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El derecho a mentir del procesado en el proceso penal

Supongamos que usted es acusado de cometer un crimen, durante la


investigación es citado por la Policía Nacional del Perú y en su declaración
usted señala que el día de los hechos se encontraba trabajando; sin
embargo, con un informe posterior de su empleador se demuestra que
usted ese día no se encontraba laborando conforme a su declaración, y el
Fiscal interpreta dicha mentira como un indicio de su culpabilidad –ya que
usted debió decir dónde realmente se encontraba– señalando que decir la
verdad, es un deber moral, y él mismo cree que debería ser uno legal. En
este ejemplo, que no es más que una realidad cotidiana, hace surgir dos
inquietudes básicas. Primero, ¿cómo debería interpretarse esta mentira? Y
segundo, ¿aquel que es acusado en un proceso penal tiene la obligación
de decir la verdad, aunque ésta le pueda perjudicar?

Ante la primera inquietud, claro es, que la mentira no debería (a mi parecer)


ser tomada como un indicio de responsabilidad (entendiendo al indicio
como “todo rastro, vestigio, huella, circunstancia y en general todo hecho
conocido o mejor dicho, debidamente comprobado, susceptible de
llevarnos por la vía de la inferencia, al conocimiento de otro hecho
desconocido”[1]), puesto que el indicio “tiene que ser señal inequívoca en
una relación que presuponga otro hecho”[2], y en este caso la mentira, no
hace inferir que la persona se encontraba per se en el lugar de los hechos,
uno miente por diversas razones (miedo, nerviosismo, etc.) no solo porque
uno haya cometido un delito.

Ahora respecto a la segunda pregunta, la misma guarda relación con tres


puntos fundamentales: El principio de presunción de inocencia (incluso
deberíamos relacionarlo con el derecho a no declarar contra sí mismo y no
declararse culpable, pero por cuestión de espacio esto será omitido), la
carga de la prueba del Ministerio Público y el derecho del acusado en un
proceso penal de mentir. Desarrollare brevemente cada una:

a) El principio de presunción de inocencia:


En el Sistema Internacional de Protección de los Derechos Humanos, el
derecho a la presunción de inocencia aparece considerado en el artículo
11.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el sentido
de que “Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma
su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en
juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías
necesarias para su defensa. (…)”. De igual modo, el citado derecho es
enfocado en el artículo 14.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y el artículo 8.2 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos. En relación con esta última, “(…) la Corte ha afirmado que en el
principio de presunción de inocencia subyace el propósito de las garantías
judiciales, al afirmar la idea de que una persona es inocente hasta que su
culpabilidad es demostrada”[3].

Este principio se encuentra también en el artículo 2, inciso 24 de la


Constitución, el cual expresa que “Toda persona es considerada inocente
mientras no se haya declarado judicialmente su responsabilidad”.
Básicamente, mediante el mismo afirma que “el imputado, a su vez, goza
de un estado de inocencia que no requiere ser construido, sino destruido,
por lo cual no tiene la carga de probar su inocencia… sin perjuicio de
ofrecer la prueba que estime favorable”[4].

b) El Ministerio Público y la carga de la prueba:

Es un principio que parte de una afirmación muy básica: “El que afirma un
hecho debe probarlo”. En el caso del proceso penal le corresponde al
Ministerio Público probar aquellos hechos que expresa; así lo ha
establecido el Nuevo Código Procesal Penal, en su Título Preliminar, al
señalar: “El Ministerio Público es titular del ejercicio público de la acción
penal en los delitos y tiene el deber de la carga de la prueba(…)”. Así, por
tanto él es único que tiene la obligación de probar los hechos, el imputado
no tiene tal obligación (más allá de que sea recomendable que ejercite su
derecho de defensa y contradiga los hechos), pero puede él mismo
quedarse en silencio durante toda la investigación e incluso mentir, si así
lo desea, ya que serán los Fiscales quienes mediante sus pruebas
acrediten que el imputado miente e inclusive el por qué de dicha acción.

