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Nombre: Kevin Jaramillo

Curso: G20 Grupo 2

Materia: Ética

Fundamentos antropológicos de la Ética

Para entender lo que representa los fundamentos antropológicos de la ética, primero


debemos saber que es la Ética y la Moral. Ética es reflexión sobre el comportamiento. Mientras
que la Moral se trata de un conjunto de creencias, costumbres, valores y normas de una
persona o de un grupo social, que funciona como una guía para obrar.

La conciencia moral determina lo que está bien o mal y los sentimientos. Es también
conciencia de la libertad, conciencia de que no todas las posibilidades de elección son
igualmente valiosas: forma de conocimiento o de percepción.

La reflexión ética es central respecto de la práctica antropológica, puesto que, por definición,
esta involucra de modo necesario a personas y grupos de personas y no puede evitar afectar
estrechamente a toda la sociedad (precisa de universalización). El fundamento es diversidad
de intereses y ámbitos de aplicación de la misma (los derechos humanos, necesidades
humanas) de ahí su aproximación antropológica.

La demanda de libertad y ética es universal en el sentido antropológico político de un sujeto


teórico que "debe pensar" en un margen muy estrecho de subjetividad y de decisión filosófica
la totalidad concreta de nuestro tiempo. La ética (y sus tópicos cercanos: justicia, igualdad,
derecho) es una cuestión de fundamentación por variación y legitimación universalista.

A.- EL HOMBRE ES PERSONA

Para la Ética, que atiende al accionar humano, es importante tanto el aspecto metafísico de
orden natural, con una verdad y un bien escritos en las cosas mismas, como la capacidad real
del hombre para entender y querer esa verdad y ese bien, esto, obviamente sin olvidar su
finitud. No se puede hablar de mirar los colores de una tela si ella no los tiene, pero tampoco
se podría realizar tal acto si, aun existiendo una tela pintada con brillantes colores, no
tuviéramos la vista para verlos. Deben coexistir un objeto aprehensible y un sujeto
aprehendente. Para los efectos prácticos que falte uno u otro resulta lo mismo, aunque
realmente la prioridad la tenga el objeto. Es por eso que, tras considerar la existencia de una
realidad ontológicamente verdadera y buena, como soporte metafísico para una Ética realista,
debemos atender ahora a su fundamento antropológico.

A.1.- EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD Y EL QUERER EL BIEN


a) A causa de esa dimensión espiritual, irreductible a la mera corporeidad, la persona humana
por su inteligencia es capaz de verdad. La inteligencia es la facultad de leer adentro de las
cosas, trascendiendo los datos aportados por los sentidos. Una teoría realista del conocimiento
considera que conocer es una relación donde intervienen un objeto, lo conocido, y un sujeto,
el cognoscente.

b) Por eso debemos considerar ahora que, por la segunda facultad de su alma espiritual, la
persona es capaz de querer el bien. En efecto, la voluntad es una potencia de querer un objeto
que la inteligencia le presenta como bueno. En esta formulación, se deben marcar
especialmente dos notas encerradas en ella: que la voluntad sigue al conocimiento y que ella
ama necesariamente al bien. esta voluntad natural (con su necesaria inclinación al bien
universal) tiene, en algunos de sus actos, la propiedad de ser libre, esto es, de poder
autodeterminarse eligiendo los medios que la llevan a ese bien. Esta voluntad libre se explica
por la desproporción entre esta tendencia al bien y la existencia de bienes finitos particulares
que se le presentan a su experiencia cotidiana.

A.2.- EL CONCEPTO DE NATURALEZA

Para continuar con este esquema de análisis de la realidad del hombre, debemos entonces
delimitar el sentido de naturaleza humana que está por detrás de esta visión de la Ética. Ante
todo, hay que notar que el concepto de naturaleza deriva del sustantivo latino natura
construido a su vez a partir del verbo nasci que significa nacer, originarse.

Este término es el que utiliza Cicerón para traducir el griego physis. Así etimológicamente
considerada “naturaleza” designa lo que viene desde el nacimiento. Pero a partir de sentido se
han desarrollado concepciones muy ambiguas y contradictorias acerca de lo que significa la
naturaleza especialmente aplicada al hombre.

Por lo tanto, sabremos que un acto humano es pleno cuando se adecua con la verdad del
hombre, con su naturaleza. Por eso primero la inteligencia debe aplicarse a conocer, del modo
más profundo posible, la realidad. El orden de ésta es un orden racional; la verdad de las cosas,
medida por el Creador, corresponde a un orden intrínseco que el hombre debe descubrir y
aceptar. Para poder desarrollar todas las potencialidades de su naturaleza, la persona debe
conocer ante todo su puesto dentro de este orden o cosmos, como lo denominaban los
antiguos griegos. La naturaleza humana es la guía de lo que es bueno para el hombre (siempre
atendiendo a lo que la Teología llama los estados). En este sentido nuestra Ética es naturalista.
Así lo señala E. Gilson siguiendo a Santo Tomás de Aquino:

“El fundamento de la moral es la misma naturaleza humana. El bien moral es todo objeto y
toda operación que permitan al hombre cumplir las virtualidades de su naturaleza y
actualizarse según las normas de su esencia, que es la de un ser dotado de razón. La moral
tomista es por consiguiente un naturalismo, pero a la vez un racionalismo, dado que la
naturaleza opera en ella como una regla”.

El orden moral halla su fundamento en una realidad creada, llena de sentido, en la que la
verdad y el bien ontológicos se conjugan. Dentro del cosmos, la persona humana ocupa un
especial puesto pues no sólo forma parte de la creación, sino que, gracias a su espíritu, es
capaz de sondear la verdad de las cosas, y de sí mismo, y querer y realizar libremente su bien.
Y como si esto fuera poco, cuenta con el auxilio divino de la gracia que eleva su naturaleza para
la consecución de la Verdad y Bien absoluto. De este modo se comprende que la moralidad ha
de actualizar un orden ya orientado hacia la perfección del hombre.

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