no estaba
saldado.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 215


RENÁN SILVA

acompañaba el recuerdo del «gran ruido», y ello pese a que la celebración


religiosa ya se había independizado del hecho de memoria que se supone
recordaba. No es exagerado suponer, desde luego, que los sermones del 9 de
marzo deberían tratar de actualizar los sucesos que se encontraban en el origen
de la celebración. Pero muchas informaciones indican que más allá de un acto
de fe, normal en una sociedad católica, las celebraciones del 9 de marzo no
aportaban nada especial a la memoria perdida de un hecho ya trasladado al
folclor y a las convenciones espontáneas y mecánicas, cuyo sustrato original
de animación desconocemos, lo que indica que la preocupación por la
ortodoxia en la explicación del hecho y en su celebración, era mucho más
una preocupación de la sociedad sabia y de la religiosidad pietista de los
ilustrados, y no un problema de actualidad colectiva, ni una amenazante
creencia que hubiera que combatir.
El asunto del «gran ruido» era pues un problema de gran alcance en el
campo intelectual, como lo indicamos en el párrafo anterior, y el texto de
MSR anunciará el recorrido de nuevos caminos, en su análisis, cuando proceda
a señalar la segunda de sus conclusiones al respecto. Una conclusión que, al
igual que la primera, resultaba de importancia mayúscula en el marco cultural
de esa sociedad. Enunciémosla en las propias palabras del redactor del PP:
«En una palabra, el ministro de la religión [y] el teólogo evangélico, no tienen
ya motivo para disertar sobre un asunto que en todas sus partes corresponde al
examen del filósofo y del naturalista».
Cuando se mira con cuidado la anterior afirmación y se la relaciona con la
primera conclusión que ya hemos mencionado y comentado, no es posible
ignorar la presencia de rasgos modernos que asombran, y debe recordarse que
no hay muchos textos de finales del siglo XVIII en el virreinato de la Nueva
Granada que se le puedan comparar. No podemos suponer con toda exactitud
si MSR comprendía de manera clara o intuía el significado inquietante de su
afirmación, si es que su significado es el mismo que hoy podemos suponer.
Lo que indica la frase de MSR es un proceso de separación de dos ámbitos
que en las sociedades de Antiguo Régimen eran inseparables, ámbitos que en
el campo de la cultura intelectual adquirieron la forma de una separación
entre ciencia y teología (e incluso la aparición de la llamada teología racional),
procesos de diferenciación cultural que deben estar relacionados con las
recientes distinciones en el campo de la cultura académica de ese entonces,
con otras distinciones en curso. Por ejemplo la separación entre derecho
canónico y derecho civil, o entre lógica aristotélica y «lógica perceptiva», o
entre vida privada y vida pública –una distinción en curso, en una fase muy
inicial en el virreinato de Nueva Granada–; procesos a los que hechos como

216 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

la fuerte historización de la enseñanza de la jurisprudencia –como lo


comprueban los planes de estudios de finales del siglo XVIII, que ya no remiten
principalmente al campo de la historia bíblica.
El lector notará además la concordancia que hay entre las dos proposiciones
recién citadas: de una parte que el suceso examinado está dentro del orden de
las condiciones físicas de la naturaleza. De otra parte, y por lo tanto, se propone
la afirmación de que en su análisis la competencia sabia y legítima recae toda
sobre el filósofo y el naturalista, y no sobre la Iglesia y sus ministros, lo que
muestra el avance de claros principios de secularización en algunas esferas del
conocimiento y de la sociedad.
No encuentro nada comparable a esa «escandalosa proposición», en
términos de importancia cultural e intelectual, por fuera de las afirmaciones,
tan poco estudiadas, de Antonio Nariño, en el momento del proceso que se le
siguió por la impresión de los Derechos del Hombre. Así por ejemplo cuando
citando El espíritu de los mejores diarios, pero asumiendo la proposición, plantea
que la religión pertenecía a la esfera de lo privado, y que un individuo, cristiano,
musulmán o lo que fuera, no tendría derecho a ser molestado por sus creencias
religiosas, desde que los respectivos rituales y ceremoniales de su confesión
fueran adelantados en su casa, es decir en el ámbito de lo privado, sin que
nada de eso le signifique a Nariño renunciar a su fe de católico convencido44.
No podemos sin embargo ir más lejos en nuestro comentario de la forma
como aparecen en el PP estos dos «enunciados» que indican que los fenómenos
físicos pertenecen al campo estricto del conocimiento de la naturaleza, y que,
de otro lado, distinguen, entre dos esferas de conocimiento, entre dos espacios
de intervención intelectual, entre dos lugares de la acción social y espiritual;
una distinción, en fin, que amplía la esfera de lo profano en la sociedad, pues
necesitaríamos más elementos documentales para profundizar en el problema,
e incluso necesitaríamos saber si afirmaciones de esta naturaleza levantaron
reacciones críticas de parte de la Iglesia o de letrados (o autoridades) que
podían no compartir estas proposiciones y verlas como una amenaza para la
tradición, pero no hay duda, en cualquier caso, que se trata de proposiciones
que muestran elementos de secularización, efectivos, concretos, localizados
en uno de los archipiélagos culturales de esa sociedad, el mundo de sus hombres
de letras, o por lo menos de una parte de ellos.
MSR, falto de espacio en su periódico, de tan solo ocho paginitas semanales,
tuvo que detenerse en la discusión, luego de volver a repetir que esos argumentos
se desprendían de manera directa de su formulación, y tuvo que limitarse a
44
Cf. Proceso de Nariño –Compilación de Guillermo Hernández de Alba–, Bogotá,
Presidencia de la República, 1980, Tomo I, p. 418.

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RENÁN SILVA

anunciar que la semana siguiente respondería con detalle sobre las


implicaciones de estos asuntos y sus conclusiones, y que procedería, además,
«a finalizar este escrito en que he sido más difuso de lo que pensaba», lo que
hizo que las elaboraciones en torno al suceso del gran ruido se detuvieran ahí,
y lo que hoy hace que parte de nuestra incertidumbre sobre las conquistas
culturales de este pequeño estallido de modernidad que fue la Ilustración en
este lado del Atlántico, permanezca como un cuestionario en marcha, aun
muy lejos de respuestas que nos dejen medianamente satisfechos, sobre el
contenido básico de lo que se insinúa como una importante transformación
intelectual y cultural.
Una semana después de expuestas sus conclusiones sobre el gran ruido,
MSR volvió en el PP sobre el asunto, pero abordó más bien los problemas
relacionados con las celebraciones de piedad religiosa, pero siempre en el marco
de lo que hemos llamado sus dos principales conclusiones.
MSR reiterará en el «Fin del Apéndice»45 –una semana después–, que si
bien el propósito de sus textos no había sido otro que demostrar «la posibilidad
física del suceso», se encontraba muy lejos de creer, como deducción de sus
análisis, que el «acto religioso de acción de gracias» con el que los fieles
«mostraban su agradecimiento y conformidad con el Señor y que se repetía
cada año, careciera «de legítima razón». Su idea, declaraba, era por completo
diferente. No hay ninguna oposición entre la acción agradecida del rezo y la
explicación causalista de la ciencia. Muy por el contrario, sería necesario alabar
a esas gentes que ante el suceso corrieron a rezar y a confesarse y se postraron
a los pies del Señor, pues se sabe que la historia de la humanidad está llena de
desgracias naturales (terremotos, sequías, destrucciones de diversa índole),
todas ellas con causas naturales, que obran en el mundo ordinario en su enlace
físico, el mismo que cobija a «todos los entes que componen esta gran máquina
del universo». Sobre eso no debería haber duda; como no debería haber duda
acerca de que Dios se encontraba detrás de todo ello como primera causa,
«que le da toda su fuerza y movimiento a las segundas [causas], para que
obren en un impulso extraordinario y amenazante», en conformidad con «los
sabios designios de su altísima potencia». O como dice enseguida MSR,
tratando de hacerse comprender de sus lectores de manera aun más clara:
«Voy a explicar más este raciocinio [el de las causas]. Dios designó en la creación
del mundo a cada una de las segundas causas […] y los efectos que deben
producir en ciertos tiempos… La naturaleza es una fiel ministra, una puntual
y constante ejecutora de los decretos santísimos del Dios inescrutable».
PP. No 184. 20-03-1795. La misma referencia para todo lo que sigue, a no ser que se
45

advierta otra cosa.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

El asunto es pues que entre el funcionamiento causal (y por lo tanto


susceptible de ser explicado) de la naturaleza, y la acción divina, que puede
tomar la forma de castigo divino, no hay contradicción, como lo muestra a
cada paso la Sagrada Escritura y como lo sabe todo cristiano «medianamente
instruido en la historia de su religión» y Dios, que es misericordioso incluso en
su enojo, ha usado en todos los tiempos más de la amenaza que del castigo, lo
que explica que el «gran ruido» fuera ante todo una advertencia que logró
despertar la fe dormida de los santafereños. Es por eso que MSR cita a
continuación un corto pasaje del Deuteronomio que refuerza su idea: «Ya, ya
está cerca el día de mi venganza; ya, ya llega la hora de su ruina, según les
decía a los israelitas a través de Moisés…»46.
MSR regresa luego a su crítica del Padre Cassani y, al parecer con plena
conciencia de la posición que adopta, se pone del lado del juicio popular («la
común creencia»), sobre la presencia del demonio representado en el olor a azufre,
creencia que Cassani había rechazado en su interpretación, bajo la idea de que el
azufre, que efectivamente estuvo presente, simplemente indicaba que la sustancia
estaba por ahí, o bien en manos de particulares que algún uso hacían de ella, o
bien en la propia superficie de la tierra, en su interior, pero muy cerca de la superficie,
razón por la cual con facilidad el olor había subido a la superficie, alterando sí la
conciencia de las gentes y la del Provisor, lo que reforzado por la representación
histórica del demonio como criatura que aparece envuelta en olores de azufre,
había constituido la base de la formación de la leyenda.
Así que medio siglo después de la crítica ilustrada de Joseph Cassani a la
idea de la presencia demoniaca en el «gran ruido», concretada en el olor de
azufre, ocurre el hecho, paradójico en apariencia, de que uno de los
representantes más decididos de la Ilustración neogranadina toma la vía
explicativa opuesta y sostiene que la representación popular del demonio como
envuelto en azufre, no tiene nada de estrambótico, que es creencia ortodoxa
de la que desde luego él mismo participa, pues «el cuerpo del ángel tenebroso
será formado de materias sulfúreas, crasas, pestíferas», exactamente lo opuesto

46
Señalemos de paso que la idea de castigo divino por las malas acciones humanas no es
una idea que pertenezca al pasado «no ilustrado» de la religión católica y que se mantenga
como una supervivencia popular, que los ideólogos sabios de la religión (los teólogos) no han
podido, a pesar de sus esfuerzos, poner en su lugar. Forma parte integral del catolicismo, tiene
repetidas referencias en las Escrituras y, en el último tercio del siglo XVIII fue una idea de
manera repetida puesta a circular por clérigos y autoridades, en casos de «calamidad mayor»,
como por ejemplo la revuelta de los Comuneros en 1781, que se asoció de manera directa con
la epidemia de viruela de la misma época –meses posteriores–, que sería una de las formas del
castigo divino por el levantamiento. Cf. al respecto R. Silva, Las epidemias de viruela de 1782 y
1802. Contribución a un análisis histórico de la apropiación de modelos culturales, Medellín, La
Carreta editores, 2006 –segunda edición–.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 219


RENÁN SILVA
a los espíritus de luz, a los ángeles buenos, a quienes «la naturaleza les ministra…
corpúsculos puros… fragantes, que exhalan todas las sustancias odoríferas y
preciosas de la tierra…» como lo enseña «la experiencia y la sagrada historia».
Entonces, concluye, MSR, diciendo: el demonio, «me parece muy conforme
a la razón» y no hay nada para extrañar en que «haya producido ese resultado
físico»47.
MSR concluirá su exposición repitiendo –como siempre– que le hace falta
espacio para desarrollar sus ideas «con la extensión que corresponde» – «¡Pero
qué hemos de hacer si son tan estrictas las leyes de un papel periódico!»,
escribe de manera exclamativa-, y acepta que hay que concluir, «cuando
debemos empezar», limitándose en el último párrafo de su trabajo a sintetizar
la dirección en que avanzaba su discusión del «gran ruido» de 1687: «En fin:
esta segunda parte de la disertación no ha tenido otro objeto que el de indicar
la probabilidad física de que las apariciones diabólicas puedan producir el hedor
de azufre que niega el padre Cassani y que comúnmente se atribuye a una
persuasión ridícula del populacho».

VI
Un final importante pero poco ruidoso

Así pues, una vela a la ciencia newtoniana de las causas y otra a la existencia
de Lucifer, un hecho en el que tal como lo hacía MSR, firme creyente del
catolicismo y racionalista convencido, no hay que ver ninguna «contradicción»
–en el sentido banal que esta palabra adquirió desde hace tantos años, y a la
que acuden los comentaristas cada vez que se encuentran ante el hecho de
que la mayor parte de los «sistemas de pensamiento» no muestran el «principio

Los análisis del «aire» también podrían prestar aquí su concurso, pues, como dice MSR,
47

«Primeramente hemos de suponer que en toda aparición (ya sea de espíritu bienaventurado o de
precito [¿?]) convienen los autores más graves, que aquella figura y cuerpo visible que toman es
formado de aire no de nube, pues ya sabemos que los entes espirituales son por su naturaleza
absolutamente incorpóreos». La relación entre la enfermedad y el aire, las ideas de miasma, de
«aire inficcionado», presentes sobre todo en los cuidados de salud con los que se quería enfrentar
enfermedades y epidemias como las de viruela, y que conducían a prácticas de higiene de
carácter civilizador, son un desarrollo de la medicina neogranadina, presente en otros virreinatos,
desde luego, y en la propia España. Su principal propagador en el virreinato de Nueva Granada
fue José Celestino Mutis, a través de indicaciones prácticas sobre la salud y los cuidados del cuerpo
y la necesidad de la higiene y salubridad públicas. Cf. al respecto J. C. Mutis, Escritos científicos de
don José Celestino Mutis (compilación, prólogo y notas de Guillermo Hernández de Alba y Gonzalo
Hernández de Alba), Bogotá, Instituto de Cultura Hispánica, 1983.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

de coherencia» que analizados desde fuera, desde el presente, desde el punto


de vista del anacronismo, se les exige48.
En el caso particular que hemos considerado hay que agregar algo más: así
como constituye un error reducir la ciencia a una representación social (igual a
cualquier otra representación social) y excluir del campo de la ciencia la
aspiración a una verdad que, aunque relativa e incompleta, sea algo más que
una simple representación, tal como se imaginan las cosas las teorías escépticas
contemporáneas, según las modas postmodernas del último tercio del siglo
XX, es un error separar la ciencia de sus formas de representación social, formas
que la incluyen irremediablemente en un sistema de creencias mayores, creencias
que en muchas oportunidades pueden ser adversas a ese sistema de enunciados,
como lo hemos podido constatar estudiando las interpretaciones y
representaciones en torno al «gran ruido». Se trata de un hecho que se acentúa
mucho más en el caso que consideramos, y en esa sociedad particular, en una
situación en la que una pequeña comunidad intelectual intentaba acceder a
los peldaños iniciales de la actividad científica moderna, en condiciones que
no eran las más favorables, ni desde el punto de vista de las oportunidades
intelectuales, ni desde el punto de vista del entorno y contexto sociales y
culturales, que definían sus límites y posibilidades, e impedían una ruptura
dramática con las formas culturales de la sociedad, lo que hubiera hecho a ese
grupo blanco de las prohibiciones de las autoridades y objeto de crítica y
rechazo de la comunidad, tanto de sus grupos tradicionales dominantes, como
de los grupos culturales subalternos, todos ellos inscritos, de manera básica, en
el mismo sistema de creencias.
Es esa situación histórica descrita la que hace que el peso de las «culturas
heredadas» –que no son simplemente una «herencia que el pasado no ha
podido borrar»– pudiera en gran medida neutralizar las nuevas adquisiciones
del conocimiento o por lo menos volverlas compatibles con enunciados con
los que en principio no lo serían. En nuestro caso particular, hay que poner de
presente un problema del análisis cultural que no siempre se menciona con el
énfasis suficiente por parte de los estudiosos, quienes parecen a veces imaginar
los «sistemas intelectuales» como sistemas de «ideas puras no contaminadas»
con su pasado, o sin relación con elementos de creencias anteriores que en
principio, en términos puramente lógicos, se les opondrían, y que por lo tanto

48
Sobre la inutilidad del «principio de coherencia» en el estudio de obras y pensadores cf.
Quentin Skinner, «Significado y comprensión en la historia de las ideas», en Quentin Skinner,
Lenguaje, política e historia, op.cit., pp. 109 y ss., en especial p. 133 en donde Skinner señala que:
«La explicación dictada por el principio de la navaja de Occam (que una contradicción aparente
puede ser simplemente una contradicción) no parece tomarse en cuenta».

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RENÁN SILVA

asumen que el estudio de los sistemas de pensamiento se reduce a la descripción


de «arquitecturas conceptuales», validadas por ellas mismas49.
Desde el punto de vista del enfoque que aquí se plantea y se propone, y
que tiene una larga tradición en una forma de ciencia social que ha sido
silenciada en los finales del siglo XIX, se trata de lo siguiente: la formación
cultural de una sociedad, de un grupo o de un sujeto, comporta «profundidades»
y se organiza sobre la base de estratos acumulados de temporalidades
diferenciales –para acudir a una imagen «braudeliana»– y no se reduce
simplemente al plano superficial de las «ideas claras y distintas» que pueden
aparecer en la superficie –dejemos de lado el problema complejo de las formas
de relación y de organización entre esos planos, y pensemos solamente en la
idea de Freud sobre la amplia capacidad de racionalización y de sublimación
de los sujetos, para lograr acuerdos entre grupos de creencias diferentes y
hacerlas funcionar como si constituyeran una unidad50.
Hay que agregar además que MSR y en mayor medida que muchos de los
Ilustrados que eran sus amigos y contertulios de ese entonces, participa de una
fuerte actividad imaginaria y es un escritor profundamente fantasioso, muy
rápido para sacar conclusiones sobre cuestiones de ciencia que poco conocía.
De hecho el editor del PP había construido una especie de reflejo argumental
que le permitía salir de todas las encrucijadas de ciencia en donde con la
mejor buena voluntad y un gran desconocimiento se internaba, reflejo a través
del cual sometía las dificultades a un aplazamiento– «lo que consideraremos
en otros números de nuestro periódico», se le escucha decir de manera repetida–
o las hacía a un lado, declarando que se trataba de hechos obvios sobre los
que el lector no tendría necesidad de ocuparse, como también se comprueba
cuando se sigue con cuidado su escritura –¡tarea nada fácil!–, y ante las
dificultades de análisis recurre a la fórmula según la cual sería un insulto a sus
49
La situación se hace aun más problemática cuando se procede a la reducción del
pensamiento social a «discurso» –dejando de lado que se trata de una forma de intervención en
el marco de las discusiones de una sociedad–, y el análisis se coinvierte en una paráfrasis
ingenua de lo que los documentos dice, sazonada en el jugo de comentarios militantes, de gran
anacronismo, sobre el uso social del conocimiento por parte de las elites y los poderosos, con fines
de control social.
50
Como se sabe la idea de los planos diferentes y a veces superpuestos se encuentra desde
muy temprano en la obra de C. Ginzburg. Cf. por ejemplo Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos.
El cosmos según un molinero del siglo XVI [1976], Barcelona, Muchnik, 1981. Utilicé esas ideas de
Ginzburg –de las que tenía alguna versión un tanto diferente a partir de Freud– hace ya tiempo
en R. Silva, Universidad y sociedad en el Nuevo Reino de Granada. Contribución a un análisis de la
formación intelectual de la sociedad colombiana, Bogotá, Banco de la República, 1993, capítulo IV,
en donde estudié un manuscrito «autobiográfico» de un cura del siglo XVII; y luego en R. Silva,
Los Ilustrados de Nueva Granada. Genealogía de una comunidad de interpretación, op. cit, en
donde mostré cómo se podría ser ilustrado, católico y esclavista al mismo tiempo y sin mayores
problemas.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

lectores entrar en tales minucias demostrativas. Escuchémosle por una vez


acudiendo a su reflejo defensivo: «Sería demasiado impertinente detenernos
a explicar por menor cuántas y de qué actividad son las diferentes materias
que concurren a la formación de esos meteoros y el modo en que obran entre
sí cuando se reúnen… Omitimos pues todos estos puntos porque no
consideramos que sobre ellos ocurra ningún reparo»51.
Pobre, lleno de mil menesteres diarios, trabajando siempre en medio de
mil afanes en su rústico semanario, cada semana esperando para saber si a la
siguiente la precaria imprenta de la ciudad funcionaría y si existiría el dinero
para pagar al impresor, sus incursiones en la física de los corpúsculos, en las
teorías sobre la velocidad del sonido, la química del aire y el análisis de la
electricidad no podían ser más que discutibles –aunque su situación de acceso
a la ciencia no era en ese momento diferente sino en grado, pero no en
naturaleza, a la de sus más jóvenes «compañeros ilustrados»–52.
Nada de eso le resta importancia a su trabajo ni a las definiciones que hizo
en repetidas ocasiones del «programa ilustrado» local, apoyándose en todo lo
que podía poner a su servicio, incluidas formulaciones que poco tenían que
ver con el ejercicio de la crítica racional, enraizada en esa actitud nueva que
descubrió la moderna sociedad civil en marcha desde los finales del siglo XVII
y ya de rasgos muy definidos a finales del siglo XVIII; esa actitud de crítica que
ha tenido una de sus manifestaciones más felices en la filosofía de Kant, un
autor al que nunca mencionó MSR –quien como resulta explicable no tuvo
oportunidad ninguna de conocer su obra MSR, la que no le hubiera agradado–,
pero cuyo espíritu parece haber asimilado, como espíritu de época, una conquista
respecto de la cual no deben llamarnos a confusión sus constantes y sinceras
declaraciones monárquicas y católicas, declaraciones presentes igualmente en
muchos otros de quienes fueron los artífices de esa primera forma de elaboración
de la modernidad intelectual entre nosotros y… en Europa.
Que MSR fuera al mismo tiempo un monárquico convencido, un católico
romano que creía firmemente en las sagradas verdades de la religión y del relato
bíblico, y que nunca hubiera podido liberarse del todo de las concepciones
organicistas de la sociedad, a pesar de los pasos firmes que dio en dirección de
una concepción moderna de la sociedad –es decir individualista y anclada en

51
Cf. PP. No 182. 6-03-1795. Nosotros sabemos sin embargo que se trataba de un punto
importante y muy difícil de su argumentación.
52
Caracterizando su actividad de escritor y de editor MSR indicaba que muchas de sus
reflexiones las escribía «para que las personas sensatas mediten sobre ellas con más examen que
el que le es permitido a un hombre que escribe sin tener tiempo para leer ni coordinar
metódicamente sus raciocinios». PP. No 184. 20-03-1795.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 223


RENÁN SILVA

los valores del individuo como sujeto soberano–, no es asunto que deba aterrarnos,
sino más bien ponernos de presente los obstáculos y dificultades que la
emancipación ilustrada ha significado para diversas generaciones de creadores
culturales, a lo largo de todo el siglo XVIII y hasta el presente.
Pero no hay duda que en diversas oportunidades MSR y el PP hicieron
definiciones de la actividad crítica moderna, que debieron haber sido un ejemplo
para los «jóvenes ilustrados» y hombres –y seguramente mujeres– de letras,
que eran sus amigos y lectores, y todo ello con un elemento adicional de gran
valor, y es que MSR no separaba la actitud crítica de su propia existencia y sabía
que esa crítica era ante todo crítica de sí mismo, como cuando escribía
refiriéndose a sus textos: «Siempre hemos deseado que nuestros yerros y
equivocaciones fuesen combatidos con todo el rigor de la sana crítica, tanto
porque conocemos la debilidad de nuestras luces, como porque tenemos la
fortuna de amar la verdad… con absoluta preferencia a nuestros caprichos y
propia estimación»53.
De nuestra parte tal vez deberíamos terminar simplemente recordando la
vieja observación de Gaston Bachelard, repetida tantas veces, acerca de las
diferencias entre el punto de vista de la crítica epistemológica y el análisis
histórico, una diferencia según la cual, un error de ciencia en el pasado –una
proposición que estimamos hoy como un error– es un error que no puede sino
criticarse en el presente y desde el presente. Pero ese mismo error, desde el
punto de la historia de las ciencias y de los saberes, y bajo el enfoque del método
histórico, es siempre un error de época, se inscribe en un sistema más general de
creencias y puede haber tenido un alto valor racional para los contemporáneos
de ese error, que precisamente lo podrían haber estimado como una verdad.
Una perspectiva de análisis histórico que a veces se olvida, cuando la tarea del
historiador se confunde con el examen crítico realizado desde el presente,
con olvido de las condiciones y situaciones de las sociedades y las culturas en
que tales enunciados han encontrado el camino de su formulación y las vías
de su difusión54.

PP. No 176. 23-01-1795.


53

Cf. al respecto Quentin Skinner, La verité et l’historien [2010], Paris, EHESS, 2011 –existe
54

traducción al castellano en Pablo Sánchez Garrido (ed.), Historia del análisis político, Madrid,
Tecnos, 2011, pero no he podido consultar esa edición–. Skinner es firme y explícito en señalar
que la preocupación por imponer sobre el pasado de la ciencia una crítica que dependa de las
formas actuales de la ciencia es un despropósito, por lo menos para los historiadores; y recuerda
que la tarea del análisis histórico es la de mostrar la racionalidad que para su época pudo haber
tenido un determinado enunciado, independiente de su carácter verdadero o falso. Pero su
defensa de este principio no se emparenta de ninguna manera, como lo advierte, con una
defensa del relativismo conceptual y con la idea del «todo vale» de los relativistas culturales
extremos de años recientes.

224 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

VII
Sagrado/profano como fronteras móviles

MSR era un católico convencido, y era además un hombre integralmente


respetuoso de las normas de su Santa Madre Iglesia. Era lo que se puede designar
como un ortodoxo, en cuanto a las verdades de la fe, como lo declaró en el PP
en varias oportunidades en que, en el campo de la literatura o del análisis
histórico o filosófico, se tropezó con algún problema del campo de las verdades
reveladas, y entonces quiso advertir a sus lectores, no solo sus limitaciones en
cuanto al conocimiento en esos terrenos, sino su respecto por el Concilio de
Trento y demás verdades del catolicismo. Así por ejemplo, en un poema de
tema religioso que publicó en el PP y en donde rozó alguna verdad sagrada y
escribió alguna frase que podría confundir a sus lectores en el campo de los
dogmas de la Iglesia, advirtió enseguida, en nota de pie de página: «Cuidado
no se entienda que el autor puede sentir [en este punto] al contrario de lo
definido por el santo Concilio de Trento…», citando enseguida, con toda
precisión la parte respectiva de las determinaciones de Trento a las que hacía
referencia55.
MSR distinguía con precisión entre las verdades universales y eternas de
la fe y el terreno mundano de las ciencias, aunque el carácter de «producto
segundo» de estas últimas –la teología no solo gobierna a la filosofía sino que
es la reina de las ciencias– no disminuía su importancia en cuanto «a su pública
utilidad» para el proyecto ilustrado de reforma de las costumbres, de crítica de
los «prejuicios y falsas preocupaciones», lo mismo que su significado en el
camino del conocimiento y explotación racionales de la naturaleza.
La importancia social e intelectual de las ciencias –y en general del
conocimiento– fue además un criterio, casi siempre expresado en clave irónica,
para su crítica de la concepción de las ciencias como adorno y como simple
motivo de conversación de sociedad, como cuando escribía que el «objeto»
de las ciencias y de los conocimientos que éstas producían no era el de servir
como adorno «para lucir en los estrados», o «en los paseos y en las lunetas de
las comedias… en los cafés» y mucho menos «en las antesalas de los
poderosos»56.
Crítico permanente de los usos puramente retóricos del conocimiento y
de la filosofía –usos de los que él mismo parece no poder escapar–, MSR se
afanó siempre por dejar en claro que los «discursos» del PP no constituían

55
PP. No 21, 1-07-1791. Cf. también PP. No 236.
56
PP. No 201.

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«declamaciones vagas, en que más triunfa el calor de la elocuencia que la


solidez de la filosofía». Por el contrario, defendía la idea de que todas sus
proposiciones en el PP eran el producto del análisis y de la «rigurosa crítica»,
un hecho que puede ser en muchas oportunidades desmentido desde el punto
de vista de los resultados, pero difícilmente en cuanto a los propósitos. Por
eso, en una de las innumerables disputas que sostuvo con sus corresponsales,
afirmaba que «… todos los puntos que me he propuesto hasta aquí los he
analizado con rigurosa crítica, separándome de los raciocinios puramente
metafísicos, porque considero que en vano sería mi trabajo, sino pretendiese
conducir mis ideas al término de la evidencia y la demostración»57.
De ese interés por el orden de la demostración y por el examen de las
evidencias empíricas en el análisis de los problemas que caían bajo su
consideración –bien se tratara del universo de los fenómenos físicos, bien se
tratara de las discusiones sobre la evolución de las sociedades humanas–, MSR
tuvo oportunidad de dar cuenta en múltiples oportunidades, momentos en
donde no solo expuso esos criterios formales de búsqueda de la verdad, sino
en donde se mostró abierto a hacer todas las rectificaciones que sus afirmaciones
pudieron exigir.
Esa voluntad permanente de rectificación, una clave de la actitud de ciencia
ayer y hoy, se combinó con su idea de la existencia de «esferas» diferentes de la
acción humana y del conocimiento, que consideramos en el numeral anterior.
En particular su esfuerzo de difusión del conocimiento se apoyaba en la idea
de que la Ilustración incluía al mismo tiempo dos movimientos que no
resultaban alternativas excluyentes. De un lado la afirmación de que las
verdades de la fe eran un campo de exclusiva competencia de las autoridades
legítimas de la Iglesia. De otro lado el convencimiento de que las verdades
sobre la naturaleza y la sociedad eran terreno de la libre búsqueda de los hombres
de conocimiento y de letras, un principio intelectual moderno que postuló,
defendió, trató de poner en marcha y contradijo en innumerables ocasiones,
a lo largo de la historia del PP.
Se trata de un punto de interés en el análisis histórico de la Ilustración
local, porque pone de presente la manera como los procesos de secularización
adquirían fuerza más allá del «centro europeo», no solo por «contagio» o
«copia», sino por una conjunción de nuevas ideas sobre el mundo natural y
humano, y procesos de cambio social que, si bien podrían no tener en
Hispanoamérica la amplitud de lo que se podía observar en Europa, no dejaban
de resultar significativos para la vida intelectual.

57
PP. No 13, 6-05-1791.

226 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

MSR, según hemos podido establecer –y esto cobija a todo el grupo de los
Ilustrados– creía en los milagros –el asiento definitivo de la fe religiosa–, como
lo repitió innumerables veces en el PP58. Pero no creía en todo lo que se
declaraba por parte de la opinión –regularmente popular, a veces culta– como
milagro, aunque se tratara de una noticia que pasara por la letra impresa,
como se puso de presente a finales de 1796, en uno de los últimos números del
PP, cuando debió intervenir en una discusión sobre milagros, en la que tuvo,
además, no solo que hacer explícitos sus criterios periodísticos cuando se trataba
de validar una información, sino necesidad de rectificar sobre la existencia de
un milagro, una noticia que había asumido el PP y que luego se mostró como
inexistente59.
El asunto se relacionaba con una información recibida desde Italia, por la
vía de España, y tenía que ver con el prodigio de una imagen de la Virgen
Nuestra Señora, en Ancona, que abría los ojos, como si se tratara de una
criatura viva, noticia que el PP acogió, recién fue conocida por un número
grande de creyentes en Santafé, y que entró de inmediato al campo del
comentario, de la aprobación, y del rechazo (en este último caso por parte de
fieles que consideraban la noticia una exageración y una especie de burla a la
propia Iglesia y a Nuestra Señora)60.
La noticia parece haber despertado una dura disputa en torno al carácter
«falso o verdadero» del episodio, y parece rápidamente haber dividido la opinión
de la ciudad en «bandos y partidos», como regularmente ocurría frente a este
tipo de hechos, y al final se mostró como falsa, lo que obligó al PP a rectificar
sobre la información que había suministrado, y a su director, MSR, a explicarse
sobre las razones por las cuáles la noticia había sido aceptada como verdadera.
Comenzando su pequeña defensa por esta «falla periodística», MSR dirá
que en primer lugar lo movió a la aceptación sin mayores discusiones el hecho
de que la información había despertado, como era de esperarse, un fenómeno
de devoción católica, que encontraba respetable y apreciable, precisamente
como creyente, y que no parecía haber, en principio, un gran temor de que
«acaso [el milagro] podía no salir verdadero», pues ante una duda razonable
sobre el hecho hubiera desestimado su publicación, como había ocurrido en
el pasado con muchísimas de las noticias recibidas. Pero a ese fenómeno de
devoción católica, que había seguido a la difusión de la noticia, se sumaba el

58
Cf., entre muchos otros ejemplo, sus opiniones sobre el milagro de curación de una mujer,
por la intercesión de San José, tal como relataba a través de una carta, en abril de 1795, el ex/
jesuita neogranadino Tadeo Vergara, y cuya noticia MSR incluye en su semanario, en PP. N0
213, 9-10-1795.
59
Cf. PP. No 260, 2-12-1796.
60
Cf. PP. No 261, 9-12-1796.
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hecho de que la fuente de información era múltiple, pues «muchas cartas de


particulares ratificaban el asunto», y eran noticias que provenían no solo de
Roma sino de España61.
Pero había algunos hechos más que invitaban a aceptar, en principio, la
noticia difundida. De un lado, Ancona, la ciudad del milagro, no se encontraba
alejada de Roma y era además una ciudad marítima, que tenía muchas
posibilidades de comunicación y de rectificación. Pero además, el Padre general
de los Capuchinos había ratificado el hecho, y la noticia había sido publicada
en Roma, por las autoridades civiles y eclesiásticas, y había sido impresa, y
luego había viajado a España, en donde había sido acogida, traducida y de
nuevo publicada, en este último caso en el Diario de Valencia, y era por este
conducto y por innumerables cartas de particulares que hablaban del suceso,
que había llegado hasta Santafé, lo que convenció al editor del PP a publicar
la noticia del milagro.
La discusión acerca del pretendido milagro y acerca de la publicación de
la noticia en el periódico de la ciudad debió ser «animada», por así decirlo,
pues el propio editor menciona su participación en tales discusiones, en donde,
según cuenta, para sorpresa nuestra, MSR había sostenido sus propias dudas
acerca de lo que había informado a sus lectores, y había declarado que se traba
de un asunto «en donde es indispensable una crítica sagaz, juiciosa y exenta
de preocupaciones» –respecto de lo que afirma por escrito ahora, MSR
aprovecha para citar a su favor, como en tantas otras oportunidades, a su
maestro Feijóo–, y termina avanzando una conclusión, que es una rectificación
de la noticia presentada: «Es pues innegable que las noticias que dimos a luz
pueden ser falsas por muchas razones físicas, morales y políticas… aunque en
la publicación de ellas se haya procedido de buena fe por cuantos conductos
se ha transmitido desde la ciudad de Ancona hasta la de Santafé de Bogotá».
El examen de sus propias fuentes de información, la atención al largo viaje
de la noticia (desde Ancona por España hasta el virreinato de Nueva Granada),
su propia rectificación y las dudas que anuncia haber tenido desde el principio
(dudas ahogadas por su respeto por las devociones de los creyentes, y su
disposición a discutir sobre el evento, son todos hechos que ponen de presente
la forma como MSR asumía su trabajo de periodista y el cuidado que ponía en
la verificación de las informaciones que reproducía.
Pero es posible que más allá de esos criterios de verdad, de por sí distintivos
de una sociedad moderna, lo más importante se encuentre en el «trasfondo»
del asunto, en la condición que hace posible esos criterios, en el esquema de
PP. No 261, 9-12-1796, y la misma referencia para todos los encomillados que continúan,
61

mientras no se advierta lo contrario.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

clasificación y de designación de ámbitos diferenciados que parece encontrarse


en la raíz misma de esa forma de encarar los problemas, una concepción según
la cual las esferas de lo secular y lo sagrado se ofrecen al juicio de los individuos
y de las sociedades a partir de criterios diferenciados, históricos y por lo tanto
cambiantes, lo que nos recuerda algo que a veces se olvida en las indagaciones
sobre los procesos de secularización: que las fuerzas y criterios sobre los cuales
se apoyan tales procesos responden a relaciones de fuerzas particulares,
cambiantes; no se comprenden bien bajo la forma de una línea ideal de progreso
permanente, no cobijan a las sociedades a lo largo de todos sus procesos, no se
organizan como «paradigma» insustituible que constituyera el horizonte de
todos los grupos humanos de una sociedad, no son configuraciones culturales
que representen conquistas permanentes instituidas de una vez y para siempre
y cuyo advenimiento al mundo reviste una sola figura posible (que admitiría
variantes menores), que termina siendo siempre la occidental y europea de los
siglos XVI al XIX, en fin, todo lo que nos recuerda que los procesos histórico/
concretos de «eso» que llamamos secularización se parecen muy poco a lo que
los libros de ciencia social nos dicen al respecto, y no solo los precarios manuales
que son la versión favorita de los profesores, sino aun los más clásicos y acertados
de tales estudios.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

PAPELES PERIÓDICOS Y ESCRITURA DEL TIEMPO


HISTÓRICO

Que delicia fuera para la sociedad, ver que en las principales ciudades de América
se establecía un escrito público, por medio del cual se ilustrasen mutuamente los
países; se estrechase más la comunicación entre los hombres; circulasen con
recíproco interés un cúmulo de noticias útiles; y al fin viniese de una vez a
derramarse la luz sobre el vasto terreno que en otro tiempo inundaron las tinieblas1.