c) El derecho a mentir del imputado en un proceso penal:

El Tribunal Constitucional ha emitido un pronunciamiento hace ya algunos


años, que podríamos relacionar con este derecho. Así, el mismo expresó:
“El derecho a no confesar la culpabilidad garantiza la incoercibilidad del
imputado o acusado. Sin embargo, dicho ámbito garantizado no es
incompatible con la libertad del procesado o acusado para declarar
voluntariamente, incluso autoincriminándose. Claro está, siempre que ello
provenga del ejercicio de su autonomía de la voluntad o, dicho en sentido
negativo, no sea consecuencia de la existencia de cualquier vestigio de
coacción estatal o de autoincriminaciones inducidas por el Estado por
medio del error, engaño o ardid. Un ejercicio de la libertad en ese sentido
está también garantizado por el deber de no mentir, sino más bien de
contribuir al cumplimiento de las normas legales”[5].

Dicho criterio (entiéndase, el supuesto “deber de no mentir”) disiente del


establecido por el Tribunal Constitucional Español (ése que no pocas
veces ha sido mencionado en sus fallos) él cual estableció “que el
imputado no tiene obligación de decir la verdad, sino que puede callar total
o parcialmente, o incluso mentir, en virtud de sus derechos a no declarar
contra sí mismo y a no confesarse culpable”[6].

Particularmente me encuentro de acuerdo con el criterio del Tribunal


Español, por una regla lógica: “no es cargo del inculpado probar que es
inocente y por eso puede callar si quiere y no colaborar con la
administración de justicia, puesto no se le puede pedir a una persona que
colabore en su propia condena”[7].

Así, “el denominado derecho a mentir derivado del derecho a la no


incriminación es defendible fundamentándose esta postura en el derecho
a la inviolabilidad de la personalidad, a la defensa y a la libertad (…). Puede
constituir una forma a través de la cual el imputado puede tratar de
exculparse o también de no declarar contra sí mismo; el único límite que
tendría el derecho a mentir vendría conformado por el interés de terceros,
ya que el imputado no puede –sobre la base del derecho a mentir– emitir
declaraciones autoexculpatorias calumniando a terceros (…). Por último,
el mentir es comprensible si se tiene en cuenta el desconocimiento del
derecho por parte del imputado, las limitaciones de su defensor o el drama
personal y subjetivo que enfrenta, así como por la presunta entidad de la
pena que le amenace”[8].

Por lo ya mencionado, diré que el imputado, sí tiene (o debería tener) el


derecho a mentir en el proceso penal, que el hecho de que él mismo mienta
no constituye indicio de responsabilidad y que éste derecho se encuentra
relacionado con el derecho a la presunción de inocencia, la
responsabilidad del Ministerio Público de desmoronar dicho principio a
través de la carga de la prueba y que el imputado al final, puede decir lo
que quiera en el proceso (sea esto verdad o no) y será sólo responsable si
con su declaración se afecta a terceros.
¿Un acusado tiene derecho a mentir?

En España, cuando el Art. 520.2 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal


enumera los derechos que asisten a toda persona que ha sido detenida y,
en especial, se le informa, de modo que le sea comprensible, y de forma
inmediata, de sus derechos a guardar silencio (no declarando si no quiere)
o a no contestar alguna de las preguntas que se le formulan, etc. la
legislación no establece la existencia de un hipotético derecho del acusado
a mentir para mejorar la posición de su defensa pero, en la práctica, tanto
la doctrina como la jurisprudencia sí que han reconocido su existencia,
aunque sin carácter absoluto, como veremos a continuación, y sin que
pueda considerarse, en ningún caso, como un derecho fundamental a
mentir.

