You are on page 1of 53
GUILLERMO BARRANTES © VICTOR COVIELLO Cite lite; &y Wwe MITOS URBANOS DE UNA CIUDAD oe MISTERIOSA Guillermo Barrantes - Victor Covi ello Buenos Aires es leyenda : ‘Todas las ciudades cel mundo producen sus his- torias, a veces no del todo verificables, que les otorgarén sus cualidades miticas. En el caso de — Buenos Aires, grande y misteriosa por excelen- cia, en la que se cruza permanentemente lo au- téctono con lo cosmopolita, son los barrios los que le proporcionan sus rasgos mas identifica- -bles, con caracteristicas y matices particulares. Las leyendas aqui reunidas ya circulan por la ciu- dad y nos sorprenden: como la del hombre asesinacio en un restaurante chino de! barrio de Belgrano, o la del mismo Carlos Gardel, el Zorzal Criolio en e| Abasto, a la de! enano vam- piro del Bajo Flores De eso se trata este libro: de los mitos urbanos que se escondien en cada rincén de Buenos Ai- res, de esos relatos increibles que se mueven entre los portefios. ‘SBI 978-987 -580-288-9 978987518028 89 El mito del prologo “Amal s¢ me hace-cuento que empezé Buenos Aires: la juzgo tan-eterna como el agua y el aire.” Fundatiin mizolgica de Buenos Aires, Jorge Luis Borges A quién no le han contado, alguna vez, algo que le ocu- rié al amigo de un amigo deun amigo; historias incom- probables que van-desce relatos de sucesos extraordinarios hasta simples advertencias que nadie cree, peto.a las que, por las.dudas, tenemos la precaudién de hacerles caso. 4 jCudnta verdad se oculta detrés de estas historias? jDénde se-originé cada.una de ellas? Por lo general, se las identifica con la palabra mizo, tér- mino que admite diferentes acepciones. Veamos lo que di- ce el Diccionario de uso del espahol de Maria Moliner: Mito: 1 Leyenda simbélica cuyos personajes represen- tan fuerzas dela naturaleza o aspectos de la condicidin hu- mana./ 2 Representacién deformada 0 idealizada de algo o alguien que se forja en la conciencia colectiva./ 3 Cosa inventada por alguien, que intenta hacerla pasar por ver- dad, 0 cosa que no existe més que én Ja fantasia de al- guien, Ahora bien, cuando nos encontramos con leyendas que no se refieren en su totalidad a mundes imposibles o fan- 9 tasticos, sino que rondan por las calles, los bares, los trenes de una ciudad “real”, estamos tratando entonces con mitos urbanos. Si bien en todo el mundo los. mitos urbanos se deslizan por caminos més o menos similares, los factores étnicos, cul- turales y ambientales de cada ciudad influyen sobre ellos y los hacen particulares. En el caso de Buenos Aires, su situa- cién privilegiada en cuanto a su diversidad racial, producto de la inmigracién; su importancia cultural, aun en tiempos dificiles, y su gran extensién como urbe hacen de ella una ciudad rica en variedad de opciones y temas. De eso trata este libro: de los mitos urbanos que se escon- den en cada rincén de Buenos Aires, de esos relatos increi- bles que se mueven entre los portefios. Nuestro objetivo es sumergirnos en cada uno de ellos y analizar tanto sus posibles origenes como los elementos que apoyen o no su veracidad. Pero para conseguirlo tuvimos que bajar a una escala geo- grdfica menor: los barrios. Porque, si aceptamos que cada ciudad tiene factores autéctonos que influyen en sus mitos, también debemos decir que cada barrio posee, a su vez, ca- racteristicas y matices particulares. Y de ah{ que cada uno tenga su propio conjunto de leyendas urbanas. Por eso, cada mito investigado se identifica con un barrio de Buenos Aires, porque ése es el lugar desde donde nos se- duce, a cualquiera de nosotros, sufsurréndonos al ofdo que lo misterioso, lo extraordinario es posible a la vuelta de nuestra casa. En las paginas siguientes se encontrarén con mitos urba- nos populares (como el del hombre asesinado en un restau- tant oriental; o la leyenda del mismo Carlos Gardel, el Zor- zal Criollo), y con numerosas leyendas que sdélo son conocidas en profundidad por unos pocos habitantes del 10 barrio al que pertenecen (como “el enano vampito”, o “el hombre sin parpados”). Para el andlisis de cada mito recurrimos a varias fuentes: (estimonios personales, archivos histéricos, documentos po- liciales, entre otras. Inclusive, recreamos algunas leyendas a través de relatos para lograr un -vinculo mas estrecho entre el lector y el mito. No se encontrardn coneclusiones definitivas al final de ca- da investigacién, porque el lector es el que tendré la ultima palabra, quien decidira si creer o no... y, por Jas dudas, ha- cerle caso a alguna incémoda advertencia que haya apareci- do por ahi. Ta tarea ha sido ardua y nos da la sensacién de que nun- ca sera perfecta, Creemos que todas las historias, aunque parezcan com- plejas o sencillas, forman parte de un intento de buscar una identidad ciudadana, en este caso portefia, [al vex se trate de una manera de estrechar lazos entre las personas, para en- frentarse a lo que temen, aman u odian. Y no nos extencemos més, porque se podria correr el ries- go de caer en el mito del lector que muere por aburtimien- to. O en aquella otra leyenda que asegura que en el prélo- go de ciertos libros moran extrafios espiritus que, a través de las mismas palabras; penetran por los ojos del que lee, le- tra a letra, hasta apoderarse de su alma. Pero quédese tranquilo, es slo un mito... ls Chacarita E} ultimo taxi MUJER MUERE SOBRE LA TUMBA DE SU MADRE: En las pri- meras horas de la manana de ayer fue encontrado, dentro de lis instalaciones del cementerio dela Chacarita, el cuerpo sin vida de una mujer. El hallazgo lo realized Rodolfo Barrientos, quien dijo estar caminando hacia el sepulcro de su hijo euan- do divisd “a una mujer acostada sobre una de las tumbas”. Barrientos supuso que estaria dormida e intenté bacerla reac- cionar, pero, ante la falta de respuestas, decidid dar el aviso a uno de los cuidadores. Luego, personal médico anunciaria la condicién sin vida de la victima, la cual fue identificada como Felipa N. Hospertatto, de treinta y nueve ahos, soltera, con dos hijos. La tumba sobre la que veposaba su cuerpo era lade su madre, Inés P Tosst de Hosperttato. Los médices tam- bién dijeron que, al momento de ser encontrada, la mujer lle- vaba muerta algunas horas; “quizd haya estado asi, sin vida, ieda la noche”, comentd uno de ellos y agregs: “murié por un paro cardiorrespiratorio. El estado emocional que acompana a las depresiones profindas, sobre todo las relacionadas con la pérdida de seres queridos, citusd esta clase de atagues fulmi- nantes. Esta noticia fue publicada en mayo de 1978 por Todo Real, un periddico de barrio ya desaparecido. Y, por lo que sabemos, fue éste el unico medio que registré el aconteci- miento. Ejemplares de diarios mds importantes pertenecien- tes.a la misma fecha parecfan estar muy ocupados con el 61 Mundial de Ficbol que se disputaba en nuestro pais, como para dedicarle algtin espacio a la muerte de Felipa. Como pudimos ver, el periédico bactial nos ofcece tanto el punto de vista del sefior Barrientas, responsable del des- cubrimiento del cadaver, como el de los médicos que lo exa- minaron. Pero, squé ocurrid desde el punto de vista de la victima? ¢Cémo vivid aquellos ultimos instantes de su vida? ;Hablén- dole ast: madre muerta, quiz4? ;Llorando hasta que su co- raz6n se detuyo? Sabemos que pedirle estas respuestas a un periddico (y mas a una humilde publicacién local) es practicamente int- til. Salvo que el periodista responsable de la crénica sea vi- dente o se comunique con los muertos. Pero a lo que sf podemos acudir es a una leyenda urbana que ronda por las calles de Chacarita, la cual, segtin sus de- votos, guarda la verdad de lo que realmente vivid Felipa (y como Felipa, muchos otros) en sus tiltimas horas. E] siguiente relato intenta reconstruis, entonces, lo que pudo haber experimentado la victima, segtin la leyenda: Aquella tarde, Felipa ingresé en el cementerio de Chacarita para visitar la tumba de su madre. En cuanto llegs a la ldpi- da, apoyd la palma de la mano en la placa con el nombre de la muerta, y la saludé. Cambié el agua y las flores que descansa- ban a un costado de la tumba. Luego le hablé a su madre du- rante unit hora aproximadamente, hasta que vio que empeza- ba a hacerse de noche, Entonces posd nuevamente su mano sobre el nombre de la difunta, se despidid y-comenzd a caminar en- tre otras madres que no eran la de ella, entre padres y abuelos, entre hijos y nietos. Todos muertos. Cuando Fetipa salid del cementerio no se sentla con ganas 62 de caminar la: cuatro cuadras que la separaban de la parada del colective. Lo mejor era tomarse un taxi directo a casa. Le- vantd la vista y distinguid uno que avanzaba lentamente por Lacroze. Estaba libre. El taxi yase habta desviade en sw direc- cidn cuando ella levantd la mano. La mujer se subié y le indi- cd