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EXPERIENCIA
W ILLIAM J AMES
(1904)
T R A D U C C I Ó N C A S T E L L A N A D E O I H A N A R O B A D O R (20 0 4 )
Un mundo de pura experiencia es el segundo capítulo de la obra póstuma de
William James Ensayos sobre Empirismo Radical publicada en 1912. Este
artículo que James tituló A World of Pure Experience fue publicado por
primera vez en 1904 en Journal of Philosophy, Psychology, and Scientific
Methods 1: 533‐543, 561‐570.
.
Es difícil no advertir un curioso desorden en la atmósfera filosófica
actual, una pérdida de viejos lugares comunes, un debilitamiento de
opuestos, una mutua influencia de uno en otro por parte de sistemas
antiguamente cerrados, y un interés por nuevas proposiciones, no obstante
vagas, como si la única cosa segura fuera la insuficiencia de las soluciones
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académicas existentes. La insatisfacción hacia esas soluciones parece debida,
en su mayor parte, al sentimiento de que son demasiado abstractas y
académicas. La vida es confusa y superabundante, y lo que la joven
generación parece anhelar en su filosofía es más bien el pulso de la vida,
aunque sea a costa del rigor lógico y de la pureza formal. El idealismo
trascendental tiende a dejar que el mundo se agite incomprensiblemente a
pesar de su Sujeto Absoluto y su unidad de propósito. El idealismo berkleyano
está abandonando el principio de parsimonia y se está interesando por
especulaciones panpsíquicas. El empirismo coquetea con la teología y, lo más
extraño de todo, el realismo natural, tan decentemente enterrado hace
tiempo, levanta su cabeza sobre la tierra y encuentra las manos tendidas de
sus partidarios más indeseados que le ayudan a ponerse en pie de nuevo.
Todos estamos predispuestos por nuestros sentimientos personales, lo sé, y
yo personalmente me siento descontento con las soluciones existentes, por lo
que me parece adivinar los signos de una gran inestabilidad, como si un
cataclismo de concepciones más reales y métodos más productivos fuera
inminente, como si un verdadero paisaje, menos recortado, perfilado y
artificial, pudiera resultar.
Si la filosofía estuviera realmente en vísperas de una reorganización
considerable, sería un momento propicio para que cualquiera que tuviera
sugerencias propias las presentase. Durante muchos años mi mente ha ido
creciendo hacia un tipo concreto de weltanschauung. Acertada o
equivocadamente, he llegado a un punto en el que apenas puedo ver las
cosas de una manera distinta. Por eso me propongo describir esa manera lo
más claramente que pueda dentro de la brevedad, y arrojar esa descripción
dentro de la tinaja burbujeante del debate público en la que, empujada por
los rivales y desgarrada por los críticos, finalmente o pasará inadvertida, o
más bien, si corre mejor suerte, descenderá silenciosa a las profundidades y
servirá como posible fermento de nuevos desarrollos o como núcleo de una
nueva cristalización.
I. EMPIRISMO RADICAL
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pluralista, como la de Hume y sus seguidores, quienes no refieren dichos
factores a las sustancias de las que derivan, ni a una mente absoluta que las
crea como sus objetos. Sin embargo difiero del empirismo de Hume en un
punto que hace que califique mi empirismo como radical.
Para ser radical, un empirismo ni puede admitir en sus construcciones
ningún elemento que no sea directamente experimentado, ni excluir ningún
elemento que sea directamente experimentado. Para tal filosofía, las
relaciones que conectan las experiencias deben ser en sí mismas relaciones
experimentadas, y cualquier tipo de relación experimentada debe ser
considerada "real", como cualquier otra cosa dentro del sistema. Los
elementos pueden ser efectivamente redistribuidos, el lugar originario de las
cosas puede ser dispuesto correctamente, pero debe encontrarse un lugar
para cada tipo de cosa experimentada dentro del orden filosófico final.
Ahora bien, el empirismo ordinario, a pesar del hecho de que las
relaciones conjuntivas y disyuntivas se presentan a sí mismas como partes
completamente coordinadas de la experiencia, siempre ha mostrado una
tendencia a deshacerse de las conexiones de las cosas, y a insistir más en las
disyunciones. El nominalismo de Berckley, la afirmación de Hume de que las
cosas que distinguimos están tan "desconectadas y separadas" como si no
tuvieran forma de conexión, la negativa de James Mill a que los similares
tengan algo "real" en común, la resolución del nudo causal dentro de la
secuencia acostumbrada, la consideración de John Mill sobre las cosas físicas
como compuestos de posibilidades discontinuas, y la general pulverización de
toda experiencia mediante asociación, así como la teoría del "Mind‐dust"1,
son ejemplos de lo que quiero decir.
El resultado natural de esta cosmovisión ha sido el esfuerzo del
racionalismo por corregir sus incoherencias mediante la adición de agentes
trans‐experimentales de unificación, sustancias, categorías intelectuales y
posibilidades, entre otros. Mientras, si el Empirismo hubiera sido sólo radical
y hubiera considerado sin desaprobación del mismo modo conjunción que
separación, cada una con su valor nominal, los resultados no habrían exigido
una rectificación tan artificial. El Empirismo radical, tal y como yo lo entiendo,
hace completa justicia a las relaciones conjuntivas sin tratarlas, no obstante,
como el Racionalismo siempre tiende a tratarlas, es decir, como si fueran
verdad en algún sentido sobrenatural, como si en suma, la unidad de las
cosas y su variedad pertenecieran a órdenes distintos de verdad y vitalidad.
II. RELACIONES CONJUNTIVAS
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Las relaciones son de diferente grado de intimidad. Estar simplemente
una "con" otra es la relación más externa que los términos pueden tener en
un universo de discurso, y no parece incluir, en absoluto, lo que se refiere a
futuras consecuencias. A continuación vienen la simultaneidad y el intervalo
de tiempo, y después la contigüidad espacial y la distancia. Después de éstas,
similitud y diferencia, que acarrean la posibilidad de muchas inferencias.
Luego las relaciones de actividad, asociando términos en series que
comprenden cambio, tendencia, resistencia y generalmente, el orden causal.
Finalmente, la relación experimentada entre términos que forman parte de
estados mentales, y que son inmediatamente conscientes de continuarse uno
a otro. La organización del yo como un sistema de memorias, propósitos,
esfuerzos, realizaciones o desacuerdos, es irrelevante para las relaciones más
íntimas de todas, los términos con los que parece en muchos casos
actualmente, compenetrarse y cubrirse el ser de cada uno.
Tal y como se presenta, nuestro universo es, en gran medida, caótico.
Ni un sólo tipo de conexión atraviesa todas las experiencias que lo componen.