El acusado, lógicamente, en defensa de su legítima pretensión puede optar


por no responder a las preguntas que se le formulen, negar los hechos que
se le imputen e incluso adoptar una postura simplemente pasiva; de hecho,
puede defenderse sosteniendo la versión que considere oportuna, la cual
puede ser cierta o no y si decide faltar a la verdad –a diferencia de lo que
ocurre con el deber que sí ostentan testigos y peritos– sus mentiras no
tendrán ninguna consecuencia perjudicial (…). Dicho de otra forma, si el
acusado miente, ello no puede acarrearle consecuencias perjudiciales en
otro proceso penal, pero sí que puede coadyuvar [ayudar] a formar la
convicción del Tribunal Penal siempre y cuando se hayan practicado otras
pruebas en el juicio que racionalmente valoradas puedan llevar a su
condena. Por tanto, si el acusado miente y no hay prueba de su
culpabilidad sustentada firmemente en otras pruebas, su falaz declaración
no puede sustentar su condena [SAP GC 2/2013, de 25 de febrero].

Junto a esta sentencia de la Audiencia Provincial de Las Palmas de Gran


Canaria, otra reciente resolución de su homóloga de Madrid [SAP M
7850/2013, de 9 de mayo] reafirma la idea de que el acusado, a diferencia
de los testigos, que, en otro caso podrían incurrir en un delito de falso
testimonio (total o parcial) no está obligado a decir la verdad, habiéndosele
reconocido, incluso, tanto en la doctrina (Gómez del Castillo, Asencio
Mellado y Vázquez Sotelo) como en la jurisprudencia (SSTC 290/1993, de 4
de octubre; 129/1996, de 9 de junio, y 153/1997, de 29 de septiembre) el
"derecho a mentir".
Citando esas mismas sentencias, la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional [STC 142/2009, de 15 de junio] mantiene ese criterio al
recordar que el imputado no tiene obligación de decir la verdad, sino que
puede callar total o parcialmente, o incluso mentir, en virtud de sus
derechos a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable (Art.
24.2 CE); pero nuestro tribunal de garantías constitucionales también
destaca unos límites: aunque el imputado no está sometido a la obligación
jurídica de decir la verdad en un proceso penal y, de hecho, perfectamente
puede mentir, esta posibilidad no significa, en absoluto, que el derecho de
defensa consagre un derecho fundamental a mentir que se pueda alegar
ante los tribunales para tratar de justificar que se ha vulnerado su derecho
a una tutela judicial efectiva; es decir, que a tenor de la jurisprudencia
puede afirmarse que un acusado tiene derecho a mentir abiertamente [STS
178/2013, de 29 de enero] pero con unos límites. Conviene recordar que en
el ordenamiento jurídico español, excepto la dignidad del ser humano,
ningún otro derecho es absoluto
Los matices del derecho a mentir
Me voy a referir solo a la legislación española; desconozco lo que a este respecto
ocurre en otros países más allá de aquello de la quinta enmienda y poco más.
Aquí en España, en la Ley de Enjuiciamiento Criminal se detallan los derechos
del investigado (antes llamado imputado), o simple detenido. La ley ampara al
detenido en uso de su derecho a la legítima defensa, a no responder a una o
varias preguntas que le sean formuladas. Evidentemente también puede optar
por negar los hechos o defenderse con cualquier argumento, por peregrino que
este sea. Si finalmente se demuestra su culpabilidad, será condenado por ello,
pero no se le acusará de perjurio por el hecho de haber mentido en sus
declaraciones, ni siquiera las realizadas en un juicio. Distinto es el caso del
testigo; si este miente y se demuestra que ha mentido o ha omitido información
por él conocida, sí que se le podrá condenar por perjurio.
Si lo analizamos, no desde la perspectiva jurídica, sino desde la simple lógica,
veremos que no es absurdo mantener este derecho a mentir. Si alguien (culpable
o no) tiene derecho a la defensa (otra cosa sería impensable hoy en día),
necesariamente, si no es inocente podrá argumentar cualquier cosa. Si no
existiese el derecho a mentir, cualquier condena debería llevar implícita otra
(salvo en los casos de confesión espontánea) porque todo acusado habrá
mentido en el juicio intentando no ser condenado. Por lo tanto, de alguna
manera, el derecho a mentir tiene que ser aceptado sin mayores represalias.

