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LA VUELTA
DEL OTRO
C O LE C C IÓ N E STRU CTU RA S Y PROCESOS
Serie F ilosofía
Diseño
Joaquín Gallego
ISBN: 84-8164-4390
Depósito Legal: P-43/2001
Impresión
Simancas Ediciones, S.A.
ÍNDICE
III. L A D IF E R E N C IA F I N I T A ........................................................................ 79
IV D IA L É C T IC A Y D IF E R E N C IA .......................................................... 101
V I. E L A C O N T E C IM IE N T O D E LA D IF E R E N C IA ......................... 169
1. «Ich - bin’s nicht mehr? Vertauscht Hand, Schritt, Gesicht? / Und was ich
birt, euch Freunden - bin ich 's nicht? I Ein Avdrer ward ich? Und mir selber fremd? /
Mir selbst ensprungen?» (Fr. Nietzsche, «Aus hohen Bergen Nachgesang», en Jenseits
van Gul und Bóse, en Samtliche Werke, G. Colli y M. Monrinari [eds.], 15 vols., Wal-
ter de Gruyter, Berlin-New York, 1980, r. 5 , pp. 9-244, 24 1 -2 4 3 , 2 4 1 , 2 1 -2 4 ; trad.
cast. «Desde altas montañas», en Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, ''1978,
pp. 25 7 -2 6 0 , p. 258).
2. «Der Freunde h a n ’ich, Tag und Nacbt bereit, / Der neuen Freunde!
Kommtl’s ist Zeitl’s ist Zeit!» (Ibid pp. 2 4 3 , 9 -1 0 ; trad. cast., p. 259).
La proliferación de palabras sobre el otro no siempre ha coinci
dido con la escucha al otro y, menos aún, ha consistido en un ade
cuado oír con otros. En demasiadas ocasiones, la llamada cuestión
del otro lo ha mantenido a buen recaudo. Y en este volver, los efec
tos no quedan bajo control. El otro es el volver de la diferencia, su
advenir. El volver del otro no se reduce a la vuelta al otro, com o si
se tratara de alguna recuperación o restablecimiento. Uno viene a
ser otro y sólo por esa transposición cabe otra vuelta al venir. La di
ferencia, que es el volver, es la vuelta del otro.
La vuelta no siempre se resuelve con la acogida com o respuesta.
Ni siquiera la vuelta entre aquellos considerados en principio coim
plicados con uno en el mismo avatar. « ... si vuelto el tal allá abajo,
ocupase el mismo asiento íno crees que se le llenarían los ojos de ti
nieblas, com o a quien deja súbitamente la luz del sol?»3. Las dificul
tades de quien retorna a la caverna en el texto de Platón se agudizan.
«Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido
constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aque
llas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificul
tad [...] ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido
arriba, ha vuelto con los ojos estropeados?»4. No ha de olvidarse que
a quien así vuelve, y ahora da que reír, Platón se refiere con ante
rioridad, com o el liberado de sus cadenas, que es «desatado y obli
gado a levantarse súbitamente (t£aí<t»i/r|<;) y a volver el cuello y a an
dar y a mirar la luz», y que cuando hace todo esto, siente dolor y,
«por causa de las chiribitas», no es «capaz de ver aquellos cuyas som
bras veía antes»5. Esta vuelta de quien resuena como otro, extraño,
de quien irrumpe, como del mismo modo súbitamente, de repente,
volvió su mirada, y con la consecuencia de que trastornó su ver, es la
vuelta de quien entre los supuestamente suyos es como otro, es el
hazmerreír, se ha vuelto otro también para sí mismo.
Hay en los textos de Platón otra irrupción, que también provo
ca toda suerte de risas y cuyo alcance se ilumina a la luz de lo dicho.
Cuando en el Banquete «Sócrates acabó de hablar, unos le alababan
y Aristófanes intentaba decir algo, porque Sócrates al hablar había
hecho mención de su propio discurso. Y, de repente (€&úi{h'ti<;), la
puerta del patio produjo, al ser golpeada, un gran alboroto, como
de juerguistas, y oyeron la voz de una flautista. Así que Agatón o r
1. M Jieid egg er, «Der Satz der Identitat», en Identitat und Differenz, Neske,
Pfulllingen, 61978, pp. 9-30, p. 9 ; trad. cast, «F[ pnnripi^-^f- Mentidajd», en Identi-
dad y Diferencia, ed. bilingüe, Anthropos, Barcelona, 1988, pp. 61-97, p. 61'.
2. Ibid., p. 11; trad. cast., p. 63.
3. Sofista, 254 d. «OúkoüI' auxcSv eraotov to’lv jici» Suoti/ 'éxepóv ¿otiv, aúxó
6‘^auxíJ xctíitÓM»,
él mismo restituido a sí mismo, cada algo mismo es lo mismo — con
cretamente para sí mismo, consigo mismo— , ello le permite propo
ner una fórmula más adecuada del principio de identidad («.A es A,
no dice sólo que todo A es él mismo lo mismo, sino, más bien, que
cada A mismo es consigo mismo lo mismo»). Lo que ahora buscamos
subrayar es que con esa lectura se muestra que «en la mismidad yace
la relación ‘con’, esto es, una mediación, una vinculación, una sín
tesis: la unión en una unidad»4. Evidentemente, proceder com o ve
nimos liacíéndolo es ir demasiado rápido, pero lo que ahora impor
ta es destacar este carácter de unidad con el que ha sido considerada
la identidad a lo largo del pensamiento occidental. Sin embargo, así
com o nos hemos apresurado a decir que lg fórmula no afirma, sin
más, una inmediata inmediatez, tampoco enuncia una inmediata uni
dad, ni una uniformidad vacía.sin relación. Nuevamente se multipli
can las cuestiones en este desliz de la fórmula al enunciado, que que
da ahora simplemente apuntado y sobre el que habremos de volver.
Con todo, resulta ya conveniente estudiar lo que puede implicar
la irrupción en este contexto de la palabra del extranjero en el tex
to de Platón. Para empezar, a fin de recordar que cuando habla de
que «cada uno de ellos es diferente de los otros dos» se refiere al ser
mismo, la quietud y el movimiento y que a éstos, «los mayores ante
los géneros», habrán de añadirse «lo mismo» y «lo diferente», los
con todo rigor considerados mayores5'. Con ello nos hallamos en el
corazón del Sofista, que tanto señala al asunto que nos ocupa com o
éste a aquél. Encontramos por el diálogo la necesidad de que el fi
lósofo ni admita que todo está en reposo ni que lo que es cambia en
todos los sentidos, sino que «el ser y el todo, simultáneamente, es
tán en reposo y cambian»6. «Simultáneamente» (ouvavcJíÓTepci') dice
«conjuntamente», «ambos a la vez», no com o un simple aditamento,
lo que señala lo inadecuado de excluir del concepto de ser tanto el
movimiento com o el reposo, aunque movimiento y reposo no se
mezclen entre sí. Lo que caracteriza en concreto al Sofista es que hay
participación o m ezcla entre las propias Ideas, hay una com uni
dad de géneros (kolwiwlo: xcov y^vcov) y, más aún, cualquier posible
discurso que podam os tener debe su existencia al entretejimiento
(oi)|irrA.oKTÍ), conjunto de las formas: «la aniquilación más completa de
4. M. Heidegger, «Der Sag; der Identitát», p. 111; trad. cast., «El principio de
Identidad», p. 63.
5. Platón, Sofista, 254 d y 2 5 5 d.
6. Ibid., 2 4 9 d.
todo tipo de discurso (Aóyog) consiste en separar a cada cosa de las
demás, pues el discurso se originó para nosotros por (óiá) el entre-
tejimiento mutuo de las formas»7. Si las concebimos com o existien
do en sí e incapaces de cualquier mezcla o participación, el discurso
no sería posible. De acuerdo con ello, Platón concibe la estructura
de las formas en el Sofista com o una jerarquía de géneros y especies
sujeta a las leyes de reunión y división. El plano ontológico de las re
laciones de las ideas entre sí es el que ahora nos importa — no com o
una desconsideración de lo sensible, sino com o una reconsideración,
puesto que esas relaciones se darán asimismo/en el ámbito de la e x
periencia sensible— . Ciertamente con esa (participación en el ser
tanto del reposo com o del movimiento se establecen las bases para
una concepción dialéctica del ser, ya que la idialéctica no es un sim
ple procedimiento técnico de «la ciencia dialéctica» para distinguir,
respecto de los géneros, cóm o algunos son capaces de comunicarse
con otros, y cóm o no8.
Pero más bien parecería que en este rápido recorrido se ha pro
ducido un olvido. «¿Qué queremos decir con ‘mismo’ (aótoy) y con
'diferente’ (eTepov)?»X"ETnecho de que se consideren dos géneros
entremezclados con los tres anteriormente señalados abre una serie
de intercambios en los que el diálogo entre Teeteto y el Extranjero
hacen del Sofista un texto ejemplar, en el que el movimiento y los
que intervienen, así como aquello que dicen, se encuentran singu
larmente vinculados. La forma es aquí también automovimiento del
contenido. Lo mismo y lo otro, la identidad y la diferencia se en-
cuentran en el discurso que los entreteje en la 4>lAlc¡ de la conversa
ción. Por ello, es particularmente importante atender a ese movi
miento y relación. Ni lo diferente ni lo mismo se dejan reducir al
cambio y al reposo, no son lo común a ambos, aunque participan
de lo mismo y de lo diferente. Ni el ser y lo mismo son una sola
cosa (en caso de no diferir en nada, el cambio y el reposo coincidi
14. Ibid., 2 5 6 d.
15. Ibid., 2 5 9 a-b.
16. Platón considera que decir cosas tales como que «lo mismo es diferente» es
«algo propio de un neófito que acaba de entrar en contacto con las cosas reales»
(jibid., 2 5 9 d).
17. Ibid., 2 6 0 b.
18. Ibid., 258 c.
19. Parménides, D. K., B 2 , 39-40, t. I, p. 2 3 1 ; trad. cast., en este caso de la
«Edición critica y versión crítica de los fragmentos de Parménides», en Lecturas pre-
socráticas, Alianza, Madrid, 1981, pp. 183-221, p. 190.
2. L o m ism o y lo idéntico (con fragmentos de Parménides)
2 0 . M . Heidegger, «Der Satz der Identitat», p. 12; trad. cast., «El principio de
Identidad», pp. 65-67.
2 1 . Ibid., p. 1 3 ;,trad. cast., p. 67.
2 2 . Parménides D. K., B, 3 , 1.1 , p. 2 3 1 . La sugerente y polémica versión cas ce-
llana, antes citada, señala: «Pues es concebirlo lo mismo que serlo» (p. 192).
23. «Das Selbe namlich ist Vernehmen (Denken) sowohi ais auch Sein». Baste ci
tar tres lugares en los que Heidegger expresamente aborda la lectura de este frag
mento: «Der Satz der Identitat», pp. 14 ss.; trad. cast., «El principio de Identidad»,
pp. 69 ss.; «Moira (Parmenides, Fragmenc VIII, 34-41)», en Vortrage u nd Aufsatze,
Neske, Pfullingen, 41978, pp. 2 2 3 -2 4 8 ; trad. cast., «Moira», en Conferencias y ar
tículos, Serbal, Barcelona, 1994, pp. 2 0 1 -2 2 3 ; y Einführung in die Metaphysik» M ax
Niemeyer, Tübingen, 1953, pp. 104 ss.; trad. cast., introducción a la Metafísica,
Nova, Buenos Aires, Nova, 1980, pp. 174 ss.
De este m odo, la fórmula de la identidad, por la atención a una
formulación más adecuada en el principio, viene a ser el problema
de la unidad de la identidad y la cuestión de lo Mismo. Y, a su vez,
nos vemos en la necesidad de abrir esta primera instancia de la pa
labra en Parménides y de atender, siquiera mínimamente, cuál es el
alcance de lo que se pone en juego en ella. Si decimos, com o no deja
de ser habitual, que el fragmento nos enseña que la identidad perte
nece al ser, que el ser tiene su lugar en la identidad, el asunto podría
quedar resuelto. Pero la cuestión está sin atender: «¿Qué quiere de
cir en la frase de Parménides la palabra tó cíúto, lo Mismo?»24. Que
damos emplazados a afrontar el enigma de'esta palabra, que habla
de que pensar y ser tienen su lugar en lo mismo, se pertenecen mu
tuamente. La relación entre pensar y ser es lo que Parménides in-
tenta pensar.
N o es nuestro interés en este lugar detenernos en lo que podría
mos denominar, no sin torpeza, las relaciones entre ser y pensar. Lo
que nos importa en esta ocasión es, com o señalamos, si es lo m ism o
pensar que ser y gué cabe .decir de lo mismQ. con la sospecha inicial
de que sea precisamente lo mismo lo que nos da que decir. Nos ayu
da el propio Parménides al indicar que «pensar y el pensamiento de
que Es es son lo mismo, porque sin el ente en el que está com o ex
presado no puedes encontrar el pensar»25. Pero nos dificulta la con
cepción habitual, según la cual el pensar y el ser son lo mismo, ya
que se comprende al upeiucomo pensar y a éste conja actividad.del
sujeto q u e d e te i m iR a le que el ser_£s, que queda reducido a lo pen
sado pO£e¡.J?ensar. Todo se tornaría subjetivo. De ahí el esfuerzo de
HBí3effg¡er de leer de modo, a su entender, mág_griegcPa sentencia
de Parménides. Para ello se hace necesario incorporar un tercer frag
mento a los ya citados B 3 y B 8, en el que se alude a la relación en
tre «A|^€lv y vo£lv:.y&h x6. Aéveii' xe v oav te...»26. En la conjugación
de estos tres fragmentos habremos de señalar en qué direcciones y
con qué sentidos cabe abordar la cuestión de lo mismo.
En los tres fragmentos citados nos encontramos con voeiv. Po
dríamos resolver el asunto diciendo que alude, sin más, a «pensar» y
determinarlo en el sentido de la Lógica. Sin embargo, Heidegger nos
24. M . Heidegger, «Der Satz der Identitát», p. 14; trad. cast., «El principio de
Identidad», p. 69.
25. Parménides, D. K., B 8, 3 4 ss., 1.1 , p. 238.
26. Parménides, D. K., B 6 , 1. Así comienza el fragmento al que Heidegger re
torna una y otra vez en Was heisst denken? {¿Qué significa, qué quiere decir, pensar?).
indica la necesidad de pensar la oroposición en su sentido origina
rio griego, Jo que requiere considerar a voeiv com o percibir. Pero
ello reclama algunas aclaraciones. No se trata de un percibir recep
tivo que se opondría a una espontanelHaHTsTpor tal se entiende «pa
sivo». Exige la atención y la consideración de quien percibe un rui
do, más aún, de quien escucha a un testigo, lo hace com parecer e
instruye un sumario, consigna un hecho, examina la causa {Saché) y
se refiere a ella. Además de este carácter judicial y de testimonio,
Heidegger aporta un tono de combate. No es la simple aceptación,
sino que demanda adoptar una posición de resistencia ante lo que se
muestra, y de fijar su posición en la contención que perfila su al
cance27. Este detener que acoge insta a meditar, reflexionar, inte
rrogarse, a plantearse una cuestión, es un percibir que es un admitir
de verdad, con sus consecuencias y resistencias, el mostrarse y apa
recer de lo que se muestra y aparece. No es un simple «pensar». Tie
ne el carácter de toda actividad humana. Tal percibir y aprehender,
que no se limita a poseer, es lo m ism o que ser. Con ello persiste la
cuestión de lo mismo que, sin embargo, queda iluminada en el pro
ceso de lo que venimos diciendo. Así se abre todavía más el asunto.
Efectuemos otro acercamiento. El que nos procura el fragmen
to B 6. Podría otorgarse un lugar secundario a las propias palabras
con las que comienza, xpr], votlv y a la manera en que están
enlazadas entre sí, subsidiarias respecto de lo que constituiría lo nu
clear de la cuestión. Hablarían de lo que «es preciso decir y pensar».
Otro tanto parecía desprenderse del fragmento B 3, donde el sujeto
sería voelu y eíirn, de los que se diría que son lo m ism o , y se enten
dería por tal el uno lo mismo que el otro, con lo cual tó aireó no ha
ría sino establecer (en cierto modo a posteriori) una relación entre
dos términos previamente designados cada uno por su parte. Sin
embargo, tó aóxo es el verdadero «sujeto» de la «oración», la cual
dice que «ello», «lo mismo» es pensar y es ser. «Similar papel des
empeña xpií en el comienzo de B 6 [...]; es XP*Í el término que so
porta y requiere tanto la referencia de X¿y€lv y voeli/ a coi»
como la propia dualidad de ¿¿yen/ y i'ocli', com o incluso la doblez
de Xéyeiv y qijiewu»28. Si xpr\ requiere es porque el término mismo
32. M. Heidegger, Was heisst denken?, p. 127; trad. cast. ¿Qué significa pen
s a r p. 203.
33. M. Zarader, Heidegger et les paroles de l’origine, Vrin, Paris, 1986, p. 103.
Resulta extremadamente importante esta indicación a fin de no reducir el pensar a lo
dicho.
34. Ibid.
35. M. Heidegger, Einführung in die Metapbysik, p. 106; trad. cast-, Introduc
ción a la Metafísisca, p. 175. Quedan vinculadas ambas cuestiones: «Vfoí heisst ró aúto,
das Selbe?*, «!n welchen Sitine von Einheit ist das Eine des Selben gem eint?».
36. M. Heidegger, «Moira», en Vortrage und Aufsatze, p. 2 3 3 ; trad. cast.,
«Moira», en Conferencias y artículos, p. 210.
te perdemos el oído para la palabra enigma, en el supuesto de que
hayamos oído alguna vez la llamada de esta palabra enigma»37, Al
atender a la palabra enigma desde la perspectiva de la unidad que no
se reduce a lo idéntico, no nos encontramos ante la homogeneidad,
ni ante la mismidad entendida com o indiferencia. Lo mismo no es
ni la pura uniformidad, ni lo parecido o lo igual. Tanto en el caso
deLdecir V el ser com o en el del ser y pensar, lo mismo habla de la
mismidad en cuanto copertenencia a en esencia.~En este sentíJ o , re-
sulta especialmente significativo no considerar que de lo que se tra
ta es de que es indiferente decir un término u otro. El hecho de que
se con-vienen y se co-pertenecen nos lleva a preguntar: ¿cóm o con
vienen y se co-pertenecen?38. No es cuestión ahora de abordar esta
copertenencia, que requerirá más adelante mayor atención. Ya es
clarificador que xci oíijtq se muestre com o pertenencia mutua de dos
términos. Y ello nos permite avanzar algunas consideraciones. Ya
adelantamos alguna caracterización negativa, que ahora comple
mentamos. L o mismo no mienta la vacua uniformidad de una cosa
y otra y_otr a ..., ni tampoco la unitormidad de algo con eTmismo, ni
elcarácter indiferente efe la vacua identidad {A en cuanto A, 13 en
cuanto B). Precisamente, la copertenecia en esencia hace saltar la in
diferencia, ya que, justamente, en tanto que diferentes se copertene
c e r i L a mismidad no se entiende como mera indiferencia. «La uni-
dacTconsiste en el equilibrio d é lo que tiende a oponerse. Tal es la
unicidad en sentido originario»40. Es lo que te icaí señala en el frag
mento B 3 , el carácter de los unidos en el sentido de un oponerse,
lo mismo en tanto que correspondientes entre sí. F re n tes aquella in
diferencia y uniformidad, copertenecer en esencia implica que lo
mismo quiebra dicHa indiferencia de aquello que se copertenece,
mañteni¿ri3o¡o más bien separadamente en la más extrem a des
igualdad, macreuisudolfi sia <3ejar justamente que caiga por separa
41. M . Heidegger, D er Satz vom Grund, p. 152; trad. cast., La proposición del
fundamento, p. 145;
42. ¡bid.
43. A partir del texto citado y de [as páginas posteriores de Identitát und Dif-
ferenz (p. 15; trad. cast., ¡¿entidad y diferencia, p. 69), Marlene Zarader hace notar
las dos formulaciones mediante las cuales Heidegger caracteriza, por una parte, la
doctrina de !a metafísica y, por otra, la sentencia de Parménides. La primera se enun
cia: Die Identitát gebórt zum Sein, la segunda: Das Sein gebórt in eine Identitát [op.
cit., p. 306, nota 28).
44. M. Heidegger, D er Satz vom Grund, p. 152; trad. cast., La proposición del
fundamento, p. 145.
mismo al que pertenece el voeív. Pensar y el pensamiento de que Es
es son lo m i s m o , que es tanto com o que lo m i s m o es la percepción
y aquello en virtud de lo cual ella acontece: «tauxói' 5’éaTi votiv t€
Kai oweicev €OTi vót||¿ix»45. Pensar en virtud del ser significa que
«sólo es cuando acontece un patentizar». El ser impera, y, en efec
to, Parménides confía el pensar al ser, pero el pensar que es perci
bir acontece necesariamente con la aparición46. Tal es el doble m o
vimiento, el del pensamiento que es e n c a m i n o hacia el ser, pero
que, aTa par, debe ser pensado incluido en la totalidad de la pre
sencia, es decir, de lo presente. El pensar t a m b ié n es algo presen-
teA7. De este modo, pensamiento y ser perteñécHTaTft'B^s a algo que
les precede y les sobrepasa, mientras, a su vez, el pensamiento per
tenece, al_ser. Son dos vertientes de lo mismo, riqueza y enigma a la
par. En tanto que s e d a como ser, procede de un don y del seno de
ese don com ún el ser reivindica el pensar que, com o veíamos en el
fragmento B 3 , fínicamente brota donde hay ser. El pensamiento
sólo es tal en la medida en que respondéaTaflam ada del ser. Pero,
respondiendo, reconduce el ser a lo que lo engloEa y 3e lo que pro
cede. Una y otra vez, pensamiento y ser se responden y se corres
ponden48.
Pero ahí no concluye lo que estos textos nos ofrecen. La cues
tión es la de lo que precede y sobrepasa, la de aquello a lo que tan
to pensamiento com o ser copertenecen. Nos valemos para eso del
hecho de que en el citado fragmento B 8 Parménides señala de qué
modo hay que pensar el «ser» al que pertenece el voeív. «Parméni
des, en lugar de decir €ivai dice éóv», lo ‘esente’, que en su bisemia
nombra el pliegue. Pero el voeti» quiere decir i>ór|¡!a, lo tomado en
consideración de un percibir atento»49. Y aquí está la clave, ya que
en virtud del pliegue que permanece no dicho está presente el pen
sar. El Éóv queda nombrado como aquello en virtud de lo cual está
presente. El estar presente del pensar está de camino al pliegue de
ser y ente. En efecto, s e r reclama el p e n s a r . Ahora bien, por el plie
64. «Pues la filosofía del idealismo especulativo, preparada por Leibniz y Kant,
y mediante Fichte, Schelling y Hegel, fue la primera en fundar un lugar para la esen
cia en sí misma sintética de la identidad» {M . Heidegger, «Der Satz der Identitát», pp.