Si tomamos las relaciones espaciales, éstas fallan a la hora de conectar las
mentes a algún sistema regular. Causas y propósitos sólo se obtienen de
series especiales de hechos. La auto‐relación parece extremadamente
limitada y no conecta dos yo distintos. Prima facie, si asociaseis el universo
del idealismo absoluto con un acuario, una esfera de cristal en la que unos
peces de colores están nadando, tendríais que comparar el universo
empirista con algo más parecido a una de esas cabezas humanas disecadas
con las que los Dyaks de Borneo engalanaban sus aposentos. La calavera
forma un núcleo sólido, pero innumerables plumas, hojas, cuerdas, abalorios,
y apéndices sueltos de todas clases flotan y cuelgan de ella, y salvo que
terminen en ella, parece que no tienen nada que ver unos con otros. Aun
pesar de que mis experiencias y las vuestras, flotan y cuelgan, terminando, es
cierto, en un núcleo de percepción común, pero permaneciendo en su mayor
parte inadvertidas, irrelevantes e inimaginables para el otro. Esta imperfecta
intimidad, esta relación desnuda de contigüidad entre unas partes y otras de
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la suma total de la experiencia, es el hecho que el empirismo común enfatiza
frente al Racionalismo, que tiende siempre a ignorarlo en exceso. El
empirismo radical, por el contrario, es justo tanto con la unidad como con la
pluralidad. No encuentra ninguna razón para tratar a ninguno de las dos
como ilusorias. Asigna a cada una su definitiva esfera de descripción, y está
de acuerdo con que parece haber fuerzas reales actuando, hacia las que
tienden a medida que pasa el tiempo, para hacer mayor la unidad.
La relación conjuntiva que más problemas ha dado a la filosofía es la
transición co‐consciente, por así llamarla, mediante la que una experiencia
pasa a otra cuando ambas pertenecen al mismo yo. Sobre esto no cabe duda.
Mis experiencias y vuestras experiencias están unas “con” otras de diversas
maneras externas, pero la mía pasa a la mía, y la vuestra a la vuestra de una
forma en la que la vuestra y la mía nunca pasarán de la una a la otra. Dentro
de cada una de nuestras historias personales, sujeto, objeto, interés y
propósito son continuos o pueden ser continuos2. Las historias personales son
procesos de cambio en el tiempo, y el propio cambio es una de las cosas
inmediatamente experimentadas. “Cambio” en este caso significa
continuidad, como frente a transición discontinua. Sin embargo, la transición
continua es un tipo de relación conjuntiva, y ser un empirista radical significa
aferrarse rápidamente a esa relación conjuntiva. Este es el punto clave, la
posición a través de la que, si se construye un todo, todas las corrupciones de
la dialéctica y todas las ficciones metafísicas se vierten en nuestra filosofía. El
mantenerse aferrado a esta relación significa tomarla en su valor nominal, ni
más ni menos, y tomarla en su valor nominal significa, en primer lugar,
tomarla tal y como la sentimos y no confundirnos a nosotros mismos con un
discurso abstracto sobre ello, utilizando palabras que nos conduzcan a
inventar concepciones secundarias en orden a neutralizar sus sugestiones y a
hacer nuestra experiencia actual de nuevo racionalmente posible. Lo que
sencillamente siento cuando un momento posterior de mi experiencia sucede
a uno anterior es que son dos momentos distintos, la transición de uno a otro
es continua. Continuidad aquí es una clase definitiva de experiencia, igual de
definitiva que lo es la experiencia discontinua, que encuentro imposible de
evitar cuando busco llevar a cabo la transición de una experiencia mía a una
vuestra. En este último caso tengo que poner y quitar de nuevo, para pasar
de una cosa vivida a otra cosa sólo concebida, y la ruptura es positivamente
experimentada y advertida. A pesar de que las funciones empleadas por mi
experiencia y por la vuestra puedan ser las mismas (e.g., los mismos objetos
conocidos y los mismos propósitos perseguidos), enseguida la identidad tiene
que ser en este caso descubierta de forma expresa (y a menudo con dificultad
e incertidumbre), después de que la oportunidad ha sido sentida;
considerando que al pasar de uno de mis momentos a otro la igualdad del
objeto y el interés están intactos, y que tanto la primera como la última
experiencia son cosas directamente vividas.
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No existe ninguna otra naturaleza, ninguna otra cualidad (whatness)
que esta ausencia de ruptura y este sentido de continuidad en la más íntima
de todas las relaciones conjuntivas, el pasar de una experiencia a otra cuando
ambas pertenecen al mismo yo. Y esta cualidad (whatness) es el“contenido”
empírico real tal y como la cualidad (whatness) de separación y
discontinuidad es contenido real en el caso contrastado. Experimentar el
continuum personal de este modo de vida es conocer en la práctica los
orígenes de las ideas de continuidad y de identidad, conocer lo que las
palabras representan concretamente, reconocer todo lo que puedan
significar. Pero todas las experiencias tienen sus condiciones, y los intelectos
más agudos, pensando sobre estos hechos, y preguntándose cómo son
posibles, han terminado sustituyendo muchos objetos estáticos conceptuales
por las experiencias perceptuales directas. La “identidad”, han dicho, “debe
ser una identidad numérica completa, no puede continuar de una a otra. La
continuidad no puede significar la mera ausencia de vacío, porque si decís
que dos cosas están en contacto inmediato, ¿cómo pueden ser dos en
contacto? Si, por otra parte, establecéis una relación de transición entre ellas,
esto en sí mismo es una tercera cosa, y necesita ser relacionada o asociada
con sus términos. Está involucrada una serie infinita, y así sucesivamente”. El
resultado es que de dificultad en dificultad, la experiencia conjuntiva
completa ha sido desacreditada por ambas escuelas, los empiristas dejando
cosas permanentemente en disyunción y los racionalistas remediando la
desconexión mediante sus absolutos o sustancias, o mediante cualquier otros
agentes ficticios de unión que puedan haber empleado. Podemos salvarnos
de todo lo artificial mediante un par de sencillas reflexiones; primero, esas
conjunciones y separaciones son, en todos los casos, fenómenos coordinados
que, si tomamos las experiencias en su valor nominal, deben ser considerados
igualmente reales; y segundo, que si insistimos en tratar las cosas como
realmente separadas cuando se dan continuamente asociadas, recurriendo,
cuando se requiere la unión, a principios trascendentales para vencer la
separación que hemos asumido, debemos estar preparados para llevar a cabo
el acto de conversión. Debemos invocar a altos principios de desunión
también, para hacer nuestras disyunciones, simplemente experimentadas,
más verdaderamente reales. De no ser posible, debemos dejar que las
continuidades originalmente dadas se mantengan firmes por su propio pie.
No tenemos derecho a mostrarnos desequilibrados o a soplar a capricho calor
y frío.
