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Introducción
El objetivo de este capítulo es considerar algunas variantes de lo que calificaremos como el dolor psíquico
durante el envejecimiento y la vejez. Razón por la cual tomaremos algunas de las problemáticas que pueden
surgir en esta etapa vital, como los duelos, las depresiones, la ansiedad, la hipocondría, los problemas de
personalidad, las psicosis y otros trastornos delirantes.
Estas formas de padecimiento no resultan exclusivas de este grupo etario, por lo que se buscará por un lado,
presentar algunas nociones que resultan claves para la comprensión de estos cuadros, y por el otro sintetizar
aquellas teorías e investigaciones que sí especifiquen dichos procesos en el envejecimiento.
Toda comprensión del dolor o la patología psíquica debe ser entendida como el resultado de cambios
disruptivos, psicológicos, biológicos y sociales que se producen con ciertos envejecimientos.
El duelo es el proceso de pasar de perder lo que tenemos a tener los que hemos perdido Stephen Fleming
En esta parte del texto haremos una revisión acerca de diversas posturas acerca del duelo, que busquen
indagar y cuestionar este proceso en el envejecimiento. Para ello revisaremos las bases teóricas del mismo
basándonos particularmente en la teoría psicoanalítica y el paradigma constructivista narrativo. Revisaremos
las diversas pérdidas que pueden surgir en la vejez destacando sus particularidades, analizaremos los
criterios que organizan ciertos significados relativos a las pérdidas y finalmente abordaremos los aspectos
positivos de los duelos y los mecanismos que pueden brindar soluciones en esta etapa vital.
Las pérdidas nos acompañan a lo largo de la vida, aunque con el envejecimiento, pueden resultar más
frecuentes. Estas pueden ser de seres queridos, roles, espacios, ideales, capacidades, recursos que nos
daban una cierta imagen, afecto, valor o apoyo, es decir aquellos vínculos que conformaban la identidad. Por
esto, el duelo implica que la persona deba rever una serie de supuestos que ordenaban su mundo, la
representación de sí mismo y los modos de interacción con los otros.
Es un proceso multidimensional, que no solo afecta a los sujetos psicológicamente sino también a nivel
fisiológico, social y económico (Osterweis et al., 1984; Stroebe et al., 1993) y su recuperación puede implicar
un tiempo indeterminado con resultados diversos (Weiss, 1993).
1
En algunas partes del texto citaremos autores que hacen referencia a una perspectiva constructivista narrativa. Es importante destacar
que aun cuando el narrativismo tiene una base constructivista, no todas las perspectivas constructivistas en psicología consideran a la
identidad desde una lectura narrativa.
la pérdida y retornara a niveles normales de funcionamiento (Stroebe, Hansson, & Stroebe, 1993; Wortman &
Silver, 1987).
La evidencia científica, sin embargo, nos muestra que las personas no transcurren necesariamente por estos
estadios, o no lo experimentan en la misma secuencia. Por el contrario las secuencias y duraciones difieren
notoriamente según las reacciones emocionales a la pérdida (Neimeyer, 2007).
A medida que avanza el conocimiento sobre la temática el cuadro del proceso de duelo parece ser más una
superposición y alternancia de intervalos de búsqueda, bronca, culpa, ansiedad, tristeza y depresión (Averill &
Nunley, 1993; Osterweis et al., 1984) que un proceso escalonado. Incluso las emociones positivas pueden
concurrir, apareciendo la sensación de alivio, confianza y orgullo con momentos de afrontamiento y de alegría
(Caserta & Lund, 1992; Wortman, Silver, & Kessler, 1993).
Las perspectivas constructivistas y narrativas del duelo se centran en el significado y no sólo en las reacciones
emocionales. Poner el foco en el significado permite comprender el conjunto de respuestas emocionales,
conductuales y fisiológicas.
Los procesos de refiguración y configuración aparecen como ejes donde se debaten las transformaciones a
nivel de la identidad en un sujeto a partir de un cambio o pérdida. En tanto que la coherentización y
organización narrativa del sí mismo se encuentran en la base de estos procesos.
Neimeyer, Keese y Fortner (1997) proponen 6 supuestos básicos para la elaboración del duelo desde un
modelo conceptual constructivista/ narrativo:
1- La muerte, como cualquier otra pérdida, puede validar o invalidar el mundo de supuestos, o conformación
identitaria, con la que nos manejábamos, incluso puede aparecer como una experiencia nueva para la cual
no tenemos teorías e interpretaciones que nos permitan comprenderla. Las suposiciones tácitas brindan
una sensación de orden en relación al pasado, una familiaridad respecto al presente y cierta previsibilidad
respecto al futuro. Cuando una muerte es esperable, como la de un padre para un hijo adulto, puede
resultar más aceptable para nuestro orden de creencias, que la muerte de un hijo. Cuando la pérdida
sucede por fuera de dichos esperables fallan los mecanismos de validación en nuestro mundo de
presupuestos.
2- El duelo es un proceso personal, idiosincrásico, íntimo e inextricable de nuestra identidad. Por ello sólo
puede entenderse dentro del contexto cotidiano de la construcción, mantenimiento y cambio de los
aspectos fundamentales de la misma. Las teorías e interpretaciones personales que generamos sobre las
experiencias de la vida se ven cuestionadas cuando se produce una pérdida, ya que afecta los modos de
conocer y entender al sí mismo y al mundo. De allí que la búsqueda de interpretaciones que den
coherencia a la situación de cambio, desde las teorías e identidades disponibles, es una de las formas de
respuesta. Si fracasamos, perdemos el control de una realidad que ya no resulta familiar, produciendo
temor, inseguridad y desasosiego.
3- El duelo es algo que nosotros hacemos, no algo que se nos hace a nosotros. Ante la evidencia de la
pérdida, el duelo implica cientos de elecciones concretas que definen caminos alternativos. En algunas
situaciones tomar una decisión puede implicar un apresuramiento ante lo cual el sujeto puede no sentirse
preparado, en tanto que, en otras ocasiones se toman decisiones por el sujeto por considerarlo incapaz de
hacerlo.
4- El duelo es el acto de reafirmar o construir un mundo personal de significado que ha sido desafiado por la
pérdida. Cuanto más valiosa es la pérdida puede invalidar la estructura de suposiciones o creencias que
orientan la vida, arrancando al duelante de las teorías e identidades construidas. Este cambio puede dar
lugar a narrativas traumáticas, caracterizadas por su incoherencia, fragmentación, desorganización y
disociación con respecto al conjunto de los relatos que hacen a la biografía personal. Dicha narrativa da
cuenta de una pérdida de control y manejo sobre su propia vida, que se evidencian en frases tales como:
“no sé cómo llegué hasta acá”, “parece que fuera una pesadilla”, “no entiendo qué me pasa”. Es allí donde
el sujeto o “autor del relato” debe realizar cambios que tornen comprensible lo sucedido y que vuelvan
predecible el futuro. Las narrativas contienen indicaciones concretas y útiles respecto a la visión que se
puede asumir sobre el proceso de duelo y los modos en que puede ser facilitado.
5- Los sentimientos tienen sus funciones y deben ser entendidos como señales de los esfuerzos por dar
significado. Kelly (2001) define las “emociones transicionales” como la función que cumple cada
sentimiento y el modo en que se integra a un proceso de reconstrucción de significados. Por ejemplo, la
negación puede ser concebida como un intento de posponer un acontecimiento que resulta imposible de
asimilar; el ánimo depresivo como un intento de limitar la atención, volviendo el contexto más manejable; la
hostilidad como el forzar a los acontecimientos a adaptarse al modo de comprender las cosas; el estado
ansioso como la percepción de una pérdida aun cuando no se alcanza a comprender lo desestabilizadora
que resulta la situación.
6- Todos construyen y reconstruyen su identidad como sobrevivientes de la pérdida y en relación a los otros.
Se suele pensar el duelo en el sujeto, sin tener en cuenta el marco o contexto en el que sucede dicha
pérdida, la familia o la comunidad. La pérdida en la familia implica que su expresión suele estar regulada
por normas tácitas de interacción, roles, jerarquías de poder y apoyo, etc. Incluso el recordar al fallecido se
maneja según convenciones particulares, familiares y extra familiares. Asimismo, en la comunidad la
pérdida es codificada según valores y expresiones peculiares que inciden en el propio sujeto.
Fase de embotamiento: se manifiesta por la sensación de shock y de fuerte angustia. Aparecen conductas
defensivas maníacas, con preponderancia de la negación. Lo disociativo y proyectivo prevalecen, echándole
la culpa a los médicos, familia, etc. Este momento es donde más se manifiesta la agitación, llanto, protestas,
desasosiego y negación de la pérdida. Resulta frecuente sentirse aturdido e incapaz de aceptar la realidad.
Los procesos de tensión y temor coexisten con calma. Puede aparecer pánico y estallidos de enojo, como de
euforia frente al fantaseado reencuentro con la persona perdida.
Fase de anhelo y búsqueda de la figura perdida: se comienza a aceptar la realidad de la pérdida, lo que
produce anhelo, congoja o accesos de llanto. Se pueden percibir señales y pensamientos obsesivos
asociados con la presencia de la figura concreta. Los sueños con imágenes de la persona viva se confrontan
con la realidad y el dolor al despertar.
La cólera aparece como una de las características de esta etapa y Bowlby (1983) lo compara como la protesta
inicial de un niño y sus esfuerzos por recuperar al objeto perdido. Por ello, en esta fase, es común que la
persona alterne entre dos estados de ánimo, por un lado la creencia de que la muerte es real, con el dolor y el
anhelo desesperanzado, y por el otro, la incredulidad acompañada por la esperanza de que todo vaya a
arreglarse y la imperiosa necesidad de buscar la persona y recuperarla.
La ira surge en este contexto como un efecto de responsabilizar a otros por la pérdida y por las frustraciones
que implica la búsqueda inútil.
La identificación, el recuerdo, el aislamiento, son mecanismos de búsqueda que podrán darse de maneras
más o menos permanentes según la importancia del objeto. Por esto la relación con los objetos externos se
hace más laxa e incluso puede llegar a interrumpirse.
Parkes (1970) sostiene que el proceso de búsqueda es un acto motor dirigido a las anteriores localizaciones
del objeto perdido y se conforma con componentes perceptuales y representacionales. Esto llevaría a que
resulte más habitual de lo que se comenta, la percepción del objeto perdido, sin que esto tenga las
características alucinatorias o delirantes que atemorizan al sujeto, sino que por lo contrario, es vivido como un
acompañamiento. La referencia más habitual es: “sentí que estaba en mi cuarto y me acompañaba” o “siento
que duerme conmigo”2.
