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Aguirre, S. M. (2010). Madres y Huachos Alegorías del mestizaje chileno.

Santiago de Chile
Catalonia .

- Madres y Huachos (pág. 44-62)


1) Mestizaje e identidad latinoamericana:
El punto de partida de la autora es la problemática de ser hombre y ser mujer en tanto
existencia o no, de una cultura latinoamericana, es decir, la identidad genérica depende de la
identidad cultural en el territorio en cuestión.
Autores como Pedro Morandé, Octavio Paz y Jorge Guzmán, reflexionan sobre que somos
una cultura ritual cuyo nudo fundacional es el mestizaje acaecido durante la Conquista y
Colonización. La interacción entre dos culturas (las pre-colombinas y las europeas) que
tuvieron como lugar de encuentro América latina, tienen como resultado un ethos1 particular:
una cultura mestiza latinoamericana. La particularidad de esta cultura es que los sujetos
pertenecientes a esta se definen a si mismo desde diversas posiciones de subalternidad, en
una relación la cual no permite posiciones nuevas, o formas culturales que disten de la
relación de subalternidad entre Europa y América latina.
… en cada sujeto coexiste el “uno” y el “otro”, el dominante y el dominado; el conquistador
y el conquistado; el blanco y el indio; el hombre y la mujer… El latinoamericano construyó
su identidad en la Colonia, al identificase con el español y percibir su diferencia...(p.45)
A pesar de que el barroco marca una época y caracteriza principalmente a Europa, Carlos
Cousiño piensa que, a diferencia de la ilustración, que intentará resolver el problema de la
integración social a través del mercado, el barroco lo haría apelando a …”la capacidad de
síntesis contenida en la sensibilidad y en los espacios representativos” (p.46)
Lo anterior remite a que en el barroco la cultura no se trata de “ser culta”, textual o ilustrada,
sino popular y oral, y en este sentido, sensible y ritual. Es por esto que en Latinoamérica
tendrá un peso importante el sentido barroco de cultura y su desarrollo ya que de esta manera
se le entrega especificidad al territorio y se puede pensar su cultura como mestiza, barroca y
ritual, con el fin de pensarla como una particularidad, en donde se presentan múltiples
combinaciones; América, Nuevo mundo, Hispanoamérica, Latinoamérica, Indoamérica.
Todo esto apunta a una etnicidad múltiple, en donde destacan los tres últimos componentes,
el latino, el español y el indio. Es posible entonces postular la existencia de una identidad
latinoamericana la cual viene a ser una síntesis. Pero para los fines del texto, es el proceso de
mestizaje lo importante, ya que de esta manera igual se puede indagar en la construcción
social de las diferencias sexuales que surgen de dicha cultura, y las consecuencias en el plano
de la identidad genérica.