III. LA RELACIÓN COGNITIVA
La primera gran dificultad de la que tal experiencia radical sostenida nos
salvará es una concepción artificial de las relaciones entre el cognoscente y el
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conocido. A través de la historia de la filosofía el sujeto y su objeto han sido
tratados como entidades absolutamente discontinuas, y enseguida, la
presencia del objeto en el sujeto, o la "aprehensión" por aquel de éste, ha
asumido un carácter paradójico que para ser superado ha llevado a inventar
todo tipo de teorías. Las teorías más representativas establecieron una
"representación" mental, "imagen", o "contenido" en el vacío, como una
especie de intermediario. Las teorías del sentido común dejaron el vacío
intocable, declarando a nuestra mente capaz de salvarlo mediante un salto
auto‐trascendente. Las teorías trascendentalistas consideraron imposible de
atravesar por cognoscentes finitos, y presentaron un absoluto para
representar el acto de saltar. En todos estos casos, en el mismo seno de la
experiencia finita, cada conjunción requerida para hacer inteligible la relación
es dada en plenitud. Cualquiera de los dos, el cognoscente y lo conocido, son:
I. la misma parte de experiencia tomada dos veces en diferentes contextos; o son
II. dos partes de la experiencia real pertenecientes al mismo sujeto, con huellas determinadas
de la experiencia conjunta transicional entre ellos; o
III. lo conocido es una experiencia posible de cualquier sujeto, al que las mencionadas
transiciones conjuntivas conducirían, si se prolongasen lo suficiente.
Discutir todas las maneras en las que una experiencia puede funcionar
como conocedora de otra, sería incompatible con los límites de este ensayo 3.
He hablado sobre el tipo 1, el tipo de conocimiento llamado percepción, en
un artículo publicado en Journal of Philosophy del 1 de septiembre (1904),
titulado “¿Existe la ‘conciencia’?” Este es el tipo de caso en el que la mente
disfruta de una “relación” directa con un objeto presente. En los otros tipos la
mente tiene “conocimiento‐sobre” un objeto no inmediatamente presente.
Sobre el tipo 2, la forma más simple de conocimiento conceptual, he hecho
alguna consideración en dos artículos, publicados respectivamente en Mind,
vol. X, p. 27, 1885, y en la Psychological Revue, vol. II, p‐ 105, 1895 4. El tipo 3
siempre puede, de manera formal e hipotética, ser reducido al tipo 2, de
manera que una breve descripción de ese tipo pondrá ahora al lector
suficientemente al tanto, y le hará ver lo que pueden ser los significados
actuales de la misteriosa relación cognitiva.
Suponed que estoy aquí sentado en mi biblioteca de Cambridge, a diez
minutos andando del "Memorial Hall" y pensando realmente en este objeto.
Mi mente tendría antes que nada el nombre, o una imagen clara, o una
imagen borrosa del hall, pero tal diferencia intrínseca en la imagen no supone
una diferencia en su función cognitiva. Cierto fenómeno extrínseco, ciertas
experiencias especiales de conjunción, son lo que otorgan a la imagen sea lo
que sea, su función cognitiva.
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Por ejemplo, si me preguntáis a qué hall me refiero con mi imagen, y no
puedo deciros nada, o si soy incapaz de señalar o de guiaros hacia el Harvard
Delta, o si, siendo conducido por vosotros, no estoy seguro sobre si el Hall
que veo es o no es el que tengo en mente, negaríais de forma correcta que,
de ninguna manera, he "significado" ese hall particular, incluso si mi imagen
mental se hubiera parecido en algún grado. La semejanza contaría en ese
caso simplemente como coincidente, para toda clase de cosas semejantes en
este mundo, sin que por esta razón se tomen para adquirir conocimiento la
una de la otra.
Por otra parte, si puedo conduciros hasta el hall, y hablaros de su
historia y usos actuales, si en su presencia siento mi idea, por imperfecta que
pueda haber sido, conducida hasta este punto y estando así terminada; si los
asociados a la imagen y al hall experimentado corren paralelos, de manera
que cada término del contexto corresponde de forma serial, a medida que
avanzo, con un término de respuesta del otro, por qué entonces mi alma era
profética, y mi idea debe ser, y por sentido común será, llamada
conocimiento de la realidad. Este percepto era lo que quería significar cuando
he afirmado que para penetrar en ello, mi idea ha pasado por experiencias
conjuntivas de identidad e intención realizada. En ningún caso hay sorpresa,
sino que cada momento continúa y corrobora uno anterior.
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sustantiva como otra cualquiera, sin auto‐trascendentalidad sobre ella, y
ningún misterio salva el misterio de tomar parte en la existencia y ser
gradualmente continuado por otros fragmentos de experiencia sustantiva con
experiencias conjuntivamente transicionales en medio. Esto es lo que
queremos decir aquí con la existencia del objeto "en la mente". No tenemos
una concepción positiva sobre una forma más real y profunda de esa
existencia en la mente y tampoco tenemos derecho a desacreditar nuestra
experiencia actual hablando de tal forma.
Se que más de un lector se rebelará ante esto. "Meros intermediarios",
dirá, "aunque sean sentimientos de satisfacción creciente continua, sólo
separando el cognoscente de lo conocido, considerando que lo que tenemos
en el conocimiento es una especie de tacto inmediato de uno a otro, una
"aprehensión" en el sentido etimológico de la palabra, un salto del abismo
como un relámpago, un acto mediante el que dos términos se convierten en
uno por encima de su distinción. Todos vuestros intermediarios muertos
están fuera del alcance unos de otros y fuera aún de su término".
Pero ¿no nos recuerdan estas dificultades dialécticas al perro arrojando
su hueso e intentando morder su imagen en el agua? Si conociéramos
cualquier otro tipo de unión aliunde más real, podríamos estar en derecho de
considerar todas nuestras uniones empíricas como falsas. Sin embargo, tanto
en este asunto del conocimiento‐sobre que termina en una relación, como en
la identidad personal, en la predicación lógica a través de la cópula "es", o en
cualquier otro asunto, las uniones mediante transiciones continuas son las
únicas que conocemos. Si en cualquier otro sitio hubiera más uniones
absolutas, solo se nos revelarían a sí mismas mediante tales resultados
conjuntivos. Esto es para lo que valen las uniones, esto es todo lo que casi
siempre podemos significar por unión, por continuidad. ¿No es el momento
de repetir lo que Lotze decía sobre las sustancias, que actuar como una es ser
una? ¿No deberíamos decir aquí, que ser experimentado como continuo es
ser verdaderamente continuo, en un mundo en el que experiencia y realidad
vienen a ser la misma cosa? En una galería de pintura una percha pintada
serviría para colgar una cadena pintada, un cable pintado sostendría un barco
pintado. En un mundo en el que tanto los términos como sus distinciones son
asuntos de la experiencia, las conjunciones que se experimentan deben ser al
menos tan reales como cualquier otra cosa. Serán conjunciones
"absolutamente" reales, si no tenemos preparado ningún absoluto trans‐
fenoménico, mediante el que desrealizar el conjunto del mundo
experimentado de un solo golpe. Si, por otra parte, tenemos un absoluto
como éste, ninguna de las teorías de conocimiento de nuestros oponentes
puede permanecer en pié mejor de lo que lo pueden hacer las nuestras; tanto
por las distinciones como por las conjunciones de la experiencia, podrían
alcanzar imparcialmente su presa. Toda cuestión acerca de cómo "una" cosa
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puede conocer "otra" dejaría de ser real por completo en un mundo en el que
lo otro en sí mismo fuera una ilusión5.
