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Del libro “Un Siglo de Ambigüedad”, de David Roll.

I. PERSPECTIVA DEL REFORMISMO EN COLOMBIA


ENTRE 1936 HASTA 1990 DESDE UNA ÓPTICA
HISTÓRICO-EMPÍRICA.

A.LA REVOLUCIÓN EN MARCHA.

El intento de modernización que quiso llevar a cabo Alfonso López


Pumarejo en los años treinta, marcó sustancialmente la pauta en la
dinámica continuista del cambio político en Colombia durante el
resto del siglo. De un lado unos agentes reformadores que surgen en
el interior de los propios partidos tradicionales, porque de otro modo
no tendrían oportunidad de obtener el apoyo continuado de las
masas. En consonancia con esto, una tentativa de reforma de las
estructuras políticas, en la que se cuestiona la confusión entre lo
público y lo privado y por lo tanto la dominación oligárquica que se
sustenta en los partidos políticos. Seguidamente una reacción pronta
y efectiva para enfrentar, contrarrestar o captar la disidencia
doctrinal si es posible; y cuando no, por lo menos para frenar su
expresión formal en la Constitución y las leyes o, en último caso,
asegurarse de dejar las reformas consagradas en un plano
meramente simbólico, que diese una apariencia de efectividad sin
cuestionar si efectivamente se progresaba hacia una democracia
política y menos hacia una democracia social.

Sesenta años después los colombianos de dos o tres generaciones


siguientes, que habían puesto sus esperanzas de cambio político en
la Constitución de 1991, asistieron atónitos al espectáculo de una
reedición del sistema que intentó superar la Constituyente. Sin
entender que esa dinámica continuista se comenzó a apoderar del
Estado desde el mismo momento del fracaso de la Revolución en
Marcha, se le atribuyo el fenómeno a la corrupción política a que el
Frente Nacional había dado lugar y la influencia del la
narcoeconomía en todos los tejidos sociales y políticos del país.
Pero estos hechos indiscutibles no fueron la razón eficiente del
fracaso modernizador, aunque si sirvieron de catalizadores y
potenciadores de una dinámica continuista que ya se había insertado
en el sistema muchas más décadas atrás.

El períodos de la Revolución en Marcha, fue una época en el que


bruscamente se quiso pasar de una legitimidad más tradicional que
racional a un orden secularizado en el cual la autoridad no tuviese
una base trascendente sino histórica, ocasionando el choque
ideológico que se manifestó más tarde en una especie de guerra civil
y en el derrumbamiento de las instituciones democráticas.

Fue una etapa además en la que el Estado tradicionalmente pasivo se


instrumentalizó para diferentes fines: enfrentar la crisis ocasionada
por la depresión de la economía internacional, mediante el
proteccionismo y la devaluación, y defender a un grupo social
difuso al que se le denominó pueblo. Para una y otra cosa el Estado
asumió además un papel protagonista en la economía, con la
sustitución de su tradicional pasividad por un modelo de Estado
cada vez más intervencionista. Por último, en medio del debate
mundial, en torno a si el Estado debía privilegiar el trabajo o el
capital, se autodeclaró a sí mismo árbitro indiscutido y principal
promotor de las medidas para solucionar el evidente desequilibrio
existente entre ambos, sin contar con la movilización social más que
con fines electorales o manifestaciones de apoyo ad hoc que no
implicaran un compromiso más allá de la estructura partidista.
A través de esa instrumentalización de la movilización social en
favor del triunfo electoral de un partido, bajo la promesa de un
intervencionismo de alto contenido social, la participación nació
limitada desde sus inicios. Permaneció dependiente del mito
reformista creado alrededor de López y del partido liberal, y se
mostró impotente y sumisa hasta la abyección cuando el Estado, al
asumir su papel interventor, se orientó hacia un fin casi exclusivo y
excluyente: el desarrollo económico. De este modo se explica como
el liberalismo económico ha dominado desde entonces la política
colombiana, pues movimiento de masas ha sido a partir del fracaso
de López neutralizado progresivamente, por lo que las exigencias
sociales han sido desconocidas por las clases dominantes. Así, el
llamado Neoliberalismo de comienzos de los noventa consistió
sencillamente en llevar a su máxima expresión la triple estrategia de
fortalecer el Estado, represar las reivindicaciones sociales y orientar
todos los esfuerzos al crecimiento económico, sin consideraciones
de tipo redistributivo más allá de lo simbólico.

La singularidad de este proceso de los años 30 da cuenta más que de


un inmovilismo, de un continuismo político, en el que la sociedad sí
se adaptó a las nuevas demandas, pero con una capacidad de
reordenamiento tal que pudo mantener la esencia de las relaciones
de dominación oligárquica e incluso "modernizarlas" al
instrumentalizar el Estado y fijar los límites estrictos de la acción de
las masas en lo político. Así, el Estado no afrontó una gran presión
que lo abocara a una definición contundente, como sucedió en otros
países latinoamericanos; y al no haber respondido adecuadamente a
los retos sociales llevó consigo permanentemente el germen de la
inestabilidad, que se expresó más adelante, y nuevamente en el
marco de los partidos tradicionales, en la llamada "Violencia".
Volviendo a ser conjurada ésta, tras la pausa militar, por el pacto del
"Frente Nacional", se fijó de manera formal el continuismo
consustancial al sistema, y se presentó a los colombianos durante
muchos años bajo la óptica maniqueísta de una solución definitiva a
la inestabilidad, sin calcular sus efectos negativos en términos de la
propia estabilidad que se buscaba y respecto de la urgente necesidad
de modernización política. Luego en los Noventa se pretendió
desarmar esa formalidad que recubría la dinámica continuista, sin
comprender que solo se trataba de la normativización de una
dinámica continuista y no el origen mismo de ella.

Esta particular dinámica de cambio político es un caso atípico en el


contexto latinoamericano, dada la casi total ausencia tanto de
movimientos populistas de envergadura, como de golpes de Estado
militares. Aunque tiene sus bases en parte en la tradición autoritaria
heredada de la dominación española, también es cierto, y así lo
advierten Linz y Diamond, que el tiempo transcurrido desde la
independencia de los países latinoamericanos es una variable
potencialmente importante, que hace imprescindible analizar como
el proyecto democrático se ha visto afectado por el particular
desarrollo histórico de cada país y las fases de su desarrollo
económico, entre otros factores.

a. ANTECEDENTES POLÍTICOS DEL INTENTO


MODERNIZADOR.

A pesar de que señalamos el fracaso de la Revolución en Marcha


como el punto de inflexión histórico para la inserción de una
dinámica continuista en Colombia, conviene repasar el contexto
histórico anterior, sobre el que se gestó dicha dinámica.

1. HACIENDA Y PARTIDOS POLÍTICOS. LAS RAÍCES


HISTÓRICAS DEL ANTIRREFORMISMO EN
COLOMBIA.

En Colombia desde la misma independencia se fijaron los derroteros


en las relaciones de dominio que, con base en la hacienda, como
forma esencial de producción, marcarían la historia política del país.
Fue la hacienda la organización que representaba el poder social y
como tal se impuso a cualquier otro poder. Derrotada la corona
española logró fácilmente hacer valer su interés frente a los demás
grupos. Durante los primeros enfrentamientos faccionales, primero
sobre autonomía o independencia, luego sobre centralismo o
federalismo y más adelante sobre Bolivarismo o Santanderismo, no
se puso en duda de ninguna de las dos partes el poder hacendatario,
ni la legitimidad del mismo.

Existe una explicación tradicional respecto de la aparición de los


partidos políticos colombianos, según la cual a mediados del siglo
pasado un grupo de intelectuales más vinculados con el comercio
que con la hacienda fueron quiénes fundaron el partido liberal y
quiénes lograron consagrar constitucionalmente sus principios
políticos al llegar al poder. Propugnaban, según la tesis tradicional,
por la instauración de un sistema más federal que central y con un
ejecutivo débil, por la libertad de locomoción, de prensa, religiosa y
de educación, y sobre todo por la libertad de industria y comercio.
Teóricamente también, al surgimiento de un partido liberalizador, se
opuso de inmediato un partido interesado en la conservación del
status quo, que defendía el cuestionado poder de la Iglesia y de los
terratenientes, el fortalecimiento del ejecutivo y por supuesto el
centralismo.

Para comprender el verdadero origen de los partidos políticos en


Colombia, es necesario hacer una rápida revisión de la historia de la
Nueva Granada a partir de la independencia, ocurrida el 20 de Julio
de 1810, en la que ya se enfrentaban dos partidos que representaban
intereses contrapuestos, como sucedió más adelante con los partidos
liberal y conservador.

El centralismo también es una constante a tener en cuenta en la


formación de los partidos y en la evolución política en general. En
1830 cuando se había creado una nueva Constitución (Cuadro I),
luego de varios años de dictadura de Bolívar y de fallidos intentos
de instaurar una monarquía con un príncipe europeo, Venezuela y
Ecuador se separaron de la Gran Colombia, fracaso debido según la
mayoría de los autores, al excesivo centralismo. Desaparecido
Bolívar, la discusión en torno al centralismo siguió siendo defendida
de acuerdo a determinados intereses, pero ya se le introdujeron
elementos ideológicos como el anticlericalismo y se asumieron
posiciones respecto de la política económica.

Se acostumbra identificar al partido liberal como defensor de los


comerciantes y al conservador como el de los hacendados, pues al
llegar al poder en 1849 el liberal José Hilario López, uno de los
Supremos, luchó con éxito por la abolición de la esclavitud, la
supresión de los resguardos indígenas, la extinción del monopolio
del tabaco y la separación de la Iglesia y el Estado. Pero al parecer,
el verdadero enfrentamiento se dio entre grupos, definidos por
diferentes razones, más bien de tipo económico. A nivel ideológico,
la razón de ser de la pugna entre los grupos se basaba fuertemente
en el aspecto religioso, más que en los demás temas.

En la evolución del sistema de partidos en Colombia, la lucha contra


las llamadas sociedades democráticas dio lugar al primer
antecedente importante del Frente Nacional, que se ensayará
también durante la Regeneración a finales del siglo XlX. Los
mortales enemigos terratenientes y comerciantes de ambos partidos,
se unieron contra nueva forma de asociación que les disputaba el
poder, e instauraron un sistema federal para facilitar la organización
del gobierno político local de los grandes hacendados-empresarios,
reanudando al poco tiempo sus conflictos a nivel nacional y regional,
habiendo disuelto el ejército y asesinado o encarcelado a los
artesanos. A partir de entonces, los grupos dominantes promovieron
el mito del antimilitarismo, que hasta ahora rige en la historia de
Colombia, porque es el único capaz de poner realmente su poder en
entredicho, ante la debilidad de las organizaciones populares y la
confluencia de intereses entre la Iglesia y las élites. La Constitución
de 1863, producto de la derrota de los conservadores fue ya
abiertamente federal (Cuadro I). Redujo el Estado central a un papel
mínimo, que no incluía la intervención militar interior, dado lo cual
las milicias hacendatarias dominaron sus respectivas regiones,
haciendo la guerra cada Estado a su placer, generando numerosas
guerras civiles.

Aparte de la discusión sobre si éstos partidos implicaron en su


nacimiento realmente el enfrentamiento entre hacendados y
comerciantes, lo cierto es que su conformación no obedeció a la
diferenciación entre estratos altos y bajos de la sociedad, como
también es verdad que los intereses económicos prevalecieron frente
al partidismo en cualquier circunstancia.

Al asumir los hacendados-comerciantes el control de todos los


puestos del Estado, el poder gamonal se vio reforzado por la
repartición burocrática, y quedó afianzado en los dos partidos y en la
sociedad misma, a tal punto que los acontecimientos de la primera
mitad del nuevo siglo en lugar de debilitar su influencia pusieron de
manifiesto el enraizamiento del mismo en la sociedad en su conjunto.
El gamonalismo se convirtió así en un postrer instrumento de
dominación y de contención del descontento social; de bloqueo a los
intentos modernizadores, de garante del continuismo político.

2. EL ESTADO DE LO POLÍTICO DURANTE LA


"HEGEMONÍA CONSERVADORA" QUE PRECEDIÓ A
LA "REPÚBLICA LIBERAL".

Un segundo antecedente del Frente Nacional, que es considerado


por algunos como primer Frente Nacional en la historia Colombiana
fue la Regeneración. En 1878, Rafael Núñez, líder de la derecha
liberal y presidente del Congreso planteó un programa de
restauración con las palabras: "Regeneración administrativa
fundamental o catástrofe". En 1880, con una coalición que Guillén
Martínez ha denominado "El primer Frente Nacional", Núñez logró,
tanto con el apoyo de su grupo liberal como con el de la mayoría del
conservatismo, restaurar el centralismo al estilo bolivariano. El éxito
de este pacto, se debió al desgaste del modelo liberal y federalista
que dio lugar a cantidad de guerras interestatales e intestinas, y a los
estragos en la economía causados por la crisis del tabaco en el
mercando mundial. Fue el triunfo de las ideas conservadoras sobre
las liberales, no solo el del centralismo sobre el federalismo, sino el
de toda una visión jerárquica de la sociedad, en la cual la Iglesia se
convirtió en factor legitimante del poder.

El concepto de modernización política no apareció en el escenario


histórico colombiano hasta muy avanzada la regeneración. Durante
los gobiernos conservadores hubo una serie de enfrentamientos con
los liberales, que consolidaron el poder de los primeros. Solo
después de la caída y exilio de Reyes los jefes liberales llegaron a
ser ministros de los presidentes conservadores, y fue precisamente
uno de éstos, Benjamín Herrera, quien comenzó a hablar en 1922 en
términos modernizadores de temas como la independencia y
soberanía del poder Civil, la intervención del Estado para la
repartición de los bienes, la descentralización del poder, el aumento
del papel del Congreso y la necesidad de una legislación social
protectora. Pero para ello fue necesario que una nueva reforma
(Cuadro II) hubiera atemperado algunos rigores de la Constitución
de 1886. No obstante, pasados casi veinte años de esa reforma, el
gobierno estaba pertrechado y muy satisfecho de su poder y
elaboraba leyes en 1928, a las que denominaba: "heroicas" para
prohibir expresamente las asociaciones que tuvieran orientaciones
anticlericales o comunistas.

En este momento anterior al primer intento de modernización


política en Colombia, es fundamental establecer el estado de
organización en el que se encontraban el sindicalismo y el
campesinado, para comprender el papel que desempeñaron en dicho
proceso. En cuanto al sindicalismo, se carecía de orden y
coordinación entre los diferentes movimientos, con excepción de los
trabajadores ferroviarios y los marineros. Los principales incidentes
fuertes se presentaron con las compañías extranjeras, bajo la
dirección del líder sindicalista: Raúl Eduardo Mahecha. El más
grave incidente fue en 1928 y es conocido como la masacre de las
bananeras, en el que el ejército dio muerte a mas de mil huelguistas
reunidos pacíficamente. En este caso fue la United Fruit Company la
que pidió la "protección armada", pero ya en 1924 había sido la
Tropical Oil Company la que convenció al gobierno de ordenar a la
policía cargar contra los manifestantes para conjurar el comienzo de
una revolución social. No se puede negar que había lucha obrera y
que ésta fue aumentando conforme se modificaba el contexto
económico, pero no había un sindicalismo propiamente dicho. Por
un lado eran pocos los sindicatos, casi todos de artesanos, estaban
vinculados a la oposición liberal y buscaban casi siempre la
obtención de concesiones concretas relativas a los salarios. Por otro
lado, las centrales sindicales no existían y las que se crearon
operaron simbólicamente, pero no representaban ni al pequeño
proletariado de entonces y pronto desaparecieron.

Los campesinos, por su parte, buscaron la manera de expresar sus


propias reivindicaciones ante la congelación de salarios en un
ambiente de devaluación y sobre todo en lo referente a los derechos
de los colonos frente a los grandes terratenientes. Una de las
principales reivindicaciones que enconaron la lucha agraria, fue la
de los trabajadores de café por eliminar la prohibición de plantar
café en las parcelas que ocupaban. Los indígenas, a su vez,
acaudillados por Quintín Lame, lucharon por salvar los resguardos.
Por último, la discusión sobre la propiedad de los baldíos cultivados
por colonos pero monopolizados por los terratenientes, con base en
dudosos títulos fue el inicio de los movimientos guerrilleros que
durante el resto del siglo tendrían esa reivindicación por principal
bandera.

