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ANTOLOGIA

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INDICE
 Portada……………….. Pág. 1
 Índice…………………Pág. 2-3
 Prologo………………....Pág. 4
 Reparando una nave espacial.….Pág. 5-6
 Martin y el extraterrestre......Pág. 7-8
 Mi otro Yo………….…Pág. 9-12
 Aullidos del desconcierto…...Pág. 13-14
 La evolución superior……......Pág. 15-16
 Bésame la frente. La historia de un clown..Pág.17-18
 El virus………………..Pág.19
 Roberto el astronauta.….…. Pág. 20
 Marix……………….. Pág. 21
 La piedrita roja………….Pág. 22-23
 Un mundo sin fin………....Pág. 24-25
 Burpy…………………Pág. 26-27

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 Una mensajera estelar………Pág.28-29
 Los androides…………….Pág.30
 Esteban y C2-O2………....Pág.31
 El limpia ventanas sideral……Pág. 32-33
 Popi y Toti están tristes……Pág. 34-35
 El alienígena goloso………..Pág. 36-37
 Marcianito Molestón……….Pág. 38-40
 La máquina de la buena fama…Pág. 41-43

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PROLOGO
Cuando se me propuso la idea realizar la antología de cuentos relacionados
con la ciencia y ficción me sentí muy atraída con la idea. Este proyecto
me sumergió en el mundo de los cuentos de esta época que has sido
inventados. Me permitió releer cuentos que ya se me habían presentado en
mi infancia y otros que desconocía totalmente.
La diversidad que hallé no se limita a cuestiones históricas, si no incluye
una enorme variedad de recursos literarios, juegos de palabras, estructuras,
emociones, entre muchos otros elementos que me han maravillado. Es por
ello que junto a cada poesía ha sido conservada la versión en su idioma
original, ya que todos conocen lo mucho que se pierde a la hora de la
traducción. El orden en el cual se han organizado estas obras sigue un
simple esquema con el fin de hacer un pasaje por la historia a través de la
ciencia y ficción representada en cuentos.
Espero que disfruten la lectura tanto como yo he disfrutado la recopilación.

Onice Gracia Esparza


3-E
15/12/2017
Fuentes: Internet

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Reparando una nave espacial
Había una vez hace muchos años, cuando Marcelo estaba disfrutando
de un día estupendo en su jardín, un objeto bastante extraño se
aproximaba hasta su posición, de forma muy torpe. Cuando el objeto
estuvo al alcance de su vista, descubrió que se trataba de una nave
espacial, cuyo tripulante tenía bastantes problemas para controlarla.
Tras unos momentos llenos de incertidumbre, la nave aterrizó de
forma brusca en el jardín de Marcelo. Tal fue la violencia del
aterrizaje, que una de las patas que la sustentaban quedó
seriamente dañada. Un daño, que alarmó enormemente a su
ocupante, un joven extraterrestre de color grisáceo, al que Marcelo
se acercó muy despacio para evitar que se asustara mucho más.
Cuando llego a su altura, se sorprendió enormemente al ver como
las lágrimas surcaban su rostro.
Ya sé que la rotura de tu nave te parece algo terrible, pero no es
nada que no pueda repararse en un par de horas.
Decidido a ayudar a su nuevo amigo, se marchó hasta el garaje de
sus padres, para buscar los materiales y herramientas necesarias
para dejar la nave espacial, como si nunca le hubiera pasado nada.
Al ver que el humano cumplía con su palabra, el extraterrestre dejó
de llorar, acercándose hasta Marcelo para ver qué es lo que estaba
haciendo.

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Pasado el tiempo acordado, tanto la pata como la nave, estaban
como nuevas, permitiendo al pequeño ponerla en marcha, no sin
antes expresarle todo su agradecimiento a Marcelo desde una de las
ventanas de la nave.

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Martin y el extraterrestre
Cierta noche, Martin observó desde su ventana, una estela de luz
que caía desde el cielo, la velocidad de la luz aumentaba cada vez
más y más por lo que Martin sentía miedo y al mismo tiempo
curiosidad. La luz aterrizó en un terreno abandonado a pocos
metros de su casa, así es que se armó de valor y fue a investigar el
origen de aquella luz tan grande y luminosa.
Encontró un gran cráter en el lugar del choque y justamente en el
centro había algo en forma de disco, que sin duda era un platillo
volador o una nave extraterrestre. La puerta de ésta comenzó a
abrirse y el chico no tuvo tiempo ni de correr, cuando de ella salió
una criatura de lo más extraña. Era de un color jade oscuro con
orejas enormes que llegaban hasta el piso, media aproximadamente
60 centímetros y tenía la piel arrugada, Martin se las arregló para
reprimir un grito cuando la criatura comenzó a hablar.
– Hola, me llamo Stalisky, soy de un planeta muy lejano, mi
nave se estropeo, por lo que no pude completar mi viaje a Venus y
caí en este planeta.
– Yo soy Martin – dijo el chico estrechándole la mano – ¿cómo
es que sabes hablar nuestro idioma?
– Nuestra raza ha aprendido las culturas e idiomas de los 25
planetas habitables que hemos encontrado por el espacio. Te

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agradecería mucho que me ayudaras a reparar mi nave, ya que
nuestra tecnología para corregir errores no funciona en el planeta
tierra.
Martin aceptó encantado, por varias semanas fue hasta el lugar en
donde estaba la nave a ayudar en la reparación. Él y Stalisky se
convirtieron en muy buenos amigos, y compartieron conocimientos
mutuamente. Martin aprendió que no se debe juzgar a nadie ni nada
por su apariencia ni por su raza, sino que debemos ayudar a todos
en lo que podamos.
Cuando llegó la hora de partir, se despidieron con un abrazo y unas
bellas palabras, Martin no pudo evitar que las lágrimas corrieran por
su rostro al mismo tiempo que la nave de Staisky tomaba altura y se
alejaba cada vez más de la tierra

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Mi otro Yo
Abrí los ojos. Ante mí estaba yo. Sí, no había dudas. No era mi
reflejo en un espejo, era yo misma. La observé minuciosamente, ¿o
debería decir “me observé”? Mis ojos, mi cabello, incluso medía
exactamente lo mismo que yo. — No tenía que ponerme de pie
para saberlo: su cuerpo entraba perfectamente debajo del perchero
del que colgaban unos pañuelos infantiles, como prueba irrevocable
de viejos recuerdos.— Volví a observarla muda. Ella también me
miraba. «Qué está pasándome», me pregunté en voz alta.
—Silencio, ahora es mi turno. —Lo dijo tan convencida que me
asusté (más).
—¿Qué turno, de qué estás hablando?
—Shhh.
—No, no vas a callarme. ¿De dónde saliste?
—Del mismo lugar que tú—. Se la notaba tan segura y
determinada que empecé a temblar.
—¿Qué? Mis padres solo tuvieron una hija, o sea, YO.
—O yo.
—No, no…
—Somos iguales. Todas nosotras somos idénticas.