En cuanto al tema de los factores esenciales de la relación cognitiva
donde el conocimiento es de carácter conceptual, o forma de conocimiento
"sobre" un objeto consiste en experiencias intermediarias (posibles, si no
reales) de un progreso en continuo desarrollo, que se realiza finalmente,
cuando el percepto sensible, que es el objeto, es alcanzado. El precepto aquí
no sólo verifica el concepto, sino que también prueba su función de
conocimiento de ese percepto como verdad, pero no que la existencia del
percepto como término de una cadena de intermediarios cree su función.
Como quiera que termine, esa cadena era, debido a que ahora se prueba a sí
misma ser, lo que el concepto "tenía en mente".
La importancia más destacada para la vida humana de este tipo de
conocimiento reside en el hecho de que una experiencia que conoce a otra
puede figurar como su representativa, no en ningún casi‐ridículo sentido
"epistemológico", sino en el definitivo sentido práctico de ser su sustituto en
diversas operaciones, en ocasiones físicas y en ocasiones mentales, que nos
conducen a sus asociados y a sus resultados. Mediante la experimentación de
nuestras ideas de realidad, podemos salvarnos del problema de
experimentación de las experiencias reales que a menudo significan. Las ideas
forman sistemas relacionados, que corresponden punto por punto con los
sistemas que las realidades forman, y dejando que un término ideal traiga a la
memoria a sus asociados de forma sistemática, podemos ser conducidos a un
final al que el término real correspondiente conduciría en el caso de que
hubiéramos operado en el mundo real. Esto nos lleva a la cuestión general de
la sustitución, y a algunas consideraciones sobre ese sujeto. Consideraciones
que parecen ser la siguiente cuestión en orden.
IV. SUSTITUCIÓN
En el brillante libro de Taine Inteligencia, la sustitución fue considerada
por primera vez como una función lógica cardinal, aunque evidentemente los
hechos siempre han sido suficientemente familiares. ¿Qué es, exactamente,
en un sistema de experiencias, lo que hace la "sustitución" de un significado
de éstos por otro?
Según mi punto de vista, la experiencia en conjunto es un proceso en el
tiempo, por lo que innumerables términos particulares se deslizan y son
suplantados por otros que les siguen mediante transiciones que, tanto si son
disyuntivas como conjuntivas en contenido, son en sí mismas experiencias, y
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en general deben ser consideradas al menos, tan reales como los términos
que relacionan. Lo que la naturaleza del acontecimiento llamado
"suplantación" significa, depende en conjunto del tipo de transición que
prevalece. Algunas experiencias simplemente abolen a sus predecesoras sin
continuarlas en ningún sentido. Otras parecen incrementar o agrandar su
significado, llevar a cabo su propósito, o acercarnos más a su objetivo. Las
"representan", y pueden realizar su función mejor de lo que la realizan por sí
mismas. Pero "realizar una función" en un mundo de pura experiencia puede
ser concebido y definido de una única forma. En un mundo como ese las
transiciones y las llegadas (o terminaciones) son los únicos acontecimientos
que suceden, a pesar de que suceden por diversos caminos. La única función
que una experiencia puede representar es la de conducir a otra experiencia; y
la única realización de la que podemos hablar es la de alcanzar un cierto final
experimentado. Cuando una experiencia conduce (o puede conducir) al
mismo final que otra, coinciden en su función. Pero el sistema completo de
experiencias, en la medida en que éstas son dadas de forma inmediata, se
presenta a sí mismo como un casi‐caos a través del cual uno puede recibir un
término inicial en diferentes direcciones y finalizar aún en el mismo término,
moviéndose de uno al siguiente mediante un gran número de caminos
posibles.
Cualquiera de estos caminos podría ser un sustituto funcional para otro,
y seguir uno mejor que otro podría ser en ocasiones, algo ventajoso. De
hecho, y de forma general, los caminos que ensayan experiencias
conceptuales, esto es, a través de "pensamientos" o "ideas" que "conocen"
las cosas en las que terminan, son caminos altamente ventajosos para seguir.
No solamente producen transiciones de forma inconcebiblemente rápida;
sino que, perteneciendo al carácter6 "universal" que frecuentemente poseen,
y a su capacidad de asociación con otro en grandes sistemas, se adelantan a
las tardías consecuciones de las propias cosas, y nos mueven hacia nuestro
último término de una manera mucho menos trabajosa de lo que nunca
podría el seguimiento de las líneas de la percepción sensible. Son maravillosas
las nuevas incisiones y los corto‐circuitos llevados a cabo por los caminos del
pensamiento. La mayoría de estos caminos, es cierto, no son sustitutos para
nada real; en general acaban fuera del mundo real, en díscolas fantasías,
utopías, ficciones o errores. Pero allí donde vuelven a entrar en la realidad y
terminan en ella, siempre los sustituimos; y con estos sustitutos pasamos
gran parte de nuestro tiempo7.
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empírica de las transiciones conjuntivas son denkmittel que nos conducirán
de forma segura a través del pasado.
V. LO QUE LA REFERENCIA OBJETIVA ES
La clave de esta dificultad reside en la distinción entre conocimiento
como verificado y completado, y el mismo conocimiento como en su tránsito
y en su camino. Si recurrimos de nuevo al ejemplo utilizado anteriormente del
Memorial Hall, sólo cuando nuestra idea del Hall ha terminado realmente en
lo percibido sabemos "seguro" que desde el principio era verdaderamente
cognitiva de eso. Hasta establecer mediante el final del proceso, su cualidad
de conocer eso, o al menos de conocer algo, todavía podría ser dudada; y el
conocimiento aún estaría realmente ahí, tal y como muestra ahora el
resultado. Eramos conocedores virtuales del Hall mucho antes de que
hubiéramos certificado haber sido sus cognoscentes reales, mediante el
poder de validación retroactiva del percepto. Es por esto que siempre somos
"mortales", por razón de la virtualidad del acontecimiento inevitable que nos
hará así cuando haya llegado.
Ahora, la inmensa y la mayor parte de todo nuestro conocimiento
nunca llega más allá de este estadio virtual. Nunca está completo o fijado.
Hablo no solamente de nuestras ideas de imperceptibles como etéreas
ondulaciones o "iones" disociados, o de "efectos" como los contenidos de la
mente de nuestros vecinos. Hablo también de ideas que podríamos verificar
si nos tomásemos la molestia, pero que sostenemos como verdad a pesar de
estar perceptualmente inacabadas, porque nada nos dice que "no", y no hay
a la vista una verdad que lo contradiga. Continuar pensando de forma
incontestada es, el noventa y nueve por cien de las veces, nuestro sustituto
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práctico para conocer en un sentido completo. Como cada experiencia pasa a
la siguiente mediante la transición cognitiva, y en ninguna parte sentimos un
choque con lo que en otro lugar cuenta como verdad o hecho, nos
comprometemos con el presente como si el puerto fuera seguro. Vivimos, de
esta forma, al borde de la cresta de una ola que avanza, y nuestro sentido de
una dirección determinada hacia la que avanzar es todo lo que abarcamos del
futuro de nuestro camino. Es como si un cociente diferencial debiera ser
consciente y tratado en sí como un sustituto adecuado para una curva ya
realizada. Nuestra experiencia, inter alia, está compuesta de variaciones de
ritmo y de dirección, y vive en esas transiciones antes que en el final de un
viaje. Las experiencias de tendencia son suficiente para actuar –¿qué más
podríamos haber hecho en esos momentos incluso si la última verificación
llega completa?
