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Es muy importante entender la situación real del hombre natural, es decir, del hombre
sin Cristo.
La gran tragedia del ser humano sin Dios, es la de no conocer su situación real ante
Dios.
Por lo general, el hombre sin Dios vive en la vida según su creencia: o bien creyendo
que esta vida es todo lo que hay, y que después no hay nada; o bien creyendo los
postulados de su religión particular.
Si nos damos cuenta, el hombre no deja de “creer”; eso es innato en él, puesto que es un
ser espiritual. Por tanto, le sería muy beneficioso prestar atención y tomar en cuenta lo
que el verdadero Dios ha dicho a través de Su libro, la Biblia.
La Biblia, el libro de Dios, en definitiva dice dos cosas que deberían ser del
conocimiento de todos los hombres:
El hombre natural, es decir, el hombre sin Cristo (1 Corintios 2: 14) está condenado,
porque está separado de Dios por causa de su pecado.
El hombre sin Cristo está separado de Dios por el pecado, y su final eterno es el lago
que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Ap. 21: 8)
Aunque ese hombre haya vivido una vida sin excesos, comportándose aceptablemente a
los ojos de la sociedad en la que está; respetando las leyes naturales y civiles, y
buscando su felicidad sin perjuicio de terceros, e incluso haciendo felices a otros en el
contexto de un sano altruismo - todo lo cual en su conjunto sería testimonio más que
aceptable según el baremo de este mundo civilizado – aún y así estaría eternamente
condenado, y llegado el momento de expirar, iría al infierno sin remisión.
Aunque ese hombre haya vivido tal y como lo expuesto justo arriba, añadiendo a ello el
haber sido fiel cumplidor de los mandamientos de una religión determinada, buscando a
su manera y albedrío el agradar a su Dios; sacrificándose por los suyos, y aún por otros
desconocidos – aún y con todo - estaría eternamente condenado, y llegado el momento
de expirar, iría al infierno sin remisión.
Todavía podemos dar un tercer caso, el de un hombre creyente nominal que siempre ha
ido a la iglesia cristiana, que periódicamente lee la Biblia y ora, que jamás dice palabras
malsonantes, es servicial, está involucrado en diversas actividades evangelísticas, dando
un testimonio cristiano más que aceptable, etc. etc. pero que jamás nació de nuevo
verdaderamente (Jn. 3: 3); por lo tanto, ese hombre o mujer, estaría eternamente
condenado, y llegado el momento de expirar, iría al infierno sin remisión.
Espero que este estudio nos ayude a comprender mejor, no sólo la realidad del hombre
ante Dios, sino la respuesta de Dios al hombre; la única respuesta ante la siguiente gran
pregunta:
“Si a pesar de todos mis esfuerzos, estoy condenado a pasar toda la eternidad en el
infierno, ¿Cómo poder escapar de esa realidad, si es que hay manera?”
Esta pregunta, todo ser humano se la tendría que hacer, así como buscar la respuesta.
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1. Preludio
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender…” (1 Corintios 2: 14)
El hombre natural, es decir, el hombre sin Dios, no puede por él mismo entender y
percatarse de las cosas de Dios. Vive conforme a la faceta natural, pero está muerto en
cuanto a la percepción espiritual de Dios, y todo ello a causa de esa separación
producida por el pecado.
El pecado causó separación del hombre respecto a Dios. El aceptar que lo que al hombre
le separa de Dios es el pecado, es clave para proseguir en el entendimiento de toda esta
cuestión.
¿Por qué el hombre natural está condenado, y desde cuando esto es así? Remontémonos
al principio.
Cuando al sexto día Dios terminó Su creación (Génesis 2: 1), vio y consideró que todo
lo que había hecho era bueno en gran manera (Génesis 1: 31). No había pecado, sino
inocencia.
El hombre, fue creado por Dios a Su imagen y conforme a Su semejanza (Gn. 1: 26),
para mantener una relación de amistad y amor con su Creador, y regirsobre lo que El
había creado (Gen. 1: 28-30).
La responsabilidad de todo lo creado sobre la tierra estaba en las manos del hombre
recién creado. Y así fue por pocos años (Gen. 1 y 2). Hasta que usando de su libre
albedrío, tanto Eva como Adán prefirieron romper su relación con Dios al decidir creer
las promesas mentirosas del diablo:
“Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que el Señor
había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo
árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del
huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios:
No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la
mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos
vuestros ojos, y seréis como Dios sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3: 1-4).
La decisión del hombre de creer al diablo antes que a Dios fue tomada en perfecto uso
de su libertad, de su voluntad y conocimiento, por lo tanto había responsabilidad y
consecuencias.
Esa decisión motivó la ruptura eterna de relación entre la criatura y su Creador. Por todo
ello, la desobediencia de la mujer y luego la del hombre (Génesis 3: 6), desencadenó
maldición. Esa maldición vino sobre toda la tierra hasta hoy…
“...maldita será la tierra por tu causa (la de Adán), con dolor comerás de ella todos los
días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el
sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra...” (Génesis 3: 17-19).