Hay una posibilidad que es la que genera más dudas, pero solo superficialmente.
Me refiero a un caso en el que se pueda demostrar que el investigado ha mentido
en el juicio pero, a la vez, no se han encontrado pruebas que puedan condenarlo
por el delito investigado. En un caso así se podría argumentar que se le podría
acusar, al menos, de perjurio. Pues no, eso no es posible, ni siquiera en ese caso
hipotético se le podría condenar por perjuro. Tampoco en el supuesto de que
confesara haber mentido en sus declaraciones.

Aunque es algo sabido y generalmente aceptado, también se sustenta gracias a


algunas sentencias. Por ejemplo la sentencia SAP M 7850/2013 de 9 de mayo
de la Audiencia Provincial de Madrid, en la que queda claro que el acusado (a
diferencia de los testigos), no está obligado a decir la verdad. Lo reconoce
también la jurisprudencia: (SSTC 290/1993, de 4 de octubre; 129/1996, de 9 de
junio, y 153/1997, de 29 de septiembre).

Sé de mucha gente que esto del derecho a mentir no le parece bien, pero si
queremos mantener un derecho a la defensa, ¿qué otra opción nos quedaría?
Yo sí que estoy totalmente de acuerdo en este derecho a mentir del investigado.
Inmerso en las primeras líneas de la página 40 me topé con una palabra que me
es familiar: “delito”. La persona a la cual el autor retrata, Enric Marco, conocido
por inventar una estancia en un campo de concentración nazi que le valió la
presidencia de la asociación Amical de Mauthausen, afirmaba que sus mentiras
no eran un delito. En un mismo sentido se pronuncia la hermana del autor en la
página 241. Entonces pensé en una reflexión recurrente en el libro, y es que todo
lo que rodea la mentira la matiza. Por ello hay momentos en que una mentira no
parece tan mala, y otros en que sí y hasta se convierte en un delito.

Dado que la novela realiza otras tantas consideraciones con una vertiente
jurídica por explicar, he pretendido complementarla con este artículo. Y para los
que no la han leído, dar una visión legal al respecto de la mentira, que adquiere
distintos matices en su regulación en el Código Penal.

La mentira en los tribunales

Volviendo a mi primer encuentro con una palabra propia de la jerga derechil,


hablemos de mentir a la autoridad judicial.

La gente piensa que un presunto delincuente puede mentirle al juez de turno sin
represalia alguna. Que es una garantía recogida expresamente en el artículo 24
CE, derecho fundamental a la tutela judicial efectiva.

Pero eso no es todo correcto a la luz de una interpretación literal del precepto,
que habilita a los imputados “a no declarar contra sí mismos, a no confesarse
culpables”. Esto implicaría que el atracador de un banco que disparó al pobre
banquero debería responder que no a la pregunta de si disparó al banquero, pero
no podría negar que alguien disparó al banquero. No al menos que la correlación
significara autoinculparse; por ejemplo porque estaban solos, pero si había más
personas en el lugar del crimen, no se debería descartar automáticamente la
posibilidad de que otro sujeto fuera quién le accionara el gatillo.

Pero la jurisprudencia ha optado por una interpretación extensiva. Dice la


reciente STS de 25 de abril de 2015 que “el derecho a no declararse culpable no
abarca un inexistente derecho fundamental a mentir (STC 142/2009 (…));
aunque, obviamente, (…) las mentiras del acusado vertidas en su declaración
son impunes.” Mentiras en sentido genérico. Pero no existe el derecho a mentir.
Entiendo.

Otro fallo de este mismo año (STS de 3 de marzo), en cambio, expone que “el
acusado, a diferencia del testigo, no sólo no tiene obligación de decir la verdad,
sino que puede callar total o parcialmente o incluso mentir (STC 129/1996; en
sentido similar STC 197/1995)”. En la diversidad está el gusto, supongo.