Esto es lo que como empirista radical, digo en contra de la referencia
objetiva, que es una característica evidente de nuestra experiencia, conlleva
un abismo y un salto mortal. Una transición positivamente conjuntiva ni
conlleva un abismo ni un salto. Siendo el simple origen de lo que queremos
decir por continuidad, hace un continuum allí donde aparece. Sé
perfectamente que palabras tan breves como éstas dejarán impertérritos a
los trascendentalistas empedernidos. Las experiencias conjuntivas separan
sus términos, podríamos decir todavía; hay interpuestos terceros asuntos,
que en sí mismos tienen que ser conjugados mediante nuevos lazos, e
invocarlos hace nuestro problema infinitamente peor. "Sentir" nuestro
movimiento hacia delante es imposible. Movimiento implica término; ¿y
cómo ser sentido antes de que hayamos llegado? El comienzo más simple y la
salida más airada, la tendencia a dejar el instante más simple, conlleva el
abismo y el salto. Las transiciones conjuntivas son las más superficiales de las
apariencias, ilusiones de nuestra sensibilidad que la reflexión filosófica
pulveriza con sólo tocarlas. El concepto es nuestro único instrumento de
confianza, el concepto y el absoluto trabajando codo con codo. El concepto
desintegra la experiencia por completo, pero sus disyunciones son fácilmente
retomadas de nuevo cuando el absoluto se hace cargo de la tarea.
La referencia objetiva, entonces, es un incidente de hecho más que de
una cuestión de nuestra experiencia que viene a ser como una insuficiencia y
consiste en proceso y transición. Nuestros ámbitos de experiencia no tienen
límites más definidos de lo que lo tienen nuestros ámbitos de visión. Ambos
están rodeados siempre por un más que se desarrolla de forma continua, y
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que los desbanca continuamente a medida que la vida avanza. Las relaciones,
hablando de forma general, son tan reales aquí como lo son los términos, y la
única queja de los trascendentalistas con la que podría simpatizar sería su
acusación de que, mediante el primer conocimiento realizado consistente en
relaciones externas tal y como le he hecho, y confesando entonces que en
nueve de diez ocasiones éstas son no reales sino virtuales, he golpeado en el
fondo de todo el asunto, y he encajado un sustituto del conocimiento para la
cosa genuina. Sólo la admisión, podría hacerse una crítica así, de que nuestras
ideas son auto‐trascendentales y ya "verdad", antes que las experiencias, que
están para terminarlas, puede devolver la solidez al conocimiento en un
mundo como éste, en el que transiciones y terminaciones son realizadas sólo
excepcionalmente.
Este me parece un lugar excelente para recurrir al método pragmático
¿Qué es lo que afirmaría existir la auto‐trascendencia antes que toda
mediación o terminación experimental, sea conocida‐como? ¿Qué es lo que
resultaría para nosotros de forma práctica, si fuera verdad?
Sólo podría tener como resultado el cambio de nuestra orientación, de
nuestras expectativas y tendencias prácticas, hacia el camino correcto; y el
camino correcto aquí, en la medida en que nosotros y el objeto no estamos
aún cara a cara (o nunca podemos estar cara a cara, como en el caso de los
expulsados), sería el camino que nos conduzca lo más cerca posible del
objeto. Ahí donde falta una relación directa, el "conocimiento‐sobre" es lo
siguiente mejor, una relación con la que realmente gira en torno al objeto, y
se encuentra lo más cercanamente relacionada con él, introduce tal
conocimiento en nuestro entendimiento. Etéreas ondulaciones y furia, por
ejemplo, son cosas en las que mis pensamientos nunca terminarán
perceptualmente, pero mis conceptos de ellos me conducirán a su verdadero
límite, a las franjas cromáticas y a las palabras y a los hechos nocivos que son
sus verdaderos efectos.
Incluso si nuestras ideas poseyeran en sí mismas la postulada auto‐
trascendencia, seguiría siendo cierto que el hecho de introducirnos en la
posesión de tales efectos sería el único valor nominal de la auto‐
trascendencia. Y no es necesario decir que este valor, es verbatim et
liberatim, lo que abona la cuenta de nuestros empiristas. Por lo tanto, en los
principios del pragmatismo, una disputa sobre la auto‐trascendencia es una
pura logomaquia. Que llamemos a nuestros conceptos de cosas eyectivas
auto‐trascendentes o lo contrario, da lo mismo, en la mediada en que no
diferimos sobre la naturaleza de los frutos de tan exaltada virtud –frutos para
nosotros, evidentemente, humanísticos.
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Si por otras razones fuera probada la existencia de un absoluto, podría
perfectamente parecer que su conocimiento está terminado en innumerables
casos en los que los nuestros estarían aún incompletos. Esto, en cualquier
caso, sería un hecho indiferente a nuestro conocimiento que no crecería ni
mejor ni peor, tanto si reconocemos tal absoluto como si lo omitimos.
Por tanto, la noción de un conocimiento aún in transitu y en camino, se
asocia aquí con la noción de una "pura experiencia" que yo trataba de
explicar en un reciente artículo titulado "¿Existe la ‘conciencia’?" El ámbito
inmediato del presente es siempre la experiencia en estado "puro", la
realidad evidente no calificada, un simple eso, hasta ahora indiferenciado
entre cosa y pensamiento, y sólo virtualmente clasificable como hecho
objetivo o como la opinión de alguien sobre el hecho. Esto es más cierto
cuando el ámbito es conceptual que cuando es perceptual. El "Memorial Hall"
está "ahí" en mi idea tanto como cuando me sitúo ante él. Procedo a actuar
en su nombre en cualquiera de los casos. Sólo en la última experiencia que
suplanta a la presente es esa proximidad naïf escindida retrospectivamente
en dos partes, una "conciencia" y su "contenido", y el contenido corregido o
confirmado. Mientras sea todavía pura o presente, cualquier experiencia –la
mía, por ejemplo, sobre lo que escribo en estas mismas líneas– pasa por
"cierta". El mañana puede reducirla a "opinión". El trascendentalista, en
todos sus conocimientos particulares, es tan responsable como yo de esta
reducción: su absoluto no lo salva. ¿Por qué necesita entonces discutir con
una consideración del conocimiento que insiste en dar nombre a ese efecto?
¿Por qué no tratar el funcionamiento de esta idea de uno a otro como la
esencia de su auto‐trascendencia? ¿Por qué insistir en que el conocimiento es
una relación estática, fuera del tiempo, cuando de forma práctica parece
mucho más una función de nuestra vida activa? Para que una cosa sea válida,
dice Lotze, es lo mismo hacerla válida. Cuando el universo entero parece
hacerse a sí mismo válido y estar incompleto todavía (¿por qué sus incesantes
cambios?) ¿por qué de entre todas las cosas, el conocimiento debería estar
exento? El filósofo empirista, como cualquier otro, siempre puede esperar
que algunas partes de este conocimiento puedan ser válidas ya, o verificadas
más allá de discusión.
