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RELACIONES HUMANAS

RELACIONES HUMANAS.

Todos queremos algo de los demás: Esposo y esposa quieren amor y afecto mutuos; un hijo desea
seguridad y cariño un jefe quiere lealtad y producción; un empleado reconocimiento por su trabajo, mientras que
el público ansia cortesía y rápida atención.

El que logremos el éxito o fracaso depende de la manera como utilizamos las Relaciones Humanas, es
decir del “conjunto de normas y técnicas cuya aplicaciones facilitan la interrelación y la comprensión de los
seres humanos en los medios donde desenvuelven su vida física y afectiva”

EL ÉXITO DE LAS RELACIONES HUMANAS.

Tener RR.HH. exitosa significa: dar a la otra persona lo que desea recibir a cambio de algo que nosotros
anhelamos, de tal forma que haya un beneficio recíproco.

Existen tres métodos básicos de tratar con la gente para obtener “algo”.

1. Tomar lo que necesitamos por amenaza o intimidación igual que criminales.


2. Siendo mendigo de RR.HH. suplicando para que nos den lo que necesitamos.
3. Conseguirlo sobre una base de intercambio equitativo de dar y recibir.

SECRETOS PARA DOMINAR LAS RELACIONES HUMANAS.

“Aprender cuanto podamos sobre la naturaleza humana tal como esta es, no tal como pensamos que
debería ser”. Para ellos necesitamos:

a. Conocer a las personas identificando el tipo de personalidad que posee para determinar cualidades y
defectos.
b. Brindar el trato que amerita la persona y darle lo que realmente desea recibir.

RR.HH es el arte de conseguir lo que deseemos obtener de las otras personas y hacer que estas se
sientan felices por ello. “Todos deben ganar, nadie debe perder”.

Aplique los siguientes consejos:

1. No critique nunca
2. Demuestre aprecio honrado y sincero
3. Despierte en los demás un deseo vehemente
4. Interésese sinceramente por los demás
5. Brinde una cordial sonrisa
6. Llame a las personas por su nombre
7. Escuche lo que interesa a los demás
8. Haga que la otra persona se sienta importante
9. Evite las discusiones y gánelas
10. Nunca debe quedar como sabiondo.

 TODO HOMBRE PODEROSO LLEVA CONSIGO MISMO SU PROPIO PODER.

 LA HUMILDAD ES LA CLAVE DEL ÉXITO.