Introducción

El texto recién citado, publicado por el PP como noticia sobre la aparición del
primer periódico quiteño, y como homenaje a los «papeles públicos» que
empezaban a aparecer en América hispana, pertenece al Prospecto que
anunciaba la próxima aparición del papel periódico de Quito, intitulado
Primicias de la cultura de Quito, y continúa de la siguiente manera:

Quizá no habría una época más gloriosa para la política y la religión, porque
sin este medios [los papeles periódicos públicos impresos] no es posible que
se civilicen aquellos que componen el infinito número, con quienes
precisamente se debe contar, como una porción tal útil de la república. La
obscuridad de su destino no les proporciona ningún modo de adquirir ni aun
las nociones más comunes de una educación regular, y desde luego un Papel
público les facilita entrar en parte en el goce de este tesoro preciosísimo, que
los reúne en el amor de su especie, haciéndolos verdaderos hombres2.

1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, 1791-1797, Bogotá, Banco de la República,
1978. –Edición facsimilar en siete tomos–, [en adelante PP], No 43, 9-12-1791. «Noticia de un
Papel periódico establecido en la ciudad de Quito –Las Primicias de la cultura de Quito–».
2
Ibídem. La relación entre cultura y humanidad, distintiva del mundo de los Ilustrados, es
puesta de presente por el texto de MSR, y representa uno de los momentos más claros de la idea
ilustrada de educación para todos, y de educación por medio de todas las formas de la cultura
escrita impresa, una idea planteada en este texto que citamos sin ninguna de las vacilaciones
que, en otros momentos, acompañan su presentación –una ambigüedad que cobija también los
escritos y actitudes de mayor parte de los ilustrados neogranadinos, pero que no tiene por qué

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Se inicaba también que las Primicias de la cultura de Quito recibían


suscripciones desde noviembre de 1791, y que sus tareas comenzarían en enero
de 1792, bajo condiciones de formato, precio y aparición muy similares a las
del Papel periódico y a las de El Mercurio Peruano, de tal manera que esas tres
capitales (Lima, Santafé y Quito) lograban lo que Ciudad de México había
alcanzado timpo atrás, un acontecimiento cultural que demoría un poco más
en el caso des ciudades de Caracas, Santiago y Buenos Aires3.
Desde Santafé y a través de la oficina del Papel Periódico, que tenía su
pequeña sede en la Administración de Correos, se podían hacer suscripciones
para los periódicos de Lima y de Quito, y a los abonados se les daba en el momento
de la suscripción el Prospecto de los nuevos papeles públicos a que se abonaban
–el Prospecto fue siempre una declaración de principios ilustrados y un diseño
del plan de trabajo que cada una de estas publicaciones se había propuesto4.
Las relaciones entre el Mercurio Peruano y el PP fueron cordiales e intensas
y cada uno de ellos dio cuenta de la aparición del otro y estuvo pendiente de
su situación, y aunque las relaciones fueron menos estrechas con el semanario
fundado en la Habana y con las Primicias de la cultura de Quito, todos los
periódicos mencionados, en mayor o menor medida, fueron leídos y citados
por sus lectores de los otros virreinatos5.
ser interpretada de manera unilateral, con indiferencia por otras declaraciones y acciones de los
ilustrados que van en sentido contrario, como una prueba del «carácter excluyente de la
Ilustración».da de manera unilateral, con indiferencia por otras declaraciones y acciones de los
ilustrados que van en sentido contrario, como una prueba del «carácter excluyente de la Ilustración».
3
Había noticias sobre las iniciativas en esa dirección de las ciudades de Santiago y de
Buenos Aires, pero en realidad esas dos ciudades se demoraron un poco más en el proceso de
creación de su prensa diaria, un hecho que finalmente va a coincidir con la explosión de la
«palabra impresa», que sigue a la invasión napoleónica en la Península y a la aprobación de la
libertad de imprenta. Cf, al respecto de la explosión general de la palabra escrita que acompaña
el movimiento de Independencia y de revolución François-Xavier Guerra, «’Voces del pueblo’.
Redes de comunicación y orígenes de la opinión en el mundo hispánico», en Figuras de la
modernidad. Hispanoamérica Siglos XIX-XX (Compilación de A. Lempérière y Georges Lomné),
Bogotá, Universidad Externado de Colombia, IFEA, Taurus, pp. 157-190.
4
Cf. por ejemplo PP. No 1, 9-02-1791: «Preliminar», en donde la fines ilustrados de difusión
del conocimiento, de su circulación entre las provincias y la capital, de su conexión y entre el
virreinato y la cabeza de la monarquía en Europa, se dejan bien establecidos, en el lenguaje del
individuo racional y la utilidad pública, con el propósito de romper con la «inacción» y alcanzar
las metas del progreso y la civilización.
5
Cf. por ejemplo PP. No 24, 22-07-1791, que da cuenta por primera vez y ampliamente de
la aparición de su similar de Lima –tal como el Mercurio Peruano lo había hecho–. Algunas de
las pocas obras impresas en Nueva Granada a finales del siglo XVIII, encontraban suscriptores
en la ciudad de la Habana y ejemplares del periódico habanero llegaban a Santafé. Cf. PP. No
24, 22-07-1791. La lectura del PP en clave no nacionalista convence pronto de que se trata de
un mundo mucho más conectado de lo que siempre suponen quienes adelantan sin mucho
fundamento la fundación de los «países» hispanoamericanos y proceden como si los «estados
nación» hubieran existido desde siempre. Cf. por ejemplo, en nuestro campo de estudios, PP. No
136, 4-04-1794, en donde se recuerda que las suscripciones al Memorial Literario de la corte de
Madrid, para las Filipinas y para las Indias pueden hacerse a través de México.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Manuel del Socorro Rodríguez [en adelante MSR] repite de manera habitual
que los papeles periódicos de la América hispana, que en su opinión tienen el
año de 1791 como el «año feliz» de su comienzo definitivo, están llamados a
hacer una gran contribución al progreso de estas sociedades y de la propia
Europa –en la visión de los ilustrados América está destinada a hacer una gran
contribución a la propia civilización universal–, pero reconoce que en su origen
tales instrumentos de comunicación son creación europea del siglo XVII, y
afirma que la invención y difusión de ellos pertenece en particular a ciertas
sociedades europeas. Dirá entonces que bajo el propósito de «la utilidad común,
causa única de su existencia», los mercurios, gacetas «y demás escritos de esta
clase», todos parecen derivados del «Diario de la Francia»6. El editor del PP
hace referencia a una polémica sobre el origen de los papeles periódicos y
escribe que: «Los buenos críticos jamás concedieron la gloria de esta plausible
invención a Wolfio, escritor alemán que pretendió atribuírsela en el [año] de
1684…», pero dejando de lado el tema, indica enseguida que: «… no siendo
de nuestra incumbencia el averiguar el país en que tuvo su origen [el
periodismo], nos contraeremos solamente a su utilidad»7.
Los temas y las valoraciones ilustradas sobre la importancia de los «papeles
públicos» son los mismos a lo largo de toda América hispana –la utilidad y la
felicidad públicas del hombre racional son las palabras que resumen esos temas
y valoraciones–, aunque las evoluciones no coincidan en todas las oportunidades
y haya ligeros desfases cronológicos en la fundación de los papeles periódicos en
los virreinatos e intendencias bajo la dominación española –con alguna
anterioridad a favor de Nueva España–, y su estudio pone de presente las
interacciones de los dos lados del océano Atlántico, y las formas como la
aventura periodística de los reinos hispanoamericanos de Ultramar alimentó
y enriqueció una historia que se liga de manera tan directa con aquella de la
circulación de ideas, con la difusión del conocimiento, y desde luego con la
propia revolución política moderna, aunque por caminos que nada tienen
que ver con las teleologías anticipatorias habituales.
La historia de los papeles periódicos de finales del siglo XVIII en
Hispanoamérica –en realidad en la última década del mencionado siglo– se
liga de manera particular con problemas históricos de enorme significado en

6
PP. No 1, 9-02-1791.
7
Ibídem. Una visión realista del problema de los «orígenes» de la prensa periódica y sus
relaciones con el pasado de las publicaciones de noticias, diferentes de lo que el siglo XVII y
XVIII designarán como «papeles públicos periódicos», en Carmen Espejo, «Un marco de
interpretación para el periodismo europeo en la primera Edad Moderna», en R. Chartier y C.
Espejo (editores), La aparición del periodismo en Europa. Comunicación y propaganda en el Barroco,
Madrid, Marcial Pons, 2012, pp. 103-126.

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el campo de la cultura y de la política, pero no menos con cambios en la


propia estructura de la sociabilidad y de la sensibilidad. De un lado problemas
que tienen que ver con las transformaciones en la idea de historia y actualidad,
y con la definición de esa realidad que nos acompaña desde entonces y que
llamamos «la noticia» –bajo una forma nueva, que introduce ideas nuevas
acerca de la verosimilitud de un suceso y que profundizan la distinción entre
fábula e historia, según las palabras del propio siglo XVIII. Problemas nuevos
que además ahora se ligan con una historia que se despliega ampliamente
sobre el registro de la vida cotidiana.
De otro lado, el cambio tiene que ver también con la aparición de algunas
referencias culturales, inéditas también, que se ven emerger sobre todo en dos
puntos fundamentales, que resultan ser de una gran novedad: de una parte la
idea del «soberano lector», con derechos y deberes –una dimensión más del
«público soberano»–, y de otra parte una idea nueva de «tiempo histórico»,
dos realidades que no han dejado de ampliarse, bajo formas diversas y a veces
contradictorias, desde el siglo XVIII, y que pueden estudiarse en el PP a la
manera de un «gran laboratorio de trabajo» que ofrece indicaciones parciales
sobre un proceso de comunicación que aun continúa ante nuestros ojos.

I
El Autor del PP. Las autoridades y el PP

Para designar su trabajo en el PP, su responsable, MSR, utilizó varias palabras,


como fueron las de director y redactor, pero a la que acudió con más frecuencia,
y esto desde el primer número del semanario santafereño8, fue a la de autor,
una designación que puede parecer extraña, si tenemos en cuenta los usos y
significados de la palabra que se imponen hoy en día, en donde este término
designa de manera específica, circunscrita, sobre todo en el campo de la
actividad literaria, al «creador» de una obra determinada, habiendo la sociedad
moderna además desarrollado una amplia legislación sobre el autor como
propietario –legislación que en parte vemos hoy desmoronarse ante nuestros
ojos como efecto de la presencia masiva de los medios de comunicación
designados como electrónicos9.
8
Cf. PP. No 1, 9-02-1791, en donde hablando de la correspondencia que espera recibir, dice
que ella debe ser dirigida al «autor del periódico». Cf. igualmente y en el mismo contexto PP. No
3, 25-02-1791.
9
Las referencias son amplias, pero podemos contentarnos con indicar la bibliografía que
sobre este punto incluye Roger Chartier en «¿Qué es un autor?», en Libros, lecturas y lectores en
la Edad Moderna, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pp. 58-89, un texto que pone de presente

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Para el caso del siglo XVIII los usos de la palabra son variados y el Diccionario
der las Autoridades ofrece un buen surtido de significados, empezando por el
más universal en nuestra cultura, significado que aún persiste, y que reenvía a
Dios como al autor del universo y de todo lo que en el existe, pero que incluye
también a quien «escribe libros y compone y saca a luz obras literarias», con lo
que acerca en forma ya muy moderna la idea de escritor a la idea de autor y de
obra; aunque en el uso específico que propone MSR debe resaltarse mucho
más la idea del autor como quien a partir de materiales diversos es capaz de
componer algo que tiene la forma de una síntesis nueva, una definición de
autoría que, aunque no dejaba de plantear problemas, abría paso a las formas
de la autoría en el campo específico de los papeles periódicos del siglo XVIII10.
La dirección anotada se encuentra presente en el PP como uno de los
criterios de diferenciación entre «gaceta» y papel periódico, pues, según MSR,
su publicación no es una simple gaceta, ya que se trata de un «discurso
puramente original, trabajado siempre sobre distinto objeto», un significado
que debía ser corriente en la época, pues uno de los críticos que escribe al PP
designa a MSR como «autor», al decirle «Usted señor mío, por autor del
periódico…». Así pues, una noción ampliada o diversa de «autor», que permite
que a quien compone a partir de los materiales de los demás, dándoles una
forma nueva, sea por la vía de la síntesis, de la amalgama, del comentario, de
la edición, se le designe como autor, en sentido pleno11.
El recurso a ese uso debía ser corriente en América hispana –como lo fue
en Europa–, porque se encuentra presente en los demás periódicos de esta
región a finales del siglo XVIII, como se pone de manifiesto en la presentación
que el PP hizo del Mercurio Peruano, al hablar de «los autores de semejantes
papeles» que se encuentran al servicio del público12; por su parte los «autores»
del periódico limeño señalaban, refiriéndose al PP, que «el autor no se anuncia»,

muy bien la importancia histórica y conceptual del problema. R. Chartier remite con justicia al
famoso texto de Michel Foucault –»Qu’est-ce qu’ un auteur?»–, que ha creado el contexto
reciente de discusión del problema y por eso habla de la «función-autor», aunque introduce
algunos correctivos precisos a los planteamientos de Foucault. Una versión posterior, enriquecida
y extendida mucho más allá de los siglos XVI al XVIII, puede leerse en Claude Calame et Roger
Chartier (éds), Identités d’auteur dans l’Antiquité et la tradition europénne, Grenoble, Éditions
Jérôme Millon.
10
Real Academia Española, Diccionario de las Autoridades / 1726-1739. En Madrid: En la
imprenta de Francisco del Hierro, impresor de la Real Academia Española. Año de 1726. –Edición
facsimilar con motivo del tercer centenario. J. de J. Editores, 2013–. En el texto citado en la nota
anterior, Chartier amplia el ámbito del problema, mostrando otras formas de existencia de la
«función-autor», más allá de la definición del sujeto como propietario y de la remisión al campo
del derecho comercial y penal, avanzando en una dirección que se encontraba en el texto de
Foucault. Por eso dice en p. 63 que «la función autor no nace con la modernidad».
11
Cf. PP. No 5, 11-02-1791.
22
PP. No 24, 22-07-1791.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

para indicar que el nombre de MSR no aparecía en la página primera del


periódico creado en Santafé13.
Es el mismo criterio –o similar criterio– al que el PP había expresado cuando
comentaba publicaciones europeas, como El Espíritu de los mejores diarios, que
se hacían a partir de «muchísimos extractos y noticias deducidos de varias
obras de mérito, que aunque ya publicadas en sus respectivas fuentes, podía
ser mucho más apreciables e interesantes… según el método y combinación en
que estuviesen ordenados». El punto era de importancia para MSR en sus
polémicas repetidas con los que resultaban poco afectos a su periódico, porque
una de las acusaciones que se le hacían era la de no ser el autor del periódico,
por no pertenecerle de manera directa y exclusiva, bajo la idea de creación
original, la autoría de los textos, por lo cual ese sector de sus críticos indicaba
que se trataba simplemente de copia de materiales recibidos, a lo cual el «autor»
del PP respondía que la combinación, el orden y aun la traducción, no dejaban
de reafirmar su carácter de autor, lo que se complementaba con el hecho de
que muchos de los textos del PP, eran de manera muy precisa «producciones»
salidas directamente de la pluma de quien era el responsable del semanario
santafereño14. De esta manera, tres tipos de texto, de estatutos diversos,
configuran la función autor en el caso del PP. De un lado los textos que salen
de manera directa de la pluma de MSR –lo que no descuenta el uso en apoyo
de sus argumentaciones de una cierta cantidad de obras–. Enseguida esas
aglomeraciones de textos de diverso estatuto (leyes, comentarios de textos,
resúmenes de prensa de diferentes lugares, citaciones literarias…) con las que
MSR «compone», sobre la base de combinaciones diversas, «textos nuevos»
con base en los cuales desarrolla e ilustra un argumento, por ejemplo sobre la
Revolución francesa. Finalmente, artículos completos, a veces de autores
identificados, que MSR utiliza en ocasiones para llenar las urgencias de
publicación del PP, pero sobre todo que juzga de interés público. Todo ese
conjunto es presentado bajo su responsabilidad, como editor encargado del
PP, y como autor, en un sentido que desde luego no corresponde al de nosotros
en la actualidad15.
Por lo demás, MSR terminó siendo no solo autor sino autoridad entre las
gentes de letras y los estudiantes universitarios, y la Biblioteca Pública que
13
Ibídem.
14
PP. No 77, 3-08-1792. El resaltado es nuestro.
15
Cf. por ejemplo PP. No 57, 16-03-1792, en cuyo párrafo inicial puede leerse: «La salud del
hombre, ese don precioso de valor inestimable y cuya conservación ha formado en todos los
tiempos el estudio de los mayores sabios, será el argumento de este número; no solamente por
hallarse el redactor gravemente enfermo e imposible [sic] de llenarlo con discurso propio, sino
porque ha considerado que entre cuantos asuntos se pudieran elegir, ninguno es más interesante
al bien de la humanidad».

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dirigía, la oficina de administración de correos, convertida en la oficina del


PP, y la propia habitación del autor del periódico, se convirtieron en sitios de
reunión y discusión permanente sobre las «novedades del mundo» del grupo
de los ilustrados: «Es constante a más de 20 sujetos literatos de la ciudad que
habiendo concurrido a la casa del autor del periódico después de la venida del
correo de España y habiéndose hablado largamente sobre las citadas noticias
con toda la variedad propia de un suceso tan considerable…»16.
«Autor» es una voz que en el mundo de hoy –y desde el propio siglo XIX,
luego de que la categoría adquirió los significados de propiedad de un sujeto
individual y la práctica de la escritura literaria fue redefiniendo, sin transformar,
los valores nobiliarios con los que por mucho tiempo se arropó– remite a la
idea de estilo singular, inimitable, inconfundible, irrepetible –y todas las palabras
que se puedan sumar a la idea de único–, de una forma que no aparece de
ninguna manera en los grandes diccionarios del siglo XVIII17.
Esa idea de «autor / estilo» remite a muchos procesos específicos de las
sociedades modernas. De un lado el ascenso del individuo, imaginariamente
separado de las lazos sociales, que en su «cabeza» aparecen como meros vínculos
externos –como diría Marx–, un proceso social de individuación que expresa
bien los contenidos básicos de las formas de disolución de los cuerpos y estados,
que son el contexto real de ascenso del individuo aislado, con toda la carga de
narcisismo que acompaña tal proceso18. De otro lado, avanzado el siglo XIX, el
proceso de autonomización de la obra de arte y las formas de representarse tal
proceso por los propios artistas y escritores, –un proceso que en términos
analíticos hace ya tiempo fue incorporado por la sociología y la historia que
en ella se apoya–, proceso que se hará visible en el campo del arte en las
ideologías sobre la creación artística como producto exclusivo de la genialidad,
como fuerza autónoma que solo reenvía al campo del genio creador y la

16
PP. No 261, 9-12-1796. El motivo de la agitada reunión que describe el PP tenía que ver
con la correspondencia llegada desde Italia sobre un milagro de la Virgen María.
17
Hemos citado ya al respecto el Diccionario de autoridades. Para el caso de los diccionarios
franceses del siglo XVII y XVIII cf. Roger Chartier «Qu’est-ce qu’un auteur», en Libros, Lecturas
y Lectores en la Edad moderna, op. cit., pp. 71-73.
18
Desde la época de Prensa y revolución [1988, para la primera edición] hicimos notar –en el
propio epígrafe del libro [«Yo solo hablaré como un hombre: quiero decidir, como un individuo…»]–
las corrientes de ascenso del individualismo que se expresan en la Ilustración neogranadina, sin
insistir lo suficiente, como hemos debido hacer, en las relaciones entre ese proceso de ascenso
individualista y el proceso simultáneo de desestructuración de la sociedad de órdenes (los «cuerpos
sociales»). El PP abunda en observaciones respecto de ese proceso de surgimiento del individuo
moderno, por ejemplo cuando MSR hace referencia y discute la obra del clérigo portugués
Teodoro Almeida: El filósofo solitario… una lectura repetida de los ilustrados, quienes parecen no
haber podido enfrentar en términos de análisis la disyuntiva entre el ascenso del individualismo y
la definición de intereses y proyectos comunes para la sociedad.

240 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

biografía, encontrándose liberada de cualquier vínculo con su contexto social


de formación, mero accidente imposible de arrojar alguna determinación sobre
el arte y la literatura19.
En cuanto al «estilo de autor» de MSR –si la pregunta puede ser planteada
bajo esa forma por los historiadores, hay que decir que se trata de un asunto
complejo, pues MSR es un escritor en un registro doble. De una parte es el
autor de una obra, inscrita por completo en el campo de la literatura y la
poesía tal como su propia época imaginó esas categorías. Como sabemos la
mayor parte de esa obra desapareció, y lo que ha sobrevivido, espera aun por
un análisis que no pierda de vista la sociedad en la que esa «obra» tomó cuerpo
y adquiere su sentido mayor –y ello a pesar de los avances que en este punto se
han logrado–20. De otra parte es el autor, en el sentido del siglo XVIII (textos
«propios», textos copiados y organizados según su particular estrategia de
exposición, y noticias que son especies de faites divers, como se les designará
en el periodismo del siglo XX), del PP, lo que encadena de manera directa su
«escritura» al campo de la noticia, del periodismo, del espacio limitado, y de
escritura como periodicidad, una situación de trabajo que crea unas
condiciones en las que hablar en términos tradicionales de «estilo» parece
imposible, o exigiría más bien transformar la noción habitual de «estilo». Por
una parte se trata de una escritura semanal que impone, como hemos dicho,
sus condiciones. Por otra parte se trata del problema de un género literario en
formación: el periodismo, tal como emerge en el siglo XVIII, en el campo de los
«papeles públicos», en la época en que, además, la monarquía era uno de los
elementos determinantes de esa actividad, bien fuera como control, bien fuera
como apoyo.
A falta de poder desentrañar ese problema que, como decíamos, resulta de
gran complejidad, si puede señalarse que MSR planteó el problema, e intentó
darle una solución, que fue sencillamente la de su época: reducir la cuota de
elocuencia, como se decía (es decir de adorno retórico) y empezar a descubrir
el lenguaje prosaico, el lenguaje ordinario, el que intentaba salirse de los marcos
tradicionales de la oratoria. El resultado final es muy contrastado, y es innegable
19
En tanto que acentúa, sin temor, los elementos grupales, el peso de las tradiciones, las
coacciones sociales y la manera que los marcos sociales de la acción individual condicionan la
soberanía del sujeto y limitan la «creación individual», la sociedad moderna tiende a ser
profundamente anti/sociológica, aunque sean los clásicos de esa disciplina, quienes mejor han
comprendido las formas modernas del vínculo social y su propia historicidad. Cf. al respecto
Norbert Elias, Mozart. Sociología de un genio, Barcelona, Península, 1991, que estudia los problemas
de las determinaciones sociales precisamente en el caso de la creación artística.
20
Cf. El libro editado por Iván Vicente Padilla Chasing, Sociedad y cultura en la obra de
Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria. Nueva Granada 1789-1819, Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia, 2012.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 241


RENÁN SILVA

que a pesar de algunos avances en esa dirección, la forma más tradicional del estilo
literario de su época parece haberle ganado la partida, entre otras cosas favorecida
por la propia relación que con esa cultura tradicional, en la que se había formado,
sostenía el editor del PP. Pero es innegable que el problema fue planteado por MSR
y que supo en ocasiones describir bien los dos extremos que gobernaban la oposición
que quería superar. De un lado su deseo de abandonar la forma de escritura que le era
más familiar, que formaba parte de su propia formación como lector. De otro lado el
deseo de que las nuevas formas de relación con la escritura que suponían los papeles
públicos, no hicieran derivar a su semanario en una escritura puramente informal,
prosaica, construida a la manera de la escritura que ya parecía haberse apoderado de
géneros como el epistolar (la escritura «cartularia» que así designa y rechaza), tal
como lo comprueba la mayor parte de la correspondencia que recibirá el PP en sus
años de existencia. Como escribió MSR en el «Preliminar» del PP:

… en la mira del estilo no se deberá extrañar la desigualdad, porque uno de los


primeros objetos ha sido amenizar la obra con la variedad posible, y así conforme
a la dignidad de las materias, se le irá dando a la locución los diferentes modos
de que es susceptible. Se hace esta advertencia porque como el estilo cartulario
y de tertulia, es casi el universal entre los hombres, quisieran muchos de ellos
que absolutamente ninguna cosa se tratase ciñéndola a los precisos términos de
aquel modo de clausurar, porque saliendo de él ya es degenerar en culto21.

Pero MSR no solo era un «autor», sino que como todos ellos, tenía superiores
y jefes –así sean los de la mano invisible del mercado editorial o de la censura social
invisible y amorfa del «público»–, superiores y jefes ante los cuales, formalmente
hablando, debía rendir cuenta, ya que por algo el PP llevaba siempre la enseña de
«Con licencia del Superior Gobierno»22.
Por lo demás, sabemos que en la historia de este potente instrumento de circulación
de lo escrito, que es la imprenta, se comprueba una correlación cierta entre el avance
de las técnicas de impresión y difusión y el ascenso de los controles sobre lo escrito,
por lo menos hasta que las nuevas sociedades republicanas adoptaron el principio
de la libertad de imprenta y del respeto a la libertad de pensamiento23.
21
PP. No 1, 9-02-1791.
22
La divisa está presente desde el primer número, pero en ejemplares del PP se observa que
a veces se olvidó, sin que hubiera al parecer reclamo de autoridad alguna.
23
Cf. Roger Chartier, «¿Qué es un autor?», en R. Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad
Moderna, op. cit., pp. 80-81. MSR conocía bien al parecer los procesos de censura que vuelven a
reforzarse en España a finales de siglo XVIII, y por eso habla del control sobre lo escrito –que acepta–
«… más en la presente época, en que la sabia vigilancia del gobierno ha tenido a bien impedir el giro
de todos los [papeles] que circulaban por la Península, con el acertado fin de evitar las funestas
consecuencias que siempre resultan de la libertad de escribir». PP. No 49, 20-01-1792.

242 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

En el caso del virreinato del Nuevo Reino de Granada hay necesidad,


para poder caracterizar las relaciones entre las autoridades –esencialmente el
virrey, que en términos legales disponía de un poder concentrado y
unipersonal– y el PP, tener en cuenta los dos momentos que especifican las
relaciones de fuerza entre los ilustrados y la monarquía en el último tercio del
siglo XVIII, relaciones caracterizadas por unos años iniciales de alianza explícita
entre la Corona y llamada juventud noble del Reino entre 1770 y 1790,
aproximadamente; y una segunda fase, a partir de 1790, y que va hasta el
inicio del periodo revolucionario, en que se rompe la alianza, como efecto de
un conjunto variado de elementos: el abandono por parte de la Corona del
proyecto de reforma de estudios superiores, la revolución de los pasquines que
critica a las autoridades por sus políticas de gobierno y de reemplazo de
funcionarios locales por españoles, con lo que se expresa la frustración que
padece al ver truncadas sus ilusiones de disponer de una política de recompensas
–empleos y dignidades– y de encontrar al fin un lugar social para asegurarse
sus tradicionales posiciones de dominio y distinción.
Entre tanto crecen en América hispana las noticias sobre la Revolución
francesa y en Nueva Granada se produce el proceso por la publicación de los
Derechos del Hombre. Son los años en que los Borbones quieren no solo
reformar el reino, sino recuperar un dominio perdido–, y en que la guerra
contra Francia arrastra a condenar cualquier referencia a la cultura francesa,
al tiempo que la «nobleza joven» del reino se siente como un grupo vigilado,
objeto de sospechas, viviendo en un clima de censura (controles ejercidos
sobre la circulación del libro, prohibición de enseñanzas como la del derecho
civil y de gentes) y corren rumores, regularmente infundados, acerca de
aventureros franceses que recorren el mundo para exportar su experimento
político.
En el caso particular del PP se olvida con frecuencia la paradoja que significa
la existencia de un periódico, de innegable raigambre ilustrada, pero
completamente alejado de cualquier idea revolucionaria, en el mismo momento
en que la administración virreinal adelanta una cerrada persecución contra
los jóvenes universitarios y hombres de letras a los que se acusa de lejanas o
cercanas simpatías con los sucesos franceses24. Hay que insistir en que buena
parte de la existencia del PP coincide con el proceso contra Antonio Nariño
por la publicación de los Derechos del Hombre y con la campaña adelantada
por la administración virreinal contra toda forma de descontento que le
recordara de cualquier forma lejana o cercana del «enemigo francés», contra
Para la caracterización anterior cf. R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808.
24

Genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la República/EAFIT, 2002.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 243


RENÁN SILVA

el que la corona se encontraba en plena guerra –es tal la simultaneidad de los


dos órdenes de sucesos, que el PP se imprime en el mismo lugar, en la misma
pequeña y rústica imprenta, en donde se hizo la edición de los Derechos del
Hombre. Es por eso que analizar por un momento las relaciones entre el PP y
las autoridades virreinales –el virrey en primer lugar, quien era el propio primer
impulsor y suscriptor del PP–, resulta un punto altamente ilustrativo, por cuanto
pone de presente la forma como circunstancias personales y particulares,
pueden relativizar muchas de las proposiciones que sobre el «poder» se hacen
a partir de esquemas puramente abstractos.
Desde el primer número del periódico que se le había encargado de fundar
y mantener, MSR definió su actitud básica respecto a las autoridades, y en
general frente a la autoridad, al decir que «Jamás se verá precisada la sabia
inteligencia del gobierno a suprimirlos [los discursos que pensaba publicar]
porque en ninguno de sus números [del periódico] se encontrará la más mínima
expresión que de motivo a semejante providencia», un ideario al que fueron
fiel el director del PP y sus colaboradores25.
La suerte para MSR y para el PP fue que su aparición coincidiera con el
ciclo de los virreyes ilustrados y que don Joseph de Ezpeleta fuera de manera
particular un virrey que se encontrara cómodo simplemente observando a la
distancia, y hubiera decidido que la mejor política era la de no intervenir,
mientras las cosas no parecieran constituir una amenaza cierta contra el poder
de la Corona, lo que no pensaba ni aun de acontecimientos que en principio
se mostraban como verdaderos ataques al dominio de las autoridades legítimas,
lo que demostró, por ejemplo, en el caso de la conspiración de los pasquines y
de la circulación de versiones impresas y manuscritas de los Derechos del
Hombre, oportunidad en que sin ninguna vacilación lanzó las averiguaciones
necesarias, encarceló e hizo interrogar, para al final declarar que ninguna
amenaza verdadera se encontraba en curso26.

25
PP. No 1, 9-02-1791. Ese ideal de respeto por la autoridad se combinaba con el intento de
mantener normas de civilidad y compostura, a pesar del tono crítico que MSR mantenía en la
relación con sus corresponsales. Por eso escribía en ese mismo número del PP que quería servir
al público «ciñendo todos sus discursos a las justas leyes de moderación y urbanidad».
26
En su informe reservado a las altas autoridades en Madrid –informe al rey, a través a
través del Duque de Alcudia-Ezpeleta escribía sobre los sucesos de finales de 1793 y 1794, en
setiembre 19 de 1794: «… no creo próximo el caso de una conmoción popular, ni es de recelar
que las ideas y especies de unos pocos individuos fáciles e incautos sean capaces de trastornar
los ánimos de muchos fieles y honrados vasallos que tiene Su Majestad en este reino y viven
contentos bajo su feliz gobierno y soberana protección». Proceso contra don Antonio Nariño por
la publicación clandestina de los Derechos del Hombre, compilación de Guillermo Hernández de
Alba, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, Tomo I, p. 350 y ss.

244 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Pero no se trataba en el caso del virrey Ezpeleta simplemente de un


observador tranquilo y a la distancia. En realidad su interés en que el PP
circulara iba más allá de un gesto aristocrático permisivo o de un laissez passer
que lo invitara a no intervenir, y lo llevara a dejar que el tiempo pasara y
pudiera marcharse a un virreinato de mejores calidades o regresar a España a
un cargo más alto en la burocracia de la corona. El virrey Ezpeleta no sólo fue
el primer suscriptor del PP y un lector efectivo de la publicación, como se
nota en algunas de sus intervenciones, sino que fue quien se dirigió muy
temprano al Mercurio Peruano, para informar sobre la aparición del PP en
Santafé27.
Que el virrey era un lector del PP y que era un funcionario ilustrado
interesado por los temas de la discusión intelectual –temas que además era
capaz de abordar de forma crítica y con completa moderación–, parece
comprobarse recordando un pequeño intercambio entre el virrey Joseph
Ezpeleta y el director del PP, a raíz de un importante artículo que sobre la
edición de la Biblia en lengua vulgar había escrito el ilustrado Francisco
Martínez, el deán de la catedral metropolitana. El virrey manifestó que según
su conocimiento y opinión el texto de Francisco Martínez podía ser una copia
o una glosa o una paráfrasis de otro texto publicado en España por Joaquín
Lorenzo Villamizar en 1791, y que el propio virrey había prestado al autor del
texto aparecido en el PP, el citado clérigo Francisco Martínez. MSR respondió
de manera pública al virrey –en el PP–, alabó la obra de Villamizar, pero entró
a establecer las diferencias entre las dos obras, admitiendo que el tema de las
dos obras era el mismo, pero señalando que la redacción del texto publicado
por el PP era anterior a la lectura del texto de Villamizar por Martínez, y que
«… no hay coincidencia en ninguna cosa sino es en el objeto»28.
El virrey dio órdenes –en pocas oportunidades, hay que decirlo– de que se
publicaran textos «oficiales» en el semanario santafereño (cédulas reales y
reales provisiones), y aunque fue homenajeado en varias ocasiones por el PP,
que reprodujo muchas de las ceremonias oficiales en que se le rindieron honores,
finalmente hizo uso de su autoridad y prohibió al editor del PP que el semanario
formara un coro de alabanzas en torno a su persona29.
27
El Mercurio Peruano, reproducido por el PP, escribía: «El Excelentísimo Señor J. de Ezpeleta
virrey de aquel reino [de la Nueva Granada], en una preciosa carta dirigida a nuestra sociedad…
se ha dignado incluirnos un ejemplar del número 1…» del PP. Cf. PP. No 24, 22-07-1791.
28
PP. No 209, 02-09-1795. El texto de Francisco Martínez: «Disertación teológica crítica
sobre la edición de la Sagrada Biblia en idioma vulgar», que había empezado a publicarse dos
semanas atrás.
29
Cf. por ejemplo PP. No 71, 22-06-1792, para la publicación de una cédula real sobre la
fundación del colegio de nobles americanos en Granada; cf. PP. No 73, 6-07-1792, para una loa
al virrey, publicada en el PP; cf. No 94, 14-06-1793, con uno nuevo largo informe sobre fiestas en

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 245


RENÁN SILVA

Fue una afortunada coincidencia que la moderación del PP se hubiera


encontrado con la prudencia y la ilustración de la primera autoridad del reino,
porque esa coincidencia fue también una circunstancia que permitió la
existencia del PP a lo largo de seis productivos años30 –aunque más allá del
hecho concreto registrado, habría que constituir ese tipo de sucesos en índices
de un problema mayor: las relaciones de fuerza efectivas entre los grupos sociales
locales dominantes y las autoridades virreinales, y las formas efectivas como se
tramitaba la dominación, examinada ésta en el plano cotidiano de las formas
de ejercicio de autoridad, un problema que no puede seguir siendo examinado
de manera simplista, como lo hace el nacionalismo criollo, con la idea rígida y
sin matices, del «despotismo consustancial» de las autoridades españolas, tal
como lo puso de presente de manera unilateral pero explicable el primer
republicanismo del siglo XIX, y como pasó a la imaginación y al folclor histórico
nacionales, a través de textos escolares y de ceremoniales públicos.