Otra de las formas de buscar una cercanía, es recorrer los lugares que identifiquen simbólicamente al objeto o
acercándose a sus restos.
Fase de desorganización y desesperanza y fase de organización: para que el duelo tenga un resultado
positivo es necesario que el duelante acepte la pérdida, así como que aminore la búsqueda. La sensación de
sentirse arrastrado por los acontecimientos es la dominante y la persona en duelo parece desarraigada,
apática e indiferente, o como señalaba Freud, su mundo se encuentra desierto. Suele padecer insomnio,
experimentar pérdida de peso y la sensación de que la vida ha perdido sentido. La persona en duelo revive
2
Parkes en su estudio de viudos en Londres, describe una particularidad en la búsqueda de objetos afectivos, negando la pérdida y
aceptando a su vez que esto sea irracional. Estos estudios mostraron que algunas viudas tienen alucinaciones y delusiones de contacto
con su esposo durante años, especialmente en gente que tuvo una buena relación de pareja.
continuamente los recuerdos del fallecido y la aceptación de que sólo quedan recuerdos provoca una
sensación de desconsuelo.
Bowlby (1983) señalaba que ésto permite examinar la nueva situación en la que se encuentra y considerar las
posibles maneras de enfrentarla, lo que implica nuevas definiciones de sí mismo y de su situación.
El pensarse como viudo/a, huérfano/a, etc., supone una redefinición de sí, penosa y decisiva, que significa
renunciar al objeto y a la situación que se vivía previamente. Este factor puede resultar gravitatorio en la
proyección que un sujeto realice a futuro.
Parkes (1972) consideraba que es un proceso de realización que requiere, no sólo un cambio afectivo, sino de
los modelos representacionales internos, o de figuración, a fin de adecuarlos a la nueva situación.
Fase de mayor o menor grado de reorganización: Esta última fase promovería una nueva forma de
relación con el objeto perdido y fundamentalmente un cambio a nivel identitario que posibilite una organización
del sí mismo capaz de restablecer proyectos, con mayores grados de serenidad y menos inhibiciones. Es una
etapa de reorganización en la que comienzan a remitir los aspectos más dolorosos del duelo. El individuo
comienza a experimentar la sensación de reincorporarse a la vida, de recordar a la persona fallecida con una
sensación combinada de alegría y tristeza e internalizar la imagen de la persona perdida.
La muerte de un hijo:
Aun cuando sobre esta temática existan menos datos se observa que los padres mayores que han perdido
hijos adultos tienen experiencias muy intensas, con reacciones adversas y de larga duración.
La pérdida de un hijo ha sido descripta como la violación de un supuesto elemental de justicia, equidad y de
quiebre de un orden natural. Por ello la muerte de un hijo rompe con el mundo de supuestos y puede culminar
con la pérdida de sentido, llevando a sobrepasar la barrera de la depresión y ubicando la pérdida a nivel
psicosomático3.
Rando (1986) describía una oprimente sensación de haber fallado, en la capacidad y habilidad de criar hijos,
con la sucedánea sensación de culpa y autoreproche (De Vries et al, 1994).
Las investigaciones muestran algunos cambios que pueden suceder. La salud autopercibida puede empeorar
por plazos de tiempo que van de los 2 hasta los 20 años a posteriori de la muerte (Florian, 1989-1990),
muchos problemas de salud persisten o aumentan en el proceso de duelo incluyendo los trastornos del sueño
(Lesher & Bergey, 1988; Rubin, 1989-1990), tensión nerviosa (Lesher & Bergey, 1988) y problemas de apetito
(Rubin, 1989-1990).
Entre 2 y 10 años luego de la pérdida, los padres, pero en especial las madres, pueden continuar
experimentando no solo depresión (Lesher & Bergey, 1988; Shanfield & Swain, 1984), sino también un intenso
dolor, desesperación y rumiación (Fish, 1986; Rubin, 1991-1992; Shanfield & Swain, 1984).
Altos niveles de ansiedad fueron reportados por esos padres hasta 13 años después de la pérdida, con mayor
grado de ansiedad en las madres que en los padres (Rubin, 1991-1992), y persistentes sentimientos de culpa
fueron característicos durante la etapa de la vejez (Rubin, 1989-1990; Shanfield & Swain, 1984).
Florian (1989-1990) muestra que los padres adultos mayores en proceso de duelo también expresan falta de
sentido y propósito en la vida, y que tales sentimientos se filtran en muchos ámbitos de sus vidas, como su
trabajo, su habilidad parta manejar sus problemas y relaciones familiares.
De Vries et al. (1993) examinó las consecuencias físicas y psicológicas del duelo en los padres viejos a lo
largo del tiempo, hallando que, en comparación con los que no transitaban este proceso, mostraban una salud
más pobre y experimentaban mayores niveles de depresión.
Sobre un testeo y re testeo cada 3 años, la salud continuó en declive y los niveles de depresión no
disminuyeron, aunque la satisfacción marital se incrementó, en contraste con las parejas más jóvenes que
perdieron un hijo (Videka-Sherman & Lieberman, 1985).
Las investigaciones sobre el duelo en padres han demostrado que el duelo suele persistir de 1 a 20 años
después de la muerte de un hijo adulto (Fish, 1986; Lesher & Bergey, 1988; Shanfield & Swain, 1984).
La muerte de un amigo:
La amistad es la relación más elegida y puede tomar roles de gran importancia, lo que se dio en llamar:
“familiares por elección”. Esta relación se caracteriza por intereses y actividades comunes y tiende a asimilar
un conjunto de dimensiones que la especifican tales como género, edad y clase social.
La muerte de un amigo puede servir para confrontar al individuo con su propia mortalidad, evocando el miedo
de “esto me podría haber pasado a mí”, y el alivio de que no fue así (Deck y Folta, 1989).
La muerte de un amigo no es solamente la pérdida de una relación, sino también la de un rol en esa relación y
la de un importante punto de comparación, que permita describir la propia identidad en relación a un par.
En experiencias con los viejos más viejos, relativas a la muerte de un amigo, encontramos que quién realiza el
duelo, ubica la pérdida en el contexto de su historia de pérdidas y en el contexto de su curso de vida. Una
extensión conductual de este sentimiento es la pérdida de actividades disponibles o accesibles, como
conversaciones o eventos sociales, lo cual los deja más solos.
La experiencia de pérdida de esas personas mayores tiene lugar en un contexto en el cual los roles
emocionales, sus derechos, privilegios, restricciones tienden a estar cada vez más confinados a los miembros
de la familia (Sklar, 1991).
3
Esto explicaría las mayores probabilidades de morbilidad y mortalidad a posteriori de la muerte de un hijo.
- Las expectativas de luto: cada sociedad establece ritos y modalidades acerca de cómo se debe elaborar el
luto. Desde la demanda de visualizar la muerte a través de atuendos o estilos de vida hasta las formas más
actuales y urbanas de poco reconocimiento hacia aquel que realiza un duelo.
Gorer (1965) señalaba que los ritos de duelo debían evaluarse de una manera pragmática, en la medida que
permitan al sujeto cumplir con este proceso, tanto a nivel de la aceptación como de su ordenamiento temporal.
Marris (1974) agrega que los rituales de duelo permiten mitigar la separación, ya que por un lado le otorga la
posibilidad al duelante de darle valor al deudo, y por el otro le brinda la posibilidad de entender su pérdida. Sin
dejar de reparar en el valor social que suponen, haciendo de ese momento un espacio de contención y apoyo
generalizado, tanto al que imagina su propia muerte como al que realiza el duelo.
En la actualidad, y dentro de los centros urbanos, existe una tendencia que enfrenta la muerte de una manera
aséptica y casi como un error de la medicina que falló en curar a una persona. Esto la lleva a considerarla
como si fuese llamativa, extraordinaria o, como señala Ariès (1987), un accidente.
La modernidad consiguió que las vidas se alarguen y tengan menos pérdidas tempranas. Sin embargo, este
estado de las cosas no es más que la audaz transformación que produjo la inteligencia humana, aún cuando
la vida siga siendo finita y el costo de algunas prolongaciones pueda ir en detrimento de las búsquedas y
derroteros personales.
En cierta medida, pareciera haber una correspondencia entre esta actitud de desafío, que permitió tales logros
frente a la enfermedad y la muerte, con la carencia de estrategias que nos habiliten a darle un sentido a esa
condición de la existencia.
Esta sociedad, por lo contrario, ha producido una sensación de vergüenza hacia la muerte que, tal como lo
señala Gorer, resulta comparable con lo que el siglo XIX había establecido con respecto a la sexualidad; o un
rechazo lindante con el horror, es decir, de aquello que se presenta sin tamiz y que confunde lo macabro con
el lógico término de la vida. Todo esto determina que aquellos aspectos relacionados con el fin (desde los
duelos, los ritos, los velorios, etc.), se hayan limitado u ocultado al punto que resulta chocante hablarlo o
mostrarlo y que sólo reaparece insistentemente en la muerte espectacular, mencionada por Baudrillard (1978),
en la pantalla de la TV.
Esta particular sensibilidad hacia la temática reduce y a su manera quita recursos simbólicos para aquellos
que deben sobrellevar su propia expectativa ante la muerte y el proceso de duelo.
- La incidencia del género, educación y clase social: Las diferencias de género, educación y clase social
tienen importancia en la duración y los efectos del duelo en la vejez.
En dos investigaciones de tipo longitudinal de padres en duelo, mostraron que las mujeres tienen menores
niveles de salud mental que los varones, tomando en cuenta factores como auto eficacia y control.
Arbuckle y de Vries (1995) sostiene que el género también incide en la dimensión de la esperanza, en tanto
las mujeres sienten que el duelo interfiere más en sus planes que los varones. La explicación que brindan los
autores es que las mujeres mayores, por una cuestión de generación, estuvieron más dedicadas a los afectos
y a la vida familiar que los varones (Hansson et al., 1993; Lopata, 1993).
Arbuckle y de Vries (1995) hallaron que las mujeres también reportan mayores niveles de depresión, o para
Thompson et al. (1991), más síntomas depresivos que en los varones.