1 1-12; trad. cast., «El principio de Identidad», p. 65).
65. Platón, Parménides, 155 d.
6 6. Ibid.t 156 c-d.
el que no posee lo mismo) y de tiem pos (en el que participa y en el
que no participa, en el que toma parte del ser y en el que se desha
ce de él)67. La temporalidad emerge en la presencia de dos términos
encontrados y en contraste: TTÓte (toic ) y xpó^o^i X esta voluntad de
contraste y de tensión resulta decisiva, ya que la clave de la Hipóte
sis es esta tensión entre el tiempo com o continuidad y el tiempo
com o discontinuidad! Ocupados en la distinción entre el ser y el
no-ser deí uno) entiJe su ser semejante y su ser desemejante, en re
poso y en movimiento, nos hemos encontrado en la cuestión del
tiempo. Y esa fisura que la discontinuidad introduce en la conti-
nuidad es el espacio donde toma consistencia la realidad del ins
tante, que explícita esta tensión en la que cuaja cóm o una suerte de
espacio68.
Hay un tiempo del reposo y un tiempo del movimiento, gero no
hay un tiempo en el que los entes no estén en reposo o en movi
miento. La extraña naturaleza que se acomoda «entre el movimien
to y el reposo, no estando en ningún tiempo» es la del instante69.
Quedamos ^sí convocados a atender a ese paso o mutación ftitta-
páM.eii') que no acaece ni cuando el ente está en reposo ni cuando
está en movimiento, lo que parece indicar, por tanto, cuando no hay
tiempo. ¿Qué « cuando » es ese que no es un cuando del tiempo? En
el instante,~en~élH;¿ulñ’T]t;1 entre el movimiento y el reposo, tiene lu-
ear ese paso. Pero Platón señala que tal instante «siendo en ningún
tiempo (eu xpóV(¿ oúdan ouoaj» es un entre de naturaleza extraña, sin
lugar (atoTioí)70. Á su vez, el paso entre es y no-es, que no se identifi
ca con es ni con no-es, es el entre-dos , un espacio donde se «frota» el
contraste entre xpóvoc; y to tc, una verdadera fractura, una disconti
nuidad entre dos estados, un tránsito, una reversión. «Ese no-lugar,
ese vacío entre, l i ,y no-es. ese ‘agujerear el,tiem po’ es eflnstaute»71.
Se trata de ver de qué modo ello afecta a las posibilidades de un de
cir adecuado, ya que tal parece ser una cuestión decisiva del diálo
go que nos ocupa. Esto supone hacerse cargo de hasta qué punto el
fcfrúcfmic; es contra-dicción pura, no una mera contradicción.
77. «Si lo uno no es, nada es» (Platón, Parménides, 166 c). Véase J . Wahl, Étu-
de sur le Parménide de Platón, pp. Í92-193.
78. Platón, Parménides, 166 c. Con ello se muestra que la tercera hipótesis es
síntesis y no sólo prepara la transición al manifestar la posibilidad de relación entre
lo uno y lo múltiple, sino que propicia la frase sintética de la conclusión, la explica.
Véanse J . Lorite Mena, El Parménides de Platón. Un diálogo de lo indecible, p. 208 y
V Vitiello, «La tercera hipótesis del ‘Parménides'», p. 125.
79. En este punto, Lorite Mena se pregunta: «<No residirá la posibilidad mis
ma del Parménides en la realidad de la palabra?» Todo el proceso dependería de algo
inexpresable: «tenemos que dialogar desde o hacia lo indecible (lo Uno)» (op. cit., p.
214).
80. Aristóteles, Metafísica, IV, 4, 1005 b 24-26 y IV, 7, 1012 a 25-26.
gel es que, al indicar que el ser y el no ser es uno y lo m ism o , todo
es y no es se sostiene en que «lo absoluto es la unidad del ser y del
no-ser»81. Y en tanto que todo es y no es, el todo es el devenir, la
verdad del ser. Este «gran pensamiento» de pasar del ser al devenir,
no impide que éste, como primera unidad de determinaciones
opuestas, resulte aún un pensamiento abstracto. Sin embargo, estas
determinaciones aparecen ya com o algo inquieto que lleva consigo,
por tanto, el principio de la vida. C on ello, el movimiento mismo se
eleva a principio y ocurre efectivamente, ya que del ser com o primer
pensamiento inmediato se pasa a la determinación del devenir como
segundo: «es lo primero concreto, lo absoluto, como la unidad" dé lo
contrapuesto que en él se plasma»82. Hay, por tanto, para Hegel, un
acceso — o un descenso— al comienzo de.la filosofía, ya que se pro
clama la esencia de la idea, el concepto de lo infinito, del ser en y
para sí, com o lo que es, a saber: com o la unidad de lo contrapues
to83. Este comienzo, el de esta idea permanente, es el que retornará
una y otra vez en la historia de la filosofía. Heráciito es el primero
en alcanzar lo concreto, el principio de la vitalidad (Lebendigkeit ),
principio que representa el cumplimiento de la idea en esa totalidad
que es el comienzo de la filosofía.
Tal es el contenido cuyo auromovimiento propiciará el desplie
gue de esta historia. El ser y el no ser se ^reducen a simples abstrac
ciones carentes, así consideradas, He verdad, «lo primordial verda-
dero está solamente en el devenir», no en el aislamiento abstracto
del ser y no ser, sino en el uno en el otro, en el otro contenido en el
uno. De ahí que en “Heráciito el momento de la negatividad resulte
inmanente y en torno a ello gire eíconcepto de toda su filosofía. Lo
contrapuesto reside en lo mismo y lo uno es precisamente «la acti
vidad encaminada a dirimir lo contrapuesto»84. Y esto es lo que re
Heráclito de H egel lo que nos interesa (Ibid., p. 3 2 0 ; trad. cast., 1.1 , p. 263). Sin em
bargo, más adelante será preciso hacer alguna indicación al respecto.
85. Platón, Banquete, 187 a ss. Véase Heráclito, D. K., B 51.
86. G. W. F. Hegel, Vorlesungen über die Gescbichte der Philosophie, p. 3 2 6 ;
trad. cast., Lecciones sobre la historia de la Filosofía, t. I, p. 264.
87. Para Hegel, en esto consiste «el gran principio de Heráclito». {Ibid., p. 3 2 6 ;
trad. cast., t. I, p. 264.
88. D. Janicaud, Hegel et le destín de la Gréce, Vrin, Paris, 1975, p, 253.
com n la nada [...] todo es devenir »89. Pero con ello no resulta zanja
da la cuestión del ser. El ser no queda simplemente superado o , me
jor, no queda abatido. ea-de.venir. pero el ser deviene. Y más
aún, el puro movimieríto de la Aufhebung es constitutivo de la ver
dad del ser90.
Lo interesante para nuestro trabajo es que, con ocasión de esta
lectura, cabe encontrar el espacio en el que se debate lo que nos ocu
pa. Para ello señalaremos las ventajas o aportaciones que en la re
lectura de Heráclito vienen a ser fecundas para que Hegel tome su
posición, así com o las carencias o tareas que de aquélla se despren
den, apuntando, a la vez, alguna discordancia que resulta importan
te tener en cuenta. Previamente, ha de indicarse lo que constituiría
el gran descubrimiento de Heráclito: la necesidad de la mediación,
mejor aún, de decir la mediación, esto es, el proceso — de la natura
leza y del pensamiento, que ño son sino uno— . De este m odo, no se
cae en las redes del formalismo. «Mirándose en la naturaleza y com
prendiéndose a sí misma a partir de su esencia, la filosofía heraclí-
tea comienza a descubrir, sin saberlo, la verdad del idealismo»9].J ;J
descubrimiento de la mediación y el pensar del concepto total v su
perior del devenir, el captar el ser y la nada como «siendo en y para
sí lo mismo», el formular «el ser no es sino el no-ser» — que permi
te gue la esencia de las cosas sea el movimiento— son algunas de las
aportaciones ya señaladas. A ello ha de añadirse que ^ .c a p ta d o la
unidad de los opuestos—leios de..vacías tautologías (com o supuesta
mente la parmenídea, a decir de Hegel) o del negativismo.de la dia
léctica de Zenón, y ha mostrado el «momento de la negatm dad» in
manente en la posición del devenir. Al proceder así, Heráclito hace
la síntesis del ser y la nada, de lo real y lo ideal, de lo objetivo y lo
subjetivo, y esta autoposición de las diferencias permite la integra
ción dialéctica de los^opuestos. Aunque no ya una dialéctica como
108. Precisamente en el Teeteto (179 e-180 a), Platón muestra las dificultades de
hablar con los llamados discípulos de Heráclito. «Nunca llegas a nada con ninguno
de éstos, ni ellos mismos lo consiguen entre sí. Al contrario, se cuidan bien de no
permitir que haya nada estable en el discurso». Tal parecería ser un argumento sobre
la inconveniencia de considerar la posibilidad del acuerdo y la armonía entre quienes
«siguen la doctrina al pie de la letra y, de hecho, se mantienen literalmente en movi
miento», «ellos se forman por sí mismos y reciben su inspiración de dondequiera que
les venga, en la creencia de que ningún otro sabe nada» (180 c). Platón no considera
viable este movimiento, sin permanencia, con lo común.
109. Platón, Sofista, 2 4 2 d-e. Frente a ello, «las más suaves» de esas Musas sos
tendrían que «unos veces el todo es uno y amigo, gracias a Afrodita, y que otras ve
ces es múltiple y enemigo de sí mismo, en virtud de cierta enemistad». De este modo,
se enfrenta la suavidad de Empédocles a la aspereza de Heráclito.
110. G. W. F. Hegel, Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie, t. XVII, p.
3 5 2 ; trad. cast., Lecciones sobre la Historia de la Filosofía, t. I., p. 2 6 4 . Véase supra
cita 8,
111. 1 Icráclitc, U K , H 5 1 , iraA(lépenos ¿piio^ía, «gegenstrebige Vereinigung»,
D. K., p. 162. Nuevamente la traducción de Agustín García Calvo nos aporta otras
de la diferencia que queda en ella ajustada— no resultaría excesivo
oír aquYTá necesidad de la justicia— , el convenir no es una simple
conveniencia, sino un avenirse en el que retorna, diferente, la ar
monía. Este avenir es el de una adecuada escucha, un avenirse, el de
una sabia escucha que nos constituye com o diestros, hábiles y com
petentes en y con el decir, en ese movimiento de llevar al aparecer.
En esto consiste ser sabio, en esto consiste la sabiduría: «Cuando se
escucha al Logos, se dice lo uno es todo»112. Es la eficiencia de lo
uno por relación a xa vávxata que gobierna, lo uno-la cosa sabia, el
comprender la razón, ya que todo se produce según el.Ü^nr^F.I de
cir exige esta consideración que llamando hace aparecer. De ahí que
el Aóyoc ponga uno como siendo lo mismo, pone uno y lo mismo en
uno, uno com o mismo. Une, recoge y pone. El unir es este Uno y
como tal es único.
En el fragm ento 51, la armonía de tensiones no se limitaba a tra
tar de armonizar lo discordante, ya que son las tensiones las que son
armónicas. Es cuestión de no aislarlas ni bloquearlas, es cuestión de
escucharlas con un adecuado decir en el que dichas tensiones se ex-
plicitan en el espacio de lucha del Xóyog. De este m odo, lo idéntico
y lo diverso constituyen la realidad de todos los procesos de exis
tencia. La lucha es el camino indicado, el abrirse paso, la emergen
cia creativa y activa, este pasar que hace lugar, el caldeamiento por
la agitación, el batirse que hace de dioses y hombres hijos de la mis
ma noche113. Por ello, el alma de la conciliación es la conflagración,
los elementos en continua e inevitable transformación del uno en
otro que significa identidad recíproca. Se identifica así la ley uni
versal (Alkii) con la discordia fE p ig ), fuente de la generación y de la
destrucción, pero, a la par, fuente de la distinción, del discerni
miento, capaz de dirimir, de gobernar, de dar .proporción, de seña
lar el camino y la regla, de.bacerse cargo de lo que cada cosa es. En
este sentido, la discordia es justicia, todo se engendra por esta nece-
sugerenres palabras. En este caso resulta de especial interés, ya que la versión incor
pora además de las fuenres de san Hipólito y Plutarco, las del Banquete y del Sofista
de Platón citadas. Alude también a Protágoras -117 a, dado que se precisa el sentido
de ese acuerdo o aveniencia como «ser de igual razón», como homología, con la in
tencionada resonancia etimológica {homo-logo) que parece oírse en otros usos de la
palabra (Razón común, p. 127).
112. Heráciito D. K., B 5 0 . De hecho, «Uno solo es lo sabio, comprender la ra
zón por la que todas las cosas son dirigidas por rodas» (D. K. B 41).
113. Heráciito, D . K., B 30.
sidad114. No es necesario ir más allá. Saltan los fragmentos a la luz
de B 5 0 y B 5 1 115 y, sobre todo, nos encontramos ya en el corazón
de lo que convoca a este trabajo.
El decir com o combate por mantener en la presencia lo que en
cualquier momento puede retirarse en la ausencia no es simplemen
te la tarea de rescatar de un olvido, es la de corresponder al comba
te en que consiste ser. El decir, en tanto que es desocultamiento de
lo oculto y su entrada en el ámbito de lo no ocultado, toda esta po
lémica acción, se corresponde con la actividad del devenir, con la
actividad que es el devenir. El decir, en cuanto tal, en tanto que re
coge toda presencia en el parecer, es el ser mismo116. El ¿ 0705, por
tanto, abriga en una misteriosa unidad tanto el ser com o el decir ,
algo de lo que no está exento — antes al contrario— el Aóyoí de
Heráclito.
12. «[.,.] der Einheit des Unterschieden und des Nichtunterschiedenseyns —oder
Identitat der Identitat und Nicht— » (Wissenschaft der Logik, 1. D ie objektive Logik
[1812/1813], en Gesammelte Werke, vol. 11, 1978 ¡W. L. I], p. 3 7 , 9 ; trad. cast.,
Ciencia de la Lógica, Hachette, Buenos Aires, 1956, Solar; al 968 [C. L., pp. 25-506,
pp. 68-69).
13. El silogismo de la reflexión — que corresponde con el momento de la esen
cia— enraíza la inmediatez formal en la verdad del contenido, muestra la mutua im
bricación de los extremos, es relación e implicación recíproca — en cierto modo ya
unidad— y, cu cimillo t|iic mi movimiento es el del poner, esta unidad queda puesta
como la vcrditdci.i iuicrioriilild ilcl término medio.
tom a de posición que estimamos im portante para el alcance de
nuestro trabajo.
Se insiste con tanta frecuencia en que Hegel impone la identidad
silenciando la diferencia, que no parece necesario acreditar biblio
gráficamente dónde puede encontrarse algo semejante. C on todo, a
fin de que lo que nos ocupa propicie un decir que siquiera no olvi
de la cuestión de en qué consiste decir o, mejor, qué es decir, hemos
de señalar que consideramos que el movimiento que cum ple el si
logismo no suprime la diferencia. Si cabe decir, es porque la única
diferencia que queda suprimida es la que se presuponía que existía
entre la propia diferencia y la identidad. Ciertamente, Hegel se pro
nuncia contra lo inadecuado de señalar la diferencia, sin más, entre
la identidad y la diferencia. La identidad y la diferencia no encuen
tran su concreción en el movimiento de su diferenciarse. El asunto
es más complejo y más fecundo. Más bien estima que se muestran
desde sí mismas com o idénticas. Pero se produce una,efectiva mos
tración. N o son inmediatamente idénticas. Antes bien, es la diferen
cia la que desdobla la supuesta inmediatez14, es su diferencia, la que
responde a una negatividad inherente, que es la que mueve. De este
modo, la unidad que expresa el silogismo se desarrolla necesaria
mente en la diferencia puesta com o diferencia que, a su vez, presu
pone la unidad. Y esto es lo decisivo, el que la diferencia se muestre
com o distancia de la unidad respecto de sí misma que, com o habre
mos de ver, sostiene realmente la tensión que implica la relación de
identidad. Ciertamente, sin la diferencia que prevalece en la cópula,
y por lógica , en el término medio, la unidad resultaría pura indife
rencia. Decir que queda asumida la diferencia es reconocer su nece
sidad como momento estructural mente constitutivo. La diferencia que
queda superada es la que, en definitiva, alardea de diferencia siendo
pura indiferencia, impotencia y desconsideración para con la nega
tividad inherente, «diferencia» que se hace llamar diferencia, pero es
diferencia en relación de identidad a la identidad misma. De lo que
se tratará es precisamente del decir de la diferencia y no tanto de
un decir acerca de ella, en la que ella nada dice. N o basta, pues, con
aseverar o afirmar la diferencia. Se precisa considerar su realidad.
Y es lo que en este m omento del trabajo resulta necesario hacer.
14. «En cuanto que la diferencia (der Unterschied) comienza en el yo puro [...]
se abandona la inmediatez, el asegurar y el encontrar y comienza el concebir (das Be-
grciffen)» (G. W. F. Hegel, Phdnofnenologie des Geistes, p. 135, 7 -9 ; trad. cast., Fe
nomenología del espíritu, FCE, México, 2 .a reimp., 1973, p. 146).
Pero, com o queda claro en el caso de Hegel, es preciso considerar
la en su lugar en la Lógica del sistema. Con ello se confirmará aque
llo que ya se ha ido abriendo paso, el que el lenguaje implica la uni
dad de un sentido que no se reduce a una inmediata imposición
indiscutible, sino que se despliega a través de una pluralidad de ele
mentos sucesivos que configuran y conform an el dis-curso signifi
cante.
2. La unidad identidad-diferencia
No parece atrevido señalar que para Hegel nada puede d e c irs e sin
una consideración esencialm ente reflexiva. Y esto no es una des
atención para con el hablar idéntico (das identische Sprechen), sino
la necesidad de hacerse cargo, en el momento esencial, de lo que «se
dice». Se trata de la nada (das Nichts) y, precisamente esta nada, así
dicha, es la diferencia15. Ciertamente no se agota la identidad en la
pura identidad de su casi hablar y dice más de lo que parece. De he
cho, la propia identidad no llega a determinarse — siquiera de modo
aún algo indeterminado— sino com o la puesta en forma conceptual
de una primera dualidad esencia/apariencia. Partamos de este deci
sivo asunto, a fin de poder m ostrar que para Hegel la forma del
principio de identidad indica que hay en él más que una identidad
simple y abstracta, hay el puro movimiento de la reflexión (reine Be-
wegung der Reflexión) en el que «lo otro» surge como «apariencia».
La inmanencia del movimiento de reflexión a las determinacio
nes del ser permite hablar de la interiorización que dibuja el pasado
intemporal de lo que es. En efecto, «la esencia es el ser pasado, pero
intemporalmente pasado»16. El ser en el período mediador de su in
mediatez no ha de reducirse a lo que parece. Es la esencia, precisa
mente, la que «parece» en primer lugar ser, pero ello no es el simple
acceso a la interioridad del ser, sino el pasar ( Übergeben ) a otra rea
lidad que es ponderable en ella misma. Schein dice del proceder de
la esencia que asume toda oposición, dualidad funcional que hace de
él la exterioridad interior de la interioridad que es «el parecer de sí
a sí mismo». Así, en este movimiento de «pleno retorno en sí del
3. L a identidad diferente
72. Ibid., pp. 64 y 65; erad, cast., pp. 102-103. Véase VE L, I, p. 2 8 9 , 26-28 y
32; iTíid. irnsi., C. L , pp. 3H8-389.
procedimiento, com o un añadido, com o un ingrediente, siquiera fe
cundo; queda disuelta y descompuesta. La cuestión es entonces si no
nos hallamos así en la esfera de las cosas diferentes en sí (concretas)
pero no de la diferencia, esfera que es la permanente transición y ac
tividad. N o reposo, sino impulso y tendencia. Dejemos en este pun
to, por ahora, dicha cuestión. En todo caso, con el fundamento se
concluye lo que se ha denominado «el periplo nocturno de la esen
cia», su zambullida en lo que aparece ahora a plena luz com o la pro
fundidad d el ser. De este m odo, la ascensión progresiva de la esen
cia a ella m ism a es un redescubrimiento (un restablecimiento) del
ser en su verdad esencial, es decir com o existencia73. Este llegar a ser
implica el automovimieKjto cuyo principio no es sino la autoexposi-
ción de la contradicción.\
En su regresar como fundamento a una concreción de concreti-
zaciones que aún habrán de concretarse (el fundamento no es la ple
na culminación de la Lógica), se han presentado aspectos que mere
cen mencionarse: a) al inscribirse en los desarrollos de la identidad
y diferencia, y en sus momentos, en su efectivo movimiento, la con
tradicción no queda reducida a un principio lógico form al; b) la
contradicción no es una determinación para el conocimiento de las
cosas, es una determinación que define la naturaleza del ser en tan
to que es objeto de reflexión filosófica, en tanto que es ser; c) fren
te a la subsistencia — a la supuesta subsistencia— autónoma de las
cosas, ha de hablarse de una esfera en la que son efectivamente con
tradictorias74. N o queda con ello atendido lo que es asunto de nues
tro escrito. Estimamos que estas consideraciones son necesarias,
pero lo que resulta especialmente relevante es lo que en ellas no sólo
nos da qué pensar, sino que es ya pensamiento. Más exactam ente, la
relación entre lo que da qué pensar y el pensamiento, no com o dos
aspectos indiferentes. En este sentido, subrayamos aquello sobre lo
que volveremos una vez incorporados otros elementos y textos que,
sin duda, enriquecen lo hasta aquí estudiado. Hem os insistido con
Hegel en que la oposición viene a ser, llega a ser, deviene, contra
dicción. ¿Necesariamente? ¿Qué entender aquí por necesidad? ¿Es
posible la oposición concreta sin contradicción? Tal parecería que
7 3 . R-J. Labarriére y G. Jarczyk, noca 9 (c. II, pp. 9 0-91) a su traducción al fran
cés de Wissenscbaft der Logik (Hegel. Science de h logique, Aubier-Montaigne, Raris,
1976).
74. Véase B. Longuenesse, Hegel et la critique de la Métaphysique. f ilude sur la
Doctrine de l'Essence, Vrin, Paris, 1981, pp. 63, 104 y 82.
con Hegel la supuesta autonomía de los elementos de la oposición
que aparecen com o polos perderían toda subsistencia propia. Sin
embargo, en la exposición (Darstellung) ocurre algo otro. Dicha au
tonomía no se dice efectivamente com o autonomía sino en el reco
nocimiento, ya no de la relación de uno con otro, como relación ex
trínseca, sino de la mutua imbricación de uno en otro, no existiendo
en verdad de modo autónomo sino en una representación que no
viene a ser pensamiento especulativo. Son autónomos si no se pien
sa o, mejor, si no se piensan. No tanto si no piensan uno en otro,
como si no se piensan en aquello a partir de lo cual son uno y otro
concretamente, es decir, lo uno en lo otro y lo otro en lo uno. La
contradicción no es entre ambos, es el entre de ambos, lo que les con
creta como efectivamente uno. Ahí la solución es el erigirse y des
fondarse com o lo que son. Es, por tanto, el movimiento del pensa
miento, el pensamiento en el que la contradicción hace posible su
efectividad. Es la contradicción en el pensamiento, la contradicción
del pensar y no simplemente de lo pensado, que a su vez, no resul
tan indiferentes.