VI. LA CONTERMINIDAD DE MENTES DISTINTAS
Con transición y perspectiva entronizadas de esta forma en la pura
experiencia, es imposible suscribirse al idealismo de la escuela inglesa. El
empirismo radical no tiene, de hecho, más afinidades con el realismo
naturalista que con las visiones de Berckley o de Mill, y esto puede ser
mostrado fácilmente.
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Para la escuela berckleyana, las ideas (el equivalente verbal de lo que
ha llamado experiencias) son discontinuas. El contenido de cada una es
completamente inmanente, y no hay transiciones con las que sean
consubstanciales y a través de las cuales los seres puedan unirse. Vuestro
Memorial Hall y el mío, incluso cuando ambos son percibidos, están
completamente desconectados uno del otro. Nuestras vidas son una suma de
solipsismos, al margen de que en estricta lógica sólo un Dios podría componer
un universo, incluso de discurso. Ninguna corriente dinámica discurre entre
mis objetos y vuestros objetos. Nuestras mentes nunca pueden coincidir en la
misma.
La incredibilidad de una filosofía como ésta es flagrante. Es "forzado y
antinatural" en sumo grado, y podría dudarse incluso si el propio Berckley,
que todo lo tomaba tan religiosamente, verdaderamente creía, cuando
paseaba por las calles de Londres, en que su espíritu y los espíritus de sus
conciudadanos paseantes tenían en mente ciudades absolutamente distintas.
Para mí, la razón decisiva en favor de la idea de que nuestras mentes se
encuentran en algunos objetos comunes es, que salvo que haga esa
suposición, no tengo ningún motivo para asumir que vuestra mente existe.
¿Por qué postulo la existencia de vuestra mente? Porque veo vuestro cuerpo
actuando en un cierto sentido. Sus gestos, sus movimientos faciales, sus
palabras y su conducta en general son "expresivos", por lo que considero que
actúan como lo hace mi conducta, mediante una vida interior como la mía.
Este argumento de la analogía es mi razón, de si una creencia instintiva surge
antes que éste o no. Pero ¿qué es aquí "vuestro cuerpo" sino un percepto de
mi entorno? Es sólo animando ese objeto, mi objeto, como yo tengo la
oportunidad de pensar en vosotros. Si el cuerpo que impulsáis no es el mismo
cuerpo que veo ahí, sino algún duplicado de vuestro propio cuerpo con el que
nada tiene que ver, vosotros y yo pertenecemos a universos distintos, y
hablar de vosotros es absurdo para mí. Incluso así, miríadas de universos
como éste pueden coexistir, permaneciendo irrelevantes los unos para los
otros. Mi interés tiene que ver únicamente con el universo al que mi propia
vida está conectada.
Pero este percepto se sostiene junto a todos nuestros otros preceptos
físicos. Forman una misma materia con él, y si fuera nuestra posesión común,
debería ser por tanto lo mismo. Por ejemplo, vuestra mano sostiene un
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extremo de una cuerda y mi mano sostiene el otro extremo. Tiramos uno
contra otro. ¿Pueden nuestras dos manos ser objetos comunes en esta
experiencia y no ser la cuerda igualmente común? Lo que es cierto sobre la
cuerda es cierto sobre otro percepto. Vuestros objetos son una y otra vez lo
mismo que los míos. Si os pregunto dónde está un objeto vuestro, nuestro
viejo Memorial Hall, por ejemplo, vosotros señaláis hacia mi Memorial Hall
con vuestra mano, que yo veo. Si alteráis un objeto en vuestro mundo, sacáis
una vela, por ejemplo, cuando yo estoy presente, mi vela desaparece ipso
facto. Sólo mediante la alteración de un objeto es como yo supongo que
vosotros existís. Si vuestros objetos no se unen a mis objetos, si no son
idénticos en lo que los míos lo son, deben ser probados como existentes
positivamente en algún otro lugar. Sin embargo, ningún otro lugar puede
serles asignado, por lo que su sitio debe ser el que parece ser, el mismo8 .
Prácticamente, entonces, nuestras mentes se encuentran en un mundo
de objetos que comparten, que estarían aún allí, si una o varias de nuestras
mentes fuera destruida. No puedo ver objeción formal alguna para que esta
suposición no sea literalmente cierta. En los principios que estoy
defendiendo, una "mente" o "conciencia personal" es el nombre para una
serie de experiencias que corren juntas mediante ciertas transiciones
definidas, y una realidad objetiva es una serie de experiencias similares tejida
mediante diferentes transiciones. Si una y la misma experiencia puede figurar
dos veces, una vez en lo mental y otra en un contexto físico (como he tratado
en mi artículo sobre "Conciencia", para mostrar que puede), uno no ve por
qué no podría figurar una tercera vez, o cuatro veces, o cualquier número de
veces, contrayendo igual número de contextos mentales diferentes, y en el
mismo sentido, situándose en su intersección, pueda ser continuada en líneas
muy distintas. Aboliendo cualquier número de contextos no se destruiría la
experiencia en sí misma o el resto de sus contextos, no más que aboliendo
algunas de las continuaciones lineales de la cuestión se destruirían las otras, o
destruirían la propia cuestión.
Conozco bien la sutil dialéctica que insiste en que un término tomado
en otra relación debe necesitar ser un término intrínsecamente diferente. El
asunto sigue siendo la vieja cuestión griega sobre que el mismo hombre no
puede ser alto en relación con un vecino, y bajo en relación con otro, porque
esto le haría alto y bajo al mismo tiempo. No puedo detenerme a refutar esta
dialéctica en este ensayo, por lo que lo paso por alto, dejando este flanco
abierto. Sin embargo, si mi lector sólo permitiera que el mismo "ahora"
terminase su pasado y comenzase su futuro, o que cuando compra un acre de
tierra de su vecino, sea el mismo acre que sucesivamente figura en los dos
estados, o que cuando le pago un dólar, el mismo dólar vaya a su bolsillo que
salga del mío, tendrá que permitir también en consecuencia que el mismo
objeto pueda de forma concebible, actuar como relacionado con el resto de
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cualquier número de otro tipo de mentes completamente distintas. Esto es
suficiente para mi cuestión actual, la noción de sentido común de mentes
compartiendo el mismo objeto no ofrece una lógica especial o dificultades
epistemológicas propias, se sostiene o no con la posibilidad general de que
las cosas sean en relación conjuntiva con otras cosas.
En principio entonces, dejemos que el realismo natural pase por
posible. Vuestra mente y la mía pueden terminar en el mismo percepto, no
meramente en contra de él, como si fuera una tercera cosa externa, sino
insertándolas en él y uniéndose con él, tal es el tipo de unión conjuntiva que
parece experimentarse cuando un término perceptual "realiza". Incluso así,
dos cuerdas pueden abrazar el mismo montón, y no tienen por qué tocar
ninguno de los dos la parte del otro, excepto ese montón, al que la otra
cuerda está sujeta.