En nuestra cultura, resulta más aceptable para las mujeres hablar acerca de sus pensamientos y sentimientos
depresivos y mostrar su angustia que para los varones (Stroebe et al., 1988a). A esto se le agrega que las
mujeres expresan más fatalismo y más vulnerabilidad que los varones, lo cual podría depender de una mayor
creencia religiosa (McPherson, 1990) o de una expresión de género relativa a la expresión de las emociones.
Diferencias que se vuelven más visibles en las generaciones de los actuales adultos mayores, de más edad.
Hagestad (1985) describía a las mujeres viejas como cuidadoras familiares, comunicando y monitoreando las
actividades de los miembros de la familia, mientras que los varones, actualmente viejos, eran referidos como
los embajadores, que desarrollaban relaciones con la comunidad más allá de su familia. Posiciones que
inciden en los modos de ajuste al proceso de pérdida.
La educación emerge como un poderoso predictor en muchas variables del funcionamiento personal. La
investigación temprana ha sugerido una asociación positiva entre mayor educación y padres viejos en duelo
(Purisman & Maoz, 1977) y viudas mayores (Lopata, 1993). De hecho Lopata (1993) concluye que el grado
de educación puede ser una de las más influyentes variables, proveyendo una mayor habilidad para aclarar
problemas, para identificar recursos y para tomar acción hacia posibles soluciones.
Estudios sobre mejores ingresos (Schuster & Butler, 1989) y empleo (Faletti et al., 1989) estuvieron
relacionados con un mejor proceso de duelo en mujeres viudas adultas mayores. Diversos estudios sugieren
que el ingreso puede ser una variable primaria del bienestar psicológico y por ello incidiría en la calidad de los
duelos.
- La integración psicosocial del sujeto: los vínculos, las relaciones sociales (Riley, LaMontagne, Hepworth y
Park, et al, 1996), y el nivel de actividad pueden incidir positiva o negativamente en la resolución del duelo. Si
pensamos desde una perspectiva asociada a los roles que ocupamos y que pueden ser perdidos por los
duelos, el poseer mayor cantidad de roles permite apoyarse en otros que, a su manera, puedan suplirlos.
Asimismo las diversas formas de integración permiten que el sujeto pueda ir encontrando afectos, apoyos e
intercambios que habiliten nuevas formas de dar sentido al sí mismo.
- La capacidad psíquica previa: es el nivel de tolerancia que pueda tener un sujeto a lo largo de su vida para
afrontar determinados tipos de pérdidas. Dicha capacidad se relaciona con múltiples factores entre los cuales
se encuentran los eventos traumáticos, tales como pérdidas tempranas y sus modalidades específicas de
resolución a nivel familiar; la estructura psíquica o de personalidad que posibilita mayores o menores recursos
para resolver o elaborar estas situaciones, como por ejemplo en personalidades altamente dependientes.
- La significación del objeto perdido: es una continuidad del significado que tuvo el vínculo, con variantes
explícitas e implícitas. Por esta razón no resulta sencillo para el propio sujeto, ni para los otros, entender lo
que se ha perdido con un objeto en particular. La falta que puede producir no suele ser totalmente explicable
ni previsible, por lo cual los procesos de comprensión pueden redimensionarse a posteriori.
La posición de relativa dependencia del sujeto frente a dicho vínculo implica que no resulte banal su presencia
o su ausencia. De esta manera, la consecuencia de un duelo puede acarrear una transformación en el sí
mismo, lo que desde la noción de identidad narrativa, se denominó refiguración.
El sujeto encarna una cierta figuración del sí mismo que, ante la pérdida de un vínculo sufre una profunda
desestabilización. Dicho vínculo aseguraba, desde su interpretación4, sostén y afecto, una cierta validación del
sí mismo del sujeto.
Desde una perspectiva narrativista la posición del individuo se encuentra en un permanente interjuego entre
ubicarse como autor y lector de su propia vida, o sujeto y objeto en la relaciones con los Otros. Esto permite
ampliar los marcos de comprensión de este fenómeno, ya que implica que la pérdida no solo ponga en juego
la falta que produce el otro, sino la que el individuo producía en el otro. Dicha falta pone en duda todo aquello
que el individuo representaba en ese vínculo en términos de objeto de amor, deseo o valor.
Frente a una pérdida puede resultar habitual que el sujeto sienta que ya no tiene lugar o importancia. Por esta
razón la elaboración, o configuración, que va a tener que realizar el duelante es para quién va a resultar, de
ahora en más, objeto de amor, interés, preocupación, cuidado, deseo, valor, etc. Aquello que desde el
psicoanálisis supone considerar cómo el sujeto puede ubicarse como objeto causa de un deseo para el otro.
Las modalidades del vínculo tienen un inestimable valor para comprender las ligaduras específicas que
deberá desandar cada uno. El significado que se haya otorgado al otro y el significado que el otro haya
provisto al sujeto, de maneras más o menos conscientes o explícitas, resultan determinantes en este
momento de elaboración del duelo.
Dichos significados podrán implicar: niveles de dependencia o autonomía, modos de complementación,
intercambios a nivel afectivo, intelectual o de apoyos concretos, que incidirán en que el sujeto evalúe lo que
representaba para ese otro, con todas las posibilidades o limitaciones que ese vínculo contenía.
Todos estos significados, que engloban lo que el otro fue para el sujeto, como lo que el sujeto fue para ese
otro, ponen en juego la capacidad subjetiva de resolución. Esto implica que los tiempos y las formas de
aceptación resulten peculiares a dicha situación.
- La forma en que se produjo el suceso: las pérdidas inesperadas, tales como los accidentes; aquellos que
tuvieron un largo proceso por enfermedades con desarrollo largo e infructuoso, que pudieron haber producido
sentimientos altamente contradictorios hacia el fallecido; o las vivencias traumáticas, como los crímenes o
desapariciones, pueden generar modalidades particulares de resolución promoviendo más angustia, culpa,
horror, incomprensión, etc. Factores que podrán determinar que el duelo se complejice y se aletargue.
Diversos estudios señalan la incidencia negativa de las jubilaciones anticipadas y obligatorias. Tal como se
señaló previamente un duelo puede alterar el mundo de supuestos, lo que arroje al sujeto a un mayor nivel de
incomprensión o enojo con lo sucedido.
4
El término interpretación supone que la lectura que realiza el otro, en el marco de un vínculo, deviene en un posible significado del sí
mismo.
2.7 Resoluciones, cambios y continuidades
Siguiendo con la lógica que ordena este texto, podríamos señalar que, como indicamos al inicio, el poner foco
en los significados atribuidos al duelo, permite comprender el conjunto de respuestas emocionales,
conductuales y fisiológicas. Lo que permite indicar las causas por sobre los efectos, y determinar que
entendemos por las alternativas de resolución del duelo.
Si el recorrido de un duelo se basa en la construcción de significados a posteriori de una pérdida, no podemos
pensar que esto tenga un término absoluto, aunque sí qué el padecimiento pueda ir morigerándose en gran
parte de los casos.
Por esta razón, no sería adecuado pensar en cierres definitivos y sí, como lo señala Silverman y Klass (1996),
el duelo podría ser pensado como la continuidad de un vínculo, ya que como sostiene Anderson (1974) la
muerte marca el final de una vida y no el de una relación5.
Desde esta perspectiva, el duelo no es solamente la respuesta que alguna vez hubo a las relaciones
interindividuales, sino que se continúa en las múltiples resignificaciones que el duelante realiza de la persona
fallecida y donde el conflicto por encontrarle un lugar en la vida cotidiana sigue latente.
Si por resolución comprendemos el efecto de una cierta atribución de significado al otro que ya no está y al sí
mismo sin ese otro, definir cuándo termina un duelo resultaría una aporía. Sí podríamos pensar en
resoluciones entendidas en término de cambios en el vínculo y en el sí mismo.
Estas resoluciones podrían suponer tanto cambios permanentes, como otros que remitan con el tiempo;
cambios en relación a la perspectiva del otro y cambios en la identidad, así como padecimientos que cesen y
otros que continúen en grados y formas diversas.
Este planteo teórico nos llevaría a ampliar las posibilidades de recorridos como de los resultados. El estudio
de Weiss (1993), a partir del modelo del apego de Bowlby (1969, 1980), provee un marco para examinar los
múltiples aspectos que inciden en la adaptación a largo plazo luego de un duelo. Cuando se quiebran
relaciones de apego, como por ejemplo entre padres e hijos o entre parejas de manera permanente, se
producen transformaciones también permanentes. Éstas darían más lugar a pensar en una reorganización
personal o un cambio a nivel de la identidad, que en una recuperación. Por esta razón una de las formas de
comprender el final del duelo, no es como un retorno a una identidad anterior, sino como la recuperación de
cierto grado de eficacia personal, a la que Weiss (1993) define de este modo:
1. poseer el deseo y la capacidad de tener estímulos en el presente y encontrar desafíos cotidianos
adecuados;
2. experimentar confort psicológico, especialmente aquellos asociados a manejar los pensamientos relativos
al dolor de la pérdida;
3. sentirse gratificado frente a situaciones habituales y futuros eventos vitales, y
4. tener esperanza frente al futuro, entendida como una perspectiva positiva que permita planear y cuidar los
proyectos.
Morir de a dos
Como señalamos anteriormente al hablar del “efecto viudez”, en el duelo por la pareja hay más posibilidad de
enfermar o morir en las primeras etapas del duelo. Sin embargo existe una mayor frecuencia en adultos
mayores, aun cuando no sea tan significativa, de muertes seguidas del fallecimiento de un Otro (cónyuges
principalmente), sin una explicación biológica precisa.
La especulación que se ha realizado es que fueron parejas que armaron un sistema defensivo de a dos, con
fuertes identificaciones y proyecciones, que pueden dificultar la individualidad (Le Gouès, 1991). Por su parte
6
Freud en Duelo y Melancolía toma una observación de Otto Rank acerca de la relación narcisista del melancólico con su objeto, la
misma puede ser definida por una relación de similitud, con lo que fue, es o será, produciendo con su falta una carencia en el propio sí
mismo.
Lieberman (1989) sostenía que a mayor cantidad de tiempo transcurrido en una relación, las vidas se
entrelazan muy intensamente, lo que produce una gran dificultad vivir sin la otra persona. La falta del otro es
sentida como una alta vulnerabilidad personal que incide en el deterioro físico.
El incremento en adultos mayores del “efecto viudez” se debe para Callaway (2010) al efecto del estrés que
debilita el sistema autoinmune, afectando las defensas del sujeto frente a las infecciones y enfermedades en
un organismo más frágil.