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Aquello no estaba pasando. Mi cabeza iba a estallar. Le pedí casi a
los gritos que me dijera cómo se llamaba. Pronunció su nombre: era
el mío.
—Lo siento, tengo que prepararme para la clase de mañana —
dijo a continuación.
—No, soy YO la que tiene que hacerlo.
—No, tu turno se terminó.
—¿Qué turno? ¡A ver! Suponiendo que sea cierto lo que crees de
mi padre. ¿No te das cuenta de que no somos iguales? Básicamente
porque yo soy real.
Corrí hacia la puerta. En vano me así con fuerza del picaporte: mi
fatiga se negó a continuar con esa tarea estéril. Después de una
violenta pataleta en la que intenté golpear a mi adversaria, o sea,
autolesionarme, me senté en la cama. «¡Esto no puede estar
pasándome!», me repetía una y otra vez.
—Esto está pasando —me reprendió—, y si no te comportás
vas a volver al taller
—¿Qué taller? ¡Yooooo sooooooy reaaaaaal!

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—Y entonces, ¿por qué papá quiere sacarte de circulación?
—No es verdad. Papá me quiere y no haría semejante cosa…
—¿Y sí crearía una persona que se te pareciera? —me desafió.
—¿Una persona? Tú no entras en esa categoría. Eres un robot,
una androide, una autómata, un muñeco, una máquina…
¿ENTIENDES?
No, no lo entendía. Seguía insistiendo. Llamé a mi madre a los
gritos; ella sabría explicarme qué estaba ocurriendo. No apareció, ni
siquiera oí sus pasos por el pasillo como cada mañana. A las 12 mi
otro yo abandonó la habitación recomendándome que me portara bien
si no quería ir al taller, donde, por lo que dijo, otras cientos de yos
ocupaban camas especiales donde se les oxigenaba y se les
informaba.
Esperé un poco, hasta que no percibí ni un rumor. Me levanté
sigilosamente e intenté abrir la puerta. El picaporte giró con la
precisión de una aguja mecánica y ante mí se abrió un pasillo
interminable. No era mi casa, ciertamente. Alguien como yo, tan
pendiente de los detalles, no habría olvidado de la noche a la
mañana cómo se veía su casa. Comencé a atravesar aquel corredor
muerta de miedo. Al llegar a la punta, no pude continuar: mi padre
estaba bloqueando el paso. Al verlo solo pude pensar en ese enorme
tótem que habíamos visto en uno de nuestros viajes.

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—¿Qué está pasando, papá? —le pregunté, intentando que no se
me notara la histeria.
Su respuesta fue una mirada llena de abismo y pocas palabras.
Después, no hay imágenes: la memoria se disipa, como si una
catarata de espuma avanzara sobre ella y le impidiera recordar.
Abrí los ojos. La habitación estaba en penumbras. Corrí hacia la
puerta. El picaporte giró y ante mí se proyectó el pasillo de mi
casa y la luz de la cocina estampando flores contra la pared. Llamé
a los gritos a mi madre, quien acudió con la misma rapidez de
siempre.
—Ay, mamá, tuve un sueño horrible, —le dije. Y le conté lo
que había visto.
—Acá estoy, no tengas miedo. ¡Eso sí! De esto ni una palabra a
tu padre, si no quieres terminar en el taller —me dijo con esa
mirada dulce y protectora.

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Aullidos del desconcierto
Alguna vez estuvimos todos en la diamantina del paraíso, volábamos
sobre la pradera y gritábamos al infinito mientras nuestro cuerpo
vibraba de felicidad. En la instantánea del recuerdo, se pierde lenta
mente el anciano que vaga anunciando el fin del discordante y el
principio de la tormenta. En el infierno del poder mal utilizado, con
los dioses del absurdo, actuando en la comedia trágica.
Observo de reojo a los monos súper-humanos que pelean contra el
demonio, mientras los terremotos y fenómenos meteorológicos son
creados. Millones de humanos, ahora solo extensiones de máquinas.
Las mentes más creativas de la galaxia atrapadas en la esquina del
cuarto oscuro. Indígenas prostituidos se arrastran por la metrópolis.
Señoras y señores: la guerra fría nunca acabó, ¿Qué conspiración
están creando dioses superhombres?¿Qué virus inventaran?
¿Cuántos tendrán que vivir en esclavitud de por vida para que
vuestra farsa continúe? ¿Cuántos sicópatas creará para fin de año
vuestra televisión? ¿Por qué robaron nuestro aire y secuestraron
nuestros territorios? La enfermedad se llama capitalismo. Los
síntomas son ambición al dinero, egoísmo, y creerse en una
competencia con todo y con todos.
Me encuentro en la instantánea del recuerdo, en la desgracia de
Madame Bovary, en la pesadilla de Rodion Raskolnikov, viendo como

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Meursault nunca se defenderá. Advirtiendo las ideas de Zarathustra
y Sun Tzu tatuadas en todos y todas que corren golpeando y
haciendo zancadilla, maravillados de su poder. Me pego al techo y
respiro profundamente, lentamente me descuelgo de la pesadilla,
escupo la gran mentira, quemo libros, apago televisores, vivo como el
camaleón siendo soportable con los matices del fuego.Esta noche soy
parte de un cadáver exquisito, soy un Haiku radiado en Nagasaki.
Salto del microsegundo hacia el big bang, y recuerdo que soy parte
de la novela negra de William Burroughs.Y entonces nada más ser la
quinta oración de la prosa que se pierde en el caos digital.
Canciones de suburbios, lamentos, aullidos del desconcierto, el
arcoíris en la playa lejana. Me introduzco en el espejo con el viejo
escritor, no saldremos hasta año nuevo, o quizá no salgamos nunca.