II
Entre el mecenazgo formal y el suscriptor que paga

Los historiadores de la prensa periódica moderna acostumbran a ofrecernos


listados de títulos de periódicos, no siempre con la atención necesaria a su
permanencia, al número de ediciones publicadas –no a su tiraje, sino a su
regularidad, que es lo que quiere decir «publicación periódica»–, y menos aun
a su impacto real sobre el mundo de los lectores, como si solamente bastará la
mención de algún título, a veces encontrado al azar, para hablar de periodismo
y de periodistas, y dar toda la entidad al suceso31.
en homenaje al virrey, y ahí mismo la observación de MSR sobre la orden virreinal para que se
suspenda la publicación de todo elogio sobre su persona –las fiestas de homenaje se hacían por
el reciente ascenso de Ezpeleta a Teniente General.
30
Así como puede señalarse la actitud tranquila de las autoridades civiles frente al PP,
puede indicarse que de manera abierta, que se conozca, tampoco se conoce de ninguna reserva
de la jerarquía eclesiástica respecto al semanario. Se puede decir, en cambio, que las resistencias
mayores al PP vinieron de la opinión tradicionalista de la ciudad, representada por miembros de
las órdenes religiosas –en una oportunidad por lo menos los dominicos de manera particular–,
de las autoridades universitarias conformadas por abogados y clérigos de la generación anterior
y de un difuso pensamiento conservador que se oponía y se asustaba ante cualquier cambio. Cf.
por ejemplo PP. No 9, 8-04-1791 –Suplemento–, que demuestra la reacción de la opinión más
conservadora ante la crítica de los estudios universitarios y de la escolástica, y la forma prudente
como MSR eludió el combate que se le proponía.
31
La observación sobre la necesidad de no confundir el periodismo con un listado de títulos,
por fuera del estudio de su inserción social, una regla de método básica en este tipo de análisis
históricos, se encuentra recordada en Roger Chartier, «Introducción. Barroco y comunicación»,
en R. Chartier y C. Espejo (eds.), La aparición del periodismo en Europa, op. cit., pp. 15-34.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

El PP fue en principio una iniciativa del virrey Joseph de Ezpeleta, un


funcionario español ilustrado, que desde Cuba trajo a MSR para que fundara y
animara un periódico semanal, que le parecía indispensable en el marco del proyecto
borbónico ilustrado –de hecho la existencia del PP coincide con el periodo virreinal
de Ezpeleta–. Pero a pesar de ser el protector oficial del semanario, los asuntos de
las finanzas debían correr por cuenta de su subalterno y las suscripciones y ventas
de ejemplares deberían ser la fuente de financiación del periódico, aunque es
posible que de su propio peculio hubiera apoyado el semanario en momentos en
que la falta de recursos amenazó su desaparición. Pero no sabemos mucho al
respecto, pues ignoramos casi todo lo que tiene que ver con «sumas y con restas»
respecto del PP, es decir con sus finanzas concretas32.
De todas maneras debe recordarse que el mecenazgo en el caso de Carlos III y
Carlos IV parece más propaganda de la Corona y de sus funcionarios, que un
hecho efectivamente realizado, por lo menos en el caso del virreinato de Nueva
Granada. El hecho que siempre se ofrece como el gran ejemplo del mecenazgo a
finales del siglo XVIII es la Real Expedición Botánica, pero se deja de lado que la
empresa fue durante mucho tiempo una iniciativa de particulares que invirtieron
en ella su dinero (sobre todo el botánico José Celestino Mutis, que esperaba hacer
algunas ganancias con el comercio de sus descubrimientos).
La llegada de la Corona a la iniciativa se produjo tarde –en 1783–, bajo presión
–no bajo impulso– del virrey Caballero y Góngora, alertado por la posibilidad de
que otras potencias imperiales –en este caso los franceses– se decidieran a lanzar
una «colonización botánica» en grande de estos territorios, y sorprendido por lo
que ahora aparecía como una gran posibilidad de explotación económica –hecho
que finalmente no ocurrió–, pero de ninguna manera fue un empresa organizada
por las autoridades y por ellas conducida hasta su fin, con apoyo económico
permanente y juiciosa atención a los descubrimientos de ciencia que comportaba
el trabajo de los viejos y jóvenes naturalistas neogranadinos. Por lo menos no lo
fue antes de 1783, en las etapas pioneras del trabajo. Lo fue después de 1783, bajo
grandes restricciones, y con un apoyo en dinero que difícilmente puede
caracterizarse como «el gran apoyo de la monarquía a la ciencia»33.
32
Lo que es característico en este punto de los años finales del siglo XVIII es la coexistencia
de formas de mecenazgo, según la antigua tradición de apoyo por parte del príncipe a las tareas
de lo que hoy designaríamos como culturales, y formas de sostenimiento económico que
provienen de elementos de la realización libre del trabajo en un inicial mercado de mercancías.
Cf. al respecto, y para su propio contexto, las observaciones de Roger Chartier en «¿Qué es un
autor?», en R. Chartier, Libros, Lecturas y Lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza Editorial,
1993, pp. 58-89, en especial p. 78.
33
Sobre todos estos aspectos cf. R. Silva, Los Ilustrados de la Nueva Granada, 1760-1808.
Genealogía de una comunidad de interpretación [2002], Medellín, Banco de la República/EAFIT,
2008, pp. 561-604, en donde ofrezco una interpretación general de este tema e insisto en la

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 247


RENÁN SILVA

En el caso del PP, el semanario santafereño que aquí estudiamos, hay que
destacar tanto su duración: febrero de 1791 a enero de 1797, como su
regularidad, un total de 265 ediciones, lo que sorprende cuando se conoce la
precariedad en que se adelantaba el trabajo, que además tuvo pocas
interrupciones, a pesar de la situación de salud del editor, quien se veía
constantemente aquejado por achaques de toda naturaleza, momentos en los
que el semanario no se suspendía, y el director encontraba apoyo en el círculo
que lo rodeaba, bien fuera en algunos de sus pares intelectuales, bien fuera en
el propio impresor, quien a su manera también se ligaba a las tareas de
publicación, en caso de urgencia, aunque es un pequeño misterio saber
exactamente en cada caso quienes fueron los responsables de asumir las tareas
que aseguraban la continuidad del semanario34.
Se trataba de un pliego doblado para formar 8 cuartillas semanales, a lo que
se sumaban, como le gustaba recordar al editor, los constantes «suplementos»
que ofrecía al público, bien fuera por la importancia de una materia determinada,
bien fuera como compensación de alguna pequeña suspensión, lo que resulta
un verdadero milagro cuando se conocen las condiciones de rusticidad de su
impresión y el hecho de que la mayor parte del empeño semanal recaía sobre los
hombros del director, MSR, pues la publicación era ajena a cualquier clase de
organización social moderna del trabajo intelectual, y no conocía ni de periodistas
asalariados ni de corresponsales oficiales (aunque los hubo oficiosos), ni supuso
un equipo formal para poner en marcha y sostener la empresa, todo lo cual hace
aun más interesante la pregunta sobre su creación, sobre su duración, y sobre las
razones de su desaparición –más allá de la generalidad que recuerda que para el
«proyecto ilustrado» la prensa era un elemento esencial35.

multitud de tareas con que la administración virreinal cargaba al botánico J. C. Mutis, y que
terminaban dificultando su tarea de ciencia, y muestro las nuevas actitudes sobre el dinero de los
Ilustrados, a partir sobre todo del caso de Francisco José de Caldas. Para una perspectiva histórica
general en torno al siglo XVII con algunas prolongaciones sobre el siglo XVIII– cf. Alain Viala,
Naissance de l’écrivain. Sociologie de la littérature à l’âge classique, Paris, Les ëditions de Minuit, 1985
–cf. en particular capítulo II: «Las ambivalencias del clientelismo y del mecenazgo».
34
Cf. por ejemplo PP. No 153, 1-08-1794, en donde podemos leer: «Por enfermedad del
autor se suspende la conclusión del discurso que iba siguiendo, y entretanto se da a luz este
rasgo muy propio de un periódico americano», y se acudía entonces a un «stock» que tenía
MSR previamente preparado para llenar esos blancos de escritura, cuando se veía impedido de
poner al día para publicación sus escritos.
35
Los datos básicos sobre la historia del PP –cronología, suscripciones, regularidad, difusión–, y
observaciones documentadas sobre las relaciones entre el mundo de las asociaciones modernas:
las tertulias, y la lectura colectiva, y las corrientes de lectura y de escritura que despertó la
publicación, lo que constituye el verdadero secreto de su «éxito», se encuentran estudiadas o
mencionadas en mi monografía Prensa y revolución a finales del siglo XVIII. Contribución a un
análisis de la formación de la ideología de Independencia nacional [1988], Medellín, La Carreta
editores, 2010. Cf de manera particular pp. 27-61.

248 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

MSR, a pesar de su reconocido idealismo frente a las condiciones materiales,


no ignoraba que el trabajo de una publicación semanal debería apoyarse en
una acción colectiva –tanto desde el punto de vista del funcionamiento
material, como en relación con el trabajo intelectual en que debería apoyarse,
y sabía o intuía que el trabajo «en solitario» resultaba siempre en una desventaja.
Comparando su actividad con la del Mercurio Peruano, escribía que entre el
semanario limeño y el PP había, a favor del Mercurio… «una considerable
ventaja», pues en Lima «… se han unido catorce literatos, que interesados en
servir a la patria con sus talentos, bajo el título de amantes del país acaban de
publicar una obra apreciable… [el] Mercurio Peruano de historia, literatura y
noticias públicas…»36.
Al final, en el momento de la desaparición varias veces anunciada del PP,
que era además un fantasma que perseguía al director del semanario, queda la
idea de que la iniciativa periodística sucumbió bajo el peso de una sociedad
débilmente alfabetizada, de la dificultad de las comunicaciones que hacían
muy difícil su distribución, y por el hecho mismo de que no disponía de una
organización social del trabajo ni un sistema de responsables que garantizara
la supervivencia de más largo plazo de la publicación; dificultades que se hacían
más agudas por la propia actitud del editor, que quería hacer una virtud («virtud
patriótica» en este caso) de la propia soledad de su trabajo, y que parecería
haber renunciado a cualquier intento de modificación de las condiciones
precarias de publicación del semanario, aunque una opinión ecuánime que
atienda al conjunto de la situación, no puede dejar de reconocer la
contradicción existente entre un conjunto de actitudes muy modernas de
una élite cultural en extremo reducida, y una sociedad pobre en recursos
económicos, de gran tradicionalismo, a la que las reformas borbónicas habían
tocado muy superficialmente en el plano de la cultura intelectual del conjunto
de la sociedad, y que había hecho muy pocos avances en el campo de la
educación masiva, de la alfabetización, de los intereses intelectuales autónomos
y de la disponibilidad de tiempo que se encuentra siempre detrás de los intereses
culturales.
Parte de esas dificultades pueden ser consideradas a través del eterno
problema de las limitadas suscripciones al semanario, de las casi inexistentes
ventas de ejemplares sueltos y del retraso en el pago de los abonados. Podemos
considerar algunos de estos puntos para tratar de saber algo más sobre las
condiciones de existencia y de desaparición del periódico santafereño, y al

PP., No 24, 22-07-1791. «Discurso sobre el Mercurio Peruano dado a la luz en la ciudad de
36

Lima por una sociedad de buenos patriotas establecida bajo el título de los Amantes delPaís».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 249


RENÁN SILVA

mismo tiempo para tener algunos indicios sobre las dificultades con que
progresaba en Nueva Granada la emergencia de un mundo moderno, es decir
de una sociedad de individuos regida (por lo menos en términos de su sistema
de valores) por el mercado, el dinero, el principio de la libre individualidad, y
una idea de los lazos colectivos como un principio externo que compromete a
los individuos solo con posterioridad a su definición como individuos.
Podemos limitar nuestras observaciones a la odisea del sostenimiento
económico del periódico, siempre y cuando no olvidemos que esa odisea reenvía
a una reflexión sobre el papel del dinero en las sociedades modernas –uno de sus
valores por excelencia–, a las dificultades del tránsito de un modelo de
mecenazgo real hacia un modelo de pago en dinero de las creaciones culturales
por parte de quien quiere acceder a tales bienes, –un tránsito que en el caso de
esta sociedad y de su continuación en el siglo XIX republicano puede
caracterizarse como el paso del mecenazgo al vacío, pues la desaparición del
viejo mecenazgo borbónico –mecenazgo que como advertimos fue, además,
ante todo, una promesa y una oferta de seducción incumplidas–, no encontró
sino tarde y de manera débil las condiciones de un mercado libre para la
prensa (y en general para las letras y las artes), lo que hizo que a lo largo de
todo el siglo XIX y parte del siglo XX la prensa periódica y el trabajo de la
escritura hubieran sido ante todo situaciones de zozobra, que no han permitido
la realización del valor del trabajo creador como una «mercancía» que pueda
garantizar la reproducción de las condiciones de existencia de los «productores
de ideas» en un mercado libre, una situación que no debe haber sido ajena,
por lo menos como rasgo estructural, a la casi inexistente crítica intelectual
independiente en nuestra sociedad, en donde diversas formas de clientelismo
y de servidumbre disfrazada han logrado hacer de la escritura pública
principalmente la ocasión de saludo y bendición a los poderosos37.
El tema del dinero (o más bien de la falta de dinero) es una constante en
el PP, desde el principio de la publicación, y ya en el segundo número se
indicaba que «su precio no puede ser más cómodo», un real y «real y medio
para los no suscriptores» y en el número de la semana siguiente se volvió a
mencionar el problema del «costo», que según MSR no se perdía, cuando se
acabara la publicación, porque el semanario podría servir en el futuro, para
que los niños y los jóvenes pudieran tener una educación ilustrada, «primera
ciencia que deben aprender, como que sin ella nada sirven las demás»38.
Sobre estos problemas cf. un principio de elaboración en R. Silva, «Del mecenazgo al
37

vacío», en AAVV, La formación de la cultura virreinal, Madrid, Iberoamericana, 2006, pp. 535-558.
38
PP. No 2, 18-02-1791 y PP. No 3, 25-02-1791. La observación se repetirá muchas veces. Cf.
por ejemplo PP. No 36, 14-10-1791, en donde MSR recuerda que «el costo de este papel
[periódico]», resulta «cómodo a toda suerte de personas». Por fuera de lo que se designa sin

250 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Una observación precisa de MSR muestra cómo la idea del público soberano
se liga también con la idea de un pago en dinero por la publicación. La idea,
que se repite varias veces en el PP, encuentra muy temprano una primera
formulación en la quinta semana de trabajo, cuando el editor del PP recuerda
su compromiso y obligación de publicar las críticas recibidas de parte de los
lectores, «sin preferencia de sujetos», porque «el público es quien sostiene este
papel [como suscriptor], y «tiene derecho para ser atendido»39; una idea que
expresará MSR de una forma más general señalando, también en una discusión
a propósito de la crítica, que «Quien escribe para el público tiene obligación
de satisfacerlo; y más cuando la impresión de este papel la costea el mismo
público»40.
Pero si bien MSR liga la soberanía del público con la obligación que tiene
el periodista de responder ante quien se ha suscrito a un determinado diario,
también define el acto de suscripción como un acto voluntario –una idea que
repite en la mayor parte de sus frecuentes advertencias a los suscriptores
retrasados en su pago, y que en nuestra opinión es un preciso rasgo de
modernidad del PP–. Citemos por ejemplo una temprana «Advertencia» a los
abonados atrasados en sus pagos, recordándoles que ellos han decidido
libremente hacerse suscriptores del periódico: «Advertencia: los sujetos que
no pudieren o no quisieren continuar la suscripción [del PP], deberán avisarlo
con tiempo en el despacho del periódico, con la libertad que es propia de un
acto voluntario»41.
La dificultad económica para sostener el semanario fue una constante en
la historia del PP. Un año y medio después de iniciada la aventura ya la
supervivencia del periódico empezó a verse amenazada, pues el «público
soberano» se demoraba en pagar las suscripciones y los lectores que compraban
ejemplares sueltos eran muy pocos (para un tiraje total que raras veces debió
pasar de los doscientos ejemplares). MSR quiso enfrentar la situación, haciendo

sin mucha exactitud como «los economistas coloniales», los problemas modernos del comercio
y del dinero parecen tener una primera elaboración en el Correo curioso económico y mercantil,
Santafé de Bogotá, Imprenta Patriótica, 1801, en donde se abordan asuntos que hoy designaríamos
como referidos a la división internacional del trabajo (materias primas que se intercambian por
bienes manufacturados que llegan de Europa), a las relaciones entre el clima y la agricultura, y
a los males que a la sociedad causa el «dinero quieto», es decir el que no se invierte sino que se
guarda –de la publicación citada hay ediciones de época y reproducciones microfilmadas
(Rollo 008) en la Biblioteca Luis Ángel Arango–.
39
PP., No 5, 11-03-1791.
40
PP.. No. 41, 18-11-1791.
1
PP. No 52, 10-02-1792. MSR continúa: «Esto sólo se advierte por lo que interesa saber el
número de ejemplares que deben imprimirse… a causa de que la impresión es más costosa de
lo que se piensa, y el precio del periódco el más barato de cuantos se han publicado hasta en
todas partes del mundo instruido».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 251


RENÁN SILVA

una advertencia a los lectores sobre la situación del periódico. Recordó entonces
que la fundación del semanario no había tenido otro propósito «que el de
servir al público», según él, una «verdad más que demostrada, no solo por el
precio ínfimo… en que se da cada número, sino por los frecuentes suplementos
que se insertan de pura gracia»42.
La situación real era la de «un número de suscriptores muy corto», un
número que resultaba insuficiente «para el pago de la imprenta, el papel,
franquicia de porte y gratificación del que cuida de su expendio» a lo que se
sumaba el pago de los operarios de la oficina»43, todo lo cual ponía en entredicho
la continuidad del semanario, aunque MSR animaba a los lectores (y sobre
todo se animaba a sí mismo) señalando que la advertencia que hacía iba
solamente en la dirección de despertar la «generosidad patriótica» para
encontrar apoyo para una publicación que sólo buscaba «el honor de la capital
y de todo el reino», que era parte de lo que se jugaba con la permanencia de
un escrito público, que circulara por las provincias, «como es corriente en
todos los pueblos cultos del universo».
En cuanto a su propia retribución como «periodista», el editor del PP
parecía contentarse con los pequeños ingresos que le dejaba su cargo de
bibliotecario, y practicaba una especie de «patriotismo de las letras», una virtud
que consistía de manera práctica en no cobrar por su trabajo y poner parte de
su propia e insignificante retribución al servicio de la «causa periodística».
Como lo decía el editor del PP: «El redactor, al mismo tiempo que trabaja por
un mero efecto de patriotismo, se ha visto [en ocasiones] en posición de abonar
de su propio peculio los costos de imprenta y de papel»44.
Esta situación de dificultades económicas contradecía las iniciales previsiones
del editor del PP, quien pensaba que el periódico podría arrojar algunas ganancias,
las que pensaba dedicar a la edición de una serie de obras que por sus temas y
extensiones no podían tener lugar en el semanario, pues en un papel periódico
no se podía tratar «ninguna materia con la solidez y erudición que corresponde,
a causa del riguroso laconismo a que nos debemos ceñir45.
La situación económica nunca mejoró en los más de cuatro años siguientes,
y a mediados de 1795, después de muchas advertencias sobre el pago de las
suscripciones y las dificultades de las pequeñas finanzas del semanario, MSR

42
PP. No 73, 6-07-1792.
42
Ibídem.
44
Ibídem. Esa disposición de MSR para mantener el periódico a pesar de las dificultades
económicas permanentes, se manifiesta en observaciones como la siguiente: «Por lo demás, el
redactor se complace mucho en sacrificar a beneficio del público todos los esfuerzos de su
aplicación, sin más interés que el de ser útil de algún modo al género humano».
45
PP. No 2, 18-02-1791.

252 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

tuvo que volver sobre el problema de manera directa, y en el número 194 de


la publicación reclamó a los abonados «los 14 pesos de la suscripción anterior
y corriente» (sic), «para satisfacer los costos de imprenta, que son algo
crecidos»46, y meses después, a principios de octubre de 1796, anunció a los
lectores que la empresa llegaba a su fin: «Ahora, con el presente número y los
tres siguientes, es cuando vamos a concluir de una vez la publicación de este
escrito… –aunque el fin del semanario se demoraría algo más–, «por las razones
que expondremos después» (razones que ya eran de todos conocidas),
informando que para finalizar sus tareas ofrecería a los lectores un índice de las
materias tratadas, promesa que sólo cumplió a medias, a pesar del respeto que
siempre manifestó por sus lectores47.
«Las razones que expondremos después» vendrían pronto, luego de una
pequeña interrupción causada por problemas de imprenta. Bajo la forma de
«Satisfacción al público», MSR haría saber a sus lectores, lo que llevaba tiempo
repitiéndoles: pocas suscripciones, suscriptores que no pagaban, costos de
impresión crecientes…, todo lo cual resumía de la siguiente manera: «Es
imposible que ningún escrito periódico pueda subsistir si el número de los
suscriptores no es suficiente para satisfacer los costos de la impresión, y mucho
más en un país de América como el nuestro, donde el papel y las demás cosas
necesarias para este fin son… a precios tan subidos…48, afirmación con la que
dejaba en claro, por otra parte, que avanzaba en su aprendizaje práctico de la
economía política, ciencia que le recordaba que el mundo moderno por el
que trabajaban los ilustrados se apoyaba en algo más que «el amor por la verdad»,
y que las ilusiones se encontraban fuertemente condicionadas por la cantidad
que se llevara en el bolsillo, aun en el caso de los hombres de letras.
El editor del PP volvía a mencionar que, como varias veces había repetido
desde el inicio de su tarea periodística, estaba convencido de la dificultad que
significaba la «permanencia de su proyecto literario», proyecto sobre el que se
había formado desde el principio la idea «de que subsistiría muy poco, por las
razones que indicamos en otros números»49, aunque esa declaración parece
ser la forma puramente estilizada de una gran racionalización, o por lo menos
la prueba de la presencia de una gran ambigüedad respecto a una creación de
largos años y a la que se aprecia mucho, pero de la que se sabe que siempre se
encuentra amenazada de muerte, lo que parece probarse cuando se presta
atención al hecho de que al lado de esa declaración se encuentran otras,

46
PP. No 194, 29-05-1795.
47
PP. No 260, 2-10-1796.
48
PP. No 262, 16-12-1796.
49
Ibídem.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 253


RENÁN SILVA

anteriores y posteriores, en que menciona su idea de la elaboración de un


índice para los lectores futuros («un índice completo de todos los asuntos
sobre [los] que hemos discutido desde el primero hasta el último número»),
índice indispensable para que en tiempos futuros el lector pudiera encontrar
con prontitud «cualquiera de los artículos de que consta toda la colección…»50,
lo que indica que por desconfianza que tuviera en la posibilidad de
continuación de la tarea, ésta había sido adelantada con algunos criterios
mínimos de coherencia y de proyección en el tiempo51.
MSR volvió a recordar por enésima vez que él era «demasiado pobre para
poder [continuar con] un acto de generosidad que no lo sufre [soporta] su
situación», tal como lo había escrito tiempo atrás52, cuando fijó un principio
que violó muchas veces, pero que ahora debería asumir como una realidad,
por circunstancias que eran las del dinero y algunas otras más –entre otras la
partida del virrey Ezpeleta–, poniendo fin a la publicación de un periódico,
que fue posiblemente su trabajo más importante, y que dejaba como legado a
los neogranadinos entre los cuales este cubano –enamorado de las letras, de la
tinta y del papel–, había logrado hacerse una morada.
Ahora que partía MSR se despedía con paso orgulloso y anunciaba, en lo
que debe llamarse con toda exactitud su periódico, que dedicaría su pluma «a
la conclusión de otras tareas de distinto género», es decir a la publicación de
sus obras –«cuya edición sentimos que no puede ser en esta capital»–53, y
recordaba que sobre algunas de tales obras ya había ofrecido noticia en el PP,
e indicaba que, con ayuda de Dios, dentro de cuatro años [tales obras] pueden
circular impresas por Europa y América», sin que con ello aspirara «a otra
satisfacción que a la de ser útil de algún modo al género humano», cerrando
su trabajo con el sello generoso típico de los ilustrados, quienes nunca pensaron
en asuntos menores que «los de servir al género humano», así fueran pobres
50
Ibídem.
51
Desde luego que su orgullo debería ser grande por la tarea cumplida, como se pone de
presente en muchas oportunidades cuando se lee con cuidado el PP. Así por ejemplo cuando
MSR recuerda que «… nos consta que algunos ejemplares de este escrito periódico [el PP]
circulan por Inglaterra, Italia y otras naciones», lo que podría ser cierto, como hecho marginal,
pero lo que como afirmación general no deja de ser una exageración compensatoria (pero
merecida).
52
Algunos meses atrás había hablado del «deseo de que nuestro periódico cuando llegue a
terminarse conste de varios asuntos amenos e instructivos que formen una lección divertida y
elemental sobre los más importantes objetos de la literatura». Cf. PP. No 207, 28-08-1795.
53
A pesar de lo que le indicaba la experiencia, MSR mantenía confianza en la función de
mecenazgo de los «soberanos protectores de las letras», como queda claro cuando se lee lo que
escribía respecto de la publicación de sus obras: «Gracias a Dios que los españoles tenemos un
Rey y una Reina en cuya ilustración y bondad ha encontrado la literatura nacional unos apoyos
mucho más firmes y benéficos que la literatura romana en sus Augustos y Mecenas». Cf. PP. No
262, 16-12-1796.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

como MSR –«el más pobre de América», como se definió alguna vez en carta
al rey–, o así vivieran, también como MSR, en un virreinato que no terminaba
aun por aclimatar una invención básica para el mundo moderno como la
imprenta, que facilita la circulación de las ideas, ni encontraba el camino de
generalizar actitudes modernas, liberales, de gasto, así fuera mínimo, en el
consumo de lo que hoy se designa como bienes culturales.
Indiquemos además que, al tenor de sus declaraciones, queda la idea de
que MSR escribió muchísimos libros (manuscritos) y comenzó una cantidad
mayor, que no terminó, pues es constante la referencia en sus escritos a tales
«obras». Y efectivamente, a principios del siglo XIX con la ayuda de Diego
Martín Tanco –el administrador de correos de Santafé y miembro de los círculos
de ilustrados de la ciudad– envió a España seis tomos manuscritos de sus obras
en prosa y en verso, que al parecer se comenzaron a editar en Madrid, a su
cargo, aunque en este punto las noticias son confusas. De todas maneras,
luego vino la invasión napoleónica y se perdió la información al respecto, por
lo cual el autor debió contentarse con escribir: «¿Quién sabe [quién] se habrá
hecho el autor de ellas [de las obras que deseaba imprimir] con las demás que
me han robado?»54.
Pero nadie ni nada muere por una sola razón, causa o motivo. El PP
encontró siempre un apoyo lleno de entusiasmo en las tertulias y corrillos y en
una parte de la opinión de la ciudad, pero no menos encontró un rechazo
activo en otros corrillos y tertulias, y en la mayor parte de la opinión tradicional
de la ciudad55.
Antes de finalizar el primer año de trabajo, el editor del PP tuvo que salir
a enfrentar las críticas y el descontento con su trabajo periodístico, y con el
tono ceremonioso de quien piensa que va a decir algo importante que no
puede guardarse, escribió: «Hoy es día de decir algunas verdades en sufragio
del periódico», agregando enseguida: «Si señores, este miserable papel
establecido por el Superior Gobierno con el único objeto de la pública utilidad,
54
Cf. Manuel del Socorro Rodríguez, Fundación del Monasterio de la Enseñanza. Epigramas
y otras obras inéditas e importantes, Bogotá, Banco de la República, 1957, p. 376 – «Fundación…
es la única compilación que se ha publicado de las obras de MSR, pero su legado literario, cuyo
interés desconocemos, continúa esperando un análisis. Cf. para un comienzo de la tarea, Iván
Vicente Padilla Chasing (editor), Sociedad y cultura en la obra de Manuel del Socorro Rodríguez.
Nueva Granada 1789-1819, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2012.
55
MSR habló varias veces de la opinión contraria de una parte de la ciudad (en sentido
estricto, no solo figurado) hacia el semanario, opinión que aseguraba, al inicio mismo de la
empresa periodística, que ésta sería un fracaso. Cf. PP. No 59, 30-03-1792, y mencionó la
existencia de «artificios para que no se aumente la suscripción», es decir de una oposición
activa a la existencia del PP, posiblemente más como reacción conservadora tradicionalista
frente a las novedades del siglo XVIII, que como pensamiento elaborado contra la idea de un
periodismo moderno.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 255


RENÁN SILVA

habiendo tenido la fortuna de lograr el aplauso de los sujetos sensatos, por esta
misma razón ha caído en desgracia…» con lo que mostraba las divisiones de
opinión que existían en Santafé en torno a su trabajo, preguntándose enseguida
por quiénes eran los detractores de su labor, e indicando que en esta
oportunidad no eran solamente unas voces anónimas, sino muchos
corresponsales que habían enviado al periódico sus «producciones» sin haber
encontrado una respuesta favorable, ya que la mayor parte de los textos
enviados «se habían ido a las llamas»56.
El caso es que el ambiente no era siempre favorable al PP y en varias
oportunidades, a pesar de su constante elogio de la virtud de la prudencia y de
sus modales civilizados en la discusión, debió enfrentar las críticas bajo la
forma de un reto: «Salid a la luz meridiana, escribid eso mismo que habláis en
las tertulias y en anonimato», indicando que «La critique est aisée et l’art est
difficile»57; fue un ataque relativamente constante de críticas a lo largo de los
años de existencia del PP que llevaban a que MSR se preguntara de manera
explícita y retadora: «¿porqué andáis combatiendo en medio de corrillos varios
puntos del periódico y no os ponéis a escribir eso mismo que cacareáis?», y
recordaba a sus críticos que el PP se había ofrecido desde su primer número a
publicar todas las críticas inteligentes y civilizadas que se le dirigieran –lo que
de hecho hizo siempre con lo que llamaba «juiciosos reparos»–, y espoleaba a
sus críticos anónimos con la frase quijotesca de «¡Non fuyáis viles criaturas!»58.
La «opinión de la ciudad» tenía muchas razones para molestarse con este
periodista, protegido del virrey, que no había nacido en Santafé, que no ostentaba
ninguna «calidad social» y que sacaba sus únicos poderes de la lectura, la relación
con los libros, la atención en la biblioteca pública, el sostenimiento de una
tertulia y la dirección de un papel periódico semanal, y que apoyándose en ello
se había constituido en una especie de crítico permanente contra la «falsa
opulencia de la elocuencia», contra los héroes inflados por los adornos poéticos
y la brillantez que les dan las plumas entusiastas…», y que desafiando las formas
habituales de la retórica usadas por los «escritores públicos» para «captar el aura
popular y la estimación de la multitud», tal como había ocurrido en Grecia y en
Roma, «… alimentan el espíritu humano con meras flores y no con los saludables
frutos de la sólida doctrina, que es el único fin para el que se escribe, y lo que se
llama la verdadera ciencia59.

PP. No 41, 18-11-1791. La discusión era antigua, y muy temprano MSR había advertido
56

que los que quisieran «tener el gusto de ver sus discursos en letra de molde dejen de ser unos
pedantes… y se apliquen a escribir cosas dignas de leerse». Cf. PP. No 7, 25-03-1791.
57
PP. No 41, 18-11-1791. En francés en el original.
58
Ibídem.
59
PP. No 167, 21-11-1794.

256 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Así pues, todo estaba dado para que numerosos elementos y condiciones se
reunieran para que luego de seis años de trabajo el PP diera fin a sus tareas.
Como hemos señalado atrás, condiciones estructurales que tenían que ver con
el nivel cultural general de la sociedad. Como hemos dicho también, elementos
circunstanciales, como la partida del virrey Ezpeleta, que si bien no hizo
demasiado por el PP, en medio, claro, de las finanzas poco halagüeñas de un
virreinato repleto de urgencias, aportaba su autoridad como respaldo a las tareas
de MSR y era el «gran paraguas protector de la empresa» y uno de los elementos
de garantía de su continuidad en medio de los ataques –y ello por una condición
de fondo: el gran acuerdo aun en esos años entre la monarquía y los fines de la
Ilustración–. Sin embargo hemos hablado también, porque fue un factor de
importancia, de ese dolor de cabeza semanal y causa de varias interrupciones,
que fue la propia precariedad de la pequeña imprenta en que se trabajaba (una
de las dos rústicas imprentas que tenía la ciudad), que cumplía con el milagro
semanal de sacar el folio dividido en ocho cuartillas que fue el PP.
Pero posiblemente un elemento que puede ser el crisol en que se reúnen
de manera concentrada todas las dificultades que encontraba el nacimiento
del periodismo en esa sociedad y que reenvía a los obstáculos de todas las
revoluciones culturales, sea el que se relaciona con la gran tensión existente
entre la meta de encontrar el «aplauso popular» y la decisión de defender los
«sagrados intereses de la razón»60, en esta oportunidad definidos como el
proyecto de llevar la crítica a todas –bueno, a casi todas– las dimensiones de la
vida social bajo forma escrita, argumentada y demostrada61.

III
El espacio de la escritura y la percepción del tiempo histórico

El PP fue un semanario nutrido de manera amplia por informaciones sobre el


presente, lo mismo que por la perspectiva histórica, esta última caracterizada
por un intento de poner los hechos en un contexto temporal, espacial y
procesual, que los muestre en la triple perspectiva de génesis, de funcionamiento
y de tendencia abierta en relación con un tiempo que aun no existe.

60
Cf. PP. No 34, 30-09-1791.
61
La frase «llevar la crítica a todas las dimensiones de la vida social» no es exacta en el
campo de la Ilustración hispanoamericana… ¡ni europea!, si pensamos en la línea que va de
Descartes a Kant, y aquí es simplemente una manera de ofrecer un homenaje a un valioso
hombre de letras; la proposición aclarativa: «bueno, a casi todas», es una manera de suavizar lo
que es una evidente exageración.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 257


RENÁN SILVA

El tratamiento de la actualidad en el PP, es decir de las noticias sobre la


política europea –de manera básica la Revolución francesa y la contrarrevo-
lución europea–, sobre los experimentos de ciencia que podían tener utilidad
práctica, las noticias sobre las innovaciones de ciencia y sus expresiones en la
vida cotidiana, los informes sobre los cambios en el campo de las costumbres y
aun de la moral, todo eso que se designaba como «novedades y curiosidades
de la época», recuerda ese deseo de examinar y hacer conocer lo que en el
mundo acontecía, aunque se tratara en muchas ocasiones de experiencias
europeas, un poco alejadas del acontecer diario del Virreinato de Nueva
Granada, pero que quedaban incluidas en la presencia de un tiempo nuevo,
al que precisamente los ilustrados designaron como la época de la Ilustración62.
Al mismo tiempo, la consideración del pasado de la sociedad, como una
manera de conducir la discusión sobre el presente, fue una constante en los
textos que publicó el PP, lo que en parte se explica por su propia definición de
la historia como magistra vitae, un principio de análisis que en el PP asegura la
relación entre pasado y presente, sobre todo porque no se trataba simplemente
de que el pasado constituyera un núcleo de enseñanzas sobre el presente y el
futuro, sino porque el propio análisis del presente se consideraba fuente de
experiencia, sobre ese tiempo, próximo o lejano, que vendría y e incluso como
principio de esclarecimiento del pasado, tal como se deja ver en muchísimos
textos del PP, pero de manera particular en los análisis que sobre la Revolución
francesa y la historia de la monarquía se encuentran a lo largo de las páginas
del semanario neogranadino, como lo hemos indicado en algunos de los
capítulos anteriores con suficiente amplitud63.

62
La Ilustración fue percibida y caracterizada, en Europa y en América hispana, como una
época específica, como un periodo de tiempo singular, un hecho que no ha ocurrido siempre
con esos cortes de tiempo que los historiadores posteriormente distinguen como periodos
específicos de la experiencia humana, en este o aquel lugar del globo. Pero no solo fue percibida
como momento específico de la sociedad, sino que fue apropiada de esa manera, como lo resalta
el hecho de que se recurriera de manera sistemática a la expresión: «nuestra época, la época de
la Ilustración», y que un grupo social particular se diera a si mismo esa designación y la
constituyera en un principio de identidad. Pero además, el movimiento de la Ilustración –o como
diría Kant, «el movimiento hacia la Ilustración»– fue percibido como un movimiento de escala
universal, que daba lugar a una comunidad de intereses y de propósitos», tanto en Europa como
en América hispana, y no como el producto de una «sociedad nacional» particular, lo que se
acentuaba con el recurso permanente a expresiones como «la humanidad», «el género humano»
–un lenguaje tan presente en el PP y en general en los ilustrados neogranadinos.
63
Para el tratamiento clásico de los cambios que la sociedad moderna europea de finales
del siglo XVIII introduce en la vieja idea de la historia humana como magistra vitae –una idea
aun presente en el PP–, cf. Reinhart Koselleck, historia/Historia, Madrid, Trotta, 2004. Pero
ninguna referencia a Koselleck puede sustituir la investigación concreta del problema de las
formas singulares de evolución de las nociones y representaciones de la historia (y del tiempo
histórico), según tipos de sociedades y cronologías diversas.

258 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

En este punto la verdadera novedad del PP tiene que ver ante todo con la
combinación de los análisis sobre el pasado y el presente, con la vinculación orgánica
que intentó establecer el semanario entre el tiempo pasado, incluso el tiempo
largo, como diríamos hoy, y la actualidad, el tiempo presente, en un movimiento
de ida y vuelta que, por ejemplo en el caso del análisis de la Francia
revolucionaria –la figura misma de la actualidad política– le permite a MSR
desplazarse hasta Grecia y hasta Roma, y recurrir a la historia bíblica para
juzgar las actuaciones de Marat y Robespierre, lo que nos recuerda de paso
que ése era el fondo social de la cultura intelectual de la época, una cultura que
encontraba su mayor depósito de reservas, de tópicos y de lugares comunes en
el humanismo renacentista y en la visión que la cultura del Renacimiento
difundió sobre la Antigüedad, y que fue acogida en la formación latina inicial
y en las facultades universitarias de las universidades hispanoamericanas,
contenidos que se difundieron mucho más allá del mundo académico, y que
incluían además como núcleo central como matriz productora de
interpretaciones el gran legado de las Sagradas Escrituras, otro de los grandes
recursos de MSR en el PP y en muchos otros de sus escritos64.
De esta manera, el PP recuerda que la idea de magistra vitae ha adquirido
en distintos momentos cronológicos y en distintas sociedades, perfiles y
funciones diferenciados que no pueden ser imaginados sino bajo formas
singulares que exigen para su conocimiento, por tanto, descripciones empíricas,
que no pueden limitarse a enunciaciones abstractas que han tenido sus formas
iniciales de argumentación a partir de la experiencia histórica concreta de
algunas sociedades europeas, sin encontrar además, por el momento, una
cartografía sociológica que lleve tales enunciados a distribuirse en términos de
grupos sociales o de ámbitos institucionales, que permitan abandonar las ideas

64
Cf. R. Silva, «Los estudios generales en el Nuevo Reino de Granada», en Saber, Cultura
y Sociedad, op. cit., pp. 19-105, en donde se mencionan, pero de manera muy parcial, algunos
aspectos de la recepción de la retórica. En general el problema no tiene ningún tratamiento
significativo moderno en la historiografía colombiana. El documentado libro de José Manuel
Rivas Sacconi, El Latín en Colombia. Bosquejo histórico del humanismo colombiano, Bogotá,
Instituto Caro y Cuervo, 1949, ha perdido ya la mayor parte de sus méritos, en razón de que
depende de una problemática hoy en día envejecida en el campo de la historia. Una historia
socio-cultural de este problema no será posible mientras no se aborde el estudio detallado de las
aulas de latinidad, es decir de las escuelas de formación en latín y en retórica, anteriores al
ingreso a las facultades universitarias, muy extendidas en los siglos XVII y XVIII, tema sobre el
cual empiezan a conocerse fuentes documentales de primer orden, aunque por el momento
ningún análisis. Referencias generales básicas sobre cómo orientar la investigación sobre este
tema y sobre la propia historia del problema pueden verse en R. Chartier y P. Corsi, Sciences et
langues en Europe, Paris, EHESS, 1996; Françoise Waquet, Le latin ou l’empire d’un signe. XVI-
XX siècle, Paris, Albin Michel, 1998, y Wilfried Stroh, El latín ha muerto. ¡Viva el latín! Breve
historia de una gran lengua [2007], Barcelona, Ediciones del Subsuelo, 2012.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 259


RENÁN SILVA

puramente aproximativas que se encuentran en enunciados del tipo «la


representación del tiempo histórico en la Europa del siglo XVIII», lo que facilita
la construcción de «totalidades culturales homogéneas», sobre las que
posteriormente los lectores poco se interrogan, dando por hecho que se trata
de demostraciones de carácter sociográfica, y no de observaciones limitadas a
un terreno textual, a veces, por lo demás, un tanto limitado65.
En este punto resalta el carácter cercano e igualmente problemático en
nuestra opinión, de las formas de argumentación sobre estos puntos de Michel
Foucault de Las palabras y las cosas, con su idea de «episthemé» y del Reinhart
Koselleck que hace deducciones a partir de un espacio puramente textual,
que luego deja flotando como si se tratara de una aproximación sociológica.
La idea planteada alguna vez por François Hartog acerca de una pretendida
representación sabia, esto es intelectualmente elaborada, de la experiencia
del tiempo, «que en retorno modela nuestras maneras de decir y de vivir nuestro
propio tiempo», me parece que nos condena al mismo encierro, por cuanto
no deja lugar a ninguna consideración que busque en las relaciones sociales,
en las estructuras institucionales, en los lazos que ligan bajo formas diferenciales
al hombre con la naturaleza, el terreno de experiencia en que se formaría las
representaciones del tiempo. Habría que volver con nuevos énfasis la mirada
sobre las estructuras sociales, como terreno de formación del mundo de las
representaciones, para restituir los encadenamientos que hacen posibles las
construcciones sabias de las ideas de tiempo, y no captarlas en el mundo textual,
puesto posteriormente a rodar por el mundo y a «modelar nuestras maneras de
decir y de vivir nuestro tiempo», como dice Hartog66.
La mayor parte de los temas que trató el PP, por no decir todos, muestran
de plano las formas como la relación pasado presente se planteó en el semanario
santafereño, y las formas como la cultura social de la época, con sus referencias
y alusiones constantes a la historia bíblica y a la Antigüedad, sirvió como
forma de enlace y como «lugar común» para ejemplificar esa relación. Un
65
Una definición sencilla de la idea compleja de «magistra vitae» la presenta F. Hartog de
la siguiente manera: «Cuando el pasado esclarecía el porvenir, cuando la relación del pasado
con el futuro estaba determinada por la referencia al pasado, era el tiempo de la historia
Magistra Vitae». Cf. Francois Hartog, «Comment écrire l’histoire de France?», en ANNALES,
HSS, No 6, nov.-dec. 1995, pp. 1219-1236, la cita en p. 1220.
66
Cf. M. Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. [1966],
México, Siglo XXI Editores, 1968 y R. Koselleck, Crítica y crisis del mundo burgués [195?],
Madrid, Rialp, 1965. François Hartog, «Comment écrire l’histoire de France?», en ANNALES
HSS, No 6, artículo citado, p, 1220. Agreguemos que es por estas mismas razones que la obra de
François Hartog, Régimes d’historicité. Présentisme et expériences du temps, Paris, La Librairie du
XXI Siècle/Seuil, 2003 –hay traducción en castellano–, resulta tan sugerente y al mismo
tiempo demasiado aventurada en sus generalizaciones y proposiciones conclusivas, lo que
conduce a que lectores con demasiada confianza en lo escrito, ya dan por un análisis cumplido.