Existía pues un descontento popular que debía ser impulsado


políticamente, y aunque los acontecimientos internacionales
llegaban al país con mucho retraso y no había capacidad para
comprenderlos en su verdadera magnitud, hubo quienes
emprendieron la tarea de adaptar las ideas marxistas a una realidad
de opresión bien lejana a la del proletariado industrial al que ellas se
dirigían, pero que dadas las enormes contradicciones de un sistema
político que negaba el avance de los cambios económicos que se
operaban en el país, encontraría un terreno fértil para la lucha,
aunque a la postre sería el partido liberal quien capitalizaría los
resultados.

En 1928 el Partido Socialista Revolucionario (PSR) fue reconocido


por la Internacional Comunista, esperándose de él que se
transformara en un partido comunista, pero en 1930 la misma le
condenó por sus veleidades liberales. Esto por supuesto era
entendible, porque desde su creación en 1919 como Partido
Socialista, luchaba al lado del partido liberal para captar los votos de
las ciudades, e incluso en 1922 apoyó a Benjamín Herrera en su
candidatura presidencial; y aunque al cambiar de nombre en 1924 se
apartara de los liberales para darle un toque más marxista, algunos
de los liberales no se asustaron por la agitación producida, sino que
vieron en él un carro de batalla efectivo para canalizar el
descontento popular y debilitar el poder conservador. Uno de éstos
fue el propio López. Otros incluso decepcionados por la impotencia
del partido liberal se sumaron al movimiento, y entre ellos Gabriel
Turbay, quien más adelante, en 1946, llegó a ser el candidato oficial
del liberalismo frente a Gaitán. De hecho la cúpula del movimiento
era mayoritariamente liberal. Algunos menos pacientes aún, crearon
el Comité Central Conspirativo Colombiano (CCCC), y organizaron
un levantamiento violento el 20 de julio de 1929, que puso en jaque
al gobierno en zonas como El Líbano, pero que fue neutralizado en
dos semanas. No obstante, cuando la crisis de la hegemonía
conservadora había tocado fondo en 1929, el PSR no estuvo en
situación de tener un papel significativo a pesar de su importante
labor los años anteriores.

Pero el descenso del partido conservador, parece haber obedecido, a


un exceso de confianza, producido por una falsa percepción de
invulnerabilidad creada a raíz de un auge engañoso producido por la
expansión cafetera y la indemnización de Panamá entre otros. Sobre
el contexto económico en el que se dio el advenimiento de la
república liberal y respecto de las discusiones en torno a si el
proceso económico apuntaló el surgimiento de la industria y sirvió
de base a las transformaciones políticas subsiguientes (sin ser la
causa eficiente de las mismas por ello), se analizaran los distintos
puntos de vista en el capítulo sobre industrialización y sobre
intervencionismo.

El partido conservador se fue desgastando progresivamente por


estos acontecimientos y por su incapacidad para responder a ellos de
forma no violenta, como lo demuestra la decepción de sus propios
adeptos, incluido el líder radical Laureano Gómez, quienes se
opusieron a esa represión o a las políticas de endeudamiento
internacional y de concesiones petrolíferas. Así, el partido
conservador se vio dividido para las elecciones de 1930, lo cual fue
aprovechado por los liberales para presentar su candidato, quien
ganó la presidencia, no obstante obtener menos votos que los
candidatos conservadores globalmente considerados. Los
conservadores además no contaron con la capacidad de
reorganización de los liberales, que se habían fortalecido con la
Convención de 1929, en la que una nueva generación de líderes
había reemplazado a la desacreditada vieja guardia. Una de esas
figuras fue Alfonso López, quien llevó a cabo el primer intento de
modernización política en Colombia.

3. EL REFORMISMO CAUTELOSO DE OLAYA HERRERA.

Los movimientos sociales, la oposición liberal y la revolucionaria


incipiente, fueron parte del cambio político que se empezó a gestar.
Pero en términos estrictamente políticos se presentó un hecho
importante, a partir del cual comenzó el gran intento de
modernización: el fin de la hegemonía conservadora. Solo hasta
entonces puede hablarse de una transformación política real; pero si
ha de señalarse una fecha y un hecho político de referencia para el
comienzo del cambio, estos son 1930 y la elección del liberal
Enrique Olaya Herrera como primer presidente liberal, después de
cincuenta años de dominio conservador. A Olaya le correspondió ser
el hombre de un cambio de gobierno que se preveía violento, y para
ello debió dejar de lado su viejo papel de agitador demagógico,
asumir un papel conciliador y convocar a una concentración
nacional. La clave de este gobierno, radicaba en que Olaya
sintetizaba las actitudes dominantes en la clase alta de entonces.

Aunque los que accedieron al poder provenían de las mismas


estructuras sociales de los antecesores, el paso de un gobierno a otro
no fue del todo pacífico, pues se dieron fuertes enfrentamientos en
ciertas regiones como Santander y Boyacá, pero no llegó a
generalizarse una guerra civil, sin que ello significase colaboración.
López no tenía la intención de excluir del gobierno a los
conservadores, pero Alvaro Gómez, jefe radical e indiscutido del
partido conservador, rechazó la petición que en este sentido le
hiciera el presidente. Más adelante, las relaciones entre ellos se
deterioraron, y así el gobierno se vio formado exclusivamente por
liberales. En los once años siguientes, los conservadores no
participaron en el alto gobierno. En el gobierno de transición de
Olaya Herrera, participaron obviamente, por la llamada del
presidente a una Concentración nacional; pero desde 1934 hasta el
gobierno interino de Alberto Lleras Camargo en 1945
permanecieron al margen. El gabinete, durante el período de López,
estuvo conformado por el propio Lleras Camargo y otras figuras de
la nueva generación liberal que también llegaron a ostentar el título
de presidente: Carlos Lleras Restrepo y Darío Echandía.

A diferencia del sistema conservador de mantener la jerarquía rígida,


los liberales optaron por recurrir a la juventud y sobre todo a
personajes poco conocidos políticamente, aunque bien conectados y
expertos en sus áreas. Olaya lo hizo más tímidamente al nombrar a
Gabriel Turbay, pero López tuvo un gabinete conformado por
nuevas caras, y tales eran entonces los mencionados Lleras y Darío
Echandía. Al principio Olaya no pudo adelantar reformas
progresistas, pues el Congreso estaba dominado por mayorías
conservadoras y en general por los grupos tradicionales de
terratenientes y comerciantes exportadores e importadores. En 1933,
con las elecciones para la cámara de representantes, se dio un
dominio parcial liberal que facilitó algunos cambios. Pero en general
la labor legislativa se limitó a la ampliación del sistema bancario
vinculado al Estado, a la cedulación para efectos electorales y al
débil reconocimiento de la actividad sindical. No se puede afirmar
que el gobierno de transición de Olaya, como la Historia lo ha
llamado, no hubiese implicado reformas, pero López cambió la
naturaleza del gobierno al popularizar las reformas. Olaya tuvo una
mera actitud reformista, en tanto que López adelantó reformas
audaces y concretas, a pesar de que muchas de ellas, como se
expondrá en su momento, permanecieron en un plano puramente
formal.

b. "LA REVOLUCIÓN EN MARCHA", EL PRIMER


INTENTO DE MODERNIZACIÓN POLÍTICA Y
SOCIAL.
La estrategia de análisis a seguir para el estudio del primer intento
de modernización política y social en Colombia en este período
histórico, en el que se dieron las bases de la dinámica del cambio
político ulterior, consiste en examinar en primer lugar el origen
ideológico y las causas socioeconómicas que posibilitaron las
reformas de López, así como el alcance real de las mismas. En
segundo término se plantea un seguimiento de los procesos de
reabsorción de los conflictos sociales y captación de las disidencia
ocurridos en este período, que en adelante caracterizaron al régimen
político Colombiano, aunque sus bases venían ya dadas desde la
independencia misma por el dominio de los hacendados y de los
hacendados-comerciantes luego. Bajo este poder se fueron
delineando los partidos conservador y liberal, como verdaderas y
predominantes subculturas que disienten en difusos y casi siempre
olvidados principios filosófico-políticos, pero que coinciden en su
deseo de mantener un control elitista y una dominación económica
sobre la sociedad. A pesar de esta coincidencia, la lucha por la
ocupación exclusiva del aparato político y sus consiguientes
privilegios llegó más adelante a provocar la quiebra del sistema.
Pero gracias a ella fue posible la activación de los mecanismos
conjuntos o coincidentes de reacción ante la eventualidad de la
participación en este poder de grupos que pusieran en cuestión la
dominación bipartidista, tal como se había dado frente a las
sociedades democráticas en el siglo pasado y como se dio también
durante la República Liberal. En este último caso, que a
continuación se analizará, se dio de manera muy singular, debido a
la participación de un nuevo elemento de poder, el Estado
interventor, pues se instituyó a éste como lugar de encuentro de los
grupos dominantes y las clases populares, pero en definitiva sirvió
de instrumento para la consolidación de la influencia de los primeros
y la neutralización de la acción política de los últimos, al ponerse al
servicio, como tal interventor, del modelo liberal de desarrollo
económico.

Una primera etapa del análisis trata sobre los antecedentes históricos
más relevantes a los que ya se ha hecho referencia. El segundo
punto del análisis tiene que ver con el ideario liberal, y con él se
pretende establecer cuales eran las ideas reformistas de un partido
que, habiendo llegado al poder limpiamente, era aun bastante tímido
en las acciones, pero audaz en las palabras. El choque que hubo
entre López y su partido a raíz de las reformas implica a su vez un
análisis separado del pensamiento personal de López sobre el
cambio político, para ver en qué medida este excedió al ideario o
aquellos se arrepintieron de sus postulados ideológicos. En un
capítulo posterior se estudian las reformas que López logró imponer
en el campo constitucional, que supusieron un cambio político
sustancial, aunque solo en términos formales. Así, en un análisis
separado, se procura establecer cual fue el verdadero alcance de
cada una de las reformas de López, tanto en el plano legislativo
como administrativo. En un último estudio, se intenta dar cuenta
separadamente del papel jugado por los diferentes actores políticos
que se involucraron en el proceso de cambio y marcha atrás del
cambio. Esto supone analizar el papel protagonista del Estado, y la
oposición del partido conservador, la Iglesia y el ejército y los
grupos económicos. Importa igualmente el papel primero de
oposición y luego de apoyo ciego a López que tuvieron los
sindicatos, el partido comunista y en general el llamado Frente
Popular; para explicar por último como el golpe de gracia vino
definitivamente del propio partido liberal.

Con estos elementos y las conclusiones que se elaboren sobre la


marcha, se abordará finalmente el análisis de nuestra hipótesis sobre
continuismo e inestabilidad, como constantes en la dinámica de
cambio político en Colombia, que se consolidan hacia adelante a
partir de este período, y concretamente de este intento de
modernización política y social que se dio durante la llamada
"República liberal".

1. EL CONCEPTO DE CAMBIO POLÍTICO PARA EL


PARTIDO LIBERAL AL COMIENZO DE LA PRESIDENCIA
DE LÓPEZ.

En 1935, la Convención Nacional del partido Liberal aprobó un


programa en el que puede observarse cuales eran, por lo menos en la
letra, los lineamentos políticos del partido, a los cuales debe hacerse
referencia en primer lugar para establecer las bases de la concepción
del presidente López sobre el cambio político con respecto a su
propio partido. Dicho programa, ante todo señalaba como principios
fundamentales del partido liberal, el respeto a las libertades
ciudadanas y la garantía de los derechos individuales. Pero luego de
consagrar esta protección como objetivo clásico liberal, exponía el
principio complementario que venía gestándose en Europa para
hacer posible que la igualdad de derechos formales se hiciese real: la
igualdad de oportunidades. En este orden de ideas, se expresaba que
para la consecución de los objetivos fijados debía abandonarse la
doctrina clásica del gobierno mínimo, del dejar hacer, dejar pasar, y
asumir el principio del intervencionismo del Estado, para que
dirigiese y controlase las iniciativas individuales en aras del bien
general.

En lo referente a la propiedad individual también los conceptos


audaces iban precedidos de aclaraciones tranquilizadoras para
quienes pudieran ver inclinaciones marxistas en las novedosas
propuestas. Así, se reconocía la importancia de las iniciativas
individuales, pero se decía que el gobierno debía intervenir para
establecer un equilibrio entre el individuo y la empresa y entre ésta y
el Estado. Se expresaba que la propiedad en general y la territorial
en particular tenían una función social, estando el partido en contra
del acaparamiento de la tierra para fines no sociales y considerando
que el trabajo era la fuente primordial para la adquisición de la
propiedad. En tal sentido, propugnaban por la protección legal del
trabajo mediante legislaciones claras y la consagración del principio
de la favorabilidad en beneficio del trabajador.

La esencia del cambio político en estas propuestas formales, radica


en su voluntad de romper con el sistema anterior no solo
conceptualmente sino en términos reales, habida cuenta de los
obstáculos. Reconocían que el más importante de éstos era la
inseguridad económica, y planeaban reconstruir la estructura
económica como una lucha indirecta por las libertades.

Para el partido Liberal, romper con el orden anterior que continuó


con la estructura colonial no significaba renunciar al centralismo
legislativo y jurisdiccional, así como militar, pero sí al
administrativo. Propugnaban entonces por una descentralización
administrativa, que tras la instauración de la Constitución centralista
de 1886 (Cuadro I) era muy difícil de llevar a cabo sin una reforma
constitucional.

En esta misma línea, se rechazaba radicalmente la política fiscal


existente, que gravaba al consumidor y abogaba por los impuestos
directos, cuyo recaudo y utilización estaría también territorialmente
descentralizado.
También con referencia al orden colonial perpetuado por la
hegemonía conservadora, los liberales querían dejar en claro que si
bien no eran ateos por pasión ni anticlericales por principio al estilo
de Mosquera y los "liberales" del siglo anterior, si consideraban
perniciosa la intervención del clero en política y abogaban por la
reforma del concordato, la consagración de la libertad de cultos y el
divorcio. Es de notar finalmente que no obstante la urgencia que
había para los liberales de realizar estos cambios, no se detecta en su
discurso un tono mesiánico y aceptan por adelantado la cesación en
su intento en caso de una revocación popular de su mandato.

2. EL PENSAMIENTO REFORMISTA DE ALFONSO LÓPEZ


PUMAREJO.

En 1933 López aceptó públicamente la candidatura a la presidencia


de la República por el partido liberal. Desde entonces manifestó su
conclusión de que la democracia aún estaba por ensayar en
Colombia. "El pueblo" le respaldaba desde entonces
mayoritariamente, pero él manifestaba que quería en verdad
gobernar con la participación activa de éste, no solo con su
consentimiento. Esta era la diferencia con dirigentes
latinoamericanos coetáneos como Getúlio Vargas, aunque
coincidieron en algunas metas básicas: eliminar los sistemas de
privilegios que obstaculizaban el progreso, darle una orientación
social a la actividad gubernamental y recobrar la soberanía del país
en lo económico, enfrentando el poder que habían instalado algunas
empresas transnacionales durante la hegemonía conservadora, e
incluso durante el gobierno de Olaya.

También con su llegada al poder la cuestión social entró en la escena


política con inusitada fuerza. Quería dejar en claro que la aplicación
taxativa de la ley no sería su propósito exclusivo, y así lo expresó en
su discurso de posesión al anunciar el comienzo de La "Revolución
en Marcha".

López tenía una concepción del cambio político diferente a la de


Olaya Herrera en lo que se refería fundamentalmente a quien debía
promover el cambio. Con un agudo sentido de la Historia,
consideraba que solo un partido debía gestar el cambio, porque,
como lo demostraría la experiencia del Frente Nacional de 1957
(aunque entonces él lo apoyó por el terror a la violencia), el cambio
era enemigo de la negociación y las llamadas "concertaciones
nacionales" que llevaban a gobiernos mixtos le parecían tan o más
perjudiciales que la hegemonía de un partido. Se apresuró a
diferenciar este modelo seguido por los conservadores durante
décadas, según el cual un partido gobierna según su exclusiva
convicción pero en su también exclusivo interés, del modelo que él
proponía, y al que llamaba "Gobierno de Partido". Para ello,
consideraba que debía educarse al partido para el poder y preferir
para los cargos a quienes no estuvieran viciados por la inercia de
anteriores funciones administrativas. Según él, para insertar un país
en la modernidad, debía el gobierno dejar de ser parte y convertirse
en árbitro. Y ese mundo moderno, dominado ya por la obsesión del
desarrollo económico, requería dejar los enfrentamientos ancestrales,
pero no mediante el expedito sistema de vaciar de contenido los
programas y negociar los puestos burocráticos; debía haber un cese
de la absurda tensión doctrinaria, pero no una despolitización. Una
revolución, dice Alvaro Tirado al referirse a este punto: "no consiste
en el simple cambio de color político de los funcionarios. Si se
tratara de una simple revolución burocrática, esta ya estaría
agotada".
Para López, si un partido logra el poder por las elecciones, esa
victoria lo faculta para modificar con su influencia todos los órdenes
de la administración, bajo su absoluto riesgo y responsabilidad
histórica.