Avancemos un poco trasladando el papel de mentiroso a la víctima. En la página


42 se afirma que nadie pone en duda su autoridad y se genera una especie de
soborno moral. Innegable es que este fenómeno afecta sobre todo a la prensa,
y por consiguiente a la opinión pública, pero la mayoría de veces funciona de
forma atenuada en los tribunales. La STS de 20 de enero de 2015, que enjuicia
un caso de acoso sexual a una menor, recoge que “la denunciante habría faltado
a la verdad, pues manifestaciones demostradas inciertas, (…) denotan la
tendencia a mentir como algo habitual en su comportamiento. (…) Por todo, es
la conclusión, el testimonio de la supuesta víctima por toda prueba no presta
suficiente fundamento a la condena.” Testimonio que puede, además, llegar a
ser un delito: artículo 457, “el que, ante alguno de los funcionarios señalados en
el artículo anterior, simulare ser responsable o víctima de una infracción penal o
denunciare una inexistente, provocando actuaciones procesales, será
castigado”. O, para el caso que no medie simulación y sencillamente se realice
una denuncia falsa, el artículo 456.

He hecho antes uso de la locución adverbial “la mayoría de veces” porque en


algunos casos el desbocado impacto mediático y extrajudicial llega a romper la
barrera, pero al menos el 95% de los casos no adquieren dicha magnitud y
“verdaderamente” olvidamos mucho antes de lo que suele tardar la justicia
española.
Los padres de la desaparecida Madeleine McCann condenados como
mentirosos por el tribunal de la opinión pública.
Los padres de la desaparecida Madeleine McCann condenados como
mentirosos por el tribunal de la opinión pública.

Seguimos haciendo un buen salto en la novela, concretamente de 234 páginas.


Se enuncia ahora el chantaje del testigo, y la problemática que supone identificar
memoria con historia y viceversa. En lo segundo estoy muy de acuerdo con la
visión que da la novela y no me chirría que el modus operandi de un juez deba
parecerse al de un historiador (página 278), pero como es un tema que se aleja
del carácter que pretende este texto, me centraré en lo primero.

Sucede algo parecido a con la víctima, pero a menor escala. Porque puede haber
otros testigos que contradigan lo que uno afirma, porque puede existir algún tipo
de relación con una de las partes, o incluso por el riesgo inconsciente e
irresistible que supone ver un final dramático, asociar velozmente hechos y
afirmar haber visto lo que no se vio. Por ello, en sede judicial el falso testimonio
es un fenómeno tipificado de forma extensiva en el Capítulo VI del Título XX y
cuya responsabilidad delictual abarca al testigo en sí (458), al perito o experto
(459) y al que los presenta a sabiendas (461). La SAP Las Palmas de 3 de mayo
de 2011 condenaba a un testigo porque atribuyó expresiones amenazantes que
significaron una condena en juicio paralelo. Pero lo cierto es que, si la versión de
los hechos es corroborada por dos o más testigos, las posibilidades de que no
sea la que convence al juez son escasas.

También ahora es interesante hacer alusión a una frase comprendida entre las
páginas 329 y 330 por la cual un relato real es el que se ajusta lo más posibles
a los documentos y por tanto a los hechos. ¿Pero no es otro medio de prueba
que permite mentir? Sin duda alguna; la falsedad documental está al orden del
día. Que se lo digan a Marco. El Capítulo II del Título XVIII previene diferentes
tipos: de documentos públicos (390), de documentos privados (395), de
certificados (397) y de métodos de pago (399 bis). Pero a su vez el documento
acostumbra a ser un medio decisivo en sede judicial. A modo de ejemplo; la STS
de 1 de abril de 2014 declara la falsedad de documento mercantil, ya que se
usaron membretes y formularios de una empresa para concertar unos contratos
no autorizados por la entidad por cuya cuenta se fingía actuar, y reconstruye los
hechos delictivos conforme otras pruebas; mientras que la ratio decidendi en un
procedimiento monitorio ante el JPI Valladolid de 4 de diciembre de 2014 y
posterior apelación ante la AP Valladolid de 2 de junio de 2015 tiene su origen
en el contenido de una certificación bancaria. Una bonita paradoja que justifica
el anglicismo del método case-by-case.
En otras palabras, STS de 13 de marzo de 2013: “Que un testigo pueda mentir
no significa que haya de desecharse por principio la prueba testifical; que un
documento pueda ser alterado, tampoco descalifica a priori ese medio
probatorio. (…) Corresponde al Tribunal determinar si esa posibilidad debe
descartarse in casu y le merece fiabilidad, o no.”