1
Forma común de vida o de comportamiento que adopta un grupo de individuos que pertenecen a
una misma sociedad.
2) Ser madre y ser hijo: el huacho como drama complementario de las identidades
genéricas.
A. Conquista y colonia, nacimiento del huacho y la madre sola
La conquista de américa fue, en sus comienzos, una empresa de hombres solos que violenta
o amorosamente gozaron del cuerpo de las mujeres indígenas y engendraron con ellas
vástagos mestizos (p.48).
Huampan Poma de Ayala habla sobre el origen de la palabra cholo, a cuál remite al quiltro,
la cruza entre en un perro fino con uno corriente, un ser sin raza definida. Este mismo sentido
se aplica para el significado de mestizo, categoría que no era pensada ni en los precolombinos
ni en los europeos. De igual modo, la unión entre la mujer india y el español (durante la
conquista) es una relación que muy pocas veces terminó en la institución del matrimonio,
situación en la cual la madre quedaba sola, con su hijo, y el padre español ausente. La
progenitora, presente y singular era quien entregaba una parte del origen; el padre era
plural, podría ser éste o aquel español, un padre genérico (p.46). Esta situación, histórica y
común en Latinoamérica, es representada por el mito de La Llorona, en donde la mujer india,
según la autora, no rechazaría al español, más al ser abandonada, repudia al hijo bastardo,
quien nace en ese desarraigo y así mismo es lanzado a la historia. La mujer sola entonces –
junto con un hijo sin padre y sin legitimidad – es la gran figura de la memoria colectiva.
En la Colonia, con el arribo de las mujeres españolas al territorio Latinoamericano, los
españoles establecen sus elaciones de parentesco, paralelo a esto el número de mestizos
aumenta, con lo cual se establecen nuevos patrones filiales y de descendencia.
En relación a esto se nos presenta primeramente el intento de la corona española por imponer
el estilo español, el cual se basa en el ideal católico occidental de familia, sin embargo, esto
no tiene efecto, ya que el concubinato indígena aparece, según Ronaldo Mellafe, como el
camino que toman las mujeres indias y mestizas de ascender socialmente, en los estratos
establecidos por el proceso de conquista. La autora explica que, la noción de huacho, está
fuertemente arraigada en la memoria colectiva, en tanto problemática de ilegitimidad y
bastardía, lo cual se puede ver en la actualidad en los códigos civiles. También juega un
papel importante en la composición social, ya que son las capas medias las que deben
reconocer en la ilegitimidad de nacimiento parte importante de su origen. El sello del
huacho, se identifica como una particularidad de la conformación familiar en nuestro
territorio, ya que se presenta como el predecesor de las relaciones extraconyugales.
Las “instituciones” (sociales) que propician el surgimiento de la ilegitimidad fueron el
amancebamiento y la barraganía. La primera resultaba del acuerdo de la pareja en formalizar
su relación por medio de la iglesia, en este sentido podían convivir y desarrollar vida de
pareja. Esta situación se explica por la estratificación colonial, y principalmente por las altas
contribuciones que cobraba el clero por la ceremonia. La consecuencia es que la mayoría del
pueblo hace vida de pareja a gusto, a la vez que pueden cambiar de parejas de igual modo
(en especial el hombre).
La barraganía por otro lado es el resultante de, cuando un español al instalarse en familia
bajo los cánones católicos occidentales, sigue manteniendo relaciones con mujeres mestizas
o indias, es decir, mantiene concubinato. De esta manera la mujer sola y su hijo bastardo
pasan a formar una especie de sub-familia, la cual es aceptada en un sentido más modesto
que la familia legitima. La familia colonial, en el caso de Chile, entonces podría semejarse a
un modelo o tipo poligámico, fenómeno que, según Mellafe, se explica por la desproporción
de sexos (cantidad) de la época, al igual que el hecho de que la indígena provenía de una
sociedad en donde la poligamia era permitida.
Para Montecino esto no es así, ya que en este tipo de familias (chile) todos los hijos son
reconocidos y las mujeres, aunque tienen status diferentes no están en posición de concubinas
(esto tiene que ver con la concepción occidental católica de familia). La barraganía es
entendida por la autora como otra vertiente del universo mestizo, en donde se evidencia la