En aquellos años, ya comprendía López la importancia sin par que


se le llegó a reconocer poco después a la distribución de los papeles
entre los partidos en una democracia, que no excluye pactos sobre
asuntos concretos, pero que otorga a la oposición una función
concreta y vital para la dinámica democrática y al partido en el
poder una responsabilidad total sobre sus decisiones políticas.
Desafortunadamente, según lo expresara López, durante su gobierno
no se contó con esa función contralora, pues como se señaló los
conservadores se abstuvieron, como bien lo expuso el propio
presidente, una parte de su partido ejerció esa función: "El
Liberalismo ha ejercido la totalidad del poder público, y ha sido a la
vez el agente del gobierno y el representante de la oposición.".

En cuanto al proceso industrial, éste se identificó con López y con


una nueva burguesía que se venía ya gestando; pero él no hizo otra
cosa que seguir su rumbo, e incluso, como se verá más adelante,
algunos piensan que no fue tan fuerte el impulso que le dio, pues le
impuso fuertes cargas fiscales. De momento es interesante saber
cuál fue su pensamiento respecto al problema del desarrollo
económico. Cualesquiera que fueran los resultados finales, respecto
de la política económica López quería un gobierno libre de
coaliciones, un "gobierno de partido", para impulsar una
industrialización naciente y para efectuar una reforma agraria.

La diferencia fundamental entre el concepto de López sobre el


progreso y el que tenían los conservadores, era la de que para estos
últimos, el progreso no se había logrado por causas intrínsecas e
insalvables, como la debilidad de una raza triétnica, el clima tropical
y la irracionabilidad general del pueblo Colombiano. López, como
ya se señalaba, creía en la inteligencia del pueblo y atribuía el atraso
industrial a factores objetivos fácilmente identificables. Así pues, su
idea de industrialización estaba basada en la atenuación de esos
factores, ante todo el de la mala preparación en todos los niveles: el
agrícola, el artesano, el educativo e incluso el político. Pero es a este
último nivel donde él ve mayor responsabilidad y la clave del
problema, pues consideraba que el Estado había "dejado de cumplir
con la primera de sus obligaciones: preparar a los ciudadanos para
que sepan aprovechar la riqueza del país y para que sus actividades
no sean un penoso arar que no produce resultados proporcionales al
esfuerzo que demanda".

Pero López además relacionaba este concepto de mala preparación


con el de soberanía, pues esta hizo posible que la técnica y el capital
extranjeros llegaran a Colombia e impusieran condiciones de ventaja
en la explotación de los recursos sin dejar beneficios proporcionales.
Calificaba estas relaciones de industrias típicamente coloniales y no
dudaba en señalar que ejercían fuertes presiones sobre las entidades
públicas, aprovechándose del espejismo de la riqueza que prometían
proporcionar, para extraer materia prima a costos de obra irrisorios,
gracias a las concesiones que les fueron otorgando los gobiernos
Latinoamericanos. En este punto es clara la referencia a la política
de concesiones de los gobiernos conservadores. Pero la crítica va
más allá de esta particular aunque merecida alusión. Esta defensa
retórica de la soberanía sería llevada a la práctica más adelante en
actos como la aprobación de una ley que autorizaba al gobierno para
intervenir en el control de la industria bananera. La aprobación del
texto legal significó una dura batalla para superar los impedimentos
que mediante intrigas y sobornos interpuso la United Fruit Company,
finalmente vencida y públicamente denunciada en su intento, junto
con sus cómplices, a los que el periódico El Tiempo intentó
inútilmente defender publicando sus descargos.

Esta apreciación realista de la debilidad económica en el plano


internacional no llevó a López a posiciones de aislamiento en
política internacional. Ya no era la época del "I Took Panamá" de
Teodoro Roosevelt, sino la de la "Política del buen vecino" de
Franklin Delano Roosevelt, quien reunió la Conferencia
Interamericana de Consolidación de la Paz, en Buenos Aires en
1936; a la cual llegaron los colombianos con un mensaje del
presidente, en el que proponía crear un Liga Americana de Naciones,
tal era su interés en estrechar relaciones con los países del
continente. El proyecto fue recibido sin mucho entusiasmo, pero
curiosamente la propuesta que se ofrecía coincide en su
planteamiento con lo que actualmente se está gestando: una
coordinación gradual de intereses por afinidad.

Un asunto que era a la vez de política internacional e interna, y con


enorme trascendencia en el tema del Cambio Político fue el de las
relaciones Iglesia-Estado, pues una de las más urgentes medidas a
tomar para la modernización del país era, en concepto de López y de
su partido, el desmonte del Estado Teocrático que se había creado en
la Regeneración, y que era incompatible con la industrialización
hacia la que se tendía. Primero la Constitución de 1886 y luego el
Concordato de 1887, habían dado a la Iglesia unas atribuciones que
mermaban considerablemente la autoridad del Estado en varias
materias tan vitales como la educación. Esta, estaba sometida a la
suprema vigilancia e inspección de la Iglesia de manera ilimitada, lo
que para López significaba educación confesional obligatoria para
todos los ciudadanos, por la presunción de que todos eran católicos.
En su concepto, esto minaba la formación intelectual y la capacidad
de discernimiento necesarios para realizar cambios políticos en
favor de la democracia y el progreso.

La otra gran preocupación de López era el ejército. En el último


período conservador anterior, en el que la influencia del ejército se
hizo muy fuerte, algunos hechos hacían abrigar temores de golpe de
Estado por parte del general Rengifo. El ejército se apoyaba en el
temor al comunismo, alentado por el éxito del Partido
Revolucionario Socialista, que había recibido un apoyo electoral
espontáneo importante a raíz de la inflación y el desempleo,
causantes de un descontento no canalizado por los liberales. Pero la
élite civil no se dejó engañar y tras varios incidentes como el de las
bananeras y la represión de manifestaciones pacíficas, destituyó a
Rengifo y nombró a un ministro civil, que aprovechó la coyuntura
de la depresión para reducir el presupuesto militar y ejercer varias
acciones de control, como el retiro rápido. Así, a Olaya le tocó un
ejército débil y desacreditado ya. La idea de López era reforzar el
ejército, pero darle otra orientación, a diferencia de lo que pensaba
del clero, el no creía que debía disminuirse su influencia sino
ampliarla y diversificar sus actividades.

La tesis tradicional era la de que el ejército era una máquina de


exterminio, que debía permanecer en los cuarteles hasta que se
necesitase para defender las fronteras. Para López, esto era un error;
el ejército, entonces ya dependiente del poder central, concebido así,
o era inútil o era peligroso. Esto último porque podría lanzar contra
el pueblo su máquina de exterminio, y estaría infrautilizado, pues
bien orientado serviría para la consecución de fines difíciles de
lograr de otra manera. Uno de ellos, era el de educar aquella parte de
ciudadanos que pasaran por el cuartel y que de otro modo nunca
accederían a la educación, enfatizando el conocimiento del país y
fomentando así un nacionalismo sano. Pero la más importante era
para López la actividad de pioneros que estaban en capacidad de
realizar en las tierras incultas del país sobre las que el Estado no
tenía presencia alguna entonces y que constituían el 70% del
territorio nacional. En un territorio inexplotado, donde la escasez no
se ha dominado, la función defensiva del ejército era secundaria
para López, y debía por tanto abandonar ese estado de alerta para
asumir un papel activo.
Pero es que para López el Estado en su totalidad era quien debía
abandonar su actitud pasiva y asumir un papel protagonista, y para
ello tenía que ampliarse la extensión de su esfera de acción a un
campo en el que el viejo modelo liberal había situado al individuo
sometido únicamente a las leyes de la libre competencia y en el cual
el Estado debía ser poco más que un convidado de piedra: La
propiedad. La ingerencia del Estado en este tema, tanto para
controlar los abusos, como para procurar una redistribución de la
riqueza, asumiendo cargas confiadas antes al acto espontáneo de la
caridad, implicaban una serie de actividades estatales, a las que
desde León Duguit se les conoce como intervencionismo de Estado.
Uno de los puntos más álgidos era el de la propiedad rural, pues no
escaseaban ni aún entonces los conflictos sobre quién era el dueño
de la tierra: del que posee la escritura o del que la trabaja. López no
llegó a defender esta última posición, pues era tan partidario del
derecho de propiedad como el que más, pero veía como negativa la
inestabilidad en los títulos de propiedad y consideraba por tanto que
la tierra, que por concesiones del Estado había pasado a manos
privadas para ser explotada su riqueza, debía continuar siendo
explotada por quienes poseyeran las escrituras de propiedad, so
riesgo de perderla en beneficio de quien lo hiciese y cumpliese así la
función Social que debe tener la misma. Para López, el sistema
feudal de las parcelas no era justo aunque se pagasen las mejoras,
porque el arrendatario siempre podía ser despedido.

Existía pues una legislación imperfecta que debía modificarse y esto


también implicaba un cambio de las normas constitucionales al
respecto. Para algunos, como Guillermo Valencia, se trataba de una
desastrosa desamortización cercana al socialismo; pero realmente
López actuaba como representante de las clases medias y en ningún
momento planeaba atacar el derecho de propiedad sobre bienes
raíces como tal, sino actualizar a Colombia en el sentido de atacar el
poder feudal en beneficio de una economía más centrada en la
industria.

El intervencionismo para López tenía, como se expondrá más


adelante, varias facetas; por un lado la protección de la producción
nacional: "proteccionismo" y la protección de los consumidores de
los privilegios del proteccionismo. Con él además se buscaba mediar
para que el capital y el trabajo no estuvieran en una situación de
desequilibrio. Implica por otro lado la orientación de la economía
por el Estado y su participación en proyectos económicos que
merezcan apoyo.

La reforma tributaria era otra de las ideas básicas para hacer posible
que el Estado se convirtiera tanto en interventor y participante de la
economía, como en prestador de servicios públicos. La clave para
hacer posible la modernización en todos los campos, pero sobre todo
en lo referente a la educación, la salud y la agricultura era
refinanciar los organismos públicos encargados de llevarlas a cabo,
cuyos presupuestos eran absurdos y casi solo alcanzaban para pagar
los salarios. La solución no podía ser otra que los impuestos directos,
que en 1934 constituían solo el 15% de la renta nacional, mientras
que los indirectos eran el 61%; lo cual constituía una tremenda
inequidad para López, quien creía que los más beneficiados debían
aportar más). Esto dio lugar a una gran respuesta de los propietarios,
que incluso se asociaron en defensa de lo que consideraban una
socialización que ya había fracasado en los países europeos, creando
la Asociación Patriótica Económica Nacional (APEN), cuyas
actividades de bloqueo no fueron despreciables, como se expondrá
más adelante.

De lo atrás mencionado, es de donde provienen las dudas sobre el


real apoyo de López a la labor industrializadora. Él consideraba que
los conflictos en la agricultura y en la industria eran dos
manifestaciones distintas de un mismo fenómeno: "La lucha de
clases", y sin llegar a aceptar los supuestos marxistas del dominio de
la infraestructura económica sobre las superestructuras culturales,
señalaba como hechos naturales las demandas de derechos y
garantías que el pueblo comenzaba a hacer, pues eran el producto de
un modelo económico en gestación, que estaba convirtiendo a los
apasionados defensores de los partidos del siglo pasado en
ciudadanos luchando por intereses concretos y justos, a los que
había que dirigir, pues tenían el mérito de adquirir conciencia pese a
todos los intentos de mantenerlos en la ignorancia de sus derechos y
sus posibilidades.

Precisamente la inclusión de las clases populares en la vida política


era el eje del pensamiento político de López. El pueblo estaba
capacitado para saber elegir su futuro, pese a la falta de educación;
pero además de suplir este vacío, era necesario darle los
instrumentos para constituirse en un factor político influyente.
Teóricamente ese elemento existía por el sufragio, pero el fraude
electoral estaba afincado en una serie de prácticas electorales, en las
cuales no existía hasta Olaya ninguna garantía; fue este quien logró
hacer prohibir el voto de los militares, y quien creó la cédula de
ciudadanía para evitar el voto múltiple y sobre todo para conocer el
censo electoral. Pero fue López quien la quiso extender lo máximo
posible, pues le daba una connotación política muy fuerte, ya que la
consideraba además de un instrumento eficaz, una conquista
democrática. Por ello, este debía garantizarse mediante el
establecimiento de normas electorales confiables y efectivas. Sin
embargo, la participación popular implicaba algo más que la
concurrencia a elecciones. Para que operara un verdadero cambio
Político, era necesario además impulsar el movimiento sindical y
fortalecer la estructura gremial, y él se propuso hacerlo.

La "Revolución en Marcha" fue pues una propuesta de cambio


político; pero un cambio político radical a tal punto que se
anunciaba como no marxista para fijar el límite de su acción en
términos de medios, pero no de contenidos. López atacaba sin
contemplaciones a la oligarquía Colombiana de la que él había
surgido y que sería la que le llevara a abandonar este propósito de
desoligarquizar al país, que ya había expresado en términos más que
claros en el discurso de aceptación de su candidatura presidencial.
Para López, era imprescindible atacar ciertos intereses creados si se
quería hacer efectivo el principio formal de la igualdad de los
hombres ante la ley. Públicamente sostuvo que en Colombia existía
la injusticia porque era amparada por la ley y en tanto ello fuera así
esta carecía de legitimidad. Así pues la democracia Colombiana
como tal era algo por hacer más que algo por mejorar. Y este algo
no podría ser nuevamente un pacto de élites sin participación de las
masas, que siempre habían sido puestas al margen de las decisiones
políticas tomadas por autoridades burócratas y anquilosadas, que se
turnaban en el poder y basaban la eficacia de sus decisiones en
argumentos tales como el consejo de personalidades e instituciones
foráneas.

Sostenía López que la casta gobernante se basaba en el fraude


electoral para perpetuar su poder de élite; y que esa oligarquía
dominante no-solo no estaba legitimada, sino que era ineficaz, ya
que no había sido capaz de orientar al país hacia el máximo
aprovechamiento de su inmensa riqueza y mantenía por su ineptitud
al pueblo en la ignorancia. Así pues, no temía, como los
conservadores, entregar al pueblo un instrumento que pudiera
significar una revocación del poder, porque ese pueblo ignorante
tenía el olfato necesario para acertar, y porque precisamente a él
había que proporcionarle la manera de luchar por sí mismo contra
las oligarquías que dominaban el país en todos los niveles. El
saneamiento del sufragio era por ello para López la base para
desarticular los núcleos oligárquicos afianzados al poder, al lado de
instrumentos como la lucha sindical. En efecto, con López el pueblo
comenzó a manifestarse y participar en los actos públicos, aunque
aún no decidía, y hasta se le impusieron las reformas "por su bien".
Ya desde Olaya las riadas humanas comenzaron a verse en las calles
y el ritmo fue aumentando hasta llegar a las grandes multitudes
progaitanistas. El presidente creía en que el pueblo, no obstante ser
ignorante, era inteligente y era capaz incluso de juzgar el error de
los gobernantes y premiarlos o castigarlos a través del sufragio.

Este solo propósito de insertar a las masas en la toma de decisiones


políticas constituía por sí mismo una propuesta revolucionaria,
audaz a tal punto que el presidente se apresuró, como ya se señaló, a
fijar su alcance y el cauce ideológico por el que navegaría: "Nuestra
política es revolucionaria sin ser marxista, ni clasista, pero en modo
alguno pretende desconocer el orden social existente". Se trataba
pues de una revolución liberal que no pretendía destruir para
construir, sino imponer democráticamente. La veracidad de sus
palabras estuvo respaldada por su claro rechazo a la acción armada
propuesta por algunos oficiales liberales; él creía obtener el triunfo
electoral y en este sentido orientó el partido desde 1929, año en que
asumió su jefatura oficial.

A partir de López, puede comenzarse a hablar de cambio político en


Colombia, porque el fin de la hegemonía conservadora significó al
llegar él al poder más que un cambio de orientación un cambio de
régimen, pues Colombia se hallaba todavía sumida en muchos
aspectos en la época colonial, como fue el caso del sistema
contributivo, y una modificación de los mismos, precisamente por
tardía con respecto a naciones donde aquello era algo normal, no
podía ser menos que revolucionaria. Su antecesor se había
comprometido a no modificar la Constitución de 1886, pero él
declaraba que su compromiso era precisamente el de "Renovar las
instituciones que fueran moldes insuficientes para una nación más
desarrollada y compleja".