Al estar el hombre separado de Dios, la muerte entró en el mundo. No sólo la muerte del
mismo hombre (Génesis 2: 17), sino la muerte de todo lo creado sobre la tierra.
Esta caída en cuanto al hombre, hay que entenderla en toda su medida; significa:
condenación eterna.
“El infierno es un lugar real y eterno adonde van todos los que se pierden”
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos
5: 12)
“...la muerte entró por un hombre (Adán)...porque así como en Adán todos mueren...”
(1 Corintios 15: 21, 22).
A ese mal, habría que añadirle otro. A causa de la insaciable soberbia del ser humano
alejado de Dios, el hombre busca el endiosarse. Aprovechándose de la vida que Dios le
concede sobre esta tierra, el hombre sea abierta o calladamente, prescinde de Dios y se
levanta en su espuria autosuficiencia con sumo descaro.
Pero el hombre no fue creado para ser un dios, y esto es lo que muchos irresponsables
no entienden aún. El pretender ser dios de su vida, le lleva a una inexorable perdición,
porque haciendo así, se cierra a sí mismo toda puerta a la humildad y humillación ante
Dios, el Único que le puede salvar.
“El hombre actual, por lo general, se cree auto suficiente respecto de Dios, por eso vive
en un terrible y mortal engaño”
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“Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”
(Eclesiastés 7: 20). Prosigue diciendo: “No hay justo, ni aun uno...por cuanto todos
pecaron, están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 10, 23).
Por contrapartida, toda religión sin Cristo, básicamente enseña que haciendo obras
buenas más que malas, uno irá poco a poco regenerándose o salvándose, o como se le
quiera decir, porque la balanza se inclinará más hacia el lado bueno. Esto no es más que
una simpleza y error.
Imagínese que tiene en su mano una jarra de cristal llena de agua sucia, ¿Qué haría
usted para que, en vez de tener esa agua sucia, pudiera contener agua limpia y cristalina
que pudiera calmar su sed? ¿Añadiría agua limpia a la sucia? Estoy seguro que no haría
eso. Añadir agua limpia al agua sucia, ¡sería de ignorantes! En todo caso, lo que haría
sería vaciar la jarra, limpiarla, y entonces ya estaría preparada para ser rellenada de agua
limpia.
Por años hemos intentando añadir agua limpia, que simbolizaría nuestros pobres
esfuerzos por hacer lo correcto, al agua sucia. ¡Al final no teníamos más que... más
agua, y agua siempre sucia!
La Biblia, dice que las buenas obras sin un corazón regenerado, son ese intento de
obtener agua limpia que calme la sed. Jamás ocurrirá.
La Biblia es muy clara ante ese intento de ser buena gente ante Dios, sin Dios, porque
define nuestras justicias, ¡fíjense! como “trapos de inmundicia”:
“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de
inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron
como viento” (Isaías 64:6).
Por eso, Salomón, inspirado por el Espíritu Santo llega a preguntarse: “¿Quién podrá
decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?” (Proverbios 20: 9).
O bien para acallar su conciencia, o bien para sentirse mejor con sí mismos, los hombres
intentan aplacar su conciencia a base de buenas obras, pero esas obras no son garantía
de nada porque el problema del pecado del hombre estriba en su corazón.
El corazón es la clave. Hay que ir a la base del problema, y no perderse en las ramas.
Dice la Biblia: “Engañoso es el corazón, más que todas las cosas” (Jeremías 17: 9).
Sólo Dios puede cambiar ese corazón y darnos el que Él tiene. Así oraba David cuando
pecó contra Dios: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu nuevo
dentro de mí” (Salmo 51: 10).
Es preciso que el corazón del hombre sea regenerado, porque el hombre tiene un
verdadero problema de dureza de corazón.
Dijo Jesús: “Oí, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo
que sale de la boca, esto contamina al hombre...lo que sale de la boca, del corazón
sale...Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las
fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias...” (Mateo 15: 11, 18,
19).
El infierno es un lugar real de eterno tormento que Dios preparó para Satanás y sus
demonios. También es el destino de todos los que mueren sin Cristo.
“Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para tí mismo ira para
el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Romanos 2: 5)
Algunas personas quieren evitar este punto diciendo que el amor de Dios cancela la ira.
¡El problema es que malentienden el amor de Dios!
Si prestamos cuidadosa atención a lo que dice este versículo que hemos leído, lo que
vemos es que es el mismo pecador el que acumula o atesora ira para sí mismo. ¡El
mismo hombre sin Cristo se autocondena!
Es el amor por el mal (y a veces éste disfrazado de bondad y de altruismo), el que hace
que las gentes se condenen a sí mismas. Por eso la Biblia dice que todos los que se
aferran a su pecado, y aún lo justifican (porque en realidad lo aman), condenándose a sí
mismos, son cegados definitivamente por el dios de este siglo, que es Satanás. (2 Co. 4:
3, 4)
Véase que creer no significa solamente aceptar tácitamente la verdad en la mente, sino
ponerse verdaderamente de acuerdo con Dios.