No es difícil constatar que estas afirmaciones abren un ámbito
de cuestiones y de problemas que no se reducen a lo dicho. De ser
así, no pasaríamos de un conjunto de aseveraciones, que, en esa me
dida, valdrían tanto com o otras. La cuestión es la exposición de la
contradicción de lo que es contradictorio, el ser contradicción de lo
contradictorio y, en este sentido, el desafío de Hegel es extraordi
nario. Sin embargo, no está dado como última palabra. Algo se dice,
no obstante. Frente a una de las ideas preconcebidas fundamentales
de la lógica, que parece ser aceptada y responder a cierta represen
tación habitual, la de «creer que la contradicción no es una deter
minación tan esencial e inmanente com o la identidad», Hegel esti
ma que si hubiera de hablarse de un orden jerárquico y si hubieran
de ser mantenidas com o separadas — lo que en concreto no parece
adecuado— , «entonces la contradicción tendría que ser considerada
com o lo más profundo y lo más esencial»75. Si algo pudiera decirse
al respecto, sería que la identidad es la identidad de la contradicción.
2 . Ibid.
do y , a la par, procurar la irrupción de otras voces en el asunto. La
insistencia en la esencia en sí misma de la identidad, en la mediación
en el interior de la identidad, com o se ha mostrado co n Hegel y su
cumplimiento del idealismo especulativo, incide, por tanto, en el
con intrínseco, no como un m ero enlace con algo otro exterior, sino
en la medida en que es lo que propicia, y en su ocultam iento desve
la, la conjunción. Esta preposición que es conjunción consigo, el con
de la unidad que es el carácter de una identidad no abstracta, retor
na en la mutua pertenencia, y no es el puro repliegue hacia sí. Sin
con , no hay unión en una unidad.
Heidegger señala que esto no es algo secundario ni simplemen
te «interior». «En todas partes que mantengamos una relación del
tipo que sea, sea cual fuere con un ente, del tipo que sea, nos en
contram os llamados por la identidad»3. Más bien co n v o ca, y ello
le conduce a insistir en «la llamada de la identidad (d er Anspruch
der Identitat)»4. ¿Qué dice esta llamada? i A qué llama? N o llama a
quien es, com o si !a alternativa a lo «interior» fuera una llamada ex
terior, com o si no hubiéramos aprendido aún con Hegel hasta qué
punto lo exterior no hace sino confirmar algo interior y viceversa.
Llama a ser desde el ser. Efectivamente, la llamada de la identidad
h abla (spricht) y «habla desde el ser de lo ente»5. La llamada, según
indicamos, tiene lugar cuando nos relacionamos con un ente. De ahí
que Heidegger subraye que «el principio de identidad habla (spricht)
del ser de lo ente» y muestra que «la unidad de la identidad consti
tuye un rasgo fundamental del ser de lo ente»6. En realidad, sólo el
ser puede llamar a ser. La insistencia de Heidegger en el habla hace
del principio de identidad un modo de hablar del ser d e l ente. Y no
nuestro acerca de él, sino de él acerca de todo ente. «Si no tomase
voz esta llamada (Sprache dieser Anspruch nicht) lo ente nunca con
seguiría aparecer en su ser»7. Se trata, por tanto, de escuchar el prin
cipio de identidad que en su relación con los entes habla del ser de
lo ente. Es cuestión, pues, de atender a aquello donde el ser de lo
ente viene al habla. Este planteamiento es el que nos ha llevado a
considerar singularmente la palabra de Parménides. En ella, la uni
8. «Denken und Sein ge horen in das Selbe und aus diesen Selben zunani men»
{Ibid., p. 14; trad. casr., Ibid., p. 69).
9. Ibid., p. 16; trad. casr., ¡bid., p. 71.
es un constitutivo con , lo que exige atender a io que dice pertenecer
(gehóren). Es cuestión de no reducir todo a un conjunto ordenado
de relaciones que, a lo sumo, pueden pretender la m áxim a coordi
nación (Zuordnung ), lo que conduciría a considerar la identidad y la
unidad com o un simple entente.
La tarea es la de inscribirse en la seña (Wink) de Parmenides, en
su frase, que es un gesto y una señal, y la de considerar el carácter
mutuo desde la pertenencia, en la que tanto pensar co m o ser no se
limitan a referirse uno a otro, sino que se pertenecen lo uno a lo
otro en lo mismo. Pero no sólo el pensar al ser y el ser al pensar, sino
el pensar al pensar (el pensar que es pensar) y el ser al ser (el ser que
es ser). En este terreno común es, entre otros, donde Hegel y Hei
degger podrían diferenciarse y donde cobra fecundo alcance lo que
cabe decir del pensar del ser cuando el decir es, a su vez, el decir del
ser. La cuestión será cómo comprenderlo. En cualquier caso, perte
necer lo uno a lo otro en lo mismo desborda la representación de la
pertenencia desde la unidad de lo mutuo y apunta a experim entar lo
mutuo a partir de la pertenencia10.
A fin de incidir en este carácter del pertenecer, H eidegger es
tudia la relación de correspondencia (Bezug der Entsprechung ) del
hombre con el ser. Más aún, señala que el hombre es esta relación.
Ser una relación de correspondencia para con el ser, nuevamente
com porta una circularidad fecunda que, en este caso, no es la de
quien piensa el ser abstractamente considerado, sino la de quien es
com o ser que piensa, «está abierto al ser, se encuentra ante éste, per
manece relacionado con él y, de este m odo, le corresponde»11. Lo
que nos importa en la ocasión para nuestro trabajo no es ahora tan
to caracterizar la pertenencia al ser del hombre y hasta qué punto
ello le posibilita y le potencia la escucha. N o es difícil escuchar en
gehóren (pertenecer) hóren (oír), pero no siempre se atiende a que
es ese pertenecer el que propicia el oír y el que permite una verda
dera transpropiación12.
Desde este punto de vista, el principio de identidad, considera
do más allá de una simple propuesta abstracta de la identidad, nos
16. ¡bid., p. 2 5 ; rrad. cast., ¡bid., pp. 88-89. El Gestell será, por así decirlo, «el
negativo fotográfico» del Ereignis {M. Heidegger, «Les séminairesdu Thor. 1969», en
Questions IV, Gallimard, Paris, 1976, pp. 2 5 9 -3 0 6 , p. 302).
17. Estructura, construcción, esencia, lenguaje .. No resulta difícil escuchar la
relación entre Bau y Wesen, que es también lenguaje (Sprache). «Das Bauzeug zum
pendencia del lenguaje no implica una desconsideración del ser sino
para quien se representa el lenguaje simplemente com o su lenguaje
e ignora el sentido del decir.
De uno u otro modo se ha producido un extraordinario despla
zamiento. Parecíamos interesados en la cuestión de la identidad, y
de la fórmula nos hemos visto deslizados, incluso súbitamente tras
pasados, a la cuestión del Ereignis. Heidegger reconoce que esta
cuestión no tiene nada que ver con la identidad, pero el asunto es
que la identidad tiene mucho, si no todo, que ver con el Ereignis 18.
Y esto es lo que ahora hemos de atender.
Si con Hegel la contradicción se disuelve sólo en su solución
com o fundamento, y esta solución es de continuidad (el ser se en
cuentra com o ser concreto), con Heidegger no se trata de que el
ente encuentre en el ser su fundamento, y es preciso un salto que se
separe del ser como fundamento de lo ente. El salto es el salto al
abismo ( Abgrund ). N o se busca'coñ'ello ahora sistematizar una com
paración entre Hege! y Heidegger, sino acentuar el salto, ya que no
se produce de ese modo el desfondamiento en la nada vacía o en la
oscura confusión, sino una proximidad a una cercanía mayor. El
abismo es el acaecimiento, el acontecimiento de transpropiación
(das Er-eignis)í9. No es que hombre y ser se copertenezcan en el
Ereignis. Más bien es el dejar pertenecer (das Gehórenlassen) lo que
determina esa dimensión mutua y su unidad. Frente a la caracteri
zación metafísica que se representa la identidad com o un rasgo fun
damental del ser, aprendimos en la lectura de Parménides que el ser
tiene lugar, con el pensar, en una identidad. La esencia de esa iden
tidad procede de ese dejar pertenecer mutuamente. Y ya no somos
nosotros los que dejamos, somos en ese dejar pertenecer mutua
mente que Heidegger denomina Ereignis20.
Cuando nos preguntamos por el sentido de «/o mismo» y lo con
sideramos com o sujeto, si ser permanece con el pensar en lo mismo,
si pertenece com o el pensar en lo m ism o es quelo m ism o es... Tal es
la cuestión de la esencia de la identidad, laque se abre paso en la
pregunta por el sentido de lo m ism o. Ahora contestamos con Hei-
diesem in sich schwebenden Bau empfangt das Denken aus der Sprache» (/b i d p, 26:
erad, cast., Ibid., p. 88).
18. «Insofern unser Wesen in die Sprache vereignet ist, wohnen wir ¡m Ereig-
nis» (Ibid., p. 2 6 ; trad. cast., Ibid., p. 91).
19. Ib id , véase p. 28; trad. cast., Ibid., p. 93.
20. Ibid., p, 2 7 ; trad. cast., Ibid, p. 91.
degger que la esencia de la identidad es una propiedad del Ereig-
«ts21. Y aquí se muestra la relación del asunto que nos ocupa con
esta propuesta de Heidegger. Pero no sólo en la-dirección señalada.
H ay otro aspecto asimismo decisivo que no hemos de desconsiderar.
La fórmula vino a ser principio y principio que es no sólo proposi
ción (Satz), sino que se presenta como una proposición de fondo
(Grundsatz ), fundamento del ente, un rasgo del ser com o fondo del
ente. Ahora la pregunta es por la esencia de la identidad que se ve
acompañada p o r la cuestión de la esencia del lenguaje. Precisamen
te en el Ereignis oscila «la esencia de lo que habla como lenguaje»22,
y el camino seguido reclama otro salto, el del enunciado (Satz) al
origen de su esencia. Y el salto no es sólo el salto del lenguaje que se
desfonda com o lenguaje del ser en el Ereignis, es a la par el salto en
el que el pensar se transforma. El tiempo del pensar es diferente al
del calcular, cuya violencia impera reduciéndose a un cálculo de re
laciones. Ello insta a considerarlos a partir de aquello que los hace
propios, a partir del acaecimiento apropiador, del Ereignis.
De Satz com o afirmación concerniente a la identidad a Satz
com o salto «en el origen esencial de la identidad», el pensamiento se
ha transformado. Y se ha producido lo que ya no es propiedad ni de
Hegel, ni de Heidegger. Del decir que pretende haberlo dejado todo
dicho — con lo que el propio decir quedaría reducido a un dicho— 3
por un decir que se dice asimismo com o movimiento del decir, se da
el paso a aquél en el que el decir se dice com o lo que se da. Se trata
de un verdadero «acontecer del lenguaje»23. Pero tal decir no es in
diferente respecto del ser de lo que hay. También se da. Y así ha de
considerarse, a su vez, la copertenencia. De este modo, el lenguaje
tiene otra consideración: «es la oscilación más frágil y delicada que
contiene a todo dentro de la edificación en equilibrio del Ereignis»24.
Pero para que sea posible atender a la esencia de la identidad, que
es tanto com o un verdadero dirigirse a lo que asimismo viene, hace
21. ibid.
22. ibid., p. 28; trad. cast., Ibid., p. 93.
2 3 . «En su camino del pensar, Heidegger aprecia cada vez con más decisión que
el acontecer de la verdad es esencialmente un acontecer del lenguaje, algo vinculado
al hablar históricamente acontecido del lenguaje, de sus palabras y tesis fundamenta
les [...] a las palabras fundamentales del Decir propio del pensar» (O. Poggeler, D er
Dcnkweg Martin Heideggers, Neske, Pfullingen, 1963- 1983, p. 2 9 2 ; erad, cast., El
camino del pensar de Martin Heidegger, Alianza, Madrid, 1986, p. 319).
24. M. Heidegger, «Der Satz der Identitat», p. 26; trad. cast., «El principio de
identidad», pp. 89-90.
falta tiempo. Se exige un salto y el salto requiere tiempo. Ahora
bien, ya no es tiempo del tiempo calculado — del cálculo de relacio
nes— , es el tiempo del pensar (die Zeit des Denkens)2S.
29. Lógica, por tanto, onto-teo-lógica (Ibid., p. 6 2 ; trad. cast., Ibid., p. 151).
30. Ibid., p. 6 4 ; trad. cast., Ibid., p. 153.
31. Ibid., pp, 37 y 6 3 ; trad. cast., Ibid., pp. 109 y 151.
32. M. Heidegger, «Der Spruch des Anaximander», en Holzwege, Gesamtaus-
gabe, t. 5 , 1977, pp. 32 1 -3 7 3 , p. 3 6 5 ; trad. cast., «La sentencia de Anaximandro», en
Caminos de bustjut, Aliutun, Madrid, 1995, pp. 2 9 0 -3 3 6 , p. 329. Lo que ahora es se
eitcuentrn linjn ln mmiliru drl dciiino del olvido del ser ya ocurrido propiamente.
Diferencia»33. Nada, pues, más improcedente que propugnar resca
tar del olvido a la Diferencia, cuando en realidad de lo que se trata
es de reconocer que «el olvido forma parte de la Diferencia, porque
ésta le pertenece a aquél»34. Es esta mutua pertenencia la que insta
a subrayar que lo que está por pensar es el velamiento que siempre
se ha pensado a partir del encubrimiento de la Diferencia. La tarea
es la tarea del pensar y no simplemente la de una proclamación de
la Diferencia. Algo, sin embargo, se ha destacado y es que, entonces,
el asunto del pensar es la Diferencia en cuanto Diferencia35. Pero el
asunto del pensar no es sino el ser (en esto Heidegger subraya su
coincidencia con Hegel); ahora bien, no en relación con lo que fue
pensado sobre lo ente, sino desde la perspectiva de su diferencia con
lo ente. N o discutiremos la distancia que al respecto Heidegger se
ñala de Hegel, pero sí consideramos que lo interesante radica en lo
que cabe aproximar lo pensado (en tanto que no se agota en lo ya
pensado, en tanto que se diferencia) y la Diferencia. Lo que ahora
importa es que si el ser" es el asunto del pensar, «el asunto del ser es
ser el ser d el ente»36, el ser respecto de su diferencia del ente.
Ahora se comprende que el olvido no obedece, en efecto, a un
modo de ser olvidadizo del pensar. El olvido del ser forma parte de
la esencia del ser velada por el propio olvido, forma parte esencial
del destino del ser (Geschick des Seins), le pertenece esencialmente,
en tanto que «el ser se sustrae en la medida en que se desencubre en
el ente». Este replegarse es la forma temprana de su desencubrir. El
desocultamiento de lo ente funda ocultamiento del ser37. H a de aten
derse, pues, esta doble perspectiva que comporta, en todo caso, no
desconsiderar lo presente y no identificarlo con la presencia. Pero si
ha de tenerse en cuenta que la referencia entre presencia y presente
4 9 . Anaximandro, D. K., B, 1: (Simplic. Phys., 24, 13). «Aus welchen aber das
Entstehen in den Dingen, auch das Entgehen zu diesem enrsteh nach dem Notwen-
digen...» (M, Heidegger, «Der Spruch des Anaximander», p. 3 2 9 ; trad. cast., «La
sentencia de Anaximandro», p. 2 9 7 ; véase asimismo Ibid., p. 3 7 0 ; trad. cast., Ibid.,
p. 334).
50. Ibid., p. 3 2 9 ; trad. cast., Ibid., pp. 297-298.
5 1 . La versión se inicia diciendo: «Tienen que hundirse las cosas allí donde se
han originado, según la necesidad...»: «Woher die Dingen ihre Enstehung haben, da-
hin müssen sie auch zu Grunde gehen, nach der Nothwendigkeit; dcnn sie müssen
BuíSe zahlen und für ihre Ungercchtigkeiten gerichtet werden gemaS der Ordnung der
Zeit» (Fr. Nietzsche, «Dic Philosophie im tragischen Zeitalcer der Griechen», en Sam-
tliche Werke, 15 vols., Waltcr de Gruyter, Berlin-New York, 1980, vol. 1, pp. 799-872,
4 , p. 8 1 8 ; trad. cast., «La filosofía en la época crágica de los griegos», en Obras com
pletas, 4 vols., Prestigio, Buenas Aires, vol. I, pp. 46 7 -5 3 2 , p. 485).
5 2 . Ibid.
5 3 . Ibid., p. 8 1 9 ; trad. cast., ¡bid., p. 486.
54. ¡bid.
5 5 . Estas «posibilidades místicas» —según Nictzsche— son a las que se apela
para poder afrontar la cuestión de «¿dónde se alimenta el siempre renovado flujo del
Devenir?» (Ibid., p. 821; trad. cast., Ibid., 488). Resta por ver si esta lectura queda
bajo el duro juicio de Heidegger para con el joven Nietzsche: «[...] sus interpretacio
nes de los textos no dejan de ser completamente tradicionales, por no decir superfi
ciales» («Der Spruch des Anaximander», p. 2 9 3 ; trad. cast., «Ln ncniriidfl de An.ixi-
Sin embargo, el recorrido efectuado hasta ahora por este texto
puede permitirnos no quedar reducidos a esa lectura. Ha quedado
claro que Heidegger ha insistido más bien en lo presente com o sur
gido a la vez en el desocultamiento, en el sentido de lo que sale de
sí mismo y se produce a sí mismo, y surge en la medida en que es
traído o producido por el hombre. Pero esto implica pensar por
adelantado el ser, com o señalamos, en el sentido de la presencia en
el desocultamiento. En el traer a la luz puede ser experimentada la
presencia de lo presente. Ahora bien, la atención — siquiera breve—
a la sentencia de Anaximandro permite un retorno, que considera
mos fecundo, de algunas cuestiones esbozadas en la primera parte
de nuestro estudio. N o resulta forzado que así ocurra, si se tiene en
cuenta hasta qué punto la sentencia resuena en Heráclito y en Par
ménides. N o podemos llevar esto, ahora, mucho más lejos; sin em
bargo, sí parece necesario mostrar algunos ecos que inciden direc
tamente en el desarrollo de estas páginas. Estamos ya, quizás, en
condiciones de escuchar de otra manera ciertas palabras.
La proveniencia no mienta simplemente ni aquello de que se
provino ni el hecho de provenir, sino un permanente emerger y un
mantenerse en él, habla del movimiento de la emersión. Pero, a su
vez, la proveniencia en tanto que sentencia, la sentencia en la que se
dice proveniencia, es ya el dejar ser, que es «decir» y «poner», que es
m odo de proceder del A.óyoc en el que las cosas mismas se imponen.
Desde esta perspectiva, «la palabra de Anaximandro es el más anti
guo dejar que las cosas hablen del que nos ha llegado noticia, y por
ello es la primera palabra de la filosofía»56. Pero cuando dice la sen
tencia, la sentencia habla de la multiplicidad de lo ente en su totali
dad, y no sólo de las cosas. Si la sentencia habla de ta ovia no signi
fica una multiplicidad cualquiera, sino x á TTocvxa, el todo de lo ente57.
sas, sino incluso más» («Der Spruch des Anaximander», pp. 3 3 0 -3 3 1 ; trad. cast., «La
sentencia de Anaximandro», pp. 298-299).
58. Heráclito, D. X., B 50.
59. Nietzsche estima que lo interesante de la posición de Tales no es canto la
comunicación de lo que intuye, sino la intuición misma —que encontramos en todas
las filosofías— de que «todo es una y la misma cosa (¡AUes ist Eins)» («Dic Philosophie
im tragischen Zeitalter der Griechen», p. 8 1 3 ; trad. cast., p. 481). Véase asimismo E.
Severino, Essenza del nichilismo, p. 3 9 6 ; trad. cast., Esencia del nihilismo, p. 312.
60. E. Severino, Essenza del nichilismo, p. 3 9 6 ; trad. cast.. Esencia del nihilis
mo, p. 3 1 2 .
netrarlo todo, es en tanto que «justamente esto es lo que exige res
pecto de la identidad de las diferencias: que en cuanto trascenden
tal se encuentre en todo»61. A la par, ello permite la apertura unita
ria del todo, de lo que no tiene límite, áneipov, que «envuelve todo»
(uepiéxeLv ávavza) y que «gobierna todo» (Kcti Kitftepvai')62. Una
y otra vez, «la preciosa ambigüedad» resulta fructífera. En este caso,
para m ostrar no sólo que el aireipov es el omnicomprensivo hori
zonte de la totalidad, sino también aquello que en dicho horizonte
emerge y se pone com o regazo y guía de «las cosas». El aueipov como
provenir y emerger es, a la par, lo que permite reconocer en la in
determinación «el no indiferenciado, como regazo del que nace al
mundo mediante la diferenciación o separación de los contrarios»63.
Volveremos enseguida sobre este ultimo aspecto. Pero, antes, se hace
preciso una mayor insistencia en el hecho de que «las cosas» provie
nen de un regazo en el que se ven envueltas desde siempre y a él
vuelven. Esta hospitalidad, que es entrega y acogida permanente, es
la hospitalaria unidad originaria, tó Gelov, lo divino, que en Anaxi
mandro está separado y de lo que se generan todas «las cosas», se
parado del mundo inhospitalario de las oposiciones.
Estamos ya en condiciones de incorporar de modo adecuado la
posición de Severino; más exactam ente, la del «fondo común» a H e
ráclito y Parménides que se alumbra en la sentencia de Anaximan
dro. «El proceso de generación del mundo viene a asimilarse al pro
ceso de diferenciación de la identidad trascendental: el constituirse
de las diferencias respecto de la identidad es visto com o la genera
ción misma del mundo de los contrarios por parte de la unidad di
vina»64. La posición resulta especialmente relevante desde la lectura
propuesta de los fragmentos de Heráclito, ya que la cuestión es que
la originaría unidad hospitalaria lo es de los opuestos y tal es la ar
monía oculta. Y, de nuevo, la rica ambigüedad. La armonía oculta es
la totalidad de lo positivo en la unidad inmutable de lo divino, pero,
a su vez, es lo positivo en cuanto se presenta como devenir. Frente
vez, las cosas sufren mutuamente en el devenir la pena de la injusticia, el no ser del ser,
el mundo, la ausencia de plenitud del ser (¡bid., pp. 409-410; trad. cast,, Ibid., p. 328).
69. M . Heidegger, «Der Spruch des Anaximander», p. 3 7 1 ; trad. cast., «La sen
tencia de Anaximandro», p. 335.