La gran sorpresa, para un país que conocía la diferencia abismal


entre las palabras preelectorales y las obras presidenciales, fue la de
que el presidente empezó a transformar aquellas promesas en actos,
y las reformas, constitucional, agrícola, educativa etc, que harían lo
que él llamaba la revolución evolutiva, fueron dándose una a una
ante el estupor general, el desengaño de algunos y la euforia de otros.
Debió arremeter contra la clase política anquilosada que criticaba, y
como se señaló, se dispuso a nombrar jóvenes desconocidos,
hombres de provincia, apellidos sin abolengo, que venían trabajando
por los ideales democráticos, y que después serían futuros pilares
del partido liberal. Esto facilitaba la labor de enfrentar los grupos
económicos que se sintieron atacados por las reformas. Ante ellos
los argumentos no podían tener más que una explicación pragmática,
y el presidente se deshizo en ellas. La más fuerte era la de que de
aquella manera se evitaba una revolución violenta, pues se
adelantaban a hacer reformas que el pueblo no tardaría en exigir,
previo adoctrinamiento. En cuanto al apoyo a los sindicatos, el
argumento era el de que éstos evitan los despidos injustificados que
hacían bajar los salarios, perdiendo el obrero su capacidad de
consumo, lo que perjudicaba a la empresa y al propietario agrícola.
No obstante, cuando debió responder a desafíos como el lanzado por
un grupo de propietarios para que reprimiera las huelgas, lo hizo con
energía y determinación en favor de los huelguistas.

Aunque el propio presidente diría más adelante que a pesar de la


protección laboral y las medidas fiscales la industria no se había
visto afectada, lo cierto es que estas explicaciones no fueron oídas
por quienes eran sus destinatarios, y la presión, sobre todo la del
propio partido, lo forzó a declarar una pausa para evitar
enfrentamientos y afianzar las reformas hechas, pero que, como se
verá, fue el comienzo del fin del intento modernizador, del que años
después se arrepentiría.

A partir de ese momento, se dio el repliegue de las reformas, el


ataque del sindicalismo con la anuencia del partido comunista y las
organizaciones obreras hasta llegar a la mera utilización electoral de
las masas que se movilizaron para apoyar las reformas de López.
Este proceso de contrarrevolución que comenzó ya desde 1937,
significó el fracaso del encuentro de las masas con el poder y la
sustitución de una ciudadanía social por la adhesión ciega al partido
liberal.

3. LA REFORMA CONSTITUCIONAL.

El nuevo equipo que accedió al poder en 1934, trató de promulgar


leyes sociales dentro del marco de la Constitución de 1886, que no
había sufrido grandes modificaciones; pero pronto comprendieron
que sería imposible continuar adelante sin la modificación de esta
Carta, eminentemente conservadora. Así nació la reforma de 1936,
cuya esencia era la de darle al Estado un carácter activo, en
contraste con el "dejar hacer" que dominaba hasta entonces la esfera
política. Fundamentalmente, la reforma de 1936 obligaba al Estado
a intervenir en la economía para lograr una distribución más justa y
equitativa de la riqueza del país.

La reforma de la Constitución era querida por todo el liberalismo,


pues la Constitución de 1886 era vista como el símbolo de la
hegemonía conservadora. El debate se centró inicialmente en la
forma y amplitud de la reforma. Para algunos había que reformarla a
partir de si misma y para otros con base en una asamblea
constituyente. La posición de López era la más práctica: reformarla
parcialmente sin recurrir a medios extraconstitucionales. Pero
además esta posibilidad era vista por López como más ética, en el
sentido de que al no crear un nuevo ordenamiento, no se estaba
dando la impresión de que se erigía una nueva diosa, como lo fue la
de 1886 y se dejaba en claro que lo que allí se consignara podía ser
mutado por similares procedimientos y así debería ser incluso.

Aunque ya varios congresistas, entre ellos Gaitán, habían presentado


desde 1931 un proyecto de reforma que afectaba sobre todo al
concepto de propiedad, solo hasta López fue posible que se
materializara este deseo liberal. Porque Olaya, consciente de su
papel de presidente en un gobierno de transición, ya desde su
discurso de posesión expresó que su deseo era el de que no se
modificase la Constitución durante su mandato; mientras que López
creía que era una de las principales tareas para las cuales había sido
elegido.

López presentó su propuesta de reforma parcial, elaborada por el


gobierno, pero las comisiones que la estudiaron, pensaron en la
posibilidad de hacer una reforma total. López persistió en su tesis,
como lo había hecho cuando se opuso a la constituyente, por lo que
llegó a tachársele de reaccionario y traidor de la revolución; al
mismo tiempo causaban pánico los temas que tocaba esta reforma
parcial, tan delicados para la tradición, como lo eran el de Iglesia y
el de la propiedad.

Era clara la intención de López de hacer una reforma sustancial sin


crear la ira de los conservadores. Al dejarles el esqueleto de su
preciosa obra, pero modificando lo que para él, y para su partido en
principio como se vio, eran los puntos más importantes: la
independencia del Estado respecto de la Iglesia, y sobre todo la
ampliación o mejor sustitución del papel del Estado respecto de la
economía. Así, prefería crear dudas entre sus copartidarios sobre su
espíritu modernizador, si con ello calmaba los ánimos de los
tradicionalistas y no sacrificaba con ello ni un ápice de la reforma, al
declarar sin ambages, y alguien podría decir que con cinismo, que la
Constitución seguía estando conforme con la situación institucional
previa, con la salvedad de que cambiaban las relaciones con la
Iglesia y se introducía "una reforma del concepto de propiedad
privada que permitiría intervenciones moderadas del Estado en el
juego hasta hoy libérrimo de las fuerzas económicas".
Lo cierto del caso es que quienes se opusieron a esta reforma parcial,
por considerarla antirrevolucionaria, terminaron aceptando la
magnitud del cambio; y tal es el caso de Gerardo Molina, quien
aborda el tema en su famosa obra sobre las ideas liberales,
señalando que sin duda se trata de una Constitución nueva (Cuadro
II). Esa reforma parcial, pero fundamental, tuvo también un efecto a
nivel doctrinario hacia el interior del propio partido liberal, según lo
expresara López ante el Congreso de 1937.

De acuerdo con los planteamientos del nuevo ideario liberal y de las


concepciones en torno a lo político del presidente, el Congreso de
1936, aprobó bajo el liderazgo de López y tras superar una fuerte
oposición de la que se hablará más adelante, así como con el apoyo
de los grupos sociales populares, una reforma constitucional que
consagraba los puntos fundamentales de un proceso modernizador:
El intervencionismo de Estado, la modificación del concepto de
propiedad y la secularización del Estado.

La base de la reforma constitucional fue la sustitución del papel


pasivo del Estado, proveniente de los principios individualistas de la
revolución francesa, que llegaron a Colombia de la mano de
Antonio Nariño, quien tradujera la declaración de los derechos
humanos al español. Baste observar la redacción de los dos artículos
pertinentes, para comprobar que se trata de dos concepciones del
Estado esencialmente diferentes. Mientras que la Constitución de
1886 dice que "las autoridades están instituidas para proteger a todas
las personas residentes en Colombia en sus vidas, honra y bienes, y
asegurar el respeto recíproco de los derechos naturales, previniendo
y castigando los delitos"; la de 1936 añadió en lugar de esto último:
"y para asegurar el cumplimiento de los deberes sociales del Estado
y de los particulares".

Ya en la Constitución española de 1931, en la República de Weimar


y en el texto de 1917 de México, se había consagrado que el Estado
era sujeto pasivo de derechos que le podían ser exigidos por los
ciudadanos; pero éstos igualmente ya no sólo eran titulares de
derechos individuales provenientes del derecho natural, sino que
tenían igualmente deberes sociales. Así, el Estado se hace
responsable de organizar la educación y proveer la asistencia
pública, que antes era una actividad privada administrada por la
Iglesia mayormente.

Son los deberes sociales del Estado en los que se fundamenta y


legitima la actividad interventora del Estado. La norma que más
contenido interventor tenía, era la que señalaba que precisamente:
"El Estado puede intervenir por medio de leyes en la explotación de
industrias o empresas públicas y privadas, con el fin de racionalizar
la producción, distribución y consumo de las riquezas, o de dar al
trabajador la justa protección a que tiene derecho". Sobre este último
aspecto, otro artículo corroboraba que "El trabajo es una obligación
social y gozará de la especial protección del Estado". Así mismo, se
garantizaba el derecho de huelga. Todo esto significó el paso a una
concepción del modelo político esencialmente diferente a la
anterior.

En el caso de los constituyentes de 1936, el objetivo era la


racionalización de la economía y el sector que señaló como
beneficiario: el de los trabajadores. En cuanto a la intensidad, la
audacia de la opción liberal estaba limitada por la exigencia de que
la intervención del ejecutivo operaba a través de las leyes que el
Congreso dictara, mediante mayoría absoluta. Esta limitante fue el
resultado de presiones de los grupos más tradicionales, tanto
conservadores como liberales. El temor y a veces terror a una
eventual estatización de tendencia socialista hizo difícil y polémica
la aprobación de estos temas, pero con la salvaguardia del control
legal de la actividad interventora, finalmente salió adelante. Se
argüía fundamentalmente que esta intervención podía limitar los
sacros derechos individuales, y los defensores de la posición oficial
del partido decían que precisamente se estaba anteponiendo el
interés común al interés individual, limitando, claro está, pero no
vulnerando, el derecho privado. Quizá por el énfasis en la búsqueda
del bien común, López no hablaba de intervencionismo, sino de
liberalismo intervencionista, y señalaba que como tal, este solo
empezó con la toma de posesión de Olaya: "La transmisión de
mando marcó el fin del 'laissez faire' en Colombia, tal como lo
practicaba el partido conservador y lo aceptaba hasta entonces el
partido liberal". De cualquier manera, López también creía que
como tal el concepto de intervencionismo en general era aceptado y
deseado, solo que en diferente dirección.

El intervencionismo que consagraba la reforma tenía pues un


carácter multidireccional: Significó en primer lugar el
proteccionismo aduanero, que beneficiaba a los propietarios. Pero
además, implicó el equilibrio entre el capital y el trabajo,
enfatizando la protección de este último. Así mismo, las medidas
proteccionistas hacían necesario el intervencionismo, para proteger
al consumidor en la nueva situación, artificialmente creada. Para
todo esto, por último se hacía necesaria la intervención del Estado
en la economía e incluso participación como inversor en empresas
de economía mixta o puramente estatales.

López hablaba entonces de una izquierda que abogaba por una


intervención de gran intensidad y de unos industriales que querían la
intervención cuando esta implicaba favorecerlos con el
proteccionismo aduanero, pero no cuando implicaba la defensa de
los trabajadores. Los socialistas por su parte pedían la
nacionalización de las industrias; cuestión que López nunca tuvo en
sus planes, pues consideraba que el Estado estaba muy lejos de ser
capaz de afrontar tal tarea. A pesar de ello, se le acusó de que las
normas constitucionales tenían por objetivo un futuro programa de
nacionalizaciones y expropiaciones; pero la verdad es que López
solo tenía en mente ejercer la función intervencionista mediante
políticas económicas como la fijación de aranceles y la participación
en la dirección de instituciones como la Federación de Cafeteros. No
obstante también se dio una especie de intervencionismo
nacionalista, que si bien no se tradujo en norma constitucional, sí
estaba en los planteamientos de López y se manifiestó en el
enfrentamiento con las transnacionales del banano y el petróleo en
defensa de los trabajadores, pero no se expreso en las leyes, pues
incluso la ley de petróleos de 1936, fue más beneficiosa para las
compañías extranjeras que la anterior.

El derecho de propiedad en la Constitución de 1886, se basaba en la


concepción jurídica del mismo consagrada en el Código Civil
Colombiano de 1857, proveniente casi de manera directa de la
compilación Napoleónica y esta de la romana. Desde Roma, la
propiedad fue el derecho de usar, gozar y disponer de la cosa, que en
el caso de los bienes raíces se extendía desde el cielo hasta el averno.
La propiedad privada adquirió con el triunfo de las ideas
revolucionarias un sitio especial en la escala de los derechos
inalienables. Con todo, usualmente por la necesidad de obras
públicas y otras razones de interés común se aceptaba la figura de la
expropiación. Pero los constituyentes de 1936, obsesionados con
establecer la distinción entre el concepto de interés común o general
y utilidad social, consagraron ambas posibilidades para hacer leyes
sobre expropiación, e incluso en algunos casos sin indemnización.
Mucho se discutió sobre este punto y cuando al final se aprobó,
algunos sostuvieron que había triunfado el grupo moscovita del
Congreso. El partido conservador quiso dejar muy en claro en su
programa de 1937, que disentían de la solución "comunista" de los
problemas económicos. De cualquier manera, el alcance de la norma,
que para algunos conduciría a la socialización del Estado, realmente
se veía limitado por las mayorías que exigía para aprobar leyes
referentes al tema.

El concepto de utilidad social pareció a otros vacío y repetitivo, pues


la falta de una formulación clara de su sentido, no dejaba entrever
mucho en que podía diferenciarse de la utilidad social. Darío
Echandía, ideólogo de la reforma, explicaba la diferencia de manera
contundente, partiendo del concepto de la existencia de una sociedad
de clases, en la cual el beneficio de una clase social débil, que deba
ser protegida, sería inconstitucional en una ley, si la Constitución no
hablase de utilidad social. No obstante, este mismo sostenía respecto
de la declaración de que la propiedad tenía una función social,
consagrada en la reforma, que ya estaba contenida desde 1886
implícitamente; lo que, en concepto de Gerardo Molina, era
equivocado, pues la Constitución de 1886 se fundamentaba en la
filosofía individualista (Cuadro I) y la de 1936 en el
constitucionalismo social. El objetivo concreto e inmediato cuyo
camino se pensaba allanar con esta norma constitucional era la
reforma agraria, que el mismo año fue aprobada por el Congreso.

No es gratuito que uno de los elementos distintivos de la


modernización sea para Almond y otros, como se vió en el capítulo
anterior, la secularización en sentido amplio, que proviene de la
significación lata de la palabra: poner en el siglo, pero que también
hace referencia al hecho de quitarle el carácter eclesiástico a algo, en
este caso el Estado. Así pues una de las primeras medidas de
secularización en el sentido de racionalización incluso es la efectiva
desclericalización de la política. Pero el intento de separación de
estas esferas en Colombia tiene antecedentes importantes, más
orientados ideológicamente que en términos de criterio
modernizador, y que conviene retomar previamente.

La ya gastada imagen de los conquistadores descendiendo de las


naves descubridoras con la espada y la cruz en lo alto, es más que un
tópico, pues nada refleja mejor la realidad de ese momento. Así, una
vez instaurado el dominio, a la Iglesia le correspondió una buena
participación no solo en lo económico, sino en lo político. Durante
la época colonial la Iglesia fue la institución más poderosa después
de la Corona. Virtualmente tenía el control de la imprenta, la
educación, la alfabetización y el acceso a la profesiones, y era un
terrateniente poderosísimo e indiscutido. La independencia no le
benefició y fue perdiendo sus prerrogativas a veces gradualmente, a
veces de golpe, lo que la puso a la defensiva de todo cambio político.
Solo los jesuítas expulsados de las colonias por Carlos III se
beneficiaron al poder volver tras la independencia, aunque fue el
comienzo de las sucesivas interdicciones y los consiguientes
levantamientos de las mismas.

El enfrentamiento entre el partido liberal y la Iglesia tuvieron un


importante antecedente en el siglo XIX, cuando llegó al poder un
grupo de liberales anticlericales, ateos, agnósticos o simplemente
partidarios de la secularización. Desde 1849, José Hilario López ya
se había encargado de instituir el matrimonio civil y el divorcio,
ordenar la desamortización de bienes de manos muertas en poder de
la Iglesia y prohibir a los sacerdotes tanto la actividad docente como
la política o administrativa. La Iglesia se politizó al punto de utilizar
los átrios para acusar a los liberales y ordenar a los fieles el voto
conservador. Aunque alguna parte de la Iglesia prefería la no
intervención en política, no fue esta posición la que se impuso.

Tras el desgaste político de los liberales en el poder ya en 1870, se


empezó a liberar la tensión en beneficio de la Iglesia. Así, se llamó a
algunas órdenes para atender los hospitales y colegios. El fracaso
del racionalismo en el plano material dio entrada a una Iglesia que la
verdad no había perdido demasiado terreno por la llegada a
Colombia de ideas racionalistas durante la secularización liberal.
Pero el matrimonio definitivo entre Estado e Iglesia se inauguró con
la llegada de los conservadores al poder y duró casi cincuenta años.