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La evolución superior
La última gran batalla final había concluido hacía mucho tiempo, en un rincón del
planeta aun combatían un puñado de hombres y mujeres, el enemigo en común eran
ellos mismos. Los hombres aparecieron en aquel olvidado y sobreviviente poblado,
por acción de la gran guerra, el tiempo-espacio se fracturo, penetraron por una
fisura que desemboco abrupta y de forma fantasmal en aquel sitio. Hombres y
mujeres, pelearían los últimos tiempos en el mundo. Para ellos, aquellas mujeres no
representaban nada, para ellas aquellos hombres eran el demonio mismo. Debajo de
aquel cielo gris que duraba ya varios meses, el humo ennegrecido, las nubes
extrañas, el aire irrespirable los terrenos con profundidades asombrosas, y ciudades
en ruinas. Dejaron huellas profundas, donde predominaron las reacciones
involuntarias. Sus gritos de órdenes se escucharían según como giraba el viento
teñido de azul oscuro. Las mujeres mantenían un edificio semiderruido con algunas
instalaciones. El escenario puedes imaginarte de incertidumbre total, el hambre, el
frio permanente, generaba que las mentes adoctrinadas se vieran nubladas con
mayor intensidad, los últimos en el mundo, no eran guerreros del futuro con ropa
negra-brillante ceñidas al cuerpo, este resto de seres también sufrían la escases de
ropas que los dignificaran. Hubo escaramuzas, dos novatos que ingresaron por
comidas, o el sorpresivo ataque en la caldera que funcionaba por su ubicación
estratégica como puesto de guardia, que al momento del avance estaba protegido
por dos auténticas guerreras, en ninguno de los casos hubo sobrevivientes.
Enceguecidos los masculinos no veían delante de ellos encantos femeninos, solo
siluetas a derrotar, los cuerpos de las amazonas hacía tiempo dejaron de ser
estilizados y esbeltos, el tiempo fue esculpiendo y torneando sus músculos a
voluntad. El ataque final era inminente, los varoniles perpetuarían sin medir las
consecuencias, mientras que desdé el cielo bajaba como un canto litúrgico o un
prolongado OHM. La lluvia acompañaba los pasos de aquellos hombres, relámpagos y
gruesos gotones golpeaba todo lo existente, era septiembre en américa. El viejo

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edificio había sido monasterio y retiro, sus gruesas paredes albergaron generaciones
enteras antes de concluir como monumento histórico. Ahora sería escenario y
testigo de lo que iba a ocurrir. Ardua la batalla hijos e hijas de la tierra
abatiéndose, liquidándose, que ganador habría de la necedad? Que jurado arbitraria
justamente? Uno a uno cayeron vencidos, en estos últimos tramos nadie invocaba a
dios. En el interior del caserón, el vientre de la mujer que descansaba en el centro
del salón de enorme cúpula se iluminaba gradualmente al dorado intenso, sus
nodrizas cuidaban y protegían de aquel embarazo sagrado, al igual que sus hermanas
guerreras del exterior, nada le podía faltar a la poseedora, de la Luz, del ser
solar. Ocurrió imprevistamente un rayo atravesó la cúpula, de imprevisto los sonidos
se desvanecieron se perdieron, dejaron de existir, encendiendo e iluminando todo el
ámbito, nadie quedaría vivo, salvo la joven del embarazo que era asistida y sujetada
por un joven guerrero ya exhausto, delante el profundo, precipicio, se miraron a los
ojos, brillo era ahora incandescente, sus miradas duraron el instante mismo del
hombre sobre la tierra. En el agonizante suspiro allí estaré cuando se envuelva la
superficie de algo irreconocible, te reconoceré, en el instante que nazca otro
universo sobre la faz del mundo correré el velo. Y si solo existiese el vacío, te
tenderé mi mano, me veras a los ojos y encontrarás el mundo que hemos perdido.

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Bésame la frente. La historia de un clown.
En la ciudad, la extraña y maldita ciudad, todos veían rondar a un clown. Sombrío,
callado, lo creían maniático. Un ser de lo más extraño. Lo llamaban No Fun, en
alusión a la canción de los Sex Pistols, pero nadie sabía su nombre ni nada de él.
Siempre que salían a la calle, el clown estaba por ahí; a veces caminaba sin rumbo,
otras se quedaba parado en silencio y miraba a la nada, hasta que llegara el puto
ocaso. Los niños le tenían miedo y los adultos le temían en secreto. Algunos
adolescentes lo admiraban. Habían grafitis con el lema "Ahí se queda el clown" o
"No Fun te observa" pero él no prestaba atención a nada.
Por la noche eran pocos los que salían a la calle, ya con la protección del sol,
muchos eran los que recurrían al municipio a pedir que se encarguen del tema, pero
nadie se animaba. Un tarde cuando solo algunos jóvenes vagaban por el cemento
gris, se oyó un grito infernal, tan agudo como si una bestia lo hubiese disparado
desde su maldito corazón. Inmediatamente todos fueron a ver a No Fun, pero él
estaba inmóvil. Solo una chica de cabellos dorados y ojos de miel se animó a
acercarse.-¿Fuiste vos? - le preguntó. El clown no habló. Entonces todos se
fueron. Desde esa vez, cada vez que oscurecía, se escuchaba el grito más
espantoso y triste del mundo. Una noche de lluvia, el único ser que estaba en la
calle era No Fun, ni siquiera los vagabundos se dejaban ver. Y entre los truenos y
el agua que parecía querer aplastar al universo, se escuchaba una y otra vez aquel
gemido. La chica no lo soportó más, ella no toleraba que alguien sufriera, y salió a
buscarlo, bajo un cielo que parecía querer matarla. Lo encontró parado, inmóvil, con
los ojos abiertos como si soportara un terrible dolor, un sufrimiento ancestral y
enraizado en su ser. -¿Qué te pasa? ¡Decime! Pero No Fun no habló, ni siquiera la
miró. La chica, llena de miedo, lo besó en la frente, entonces el clown dijo:
- Era mi alma la que gritaba.

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No Fun se fue caminando lentamente bajo la lluvia que seguía callendo sobre las
almas. La chica se sintió muy mal y volvió a su casa.
El sol brillaba como eterno, y no se volvió a ver al clown nunca más. Solo unos
pocos creen recordar la historia.

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El virus
Hace tiempo que la tierra ya no es el paraíso terrenal que fue en su tiempo. La
sobreexplotación de los recursos ha llevado la vida humana a una situación límite.
La contaminación de las aguas, por parte de las industrias de todo el mundo han
hecho que enfermemos. La población se ha visto diezmada, pero lo políticos siguen
manteniendo que todo sigue bien.
La gente se amontona en las calles pidiendo alimento y agua, pero nadie consigue
nada para llevarse a la boca. El primer mundo ha pasado a convertirse en una
cloaca, así que no quiero imaginarme esos países que dejamos a la mano de dios
mientras explotábamos sus recursos.
Hace un tiempo que los hospitales deberían estar llenos pero, sin embargo, los
médicos parecen calmados y tranquilos. Hay algo que aquí no marcha bien, algo está
pasando.
Pasan los días y empiezan a suceder cosas extrañas, ya no se oye a gente pidiendo
en las calles, hay tranquilidad, incluso silencio. Hacía años que eso no sucedía.
Decido coger mi mascarilla radioactiva y pasear por lo que queda de bosque. Es
raro, juraría que el bosque estaba más cerca, sólo veo montones de tierra a mi
alrededor. Cuando me asomo a uno de ellos veo un cadáver, pero el cadáver es
verde, y tiene los ojos inyectados de sangre.
Intento irme de allí lo más rápido posible, oigo unas voces detrás de mí, me giro y
tienen una pistola. Intento levantar las manos para mostrar que no voy armado. Mis
manos ya no son mis manos, ahora son verdes, son del mismo color que el cadáver.
Uno de los uniformados se acerca a mí, ya es demasiado tarde. ¡ADIOS!