7 0 . Anaximandro, D. K., A 9 (Simplic. Phys., 2 4 , 13).
7 1. E. Severino, La Struttura originaria, Adelphi, Milano, 1981. El parágrafo
26 del capítulo XIII ya resulta suficientemente expresivo al respecto: «II devenire
come apparizíonc dclPiminutabile» (pp. 547-549, p. 549).
A. La fórmula sería (A = A) = A. Ello indicaría no movimiento, sino
quietud72. Se produce de este modo una cierta desaparición de la
fórmula en A. El discurso dice el solo y simple A. Y aquí se agudiza
el debate con Hegel, ya que queda por ver si eso, decir A, es un dis
curso o una intuición, resultado sin proceso. En tal caso, lo concre
to no sería la negación de lo abstracto, sino más bien su conserva
ción. Podríamos llamar concreta, entonces, a la intuición que el
discurso conserva en sí. Hegel hablaría, efectivamente, de una asun
ción, pero no inmediata, el retorno o la restitución serían un refluir
a la armonía que, a su vez, precisaría, para ser concreta, de dicho re
fluir. Algo ocurre con la sentencia de Anaximandro. Severino no ig
nora este juego hegeliano entre inmediatez y mediación, sin embar
go, su lectura sería exactamente la contraria a la realizada por aquél.
«Si en Hegel es la mediación lo que ‘contiene’ la inmediatez, en Se
verino es verdad exactamente lo contrario [...] Porque A está antes
— desde siempre— , por eso es posible su exposición en (A = A )»73.
Es el movimiento que no niega. Ahora bien, tam poco ha de enten
derse la posición de Hegel com o si el movimiento fuera el que nie
ga. Más bien es la negatividad inherente del contenido la que pro
voca y es movimiento. El movimiento es el de la liberación respecto
de una representación abstracta de A. No implica una adición de
movimiento a A. Es el movimiento de su decirse, siquiera inicial
mente en la representación. Y el movimiento tiene contenido, es el
contenido en su movimiento. Pero, planteadas así las cosas, de la lec
tura de la sentencia de Anaximandro con Heidegger, por la que de
ella hace Severino, nos vemos en la necesidad de que Hegel y Hei
degger intercambien algunas palabras. Este intercambio podría, en
su caso, procurar aquello a partir de lo cual sus posiciones se dife
rencian. Y es de esto de lo que, con independencia de los autores, en
efecto, se trata.
1. El diferenciarse de lo mismo
20. «Im Gleichen venchwindet die Verschiedenheit. Im Selben erscheint die Vers-
chiedenheit» (Ibid.).
2 1 . Ibid., pp. 5 6 -5 7 ; trad. cast., Ibid., p. 139.
22. Fr. Nietzsche, «Die Philosophie im tragischen Zeitalter der Griechcn», en
Sámtliche Werke, 15 vols., Walter de Gruyter, Berlin-New York, 1980, vol. I, pp, 799-
8 72, p. 8 2 4 .; trad. cast., «La filosofía en la época trágica de los gricKt»», r« Obras
completas, 4 vols., Prestigio, Buenos Aires, 1970, vol. 1, pp. 467-5.12, pp, 4V 1-495.
2. L a diferencia y la asunción (AufhebungJ
38. Así se expresa Jean Beaufret a raíz de la lectura de la explicación del tér
mino aufheben por Heidegger (Ibid., p. 249).
39. «Cum-trahere = Zusantmen-ziehen. La Coníraction est le 'Zusammenzie-
heti' de ious ¡es opposés á Vunité la plus hauíe de l'Absolu» (¡bid., p. 256).
40. Precisamente, la Diferencia asociaría siempre el Ser y la Nada, poniéndose
al servicio o bien del Ser (Nietzsche) o bien de la Nada (Heidegger) (F, Laruclle, Les
Philosophies de ¡a différence, pp. 89-90).
ción, se hace cargo, considera, pero en la medida en que hay una in
manencia reversible de los contrarios, que no se limitan a ser con
trarios respecto de otro, sino contradictorios en sí mismos, dado que
si son opuestos lo son uno con su otro y consigo mismos, contrarios,
por tanto, de sí mismos. Si cabe hablar de Unidad unificante o sin
tética, com o sintaxis o articulación interna, es porque se da inme
diatamente una escisión, porque la unidad es la unidad de la dis
yunción. Y aquí ya no es preciso insistir. En la identidad dialéctica,
los opuestos pasan el uno en el otro, no al otro. Esta coincidencia
no es sino la experiencia de la imposibilidad de una división real.
Cabe en el proceso pero concretamente se muestran en su indivi
sión. Sin embargo, la Diferencia establece el ámbito de una simulta
neidad que no conduce a otra resolución en la que abismarse. La lu
cha no es un lugar de paso, un procedimiento, es modo de ser y de
proceder. De ahí que se haya señalado que «para salvar la Diferencia
y distinguirla de la Dialéctica» es factible decir que «los contrarios no
están envueltos mutuamente y finalmente identificados mediante ella.
Menos aún, uno de entre ellos puede aparecer simplemente como un
inmediato imperfecto o como un accidente del otro: la retirada no es
un accidente de la desocultación, es su esencia»41. Esto permite mar
car las distancias sin que, por el momento, pretendan establecerse
como resultado de lo dicho, sino como una caracterización que nos
permite proseguir adecuadamente.
N o es cuestión de refugiarse en una idealidad para resolver la
anfibología de lo real y de lo ideal mediante su supresión. Se trata
de mantenerla com o tensión que hace valer a cada uno de ellos. La
Diferencia es la que la conserva y la refuerza precisamente en tanto
que finitud. «La Finitud es la esencia de la Diferencia» y más aún «la
Diferencia es la esencia de la Finitud», «la Diferencia... comprendi
da com o Finitud»42 que no busca reducir mediante la idealidad la
oposición, aunque sea idéntica a su ser-suprimido, de la unidad sin
tética originaria. Si la Finitud es la esencia de la Diferencia, lo es en
la medida en que la escisión no es «interna» a lo Absoluto, por y para
él, sino que es lo Absoluto o el Uno mismo43. Si Hegel acentúa «la
identidad de la identidad y de la diferencia», Heidegger subraya que
la diferencia (es) inmediatamente la identidad, o mejor, la unidad de
44. Ibid.
45. Ib id , p. 98.
46. l'arj I muelle, nif procederían quienes llaman a esta guerra un «diálogo».
algo que podría considerarse incomparable, en la medida que hu
biera de tomarse previamente posición, esto es incorporar una posi
ción — la de Hegel o la de Heidegger— para que cupiera aquello a
partir de lo cual la comparación pudiera tener lugar. Pero, al decir
que no son comparables, tal vez se está remitiendo a que la decisión
no es una mera elección, sin más, y que, antes bien, puede conside
rarse en su carácter de gesto filosófico. Este-gesto ha sido interpre
tado de m odo bien concreto: «la Finitud de la Diferencia ontológi
ca es o bien denegada, o bien puesta como a priori». Se trataría de
dos modos de reducción de la Finitud, bien m ediante su negación o
bien a través de un dejar-ser com o esencia o a priori de la metafísi
ca47. Lo interesante, de todas formas, para nosotros, no es tanto esta
caracterización sin duda polémica — no acabamos de ver que, por
ejemplo, pueda decirse, sin más cuidados, que en Hegel se niega la
finitud (más bien se niega la finitud abstracta, autónoma)— , sino esta
alusión que reclama el gesto filosófico, la decisión filosófica, que no
se reduce a elegir uno u otro, ni a proponer un intercambio de pa
receres o de golpes entre ambos.
Queda, en todo caso, procurar otro modo de aproximación, no
ya a ellos sino desde ellos, a partir de los hilos de lectura que se nos
vienen proponiendo desde el trabajo por una atención a lo que en
ellos se dice. Ocupados, por tanto, en el decir, el asunto cobra, tal
vez, otras perspectivas. Para eso hemos de recordar que la contra
dicción en Hegel resuelve o se resuelve (der Widerspruch lóst sich
auf)AS, lo que no viene a decir sino que precisamente lo que se abis
ma en ella es la supuesta autonomía c independencia, el pretender
ser ya concretam ente de los «términos» al margen de esa relación.
Más bien podría pensarse que sólo en la contradicción se dice en
verdad lo que, supuestamente independiente, resulta inconcreto e
indiferente, pero también quedan diferenciados tales «términos» y
sin decirlo, quedan dichos com o lo negativo, com o lo idéntico con
sigo mismo, que es relación con otro. N o es cuestión de que por
considerarse indiferentes no sean contradictorios. Los indiferentes
se diferencian en el movimiento y entonces la diferencia es en sí con
tradictoria49. La tarea es, por tanto, decir la contradicción. N o con
siste en decir acerca de ella, sino en reconocer que la dialéctica he-
50. R. Kroner, Von Kant bis Hegel, 2 vols.j J. C. B., Mohr, Tübingen, 1921-
1924, 31977, t. II, véase p. 320.
51. Véase V Dcscombcs, Le tnéme et l ’autre, Quarante cinq ans de Philosophie
frangaise (1933-1978), Minuit, Paris, 1979, pp. 160 ss.
52. «Den dialektischen Widerspruch, Ausdruck des unaufloslich Nichtidentis-
chen wicdcrum durch Identitat gliitten heisst soviel wie ignorieren was er besagt, in
reines Konsequcnzdenken sich zuriickbegeben» (Th. Adorno, Negative Dialektik,
en Gtsammrth Schriflrn, Suhrkamp, Frankfurt a. M ., 1973, 31984, t. 6, pp. 7-412,
p, 162; luid, i * .- , llilil,, Dialéctica negativa, Taurus, Madrid, 1975, pp. 162-163).
algo que podría considerarse incomparable, en la medida que hu
biera de tomarse previamente posición, esto es incorporar una posi
ción — la de Hege! o la de Heidegger— para que cupiera aquello a
partir de lo cual la comparación pudiera tener lugar. Pero, al decir
que no son comparables, tal vez se está remitiendo a que la decisión
no es una mera elección, sin más, y que, antes bien, puede conside
rarse en su carácter de gesto filosófico. Este-gesto ha sido interpre
tado de modo bien concreto: «la Finituíf de la Diferencia ontológi-
ca es o bien denegada, o bien puesta como a priori». Se trataría de
dos modos de reducción de la Finitud, bien m ediante su negación o
bien a través de un dejar-ser com o esencia o a priori de la metafísi
ca47. Lo interesante, de todas formas, para nosotros, no es tanto esta
caracterización sin duda polémica — no acabamos de ver que, por
ejemplo, pueda decirse, sin más cuidados, que en Hegel se niega la
finitud (más bien se niega la finitud abstracta, autónoma)— , sino esta
alusión que reclama el gesto filosófico, la decisión filosófica, que no
se reduce a elegir uno u otro, ni a proponer un intercambio de pa
receres o de golpes entre ambos.
Queda, en todo caso, procurar otro modo de aproximación, no
ya a ellos sino desde ellos, a partir de los hilos de lectura que se nos
vienen proponiendo desde el trabajo por una atención a lo que en
ellos se dice. Ocupados, por tanto, en el decir, el asunto cobra, tal
vez, otras perspectivas. Para eso hemos de recordar que la contra
dicción en Hegel resuelve o se resuelve {der Widerspruch lóst sich
auf )48, lo que no viene a decir sino que precisamente lo que se abis
ma en ella es la supuesta autonomía c independencia, el pretender
ser ya concretam ente de los «términos» al margen de esa relación.
Más bien podría pensarse que sólo en la contradicción se dice en
verdad lo que, supuestamente independiente, resulta inconcreto e
indiferente, pero también quedan diferenciados tales «términos» y
sin decirlo, quedan dichos com o lo negativo, com o lo idéntico con
sigo mismo, que es relación con otro. N o es cuestión de que por
considerarse indiferentes no sean contradictorios. Los indiferentes
se diferencian en el movimiento y entonces la diferencia es en sí con
tradictoria49. La tarea es, por tanto, decir la contradicción. N o con
siste en decir acerca de ella, sino en reconocer que la dialéctica he-
5 0 . R. Kroner, Von Kant bis H egel, 2 vols., J . C. B., Mohr, Tübingen, 1921-
1924, 31977, t. II, véase p. 3 2 0 .
51. Véase V Dcscombcs, L e méme et l’autre, Quarante cinq ans de Philosophie
frangaise (1935-1978), Minuit, Paris, 1979, pp. 160 ss.
52. «Den dialektischen Widerspruch, Ausdruck des unaufloslich Nichtidentis-
chen wicderum durch Identitát glatcen heisst soviel wie ignorieren was er besagt, in
reines Konaequenzdcnken sich zurückbegeben» (Th. W. Adorno, Negativa Dialektik,
en Gesatnniellf Sebriften. Suhrlcamp, Frankfurt a. M., 1 9 7 3 ,31984, t. 6 , pp. 7-412,
p. 162; ir.ul. i'iul., llilil,, Dialéctica negativa, Taurus, Madrid, 1975, pp. 162-163).
algo que podría considerarse incomparable, en la medida que hu
biera de tomarse previamente posición, esto es incorporar una posi
ción — la de Hegel o la de Heidegger— para que cupiera aquello a
partir de lo cual la comparación pudiera tener lugar. Pero, al decir
que no son comparables, tal vez se está remitiendo a que la decisión
no es una mera elección, sin más, y que, antes bien, puede conside
rarse en su carácter de gesto filosófico. Este-gesto ha sido interpre
tado de modo bien concreto: «la Finitud" de la Diferencia ontológi-
ca es o bien denegada, o bien puesta como a priori». Se trataría de
dos modos de reducción de la Finitud, bien m ediante su negación o
bien a través de un dejar-ser com o esencia o a priori de la metafísi
ca47. Lo interesante, de todas formas, para nosotros, no es tanto esta
caracterización sin duda polémica — no acabamos de ver que, por
ejemplo, pueda decirse, sin más cuidados, que en Hegel se niega la
finitud (más bien se niega la finitud abstracta, autónoma)— , sino esta
alusión que reclama el gesto filosófico, la decisión filosófica, que no
se reduce a elegir uno u otro, ni a proponer un intercambio de pa
receres o de golpes entre ambos.
Queda, en todo caso, procurar otro modo de aproximación, no
ya a ellos sino desde ellos, a partir de los hilos de lectura que se nos
vienen proponiendo desde el trabajo por una atención a lo que en
ellos se dice. Ocupados, por tanto, en el decir, el asunto cobra, tal
vez, otras perspectivas. Para eso hemos de recordar que la contra
dicción en Hegel resuelve o se resuelve (der Widerspruch lóst sich
a u f )48, lo que no viene a decir sino que precisamente lo que se abis
ma en ella es la supuesta autonomía c independencia, el pretender
ser ya concretam ente de Jos «términos» al margen de esa relación.
Más bien podría pensarse que sólo en la contradicción se dice en
verdad lo que, supuestamente independiente, resulta inconcreto e
indiferente, pero también quedan diferenciados tales «términos» y
sin decirlo, quedan dichos com o lo negativo, com o lo idéntico con
sigo mismo, que es relación con otro. N o es cuestión de que por
considerarse indiferentes no sean contradictorios. Los indiferentes
se diferencian en el movimiento y entonces la diferencia es en sí con
tradictoria49. La tarea es, por tanto, decir la contradicción. N o con
siste en decir acerca de ella, sino en reconocer que la dialéctica he-
5 0 . R. Kroner, Von Kant bis H egel, 2 vols., J . C. B., Mohr, Tübingen, 1921-
1924, 31977, t. II, véase p. 3 2 0 .
51. Véase V Dcscombcs, L e méme et l’autre, Quarante cinq ans de Philosophie
fran$aise (1933-1978), Minuit, Paris, 1979, pp. 160 ss.
52. «Den dialektischen Widerspruch, Ausdruck des unaufloslich Nichtidentis-
chen wicderum durch Identitat glatcen heisst soviel wie ignorieren was er besagt, in
reines Konaequenzdcnken sich zurückbegeben» (Th. W. Adorno, Negative Dialektik,
en Gesatnniellf Sebriften. Suhrlcamp, Frankfurt a. M., 1973, 31984, t. ó , pp. 7-412,
p. 162; ir.ul. í'iui ., Ibid,, Dialéctica negativa, Taurus, Madrid, 1975, pp. 162-163).
troceder a la identidad», al considerar la negación de la negación
com o positividad y a ésta com o forma universal del concepto. Ello
supone un abandono del objeto y de lo que se trata es de que la fuer
za de la dialéctica consiste precisamente «en^ha resistencia de lo otro
contra la identidad» (atn Widerstand des Ánderen gegen die Identi-
tat )53. Ese abandono del objeto equivale a reducir la dialéctica al su
jeto, que es tanto com o suprimirla.
Carece de sentido salir ahora «en defensa de Hegel» señalando
en qué medida el sujeto es también sustancia, o en qué sentido el ob
jeto es sujeto, o cóm o el retorno a la identidad llamada «inicial» no
es sino la solución de la contradicción com o fundamento y no una
identidad previa puesta. Sin duda, esta confrontación resulta fecun
da, pero lo que en este momento del trabajo interesa es no tanto un
debate entre «autores» cuanto abrirnos nuevas lecturas en las que
quepa desplazar el debate Dialéctica-Diferencia mostrando que no
se agota en los términos de Hegel y Heidegger, si bien encuentra en
ellos los elementos para que su alcance resulte de enorme vitalidad
filosófica. Y aquí retorna de nuevo el gesto filosófico. Cuando Ador
no propone trazar la frontera con Hegel — entre otras razones por
que «interrumpe» la dialéctica (la prerrogativa del Estado consistiría
en verse exento de la dialéctica)54— estima que establecer la línea de
demarcación no es cosa de esta o aquella distinción, sino de inten
ción (Absicbt)55. Habremos de atender a lo que eso nos dice, pero
para ello previamente mostrar el alcance de lo que en relación con
la identidad y la contradicción hemos simplemente apuntado. Pue
de formularse con claridad. Se trata de conceder más peso a la con
tradicción, a fin de que no quede reducida y al servicio de la identi
ficación total56. Estas contradicciones al servicio de la identificación
no se corresponden con el auténtico sentido de la dialéctica.
L o planteado se desplegaría en varias direcciones. El principio
de identidad quedaría absolutamente formalizado com o afirmación.
El pensamiento identificante objetivaría por medio de la identidad
lógica del concepto que tiene una exigencia inmanente de invariabi-
lidad. Nos encontraríamos ante una dialéctica subjetiva que acaba
57. Ibid., p. 157; trad. cast., Ibid., p. 157-158. Aquí radica la fuerza retroactiva.
Véase Th. W Adorno, Drei Studien zu Hegel, en Gesammelte Schriften, Suhrkamp,
Frankfurt a. M ., 1970, t. 5, pp. 247-375, p. 3 6 5 ; trad. cast., Tres estudios sobre Hegel,
Taurus, Madrid) Taurus, 21 9 7 4 , p. 175: « [...] en la dialéctica de la identidad no sólo
llega como forma suprema a la identidad de lo idéntico, al A = B o juicio sintético,
sino que se reconoce la sustancia propia de éste como momento necesario ya en el
juicio analítico, A = A\ y, a la inversa, en la equiparación de lo idéntico se conserva
la simple identidad formal del A = A. Como corresponde a ello, la exposición da en
varias ocasiones un salto atrás»,
5 8 , Th. W Adorno, Drei Studien zu Hegel, pp. 3 0 9 -3 1 0 ; trad. cast., Tres estu
dios sobre Hegel, pp. 97-98.
5 9. «Nuncn se aleja más en la superficie la filosofía hegeliana del concepto pre-
dialéctico tlr expcnciu'i.i que en este punto» (I b i d p. 3 0 9 ; trad. cast., Ibid., p. 97).
60, Ibid., p. I lfi| trad. cnsr., Ibid., p. 106.
el pensamiento crítico que ha de desatar la fuerza de su objeto. Sin
embargo, Adorno estima que lo que se da con Hegel es una cierta
justificación del ente, una apuesta apologética por él, en nombre de
la filosofía de la identidad. «La identidad se convierte en instancia
de una doctrina de la acomodación (Anpassungslehre) en la que el
objeto, al que tiene que acomodarse el sujeto, se cobra de éste el
daño que le causó, haciéndole cargarse de razón contra su razón»61.
Y, una vez más, no es preciso insistir. La adecuación a la realidad
viene a ser sumisión, ideología en complicidad con el pensamiento
identificante. «Identidad es la forma original de ideología»62.
Ciertam ente, Adorno conoce bien los textos de Hegel y sabe
hasta qué punto la identidad es, en cuanto proceso de identificación,
algo distinto de una inmediata posición inicial. Más aún, se trata no
del retorno a una identidad, sin más, sino del retorno de la identi
dad y de la irrupción de un nuevo inicio — que sin duda es la verdad
de aquél y no simplemente otro— . Pero aquí también el asunto es
de gesto, de intención y de acento. Ciertamente, la «negatividad, en
tanto contradicción que se elimina, es el restablecim iento de la pri
m era inm ediatez ( Unmittelbarkeit ), de la simple universalidad; pues
es inmediato lo otro de lo otro, lo negativo de lo negativo, es decir,
lo positivo, idéntico y universal»63. Y es en este punto donde Hegel
señala que, en tanto que el primer inmediato es en realidad el se
gundo respecto al primer negativo, el proceso tiene en verdad una
form a cuádruple. Lo que ahora nos importa no es la suma de «in
mediatos», sino el hecho del lugar y la vida de las determinaciones
que parecen poder estar sólo en unidad como eliminadas (aufgeho -
bene)64 y el que quepa la unidad de la inmediatez y de la mediación,
como movimiento y actividad (Bewegung und Thátigkeit) mediado
res consigo mismos65. Este proceso tiene para Adorno un proceder
61. Th. W Adorno, Negative Dialektik, p. 151; trad. cast., Dialéctica negativa,
p. 151).
62. «Identitat ist die Urform vom Ideologie». Consiste en su adecuación a la rea
lidad que oprime. Adecuación fue siempre sumisión bajo objetivos de dominación, y
en este sentido su propia contradicción». Precisamente, la ideología debería su inmu
nidad contra la ilustración a la complicidad con el pensamiento identificante, es de
cir, con el pensamiento tout court (Ibid.).
63. G. W F. Hegel, W. L. II, Die Subjektive Logik (1816), en Gesammelte Wer
ke, t. 12, 1981, p. 2 4 7 , 7 -1 1 ; trad. cast., C. L. II, p. 735.
64. En este caso, la posición de Hegel acentúa no canto el dejar en mispcnsión o el
asumir, cuanto aufheben como eliminar (Ibid., p. 247, 32-33 ¡ trml. iraní., Ihiil., |i, 735).