al chofer el destino. Fn otras circunstancias, Felipa bubiera percibido la extrema palidez del conductor, ast como también la silenciosa respuesta (un lentisimo cabeceo) que el hombre le dirigié luego de escuchar la direccién a la cual debla levaria, Pero en aquel momento la mujer sélo se permitid sumergirse en recuerdos en los que su madre atin estaba viva. Yast viajd, mirando sin mivar, Hasta que algo la sacd de su ensohacién, algo que arrastré su conciencia al taxi donde se ha- Uaba sentada, Felipa sentia frto. Mucho frto. Eso eva lo que la habia obligado a dejar sus pensamientos: un frto increible que le vecorria todo el cuerpo. Instintivamente quiso cerrar la ven- tanilla... pero el vidrio no subia, la ventanilla estaba cerrada. Miré la ventanilla del chofer. Cerrada también. Entonces de dénde venta aquel frlo insoportable? Estuvo a punto de hablarle al taxista, pero se quedd muda cuando vio aquellas manos sobre ef volante. Las manos del cho- | fer eran extremadamente flacas, como si llevara la piel pegada wlos buesos. ¥ ademds estaban muy pdlidas, casi blancas. Qui- so descubrir el rostro del hombre en el ‘pequeno espejo delante- , ro, pero estaba inclinado en un dngulo tal que sdlo reflejaba parte del asiento vacto al lado del chofer. Felipa sentla el cner- po cada vex mids frio —Perdén —se animé a decir. El taxista no contesté. —Perdén, sehor —insistid. Nuevamente no obtuvo respues- id. Entonces la mujer alzd la mano para tocar él hombro del litsista; pero nunca lo consiguié. Su propia mano, la que ha- bia levantado para lamar la atencién de aquel misterioso con- ductor, la asusté. Su mano era la mano deun muerto. Huesu- 63 — da, pdlida como la del taxista. Y fria como todo su cuerpo. AL 26 la otra mano. La contemplé con el misme horror. Dios, :qué le habla pasado? Entonces el taxista se movi. Gird lentamen-— ze el expejo delantero. Felipa pegd un grito cuando en el cristal aparecté el rostro raquttico » deformado de lo que parecia el ca- diver de una mujer. Cuando Felipa grit, aquella tmagen tam- bién lo hizo. ¥ entonces supo que aquél era su reflego. St, no sb= lo las manos se le habian marchitado, sino también el rostro. Quizd también todo el cuerpo. Felipa quiso llorar, pero no bro- taron ldgrimas de sus ojos. El taxi se detuve. Fetipa miré por la ventanilla. Estaban nuevamente en la en- trada del cementerio de Chacarita. No hizo falta que le preguntara al choféer por qué habtan vuel- to al mismo lugar. Las voces que escuchaba abora eran toda la ex- plicacién que precisaba. Voces que proventan del mismo cemen- terio, voces que repetian su nombre. Los muertos ia estaban llamando, y ella no podia resistirse. Felipa ya era uno de ellos, En sintesis, el mito asegura que existe un taxi cuyo con- ductor sélo recoge a personas que salen del cementerio de Chacarita. Quien suba a ese vehiculo ser4 convertido en ca- daver, y luego dejado nuevamente en el cementerio para su descanso eterno. Los mitos sobre taxis son muchos y muy variados. Pode- mos encontrar mitos famosos, como el del taxista de estre- llas de Hollywood, Thomas L. Hommer, quien aseguré que el 15 de octubre de 1959 subié a su taxi el actor Errol Flynn (solia llevarlo a los estudios de grabacién); pero, a mitad del viaje, el galan desaparecié misteriosamente del asiento tra- sero. Luego el taxista se enterarfa de que Errol Flynn habia muerto el dfa anterior, el 14 de octubre. 64 Ouro ejemplo, también proveniente de los Estados Uni- dos (Chicago), es el del mito del mafiose Jossepe, asesina- do mientras viajaba en un taxi. Cuenta la leyenda, que se remonta a la época de Al Capone, que el taxi en cuestidn (llamado carifiosamente Berty-fly) fue poseido por el alma de la victima. El duefio del auto aseguraba escuchar, mien- tras viajaba solo, las risotadas del mafioso. Y una vez, con- fesd, vio el rostro del muerto reflejado en el espejo retro- visor. En ambos ejemplos, los “extrafios” sucesos son vivides por los choferes. En cambio, en nuestro mito del cemente- rio de Chacarita la “victima” es el pasajero. Una historia que posee esta caracteristica es el mito del taxi-fantasma de Lon- dres. Y todo parece indicar que el de Chacarita seria una mutacién de este antiguo mito. La leyenda inglesa dice que las bfumosas calles de Lon- dres son recorridas por un auto tipico de principios de siglo XX, un atito que se desyfa en ciertos pasajes y callejones, en los que desaparece sin dejar rastro. Un taxi que nadie pue- de alcanzar. ¥ que los pocos que lo consiguen, se suben y ja- més bajan. Al menos en este mundo. Si nuestra especulacidn es acertada, resulta muy intere- sante la original mutacién que sufrié el mito del taxi-fan- tasma en el barrio de Chacarita: no sélo trasladé al miste- rioso auto a sus calles, sino que cerré la historia alrededor de su cementerio. Existe otro mito que, quizds, ayudé a originar esta mu- tacién. Esta leyenda urbana es conocida simplemente como “EI solitario”, y cuenta lo siguiente: un conductor encuen- tra a alguien haciendo dedo en la ruta. Lo hace subir, y en- tre ambos nace una charla cordial. La persona que hacia de- do comienza a hablar de la soledad, de lo triste que es vagar n compafifa por el mundo de los vivos..., el conductor mi- 65 ra perplejo a su acompafiante Inego de esta ultima frase, pe- ro es demasiado tarde: de repente, aquella persona agarra el volante, y el conductor pierde el control del auto. “Ven con- migo”, son las tiltimas palabras que escucha la victima. En este relato también tenemos un final interesante. Y, como en nuestro mito de Chacarita, se captura a un vivo para Ievarlo al mundo de los muertos. En el cementerio de Chacarita no existian datos de al- guien con el apellido Hospertatto, como tampoco pistas acerca de alguna persona que hubiera-‘muerto sobre alguna de las incontables tumbas. —Se dice que a veces —nos aseguré un cuidador del ce- menterio— aparecen cosas raras arriba de las tumbas. Has- ta dicen.que hubo un compafiero que encontraba cuerpos asi. Fuera del cementerio, algunos de los entrevistados (tra- bajadores de comercios cercanos al lugar y transetintés) en-_ tregaron los siguientes testimonios: Perla C. (peatona): “La del taxista muerto es una de-esas historias que uno no cree, pero que por las dudas se cuida. Yo nunca tomo un taxi cuando visito a mi finado abuelo. Ni de ida ni de vuelta”. César P (puesto de diarios): “Lo del taxi es una pavada. Como la historia del cura que flotaba sobre las tumbas. O la del loco de los carteles. El tinico que se las cree es el vie- jo Sandoval. Es el Victor Sueiro del barrio. Una vez, me di- jo que vio, dentro del cementerio, a los fantasmas de Gilda y Gardel discutiendo de musica. Est4 mas loco que una ca- bra” Melchor M. (florerfa): “Aca se juntan muchos tacheros. A veces yeo pasar 4 uno que casi nunca para. Lo recuerdo bien 66 porque siempre pasa despacio. Nunca lo vi bajar del auto pero parece un tipo alto. La cara que tiene me hace acordar al grandote de los Locos Adams”. Sergio G. (taxista): “Ese es el rarito, Nunca se bajaa jun- tarse con la muchachada. Pasa por aca, se queda un rato, pero no se baja del tacho. Ni para comerse un pancho se baja’. Gabriel S. (taxista): “Es un trucho, ese. Yo me fijé: no Lle- ya identificador en el asiento. Si, son esos de los que tienen el registro arreglado. Hasta la matricula es falsa: RIPGG6 iAdénde se vio? Ademds con ese coche no puede llevar a na- die, debe ser Peugeot ochenta y algo”. Al viejo Sandoval, como lo llamé César P.,, no fue dificil hallarlo: todas las tardes, a eso de las 5, toma su café en el bar Imperio, justo enfrente del cementerio. E! viernes en que hablamos con él vestia una campera militar, verde ca- muflada. La llevaba arriba de una especie de oyerol azul de’ trabajo. Tenia dos grandes cicatrices. Una le cruzaba la fren- te. La otra iba del pémulo derecho hasta detrds de la oreja del mismo lado, Fumaba pipa. —Yo salfa de visitar la rumba de mi padre —comenzé don Sandoval—, cuando tomé aquel taxi maldito. —3El taxi de la leyenda? ——Si, yo también pensé que era mentira. Hasta ese dia. Si no hubiera sido por mi viejo... —:Perdén? —Arriba del taxi iba pensando en mi viejo, recordando cosas de cuando estaba vivo: haciendo el asadito del domin- go en la parrilla que tenfamos en la terraza; bailando un tan- go con mi vieja en la cocina. Yo estaba muy concentrado en esas im4genes. De repente, escucho que gritan mi nombre. 