No se trata por lo tanto de una cuestión formal, sino únicamente de
una cuestión de hecho empírica, en la que cuando se dice que vosotros y yo
conocemos el mismo "Memorial Hall", nuestras mentes terminan en o dentro
de mi percepto numéricamente idéntico. Obviamente, en realidad, no lo
hacen. A parte del daltonismo y posibilidades así, vemos el Hall con
perspectivas diferentes. Podéis estar en un lado de éste y yo en el otro. El
precepto de cada uno de nosotros, en la medida en que ve la superficie del
Hall, es además sólo su término provisional. Lo siguiente más allá de mi
percepto no es vuestra mente, sino más perceptos propios en los que mi
primer percepto se desarrolla, por ejemplo, el interior del Hall o la estructura
interna de sus ladrillos y mortero. Si nuestras mentes fueran en sentido
literal, conterminales, nada podría ir más allá del percepto que lo que
tuvieran en común, sería una última barrera entre ellos –a menos que de
hecho, fluyeran sobre él y se convirtieran en "co‐conscientes" sobre una
parte aún más amplia de su contenido, lo que (aparte de la transferencia de
pensamiento) no parece ser el caso. De hecho, la última barrera común
siempre puede ser empujada, por ambas mentes, lejos de cualquier percepto
real, hasta que al fin se resuelva en la simple noción de imperceptibles como
átomos y demás, de manera que, allí donde terminamos en perceptos,
nuestro conocimiento está sólo completado de forma especiosa, siendo, en
sentido estrictamente teórico, sólo un conocimiento virtual de aquellos
objetos remotos que el concepto realiza.
Sí, ciertamente tienen un espacio en común. En los principios
pragmáticos, estamos obligados a predicar la monotonía allí donde no
podamos predicar ningún punto de diferencia asignable. Si dos cosas
nombradas tienen cada uno de ellos cualidad y función indiscernibles, y están
al mismo tiempo en el mismo lugar, deben ser anotadas bajo dos nombres
distintos, como numéricamente una. Sin embargo no existe ninguna prueba
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que se pueda descubrir, hasta donde yo sé, mediante la que pueda ser
mostrado que el lugar ocupado por vuestro percepto del Memorial Hall
difiere del lugar ocupado por el mío. Las propios perceptos pueden mostrarse
para diferir, pero si se pidiera a cada uno de nosotros que señalase dónde
está lo percibido, señalaríamos un punto idéntico. Todas las relaciones del
Hall, sean geométricas o causales, se originan y terminan en el punto en el
que nuestras manos se encuentran, y en el que cada uno comenzaría a
trabajar si quisiera hacer que el Hall cambie a los ojos del otro. Así sucede con
nuestros cuerpos. Vuestro cuerpo con el que os impulsáis y sentís, desde el
interior, debe ser en el mismo punto, como vuestro cuerpo que veo o toco
desde fuera. "Existen" para mí términos en los que pongo mi dedo. Si no
sentís que el contacto de mis dedos está "ahí", en mi sensación cuando lo
pongo en vuestro cuerpo, entonces ¿dónde lo sentís? Vuestros impulsos
internos, los de vuestro cuerpo, se encuentran con mi dedo ahí, es ahí donde
resistís sus empujes, o donde retrocedéis, o donde apartáis bruscamente el
dedo con vuestra mano. Sea cual sea el conocimiento más avanzado que
cualquiera de nosotros pueda adquirir de la constitución real del cuerpo que
así sentimos, vosotros desde dentro y yo desde fuera, es en el mismo lugar
que los constituyentes nuevamente concebidos, o percibidos tienen que ser
situados, y es a través de ese espacio que vuestros y mis contactos mentales
con cada uno tienen siempre que llevarse a cabo, mediante la mediación de
las impresiones que expresé en tercer lugar, y de las reacciones que, en
consecuencia, esas impresiones puedan provocar de vosotros.
En términos generales, entonces, sea cual sea el diferente contenido,
nuestras mentes pueden eventualmente llenar un lugar con él, el lugar en sí
es un contenido numéricamente idéntico de las dos mentes, una pieza de
propiedad común en la que, a través de la que, y sobre la que, ellos se juntan.
El receptáculo de ciertas de nuestras experiencias siendo así comunes, las
experiencias en sí podrán convertirse algún día en comunes también. Si este
día nunca llegase, nuestros pensamientos terminarían en una identidad
completamente empírica, existirá un final, en la medida en que esas
experiencias fueran, hacia nuestras discusiones sobre la verdad. Sin que
aparezcan puntos de diferencia, tendrían que contar como lo mismo.
VII. CONCLUSIÓN
Con esto tenemos ante nosotros el perfil de una filosofía de pura
experiencia. Al comienzo de mi ensayo, la denominé una filosofía mosaico. En
los mosaicos reales las piezas se sostienen mediante su soporte, para este
soporte pueden tomarse las sustancias, egos trascendentales o absolutos de
otras filosofías. En el empirismo radical no hay soporte, es como si las piezas
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se pegasen por sus bordes, tomando como cemento las transiciones
experimentadas entre ellas. Para la experiencia real en tal metáfora
evidentemente engañosa, las partes más sustantivas y más transitivas
tropiezan continuamente una con otra, en general no es necesario vencer
ninguna separación mediante un cemento externo, y cualquier separación
experimentada realmente no se supera, permanece y cuenta como
separación hasta el final. Sin embargo, la metáfora sirve para simbolizar el
hecho de que la experiencia en sí, entendida libremente, puede crecer por
sus bordes. Sostengo que, que un momento de ella prolifera en el siguiente
mediante transiciones, sean conjuntivas o disyuntivas, que continúan el tejido
experiencial, y que no pueden ser negadas. La vida está en las transiciones
tanto como en los términos conectados, a menudo, de hecho, parece estar
ahí con mayor énfasis, como si nuestros esfuerzos y salidas hacia delante
fueran la verdadera línea de batalla, como la delgada línea de la llama
avanzando a través del seco campo otoñal que el granjero procede a quemar.
En esta línea vivimos eventualmente tanto como retrospectivamente. Es "del"
pasado, puesto que llega expresamente como la continuación del pasado; es
"del" futuro en la medida en que como el futuro, cuando llega, lo habrá
continuado.
Estas relaciones de transición continua experimentada son lo que hace
nuestras experiencias cognitivas. En los casos más sencillos y más complejos
las experiencias son cognitivas unas de otras. Cuando una de ellas termina
una serie previa de éstas con un sentido de realización es, decimos, lo que
esas otras experiencias "tienen a la vista". El conocimiento, en tal caso, se
verifica, la verdad es "salada" (es conservada en sal).
En cualquier caso, vivimos mayormente en inversiones especulativas, o
solamente en nuestras perspectivas. Pero vivir en cosas in posse es tan bueno
como vivir en lo real, en la medida en que nuestra creencia permanece como
buena. Es evidente que para la mayor parte es bueno, y que el universo rara
vez censura nuestras versiones.