En el nuevo siglo, tras la "guerra de los mil días", se acentuó el


poder de la Iglesia, pues dominaban los políticos moderados. El
arzobispo Herrera Restrepo no solo no hacía llamamientos una
especie de guerra santa, sino que incluso controlaba los insurgentes
clericales, pues ya no era necesario: Hasta el candidato conservador
que sería el presidente era elegido finalmente por él. El tema de las
rentas de la Iglesia permaneció fuera de todo debate. Es importante
señalar que la influencia de la Iglesia era mayor en las zonas altas,
especialmente en la capital y Medellín, mientras que donde
predominaban las etnias negras, más dadas al sincretismo, no fue
tanta la preocupación. Esto incidiría más adelante en el hecho de que
Antioquía fuera el bastión del catolicismo y del partido conservador,
mientras que los movimientos anticlericales y el mismo liberalismo
en principio, tuvieron mayor aceptación en la costa caribeña.
De cualquier manera, en lo que iba transcurrido del siglo, el
anticlericalismo liberal había quedado solo en las mentes de los
generales liberales de la guerra de los mil días, que no eran ni
mucho menos partidarios de la ampliación de la esfera de acción del
Estado mediante la acción interventora.

El problema no era ciertamente religioso, pues los miembros de


ambos partidos asistían a los servicios religiosos, aunque
frecuentemente intentaban no coincidir en los templos. Pero la
Constitución de 1886 había concedido tales prerrogativas a la Iglesia
(Cuadro I), que el Estado para modernizarse necesariamente tenía
que empezar por recuperar esa pérdida de soberanía que implicaba
decir que la educación pública debía ser organizada y dirigida en
concordancia con la religión católica; norma que se basaba en el
presupuesto también consagrado, no solo de que los colombianos
eran católicos, sino que esa creencia y su institución eran el
fundamento del Estado.

El Concordato con el Vaticano de 1887 había otorgado al Nuncio un


poder similar al que se le concede al vencedor en los pactos de
rendición, sobre todo en lo referente a la educación, e incluso los
obispos podían revisar los textos y prohibir a los educadores la
enseñanza de materias en que no se ajustaran a la doctrina católica.
Esto implicaba que no podía hablarse de la mayor parte del
pensamiento filosófico occidental, ni mucho menos de
evolucionismo, aún en las facultades de medicina.

Se ha visto cual era el pensamiento al respecto del partido liberal


entonces, y cual la posición de López. Así, el concepto de libertad
religiosa y de enseñanza varió radicalmente en la nueva
Constitución (Cuadro II), al punto de que López sostenía que se
había quebrado una vértebra de la Constitución de 1886. El nuevo
articulado reflejó un radical cambio en la concepción no solo sobre
el papel de la Iglesia, sino en general respecto de las libertades
públicas. Se garantizó así la libertad de conciencia y de culto, y la
libertad de enseñanza, bajo la vigilancia del Estado.

Así las cosas, la educación dejó de ser confesional, aunque se


intento incluir la frase de que la religión católica era la que
profesaba la mayoría de los colombianos; lo que hubiera significado
el rechazo de leyes como inconstitucionales, si tocaban algún dogma
católico; y no solo en la educación, sino en temás como el divorcio.

Se liberó además la traba de la Constitución para hacer un nuevo


concordato, que al fin y al cabo es un pacto internacional y como tal
una norma supranacional que teóricamente no puede ser modificada
más que de común acuerdo; por lo cual en estricto sentido se
requería primero eliminar ese impedimento, negociar el nuevo
concordato y consagrar luego las normas vistas. Quizá por esto
López no pudo lograr la modificación del concordato, como era su
deseo, lo que implicaba que la aplicación de esas normas constituían
una violación del pacto internacional, no trascendente en este caso,
por tratarse de la intromisión de otro Estado en los problemas
internos y sustanciales de un Estado soberano. De cualquier forma,
no obstante no firmarse dicho acuerdo, la sola mención
constitucional y la voluntad de hacer efectiva la independencia de la
esfera política de la religiosa, logró un cambio cualitativo
importante, que si bien no relegó definitivamente a las sacristías el
poder de la Iglesia, ésta no recuperó nunca un papel protagonista tan
de primerísimo orden en la política nacional, como el que tuvo bajo
la hegemonía conservadora.
4. LAS REFORMAS DE LÓPEZ EN EL NIVEL DE LO REAL.

No obstante lo audaz de la reforma constitucional, para muchos


autores no superó el ámbito de lo formal. De cualquier manera, la
"Revolución en Marcha", fue algo más que una consigna, aunque,
como bien insistía el presidente, no se trataba de una revolución de
corte marxista. Las medidas eran para el momento verdaderamente
revolucionarias y algunas tuvieron un alto grado de efectividad. Este
fue el caso de la reforma tributaria, que consiguió reactivar la
economía sin arruinar a los capitalistas; aunque haya sido quizá
porque éstos, al aumentar los impuestos directos para reemplazar los
indirectos (dirigidos al consumidor), trasladaron los mismos
finalmente a los propios consumidores mediante la antigua
costumbre del sobreprecio. No obstante ello, las leyes de reforma
tributaria tuvieron mucha oposición, pero no se abandonaron,
porque eran indispensables para el éxito de los demas programas.
Más que hacer aprobar las leyes, la dificultad estribaba en hacerlas
efectivas. El gobierno intentó ser enérgico en esto, pues requería de
grandes sumas para hacer las reformas que se había propuesto en
términos prácticos.

La proyección en la realidad que tuvo el nuevo enfoque político de


López es la razón por la cual se ha señalado su primer gobierno
como un momento clave para comprender la dinámica del proceso
político colombiano: Sus reformas de tipo constitucional o legal, de
contenidos más filosóficos o pragmáticos, como la ley tributaria,
intentaron ponerse en el plano real y modificar el país. El intento si
bien se vió interrumpido por la reacción tuvo unos importantes
planteamientos, aunque por supuesto, se quedaron también en el
campo formal. Piénsese por ejemplo en programas como el de
bienestar y asistencia pública que debía adelantar el Estado, una vez
que señalara la reforma que la asistencia pública era una "función
del Estado", estando antes encomendada a la Iglesia y otras
instituciones y sufragada mediante la caridad. Este programa en
concreto molestó a las clases altas por varias razones: porque
implicaba un alto coste, porque la caridad, que era una de las
prerrogativas de clase, quedaba en manos del Estado y fuera del
control de la Iglesia, y porque todo ello parecía alterar las
diferencias sociales "naturales" entre los ricos y los pobres, pues la
sumisión de éstos últimos estaba garantizada en cierta forma por el
manejo clasista de la beneficencia, y se temía que se perdiera el
respeto por las generosas clases pudientes y la mano que repartía su
caridad, es decir, el clero.

El punto es que López, dado el bloqueo en el Congreso de los


proyectos que presentaba para llevar al campo legal las
innovaciones de la reforma, no pudo hacer mucho en su período
presidencial. A pesar de que los liberales tenían una mayoría
suficiente para hacer aprobar las leyes aún con la oposición de los
conservadores, el ala derechista del partido liberal no lo apoyaba en
la mayoría de las reformas trascendentes, con excepción de la
reforma constitucional y agraria. Esta última, sin embargo, pasó a la
historia, pese a sus débiles resultados finales, como el símbolo de
una época de transformaciones en las que muchos cifraron sus
esperanzas.

Para los tratadistas más entusiastas del primer gobierno de López, la


apertura hacia lo social fue el signo distintivo de dicho gobierno.
Para la mayor parte de los demás autores, es precisamente en lo
social, donde el intento fue más fallido.

Se impone de cualquier manera un análisis de algunos resultados de


los intentos de reforma real de lo social. En los treinta, los grupos
poderosos estaban unidos: los comerciantes, el sector de finanzas,
parte de los industriales y los grandes agricultores. Esto ayudó a que
se creara una respuesta de bloque de los trabajadores, quienes fueron
conociendo los conceptos en boga, de la solidaridad obrera, la lucha
de clases y el sindicalismo. Este último fue reconocido solo con
Olaya en 1931. López en su primer mandato, se dio a la tarea de
explicar como los incrementos reivindicados, volverían a las
empresas agrícolas o industriales bajo la forma de consumo. Pero
este Keinesianismo no convenció a quienes estaban acostumbrados a
pagar en la ciudad unos salarios, cuya mayor parte se consumía en
alimentación, o a pagar los salarios prácticamente en especie, como
sucedía en el campo. Esos consumidores a los que López decía
representar y defender del proteccionismo, no existían sino
potencialmente, porque eran pocos los que podían acceder a
mercancías extranjeras. Así, al clasificar el liberalismo a los sectores
populares como consumidores que debían ser representados, los
desconocía como actores sociales autónomos y de mayor entidad.

Desde 1931 el liberalismo se dio a la tarea de facilitar la creación de


sindicatos, y así, inmediatamente después de la elección de López
las huelgas se multiplicaron rápidamente. López vio venir esta
marejada, y como además le pareció que beneficiaría, por lo dicho
anteriormente, el consumo, abrió las puertas a la sindicalización,
concediendo sin dificultad la personalidad jurídica a los sindicatos,
que en 1935 ya eran más de quinientos, con más de cuarenta mil
miembros, se siguieron creando a lo largo de la "República liberal",
aunque en menor numero durante la presidencia de Santos (Cuadro
III). En el palacio presidencial nacieron muchos sindicatos y en él se
discutían y resolvían las huelgas. El hecho de solucionar la huelga
en la Tropical Oil Company favorablemente para los trabajadores,
fue decisivo para la captación política de esos grupos.

El partido comunista Colombiano (PCC), que había sido creado en


1930, tuvo como uno de sus primeros objetivos el de organizar la
huelga nacional del café. Aunque esta fracasó, la movilización que
generó fue fundamental apoyó para las reformas lopistas. La fuerza
del partido electoralmente y en militancia era baja. En 1935 los
comunistas, antes reacios al reformismo, promovieron la formación
de un Frente Popular, para apoyar el plan de reformas de López y
acuñaron más adelante el lema de "con López contra la reacción", y
el primero de mayo de 1936 se presentaron en masa ante López para
manifestarle su apoyo. Así, el movimiento sindical sacrificó su
independencia en favor del gobierno y del partido, lo que debilitaría
bastante hacia el futuro al movimiento y lo pusiera en posición de
ser utilizado como fuerza electoral no deliberante. Pero a partir de
este apoyo, se demostró una unidad sindical, que dio lugar al
Congreso sindical de Medellín y dentro de este a la Confederación
de Trabajadores Colombianos (CTC).

El Congreso sindical de Cali, en 1938, ya hablaba de "defensa


política" cuando con Santos se empezó a hacer muy visible la
división del partido respecto del movimiento sindical, al frente de la
derecha liberal y de cara a las elecciones. El temor fundamental era
que el sindicalismo desembocara en comunismo; y la idea de crear
una confederación latinoamericana de trabajadores, les pintaba a los
temerosos del bolchevismo el comienzo de una internacionalización
obrera, que según el "Manifiesto del Partido Comunista", sería la
etapa previa para el ataque frontal al capitalismo. Pero lo cierto es
que, según los informes del propio partido comunista esto era
imposible en Colombia. Los obreros hacían huelga pero seguían
votando por las listas de sus patrones. El que no hubiese contenido
extraeconómicos facilitó los pactos y la confluencia de los grupos en
el proyecto lopista.

El Congreso sindical de Medellín, dio lugar a un debate nacional en


el seno del partido liberal, sobre si se aprobaba o no una ayuda
financiera al mismo. De todo se concluye que los liberales tenían
miedo de verse identificados con las posibles declaraciones
comunistas que allí se expusieran, pero contando con su capacidad
de reorientarlo si así sucedía, finalmente se aprobó el auxilio. Las
reivindicaciones que surgieron del Congreso hacían referencia al
salario mínimo diferencial, el descanso dominical, la jornada laboral
de 44 horas, el derecho de huelga, las vacaciones remuneradas, etc.

El Congreso manifestó su apoyo decidido al presidente López, y dio


vía libre para la creación de la CTC como producto del Frente
popular. En el acto de clausura del Congreso, el ministro de
Gobierno enfatizó la posición del gobierno favorable al desarrollo
del movimiento sindical, señalando que este era benéfico para
"asociar los intereses económicos y engrandecer a los colombianos".
Fue así como la central sindical nació bajo el doble signo de un
frente popular de contenido incierto y una alianza electoral en torno
al partido liberal, esta sí con contornos bien definidos.

A partir de este momento, tanto la oposición conservadora, que veía


en el Frente Popular los lineamientos de Dimitrov en la
Internacional Socialista, como la derecha liberal, que manifestaba
ajenas las conclusiones del Congreso a los intereses del partido,
comenzaron a resquebrajar el endeble suelo político en que se
apoyaba el presidente y empezó a perfilarse una oposición
reaccionaria dentro del propio liberalismo, en cabeza de Santos. Esta
situación se agravó más con la contundencia de López al abordar el
tema ante el Congreso en 1937, defendiendo el derecho de huelga
como una reacción instintiva, derivada de la lucha de clases y
protegida legalmente, que al ser reprimida por la fuerza como si se
tratara de un delito, solo lograría el enfrentamiento directo entre la
clase subordinada que buscaba un mejor acondicionamiento y
vínculos más claros que la subordinación pasiva a otra clase, y esta,
que no terminaba de aceptar los cambios sociales que había
generado la transformación económica. Hizo además un énfasis
especial en el peligro social que podría significar la inestabilidad
laboral, si se llegasen a eliminar las conquistas sindicales en torno a
la continuidad en el trabajo, y cómo aquello no podía perjudicar en
modo alguno la economía; pero tales explicaciones no tuvieron el
efecto tranquilizador para eliminar la impresión que el resto de su
discurso causó entre los grupos más conservadores de ambos
partidos.

En el campo de las reformas a nivel legal, la huelga que fue


reconocida en la Constitución como un derecho, salvo en los
servicios públicos, fue también objeto de legislación. Se legisló
también en 1936 sobre los descansos remunerados, sobre los
Congresos sindicales en 1937 y sobre la protección a la maternidad
en 1938. Además, la ley 149 de 1936 prohibió la contratación de
obreros extranjeros por encima del 20% en las empresas extranjeras
y del 10% en las nacionales. Una reforma orgánica y global debió
esperar una segunda presidencia de López para ser consagrada.

En cuanto al llamado intervencionismo nacionalista en defensa de


los trabajadores colombianos, las acciones de López, fueron
principalmente dirigidas a eliminar los privilegios de las compañías
extranjeras, principalmente la Tropical Oil Company, a la que se
enfrentó el gobierno con motivo de la mencionada huelga, y se le
ordenó una investigación sobre las condiciones de vida de sus
trabajadores. Con la United Fruit Company también hubo el
conocido enfrentamiento; pero ello no entró en conflicto con el
proyecto de inserción del país en la economía internacional; pues
incluso, como se señalaba atrás, la ley de petróleos de 1936 otorgó
nuevas ventajas a las compañías norteamericanas. Más que un
nacionalismo o un antimperialismo, este aspecto de la intervención
estatal buscaba dejar en claro que solo el Estado era soberano en sus
fronteras y autónomo en sus decisiones y que tenía como primer
deber el de proteger a sus ciudadanos.

Sucede que la intervención estatal puede darse por razones


económicas, pero también por acciones políticas, como es el caso de
la presión de la clase trabajadora. En Colombia, la intervención en el
campo de las relaciones sociales se constituyó en el sucedáneo de
una intervención económica directa que ya no era posible.

Usualmente es el cambio socioeconómico que implica la


industrialización el que crea la movilización y esta exige la
intervención estatal. En el caso Colombiano, este orden se invirtió,
pues el Estado es el que incita a la movilización social para el apoyo
de las reformas. Así pues, la intervención por el aspecto
proteccionista y por tanto económico, no se agota en ello. Con
López el Estado intervino para proteger los mercados internos, pero
también para regular las relaciones laborables y para intentar lograr
una democracia social antes de la democracia política. López
asumió así un reto personal y de partido. Para lograr su proyecto era
necesaria la movilización de las masas, y protegerlas desde la
presidencia; pero ello rompió la dinámica de pactos de élite en que
se basaba el equilibrio político. El fracaso provino entonces
fundamentalmente de esta inversión del orden natural de la
movilización, pero sobre todo de la oposición de los grupos políticos
y económicos, que de esta manera pudieron conjurar
anticipadamente el problema de la movilización. La reacción
conservadora estuvo también incitada por acontecimientos externos,
como la guerra civil española y el ascenso del fascismo en Europa.