65. Ibid., p, 248, 13-14; trad. cast., Ibid., p. 736.
similar a] que origina las obras de arte, en una suerte de teleología
dinámica que le lleva a compararlo con «la música de tipo beetho-
veniano»66. Ahora bien, la cuestión no se reduce a la vuelta de aquel
comienzo concretado com o nuevo comienzo, que ha ganado su con
tenido en la verdad de su movimiento y actividad, sino lo que ello
efectivamente comporta. Que la negatividad sea contradicción que
se elimina acentúa en efecto una pérdida. En todo caso, tal «pérdi
da» no sería sino la ganancia de su verdad y el acceso a una mayor
efectividad. Es lo que el texto de Hegel concretamente dice: «Diese
Negativitat, ist ais der sich aufhebende Widerspruch...». La contra
dicción queda asumida, lo que no supone su ineficacia sino su ac
ción. Ello se ve acentuado por el hecho de que lo que se vierte com o
«el restablecimiento de la primera inmediatez» es su Herstellung,
una creación y producción y no una simple vuelta a donde ya está
bamos. Es establecer aquello a partir de lo cual cabe un efectivo bro
tar y surgir.
Tal indicación es suficiente para no quedar fijados en las contra
dicciones, pero no tanto por ignorarlas, sino por hacerse cargo de lo
que son. La cuestión es, y éste es el acento de Adorno — nada se
cundario por cierto— que hay contradicciones irreductibles a uni
dad; por ejemplo — señala— la que media entre la determinación
que el individuo sabe que es suya, y la que le impone la sociedad si
quiere ganarse la vida67. El desplazamiento resulta de nuevo claro.
No está hablando de contradicciones que corresponden a fallos sub
jetivos del pensamiento, sino de lo que denomina «la objetiva con-
tradictoriedad» que es lo irritante en la dialéctica — irritante para la
filosofía de la reflexión — 6S. Pero ello no supone una opción por la
contradicción frente a la identidad. El asunto no es tan simple — ni,
por supuesto, Adorno— . La posición se enfrenta con esa conciencia
que quiere afirmar y fomentar la identidad com o lo último y abso
luto y extender el principio conduciendo el mundo entero a lo
idéntico, a la totalidad. Ahora bien, no es cuestión de negar abs
tractamente el principio {«significaría buscar excusas para recaer en la
justicia anterior»). Hay en el principio también una promesa (Verspre-
66. Th. W Adorno, Drei Studien zu Hegel, pp. 366 ss.; trad. cast., Tres estudios
sobre Hegel, pp. 177 ss.
67. Th, W. Adorno, Negative Dialektik, p. 155; trad. cast., Dialéctica negativa,
p. 1 5 5 .
68. «Solcher Wiederspruch ist kein subjektiver Denkfehler; objektive Widers-
prüclilichkeit das Erbitternde an Dialektik, zumal fiir die heute wie zu Hegels Zeiten
vorherrschendc Rcflexiotisphilosophie» (Ibid., p. 1 5 4 ; trad. cast., Ibid., p. 155).
chen ) — aunque su racionalidad sea ideológica— , y un ideal — el del
cambio libre y justo— . El cambio no pasaría de ser «el cambio de lo
igual» (vom G leichem )69. La cuestión es ir más allá (über ) del pensa
miento identificante70. Y esto es lo que resulta especialmente rele
vante. Se trata de proceder no quedando fijados en la afirmación y
fomento de la identidad como lo último y absoluto. Hay que consi
derarla com o el aparato universal de coacción pero que, precisa
mente, es necesario para escapar a la coacción universal. Se trata de
pensar y atravesar (hindurch ) por la coacción civilizada y no de pro
clamar un retour á la nature, com o totalidad abstracta. Ir más allá
exige este pasar. Pasar asimismo a través de la identidad. N o es cues
tión, por tanto, de proclamar la dialéctica negativa, dejando de lado
la filosofía de la identidad. El propio Adorno señala que la dialéc
tica negativa está «vinculada a las categorías superiores de la filo
sofía de la identidad com o a su punto de partida. En este sentido,
es también ella falsa, obedece a la lógica de la identidad y es una
misma con aquello contra lo que es pensada»71. Esto hace que el
proceso crítico empiece por el propio pensamiento crítico y que
afecte asimismo a los conceptos con los que formalmente trata. Se
exige esta corrección de sí que se hace cargo y a la par niega una
estructura cerrada.
Lo irreductible de la contradicción, las contradicciones irreduc
tibles no suponen la proclamación de una imposibilidad, sino la ne
cesidad de una mayor — y tal vez diferente— libertad. Atravesar los
juicios identificantes es llevarlo a una determinada imposibilidad
respecto de la caracterización llamada «lógica» de lo posible. Aquí se
reclama inadecuación (frente a la adecuación ideológica a la que nos
referimos). Adorno no se refiere simplemente al concepto de liber
tad, de validez para todos los hombres singulares definidos por la li
bertad. Atravesar e ir más allá es ahora la libertad «que se alimenta
de la idea'de una situación en la que los individuos tendrían cuali
dades que aquí y ahora no pueden atribuirse a ninguno. El elogio de
alguien com o libre se caracteriza específicamente por el presupues
to de que en él se manifiesta un imposible (eiti Unmógliches), y por
69. Aquí Adorno critica el ideal burgués de igualdad, «incapaz de tolerar cual
quier cosa que sea relativamente distinta» (Ibid., p. 150; trad. cast., Ibid., p. 150).
70. «El día en que no le fuese sustraído a ningún hombre una parte de su tra
bajo y con él de su vida, la identidad racional habría sido alcanzada y la saciedad se
hallaría más allá del pensamiento identificante» (¡bid.).
7 1. ¡bid., p. 150; trad. cast., Ibid., pp. 150-151.
eso le es atribuido. Esto, llamativo y a la vez secreto, anima todos
los juicios identificantes que valen de algún modo la pena»72. La
confrontación del concepto de libertad con su aplicación le sitúa
frente a su contradicción consigo mismo. Dicha li b e r t a d c r í t ic a es
ese plus del concepto que se experimenta com o propia negatividad.
Y, por otro lado, la libertad crítica es potencial de libertad que criti
ca aquello en lo que la libertad viene a convertirse en su inevitable
formalización. De ahí que la contradicción entre el concepto de li
bertad y su realización pueda considerarse insuficiencia del concep
to73. Ello se concreta, no en la añoranza de otra instancia sino de
otra libertad, de otra consideración de la libertad, de la que no se li
mita a proclamar la reducción de la contradicción, antes bien, se ve
envuelta en su labor, que es ya labor propia.
4. « E s » y « s e d a » : la c ó p u l a y la d o n a c ió n
5. C onflicto y contradicción
101. M . Heidegger, «Zeit und Sein», p. 2 5 ; trad. cast., Tiempo y ser, p. 44.
102. M . Heidegger, «Protokoll zu einem Seminar über den Vortrag ‘Zeit und
Sein?’ », p. 58; trad. cast., «Protocolo de un seminario sobre la conferencia Tiempo y
ser», p. 74,
103. ibid., p, 4 4 ; trad. cast., ¡bid., p, 61.
104. Vémc J . Cireiitl, «Identiré ct difference dans la pensée de Martin Heideg
ger», pp. SI2-V4,
tanto, de lo infinito que se dice en lo finito — lectura que cabría en
una cierta consideración de Hegel— sino de que los rasgos del Ereig
nis pasen y sean pasados por este desprendimiento, en el que ellos
se desligan de sí. Nada menos adecuado en este sentido que repre
sentar a Hegel como pensador de la infinitud — eso, así dicho, ya se
ría inadecuado— y a Heidegger com o pensador de la finitud. Más
bien encontramos en el Ereignis la finitud pensada com o propiedad
(Eigentum ), que en cierto modo supera una caracterización — in
apropiada— que se debate entre infinitud y finitud. Tal vez por ello,
más que finitud del Ereignis, quepa decir propiedad; la propiedad de
lo que se desapropia.
Esto reclama abordar la cuestión del alcance del juego del ocul
tar y desocultar. «El ‘Se’ nombra, en todo caso, en la interpretación
de momento disponible, un estar presente del estar ausente»105. Pero
pensar el «Se» desde el momento del dar que le pertenece106 es ha
cerse cargo de que el ocultamiento no es una estrategia de oculta
ción, forma parte del aparecer. Y más aún, el autodesocultarse del
ser en el ente no es un simple no hacerse disponible, también puede
considerarse un autocomportarse en el autoprodigarse107. El asunto
es que en Heidegger no se produce con ello el reconocimiento del
ser en cuanto ser en el retorno de la unidad concreta del concepto.
El ser no difiere simplemente en el proceso — en Hegel tampoco
sólo en e l proceso, también com o proceso— , su distancia respecto
de sí no se despliega com o desarrollo108. Si en Hegel el concepto bo
rra el tiempo, ello obedece a las estructuras intemporales de la esen
cia, en tanto que ésta se resuelve — desfonda— com o concepto. La
posibilidad de la esencia que no viene a ser su concepto se halla más
próxima de la consideración del ser por parte de Heidegger. Y has
105. M. Heidegger, «Zcir und Sein», p. 19; trad. cast., Tiempo y ser, p. 38.
106. ¡bid.
107. Si bien se plantea como pregunta — a Heidegger— , no nos parece adecua
do calificarlo de «un autocomportarse dialéctico en el autoprodigarse» (B. Liebrucks,
Idee und ontologische Differenz. Festschrift für Heinz Heimsoeth, Kant-Studien, 48,
Heft 2, 1956-1957, pp. 26 8 -3 0 1 ; trad. cast., «Idea y diferencia ontológica», en Co
nocimiento y dialéctica. Introducción a una Filosofía del Lenguaje, Revista de Occi
dente, Madrid, 1975, pp. 2 9 -6 4 , p. 63).
108. «Frente a la filosofía desgarrada de Heidegger, descuartizada entre la his
toricidad inauténtica y la historialidad destinal, el sistema hegeliano es el único que
llega a pensar a la vez la historicidad en su positividad y su superación. Ha el tínico que
es plenamente adecuado a la esencia del hombre que es superarse n if mlimo» (J. L.
Vieillard-Baron, «Temps et histoire chez Platón, Hegel et I Icidcgner», tu l.t> prnbléme
du temps. Sept études, Vrin, Paris, 1995, Estudio VI, pp. 127- p H'J),
ta tal punto, que se ha señalado que «esencia ( Wesett) en Hegel dice
lo mismo que ser (Sein) en Heidegger»109. Obviamente, mantenerse
en una consideración semejante no implica una dialéctica sin reso
lución. Significa que no cabe hablar de dialéctica. Entre otras razo
nes porque el permanecer o no en una fase del proceso no es, para
Hegel, una cuestión de opción del sujeto —-por muy sujeto filosófi
co que sea— , ya que en la Fenomenología, por ejemplo, el en sí del
espíritu es el para nosotros (no hay un sujeto que precede y decide
el movimiento). Si bien el concepto lo es de la esencia y sólo así el
ser retorna, se retorna a ser, la esencia no es un lugar de residencia.
De ahí, en un proceso semejante, la imposibilidad para Hegel de
mantenerse en el conflicto. En Heidegger la Diferencia ontológica
sería la vida misma del conflicto en tanto que en ella el ser y el ente
se diferencian y en esa medida son recíprocamente. Pero esta reci
procidad ni es dialéctica ni se resuelve en algo otro que dicha dife
rencia. Si a partir del Ereignis en Heidegger, con el que la identidad
tiene tanto que ver110, se hace necesario que el pensamiento renun
cie a la Diferencia ontológica, no ha de olvidarse que es en tanto que
superación ( Überwindung) de la metafísica en la que dicha Diferen
cia se cumple — se cumple como dicha Diferencia— , pensamiento
que si com prom ete propiamente en, desde y hacia el Ereignis, es,
com o ya señalamos, para decirlo111. El conflicto es conflicto onto-
lógico. El ser se com porta — se reserva— en tanto que aparece no
com o tal sino com o ente. Por ello, «no se ha de proceder a una com
paración harto apresurada entre este conflicto ontológico y la con
tradicción en Hegel. En este momento me parece que lo mejor es
dejar en su incompatibilidad (Unvereinbarkeit) la contradicción y el
conflicto»112. Pero, si dejar es dar, nos vemos en la necesidad de in
sistir con algún apunte más.
La clave parece residir en la insuperabilidad (Unaufherbbarkeit)
del conflicto, en su carácter de algo no soluble, mientras la contra
dicción lo es. H a de decirse que no resultaría afortunado, en una lec
tura inadecuadamente lineal — que por otra parte tratara de situar a
109. «[...] Wesett in Hegel dice ¡I medesimo che Sein in Heidegger» (V Viriello,
Dialettica ed ermeneutica: H egel e Heidegger, Guida, Napoli, 1979, p. 51).
110. Recordemos que el Ereignis no tiene nada que ver con la identidad, pero
que la identidad tiene mucho, si no todo que ver con el Ereignis (M. Heidegger, «Der
Satz der Identitat», p. 2 6 ; trad. cast., «El principio de Identidad», p. 91).
111. M. Heidegger, «Zeit und Sein», p. 2 5 ; trad. cast., Tiempo y ser, p. 44.
112. B. Liebrucks, Idee undontoiogische Differenz, p. 2 9 9 ; trad. cast., «Idea y di
ferencia ontológica», p. 62.
Heidegger en Hegel como su interior sin Erinnerung — , pensar que
el conflicto es una fase previa de la contradicción, aquella en la que
aún no hay contradicción entre los elementos en conflicto. Esta des
afortunadísima forma de ofrecer el asunto resulta inadecuada por
tantos lados que no merece demasiada atención. Baste con señalar
que !a contradicción no se agrega a los llamados elementos desde un
exterior, que la contradicción es del contenido y no del procedi
miento, que es m odo de proceder que brota de la consideración (B e-
trachtung) y que, al no ser un sobreañadido, la fijación sólo puede
obedecer a un pensar representativo, a un entender que separa y que
da fijado en sus fijaciones. El conflicto no es, sin em bargo, una fi
jación ni se reduce a la pura proclamación de elementos que se eri
gen en su supuesta autosuficiencia. N o claudican en una suerte de
resignación. Los opuestos lo son tales en tanto que se oponen. El
conflicto es efectiva lucha. El Widerstreit heideggeriano ni es un
m omento del Widerspruch hegeliano, ni la mera superación de éste
— ni éste de aquél— 113. Recordemos con un breve apunte lo que ve
nimos diciendo y busquemos concretarlo. Si hablamos con Heideg
ger de diferencia en tanto que Austrag , resolución, es evidente que
ello no supone una eliminación, sino que acentúa la distinción del
ser y del ente. Ahora bien, no sólo eso — ya que no cabría decir «di
ferencia»— , también marca el medio que la hace posible permitien
do su confrontación, medio, que no mediación. Hay disyunción y
separación pero los términos quedan re-feridos uno a o tro , pero por
ellos mismos y no por efecto de un acto que les distinguiera. N o hay
solución pero sí resolución, decisión que dirime, arreglo en una con
troversia. Sólo en esta dirección resulta fecundo hacer intervenir al
respecto palabras como «acuerdo» o «conciliación»114. Dicha reso
lución no supera la diferencia, la pone en su lugar. Y ese lugar tam
bién queda puesto, haciendo posible que la diferencia sea tal.
A partir de estas consideraciones, podemos subrayar algún as
pecto de modo más fecundo. Si en el conflicto se enfrentan elemen
tos agónicos en lucha y ésta en efecto dice lucha, en la contradicción
los elementos son antagónicos, n o simplemente enfrentados, sino
113. J. van der Metalen, Heidegger und Hegel oder Widerstreil und Widerspruch,
Westkulturverlag Antón Hain, Meisenheim am Glan, 1953, véanse pp. 15 1 -1 6 3 .
114. Ello conduce a André Préau, traductor al francés de ¡dentitdl u nd Differenz,
a optar — quizá con algo de osadía— por vertir Austrag como «Concillntínn», ni mar
car este carácter de diferencia y conciliación. Véase en Questions I, (milimuid, Puris,
pp. 2 5 5 -3 0 9 , p. 2 5 6 , nota 2 y p. 2 9 9 , nota 2.
que uno es el o t r o en tanto que lo otro de sí mismo; lo otro resulta
momento suyo. L o común es, entonces, el movimiento como auto-
movimiento. D ice solución (como fundamento). Pero en ambos ca
sos hay en cuentro y hay desfondamiento. Ahora bien, el conflicto no
se reduce a la constatación de un enfrentamiento. Tiene efectos y
consecuencias, funciona y produce. Su resolución decide y dirime.
La contradicción supone un cierto retorno, no a un tiempo anterior,
sino a aquello a p artir de lo cual los contradictorios son en verdad
contradictorios, aquello que constituye su verdad: lo que los sopor
ta, siendo a la vez concreto, su solución. En ella ya no se trata de
elementos sino de algo concreto y contradictorio. De ahí que en el
conflicto la lucha com ún muestre la diferencia (no hay indiferencia).
En dicha lucha y co m o tal lucha se produce el abrazo del combate
como atisbo de u n a unidad que se resuelve marcando las diferencias.
Si en la co n tra d icción cabe solución, ésta resulta no ser externa al
movimiento ni indiferente a él, es la unidad con él de lo que retor
na. A la vista de un planteamiento semejante, resulta poco adecua
do representar, sin más, el conflicto en términos de diferencia y la
contradicción en térm inos de identidad. Para empezar, porque la
cuestión no consiste en zanjar el asunto con una representación.
E L PENSAMIENTO DE LA DIFERENCIA
1. (i, Vattimo, Le avventure delia Differenza, Che cosa significa pensare dopo
Niettsch* >• Ih'hlnnfi'r, Gnrzanti, Milano, 1980, p. 7 5 ; trad. cast., Las aventuras de la
diferencia, ¡bmtii tlnpuih tic Nietzsche y Heidegger, Península, Barcelona, 1 9 8 6 , p. 66.
mos, sino en la medida en que se distinguen. La identidad y lo que
la marca se definen por el resto de las diferencias2. Si caben las di
ferencias es al servicio de la representación. O dicho de otro modo,
los caracteres que hacen posible la representación impiden la dife
rencia. «El pensamiento ‘marca’ la diferencia, pero la diferencia es
el monstruo»3. Y, por eso, ha de ser reducida, fosilizada , en tanto que
el fósil es el que permite subsistir las semejanzas a través de todas las
desviaciones recorridas por la naturaleza y funciona com o forma le
jana y aproximativa de identidad4. Reducida y fosilizada , en concre
to, m ediatizada y som etida a «la cuádruple raíz de la identidad y la
oposición, la analogía y la semejanza». A partir de una primera im
presión (la diferencia es el mal), nos proponemos salvar la diferen
cia mediante su representación, y la representación refiriéndola a la
exigencia del concepto en general. Las cuatro cabezas o los cuatro
vínculos de la mediación atienden a una cierta diferencia conceptual
— la identidad en la forma del concepto de indeterm inación , la ana
logía en la relación entre conceptos determinables últimos, la oposi
ción en la relación de las determ inaciones en el interior del concep
to y la semejanza en el interior determ inado del concepto com o tal.
La solución se presenta, entonces, representando la diferencia refi
riéndola a las exigencias del concepto en general. «Tal es el princi
pio de una confusión ruinosa para toda la filosofía de la diferencia:
se confunde la asignación de un concepto específico de la diferencia
con la inscripción de la diferencia en el concepto en general — se
confunde la determinación del concepto de diferencia con la ins
cripción de la diferencia en la identidad de un concepto indeter
minado— »5. Pero la diferencia conceptual no es el concepto de di
ferencia.
Es en este sentido en el que la filosofía de la representación con
duce a la dialéctica. Y la posición de Deleuze es al respecto contun
2. M. Foucault, Les mots et ¡es chases. Une arebéologie des sciences humaines,
Gallimard, Paris, 1966, p. 157; trad. cast., Las palabras y las cosas. Una arqueología
de las ciencias humanas, Siglo X X Í, Mdxico-Buenos Aires-Madrid, 1968, p. 145.
3. G. Deleuze, Différence et répétition, PUF, Paris, 1968, 419 8 1 , p. 4 4 ; trad.
cast., Diferencia y repetición, Júcar, Gijón, 1988, p. 78. A partir del poder del conti
nuo que posee la naturaleza, el monstruo hace aparecer la diferencia (M. Foucault,
Les mots et ¡es choses, p. 1 7 0 ; trad. cast., Las palabras y las cosas, p. 157).
4. M. Foucault, Les mots et les choses, p. 1 7 0 ; trad. cast., Las palabras y las
cosas, p. 157.
5. G. Deleuze, Différence et répétition, pp. 48 y 4 4 -4 5 ; trad. can., D iftnncia
y repetición, pp. 83 y 79.
dente. Así lo lee Foucault. La dialéctica no libera lo diferente, sino
que, por el contrario, garantiza que siempre estará atrapado. La so
beranía dialéctica de lo mismo consiste en dejarlo ser, pero bajo la
ley de lo negativo, com o el momento del no ser. Creemos que con
templamos el estallido de la subversión de lo O tro, pero en secreto
la contradicción trabaja para la salvación de lo idéntico6. Las fór
mulas según las cuales «la cosa niega lo que no es» o «se distingue de
todo lo que no es» son monstruos lógicos (el Todo de lo que no es
la cosa) al servicio de la identidad. A pesar de que se insiste en que
la diferencia es la negatividad que va o debe ir hasta la contradic
ción, si se impulsa hasta el extremo, ello, para Deleuze, no es cierto
sino en la medida en que la diferencia es ya puesta sobre un camino,
sobre un hilo tendido por la identidad. Esto sólo es cierto en tanto
en cuanto sea la identidad la que la empuje hasta allí. Si el lenguaje
del loco es el del «jugador desarreglado de lo Mismo y de lo O tro»7,
este juego es reconducido, ligado y fijado al servicio de la continui
dad y la identidad. Su normalización es la normalización de la dife
rencia. «La diferencia es el fondo, pero sólo el fondo para la mani
festación de lo idéntico»8. De este modo, a través de la negatividad
lo único que circularía es lo idéntico. Así queda la diferencia sub
ordinada a la identidad, encarcelada en la similitud y en la analo
gía. El reposo o la serenidad de lo idéntico no se verían turbados
por la diferencia.
También en este sentido, Deleuze se inscribe en la dirección
abierta por su lectura de Nietzsche, propuesta claramente en oposi
ción a la dialéctica y el hegelianismo. Tendremos necesidad de pro
ceder al respecto con cuidado, pero no hay duda de que las expre
siones sobre el asunto son contundentes9. El trabajo de lo negativo
no sería sino el de las fuerzas reactivas que se expresan en la oposi
ción, la voluntad de la nada. «La dialéctica es la ideología natural del
resentimiento, de la mala conciencia. Es el pensamiento en la pers
42, Ibid., p. 3 4 4 ; trad. casc., Ibid., p. 425. En este sentido, Deleuze señala las
implicaciones prácticas y las consecuencias morales de «semejante desnaturalización».