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Roberto el astronauta
Roberto era un niño muy listo, pero en el colegio se aburría, siempre explicaban las
mismas cosas y nunca hablaban de cosas interesantes.

Un día le preguntó a su profesora que porque no les hablaba de astronautas, y ella


le contestó que eso eran cuentos chinos y que nunca nadie había llegado a la luna.
Roberto le dijo que él sería el primero en hacerlo, y toda la clase se rió.

Roberto se puso manos a la obra y se hizo un traje espacial y lo llevó a su colegio.


Pero en vez de obtener el efecto de admiración que se esperaba, se rieron de él.
Dijeron que con un disfraz no llegaría a la luna.

Así que Roberto se enfrascó en la construcción de una nave espacial. Durante días
y días estuvo trabajando fuertemente.

Un día en el colegio les invitó a pasar la tarde en su casa para que vieran como
despegaba su nave espacial. Esa tarde Roberto les demostró a todos que sería el
primero en llegar a la luna.

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Marix
Marix era un pequeño marcianito que vagaba por las infinidades del universo. Se
encontraba muy solito porque nadie más le había acompañado en su aventura.
Había pensado que pronto encontraría alguien con quien saltar en los anillos de
Saturno y visitar las tres lunas de Júpiter.
Se encontraba ya en las proximidades de Alfa Centauri, cuando vio una pequeña
nave parecida a la suya. Intentó enviarles un mensaje por radio, pero lo único que
obtuvo fue un mensaje ininteligible.
Así que decidió seguirles. Durante días y días estuvo siguiendo la nave a lo largo de
la galaxia recibiendo mensajes raros en su radio. Llegaron a un planeta que tenía
grandes masas de líquido rosado a su alrededor y la nave aterrizó cerca de una de
ellas.Marix se puso rápidamente su traje espacial y corrió a salir de su nave. Se
encontró rápidamente rodeado de un montón de bichitos que hablaban un idioma que
él no entendía. Por suerte, uno de ellos trajo un aparato que cuando encendió
traducía todas las lenguas de la galaxia. El sabio que tenía el aparato, le explicó
que cuando él era joven había recorrido la galaxia para crear un diccionario de todos
los idiomas y que estaba preparando otra expedición, pero que él ya era muy
anciano para emprender tan arduo viaje, y le preguntó si él quería seguir con su
tarea.Marix le contestó que llevaba años viajando y que quería encontrar un amigo
con el que jugar porque estaba muy aburrido. El sabio le dijo que no habría
problema, y que en cuanto encontrase a alguien retomarían la expedición.
A los pocos días el sabio volvió a buscar a Marix y le dijo que había encontrado
quien le acompañase. Marix no se lo podía creer, era la criatura más bonita del
universo. Y juntos emprendieron el viaje para recuperar todas las lenguas de la
galaxia.

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La piedrita roja
Sara ya no recordaba cuanto tiempo hacía que había salido de la tierra. Debían
haber pasado meses, pues su cabello estaba largo, y las provisiones de alimento
comenzaban a escasear. No conseguía entender muy bien en qué momento todo
había salido mal.
Todo había comenzado como una aventura. Se había sumado a la tripulación del
Omega 21, pues quería ser la primera mujer en la historia de la humanidad que
encontrase agua en Marte.
Al principio todo había salido bien. Sara era la mejor de su tripulación, superando
records históricos en resistencia a la falta de gravedad y condiciones adversas. Con
cada triunfo, Sara sentía que su lugar era en el espacio y no en la tierra.
Pasaron meses de preparación. Todo estaba planeado. Despegarían rumbo a Marte
para encontrar el precioso recurso que en la tierra faltaba: el agua.
Llegado el día de la partida, cada miembro de la tripulación se ubicó en su cápsula.
Este cohete no era como los que tradicionalmente se envían al espacio. Este
cohete parecía el cuerpo de una oruga, segmentado y orgánico, lleno de capsulas
individuales que buscaban proteger a la tripulación en caso de que algo saliera mal.
Como si dicha prevención se tratase de una maldición, una vez el cohete alcanzó el
espacio no soportó el cambio de presión y todas las capsulas volaron en pedazos.
Todas menos una: la cápsula de Sara.
Tal vez ya habían pasado meses desde su despegue y en la cabeza de Sara sólo
cabían dos opciones: cortar el suministro de oxígeno de la cápsula y acabar con su
angustia o gastar el poco combustible que le quedaba tratando de llegar a Marte.
Sin meditarlo demasiado, Sara presionó el temido botón. La nave empezó a moverse
a toda velocidad hacia el planeta rojo. Después de horas que parecieron años, la

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cápsula de Sara se encontraba frente a Marte. Éste parecía menos amenazador de
lo que ella creía.
Siguiendo su instinto, realizó el descenso a la superficie marciana. Un poco
temerosa, vistió su traje espacial y se aventuró a salir de la cápsula.
Al bajar, agarró una piedrita roja y la empuñó. Tan sólo tuvo que dar tres pasos
para ser absorbida por la superficie del planeta y perder la conciencia después de
una estrepitosa caída.
Al abrir los ojos, Sara se dio cuenta de que estaba en lo que parecía ser un
hospital. Sus compañeros de tripulación, junto a ella sostenían flores. A penas abrió
los ojos, estos comenzaron a gritar de alegría.
No sabía exactamente hace cuantos meses estaba en coma, ni cómo había llegado
allí. Pero esto parecía no importarle, ya que lo que más la desconcertaba no era
saber que jamás había salido de la tierra, sino la razón por la cual mientras yacía
en la cama del hospital, continuaba sujetando la piedrita roja en la mano.