67 Ahi me doy cuenta de que sigo en el taxi y veo por la ven- tanilla ala persona que me esté Ilamando. Un tipo en bici- cleta. Pedaleaba como.un loco, al lado del taxi. Cuando vio que yo lo miraba, sonrié, como si hubiera conseguido lo que querfa, y aflojé la marcha. Lo dejamos atras. “;Vio a ese hombre, el de la bicicleta?”, le pregunté al conductor, Na- da. “Era mi padre”, le dije. “Pra mi padre.” Y entonces le vi Jas manos sobre el volante. Eran las manos de un muerto. Aqui, don Sandoval, hizo una pausa. Tomé lo que resta- ba de su cortado y le dio una buena pitada a su pipa. Lue- go continud. —Cuando le vi esas manos horribles, me acardé de la his- toria del tachero muerto-viviente. Y entonces me di cuenta de que la cara del chofer se reflejaba en el espejo retrovisor, Esa calavera me relojeaba desde el espejo, como si estuvie- ra mal que yo me hubiese despabilado, que me hubiera des- pertado justo en ese momento. —2Y usted qué hizo? —jAh, muchachos! —exclamé don Sandoval mgstrando- nos, con un circulo casi perfecto, sus dotes de hacer figuras con el humo del tabaco—, Mi instinto no me dejé pensar. Abri la puerta y me tiré del taxi. Casi me mato. Me raspé todo el cuerpo. Me corté acd y acd (nos sefiala las cicatrices que ya habfamos visto en su rostro). Me quebré las dos pier- nas, y me romp la nariz. Pero aqui estoy, si sefior. Que di- gan lo que quieran, que estoy enfermo, loco: lo-que-quie- ran. Yo lo unico que sé es que el fantasma de mi viejo me salvé del taxi, me salvé de las garras de la Parca. —Nos dijeron que usted asegura, ademds, haber visto una discusidn entre los fantasmas de Gardel y de Gilda. —Si, gy? gMe creen loco por eso? Claro que me creen lo- co, Miren, sefiores, aquello que esta a sus espaldas (Sando- yal sefald, con su pipa, el cementerio mis alla de la venta- 2 68 na) es una necrépolis, una enorme ciudad de muertos, con calles, diagonales, monumentos. Hay sepulcros que parecen casas. }Cuesta tanto creer que Gilda salié de su nicho para dar un paseo por aquella tierrasanta, y que en la intersec= cién de las calles 6 y 33 se encontré-con el Zorzal, y que en- tonces discuticron de lo que habian hechio en vida, de la muisica que tocé cada uno? Pregdntenle a esos gardelianos, que se juntan todos los domingos, si alguna vez no les pa- recid ver que se movia la estatua de bronce que tanto vene- ran, la misma.a la que le dejan cigarrillos encendidos enlas manos. Don Sandoval tosié dos veces, y con los ojos colorados culminé su descargo diciendo: —Si la estatua de Gardel se mueve, ;por qué dos muer- tos no pueden juntarse‘a conversar? — Volvid a ver al taxista? —preguntamos, tratando de volver nucvamente al mito. —Muchas veces, Cuando me doy cuenta.de que es di, lo miro desde la vereda. Y dl también me mira. No soporta que se le escape una presa. El sabe que yo jamés subiré a su taxi nuevamente. Pero es poderoso. ¥ quiere que yo tenga un ac- cidente o algo asf. Me quiere en su mundo. Me quiere muerto. Sandoval vacié la pipa en el cenicero y sacé més tabaco de un paquetito que tenia en el bolsillo del overol. Le hizo un gesto al mozo. Se pidié otro cortado. —Y otra cosa mas, muchachos —continué—. No soy el Unico. s —El unico en ver a ese taxista? —EI tinico en escapar. Coneci a una chica, una florista de acd, de Chacarita. Tenia un puestito ahi, al lado de este bar. Ella también subié al taxi y escapé. Yo hablaba con ella. Me decfa que se estaba volviendo loca, que todos los dias eo “ vela pasar al taxi maldito. Y que el cadaver que lo maneja le clavaba siempre la vista. No aguanté mds y se llevé el pues- tito a Avellaneda. Hace un mes Ia mataron. por accidente, Quedé en medio de un tiroteo. ;A que no adivinan dénde ‘descansan sus restos ahora? Si, ahi enfrente (nuevamente se- fialé-el cementerio con la pipa). Y ese hijo de puta me quie- re hacer lo mismo a mi. Pero le va a costar mucho: Yerba mala nunca muere. Para concluir, podemos decir que la historia del taxi mal- dito de Chacarita parece ser el resultado de la combinacién de un mito universal, el del taxi-fantasma, con un excelen- te caldo de cultivo para historias fantdsticas, como es un ce- menterio (y més teniendo en cuenta el tamaio y la impor tancia que tiene el nuestro). El mito eché raices dentro del cementerio, y extendié sus ramas al exterior, a las calles del barrio que lo rodea. Den Sandoval murié una semana después de nuestra en- trevista, Tuvo un paro cardiaco mientras caminaha por la calle. Sus restos descansan-en el cementerio de la Chacarita. 70 Congreso Media estacién Marina baja las escaleras del subte sin mirar atrds. Quiere huir, qutere esconderse en lo mds profundo. Y lo mejor es el sub- te. Meterse en el tinel oscuro y morir un poco. Estar conscien- te mientras el corazén se deshace. Arriba, todo es calor, aunque sea de noche. La ira y el dolor también son calor para Marina. Pero cémo pudliste, piensa ella, y con una secretaria. Y el calor es peor cuando recuerda la cara de él al pescarlo in fraganti, cuando bajé los cuatro pisos por la escalera de la Intendencia Municipal, cuando sintié que la pesadez de est no- che de verano se le metia sin piedad. Angustia. Pagar el pase con los ojos Uorosos, mirando los escalones que se desdibujan, que son como teclas, para llegar al fondo. El an- dén de la linea A es como el retorno a un tiempo mejor, esplen- doroso, piensa Marina, A la esperanza de la niftez. En el tinel corre una brisa tibia que por un segundo la ha- ce olvidar. En la estacién hay gente, pero es como si no existie- ra para ella. El subte es como un viejo borracho sobre rieles. Primero anuncia su llegada con un silbido, un rasgueo tipico, un aviso de su proximidad. Después, el par de luces de la cabina y el bamboleo de esa bestia antigua, que se mece aqui y alld, pero ain resiste. El vagén esta casi vacto. Como no tiene a nadie cerca por el momento y de nuevo el calor y los recuerdos la agobian, abre la ventanilla, Marina se enfrenta al tunel desde el agujero de la 73 ventanilla abierta, Mientras, el subte supera varias estaciones: Piedras, Congreso... Alguien se le sienta enfrente y la mira con insistencia. A Ma- rina no le extraha, Por su: tarea, debe estar bien arreglada, ca- si como st todos los dias fuera a una fiesta. Estd a punto de cam- biar de lugar, pero la brisa del tinel le hace bien. Estacién Pasco. Nunea le gustaron ni esa ni la otra media estacién, Alberti. Esas estaciones que son de un solo andén siem- pre la incomodaron. Son como estaciones mancas, piensa Ma- rina, algo arrancado, sin terminar: ¥ tal vez no se equivoca. Abora, el subte se mueve, lento. El tipa que estd sentado en- Frente la mira sin disimular. Eso no la inquieta. Lo que la an- gustia es que ese hombre se parezca tanto a su novio, 0 mejor dicho su ex novio, pero mds joven. A pesar del viento en la card, Marina se siente asfixiada. Ademds sabe que entre esas dos estaciones siempre se corta la luz unos segundos. El subte va mis despacio que nunca. La luz se apaga y entonces ella ve. Su reaccién es tan violenta que el sujeto que tiene cerca le pregunta si se siente bien. Marina saca la cabeza cuando llegan a Alberti. Balbucea algo de unos muertos. —Pero, jde dénde salié esa estacién? —dice en voz alta. — Qué estacién? —pregunta el pasajero que esté en el otro asiento. —La que pasamos, la... la que esta en el medio —Ie contes- ta Marina—. Se ve que estd en consiruccién, no esid termina- da. —Mird, te propongo que bajemos en la préxima y me con- tds mejor. Marina se siente tan perturbada por lo que vio, que accede. Tiene que tomar aire. 74 El extrato la lleva a un bar que conoce bien, en la esquina de Matheu y la avenida Rivadavia. Se sientan a la mesa y Marina se larga a llovar sin represién alguna. Eljoven, cuyo nombre es Leandro, escucha lo que dice ella con todo el interés del mundo. —...jy estaban sentados en el andén con los pies en el aire. Estaban rauertos, estoy segura. —A ver si entiendo: vos me decis que entre Pasco y Alberti viste una estacién a medio terminar, con dos muertos, corrij dos obreros muertos mirdndote. Marina le agarra la mano y le dice que st. Leandro piensa que la chica estd totalmente loca, pero le gus- ta demasiado para levantarse e irse. La pregunta es jqué vio realmente Marina? Cuando nos Ilegé esta historia, y después de ordenarla y recrearla en el relato que acaban de leer, lo primero que hi- cimos fue pasar incontables veces entre las dos estaciones. Después, hablar con la gente del bar de Matheu y Rivada- via. Felipe C., el duefio del lugar, ya conecia la historia. —No es nuevo lo que me cuentan —dice el seftor Felipe, sentado en una de las sillas de su bar algo pasado de moda, pero que da la sensacién de que ninguna crisis puede vol- teat—. Acd una vez un viejo, y les estoy hablando de hace mas de diez afios, me dijo algo por el estilo. Qué palido es- taba ese hombre. La tacita de café le temblaba tanto que la voles. Le pedimos mayor precisién. —Fue para la época del plan Bonex. El] hombre ya era mayor y habfa puesto sus ahorros en el banco, y claro, se lo 75 ) i | | devolvieron con esos bonos. Ese dfa los vio. Como venta muy seguido y ya teniamos confianza, le traté de sacar algo mas. Primero, mé confesé que estaba tan deprimido