brecha entre el discurso y la práctica, el ideal del blanqueamiento y la realidad mestiza. De
este tipo de hechos se desprende el “culto a la apariencia”, que, junto con el simulacro, serán
actitudes evidentes de la composición mestiza.
Tomando estudios sobre la economía rural y minera de Salazar y Pinto, se reconoce la
reproducción del huachuraje, junto con la imagen del lacho. Este último agrega otro matiz a
la familia chilena; el lacho es el huacho que, desplazado de su espacio natal, “ampara” a la
mujer, no a una, sino a muchas conforme a su deambular. El lacho, imagen proveniente del
norte chico y la minería, está ligado a la prostitución. En cuanto a las familias, estas se
encuentran expuestas a las presiones del medio, en donde las reglas son puestas por las
circunstancias, las normas impuestas por la autoridad civil y religiosa tienen poco peso en
este contexto. Las “circunstancias”, mencionadas por Jorge Pinto, son las que Montecino
entiende como constitutivas del huacho mestizo: el abandono, lo errático del padre que
emula el hijo.
La cultura mestiza entonces está marcada (a nivel general en Latinoamérica) por un modelo
familiar en donde las identidades genéricas ya no corresponden ni a la estructura indígena
no a la europea, prevaleciendo el núcleo de una madre y sus hijos. Esto deja la pregunta:
¿Cómo fundaba la identidad masculina un huacho cuyo padre era ausente? ¿Cómo se
constituía la identidad de la mestiza huacha frente a una madre presente y único eje de la vida
familiar? Creemos que la respuesta se anida para la mujer en la constitución inequívoca de
su identidad como madre (espejo de la propia, de la abuela y de toda la parentela femenina)
y para el hombre en ser indefectiblemente un hijo, no un varón, sino hijo de una madre
(Morandé, 1984). La figura del padre tránsfuga, es también la imagen del poder, un dominio
lejano y masculino que reside en los espacios fuera del hogar (dentro de este el poder lo
detenta la madre). (p.54)
B. La República, el tiempo del huacho y de la madre replegados en los bordes sociales y en
el imaginario mestizo
Si en el periodo colonial, la barraganía y la familia compuesta por la madre y el hijo son el
modelo familiar común, ahora la república transforma, al menos en el discurso y las
“restricciones” sociales, esas fórmulas. Las relaciones ilegítimas (concubinato, barraganía)
son vistas ahora como no deseables, en tanto estas no permiten el progreso del país, esto ya
que los independentistas (los lideres) buscaban el ideal de la civilización. La sexualidad debía
entonces ser constreñida, es particular la de la mujer, junto con su libertad. Así, las capas de
la alta sociedad, durante el siglo XIX, se apegan al modelo cristiano-occidental, monógamo
y fundado por la ley del padre o pater, y las capas medias y populares persisten reproduciendo
una familia centrada en la madre con su hijo y una figura paterna ausente. Adelantando, a
pesar de que en el siglo XX estos ideales siguen en las clases altas dominantes, junto con la
pretensión de “blanqueamiento”, subterráneamente siguen en ellas las relaciones ilegítimas
y el huachuraje. La china, la mestiza, la pobre, continuó siendo ese “oscuro objeto del deseo”
de los hombres; era ella quien “iniciaba” a los hijos de la familia en la vida sexual; pero
también era la suplantadora de la madre, en su calidad de “nana” (niñera) (p.55)
En el mundo del inquilinaje, es el patrón, dueño de fundo quien ostenta el poder, por ende,
quien tiene el supuesto derecho de procrear huachos en las hijas, hermanas y mujeres de los
campesinos adscritos a su tierra. En este sentido, la práctica de la ilegitimidad y el abandono,
siguen presentes en la época republicana. Las casas de huérfanos u hospicios a lo largo del
territorio son prueba de ello. Así, es como en este periodo es donde se presenta con mayor
vigor el “culto a la apariencia”, herencia del Chile colonial, pero con la diferencia de que
ahora, todo apunta a esa concepción del orden civilizatorio, el cual será causa de la supresión
de diversas prácticas populares, las cuales permitían el libre discurso de una sexualidad y de
una ritualidad. Se suprimen las practicas ilegitimas, al igual que las relaciones de
concubinato, amancebamiento y barraganía duramente en la vida cotidiana, pero son las
capas populares las que sienten mayormente el peso, no obstante, se desarrollan en todo nivel
social.