Considera conservador el espíritu de la valorización de lo negativo. «La historia no
pasa por la negación, ni por la negación de la negación; sino por la decisión de los
problemas y la afirmación de las diferencias [...] La contradicción no es el arma del
proletariado, sino más bien la manera como la burguesía se defiende y conserva, la
sombra última tras la cual mantiene su pretensión de decidir problemas. No se ‘re
suelven’ las contradicciones, se las disipa, apoderándose del problema que no hacía
sino arrojar sombra sobre ellas» (Ibid., pp. 3 4 4 -3 4 5 ; trad. cast., Ibid., pp. 425-426).
También Adorno sospechaba de esa «reconciliación».
43, G, Deleuze, Nietzsche et la philosophie, p. 2 2 6 ; trad. cast., Nietzsche y la
filosofía, p. 275.
44, Véase M, h'nucault, «Thcatrum philosophicum», pp. 9 0 -9 1 ; trad. cast.,
Thcatrum philiiniphicwn, p. 33.
presentación — que es la que conduce a la dialéctica— se abren nue
vas y complejas tareas a fin de que el asunto no se reduzca a un con
junto de proclamas. En la liberación de la diferencia y, de acuerdo
con el título de este apartado, la tarea del pensar responde a una de
terminada caracterización del ser que insta a un decir del ser que co
rresponda con ese carácter, que sea su carácter. Si Foucault señala
que entre las condiciones para pensar diferencia y repetición, «la su
jeción más tenaz de la diferencia es sin duda la de las categorías»,
ello no sólo obedece a la imposición que suponen de lo idéntico a la
diferencia45. M ás bien, esto responde a una determinada ontología.
Y, de nuevo, hemos de proceder sin precipitaciones.
Si la representación coloca el ser bajo el signo de la analogía46,
«momento feliz» de una adecuada relación en la que lo que se dice
de muchas maneras es siempre por analogía con el ser , las diferen
cias no pueden decirse en el m ism o sentido que el ser. Si nos encon
tramos ahora en la necesidad de la diferencia que ha de ser pensada
sin referencia alguna a una identidad sustantiva previa que se distin
gue, es para no dar por preestablecido y constituido todo un «mun
do» de entidades sustantivas, es porque es ella misma la sustancia
constitutiva de identidades que le están subordinadas. Es ella la que
«se» distingue de lo indeterminado del caos. Se trata de una dife
rencia que «no se agota en la identidad ni se reduce a ella, que es
otra cosa y de otro modo que identidad. Una diferencia que no se
para — que no es oposición, ni negación, ni contradicción, ni si
quiera incomposibilidad— , sino que relaciona. «El pensamiento ha
de ser capaz de ‘hacer la diferencia’, de diferenciar el ser de la nada
y del caos»47. Si leemos en esta misma dirección la noción de repe
tición, vinculada al problema de la constitución del yo — así lo
plantea Deleuze— , se acentúa el carácter de acontecimiento para el
sujeto, ya que de ella nace el yo, de la repetición indefinida como
primera vez, com o acontecimiento. Ya hemos leído esto a la luz del
eterno retorno nietzscheano. «Es la diferencia qua diferencia lo que
4 8. Ibid., p. 111.
4 9. «Que el ser sea unívoco, que sólo pueda decirse de una única y misma ma
nera, es paradójicamente la mayor condición para que la identidad no domine a la di
ferencia, y que la ley de lo Mismo no la fije como simple oposición en el elemenco
del concepto» (M. Foucault, «Theatrum philosophicum», p. 9 5 ; trad. cast., Tbeatrum
philosophicum, p. 42).
50. Ibid., p. 9 1 ; trad. cast., Ibid., p. 34.
5 I. Différence el répétition, p. 5 9 ; trad. cast., Diferencia y repetición, p. 95,
52, M, 1-'mitinili, «Theatrum philosophicum», p. 9 1 ; trad. cast., Theatrum phi-
¡o s o p b ic u m ,w .M 15.
Si nos situamos en esta perspectiva con Deleuze, la posición es
contundente. «Nunca ha habido más que una proposición ontológi
ca: el ser es unívoco»53. Desde tal perspectiva y en línea señalada por
Foucault, lo interesante es que se dice en un solo y único sentido
pero d e todas sus diferencias individuantes o modalidades intrínse
cas. Sin embargo, aunque el ser es el mismo para todas las modali
dades y se dice en un solo sentido de todas, las modalidades no son
las mismas, ni todas como tales tienen el mismo sentido. Aunque el
ser sea unívoco y se refiera a todas las diferencias individuantes, las
diferencias no tienen la misma esencia, lo cual no significa que va
ríen la esencia del ser. Hay «una sola ‘voz’ del Ser que se refiere a
todos sus m odos, los más diversos, los más variados, los más dife
rentes. El ser se dice en un solo y mismo sentido de todo aquello de
lo que se dice, pero aquello de lo que se dice difiere: se dice de la
diferencia com o tal»54.
La cuestión, por tanto, no es que el ser es uno, sino que puede
decirse de la misma manera. Así puede ser porque las diferencias no
están reducidas de antemano por las categorías, las diferencias no se
reparten en un diverso siempre reconocible por la percepción, las
diferencias ya no se organizan según la jerarquía conceptual de las
especies y los géneros. Ahora bien, frente a la ingenuidad de que li
berarse de las categorías supone la irrupción maravillosa de las dife
rencias es ignorar que, en tal caso, lo que irrumpe es lo confuso, el
«todo que vuelve a lo mismo», en el que es preciso com o un relám
pago distinguirse. Es en la m onotonía sin límite donde se ilumina la
propia multiplicidad. «Las diferencias girarían alrededor de sí mis
mas, diciéndose el ser, de la misma manera, de todas ellas, y el ser
no sería la unidad que las guíe y las distribuya, sino su repetición,
com o diferencias»55. De este m odo, no nos encontramos con la di
ferencia supeditada a los dictados de la identidad o sometida a la
unidad del ser. «En Deleuze, el carácter unívoco no categorial del ser
no une directamente lo múltiple con la unidad misma (neutralidad
universal del ser o fuerza expresiva de la sustancia), sino que hace
jugar el ser com o lo que se dice repetitivamente de la diferencia; el
ser es el volver de la diferencia, sin que haya diferencia en la mane
64. Precisamente «la univocidad del ser significa que el ser es Voz, que se dice,
y se dice en un solo y mismo ‘sentido’ de todo aquello de lo que se dice» (G. Deleu
ze, Logique du sens, p. 2 1 0 ; trad. cast., Lógica del sentido, p. 186). La univocidad sig
nifica: lo que es unívoco es el ser mismo, lo que es equívoco es aquello de lo que se
dice. Justo lo contrario de la analogía (G. Deleuze, Différence et répétition, p. 3 8 8 ;
trad. cast., Diferencia y repetición, p. 476).
65. A. Badiou, Deleuze. «La clameur de ¡’Etre», p. 3 3 .; trad. cast., Deleuze, «El
clamor del Ser», p. 37. Véase además G. Deleuze, Logique du sens, p. 2 1 0 ; trad. cast.,
Lógica del sentido, p. 186. La univocidad significa que es lo mismo lo atribuible a to
dos los cuerpos o estados de cosas y lo expresable de todas las proposiciones, signi
fica la identidad del atributo neomático y de lo expresado lingüístico: acontecimien
to y sentido.
66. G. Deleuze, Différence et répétition, p. 3 8 7 ; trad. cast., Diferencia y repeti
ción, p, 475,
67. < I lrlrli/r, Logique du sens, p. 211 j trad. cast., Lógica del sentido, p. 187.
ser se dice «de todas maneras» en un solo y mismo sentido y se dice
así de lo que difiere, de la diferencia siempre móvil y desplazada en
ei ser.
Lo señalado puede resultar suficiente para m ostrar por qué a
Deleuze le parece que la filosofía de la Diferencia está mal estable
cida. Ello obedece a esa representación que acaba contentándose
con una mera oposición terminológica entre la plenitud de lo idén
tico com o igual a sí y la profundidad de lo mismo que, supuesta
mente, reúne lo diferente68. El asunto resulta especialmente rele
vante. O frece, a su vez, a nuestro texto suficientes guiños para no
pasar precipitadamente por él. El hecho de que Deleuze cite expre
samente a Heidegger muestra hasta qué punto, por un lado, su po
sición lo es respecto de lo por él indicado y, por otra parte, trata de
marcar las distancias en relación con su lectura. N o es cuestión aho
ra de pretender cerrar todo un conjunto de paralelismos y diferen
cias entre Deleuze y Heidegger. Tal vez lo que venimos diciendo de
la diferencia sea suficiente para no hacerlo. Pero no eludimos la ne
cesidad de abordar la cuestión en los términos y en el momento en
que efectivamente se nos hace necesaria. Con Deleuze se insiste en
que la semejanza y la identidad no preexisten a la vuelta de lo que
retorna, no lo cualifican de antemano, ya que «se confunden de
manera absoluta con su retorno. No es lo m ism o lo que retorna ni
lo sem ejante tam poco, sino que lo Mismo es el retornar de lo que
retorna, es decir, de lo Diferente , y lo semejante es el retornar de lo
que retorna, es decir, d e lo Disímil. La repetición en el eterno retor
no es lo mismo, pero en tanto que se dice únicamente de la diferen
cia y de lo diferente»69. De este modo se propone, com o vamos des
tacando, una verdadera inversión, pero una inversión asimismo
práctica que afecta a la legitimidad del uso de determinadas pala
bras; «ilegítimo», a decir de Deleuze, si se hace desde el punto de
vista de la representación. Hay en Heidegger un problema termino
lógico que, por supuesto, no obedece a una inadecuación respecto
de lo que se busca decir. Pero, tal vez, el asunto radique también en
la intencionalidad (en lo que resta de intencionalidad) de ese buscar
y en lo qúe ello supone. Volveremos sobre esto.
.
4. L a síntesis disyuntiva
Heidegger es, en todo caso, bien claro sobre el asunto. Traemos para
mostrarlo el texto citado «de paso» por Deleuze, que propone com o
ejemplo de que la filosofía de la Diferencia está mal establecida.
Heidegger trata de la necesidad de que el poetizar y el pensar se en
cuentren en lo mismo (im Selben). Lo hace a partir de un poema de
Hólderlin, subrayando que el «habitar poético de Holderlin no dice
lo mismo (das Gleiche) que nuestro pensar. Sin embargo, pensamos
lo Mismo (das Selbe) que piensa Holderlin en este poema»70. El
asunto es el de la atención a algo literalmente esencial. Poetizar y
pensar sólo se encontrarán en lo mismo, si permanecen de un modo
decidido en el carácter diverso de su esencia. «Lo mismo (das Selbe)
no coincide nunca con lo igual (m it dem G leichen), tampoco con la
vacía indiferencia de lo meramente idéntico, para que allí concuer-
de todo»71. Heidegger insiste en el alcance de esta no coincidencia
que radica, precisamente, en el modo de búsqueda de un concordar,
com o si éste fuera el resultado último que cabe establecer y con ello
se clausurara la posibilidad de preguntarse por la esencia del con
cordar. Lo igual (das Gleiche) busca el concordar en la indiferencia,
su resultado es la indiferencia — no la diferencia— , la «concordia»
de lo indiferente. Lo igual da igual. «En cambio, lo mismo (das Sel-
be )i es la copertenencia de lo diferente desde la coligación que tiene
lugar por la diferencia»72. El acento en la copertenencia (Zusam-
mengehórigkeit ), como en otro lugar de nuestro trabajo hemos teni
do ocasión de mostrar, impide la reducción del asunto a términos de
una identidad concebida como pura igualdad consigo. Lo mismo es
copertenencia de lo diferente, desde la Versammlung, reunión y re
colección que procede com o el Aóy<K. Entonces, lo Mismo (das Sel-
be) se deja decir. Sólo así puede decirse. «Lo mismo sólo se deja de
cir cuando se piensa la diferencia (der Unterschied)»73. Pero, com o
puede notarse, la cuestión no es simplemente la de «la profundidad
de lo mismo que supuestamente reúne lo diferente. Pues lo mismo
7 7 . Ibid.
7 8 . G. Deleuze, Différence et répétition, p. 3 8 4 ; trad. casc., Diferencia y repeti
ción, p. 471.
79. A. Badiou, Deleuze. «La clameur de I’Étre», p. 3 4 ; trad. cast., Deleuze. «El
clamor del Scfr», p. 37.
80. Ihld.
procederemos a la búsqueda de los aspectos en los que venimos ocu
pándonos, ya que, efectivamente, dice algo bien concreto y suge-
rente al respecto. Justamente, Deleuze ha mostrado el alcance de «la
necesaria confrontación entre Foucault y Heidegger» a partir del
«presupuesto de que Foucault ha roto con la fenomenología en el
sentido ‘vulgar’, es decir, con la intencionalidad»81. Su ruptura obe
dece a la necesidad de ir más allá de las palabras y las frases, hacia
los enunciados , de ir más allá de las cosas, hacia las visibilidades.
Enunciados y visibilidades remiten respectivamente a un «ser lengua
je» — que les proporciona objetos y sujetos específicos suficientes
como variables inmanentes— y a un «ser luz» — que les proporciona
formas, proporciones, perspectivas específicamente inmanentes, li
bres de toda mirada intencional— . Deleuze con Foucault subraya la
irreductible dimensión que los produce, cada uno suficiente y sepa
rado del otro. En esta «no relación» entre ver y hablar, toda inten
cionalidad desaparece. «Todo es saber, y ésa es la razón fundamental
por la que no existe experiencia salvaje; nada hay previo al saber ni
bajo él. Pero el saber es irreductiblemente doble, hablar y ver, len
guaje y luz, y ésa es la razón por la que no existe intencionalidad»82.
N o tiene sentido, por tanto, decir que la conciencia concierne a la
cosa y se significa en el mundo. Ver y hablar, las cosas y las palabras
constituyen registros del ser (del pensar) completamente disyuntos.
Y es ahora cuando nos vemos en la necesidad de retom ar lo que ya
hemos apuntado más arriba en un par de ocasiones a fin de conside
rar su alcance a la luz de lo señalado. Dado que es el mismo Ser quien
llega y quien se dice, las cosas y las palabras, actualizaciones de lo
Mismo, no tienen entre sí ninguna relación intencional. Si es lo mis
mo lo que sucede y lo que se dice es porque no hay dos polos — el
activo de la captación, la nominación y el pasivo (el objeto, la cosa
dicha)— . La cuestión es, por tanto, la de la univocidad del ser, ya que
si el ser se dice en un solo y mismo «sentido» de todo aquello de lo
que se dice, el ser «sucede» de la misma manera en sus modalidades,
por ejemplo, lo visible y el lenguaje. El lazo intencional ligaría aque
llo que se ha representado com o no siendo de la misma manera. Su
ligazón no constituiría sino una escisión de la univocidad del ser83.
81. G. Deleuze, Foucault, Minuic, Paris, 1986, véanse pp. 115 ss. y p. 116;
trad. cast., Foucault, Paidós, Barcelona-Buenos Aires-México, 1 9 8 7 , pp. 141 ss.,
p. 142
82. Ibid.i véanse pp. 116-117; trad. cast., Ibid., pp. 142-143,
83. G. Deleuze, Logique du sens, pp. 2 1 0 -2 1 1 ; trad. cast., Lógita dul tantido,
La disyunción entre ver y hablar, entre lo visible y lo enunciable,
subraya que no hay isomorfisnio u homología, ni forma común en
tre ambos, pero ello no se contradice con que las dos formas se in
sinúen una en la otra, com o en una batalla, y esta invocación signi
fica, precisamente, que no existe isomorfismo. Y éste es el desafío
«hablar y ver al m ism o tiem po, aunque no sea lo mismo, aunque no
se hable de lo que se ve, aunque no se vea aquello de lo que se ha
bla» y, en especial, «hacer brotar y proliferar los enunciados», ya
que «sólo los enunciados son determinantes y hacen ver, aunque
hagan ver algo distinto de lo que dicen»84. Hay disyunción, pero
hay «síntesis disyuntiva», movimiento del divergir que es com o el
pensamiento «se refiere» lo más fielmente posible al Ser que le
constituye. Si el saber está constituido por dos formas, no puede
haber intencionalidad de un sujeto hacia un objeto, ya que cada una
de las formas tiene sus objetos y sus sujetos85. Lo que se hace nece
sario es establecer la relación de esa «no relación», la batalla com o
disyunción, el entrecruzamiento de lo visible y lo enunciable, el
cuerpo a cuerpo de los adversarios irreductibles, una estrategia del
entrelazamiento86. Lo que nos im porta es la condición de posibili
dad de la batalla, su origen en la pura relación de fuerzas que sur
ge en la irreductible separación de las formas. Esa fuerza procede
del Afuera. Y es aquí donde es posible el pliegue del ser, «cuando
p. 186. Véase A. Badiou, Deleuze. «La clameur de l'Etre», pp. 3 5 -3 6 ; trad. cast., D e
leuze. «El clamor del Ser», pp. 39-40).
84. Para Deleuze, en el estudio de la obra de Raymond Rousell, Foucault dis
tingue un aspecto decisivo: no sólo se trata de abrir las cosas para inducir enuncia
dos, ni de abrir las palabras para canalizar visibilidades, sino también de hacer brotar
y proliferar los enunciados, en virtud de su espontaneidad, de modo que ejerzan so
bre lo visible una determinación infinita (G. Deleuze, Foucault, p. 7 4 ; trad. cast.,
Foucault, p. 96).
8 5. La noca de Deleuze merece reproducirse: «Por ejemplo, no existe un ‘obje
to’ la locura, que sería mirado por una ‘conciencia’. La locura es vista de diversas ma
neras, y también enunciada, según las épocas e incluso los umbrales de una época. No
se ven los mismos locos, no se enuncian las mismas enfermedades». Véase M. Fou
cault, L’archéologie du savoir, Gallimard, Paris, 1969, pp. 4 5 -4 6 ; erad, cast., La ar
queología del saber, Siglo X X I , México, pp. 5 2 -5 3 ; G. Deleuze, Foucault, p. 119,
nota 3 9 ; trad. cast., Foucault, p. 145.
8 6. El modelo platónico del tejido sustituye a la intencionalidad. N o estamos
ante una tipología del pliegue. Nos encontramos aún en «el ruido de las palabras que
conquistan lo visible, el furor de las cosas que conquistan lo enunciable»; Roussel,
Brissetj Mafcritte (¡bid., p. 1 2 0 ; trad. cast., Ibid., p. 146). El modelo heraclíteo de la
lucha se opone n una intencionalidad demasiado apaciguadora (Ibid., p. 120; trad.
cast., ¡bid.. |i. 147).
las formas están entrelazadas, cuando las batallas ya se han inicia
do». Se requiere el pliegue del afuera para que aparezca el pliegue
del ser87.
La distancia con Heidegger queda ahora marcada en otro senti
do, que resulta polémico y fecundo. El asunto es si, a diferencia de
lo señalado con Foucault, Heidegger interpreta la unidad del ser
com o convergencia hermenéutica, com o relación analógica descifra
ble entre las dimensiones en que se expone (ahora, lo visible y el
lenguaje), esto es, si la unidad ontológica tiene com o consecuencia
una armonía o una comunicación entre los entes. Más bien hemos
señalado con «Deleuze-con-Foucault» la no-relación absoluta, la in
diferencia de los términos respecto de todas las relaciones. Heideg
ger sobre todo subrayaría el despliegue del ser y el repliegue que en
cierra las separaciones y las diferenciaciones en la neutralidad del
Uno, sin afrontar la síntesis disyuntiva, sin reconocer los entes como
diferenciaciones inmanentes de lo inteligible y positividades del si
mulacro. La coexistencia de los simulacros hace a lo Uno real. No se
trata de oponerlos a ello. Los entes no son sino simulacros disyun-
tos, divergentes, sin relación interiorizada, ni entre ellos ni con una
Idea trascendente88. Nos encontramos, por tanto, con que el Ser ha
de decirse en un solo sentido, tanto ante la unidad de poder, como
ante la multiplicidad de los simulacros divergentes que este poder
actualiza en sí mismo. Se trata de un solo sentido que precisa de dos
nombres. Y ésta es la cuestión. De ser así, la distinción previa entre
lo sensible y lo inteligible en Platón no sería sino una vía de acceso
al Uno, y en Heidegger, la diferencia del ser y del ente, una vía de
acceso a lo destmal, al Ereignis. La univocidad del ser tiene esta bi-
facia nominal89.
98. Deleuze, frente a la fórmula «sólo lo que se parece difiere», elige la de «sólo
las diferencias se parecen». La primera define el mundo de las copias o de las repre
sentaciones — el mundo como icono— , la segunda, contra la primera, define el mun
do de los simulacros — el mundo como fantasma— . Son también dos lecturas del
mundo (!bid., p. 263).
9 9. G. Deleuze, Logique du sens, p., 3 0 6 ; erad, cast., Lógica del sentido, p. 2 6 6 ,
y Différence et répétition, p. 165; trad. cast., Diferencia y repetición, p, 215. «El eter
no retorno es la única mismidad y la única semejanza de lo que retorna».
100. «El eterno retorno es lo mismo de lo diferente, lo uno de ¡o múltiple, lo se
mejante de lo semejante» (G. Deleuze, Différence et répétition, p. 165; trad. cast., Di
ferencia y repetición, p. 215).
101. G. Deleuze, Logique du sens, p. 3 0 5 ; trad. cast., Lógica del sentido, p. 265.
En este punto es en el que Deleuze señala que «definimos la modernidad por la po
tencia del simulacro». Ahora bien, «es propio de la filosofía no ser moderna a cual
quier precio» y despojar a la modernidad de la intempestividad que le pertenece y que
habría de ser puesta contra ella en favor de un tiempo por venir. «I.o intcmpeitivo se
el trastorno del cuadro de la representación y la semejanza, la diso
lución de toda identidad previa. A partir de lo diferente cabe hablar
de lo mismo, lo idéntico o lo semejante como derivados. Ahora puede
decirse que a la Diferencia como figura del ser corresponden los si
mulacros com o parodias de los entes en un mundo en el que sólo las
diferencias se parecen. Ello no implica que no haya representación,
es que ésta resulta de la diferencia, es un simulacro de simulacro.
Pero, una y otra vez, la diferencia destruye la identidad previa, in
cluso la identidad de la propia diferencia. Por eso, la univocidad del
ser significa que el ser se dice de la diferencia y de todo lo que difie
re en y de sí mismo. El ser es la Diferencia, pero la diferencia difiere
de sí. Los entes son simulacros, diferencia sin esencia, imágenes sin
semejanza. La afirmación del ser com o diferencia y de todas las di
ferencias, tal es la Diferencia. En este sentido, el vínculo profundo
entre eterno retorno y simulacro afirma que el ser que se da origina
riamente repetido com o simulacro es en cada ocasión la diferencia.
Pero al abandonar la representación previa se hace necesario no
sólo el liberarse de una caracterización de la identidad sino, a su vez,
de una imagen del pensamiento de la diferencia en la que ésta que
dara representada. El alcance de que, frente al ser que se dice de
muchas maneras, quepa señalar que el ser pueda decirse de la mis
ma manera no obedece a que el ser es uno, lo Uno que vuelve, el re
torno del Uno que impone a lo diverso la ley del retorno {com o si
este retorno fuera exterior respecto de sí y pro-cediera de lo Uno).