260 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

lugar por excelencia para constatar esta afirmación es el propio tratamiento de


la Revolución francesa en el PP, análisis atravesado de manera permanente por
la idea de magistra vitae, presentada tal idea en su «agarre» con los propios fondos
culturales en que esa sociedad identificaba sus grandes temas de discusión, fondos
culturales que no parecen limitados, como se acostumbra afirmar, al «campo de
las elites», sino que adquieren presencia definida, bajo modalidades diversas, en el
campo más general de la cultura de la sociedad, en el campo de las cultura de
todos los grupos sociales, fondos culturales en los que las referencias bíblicas,
antiguas, medievales, renacentistas y modernas eran una constante –más allá
del supuesto «ancestralismo» de la cultura de los grupos aborígenes y negros que
se ha impuesto en años pasados en el análisis históricoc67.
Esos dos frentes de «información» –el del tiempo presente, en curso, abierto y
en proceso, y el del pasado concluido y cerrado–, permiten observar dos de los
criterios con los que en el PP se fue fabricando la diferencia –por lo demás una
diferencia histórica y por lo tanto relativa–, entre el periodismo propiamente dicho
y el análisis histórico, concebido éste último en esos años finales del siglo XVIII (y
puede que aun durante la mayor parte del siglo XIX) como un género, un género
literario68, aunque a veces también se le incluía como una parte de las «artes
oratorias», como refuerzo de la elocuencia, puntos que queremos analizar a
continuación, para ver la forma misma como la idea de «noticia» va encontrando
su lugar en el espacio de la información, aunque intentaremos la demostración ante
todo en el terreno limitado de algunos de los textos que sobre la Revolución
francesa publicó el PP, recordando que es la manera como al parecer la percepción
del tiempo histórico se transforma a partir de la emergencia del acontecimiento
revolucionario, lo que nos hace seleccionar ese laboratorio como lugar de
ejemplificación, aunque el fenómeno se encuentra también en relación con otros
sucesos de la vida social, a veces incluso en el plano de la vida cotidiana69.

67
Cf. a manera de un gran marco conceptual para plantearse este problema Jérôme Baschet,
La civilización feudal. Europa del año mil a la colonización de América [2004], México, FCE, 2009,
y a manera de síntesis, del mismo autor, «Un Moyen Âge mondialisé? Remarques sur les resorts
precoces de la dynamique occidentale», en O. Remaud, J-F Schaub et I. Thireau, Faire des
sciences sociales (Comparer), Paris, EHESS, 2012; igualmente, y en un plano global, euro americano
e hispanoamericano cf. Serge Gruzinski, Les quatre parties du monde. Histoire d’ une mondialisation,
Paris, 2004 –hay traducción en castellano–. Cf. en particular Cuarta Parte: «La esfera de
cristal», pp. 281-397.
68
Sobre este punto y para el siglo XIX, cf. Patricia Cardona, Y la historia se hizo libro,
Medellín, EAFIT, 2013, quien ofrece pistas sugerentes sobre el problema.
69
El PP se presentó como un informador de la vida cotidiana en muchas oportunidades,
como cuando afirmaba que «Como el principal motivo de los papeles periódicos es comunicar
al público aquellas cosas que pueden servirle de instrucción… y esta especie de escritos viene a ser
como una historia suelta de cuanto sucede cada día…». Cf. PP. No 17, 3-06-1791. El subrayado es
nuestro.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 261


RENÁN SILVA

Estudiemos pues el problema de las formas de considerar las relaciones entre


pasado y presente en los análisis históricos del PP, prestando atención al mismo
tiempo a la forma como ese problema se liga con el del «espacio de la escritura»,
que es simplemente una manera de presentar el problema de la limitación de
espacio que se planteaba a los textos que incluía un periódico cuya extensión no
podía ir más allá de un folio doblado en cuatro hojas –esto es ocho pequeñas
páginas–, que además no se podían dedicar solamente a un tipo de información,
para un lector que reclamaba cada semana la combinación de «diversión y utilidad».
Grosso modo puede decirse que dos son los puntos relevantes cuando se
considera esa diferencia –que se encuentra en curso de formación–, entre pasado
y presente, entre historia y actualidad, entre género histórico y periodismo, en
el PP. De un lado lo que tiene que ver con la extensión de los textos. De otro lado
lo que tiene que ver con la modificación de los acontecimientos en el tiempo
corto, con la presencia del suceso dinámico y pronto a cambiar por la intervención
humana; y desde luego con lo que tiene que ver con la propia fugacidad del
tiempo, con su carácter múltiple y difícil de abarcar.
Observemos primero el problema sencillo –en principio físico, del espacio–,
para luego tratar de ligarlo con la idea de noticia, de presente abierto, de incertidumbre.
Recordemos que desde el primer número del PP, que fue presentado como
«Preliminar», y en donde se intentó definir la línea editorial de la publicación
periódica que comenzaba tareas, quedó claro que el espacio, la extensión reducida
de la publicación, era una limitación para todas las informaciones que se
presentarían, y que una economía de síntesis sería necesaria para poder dar cuenta
de las informaciones provenientes de Europa o de los propios reinos americanos,
así como de las diversas provincias del virreinato de Nueva Granada. De esta
manera, en una «Nota» puesta en ese primer número del PP en caracteres
tipográficos destacados, MSR habló de esa «economía de espacio» y advirtió a sus
lectores y posibles colaboradores que, «Como la clase de este escrito no puede
permitir en cada semana más extensión que la de un pliego, quizá para dar lugar a
las noticias del reino será preciso dividir algunos discursos en dos números»,
recordando además que la división de los textos era una «práctica universal en
todos los papeles periódicos», por lo que no debería haber motivo para descontento
de los lectores –descontento que de todas maneras pronto llegó70.
La extensión fue pues una preocupación constante de MSR en todo los
años de existencia del PP. De hecho en el Número 2 del semanario volvió a

PP. No 1, 9-01-1791. MSR renglones antes había indicado que publicaría, con la intención
70

de agradar al mayor número de personas, «algunas anécdotas literarias sobre todo género de
materias», pero que en esa presentación habría que observar «la oportunidad y economía
debida[s]», tal como se hacía en publicaciones similares de «Roma, Viena, Madrid, etc.».

262 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

mencionar el tema de la extensión –como lo haría en muchísimas otras


oportunidades–, y de nuevo en una «Nota» indicó que esperaba que el bajo
precio de la suscripción al periódico permitiera tener una buena cantidad de
abonados, de tal forma que se garantizara un recaudo que más adelante
permitiera crear una publicación diferente del semanario, tratando problemas
de poesía y elocuencia –dos bastiones de lo que la época entendía por
«literatura»–, con una variedad de argumentos –y por lo tanto con cierta
extensión–, «para satisfacción y diversión de las personas de gusto», y todos
los temas tratados «con la solidez y erudición que corresponde», y que en un
papel periódico no eran posibles, «a causa del riguroso laconismo a que nos
debemos ceñir», un hecho al que ya antes nos habíamos referido71.
Sobre la Revolución francesa, la inicial dificultad con el problema de las
limitaciones de espacio que le exigía la publicación de un papel periódico, la
encontró MSR en su primer gran «discurso» sobre el tema, titulado La libertad
bien entendida, que ya hemos mencionado. El texto, enteramente escrito por
el editor del PP, debió suspenderse en más de una oportunidad, para dar lugar
a otras materias, más variadas y coincidentes con el gusto dominante del
público –en ese año de 1791–, y en la última entrega del texto, cuando tomó
la decisión de no proseguir con su publicación, incluyó una «Advertencia»,
para informar a sus suscriptores y lectores de la inevitable suspensión. En esa
oportunidad escribió que «Nos es muy sensible no poder continuar con asunto
tan ilustre y digno de las más serias reflexiones», agregando que seguía
considerando el tema como de primera importancia, pero que debía reconocer
que su tratamiento, si se quería hacer «con la dignidad que corresponde»,
exigía adentrarse de manera amplia en el campo de la historia –«mezclarnos
en muchísima parte de historia», escribe–, y no solo de la historia reciente,
sino también de la Antigüedad –«[mezclarnos] en casi todos los escritos de la
Antigüedad»–, por todo lo cual lo recomendable era detener la publicación
que se venía haciendo del texto, y «darlo a luz en un cuaderno separado, [en]
donde nada se omitirá que sea relativo a la materia»72.

71
PP. No 2, 18-02-1791. Laconismo será la palabra favorita de MSR cuando quiere abordar
los problemas de la extensión en la nueva forma de comunicación que se encuentra
experimentando.
72
PP. No 33, 23-09-1791. MSR cerraba la «Advertencia» con la siguiente frase: «Ahora,
con el fin de llenar este lugar» –es decir el espacio en blanco que aun le sobraba–, «sólo
podemos incluir el párrafo citado, que es el siguiente». La frase, «con el fin de llenar este lugar»
nos permite llamar la atención sobre un problema de signo contrario con el que en otras
oportunidades se encontró el PP: cuando sobraba espacio para dejar copado el blanco de la
página. Pero hay que advertir que, en general, el «componedor» de textos en el PP fue amigo
de «airear» el texto, y la batalla entre el negro y el blanco no fue tan cerrada, para beneficio del
lector, como lo fue en otros periódicos de la época.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 263


RENÁN SILVA

Así como le ocurrió con el texto sobre La libertad bien entendida, una de
sus «producciones» que más apreciaba, le ocurrió también con el largo estudio
que publicó sobre la historia reciente de la monarquía francesa, que publicó
bajo el título de Retrato histórico de Luis XVI en el trono, un texto del que MSR
pensaba que constituía una de sus mejores obras, texto que al parecer había
trabajado con método y cuidado pensando en sus lectores, tal como varias
veces lo puso de presente en el PP. Desde los capítulos iniciales de su escrito,
ya en las primeras semanas de su publicación, debió repetir a sus lectores que
«la naturaleza de este escrito no permite (como advertimos antes) la extensión
y prolijidad propias de una historia»73.
Avanzado ya su texto sobre Luis XVI, MSR deberá volver a mencionar el
problema de la extensión, y en un momento en que trataba de los
procedimientos tiránicos y crueles de la Convención, indica a sus lectores que
para poder abordar esos sucesos en detalle sería necesario «un prolijo discurso,
que no lo permite el limitado plan de nuestro escrito», motivo por el cual se
debe restringir a insertar algunos pequeños rasgos, «aquellos más precisos para
la ilustración de la materia, tales como los que damos traducidos a la letra del
original francés»74.
En el remate de su largo discurso sobre el monarca francés, MSR hará una
síntesis, muy valiosa para nosotros, de los problemas de composición que había
tenido que enfrentar durante las semanas anteriores, cuando escribía su texto,
repitiendo que se trataba de un asunto «digno de una obra separada», pero
que «la propia calidad de las presentes circunstancias» –es decir el curso que
había tomando la revolución en Francia y la forma como esos sucesos
terminaron expresándose en Santafé– y su deseo de que cuando el PP llegara
a su fin pudiera formar un «regular complejo de materias varias e importantes»,
lo había hecho abandonar la idea de escribir lo que sería en rigor una obra de
historia, y limitarse a «compendiar en folios semanales un argumento que
exigía mucha más extensión y el método propio de una historia seguida»75.
Al lado de la extensión, el otro elemento que mencionamos como
distintivo en el proceso de constitución de la diferencia entre periodismo y
género histórico en el PP, es el que tiene que ver con la movilidad del
acontecimiento, con la indefinición del tiempo presente, en tanto se trataba de
relaciones de fuerza producto de la acción de agentes humanos –es decir de

73
PP. No 150, 11-07-1794. El subrayado es nuestro.
74
PP. No 158, 19-09-1794. MSR copia, en lo que parece ser su traducción, el «Discurso
dirigido [por Luis XVI] a los diputados que componían la primera sesión de los Estados Generales».
«(Dichos comúnmente notables por ser las personas. De mayor nota o primeras del Reino)».
75
PP. No 160, 3-10-1794. El subrayado es nuestro.

264 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

agentes históricos–, aunque paralelamente con esa idea en el PP se mantuviera


la idea providencialista según la cual Dios es el rector último de los destinos
humanos, una idea que difícilmente puede «combinar», sin «contradicciones
lógicas», por lo demás visibles, con la pretensión de escribir historia profana.
El PP en su información de varios años sobre la Revolución francesa –y en
general en su «actividad noticiosa»– descubrió pronto la fluidez cambiante de
los acontecimientos y de sus circunstancias. Es por eso que de manera repetida
hablará a sus lectores de noticias recientes, de últimas noticias, para calificar las
informaciones que reproduce, y a pesar de su deseo manifiesto de que los
Borbones recuperen la corona y la monarquía vuelva a reinar –lo que MSR
está seguro de que en algún momento próximo debe volver a ocurrir–, en
muchas oportunidades debió refrenar ese deseo e incluso corregirse respecto
de afirmaciones que había hecho sobre la victoria definitiva de las tropas
realistas.
Así ocurrió, por ejemplo, cuando anunció a finales de 1794 la derrota
definitiva de los revolucionarios, noticia que presentaba como «la más
agradable noticia del siglo», la que tomaba en ese momento de una gaceta
llegada de Puerto Rico la semana anterior, y en la que se hablaba de la
contrarrevolución en París. La noticia, decía MSR, «además de venir en una
gaceta inglesa, la confirmaba la gaceta española que traía una barca catalana»76,
lo que le permitía además poner de presente ante sus lectores que el PP desde
días atrás había sido capaz de pronosticar con toda exactitud esa derrota, con
base en sus análisis. Por eso afirma que «El que volviere a leer varios números
de nuestro periódico hallará en muchos lugares indicado el próximo fin de la
constitución revolucionaria de París…»77.
Posiblemente en razón de ése y de otros resbalones, MSR tuvo que emplear
en adelante de manera repetida fórmulas que ponían de presente que en sus
informaciones no había una correspondencia inmediata entre la ocurrencia
del suceso, sus consecuencias desconocidas y el momento de la lectura de la
noticia, y hacer especies de síntesis para el lector, síntesis en las que parece
tomar en cuenta, de una parte la diferencia entre el hecho y su narración, y de

76
PP. No 170, 12-12-1794. MSR titulaba, como noticia particular, en el espacio de su gran
narración sobre la Revolución francesa: «Al público: La noticia más agradable que pueda leerse
en los fastos del siglo XVIII…».
77
Ibídem. En este y en otros números del PP, MSR introduce la idea de que la revolución
puede ser objeto de análisis y que puede ser sometida al escrutinio empírico cuidadoso de sus
perspectivas. Se trata de la existencia de lo que llama «cálculo político», parte esencial de lo que
designa como ciencia política y que describe varias veces desde el punto de vista de su contenido.
Cf. PP. No 244, 13-05-1796, en donde copia a un pensador italiano que señalaba que: La arte
política de día en día fue tomando mayor lustre y vigor, hasta que llegó a formarse de ella una
ciencia», cuyo propósito es ante todo el cálculo político.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 265


RENÁN SILVA

otra el carácter discontinuo de la lectura de noticias que aparecían en su semanario,


noticias que a veces recuperaban cosas afirmadas dos o tres semanas antes.
De esta manera, comentando un texto que publicó sobre los acontecimien-
tos revolucionarios en Francia escribía: «… pero en las últimas gacetas acabamos
de ver la siguiente noticia, que corrobora lo que dice el autor del discurso» –que
está publicando–, pero sin dejar de indicar, respecto del carácter temporal de los
sucesos que examina y glosando al autor del discurso que presenta, pues «… cuando
salió éste discurso aun existían en Francia el clero secular y regular, sin embargo
que ya experimentaban las opresiones de la Asamblea francesa», con lo que vuelve
a contextualizar y relativizar las informaciones que ofrece al lector78.
El mismo hecho se constata también examinando la forma como la incertidumbre
se apodera a veces de la información presentada al lector, y también en la repetición
de fórmulas como: «Según la combinación de noticias corrientes hasta el primero de
este año…», que no sólo dan lugar a cábalas sobre lo que vendrá después, sino que
ofrecen un marco temporal preciso a las informaciones que se presentan e introducen
la idea de balance de fuerzas y de cálculo político que ya hemos mencionado, como
se puede ver en el siguiente ejemplo: «Extracto de las últimas noticias del estado
actual de Francia hasta el 22 de noviembre próximo pasado», en donde MSR muestra
que, contrario a sus presagios, las fuerzas realistas han perdido terreno en esos meses,
al tiempo que reconoce que crece lo que considera como un desastre político y
anuncia para próximas entregas un «cálculo político» sobre los asuntos de Francia»79,
cálculo que de nuevo parece contradecir sus alegres pronósticos de semanas anteriores,
pues, según debe reconocer el editor del PP, la pérdida de terreno de los realistas se
mantiene: «Acabamos de ver por las últimas noticias impresas hasta el 19 de
septiembre [1794] que la revolución, lejos de haber calmado en sus proyectos inicuos,
anda ahora más agitada…», aunque la información sigue siendo contrastada, pues
en medio del delirio de los revolucionarios, también parecen levantarse voces sensatas,
como la de «cierto filósofo escribiéndole a otro su amigo, cuyo bellísimo discurso
hemos traducido de un periódico europeo»80.

78
PP. No 164, 31-10-1794.
79
PP. No 186, 3-04-1795, y PP. No 188, 17-04-1795. La dinámica de los sucesos revolucionarios
de 1793-1794, sobre todo –que MSR caracteriza como caos, confusión, relaciones de fuerza
cambiantes y luchas intestinas entre los propios partidarios de la revolución– parece reflejarse
en las propias informaciones del PP de las fechas correspondientes (con el retraso ya mencionado
que va de cuatro a seis meses en promedio). Cf. por ejemplo PP. No 164, 31-10-1794 y siguientes.
80
PP. 180, 20-02-1795. En el PP MSR sostendrá al mismo tiempo la idea de que la política es
analizable y previsible –hacia adonde apunta la noción de cálculo político– y la idea de que la
política es compleja porque es precisamente el reino de la incertidumbre. Por eso escribirá que
«Los misterios de la política al paso que son innumerables, son muy diversos entre sí, y demasiado
profundos. No hay una regla fija por donde poderlos comprender, porque de un instante a otro
toman un aspecto tan complicado, que exige nuevo estudio de la inteligencia de cada parte de
por sí». Cf. PP. No 145, 6-06-1794.

266 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Todo indica que se trata de un tiempo histórico que traiciona en ocasiones


su contenido presente e inmediato, que exige una consideración de conjunto
de los problemas –lo que se llama una mirada contextual–, que reclama un
movimiento continuo del analista entre el presente y el pasado, un tipo de
conocimiento de la vida social para el cual el periodismo, por su fijación en el
presente, siempre será una técnica intelectual deficiente en comparación con
el análisis histórico, lo que resalta el hecho memorable de que aquel a quien se
considera entre nosotros, con justicia, el «fundador del periodismo», tuvo el
notable acierto de indicar desde el principio, aunque no sabemos con cuánta
consciencia, las limitaciones de un instrumento que ponderaba en alto grado.
El propio MSR, el fundador y principal soporte de este primer periodismo
balbuciente que representa el PP, tenía consciencia de las limitaciones de ese
descubrimiento maravilloso y sin embargo problemático que es el periodismo,
como elemento formador de la conciencia moderna. Por eso escribía, hablando
de su Retrato de Luis XVI, que consideraba ese texto una obra de historia no
terminada, y que con ella había simplemente buscado ilustrar varios puntos
importantes del reinado de ese monarca, porque sin un conocimiento exacto
de ese periodo resultaba imposible que pudieran formarse «un juicio crítico y
sólido muchos de los que hablan de los asuntos del día sin otro conocimiento
que el… que ministran las gacetas» –punto que ya antes habíamos indicado, y
con el que se refiere a su auditorio local, es decir a los jóvenes universitarios –
maestros y estudiantes– y su pequeña periferia ilustrada de funcionarios,
comerciantes, clérigos y aficionados a la ciencias, que no solo leían sobre la
revolución en curso en la admirada Francia, sino que empezaban a soportar
algunas de las consecuencias de esa admiración81.
El asunto principal es, en todo caso, que el director del PP, a través de la
elaboración de la información recibida, y sus lectores, a través de la lectura de
los informes que se les presentaban sobre la Revolución francesa, hacían esa
experiencia extraordinaria de la modernidad –cualquier cosa que aun pueda
significar la palabra, luego que se volvió vocabulario común y por ello mismo
«significado flotante»–, que se concreta en la existencia de un futuro abierto y
en la presencia permanente de la incertidumbre como horizonte de nuestra
vida y la necesidad permanente de improvisación, como rasgo distintivo de la
acción humana, incluso de la más «planeada», como hace años nos lo enseñó
Norbert Elias en sus análisis del proceso de civilización, al insistir, contra el
racionalismo ingenuo y los determinismos simplistas, en el peso de la acción
social espontánea –o como también le gustaba decir: «no planeada»–, en la

81
PP. No 138, 18-04-1794.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 267


RENÁN SILVA

estructuración de la vida social, no porque ella no tenga condiciones y


circunstancias de formación y pertenezca al campo absoluto de la
indeterminación, sino porque la multiplicidad que la produce no depende de
la acción racional, y mucho menos de la acción racional individual82.
Comentando en el PP una serie de acciones militares que enfrentaron en
Toulon a fieles de la monarquía y a autoridades de la naciente revolución, y
luego a tropas españolas que llegaron en socorro de los realistas, y cuyo resultado
final de batalla se desconocía, MSR ofreció una versión de los sucesos a sus
lectores, versión en la que las fuerzas realistas se llevaban la victoria, aunque
el resultado final de las acciones no se conocía, y habló de que se figuraba a la
ciudad de Toulon «bajo un aspecto tranquilo», pues aunque «amenazada por
la cruel Convención de París... no nos imaginamos que tendrán efecto aquellos
designios destructores» –los de los revolucionarios–. Aunque no dejó de añadir,

como todas las cosas sublunares están expuestas de un instante a otro a sufrir
los golpes de esta variedad y vicisitud características de la inconstancia del
tiempo, y mucho más la suerte de la guerra, ha mudado ya notablemente la
situación de la ciudad, según las recientes noticias que han venido en
papeletas particulares y que insertamos en el presente número83.

No se puede dejar de observar, finalmente, que la conquista de la idea de


noticia, apoyada en hechos reales e inscrita en un principio de verosimilitud –dos puntos
en los que hemos insistido en los dos primeros capítulos de este trabajo–, suponía
la modificación del principio que animaba las hojas que contenían relatos de
sucesos maravillosos, reclamaba el cambio del principio que organizaba las
relaciones entre historia y fábula, y que los siglos XVII y XVIII, en el marco del
naciente periodismo de los «papeles públicos» va a empezar a modificar84.
82
La idea de «construcción improvisada de la sociedad» –como cuando F.-X. Guerra habla
de «improvisar un imperio»–, es una idea que simplemente busca contrarrestar la estructuralización
extrema de las relaciones sociales y afirmar los elementos de contingencia, de azar y de creatividad
histórica, y resulta una de las perspectivas más fecundas con que puede trabajar un historiador.
Cf. François-Xavier Guerra, «Introduction» à L’État et les communautés: comment inventer
un empire?, en S. Gruzinski et N. Wachtel, Le Nouveau Monde/Mondes Nouveaux. L’expérience
américaine, Paris, EHESS, 1996, pp. 351-364.
83
PP. 4-04-1794. A pesar del rasgo de incertidumbre que caracterizaba a los nuevos tiempos
que se imponían a partir de la Revolución francesa, y que constataba MSR, el editor del PP nunca
dudó que el periodismo que escribía aspiraba a tener alguna consistencia mayor que la de los
géneros efímeros, y que no fuera solamente materia de olvido (como se dice «periódico de ayer»).
84
Las relaciones entre historia y fábula parecen modificarse en la medida en que las
sociedades hacen nuevas definiciones de ellas en el marco de los cambios sociales a que da
lugar la llamada primera modernidad (de manera básica los siglos XVI y XVII) y en el campo
intelectual el fenómeno se expresa por una modificación en el campo del régimen de verdad
(las maneras de probar y demostrar, el surgimiento de objetos que pueden medirse, el dibujo de

268 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Mezcla de hechos y ficción, de relevos entre lo escrito y lo oral, de


acercamientos entre los acontecimientos presentes y viejas tradiciones de sucesos
vueltos a contar una y otra vez, acontecimientos que reposaban ante todo en
elaboraciones de cosas oídas por otros (que nunca era posible comprobar, como
afirmaba acertadamente MSR) y que se encontraba más bien del lado de las
narraciones fabulosas escritas para hacer gozar y sufrir la imaginación de los
lectores. Son noticias que se detienen de manera particular en recrear «guerras,
pestes, incendios, inundaciones, robos, asesinatos, matanzas, meteoros,
cometas, espectros, prodigios, apariciones», etc., un tipo de informaciones –
«historias» que ya en la época de ascenso del periodismo moderno en el siglo
XVII y de crítica de las gacetas tradicionales, era caracterizado como noticias
que «cuando uno envía a buscarlas a los distritos en donde se dice que
ocurrieron, nunca se encuentra»85.
De manera coincidente, esas palabras antes citadas, que recuerdan que las
Relaciones de sucesos no tienen en general ninguna posibilidad de comprobarse,
porque precisamente la comprobación no forma parte de su horizonte, son
repetidas de manera aproximadamente igual más de un siglo después por MSR,
en su crítica de las gacetas tradicionales. Las distinciones entre «gaceta» y
papeles periódicos son constantes en MSR, quien en unas pocas oportunidades
trata estas dos clases de publicaciones en el mismo nivel, pero de manera
repetida introduce criterios de distinción entre esas dos formas de publicación,
siendo uno de ellos la ausencia de criterios de comprobación de lo que dicen
las gacetas, una regla que, por el contrario, el PP se había impuesto respecto
de sus informaciones. Es por eso que habla de «noticias gacetiles», insistiendo
que cuando se trata luego de comprobar lo narrado, todo se esfuma, como ya
lo habíamos indicado.
Se trata sobre todo de narraciones construidas sobre la base de la invención
del «redactor» y de la trasmisión caprichosa y creativa de episodios que habían
quedado de lecturas personales o colectivas de impresos o de restos y fragmentos
planos geométricos y los cambios en las formas y criterios con que se clasifican), tal como lo
mostró Michel Foucault, en las primeras páginas de Las palabras y las cosas, op. cit. –Cf. de
manera particular para lo que interesa aquí capítulo 3: «Representar» y capítulo 5: «Clasificar».
Pero en Hispanoamérica, o por lo menos en el Nuevo Reino de Granada las cosas deben haber
conocido otras evoluciones y marchado a otro ritmo, aunque en el marco de la misma área
cultural «euro-americana». A finales del siglo XVIII los hechos y los testimonios son múltiples
para mostrar la forma como una redistribución de las relaciones entre historia y fábula se
renuevan y redistribuyen. El final del siglo XVIII en Nueva Granada es Newtoniano y Linneano,
y la vertiente principal de la Ilustración se concreta en la riqueza del trabajo en el campo de la
Historia Natural y en la extensión de muchas de sus proposiciones a otras formas de conocimiento.
85
Cf. Roger Chartier, «Introducción: Barroco y comunicación», en R. Chartier y C. Espejo
(eds), La aparición del periodismo en Europa, op. cit., pp. 20-26 y p. 21 para las palabras citadas por
Chartier.

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RENÁN SILVA

de esos mismos impresos, escuchados luego bajo la palabra enriquecida de


otro, y vueltos a pasar de nuevo a la escritura, en el formato de la pequeña
página destinada al mercado creciente de las hojas volantes redactadas por
esos escritores aficionados, mucho antes de las épocas modernas de
profesionalización del escritor urbano; es todo ese mundo de la comunicación
escrita (impresa o manuscrita) el que se encuentra detrás, pero ya a la distancia
–sin que el límite llegué nunca a ser completo, neto, porque no puede serlo–,
del periodismo que intentan los papeles públicos del siglo XVIII, publicaciones
que tratan de afirmarse en una nueva voluntad de verdad, en la idea de
comprobación, de imaginación contenida, y que por lo tanto reflexionan de
una forma renovada las relaciones entre historia y fábula; un tema que, por lo
demás, como bien lo sabemos, se encontraba en la Antigüedad clásica y en el
nacimiento mismo de la historia, en las diferencias que la posteridad ha querido
establecer entre Homero y Heródoto, y luego entre las formas de hacer creíbles
sus relatos y hacer uso público de ellos (ante un auditorio) en los casos de
Heródoto y de Tucídides, según los fragmentos que de esas obras que
conocemos, y un poco poniéndole fe a los relatos que de esos eventos ofrecieron
testigos o bien interesados o bien muy posteriores, y todo ello sobre la base
frágil de la idea simplemente aproximada que nos hacemos de la práctica del
historiador en tales épocas, a través de una documentación limitada y de la
inevitable proyección de nuestra propia práctica de la historia en la sociedad
posterior86.
Ese tipo de recreaciones fantasiosas, contenidas en las hojas volantes de
sucesos maravillosos, que también circularon por el Nuevo Mundo, aunque
hasta el presente no hayan sido estudiadas con el cuidado que merecen, de
ninguna manera son la noticia en el nuevo sentido que ésta va adquiriendo en
los papeles públicos del siglo XVIII, y que plantearon a tales papeles la necesidad
de una reflexión sobre las relaciones entre historia y fábula, en el marco de la
nueva actividad periodística creciente87.

86
Cf. por ejemplo –entre muchas otras opciones y limitándonos al campo de la historia–
François Hartog, El espejo de Heródoto: ensayo sobre la representación del otro, Buenos Aires,
FCE, 2003, que examina con cuidado el caso conocido de las relaciones entre mito y conocimiento
histórico, sobre la base de la comparación del rapsoda y del etnógrafo observador, concretados
en Homero y en Heródoto.
87
No hay para el caso del Nuevo reino de Granada una actividad investigativa sistemática
sobre estas hojas volantes que contenían relatos de sucesos maravillosos y que las fuentes
mencionan en los siglos XV y XVII, y los críticos ilustrados en el siglo XVIII, pero éstos últimos con
ojo crítico y desconfianza. No parece haber ni siquiera un corpus reunido de tales materiales. Se
trata de una ausencia que paraliza al historiador del siglo XVIII, que no encuentra con facilidad
una perspectiva para comparar las formas como se redistribuyen las relaciones entre historia y
fábula, más allá de las menciones que los propios ilustrados hacen al respecto.