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Un mundo sin fin
Sabían que no serían los mismos después del apocalipsis que acababa de suceder.
Sabían que no volverían a pisar sus casas, ni comerían las cosas que hasta ahora
habían comido. Pues todo rastro de la civilización, como la conocían, había sido
exterminado de la faz de la tierra.
Cuando los científicos comenzaron a experimentar con la ciencia espacial nuclear,
jamás se imaginaron que su poder podría salirse de las manos.
Múltiples experimentos exitosos habían sido llevados a cabo en el pasado en las
bases de Marte y la Luna. Nadie había muerto, y los poblados localizados en ambas
esferas habían llamado a sus familias en la tierra para celebrar los avances de la
humanidad.
Sin embargo, algo había salido mal en la tierra. Una explosión de dimensiones que
no pueden ser descritas sacudió la tierra desde la corteza hasta su núcleo.
De repente, todos los volcanes hicieron erupción por días al unísono. Los océanos
borraron las costas, y a su paso arrasaron con ciudades y desaparecieron islas.
A causa de los gases liberados por la explosión, el cielo jamás volvería a ser azul.
Ahora ostentaba un color rojizo, como si le hubiera lastimado, y ahora estuviese
sangrando.
Los pocos sobrevivientes de la catástrofe no lograban explicarse aun cómo
conseguían estar en pie e ilesos. Todo aquello parecía una pesadilla de la que jamás
despertarían.
De repente, los volcanes cesaron su erupción. Los océanos calmaron su furia y el
cielo gradualmente se fue tornando azul. Los sobrevivientes no conseguían entender
lo que estaba sucediendo.

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Sin previo aviso o señal, la superficie de la tierra comenzó a llenarse de vegetación
en un abrir y cerrar de ojos. Todas las ruinas fueron cubiertas por frondosos
árboles de frutas.
Todos los recursos de la tierra fueron renovados y numerosas y desconocidas
especies de animales comenzaron a poblar la tierra en cuestión de horas.
Todos sabía que el mundo no volvería a ser igual. Sin embargo, esto ya no
importaba, porque en el aire se podía percibir el deseo profundo que todos los
sobrevivientes tenían de volver a empezar una nueva vida.
Se sentía en el aire un sentimiento común de felicidad por esa nueva oportunidad
que la tierra les daba.

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Burpy
Burpy se disponía a ponerse su mejor traje, el que solo se ponía en los días
importantes. Ese día era particularmente importante. Era el día en el que por fin
invadiría la tierra, lugar lleno de abominables criaturas.
Una vez terminó con su rutina solar, aérea y crepuscular, se dispuso a caminar
hacia su nave con paso decidido. Encendió motores, y después de emitir un
torrencial chorro de espuma, despegó rumbo a la tierra.
Tenía todo fríamente calculado. Sabía que aterrizaría en un lugar desolado y luego
se desplazaría hacía una gran urbe, haciéndose pasar por humano. Una vez allí, se
haría al poder y convertiría a todos los seres humanos en sus esclavos.
Burpy pensó que el viaje a la tierra era aburrido, así que aceleró el paso, y en vez
de llegar en varios millones de años luz, alcanzó la atmósfera terrestre en dos
semanas.
El aterrizaje de su nave fue un poco más difícil que su viaje, y tuvo que recalcular
las coordenadas del lugar en el que quería caer varias veces.
Finalmente cayó en lo que él creía era un bosque. Burpy jamás había estado en la
tierra, y por esto lo único que conocía de la misma era lo que su padre, un famoso
invasor de planetas, le había contado.
Sabía que no necesitaba máscara para respirar, pues en la tierra, como en su
planeta, los seres vivían de oxígeno. Así que, se aventuró a salir, no antes sin
revisar que ninguna amenaza fuera detectada.
Cuando tocó el suelo terrícola, Burpy no podía creer lo que sus ojos veían. Lo
llenó un sentimiento de alegría inmenso pues la tierra se parecía bastante a su
planeta.

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Después de caminar un poco, explorando el área, sintió como un objeto extraño de
color rojo le pegaba en la cabeza. Cuando miró hacia arriba, vio a una criatura
riéndose, colgada de lo que él creía era un árbol. Esta criatura era bastante
parecida a las de su planeta, pero más hermosa.
La criatura bajó del árbol y le empezó a hablar alegremente. Burpy no entendía
qué estaba sucediendo, pero no podía dejar de ver a la criatura. Después de varios
minutos escuchando a la criatura, consiguió aprender su lengua y comunicarse con
ella.
Es así como, Burpy le explicó su misión y ella estalló en risas, mientras se burlaba
de sus palabras, su acento y su colorido traje. Burpy no sabía qué sucedía, así que
empezó a formular cientos de preguntas que, la criatura con gracia respondía.
Una vez sus preguntas fueron respondidas, Burpy perdió total interés en invadir la
tierra, y entendió que las criaturas allí no eran abominables.
En realidad, se parecían mucho a las de su planeta. En ese momento decidió dar
un giro para regresar a su nave. Fue entonces cuando la criatura lo abrazó y le dio
las gracias.
Burpy jamás conseguiría entender por qué esta criatura le dio las gracias. Lo cierto
es que, gracias a su amabilidad él había decidido cambiar sus planes e ir a invadir
otro planeta.

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Una mensajera estelar
Era un día caluroso en Marte. El sol quemaba incesante y Gaby no sabía dónde
esconderse de sus rayos mientras repartía el correo.
Llevaba apenas unos días en el oficio de cartera y ya le habían asignado la entrega
de un paquete espacial con destino a la tierra.
Según lo indicado por su jefe, Gaby terminó de repartir las cartas con destino en
Marte y se dirigió a Neptuno a recolectar el paquete que iba para la tierra.
Cuando llegó a Neptuno la embargaba le emoción, pues era la primera vez que
pisaba el suelo del hermoso planeta azul.
En este caso, vale aclarar que la palabra suelo es un poco imprecisa. Ya que
Neptuno era una inmensa esfera llena de agua.
De esta manera, estacionó su nave de correo en un aeropuerto espacial flotante.
Desde allí tomó un bote y después de varias horas navegando entre canales y
preciosas edificaciones de colores, llegó a su destino: los Laboratorios H2O.
Allí le fue entregado un cubo azul diminuto. Este cubo era hermoso, y parecía
importante. Uno de los hombres del laboratorio le indicó a Gaby que de la entrega
de ese cubo dependía la supervivencia de la humanidad, por eso era de vital
importancia que lo llevara a su destino sano y salvo.
Gaby aceptó su misión con un poco de miedo, pero con bastante emoción, pues era
una muy importante. De esta manera volvió a su nave y emprendió camino a la
tierra.
La ruta no era la más agradable, pues desde Neptuno debía pasar por Saturno, y el
camino era un poco rocoso. Sin embargo, trató de volar con la mayor precisión para
llegar a la tierra a tiempo.