B1. La mirada desde el huacho


La autora toma a Gabriel Salazar, para explicar que, durante el siglo XX, ser hijo de un peón-
gañan significaba hacerse la idea de que papá no era sino un accidente. Esto ya que los
hombres no buscaban formar familia, entonces el padre se convierte en un ser legendario
pero inútil, el antihéroe de lo que era deseable en la sociedad. Pero esto no solo era una
realidad, también desde el inquilino se observa la actitud sumisa, la cual emerge al lado del
patrón, quien era la autoridad del hogar de aquel sujeto. Salazar plantea que el inquilino y el
gañan ausente, mediante sus historias, impulsaban al hijo a abandonar el núcleo familiar, en
función de que ser hijo de ese padre, implica ser parte de un proyecto fracasado, por lo tanto,
el ser huacho implicaba también un sentido de dignidad. En pocas palabras, la imagen paterna
del siglo XIX y del XX, es la de alguien que perdió la batalla.
Por otro lado, la figura de la mater prevalece, pero de manera ambivalente, ya que la
condición de pobreza la obliga a dejar a uno de sus hijos (muchos hijos) en una casa de
expósitos, o recurrir al amancebamiento y a la prostitución para mantenerlos.
Paradójicamente, cuando la madre cambia esta condición por la de asalariada, es visto como
el paso de una independencia escandalosa, a una decencia enfermiza. En este sentido, la
familia proletaria tampoco se realizó bajo los cánones de la estructura cristiana occidental.
Desde este punto, las relaciones entre huachos formaran la piedra angular para una identidad
popular, a la vez que la camaradería entre los huachos constituiría el origen histórico del
machismo popular.
El otro pliegue de esta situación es la de la huacha, quien llega a su condición de femenina
en tanto, y solo en tanto, madre de los vástagos abandonados. En este sentido existiría una
ausencia de la idea de hija-huacha, ya que, a diferencia de lo masculino, que es alcanzado
por las relaciones entre huachos, la hija llega a lo femenino por medio del ser madre de
huachos. Así se establecen categorías a nivel cultural de hijo/madre en el ideario mestizo. El
destino de la hermana del huacho será la servidumbre, suerte que también su progenitora
podrá tener, y no podemos olvidar que la servidumbre entrañaba en esa época ser objeto
sexual del patrón (p.59). Así madre y hermana, comparten el mismo espacio en la psique del
hijo, y de la cultura; lo femenino como fuerza genésica, arrasadora, cuerpo que siendo
seductor está asociado a lo reproductivo más que lo afectivo, e irrevocablemente anclado en
la función maternal.
El bastardo así, buscará la legitimidad en lo heroico (cofradía de los huachos que luego se
transforma en bandidaje, en protesta social o en violencia contra lo femenino), esto en
función de superar el estadio de hijo, y asumirse como macho. Pero ese sujeto, seguirá
teniendo en su imaginario el vacío del padre y la presencia de la madre, aunque trastocada,
en relación a las demás mujeres.

B2. La voz de la madre.


Jorge Guzmán aporta el enfoque desde la madre, quien desde el análisis literario de la poseía
mistraliana nos entrega una cosmovisión latinoamericana pues la literatura es voz particular
que se “arma” en el lenguaje colectivo. Así, descubre el drama simbólico entre hombre y
mujer, en tanto tragedia textual de una feminidad chilena: El vástago aparece como obra del
infortunio, en donde hombre “muere” y la mujer debe hacerse cargo del hijo. El deseo de
procrear en la yo mistraliana esta disociado de la eroticidad: el cuerpo de la mujer no está
preparado para recibir a un hombre, sino a un niño. Es así como la madre también implica
las características del padre, porque ella lo es todo. La imagen de la madre en este sentido se
encuentra asociada a la tierra y su mutación o capacidad de transformación y permanencia.
Otra figura mistraliana que aparece es la Virgen demoniaca, quien se niega a parir, por ende,
niega su feminidad, lo cual es visto como acto de sacrificio. Así, la propuesta de la
maternidad como origen del cosmos y la rebeldía ante ella, retoman a la mujer a una
trascendencia inevitable.
Es así como se configura una diada basada en la relación madre/hijo, ya que el papel del
padre aparece muerto desde un comienzo, y también aparece la madre divinizada, quien con
su hija (espejo de su madre) entablan una relación mística. Incluso el espacio de la identidad
colectiva, la Patria, es más precisamente una Matria, no el lugar donde reina el Padre, sino
el territorio de la madre.
Esta concepción de la madre pone el modelo materno-filial en el centro de la realidad, y
según Guzmán, significaría una hiperbolización de lo materno, elemento propio y distintivo
de Hispanoamérica, de donde se desprendería la imagen de la madre como “viejita” en
algunos casos, y en otros como una figura enorme, misteriosa, amante y terrible.
El corolario de la tragedia sería la ausencia del padre, ya que en el no existe fundación del
orden ni de sentido y su ausencia es, además, moralmente mala o repulsiva. Imagen que viene
a ser sustituida por la del Macho, el Chingón, por el Rico, por el Dictador; “…todas figuras
masculinas incapaces de darle un sentido que vaya más allá de la náusea a una realidad que
al castrar a sus hombres, robándoles su destino, su identidad, si auto-respeto, su creatividad,
condena a la feminidad al heroísmo poético” (p.61)