En este sentido podemos continuar en cada momento creyendo en la
existencia de un más allá. Sólo en casos especiales nuestra firme precipitación
es reprendida. En nuestra filosofía, el más allá debe ser evidentemente, de
naturaleza experiencial. Si no, una experiencia futura nuestra o una
experiencia presente de nuestro vecino, debe ser una cosa en sí, en el sentido
del término del Dr. Price y del Profesor Strong –esto es, debe ser una
experiencia para sí, cuya relación con otras cosas traduzcamos a la acción de
moléculas, etéreas ondulaciones, o cualquier otra cosa que los símbolos
9
físicos puedan ser –. Esto abre el capítulo de las relaciones del empirismo
radical con el panpsiquismo, en las que ahora no puedo entrar.
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El más allá puede existir en cualquier caso simultáneamente –para que
pueda ser experimentado como haber existido simultáneamente– con la
experiencia que de forma práctica lo postula, observando en su dirección, o
girando, o cambiando en la dirección de la que es el objetivo. Hasta que
llegue esa realidad de la unión, en virtud de la cual la "verdad", incluso ahora,
en la que la postulación consiste, el más allá y su cognoscente son entidades
separadas una de otra, y esto es por lo que decía anteriormente que la
unidad del mundo está, en conjunto, experimentando un aumento. El
universo crece continuamente en cantidad gracias a nuevas experiencias que
se insertan sobre la más vieja masa de experiencias, pero estas mismas
experiencias nuevas a menudo ayudan a la masa de experiencias a adquirir
una forma más consolidada.
Estas son las características principales de una filosofía de la pura
experiencia. Tiene otros innumerables aspectos y suscita innumerables
cuestiones, pero los puntos que he tratado parecen suficiente como puerta
de entrada. Bajo mi punto de vista una filosofía así armoniza mejor con un
pluralismo radical, con la novedad y el indeterminismo, el moralismo y el
teísmo, y con el "humanismo" surgido últimamente entre nosotros gracias a
las escuelas de Oxford y Chicago10 . Sin embargo, no puedo estar seguro de
que todas esas doctrinas sean sus necesarios e indispensables aliados.
Presentan tantos puntos de diferencia, tanto desde el sentido común como
desde el idealismo que ha hecho nuestro lenguaje filosófico, que es casi tan
difícil de establecer como lo es estudiarlo claramente, y si siempre crece en
un sistema respetable, deberá construirse mediante las contribuciones de
muchas mentes co‐operantes. Me parece, como dije al comienzo de este
ensayo, que en realidad muchas mentes se encuentran ahora girando en la
dirección que apunta hacia el empirismo radical. Si llegan más lejos por mis
palabras, y si entonces añaden sus voces, más fuertes, a mi débil voz, la
publicación de este ensayo habrá valido la pena.
Traducción de Oihana Robador (2004)
NOTAS
1. Teoría del "Mind‐dust" (o "Mind‐Stuff") según la cual la mente
individual procede de la combinación de partículas previas que han existido
siempre asociadas con átomos materiales. Esta teoría atribuida a W. K.
Clifford (1845‐1879) es llamada también "Teoría del tejido mental". (N. del T.)
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2. Los libros de psicología han descrito recientemente estos hechos con
una adecuación aproximada. Me refiero a los capítulos sobre "La corriente de
la conciencia" y sobre el Yo en mi obra Principios de psicología, así como en la
Metafísica de la experiencia de S. H. Hodgson, vol. I, Capts. VII y VIII.
3. En favor de la brevedad omito en su conjunto la mención al tipo
constituido mediante conocimiento de la verdad de proposiciones generales.
Este tipo ha sido dilucidado de forma meticulosa y, hasta donde puedo ver,
satisfactoriamente en la obra de Dewey Estudios sobre teoría lógica (Chicago,
1903). Tales proposiciones son reductibles a la forma S‐es‐P; y el "terminus"
que verifica y realiza es el SP en combinación. Evidentemente en las
experiencias mediadoras pueden estar involucrados preceptos, o en la
"satisfactoriedad" de P en su nueva posición.
4. Estos artículos y su doctrina, aparentemente inadvertidos por nadie
más, han obtenido últimamente comentarios favorables del Profesor Strong
en ese JOURNAL del 12 de mayo, 1904. El Dr. Dickinson S. Miller ha llegado
por su cuenta a las mismas conclusiones, que Strong consecuentemente
denomina teoría de la cognición de James‐Miller.
5. El Sr. Bradley, sin confesar conocer su absoluto aliunde, desrealiza sin
embargo la experiencia alegando que se encuentra infectada por la auto‐
contradicción. Sus argumentos parecen puramente verbales, pero este no es
lugar para discutir sobre este punto.
6. Sobre todo, lo que es necesario decir en este ensayo es que también
puede ser concebido como funcional, y definido en términos de transiciones,
o de posibilidad de tales transiciones.
7. Esta es la razón por la que he llamado a nuestras experiencias,
tomadas en su conjunto, un casi‐caos. Existe una discontinuidad mucho más
vasta en la suma total de las experiencias de lo que habitualmente
suponemos. El objetivo nuclear de la experiencia de cada hombre, su propio
cuerpo, es, es cierto, una continua percepción; e igualmente continua que lo
percibido (a pesar de que podemos no prestar atención a ello) es el entorno
material de ese cuerpo, cambiando mediante una transición gradual cuando
el cuerpo se mueve. Sin embargo las partes distantes del mundo físico están
siempre ausentes para nosotros, y forman simplemente, objetos
conceptuales, en la realidad perceptual en la que nuestra vida se inserta a sí
misma en modos discretos y relativamente raros. En torno a sus diversos
núcleos objetivos, en parte comunes y en parte discretos, del mundo físico
real, innumerables pensadores, persiguiendo sus diversas líneas de
meditación físicamente verdadera, trazan caminos que se intersectan
incongruentemente; y en torno a todos los núcleos de “realidad” compartida
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flota la vasta nube de experiencias que son completamente subjetivas, que
no son sustitucionales, que no encuentran siquiera un final eventual para sí
mismas en el mundo perceptual –las simples ensoñaciones y alegrías y
sufrimientos y deseos de las mentes individuales–. éstas existen una con otra,
de hecho, y con los núcleos objetivos, sin embargo, fuera de ellos es probable
que para toda eternidad no inter‐relacionada, siempre habrá un sistema del
tipo que sea.
8. La noción de que nuestros objetos están dentro de nuestras
respectivas cabezas no es defendible seriamente, por lo que la paso por alto.
10. He comentado algo sobre esta última alianza en un artículo titulado
"Humanismo y verdad" en Mind, octubre 1904.
Fin de "Un mundo de pura experiencia" (1904). Traducción castellana de
Oihana Robador. Fuente textual en F. Burkhardt, F. Bowers e I. Skrupskelis
(eds.), The Works of William James, Cambridge, MA, Harvard University Press,
1976, III, pp.21‐44.
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