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Resumen

¿Quién sabe liberar a un dragón?


Paloma Sánchez Ibarzábal

Érase una vez un dragón atrapado en las páginas de un cuento viejo. Estaba
solo en una cueva. Todos se habían marchado hace mucho tiempo del cuento.
A veces encontraba un zapato perdido o un lazo rosado entre medio de las
páginas. Al dragón le daba nostalgia recordar cuando el cuento estaba lleno de
montañas y verde prados.
Su historia era así…Su cueva se encontraba en las altas montañas y eso lo hacía
sentir un poco solo. El quería tener amigos para salir a jugar, pero los
campesinos le tenían miedo. Un día intentó ayudar a unos pastores que
cuidaban sus ovejas y estaban con mucho frío, el dragón para calentarlos tiró
fuego y los pastores pensaron que lo estaban atacando por lo que salieron
corriendo y las ovejas quedaron negras después que el dragón estornudo,
debido al hollín de su boca. Después de ese incidente todo el pueblo le echaba
la culpa de todo al dragón, aunque él no la tuviera.
Un día llegó el caballero valiente, que en realidad no era tan valiente. Tenía un
caballo negro. Un día subió la montaña con una enorme lanza y un escudo y el
dragón pensó que quizás podrían jugar juntos a la escondida, pero el caballero
que no era tan valiente temblando de miedo salió arrancando.
En el cuento también había un hada desorientada, con su vestido rosa y azul
brillante. Siempre iba con su varita mágica rescatando a la gente que se perdía
en el bosque. Aunque siempre confundía el norte con el sur, el este con el
oeste, la izquierda con la derecha y arriba de abajo. El problema es que
rescataba a la gente, pero los enviaba a cualquier parte del mundo.
En el cuento, el dragón también recordaba a un niño campesino, de unos seis
años que por casualidad un día llegó a la cueva del dragón (ya que el hada
desorientada en vez de mandarlo colina bajo al pueblo, lo mando colina
arriba). El dragón se puso contento y quiso salir, pero se dañó las patas con
trampas para ratones que habían dejado los campesinos y al ver la sangre, se
desmayó. Cuando despertó, el niño estaba quitándole las trampas y
soplándole las heridas. Ese sí que era un niño valiente.
Un día la escuela del pueblo se incendió y toda la gente comenzó a gritar que
había sido el dragón. El dragón cuando vio lo que ocurría voló en picada al lago
y se llenó la boca de agua y la botó en el tejado de la escuela, salvando a los
niños. Desde ese día todo cambió para él. El rey lo nombró Apagador de Fuegos
de todo el reino, y le pusieron una medalla dorada. Cuando se subió a recibir
la medalla ésta se rompió y con el movimiento se cayeron todas las aceitunas
de los olivos. Pero los campesinos no se enojaron y dijeron que era mejor,
porque gracias a él pudieron recoger las aceitunas mucho más rápido. Así que
también lo nombraron Cosechador Principal del reino. Y le pusieron otra
medalla por eso.
El cuento, cuando las páginas estaban completas de personajes, perteneció a
una abuela cuando la abuela era una niña de seis años. Y luego, cuando la niña
de seis años creció, el cuento perteneció a su hijo, también de seis años. Y
luego, cuando el niño de seis años creció también se lo regaló a su hijo de seis
años.
Luego, cuando el niño creció el cuento quedó olvidado en un baúl, sus páginas
se volvieron amarillas y frágiles.
El Hada Desorientada desapareció una tarde de lluvia, cuando las goteras de
la casa cayeron sobre el baúl. Aburrida de siempre mojarse se auto envió al
cuento Las Mil y una Noches, pero como siempre se perdía apareció en un libro
de Francia, en una ilustración de la torre Eiffel y desde ahí comenzó a trabajar
como hada-guía de turistas.
El Caballero Valiente, se metió a una mancha de tinta negra. Nunca nadie
volvió a saber de él, pero es probable que la mancha lo haya transportado a
otro cuento.
Al niño valiente de seis años un día el viento sopló tan fuerte que se lo llevó
volando. Y cayó en un cuento de exploradores y selvas que leía una niña en el
parque. Y ahí se quedó, curando jirafas y leones heridos.
El pueblo entero fue devorado por las ratas que vivían en el desván. Y ni
siquiera las letras habían sobrevivido. Ya que el tiempo las fue borrando.
Solo quedó el dragón, esperando a que alguien lo liberara del cuento viejo. Y
entonces ocurrió algo inesperado, una mañana de esas que la gente hace
limpieza. Y un caballero abrió el baúl, sostuvo el libro y estornudo muchas
veces ya que tenía mucho polvo. El dragón se emocionó, pero no lo liberó. Ya
que era muy mayor para saber liberar dragones. Cerró el cuento y lo tiró en
una bolsa de basura.
En el camión de basura, la bolsa se abrió y el libró quedó botado con las páginas
abiertas. Aquel día llovió y un par de páginas se deshicieron. “Me queda poco
tiempo de vida”, pensó el dragón. Por la noche, el cielo se llenó de estrellas y
cayó una buena helada. El dragón tiritaba de frío. Por la mañana el sol lo
comenzó a calentar. No quería morir congelado, hubiera sido el colmo para un
dragón.
Pero fue ahí en el vertedero donde encontró el cuento Fermín, un niño de seis
años que buscaba chatarra para después vender o zapatos nuevos. Fermín
nunca había tenido un libro, no sabía leer ni escribir. El dragón se encontraba
débil. ¡Qué dragón más triste!, pensó Fermín. Pero Fermín se abrazó al cuento
y los latidos del corazón del niño comenzaron a calentar al dragón. La casa de
Fermín estaba hecha de plásticos, cartones, puertas viejas y latón. Cuando
llegó a la casa, la madre de Fermín preparaba sopa.
Entonces Fermín cogió una tijera y le dijo al dragón: No te asustes. Fermín pegó
al dragón en su pared, junto a su cama. Y así tapó un agujero por donde le
entraba el aire. Cuando Fermín se acostó acarició al dragón y mientras se
dormía el dragón le contó la historia del Hada Desorientada, del Caballero
Valiente, del niño campesino de seis años y de los habitantes del pueblo…
Cuando Fermín se durmió el dragón se encontró con él en el sueño, lo subió a
su lomo y volaron juntos. Ahora Fermín era su mejor amigo… porque Fermín
fue el niño de seis años que supo liberar al dragón.

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