- Las mujeres tienen una mayor capacidad de sobreponerse a estas situaciones que los varones aunque las
explicaciones que emergen de los resultados de investigación no son claras.
- A más edad hay más capacidad de Crecimiento Relativo al Estrés debido a la capacidad de aprender de las
experiencias y de la mejor regulación emocional que facilita el “efecto positivo” (Carstensen, 2002).
- La posibilidad de anticipación otorga una oportunidad para preverlo más temprano y reconstruir
potencialmente el mundo de supuestos. Así como el reconocimiento de la muerte como una posibilidad cierta
que a su vez permite reevaluar la importancia de los afectos.
- Los que perdieron un hijo encontraron como dificultad central el sentimiento de injusticia, luego las
emociones negativas como la desesperanza, frustración o tristeza y finalmente con la percepción de que no
hay futuro, el sinsentido y lo inmodificable de la muerte. Este grupo consideró importante, como medio de
recuperación primario, la creencia en otra vida con un subsecuente reencuentro, seguido del contacto familiar,
hablar de la muerte con alguien y finalmente los amigos.
- Los que habían perdido una pareja, hallaron como dificultades centrales: el hacerse cargo de muchas
responsabilidades, familiares y económicas, la soledad y perder las actividades conjuntas. Para este grupo la
base de recuperación fue la relación con la familia en primer lugar, los amigos en segundo término, y
finalmente la religión y pensar en el encuentro en otra vida.
Conclusión:
A través de este largo recorrido se buscó conocer las especificidades del duelo en la vejez. Para ello se
presentaron dos grandes teorías que explican este proceso, así como también se buscó precisar criterios
generales relativos a los tipos de pérdidas.
El objetivo fue poder ir más allá de miradas universalistas acerca del duelo, con tiempos fijos y fases rígidas,
dando cuenta de la variabilidad de circunstancias que sitúan este proceso y le otorgan grandes variabilidades
en su transcurso.
Sobre la base de cada una de estas características encontramos como la cultura incide en los modos en que
un duelo puede sobrevenir, entendiendo que sus significados y reacciones emocionales, no pueden aislarse
de otros fenómenos sociales y del momento del curso de la vida en el que toman lugar (Averill & Nunley, 1993;
Rosenblatt, 1993; Stroebe et al., 1993).
Este proceso incluye conocer sus efectos negativos y positivos, lo que permitirá incidir en la recuperación y el
apoyo de los duelantes adultos mayores.
Ejercicio:
A partir del siguiente texto desarrolle las ideas centrales que hagan referencia a los temas desarrollados sobre
el duelo.
“Soy Nora Morales de Cortiñas, cofundadora e integrante del movimiento de Madres de Plaza de Mayo- Línea
Fundadora. Tengo 69 años. Nací en Buenos Aires, Argentina. Parí dos hijos. Uno de ellos, Gustavo, está desaparecido.
No hace mucho tiempo atrás, murió mi esposo. Mi matrimonio duró 50 años. Yo fui una mujer tradicional, una señora del
hogar. Me casé muy joven. Mi marido era un hombre patriarcal, él quería que me dedicase a la vida familiar. En ese
entonces yo era profesora de alta costura y trabajaba sin salir de mi casa, enseñándoles a muchas jóvenes a coser. Vivía
todo muy naturalmente, como me habían educado mis padres.
Sabía de la militancia política de Gustavo y de su trabajo solidario en barrios humildes. El no nos ocultaba nunca nada.
Se casó siendo un muchacho, cuando estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad de Buenos Aires. Tenía 24
años, una esposa y un hijo muy pequeño. Lo desaparecieron el l5 de abril de l977. Salió una mañana fría y no llegó más.
Lo secuestraron en la estación de tren, mientras iba camino a su trabajo. Esa noche un operativo militar y policial allanó
mi casa, en donde estaba mi nuera. Afortunadamente, a ella no le hicieron nada. Fue un milagro teniendo en cuenta que,
en la mayoría de los casos, al no encontrar a la persona buscada se llevaban a cualquier familiar en represalia.
A partir de ese momento comenzó una larga peregrinación por encontrar a Gustavo. Enviamos cartas al Papa,
presentamos recursos de habeas corpus en los juzgados; recorrimos iglesias, dependencias oficiales, cuarteles,
morgues, organismos de derechos humanos y visitamos a políticos, periodistas, intelectuales, curas y militares. Sólo
queríamos que nos dijesen la verdad. Aunque, lo que relaté es lo único que pudimos saber de él en todo este tiempo.
Hasta ahora no tengo otra información.
Perder un hijo es siempre una tragedia pero hay que elaborarlo para no quedar prendida en ese laberinto y poder ayudar
a quienes están en la misma situación. La soledad nunca es una buena receta si se quiere saber la verdad. Siempre se
consideró que el duelo debía hacerse de puertas para adentro. Antes, las mujeres se encerraban en su dolor y quedaban
prisioneras de la angustia. Vivían la pérdida con resignación. Si no me equivoco, la escritora Nicole Loreaux es la que
cuenta que siempre existió una relación estrecha entre el duelo y las mujeres (51). Ella dice que en la antigüedad, el
duelo tenía lamento femenino pero la sociedad no la quería escuchar y el orden político no quería ser puesto a prueba
por ese grito de dolor. Por eso todo era intramuros.
Actualmente con los grupos, las mujeres se fortalecen, se sienten útiles y descubren que el horror es algo que no sólo le
pasa a ellas sino también a muchísimas otras. Todas tenemos puntos en común: fuimos madres y hemos perdido a un
hijo. Nadie suplanta al hijo que perdiste; pero cuando esa pérdida no fue por un accidente, por una enfermedad y
cualquier eventualidad, sino por haber sido secuestrado, torturado y después desaparecido su cuerpo, el dolor adquiere
otra dimensión. Pero también tenemos otras diferencias: al no estar el cuerpo es imposible hacer el duelo. Nos queda la
incógnita de ese cuerpo que nos niegan. Sin él, no podemos elaborar la muerte y darle la sepultura que se merece. Es el
ser y no ser. La angustia se transforma en letanía. Las preguntas no cierran y la tragedia tampoco cierra. Una se
interroga permanentemente. Nuestros hijos no están muertos. Están desaparecidos.
Cuando una madre encuentra el cuerpo de su hijo, lo deposita donde corresponde y, de alguna manera se conforma. Es
un hecho privado. En cambio, lo nuestro es querer hacer un duelo sin cuerpo. No nos conformamos y por eso es un
hecho político.
No quisiera competir en quien sufrió más, pero lo vivido por las Madres fueron violaciones a los principios más
fundamentales de los derechos humanos cometidos por el Estado, en manos de un gobierno militar terrorista.
Azucena Villaflor fue la que lanzó nuestra proclama inicial: "Todas por todas y todos son nuestros hijos" ¿Qué queremos
decir con esto? Es una promesa implícita de las Madres: nuestra lucha no es individual, es colectiva. A lo largo de estos
años, si no fuera por esta filosofía hubiese sido muy difícil afrontar tantas adversidades: varias madres murieron, otras
debieron criar a sus nietos por la desaparición de los padres. A algunas compañeras les desaparecieron todos sus hijos,
a otras les quitaron la posibilidad de criar a sus nietos, porque esos niños también fueron secuestrados junto con sus
padres y mantenidos en cautiverio, hasta que los asesinos de sus familiares se los apropiaron y después los registraron
con una identidad falsa. Sólo la fuerza que te da el conjunto permite seguir la búsqueda.
Nosotras ya no somos madres de un solo hijo, somos madres de todos los desaparecidos. Nuestro hijo biológico se
transformó en 30.000 hijos. Y por ellos parimos una vida totalmente política y en la calle. Los seguimos acompañando,
pero no de la misma manera como cuando estaban con nosotras: revalorizamos la maternidad desde un lugar público.
Somos Madres a las que se nos sumó un nuevo rol y en muchos de los casos no estábamos preparadas para ello.
Transmitimos algo más de lo que antes le transmitíamos a nuestros hijos: el espíritu de la lucha y el compartir otras
luchas. En fin, aprendimos a dar y a tomar. Esa necesidad por entender la historia de nuestros hijos fue la que nos
mantuvo enteras, la que nos llevó a ocupar espacios hasta ese momento desconocidos por nosotras.
También nuestro entorno familiar se alteró. Por ejemplo, mi marido me celaba y discutíamos bastante porque mi
independencia se iba fortaleciendo a lo largo de nuestro accionar. A veces, por miedo, él se ponía obcecado. Mi familia
estaba muy temerosa por mi suerte. Era frecuente que después de la ronda, terminásemos presas.
Yo tengo otro hijo quien después de la tragedia, creyó ser único. Sin embargo, con mi activismo pasó a ser invadido por
todos los otros hijos que buscamos. Yo viví durante muchos años la tensión de ser dos madres a la vez: la biológica y la
política. Al principio no me daba cuenta que tenía otro hijo, hasta que sus planteos cotidianos fueron un llamado de
atención. Ahora, él me ayuda, colabora conmigo, sin ser un activista. Pero no fue el único en la familia que sintió
abandono. Mi nieto, el hijo de Gustavo, me veía como una abuela "rara". La situación se fue revirtiendo a partir de los
comentarios elogiosos que hacían sus amigos sobre nuestras luchas. Al crecer él comprendió que, si yo no me ocupaba
de la manera que me pedía, era porque buscaba a su padre.
El 30 de Abril de l977, nuestro primer día, éramos muy poquitas y todas estábamos atravesadas por el miedo y la
angustia. Mientras averiguábamos por el paradero de nuestros hijos nos íbamos encontrando con mujeres y hombres en
la misma situación. Entonces comenzamos a juntarnos para descubrir las causas, para consolarnos. No nos unían
opiniones políticas ni religiosas sino la tragedia, la búsqueda incansable. Ahora bien, desde el inicio en vez de estar
quietas decidimos rondar. No obstante, durante los cuatro primeros meses de reuniones lo que hacíamos era estar
paradas. Las vueltas comenzaron casi por orden de la policía que nos hacía circular. La razón fue muy simple: como el
estado de sitio no permitía que las personas se juntasen en las calles se nos ocurrió caminar alrededor de la plaza. Fue
Azucena Villaflor la que propuso esa idea. Allí podíamos expresar nuestro dolor, nuestra angustia y la gente al vernos se
iba enterando de lo que estaba sucediendo.