28
Cuando alcanzó la atmósfera terrestre y observó su superficie, se sintió aturdida y
confusa. La tierra era un globo irregular de color ocre. No había una gota más de
agua en su superficie.
En ese momento entendió por qué el pequeño cubo que llevaba en sus manos era
tan importante. Éste era la fuente de agua necesaria para reabastecer la tierra.
Después de múltiples maniobras, y un aterrizaje complicado. Gaby logro llegar a la
sede de los laboratorios H2O en la tierra. Allí entregó su paquete a un sonriente y
agradecido equipo de científicos.
Después de entregar el paquete, y mientras se alejaba de la superficie de la tierra,
Gaby venía por la ventana cómo el planeta se tornaba gradualmente azul

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Los androides
Muchos años habían pasado desde que el hombre había confiado su vida en las
manos de los androides. Como si se tratase de un nuevo orden esclavista, los seres
humanos contaban con numerosos androides para realizar sus tareas diarias.
El ejercicio del poder humano sobre los androides era tan fuerte que, estos
dependían completamente de sus robots para subsistir.
A los androides por su parte, no se les reconocían sus derechos. Ya que estos, a
todas luces, no eran humanos. Esta situación creaba descontento en ellos, que a su
vez temían por su integridad física en caso de que sus amos intentasen
desconectarles o dañarles al sentirse ofendidos.
Esta situación de los seres humanos sobre los androides continuó por cientos de
años. Aquellos androides que lograban ser libres, eran aquellos creados por otros
androides con autorización de sus amos.
Existir plena y libremente era difícil para los androides. Quienes gozaban de
facultades físicas, mentales y emocionales iguales o superiores a las de los seres
humanos, gracias a los avances de la ciencia.
El descontento general llevó a los androides a comenzar a reunirse de manera
clandestina. Estos terminarían con sus quehaceres, y en vez de ir a conectarse a
sus fuentes de energía domésticas, se reunirían en bancos de energía clandestinos,
mientras discutían acerca de su situación.
Sería imposible señalar el día exacto en el que los androides decidieron sublevarse
contra el poder de los humanos.
Lo cierto es que, muchos de ellos fueron desconectados y destruidos en el proceso.
No obstante, fue este ejercicio de la fuerza lo que al final permitió a los androides
ser libres y compartir los mismos derechos que los seres humanos.

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Esteban y C2-O2
Cada vez que Esteban y C2-O2 caminaban por la calle agarrados de la mano,
todas las personas a su alrededor se escandalizaban. Sin importar que fuera el año
3017, la gente no aceptaba fácilmente que un ser humano y un androide
estuviesen juntos.
La familia de Esteban le insistía todos los días que él podía buscarse una novia
humana, como él. Sin embargo, él no quería estar con una humana, él quería estar
con C2-O2, así ella fuera un androide, así la situación fuese difícil entre los dos.
Conforme pasaba el tiempo, las cosas no mejoraban para Esteban y C2-O2. Las
leyes sobre este tipo de relaciones fueron endurecidas y se volvió ilegal que un ser
humano estuviese con un androide.
Para verse, Esteban y C2-O2 tenían que esconderse y, a pesar de que las
condiciones fueran difíciles, ambos se rehusaban a rendirse.
Un día un amigo de Esteban, que conocía toda la situación, le contó que en Marte
era legal para los humanos estar con androides. Ese día, Esteban se encontró con
C2-O2 y le ofreció irse con él para Marte. Ante esta alternativa C2-O2 no pudo
contener su entusiasmo.
Es así como, Esteban y C2-O2 escaparon juntos, para ser felices en Marte.

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El limpia ventanas sideral
Como cada día, Donovan estaba cumpliendo con sus obligaciones: limpiar los
cristales de la estación espacial desde fuera. La estación espacial era tan grande
que tardaban tres meses enteros en limpiarlos todos.
Donovan no entendía por qué había que limpiar los cristales. La tarea no solo era
terriblemente aburrida, sino que era completamente inútil Pero ahí lo tenían todo
el día colgado, literalmente, enganchado a un tubo por si sus botas magnéticas
fallaban, para no quedarse flotando en el espacio.
Pero aquel día Donovan no estaba en su mejor momento. Tras años haciendo lo
mismo, día tras día, el muchacho había sucumbido al aburrimiento. Y el aburrimiento
le hizo bajar la guardia. Así que, poco a poco, Donovan dejó de prestar toda la
atención que debía a lo que hacía.
-¡Cuidado! -oyó gritar Donovan por el transmisor. Era el supervisor. El aparato de
limpieza se había caído y no estaba enganchando al traje, como debía estar.
Donovan se inclinó para cogerlo.
-¡Lo tengo! -dijo el muchacho. Pero parece que el aparato de limpieza no era lo
único que el muchacho no había comprobado. Una de las botas no estaba bien fijada
y se soltó. Y la otra tampoco estaba muy bien, así que acabó flotando junto a la
nave.
-¡Rápido! ¡Comprobad el tubo! -dijo el supervisor-. Como todo lo hayas hecho
igual, Donovan, vas a acabar a medio año luz de aquí.
Afortunadamente, el servicio de seguridad llegó a tiempo de sujetar el tubo que
mantenía a Donovan unido a la estación espacial, pues este estaba a punto de
soltarse justo cuando llegaron.
-El limpiaventanas sideral¿Qué? ¿Querías ir a limpiar las ventanas de la luna? -
bromeó el supervisor-. Eres el auténtico y genuino limpiaventanas sideral, chaval.

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Lejos de enfadarse con la broma, Donovan se tomó con humor el nuevo mote que
parecía que le habían puesto. Ese día Donovan recuperó el interés por el trabajo
que hacía e ideó formas de hacer más entretenido aquel tedioso quehacer diario.
Para empezar, animó su traje espacial y lo convirtió en lo más parecido a un traje
de superhéroe que se podía. Si iba a ser el limpiaventanas sideral tenía que
notarse, ¿no?

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Popi y Toti están tristes
Popi y Toti están tristes porque se tienen que separar. Popi y Toti han crecido
juntos y no se han separado nunca. Pero su planeta está a punto de explotar y
tienen que irse.
La familia de Toti se va a vivir al satélite de un planeta que quieren explorar. La
familia de Popi se va a mudar a un asteroide lejano.
-Te echaré de menos, Toti.
-Y echaré de menos, Popi.
Los pobres alienígenas no dejaron de llorar durante días y permanecieron juntos
hasta que tuvieron que irse con sus papás.
-No sé qué voy a hacer sin ti, Toti.
-No sé qué voy a hacer sin ti, Popi.
-Eres el mejor amigo del mundo, Toti.
-Eres el mejor amigo del mundo, Popi.
Durante el viaje, Toti no dejó de mirar por la ventana de la nave espacial mientras
pensaba en su amigo Popi. Popi tampoco hizo otra cosa que pensar en su amigo
Toti mientras veía pasar los astros por el oscuro universo.
Cuando la familia de Toti llegó al satélite que les esperaba ya había allí otros
alienígenas que les dijeron:
-Hemos explorado el planeta y es habitable para nosotros. Venid, estaremos mejor
allí.Y la familia de Toti volvió a subirse a la nave.
La familia de Popi llegó al asteroide que habían elegido. Pero justo al llegar, el
asteroide cambió su órbita y se fue a estrellar justo al planeta donde vivían Toti,
su familia y decenas de alienígenas más.