Las mentiras fuera de los tribunales

En este breve subtítulo pretendo identificar aquellas falsedades que no se


realizan ante un juez pero pueden igualmente constituir una infracción legal.

En general, no se puede mentir a según quién para conseguir según qué. Más
allá de las paradigmáticas defraudaciones (estafa, administración desleal y
apropiación indebida) del Capítulo VI del Título XIII, a modo de lista no
exhaustiva: a quien se quiere coaccionar según el 172, a los agentes que
intervienen en el mercado para alterar sus precios (284) o falsificando
medicamentos (326 bis y ter), moneda (386) o efectos timbrados (389); a la
Hacienda Pública ni a la Seguridad Social según el Título XIV; a los trabajadores
conforme el Título XV; y a los servicios de asistencia o salvamento simulando un
peligro a tenor del 561. Aunque los que son “verdaderamente” cotidianos son los
delitos contra el honor.

El artículo 205 califica de calumnia imputar un falso hecho delictivo a otra


persona. Y el artículo 208 establece que la injuria es la “acción o expresión que
lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra
su propia estimación.”

¿Por estos preceptos Bermejo, quien delató a Marco, podría haber sido a la
postre un delincuente? No por el primero pero sí por el segundo, porque en el
contexto que mintió no delinquía pero la revelación sí buscaba destruir el
reconocimiento de una figura. Eso, siempre y cuando hubiera estado
equivocado.