Desde el principio siempre fuimos mujeres. Quizás, el horario elegido no permitió que los hombres nos acompañasen por
sus obligaciones laborales ¿Por qué elegimos jueves? Fue una decisión azarosa. Una madre contó que en la tradición
popular los días que se escriben con R traían mala suerte: entonces quedaba sólo lunes y jueves. El primero era
imposible ya que nosotras teníamos tareas pendientes del fin de semana por ser amas de casa. Por ejemplo, lavar la
ropa. Entonces decidimos por el jueves. Y en cuanto a la hora, se eligió el momento de mayor concentración de gente
justo a la salida de sus oficinas. Así fue nuestro comienzo: rondar los jueves a las 15,30.
Recién en l980, empezamos a usar el pañuelo blanco en la cabeza con el nombre y apellido del familiar desaparecido,
bordado. Fue en la peregrinación hacia la Basílica de Luján, convocada anualmente por la juventud católica. Era nuestra
oportunidad: la Basílica estaba repleta y, en especial, de jóvenes. Llevábamos folletos para repartir y frente a tanta
multitud debíamos identificarnos. Surge en su momento, como una forma de reconocernos entre nosotras. En realidad,
cuando comenzamos a utilizarlo no era un pañuelo sino un pañal de bebé; todas teníamos alguno en las casas por
nuestros nietos. Así, sin quererlo, fundamos el símbolo de las madres. La identificación del nombre del desaparecido
posibilitó que se acercaran aquellas personas que disponían de información sobre el paradero de nuestros hijos.
Tuvimos que acostumbrarnos a la vida pública, a las nuevas relaciones, a que nuestra intimidad ya no fuese la misma, a
viajar mucho, a tener otro lenguaje, a prepararnos para la discusión con gente del poder, a hablar en los medios de
comunicación y a ser reconocidas por la calle. Yo diría que nos hicimos mujeres públicas. Mi caso lo ejemplifica: de ser
un ama de casa, fui creciendo y capacitándome hasta lograr el título de psicóloga social. Ahora soy titular de la "Cátedra
Libre Poder Económico y Derechos Humanos", de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos
Aires.
Al principio muchísima gente nos miraba con cierto recelo. En los primeros años estábamos muy solas. Nadie rondaba
con nosotras. Teníamos inconvenientes con los otros organismos de derechos humanos, algunos de ellos estaban
integrados por gente de partidos políticos y tenían otras formas organizativas y otros compromisos. Incluso nos costó
mucho compartir ese espacio de resistencia con las feministas. Ellas comenzaron a venir a la Plaza de Mayo a principio
de los ochenta. A las Madres, estas nuevas ideas sobre el ser mujer nos producía confusión y temor y no siempre fueron
bien interpretadas. A muchas nos resultaba muy difícil descubrir el carácter patriarcal de la maternidad. Hay que
comprender que nuestra identidad como movimiento fue configurada a partir de ese rol tradicional.
De nosotras se desprendió un grupo de Madres que buscaban a sus nietos nacidos en cautiverio y así surgió la
Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, nucleadas bajo el lema "Identidad, Familia, Libertad”.
Nuestra causa ya no es sólo la búsqueda de nuestros familiares sino también la conquista por la liberación de las
mujeres, el respeto a la libre determinación del cuerpo, a las minorías de opción sexual, religiosas y culturales. Es
doloroso decir que el desprendimiento de la vida doméstica y privada y el salto a la vida pública se llevó a cabo porque tu
hijo/a está desaparecido/a. Pero ya no se vuelve atrás".
Este testimonio fue extraído del ensayo “El Movimiento de Madres de Plaza de Mayo” de Mabel Bellucci en Fernanda Gil
Lozano y otras (compiladoras) del ensayo Historia de las Mujeres en la Argentina. Tomo II. Editorial Siglo XX, 2000
3. La depresión
Una de las formas más claras en las que se expresa el dolor psíquico es la depresión. Tal como en los duelos,
nuestro objetivo no será explicar detalladamente todos los tipos de depresión sino presentar los síntomas más
evidentes, algunas caracterizaciones diagnósticas y ciertas distinciones para desde allí enfocarnos a la
depresión en la vejez, rastreando sus causas, sus pronósticos y ciertas alternativas terapéuticas.
Presentaremos una serie de enfoques y definiciones acerca de la depresión, aunque muchas de las
consideraciones ya realizadas en relación al duelo serán concebidas como factores que inciden en las
depresiones.
La clasificación que realizaremos en este texto pretende ser lo más amplia posible ya que incluiremos
síntomas propios de una depresión menor y mayor, así como de un episodio o un trastorno depresivo.
1. Estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, el sujeto se siente triste y vacío. Muchas veces
aparece el llanto y en otras ocasiones el deseo de llorar pero sin lágrimas. La depresión puede expresarse a
través de un estado de ánimo irritable.
2. Disminución acusada del interés o de la capacidad para el placer en todas o casi todas las actividades y
durante la mayor parte del día. Según se desprenda de las referencias realizadas por el propio sujeto o desde
la observación de los demás
3. Los trastornos en el apetito son constantes, pueden manifestarse por perder el apetito o incrementarlo
(especialmente ingiriendo azúcares o hidratos de carbono).
4. El insomnio o la hipersomnia son frecuentes.
5. La agitación o enlentecimiento psicomotores, sin ser meras sensaciones de inquietud o de estar
enlentecido.
6. La fatiga o pérdida de energía, siendo habitual el cansancio y la fatiga, incluso sin hacer ningún esfuerzo.
7. Sentimientos de inutilidad y culpa excesivos, con auto reproches, que pueden llegar a ser
inapropiados y delirantes.
8. Disminución de la capacidad para pensar y concentrarse, así como indecisión y falta de voluntad.
9. Pensamientos recurrentes de muerte, ideación suicida recurrente sin un plan específico o una tentativa
de suicidio o un plan específico para suicidarse
Estos síntomas provocan un malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas
importantes de la actividad del individuo.
- los síntomas no se deben a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (p. ej. una droga o un
medicamento) o una enfermedad médica (p. ej. hipotiroidismo o cáncer).
- los síntomas no se explican mejor por la presencia de un duelo (p. ej., después de la pérdida de un ser
querido);
- los síntomas persisten durante más de 2 meses y se caracterizan por una acusada incapacidad funcional,
preocupaciones mórbidas de inutilidad, ideación suicida, síntomas psicóticos o enlentecimiento psicomotor.
El curso y la duración de las depresiones es variable y dependerá, tanto de las características de la
personalidad de cada sujeto, como del contexto sociocultural donde se desarrolle.
Una de las primeras consideraciones de Freud al respecto, y a la que llama melancolía, es que la pérdida
que se produce es de naturaleza más ideal, es decir la pérdida no es fácilmente comprensible, aunque
la persona sienta que algo ha perdido o no sabe bien que es lo que ha perdido con ese objeto. De esta
manera la depresión o melancolía aparece como una pérdida de objeto sustraída a la conciencia,
diferenciándose así del duelo. La pérdida actual, aparentemente carente de valor como para generar tal nivel
de tristeza, cobra sentido en la medida en que resignifica una pérdida anterior que el sujeto no elaboro
adecuadamente.
Otra de las hipótesis de Freud es que el melancólico sufre un notorio empobrecimiento de su yo que se
refleja en una extraordinaria disminución de su autoestima. Freud dice “Se dirige amargos reproches, se
insulta y espera la repulsa y el castigo”. Esto nos lleva a considerar que su yo se identificó con el del otro y lo
castiga, razón por la cual se infiere que la pérdida se produce en su yo a nivel inconsciente y esto le dará una
particular connotación morbosa.
“Los reproches con los que el enfermo se abruma corresponden en realidad, a otra
persona, a un objeto erótico perdido, y han sido vueltas contra el propio yo. Sus lamentos
son acusaciones” (Freud,1981).
La relación morbosa establecida con su objeto al estar situadas en su yo producen múltiples auto reproches,
que en realidad son reproches al objeto, e incluso Freud sugiere, siguiendo esta sutil lógica, un suicidio es un
homicidio.
Es el diagnóstico más frecuente en las personas de edad y constituye un problema serio que entraña
el sufrimiento y el aislamiento social, una tasa elevada de suicidio y un aumento de la morbilidad y la
mortalidad (Hotin y Carrier,1997).
Esta patología está subdiagnosticada, se la trata poco, y muchas veces de maneras no adecuadas. Las
formas atípicas, enmascaradas, caracterizadas por quejas somáticas o por su coexistencia con síndromes
orgánicos complican su diagnóstico.
Resulta importante señalar que uno de los prejuicios más habituales consiste en calificar a todo viejo de
depresivo, probablemente por las representaciones sociales actuales de la vejez, ya que se considera
depresógena la idea misma de envejecer.
Debido a las creencias viejistas ciertos síntomas depresivos son confundidos con
“cambios debidos a la edad” o con síntomas físicos. Incluso la depresión puede ser
tomada como una consecuencia normal del envejecimiento.
Clínicos e investigadores creen con frecuencia que existen mayores tasas de depresión con la edad, pero la
evidencia empírica no apoya esta hipótesis. Existe suficiente evidencia que nos indica que hay más síntomas
depresivos en la vejez, pero estos se encuentran más relacionados con enfermedades terminales que con el
envejecimiento en sí, como por ejemplo las depresiones de personas con cáncer.
En un estudio realizado por Robins y Regier (1991) indican que sobre una población de 20.000 adultos la
prevalencia de depresión mayor fue de menos del 1% entre los mayores de sesenta y cinco años, en
comparación con los porcentajes de entre un 2 y 5% que presentaban personas adultas más jóvenes. Otros
indicadores señalan que la incidencia de la depresión en las personas mayores de 60 años que viven en la
comunidad es del 4 al 6%, cifra que se duplica entre los que viven internados 7. Pero sobre esta última cifra
podríamos argumentar que el vivir en una institución geriátrica tendría efectos depresógenos sobre el sujeto.
Cumming y Henry (1961), quienes forjaron la teoría de la desvinculación, suponían que el bienestar emocional
se enfriaba y no se regulaba bien con la edad. Sin embargo los procesos emocionales funcionan de modo
comparable en los adultos (jóvenes o mayores) y algunos sugieren que funcionan mejor en las
personas mayores. Estos describen sus experiencias de maneras más complejas y revelan mayor
control sobre sus emociones.