270 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

En el caso puntual del PP en el virreinato de la Nueva Granada (y así


ocurrió, por lo que sabemos, en el caso de las sociedades vecinas que se
aventuraron por los mismos caminos), la publicación afirmó desde el principio
que deseaba informar sobre sucesos efectivamente ocurridos y apoyándose
en criterios rigurosos en la selección de las informaciones que presentaría a
su lector –de hecho rechazó muchísimas de las noticias que desde provincia
le llegaban, porque desconfiaba de la verdad de los sucesos narrados o porque
no confiaba en las «fuentes» en que se apoyaban las narraciones de tales
sucesos–88.
En ese empeñó MSR defendió siempre la distinción entre hechos y
fabulaciones, y aunque mantuvo siempre la idea de que las «artes», y en primer
lugar la poesía, tenían sus propios procedimientos de invención y no tenían
más límites que las «leyes del género» –la forma histórica de lo verosímil–,
para las informaciones que presentaba al lector, en su calidad de periodista,
siempre estuvo alerta a la aplicación de los criterios con los que juzgaba la
«verdad» de una información.
Sin embargo el planteamiento de MSR y los usos de la diferencia entre
historia y fábula en el PP tienen muchas más aristas que impiden definirlo
simplemente en términos de una separación neta y clara entre esas dos
realidades, son aristas que deben considerarse pues enriquecen la reflexión
sobre el problema, una reflexión que se presentó tanto en algunos cruces
polémicos que sostuvo muy temprano el redactor del PP, como en el uso de
procedimientos de fábula en muchísimos de sus análisis y hasta en sus
informaciones89.
En el caso de los cruces polémicos sobre el problema, podemos proponer la
consideración de una pequeña discusión que tuvo el redactor del PP con uno
de sus lectores críticos, y quien lo reprendía porque encontraba que el discurso
que en elogio de la paz había publicado el PP en su segundo número se encontraba

88
Cf. al respecto de estas situaciones capítulo I de este trabajo. Por lo demás, muchas de las
situaciones sobre las que discutió más ampliamente el PP, se tratara de la Revolución francesa,
o del talento americano, de la presencia del diablo visitando a los santafereños, o de la altura del
cerro de Monserrate, intentaron la perspectiva de la comprobación de los hechos sobre los que se
discutía, como forma básica de prueba de lo que se puede llamar «veracidad» de una afirmación
determinada. Cf. al respecto capítulo IV de este trabajo.
89
La modificación de las relaciones entre historia y fábula aparecen bajo las plumas de otros
escritores de finales del siglo XVIII en el virreinato de Nueva Granada. Se conoce el caso de los
practicantes de la historia natural, pero la constatación puede hacerse en el caso de la filosofía,
como lo pone de presente la frase con que se inicia la crítica irónica de la filosofía escolástica, por
parte del clérigo José Domingo Duquesne: «Esta es una Fábula con el nombre de Historia». Cf. J.
D. Duquesne, Historia de un congreso filosófico tenido en Parnaso por lo tocante al imperio de
Aristóteles. Su autor: José Domingo Duquesne –Transcripción, notas y presentación por R. Silva–,
Medellín, La Carreta Editores, 2011.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 271


RENÁN SILVA

incompleto90, frente a lo que el redactor del PP respondía que la escritura


podía recurrir a los procedimientos de las artes y construir una fábula o alegoría,
para ofrecer al lector un discurso con enseñanza (sobre el valor de la paz, en
este caso), siempre en los límites de lo verosímil. MSR decía entonces a su
crítico, citando a Horacio en su apoyo: «¿Acaso no ha leído usted en Horacio
que las cosas que se fingieren con el fin de instruir, o de agradar, deben ser
verosímiles, sin que por esto se pretenda que en la tal fábula o alegoría, se crea
todo aquello que se le antojase al autor…?»91.
La arista compleja que mencionamos tiene que ver entonces con un
movimiento doble por el cual, de un lado se produce el esfuerzo de separación
entre historia y fábula –siendo aquí «historia» el equivalente de información
veraz–; y por el otro se reintroduce como procedimiento legítimo la fabulación –
y en general los procedimientos de invención de las artes–, como apoyo de las
informaciones y de los argumentos que en principio se presentan como soportados
en hechos efectivamente ocurridos. Podemos ejemplificar al respecto en el propio
caso de la presentación de los sucesos revolucionarios de Francia.
Se podría hacer el inventario de la cantidad grande de recursos argumentativos
que el PP exploró en su análisis y rechazo de la Revolución francesa. En cualquier
caso dentro de ellos destacan los que se relacionan con la ficción o con el humor.
Desde el conocido procedimiento de los ilustrados que acabamos de indicar –la
invención de sueños–, hasta las formas más extremas del sarcasmo, y aun la
aceptación de hechos que no se encontraban verificados, con lo que se traicionaba
un principio del periodismo que se quería fundar–, hasta la recreación fantasiosa,
de ficción, construida a partir de hechos efectivamente ocurridos, como cuando el
PP utiliza a las figuras de Marat y de Robespierre, efectivamente ya muertos, para
realizar la crítica del ideario de la Revolución francesa y mostrar su fracaso completo
(esa es la opinión del PP).
El texto al que nos referimos, titulado «Diálogo post-revolucionario entre
los manes [espíritus] de Marat y de Robespierre» sobre cuya autoría nada se
indica, fue publicado por el PP a principios de 1795, y en sus primeros renglones

90
En realidad la objeción (o «latigazo», como el lector designa sus críticas) tiene que ver no
con la extensión, en este caso, sino con haber acudido a la imagen del sueño: el discurso
presentado como un sueño en el que un viejo filósofo habla sobre la paz. Recordemos su final:
«Aquí llegaba el orador anciano, cuando de repente desperté, no solo asombrado de ver hasta
dónde puede transportar la vehemencia de un sueño, sino al mismo tiempo lleno de tristeza,
porque cesando él, cesó también el discurso». PP. No 2, 18-02-1791.
91
PP. No 6, 18-03-1791. Todo resaltado en el texto original por MSR. El redactor del PP
enseguida, con algo de insolencia que rompía con su conocida buena educación remataba a su
crítico diciéndole: «Pues si no lo ha leído [lo que decía Horacio], allí abajo tiene los dos versos
tan en cuerpo y alma como los parió la musa», y procedía a reproducir en latín los versos de
Horacio.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

señala que los «poetas se transportan en fuerza de sus arrobamientos


entusiásticos» y van a parar «por los varios países del mundo mitológico»,
circunstancia que permitió que uno de tales poetas observara, «sentados sobre
una disforme piedra», a los manes de Marat y Robespierre, que conversaban»,
a partir lo cual comienza la transcripción del supuesto diálogo, cargado con
algo de ironía y mucho de sarcasmo, y atravesado por la idea de dos espíritus
completamente decepcionados de sus ideales y de lo que había sido el intento
de ponerlos en marcha92.
Pero el PP no solo desarrolla en sus páginas la extraña conversación de
esos dos espíritus que desde algún lugar en donde reposan los malos muertos
nos informan sobre el fracaso de su vida y de sus empeños, sino que comenta,
en términos generales el propio procedimiento literario sobre la base del cual
el diálogo ha sido construido, y entonces el editor dirá que el diálogo se debe
admitir «bajo el aspecto de una ficción poética, según las reglas comunes de la
fábula», con lo que nos recuerda el carácter social, y socialmente determinado
de la propia ficción, por diferencia con los que se enredan en la ideología de la
creación libre, agregando enseguida, que aun en el respeto de esas leyes de la
creación de fábulas, había otros caminos que hubieran podido tomarse para
ofrecer la «lección de verdad» que se quería presentar al lector, y se hubiera
podido representar «a estos personajes de tan perversa moral… en el infierno
mitológico», pero se había preferido este camino –los dos espíritus dialogando
en un bosquecillo al pie de un río–, pues agrega que aun en la ficción poética
hay cosas que respetar, y el PP no buscaba que el lector olvidara que, de todas
maneras, esos dos malos revolucionarios «eran cristianos» y que «Dios es
infinitamente misericordioso y sus juicios [finales] son inescrutables»93.
La primera parte del diálogo transcrito –y que MSR, quien debe ser sin
duda el autor, pone en boca de un autor anónimo, procedimiento que muchas
veces repitió, cuando de producir ficción se trataba– se cierra con una pequeña
esperanza por parte de los revolucionarios de que de todas maneras en la
posteridad algún poeta se encargue de loar su gloria, pues ya ves, le dice
Robespierre a su compañero de aventuras, «con cuanto séquito y celeridad se va
92
Cf. PP. No 173, 2-01-1795 y PP. No 174, 9-01-1795. Marat y Robespierre hablaban furiosos,
mientras rasgaban un poco de papeles, seguramente sus escritos. En un momento del Diálogo
Marat dirá: «»Al final todo lo perdimos y ahora es cuando conocemos nuestro engaño…», ante
lo cual su viejo conocido responderá: «¡Oh cuán vano es ya nuestro arrepentimiento…! ¡Quisimos
serlo todo en un día, pero en un momento vinimos a parar en nada!». PP. No 173.
93
PP. No. 173. Ese mismo número del PP permite de manera fácil mostrar, como ejemplo, la
contraposición entre fábula e historia, pues hacia el final del periódico, en sus dos últimas cuartillas,
hay una «Advertencia», en la que, para presentar una noticia controversial sobre un episodio
militar –una batalla en Vizcaya en la lucha de España contra Francia– se dice que: «Como un
escrito público debe hacer conocer la verdad en su natural aspecto…». El subrayado es nuestro.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 273


RENÁN SILVA

levantando el entusiasmo con el imperio de la filosofía en todo el universo», con lo


que MSR quiere tal vez decir a los jóvenes santafereños, que hasta las malas causas,
aquí las de la filosofía, la razón y la revolución, encuentran sus poetas, cuya autoridad,
por ello mismo, jamás debe aceptarse sin discusión; mientras que la segunda parte
del diálogo se cierra con un escena de corte teatral, de supuestos rasgos terribles,
cuando se oyen «formidables truenos» y caen por tierra «los manes de Marat y
Robespierre, «y de un bosque de cipreses salieron las sombras de Carlota Cordé y de
Cecilia de Regnaud, y de la celebrada diosa de la razón», advirtiendo el periódico
que «Omitimos para después esta nueva escena, que quizás es más interesante», una
forma de cierre del texto que, como sabemos, es un procedimiento literario más94.
La aspiración a una presentación veraz de noticias veraces, el ideal de producir
un tipo de análisis que la época designó como imparciales, el recurso permanente
a la ficción (presentada a veces como sueños de alguien, como cartas recibidas,
como descripción de una escena que no ha tenido lugar), tratando de no
contrariar los marcos de lo posible, de lo verosímil en términos de la época, fue
una situación constante del PP, y tales procedimientos, recursos y formas de
escritura se encuentran entreverados de una forma que exige del lector del PP
una capacidad de análisis que no remite simplemente a la «inteligencia», sino
ante todo a un conocimiento grande de la época, de su cultura en transición, de
las formas estilísticas y literarias dominantes y en competencia en esa sociedad,
si se quiere saber de qué naturaleza y cuáles funciones cumplía la información
que el semanario santafereño presentaba. Pero para cumplir esa tarea se necesita
también, no tener definiciones cerradas de los límites entre ficción y realidad,
no considerar ese tipo de realidades, porque las dos son realidades, como
excluyentes, aunque el buen análisis consista tanto en saberlas distinguir, como
en no separarlas, por lo menos si de información se trata95.
94
PP. No 174, 9-01-1795. El número completo, no el diálogo, se cierra con la continuación
de la noticia de la batalla militar entre españoles y franceses, que se termina con una especie de
mini diálogo en forma de catecismo: «Preg [unta]: ¿Si una guía de forasteros/hoy en París se
formara/Dime, Juan, de qué constara? Res[puesta]: De ceros y carniceros»; y con una breve
nota, en letra disminuida, titulada «Al público», en donde se transcribe una nota de un
corresponsal del London Chronicle, que ofrece una receta «contra las funestas consecuencias de
las mordeduras de los perros rabiosos; y se comenta que algún ilustre sabio, Mead en este caso,
publicó en 1835 [sic] una receta para el mismo mal, todo lo cual, incluida la errata –1835–, es
un magnífico resumen de la variedad de informaciones, intenciones, maneras de informar,
fuentes y estilos del PP, es decir es una prueba de su complejidad.
95
Las dificultades se acrecientan en el caso del lector que, como historiador, emprenda la
lectura del PP, considerándolo tanto como fuente de un análisis, como objeto mismo de
investigación. Un ejemplo sobresaliente de este tipo de problemas se encuentra por ejemplo
cuando se quiere estudiar a partir del PP ese tipo particular de sociabilidad, que es al mismo
tiempo ejemplo de sociabilidades modernas y de sociabilidades tradicionales, que se designan
con la palabra tertulias, y sobre cuya actividad informo de manera constante y amplia el PP,
aunque en el registro doble de la historia –es decir de hechos efectivamente ocurridos– y de la
fábula, y de manera más precisa, combinando los dos registros.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

VI

LECTURA, IMPRENTA Y PERIODISMO


A FINALES DEL SIGLO XVIII

[La escritura es] el único medio con el que en cualquier distancia nos
podemos dar a entender, explicando las sensaciones y conceptos de nuestro
espíritu en toda especie de materias y facultades…
Papel Periódico de Santafé de Bogotá1.

Introducción

El texto del Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá [en adelante PP]
copiado como epígrafe del presente capítulo, pertenece a Manuel del Socorro
Rodríguez [en adelante MSR], redactor del semanario. Se trata de un corto
texto escrito como elogio de Gutenberg, a imitación de cualquier otro de los
miles que deben haberse escrito, con toda justicia, en homenaje a quien los
historiadores normalmente identifican como el inventor y difusor de la imprenta2.
En el texto que citamos MSR dirige su atención hacia el tema de la difusión
del libro y la importancia de la imprenta, para mostrar la importancia que tal
invento tuvo en el camino de producir uno de los mayores saltos en el avance

1
Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá. Bogotá, Banco de la República, 1978 –
Edición facsimilar en siete tomos–. [En adelante PP]. No 80, 24-08-1792. El contexto es el de
una discusión con un lector sobre las constantes erratas del PP, lo que Manuel del Socorro
Rodríguez [MSR en adelante] aprovecha para presentar una definición de la escritura y del
valor de la comunicación escrita para la cultura de la sociedad y del individuo. Sin abandonar
su habitual tono retórico y exaltado, parte de su estilo como escritor, en un texto posterior, que
quería ser un elogio de Gutenberg y de su invento, MSR escribe: «Entonces fue [con la invención
de la imprenta] cuando las ciencias y las artes formaron en la tierra un paraíso de delicias para
recreo del entendimiento humano». PP. No 202, 24-07-1795.
2
En su «Elogio del arte tipográfica…» recién citado –cf. PP. No 202– Manuel del Socorro
Rodríguez [MSR] continúa la tradición (desde luego hoy cada vez más abandonada por la
historia social y cultural) de desconocer la importancia de la China en el invento de la imprenta,
lo mismo que no renuncia a la idea convencional de hacer de Gutenberg un gran héroe
solitario, dejando de lado el movimiento de conjunto que se encuentra en la raíz de la difusión de
la imprenta, condiciones sin las cuales el «invento» a nada hubiera servido. Cf. una primera
aclaración de esos problemas y tópicos en Elizabeth Eisenstein, La imprenta como agente de
cambio. Comunicación y transformaciones culturales en la Europa moderna temprana [1979], México,
FCE, 2010.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 275


RENÁN SILVA

de la cultura escrita en toda su larga historia. Nos referimos a los avances y a la


posición dominante que luego adquiriría la cultura escrita impresa, una
revolución en la comunicación que sólo podemos comparar con la que desde
hace pocos años ha modificado por completo nuestros hábitos de lectura y de
escritura, es decir la que ha venido con Internet.
El editor del PP piensa que la imprenta ha permitido dejar atrás las
limitaciones de la cultura escrita manuscrita y que el nuevo invento se ha puesto
al servicio de la extensión, sin restricciones, de la cultura de la humanidad, a
través de la circulación del libro impreso, en el marco de una sociedad que sería
cada vez más alfabetizada, lo que por primera vez creaba una de las condiciones
esenciales para que la cultura no fuera asunto de unos pocos, para que las
gentes se pudieran comunicar, sin necesidad de un contacto directo, y de
manera masiva3.
Así, hablando de los avances en la difusión del libro por la vía de su comercio
y de su baja de precio, en relación con lo que ocurría con el manuscrito entre
los siglos XV al XVIII, el editor del PP recordaba las posibilidades que la imprenta
creó para el acceso al libro, más allá del mundo de los académicos y de las
gentes de letras, y recuerda el «… espectáculo… sombrío y horroroso» que
presentaría «el universo sin la luz de la literatura» –palabra esta última utilizada
en la acepción del siglo XVIII, es decir como conocimiento y saber de la más
diversa índole, en donde manifiesta el buen gusto y se expresa la razón–, para
pasar luego a mencionar la importancia que la imprenta tuvo para la difusión
de la cultura clásica (la Antigüedad griega y romana), cuya supervivencia –en
la parte mínima que sobrevivió–, había sido asegurada por sabios de diversos
lugares de Europa, pero reposaba en bibliotecas de eruditos particulares o en

Lo que estas ideas tenían de generosa ilusión lo sabemos hoy. De una parte Jack Goody
3

nos ha dado la «noción de alfabetización restringida» –cf. J. Goody, «Introducción», en J.


Goody, Cultura escrita en sociedades tradicionales [1968], Barcelona, Editorial Gedisa, 1996–,
que nos recuerda las desigualdades del proceso en Occidente y fuera de Occidente. De otra
parte, el acceso desigual al libro, que se mantiene y se ha reforzado, y las desiguales posibilidades
de acceso a la «red», a pesar de la ilusión del fin de las barreras al saber escrito por la extensión
universal de las nuevas tecnologías de la información –una ilusión que ha vuelto bajo la pluma
de los propagandistas de las virtudes absolutas de la red, casi siempre gentes con intereses
comerciales en esas tecnologías–, confirman la idea de que los poderes económicos y políticos
siguen determinando, en su ritmo y en su forma, las modalidades de acceso a lo que debería ser
un instrumento de uso social general, si de democratización real se tratara, pues hasta el
presente el instrumento llega tarde a donde tal vez más se necesita, y se ha constituido en una
fuente de nuevas desigualdades sociales. Como se sabe, toda tecnología supone formas particulares
de apropiación social, en función de relaciones sociales y de dominaciones políticas. Cf. Robert
Darnton, «Google y el futuro de los libros» y «El libro electrónico y el libro tradicional» –y en
general todos los análisis de ese libro sabio y moderado que es Las razones del libro. Futuro,
Presente y Pasado [2009], Madrid, Trama Editorial, 2010, en que Darnton ha sintetizado muchas
de sus ideas sobre el tema.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

monasterios, lo que dificultaba el acceso y consulta, por fuera de un pequeño


círculo de iniciados, a lo que se consideraba como el gran patrimonio de la
humanidad, por lo menos tal como el Renacimiento definió esa herencia4. El
editor del PP dirá en el texto que citamos en elogio de Gutenberg y en una
especie de reconstrucción de su biblioteca ideal:

Tengo delante de mí a los Homeros y Demóstenes, a los Cicerones y Virgilios,


a todos los primeros sabios de Grecia y de Roma. Y lo que es más: veo coronado
mi pobre bufete con los brillantes escritos de los Basilios, de los Crisóstomos,
de los Jerónimos, de los Bernardos, de los Ambrosios, Agustinos, Gregorios…
¡Qué digo! Leo los escritos y los hechos de los mismos Apóstoles, y bebo
cuando quiero las sublimes verdades de la mejor sabiduría en la purísima
fuente de los libros dictados por el Espíritu de Dios5,

para continuar indicando que desde la época del invento de la imprenta, «la
filosofía comenzó a derramar sobre los pueblos el apreciable tesoro de la
ilustración», con lo que tal vez quería indicar la forma como se difundió (y en
parte se generalizó) el saber de la Antigüedad clásica –fundamental en Europa
y en el mundo euro/americano–, el saber del Renacimiento y el propio saber
ilustrado del siglo XVIII que, como sabemos, no solo aprovechó el nuevo invento
para hacer circular sus ideas, valores y propuestas, sino que discutió de manera
pormenorizada sobre el comercio del libro, sobre los derechos de propiedad
en el mundo moderno, sobre la categoría de autor y las relaciones de los autores
con las autoridades, y sobre tantos otros tópicos a los que la Ilustración les dio
4
Una síntesis de todo esto, que es más o menos materia conocida, en Stephen Greenblatt,
El giro. De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno [2011], Barcelona,
Crítica, 2012, incluidas las exageraciones y simplificaciones que le deben haber hecho merecedor
del Premio Pulitzer en 2012, esto es, poner un poco de emoción de novela en un libro de análisis
histórico, para que el llamado gran público se sienta interesado; exagerar la importancia de
«una obra» (el manuscrito de Tito Lucrecio De rerum natura) en la formación de un mundo
nuevo –como si las ideas crearan las sociedades– y dar a la «acción histórica» un carácter de
«genialidad individual», lo que le retira su sustrato colectivo, el único que la hace realmente
inteligible.
5
PP. No 202, 24-07-1795. Aunque aquí MSR se decidió por citar una de las vertientes de su
propia biblioteca ideal –efectivamente parte de la cultura social de la época en el caso de los
hombres de letras del siglo XVIII neogranadino, y aun más allá de ellos–, hubiera podido
también citar igualmente El espíritu de los Mejores Diarios, o el Mercurio peruano, o las obras de
Feijóo o la Lógica de Condillac, o un tomo de la Enciclopedia Metódica, o la Historia de América
de William Robertson, por fuera de una amplia serie de historiadores clásicos griegos y romanos
a los que conocía de manera directa o a través de comentarios. Para una muestra de una
biblioteca ideal –aunque incompleta– de un neogranadino ilustrado de finales del siglo XVIII
cf. Manuel del Socorro Rodríguez, «Lista de las obras literarias que no había en esta Real
Biblioteca, los cuales yo el abajo firmado he puesto a mis expensas de mi propio peculio donándolas
enteramente a expensas del público», en M. del S. Rodríguez, Fundación del Monasterio de la
Enseñanza, Bogotá, Presidencia de la República, 1957.

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RENÁN SILVA

su propio tratamiento, habiendo sabido encontrar los lazos entre ese tema de
la cultura escrita y dos de sus grandes inquietudes: la de la libertad de pensamiento
(y por lo tanto el asunto de la crítica y de la censura) y la del ideal de la libre
comunicación (el «dulce comercio de las ideas»), que los ilustrados interpretaron
como constitutivo de la propia naturaleza humana6.
En el caso del PP –y del virreinato de la Nueva Granada– resulta importante
dar una mirada al problema de los cambios en las prácticas de lectura, y referirse a
los usos sociales de la imprenta y a las propias dificultades de su funcionamiento en
razón de la precariedad del instrumento, para entender de una parte las propias
limitaciones de ese periodismo balbuciente que aparece con el esfuerzo del PP; y
de otra las posibilidades que se abrían desde el punto de vista de la comunicación
escrita impresa, en una sociedad que con pasos lentos, a veces erráticos, trataba de
acercarse a las formas de modernidad que se representaba como su horizonte
histórico, aunque de manera práctica lejos se encontrara de esas metas.
Hay que advertir, para que se comprendan las limitaciones de estas páginas
que, como pasa con buena parte de los temas tratados en este libro, la
perspectiva no puede ser más que parcial y de exploración, siendo el intento
ante todo el de fijar temas posibles de investigación posteriores. No hay otro
camino en el estado actual de la investigación sobre la cultura de la sociedad
neogranadina, en donde poco se sabe y la mayor parte se supone, y en donde,
en el caso del siglo XVIII, se le confunde con sus últimas dos o tres décadas. Sin
una ampliación del cuestionario habitual, sin la introducción de nuevas
preguntas, sin una apertura cronológica hacia los siglos XVI y XVII –apertura
imposible sin una ampliación documental–, el avance en los estudios
especializados en el tema de la Ilustración, como el presente trabajo, sufrirán
siempre por la ausencia de una perspectiva de «larga duración» que permita
contrastar las afirmaciones que derivadas del tiempo corto y la consideración
de una coyuntura específica, que es la de los últimos treinta años de ese siglo
(para decirlo en términos formales), con los resultados del análisis de un tramo
largo en el que sea posible comprender la dinámica del proceso en su conjunto7.
6
Kant refiere de manera directa el estado de ilustración de la sociedad a la cultura escrita
y a la lectura («Entiendo por uso público de la propia razón, el que alguien hace de ella, en
cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de los lectores). cf. Immanuel Kant,
«Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?», en I. Kant, Filosofía de la historia, Buenos
Aires, Caronte/Filosofía, 2004, p. 35. Otros textos de Kant que introducen el problema de la
imprenta y de la cultura escrita van en una dirección complementaria, sobre el mismo problema.
Cf. por ejemplo la recopilación I. Kant, Qu’est-ce qu’un livre? Paris PUF, 1995. Cf. también,
Denis de Diderot, Sobre el comercio de libros –estudio preliminar de Roger Chartier–, México,
FCE, 2003.
7
Hace ya un cierto número de años tratamos de ofrecer una perspectiva de larga duración,
por lo menos para algunos de esos problemas –el de la llamada «universidad colonial» y el de las
formas de transmisión del saber en tales instituciones–. Cf. al respecto R. Silva, Saber, cultura y

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

I
Niveles de lectura y complejidades socioculturales

Una queja constante de los ilustrados neogranadinos y de los funcionarios


reales que trataban de poner en marcha la reforma de los estudios universitarios
hacia 1773-1774, fue la de la escasez de libros, lo que hacía difícil los cambios
en la enseñanza, pues los escolares no sólo se veían sometidos por obligación
al viejo método escolástico de estudios –la dictatio–, sino que la promoción de
los nuevos saberes experimentales y los nuevos conocimientos en teología y
derecho, que introducían nuevos autores de perspectiva racionalista, no
encontraban el cauce de su difusión bajo la forma de cultura escrita y de lectura
directa de los textos8.
El PP se hizo eco de esa queja en muchas ocasiones, de una manera que
podemos designar como ambigua, pero que expresa muy bien la dinámica
cultural de esos años, que es una combinación de peticiones, poco cumplidas,
y al mismo tiempo la confianza en la política de apertura y reformas de la
monarquía. Es por eso que MSR al mismo tiempo reafirma su queja contra las
dificultades del comercio del libro, y su confianza en el apoyo de la monarquía
a la Ilustración, señalando que la nación española ha mejorado mucho en los
últimos años en el campo de la traducción y la circulación de obras, lo que
resultaba desde hace tiempo necesario, pero sobre todo en el caso de la América
hispana, «porque aquí el comercio de libros ha sido siempre demasiado escaso
con respecto a lo que debía ser, según el estado de su ilustración»9, aunque con
el paso de los años la visión pesimista sobre el comercio de libros parece ganar
terreno, o por lo menos reiterarse de manera continua. Así por ejemplo en
una discusión del editor del PP con el virrey Espeleta sobre la autoría de un
texto sobre la traducción de la biblia en lenguas vulgares, el editor del PP dirá
que en medio de la discusión lo que se ha puesto de presente es la dificultad
que encuentra para expresarse el «talento americano», por razones puramente
materiales:

sociedad en el Nuevo Reino de Granada. Siglos XVII y XVIII [1984], Medellín, La Carreta Editores,
2012 y Universidad y Sociedad en el Nuevo Reino de Granada [1992], Medellín, La Carreta
Editores, 2009; pero respecto de problemas como los de la cultura escrita, las prácticas de la
lectura y los niveles de alfabetización en tiempo largo, no parece existir ninguna investigación
importante en la cual apoyarse.
8
Cf. al respecto R. Silva, «La reforma de estudios en el Nuevo Reino de Granada, 1767-
1790», en Saber, cultura y sociedad, op. cit.
9
PP. No 101, 2-08-1793. El director del PP cita enseguida a Tácito, recordando una supuesta
afirmación de este autor, sobre el hecho de que cuando crece la cultura «crece su generosa
ambición de libros».

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 279


RENÁN SILVA

De esto se debe inferir la imposibilidad que tiene un americano (aunque


fuese el mayor talento de su siglo) para formar una obra de regular mérito,
principalmente si su asunto exige un general conocimiento bibliográfico…
Vaya esta reflexión para satisfacer a la de Mr. Paw que dijo no haber salido
jamás (por falta de habilidad) un libro regularmente escrito de ninguna parte
de la América»10.

La queja sobre la ausencia de libros ha sido interpretada en ocasiones como


si se tratara de una ausencia absoluta, en parte por la radicalidad misma con la
que los ilustrados la presentaron siempre, bajo una forma extrema y
dramatizada; en parte por el conocimiento precario que se tenía y se tiene, de
la forma de circulación del libro –manuscrito e impreso– en esa sociedad en
los siglos XVII y XVIII y de los inventarios de las bibliotecas de órdenes religiosas
y de particulares, todo lo cual ha impedido captar el sentido del reclamo, que
no se refiere simplemente al aumento del caudal de libros, sino a la puesta en
circulación de lo que se puede designar como el «nuevo libro ilustrado», el de
la física experimental, el de la teología racional, el de la historia natural, el de
la nueva novela en ascenso, el del derecho civil y la interpretación histórica
del pensamiento jurídico11.
Para limitarnos al objeto de nuestra indagación y abordar a partir de ahí el
problema de la posible ampliación de la práctica de la lectura, por lo menos en
medios urbanos, podemos decir que, tal como lo sostuvimos hace ya un buen
número de años12, el PP muestra de manera repetida esa ampliación como
uno de los efectos de su propia aparición, y en general como efecto del aumento
de la circulación de un tipo particular de impreso: los papeles periódicos, lo que

10
PP. No 209, 11-09-1795. Para el texto cuya autoría se discutía cf. PP. No 207, 28-08-1795.
Para la polémica sobre el «talento americano» y las acusaciones sobre la nulidad cultural de
América cf. PP. No 60, 6-04-1792 y números siguientes para la discusión extensa que el PP hizo
sobre ese tópico. En esa oportunidad MSR se quejaba de la rareza de una obra como la del poeta
neogranadino Hernando Domínguez Camargo, e indicaba que con mucho habría en Santafé
cuatro copias, agregando que, «debería haber cuatro mil ejemplares», y mostrándose desconsolado
por la dificultad de volver a editar la obra del poeta. Sobre el mismo tema cf. en este mismo
capítulo infra.
11
El prejuicio sobre la ausencia de libros parece deslizarse en R. Silva, «Nota sobre el libro
en la sociedad colonial», en [Boletín] El libro en América Latina y el Caribe, Bogotá, CERLAC,
54-55, 1986, pp. 30-34. Algunas versiones mejoradas del argumento inicial y la restitución del
contexto histórico del problema en R. Silva, Los Ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808.
Genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Banco de la República/EAFIT, capítulos
IV y V. Por su parte el PP no es una buena fuente sobre el comercio de libros, pues si bien se
menciona en algunas oportunidades la llegada de libros, ésta aparece registrada bajo una forma
genérica. Por ejemplo: «… procedentes de Puerto Rico, tres cajones de libros, impresión española»,
sin ningún otro dato. Cf. PP. No 12, 29-04-1791. .
12
Cf. R. Silva, Prensa y Revolución a finales del siglo XVIII [1988], Medellín, La Carreta
editores, 2010, capítulo I

280 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

hemos enfatizado utilizando las expresiones «corriente de lectura» y «corrientes


de escritura», éstas últimas confirmando la ampliación de la práctica de lectura
de prensa, a través de la propia correspondencia entre el PP y sus lectores13.
Así por ejemplo, de manera muy temprana, un frecuente corresponsal del
PP –ya había enviado cuatro cartas, en las primeras semanas del semanario–,
y quien le señala al director del PP que «… se acordará usted que en la segunda
[carta] mía le dije cómo andaba su periódico siendo el favorito de las tertulias»,
agregando que «… pero el dolor es que un solo ejemplar le suele servir a más
de cien personas, si no es acaso a una tercera parte de la ciudad»14, una
afirmación en la que parece evidente reconocer una enorme exageración,
que de todas maneras puede ser leída como la constatación de un hecho, que
debería tener dimensiones menores.
Alguna extensión debería tener de todas maneras el fenómeno, pues una
semana antes otro corresponsal había informado sobre la lectura del Mercurio
Peruano, y el hecho de que se hacía circular y además se copiaban partes de los
periódicos de forma manuscrita, un hecho que ya habíamos constatado y
mencionado en el capítulo primero de este trabajo, y que nos vuelve a poner
de presente las funciones de relevo entre manuscrito e impreso, e impreso y
manuscrito –de hecho muchos lectores en varias oportunidades copiaron partes
breves del Mercurio Peruano o de otros semanarios, y las enviaron al PP, con el
fin de que éste las reprodujera bajo forma impresa, lo que en ocasiones
consiguieron; o recogieron textos anónimos, que andaban circulando por las
calles con gran aceptación, y los hicieron llegar al editor del PP para que este
las reprodujera en su publicación15.
En el caso Mercurio Peruano a que nos acabamos de referir, se trataba de las
discusiones que había suscitado un texto del número cuatro, que había sido

13
En el documentado y hoy imprescindible libro de Álvaro Garzón Marthá, Historia y
catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia (1738-1810), Bogotá, Nomos impresores, 2008,
parece postularse una relación directa en Hispanoamérica entre funcionamiento local de la
imprenta y niveles de lectura (cf. p. 11). Mis trabajos me indican que tal relación no existe y que
a pesar de la importancia de las imprentas locales en ciertas de estas sociedades y periodos, los
niveles de lectura dependieron principalmente de un mercado del libro que llegaba de Europa,
y no solo para la sociedad moderna de lectoras, que no se contentaba solo con novenas,
catecismo y otras clases de libros piadosos.
14
PP. No 27, 12-08-1791.
15
Podemos limitarnos ahora a ofrecer el ejemplo de «una composición métrica», que,
según el director del PP, «aquí corre con general aplauso» y que había sido escrita «en elogio…
del oidor decano de esta Real Audiencia». Cf. PP. No 4, 4-03-1791. Pero posiblemente el caso
que ilustra mejor el ciclo completo de circulación de lo escrito y su combinación con la lectura
ante un «público», sea el de un sermón contra el «horroroso» siglo XVIII, predicado por el clérigo
Nicolás Moya Valenzuela, colaborador frecuente del PP, que fue escrito por el sacerdote, leído
ante sus fieles (mal o bien un público), y enviado a MSR, quien se interesó por el tema y lo volvió
materia impresa, que de nuevo regresó como oferta de lectura para el público. Cf. PP.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 281


RENÁN SILVA

leído en la «más erudita [tertulia] de nuestra indiana Cartago» –que es la


forma como el corresponsal designa a Cartagena de Indias–, habiéndose armado
a continuación «una gran discusión sobre literatura y poesía»16. El corresponsal
recrea de manera muy vívida la discusión y la pasión que en ella ponían los
asistentes a la jornada de lectura, e incluye precisas indicaciones que permiten
inferir en torno a la forma como el viejo carácter sagrado de la lectura
tradicional (sobre todo en el campo de la teología) se transfería al nuevo
ámbito de la lectura moderna de «papeles públicos» –en este caso se trataba
de la lectura de unas «producciones poéticas»–, al recrear las supuestas
observaciones de un clérigo –uno de los concurrentes– quien recomendaba
que la discusión no se llevará fuera de la tertulia de lectura, «… porque no
fuese a vulgarizarse [el contenido de la lectura], y de esto resultase andarse
leyendo por los corrillos o cantando [sic] por las calles unos versos poco
decorosos a la religión cristiana…»17.
El corresponsal remata su «informe» sobre la lectura del Mercurio Peruano
y las discusiones suscitadas –el informe, de nuevo, seguramente exagerando,
habla de «más de diez docenas…» de respuestas al debate–, indicando que
finalmente los polemistas tomaron el camino de escribir al Mercurio Peruano y
al PP, solicitando nuevos criterios y opiniones respecto del punto que
discutían18.
Un ejemplo tan significativo como el anterior puede ser el de un
corresponsal de Panamá, quien escribía dando cuenta de la circulación del
PP: «…aquí ha llegado su papel volante y verdaderamente que ha sido bien
recibido de todos mis paisanos, porque ellos siempre han tenido la cualidad de
curiosos, de estadistas, de noveleros, y hablando en confianza la de críticos»19,
agregando a continuación que frente a su contenido parecía haber opiniones
divididas, pues escribe que él mismo no se encontraba completamente de
acuerdo con lo publicado o lo ofrecido por el PP como su plan de trabajo:
«Usted señor editor, aunque tiene la fortuna de agradar a muchos con sus
papeles, según el ruido que han metido en las tertulias panameñas… [pero] a
mi no… y voy a dar la razón…»20.
En cualquier caso parece comprobarse y poderse documentar de manera
amplia, el aumento de los niveles de lectura –o dicho de otra manera, el

PP. No 26, 5-08-1791 y PP. No 27.


16

PP. No 27.
17
18
Ibídem. El PP copia una parte del debate, bajo el título: «Sueño poético que le dirige un
amigo a otro, después de haber leído ambos en una tertulia las décimas dadas a luz en el No 4
del Mercurio Peruano».
19
PP. No 47, 6-01-1792.
20
Ibídem.

282 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

aumento de la circulación del impreso, por lo menos en el caso de los llamados


papeles públicos–, acompañada esa lectura con formas nuevas y más complejas
de ejercicio de la crítica, como se puede mostrar incluso a través de las
menciones sarcásticas acerca de los compradores de libros que no hacían uso
de ellos, tal como los presenta el PP a través de una anécdota de un acumulador
de libros que no los leía21, lo que indica la nueva representación del libro y la
lectura que va tomando fuerza entre los lectores ilustrados, quienes piensan
que el libro debe ser un principio de transformación de la vida; todo lo cual se
puede mostrar, aun mejor, a través de la carta de un suscriptor que indica de
manera explícita que el contenido del periódico se ha convertido para él en
una guía para la educación de sus hijos. Dando cuenta de la manera juiciosa y
atenta como abordaba la lectura del semanario, el corresponsal escribía: «…
analizo cada uno de sus números, aprecio la variedad filosófica que reina en
todos ellos… que es obra [el PP] sobre que pienso formar la educación moral
y literaria de tres hijos que tengo, porque veo que todos los puntos tratados
hasta el día son otros tantos elementos de ilustración y buen gusto, que en
muy raras obras se hallan reunidos»22.
No hay mayores dudas, y el punto ha sido señalado hace bastantes años23,
que existe una relación de convergencia entre las nuevas prácticas de lectura de
prensa y esas particulares asociaciones de lectores que fueron designadas como
«tertulias» –entre varios otros nombres que encontraron en América hispana
y en España–, y que representan la absorción de una práctica tradicional de
sociabilidad por formas modernas de reunión, pero formas a las que no puede
suponerse de entrada un sentido político revolucionario e igualitario en el
sentido moderno, aunque años después hayan sido posiblemente un soporte
de actividades conspirativas, pero en el marco de una coyuntura que ya no es
la de los avances de la lectura a través de «honestas reuniones» de lectores,
que parecían combinar en su actividad tanto pasión como espíritu diletante24.
21
PP. No 216, 30-10-1795. –»Anécdota»–.
22
PP. No 82, 07-09-1792.
23
Cf. R. Silva, Prensa y Revolución, op. cit., capítulo I.
24
La teleología habitual quiere descubrir un mundo poblado por este tipo de asociaciones,
que según esa visión se dedicaba ante todo a la conspiración revolucionaria, como de hecho lo
declararon muchos republicanos, ya en el marco de la crisis revolucionaria posterior a la ocupación
napoleónica. François-Xavier Guerra, quien ponderó de manera muy equilibrada la importancia
y la transformación de estas asociaciones después de 1808, insistió con muy buen juicio sobre su
carácter minoritario, antes de la crisis revolucionaria, lo que además constituyó en una diferencia
entre Europa y América hispana en el acceso a la modernidad democrática. Cf. F.-X. Guerra,
Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, MAPFRE, 1992,
capítulo III; y para las relaciones entre Europa y América y el inicio de la construcción «de una
visión euroamericana de la historia» en Guerra, cf. Annick Lempérière, «La construcción de
una visión euroamericana de la historia», en Erika Pani y Alicia Salmerón (coordinadoras),

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 283


RENÁN SILVA

Como se indicó en el capítulo V de este trabajo, el PP es una fuente muy


compleja, pero muy atractiva, sobre este punto, por reunir al mismo tiempo
descripciones de hechos que tienen el aspecto de estar presentados bajo forma
realista, con presentaciones que tratan de dar cuenta más bien de cómo se
representaba en términos imaginarios una actividad, lo que acerca mucho
esas descripciones al campo de los valores deseados y promovidos, pero las
aleja de lo que puede haber sido su forma más precisa, tal como un «observador
exterior» –y un análisis reposado y contextualizado– podría caracterizar la
actividad de esas asociaciones de lectura; y el panorama se hace aun más
complejo por cuanto MSR utiliza la ficción, sobre todo la invención de historias
y de sueños que tienen como centro la actividad de las tertulias, para presentar
lo que parecen ser tanto sus ideales ilustrados, como su crítica de la pequeña
«república literaria local», al tiempo que era de manera muy práctica el
animador permanente de una de esas asociaciones –la Tertulia Eutropélica–,
sobre la que informa de manera constante en su periódico. «Anécdota literaria:
Tratándose una noche en la tertulia Eutropélica varios puntos de literatura
amena, ya por mero pasatiempo o con el laudable interés de la recíproca
ilustración de todos, se tocó casualmente esta cuestión… con el motivo de
haberse leído cierto libro…»25.
En todo caso, de todas las informaciones que el PP presenta sobre este tipo
de asociaciones, lo que resulta claro es que ellas fueron, de manera muy precisa,
asociaciones de gentes que se reunían de manera periódica (a veces más formal,
a veces menos formal), con el propósito de leer, discutir y conversar. Según la
propia definición que MSR daba en el PP de este tipo de asociación, el fin de la
reunión era que «todos los individuos que componen esta asamblea de honesta
diversión», pudieran «discurrir variamente, sobre cuantos asuntos tengan
conexión con la bella literatura y otros objetos de instrucción y amenidad»26.
Los temas tratados en las tertulias podrían parecer a la distancia como
temas banales y asuntos de simple sociabilidad mundana, en una pequeña
ciudad provinciana, como en este caso, en donde se cuenta que el tema de
Conceptualizar lo que se ve. François-Xavier Guerra historiador. Homenaje, México, Instituto Mora,
2004, pp. 397-418. Por mi parte he presentado un esbozo inicial de las formas de lectura modernas
en el marco de las asociaciones de lectura en «prácticas de lectura, ámbitos privados y formación
de un espacio público moderno» en F.-X. Guerra, A. Lempérière et al., Los espacios públicos en
Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX, México, FCE, 1998. Carole Leal Curiel ha
presentado una descripción concreta de la actividad de las tertulias en Venezuela en «Tertulias de
dos ciudades: modernismo tardío y formas de sociabilidad política en la Provincia de Venezuela»,
en F.-X. Guerra, A. Lempérière et. al., Los espacios públicos en Iberoamérica, op. cit.
25
PP. No 125, 17-01-1794. La información que presenta el PP indica que la lectura había sido
ante todo de autores clásicos, Horacio y Cicerón, aunque también se había hablado de Quintiliano,
Plinio y Plutarco. Cf. PP. No 126, 24-01-1794, para complementos de la misma discusión.
26
PP. No 154, 8-08-1794.