por lo de los bonos que abrié la ventanilla y estuvo a punto de ti- sarse. Después pensé en la jermu y los nietitos y se la aguan- t6. Por la angustia que tenia se agarraba el pecho y pensé que se me iba de un infarto ahi mismo. Luego me conté que lo peor fue cuando pasé eso. ”Se los puedo relatar casi palabra por palabra porque me lo acuerdo perfecto. El viejo me dijo que miraba el tunel y Justo cuando se apagé la luz del vagén, seria mds o menos entre Pasco y la otra, vio como si hubieran hecho un gran agujero para atrés. Todavia no era una estacién pero se dis- tingufa bastante. E] andén ya estaba. ¥ en el medio, con una ropa como la que usaban de pibes para trabajar, estaban dos obreros. Estaba seguro de que eran dos. Con las ropas lle- nas de polvo, sentados en el andén. Las caras mds tristes que él hubiera visto. No estaban vives. No sabfa cémo explicar- lo. Lo raro es que, para él, si bien estaban ahi, el fondo de esa estacién a medio hacer se les transparentaba por sobre la ropa. Por supuesto, investigamos al protagonista del relato de Felipe. Sus amigos le decian Pippo. Pero habia fallecido, y nadie de su familia aporté mayores datos. Nuestro siguiente paso fue entrevistarnos con las autori- dades de Metrovias. El seftior Juan Carlos M. nos atendié cordialmente y nos mostré planos de las lineas, ingles las remodelaciones modernas. Cuando fe preguntamos el origen de las “medias estacio- nes” de Pasco y Alberti, dudé un poco y quiso saber para 76 qué necesitabamos esa informacién. Le aseguramos que era para un trabajo de urbanismo, para la carrera de Arquitec- cura. —Tengo entendido —dijo el directivo, arrugando-tanto la cara en su gesto de concentracién que parecia exagera- do— que no daba el terreno y se tuvo que hacer de esa ma- nera. Después agregé. que casi no habfa registros de esa época (exactamente de los afios 1913 y 1914). Revisamios todos los diarios de ese periodo y sélo encon- tramos menciones con respecto a la evolucién de las obras de la linea A. Debemos aclarar que fuimos al Museo de la Ciudad de Buenos Aires, y no nos quisieron facilitar planos de la épo- ca, aduciendo que en la actualidad, “no se entrega ese tipo de material, comla finalidad de prevenir atentados”, Una ex- plicacién insdlita por cierto. Intuitivamente, recorrimos los hoteles mas antiguos de la zona, de ser posible, que coincidieran con la época dela ul- tima oleada inmigratotia, con la probabilidad de que algu- no de estos trabajadores se hubiera hospedado alli. Después de visitar casi todos los hoteles del barrio, pudi- mos hablar con la hija de la primera duefia del hotel fami- liar de Av. Rivadayia al 2400. Esta vez, con la excusa de un trabajo sobre urbanismo y sociedad, la sefiora Fermina S., de unos 70 afios aproxima- damente, nos relaté lo siguiente: —Mi madre me contaba con admiracién lo de las obras de la linea A. Decfa que, gracias a otros tanos como ella, este pafs ibaa ser el mejor del mundo. Ya ven lo que que- dé. Le hablamos de la estacién que no haba podide concre- tarse. La cara dela mujer cambid répidamente. Nos pregun- We té qué sabfamos al respecto. Le dijimos. Y ella, a su vez, res- pondié: —Todos ocultaron, mintieron. Esos ingleses de mierda y el gobierno, cuando no, lo taparon todo zy por qué?: por que los que murieron eran italianos. Si hubiera sido uno de | los de ellos, te quiero ver —la sefiora Fermina estaba exal- tada, y las venas del cuello se le hincharon visiblemente—.” Veo que no saben nada. *Lo cierto es que [a exeavacién comenzé, pero, aunque el terreno no era muy firme y se desmoronaba, siguieron adelante. Uno de esos desprendimientos se llevé a los dos tanos. Entonces, trajeron un ingeniero de alld y armaron esas dos estaciones a medias para solucionar el problema. Los nombres de los muertos? Mi madre cuando ya era muy vieja y con arteriosclerosis me conté la historia tantas veces que los nambres me los sé de memoria. Se llamaban Giu- seppe y Leonardo. . A De mds‘esté decir que no encontramos registros necrolé- — gicos de personas con esos nombres en las fechas de la cons- truccién de la linea A. No resulta extrafio. Teniendo en cuenta su caracter de inmigrantes, no es dificil pensar que nadie reclamaria nada o que.no se hicieron muchos esfuer- zos para asentar o aclarar el hecho. Mientras tanto, si algunos de los lectores son creyentes, recen una plegaria por esas almas extraviadas; si no, sdlo dis-_ fruten del viaje. z 78 EJ otro Borges Augusto Pedrozzi es un profundo admirador de Borges, y como tal colecciona cualquier cosa relacionada con el escri- tor: fotos, retratos, noticias en diarios y revistas, casetes de audio y video, y por supuesto libros, montones de ellos: li- ~ bros escritos por Borges, libros con algtin poema, cuento 0 articulo de Borges, libros con prélogo de Borges, libros en los que se cita (aunque sea fugazmente) a Borges, libros re- lacionados con temas que haya abordado Borges en su Lite- ratura. Cuatro bibliotecas repletas y voltimenes apilados por todos lados. Sin embargo, todo esto no alcanza para con- formar a Augusto. —Todo fandtico que se precie —nos dijo— debe tener lo que yo llamo “objetos especiales” de su idolo, objetos que no se consigan facilmente, cosas tinicas, sin igual. Los “objetos especiales” de Augusto se encontraban dentro de un cofre de roble. Cada tesoro descansaba en una cajita in- dividual forrada en terciopelo: una pluma de escribir, un pa- fiuelo, un amarillento y resquebrajado mapa de la provincia de Buenos Aires (supuestas pertenencias de Borges), un tro- zo de madera (que habria formado parte de una de los bas- tones del escritor), y, dentro de un folio plastico, lo que pa- recfa ser la hojita arrancada de una agenda de bolsillo. Este ultimo objeto deberia contener la pista que habfa- mos ido a buscar a la casa de Augusto. A través del folio protector se podia apreciar que la cara visible de la hoja pertenecia al 25 de noviembre. 225 enigma de la calle Arcosy e| poema “Instantes” (también cov nocido como “Momentos”). : La novela (que se publicé como folletin en el diario Crh zica, all4 por 1932) fue firmada por un tal Sauli Lostal; y mientras algunos dicen que éste seria un seudénimo del mismo Jorge Luis Borges, otros anuncian que Sauli Lostal es Luis A. Stallo, no un hombre de letras sino un “caballe- ro itdlico dedicado a los negocios”. El poema también es atribuido a Borges, aunque se han llevado a cabo investigaciones que sefialan que no es asi. Ale gunas de ellas indican como su verdadera autora a Nadine Stair, poetisa norteamericana de Kentucky, fallecida en 1988; hay quienes afirman que Nadine Stair no existié nun- ca, que's{ hubo una Nadine Strain, cuya tinica ocupacién era la musica, y que murié en Louisville, en el mismo aio que la inexistente Stair. Otras versiones aseguran que el au- téntico autor de “Instantes” seria el caricaturista Don He- rold, que el texto original se titularia “If I had My Life to Live over”, y que habria sido publicado en la revista Reader’ Digest de octubre de 1953. Los doblistas, en cambio, cortan por lo sano: los dos tex- tos pertenecen al otro Borges. Y ademés de todas estas supuestas pruebas, ahora consi- deran la hoja de agenda de Augusto (quien se confiesa uno de los més apasionados defensores del mito del doble) como una ultima prueba que corrobora sus ideas. La valoran co- mo algunos religiosos veneran el sudario dé Cristo. Todos los 26 de noviembre se retinen en honor a la Inscripcién. —Nosotros —nos dijo Augusto, refiriéndose a los Do- blistas— estamos totalmente seguros de que la hoja de agen- da pertenecié a una especie de diario o crénica que llevaba cierto mozo, el cual solfa atender al otro Borges en aquel bar de Palermo. 228 Con este dato, el tiltimo que nos entregé el fandtico, re- cortimos los bares y restaurantes de Palermo preguntando por el supuesto “mozo cronista’. El testimonio més interesante nos lo entregd uno de los mozes del bar que se encuentra en Paraguay y la ex Serra- no, ahora llamada... Jorge Luis Borges: —Debe tratarse del loquito Gaspar —nos dijo el mozo—, el pobre vela de todo: luces, bichos, fantasmas. Gaspar es- taba loco de verdad. Aca trabajé muy poquito. Lo rajaron cuando le escupié en la cara a un cliente porque segtin él era un marciano disfrazado. Gaspar Ilevaba algtin registro escrito de aquellas visio- nes, una especie de diario de experiencias? —Mec parece algo demasiado complicado paia el loco: Las dinicas anotaciones que le vi tomar fueron los pedidos de las mesa. —;Supo algo mis de él? —Me enteré que lo tomaron en un restaurante a dos cua- dras de ac4. Creo que ahf duré un poquito més. De todo es- to hace ya unos seis o siete afios. Al loquito le perdi el ras- tro, y aquel restaurante cerré. : También recogimos testimonios de la gente del barrio con respecto al mito: Alfonso A.: “Al Maestro lo vi hace un par de afios, en el Botdnico. Yo solja pasar ahi el descanso del laburo, almor- zando. Y aquel dia, mientras desenvolvia el sndwich, pasé delante mfo. Me quedé como un pavote, inmovilizado. Aunque estaba viejo y andaba con el bastén, no me parecié que le costara mucho caminar. No le grité, no lo segui, no hice nada. Era Borges, seguro”. Margarita G. “Acd en el barrio bay muchos que dicen ver- Jo. Dicen. que sigue yendo a los bares a escribir. Que no pide nada y que tampoco los mozos se animan a interrumpirlo’. 