Los adultos mayores parecen tener tasas más bajas de todo tipo de psicopatología que los demás
grupos de edad. Un estudio reciente muestra que los mayores parecen vivenciar una mezcla de emociones
más compleja que los más jóvenes por lo cual es probable que indiquen sensaciones positivas y negativas.
Esto fue denominado "patetismo" que indica reacciones emocionales más diferenciadas, así como una
mejor regulación de las emociones que lleva a que los episodios de tristeza duren menos tiempo y que tengan
menor tendencia a que se desarrolle una depresión (Carstensen y otros, 2003). Esta perspectiva coincide con
la investigación que muestra que con el paso de los años disminuyen las depresiones pero aumentan los
síntomas depresivos (Mental Health, 1998, en Salvarezza, 2002), lo cual estaría dando cuenta de este modo
de regulación mental.
Los efectos que tienen las depresiones en las personas mayores también pueden resultar diferenciales. Existe
evidencia acerca de los efectos adversos de los síntomas depresivos sobre el sistema autoinmune (Fortes y
otros, 2003).
La depresión en la vejez puede producir deterioros sobre las capacidades cognitivas, que remitirán una vez
que la patología de base se cure. Uno de los cuadros que representa esta situación es la Pseudodemencia u
otros trastornos funcionales (del cual se hablará en el próximo capítulo) Dicho proceso genera que el primer
diagnóstico diferencial de la demencia se realice con la depresión.
7
Según Fernández Ballesteros y otros (1999) la cifra en internados se incrementa de una manera extraordinaria llegando hasta el 30 o
el 50% (no se especifican datos estadísticos)
3.4. Diferencias de género y edad
Las características de la depresión en la vejez, se diferencian por edad y género. Los viejos- viejos tienen más
posibilidades de padecer depresión que los más jóvenes, y las mujeres viejas-viejas más que los hombres del
mismo grupo etario. Los factores más relevantes fueron el estado de salud y capacidad física, la presencia de
redes sociales de apoyo (parejas, número de amigos) y la moral (sentido de la vida).
En el caso de los hombres es más habitual que mantengan su pareja hasta su muerte (por una cuestión de
menor longevidad que las mujeres y porque se casaron siendo más grandes que ellas), lo que implica un
mayor apoyo y sostén que en las mujeres.
Es importante remarcar que los síntomas depresivos en el hombre suelen estar más influenciados por la
pérdida de roles laborales, de capacidad física y de vigor, mientras que en la mujer aparecen más asociados
con la ida de los hijos, el no sentirse amadas o deseadas, etc.
Son múltiples las causas que explican el origen de las depresiones en los adultos mayores, desde las
explicaciones biológicas o asociadas a patologías específicas, hasta las causas psicológicas y sociales.
Señalaremos solo algunas de ellas, las cuales fueron verificadas por múltiples investigaciones.
Muchas de estas teorías podrían ser pensadas en conjunto ya que cuentan con interpretaciones similares de
esta problemática. Dividirlas implica darles un orden relativo a los fundamentos teóricos sobre los que se
fundamentan las investigaciones.
Los factores a considerar son la predisposición genética, la desregulación del eje hipotálamo-
hipofisiosubrenal, la disminución de la tasa de neurotransmisores, los déficits sensoriales, la presencia de
enfermedades físicas y la ingesta de medicamentos.
Las denominadas depresiones secundarias hacen mención a aquellas derivadas de una patología de
base. Las que más frecuentemente pueden producir un estado depresivo son el hipotiroidismo, el mal de
Parkinson, las demencias, los síndromes infecciosos y las afecciones cardíacas.
La gran ingesta de medicamentos que consumen los adultos mayores es otro factor que incide en la
depresión. Entre los que pueden producirlo se encuentran los antinflamatorios y los analgésicos; los
antiparkinsonianos, los cardiovasculares, los sedativos e hipnóticos, los esteroides y hormonas y los
estimulantes.
Una teoría que cuenta con una fuerte evidencia es la de los eventos vitales negativos . En un meta
análisis (Kraaij y col., 2002) se sugiere que entre las personas mayores no se deben subestimar los diversos
tipos de acontecimientos negativos ocurridos en su vida y particularmente tener en cuenta dicha situación
como dato que nos permita entender una mayor probabilidad de síntomas depresivos. Así también dentro de
esta teoría ubicaremos las investigaciones sobre los estresores y su relación con la depresión.
Hay una serie de investigaciones donde se presenta la mayor probabilidad de deprimirse en la vejez de
aquellos padecieron situaciones traumáticas tempranamente, como el haber vivido en campos de
concentración, ser sometidos a torturas, haber estado en guerras, etc.
Una de las suposiciones es que las pérdidas que se suelen transitar en el envejecimiento, tales como la
jubilación, inactividad, reducción de ingresos, enfermedades y duelos pueden conducir a que se desencadene
una aparición o exacerbación tardía de aquellas vivencias penosas de su vida, las cuales fueron interpretadas
como Síndrome de Estrés Post Traumático.
Otra línea de investigación muestra la correlación mutua entre los estresores actuales, los síntomas
depresivos y el modo en que se alternan mutuamente. Los estresores de la vida cotidiana han sido
ubicados como la primera causa de los síntomas depresivos y del sentimiento de vulnerabilidad.
Siguiendo estos estudios se ha tratado de verificar la relación entre los estresores de la vida y su incidencia en
el desarrollo de los posteriores síntomas depresivos. Entre los factores que surgieron se encuentran los
estresores crónicos, conectados con factores sociales, y los eventos negativos.
Los factores sociales más relevantes que inciden en el estrés de los adultos mayores, se encuentran
en las críticas y los conflictos interpersonales, producidos por las malas relaciones familiares, como
por ejemplo con esposos, compañeros, y con la familia (Cicarelli 1989) los cuales se vinculan con
procesos depresivos (Finch, Okun, Pool, Ruehlman 1999).
Otros estudios realizados en adultos mayores remarcan el hecho de la influencia que tiene sobre ellos el
propio proceso de envejecimiento, el cual puede ser visto como un factor de estrés.
Los adultos mayores que demostraron percibir negativamente el proceso de envejecimiento y ser altamente
influenciables a estos estresores de la vida cotidiana, se encuentran más propensos a desarrollar síntomas
depresivos. Otras investigaciones (Levy, 2002 y otros) demostraron que no solo puede producir depresión sino
que acorta el promedio de vida por el impacto psicosomático que produce.
Esta teoría aborda nuestra temática de una manera indirecta, aunque dándole un sentido en relación a los
criterios básicos que fundan sus presupuestos.
Carstensen (2003) considera que la importancia de los afectos en la vejez y las relaciones con pocas
personas pero significativas, deviene de la búsqueda de gratificación emocional más próxima que tienen los
adultos mayores.
La teoría de la Selectividad Socioemocional considera que cuando un sujeto considera que tiene menos
tiempo de vida, busca afectos más seguros que proporcionen gratificaciones más cercanas. Razón por la cual
los adultos mayores prefieren relaciones afectivas intensas que constituyen el motivo central del intercambio
social (Cartensen, Fung, Charles 2003).
Este tipo de relación puede iluminar ciertas áreas de vulnerabilidad para los adultos mayores a nivel
de su bienestar, ya que podrían volverse mas dependientes de ciertos otros. El hecho de querer
entablar pocas pero valiosas relaciones y que de estas dependa en gran medida su bienestar los hace
más vulnerables a las críticas (Carstensen 2003). Las cuales, como en la teoría anterior, suelen estar
asociadas a los síntomas depresivos.
Por esta razón la integración social está relacionada negativamente con los síntomas depresivos, y
cuanto mayor sea la integración social, menor el número de síntomas depresivos.
8
Estas teorías se expondrán tomando partes del artículo de Ramos Marilia y Wilmoth Janet: “O impacto das Relações Sociais dentro
da família, nos Sintomas Depressivos entre Idosos na Região Centro Oriental do Rio Grande do Sul, The Gerontologist Vol 58B N.4
July 2003.
Esta hipótesis ha sido corroborada en diversas investigaciones, las cuales nos muestran
que las relaciones sociales:
- están asociadas con el bienestar psicológico en la fase adulta y del envejecimiento,
particularmente cuando las condiciones de salud fallan y las limitaciones físicas aumentan
(Antonucci, 1990; House, 1981; George, 1996).
- moderan el estrés de los viejos con problemas de salud, de los viudos y de los que tienen
problemas financieros (Silverstein & Bengtson, 1994).
- permite que se sientan amados, más capaces de lidiar con los problemas de salud y
mejorar su autoestima (Cicirelli, 1990).
Una de las perspectivas que toma Ramos y Wilmouth es agregar la teoría de la Equidad, derivada de la teoría
de los intercambios sociales (Blau, 1964; Dowd, 1975), ya que los que sus autoras investigaron fue la
importancia de que los intercambios promuevan el beneficio mutuo.
Desde la Teoría de la Equidad el aspecto mas importante de una relación social es el balance de los
intercambios entre los actores, y donde los desbalances serían problemáticos.
Las evidencias resultan consistentes con las previsiones de la Teoría de la Equidad y refuerzan la idea
de que la salud mental, específicamente a nivel depresivo, resulta afectada negativamente por la falta
de interdependencia (desbalance en los intercambios) entre los miembros de una familia (Stoller, 1985;
Ramos, 1992).
Resulta importante considerar un hecho cultural que rescatan las investigadoras en relación a las diferencias
surgidas en los resultados entre EEUU y Brasil. En el primero la falta de apoyo de la familia se veía
compensada con el apoyo que brindaban los amigos, aliviando con ello los síntomas depresivos; mientras que
en el segundo los amigos no constituían un apoyo suficiente, como el de la familia, que pudiese aliviar los
síntomas depresivos en el adulto mayor. Este hecho da cuenta de las diferencias entre ambos pueblos y como
los síntomas psicológicos están correlacionados con criterios sociales.
Una de las formas más acusadas por las cuales los sujetos expresan haber comenzado con síntomas
depresivos es ante la falta de control que sienten por haber perdido fuerza física, belleza, capacidad,
etc. y creer que no pueden manejar su vida tal como lo hacían previamente.
Las limitaciones psicofísicas, económicas y sociales, parecen dejarlos expuestos a un sentimiento de
desprotección que los lleva a temores generalizados, una fuerte evitación ante diversas actividades y un
sentimiento de inadecuación frente a cualquier tipo de proyecto personal que suele presentarse como
síntomas depresivos difusos.