284 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

discusión era «el más esencial a los progresos del gusto literario», el asunto de
si «la belleza sublime puede ser objeto de perfección…»–; pero aun así, habría
que dar oportunidad también a la idea de que, sin negar la presencia de esos
elementos, otras realidades también asomaban por allí. Así por ejemplo el
compromiso de lectura y escritura que podría incluir la participación en las
discusiones, como en este caso, en donde la prolongada discusión debe ser
suspendida por el presidente de la asociación, dejando para todos la tarea de
llevar la siguiente noche, para la nueva reunión, una traducción de un pasaje
de la Eneida, en que se concentraba el motivo de la discusión, tarea que
efectivamente se cumplió27.
Así pues un compromiso de lectura, lo que parece ser una nueva forma de
relación con los textos, una periodicidad previamente determinada, un espíritu
abierto de crítica sobre un amplio abanico de cuestiones –«discurrir sobre
cuantos asuntos tengan conexión con la bella literatura», o «las muchas
cuestiones que se promueven alternativamente»– y un cierto orden de
funcionamiento, en el marco de tareas diferenciadas que se respetan a pesar
del ardor de la discusión, pues, como en este caso, el presidente de la asociación
regula el uso de la palabra, impone obligaciones a los socios para continuar las
discusiones y el conjunto de los asistentes intenta hacer un uso regulado del
tiempo, como se declara, en el resumen de otra discusión28.
Todo esto que señalamos deja la idea de un aumento en el número de
lectores –por lo menos de prensa hasta el momento–, pero también de un
cambio en la relación de los lectores con los textos leídos, lo que parece poner
de presente el avance de una perspectiva crítica en la lectura, una forma de
relación que, como se sabe, es distintiva, del pensamiento de la Ilustración –
como lo hemos repetido en este trabajo ya varias veces–.
Pero se puede tratar de ir un poco más lejos e intentar explorar, a través de
diversos indicios esas pequeñas huellas que deben haber quedado de ese proceso
de cambio, en este caso en uno de los objetos de lectura, es decir el propio PP,
e intentar una perspectiva de reconstrucción etnográfica de esos pequeños
detalles reveladores de cambios en las prácticas de los lectores.
Aquí se debe recordar, para que esta corta exploración tenga algún sentido
analítico, el debate desde hace tiempos existente entre los historiadores de la
lectura, en torno a la idea de la existencia de una revolución de la lectura a
finales del siglo XVIII en Europa, idea que ha sido propuesta de manera muy
27
Ibídem.
28
PP. No 133, 14-03-1794. Todo esto no puede sino indicar la necesidad de un cuestionario
nuevo en la investigación sobre las tertulias tradicionales y su conversión en formas modernas
de asociación, en el periodo anterior a la crisis de la monarquía, y en el marco de la difusión del
pensamiento utópico de la ilustración y de los planes concretos de reforma de los Borbones.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 285


RENÁN SILVA

particular por el historiador alemán Rolf Engelsing29, pero que ha sido criticada,
precisada y a veces directamente rechazada por parte de muchos historiadores30.
Hay que indicar con toda precisión que la «tesis» sobre una revolución de
la lectura en el siglo XVIII se apoya tanto en realidades sociales como en
realidades culturales e intelectuales, y que no se dirige simplemente a mostrar
un aumento en el número de lectores, sino a una conjunción entre número
de lectores –y ello en diferentes grupos sociales–, materiales de lectura
disponibles, géneros nuevos en ascenso (como la novela), condiciones
tipográficas de lectura, nuevos formatos a los que se podía acceder y desde
luego condiciones económicas y escolares que facilitaban ese acceso.
Pero la tesis de la revolución de la lectura tiene un aspecto más que debe
resaltarse, y que quizá es el que más ha supuesto discusiones entre los
historiadores, pues en términos de los datos sociológicos generales, exteriores
de manera directa a la propia práctica de la lectura, las discusiones pueden no
ser mayores. El punto más controvertido y el de más difícil investigación es el
que tiene que ver con el núcleo de la tesis, es decir con el paso, en el marco de
esa revolución, de una lectura intensa (de detalle, ampliamente concentrada
en el texto, muy cerca de la lectura escolástica o de lo que más tarde Nietzsche
llamaría la «lectura como rumia») a una lectura extensa (más cerca de la
compilación y del extracto, del diccionario y de la enciclopedia, de la propia
prensa y del resumen)31.
Desde luego que el modesto virreinato de Nueva Granada terminando el
siglo XVIII, ni desde el punto de vista de los propios libros que producía localmente,
ni desde el punto de vista de los libros que llegaban de las prensas españolas y un
poco de las francesas, puede compararse con Alemania, con Francia o con
Inglaterra, sociedades que muestran algunos de los signos más acusados de esa
revolución de la lectura. Sin embargo, se puede intentar mostrar algunos rasgos
mínimos de esos cambios en el campo de la lectura, rasgos que indican que la
29
Cf. Reinhard Wittmann «¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVIII?»,
en G. Cavallo y R. Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental [1997], Madrid Taurus,
2001, pp. 497- 537, hay que hacer notar que en el texto de Wittmann la tesis se encuentra
planteada con signos de interrogación, aunque su texto favorece la adopción de la tesis de la
revolución de la lectura en el siglo XVIII.
30
El resumen del debate con consideración ponderada de todas las posiciones e incluso con
la reformulación de la tesis original puede leerse en Roger Chartier, «Richardson, Diderot et la
lectrice impatiente», en MLN, Vol. 114, No 4, French Issue (Sept. 1999), pp. 647-666.
31
Para la caracterización general del núcleo de la tesis de la revolución de la lectura cf.
Reinhard Wittmann, «¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVIII?», en G.
Cavallo y R. Chartier, Historia de la lectura en el mundo occidental, op. cit. Para una presentación
extrema de la idea de lectura concentrada, cercana de la ascesis a través de la lectura –pero un
ejercicio exploratorio tal vez demasiado encerrado en el texto, para el gusto de un historiador–
cf. el bello libro de Ivan Illich, En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al
«Didascalicon» de Hugo de Saint Victor [1993], México, FCE, 2002.

286 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

práctica de la lectura en los grupos de mayor nivel educativo se estaba


transformando en una práctica más compleja, aunque las grandes mayorías de la
sociedad permanecieran relativamente ajenas a esa transformación32.
Podemos ensayar un principio de examen del problema recordando el
aumento de la curiosidad por el libro y el entusiasmo comprobado (renglones
atrás) por la lectura de papeles periódicos, y agregar a ello también el dato
sobre la actividad permanente de lectura en las llamadas tertulias –los datos
que ofrece el PP en su mayoría remiten a la lectura de textos griegos y romanos,
más volcados sobre la retórica y la oratoria, que sobre la historia y la filosofía,
pero es posible que en este punto la versión del PP sea un poco unilateral,
como se comprueba a la luz de otras informaciones y de los inventarios de
bibliotecas, que registran la presencia de obras de historia natural y de textos
de filosofía que pueden designarse como «moderna», por ejemplo en el campo
de la lógica, lo mismo que la presencia de algunos humanistas clásicos, de
gramáticas, ortografías, libros de concordancias, de novelas, y desde luego la
tradicional «literatura religiosa», un rubro que mirado desde la distancia puede
engañar al crítico de hoy (por ejemplo en cuanto a la presencia posible del
jansenismo y algunas especies de pietismo)33.
A las observaciones anteriores hay que sumar algunos datos sobre el movimiento
de la imprenta y de la «producción editorial» local (aunque tal expresión tiene
mucho de anacronismo, en una sociedad en que no existe conformado un mercado
editorial de contornos definidos), tal como se desprende del trabajado catálogo
que al respecto, como una estación intermedia de sus investigaciones, ha propuesto
Álvaro Garzón Marthá34, una rica fuente de informaciones que corrobora muchas
de las que incluye el PP, y que además en varias oportunidades las problematiza.
32
Cf. al respecto algunos análisis iniciales en R. Silva, Los ilustrados de Nueva Granada,
1760-1808, op. cit., capítulo V, Numeral 2. Hay que evitar en este punto la simplista identificación
entre grupos de mayor nivel cultural e intereses intelectuales y gentes ricas y adineradas, una
correlación inexistente por lo menos en el siglo XVIII ilustrado de Nueva Granada. El abandono
de ese principio de rudimentaria sociología cultural favorece la búsqueda de cambios y novedades
importantes en el campo de los grupos no adinerados (por ejemplo la «nobleza pobre») y desde
luego en el campo de los grupos que pueden señalarse de manera directa como grupos subalternos.
El prejuicio economicista que deposita toda la dinámica cultural en lo que se llama sin mayor
precisión sociológica las «élites», conduce de inmediato a achacar a las gentes que no son
económicamente poderosas, todo el peso de lo arcaico, de lo anacrónico y de la ignorancia.
33
La biblioteca de un ilustrado de lo más ortodoxo que se pueda considerar, como el
director del PP, tiende a probar nuestras afirmaciones, y ello en la parte que nos es conocida, que
debería ser sensiblemente inferior a los libros poseídos. Cf. al respecto Manuel del Socorro
Rodríguez, «Lista de las obras literarias que no había en esta Real Biblioteca, las cuales yo el
abajo firmado he puesto a expensas de mi propio peculio donándolas enteramente a beneficio
del público», en M. del S. Rodríguez, Fundación del Monasterio de la Enseñanza, Bogotá,
Presidencia de la República, 1957, pp. 525-532.
34
Álvaro Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia (1738-
1810), op. cit.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 287


RENÁN SILVA

La idea que queda en el lector de hoy cuando se lee el catálogo de Garzón


Marthá y las informaciones del PP sobre los pequeños avances locales de la
imprenta, es que la actividad de la lectura se ha vuelto una práctica más
compleja y que los pocos libros editados aspiraban a lectores más cuidadosos y
dispuestos a enfrentar textos de mayor dificultad, lo que en términos de la
discusión sobre la «revolución de la lectura nos acercaría más bien a la idea de
la permanencia de un modelo de lectura «intensa y concentrada».
Podemos ofrecer dos ejemplos al respecto. El primero de ellos tiene que
ver con la publicación de una de las obras más complejas del ilustrado italiano
Luis Antonio Muratori, el famoso bibliotecario de Modena, que lleva por
título Tratado de la fuerza de la fantasía humana35 y que fue ampliamente glosada
en el PP, de una forma que permite plantear el problemas de las nuevas
complejidades de la práctica de la lectura36.
El PP anunció con grandes elogios la aparición del libro de Muratori,
declaró que se trataba de una gran obra, recordó la celebridad de su autor y
pasó luego a hacer el elogio del «aparato» que acompañaba la obra, señalando
que el Preliminar estaba «concebido sobre los elementos de la mejor crítica…
y del mismo modo el epítome de la vida del autor (pasando enseguida a citar
amplios extractos de tales textos, dedicando un largo elogio al traductor y a la
traducción, que en opinión de MSR, había sido traducida «del italiano al
español no de un modo servil… sino el mismo texto en su rigurosa esencia,
pero vestido con toda la fluidez y amenidad de que es susceptible la lengua
castellana…», recordando que el traductor era el deán de la catedral
metropolitana de Santafé y un autor de reconocidos méritos en España.
Decía también sobre la traducción de Muratori, que el deán Martínez
había puesto abundantes notas de traductor, «muy oportunas y no de trivial
erudición», señalando que la obra era «uno de los escritos más necesarios para
conocer las facultades de nuestro espíritu», sin que se tratara de materia que
solo era asunto de los sabios y doctos, sino que era obra que debían tenerla
«toda clase de personas», ya que los asuntos que trataba no eran cosa «reservada
a los literatos, por la analogía que tiene con la facultad que profesan», sino
obra de interés para acrecentar la erudición científica, más allá de los límites

Hay edición facsimilar: De la fuerza de la fantasía humana. Tratado de Luis Antonio


35

Muratori. Bibliotecario del serenísimo señor duque de Modena. Obra traducida al español por el
doctor Don Francisco Martínez, Académico honorario de la Real Academia de San Fernando de
Madrid, y Deán de la Santa iglesia Metropolitana de la ciudad de Santafé de Bogotá, capital del
Nuevo Reino de Granada. En Santafé de Bogotá por Don Antonio Espinosa de los Monteros. Año
de 1793, [Biblioteca Médica Lepetit, Lepetit de Colombia, 1973].
36
PP. No 101, 2-08-1793 –pero las menciones de la obra fueron más–.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

de la tradicional escolástica, indicando finalmente que «dicha obra se hallará


en la Imprenta Patriótica, Plazuela de San Carlos»37.
En el texto en que el PP ponderaba la obra de Muratori y las cualidades de
su traductor en Santafé, recordaba que el deán Francisco Martínez era también
el traductor de la obra del sabio francés Alexander Saverien, Historia de las
ciencias naturales38, cuya publicación –que finalmente no pudo terminarse– se
encontraba en curso en Santafé. Aquí hay por lo menos dos hechos por destacar.
De una parte el hecho de que la obra, por razones económicas, pero para
comodidad de los lectores, se había ofrecido al público en forma de cuadernillos,
lo que era localmente una novedad editorial –en principio se habló de doce
cuadernillos, luego se dijo que trece y éste último gratis para los lectores–. De
otra parte el recurso a la modalidad de suscripción, que se extenderá, con distinta
fortuna, en los años siguientes. Si las cosas se miran con tranquilidad y si
recordamos de qué tipo de sociedad y de obra se trataba y cuáles exigencias de
conocimiento planteaba la obra de Saverien, habría que decir que en esta
oportunidad por lo menos la modalidad de suscripción fue un relativo éxito:
21 suscriptores en Santafé, 19 de otras partes del virreinato, y de fuera (de
Caracas y Cuba)39.
La recomendación de lectura que hacía el PP tomaba el siguiente camino:
comenzaba por recordar los beneficios de las ciencias físicas, al tiempo que
anunciaba la preparación de la traducción de la obra de Saverien,
mencionando que las ganancias que pudiera arrojar la publicación serían para
apoyar el hospicio de los pobres, «en lo que tanto se interesa la humanidad y
el desvelo del gobierno». Pasaba enseguida a destacar por qué la edición en
tomos (pues de otra manera «se dificultaba en parte el que la pudiesen comprar

37
El libro contiene las tradicionales dedicatorias, en este caso del traductor para la virreina,
de quien dice que «distribuye V. E. el tiempo entre sus atenciones domésticas, y el laudable
recreo de la lección de buenos libros…» (p. 1), lo mismo que las respectivas censuras eclesiásticas
y civiles (pp. 5-12), y una larga nota del traductor (pp. 13-33), a lo que se agregan dos prólogos
más, uno de Muratori y el otro del deán Francisco Martínez, siempre con la idea de mostrar la
importancia de la obra y de la materia tratada.
38
Cf. Historia de las ciencias naturales escrita en el idioma francés por M. Saverien, y traducida
al castellano por un Sacerdote amante del bien público [...], en Santafé de Bogotá: Por don
Antonio Espinosa de los Monteros, Año de 1791. [No he visto nunca de manera directa un
ejemplar de la edición en cuadernillo de la obra de Saverien. Los datos bibliográficos que copio
los tomo de la obra varias veces citada de Álvaro Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo
de la imprenta en Colombia (1738-1810), op. cit., p. 272.
39
PP. No 66, 18-05-1792. Cf. además PP. No 18, 10-06-1791, en donde el editor del periódico
hace una amplia presentación de la obra y explica que la división de la obra en tomos, lo que no
traiciona su unidad, es una condición que favorece tanto la adquisición como la lectura. Por lo
demás, el director del PP hace una amplia descripción de la obra, que es con toda exactitud una
recomendación de su lectura.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 289


RENÁN SILVA

los menos acomodados»), no sin dejar de indicar que el precio de cada uno de
los tomitos era el más barato que se pudiera imaginar40.
El PP describe de manera breve cada uno de los tomos que comprende la
obra, y recuerda que cada uno de los tomitos está acompañado de una corta
introducción, «cuyo objeto es dar una idea de lo importante de la materia», y
en el primer cuadernillo «se inserta un discurso en que el traductor se contrae
a todos los motivos que le interesaron en darla a la luz» y cuáles son las razones
por las que los lectores deben preferirla, a las demás que se han impreso sobre
la misma materia41. Y cierto tiempo después, cuando volvió a hablar de la obra
y dio noticias sobre la suscripción, precisó de una manera que en esa sociedad
resultaba de una gran novedad, cuál era el objeto de la obra: «La historia de
las ciencias naturales no es como la historia de las naciones, de las guerras, de
los acontecimientos políticos, etc., en que generalmente hallan complacencia
y diversión toda suerte de personas, porque no se necesita ningún estudio»42.
Pero al mismo tiempo que se alentaba y extendía una práctica de la lectura
que desde muchos puntos de vista recordaba la lectura concentrada e intensa,
detallada y dedicada, lejana ya de la meditación pero aun pidiendo silencio,
lejana de la conversación y de una idea mundana del disfrute, otra práctica de
la lectura parece abrirse paso en la sociedad de lectores. Se trata de una forma
que en principio desconcierta por su propia modernidad, por cuanto parece
anunciar una sociedad de la que se encuentra por completo alejado el Nuevo
Mundo americano, y desde luego el virreinato de Nueva Granada. Se trata de
una representación de la lectura, que en otras partes ya podría ser de manera
completa una nueva práctica de la lectura y de relación con la cultura escrita
en sus diferentes variedades, que presupone un mundo urbano y gentes ya
sometidas a la lógica del tiempo en una sociedad que lo valoriza como
ocupación útil, productiva, posiblemente productora de ganancias, una
representación que desde luego plantea enormes interrogantes.
El PP recreó tal representación del tiempo de lectura, haciendo eco de un
tipo de publicación que el siglo XVIII había convertido en una moda en Europa,
y que en América hispana adquirió también una gran popularidad y que remitía
sobre todo a la información de prensa, pero también a toda forma de
comunicación de noticias, de hechos, de descubrimientos, de novedades… que
se presentaran como resumen, como extracto, como síntesis, como condensado
40
PP. No 18, 10-06-1791. Sobre Saverien decía en particular: «Casi es ocioso el elogio que
aquí vamos a hacer cuando se sabe que ningún buen literato de cuantos existen ha dejado de
aplaudir con los mayores encomios esta bellísima producción de aquel sabio francés».
41
Ibídem. «En fin, que el público juzgará su mérito y sólo estimará el buen deseo de quien
sin más intereses que el de servirlo, se ha tomado el trabajo de esta versión».
42
PP. No 66, 18-05-1792.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

para lectura rápida, panorámica, enciclopédica, diversa43, y que puede tener


como el ejemplo más extendido y la fórmula editorial más exitosa los llamados
«Espíritus de los diarios», «llamados después en nuestra corte El espíritu de los
mejores diarios», o como dice el PP, un Espíritu de los mejores diarios rectificado.

… quiero decir reducido a un plan cómodo de lectura e instrucción; a mí me


parece que sería[n] mucho más aplaudidos semejantes escritos, principalmente
de aquellos sujetos cuyas ocupaciones no les dan lugar a leer al día más tiempo que
el de una o media hora, antes de entrar en la diaria tarea de sus onerosos ministerios,
de cuya clase son quizá todos los que se suscriben a tales obras44.

Se trataba entonces de una publicación que tomaba en cuenta el tiempo del


lector, respecto de su extensión y su forma de sintetizar la información. La idea
de una publicación como ésta sería la de «metodizar» un plan de información
por orden de materias («que es lo que más agrada a todo estudioso»), para al
final ofrecer algunos breves rasgos o noticias «que por su género inducen a la
observación, y de algún modo interesan la curiosidad de las personas instruidas».
Materias de toda índole, en apariencia sin conexiones, pero que al final serían
capaces de conducir al lector a reflexiones «mucho más filosóficas», que si
estuvieran esparcidas en varias partes de una obra mayor45.
Por muchas partes el PP deja la impresión de que una publicación de esa
naturaleza, que se encuentra bien retratada, como dijimos –y como dice el propio
texto citado– en El Espíritu de los mejores diarios –que puede ser caracterizado en
nuestro lenguaje como una síntesis variada de muy diferentes informes de prensa
y de otra naturaleza–, había llegado a ser muy popular en Nueva Granada, como
lo indica un comentario del editor del PP, un día en que por motivos de enfermedad
no tenía a mano ningún discurso propio (o ajeno) para publicar, y entonces,
después de señalar porque tema se decidió, indicaba que «Bien podría haber escogido
del Espíritu de los mejores diarios alguna bella disertación; pero como aquella obra
se ha generalizado tanto, he preferido el extracto siguiente…»46.
43
Sobre este tipo de publicación y su significado en términos de práctica de la lectura cf.
Roger Chartier, «Richardson, Diderot et la lectrice impatiente», en MLN, Vol. 114, No 4, op.
cit., p. 653, en donde de inmediato el lector notará la diferencia de contexto del análisis de
Chartier –que recoge ante todo lo que se relaciona con el ascenso de la novela y las obras de
intriga– y el análisis, que se limita al mundo de la información y de las variedades sobre la vida
cotidiana.
44
PP. 77, 3-08-1792. El subrayado es nuestro.
45
Ibídem. El texto del PP que habla de este tipo nuevo de lectura incluye una nota que
dice: «En el [es decir en el «informativo» de que se habla] podían entrar muchísimos extractos
y noticias deducidos de varias obras de mérito, que aunque ya publicadas en sus respectivas
fuentes, podían ser mucho más apreciables e interesantes en el tal escrito, según el método y
combinación en que estuviesen ordenados».
46
PP. No 57, 16-03-1792.

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RENÁN SILVA

La popularidad en el virreinato de Nueva Granada entre los nuevos lectores


del Espíritu de los mejores diarios y de fórmulas editoriales similares, la pone de
presente el comerciante de libros ilustrado –y años más tarde prócer de la
Independencia nacional– Antonio Nariño, quien escribe en su defensa ante
los jueces por la traducción y publicación de los Derechos del Hombre, que
citará El espíritu de los mejores diarios, «obra publicada en Madrid, y que aquí
anda en manos hasta de las mujeres y los niños»47.
Muchas otras indicaciones del PP son testimonio de que una forma de
lectura más abierta, más ligada a la conversación y a la diversión, y más
vinculada a un control del tiempo y a la necesidad de concisión se encontraba
en ascenso entre los círculos de lectores. El propio MSR resumía muy bien la
tendencia en dirección de esa práctica de la lectura y de nueva relación con
los textos, cuando escribía que

También sabemos, que ya en nuestros tiempos hasta las obras de recreo y


diversión son poco aceptables sino son concisas , así por ser muchísimo lo que
hay que leer después de la invención de la imprenta, como porque falta
tiempo para cumplir cada uno con sus respectivas obligaciones y tomarse un
poco de descanso para volver a ellas con rigor48,

lo que constituye una descripción sorprendente de una oposición nueva entre


trabajo y ocio, y la localización de la lectura como una práctica expansiva y
recreativa, del lado por tanto del ocio, y de la reposición de fuerzas para el trabajo,
aunque de un ocio no condenable, como aquel que se achacaba a las gentes
populares (mestizas sobre todo) que, según el juicio extendido parcializado de los
funcionarios ilustrados, rehuía el trabajo y cualquier clase de obligación reguladora.
A su manera esa forma de relacionar la lectura con el tiempo, y con el uso
moderado de la palabra (lo que representaba una crítica dura de las formas
tradicionales de la elocuencia), es la misma que ya veíamos aparecer en el
mundo de las asociaciones de lectura, en donde se intentaba someter a control
el tiempo de las intervenciones y de las reuniones, como se pone de presente
en el siguiente párrafo que transcribe el PP –sin importarnos ahora si se trata
de una creación de ficción o de un hecho efectivamente ocurrido–: «… los
tertulianos habiéndose hecho del ojo [mirado entre ellos], y sacando a un
mismo tiempo cada uno su relox [por reloj], dieron a entender al socio
disertante que por aquella noche era terminada la tertulia»49.

Proceso contra don Antonio Nariño por la publicación clandestina de la Declaración del
47

Hombre y del Ciudadano, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, t. 1, pp. 390-391.


48
PP. No 209, 11-09-1795.
49
PP. No 133, 14-03-1794.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Aquí podemos detenernos en este examen, que podríamos prolongar más,


y volver por un momento a la discusión sobre la revolución de la lectura en el
siglo XVIII, y plantearnos la pregunta sobre ese doble movimiento que
constatamos, que va al parecer en sentidos y direcciones contrarias, y que
frente a las opciones de los historiadores (lectura «intensa», lectura «exten-
sa») parecen no definir nada. Roger Chartier ha mostrado a través de un
cuidadoso análisis que es a la vez empírico e histórico y que, a partir de un
«estudio de caso», propone sus conclusiones para una amplia geografía, que la
alternativa así construida, como si se tratara de formas opuestas, no produce
buenos resultados en el campo de la investigación ni de la reflexión, y bien
valdría asumir una posición nueva que se interrogue por la forma como el
final del siglo XVIII multiplicó y diversificó en varias direcciones las prácticas
de la lectura.
No caben muchas dudas de que entre este tipo de evoluciones que busca-
ban dar orden y concierto y reglamentar la práctica de la lectura, y el proyecto
general de dar orden y concierto a la sociedad en su conjunto y de manera
particular a la «sociedad popular», debe haber alguna forma específica de
relación, aunque resulta más fácil postularla que demostrarla y aun que
mostrarla. Aquí nos podemos contentar con señalar que las formas de
transformación social, se inscriben en el «tiempo de las Luces», es decir en el
ascenso del absolutismo monárquico que busca controlar y dar forma a una
sociedad que buscaba hacer moderna, productiva, creyente en Dios y en la
monarquía, aunque los resultados no pueden ser más que contrastados,
posiblemente con éxito en hacerla respetuosa del rey y de la religión católica,
pero muy poco en hacerla una sociedad regulada, trabajadora y organizada
sobre el modelo de un Señor y unos vasallos.
De todas maneras, muchos usos de la imprenta (que facilitaba la lectura,
aun de los más débilmente alfabetizados) muestra que la idea de regular,
controlar, más allá de la lectura, se encontraba presente, y que la imprenta y la
lectura podrían ser un buen instrumento en esa dirección, como se puede
inferir de la publicación local constante de los «almanaques y calendarios»,
en que tanto se interesaban los funcionarios ilustrados, y que fueron una de
las principales producciones de la imprenta en esos años. Como se escribía
respecto de uno de los primeros almanaques publicados en el virreinato de
Nueva Granada,

… con que no solo en esta capital, sino en la mayor parte de los lugares de
este reino, puedan todos saber los días que son de fiesta, con obligación sola
de misa, o de no poder trabajar, las vigilias y abstinencias, los días en que

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viven y las demás noticias que son congruentes y de que antes carecían, con
falta de habilidad y aun de cumplimiento de muchas obligaciones que exige
la religión y la cristiana disciplina50.

Volviendo una vez más al tema de la «revolución de la lectura en el siglo


XVIII», debemos recordar que, en su propio lenguaje y en su propio contexto,
Roger Chartier ha indicado que el crecimiento de la lectura y las corrientes de
laicización que entraña ese crecimiento son un hecho constatado e identificable,
y que además para los lectores y lectoras mejor dotados, las variedades de lectura
parecen ampliarse, proponiendo prácticas diferenciadas según el tiempo, el lugar,
los géneros51, todo ello para concluir que «Cada lector es así sucesivamente un
lector «intensivo» y «extensivo», absorbido por la lectura o desenvuelto, estudioso
o divertido. Por qué no pensar que la «revolución de la lectura» del siglo XVIII
reside justamente en la capacidad de movilizar diferentes maneras de leer…»52.
Inscribiendo enseguida esas maneras de leer diversificadas en el campo de
las condiciones y posibilidades sociales del cual dependen, Chartier agrega que
«La constatación de esta diversidad de prácticas es importante en la medida en
que todo acercamiento plenamente histórico de los textos literarios supone romper
con la universalización de una modalidad particular de lectura» y, más bien por
el contrario, «proceder a identificar las competencias, los códigos y las
convenciones propias a cada comunidad de interpretación», indicando la tarea y
la divisa necesarias para avanzar en el análisis histórico de las prácticas de la
cultura escrita:

Contra el fetichismo y el etnocentrismo espontáneo de las formas de lectura,


hay que recordar con Pierre Bourdieu que ‘interrogarse sobre las condiciones
de posibilidad de la lectura, es interrogarse sobre las condiciones sociales de
posibilidad en las cuales se lee […] y también sobre las condiciones sociales
de producción de los lectores… Una de las ilusiones del lector es aquella
que consiste en olvidar sus propias condiciones sociales de producción y
proceder a universalizar inconscientemente las condiciones de posibilidad
de su lectura’53.

50
Cf. Álvaro Garzón Martha, Historia y catálogo de la imprenta en Colombia (1738-1810),
óp. cit., p. 69 –quien escribe es el virrey ilustrado Manuel Antonio Flórez, en 1778, en una de sus
peticiones para poder poner a funcionar en el virreinato una imprenta digna de ese nombre.
51
Roger Chartier, «Richardson, Diderot et la lectrice impatiente», en MLN, Vol. No 114,
No 4, op. cit., p. 656.
52
Ibídem. Nada de esto es diferente a la proposición que hace años, bajo el impulso de la
obra y los consejos de Roger Chartier, había avanzado en Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-
1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, op. cit., capítulo V, Numeral 2.
53
Roger Chartier, «Richardson, Diderot et la lectrice impatiente», en MLN, Vol. No 114,
op. cit., p. 657.

294 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Finalmente sobre este punto de la «revolución de la lectura en el siglo


XVIII» y del examen que de esa tesis realiza Roger Chartier, digamos que hay
que estar siempre pendientes de su contexto, en este caso las sociedades
europeas de más amplia alfabetización en el siglo XVIII y el hecho de que el
peso de la prueba y de la discusión se dirige en Chartier de manera privilegiada
a los textos de lo que hoy llamamos «literatura» (la obra de Richardson de
manera preferencial en este texto), pero que también sus proposiciones
recuerdan esa particular situación de los reinos de la monarquía hispánica en
el siglo XVIII americano, en donde se participa de un «horizonte de
expectativas» que es europeo, pero se enfrenta una realidad que de manera
práctica niega muchas de las modalidades que en el terreno de la representación
imaginaria del vínculo social y cultural se afirman, lo que da una forma y
coloración –un carácter abstracto y fantasmagórico– tan especiales, a la propia
realidad social y que es la base del utopismo que siempre, para bien o mal, fue
distintivo de los ilustrados de esta parte del mundo.
Pero no podemos abandonar aquí de manera tan sencilla nuestras
consideraciones sobre lo que hemos llamado «Niveles de lectura y complejidades
socioculturales». Recordemos que el texto de Chartier (y muchos de los análisis
y referencias que ofrece) remiten a la «lectrice impatiente», a la impaciente
mujer lectora sobre la que aun no hemos dicho una palabra, y cuya figura social
ha sido de manera constante enfrentada en los últimos años con el propio
pensamiento ilustrado, al declarar muchos historiadores, con poco o unilateral
apoyo histórico, que la Ilustración hizo de ella un «ser de segunda clase» y que el
propio siglo XVIII no habría sido para la mujer más que sometimiento54.

54
La bibliografía sobre el problema es amplia y la polémica misma no es nuestro objeto. El
lector de estas líneas encontrará en el propio texto de R. Chartier indicaciones y bibliografía que
muestran el ascenso de la mujer en el campo de la lectura y las relaciones que esa lectora
impaciente estableció con géneros como la novela. Lo que habría que resaltar es la forma como
una ideología militante actúa como una forma de ceguera y de desconocimiento. Este es en
buena medida el caso de un libro tan documentado, trabajado y enciclopédico, como el de
Jorge Cañizares, Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo. Historiografías, epistemologías e
identidades en el Mundo Atlántico del siglo XVIII [2001], México, FCE, 2007, empeñado en un
combate difícil de entender cuyo único propósito es desprestigiar la Ilustración (la bête noire de
los postmodernos de finales del siglo XX). Cf. «Introducción», pp. 19-34 –cf. por ejemplo
afirmaciones como la siguiente: «… la llamada Ilustración revirtió las perspectivas más generosas
y tolerantes sobre la diversidad cultural sostenidas por los humanistas del Renacimiento», y su
definición de método en donde indica que su libro sigue «ideas claves de la crítica postcolonial»
(p. 32); y desde luego las consabidas declaraciones sobre la opresión de la mujer en la esfera
pública moderna y el dominio masculino, consustancial a la Ilustración, pues «la crítica masculina
buscaba imponer su autoridad y credibilidad en el mercado de las ideas, reclamándose inmune
del influjo de las emociones femeninas y de los mecenas poderosos» (p. 20).

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 295


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En el caso específico del PP hay que indicar que la presencia de la mujer


como lectora y como partícipe de las asociaciones de lectura es una constante
repetida, lo mismo que es constante su aparición en las ficciones que sobre
esas asociaciones produjo el PP55. Podemos volver a algunos de los ejemplos ya
suministrados en renglones anteriores, pero buscando en ellos nuevos énfasis
de atención y de interpretación, y agregar algunos ejemplos nuevos, para
empezar a buscar huellas de estas lectoras impacientes.
Podemos empezar recordando al asiduo corresponsal que escribía al PP desde
Cartagena y quien divide las tertulias entre seculares y religiosas, y señala que en
estas última no sólo hay clérigos, sino monjas, a quienes en la actividad de
lectura y discusión se les «olvida lo que son», «teniendo sus buenos ratos de
periodicantes»56 –«periodicantes» es una significativa palabra en boga en esos
años, y significa la dedicación visible a la lectura de prensa–. Hay indicaciones
muy precisas además que indican que la participación era activa, pues en la
amplia reseña de la discusión de tertulia que ofrece el PP, se indica que el grupo
de lectores «se dividió en dos bandos…» y «hasta las damas entraron en partido»57.
La misma situación en las tertulias en Panamá, según reporta un vecino de
esa ciudad, quien informa que el propio ejemplar físico del periódico se ha
vuelto un objeto de moda y las damas lo cargan y lo llevan cuando realizan sus
visitas58… pero no sólo como adorno, pues nuevamente otros pequeños
testimonios e indicaciones dan señal de la participación en el mundo de la
palabra y de la cultura escrita en ascenso, pues algún tiempo después, reportando
las discusiones en torno a la obra de Saverien que se encontraba en curso de
publicación, se habla de la discusión del tercer cuaderno, unas pocas noches
antes, «en la tertulia de dichas señoras»59.
En el caso de la asociación de lectura llamada Tertulia Eutropélica, la más
mencionada en el PP y de la que era principal animador MSR, hay que decir
que en su propia definición se encuentra la formulación: «… junta de varios
sujetos instruidos, de ambos sexos…»60. MSR llama también a estas asociaciones

En la primera lista de suscriptores del PP, en el No 4, de 4-03-1791, aparece una mujer


55

entre ochenta y un suscriptores –doña María Rosa de Arce– y en la segunda, en PP, No 20, 24-
06-1791, no aparece ninguna, pero como sabemos, no hay correspondencia ninguna en esa
sociedad entre suscriptores y lectores, pues la prensa es ante todo asunto de lectura colectiva y
de préstamo.
56
PP. No 27, 12-08-1791.
57
Ibídem.
58
PP. No 47, 6-01-1792. Un comentario errado sobre este punto en R. Silva, Prensa y
Revolución, op. cit. p. 50, cita 28.
59
PP. No 66, 18-05-1792, aunque se trata de una información compleja, pues a partir de
hechos reales el editor del PP parece fabricar un episodio de ficción.
60
PP. No 84, 27-09-1792.