- La virgen madre: emblema de un destino


1) El culto mariano como expresión del sincretismo religioso
La conquista y colonización trajeron a Latinoamérica el sincretismo de dos formas de mirar
lo trascendente y lo divino, la manera precolombina y la europea-española, a cual como
resultado tiene la fusión de símbolos y ritos, donde se dibujó el ethos mestizo y se propone
así mismo una nueva cosmovisión, mestiza igual. Esto significó el desplazamiento de los
dioses masculinos del lugar de dominio, y fueron reemplazados por la representación de la
Virgen Madre, vinculada a las divinidades precolombinas femeninas. Es así como desde la
mitología surgen, a raíz del sincretismo, relatos sobre La virgen de Guadalupe, Copacabana
en Bolivia, La tirana y la Virgen de Andacollo en Chile, entre otros.
El proceso de sincretismo religioso, relata las diversas traslacionales de las imaginerías
indígenas y europeas-españolas, a raíz de esto se genera un juego de sustituciones en donde
los puestos de adoración, como ciertos cerros (por ejemplo, la instalación de la adoración de
la Virgen de Copacabana en el cerro de potosí) vienen a ser tomados por figuras femeninas.
Aquí entonces se aprecia un complejo has de sustituciones de divinidades, en donde, se
genera una nueva estructura, el culto mariano mestizo, por decir de modo alguno.
Desde el punto de vista de Montecino, lo sugerente remite a que, las formas que toma aquel
sincretismo develarán multiplicidad de sentidos que hablaran desde el ethos, en donde la
manera en que este se exterioriza la experiencia de la Conquista; el ser mestizo, develaría
hondas huellas que se transmiten hasta el presente.
2) La Madre y el hijo: la propuesta de Guadalupe
La leyenda de la virgen de Guadalupe expone símbolos dominantes de la constitución de
géneros en la cultura latinoamericana. El indio, es el polo masculino del relato, y es nombrado
en tanto hijo de una madre, amado por sus características de pequeño y delicado. Así, el
hombre indio es entendido como un niño, situación que no solo recae en lo indígena del
sujeto, sino también en lo masculino del mismo. Guadalupe, el polo femenino, quien también
es indígena, extiende su alegoría a la concepción de la mujer en las categorías mestizas, es
decir lo femenino visto como y para la maternidad.
Una acotación que hace la autora es el trato de señora que le da el indígena en la leyenda,
connotación de superioridad atribuida a ella, así lo femenino, en tanto relato de un imaginario
colectivo, está situado en una posición “superior” respecto de lo masculino. Igualmente
destaca el sentido amoroso de las palabras del sujeto masculino, al referirse a la virgen como
mi niña, en donde el hombre aparece como sujeto protector (figuración paterna) de la mujer.
De este modo, la silueta femenina será equivoca porque es igual y desigual,
simultáneamente, a lo masculino, y ambivalente en sí misma. Creemos que esta
característica va a teñir las concepciones sobre el género femenino en nuestro territorio
(p.70). Así, la lectura que se hace aquí se desprende de las categorías del ser hijo y ser madre
en tanto relaciones entre los géneros, las cuales tienen en su centro la relación filial
característica del mestizaje, que viene a ser representada por el pensamiento mariano.

3) La Tirana: anuncio de la relación que funda el reino mestizo chileno


El relato nos habla del encuentro entre una mujer indígena un hombre español, quienes, en
un contexto de lucha, se enamoran. La tirana (Huillac Ñusta) es la madre virtual de los
mestizos chilenos, pues su afecto por el español, Vasco de Almeida, no logró culminar en la
procreación del vástago: la muerte lo impide. Aquí, los rasgos de la sacerdotisa y princesa
inca, dibujan lo femenino como poderoso, rebelde y transgresor, así mismo como
resguardador de la cultura. Posee el control sobre sujetos (princesa) y lo divino (sacerdotisa),
más lo femenino en ella es encarnado en el cariño y el afecto, características que primarán
sobre las otras, configurando un perfil dual. La belleza y el sentimiento residen junto al odio,
la crueldad y la tiranía. El amor es lo que permite que la tirana transgreda su cultura y se
deje penetrar por otra.
Nos parece que esta historia se instala como explicación simbólica del mestizaje chileno,
sema najando un mito fundacional. Ser la amada de un español y ser el chunco (“adorado”)
de una mujer indígena parecen ser las claves del infortunio, la marca conmovedora que
mediará en ellas para disolverlas en un sacrificio que hará posible la existencia del mestizo.
Y, a pesar de que La Tirana no alcanzó a ser bautizada y tampoco logró legitimación de su
maridaje con Vasco, ella se denomina esposa de él. Esto representa la frustración de los
cánones cristianos occidentales de familia, una característica que predomina en nuestra
historia: los ideales dominantes serán los de la cristiandad y del casamiento occidental, la
vivencia cotidiana, por el contrario, la del sincretismo y del “amancebamiento” (75)