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3. La Respuesta de Dios
Si Dios, el Creador hubiera sido un Dios meramente justo, nadie tendría la más mínima
posibilidad de salvarse. Por justicia, todos merecíamos esa condenación.
¡Si no hubiera Dios hecho algo, el hombre estaría irremisiblemente perdido para
siempre!, pero Dios ideó un plan para salvar a los hombres desde antes de la fundación
del mundo. La iniciativa siempre es de Dios.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios
a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por
él”(Juan 3: 16, 17)
Así pues, ante aquella pregunta que todo hombre sobre la tierra debería hacerse –
recordemos:
“Si a pesar de todos mis esfuerzos, estoy condenado a pasar toda la eternidad en el
infierno, ¿Cómo poder escapar de esa realidad, si es que hay manera?”
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por
mí” (Juan 14: 6)
Jesucristo, “y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hchs. 4: 12)
“El corazón del hombre sin Cristo está cargadito de pecados”
“El antídoto del pecado es la cruz, aplicada al corazón del hombre. Sin la cruz, no hay
salvación”
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Todas las religiones humanas, básicamente enseñan que el hombre es el que debe
alcanzar, sea a Dios, o el Nirvana, o el Paraíso, etc. es decir, que el hombre tiene que
hacer el imposible intento de salvarse a sí mismo, pero la gran noticia es esta:
“No, que nosotros podamos alcanzar a Dios; sino que Dios nos alcanza a nosotros por
medio de Jesucristo: Dios llega al hombre porque el hombre no puede llegar a Dios. Por
eso, Jesucristo hombre es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2: 5, 6)”.
Jesucristo bajó del cielo, dejando su gloria atrás, y vino a la tierra en el cumplimiento
del tiempo, cuando el Padre le envió, naciendo de mujer (Gl. 4: 4).
Todo pecador, por la ley, debía morir a causa de sus propios pecados; por lo tanto
ningún pecador podía morir por otro pecador; sólo Cristo, por no tener pecado, podía
morir por todos nosotros, pecadores.
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos,
para llevarnos a Dios”(1 Pedro 3: 18).
No todos le recibieron, pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre,
les dio, y les da potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12), porque Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados (2 Corintios 5: 19)
Por eso el mandato divino es este: ¡Reconcíliese con Dios! Ya que al que no conoció
pecado – es decir, Cristo - por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en Él (2 Co. 5: 20, 21). Es decir, el pagó el precio de nuestro
pecado y consiguiente condenación, en la cruz.
Pero como la muerte no le pudo retener, Él resucitó de los muertos por la gloria del
Padre, para que así también nosotros andemos en vida nueva (Hchs. 2: 24; Ro. 6: 4)
Por ello la respuesta de Dios la podemos resumir con la siguiente declaración escritural:
“El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida.
Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para
que sepáis que tenéis vida eterna…” (1 Juan 5: 12, 13)
Cristo cumplió toda la demanda de justicia de la Ley de Dios en la cruz del Calvario.
Recibiéndole, recibimos Su justicia, Su perdón y Su paz (Ro. 5: 1)
Muchos creen eso de forma teórica, pero jamás han dado el verdadero paso de
arrepentirse de sus pecados. Entonces ese sacrificio de Cristo no puede actuar a favor de
ese pecador impenitente.
Cuando la Biblia dice que por gracia somos salvos, por medio de la fe (Ef. 2: 8), eso
significa que debemos obedecer al precepto bíblico y al Espíritu Santo, que nos lleva a
dolernos por nuestra vida pecaminosa, y a renunciar a vivir así, apartándonos de ese
mal, para vivir conforme a Dios. Esto significa arrepentirse.
Así que recibir a Cristo, no es sólo un mero trámite mental o religioso, sino un
verdadero trámite espiritual y de fe auténtica. La obra de esa fe (Sgo. 2: 17) es el
quebrantarnos delante de Dios, asumiendo en Su temor toda nuestra responsabilidad
ante Él, y esperando solamente en Su misericordia, creyendo que lo que Él ha dicho es
verdad: que hay perdón, restauración y vida eterna en Cristo Jesús, y por esa fe, recibir
esa salvación (Ef. 2: 8, 9), creyendo.
“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley”
(Romanos 3:28).
“Señor Dios, me dirijo a ti una vez y por todas, para reconocer que he sido un pecador
toda mi vida desde que me acuerdo, y realmente sólo he vivido a mi modo,
egoístamente.
Sin ocultar nada, quiero decirte que hoy me arrepiento de todos y cada uno de mis
pecados, y renuncio a todos ellos. Renuncio a vivir mi vida según yo mismo, para vivir
mi vida conforme a Ti.
Por ello pongo mi vida ante ti para que tú dispongas de ella. ¡Me rindo ante ti!
Te pido perdón por toda ofensa, y te entrego todo lo que soy, esperando en tu
misericordia.