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LA NACION | SOCIEDAD | PROVINCIA DE BUENOS AIRES

Pablo Acosta, el pueblo de 28


habitantes que se reactiva con
los sabores criollos de un
almacén

El Viejo Almacén, en el paraje Pablo AcostaCrédito: Leonardo Natale


Una familia se mudó a este manso paraje, ubicado sobre la ruta 80, en el
partido bonaerense de Azul, para apostar al turismo rural y la
gastronomía
Leandro Vesco SEGUIR
6620 de diciembre de 2017 • 18:12

Pablo Acosta siempre soñó con ser un pueblo. Sus 28 habitantes


viven sobre un reservorio de agua mineral que podría dar este
recurso por 300 años. Y cuentan que cuando el ex presidente
Fernando De la Rúa salió con el helicóptero de la Casa Rosada en
2001 y nadie sabía dónde podía estar, en realidad estaba acá, en el
almacén que una familia restauró y que, apostando por el turismo
rural y la gastronomía, logró reactivar el paraje serrano donde las
formaciones rocosas más antiguas de la Tierra son el telón de
fondo de un paisaje encantador.
Pablo Acosta está en el partido de Azul, sobre la 80, una ruta
olvidada y poco transitada, de las tantas que tiene la provincia de
Buenos Aires. El camino cruza el cordón serrano Boca de Sierras,
una Reserva Provincial, una Base Naval de la Armada, un
Monasterio Trapense y hasta un arroyo, el de Los Huesos. El dorado
de los trigales contrasta con los cerros y con el tempranero maíz.
En una lomada se ve a lo lejos una antigua antena telefónica que
ya no presta servicio, un puñado de casas y una tupida arboleda.
El paisaje es íntimo, atrae. Una centenaria esquina que parece
estar pintada sobre ese horizonte es el motivo por el cual el pueblo
no desapareció: El Viejo Almacén, rosa de los vientos donde los
sabores criollos y la tranquilidad conviven en solitaria armonía.
"El pueblo tiene 28 habitantes, pero hemos llegado a convocar a
600 personas en el almacén. Nosotros vivíamos en Azul, pero
decidimos cambiar de vida. Sabíamos de este lugar, le propusimos
al dueño un plan de restauración y aceptó. Nos pusimos a trabajar
toda la familia y nos ayudaron muchos amigos", explica Viviana
Coluccio, técnica en Turismo, que junto a Fabián Vendemila y sus
cuatro hijos lograron refundar el único patrimonio original de un
pueblo al que le demolieron hasta la estación de tren.

"El pueblo llegó a tener 500 habitantes, pero nunca se fundó. La


estación fue la última en inaugurarse en Buenos Aires, y la
primera en cerrarse, en 1969. Por alguna razón pidieron su
demolición y costó tres meses en borrarla del mapa. Cuentan que
no podían partir los cimientos... ¿Por qué la mandan a demoler?
Nadie lo sabe", indaga Viviana.

Un mojón en el mapa
Las empanadas, una de las
especialidades de El Viejo Almacén Crédito: Leonardo Natale
"El Almacén es el único sitio histórico de un pueblo desaparecido -
dice-. La restauración llevó mucho trabajo, nos ayudaron amigos
de Azul. Queríamos tomarnos cuatro años, pero cuando nos
dieron las llaves había programada una carrera de bicicletas que
largaba en el almacén y nos pedían servicio de comida. No
pudimos decirle que no", recuerda.

Esta esquina fue siempre un mojón en el mapa y en el sentimiento


de quienes caminan estas huellas serranas. En un mes tuvieron
que hacer el trabajo de años. Todo Azul les dio una mano: la
cooperativa eléctrica, la luz; una distribuidora, mercadería. El día
de la carrera llegaron 600 personas. "Nos quedamos sin comida",
cuentan. Ahí es cuando la figura de Fabián entró: "¿Qué es lo que
hace una persona cuando va al campo? -se preguntó-. Come un
asado".


El Viejo Almacén - Pablo Acosta
2:48

Justamente ese mediodía Fabián estaba haciendo un asado para


su familia, pero terminó ofreciéndoselo a los primeros clientes. El
secreto se había desnudado: "La comida que hacemos para
nosotros, es la que ofrecemos", sostiene ahora este cocinero
innato, que estudió en el campo asando todo tipo de carnes desde
que tiene uso de memoria.

Nadie olvida el sabor de un cordero tierno, o de un vacío en su


punto, hecho con paciencia. Esos aromas no se borran, y menos
cuando el horizonte se extiende cientos de kilómetros. Después de
esa apertura, jamás volvieron a cerrar. Para completar la liturgia
sibarita, construyeron dos cabañas debajo de la sombra de
serviciales árboles. La recuperación estaba germinando y, con los
años, creció.

Viviana Coluccio, Fabián


Vendemila y sus cuatro hijos Crédito: Leonardo Natale
"El Viejo Almacén de Pablo Acosta", como se lo conoce, atrae a
gente de todos lados. "Quien viene acá busca evadirse. Las
familias que viven en las ciudades no hacen comidas elaboradas,
son más bien rápidas. Acá nuestra cocina está ligada a las recetas
de la abuela y a lo que comen las personas de la zona", cuentan. El
recetario incluye vizcacha, mulita, jabalí, carpincho, lechón,
cordero y carne de vaca al asador.

Hitos y relatos
Debajo del paraje hay un río de agua mineral encapsulado. Según
el INTI, hay reservas para 300 años. "Parece mentira, pero te
podés bañar con agua mineral", dice Viviana. También
recomienda venir con tiempo, porque acá las agujas del reloj se
mueven lentamente.

Las caba?as son una de las


apuestas para incentivar el turismo rural Crédito: Leonardo Natale
Pablo Acosta tiene hitos en su historia. A unos cuantos kilómetros,
por la misma ruta 80, está la Base Naval Azopardo, donde estuvo
presa María Estela Martínez de Perón. "Todos los libros de la
biblioteca de la Base están cocidos por ella, la hicieron trabajar",
apuntan. Siguiendo por la misma ruta se halla el Monasterio
Trapense, donde un grupo de monjes hicieron voto de silencio. Se
rigen por las normas creadas por San Benito en el siglo VI. Carlos
Saúl Menem, cuando era presidente, decidió hacer allí un retiro,
pero a los pocos días los Monjes lo invitaron a retirarse, porque la
paz del lugar se vio invadida por periodistas.
Y el Viejo Almacén fue testigo directo de un hecho que marcó la
historia argentina. Cuando el ex presidente De la Rúa abandonó
en helicóptero la Casa Rosada, voló hasta la estancia Santa Rosa, a
metros de Pablo Acosta. "Una tarde llegó De la Rúa con dos
custodios, quiso comprarse un par de alpargatas, pero buscó en su
bolsillo y no tenía plata. Uno de los custodios se las tuvo que
pagar", cuentan.

Pablo Acosta volvió a vivir por el esfuerzo de una familia. La idea


enamora, y hacen lo posible por contagiarla. "Acá podemos vivir
del turismo. Es una elección de vida, poder criar a mis hijos en un
lugar así es la mejor decisión que hemos tomado", concluye
Viviana entusiasmada.

Por: Leandro Vesco

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