4) guerreras y conquistadoras: el rostro blanco de la virgen


La virgen del boldo relata como mediante una aparición de la divinidad (Virgen María de la
Natividad) los españoles se salvaron de ser masacrados por un grupo de mapuches cerca de
Concepción, durante el periodo del levantamiento durante el siglo XVI.
En este tipo de relatos la característica que toma la virgen dentro del relato mariano, es la
protectora, la cual es común dentro de los conquistadores y colonizadores. En este contexto
la virgen se muestra como hermosa y cruel, con aquellos que atacan a sus protegidos,
paradójicamente no aparecen rasgos referentes a la maternidad más que la protección. En
este sentido se aparece como aliada de los españoles y sintetizada como una figura no-
mestiza.

5) Madres y guerreras
Del relato mariano, se puede observar el despliegue de un cuerpo múltiple referente a lo
femenino en la imagen de la virgen. Corporeidad virginal y femenina que encuentra su
significado ya sea del lado de los españoles o del de mestizos e indios. La guerra y los
periodos de conflictos se presentan como escenario casi sobrenatural en donde la mater
divina ocupa un lugar central.
Lo particular de esta multiplicidad de rostros marianos es que la faz materna ha predominado
sobre la guerra, aun cuando esta sea Patrona de las armas. Ser la madre de los desamparados,
la virtual progenitora de los mestizos, el refugio de los indígenas, la protectora de cosechas
y la restauradora de la salud son los atributos – entre otro – que nuestra cultura ha
privilegiado. No obstante, la distinción simbólica entre madre y guerrera, que se ve en la
virgen durante la conquista y colonia, remite a la oposición vida/muerte, la cual puede ser
reanimada por soldados contemporáneos. Según la mirada, la virgen ocupará uno de los dos
polos, y, sin embargo, siguiendo está lógica, siempre remitirá a la idea de bien, siempre será
buena. La posibilidad de tener una doble polaridad, tiene que ver, desde la visión de la autora,
con la cosmovisión dual, particular del mundo mestizo latinoamericano. Las vírgenes de este
modo portan en si lo alto y o bajo, la dulzura y la agresividad. Es decir, lo unívoco aparente
– lo puramente maternal – habla desde los espesores subterráneos del crisol, de pliegues y
repliegues en que se afinca lo femenino. En este sentido, se entabla una relación con la
identidad genérica de Latinoamérica en tanto mestizos y sincretismo cultural, pero referente
a lo femenino. Siguiendo con la idea del sincretismo, igualmente se observa que en la cultura
precolombina, las divinidades femeninas tenían un componen dual, heredado a la concepción
mariana mestiza de la virgen, en tanto soporte ambivalente de lo femenino.
6) La virgen como símbolo del Nuevo Mundo
Esta imagen tiene que ver con La Virgen Madre, caracterizada por una sobre-pretensión de
los rasgos maternales, asentados en la divinidad. El culto mariano así viene a dar identidad
de origen a los mestizos e indígenas (desamparados), esto ya que así pueden estos hacerle
frente a un poder que los despojó tanto en su historia como de sus bienes. Esto se evidencia
en el papel de la virgen durante las luchas emancipadoras.
Si durante la Conquista y la Colonia los diversos cultos a la Virgen propiciaron esa igualdad
colectiva, que se afincó en un nacimiento – el del Nuevo Mundo -, en una estirpe – la de los
mestizos – tutelados figurativamente por la mater, los procesos de Independencia resituaron
esta identidad de procedencia. Ya no solo se trataba de la simpe pertenencia a una madre
común, sino de un proyecto e transformación de los territorios y sujetos cobijados por ella.
Es en este sentido en que el criollo se entiende a sí mismo como la síntesis de lo “mejor” de
ambos mundos, rechazando así al indio y europeo concreto. Paradójicamente, se niega a
pertenecer a la cultura mestiza, la cual opera, quiera o no, en él fuertemente. De este modo
se pasa de una concepción guiada por la mater, a una en donde el pater, en forma de patria
viene a ocupar su lugar.