El inconveniente que tuvo esta protección estatal no fue el de no


haber sido exigida desde abajo. Al fracasar el intento modernizador,
la movilización social, que es la que hubiese presionado las
reformas en lo social, en cierta forma quedó controlada antes de
nacer. Esto, por haber surgido de la movilización estatal y haber
cifrado sus esperanzas en ella, como sucedió en otros países
latinoamericanos. Así cuando se dio la reacción conservadora y
López no pudo enfrentarla valiéndose del respaldo popular, las
masas perdieron una oportunidad histórica. Hubo gestos y reformas
formales, pero en términos reales hubo incluso un retroceso en las
condiciones sociales. Este concepto está sustentado por las
conclusiones de la misión Currie a finales de los cuarenta, en las que
se manifestaba que el problema central del pueblo Colombiano era
el bajo nivel de vida.

Así pues, parecen establecerse tres grados en la implicación del


Estado interventor. En primer lugar, el Estado parece haber
apuntado todas sus energías hacia el fin del desarrollo económico.
Pero se ocupó también, en segundo lugar de importancia, en lo real
y pragmático no en lo discursivo, de regular las relaciones entre el
capital y el trabajo. Por último, su acción fue casi insignificante en
cuanto a la satisfacción de las necesidades básicas de alimentación,
salud, vivienda y educación. De esta manera, la transición del
Estado "Gendarme" al Estado "Nodriza", como algunos han llamado
a la descripción de los deberes sociales del Estado consagrados en la
reforma de 1936, estaba lejos de darse, y ni siquiera un significativo
mejoramiento de la condiciones sociales llegó a realizarse ni aun
después de transcurridos 15 años desde la "Revolución en Marcha"
y un segundo mandato de López.

La "Revolución en Marcha", por el aspecto del intervencionismo


social no tuvo finalmente una presencia real, de manera que en su
lugar sirvió para vehicular una suerte de nuevo pacto social, para
afianzar el predominio del partido, pues un verdadero
intervencionismo hubiese chocado frontalmente con el liberalismo
de las clases dominantes, que sólo aceptaron un modelo limitado de
la institución de lo social.

En lo referente a la Reforma Agraria, las reformas de Lopez


tampoco cumplieron su objetivo. La situación de la tierra al final de
la hegemonía conservadora era bastante conflictiva. Había fuertes
enfrentamientos en Tolima y Cundinamarca. Los arrendatarios
buscaban que les quitaran las limitaciones a las que se ha hecho
referencia en otro capítulo, y los terratenientes temían perder la
escasa mano de obra y se asustaban ante las organizaciones que
surgían entre los campesinos, máxime cuando en 1931 se permitió
legalmente su constitución. Tanto la Unión Radical de Izquierda
Revolucionaria (UNIR), como el partido comunista y una parte de
los liberales, se dedicaron a organizar las ligas campesinas, con la
intención de hacerlas girar en su órbita. La reacción de los
agricultores fué de pánico y victimismo. Incluso un conservador
como Mariano Ospina Pérez, gerente de la Federación de Cafeteros,
se mostró partidario de desarrollar la pequeña propiedad.

Pero la parcelación tan manida por los promotores de la reforma, no


sería suficiente, y así lo veían algunos liberales que venían
presionando en pro de reformas desde la oposición; quienes sabían
que sin crédito ni asistencia técnica o adecuadas medidas de
comunicación, el pequeño propietario no progresaría. Ya en el
gobierno, los liberales elaboraron un proyecto de reforma, que se
debatió en el Congreso en 1933.

Durante el gobierno de López la ley de tierras adquirió carta de


ciudadanía. Recién aprobada una reforma constitucional que hablaba
explícitamente de la función social de la propiedad, el debate sobre
la reforma agraria no se hizo esperar. Lo cierto es que los
propietarios ya estaban advertidos, y como se sabe, por el mismo
presidente que se negó a usar la represión legal contra quienes aún
no tenían una correlativa protección de los abusos de los
propietarios. Estos, que pertenecían a los dos partidos, estaban ya
organizándose y desataron una lluvia de acusaciones contra el
gobierno. Echandía, ante las acusaciones de socialista y bolchevique,
reaccionaba con burla, demostrando la ignorancia que tenían sus
atacantes sobre el tema. Pero para los propietarios la cosa estaba
clara: la zona de influencia ya no era el Vaticano sino Moscú, y ello
conduciría a una catástrofe como la que estaba viviendo España.

Con todo, la terquedad del gobierno y el apoyo de los liberales de


avanzada, hicieron posible la aprobación de la Ley 200 de 1936 o de
reforma agraria. La base jurídica de la ley era la de que hay una
presunción de hecho de que quien posee y explota la tierra es su
dueño, y si se demuestra lo contrario, de todos modos tiene derecho
a las mejoras que haya introducido en ella. Así, quien realiza sobre
la propiedad durante un tiempo actos positivos de explotación y
actúa como señor y dueño, se reputa que jurídicamente es el dueño.
De esta manera, se evitaba que los colonos fueran luego expulsados
por hacendados que se hacían con títulos de propiedad dudosamente
obtenidos. Por otra parte las tierras concedidas como baldíos por el
Estado, pasaban nuevamente a esta si no eran explotadas en el
término de 10 años. Esta prescripción extintiva no tenía como
correlativo una prescripción adquisitiva, sino que retornaban a su
calidad de baldíos. Pero los terrenos baldíos así constituidos, sí
podían adquirirse después de cinco años de ocupación de buena fe.

Además de la justicia social que llevaba aparejada la reforma, lo que


se buscaba con éstos plazos prescriptivos era convertir el latifundio
de raigambre colonial en hacienda capitalista. Mediante ella se
pretendía modernizar las estructuras agrarias y disminuir el poder
político de los hacendados, que como bien explicara López en
diversas ocasiones, desvirtuaban el papel del Estado, convirtiéndolo
en su representante legal.

Estas medidas tranquilizaron por algún tiempo a los colonos, que


esperaban la Constitución de pequeñas propiedades mediante éstos
procedimientos. Si en algo coinciden los autores que han estudiado
el tema hasta hoy, es en reconocer que el problema no se solucionó
en modo alguno. En Colombia el litigio está sobre todo en las tierras
cultivadas. Los aparceros, a pesar de que se elaboraron contratos
tipo y se difundieron a través de la Federación de Cafeteros para
evitar abusos, se vieron expulsados por los dueños de las tierras,
quienes no los prorrogaban los contratos para que no se declararan
al final como colonos. Esto aumentó las miserias de los campesinos
sin tierra, que perdieron la estabilidad en el arriendo de tierras y
sufrieron expulsiones, ataques y pérdida de las mejoras.

Las consecuencias fueron entonces favorables a los propietarios:


Retrocedieron los conflictos agrarios, especialmente en
Cundinamarca y más adelante los movimientos campesinos
perdieron su capacidad de presión. Los hacendados, para señalar
como explotadas las tierras se dedicaron al lucrativo negocio de la
ganadería; los trabajadores de la tierra pasaron al estatus capitalista
de asalariados; y la tierra siguió concentrándose, lo que no impidió
la proliferación del también desventajoso minifundio. En síntesis,
fue un fracaso.

En lo referente a la legislación tributaria, los avances de López si


tuvieron un efecto significativo. El ministro de Hacienda de Olaya,
había explicado ante el Congreso en 1934 porqué él consideraba
imposible mejorar la legislación de impuestos, sin embargo López
pensaba bien diferente, y así se lo manifestó a través de la radio a
los colombianos.

Con base en el Estado de sitio que se decretó al sur del país, con
motivo de la guerra con Perú (comenzada en 1933 a raíz de un
conflicto fronterizo), López elaboró dos decretos de orden fiscal. El
uno iba dirigido al pago del gasto militar; pero el segundo
modificaba el impuesto a la renta aumentándolo. La mayoría
conservadora de la Corte lo declaró inconstitucional, diciendo que
ya no había guerra en el sur. Hubo que ir entonces al Congreso,
donde la mayoría era liberal. Así, la ley 78 del 35 aumentó las
tarifas para las rentas altas y creó un impuesto de patrimonio, aparte
del de la renta. La novedad fue el carácter progresivo de estas rentas
altas, que iban del 8 al 17%. En 1936, se aumentaron la tarifas de los
impuestos por donaciones y sucesiones testamentarias y no
testamentarias. Como se menciona en otro capítulo, se enfatizó el
impuesto directo en beneficio de los consumidores, para dotar al
Estado de los medios necesarios para realizar su labor interventora.
Además, se establecieron controles para evitar la evasión.
Ante los ataques que recibió, López se defendió nuevamente a
través de la radio, dando cifras sorprendentes sobre la diferencia en
la tributación de las grandes compañías, sobre todo las
transnacionales, antes y después de la reforma fiscal. Estas solas
cifras demostraron el éxito de la reforma. Con la ayuda de Jorge
Soto del Corral, López logró duplicar en 1935 lo recaudado por
impuesto sobre la renta, en 1936 logró triplicar esta última cifra, y
así, mientras que en 1934 se obtenían 2 millones de pesos, en 1938
se obtuvieron 18 millones; lo que significaba ya el 21% de lo
recaudado, habiendo sido en 1934 menos del 5%.

Pero la principal consecuencia de la reforma fiscal, fue el papel que


representó en la actividad interventora del Estado; pues a partir de
ella, los impuestos a la renta y complementarios, comenzaron a
aumentar ostensiblemente su significación en el cuadro global de los
ingresos estatales, con lo cual el Estado adquirió una base interna y
segura de financiación, y a la vez, un importante instrumento de
política económica y social.

Podría señalarse que otra consecuencia importante de las medidas


tributarias fue el haber modificado la actitud apática de lo que él
llamaba las clases pudientes respecto de la política, pues a partir de
esas medidas se despertó un gran interés por los asuntos públicos,
que se manifestó durante su segundo mandato, en la creación de
entidades de representación de los gremios. Los diferentes
tratadistas no resaltan este hecho, que sin embargo el propio López
había predicho al defender las medidas tributarias de su programa.

c. LOS AGENTES DEL CAMBIO Y LA REACCIÓN.

1. EL PAPEL DEL ESTADO EN LA CONTIENDA ENTRE


CAMBIO Y CONTINUIDAD.

El Estado es el gran protagonista de la "Revolución en Marcha" y de


su fracaso. Antes de 1930, el Estado en su pasividad era casi un
convidado de piedra en los cambios políticos. Cuando
paulatinamente se fue desarrollando el intervencionismo, el Estado
fue asumiendo un papel cada vez más importante. Pero fue con
López cuando el Estado se convirtió en el centro de decisiones
políticas y en el eje de confluencia de los intereses sociales, y se
anunció a sí mismo como el punto de encuentro entre la burguesía y
el pueblo. Pero esto no significó la sustitución de la dominación
oligárquica, sino la superposición de dos lógicas contradictorias, una
de emancipación y otra de dominación. Finalmente la primera
subsiste solo en lo simbólico y lo mítico, dando una expresión nueva
y con mayores elementos a la dominación, ya no ejercida mediante
la violencia descentralizada, cuyo modelo surgió del poder
hacendario, sino con base en esa presunta unidad de la sociedad a
través del Estado.

Una vez más se hace presente el interrogante que se planteó respecto


del intervencionismo, sobre porque las elites políticas asumieron
esta actitud. La explicación más recurrida respecto de idénticos
fenómenos en otros países latinoamericanos, es la de que ante las
transformaciones de la economía internacional, no existía una
burguesía preparada para asumir el papel que la aristocracia
terrateniente iba perdiendo en lo económico, pero que conservaba en
lo político. El Estado se presentó entonces como un agente de
adaptación, cuando los vínculos entre la economías periféricas y las
centrales ya no eran tan fuertes por la crisis mundial, y había una
serie de intereses heterogéneos que buscaban su expresión. Como
receptáculo de esta pluralidad de demandas recibe un apoyo de
múltiples sectores contrapuestos, pero a la vez la legitimidad que su
papel de unificador le confería lo pone en una situación imposible,
por un lado como impulsor de nuevas fuerzas políticas, pero
también como centro de discusión para la negociación de intereses
de las clases dominantes. Es en esta doble función como logró
institucionalizar una dominación sobre las clases populares, que ya
existía en otros términos.

En Colombia sucedió que las clases dominantes recurrieron al


Estado para la mediación de una pluralidad de intereses, pero no
porque viesen debilitado su poder; no porque hubiese una crisis
hegemónica. Acudieron al Estado para que actuara en tiempo de
crisis como unificador de la multitud de intereses a veces
contrapuestos que les impedía presentar por tanto como proyecto
político ellos mismos. Pero para pretender una autonomía el Estado
debió contar con una fuerza de apoyo, que por supuesto no podía ser
la militar, pues estaba debilitada y desprestigiada. Tampoco podía
contar con una clase media organizada y con conciencia de cambio.
La unidad se basó entonces en el pueblo, comprendiendo por tales
de un lado a los consumidores en abstracto y del otro a los
trabajadores. El Estado recurrió entonces al pueblo por la misma
razón que éste se hipotecó, como se verá más adelante, a la voluntad
del Estado, por su debilidad frente al poder de la oligarquía. Por esto
se observa en el discurso de López ese ataque directo al poder
oligárquico, más bien a su excesivo poder, y una inmediata y
tranquilizadora advertencia de que no se quiere subvertir el orden.

Resulta interesante analizar el discurso de López y de sus ministros


para comprender que tras este "vals dialéctico", se oculta
precisamente la ambivalencia del Estado entre el orden y la ruptura,
entre el mantenimiento de las estructuras de dominación en un tono
diferente a la tradicional violencia oligárquica descentralizada y la
crítica a las mismas como causantes del inmovilismo económico y la
injusticia social; en definitiva entre el continuismo y la modernidad.
No cabe duda, al comparar los razonamientos de los diferentes
discursos, que López hizo jugar al Estado un doble papel, en el que
necesariamente tiene que haber un engaño para alguna parte de los
destinatarios de los mismos, por el elemental principio lógico de la
"identidad", según el cual una cosa no puede ser algo y ser otra cosa
al mismo tiempo. El asunto sería definir si hablaba a ambas partes
con medias verdades o engañaba totalmente a una de ellas. Así,
cuando defendía el movimiento obrero, señalaba el valor justicia
social ante los despidos intempestivos, pero a la vez se hablaba de la
lucha de clases como un hecho inevitable y se tranquilizaba a los
patronos explicándoles como el mejoramiento salarial implicaba un
mayor consumo y un regresar de esos aumentos bajo la forma de
ganancias. El mismo nombre de "Revolución en Marcha", lleva
consigo unas connotaciones ideológicas intensas en el momento,
pero rápidamente se aclaró que no hay marxismo tras esa revolución,
que no se atentaría contra el orden y que incluso por esta vía se
evitaría la irrupción violenta de las masas en la vida política. Se
recibió el primero de mayo a los dirigentes de izquierda y se les dio
la palabra desde el balcón presidencial, pero se contestó al clamor de
las masas con la vieja consigna de "viva el partido liberal".

¿Que pretende el Estado?, se preguntaría un testigo reflexivo en


aquella época, y daría cuenta de que el proceso de cambio se iba
estrechando conforme se acercaba a lo fáctico. El discurso
democrático del partido era amplísimo y más aún el tono de justicia
social de López. Pero la consagración formal de los principios
expuestos no abarcó sino parte de ese ideario. Luego vino la
materialización de algunas reformas y el desconocimiento de la
mayoría, cuando el Estado va perdiendo autoridad frente a la
oposición partidista, intrapartidista y suprapartidista, que se
analizarán en el capítulo siguiente. A la pregunta inicial de que
busca realmente el Estado si una justicia social o una paz social, el
proceso de achicamiento de la reforma sugiere que no engañaba a
los patronos cuando los tranquilizaba diciéndoles que el Estado
quería una paz industrial; pero esta paz sindical, lograda únicamente
por la fidelidad ciega de la CTC y el partido comunista al lopismo,
no trajo consigo un aumento de los salarios.

El Estado quería pues intervenir en las relaciones sociales, pero sin


arriesgar el orden político, no obstante las características
oligárquicas denunciadas por él mismo. Captó con esta invitación a
las masas por él movilizadas, pero las convirtió en masas electorales
al servicio del partido liberal, sea cual fuese la orientación política
que este asumiera. Y la posición que este adoptó fue la de una pausa
en la revolución, justo a los pocos meses de la concentración del
primero de mayo. Luego fue la "marcha atrás de la Revolución" con
Santos, y en general, como se verá en el epílogo de la "Revolución
en Marcha", ya el repliegue del movimiento reformista fue inparable,
con algunas excepciones importantes como la creación del
Ministerio del Trabajo en la segunda presidencia de López.

El Estado fue pues tanto agente de cambio como agente de reacción.