229 om Silvia O.: “Algunos lo ven en la Plaza del Leetor. Un ami go mf{o dice que lo vio allf, sentado en el banco cerca del méstil. Me dijo que se lo quedé observando sin animatse a hacer nada. Hasta que Borges se levanté, salié a la calle Gae lileo, subié Ja escalera para agarrar Copérnico y por ahi se fue”, (Efectivamente, la calle Copérnico termina en una es+ calera que daa la calle Galileo.) Para estudiar la posible naturaleza de este “otro Borges”, debemos analizar el mito universal del doble. Este dice que cada ser humano tiene su doble en alguna parte. Ahora, si el doble es malo o bueno depende de la versién del mito que consideremos. Por ejemplo, los judios consideran que la aparicién del doble es merecedora de-la mas inmensa de las alegrias. Es para ellos la confirmacién de que se ha alcanzado el estado mas puro, el “estado profético” (el Talmud cuenta Ja histo- a de un hombre que, en busca de Dios, se encontré con- sigo mismo). Yen la otra cara de la moneda tenemos versiones que ase~ guran que nuestros dobles nos buscan durante toda la vida, para eliminarnos y reemplazarnos. Un caso reciente que sue- Jen citar los defensores de estas ideas es el del pedn rural Ra- fael Lanizante. En septiembre de 2003, Rafael acudio al hospital Regional de Comodoro Rivadavia porque le dolia una muela. La respuesta que recibié de li mujer que aten- dia en la mesa de entradas le provocé un escalofrio de te- rror: “No me puede estar pidiendo un turno, sefior. Usted fallecié hace veintitrés afios”. Y no se trataba de ninguna broma: en la historia dinica del sefior Lanizante estaba su certificado de defuncién fe- chado en 1980. 230 Los doblistas no dudan: Rafael Lanizante, el original, murié en 1980. El que se presenté en el hospital es su do- ble y asesino. Evidentemente, algo anduvo mal; cuando un trabajo est bien hecho, el doble (segtin el mito) consigue que nadie se entere de la muerte del original y su posterior reemplazo. Al parecer, los dobles también cometen errotes. Existe una posible explicacién que no mete mano en el mundo de lo extrafio: en 1979 a Lanizante le robaron una camioneta, y en ella estaban todos sus documentos, los cua- les nunca fueron devueltos. Luego, se supone que el ladrén u otra persona murié cuando llevaba los documentos de Ra- fael encima, siendo asi enterrado el cadéver bajo el nombre del pedn rural. De la leyenda del doble que busca, mata y reemplaza, se desprende la idea que guardan algunos de que Borges fue sorprendido a temprana edad por su doble (acontecimien- to que, como ya dijimos, inspiré relatos como “El otro”), pero, de alguna manera, consiguié persuadirlo y convencer- lo de que ambos convivieran en paz, evitando asf el fatal reemplazo. El tiempo pass, el genio murié por causas natu- rales y el otro Borges quedé solo en los parajes de Palermo, imitando las artes que su original le ensefié: pasear, leer y escribir. Dario M. (doblista): “Las dos primeras obras del otro Borges fueron el policial El enigma de la calle Arcosy el poe- ma ‘Instantes’, ambas escritas en vida del Borges auténtico. Hay rumores de que andan circulando de manera clandes- tina un par de supuestos textos del otro Borges escritos lue- go de la muerte del Maestro. Yo todavia no los vi, ni conoz- _ co a nadie que lo haya hecho, pero dicen que su prosa es muy oscura”. 231 Hemos tratado de encontrar alguna pista que nos con- dujera a estos textos inéditos, pero lamentablemente no ha- llamos nada. Al final todo se equilibra: el hombre que inventé un Pa- lermo que no existe, que manipulé la realidad con su genio inconcebible para crear historias que nunca ocurrieron, él, Jorge Luis Borges, un hacedor de mitos, soporta ahora que su nombre sea empapado por una tormenta de leyendas, confundido en un laberinto de fabulas, haciendo de sf mis- mo un nuevo mito. Un mito que estaba destinado a existir, que no podfa eludirse. : “En la leyenda de todos los pueblos podemos encontrat esa imagen llamada arquetipica: el poeta ciego”, afirma Mar- guerite Yourcenar en su ensayo Borges o el vidente. De este modo, sefala la inevitable eternidad del escritor, el poeta ciego, nuestro poeta ciego... que vefa mds que nadie. 232 GUILLE ‘ MITOS URBANOS DE UNA CIUDAD p MISTERIOSA Guillermo Barrantes - Victor Coviello Buenos Aires es leyenda 2 “Asesinos seriales como el Petiso Orejuclo, fan- tasmas inquietantes como el de Eva Peron, pac- tos satanicos en el ambiente artistico, extrafios habitantes en el Teatro Colén, el barco pirata en el Riachuelo, la leyenda del hombre gato, sl Ma- radona andnimo que nunca fue reconocido”. Guillermo Barrantes y Victor Coviello volvieron a desandar las calles de Buenos Aires en busca de nuevos mitos, nuevas leyendas uroanas que deambulan entre la gente, llevadas por el mejor comunicador: el boca en boca. Con las investigaciones que reunieron en este segundo volumen, los escritores-investigadores invitan al lector a penetrar en antiguos eciificios, a caminar por Oscuros pasajes,’ a levantar la taoa de frios atavides, y a recorrer nuestre ciudad ple- na de leyendas sorprencentes. ISBN: 978-987-580-318-3 JMNM) Parque Patricios El Petiso Orejudo, el peor de los santos Sus primeras “travesuras” En la capital Argentina a dos de noviembre de mil echo- cientos noventa y seis, ala una y diez de la tarde, ante mi Je- je de la Sexta Seccién del Registro, Fiore Godino de treinta y ocho afios, casado, domiciliado en Dedn Funes mil ciento cin- cuenta y ocho, hijo de José Godino y de Margarita Celestino, declard que el dia treinta y uno de octubre ultimo, a las siete de la maiiana y en su domicilio nacid el varén Cayetano San- tos, donde lo vi, hijo legitimo del declarante y de Lucia Ruf- fo, de treinta anos, hija de Cayetano Ruffo y de Romina Pa- lafreli. Con estas palabras, el tomo sexto de Jos libros de naci- miento del Registro Civil, da fe de la llegada a este mundo de Cayetano Santos Godino. Se le adjudicaron once victimas oficiales, aunque se esti- ma que fueron muchas més; cuatro de ellas fatales: dos por estrangulacién, una enterrada viva y la otra quemada viva. Todas sus victimas fueron nifios, La mayoria no alcanza- ba los tres afios de edad. Animales mutilados, incendios intencionales y hurtos, también figuran en su prontuario. Queda bien claro que Cayetano, mds conocido como el Petiso Orejudo, de-santo tenia sdlo el nombre. 263 Muy lejos de ser recibido en un célido ambiente fami- liar, durante los primeros afios de su vida debid soportar que su padre, pricticamente desocupado’, llegara ebrio ca- si todos los dias, y no sdlo descargara su furia contra su ma- dre, sino contra él mismo” o cualquiera de sus hermanos. Ademas, Cayetano padecié en aquella época una grave in- feccién intestinal que lo tuvo al borde de la muerte en va- rias ocasiones. Quizds estos nada gratos primeros pasos hayan engendra- do el demonio en el que se terminaria convirtiendo. Cuando todavia no tenfa ocho afos, atacé a su primera victima: Miguel de Paoli, un chiquito de un aiio y nueve meses. Cayetano lo Ilevé hasta un baldio, lo golpeé salvaje- mente una y otra vez, y lo arrojé sobre un grupo de altas es- pinas. Miguel cuvo la suerte de que un vigilante se percata- ra del ataque ¥ el incidente no pasé a mayores. Miguel de Paoli fue atacado el 28 de septiembre de 1904, Al afio siguiente le tocé a Ana Neri, de un afio y seis me- ses (la fecha exacta nunca estuvo clara, sdlo se sabe que el he- cho sucedié en cierto dia de 1905). El Petiso la golped con una piedra en la cabeza. Como con Miguel, un vigilante fre- né el hostigamiento. Las heridas fueron graves y la chiquita padecié sus secuelas durante seis meses. Ana sobrevivié, La que no sobrevivié fue su siguiente victima, otra chi- quita, de quien ni siquiera se conoce el nombre. Tendria la misma edad que Ana Neri. Habria sido tomada por Caye- * Desde su llegada a Buenos Aires Fiore trabajé de farolero, pero ese ti- po de iluminacién se hallaba en pleno retcoceso al nacimiento de Ca- yetano, ** Algunos dicen que amén a estas golpizas, el Petiso Orejudo, de chi- co, llegé a exhibir 27 cicatrices en su cabeza. 