Esta pérdida de control se encuentra íntimamente relacionada con la sensación de pérdida de reconocimiento
y de validación externa. Razón por la cual el fortalecimiento externo puede permitir que el sujeto recupere una
sensación de capacidad que le permite reorganizar proyectos personales.
3.5 Conclusión
Todas estas teorías o formulaciones desde donde se realizan investigaciones o prácticas clínico terapéuticas,
permiten interpretar y conocer mejor las diversas lecturas que se pueden realizar sobre la vejez, lo cual
redunda en mejores y más atinadas propuestas de abordajes psicológicos y sociales. Vale volver a recordar
que las teorías psicoanalíticas utilizadas para explicar el duelo pueden ser utilizadas para explicar ciertos
aspectos de la depresión.
3.6 Tratamientos
El tratamiento de la depresión implica el apoyo en tres grandes ejes: la psicoterapia, las redes de apoyo social
y el farmacológico. Cada uno de estos debe ser evaluado a la hora de pensar su terapéutica, tomando en
cuenta la prevención, el tratamiento y la rehabilitación. Cada paciente supone una suma de circunstancias que
deberemos atender y donde la edad va a ser uno de los datos implicados pero no el único.
Claudia Arias nos indica que “La evaluación y mapeo de la red de apoyo social constituye una
herramienta primordial en el trabajo con adultos mayores. Brinda información detallada de los
sostenes de que disponen los adultos mayores, permitiendo conocer de antemano si es factible que la
red pueda responder adecuadamente y brindar los apoyos suficientes frente a situaciones críticas o a
problemáticas ya sean puntuales o que se extiendan en el tiempo. En este sentido la evaluación de la
red puede aportar información valiosa en la elaboración de un diagnóstico prospectivo”10:
La depresión requiere dicha evaluación y mapeo por parte del rol profesional. Esta patología plantea riesgos a
la hora de pensar un tratamiento, razón por la cual la evaluación y el mapeo deben ser muy bien hechos ya
que de lo contrario deberíamos pensar en una internación transitoria o diurna si el cuadro así lo requiriese.
Más allá de las situaciones de mayor peligrosidad los profesionales debemos promover, cuando existan
situaciones de carencias afectivas o de encuentros sociales, nuevas redes sociales, ya sea de amigos o
grupos.
9
Arias, C.; Soliverez C., Goris Walker G., Scolni, M.; Miranda C. y García A.: “Análisis de la integración y participación comunitaria
de los beneficiarios de los SIFIASAM en relación a la satisfacción vital en la vejez” en Golpe, L. y Arias, C. (2005) Sistemas
Formales e Informales de Apoyo Social para los Adultos Mayores Aportes de una investigación científica al campo de la
Gerontología Institucional Ediciones Suarez, Mar del Plata.
10
Arias C. “Composición de la Red de Apoyo Social de Adultos Mayores: Vínculos Familiares y no Familiares” en Golpe, L. y Arias,
C. (2005) Sistemas Formales e Informales de Apoyo Social para los Adultos Mayores Aportes de una investigación científica al
campo de la Gerontología Institucional Ediciones Suarez, Mar del Plata.
Las opciones psicoterapéuticas disponibles en la actualidad son múltiples. Desde las psicoanalíticas hasta
las de orden cognitivo-conductual, aun ofreciendo lecturas diferentes acerca de la cura, permiten la
elaboración y superación de la problemática. Los enfoques individuales o grupales son importantes de
determinar en relación a una serie de factores tales como la mayor gravedad, donde los primeros pueden ser
más útiles y aplicables, así como las demandas específicas y conocimientos sobre el tema de las personas
atendidas. Los grupos terapéuticos tienen una función muy importante en depresiones menores y en personas
que carecen de intercambios sociales positivos.
A nivel farmacológico resulta necesario tener en cuenta las seis reglas de la farmacocinética que regulan la
elección de un antidepresivo. En el cuerpo humano los cambios estructurales y funcionales que acompañan al
envejecimiento tienen por consecuencia modificar la farmacocinética de los psicotrópicos, entre los que
aparecen los antidepresivos.
De este hecho, los efectos secundarios, las interacciones medicamentosas y los riesgos de toxicidad resultan
aumentados. Estos cambios sobrevienen en 5 niveles (Hottin y Carrier, 1997):
Farmacocinética:
- La absorción: se encuentra poco influenciada por la edad, pero si por la toma de otros medicamentos.
- La distribución: los antidepresivos son liposolubles a la masa grasosa, proporcionalmente más grande según
la edad, de lo que resulta un aumento del volumen de la distribución, lo que favorece la acumulación del
medicamento.
- La unión a las proteínas es fuerte por los antidepresivos. La disminución de la albumina y la competencia con
los otros medicamentos en los sitios de unión modifican la fracción libre de los antidepresivos.
- El metabolismo: el cambio del metabolismo hepático disminuye la rapidez de eliminación y prolonga el
tiempo de acción de los antidepresivos, favoreciendo de esta forma una mayor incidencia de los efectos
secundarios.
- La función renal disminuye con la edad lo que genera una acumulación de metabolitos activos que aumentan
los efectos secundarios.
2- Reacción anterior: Una reacción anterior, personal o familiar, positiva o negativa, es una buena guía. De
todas maneras hace falta juzgar la dosis recibida y la duración del tratamiento.
3- Coexistencia de condiciones médicas: La presencia de ciertas enfermedades físicas puede orientar la
elección del antidepresivo.
4. Medicación global: en las personas mayores que toman muchos medicamentos, es preferible disminuir el
número, racionalizando el uso y reemplazando aquellos que pueden causar depresión y tener en cuenta las
interacciones medicamentosas.
5. Síntomas indicadores: la presencia de un enlentecimiento psicomotor importante o, a la inversa, de una
ansiedad muy marcada, podrá orientar la elección en función de las propiedades sedativas de los diferentes
antidepresivos; toda vez que se trate de un criterio más teórico que práctico.
Características y efectos secundarios: los antidepresivos se dividen en 5 grandes clases: los tricíclicos y los
heterocíclicos; las triazolopirimidinas; los inhibidores de monoamina oxidasa (reversibles y no reversibles), y
los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina.
Son las ventajas y desventajas de cada uno lo que determinará la elección más apropiada en función de la
condición de cada paciente.
En una investigación publicada por Gum y otros (2006), se exploran las preferencias de las personas mayores
frente a los tratamientos para la depresión, indagando las representaciones sociales acerca de la enfermedad
y la eficacia de los tratamientos en este grupo etario. Esta investigación realizada en EEUU indica que la
mayoría de los pacientes prefieren el tratamiento psicológico frente al medicamentoso, siendo la experiencia
previa el principal indicador de esa elección. La medicación fue elegida principalmente por los hombres, y en
aquellos con depresión mayor, frente a los que tienen una depresión menor.
En otra investigación dirigida por Lawrence y col. (2006) se exploró el modo en que las personas mayores de
diversas regiones del mundo (Reino Unido, Antillas, e India) comprendían la depresión. Los diversos
significados atribuidos reflejaron concepciones sobre las que los sujetos construían una idea de enfermedad,
preocupación, causación y desde allí inferían tratamientos posibles.
Ambas investigaciones nos indican la eficacia simbólica, entendida como las creencias con las cuales
las personas construyen, individual y socialmente, sus padecimientos, lo que determina que nuestros
tratamientos (incluyendo los farmacológicos) no deben dejar de tener en cuenta estos conocimientos
para contribuir a la mejor terapéutica.
Todo esto nos lleva a pensar en un profesional con una comprensión más amplia sobre su sujeto que pueda
articular diversas formas de conocimientos, valores culturales, estilos de vida y saber contar con recursos
teóricos e interdisciplinarios que puedan alcanzar la efectividad requerida por cada sujeto.
4. La Ansiedad11
El psiquiatra suizo Jean Wertheimer (1997) lo define como un afecto caracterizado por tres órdenes de
fenómenos:
1- el sentimiento de un peligro inminente, el temor de algo indefinido o desconocido.
2- una actitud de espera frente al peligro.
3- el desconcierto por la incertidumbre en la experiencia vivida o anticipada de algo que se encuentra oculto.
La ansiedad se acompaña de fenómenos somáticos, en parte de naturaleza neurovegetativa. La sensación
física se define como angustia (opresión en el pecho), mientras que la ansiedad es fundamentalmente
psíquica.
La ansiedad puede ser flotante, es decir desprovista de un factor detonante, o puede estar asociada a fobias
definidas, como el temor persistente e irracional de un objeto, de una actividad o de una situación que detona
un deseo compulsivo.
Este problema es caracterizado por un sentimiento continuo de tensión y de aprehensión, una tendencia a
subestimar y a denigrar, un miedo a ser criticado o rechazado, un evitamiento de los contactos sociales y
profesionales por miedo a ser desaprobado.
11
Los apartados que continúan están basados en el texto de Wertheimer, J. « Anxiéte, Hypocondrie, Troubles de la Personnalité et
Troubles Délirants en Arcand y Hébert (1997) Précis Pratique de Gériatrie Deuxième Edition Edisem Maloine Canadá, y contienen
algunos comentarios personales y extractados de Krassoievitch.
7- la vida social: el corte con la vida social, la perspectiva de discapacitarse, las miradas prejuiciosas sobre la
vejez llevan a que la imagen de si se ponga en duda y se vea de un modo negativo. Particularmente la
entrada en una institución geriátrica u otros hechos que arrebatan el sentido del control personal pueden ser
altamente ansiógenos.
Cath (1965) describió la “ansiedad por vaciamiento”, en la que el viejo percibe la amenaza de una
aniquilación total, porque siente que su sí mismo interno se vacía gradualmente en tanto que van
desapareciendo los objetos externos y se pierde la capacidad operativa para resolver este estado
(Krassoievitch, 1993)
La ansiedad es frecuente en la vejez, aunque sus modos de expresión y duración sean variables. Su clínica
de base no tiene diferencias por edad aunque cuenta con algunos rasgos particulares.
Preocupaciones subjetivas: resultan de un sentimiento de vulnerabilidad y conciernen a temas que tocan la
integridad en los dominios de la salud, del cuidado de los bienes, de la propia persona y de los seres queridos.
La ansiedad suele ser frecuente detrás de un queja de memoria.
Síntomas somáticos: Además de los que se producen en todas las edades, de naturaleza neurovegetativa,
como la taquicardia, el temblor, la inestabilidad motriz, se escucha a menudo quejas por nauseas, disfagia,
constipación, la sensación de tener la garganta cerrada, la opresión toráxica o la impresión de la cabeza
vacía. El sueño puede estar perturbado, manifestándose en la dificultad para dormir y las pesadillas.