Observada esta extensa regulación penal, podría parecer que puede salir caro
mentir, pero dos conclusiones a tener en cuenta: la conducta de Marco no fue
delictiva. Por eso, con perspectiva, la petición en caliente recogida en la página
370 del presidente de la Federación Española de Deportados de que fuera
juzgado y condenado por un tribunal carece de sentido. Y, para el caso que tu
mentira sí sea un delito, no hay que sobrepreocuparse porque antes deben
suceder una serie de catastróficas desdichas (dudas, investigaciones, pruebas,
etc.) para que exista la posibilidad de que tengas que “pagar” por ella. Partiendo
de aquí y de que en todos los perfiles que he analizado he hallado mentirosos,
me siento obligado a proponer el reconocimiento del Derecho a mentir.
Abiertamente, sin limitaciones. Puede parecer desvergonzado, pero ambos
sabemos que no dejaría de ser la constatación de una realidad, esto es, de una
verdad.
El art. 24.2 de la Constitución establece, entre otros derechos del ciudadano ante
la Justicia, el de no declarar contra sí mismo y el de no confesarse culpable. Este
derecho supone la garantía de no autoincriminarse, de tal modo que supone la
facultad del concernido en un proceso penal, imputado hasta ahora, de
abstenerse a declarar, esto es, la plena voluntariedad de su declaración, y la
libertad de decir durante la declaración lo que quiera. Ahora bien, ¿esto
constituye un derecho a mentir? La facultad de no declarar contra sí mismo y no
confesarse culpable, ¿debe permitir que el acusado que voluntariamente decide
declarar también tenga derecho a mentir? Esta previsión está establecida en
todas las modernas Constituciones del mundo democrático, siendo la más
conocida la famosa quinta enmienda de la Constitución americana,
fundamentalmente por las películas. Significa también que no puede obligarse a
ninguna persona acusada de cometer un delito a declarar contra sí misma, de
tal suerte que una persona que ha sido detenida por la Policía puede negarse a
responder cualquier pregunta relacionada con el delito del cual se le acusa. Pero
la principal diferencia con nuestro sistema es que este derecho en Estados
Unidos consiste en no declarar, pero, si decide declarar, está obligado a decir la
verdad. Nuestro Tribunal Constitucional ha tenido ocasión de sancionar que
estos derechos están estrechamente relacionados con el derecho de defensa y
con el derecho de presunción de inocencia (STC 161/1997), de tal suerte que no
es posible obligar al imputado a proporcionar información sobre lo que conoce,
sino que dependemos de su voluntad expresada libremente y sin coacción. La
cuestión es si es posible establecer en nuestro sistema una previsión similar a la
norteamericana, de tal manera que este derecho se agote en la decisión de
declarar o no, pero que no pueda mentir si decide declarar, de tal modo que, ante
tal posibilidad, podría constituir esta mentira un delito de falso testimonio. Resulta
obvio que ello supone importantes reformas legales, pero, al margen de esto, las
cuestiones son dos: primero, si este sistema es mejor que el nuestro; y segundo,
si sería o no conforme a nuestro texto constitucional. En mi opinión, y desde una
mera aproximación a la oportunidad del cambio, me apunto sin ningún tipo de
reserva. Es cierto que, como decía Marco Tulio Cicerón, «la verdad se corrompe
tanto con la mentira como con el silencio», pero en el proceso penal no es lo
mismo el silencio que la mentira, de tal modo que lo segundo debería constituir
un delito y lo primero un derecho.
No olvido lo que recoge la sentencia 129/1996 de 9 de julio en el párrafo noveno
del quinto de sus fundamentos jurídicos: «Es cierto, como ya se ha recordado a
través de nuestra jurisprudencia, que el juez está obligado a poner de manifiesto
al sujeto el hecho punible que se le imputa para que pueda exculparse de él por
cualquiera de las vías legales, y que en el mismo sentido debe ilustrarle de sus
derechos, sin que, por otra parte, tenga valor de declaración, como tal imputado,
aquella que se produce con anterioridad a la imputación, actuando como testigo,
porque, cuando declara como tal tiene obligación de decir la verdad y, en cambio,
el acusado no sólo no tiene esta obligación, sino que puede callar total o
parcialmente o incluso mentir, pues hasta ahí llega el derecho de defensa». Sin
embargo, esta extensión del derecho a la no autoincriminación a la mentira es
una opción interpretativa que puede ser modificada. Este derecho a mentir tiene
hoy ya sus limitaciones –no perjudicar a terceros–, pues incluso se puede llegar
a cometer un delito de acusación o denuncia falsas. Creo que el fin no justifica
jamás los medios y garantizar la libertad de la declaración no debe suponer un
derecho a mentir. En todo caso, habremos de apostar por la ineficacia de la
prueba ilegítimamente obtenida. En otro orden de cosas, no podemos perder de
vista el efecto moralizador del proceso penal. A su vez, debemos profundizar en
la valoración moral y el íntimo entronque con la jurídica, asignable a la
presunción de inocencia proclamado en el art. 24.2 de la CE.
La jurisprudencia ha sentado clara y reiteradamente los pilares en los que se
apoya y se traduce la presunción de inocencia. Esto no se puede soslayar, pero
¿es admisible y oportuno soportar las mentiras, las falsedades y, en definitiva, el
perjurio, amparándose en este derecho? Yo creo que no y la simple facultad y
libérrima decisión de declarar o no ya supone por sí mismo un claro cumplimiento
y desarrollo del derecho a la presunción de inocencia. Esto supone que al
silencio no se le debe conceder valoración probatoria alguna, más allá de la mera
expresión y desarrollo del derecho a la no autoincriminación. Podemos pensar
sobre ello.

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