264 tano en marzo de 1906 de la vereda frente al almacén E/ Destino, que existia en la interseccién de las avenidas Acoy- te-José M. Moreno y Rivadavia. Segtin el mismo Petiso Ore- judo, llevé a la criacura hasta un baldio sobre la calle Rio de Janeiro, intenté estrangularla, pero finalmente la enterré vi- va, cubriendo la sepultura con algunas latas. El unico dato que brindarfa un nombre para la inocente chiquita es una denuncia por desaparicién tomada en la co- misarfa décima, fechada el 29 de marzo de 1906, de una ni- fia llamada Maria Roca Face. Marfa nunca fue encontrada. En ese mismo aiio, 1906, al parecer ya con el secreto de su primera victima faral en la conciencia, Cayetano fue de- nunciado ante la policia, mds precisamente ante el comisa- rio Francisco Laguarda, por su propio padre, luego de que éste encontrara una caja llena de pajaros muertos bajo su ca- ma matrimonial. Asi consta en el acta policial levantada en aquella ocasién: En la Ciudad de Buenos Aires, a los cinco dtas del mes de abril del aho 1906, comparecié una persona ante el infrascrip- to, Comisario de Investigaciones, la que previo juramento que en legal forma prestd, al solo efecto de justificar su identidad personal dijo llamarse Fiore Godino, ser italiano, de cuarenta y dos ahos de edad, con dieciocho de residencia en el pats, ca- sado, farolero y domiciliado en la calle 24 de noviembre seis- cientos ventitrés. Enseguida expresd: que tenia un hijo lama- do Cayetano, argentino, de nueve atios y cinco meses, el cual es absolutamente rebelde a la represién paternal, resultando que molesta a todos los vecinos, arrojdndoles cascotes 0 injuridndo- los; que deseando corregirle en alguna forma, recurve a esta Po- licta para que lo recluya donde él crea sea oportuno y para el tiempo que quiera. 265 f La resolucién consignada dice: Se resolvid detener al menor Cayetano Godino y se remitld comunicado a la Alcaldia Segunda Divisién, a disposicion del setior Jefe de Policia. De vuelta al barrio El Petiso Orejudo no llegé a estar tres meses en la Alcal- dia, El 20 de junio retorné al conventillo de 24 de Noviem- bre 623, donde vivia su familia. Y siguié haciendo de las su- Dos nifios sufrieron en carne propia sus morbosas ocu- rrencias. Ninguno de los dos alcanzaba los dos afios de edad. Al primero, Severino Gonzalez Calé, casi lo ahoga en una pileta para caballos. Al segundo, Julio Botte, le quemé un parpado con un ci- garrillo. E16 de diciembre de 1908 Fiore Godino y Lucia Ruffo vuelven a entregar a su hijo a la policia. Este fue encertado en la Colonia de Marcos Paz durante tres afios. El clavo del terror Cuando Cayetano retorna una vez mas a su hogar, lejos estaba de haber sido regenerado. ‘Todo lo contrario: su sed de sangre, dolor y fuego habia cobrado una nueva pasién, pasién que lo convertirfa en uno de los mitos mds trascen- dentes y aterradores de nuestra ciudad. El afio 1912 fue el apogeo del Petiso Orejudo. El demo- nio dejé su reguero de agonfa infantil por diferentes barrios 266 portefios: Almagro, Constitucién, Balvanera, Monserrat, Boedo. ..; pero serfa Parque Patricios el escenario del que se dice fue su crimen mds espantoso. Con respecto a este capitulo en la negra cosecha del Pe- tiso Orejudo, nos Hegé un mail a nuestro Buzén de mitos. Su remitente: Marfa de los Angeles Noya. He aqui un extracto de dicho mail: Pensaba acercarles algo acerca del Petiso Orejude, obvio lo deben conocer... es que nosotros somos de Parque Patricios y mi viejo y yo fuimos at Colegio Bernasconi, que antiguamente era la quinta de Perito Moreno y es ahi donde el Petiso Orejudo maté a un chiquito del barrio, la fecha no la sé bien, pero estd en todos lados. El tema del mito es algo que viene por el colegio, todo chico que estudié abt sabe del Petiso Orejudo, y siempre que andds por los pasillos labertnticos del Bernasconi tenés que hablar del Petiso, incluso en el teatro del colegio, que es fabuloso, siempre se jode con que el Petiso anda por abt y que estén dibujadas sus iniciales en una pared de cemento del teatro. Yo si vi esa pared con las iniciales, estd atrds del ultimo te- lén, pero lo mds probable es que las haya hecho algin pibe tra- vieso... y les digo la verdad, no me acuerdo qué dectan esas ini- ciales, si sertan las del Petiso (Santos Godino, creo que se lamaba), pero la cuestién es que estdn, 0 estaban cuando yo fui, NO soy tan vieja, y eso es un mito que va a estar siempre en el colegio... El dato es cierto: los terrenos donde hoy se alza el Insti- tuto Bernasconi son los mismos que albergaron la Quinta que en 1860 habfa adquirido Francisco Moreno, Padre de “Perito” Moreno. En 1912 era un baldio lleno de chatarra oxidada y basura. 267 EL3 de diciembre de aquel afto fue el dia en que el Peti- so Orejudo arrastré hasta la Quinta Moreno a Jesualdo Gior- dano, de apenas tres afios, Una vez alli intenté estrangular- lo con.un piolin, pero no lo consiguid: la criatura no dejaba de moverse. Entonces lo até de pies y manos, y lo golped repetidas veces con el puiio en la carita. Pero Jesualdo no morfa, Entonces el maldito tuvo aquella macabra idea: atrave- sarle el craneo con un clavo. Algunos dicen que Jesualdo ya estaba muerto cuando el Petiso Orejudo Ilevé a cabo su ocurrencia. Dios quiera que asi haya sido. Aunque lo mejor que podria hacer Dios serta retroceder el tiempo y conseguir que Jesualdo demore un poco mas en tomar la leche, asf aquella bestia orejuda con nombre de santo nunca se lo hubiera Ilevado mientras jue gaba en la puesta del conventillo de Progreso 2585. Basindonos en el mail de Marfa de los Angeles, podemos ver como la fuerza del mito del Petiso Orejudo no parece haber dejado lugar a una posible leyenda que involucrara al pobre Jesualdo, refiriéndose a su alma en pena o a alguna otra manifestacidn relacionada con el chiquito. Esa misma fuerza mitolégica hace que, aunque el destino ultimo de Ca- yetano Santos Godino esté documentado, la minima posi- bilidad de su presencia acechando en los pasillos o en el tea- wo del colegio Bernasconi provoque escalofrios en los chicos y en los no tan chicos que lo concurren. La inscripeién Nos hicimos presentes en el Instituto para corroborar la veracidad de aquella misteriosa inscripcidn atribuida al Pe- tiso Orejudo. 268 La persona que nos atendié, perteneciente a la cooperado- ra, no vefa muy placentero el tener que mostrarnos el teatro: —Ir sola ahi siempre me dio miedo —nos dijo mientras subfamos las escaleras hacfa el Teatro—. Cuando las luces estan apagadas, el piso de madera no deja de crujir. Tuvimos suerte: encontramos al encargado de aquel pe- quefio coliseo. Le estaba poniendo Ilave a la pesada puerta del recinto. Le dijimos que nos demorarfamos tan sélo unos minu- tos, que queriamos verificar un dato que nos habia Ilegado por mail, una inscripcién en una pared. —Aqui no hay ninguna inscripcién —sentenciéd el hom- bre—. Pero si van a ser breves, pasen. Entonces hizo girar la pesada cerradura que un instante atras habja cerrado, y la puerta se abrié. E] teatro era imponente y perturbador. Estaba todo en penumbras, salvo el escenario: una luz, algo mds fuerte, lo iluminaba. Las buracas estaban vactas, sin embargo uno podfa sentir el murmurar de un ptiblico, como si sus voces hubieran que- dado atrapadas rebotando eternamente entre aquellas pare- des enormes. Acompaiiados por la persona de la cooperadora y elen- cargado del teatro, nos dirigimos hacia el escenario. Una vez alli, leimos en voz alta un pasaje del mail de Maria de los Angeles: —“Yo sf vi esa pared con las iniciales, est4 atrds del tilti- mo telén’. —Debe referirse al otro telén, al que estd contra la pared —sugiris el encargado. Fue asi como dejamos atrés el telén principal, y vimos que el escenario tenfa como fondo oto telén, un telén que, simplemente, parecfa cubrir una pared. 