Conducido por el partido liberal en cabeza de López, acogió la
retórica moderna, pero por otra parte apenas tocó los fundamentos
de la política tradicional, por considerar como natural la división
política del cuerpo social legado. En tales condiciones no fue
sorprendente que el Estado siguiera asimilado a la hegemonía de un
partido, ni que la promesa de una nueva ciudadanía hubiere
desembocado en el fortalecimiento del dominio de los dos partidos
sobre el electorado. La evolución de la actitud reformista del Estado
hacia posiciones reaccionarias de cualquier manera debe explicarse
en conjunción con el impacto de la oposición reaccionaria al cien
por ciento, encabezada por el partido conservador y otros entes
sociales suprapartidistas firmemente vinculados a éste.

2. PARTIDO CONSERVADOR, IGLESIA Y EJÉRCITO


CONTRA EL MOVIMIENTO MODERNIZADOR.

El partido conservador adoptó una posición ambigua, pues primero


se decidió por la abstención electoral, y se preocupó, al mando de
Laureano Gómez, íntimo amigo de López, por criticar el gobierno
de Olaya. Parece ser que la intención era dividir al partido liberal, lo
que en efecto se logró luego, pues según los resultados de las
últimas elecciones, estaba claro que los liberales eran la nueva
mayoría.

Gómez era un ingeniero de origen humilde que desde muy joven fue
apoyado por los jesuítas, llegando a convertirse en líder indiscutido
de los conservadores durante el gobierno de Olaya. Se apoyó en
parte en la alianza con López para eliminar políticamente al
presidente conservador Marco Fidel Suárez. Durante el gobierno de
Olaya coincidió en Europa con López como embajador en Londres y
él en Berlín. Pero regresó a hacerse cargo de la dirección del partido,
y se dedicó a hacer una oposición política cerrada a Olaya, buscando
con ésto y con la polarización política que propugnaba, afianzar su
posición en el partido. Curiosamente los ataques a López tardaron
un tiempo, bien por la estrategia mencionada, o por la amistad
también señalada entre los líderes, pues aunque la posición de
Gómez no era invulnerable, éste era suficientemente poderoso para
vetar candidatos; por lo que favorecía a su amigo López. De
cualquier manera, esa oposición amistosa, que al parecer aun existía
al momento de tomar posesión López, se trocó en oposición radical
y desbordó las relaciones personales más adelante. En cuanto al
tratado, logró mantenerse el empate gracias a diversas argucias
políticas, hasta que se terminó el tiempo de sesiones del Congreso.
En la siguientes sesiones los conservadores se abstuvieron y la
mayoría liberal lo aprobó sin problemas.

Uno de los instrumentos de que más se valió Gómez para su táctica


de oposición, fue el periódico "El Siglo", que él creó para encauzar
la opinión conservadora en sus términos, cosa que "El País",
periódico tradicional conservador no podía lograr dado su
eclectisismo ideológico dentro del mismo conservatismo. La
estrategia fundamental era crear polémica sobre cualquier punto,
proponiendo incluso la resistencia no violenta de Gandhi; poner en
duda la legitimidad del gobierno por su gestión no concertada con
los conservadores o por los pactos con Perú, etc.

Pero estas tácticas no lograron despertar el entusiasmo de los


conservadores; López les proporcionaría el incentivo necesario, ya
que solo en 1936 aparecieron claramente las líneas de demarcación
entre las políticas de los dos partidos. La nación política se polarizó
por las reformas educativa y constitucional de los liberales. A partir
de entonces, Gómez, con base en un moralismo intransigente,
comenzó a llevar al conservatismo hacia un terreno ajeno a la
negociación política. Inspirado en el franquismo y en su visión
cataclísmica de la sociedad y del papel mesiánico de los
restauradores cristianos, logró polarizar el partido conservador en
algunas regiones y constituirse en su líder.

La polarización se dio también al interior de los partidos y en el caso


del partido conservador se creó un grupo demócrata y otro
autoritario, y Gómez hizo el equilibrio posible entre ambos, aunque
cuando calculó que los más derechistas perderían fuerza, la
Convención Conservadora de 1937 optó por esta corriente. Pero ya
desde 1935 se había creado el Centro de acción Conservadora, cuyo
lema era "Nosotros somos católicos, conservadores, nacionalistas y
reaccionarios". En Medellín surgieron también asociaciones
paramilitares como la Alianza Para La Fe, y la Tradición De
Medellín. Debe tenerse en cuenta también que muchos grupos
derechistas surgieron a raíz de las prácticas locales abusivas de los
funcionarios liberales y de la creación de la Alianza Nacional
Estudiantil Anticonservadora, financiada por los liberales radicales.

Pero la oposición a nivel micro fue también bastante relevante,


puesto que todavía no se encontraba desmontada la maquinaria
conservadora; sobre todo en donde la mayoría era conservadora y
tradicional, como era el caso de Antioquia y Boyacá. Gómez se
aprovechó de la celebración que hizo López del primero de mayo
ante artesanos, obreros y funcionarios a quienes recurrió para
enfrentar la mayoría en contra en el Congreso. Le acusó de
favorecer las minorías urbanas en perjuicio del campo y de las
provincias. Las gentes se opusieron, muchas veces violentamente al
nombramiento de alcaldes liberales e incluso propusieron el boicot
económico, animados por Gómez, negándose a pagar impuestos o a
consumir artículos de los que dependían las rentas oficiales, como el
licor y el tabaco.

La guerra civil Española, era constantemente utilizada para


comparaciones, señalando los desmanes de los republicanos contra
los miembros de la Iglesia como un equivalente de lo que hacían o
harían los liberales. Gómez se valió de ésto para enervar los ánimos,
y los liberales le hicieron el juego. Por todo Colombia se veían
mapas de España señalizando con alfileres de colores los avances de
uno y otro ejército. El simbolismo se hizo cada vez más intenso. Se
exhibían en los desfiles conservadores retratos de López y Echandía
al lado de los de "la pasionaria" y Manuel Azaña. Sin embargo, la
Guerra Civil Española más bien redujo el optimismo liberal.

La Iglesia Católica por su parte, hacía homenajes de desagravio al


Santísimo e invitaba a elegir concejales católicos. Pero esta ofensiva
se desató fundamentalmente a partir de 1936, cuando ya se vieron
las reformas en camino. López intentó calmar a los obispos,
explicándoles que los privilegios eclesiásticos se protegerían en el
concordato que se firmaría, pero que no eran materia constitucional.
Sin embargo, ante la perspectiva de perder un poder que se
consideraba inmutable, la Iglesia amenazó con incitar a la
desobediencia civil si se modificaba la Constitución, y entonces
López cambió el tono, y no dudó en calificar esta actitud de
subversiva advirtiendo al Nuncio Apostólico que el gobierno no iba
a "aceptar que el poder civil quede en condiciones de inferioridad al
eclesiástico, ni en relación con otros Estados ligados a la Iglesia
Católica por Concordatos, Patronatos o Convenios". Esta
advertencia iba dirigida a la jerarquía católica, pero la Iglesia
colombiana en aquella época estaba poco centralizada, por lo que en
cada región, la movilización tomó formas variadas, pero en todas
partes cobró una gran amplitud; siendo particularmente intensa en
los Santanderes, y en Antioquia, donde los altos cargos del clero lo
ocupan miembros de familias importantes, mientras que los curas de
los pueblos son personajes indiscutidos.

El conservatismo atacó las reformas por todos los medios posibles.


Sobre todo la radio y la prensa tuvieron un papel protagonista. Los
conservadores contaban con importantes medios provinciales, como
EL Colombiano y La Defensa en Medellín, La Patria en Manizales y
El País en Cali. Pero para hacer contrapeso a dos periódicos
liberales de difusión Nacional, se creó, además del mencionado El
Siglo, una emisora de radio. La Razón, a pesar de ser un periódico
liberal, al estar controlado por el ala derechista y antireformista del
partido, se opuso constantemente a la labor de López y señalaba el
éxito popular del presidente como un mal presagio. Cualquier cosa
se dijo por éstos medios, e incluso se llegó al punto de acusar al
presidente López de pedir viáticos indebidos. No menos
caricaturesca fue la acusación de varios obispos (sobre todo uno de
ellos, Builes, célebre luego por su incitación a la violencia), quienes
señalaban a los liberales como unos conspiradores masones, cuya
religión era la de Satanás, uno de cuyos objetivos fue la revolución
francesa, luego la rusa, luego la república española y finalmente: la
cristiana Colombia. Así, al nombrar López a Echandía Ministro de
educación, este aparecía en El Siglo con el título de gran maestre de
la logia.

De esta manera, los ánimos fueron exaltándose, llenando desde los


átrios y la recién fundada Voz de Colombia, las mentes de los
conservadores, con imágenes dantescas de la realidad política. El
cúlmen de la tensión se dio cuando la reforma constitucional iba a
ser aprobada y los conservadores amenazaron con desconocerla. La
oposición llegó a ser desleal, pues radiofónicamente se emitió un
comunicado conservador, en el que se relegaba al pueblo de la
obediencia a las leyes, y el propio episcopado emitió un manifiesto
en el que incitaba a la defensa de la religión por cualquier medio.
Esto es demasiado peligroso en un país en el que la legitimidad tenía
aún muchos elementos de tipo tradicional y la Iglesia había sido uno
de los pilares del orden público durante 50 años. El gobierno,
temeroso ante una verdadera insurrección, aumentó su pie de fuerza
e hizo detener a varios generales acusándolos de participar en un
complot, e incluso a varios civiles.

Bien sea porque no existía realmente un complot a gran escala, o


porque se actuó a tiempo, o incluso por el apoyo del Frente Popular;
lo cierto es que las situación no pasó a mayores. Pero algunos
temieron siempre que la guerra civil se desencadenaría de un
momento a otro como en España, siendo la polarización muy
parecida en muchos aspectos, sobre todo en el religioso. Este era un
tema en el que los conservadores, bastante en desacuerdo sobre la
forma de dirigir el partido, estuvieron siempre unidos y coincidieron
en que la esencia de la doctrina conservadora eran la patria, la
familia, la propiedad y la religión. No obstante, también hubo
desacuerdos entre los conservadores y la jerarquía eclesiástica, pues
Laureano Gómez se opuso muchas veces a los compromisos de
ciertos prelados con el régimen liberal.

La defensa de la religión, dio lugar a la imposición de sanciones


como la excomunión a quienes se iban acoplando a los cambios que
legalmente se implantaban. Puede adivinarse como fue entonces la
reacción ante la ley de divorcio y la reforma del concordato. Pécaut
explica esta reacción católica como un componente más del
autoritarismo vigente.

Uno de los puntos de mayor tensión, fue el mencionado


desequilibrio, que los conservadores exageraban, entre la dotación
de los militares y la policía "liberal", que hubiese podido producir
un enfrentamiento, de no ser, porque el debate quedó aplazado, por
la crisis del café de 1937, que obligó a suspender las reformas para
equilibrar el ejército y la policía. Hubo una tregua de la clase alta,
fundamentalmente agroexportadora, que se hizo extensible al
ejército y a la policía, para proteger a Colombia de la inestabilidad
política, mientras se decidía el futuro del café. Se suspendió el plan
de policía paramilitar y se nombró un Ministro de Guerra que gustó
al ejército y los conservadores se olvidaron de momento de intentos
militares de tomar el poder.

Es importante medir el verdadero alcance de la oposición


conservadora en el fracaso del proceso de cambio, que se coronó
con la renuncia, no aceptada pero reveladora, de López como
presidente, y de Echandía como candidato liberal, en favor de
Santos. Aunque bajo el impacto de Laureano Gómez la
contrarrevolución no adquirió un contenido programático preciso, la
teatralidad de la oposición conservadora, el posterior
abstencionismo y el rechazo a la política de modernidad por parte
del conservatismo gomista y de la Iglesia fueron un gran obstáculo
para la era de cambios que se quería instaurar.

De cualquier forma, el conservatismo no pudo recuperar el poder


con la pérdida de apoyo que López y de Echandía por el partido
liberal. Sus estrategias divisorias fracasaron, pues no se dio una gran
división del partido liberal, como había sucedido con los
conservadores, pues en la práctica los echandistas aceptaron la
candidatura de Santos sin mayores objeciones. Por otra parte Gómez
no apoyó a Ospina como candidato muy entusiastamente y al final el
partido le dio a éste una salida digna aduciendo que no habían tenido
tiempo de analizar la emisión de cédulas (carnés de ciudadanía),
pero realmente no estaban preparados para una derrota. A nadie le
interesaba presentar una candidatura que se opusiera a la de Santos,
ni a los hombres de negocios conservadores les interesaba
financiarla. Si Ospina perdía, que era lo más probable, se "quemaba"
políticamente, y Gómez quedaba mal por no haber movilizado su
zona de influencia, el oriente; y si por acaso ganaba, Gómez
quedaba fuera de la maquinaria controlada por Ospina como
presidente, y sin posibilidades presidenciales. Si de pronto había un
gran fraude electoral, ni el mismo Gómez hubiera podido parar las
pasiones por él encendidas y un golpe militar postergaría también
sus esperanzas.

La cuestión es que la oposición del partido conservador obedeció a


dos hechos fundamentales: su desacuerdo con las reformas sociales
y económicas y su inconformidad total con el proceso de
secularización del Estado. El primer punto tiene que ver con la
forma de administrar el poder, pero el segundo toca las fibras más
finas de la creencia de la legitimidad. Pécaut considera que éste
último fue determinante, en tanto que la oposición a las reformas era
más bien accesoria. Pero la coincidencia de objetivos con otros
grupos opositores indiferentes a la secularización plantea dudas a
este respecto. Puede observarse para corroborar ésto, cómo en los
discursos de los dirigentes conservadores es mayor la insistencia y
prepocupación por el tema de la propiedad y el intervencionismo.
Conviene estudiar entonces qué otras presiones facilitaron la
resolución de los conservadores y de la Iglesia de truncar el camino
del cambio político en expansión iniciado por López y su equipo.
Otras presiones que fundamentalmente atacaban el gobierno por
reformista.

3. LA OPOSICIÓN REACCIONARIA SUPRAPARTIDISTA.

La oposición del partido conservador y la Iglesia no fue la única que


llevó al fracaso al movimiento de modernización política de López.
El presidente anunciaba sin rodeos que él quería dar poder al pueblo
para defenderse de los privilegiados, pero éstos no estaban
dispuestos a quedarse inmóviles, como nunca lo habían hecho en la
historia del país ante situaciones similares. Apenas tomó posesión
López, la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), estaba
creando la Liga Nacional Para la Defensa de la Propiedad,
constituida por propietarios de tierras fundamentalmente. Nació
además un sindicato de propietarios y empresarios agrícolas. Le
solicitaron a López que reprimiera la agitación antiterrateniente en
el campo y expulsara a los colonos. López no solo negó tal
intervención, sino que advirtió su intención de modificar la
legislación para evitar que se pudieran ejercer acciones de represión
legales contra los arrendatarios o colonos, pues consideraba que las
existentes consagraban una situación de corte feudal, y como tal
injustas y desequilibradoras del Estado de derecho. Ni que decir de
la reacción de éstos grupos cuando se modificó en la Constitución el
derecho a la propiedad y se habló en la ley 200 de la prescripción
extintiva por falta de explotación en 10 años. Éstos grupos
continuaron su batallar antirreformista hasta lograr hacer retroceder
estas reformas, y obtener incluso una prórroga de este plazo,
faltando poco tiempo para su vencimiento.

La gota que colmó el vaso, fue la reforma tributaria, que dio lugar a
la Acción Patriótica Económica Nacional (APEN), surgida del
sindicato, pero ya con intenciones políticas concretas. Con el audaz
y algo irónico llamado de "propietarios de todo el país, uníos", la
APEN se propuso echar atrás el sistema tributario y procurar
reconciliar el trabajo y el capital, quitando el obstáculo de los
"politiqueros". López le había explicado al país por radio como los
capitalistas no tributaban casi nada, ni aun para pagar la pasada
guerra, mientras que el pueblo había participado activamente en la
misma arriesgando su propia vida. Los de la APEN se lanzaron al
ataque utilizando el mismo medio. En 1935, recogieron apoyos entre
los caficultores o latifundistas de influencia liberal para emprender,
en la tradición de los anteriores sindicatos de propietarios, una
atronadora campaña contra el énfasis dado por el gobierno a la
revolución social. En mayo de ese año, sus menos de mil votos
precipitaron la desintegración del "club", pues no alcanzaban para
tener un diputado.