Obedece a que en el único golpe de azar (de dados) del presente, el
todo del azar está afirmado. «En su fractura, en su repetición, el pre
sente es un golpe de azar, un echar los dados»102. Y no otra cosa es
«pensar [...], es lanzar los dados», es «emitir singularidades» cuya re
lación es, según Foucault, relación de fuerzas y de poder — el golpe de
dados sería la más simple— . Pensar adopta así nuevas figuras y no cesa
de extraer singularidades, reencadenar tiradas y, cada vez, inventar las
series que van del entorno de una singularidad al de la otra103. N o se
guiremos por este camino que con Foucault nos conduce a un pensa-
establece en relación con el pasado más lejano, en la inversión del platonismo; con
relación al presente, en el simulacro concebido como el punto de esta modernidad
crítica; con relación al futuro, en el fantasma del eterno retorno como creencia del
porvenir» (/b i d pp. 3 0 6 -3 0 7 ; trad. cast., Ibid., p. 266).
102, M, Foucault, «Theatrum philosophicum», p. 97; trad. cast., Theatntm phi-
¡osophicum. p, 4.V
103, Víme Ci, Ddcuzc, Foucault, p. 1 2 5 ; trad. cast., Foucault, p. 152.
miento que se pliega sobre sí mismo descubriendo el afuera como su
propio impensado problemático, que abre el espacio de un ser que
piensa y que se problematiza a sí mismo. Basta lo señalado para libe
rarse de la representación de una espacialización del tiempo que es el
volver reducido a laberinto . La inversión no es la huida de la meta
morfosis — casi el teatro de la representación— , en dirección del la
berinto en el que nada se da a ver. Una caracterización semejante no
pasa de representarse la identidad y la diferencia. Com o si en la me
tamorfosis las diferencias se reunieran y encontraran su identidad,
aquella que supuestamente las precedería y a la que vendrían a volver.
La m etam orfosis puede llegar a unir por diversos procedimientos.
Pero es en el decir del pensar, en el espacio de las palabras simulacro
que no son mera imagen y semejanza, en el que, tal vez, «se cruzan el
laberinto (la línea al infinito, en perpetua diferencia, la pérdida en lo
O tro) y la metamorfosis (el círculo, el retorno a lo mismo, el triunfo
de lo idéntico)»104. Y ésta es otra identidad y diferencia.
En el laberinto, el retorno supone un volver al punto inicial,
pero lo que vuelve vuelve vuelto. Hay una inversión. También una
inversión en el mirar. Y con ello un nuevo comienzo. Los itinerarios
están regidos por el destino y la necesidad. No es la metamorfosis,
ni la mera diversidad, ni simplemente el espacio de lo igual. Se pro
duce un diferir del comienzo respecto de sí mismo y, en esa medida,
es comienzo efectivo. Esto nos permite hablar del retorno en el la
berinto y no de una salida fuera de él. El afuera quiebra la escisión
dentro-fuera. La cuestión no es, por tanto, salir del laberinto. Se cru
za con la metamorfosis. Aquí, otra vez, es «como si hubiésemos caí
do en un laberinto, creyendo que habíamos alcanzado un fin, nos
hallamos, en cambio, después de haber dado una vuelta para no lle
várnoslo por delante, con que estábamos de nuevo en el punto de
partida de nuestra indagación y en las mismas condiciones que al co
mienzo de nuestra búsqueda»10-5. Pero ya es otra búsqueda. N o sólo
nosotros, también la búsqueda queda invertida. O tro ha sido el mis
mo camino, que nunca es idéntico.
Puede decirse ya con Deleuze que «el simulacro es el sistema
donde lo diferente se relaciona con lo diferente mediante la dife-
168
EL ACO NTECIM IEN TO DE LA DIFERENCIA
15. « [...] aber es gibt sich anders, ais es ¡se» (M . Heidegger, «Der Ursprung des
Kunstwerkes», en Holzwege, en Gesamtausgabe, Vittorio Klostermann, Frankfurt a.
M ., 1977, t. 5 , pp. 1-74, p. 4 0 ; trad. cast., «El origen de la obra de arte», en Cami
nos de bosque, Alianza, Madrid, 1995, pp. 1 1-74, p. 45).
16. El texto dice «Geschehnis». Pero en la primera edición de 1950 dice «Ereig-
nis» (Ibid., p. 4 1 ; trad. cast., Ibid., p. 45).
17. ¡bid., p. 4 1 ; trad. cast., Ibid., p . 46,
br¡miento [zwischen Lichtung und Verbergung bestehí). «Se trata del
enfrentamiento de la lucha originaria. La esencia de la verdad es, en
sí misma, el combate primigenio en el que se disputa ese centro
abierto en el que se adentra lo ente y del que vuelve a salir para re
fugiarse dentro de sí mismo»18.
Derrida se inscribe en esa lucha y el trazo atrae la adversidad de
los adversarios, su disparidad, pero como un conjunto unificado de
trazos. N o es ya, como señalamos, la unidad de un espacio indiferen-
ciado, sino que preserva esa separación, el entre de esa separación que
concilia tanto como desmarca. Y se pregunta ¿cómo hablar de eso?,
¿qué escritura hay que inventar aquí para dar cuenta de ese abrirse
paso del abrirse paso mismo, de ese trazo que en su retirada es su pro
pia posibilidad (diferencialidad, separación y semejanza)?19. En este
sentido, y a partir de lo señalado, ha de leerse la retirada (retrait ). Se
retira del ser el ente com o tal y del lenguaje, sin que esté ni sea dicho
en otra parte, encenta la Diferencia ontológica20. Este retrazar es un
trastornar, un retrotraer, que no es un mero retroceder. Es un venir a
dar, el venir del dar. Sólo en este sentido es una invención21.
Se insiste, con buenas razones, que en Derrida se trata de pro
curar otra «lógica», otro espacio, a partir de que todo signo es sen
tido gráfico o todo grafismo es signo. Se acentúa, a su vez, que es
cuestión de abrir y de generalizar el concepto de escritura y de ex
tenderlo hasta la voz y a todas las huellas de la différance , a todas las
relaciones con el otro, hasta dar una oportunidad a la oportunidad
(del otro)22. N o resulta adecuado, pues, hablar de «demolición». Ha
de inscribirse esta operación, sin embargo, en lo señalado acerca de
la presencia y el encubrimiento, y del olvido constitutivo. De lo con
trario, resulta anecdótico aludir a aspectos que quedarían en una ca
racterización infecunda. Señalar, p o r ejemplo, la ley de la ilegibili
dad como ley de la escritura sólo resulta adecuado en este ámbito de
38. J . D e rrid a, «La différance», véanse pp. 3-5; trad . cast., «La Différance»
pp. 39-41.
diferenzia, en lugar de, com o con frecuencia se hace, por diferancia.
Baste señalar que resulta clave que diferencia y diferenzia suenan
igual, lo que no ocurre en el otro caso y lo que constituye un factor
decisivo para Derrida. Es en su escritura donde se marca su diferen
cia respecto de la diferencia difiriendo(se) sin cesar. Diferenzia es
respecto de diferencia una diferencia gráfica asimismo silenciosa.
Esta traducción no ignora los inconvenientes que se plantean para
hacernos cargo de las consideraciones sobre la a como primera le
tra. Pero si de lo que se trata es de agravar el juego, la z lo agrava en
su condición de ultima letra, permitiendo nuevas perspectivas para
la relación entre la marca muda, el monumento tácito que es antici
pado, silencioso, secreto y discreto com o una tumba — no se oye,
pero señala la muerte del dinasta39.
j
samiento de la diferenzia surge a partir de la Diferencia entre el ser y
el ente, lo que no implica que la diferenzia se deduzca de la Diferen
cia. Lo que significa que no es que haya la diferenzia com o si fuera
un ente-presente. En este sentido, más bien habría de decirse que «la
diferenzia no es (la différance ríest pas)», no existe60. N o siempre las
lecturas que se hacen de Derrida atienden suficientemente este asun
to. La diferenzia , como subrayamos, ni es propiamente una palabra,
ni un concepto, ni un dominio61. El pensamiento de la diferenzia no
se impone considerando innecesario pensar la Diferencia ontológica.
Y es en este asunto en el que nuestro escrito nos requiere.
Al poner en cuestión la unidad de la palabra, la supuestamente
indiscutible unidad de sonido y sentido en cada palabra62, la quiebra
de esta unidad en una escritura que ya no es un mero agregado exte
rior o un añadido, pone en cuestión el sentido del ser en el sentido
del sentido de la palabra «ser», ligado a una lengua y a un lenguaje
constituido por esas unidades. En todo caso, no ha de olvidarse que
Heidegger reclama a su vez la necesidad de atender al decir de las
palabras, lo que no ha de identificarse con la pura inmersión en el
concepto abstracto de su unidad. Si, como vimos, la representación
de la escritura, dependiente de la lengua hablada, se veía sometida
al modelo de la escritura fonética, más bien podría decirse que el
desafío es el de escribir ser , el de inscribir más acá del lenguaje, co
rrespondiendo a lo que se ofrece tachado y obliga a ir «más allá» de
él. No es una cuestión simple de cj)0)uri o de sistema conceptual, sino
de dislocar y desbordar el lenguaje inscribiéndose en su propio mo
vimiento. La relación entre la presencia y lo que la excede, la consi
deración para con el exceso de ser no identifica el desbordar con una
amplificación del ser en la diferenzia , com o si el ser resultara insufi
ciente. N o se trata de su falta de alcance, sino del alcance de su fal
ta. Lo que en el ser falta ni le resta ni es una carencia de presencia.
68. Ibid.
69. M . Heidegger, «Zeit und Sein», en Z ur Sache des D enkens, M ax Nieme-
yer, Tübingen, 1 9 8 8 , pp. 5, 6 y 2 3 ; trad. cast., Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 1999,
pp. 2 4 , 2 5 y 4 2 .
70. J . Derrida, «La différance», pp. 2 7 -2 8 , nota 1; trad. casc., «La Différance»,
pp. 60-61.
una cosa ni la otra, sino «lo otro». Y ello exige una reinscripción que
responda al movimiento del juego de la m arca, que se desborda y
disloca en reenvíos diferidores.
El problema, por tanto, no se reduce a las distancias entre la d i
ferenzia y la Diferencia ontológica, sino a la remisión que Derrida
propone de la diferencia a la m arca de la diferenzia , su signo, su tra
za, lo que difiere la presencia. Por ello, en la caracterización que el
propio Derrida hace de la diferenzia , tras subrayar su carácter de
m ovim iento que consiste en diferir — con todas las reservas de con
siderarlo verbalmente— , o de raíz com ún de todas las oposiciones
de conceptos que escanden nuestro lenguaje (sensible/inteligible, na
turaleza/cultura, etc.), o de la producción de la diferencia, insiste en
que la diferenzia nombrará «ese despliegue de la diferencia en parti
cular, pero no solamente, ni ante todo, de la Diferencia óntico-on-
tológica»71. Llevar ese pensamiento hasta el final, ese pensamiento
de la verdad y del ser, exige un gesto que ciertamente puede consi
derarse «más nietzscheano que heideggeriano», si bien el propio De
rrida reconoce que «nada de lo que intento habría sido posible sin
la apertura de las cuestiones heideggerianas»72. Y llevar hasta el fi
nal este pensamiento de la verdad y del ser, en el pensamiento de la
diferenzia, es entrar en el juego de la diferenzia «que hace que nin
guna palabra, ningún concepto, ningún enunciado mayor venga a
resumir y a ordenar, desde la presencia teológica de un centro, el
movimiento y el espaciamiento textual de las diferencias»73; ningu
na palabra, ni siquiera, por supuesto, esta palabra que no es una pa
labra: diferenzia.
Si lo decisivo no es la palabra sino el movimiento en el que se
da marcada y borrada, y no simplemente lo que se da, antes bien, el
movimiento del darse y la estrategia de dislocación continua que sig
nifica, mediante sustituciones diferidoras, si lo decisivo es el juego
de la m arca, así com o la dislocación que procura, no se trata de zan
jar y paliar las oposiciones en su raíz común com o si ésta fuera su
identidad. El juego entonces se reduciría a deslizarse de un diferen
7 1 . J . Derrida, Positions, Minuit, Paris, 1972, pp. 16-18; trad. cast., «Posicio
nes», Pre-textos, Valencia, 1977, pp. 14-17.
72. ¡bid. 1 7 -1 8 ; trad. cast., Ibid., pp. 16-17. «El texto de Heidegger es para mí
de una extrema importancia, que constituye un avance inédito, irreversible y cuyos
recursos críticos estamos todavía muy lejos de haber explotado» (Ibid., p. 7 3 ; trad.
cast., ¡bul., |i|i. 70-71).
73. Ibiil. p. 2.í¡ inid, cast., Ibid., p. 2 1 .
te a otro, de un término a otro. «En tanto que raíz común, la dife
renzia es también el elemento de lo m ism o (que se distingue de lo
idéntico) en el que estas oposiciones se anuncian»74. Y así van en
contrando su lugar de inscripción las diversas caracterizaciones de la
diferencia. Las parejas en oposición «sobre las que se ha construido
3a filosofía y de las que vive nuestro discurso» no han de ser, sin más,
borradas o relevadas. Aquí Derrida se desmarca de Hegel, en un
punto sin embargo de enorme proximidad de la diferenzia con plan
teamientos hegelianos. Sólo desde esta proximidad se toma distan
cia. La diferenzia com o proceso de diferenciación no se identifica
con la mera conflictividad, sino con el carácter productivo y con-
flictual, no entiende la posibilidad de relevar totalmente (así lee De
rrida Aufheben), que es tanto com o resolver75, sino que anuncia una
necesidad, aquella a la que nos referimos de que «uno de los térmi
nos aparezca com o la diferenzia del otro, com o el otro diferido en
la economía de lo mismo [...]. A partir de la muestra de este mismo
com o diferenzia es cuando se anuncia la mismidad de la diferencia y
de la repetición en el eterno retorno»76. Tal parecería entonces que
la lectura propuesta con Deleuze encuentra su espacio en lo mismo
que es la diferenzia. Ésta no se reduce a la Diferencia heideggeriana
y atiende a aquello que la hace diferir de sí y la excede — no sólo ha
cia adelante— . La excede ya com o quien la precede.
1. Iterabilidad y repetición
2 . Ibid.
3. La sentencia de Anaximandro es la palabra única en tanto que en ella se
abre el espacio d e las palabras. Heidegger insiste en que Aristóteles, presentando el
ser como évépyeia, o Nietzsche, como voluntad de poder, por ejemplo, no ofrecen
doctrinas producidas al azar. Son «palabras del ser como respuestas a una apelación
que habla en el destinar que se oculta a sí mismo, en el ‘Se da el ser’» (M. Heidegger,
«Zein und Seit», p, 9 ; trad. cast., Tiempo y ser, p. 29). Palabra única, pero fecundidad
de las palabras, la objeción de Derrida no alcanza a la necesidad de una determinada
caracterización d e la justicia y lo ajustado.
4. J. Derrida «Signature événement contexte, en Marges de la Philosophie,
pp. 36 5 -3 9 3 , pp. 3 7 2 y 3 7 7 ; trad. cast., «Firma, acontecimiento, contexto», en Már
genes de ¡a filosofía, pp. 347- 3 7 2 ; pp. 3 5 4 y 358.
5. No habría, por tanto, de identificarse como trabajo, de lo negativo al servi
cio del sentido del concepto vivo, de télos, dependiente y reducible en la Aufbebung
de una dialéctica» (Ibid., p. 3 7 8 ; trad. cast., Ibid., p. 359).
cidencia en la posibilidad de comunicación, su posibilidad de ins
cripción. La diferenzia que se registra en el concepto de iterabilidad
reúne o, mejor, inserta o acopla los de repetición y alteridad, o los
de citabilidad o posibilidad de injertar. Si puede decirse que es re
petición que (se) altera (con) cada nuevo contexto en que reaparece
la «misma» marca o señal, es porque la unidad de la forma signifi
cante precisamente sólo se constituye por su iterabilidad, «por la po
sibilidad de ser repetida en la ausencia no sólo de su ‘referente’ [...],
sino en la ausencia de un significado determinado o de la intención
de significación actual, como de toda intención de comunicación
presente»6. Si recordamos que la m arca, la huella, deviene el origen
del origen — ya que es el movimiento a partir de un no-origen— , la
posibilidad del ser separado del referente o del significado hace de
toda marca «la permanencia no-presente de una marca diferencial
separada de su pretendida ‘producción’ u origen»7. Que sea repetí-
ble — iterable— es tanto como decir que lo que se produce es una
m arca productora que no requiera la presencia de «aquella» supues
ta producción ni de otro presunto «productor» que vele por su efica
cia. La marca no ha de requerirlos para ser legible. Ni tampoco que
el destinatario esté presente. La presencia diferida, diferida la pre
sencia, no es cuestión de salvarla por una suerte de mediación. Re
quiere algo, alguien otro. «La diferenzia como escritura no resultaría
ya (ser) una modificación (ontológica) de la presencia»8, ni com o tal
ha de considerarse. La ausencia es, como señalamos, la ruptura, el
posible fallecer del destinatario, la muerte de su presencia, su «muer
te» com o su posibilidad inscrita en la estructura de la marca9. La es
critura com o comunidad de los mortales reclama y potencia la re
petición.
La decisiva importancia del concepto de iterabilidad no se redu
ce a los límites de la escritura, en la medida en que en Derrida cabe
hablar, com o señalamos, de la diferencia com o escritura y, además,
6. Ibid.
7. Ibid.
8, Ibid., p. 3 7 5 ; trad. casc., Ibid., p. 3 5 6 . Quizá la intervención de ocra mano
de la de la Traducción al castellano de «La différance» (1968) produce en otro caso el
desliz, que es precisamente una desconsideración para con dicho texto, de verter en
«Signature événement contexte» (1971) —«Firma, acontecimiento, contexto»— dif-
férence y différance indistintamente por «diferencia».
9, «La ‘muerte’ o la posibilidad de la ‘muerte* del destinatario inscrita en la
estructura de l.i marca (en este punto hago notar de paso que el valor o el efecto de
trasccndcmnlkliul se liga necesariamente a la posibilidad de la escritura y de la ‘muer
te’ así analizad.»)• {¡Ind., p. 3 7 5 ; trad. cast., Ibid., p. 357).
como asimismo subrayamos, ello alcanza al lenguaje com o tal y, más
aún, a lo que quepa entenderse por experiencia. Esto permitiría, y
según los límites indicados, aludir a la diferenzia com o iterabilidad
o, mejor todavía, a la iterabilidad de la diferenzia. Romper con el
contexto «original» de la comunicación es, a la par, no reconocerlo
com o origen que sostiene y domina, es tacharlo com o principio y
ápxn- Tal es ahora la fuerza de ruptura del distanciamiento y su fe
cundidad. Precisamente ello es lo que propiciará la posibilidad del
quehacer de la iterabilidad. «La disrupción de la autoridad del códi
go com o sistema finito de reglas y la destrucción radical, al mismo
tiempo, de todo contexto como protocolo de código»10 es lo que va
a propiciar la repetición vinculada a la alteración. La iterabilidad
esencial de la marca más allá del presente de su inscripción hace de
la diferenzia com o escritura un continuo citar que no se limita a res
ponder a la citabilidad de todo signo lingüístico o de toda forma sig
nificante, que es una capacidad de engendrar nuevos contextos, de
vincular, emparejar, acoplar, injertar, abriéndose a cada cual, a cada
uno, a cualquiera en tanto que único en la repetición. La citabilidad
libera de la sumisión a uno que quiere decir — al querer decir de
uno— y a un contexto uno — el de uno— . Citar(se) con el texto no
es simplemente volverlo a decir, es volver al decir. Tal es la fuerza de
la marca y el gesto plural y múltiple de la diferenzia com o escritura.
Cabe acompañarse con Derrida aún por otros caminos, abiertos,
a su vez, por la consideración de la iterabilidad. Su insistencia en que
dicha palabra proviene de itara resulta fecunda en una doble direc
ción. Si iter es acción de ir, ruta, camino, modo de proceder, la vin
culación que Derrida establece con itara — a su decir «otro» en sáns
crito— por un lado, nos sitúa en la lógica que liga la repetición a la
alteridad, y, por otro, hace que la iterabilidad designe «a la vez la
repetición de lo mismo y la alteración»11. La iterabilidad acentúa
terrenos singularmente fecundos para nuestro te x to y en los que
viene desplegándose. La diferenzia ha procurado una desviación
esencial que permite la reiteración, la reitineración com o encuentro
de repetición, alteridad y alteración, pero com o repetición de lo
mismo. Esta insistencia en el prefijo re se mueve entre la restancia y
la resistencia de una repetición, que no se limita a repetir o a repre
28. J . Derrida, «La différance», pp. 19-20; trad. cast., «La Différance», p. 54,
29. J. Derrida, «VioJence et méraphysique. Essai sur la pensée d’Emmanud Lé
vinas», p. 134; trad, cast., «Violencia y metafísica (Ensayo sobre el pensamiento de
Emmanuel Lévinas)», p. 123.
30. Ibid,, pp, 13 9 -1 4 0 ; trad. cast., Ibid., pp. 127-128.
cep to de historicidad fren te a una «historia» — si cabe llamarse así—
co n una negatividad «encerrada». Pero de lo que se trata es de la ex
p erien cia viva y de la existencia del otro , y ahí el asunto es de lo que
«abre y excede la totalidad», de lo que «marca el límite de todo po
der, de toda violencia y el origen de la ética: palabra y mirada: el
rostro»31.
No buscamos en este lugar del ensayo estudiar lo que significa
la posición de Lévinas m ás allá de su incidencia en el punto concre
to en el que nos encontram os. Pero, sin duda, cabe estudiar el des
plazamiento del «origen» que se produce cuando sin «origen» — al
m enos sin que resulte a la par tachado— los límites ya no provie
nen de otra fuerza que se opone en el mundo, sino de lo que me
habla y me mira «desde otro origen del mundo, desde lo que nin
gún poder finito puede oprimir»32, desde lo que no soporta el ar
tículo definido ni el plural, ni es un nombre propio — sino el re
curso innombrable de todo nombre propio— : el otro (autrui). La
diferencia ya no es una diferencia específica, sino la de una irrup
ció n , «la irrupción del o tro que permite y accede a la alteridad ab
soluta e irreductible de lo otro»33. Y ésta es ya otra alteridad, la de
lo o tro co m o el otro. Y es en dicho sentido en el que se produce
una auténtica modificación de la relación, en una lógica que va más
allá del TÓSe ti.