269 Fuimos hasta él. Lo Jevantamos por un corte que tenia a la mitad de su extensién. Nada, sélo una pared venida a me- nos, descuidada, muy antigua en apariencia. —Nunca la refaccionaron porque estuvo siempre tapada con este telén —dijo el encargado. Insistimos. Fuimos hasta el extreme derecho de la tela. Lo levantamos. Mas pared cuarteada por los afios. —iVen?, no hay nada —nos espetd el hombre, mientras la otra persona, la de la cooperadora, nos miraba con una sonrisa—. Es pura chachara del alumnado. ;Podemos irnos? —Un segundo mds —dijimos—. Sélo nos resta ver el otro extremo. Ya que estamos acd... Hacia allf fuimos. Unas viejas gradas de madera, que, nos informaron, antafio utilizaban los nifies del coro, se apoya- ban sobre aquella punta del telén, Corrimos las gradas y le- vantamos la tela. Al representante de la cooperadora se le borré instanta- neamente la sonrisa. —jPero, squién hizo esto?! —exclamé. ~ Dios mio! —fue la reaccién del encargado—. No sa- bia que estaba eso ahi. “Eso” era la inscripcién que est4bamos buscando, Detrds de aquel extremo del telén habia unas letras sobre la vieja pared. Habfamos esperado encontrarnos con algtin graffiti hecho con marcador 0 con tiza, letras garabateadas con el apuro de un alumno que sabe que est4 haciendo una travesura. Nada de eso. Las letras estaban talladas. La profundidad y la prolijidad que exhibian no sugeria apuro alguno. Es més, el “artista” se habfa tomado el trabajo de tallar un pequefio circulo, a manera de punto, junto a cada s{mbolo. Por lo visto queria dejar bien en claro que aquellas letras eran las iniciales de algo. ¢Pero de qué? 270 Enel mail de Maria de los Angeles se habla del rumor de que las iniciales serfan del Petiso Orejudo. Luege nos con- tactarfamos con ella para saber si tenfa en su poder algun dato més, si en la época en la que ella asistfa al Bernasconi se le asociaban palabras a esas iniciales. —No me acuerdo qué letras eran, sdlo se decia que las habja pintado el Petiso —nos comentarfa—, y eso bastaba para hacerme asustar como loca... Maria de los Angeles no recordaba las letras, pero noso- tros no podemos sacarlas de nuestra cabeza. He aqui la ins- cripcidn tal cual la descubrimos, una letra debajo dela otra: ROMS ES mm De haber sido talladas por la mano del Petiso Orejudo, una de dos, o el engendro realmente ronda por el Bernas- coni, justificando el miedo de algunos alumnos; o aquella pared se alza en aquel sitio desde antes de la construccién del teatro, tal vez desde antes de la construccién del mismo Instituto, cuando Santos Godino, todavia en vida, pudo ha- ber dejado aquella impronta en el cemento. Aun asf las iniciales talladas no parecen guardar relacién ni con nuestro temible personaje, ni con sus victimas. Po- drfamos acomodar algunos nombres y apellidos asociados a la leyenda, y hacerlos corresponder con las letras en la pa- red; pero seria un truco carente de cualquier valor. No po- 271 demos descartar, por lo tanto, que signifiquen cualquier our cosa, y que alguien se las haya adjudicado al Petiso Oreju~ do, creando el mito. Cuando abandonamos el teatro, les preguntamos a nues- tros dos acompafiantes si podfamos nombrarlos en este li- bro. Se negaron terminantemente. —No queremos quedar pegadosa ningiin embrujo, a nin- guna venganza del mas alla —nos dijeron. Mas alla... del teatro Nos entrevistamos también con un grupo de alumnos a la salida del colegio. Tampoco nos quisicron dar sus nom- bres, quiz4 por miedo a alguna reprimenda; pero sus testi- montos son interesantes. Dos de ellos mencionaron cierta “escalera antigua que es- tda mitad del parque, entre los pastos”, la cual, corrobora- mos, puede verse desde la calle Esteban de Luca. Sobre sus resquebrajados peldafios, aseguran los chicos, pudo ser vis- to, en un par de ocasiones, “un chico que no conocia nadie, pelado y orején”. Las dos veces quisieron acercarse y el chi- co desaparecié entre los arboles. No son éstas las inicas escaleras que parecen quitar el sue- fio a mds de uno en el histérico Instituto. Una muchacha nos aseguré que se oyen ruidos extrafios, como gemidos, en la larga escalera que conduce a la ESCUELA DE NINAS, una entrada que permanece cerrada, cadena oxidada de por me- dio. Los alumnos se los atribuyen a la presencia del Petiso Orejudo. Maria de los Angeles nos dijo al respecto: —Est4n sobre Rondeau, si. Es el portén de acceso a la parte de mujeres (se dividfa asi cuando el Instituto no era 272 mixto), y como todo el colegio est4 en desnivel, de ese lado las escaleras son laaaaargas, tanto que de noche espantan al més valiente. Exploramos también Jos alrededores del Bernasconi, sé- lo para descubrir que el aura del Petiso Orejudo es més ex- tensa de lo que imaginébamos. En el Hospital Materno Infantil Ramén Sard, frente al Instituto, se corre el rumor de que cada vez son més los ga- tos que se encuentran muertos con piolines alrededor del cuello, una de las torturas preferidas del asesino. —Suelen aparecer en el buffet de la Cooperadora —nos dijo uno de los comerciantes que se instalan todos los dias en la entrada del edificio—. Yo vi uno muerto ahi, con el piolin, junto a la entrada de ambulancias. Maria de los Angeles también se refirié a este asunto: —En cuanto a lo del Sardé es cierto, he escuchado sobre la matanza de gatos. Quizds haya alguien que esté emulan- do al Petiso. Corroboramos la existencia de una gran cantidad de ga- tos en el hospital, pero no vimos ningtin cadaver. No sera la primera vez que un rumor nos lleve a otro: nos enteramos dentro del sanatorio que alli mismo habria otra inscripcién de Santos Godino, una que confirmaria que aun esta suelto por las calles de Parque Patricios. La inscripcién podiamos hallarla, segtin los comentarios, detr4s de una de las puertas internas del bafio de caballeros. Fuimos al bafio. El reverso de todas las puertas que da- ban alos inodoros estaban Ilenos de leyendas del tipo: “Hoy nacié mi hijo, fulanito de tal”, “Mi sefiora dio a luz en esta maternidad a mi segunda hija, fulanita”. —Entre todas aquellas inscripciones —nos habian di- cho— encontrar4n una que dice “si nacié tu hijo, cuidélo de mi”. 273 Por segunda vez encontramos la inscripcién que buscd- bamos, o al menos eso supusimos, porque en el reverso de la primera puerta de inodoros, en la esquina superior iz- quierda, escritas con marcador, pudimos leer las palabras: “si acd nacié tu hijo, cuida...” Luego la oracién seguia, pe- ro no estaba clara. Sin embargo, despues de observarla con detenimiento, llegamos a la conclusién de que la alternati- ya mas probable para completar la oracidn serfa: “si acd na- cid tu hijo, cuidd el hospital”, escrita por alguien ofendido por el uso que se le habfa dado a aquella puerta. La imaginacidn de algiin aburrido visitante de aquel ba- fio, habria relacionado la inscripcién inconclusa con el Peti- so Orejudo (quizas inspirado por tanto anuncio de nacimien- to). Luego el de boca en boca se encargarfa de desparramar aquella ocurrencia por todo el barrio. Otro rumor que se encargé de desparramar el de boca en boca es el que asegura que en los pasajes Casacuberta y Apu- le ha sido visto, recientemente, un muchacho bajo, de ore- jas muy grandes, que desaparece apenas percibe que lo es- tin observando. Fue divisado, dicen, por algunos escolares, ya que ambos pasajes suelen utilizarse por las escuelas para actividades recreativas. Casacuberta y Apule se ubican a tan sdlo tres cuadras del conventillo donde viviera, en Parque Patricios, Cayetano Santos Godino: General Urquiza 1970. Ademas, fue frente ala boca de entrada del pasaje Casacuberta’ de donde el Pe- tiso Orejudo se llevé a la nifia Carmen Ghittoni, de tres afios de edad, para Iuego torturarla en el terreno baldfo que se ubicaba en Chiclana y Dedn Funes. * Fl lugar exacto es la puerta de la casa que se ubicabe en General Ur- quiza 1664, 274 Estos datos quiz4 condicionen a dichos pasajes a ser el blanco de los més imaginativos del barrio. También hay que decir que Casacuberta y Apule estimu- fan la imaginacién de cualquiera. No aptos para claustrofé- bicos, son muy angostos, con altas y antiguas casas a ambos lados, casas, algunas, que apenas parecen mantenerse en pie: dan la sensacién de que en cualquier momento se desmo- ronardn sobre uno. Para agregar clima a este inquietante es- cenario, al fondo de Casacuberta se distingue la centenaria parroquia San Miguel, donde se hallaba, irénicamente, el Oratorio de San Cayetano. 2A qué se debe tanta insistencia con respecto a la terrible posibilidad de un Petiso Orejudo vivo, acechando hoy en dia a los habitantes de Parque Patricias? ;Basta con darle to- do el crédito a la imaginacién barrial y al de boca en boca? Regresaremos a estas cuestiones hacia el final de la inves- tigacién. La sentencia Luego del asesinato de Jesualdo, Santos Godino fue en- cerrado en el Hospicio de las Mercedes, manicomio que se alzaba en el barrio de Barracas. Dentro del establecimiento sus instintos no se detuvieron. Baste como ejemplo que, entre otras barbaridades, intro- dujo fésforos en la leche de un interno para envenenarlo. Finalmente la sentencia llegé el 12 de noviembre de 1915. Por sus homicidios reiterados se lo condené a la pena de pe- nitenciaria por tiempo indeterminado. Pasé, entonces, casi siete afios y medio en la Penitencia- ria Nacional, donde, se dice, su conducta fue ejemplar. Lue- go fue deportado al flamante Penal de Ushuaia. 