7) Única en su sexo, disímil en su alegoría


El culto mariano no es una práctica particular y exclusiva de Latinoamérica, ya que su peso
en la constitución de los géneros es casi universal en el mundo cristiano-occidental. Sin
embargo, este adquiere un espesor diferente según el contesto y circunstancia histórica, un
ejemplo es que los modos de adoración no son los mismos en europea que en nuestra cultura
mestiza.
El cristianismo es la construcción simbólica más refinada en la que la feminidad se restringe
a lo maternal. Julia Kristeva, es presentada para mostrar el culto mariano desde una
perspectiva europea. Aquí, solo a través de María Cristo aparece como hijo del hombre, pero
la humanidad de su madre no es evidente. Esto por su sustracción del pecado y su virgindad.
Así ella sería igual, pero diferente (única en su sexo) al resto de las mujeres. Aquí entonces
se presenta la idealización mariana como representante de una de los sistemas imaginarios
más poderosos de la historia de las civilizaciones.
En la historia del marianismo se pueden apreciar las direcciones de un imaginario social, el
cual en primer lugar, tratará de homologa a la Madre con el Hijo, en tanto se le extrae del
pecado privándola de muerte, en segundo, se le dará poder y nobleza; reina en el cielo y
madre de la institución divina en la tierra, y tercero, la relación de maría con ella misma, en
donde se le considera prototipo de amor, en donde asume aspectos fundamentales del amor
occidental; amor cortesano y amor del niño. El amor es un tema fundamental en el
marianismo, ya que dota a la mujer de un cierto masoquismo, pero con una contra partida de
gratificación y gozo, en tanto sacrificio, el cual es parte del ser madre, en donde la principal
relación es el amor que une a la madre con su hijo.
La simbólica mariana contiene un problema cultural, el hecho de que María sea universal (en
tanto ideal regulador) y particular (en tanto territorialidad), pero nunca singular (se refiere a
que no puede pertenecer a ningún lado concreto) trae la anulación de la madre concreta y la
relación de amor-odio con la hija. Esto se refiere a que una mujer reconoce a otra como tal,
en tanto sea madre, sin esto no reconocería su feminidad.
En américa latina existen ciertos puntos particulares que difieren o complementan esta visión
del marianismo. Primeramente, la virginidad (Concepción Inmaculada) no es la cualidad
dominante del símbolo mariano, ya que históricamente aquí la madre como figura en el
ideario colectivo, aparece como madre sola relacionada en tanto tal con su huacho. En este
sentido, basado en la oralidad chilena, la asociación en Maria y la madre pobre con su hijo,
cuestionaría el carácter represivo de la castidad, es decir, la madre virgen como tal no existe.
Así mismo, la noción de cuerpo femenino aparece en relación a la posibilidad de tener un
hijo, solo de esta manera el cuerpo es reivindicado, no mediante la exaltación de la
Concepción inmaculada libre de pecados. En este sentido, la represión del cuerpo femenino
aparecería más marcada a partir de época republicana, pero solo en tanto un cuidado de las
apariencias. Durante la Colonia, a pesar de las restricciones de la iglesia, existía una mayor
permisividad sexual. Quizás por todo esto, el peso de la virginidad, como componente
particular, en María no ha sido un elemento representativo y con peso dentro de esto. El
espíritu santo tampoco aparece como tal en la concepción mariana latinoamericana, más bien
es la representación de la madre soltera y la diosa ligada a la naturaleza y lo cerros la esencia
que predomina.
Una brecha importante entre el marianismo europeo y el latinoamericano es la relación con
el hijo. En el primer caso, la madre aparece como sumisa o arrodillada ante el hijo, mientras
que en el segundo esto no sucede, es más, en ocasiones es el hijo quien se arrodilla ante la
madre. Esto sucede porque en Latinoamérica la diosa-madre aparece como un poder en sí
mismo y no como un mediadora entre le hijo y el padre (o espíritu santo).

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