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CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

«amistosa asamblea» –un punto que es de interés si tenemos en cuenta que


este es un periodo en el que en medios de gentes de cultura se están modificando
la relaciones de amistad y las formas de trato, en el marco de una perspectiva
asumida de civilización y de «dulcificación de las costumbres», un cambio que
no solo atañe a las relaciones entre hombres, sino entre hombres y mujeres61–; el
PP informa que en esa «asamblea amistosa» se le dio a una de las «damas
académicas» una tarea literaria, que era la de transformar una pequeña anécdota
cotidiana en un epigrama62 –una de las formas literarias más favorecidas por el
gusto literario en el siglo XVII y XVIII. La misma situación en una sesión posterior
de esa tertulia, cuando se celebraba de manera muy solemne el aniversario del
descubrimiento de América en 1492. Según el informe del acto académico,
«se le pidió a una socia poetisa, que para coronar la obra con más amenidad,
glosase en dos décimas el siguiente dístico…», tarea que cumplió con aplauso
de sus compañeros de tertulia. Según el PP la «socia poetisa» cerró la sesión:
«Esta no es más que una observación curiosa [sus explicaciones del dístico],
muy distante de pretender caracterizarla con visos de misterio; porque yo hago
profesión de no ser visionaria, y en esta parte no tengo poco de qué reírme de
muchas de mi sexo (dijo y con esto se terminó el acto)63.
Por fuera de este hecho, que se puede establecer con rigor, y que indica
una participación constante en el mundo de las asociaciones de lectura
moderna (diferentes por ejemplo del universo tradicional de las cofradías y
otras organizaciones religiosas de parroquia), muchas otras formas de aparición
de la mujer se constatan en el PP. Así por ejemplo el recurso a pseudónimos
femeninos, una vieja costumbre literaria (que además en el siglo XIX tuvo su
forma contraria; mujeres que adoptaban pseudónimos masculinos), o el recurso
a la ficción, lo que hace que en muchos episodios de tertulias o episodios que
le ocurren a miembros de tertulia, aparezcan de manera repetida las mujeres
como heroínas o víctimas de la acción que se relata64.
Podemos dejar ya de lado a la lectrice impatiente –para volver a insistir en
la expresión recreada–, para insistir en la expresión recreada por Roger Chartier,
habiendo puesto de presente su presencia en las asambleas de amistad y de
lectura, y la forma como aparece en la imaginación masculina de sus compañeros
61
Cf. al respecto R. Silva, Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una
comunidad de interpretación, op. cit., capítulo X.
62
PP. No 86, 5-10-1792.
63
PP. No 153, 1-08-1794.
64
Cf. por ejemplo PP. No 46, 30-12-1791, para una aparición de dos mujeres a tertulianos de
Santa Marta; cf. PP. No 66, 18-05-1792, en donde se habla de dos mujeres que querían ser
literatas; puede verse también PP. No. 140, 2-05-1794. En este caso se trata de una glosa a las
supuestas medidas de los revolucionarios en relación con la mujer y su conversión en radicales
jacobinas.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 297


RENÁN SILVA

de tertulia. Contentémonos con decir que algunas –otras no– de las


afirmaciones del PP sobre las mujeres son de una modernidad que a veces
extrañamos en nuestra propia época, tanto en hombres como en mujeres. Se
trata de una información sobre el «carácter y talento de las mujeres», que se
dice tomada de unas palabras de Mr. Tomas, individuo de la Academia francesa.
Un texto en el que el autor discute sobre el dominio de la escena pública de
las gentes famosas por su talento por los varones, y cierra con una pregunta de
una novedad radical, una pregunta cuya pertinencia, ayer y ahora, sigue
manteniendo su actualidad: «Si entre tantos hombres célebres no ha habido
ninguna mujer comparable, pregunto ¿es defecto de educación o de
naturaleza?»65

II
Imprenta, cultura y sociedad66

El PP pudo haber tenido muchos críticos y sobre todo algunos enemigos,


como hemos señalado en el capítulo anterior de este trabajo, por razones que
se pueden explicar con facilidad y que tienen que ver con el temor a las reformas
borbónicas en el último tercio del siglo XVIII, pues tales reformas eran un
intento de modificación de muchas de las relaciones sociales tradicionales, y
fueron reformas para las cuales la monarquía trató de apoyarse en la imprenta y
en los papeles públicos, es decir en la difusión de informaciones, conocimientos
y órdenes que se comunicaron de manera clara –perceptible, como se decía en
la época–. Por eso es importante comprender que más que contra la prensa o
contra la imprenta, el recelo de los grupos más tradicionalistas de la sociedad
era contra los planes de reforma de la sociedad, no contra los instrumentos de
difusión de las ideas y del conocimiento, considerados per se.
Por su parte, las gentes de letras, que habían hecho durante años la
experiencia de los tropiezos que encontraban cuando querían ver sus obras
bajo forma impresa y circulando por América y aun por Europa, los universitarios
de la época de la reforma de estudios y los propios impulsores de la reforma

PP. No 203, 30-07-1795.


65

Como hemos señalado más arriba, el más completo y documentado catálogo que existe
66

sobre la breve historia de la imprenta en el siglo XVIII «colombiano» es el de Álvaro Garzón


Marthá, Historia y catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia (1738-1810), op. cit., que no
solo tiene el mérito de un seguimiento cuidadoso y cronológico de casi todas las publicaciones
de que hay noticia para las fechas que cubre su trabajo, sino que además incluye un valioso
conjunto de documentos, que ilustran muy bien el problema, y realiza una crónica que introduce
correcciones importantes a lo que algunos hemos dicho sobre la historia de la imprenta en ese
periodo.

298 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

cultural y social –sobre todo los virreyes, algunos de los fiscales de la Audiencia
y los visitadores reales a finales del siglo XVIII–, que sabían de la imposibilidad
de reformar los estudios superiores sin el acceso a nuevos libros, y que predicaban
la importancia de dar a conocer las «producciones» de esa nueva juventud
noble del reino a través del libro impreso, eran fieles adeptos de un instrumento
como la imprenta, que aseguraba el libre curso de las ideas y que permitía
informar sobre las políticas de la monarquía. Esos eran grupos (y razones) que
expresaban un cierto consenso en el apoyo a que las «artes tipográficas»
finalmente se asentaran en el virreinato de Nueva Granada, desde luego, claro,
con las limitaciones que la palabra escrita encontró siempre en las monarquías,
que necesitaban de la imprenta, pero siempre que fuera bajo su control67.
Así pues, la monarquía y sus funcionarios mantuvieron siempre, a lo largo
del siglo XVIII, una ambigüedad reconocida frente a la imprenta. Como señalaba
el fiscal en la causa contra Antonio Nariño por la traducción y publicación de
los Derechos del Hombre y del ciudadano, «La imprenta, invención
ciertamente feliz para el género humano, pero que, como dice un político, no
se ha calculado todavía si ha traído mayores bienes que males, es el medio más
cierto de propagar, extender y comunicarse recíprocamente los hombres sus
conocimientos, sus ideas, y el fruto de sus talentos»68.
Admitida la existencia, por lo demás muy visible, del control que introducía
en los usos de la imprenta el poder político, nadie puede afirmar que frente a
la imprenta (la nueva forma de la cultura escrita) hubiera habido oposiciones
radicales que la vincularan con alguna novedad nefasta o diabólica, en parte
porque la sociedad era, a su manera, desde 1492, una sociedad de la época de
Gutemberg, y en grados diversos todos sus habitantes (incluidos lo que hoy
llamaríamos las clases subalternas) se incluían en la categoría del homo

67
El catálogo de Álvaro Garzón Marthá lo muestra muy bien, pues la monarquía intentó
que su nueva política de tributación pasara por el impreso (en letra grande y «perceptible») e
igualmente algunas de las medidas de castigo contra los insurgentes de 1781 fueron impresas, lo
mismo que una amplia documentación (documentos breves y a veces extensos) que iban en
dirección de «civilizar», organizar, reglamentar y dar orden y coherencia a un conjunto social
que seguía siendo informe, indisciplinado, y que se negaba a vivir «a son de campana y en
parroquia». Cf. A. Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia
(1738-1810), op. cit., pp. 95-442, para multiplicados ejemplos –cf. en particular sobre estos
puntos Documentos 10 a 13.
68
Proceso contra Don Antonio Nariño por la publicación clandestina de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, pp. 353 y ss. Cf.
también, en el contexto europeo, R. Chartier y C. Espejo (eds.), La aparición del periodismo en
Europa, óp. cit., varios de cuyos textos comprueban la forma como se modifica la relación entre
prensa y poder político –entre circulación de la información y poder político– en el paso del siglo
XVII al XVIII, en el marco del ascenso de las monarquías absolutas.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 299


RENÁN SILVA

tipographicus, a pesar del dominio comprobado del manuscrito y de la cultura


oral en muchos sectores de la actividad social69.
En el caso del PP (el objeto que de manera principal nos interesa aquí) el
elogio de la imprenta fue repetido, según ya hemos puesto de presente, y su
defensa se ligó con muchas de las «causas» que los ilustrados hicieron suyas.
Así por ejemplo con la causa de la crítica del aristotelismo y la filosofía
escolástica –el saber dominante, detrás del cual se escondía en la enseñanza el
poder dominante de las órdenes religiosas–, como se puso de presente en uno
de los primeros números del PP, en que se cuestionó a fondo la utilidad de los
estudios universitarios, en parte apoyando la crítica en el hecho de que en el
fondo ni siquiera se sabía con certeza qué habían dicho los grandes filósofos y
pensadores antes de la invención de la imprenta, pues buena parte de ese
pensamiento, el de la Antigüedad clásica, había sido pervertido por los copistas.
Vale la pena citar in extenso al PP sobre estos puntos, que constituyeron una
más de las defensas de la imprenta, en cuanto a su papel cultural:

Para los amantes de Aristóteles habíamos pensado dar a luz una apología
bastante honorífica de este sabio. En ella íbamos a probar con todo el rigor
crítico de la materia, los muchísimos fundamentos que hay para creer [que]
fueron sus obras notablemente viciadas y corrompidas. Un hombre
medianamente instruido en la anticuaria, no podrá dudar [del] lastimoso
desorden que hubo en las copias de los escritos anteriores al año 1447, en
que comenzó el arte de la imprenta. Las revoluciones de aquellos siglos, la
impericia de los copiantes, ser asalariados para ese fin, el ningún cotejo que
se hacía con los originales, lo antiguo y maltratado de los pergaminos, la
diferencia de lengua del autor y del copiante, la licencia de introducir lo
que cada uno quería, la prisa con que se hacían dichas copias por el interés
lucrativo, el uso de escribir sin ortografía, en fin, una multitud de razones
que hacen mucha fuerza para creer [que] no es el puro texto de Aristóteles
el admitido en nuestras clases70.

El catálogo de Álvaro Garzón Marthá lo muestra muy bien, pues la monarquía intentó
69

que su nueva política de tributación pasara por el impreso (en letra grande y «perceptible») e
igualmente algunas de las medidas de castigo contra los insurgentes de 1781 fueron impresas, lo
mismo que una amplia documentación (documentos breves y a veces extensos) que iban en
dirección de «civilizar», organizar, reglamentar y dar orden y coherencia a un conjunto social
que seguía siendo informe, indisciplinado, y que se negaba a vivir «a son de campana y en
parroquia». Cf. A. Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia
(1738-1810), op. cit., pp. 95-442, para multiplicados ejemplos –cf. en particular sobre estos
puntos Documentos 10 a 13–.
70
Proceso contra Don Antonio Nariño por la publicación clandestina de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano, Bogotá, Presidencia de la República, 1980, pp. 353 y ss. Cf.
también, en el contexto europeo, R. Chartier y C. Espejo (eds.), La aparición del periodismo en
Europa, óp. cit., varios de cuyos textos comprueban la forma como se modifica la relación entre

300 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Más allá de los argumentos que el PP expuso sobre la importancia cultural


de la imprenta para la difusión del pensamiento de los antiguos, el semanario
también puso de presente su importancia para la difusión de los escritos de los
modernos (franceses y españoles sobre todo) y MSR presentó una visión
optimista de la cultura de la nación (es decir de España y sus reinos),
precisamente apoyándose en lo que le parecía la situación de ascenso de la
cultura del impreso en la segunda mitad del siglo XVIII, como cuando
refiriéndose a la Gaceta y al Memorial Literario de Madrid, habló del gran
número de obras «que acreditan el buen gusto actual» en la Península, lo que
consideraba prueba de «los progresos científicos que día a día va haciendo
nuestra nación»71.
El elogio que hacía el PP del ascenso de la cultura impresa en la nación
española, no dejaba de lado una cierta crítica a la inacción de las imprentas
en los reinos americanos en años recientes, como cuando el editor del PP
escribía que: «No es mi asunto discutir ahora acerca de los motivos de la quietud
o parálisis en que yacen» las imprentas de América –una constatación menos
cierta de lo que pensaba el editor del periódico–, observación que aprovechaba
para ofrecer la imagen de una Nueva Granada en pleno florecimiento de las
artes de la imprenta –lo que era muy poco cierto–, apoyándose en los ejemplos
de algunas de las pocas obras que se publicarían en esos años72.
Hay sin embargo que tratar de comprender con espíritu de historiador ese
entusiasmo que respira MSR cuando presenta estas noticias sobre los avances
de la imprenta neogranadina, y hacerse a la idea de que esa cuota de exageración
solo pone de presente la manera como él y los círculos de ilustrados
neogranadinos se aferraban a los ideales de la Ilustración, en un medio cultural
que, efectivamente, había tenido en el pasado evoluciones culturales menos
visibles que las que se reconocen en los casos mexicano y peruano.
Se puede evaluar también desde otro punto de vista ese entusiasmo por la
imprenta, refiriéndose a la forma como el PP presentó la relación entre la
larga ausencia de imprenta en el Nuevo Reino de Granada (del siglo XVI
hasta el último tercio del siglo XVIII) y la imagen de su nivel cultural, tal como
aparecía a los ojos de los literatos de Nueva España y del Reino del Perú.

prensa y poder político –entre circulación de la información y poder político– en el paso del siglo
XVII al XVIII, en el marco del ascenso de las monarquías absolutas.
71
Cf. PP. No 59, 30-03-1792 y números siguientes. El título del texto es: «Satisfacción a un
juicio poco exacto sobre la literatura y el buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la
ciudad de Santafé de Bogotá». Se trata de una larga discusión sobre las relaciones culturales
entre Europa y América, y de manera más particular entre los tres grandes virreinatos de las
Indias.
72
PP. No 59.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 301


RENÁN SILVA

Como se sabe se trata de un sentimiento de malestar repetido de parte de los


neogranadinos, quienes en muchas oportunidades creían comprobar que eran
mirados como inferiores culturalmente por las gentes de letras de Perú y de
México, un punto que en el PP tomo la figura de una polémica en la que MSR
defendió la idea, muy sensata, de que no se podía confundir riqueza material
con producción intelectual73.
MSR escribía que abordaba la polémica simplemente para poner en claro
algunas observaciones que encontraba injustas sobre el nivel cultural del Nuevo
Reino de Granada –al que había adoptado como una de sus patrias–, con el
propósito de que «muchos sujetos de fuera del reino se formen otro concepto
de la literatura, cultivo y buen gusto de la ciudad de Santafé»74, pues le parecía
que sobre este punto se le consideraba «bajo un aspecto poco decoroso y
demasiado infeliz con respecto a las cortes de México y Madrid, sin más motivo
a mi entender, que el haber confundido la riqueza con la ilustración»75.
Lo que de manera particular nos interesa a nosotros aquí de esa polémica,
es la relación directa que el PP establecía entre imprenta y avance cultural, al
señalar MSR, en un diagnóstico de gran realismo que en algunos momentos
extendía a toda América Hispana, que el juicio equivocado provenía de la
falta de difusión de las producciones de los neogranadinos:

He aquí la desgracia de la literatura de América. Falta de imprentas.


Dificultad de establecerlas con la formalidad que corresponde. Riesgos en la
remesa de manuscritos a Europa. Excesivos costos en la impresión y traída de
ejemplares, con otros mil inconvenientes insuperables, en cuya consideración
se debía formar un concepto más equitativo de los ingenios americanos…76

El funcionamiento local de la imprenta, por precario que fuera, despertó


entusiasmos que se inscribían en ese contexto de «orgullo local», en un cierto renacer
de la promesa de reforma cultural que se discutía desde por lo menos las dos décadas
anteriores, aunque todo transcurriera, de manera paradójica, en medio de la existencia

73
Cf. PP. No 59, 30-03-1792 y números siguientes. El título del texto es: «Satisfacción a un
juicio poco exacto sobre la literatura y el buen gusto, antiguo y actual, de los naturales de la
ciudad de Santafé de Bogotá». Se trata de una larga discusión sobre las relaciones culturales
entre Europa y América, y de manera más particular entre los tres grandes virreinatos de las
Indias.
74
PP. No 59.
75
Ibídem. El resaltado es nuestro.
76
Ibídem. El paso en la polémica del Nuevo Reino de Granada al conjunto del mundo
americano tiene que ver con el contexto de la discusión, que reenviaba tanto a viejas disputas
entre reinos del Nuevo Mundo, como a la polémica entre España y pensadores ingleses, franceses
y holandeses, casi siempre representantes de la Ilustración, que descreían de la importancia
cultural de la monarquía española.

302 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

de fuertes indicios de que la idea de reforma parecía abandonada por un poder


monárquico y virreinal atrapado en el miedo producido por las revoluciones
anti-fiscales del común en 1781-1782, por los escándalos de los pasquines
insultantes y quejosos contra las autoridades de 1792-1793, en medio del
escándalo por la publicación clandestina de los Derechos del Hombre hacia de
1793 o principios de 1794, y en un contexto político enrarecido por el recelo
entre los «naturales del reino» y algunos funcionarios españoles que llegaban
para sustituir en sus cargos a muchos «americanos», que por largo tiempo los
habían tenido bajo su control, como ocurrió en el caso de algunos corregidores.
Un ambiente enrarecido que, además, terminaba reenviando, sin que hubiera
razones comprobadas para ello, a las noticias que sobre la «situación francesa»
iban llegando a la Nueva Granada, aunque ninguno de esos elementos de malestar
fueran la prueba de algún plan subversivo que intentará avanzar en ese momento
hacia una revolución, como la que había realizado la nación francesa.
La imprenta en el virreinato de la Nueva Granada no se liga en principio,
entonces, a ninguna idea de revolución, sino a la idea de reforma cultural, de
circulación de la información, y de promoción de los talentos locales, de mejoras
en la agricultura y en la salud, de imposición de impuestos, y de manera muy
fuerte con el mantenimiento de viejas devociones religiosas, que eran fuertes
principios de identidad de las comunidades.
Muchas observaciones del PP permiten comprobar las expectativas que despertó
la imprenta en esos terrenos, como se pone de presente, para dar un ejemplo
significativo, en la mención que hace el PP acerca de la existencia de iniciativas
para imprimir viejas obras de la tradición histórica y literaria local que eran ignoradas
por las nuevas generaciones, sencillamente porque no había ejemplares, ni entre
los particulares, ni en los conventos, ni en la Biblioteca Pública77.

Si alguna persona de esta capital o de otra ciudad del reino tuviese algún ejemplar
de la obra intitulada Elegías de varones ilustres de la América (su autor Juan de
Castellanos, beneficiado de la ciudad de Tunja) podrá ocurrir al agente fiscal D.
D. Joseph Antonio Ricaurte, quien ofrece pagarla al supremo precio. E igualmente
otra del mismo autor con el título Conquista del Perú y Nuevo Reino. La primera
está impresa, y la segunda en manuscrito. A más de la buena paga y agradecimiento
en que se le estará al que diere noticias de ello, es una acción bastante patriótica
contribuir a la edición de dos obras que no solo son útiles a la literatura, sino que
hacen mucho honor a los naturales de este reino, las cuales se quedarían
sepultadas en el olvido, sino se ofreciesen oportunamente a este celoso patriota
que se interesa en publicarlas.

77
PP. No 7, 25-03-1791

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RENÁN SILVA

Fuera de Santafé hubo también iniciativas por llevar las letras locales y de
la América hispana a la imprenta, como en el caso de la propuesta, que no
salió adelante, de la publicación de una especie de antología periódica de
poesía en Popayán, bajo el título de La lira americana, un intento de un grupo
de hombres de letras que intentaba hacer circular bajo forma impresa la «poesía
americana». Se trataba de crear una publicación semanal de poetas americanos,
para lo cual se abrían suscripciones desde finales de 1792, con la idea de
comenzar la publicación, que se haría en Santafé, a principios de 1793. La
iniciativa no prosperó y se quedó en la simple publicación del Prospecto, con
que se anunciaba tradicionalmente este tipo de publicaciones, Prospecto que
fue enviado al PP, que a su vez hizo la promoción del proyecto78.
Indiquemos finalmente sobre este punto, como balance inicial, que, en
general, sin hacer distinciones de géneros, o de formatos, de ejemplares impresos,
de tipos de lectura, es decir ateniéndonos de manera sencilla a la existencia de
un objeto que llamamos «impreso», sin mayores especificaciones, un avance de
la cultura del impreso (el texto escrito en letra de molde) es visible en la sociedad,
y que una parte de la producción manuscrita fue retomada y seguramente
transformada por la nueva escritura impresa79, como lo indica en muchas
oportunidades el PP sin que por ahora sepamos mucho más sobre el significado
social y cultural de la nueva llegada de Gutenberg a este rincón de los Andes80.
De otro lado, hay muchas huellas que indican que la presencia del PP, una
publicación impresa, significó nuevas exigencias en cuanto a la calidad en la
escritura, desde el punto de vista de las ideas que se promovían y se querían
hacer circular. Como escribía MSR refiriéndose a los pretendientes a ver su
escritura bajo forma impresa: «… que si quieren tener el gusto de ver sus
discursos en forma de molde, dejen de ser unos pedantes… y se apliquen a
escribir cosas dignas de leerse por sujetos sensatos…»81.
La monarquía intentó variadas formas de hacer uso de la imprenta, como
ya lo hemos advertido, y el PP, como periódico del «Superior Gobierno»,
78
Cf. PP. No 81, 31-08-1792.
79
Así por ejemplo cf. PP. No 28, 19-08-1791, en donde el editor del PP indica que aprovecha
algún espacio en blanco de ese número del semanario, para incluir «las décimas siguientes, para
dar gusto a algunos sujetos que habiéndolas visto manuscritas se han interesado en que se den
a la imprenta, para diversión del público». –La situación fue repetida–.
80
No hay que desorientarse sobre los efectos de la imprenta al comprobar que las fórmulas
editoriales de escasas páginas y de precio cómodo, en general fueron dominantes entre 1738 y
1810, como lo pone de presente el libro de varias veces citado de A. Garzón Marthá, Historia y
catálogo de la imprenta en Colombia, óp. cit., un hecho que es una constante también en Europa,
en donde los avances de la producción editorial de tipo secular no eliminó nunca la presencia
masiva y constante de las obras y folletos de piedad religiosa. Cf. al respecto Dominique Julia,
«Lecturas y contrarreforma», en G. Cavallo y R. Chartier, Historia de la lectura en el mundo
occidental [1997], Madrid, Taurus, 2004, pp. 415-467.

304 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

publicó en varias oportunidades reales cédulas –con el fin «de que todas las
provincias del reino se enteren de su contenido»82– y otros documentos que
hoy llamaríamos oficiales, y recurrió al PP para la distribución de algunos de
los ejemplares de hojas sueltas que le parecían de interés público, como en el
caso, por ejemplo, de recetas médicas o tratamientos para enfermedades
epidémicas. Así por ejemplo, a finales de 1795 el PP publicó una receta
experimentada en La Habana contra el mal de «siete días», advirtiendo que
esa hoja impresa se distribuía gratuitamente en las oficinas del periódico, a los
padres de familia, y a los curas y corregidores que desearan llevarla a sus
respectivos pueblos83.
El invento de la imprenta fue pues recibido como una posibilidad nueva de
extender el conocimiento, lo que estaba en línea directa con los ideales del
absolutismo monárquico, y con las aspiraciones del grupo de los ilustrados, y bajo
esos dos impulsos la producción impresa local logró ganar un lugar en la sociedad.
Eso no debe hacernos olvidar que detrás de lo que llamamos «la imprenta en el
virreinato de Nueva Granada», con una expresión a veces altisonante, de manera
concreta lo que se encuentra son dos pequeñas prensas que en medio de grandes
dificultades técnicas aseguraron la existencia del PP, sin haber dejado de ser, al
mismo tiempo, un dolor de cabeza para el editor y para los impresores, debido a sus
propias limitaciones técnicas, limitaciones que cuando se conocen de cerca, hacen
ver casi como un milagro la cantidad de letras entintadas, transmitiendo
pensamientos, que lanzaron a volar por ese mundo.
De ese precario nivel técnico deben acordarse los lectores del PP de hoy en
día, que son de manera básica estudiosos especializados, como en su época
debieron muchas veces acordarse sus lectores, todas las veces que el impresor del
PP, obligado por las circunstancias que le comunicaba su editor, debió entintar
una cierta cantidad de letras para comunicar a sus suscriptores y lectores, una de
las frases menos apreciadas por las gentes del oficio: «No salió el periódico el
viernes próximo pasado a causa de haberse descompuesto la prensa»84.

81
PP. No 7, 25-03-1791. A esa exigencia se suma el deseo de hacer con toda corrección las
impresiones de los textos, aunque este propósito –cf. aquí mismo infra– encontró muchos
escollos. Cf. por ejemplo PP. No 16, 27-05-1791, en donde a propósito de la publicación de La
mirra dulce, se indica que la edición fue «ejecutada con la pulidez posible». El resaltado es nuestro.
82
PP. No 71, 22-06-1792.
83
Cf. PP. No 224, 25-12-1795.
84
PP. No 247, 10-06-1796. Sobre el tema de las dificultades con la imprenta cf. aquí mismo
infra numeral IV.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 305


RENÁN SILVA

III
Cultura visual, impreso y cultura de lo escrito

En el estudio de las sociedades europeas de Antiguo Régimen y en el de las


hispanoamericanas de los siglos XVII y XVIII ha sido en varias oportunidades
puesto de presente el papel que el lenguaje simbólico (concretado bajo forma
visual) juega en su funcionamiento; la presencia permanente de ese lenguaje
en todas sus celebraciones, y la manera en que funcionaba como uno de los
lenguajes más integradores de la sociedad, bien se tratara en el ámbito de la
Iglesia, bien fuera en el ámbito del poder civil85.
Al mismo tiempo, el análisis histórico ha mostrado que esa cultura visual
no puede ser relacionada de manera directa con la categoría que hoy llamamos
arte y no puede ser incluida como un capítulo de una evolución imaginaria
llamada la historia del arte, si de verdad se quiere captar su significado en esa
sociedad; una proposición de consecuencias históricas e historiográficas mayores,
si tenemos en cuenta la forma como el convencionalismo tradicional de la
llamada historia del arte bloqueó los progresos del conocimiento histórico
sobre esas materias86.
Igualmente los historiadores de la cultura –es decir de las formas diversas
de producir significados, de «engancharlos» en los procesos de dominación y
de insertarlos en la reproducción del vínculo social– han insistido en que tales
análisis no deben partir, como si se tratara de algo evidente, de la existencia de
«campos» separados de «actividad artística» (la pintura, la música, las letras…),
tal como puede observarse hoy en nuestra sociedad, sino que esas actividades
deben ser incluidas siempre, si de verdad se quiere buscar su historicidad, en
un dispositivo mayor, ya que el sentido de cada uno de los elementos que ahí se
relacionan depende del conjunto y de la función práctica que éste cumple en
una actividad social particular: la ceremonia religiosa o civil, la fiesta de
esparcimiento, la oración en un ámbito en la iglesia o aun en solitario…
actividades en las que se observa, se canta, se escucha, en una palabra se ponen
en marcha todos los «sentidos y facultades», y se manifiesta el conjunto de códigos
culturales con los que una sociedad forma a sus individuos, tanto aquellos

85
Cf. al respecto el sugerente y documentado libro de Fernando Bouza, Imagen y propaganda.
Capítulos de la historia cultural del reinado de Felipe II, Madrid, AKAL, que pasa revista de
manera sistemática a los problemas del representar en la plaza pública o en la corte, y examina
los papeles (diversos e integrados) de la cultura escrita y la cultura visual, y examina los posibles
efectos de esa actividad, considerados como «imagen y propaganda», tal como esas realidades
de legitimación podían funcionar en la época que Bouza estudia.
86
Cf. las precisiones básicas sobre este problema crucial del análisis cultural en Hans Belting,
Imagen y culto. Una historia de la imagen anterior a la era del arte [1990], Madrid, AKAL, 2009.

306 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

compartidos que reenvían al conjunto, como esos otros que hacen parte de
cada uno de los grupos particulares de los que se forma parte: una «república»,
un «orden social», una cofradía, una corporación universitaria…»87.
Ninguna duda cabe que esa cultura visual –expresión genérica que debe servir
para designar de manera concreta, históricamente fundamentada, contenidos y
formas socialmente compartidos en el plano de la representación–, forma de
comunicación dominante en la sociedad, acompañada de manera muy cerca
por la escritura manuscrita, estableció relaciones importantes con la cultura
del impreso, habiendo sido el impreso, un motivo de enriquecimiento del
dispositivo general en el que todas esas manifestaciones del pensamiento y la
comunicación se incluyeron88.
El PP es una fuente de información relativamente abundante sobre la
cultura visual en los años finales del siglo XVIII en el virreinato de Nueva
Granada, aunque puede que sus informaciones remitan a un periodo mucho
más largo, si se tiene en cuenta la estabilidad de un conjunto de actividades
que, precisamente, se habían formado en el tiempo largo, y reunían en su
despliegue formas que recogen elementos de sociedades y tiempos muy
diferenciados (la Antigüedad, el cristianismo después de Constantino, la
imaginería medieval, las formas del arte renacentista, representaciones
indígenas…); y suministra también muchas informaciones sobre los
fundamentos de esa cultura visual, por lo menos en el campo de la religión, y
sobre el papel de esa cultura visual en el terreno de las formas de legitimación
política y sagrada de la monarquía y de la Iglesia, los dos grandes pilares del
orden social. En todo caso, se trata de una fuente importante, aunque desde
luego breve y parcial, pero de primer orden cuando la interrogación sobre el
problema está atada al examen del propio PP, como en nuestro caso.
Varias son las presentaciones del PP a este respecto, pero en función de
nuestros intereses y de nuestro objeto central de estudio podemos limitarnos a
tres de ellas, referidas a los años 1791 (dedicación del templo de los capuchinos
en Santafé); 1793 (fiestas en homenaje al virrey) y 1795 (inauguración del
templo de los capuchinos en la villa de San Carlos del Socorro –en el actual
87
La importante noción de «campo», propuesta por Pierre Bourdieu para el análisis de las
manifestaciones artísticas en las sociedades que han autonomizado y designado como procesos
de creación artística ciertos tipos d actividad humana, representa un útil muy problemático
cuando se lleva a sociedades de otra naturaleza, suponiendo que esa forma de funcionamiento
y representación constituye una constante universal.
88
Observaciones –y definiciones– sobre el problema, en la dirección que nos interesa, en
Sagrario López Posa, «Empresas, emblemas, jeroglíficos: agudezas y comunicación conceptual»,
en R. Chartier y C. Espejo (eds.). La aparición del periodismo en Europa. Comunicación y propaganda
en el Barroco, Madrid, Marcial Pons, 2012, pp. 37-85; cf. también R. Chartier, «Introducción»,
en R. Chartier y C. Espejo, La aparición del periodismo en Europa, op. cit., pp. 15-34.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 307


RENÁN SILVA

departamento de Santander). Tres celebraciones, tres acontecimientos, y tres


posibilidades para el historiador de analizar las formas de integración social,
en el marco de un dispositivo visual, oral, musical y escrito, que el PP recreó
para sus lectores.
El PP reseñó las actividades adelantadas en los días en que se celebró en
Santafé la consagración del templo de los capuchinos, una de las órdenes
religiosas más apreciadas en esa sociedad, y orden que en los finales del siglo
XVIII, y expulsados años atrás, en 1767, los jesuitas, había tomado papel
protagónico en el campo de la predicación pública, en la que se mostró muy
activo, en los días posteriores a la insurrección del común de 1781-1782, lo
que repitió en 1793-1794, cuando las autoridades recelaron movimientos
sediciosos en marcha en el virreinato89.
El semanario santafereño ofreció informaciones amplias sobre las
celebraciones, bajo todos sus aspectos, e informó a los lectores haber dejado
para el final el núcleo mismo de la solemne celebración: «los adornos de ingenio
que se colocaron en el interior del templo para excitar más la devoción de los
concurrentes», un efecto buscado a través «de la variedad de objetos alusivos
al sagrado asunto que presenciaban»90, con lo cual no sólo nos introduce en
algunos de los contenidos de lo que llamamos cultura visual en esa sociedad,
sino que describe los propósitos prácticos de esa cultura en el terreno de las
creencias91.
Pero el PP agregaba a continuación que su exposición sería mucho más
«agradable», «si cada uno de los jeroglíficos y emblemas se representase [en el
periódico] en lámina grabada con una explicación más difusa», lo que resultaba
imposible por los costos y porque no correspondía al espacio limitado del
periódico, aunque en verdad dudamos que la imprenta en esos años pudiera
reproducir las grandes láminas que acompañaron el evento, según la propia
descripción del PP, que recuerda además que cada una de ellas iba acompañada
con descripciones escritas en latín y en castellano, como correspondía a una
sociedad que era, con cierta frecuencia, una sociedad bilingüe92.
Las láminas venían además acompañadas de sonetos, relacionados con la
ocasión, copiados de forma manuscrita. Las descripciones del PP –ésta y las
demás– dejan la idea de dispositivos que, en el campo visual, equivaldrían a lo

89
Cf. Fr. Joaquín de Finestrad, El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada
y en sus respectivas obligaciones [1789] –Introducción y transcripción por Margarita González–,
Bogotá, Universidad nacional de Colombia, 2000, que es precisamente producto de la prédica
del fraile capuchino Finestrad por las tierras de los insurrectos.
90
PP. No 36, 14-10-1791.
91
Cf. Ibídem. Cf. también PP. No 37, 21-10-1791 y PP. No 38, 28-10-1791.
92
Ibídem.

308 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

que hoy llamamos «instalaciones», las cuales no se reducen al espacio del


cuadro y suponen antes que la observación de una superficie particular, la
participación en un evento, todo lo cual pone de presente los cruces complejos
entre saberes bíblicos y saberes relacionados con la política y la astrología
«mezclas» de elementos que hoy podrían escandalizar a las gentes católicas
más ortodoxas y a los propios analistas de la «sociedad colonial», encerrados
en la trampa de los «sujetos coloniales» y las «elites despóticas» y adversas a
considerar el problema sociológico de las formas de integración social, la
participación comunitaria, y la vinculación a una compleja herencia cultural
global, en los marcos mismos de la dominación93.
Entonces, lo que el lector del PP tiene al frente, y esta es parte de la riqueza
del material, no son las láminas que los asistentes a las celebraciones
contemplaron –imposibles de reproducir por el propio nivel técnico de la
imprenta y otras dificultades–, sino la transcripción verbal de esas láminas,
según las palabras del editor del PP, un ejercicio de traducción que facilita a
MSR presentar los que estima como los fundamentos doctrinarios de esas
simbologías y muchas de sus valoraciones a ese respecto94, sino describir la
forma compartida que asumía ese legado para todos los grupos a los que la
celebración movilizaba, y de manera particular para lo que se designa, a finales
del siglo XVIII, como el «pueblo».
En su «informe» sobre la celebración mencionada, MSR ofrece algunas
observaciones importantes sobre las cuarenta imágenes colocadas en las paredes
interiores del tempo, lo que remite a un mundo visual de gran complejidad
cultural, que cubren vastos periodos de la historia de Occidente, bajo su núcleo
de historia del cristianismo. El templo estaba literalmente poblado por imágenes
y por textos alusivos al cristianismo, a la vida de los santos, al mundo de los
milagros, imágenes distribuidas de manera simétrica sobre las paredes blancas
del templo, «una hermosa vista… «sobre la cual sobresalía notablemente la
pintura [las imágenes] allí puesta para la contemplación95.

93
El editor del PP fue objeto de críticas repetidas por las explicaciones dadas sobre el
contenido de cada una de las láminas, lo que recuerda que se trataba de temas sobre los que
disputaban los sabios letrados, pero que para las gentes populares representaba ante todo una
recreación práctica del vínculo social y de sus formas de relación con lo sagrado. Sobre las críticas
recibidas cf. PP. No 41, 18-11-1791.
94
Sobre el significado de la traducción del lenguaje visual a un lenguaje escrito cf. Louis
Marin, «Lire le tableau. Un lettre de Poussin en 1639», en R. Chartier, Pratiques de la lectura,
Paris, Éditions Rivages & Payot, 1993, pp. 1, 29-157.
95
PP. No 40. 11-11-1791. La celebración duró tres días y el PP narra las horas anteriores a la
celebración, con el traslado de reliquias que se llevan de un templo a otro (reliquias de cinco
mártires que se colocaron en medio de una gran ritualidad, acompañada por el incienso y
demás elementos de la liturgia, y con los respectivos certificados de autenticidad, en un arca
especialmente preparada para la ceremonia).

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 309


RENÁN SILVA

El PP pone de presente no sólo el contenido visual de la ceremonia y la


función de la palabra escrita que acompaña a la imagen, sino que menciona la
presencia de la música (los tres días de la celebración «se mantuvo un concierto
músico»), y agrega que la iluminación del templo era «vistosísima», y en el
fondo, sobre la luz proyectada por las teas encendidas, se podían ver con
claridad las siguientes insignias: «Tiara pontificia, corona real, mitra y báculo,
sombrero militar y bastón», y «debajo una águila coronada llevando dos
granadas en sus garras»96, agregando enseguida, lo que resulta muy importante
para comprender el carácter compartido de ese complejo de símbolos, que «Nadie
ignoraba que las varias piezas de ese cuadro simbólico se dirigían a vitorear los
nombres del Santísimo Padre… del soberano, del virrey, del arzobispo, de la
corte del Nuevo Reino de Granada»97, y en una nueva observación que refuerza
la idea de una cultura social altamente compartida, el PP agrega que,

Es digna del mayor elogio la complacencia con que los naturales de este
reino han recibido a los Padres Capuchinos en todas sus provincias. Para
expresar esta fina devoción se representó la corte del Nuevo Reino en una
hermosa granada, que enteramente abierta derramaba sus encendidos granos
sobre un ara que le servía de base y este epígrafe que contribuía a la ilustración
del jeroglífico: interiora placent98.

El carácter colectivo de la celebración y la fuerte participación comunitaria


en ella es mostrada a través de varias formas por el PP, que enumera con algún
detalle los asistentes de todas las jerarquía y cuerpos sociales, ofreciendo una
principio de radiografía de los «órdenes sociales» de la época, por lo menos en
medio urbano, y en un periodo en que la organización inicial diseñada por la
corona (las repúblicas separadas) parecía ampliamente transformada y sustituida,
sobre todo en las ciudades y «pueblos grandes», por una aristocracia blanca de
funcionarios españoles y americanos, y en un extenso mundo popular, en
busca de su propia definición social, y que puede ser caracterizado socialmente
como una «nebulosa social mestiza».
Es sobre todo a ese grupo al que se refiere MSR con la palabra pueblo (aquí
en su sentido sociológico y no político, es decir en la acepción de plebe) cuando
dice que durante los tres días del evento, la asistencia fue «general y continua»,
y que prevenir los desórdenes «que en semejantes casos suelen ocurrir,

96
Ibídem.
97
Ibídem.
98
Ibídem. «Últimamente, la iluminación, los fuegos artificiales y demás objetos ideados para
solemnizar dicha fiesta… todo fue… con general aplauso de los espectadores, en cuyos semblantes
se dejaba ver la alegría unida con los más puros afectos de devoción». El subrayado es nuestro.