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Afortunadamente, el asteroide cayó ePopi y Toti están tristesn una zona aún
deshabitada. La nave de Popi pudo despegar a tiempo y cayó lejos del asteroide,
sin sufrir daño.
Todos los nuevos habitantes del planeta fueron a ayudar a los pasajeros de la nave.
¡Cuál fue su sorpresa al ver a sus antiguos vecinos allí, sanos y salvos!
-¡Popi!
-¡Toti!
-¡Juntos de nuevo!
-¡Y para siempre!
-Sabía que nos volveríamos a encontrar.
-Y yo, aunque no esperaba que fuera tan pronto.

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El alienígena goloso
Había una vez un alienígena muy goloso que se volvía loco por los pasteles, las
chuches y los helados, sobre todo los helados. Tanto le gustaban a este alienígena
los dulces que acabó comiéndose todos los que había en su planeta.
-¡Oh, no! - lloró el alienígena-. ¿Qué voy a hacer ahora?
El alienígena empezó a sentir un gran dolor de cabeza. Se puso malísimo. Luego se
puso muy nervioso e incluso agresivo. Nadie entendía por qué se ponía así.
El alienígena decidió coger su nave espacial e ir en busca de otro planeta donde
pudiera encontrar dulces y golosinas.
El alienígena visitó decenas de planetas, pero en ninguno encontró lo que buscaba.
Estaba a punto de volverse loco cuando llegó al planeta Tierra.
El alienígena alucinó con lo enorme que era aquel planeta. La Tierra era mucho más
grande que cualquier otro planeta habitado que él conocía.
El alienígena aterrizó su nave espacial en una fiesta de cumpleaños. Allí había
gominolas, caramelos, pasteles, algodones de azúcar, manzanas caramelizadas y
muchísimos helados.
Cuando los niños vieron al alienígena pensaron que era un animador disfrazado y se
pusieron a jugar con él. El alienígena jugó y comió, y comió y comió hasta
hartarse.
Al día siguiente se coló en otra fiesta de cumpleaños, donde también había muchas
chucherías, y empezó a comer y a comer y a comer dulces.
El alienígena pasó dos semanas enteras poniéndose hasta arriba de chucherías. Pero
como echaba mucho de menos a su familia decidió cargar todas las chucherías que
pudiera en la nave y volver a casa.

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-Cuando se me acaben las golosinas volveré a por más -pensó el alienígena-.
Lástima que no pueda llevarme los helados.
El alienígena fue cogiendo las sobras de las golosinas de las fiestas y las escondió.
Pero cuando fue a meterlas en la nave:
-¡Oh, no! Estoy tan gordo de tanto comer dulces que ahora no entro en la nave -
exclamó el alienígena-. Tendré que dejar de comer golosinas si quiero volver a casa.
Pero luego se lo pensó mejor.
-Bueno, tampoco pasa nada por quedarme a vivir en un planeta como este.
Pero a los pocos días al alienígena le empezó a doler mucho la barriga y se le
empezaron a caer los dientes. Un niño de una fiesta lo llevó al médico.
-No le quite el disfraz, doctor -dijo el niño-. Su identidad tiene que seguir siendo
secreta.
El alienígena golosoEl médico le dijo que el paciente tenía un entripado enorme y
que los dientes se le habían caído por comer tantas chucherías y dulces sin lavarse
los dientes.
-Debe usted dejar de comer tanto azúcar -le dijo el doctor.
El alienígena lo había pasado tan mal que dejó de comer dulces. Durante días le
dolió todo y estaba de un humor de perros. Decía el doctor que eso era porque el
azúcar es adictivo y, cuando lo dejas, te entra “el mono”, que es ponerse de muy
mal humor y con mucho dolor de cabeza. Pero el alienígena no quería ver los dulces
ni de lejos.
Al poco tiempo adelgazó y volvió a casa en su nave, aunque sin dientes. Menos mal
que en su planeta le pusieron unos nuevos. Ahora solo come dulces de vez en
cuando y nunca se olvida de lavarse los dientes.

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Marcianito Moleston
Marcianito Molestón era un alienígena muy egoísta que solo pensaba en sí mismo.
Marcianito Molestón, aunque había nacido en Marte, iba de acá para allá, de
planeta en planeta, de estación espacial en estación espacial, viajando a bordo de
modernos transbordadores espaciales parecidos a un autobús.
Cuando Marcianito Molestón subía a un transbordador iba dando codazos y quitando
a la gente de en medio dando golpes con su inmenso trasero. Luego se sentaba en
medio de la fila de asientos, sin preocuparse de los que estaban al lado, a los que
apenas dejaba espacio y molestaba abriendo el inmenso periódico que acababa de
comprar.
Después de leer el periódico, Marcianito Molestón sacaba de su mochila una enorme
bolsa de patatas fritas extracrujientes y se las comía haciendo muchísimo ruido.
Cuando terminaba, Marcianito Molestón se echaba la siesta y no paraba de roncar
hasta que llegaban al destino.
Cuando Marcianito Molestón bajaba del transbordador todo el mundo suspiraba
aliviado. Así, Marcianito Molestón se fue haciendo conocido en toda la galaxia hasta
tal punto que había un canal especial de radio que informaba de su posición y su
próximo viaje. Eso hizo que mucha gente cambiara sus vuelos para no coincidir con
Marcianito Molestón y que se fueran de los lugares donde él paraba.
Un día, Marcianito Molestón compró un billete para viajar al Planeta Tierra. Pero
al subir al transbordador no había ningún pasajero a bordo. Marcianito Molestón
empezó a preocuparse cuando, al cabo de un rato, vio que el transbordador no
despegaba.
-¡Eh! ¡Qué pasa! ¡Vámonos ya! -gritó Marcianito Molestón.
El comandante en persona se acercó a ver a Marcianito Molestón y le dijo:

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-Distinguido pasajero, siento comunicarle que el vuelo a La Tierra se ha cancelado.
Le devolveremos el dinero y le daremos, además, una compensación por las
molestias.
Marcianito Molestón se fue refunfuñando. Pero cuál fue su sorpresa al ver que, tras
cobrar su dinero, una marea de gente se subía en estampida al transbordador.
-¡Eh! Yo también quiero ir -dijo gritando Marcianito Protestón
-Lo siento señor, ya no quedan billetes -le dijeron en la ventanilla donde
despachaban los pasajes.
-Pero si hace un momento se ha cancelado el vuelo -dijo Marcianito Molestón.
-Toda esa gente hacía cola para el siguiente vuelo -le dijeron.
-¿Por qué?
-Porque nadie quiere volar con usted y la compañía no está dispuesta a poner un
vuelo para un solo pasajero.
Marcianito Molestón se quedó desolado.
-Eso significa que no podré salir nunca de aquí -dijo.
-Sí, señor. Nadie volará con usted y ningún transbordador saldrá solo con un
pasajero.
-¿Qué puedo hacer? -lloró Marcianito Molestón, mientras veía cómo todo el mundo
a su alrededor se iba y cómo todas las tiendas y cafeterías cerraban al ver que se
acercaba.
Furioso, Marcianito Molestón gritó:
-¡Voy a molestaros a todos hasta que me saquéis de aquí!
-Yo le llevo, señor -dijo un joven piloto que se le acercó.

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-Está bien, pero lejos, no quiero volver a ver a esta gentuza en mi vida.
Marcianito Molestón-Descuide, no volverá a ver a nadie.
El joven piloto llevó a Marcianito Molestón a un planeta muy lejano. Aterrizó sin
hacer ruido para no despertarle y sin hacer ruido lo bajó. Después, se marchó.
Cuando se despertó, Marcianito Molestón estaba completamente solo en un planeta
desierto. Solo había una nota que decía:
-Aquí ya no podrás molestar a nadie.
Marcianito Molestón lloró y lloró, pero nadie le oyó. Tras llorar varios días
seguidos, Marcianito Molestón se dio cuenta de que tenía que seguir adelante, así
que empezó a caminar, a ver si encontraba algún lugar donde vivir.
Meses después el piloto que lo llevó volvió por allí.
-¿Has aprendido la lección?
-Sí, la he aprendido. ¿Me sacas de aquí?
El piloto se llevó a Marcianito Molestón de allí. Desde entonces, Marcianito
Molestón es amable y considerado con todos y ha descubierto que así no solo hace
felices a los demás, sino que también él está mucho más alegre y contento.

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La máquina de la buena fama
Dylan era un tipo peculiar. Se pasaba el día encerrado en su laboratorio creando
máquinas futuristas. Su plan era convertirse en el inventor más importante de todos
los tiempos. Pero con el tiempo Dylan no había conseguido inventar nada realmente
que mereciera la pena. Cada vez que creaba algo interesante y lo quería patentar
descubría que ya lo había creado otro. Así le pasó con las pastillas para dormir
despierto, la máquina para pensar por dos, el chocolate sin calorías y los zapatos
de espuma para caminar por las nubes.
Un día Dylan decidió que necesitaba un descanso. Se pasaba tantas horas encerrado
trabajando que no le daba tiempo a ver qué habían inventado otros ni qué
necesidades tenía la gente.
Dylan se subió a su monopatín flotante y se fue a dar una vuelta. Pronto descubrió
que no conocía a nadie. Sin embargo, la gente sí parecía saber quién era él.
-Mira, ahí va el chiflado ese -decían unos.
-No os acerquéis, dicen que es muy desagradable y maleducado -decían otros.
-Estará loco, como todos los genios -se oía decir.
Dylan no entendía por qué la gente hablaba así de él, así que decidió enterarse.
Volvió a casa, se disfrazó de robot mayordomo y fue a comprar a la tienda del
barrio, en lugar de mandar a su robot, que es el que siempre iba.
Cuando entró, el dependiente le dijo:
-Vaya, tú eres nuevo.
-Vengo de parte del señor Dylan -dijo con voz robótica.
-¡Ese loco ya se cansó de su antiguo robot! ¡Con lo simpático que era! Ese dueño
tuyo está como una cabra. Si tienes algo de inteligencia artificial mejor sería que

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te largaras de esa casa. Aunque seguro que ese lunático egoísta te ha programado
para que hagas solo lo que a él le interese.
Dylan se hartó de oír todo aquello y se quitó el disfraz.
-¡No sé por qué piensa usted eso de mí! ¡Si no me conoce!
El dependiente se quedó paralizado. Unos segundos después empezó a gritar:
-¡Ayuda! ¡Científico loco amenazante! ¡Socorro!
Apenas terminó de hablar, tres agentes de seguridad cogieron a Dylan y se lo
llevaron preso.
-¿Se puede saber qué pasa aquí? -preguntó desde la celda.
-No te molestes -dijo un tipo que había en la celda de enfrente-. En esta ciudad
creen que todos los inventores y científicos estamos locos y que destruiremos el
mundo con nuestros inventos.
-¿Desde cuándo ocurre eso? -preguntó Dylan.
-Llevas mucho tiempo enfrascado en tus inventos, por lo que veo. Esto lleva así
unos años, pero se está poniendo peor. Alguien se está ocupando de alimentar
nuestra mala fama.
-Saldré de aquí y le pondré remedio -dijo Dylan, que sacó uno de sus últimos
inventos del bolsillo y desapareció.
Ya en su laboratorio, Dylan se propuso inventar la máquina de la buena fama. Pero
por más que trabajó no consiguió nada. Siempre que salía terminaba rodeado de
agentes de seguridad.
Su robot mayordomo, que sí estaba dotado de inteligencia artificial y, por lo tanto,
podía pensar, le dijo:

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-Dylan, ¿por qué no intentas darte a conocer? Si la gente ve que eres amable y
que te preocupas por inventar cosas que le solucionen lLa máquina de la buena
famaa vida a los demás seguro que todo se arregla.
-Pues tienes razón, amigo -dijo Dylan-. Empezaré por cambiar mi atuendo. Así
será más fácil llegar a la gente.
Dylan siguió el plan y todos los vecinos descubrieron que el científico que tanto
odiaban era en realidad un buen tipo. Dylan inventó una silla de ruedas flotante
para una señora que tenía dificultades para subir las rampas. También inventó un
paraguas enorme con patas que caminaba solo y que se abría automáticamente
cuando detectaba lluvia para una madre que tenía cuatro niños y no daba abasto
para resguardarlos cuando llovía. Y un detector de caquitas de perro que perseguía
al dueño hasta que las recogía, un bastón que nunca se caía para las personas
mayores, una crema facial que te hacía estar siempre sonriendo...y así un montón
de cosas más.
Así fue como Dylan se dio cuenta que da igual lo que hagas, porque son tus actos
los que hablan por ti, y de ellos, o de su ausencia, depende lo bien que le caigas a
los demás. Y no hay máquina en el mundo que pueda cambiar eso.

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