Consecuencia comportamentales: Los comportamientos de evitamiento predominan. El repliegue en los
hábitos y en la rutina, forman parte de los mecanismos y evitan las confrontación con situaciones nuevas. Las
fobias específicas son más raras en la vejez, aunque es más habitual la agorafobia. Uno de los
comportamientos típicos son las iniciativas abortadas, es decir se proyectan cosas que difícilmente vayan a
realizarse.
Los viejos suelen referir su preocupación por cuestiones concretas y en gran medida la ansiedad se
vuelve muy clara en la lucha por el control de las situaciones que el sujeto enfrenta.
Ansiedad secundaria:
La ansiedad puede ser el resultado de múltiples cuadros entre los que se destacan los comienzos de las
demencias, frente a la toma de conciencia de la aparición de problemas. En el delirium, por ejemplo, la
ansiedad es uno de sus síntomas y está ligada a una percepción caótica de la realidad.
4.4. Acercamiento clínico:
Abordaje terapéutico:
Es necesario considerar tres dimensiones básicas: La psicoterapia, el apoyo social, teniendo en cuenta el
apoyo familiar y comunitario así como los programas socio-recreativos y por último el tratamiento
medicamentoso.
5. La Hipocondría
El problema hipocondríaco que se observa tanto en el hombre como en la mujer sobrevienen generalmente
después de los 50 años. El enfermo está convencido que está afectado, o tiene posibilidades de estarlo, de
una o varias enfermedades. Expresa quejas múltiples, repetidas, a menudo alimentadas por sensaciones o
signos físicos normales o anodinos. La ansiedad y la depresión pueden acompañar este cuadro.
En los reportes del entorno el paciente se muestra dependiente y tiránico, sus innumerables quejas son
acompañadas de actitudes defensivas hacia los próximos como la indiferencia, la agresividad o el abandono.
La queja hipocondríaca no excluye que haya enfermedades reales, particularmente en personas mayores
donde puede haber una pluripatología.
Muchos estiman a la hipocondría como un síntoma de la depresión por la atención exagerada al cuerpo y su
funcionamiento, así como la detección de trastornos en la esfera somática. Sin embargo como veremos
existen otras posibles causas, lo que nos lleva a presentarlo separado hasta que haya evidencias más ciertas
de su origen.
También es válido considerar que socialmente pareciera haber un aliento a la queja por la vía somática de las
personas mayores. Por un lado por la fuerte biomedicalización de la vejez y por el otro porque el trato afectivo
con los mayores suele estar referido a sus enfermedades, convirtiéndose estas en un código por el cual se
establecen intercambios con los otros.
Según Krassoievitch (1993) la hipocondría tiene una alta función adaptativa: ya que le permite
desplazar a la ansiedad hacia una enfermedad imaginaria que pareciera darle un papel más aceptable
socialmente; por otro lado permitiría una expiación de sentimientos de culpa por el malestar que siente
con su entorno, y por último implicaría un goce autoerótico por los cuidados corporales que se brinda.
Conclusión
A lo largo de estas páginas hemos recorrido una serie de problemáticas y patologías que inciden en
el dolor psíquico en el envejecimiento y vejez.
Las teorías abordadas son múltiples buscando que cada una de ellas permita repensar las prácticas
y las situaciones concretas que se presentan en la clínica.
El dolor psíquico en esta etapa vital no resulta exclusivo aunque si pudimos notar que tiene
características particulares, relativos a los contextos sociales y culturales, a los cambios
biopsicológicos que suceden y a las peculiares circunstancias vitales.
Guía de Trabajo Nº 9: A partir de la lectura de las siguientes viñetas clínicas responda las
preguntas que se encuentran a continuación teniendo en cuenta los contenidos del capítulo.
Caso Berta
1º Entrevista: Se presenta en el hospital tres hermanos para consultar por su madre. Estos están
casados y desde la muerte de su padre la mamá vive un tiempo en cada casa. Los hijos la
encuentran triste, angustiada y por momentos desorientada. No se maneja sola como lo hacía
anteriormente. Temen que tenga “algo en el cerebro”. Juan (uno de los hermanos) piensa que de
seguir así, habría que internarla en un geriátrico. Sus dos hermanos se oponen y le dicen que si le
molesta tanto que no vaya más a la casa de él. La situación se tensa y se promueve una fuerte
discusión. El psicólogo pregunta porque no trajeron a la madre, a lo que responden que querían
explicar mejor lo que pasaba y que si estaba ella... se podía sentir mal. Ella hay muchas cosas que
no sabe, “mi papá, cuenta Mabel, le metió los cuernos toda la vida incluso tenemos hermanastros”.
2º Entrevista: Entra Berta, una señora de 75 años, caminando despacio, desganada y comenta que
ella no quería venir, que la trajeron sus hijos. Cree que su problema es de presión y que con
calmantes, ya se le va a ir. Siente que ya es vieja y que la vejez es así.
El psicólogo le pregunta por qué accedió a venir. Ella responde: “por mis hijos” y posteriormente
aclara: “también por miedo a que me manden a un geriátrico... a veces pienso que estoy loca (llora).
Cuenta que hace dos años perdió a su marido que anduvo bien el primer tiempo y después al año
empezó a andar de mal en peor. Apenas se fue él me llevó mi hija menor, la Mabel, y después mis
otros hijos, estoy una o dos semanas en cada casa.
“No puedo dormir bien, tengo pesadillas, a veces prefiero no dormir. Está siempre él y me acuerdo,
me parece que podría haber sido diferente, que se yo...” El psicólogo le pregunta: ¿Por qué, a qué se
refiere? Ella relata lo siguiente: “Cuando él murió yo no estuve, justo me había ido a visitar a una
hermana en Entre Ríos, más que a visitar a cuidar porque estaba enferma. Él, en ese momento,
estaba bien. (...) Pero justo se cayó y lo de la presión se complicó todo, Juan no me lo perdona, eran
muy compinches. Juan dice que si me hubiese quedado, que yo siempre tiraba por los míos...”
Más adelante describe su situación de este modo: “Por momentos me parece que me estoy
volviendo loca, salgo a buscar algo y no se que busco, camino y a veces me confundo donde estoy.
Por momentos siento que lo tengo adentro mío, me está volviendo loca” (llora).
3º Entrevista: “La relación con el Aldo (marido) no era fácil, era de carácter fuerte y a los 70 años
me vengo a enterar que me había hecho los cuernos toda mi vida, no se porque me lo contó, que
hasta tenía otros hijos con ella. Venía a casa como por favor, ojo que mis hijos no saben de esto.
Ellos me decían que lo deje porque no estaba nunca, que para que lo quería. Juan no. Pero yo
siempre fui temerosa como me las iba a arreglar sola...”
“No me manejo bien, el otro día fui de Juan y él siempre con eso del padre y le juro que le estaba por
decir, pero me callé. Salí a dar una vuelta y en un momento me confundí no sabía si era la calle de él
o la de mi hija, me puse a llorar como una tonta y no me acordaba la dirección, me aparecía la de mi
hija solamente”.
Preguntas
¿Qué aspectos (signos, síntomas, situaciones vitales) le parecen relevantes en este caso para
arribar a un posible diagnóstico?
Construya un diagnóstico diferencial de Berta en la actualidad, mencionando tres patologías posibles
(entre ellas la que considere correcta).
¿Cuáles serían los tratamientos posibles para este caso?
Fundamente las respuestas desde los textos de la cátedra.
Caso Isabel:
Isabel es traída a la consulta por su familia (hijas y esposo) ya que se encuentra preocupada por
problemas de salud permanentes. En la última semana fue atendida por más de 12 médicos, entre
visitas programadas y atención de urgencia.
Su queja es estrictamente somática y niega cualquier otro contenido psicológico, tal como los últimos
médicos que visitó le vienen diciendo.
La sensación que la preocupa es cierta inestabilidad en su marcha y su frase es: “sino no tengo
alguien que me acompañe me caigo”, más allá de que solo una vez le ocurrió ante una baja de
presión, hace ya más de dos años.
Por momentos siente que su cabeza se vacía, no puede levantarse, y siente miedo de que algo peor
ocurra. Esta situación la lleva a la urgencia médica.
Los diversos estudios que le realizaron, desde el clínico hasta el neurólogo o el cardiólogo, no
hallaron ningún elemento que de cuenta de esta sensación.
Isabel tiene una historia de depresión y cierto nivel de alcoholismo, ambos cuadros parecen haber
terminado conjuntamente con la aparición de las preocupaciones corporales. Esto Isabel lo
desconoce así como tampoco acepta que tuvo accesos depresivos que la llevaban a la cama durante
días o que consumía alcohol.
Preguntas
¿Qué aspectos (signos, síntomas, situaciones vitales) le parecen relevantes en este caso para
arribar a un posible diagnóstico?
Construya un diagnóstico diferencial de Isabel en la actualidad, mencionando tres patologías
posibles (entre ellas la que considere correcta).
¿Cuáles serían los tratamientos posibles para este caso?
Fundamente las respuestas desde los textos de la cátedra.
Caso León:
León llega acompañado por su esposa, quien refiere que él se encuentra preocupado y tenso. En los
últimos días no puede conciliar el sueño, o se despierta intermitentemente, piensa que no le va a
alcanzar el dinero (más allá de estar en buena situación económica), cualquier inconveniente de la
vida cotidiana lo altera.
Teme por la seguridad, desde hace días no sale de su casa y su esposa dice que:”anda como un
perro enjaulado”. Compró un sistema de alarmas para el departamento y mira permanentemente por
la cámara del edificio por si llega alguien.
León dice que se obsesiona mucho pero que la situación es grave y me dice: “¿no mira los
noticieros?”.
Su esposa opina que desde que se jubiló no sabe qué hacer y controla todo, pero que desde que la
última hija se fue de la casa está más tenso que nunca y tiene miedo por todo.
Preguntas
¿Qué aspectos (signos, síntomas, situaciones vitales) le parecen relevantes en este caso para
arribar a un posible diagnóstico?
Construya un diagnóstico diferencial de León en la actualidad, mencionando tres patologías posibles
(entre ellas la que considere correcta).
¿Cuáles serían los tratamientos posibles para este caso?
Fundamente las respuestas desde los textos de la cátedra.
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