310 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

principalmente entre la gente popular», se dispuso mantener «una suficiente


custodia de tropa veterana que sirvió mucho para celar el buen orden de los
concurrentes»99.
MSR cierra su «informe» sobre la celebración capuchina de 1791
recordando cuál era su propósito principal al elaborar esas cuartillas: Se trataba
de que «las vecinas poblaciones se formen alguna idea de esta plausible
solemnidad, único objeto que hemos tenido para dar a luz la presente
descripción». La finalidad era pues conectiva (la capital y sus provincias, como
se decía), de articulación, en torno a valores y representaciones, se trataba
pues del orden de la cultura, en una de sus dimensiones simbólicas al mismo
tiempo más complejas y compartidas… Y en cuanto al fundamento doctrinario
de todo ello, que no era asunto de reflexión de la plebe, sino principalmente
de los letrados sabios, MSR escribe que, por ahora resta en suspenso, quedando
pendiente un discurso sobre «la preferencia que le dio Jesucristo a este lenguaje
simbólico»100.
Las celebraciones de 1793 que hemos mencionado se hicieron en homenaje
al virrey Espeleta con motivo de su exaltación a un nuevo grado militar, y
fueron también la oportunidad de un amplio «informe» –etnográficamente
muy rico también– por parte del PP. Las de 1795, recreadas de nuevo por
MSR, de nuevo tuvieron que ver con los capuchinos con la consagración de
su templo en la villa de San Carlos del Socorro, como habíamos mencionado.
Unas glosas, aunque menos extensas, sobre los dos eventos, nos pondrán
también en camino de comprender si no el conjunto de las relaciones entre
imagen, escritura e imprenta en esa sociedad –problema complejo que excede
nuestro propósito–, si por lo menos algunos puntos de sus intersecciones, tal
como se expresaron en el PP101.
El PP hace una descripción cuidadosa del «teatro de las celebraciones» e
indica que la plaza principal de la ciudad estaba adornada toda por láminas y
que en la noche «la vistosa iluminación y el bello gusto de los asuntos simbólicos
que adornaban el frontispicio de la casa del ilustre ayuntamiento», «todo lo
cual mereció el común aplauso de todo el pueblo».
El periódico señala que «entre otras ideas alegóricas que servían de adorno
a la plaza se dejaban ver las siguientes, distribuidas en once empresas o
99
Ibídem.
100
Ibídem.
101
Para las celebraciones en homenaje al virrey cf. especialmente PP. No 94, 14-06-1793, en
donde el editor del PP explica los motivos de la fiesta y el entusiasmo de las gentes de Santafé
con su primera autoridad, hecho sobre el cual pensaba el editor preparar un texto aparte, que se
publicaría con «las demás obras prosaicas y poéticas del autor». Sobre las celebraciones eclesiásticas
y civiles de de 1795 cf. especialmente PP. No 206, 21-07-1795.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 311


BREVE INTRODUCCIÓN AL SIGLO XIX COLOMBIANO.

jeroglíficos, que describiremos de este modo», comenzando enseguida la


descripción de cada una de tales láminas, que tenían como marco general la
frase, escrita en grandes caracteres: «Víctor al mérito Víctor», inscripción central
que celebraba los triunfos y ascensos del virrey, y que estaba dividida en diez
láminas «…colocadas en disposición de poderse leer fácilmente desde el centro de la
plaza. Cada letra formaba timbre a cada uno de los jeroglíficos, los cuales estaban
pintados en unas grandes tarjetas y el orden de su colocación era éste…»102
Las celebraciones, que además de haber sido muy concurridas, parecen ser de
una riqueza simbólica que convocaba fuentes culturales muy diversas, en términos
de tiempos y de lugares –con la carga de astronomía y de remisiones a la Antigüedad
que eran constantes en esa sociedad y que recuerdan su ignorada riqueza cultural
y el carácter global de esas referencias–, parece haber dejado gran satisfacción en
los asistentes, pues, siempre según el PP, «La misma iluminación y el bello gusto de
los asuntos simbólicos que adornaban el frontispicio de la casa del ilustre
ayuntamiento merecieron el común aplauso de todo el pueblo»103.
Todos estos elementos permiten ver la riqueza visual de estas celebraciones, inscritas
por entero en el campo de la política y de la legitimación, pero no menos en el del gozo
y del divertimento popular, son parte de un dispositivo mayor que hacía intervenir la
escritura y la música, son recreadas en las celebraciones de la villa de San Carlos del
Socorro, que hemos mencionado. Podemos resaltar ahora no tanto su contenido
etnográfico, que ya hemos puesto de presente, sino más bien los elementos que
ofrecen pistas precisas para su interpretación en términos históricos y etnológicos.
Así por ejemplo, sobre la importancia de lo simbólico como sistema de comunicación,
el PP escribe que «para piadosa diversión del pueblo y solemnidad de esta sagrada
función» –recordemos que era la consagración de un templo, construido por los
capuchinos después de un periodo de largas contribuciones de la comunidad y de
aportes reales– «se colocaron en la puerta y lugares más visibles de la iglesia varios
emblemas y jeroglíficos, de los cuales insertaremos algunos…» –lo que efectivamente
se hace–, agregando en nota de pié de página, el dato esencial, de que «Y los mismos
[emblemas y jeroglíficos] se repartieron impresos en considerable número»104.

102
PP. No 94, 14-06-1793. El subrayado es nuestro. Como se explica en el texto del PP la
lámina uno remitía al «Sol, como símbolo del gran benefactor», agregando el periódico, en nota
de pié de página, que «Estos epígrafes –que es como designa a las explicaciones de las láminas–
«se pusieron en castellano para que los entendiesen todos, y por seguir el uso moderno» –que
era traducirlos del latín, que era desde luego la lengua de la comunicación general de la
sociedad–.
103
PP. No 94.
104
PP. No 206, 21-07-1795. Habría que preguntarse desde luego por el lugar de impresión de
tales «hojas volantes» de las cuales no parece haber quedado prueba, y que vuelven a poner de
presente la idea de la existencia de pequeñas imprentas –imprentillas– en varias partes del
reino, aunque no tengamos por ahora como probar el hecho.

312 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

El PP, avanzando en un terreno doctrinario, como muchas veces lo hacía,


intenta enseguida probar o recordar las razones que justifican la presencia de
esas imágenes (emblemas, jeroglíficos, pintura en sentido estricto) y de la prosa
que las acompaña, diciendo que «No podemos negar que estos son los únicos
medios [lo simbólico y la poesía] de expresar los pensamientos con mayor
dignidad, con más energía, exactitud y belleza»; precisando aun más, renglones
adelante, que «Desde el principio ha consagrado Dios al adorno y decoro de
su templo las imágenes simbólicas y los números poéticos, según se evidencia
de una multitud de lugares de la Divina Escritura»105.

IV
En el reino soberano de la errata

Desde el punto de vista de las costumbres tipográficas de su época, muy cercanas


ya a las nuestras, el PP fue un periódico que no dejó mucho que desear. Las
titulaciones, los epígrafes (regularmente en latín) la división de las materias
en parágrafos, la puntuación y la ortografía (no tan lejanas de las nuestras
como podría imaginarse), una relación equilibrada entre la superficie de la
página (blanca) y la parte ocupada por el texto, un sistema de pies de página
que diferencia entre las notas del «autor» del PP y otros autores o los
corresponsales y, en ocasiones, la identificación bibliográfica de las fuentes en
que se apoyaba el director del semanario, bien se tratara de periódicos de otras
latitudes o de obras que consultaba –siendo este último punto sin lugar a
dudas el más deficiente, por relación con las costumbres editoriales de hoy–,
todos esos elementos ponen de presente que desde el punto de vista de la
intención y del horizonte editorial en que se localizaba el PP, se trataba de una
publicación moderna106.
Sin embargo, por su propio tamaño reducido, difícil de imaginar para un
lector de periódico en papel de hoy (recordemos que un folio era dividido
para que tomara la forma de cuatro cuartillas, que se imprimían para dar lugar
a ocho páginas de texto), y más aun por la rusticidad de la prensa en que el
trabajo se hacía y que producía, por ejemplo, manchones, hojas que se
doblaban en el propio trabajo de impresión –quedando esas partes en blanco
y los textos incompletos y por lo tanto muchas veces carentes de sentido,

PP. No 206.
105

Cf. por relación con estos temas Jean Sgard, «La multiplication des périodiques», en R.
106

Chartier et H-J. Martin, Histoire de l’édition francaise, Paris, Promodis/Fayard, 1990, T. II., pp.
246-255.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 313


RENÁN SILVA

planteando el problema de la legibilidad de sus ejemplares–, por su limitación


para reproducir esquemas, grabados, recuadros y todas esas formas de orientación
del lector de que se dispone hoy en día, el PP debería plantear a sus lectores
condiciones específicas de lectura, que difícilmente podemos imaginar, ya que
sobre las prácticas de lectura de ese entonces, en su aspecto más interno y concreto
poco sabemos.
Todo ello estaba acompañado por una cierta incertidumbre sobre la
consecución del papel para imprimir el periódico semana tras semana –el Nuevo
Reino de Granada no tuvo nunca una fábrica de producción de papel, ni siquiera
pequeños talleres artesanales que lo fabricaran en cantidades menores–, a lo
que se sumaban las dificultades con la fabricación de la tinta necesaria para
cada impresión –este es un punto sobre el que sabemos muy poco, tanto en
relación con su calidad como en lo que tiene que ver con la preparación y el
precio, y es un punto sobre el que poco habla MSR107.
A lo anterior se sumaba la propia forma atropellada de la impresión, preparada
muchas veces a última hora –en un taller que respondía por muchos otros pequeños
trabajos de impresión–, pero con la meta de que cada viernes el periódico estuviera
en manos de los suscriptores santafereños y empezará su viaje hacia la provincia,
lo que hacía de cada ejemplar del PP una prueba rotunda de improvisación, aunque
no menos una prueba, de igual importancia, acerca de los esfuerzos de más de un
lustro por mantener el semanario, en medio de las dificultades económicas y la
tensión entre el editor, que quería ver su periódico circulando y en manos de los
lectores, y el impresor que quería la paga por su trabajo108.
Dentro de esa cadena de dificultades del periódico, que finalmente terminaban
siendo dificultades para su lectura, hay que mencionar lo que tiene que ver con
lo que designamos como erratas, una realidad masiva y sistemática en los
primeras tiempos de la historia de la imprenta en Europa, una realidad visible
de una forma tan aplastante que induce preguntas importantes sobre la relación
entre lectura y sentido, preguntas que no han sido planteadas por los
historiadores con la radicalidad con que debería serlo, por lo menos en el caso
de la imprenta en los siglos XVII y XVIII, y la prensa periódica en el último
tercio del siglo XVIII109. En el caso del PP el problema de las erratas constantes
107
Observaciones al respecto en Álvaro Garzón Marthá, Historia y catálogo descriptivo de la
imprenta en Colombia (1737-1810), óp. cit., pp. 23-59.
108
Ibídem, y Anexo documental. Garzón Marthá presenta observaciones inéditas sobre las
relaciones difíciles entre Manuel del Socorro Rodríguez y el impresor Antonio Espinosa de los
Monteros.
109
No podemos abundar en esa historia que en Europa condujo a la aparición de la expresión
Fe de Erratas, de uso tanto en los libros manuscritos (error de escriba o de amanuense como se
decía) como en los libros impresos –recordemos que el propio Diccionario de las Autoridades
(1726-1739) de la Real Academia Española contenía Fe de Erratas, advertidas para los lectores.

314 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

fue tempranamente advertido por los lectores y aceptado por MSR, quien dijo
al respecto que el asunto no tenía que ver con falta de cuidado en la impresión
del periódico ni en la corrección de pruebas, sino que el hecho más bien tenía
que ver con la mala letra y mala ortografía de los propios autores deseosos de
colaborar con el semanario, ya que para imprimir los textos enviados resultaba
necesario volverlos a copiar, es decir preparar un nuevo manuscrito, antes que
intentar hacer la copia impresa.
Según MSR, si no hubiera que volver a copiar los manuscritos originales
enviados al periódico, se ganaría tiempo «para las dos y hasta tres correcciones que
se hacen del primer ejemplar que debe usarse para imprimir los otros», al tiempo
que recordaba la posición diferente que en proceso de comunicación escrita había
entre «el fresco lector de una obra» y «el afanado compositor de ella», utilizada la
palabra «compositor» en este caso, tanto en el sentido de escritor de un texto,
como de «componedor» de ella en un taller, es decir como impresor110.
Sin embargo el editor del PP pronto tuvo que volver sobre el problema,
por las propias repetidas críticas de los lectores, aunque a veces se trataba de
quejas demasiado puntillosa. En esta oportunidad la errata reconocida por
MSR tenía que ver con una Real orden que el PP reprodujo, y que contenía
una pequeña equivocación, situación que aprovechó el editor del PP para
advertir de otras erratas anteriores e introducir las enmiendas respectivas,
señalando que parte de las erratas eran puramente «materiales» (tipográficas,
de letra) y que como no amenazaban el sentido de la lectura, las dejaba de
lado; mientras que otras eran sustanciales, y por ello se apresuraba a corregirlas,
dándonos además una pista sobre el origen de buena parte de las pequeñas
erratas advertidas (las materiales) y poniendo de presente una situación
tipográfica que con el paso del tiempo terminó por agravarse:

No decimos [dar razón de las erratas] puramente materiales, que consisten


en la falta o sobra de alguna letra, en letra cambiada, en otras menudencias
de ortografía o puntuación, porque eso es comunísimo en todas las imprentas.
Sólo nos hacemos cargo de las [erratas] sustanciales, digo aquellas que
obscurecen el natural sentido de la oración… como son las siguientes…111

Por lo demás la consulta de un libro como éste, o cualquiera otro de época, le enseña al
historiador cosas básicas sobre las artes tipográficas y los tipos de papel, sobre las clases de letras,
que las ediciones modernizadas o las ediciones microfilmadas no facilitan advertir.
110
PP. No 5, 11-03-1791. Para comprender la organización y funcionamiento tradicional de
un taller de imprenta (aunque en una fecha muy anterior a la del PP) siempre habrá que leer
la lectura cuidadosa de Roger Chartier a los capítulos pertinentes del Quijote de la Mancha.
Cf. «La prensa y las letras. Don Quijote y la imprenta», en R. Chartier, Inscribir y borrar. Cultura
escrita y literatura (Siglos XVI-XVIII), Buenos Aires, Katz, 2006.
111
PP. No 11, 22-04-1791.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 315


RENÁN SILVA

Terminado su primer mea culpa, que en realidad hacía culpable de una


parte de las erratas a las condiciones rústicas de la imprenta, y que era además
un llamado al «espíritu crítico» de lector, para que produjera el sentido correcto
allí en donde éste parecía no existir (cuando se trataba de que por carencias
en la imprenta de una letra determinada el impresor con toda tranquilidad
ponía otra), MSR agregó en el párrafo siguiente, que a lo mejor otra nueva fe
de erratas podría ser necesaria en el número que proseguía, «…porque quizá
en ninguna cosa resulte más verdadera a nuestros ojos el omnis homo mendax
que en el arte de la imprenta; pero también merece disculpa si nos hacemos
cargo de lo prolijo [sic] y engorrosa que es esta ocupación»112.
Las erratas siguieron siendo una constante y empezaron a combinarse con
dificultades mayores, referidas al propio estado de lo que hemos llamado una
rústica prensa y al uso continuo que se hacía de ella en otras clases de trabajo,
lo que hizo que por primera vez en casi un año de aparición semanal el PP
debiera suspender la salida de uno de sus números, lo que llevó al editor a la
siguiente semana a escribir a los suscriptores que: «Con el motivo de haberse
padecido notable error en la impresión del papel del viernes próximo pasado,
no pudo publicarse», agregando que además sus achaques de salud impedían
su trabajo de «autor», aunque para la semana en curso, por fortuna, algunos
sujetos se habían interesado en la continuidad de la publicación, y habían
seleccionado algunos textos que podrían servir para la salida del periódico, al
tiempo que se trataban asuntos que «contribuían a la variedad… de que deben
constar los escritos de esta especie» –los papeles públicos–, para hacerse gratos
a toda clase de personas, con lo cual aprovechaba la ocasión para hacer frente
a una de las críticas más constantes sobre su periódico: la falta de materias de
diversión113.
Casi dos meses después y siendo el blanco de críticas por amigos y enemigos
del semanario, MSR publicó una «Advertencia» en donde mencionaba el
carácter poco indulgente del público lector hacia el editor del PP, ya que recibía
una cantidad grande de cartas en las que se le reconvenía por el conocido
problema de «algunas letras menos, que casualmente [sic] han salido en varios

112
Ibídem. Respecto de los errores de concordancia (de género y de número) el editor del
PP pidió sensatez a los lectores, ya que «el mismo sentido de la oración hace ver cómo debe
leerse» y dijo que se omitían para evitar la prolijidad.
113
PP. No 42, 2-12-1791. Desde el punto de vista de la historia concreta del PP la observación
de su editor acerca de que algunos sujetos lo ayudaron a sacar este número, luego de la
suspensión de una semana del periódico, recuerda el problema del entorno de la publicación y
del grupo de amigos y relacionados del editor, que fueron parte de las razones de su duración, un
hecho sobre el que MSR dejó pocas referencias directas, aunque sí muchas huellas sobre las
ayudas recibidas, aunque al mismo tiempo gustaba de representar su trabajo como el de un
héroe solitario e incomprendido.

316 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

números del periódico», lo que debía ocurrir, con seguridad, porque las letras
de que disponía el taller de impresión se gastaban y se reemplazaban por otras,
con criterios de afinidad que desconocemos, o simplemente se obviaban, de
tal manera que, según los criterios de MSR, la palabra era la palabra, aunque
en términos materiales no lo fuera. El editor del periódico daba poca importancia
en esta ocasión a las quejas de los lectores, pues no pensaba que hasta ahí el
sentido de los textos estuviera amenazado y escribía que más adelante trataría
de arreglar el problema, haciendo las advertencias respectivas sobre los errores
existentes, volviendo a decir que no se consideraba responsable de ese problema
(la falta de letra) y tomando el camino de remitirse a varios errores que
consideraba, esos sí, sustanciales, y que deseaba aclarar ante el lector114.
La situación a veces mejoró, generalmente empeoró, pero nunca
desapareció, y ante la queja de un asiduo corresponsal, MSR debió en esta
oportunidad no dejar de lado el problema sino abordarlo de frente tratando
de analizarlo de manera amplia y poniéndolo en el contexto mayor de la mala
educación de la sociedad y de su bajo nivel cultural115. La respuesta a este
«celoso patriota», que se interesaba en que el PP no fuera ridiculizado por sus
contradictores (esa era un arma de los críticos del periódico) por las constantes
erratas, MSR habló de a importancia de la ortografía, y declaró que la única
autoridad que en ese punto reconocía era la de la Real Academia Española de la
Lengua –«cuerpo respetable de la nación, compuesto de un gran número de
sabios, cuyos desvelos y juiciosas investigaciones… son bien notorias en todo el
mundo ilustrado»116– y citó de manera extensa el capítulo IV de la ortografía de
esa Institución, para terminar diciendo que en gran parte los problemas de la
mala ortografía eran responsabilidad de los padres de familia y de la mala educación
que daban a sus hijos, y aunque argumentó que la situación podía cambiar,
cambio sobre el cual ofreció ejemplos locales de jóvenes de corta edad que bien
dirigidos en los colegios de Santafé daban pruebas de un manejo sabio en el
terreno de la escritura117, con lo cual dejó planteado el problema de la educación
en la lengua castellana de los niños y jóvenes, problema que abordaría en números
siguientes del PP.
Una semana después MSR volvió sobre el problema de las erratas, la ortogra-
fía, los malos usos de la lengua castellana y las responsabilidades de padres, de
maestros y de la propia la sociedad en esa situación. Fue su más larga interven-
ción sobre el problema. Comenzó señalando lo que tenía que ver de manera

114
PP. No 50, 27-01-1792.
115
Cf. PP. No 79, 17-08-1792. «Satisfacción a un reparo crítico».
115
PP. No 79, 17-08-1792.
117
Ibídem.

La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial. 317


RENÁN SILVA

directa con el propio PP, es decir lo relacionado con la corrección de textos, y


dijo que no tenía culpa en el asunto de las erratas, ya que los manuscritos se
examinaban con cuidado, «antes de mandarlos a las imprentas», y que las erra-
tas que se pasaban no impedían la lectura ni destruían el sentido, y que los
repetidos errores tenían que ver ante todo con la «falta de letra»; y dejando
tirado el problema en el camino dio un salto brusco y arrancó a discutir sobre la
necesidad de que en el uso del lenguaje verbal se acudiera a «las voces más
propias para facilitar la inteligencia de los asuntos que tratamos» y que en la
escritura lo anterior se uniera con la exigencia de «la buena ortografía», es decir
«los signos generales admitidos ya bajo un mismo valor en todas las naciones
cultas de la tierra», indicando que había un mal entendido por superar, pues
cuando se hablaba de la ortografía como el «arte de escribir arregladamente», no
se planteaba la exigencia de una letra bonita –una «caligrafía»–, recordando la
obligación del recurso a la gramática y a la ortografía de la Real Academia118 –
dos obras que aparecen recomendadas en todos los planes de estudio de escuela
de primeras letras de finales del siglo XVIII–.
MSR en su aproximación al problema de la escritura y de la lectura, a donde
lo llevó su discusión de las constantes críticas de los lectores por las erratas
repetidas en los textos del PP, dirá que en gran medida el asunto tenía que ver
con la necesidad de que la escuela de primeras letras (las escuelas de niños en
donde se supone que se aprendía a leer y a escribir) solucionaran tres grandes
problemas que conducían a no saber utilizar la lengua castellana. Primero, que
ésta fuera enseñada con método y reglas fijas; segundo, que se enseñara la ortología
–entendida como el arte de la pronunciación correcta y en general del uso correcto
de la lengua–, y en tercer lugar la práctica de la ortografía, según las orientaciones
de la Real Academia, agregando, de manera sorprendente en el marco de esa
discusión, la idea de que se despreciaba la ortografía, porque se despreciaba a
quien la enseñaba, es decir al maestro de primeras letras119.
El editor del PP cerrará sus observaciones reconociendo que en algunos
números del semanario muchos de los errores sobre los que había discutido, que
de nuevo se disculpaba («el redactor no tiene ninguna parte en esto»), pero
solamente para tomar el camino de señalar que era la precariedad de la imprenta

PP. No 80, 24-08-1792.


118

Ibídem. El PP se ocupó de los problemas de educación, pero de manera concreta sobre


119

todo de la enseñanza universitaria, al tiempo que hizo constante propaganda del ideal de la
educación como fuente de felicidad y de progreso; pero no habló, sino como excepción, de la
enseñanza de los niños y las niñas. En esta discusión caracterizará muy bien la poca valoración
social del maestro y de su oficio: «El espíritu de elación unido a la ignorancia, ha hecho creer
que el maestro de primeras letras no es un hombre que merece la primera estimación del
público. Su ocupación y empleo se tienen por poco decorosos, y de aquí procede el señalarle un
miserable sueldo que apenas le da con que vivir».

318 La Carreta Editores. Prohibida su reproducción total o parcial.


CULTURA ESCRITA, HISTORIOGRAFÍA Y SOCIEDAD

la responsable de la situación, «por las razones que expusimos en el número 11


[del PP]», es decir, lo engorroso de la tarea de corrección de manuscritos
garabateados con todo descuido y la falta de letra con la que reponer la que iba
gastándose por el trabajo permanente del taller en donde se imprimía el PP120.
Cumplidos ya tres años de trabajo y criticado de manera repetida por sus
lectores –el respetable público– por las erratas y otros descuidos de edición del
PP, con tono triunfal MSR anunció a sus lectores que, por fin, el problema había
encontrado solución definitiva, y que en adelante los lectores tendrían ante sí
ocho cuartillas dignamente impresas, que evitarían toda clase de enredos como
los que hasta el presente se habían conocido:

Nos parece que podemos asegurar al público con entera satisfacción, que
desde este número ya no habrá motivo para quejarse de las constantes erratas
de imprenta. La que con el título de Patriótica ha establecido en esta capital
el regidor don Antonio Nariño en la plazuela de la iglesia de san Carlos, es la
que estrenamos hoy, con el gusto de saber el exquisito cuidado que se pondrá
en la impresión de este papel, y que el carácter de la letra, la bondad de la
tinta, y limpieza de la edición, no puede menos sino agradar mucho al público.
Igualmente avisamos a todos los señores suscriptores de esta ciudad, que
para excusarles la molestia de que se quejaban antes, se les llevará a su casa
cada viernes el número que indispensablemente saldrá en dicho día121.

Los números siguientes del PP dejan la impresión de que a partir de ahí las
cosas empezaron a mejorar, no solo desde el punto de vista de las numerosas
erratas que eran ya una tradición, las que efectivamente disminuyeron, sino
en relación con la propia legibilidad del periódico, pero todo indica que no fue
por mucho tiempo, porque con el paso de los días nuevamente las críticas se
hicieron escuchar, y además de vez en cuando se presentaron erratas mayores
y daños en la imprenta, que produjeron contratiempos graves –como impedir
la salida del PP alguna semana–, y la historia de una imprenta de un pobre

120
El editor del PP habló poco en su semanario sobre las condiciones de la imprenta en que
se editaba el periódico, más allá de dejar la idea de su carácter rústico, pero habló menos aun de
manera directa de los operarios del taller que se encargaban –aunque sus pocas observaciones
dejan ver que la distancia entre editor e impresor, como dos actividades diferentes, venía
creciendo–. En sólo una oportunidad dejo claras las responsabilidades al decir, respecto de una
errata, que «En algunos números de este poema han salido erratas» e indicó que estaban
enmendadas en el manuscrito original, pero que él no lo advirtió al impresor. Cf. PP. No 224, 25-
12-1795.
121
PP. No 86. 19-04-1793. El texto citado viene en letra de tamaño mayor que la habitual.
El cambio de taller de impresión se produjo luego de una suspensión de varias semanas del PP
por problemas relacionados con el trabajo del impresor y dificultades con su vieja imprenta.

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técnico, que imponía fuertes condicionamientos a la lectura de una publicación


que aspiraba ser clara en contenidos y formas, volvió a reproducirse.
Así por ejemplo, a principios del año 1796 –ya publicados algo más de
doscientos números del PP–, el editor debió advertir a sus lectores que,
«Habiéndose ya impreso 50 ejemplares del número 219 fue preciso levantar
los moldes para otra diferente [tarea] y al volver a proseguir la impresión de
dicho número, se equivocaron notablemente las planas», por lo cual debía
rogar a los suscriptores víctimas de esta errata «que lo devuelvan y se les dará
el correcto»122. Y a principios del años siguiente, ya cerca de la desaparición
del PP, MSR tendrá de nuevo que advertir a sus lectores, sobre un incidente
de naturaleza similar, lo que parecía indicar que la heroica historia del semanario
estaba a punto de llegar a su fin:

Advertencia: A causa de una notable descomposición ocurrida en los moldes


y piezas destinadas a la impresión del periódico…se suspendió la edición de
dicho papel en el número 259, sin haber podido después dar razón alguna de
esta novedad a los señores suscriptores. Ahora con el presente número y los
tres siguientes es cuando vamos a concluir de una vez por todas la publicación
de este escrito misceláneo, por las razones que expondremos después, cuando
demos el índice de las materias de que consta desde su principio hasta su fin,
con otras advertencias que consideramos dignas de su integra conclusión123.

La imperfección de los textos, desde el punto de vista de su impresión, es


una característica repetida en la historia de la imprenta, pero a veces se
encuentra acentuada según épocas y lugares, según géneros y precios, y otras
muchas más circunstancias. En cualquier caso, no hay duda de que puede
haber llegado a ser una amenaza para la lectura y para el sentido de la lectura
en muchas oportunidades, pues, como, ha señalado tantas veces Roger Chartier,
los escritores no escriben libros sino textos, los libros los hacen los impresores
en los talleres de impresión, o como hoy, en talleres multinacionales que unen
en su cadena acciones de trabajo que vienen de puntos muy dispares, lo que
da aun más fuerza a la idea de Chartier recién mencionada, autor que también
ha expresado esa misma situación con una sentencia de mayor exactitud y
riqueza, al decir: «de la mente del escritor a las manos del editor», para hacer

122
PP. No 226, 8-01-1796 –es decir que el error había sido cinco semanas antes, y no en la
semana inmediatamente anterior–. El editor presenta también en este número una pequeña fe
de erratas, para poder «leerlo con regularidad [en número 219] siguiendo la advertencia
siguiente».
223
PP. No 260, 2-12-1796. Sobre las grandes dificultades sociales, culturales y económicas
del PP para asegurar su existencia cf. capítulo V de este mismo trabajo.

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notar que no son sólo los descuidos o las impericias de los obreros del libro
(productores del texto que se escribe para fabricarse en gran escala) los que
introducen modificaciones de sentido, sino que también pueden sumarse otras
situaciones más, que van desde la censura, hasta la estrategia comercial, o
simplemente el descuido, el azar, lo inesperado.
Las erratas deben haber sido moneda común en las obras españolas impresas
del siglo XVIII. El PP en nota Al Público advertía a sus lectores, «Por lo que
pueda importar», acerca de algunas erratas sobre las que informaba en uno de
sus últimos números la Gaceta de Madrid. Según la Gaceta

En el Catecismo del Padre Astete, impreso en la ciudad de Valladolid año de


1792, en la imprenta de los hijos y herederos de D. Francisco Antonio Garrido,
se ha advertido que al folio 28, donde se pregunta: «¿Qué se manada en el
octavo mandamiento?». Está concebida la respuesta en estos términos: «No
juzgar ligeramente; esto es, sin motivo ni fundamento, mal del prójimo, ni
decir ni oír misa»; debiendo decir «ni oír sus defectos». Y siendo tan visible
este error, ha resuelto el tribunal de aquella ciudad se anuncie al público,
por ser equivocación de imprenta»124.

El director del PP, luego de reproducir la información sobre una errata que
podía conducir a una equivocación en terrenos en los que había que andar
con paso firme y sin introducir novedades, indicó a sus lectores que en la
ciudad no había visto sino cuatro ejemplares de ese catecismo (tal vez porque
en esa época Astete aun competía con su colega el Padre Ripalda), pero que
ninguno de ellos contenía ese error, pues se trataba de una edición de dieciocho
años atrás. Y para no dejar a sus lectores con alguna duda o incertidumbre
agregaba que «…para evitar cualquier recelo que pueda ocurrir sobre el asunto,
se advierte que los [catecismos] correctos (que decimos haber visto) tienen al
principio esta clausula: En Murcia, por Francisco Benedito. Año de 1773. En
esta edición que digo no está la respuesta citada al folio 28, sino al 27»125.
En el caso localizado y puntual del PP hay que decir que su editor, al
descubrir que no tenía posibilidad de remediar completamente la constante
presencia de erratas en su publicación, tomó el camino de creer con fe generosa
(pero puede que equivocada) en la inteligencia del lector, y dar por un hecho
confirmado que el lector moderno no lleva a la lectura su fe religiosa, su fe de
124
PP. No 194, 29-05-1795. Como se sabe, el catecismo del jesuita Astete fue uno de los
impresos más favorecidos por el gusto popular en la sociedad del Nuevo Reino de Granada –o
dicho de otra manera: con mayor éxito impuesto por la Iglesia católica a sus fieles–, y en la
sociedad colombiana mantuvo su vigencia hasta los años 1970 del siglo XX, como quien dice se
trata de un «best seller» en larga duración.
125
PP. No 194.

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creyente, y que se permite pensar con cuidado en la verdad de cada frase leída,
sin dar crédito a su exactitud por el solo hecho de estar impresa. El «autor» del
PP distinguió, acudiendo al sentido común, entre equivocación material y
sustancial, y como pudo trató de advertir a sus lectores sobre las peores erratas
de su semanario, y nunca dudó que el contexto era el elemento determinante del
sentido, lo que es cierto en gran medida, según lo sabemos por nuestras propias
experiencias de lectura, pero también por lo que al respecto nos enseña la
psicología cognitiva y la lingüística126.
Sin embargo sabemos que hay situaciones de lectura en las que es imposible
evitar que una suma de circunstancias (erratas de diversa naturaleza y graves
problemas de impresión), como fue muchas veces el caso del PP, pueden
convertirse es una amenaza al sentido mismo del texto. Para los historiadores
de la cultura escrita este punto es fundamental127.
Estamos advertidos por el propio trabajo de los historiadores de la lectura
que la más grande dificultad de este campo de conocimiento tiene que ver de
manera directa con el etnocentrismo que de manera sistemática proyectamos
sobre las fuentes, porque universalizamos nuestra posición de lectores de hoy
y la proyectamos sobre la lectura de toda época anterior a la nuestra, como si
se tratara de una figura antropológica idéntica a sí misma. Es un punto de vista
de método que exige un delicado trabajo de crítica sobre nosotros mismos, ya
que la lectura es práctica distintiva de nuestra propia «identidad» como gentes
de letras, por lo cual la tendencia a universalizar esa posición es una especie
de reflejo incontrolado, que no parece fácil de neutralizar, sino es a través de
un exigente y continuo proceso de objetivación.
Pero hoy en día sabemos mucho más que eso. Sabemos, como cuando se
estudia el PP, que la historicidad de la lectura depende también de la materialidad

126
Una simpática errata como la de escribir tontos, cuando se quería decir tantos –cf. PP. No
127, 31-01-1794–, advertida en el PP No 128, 7-02-1794, puede ser el ejemplo de una error
insignificante que prueba la falta de letra: a falta de una «a» pongo una «o» –aunque también puede
ser una acción inconsciente (desde luego que los impresores también tiene inconsciente)–.Pero en un
artículo con pretensión de ciencia, la equivocación de cifras de medición no resulta insignificante,
y amenaza el sentido, y sólo un lector advertido puede detectar su presencia. –cf. PP. No 186, 3-
04-1795. «Prevención», en donde se advierte de un error de esa naturaleza, en el PP. No 182, 6-
03-1795, un mes atrás.
127
La «plaga de las erratas» parece ser en el campo del impreso, tan grave como la viruela
y el sarampión en el campo de la salud pública –aunque claro que con consecuencias menos
dramáticas–. Cf. un ejemplo de los ya mencionados enfrentamientos entre el editor del PP y
su impresor, Antonio Espinosa de los Monteros, en 1792, en Álvaro Garzón Marthá, Historia y
catálogo descriptivo de la imprenta en Colombia (1738-1810), op. cit., pp. 7173; igualmente el
desconocido e interesante documento «Normas que deben tenerse en cuenta para los correctores
de pruebas. Santafé, 1798», preparado por José Celestino Mutis, transcrito por A. Garzón Marthá
e n Ibídem, óp. cit., pp. 73-74.

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de los textos, del nivel alcanzado por prácticas técnicas como la impresión, de
las costumbres «editoriales» de una época, de la habilidad –o falta de ella– de
una categoría específica de trabajadores materiales, del espacio blanco en su
juego con el negro, de los tipos de letra, de las clases de escritura y algunas
otras circunstancias, sobre las cuales seguramente no todo lo podemos saber.
Eso recuerda la moderación que debe regir nuestro trabajo de
historiadores, sobre todo cuando se trata de asignar, a través de la lectura de
documentos, siempre incompletos, pensamientos y motivos a las acciones de
otras gentes, cuando se trata de dar significado a las cosas que dijeron o
escribieron y de las cuales ha quedado una huella, como siempre parcial. El
oficio de historiador es cada vez más complejo, y hay que agradecer a los
investigadores de la cultura escrita que en años recientes nos han advertido
contra las ilusiones del «discurso», como conjuntos de «simples ideas» cuya
forma de existencia material no importaría, que nos hayan advertido contra ese
error que intenta captar el problema del significado, sin decir una palabra
sobre los soportes que le han dado existencia material. Es cierto que nos han
complicado más las cosas, al poner de presente que el sentido también depende
de las formas en que se inscribe, pero nos han abierto un camino para
comprender y describir con algo menos de arbitrariedad eso que pasó… y que
queremos comprender128.

128
Cf. D. F. McKenzie, Bibliografía y sociología de los textos [1999], Madrid, AKAL, 2005,
una de las obras pioneras en este campo.

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AGRADECIMIENTOS

Los años pasan y en la medida en que envejezco las deudas contraídas a raíz de
mis investigaciones se aumentan. Cada nuevo texto representa para mí el
recuerdo de alguien que me dio una referencia, que me indicó un error de análisis,
que me llamó la atención sobre un matiz olvidado de un problema que estudiaba.
A veces se trata de personas que por años me han ayudado y soportado y que
pertenecen a mi más estrecho círculo, por lo que deben permanecer aquí sin
nombre propio. A veces se trata de personas que en ámbitos institucionales me
han ofrecido su apoyo, como en el caso de Hugo Fazio, decano de la Facultad de
Ciencias Sociales en la Universidad de los Andes, que ha hecho mucho para
que yo pueda trabajar sin mayores interferencias. No hemos triunfado
complemente en la batalla, pero algo se ha avanzado en el propósito común de
que la academia ofrezca tiempo razonable para la investigación, sin llenar a sus
profesores de clases no siempre útiles ante públicos cautivos y poco interesados,
comités ineficaces que, además, discuten sobre problemas intelectualmente nulos
y otras actividades rutinarias y poco productivas. Los directivos de las
universidades deberían saber que van a tener una mejor universidad, si sus
profesores son docentes-investigadores, y no docentes-repetidores que deben de
manera marginal sacar tiempo para la investigación.
En estos últimos años mi trabajo ha tenido mucho que ver con mis alumnos
del doctorado de Historia en la mencionada Universidad de los Andes. Con
ellos estoy muy agradecido y ellos saben de qué manera nuestro intercambio ha
sido importante para mí. En la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro
estoy muy agradecido con sus estudiantes de doctorado en Historia, ante quienes
expuse muchos de los análisis que presento en este trabajo, y con la profesora
Giselle Venancio Martins, que hizo posible esas exposiciones, al compartir
conmigo un curso sobre El oficio de historiador al principio del siglo XXI. Daniel
Leonardo Ojeda, estudiante de ciencia política en la Universidad de los Andes
leyó la mayor parte de este libro, hizo críticas precisas sobre su contenido y
redacción, y me ayudó con la selección de las ilustraciones, todo de manera
desinteresada.

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Este libro se terminó de imprimir en marzo de 2015, en el taller de


Impresos Marticolor (Carrera 54 No. 54-14, teléfono 251 64 67)
Medellín, Colombia. Se usaron tipos 12 puntos GoudyOlSt BT
para los textos y 14.4 puntos para los títulos, papel Ebori 60 grs.

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