El médico humanitario
¿Especie en extinción?
Dr. Juan Namoc Medina

U
na atmosfera de desconfianza por parte del paciente y su familia hacia el médico y la medicina científica se
está percibiendo cada vez con mayor frecuencia. La escasez de recursos, el miedo por los marginales, la
falta de estímulos, las carencias científicas, el impactos de los medios de comunicación, pero sobretodo
una deficiente formación humanística serían los motivos para que no se puedan brindar cuidados en forma
humanitaria a los pacientes.
Tradicionalmente el médico es considerado como el profesional que vive con más cercanía e intensidad el
displacer y la agonía del muriente, el que esta premunido de una genuina convicción moral para respetar la
autonomía, la dignidad y el derecho de todas las personas. Se considera que el médico está capacitado para
actuar con solvencia y libertad y está preparado para conservar una sensorialidad que le permite disfrutar con su
trabajo agotador, sabiendo que obrar haciendo el bien es elegante y agradable. Sin embargo, no siempre triunfa la
bondad y a veces termina haciendo el mal que no desea y no hace el bien que sí desea.
Técnicamente, los médicos pueden hacer muchas intervenciones, pero no posee libertad para hacer sólo
los que deben hacer, reconociendo y aceptando los límites morales, conociendo los medios, los fines y las
consecuencias del acto médico. Y es que la tecnología galopante no siempre avanza en paralelo con el desarrollo
moral y la ciencia, que no siempre es éticamente neutra, puede ser utilizada en beneficio o daño de terceras
personas. Con frecuencia los médicos se dejan deslumbrar fácilmente por las nuevas tecnologías y son
persuadidos por los fabricantes y laboratorios, perdiendo su sensibilidad, su capacidad de crítica, su capacidad de
indignación y hasta de remordimiento.
No podemos decir que siempre se atiende con pluralidad, con sano criterio, con voluntad de hacer el bien
y sin anteponer el dinero o la fama. No siempre se actual con normas que brotan del corazón, del amor y la
filantropía, sino con reglas de los fríos y anillados manuales de organización y funciones, obligados a cumplir
metas. No podemos decir que en la relación médico-paciente se privilegia el dialogo simétrico y se respeta el valor
existencial de cada paciente, cuyo temor permanente es la muerte y el más allá, o se allá angustiado asumiendo
que su sufrimiento es culpa del destino o un castigo divino. No siempre se reconoce que todos somos diferentes y
necesarios, que nadie es mejor ni peor persona y que nadie debe etiquetarse como sano si no ha sido
suficientemente explorado. Se ignora que en la ciudad de confort hace al humano más hedonista y más sensible al
placer y al dolor por eso huye del dolor y busca el placer.
Con frecuencia se abusa de terapias que hacen invivible la vida. No se reconoce que la medicina no da la
inmortalidad y solo prolonga la permanencia en el ser. Se olvida que la medicina es un arte con conocimientos
para ayudar o conservar la salud, pero que no da salud, que solo trata de brindar vida a los años que nos quedan.
Que la salud es el medio que nos ayuda a vivir en mejores condiciones. Que cada ser humano sufre de manera
diferente, que no hay enfermedades sino enfermos.
Que muchas veces la falta de salud no es un obstáculo límite para una vida plena y fecunda y que es posible vivir
con limitaciones. Se puede estar cincuenta por ciento sordo, sesenta por ciento ciego, setenta por ciento senil y
aun así hacer actos muy humanos y dignos, y ser útil para la sociedad y para sí mismo. Algunos pacientes han
hecho del sufrir una forma de vida, como la enfermedad más que el remedio. No se concibe que la muerte sea un
fenómeno natural como el nacimiento y por eso que a la mayoría nos aterra y solo unos pocos aceptan el devenir
de la naturaleza con serena continuidad. Algunos muestran un desprecio por la vida, lo que no debe inducir a
abandonar las acciones curativas o reparadoras, sino a comprender mejor el sufrimiento.
Los pacientes abecés se curan, algunas veces se alivian, pero siempre se debe consolarlo y tratarlos desde el
primer contacto y no esperar los resultados de los exámenes auxiliares. Con frecuencia se trata de prolongar
inhumanamente la vida con tubos y maquinas, evitando encarnizadamente la muerte, en lugar de brindar sólo los
cuidados básicos, aun cuando parezcan en vano. Cuando el paciente presiente que el momento supremo está
cerca, apoyarlo para encararlo con entereza y enseñarle a morir con dignidad sin ocultar la realidad. Y si fallece
consolar a la familia. Los pacientes urbanizados tienen una actitud más frágil frente a la muerte que los no
urbanizados. Antes del nacer y el morir era natural, ahora están hospitalizados, donde se mueren con anestesia y
asepsia, pero en soledad.
El médico ya no es el más abanderado en las acciones preventivas. No usa su palabra sincera y amable como el
mejor instrumento en sus labores. Nos hace labor pedagógica enseñando normas de higiene y estilos de vida, sin
penalizar ni reprimir o tratar de catequizar al paciente. A los alcohólicos, drogadictos, fumadores, coqueros,
promiscuos, fácilmente se les expresa los problemas humanos y de salud de sus acciones y se les rechaza y se
les niega su atención injustamente. No se enseña a tomar actitudes responsables frente a la vida, la muerte y la
salud, ni a respetar el ritmo de vida. Como el médico no ha resultado sus propios prejuicios, no enseña que es
inútil detener la vejez; que cada etapa vital tiene su luz, que el crepúsculo puede ser tan bello como el alba y que
el envejecer no debe causar sufrimiento. No se enseña que pueda vivir con la enfermedad en vez de luchar con
ella, como ocurre en el asma, la diabetes a la artritis.

Muchas veces el médico se muestra renegado afásico o exigido por llenar partes e informes, recargado y
muy a prisa por el número elevado de pacientes que atender. Otras veces olvida estar alerta, que se puede hacer
daño con la palabra, con un gesto, con un silencio elocuente, y que un comentario puede dañar más que la
enfermedad misma. Que se puede hacer daño con un lapicero al registrar erróneamente una indicación, pero
especialmente con la intervenciones cada vez más frecuentes e invasivas. Aunque es imposible evitar todas las
iatrogenias, la conciencia de no hacer daño o hacer el menor daño posible debe ser permanentemente y se
requiere reforzar preparación científica y humana.
La bondad y la actitud benéfica son adornos por excelencia del médico y siempre debe buscarse el bien
integral del paciente. Pero se debe evitar que el sufrimiento del doliente o sus propios problemas puedan afectar o
interferir en el trato del paciente. Capacitarse permanentemente porque el grado que se posee solo es el permiso
para seguir estudiando. Enseñar permanente mente, porque todo lo que se sabe se debe. Respetar la profesión y
al colega, vestir con pulcritud, decencia y decoro. Respetar al paciente y sus creencias, una estampilla con un
rosario puede ayudar como ayuda al propio medicamento. Respetar su intimidad y su privacidad, no desvestir más
de lo necesario ni involucrarse con ellos. Sólo discutir o exponer los datos pertinentes, no preguntar por curiosidad
malsana sino sólo lo necesario. Sólo la bondad, la honestidad y la capacidad nos garantiza el respeto y
consideración como verdaderos profesionales humanitarios y los pacientes nos seguirán confiando su salud y su
vida.

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