Precisamente por ello, «las relaciones sociales no nos ofrecen
sólo una materia empírica superior que pueda ser tratada en térmi
nos del género y de la especie. Son el despliegue original de la Re
lación que no se ofrece ya en la mirada que abarcaría estos términos,
sino que realza desde el Yo al O tro en el cara a cara»34. Esto supone
considerar «la exterioridad — o si se prefiere, la alteridad— » com o
«esencia del ser», ya que el cara-a-cara sería la relación última e irre
ductible que ningún concepto podría abarcar sin que el pensador
que piensa este concepto se encuentre de pronto frente a un nuevo
interlocutor y ello es lo que precisamente «hace posible el pluralis
m o de la sociedad»35. N o ha de olvidarse que este mismo impulso
36. «Rechazo de plano un discurso que me asigne un solo código, un único jue
go de lenguaje, un único contexto, una única situación y lo planteo no simplemente
por capricho o porque es de mi agrado, sino por razones éticas y políticas» (J. Derri
da, «Remarles on deconstruction and pragmatism», en Ch. Mouffe [comp,], Decons-
truction and Pragmatism, Routledge, London-New York, 1996, pp. 77-88, p. 8 1 ; trad.
cast, «Notas sobre deconstrucción y pragmatismo», en Deconstrucción y pragmatismo,
Paidós, Buenas Aires-Barcelona-México, 1998, pp. 151-170, p. 158).
37. E. Lévinas, Totalité et infini, p. 2 7 1 ; trad. cast. Totalidad e infinito, p. 299.
3 8. Ibid., p. 2 4 4 ; trad. cast., Ibid., p. 276.
3 9 . Ibid., p. 2 4 6 ; trad. cast., Ibid., p. 278. En esta medida, Lévinas considera
que «la fecundidad debe erigirse en categoría ontológica», parque el hijo no es sólo
otro a la vez que sí mismo implica, a la par, que en la liberación res
pecto de una determinada consideración de la identidad, su fecun
didad sea la de una unidad que no se opone a la multiplicidad, sino
que la engendra40.
Se ha producido así un desplazamiento de la diferencia. Ya no se
define tanto en el modo de la alteridad caracterizada com o el reco
nocimiento de uno p or el otro, ni con el otro (en los sentidos seña
lados). La diferencia se define más bien com o un modo de la resis
tencia y del testimonio. Lo múltiple no es ahora lo múltiple de las
variedades de gritos y su número de variaciones, sino que se deter
mina en la determinación de la heterogeneidad de la resistencia y de
su fecundidad. Es la resistencia de la repetición que, de nuevo, es lo
que resta sin dejarse reducir a una identificación. La resistencia es, a
su vez, una resistencia al «concepto», si por tal se entiende una in
sistencia en lo real y en la verdad que se muestra indiferente a la ex
periencia viva y a la existencia del otro. Tal vez ello explique ese
modo singular y paradójico de lo señalado por Lévinas, el hecho de
que se prive a la palabra de consistencia a fin de separarla de ella
misma y de su plenitud en la desintegración de la lengua. «¿4 es A y
no esi4» («A est A et n'est pas A») dice la paradoja, allí donde la con
tradicción quería enunciar que «A es A y no-A» («A est A et non-
A»)41. Con ello se preserva el espacio de atención a la forma iirup-
tiva y, a su vez, lo paradójico de toda decisión, elección y responsa
bilidad. Irrumpe también lo que no confirma el reposo y el asenta
miento de una residencia desde la que concebir estrategias. Y ésta es
la más singular de las paradojas. «La indecibilidad sigue habitando la
decisión»42. El exilio es entonces lo que nos sitúa fuera de la tierra
mi obra y mi propiedad. «No tengo mi hijo, soy mi hijo». Ello impide una lectura se
gún un concepto monisra del sujeto idéntico que procura el retorno del yo hacia el
sí. Se trata de una relación con un extraño que, al mismo tiempo, es yo: una relación
del yo consigo que, sin embargo, no es yo. El hijo no es yo y, sin embargo, soy mi hijo.
En el existir mismo hay una multiplicidad y una trascendencia. La fecundidad del yo
es su trascendencia misma [Ibid., p. 2.54; trad. cast., Ibid., p. 285). Si Lévinas habla de
que «el yo humano se implanta en la fraternidad», ha de leerse en esta dirección: «Que
todos los hombres sean hermanos no se agrega al hombre como una conquista moral,
sino que constituye su ipseidad» (I b i d p. 2 5 7 ; trad. cast., Ibid., p. 287).
40. Ibid., p. 2 5 1 ; trad. cast., ¡bid., p. 282.
41. Véase Chr. Ruby, Les archipels de la Différence. Foucault- Derrida-Deleuze-
Lyotard, p, 138.
42. J. Derrida, «Remarks on dcconstruction and pragmatismo, p,, 8 6 ; trad.
cast,, «Noiiu sobre dcconitrucción y pragmatismo», p. 168.
de la identidad, salvo que ésta se fecunde en un perenne vagar. No
es preciso insistir en esta dirección. Sin embargo, resulta adecuada
para nuestro empeño una breve insistencia. Derrida es explícito al
respecto y lo es, una vez más, con Lévinas. El hecho de que nuestra
relación con asuntos com o ia elección, la decisión y la responsabili
dad sea siempre una relación suspendida obedece, por una parte, a
que la verdad determinada no es presencia constatada. Pero, ade
más, si la indecibilidad no es simplemente un momento que haya de
atravesarse para superarlo, ello obedece a que, para Lévinas (Derri
da), la infinitud se inscribe en la responsabilidad. El asunto es e x
traordinariamente polémico e importante Y, de nuevo, desborda este
lugar. Baste una indicación. Porque actuamos y vivimos en la infini
tud, la responsabilidad en relación con el otro (autrui) es irreducti
ble. Sólo así puedo comprometerme infinitamente — en una deuda
infinita— ante cada una y toda singularidad. «La indecibilidad sigue
habitando la decisión y esta última no se cierra ante la primera. La
relación con el otro no se cierra en sí misma y esto es así porque hay
historia y porque uno trata de actuar políticamente»43.
Este no cerrarse sobre sí de la relación con el otro y lo apunta
do sobre la infinitud se corresponde con lo que se ha señalado sobre
la presencia. Derrida indica que «puede haber aquí y ahora sin pre
sencia»44 y, por tanto, la singularidad, en efecto, ocurre, pero abier
ta a lo por-venir. Así ha de entenderse el tema de la promesa, de lo
que «puede llegar a advenir». La irreductibilidad de la indecibilidad
es, a la par, la irreductibilidad de la promesa. Esta vinculación entre
el aquí y ahora y la promesa — con Hegel recordamos también lo in
concreto del a q u í y el ahora — impide e! desplazamiento de lo que
49. Ibid., p. 8 5 ; trad. casr., Ibid., pp. 164-165. Derrida señala al respecto que
«la desconstrucción es hiperpolitizante». Se trata de «pensar lo político» y de «pensar
lo democrático» y de garantizar el espacio para que lo político no quede encerrado en lo
democrático. No se trata de un argumento contra la democracia, sino a favor de la ex
periencia de sus límites, de su crítica, incluso podría decirse de politizar la democracia,
de seguir planteando la cuestión de la política sin reducirla a algo ya cerrado.
50. La importancia de este valor diferencial puede comprobarse en la intradu-
cibilidad de Schibboleth, que obedece, entre otras razones, a que él forma el corte, la
entalladura (entaille) de una diferencia no signifícame en el cuerpo de la marca — es
crita u oral, escrita en la palabra como puede serlo una marca en la marca, una inci
sión que marca incluso la marca— . Pero esto no significa que no se conozcan diferen
tes sentidos de la palabra — río, espiga de trigo, ramo de olivo— . En este juego entre
la marca, el límite y la frontera, cabe la posibilidad trágica de que la palabra se in
vierta, se corrompa su valor diferencial y «la palabra contraseña en una lucha contra
la opresión, la exclusión, el fascismo, el racismo» venga a ser discriminatoria, técnica
de policía, de normalización y de encasillamiento» (J. Derrida, Schibboleth. Pour Paul
Celan, p. 56).
51. «Sí, no tengo más que una lengua; ahora bien, no es la mía (...) Nunca lo
fue (mía) de verdad» (J. Derrida, El monolingüismo del otro o la prótesis del origen,
p. 114).
miento semejante ofrece ya por sí solo suficientes problemas. Pero
no es ahora aquello que buscamos estudiar. No es el lugar para una
serie de consideraciones sobre el lenguaje y la distancia entre lo di
cho y el decir. La cuestión y el acento son mucho más definidos y
consideramos que más pertinentes para este escrito. El asunto pro
viene de la experiencia viva de una cierta inhabitabilidad de la pro
pia lengua, de lo inhóspito de ella — no en ella— , de la irrupción de
lo inhóspito que supone. Sin embargo, precisamente esta irrupción,
que no es mera llegada de algo distinto, implica una corresponden
cia con el decir, ya que uno mismo es com o si quedara privado, des
arraigado, expatriado, en un permanente exilio. Derrida considera,
no obstante, que sin ello no hay hábitat posible52. Sólo habitando lo
inhóspito de una lengua que no es nunca de uno — aunque sea su
lengua, su única lengua— cabe un cierto hábitat. Pero habitar lo in
hóspito es tanto com o reconocer que uno no sólo habita la lengua,
es habitado por ella y de un modo tan íntimo que viene a ser lo más
íntimo de uno, y que, sin embargo, se mantiene distante, heterogé
nea, inhabitable y desiertaS3. Hasta aquí todo se reduciría a un tipo
de discurso cuya incidencia en lo que nos ocupa, no siendo lateral,
no acabaría de ofrecernos otras perspectivas que las señaladas. Con
todo, lo que merece destacarse es que esta lengua que no se posee,
sin embargo, se pone en juego — y con ella en cierto modo quien
busca hablar, tal vez incluso decirse— . Derrida insistirá en que el
otro irrumpe. Y no sólo com o alguien distinto, sino ajeno (lo que ya
no se reduce a un alter ego). La lengua vuelve siempre al otro, es di
simétricamente del otro, el otro la guarda. Venida del o tro , perm a
nece en el otro, vuelve al otro54.
De este modo retorna invertida y desplazada aquella experien
cia decisiva con la que comienza en cada ocasión la filosofía. Es el
comienzo y su inversión. La experiencia es la de ser extranjero en la
propia lengua. Ahora la lengua es desconocida para cualquier sí
mismo (para mí com o s o í ) 3 y esta lengua es, sin embargo, quizá,
nuestra lengua predilecta55. Como si, en verdad, sólo pudiera decir
se en lengua impropia, plagada de marcas, que son también cortes y
heridas. De ahí justamente lo que hemos señalado de la escritura y
de su modo de apropiación amante y desesperado de la lengua. C on
60. Jacques Derrida, El monolingütsmo del otro o la prótesis del origen, p. 28.
Frente al hogar (chez tnoi) como la choza del chez soi, al yo (je) gramatical o lingüís
tico, al yo (tnoi) o al nosotros en su estatuto ¡demificatorio (Ibid., p. 4 6 ), Derrida se
refiere a la cadena semántica en obra tanto en la hospitalidad como en la hostilidad:
hostis, hospes, hosti-pet, posis, despotes, potere, potis sum, pote est, potest, pot sede-
re, possidere, compos, etc. Aquí Derrida sigue las indicaciones etimológicas del capí
tulo 7, «L’hospitalité», de Émile Benveniste, Le vocabulaire des institutions indo-eu-
ropéennes, Paris, Minuit, 1969, véase p. 87.
6 1. E. Lévinas, Autrement qu'étre ou au-deld de 1‘essence, Martinus Nijhoff, La
Hague, 1978, p. 1 4 5 ; trad. cast., De otro modo que ser, o más allá de la esencia, Sí
gueme, Salamanca, 1987, p. 183.
62. Ya no basta con decir «el sujeto es un huésped (Le sujet est un bóte)», sino
que ha de decirse que «el sujeto es rehén (le sujet est otage)», e incluso «la ipseidad es
rehén (L'ipseité est otage)» (¡bid., p. 142; trad. cast., ¡bid., p. 180; véanse asimismo
pp. 141-145; trad. cast., pp. 179-183). Hay igualmente «una familiaridad semánti
ca, si no etimológica, entre hóte y otage, entre el sujeto como bóte y el sujeto (o la
sometido (sujet assujetti ) se presenta (¡heme aquí!) en la responsa
bilidad para con los otros. «La substitución toma entonces el puesto
de la ‘subordinación’ — constitución de la subjetividad en la sujeción
( sujétion ), el sometimiento (assujetissement), la subjetivación (sub-
jectivation)»6i. El rehén queda así en cuestión, interpelado por un
acoger en el que se queda acogido y en el que el huésped ya no po
see su «propio» lugar y resulta emigrado, exilado, extranjero más
allá de sus supuestas intenciones. Esto com porta, en el caso de Lé
vinas, la apertura de aquello que desborda, la illeidad del tercero y el
«hay qu e » de la justicia. N o son los caminos que este escrito busca en
la ocasión transitar, caminos que, en todo caso, requieren atención,
los de la experiencia de la justicia como absoluta alteridad, los de la
justicia como «experiencia» de lo indecible, los de la justicia como no
desconstruible, a partir de la indicación de Lévinas, según la cual «la
consideración del otro (autrui) — es decir, la justicia— »64 no se ago
ta en el reconocimiento. «La justicia, en tanto que experiencia de la
alteridad absoluta es no-presentable (imprésentable ), pero es la oca
sión del acontecimiento y la condición de la historia»65.
ipseidad) como otage. Se oye bajo la palabra otage (ostage) un huésped entregado»
(J. Derrida, «Le mot d'accueil», en Adieu á Emmanuel Lévinas, Galilée, Paris, 1997,
pp. 3 7 -2 1 1, p, 105; trad. cast., Adiós a Emmanuel Lévinas. Palabra de acogida, Trotta,
1 998, pp. 3 1 -1 5 5 , pp. 79-80).
63. Ibid.. p. 103.
6 4. La desconstructibilidad del Derecho hace la desconstruccidn posible, pero
la indesconstrutibílidad de la justicia hace también posible la desconstrucción, por no
decir que se confunde con ella (J. Derrida, Fuerza de ley, p. 36). Y véase Simón Crirch-
ley, «Desconstruction and Pragmatism. Ist Derrida a prívate ironist or a public libe
ral?», en Desconstruction and Pragmatism, pp. 19-40; erad, cast., - Deconstrucción y
pragmatismo. ¿Es Derrida un ironista privado o un hberla público?», en Deconstruc
ción y pragmatismo, pp. 45-85. Critchley subraya que la justicia no es desconstruible,
ya que la desconstrucción es justicia (Ibid., p. 3 4 ; trad, cast., Ibid., p. 7 6 ; véase asimis
mo E. Lévinas, Tolalité et infini, p. 18; trad. cast., Totalidad e infinito, p. 71, y Autre-
ment qu'étre ou au-deld de l'essence, p. 20 9; trad. cast-, D e otro modo que ser, o más
allá de ¡a esencia, p. 244). 1:1 hay que de la justicia no es indiferente al hay, que «es
todo el pcio que gravn la alteridad soportada por una subjetividad que no la funda».
6.5. Derrida, Farce <le lai, p. 61 ¡ ttad. cast., Fuerza de ley, p. 64.
en tanto que ésta retorna lo O tro al Mismo y propone la libertad
que es la identificación del Mismo, la reducción de lo O tro al Mis
mo, mientras que la metafísica supone el recibimiento del O tro por
el Mismo y el cuestionamiento del Mismo por el O tro. Esa neutra
lización del O tro es, precisamente, su reducción al Mismo, la re
ducción de lo extraño y hostil, el fin de la hospitalidad. Se toman
con ello distancias respecto de Hegel. En su caso, «la diferencia no
es diferencia, el yo com o otro no es ‘O tro’, la alteridad del yo no es
sino el juego del Mismo» hasta el punto de que «la negación del yo
por el sí es precisamente uno de los modos de identificación del yo».
«El yo no es un ser que permanece siempre el mismo, sino el ser
cuyo existir consiste en identificarse, en recobrar su identidad, a tra
vés de todo lo que le acontece. Es la identidad por excelencia, la
obra original de la identificación. El Yo es idéntico hasta en sus al
teraciones»66. N o hay en tal caso relación del Mismo y del O tro. Y
esa conjunción (y) que no es adición, que es relación, es el lengua
je67, tránsito del Yo al O tro o, com o hemos señalado, cara-a-cara.
Baste esta señal.
Pero asimismo se toman distancias respecto de Heidegger, a quien
se le inscribe en lo que Lévinas denomina el «imperialismo ontológi-
co», en el que el ente se rinde por radiación a la luminosidad del ser.
«A partir del ser, a partir del horizonte luminoso en el que el ente tie
ne una silueta, pero ha perdido su cara». Esto supondría subordinar la
relación con alguno que es un ente a una relación con el ser del ente
que permite la dominación del ente. Ello significaría, a decir de Lévi
nas, subordinar la justicia a la libertad, que en definitiva es la prima
cía de lo Mismo, que consiste en neutralizar el ente para compren
derlo o para apresarlo. «No es pues una relación con lo O tro como
tal, sino la reducción de lo Otro al Mismo»68. De nuevo, no es preci
so insistir. La Diferencia ontológica significaría la posesión del O tro,
«comprensión» sin verse alterado por lo irreductible de la alteridad.
Esta crítica a la comprensión sin hostilidad pone en evidencia lo in
adecuado de un reconocimiento que no es efectiva hospitalidad.
Diferencia sin hospitalidad tanto en Hegel como en Heidegger,
se trataría de dominar la relación con el Otro y de neutralizar su
66. E. Lévinas, Totalité e infini, p. 6 ; trad. cast., Totalidad e infinito, pp. 60-61.
67. Precisamente «la relación del Mismo y del Otro — o Metafísica— funciona
originalmente como discurso en que el Mismo [...] sale de sí» (Ibid., p. 9 ; trad. cast.,
Ibid., p. 63).
68. Ibid., véase p. 16; trad. cast., ibid., pp. 68-69.
irrupción. Frente a ello, la inversión que Lévinas reclama es la de la
libertad y justicia. El primado de ésta es el de la relación con el Otro
que no puede ser dom inada por la comprensión del ser en general.
La inversión supone entonces que «el decir al Otro», la relación con
el Otro como interlocutor, esa relación con un ente es la relación úl
tima del ser69.
N o nos parece lo más decisivo subrayar, ahora con Lévinas,
aquello que quizá comparte con Derrida y que propicia la toma de
distancia respecto de lo señalado con Heidegger, cuya Diferencia
vendría a ser una forma de transcendencia más o menos inhibida y
nunca aún un «de otro modo» (autrem ent) que transcender70. Sin ser
lo más decisivo, sí requiere cierta atención. Frente a la unilateralidad
de una Diferencia que no pone cara a cara opuestos, sino que plan
ta un lado que acumula los efectos logocéntricos de continuidad y
de síntesis y que unilateralmente comunica a todo el sistema su p o
tencia de unilateralidad, la diferenzia no es la del logos a su otro ab
soluto, sino la de formas locales determinadas e inferiores del logo-
centrismo a la esencia en devenir del logos, al logos mismo como
flujo ilimitado, según un plan de dehiscencia. Ello permite hablar de
la diferenzia como «intra-logocéntrica, exterior quizás a ciertas de sus
formas y de sus estados, pero idéntica a la esencia del logos. De este
modo el logocentrismo deviene lo que es, la relación sin relación»71.
Y, si com o señalamos, para Lévinas, la conjunción y, que es relación
(del Mismo y del O tro), es el lenguaje, aquí la diferenzia es la y como
«cópula por excelencia, la forma superior de la cópula experimen
tada en una trascendencia radical»72. Ello permite el «a la vez», el «al
mismo tiempo» en el que el decir al Otro es el hacerse esperar del
decir del Otro — no una postergación— , la puesta en suspenso (en
puntos suspensivos) del decir de lo Mismo y la afirmación previa del
s i originario73.
69. Esa relación precede a toda ontología. «La ontología supone la metafísica»
(Ibid., p. 18; trad. cast., Ibid., p. 71).
70. F. Laruclle, Les philosophies de la différence, PUF, Paris, 1986, p. 139. No
resalta difícil leer en autrement que transcendre el movimiento del título de Lévinas
citado: Autrement qu’étre__
71. «La Différance est la forme supérieure quoique ‘judaíque’ du logocenrris-
me, le rapporc qui se divise ou dissémine et intérieurement et exterieurement» (F. La-
ruelle, Les philosophies de la différence, p. 143). Laruelle presenta «la inversión ju
daica de la Diferencia como diferenzia» (Ibid., pp. 146-151).
72. ¡bid., pp. 143-144.
73. Véase J. Derrida, «Nombre de Oui», en PsychS, ¡nventions de l’autre, Gali-
lée, París, 1987, pp. 143-144.
La conjunción del cara-a-cara es un verdadero soportar la mi
rada y la palabra en su irreductible alteridad y, sin embargo, proxi
midad. Dicha proximidad obedece a un trabajo que podría llamar
se de la «memoria». Con ella retorna la cuestión de la escritura, de
su insuficiencia sin la reescritura del leer, sin la alteridad de la
irrupción del otro, sin la iterabilidad (repetición/alteridad) que
com porta, sin su reiteración. La «memoria» como reiteración — que
no recordatorio— ya no se refiere a un desvelamiento último, sino
a lo que seguirá siendo en todo m omento extraño, a aquello vela
do que es deseo y promesa, un deseo para Derrida sin horizonte y
una promesa que no se representa lo que espera. Es «una anamne
sis de lo completamente otro»74. Es una anámnesis com o la no-in
diferencia respecto al otro, en tanto que el otro es otro y está pró
xim o (prójimo), quizá próxim o a venir, próxim o al venir. Es la
diferenzia que dice ven y dice sí, que es proximidad, la del uno que
«no se encierra en sí, que se desnuda en la recurrencia substitu
yéndose más acá de su identidad por el otro». Es lo que conduce a
Lévinas a hablar de «la proximidad, diferencia que es no-indife
rencia»75. La significación de la no-indiferencia es precisamente la
significación en tanto que proximidad, el decir, la responsabilidad,
el acercam iento, pero nunca el presente de la coincidencia consigo,
sino el sin-fin de la obligación76. Ahora bien, la no-indiferencia no
se reduce a mi responsabilidad para con el otro, es también mi ins
piración por el otro. En Lévinas, esta inspiración es hasta el límite,
hasta la expiración. Y, en efecto, en eso consiste la proximidad del
O tro — y lo que, com o venimos señalando, com porta la proximi
dad com o responsabilidad por él, a su vez sólo posible com o subs
titución de él— . Ahora bien, lo que nos importa subrayar es que
precisamente la no-indiferencia es la que propicia la novedad que
viene del o tro . Sin ello, todo se diluye y se solidifica en el ser. Esta
novedad por la que hay transcendencia y significación hace que el
sentido del o tro sea irrecusable, no pueda recluirse en la vuelta de
sí sobre sí mismo77.
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BIBLIOGRAFÍA
Angel Gabilondo
E D I T O R I A L T R O T T A
U N I V E R S I D A D A U T Ó N O M A DE M A D R I D