275 Terminada de construir en 1920, el Petiso Orejudo in- gresé en la prisién del sur el 28 de marzo de 1923. Alli su conducta vuelve a ser ejemplas, aunque si nos guiamos por los registros penitenciarios no fue tan asi. Segtin algunos informes, Cayetano habrfa recibido unos trece castigos en la cdrcel de Tierra del Fuego. Su “travesura” mds famosa en este penal quizd sea sdlo una fabula, pero la historia es inseparable de Ja leyenda del Petiso Orejudo. Se dice que los demas prisioneros habrian criado, con mu- cho carifio, a un par de gatitos; como si todo el afecto que no supieron brindar estando en libertad lo hubieran guar- dado para aquellos dos felinos. Pero Cayetano se levanté mal un dfa y les quebré el espinazo a los animalitos. Los presos se vengaron de él con una tremenda paliza, en la cual le ha- brfan arruinado los testfcules y roto algunos huesos. El final del monstruo Cayetano nunca recibié visitas en prisién. Mantuvo co- trespondencia con sus padres, su hermana y su sobrina; pe- to este lazo también se fue perdiendo. Su familia habrfa vuel- to a Italia, abandonandolo para siempre. Cayetano Santos Gedino muere en el penal de Ushuaia el 15 de noviembre de 1944. La versién oficial seiiala que fue una hemorragia interna causada por una tilcera en el es- témago la que lo Ilevé a la muerte. Pero aparecerian otras versiones en las que se harfa referencia a un estado tubercu- loso o a una grave pulmonia. Pero el mito urbano volveria a la venganza por el asesina- to de los dos gatitos del penal, sefialindola como la verda- dera causa de la muerte de Cayetano. El mito hace ofdos 276 sordos al afio en que los investigadores fechan aquella pali- za: 1933, once afios antes del documentado deceso. Quizé la selacidn se genere amén a que existe la posibili- dad de que la mortal hemorragia se haya generado en una ultima pelea en prisién de la cual, si es que existid, se des- conocen las causas. El final del monstruo? Asi como el de boca en boca habria metido la cola para crear esta versién aparentemente falsa de la muerte del Pe- tiso Orejudo (que es, sin embargo, la més conocida y acep- tada), algo parecido pudo haber hecho con respecto a los rumores de que el terrible asesino atin ronda en los pasillos del Instituto Bernasconi. Tiempo atrés, hubo ciertas personas, naturales de Us- huaia, que aseguraron que el Petiso Orejudo se habfa hecho el muerto para luego escapar de su tumba. La exageracién popular llegs a completar estos dichos incorporando el da- to de que Cayetano se habfa convertido en un ente eterno, gracias a la “energfa” 0 “esencia” que le otorgaran las almas de las criaturas que ultims. Toda esta especulacién metafisica se apoyaria en lo suce- dido cuando se removié la tierra del cementerio de Ushuaia: no estaban los huesos del Petiso. Esta versién pudo haber sido Ilevada por algun alumno o profesor al Instituto Bernasconi; para que una vez allf, ayuda- da por el antecedente del asesinato de Jesualdo, y por la extra- fia inscripcién en el teatro, se instalara en los pasillos de cole- gio hasta generar el miedo a la presencia real del mitico asesino. 277 El peor Ao largo de nuestras investigaciones nos hemos enfren- tado a monstruos de todo tipo, desde enanos vampiros has- ta la bestia que habita en la Reserva Ecolégica, desde golems hasta lagartos prehistéricos. 2Pero habré peor monstruo que el que acabamos de pre- sentar? ;Existird bestia mds aterradora que la abominacién infanticida llamada “Petiso Orejudo”? Si atin no se atreven a arriesgar una respuesta, quizd los ayude a decidirse el siguiente interrogatorio al que sometie- ron los doctores Esteves y Cabred a nuestro monstruo, cuan- do éste se hallaba internado en el Hospicio de las Mercedes. Hemos reproducido textualmente dicho interrogatorio segtin consta en el libro La leyenda del Petiso Orejucto del his- toriador Leonel’Contreras. De esta misma obra, fascinante por cierto, fue tomada mucha de la informacién reflejada en estas pdginas. He aquf, entonces, el interrogatorio de Esteves y Cabred. a Godino: E-C: 3B usted un muchacho desgraciado o feliz? G: Feliz. E-C: 3No siente usted remordimiento de conciencia por los Aechos que ha cometido? G: No entiendo lo que ustedes me preguntan. B-C: No sabe usted lo que es remordimiento? G: No, sefiores. E-C: ;Siente usted tristeza 0 pena por la muerte de los nifios Giordano, Laurora, y Reina Bonita Vainicoff? G: No, sefiores. E-C: ;Piensa usted que tiene derecho a matar niftos? G: No soy el tinico, otros también lo hacen. 278 E-C: :Por qué mataba usted a los nifios? G: Porque me gustaba. E-C: :Por qué producta usted incendios? G: Porque me gustaba. E-C: :Por qué buscaba usted terrenos baldios 0 casas desha- bitadas para cometer sus atentados? G: Porque asi nadie me veta. E-C: ;Por qué huia usted luego de matar a los nifios y de producir incendios? G: Porque no queria que me agarrara la policia, E-C: :Con qué objeto fue usted a la casa del nino Giordano la misma noche del dia en que lo maté? G: Porque sentia deseos de ver al muerto. E-C: ;Con qué objeto le tocd la cabeza al muerto? G: Para ver si tenia el clavo. E-C: Piensa que sera castigado por su delito? G: He otdo decir que me condenardn a veinte afios de cdr- cel y que si no fuera menor me pegarian un tiro. E-C: ;Se animarta usted a matar algunos nifios idiotas del Hospicio de las Mercedes? G: Si, sefiores. E-C: 3£n qué paraje los mataria? G: En la quinta del establecimiento, porque ast no me ve- rian. E-C: :Cémo harta usted para matarlos? G: Les pegarta con un palo en la cabeza y lo dejaria al lado del nitto para hacer creer que el palo le habia caido por casua- lidad en la cabeza. E-C: ;Dénde le gusta mds a usted vivir? 3En este asilo 0 en la carcel? G: En la céreel. E-C: 3Por qué? G: Porque aca estén todos locos y yo no soy loco. 279 APENDICE: Breve guia para identificar un mito urbano jEstas dieciséis nuevas investigaciones atin no alcanzaron para saciar su sed de mitos?: Como creemos que durante la lectura fueron, de alguna manera, un investigador mis, ahora los invitamos a que no abandonen la aventura y sigan descubriendo leyendas urba- nas que no se contemplan en este libro ni en el anterior. Pero cémo discernir si la historia que hallamos es un mi- to consolidado, un simple rumor, o... ¢s0, una historia y nada mas? Teniendo en cuenta que los limites entre toda esta varie- dad de relatos que habita nuestra ciudad no estan clara- mente definidos, podemos arriesgar un listado de sintomas que deberian encender nuestra alarma de POSIBLE MITO EN PUERTA. A saber: SINTOMA DEL AMIGO: Si la historia que nos cuentan no la vivié el mismo narrador, es signo de que ya ha pasado, por lo menos, por un estadio de mutacién. Es més: se con- tina transformando delante de nosotros ya que, volunta- ria o involuntariamente, el portavoz de turno agrega, omi- te o modifica elementos en aquello que nos est4 confiando. Llamamos a éste “Sintoma del amigo”, porque son historias 281 que suelen ocurrirle al amigo de un amigo del narrador, a un familiar, al amigo de un familiar, etcétera. SINTOMA DEL CLON: Puede suceder que nos cuenten una historia, que al poco tiempo nos la vuelvan a contar pero con detalles cambiados, que més adelante nos llegue otra versién de los mismos hechos, y asf sucesivamente. Esto sue- le ser un indicador de que estamos ante una historia en ple- na evolucién, un relato que esta buscando cuél de todas sus versiones es la que mas agrada a la gente, Pronto, una de es- tas versiones comenzar4 a preponderar sobre las otras hasta instalarse como la “versién oficial”. Llamamos a éste “Sin- toma del clon”, pues es un estadio donde la historia abun- da en clones de si misma. SINTOMA DE’LA GULA: Suelen manifestarse en cifras que forman parte del mito en cuestién. Estas pueden cambiar de un narrador a otro, como si la propia historia sondeara cudl es el rango de exageracién mds conveniente, ya que si bien debe transmitir asombro no puede perder, merced a un excesivo abultamiento de las cifras, credibilidad. Llamamos a éste “Sintoma de la gula” pues los relatos que lo padecen exhiben sus datos numéricos “engordados” por el de boca en boca. SINTOMA DE LA SERPIENTE: Si nos topamos con un rela- to cerrado, es muy posible que se trate de una de las tiltimas versiones que tomard la historia antes de convertirse en mi- to, sino de la final. Podemos decir que su principal carac- terfstica es defenderse a s{ mismo. Es casi imposible de de- gradar, pues si sucede cierta cosa, el mito se corrobora, y si sucede lo opuesta. .. ;también! Un buen ejemplo de este ti- po de versiones lo conforma el caso de la familia Venier, el 282 cual se comenta en “El poder de un Dios”, en este mismo libro. Llamamos a éste “Sintoma de la serpiente”, porque nos recuerda a una serpiente que se muerde la cola, gene- rando un circulo vicioso. SINTOMA FUNDAMENTAL: Cualquier historia que pueda reducirse a una advertencia del tipo “cuidado con hacer tal cosa porque te puede pasar tal otra” es buena candidata a mito urbano. Piensen si no en la mayoria de las leyendas que conocen. Si se les retira capa a capa su contenido, co- mo una cebolla mitica, zno obtenemos al final un consejo, algo que no debemos hacer porque si no...? Llamamos a és- te “Sintoma fundamental”, pues, por lo general, es ésa la piedra fundacional de las leyendas urbanas: una simple ad- vertencia, 283

You might also like