Los "proletarios unidos", no tuvieron mucha mejor suerte que los


"propietarios unidos ", aunque el partido comunista por lo menos
duplicó el número de votos. De cualquier manera, tanto la APEN,
que era esencialmente liberal aunque se autodenominaba
extrapartidista, como los demás agentes de reacción oligárquica,
continuaron haciendo todo lo posible por boicotear las reformas,
disolver los sindicatos y forzar la contrarrevolución, a través de la
prensa y los sindicatos amarillos. No cesaron hasta obtener su
objetivo, cuando la política del Estado optó por el liberalismo
económico y dejó a un lado el reformismo social. Los directorios
liberales de los departamentos industrializados les servían de
portavoces para criticar el peligro del movimiento sindical. La
oposición reaccionaria obtuvo finalmente la victoria, cuando
mediante la maquinaria política del liberalismo, logró imponer a
Eduardo Santos, un presidente liberal que ya en 1936 hablaba su
mismo lenguaje: "El Congreso sindical de Medellín ha montado una
maquinaria política que nos puede dar los más negros días en el
porvenir", y que en 1938 no vacilaba en invitar a los liberales de
izquierda a desenmascarar sus tendencias estalinistas.

4. "NO HAY ENEMIGO EN LA IZQUIERDA".

Parodiando la frase de la Convención Nacional Conservadora de


1937, que anunciaba la fórmula unificadora de "No hay enemigos en
la derecha", bien pudiera decirse que la oposición antirreaccionaria,
aunque se opuso en principio a López, por distintos motivos terminó
aceptando que "no hay enemigos en la izquierda". No solo la
ultraderecha optó por el suprapartidismo. Como contrapartida a los
preocupados liberales moderados, estaban los radicales liberales.
Los liberales de izquierda, no soportaron la paciencia y ánimo
conciliador del gobierno de transición de Olaya y crearon la Unión
Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR). El movimiento y su
fundador, Jorge Eliécer Gaitán, fueron llamados fascistas, tanto por
los comunistas, como por algunos liberales, pues se estaban
apropiando del electorado de éstos grupos; su vocación nacionalista,
así como el reformismo social que propugnaban, hicieron que se le
adjudicara injustamente esta denominación, ya que más bien se
trataba, a juzgar por su organización, de un socialismo reformista o
de una socialdemocracia.

A la vez que la UNIR captó en un momento los descontentos que


votaban por el comunismo, el partido liberal oficialista, bajo la
presidencia de López, se puede decir que electoralmente
monopolizó el descontento popular y logró en mayo de 1935 casi
medio millón de votos, frente a los casi cinco mil del UNIR. Como
será ya una constante durante lo que va de siglo, el radical liberal, en
este caso Gaitán, terminó siendo coptado por el oficialismo de su
partido.

Para los comunistas, que seguían a rajatabla los parámetros de la


Internacional socialista, si la UNIR era fascista, ni que decir del
reformismo Lopista, y sobre todo de su pensamiento
intervencionista. Así pues, se opusieron tanto a la reforma agraria,
como a la tributaria y veían en el liberalismo su mayor enemigo, y
mientras más progresista era, más dudoso se presentaba a sus ojos.
Todo esto vino a cambiar en 1935, cuando el Congreso de la
Internacional autorizó y promovió las alianzas con los grupos más
progresistas. Así empezó una etapa de colaboración con López,
basada en la identificación de la derecha como el enemigo real y en
la creación del mencionado Frente Popular, el 1 de mayo de 1936,
en el que confluyeron los comunistas y los liberales que apoyaban a
López en sus reformas.

Este frente nunca llegó a constituirse en movimiento político formal,


como el Frente Popular Francés, o como sucedió en España y en
Chile, en los que se inspiraba, pues el partido liberal no le quiso dar
tal entidad. No obstante, su existencia, como se expuso, hizo posible
la creación de la Confederación Sindical de Colombia (CTC
después), en Medellín, en 1936, y precisamente en medio de un
clima de tensión creado por la celebración por los conservadores, de
los 50 años de la Constitución de 1886. Además, de alguna manera
El Frente Popular fue quien otorgó el voto de confianza que
necesitaba López para enfrentar la fuerte oposición de la Iglesia y
los conservadores frente a la reforma constitucional, que como se
vió pudo haber significado una confrontación civil.

Pero mientras que el Frente Popular le dio todo su apoyo a López en


un momento oportuno y vital, la reacción de este fue fría y calculada
ante ese apoyo que tanto apologizaba. Un ejemplo gráfico es el ya
expuesto episodio de que ante los lemas del Frente Popular
apoyándolo en la plaza pública, López contestaba indefectiblemente:
"viva el partido liberal". Pero más allá de este significativo detalle,
lo que el partido esperaba de estos grupos, y en especial de los
sindicatos, era incompatible con la oposición reaccionaria que había.
El liberalismo quería un orden político en el que la violencia
oligárquica no fuera la base; pero a la vez quería una paz social,
mediante la organización sindical desde el Estado, solo para la
consecución de intereses laborales y nunca con fines políticos. Pero
esto resultaba imposible, porque a medida que la reacción iba
ganando terreno en el gobierno, éstos grupos vieron reducido su
espacio de acción y sus posibilidades de presión. Así, ese apoyo
popular fue redituado finalmente en mero apoyo electoral.

El debilitamiento del poder sindical y de los componentes del


mismo, incluido el partido comunista, fue siendo mayor en la
medida en que insistían en apoyar a López y este apoyo aumentaba
progresivamente cuando López iba perdiendo su autoridad y
comenzaba a ganar terreno la reacción. Este retroceder arrastró
consigo al partido comunista y a la CTC, los que en 1938
concordaron con López en la condena de las huelgas.
Ideológicamente se escudaban en la existencia del Frente Popular.
Pero el propio López nunca pensó que existiera realmente y hablaba
del fantasma del Frente para ridiculizar a la oposición. Así, con
bastante facilidad fueron cediendo el control de la CTC a los
liberales. Pero no pudieron controlar las llamadas "huelgas locas",
que surgían espontáneamente y sin control sindical y hasta
ofrecieron renunciar a parte de esta presencia minoritaria para
mostrar su buena voluntad.

Cuando López anunció la pausa en las reformas, continuaron las


políticas antisindicales, pero el apoyo no cesó. La posición ante las
transnacionales lo había convertido en un héroe, hasta el punto de
que amenazaron con huelga general los dirigentes de la CTC si se
aceptaba la renuncia de lópez en 1937. Paulatinamente cada vez
había menos que defender en lo social. Pero se aferraron hasta el
final a la figura de López como símbolo de la democracia. Así, los
dirigentes populares prefirieron una alianza incondicional a una
transformación presionada. La prueba de ello es que al escoger la
convención liberal un candidato antirreformista, hasta los
comunistas lo apoyaron en perjuicio del candidato lopista, para
"salvar la democracia"; y esta alusión sirvió en adelante para ser una
facción más progresista que conservadora del partido liberal.

Incluso en las huelgas de las transnacionales, el gobierno ya no


intervenía hasta el punto de que se llegó al mecanismo de disolver
los mítines por la fuerza, como sucedió en la huelga que la Unión
Sindical Obrera organizó como último recurso, para pedir entre otras
la libertad de información y el derecho a la intimidad de los obreros.
Todos procuraron exculpar a López, y éste lamentó haber declarado
una pausa. Este "mea culpa" tuvo más bien un efecto negativo, ya
que con esta condena de la pausa, daba a entender que el
movimiento de masas dependía de su voluntad, y que él todavía
estaba dispuesto a liderarlos, lo cual debilitaba a los grupos
populares, al mantenerlos a la expectativa de esa decisión personal.

5. LA TRAICIÓN AL INTERIOR DEL PARTIDO: EL


GOLPE DE GRACIA.

La resistencia que encontró López a la ejecución de los programas


que debían transformar no ya el sostén formal de las instituciones,
sino las instituciones mismas y la sociedad en general, es más que
entendible entre las clases altas, sobre todo entre los conservadores
y los liberales moderados. Lo cierto es que no solo fueron los grupos
por su naturaleza contrarios a cambios radicales los que
empantanaron la tarea del presidente. Incluso los miembros de las
sociedades campesinas tradicionales se opusieron a sus planes de
modernización, con excepción de las medidas de distribución de
tierras o de las normas de la reforma agraria que les beneficiaban
directamente. Pero la gran traición estuvo en su sus propios
copartidarios.

Desde la candidatura de Olaya, ya existían divergencias con López,


pues éste se opuso a que se presentara una candidatura de
concentración nacional, que incluiría un pacto bipartidista, teniendo
por supuesto los conservadores asegurada una buena participación
en el gobierno. Como se sabe, López creía en el gobierno de partido
y no en los pactos, para hacer los cambios sustanciales que el
partido liberal predicaba. Pero éste estaba de acuerdo con la postura
conciliacionista de Olaya, y desde allí se marcaron las diferencias.
Más adelante, durante su gobierno, López nombró a Olaya ministro
de Relaciones Exteriores, en parte como gesto de reconciliación, y
en parte para permitirle defenderse directamente de los ataques
conservadores sobre el Protocolo de Rio y otras acusaciones que se
ventilaron al terminar su candidatura.

Como se ha mencionado, esta crítica y la oposición amistosa parece


haber sido una táctica del partido conservador para dividir a los
liberales, y aunque éstos reaccionaron a tiempo y se unieron en la
defensa de la reforma constitucional y agraria, contra los ataques de
la Iglesia y de los conservadores,lo cierto es que los más moderados
liberales ya estaban pensando en la reelección de Olaya para 1938.
Uno de estos moderados era Eduardo Santos, que controlaba los dos
periódicos liberales de difusión nacional, y quien, tras aprobada la
reforma de la Constitución en agosto de 1936, manifestó que Olaya
debía ser el candidato del partido liberal a su regreso de Roma,
donde era embajador. Pero Olaya nunca regresó, y su muerte puso
en primer plano a Santos, enfrentado a Echandía, quien abogaba por
seguir con las reformas. De este modo, el partido quedó dividido
entre lopistas y olayistas, los primeros se constituyeron en el ala
izquierda que veía incluso insuficiente la reforma constitucional, y
los segundos, la derecha liberal, atacaban el intervencionismo como
un medida indirecta de fortalecer el ejecutivo. La crítica de los
Olayistas a López era que condescendía demasiado con los de
izquierda, a la vez que lo hacía con los de derecha, y hasta le
forzaron a aceptar que el Frente Popular era ilusorio en Colombia
porque el comunismo era una fuerza insignificante en el país, y que
los frentes nacionales sólo eran posibles cuando los derechos de las
minorías se veían amenazados por fuerzas reaccionarias.

Santos, como se vió, obtuvo hasta el apoyo del partido comunista, lo


que explicarían los comunistas más tarde como un error de
apreciación al ubicarlo dentro de la izquierda liberal por su
manifiesto entusiasmo por la República Española. Los seguidores de
Santos obtuvieron siete veces más votos para el Congreso de 1937.
Lo que marcó la pauta para la elección de Santos como candidato
oficial en la convención nacional del partido en ese año. Este fue el
grito de batalla para que la derecha liberal se lanzara a boicotear sin
contemplaciones los proyectos de Ley de López, incluso haciendo
imposible la aprobación por falta de quórum decisorio.

El 24 de marzo de 1937, se negó en el Senado el proyecto de ley


para aplicar las normas constitucionales de intervención en la
industria bananera y ese mismo día la cámara no aceptó un proyecto
sobre devaluación y otros asuntos económicos. Esto fue precedido
de acusaciones por parte del propio hermano del presidente, según
las cuales el gobierno estaba siendo apoyado por Moscú en el aunto
de las bananeras y en otros más delicados.

El 26 de marzo, López presentó su renuncia al Congreso,


advirtiendo que el freno del intervencionismo ocasionaría en el
futuro el dominio de los grupos económicos, sobre todo extranjeros,
en todos los niveles de la vida del país, incluyendo el político, y
declaró clausurada la era de la lucha por los ideales políticos en
beneficio de los intereses económicos. Su renuncia no fue aceptada
por el Congreso, pero López aunque debió terminar su período,
comprendió finalmente que no podría oponerse más a su propio
partido.

Alrededor de 1938, estaba claro el escaso alcance de la reforma


constitucional. Para las elecciones de 1938, el partido liberal divido
en el ala de izquierda y el ala de derecha, se vió envuelto en la lucha
por el control de la maquinaria electoral. La izquierda liberal se basó
en las asambleas, convenciones juveniles y grupos de acción a nivel
local. El ala derechista se fundamentó en el tradicional caciquismo
rural. El triunfo de Santos, al retirarse Echandía, marcó el fin de este
intento de cambio orientado y en expansión, y dio comienzo a la
etapa de retraimiento; pues Santos era el hombre adecuado para
utilizar el lenguaje progresista y obstaculizar al mismo tiempo los
cambios.

Puede ahora confrontarse, el primer tema estudiado, las ideas del


partido en 1935, con el resultado final una vez en el poder el partido.
El camino que el liberalismo fue recorriendo desde la apologización
de una reforma radical, con unos puntos muy claros y una
rotundidad manifiesta, hasta la oposición total a la ejecución no ya
formal sino en lo real político de las ideas modernizadoras, parece
indicar que el propio gestor del reformismo no quería en verdad un
cambio político en un sentido amplio, sino solamente una transición
burocrática, combinada con una secularización no anticlerical, y la
captación de un nuevo actor social que le respaldase electoralmente.
Ciertas élites de ese partido pretendieron asegurar el reconocimiento,
por intermedio del Estado, del pueblo como sujeto político y, del
Estado como portador de una voluntad colectiva. Pero el apoyo
popular, capitalizado por las reformas iniciales, fue finalmente
puesto en posición de destruirse a sí mismo como verdadero actor
político independiente, por la corriente partidaria del continuismo en
el partido liberal, que se fue haciendo mayoritaria hasta incluir al
parecer al mismo López, quizá no por sus ideas pero si por sus
acciones. El liberalismo, siguió entonces la linea tradicional y la
mención de lo social le sirvió para controlar su expresión
independiente.

d. EL EPÍLOGO DE LA REVOLUCIÓN EN MARCHA.

Antes de tomar posesión Santos, recibió una carta de los


conservadores, firmada por Gómez y por importantes liberales, en la
que se le decía que su partido no había participado en las elecciones
porque no había condiciones fiables, ya que los conservadores no
tenían cédula y la violencia era fuerte en las regiones conservadoras.
Según ellos, aprovechando su ausencia, se había reformado la
Constitución y las leyes lesionando sus convicciones filosóficas y
religiosas.

Eduardo Santos había comprado el diario El Tiempo, y logró


convertirlo en la voz de lo que pudiera llamarse el conservadurismo
liberal. Así, cuando llegó a la presidencia, sus discursos dejaban
notar un aire de conciliación nacional por presuntos motivos de
obligada imparcialidad presidencial, que significaban realmente un
claro deseo de contar con los conservadores, que con la mencionada
carta le invitaban a desmontar el efecto de las reformas de López.
Así pues, al día siguiente de recibir el mensaje de los conservadores
se presentó ante el Congreso y declaró que "el presidente de la
república no es ni debe ser el jefe de un bando político cualquiera,
sino el jefe de la nación; no el representante de los intereses
transitorios y a veces egoístas de un partido, sino de los intereses
grandes y permanentes de la sociedad". Esto significó que Santos,
no obstante situarse bajo la continuidad de la república liberal,
declaraba una ruptura del pacto social lopista; lo que no implicó una
renuncia a la ideología intervencionista, sino la utilización de la
misma para controlar los movimientos sociales. De cualquier
manera, en 1940 la Segunda Guerra Mundial obligó a muchos países
a recurrir al intervencionismo, porque a partir de entonces, éste
perdió su carácter ideológico. Se creó así el Instituto de Crédito
Territorial, para la construcción de viviendas por el Estado y los
Institutos de Fomento Industrial y Municipal. Santos se propuso
despolitizar en lo posible el Estado, y ya desde su campaña había
hablado de crear la carrera administrativa. Así, se opuso por un lado
a la formación de frentes populares que proponía López, señalando
el desastre en España, y trató de profesionalizar el Estado mediante
una fallida ley de la carrera administrativa, que no pudo con el
aparato clientelista del partido. Pero el punto más fuerte fue la
desmovilización y la neutralización del movimiento sindical.

Con Santos, se abandonó el pacto social que López había suscrito


con los trabajadores en nombre del partido y se adoptó el modelo
liberal de desarrollo, pero no se desinstrumentalizó el Estado. Se le
intentó convertir en un árbitro imparcial, distanciársele de la
burguesía, para darle legitimidad a sus acciones restrictivas de la
movilización, en favor de aquella. Se legisló entonces
abundantemente para sujetar a la ley las actividades sindicales,
creando un Ministerio de Trabajo separado del de Industria y
procurando institucionalizar la negociación colectiva, aunque luego
comprendieron que ésto conducía a la consolidación del
sindicalismo. Un golpe certero al movimiento sindical, fue el de
declarar servicios públicos a actividades privadas en las que había
militancia, lo cual las excluía del derecho de huelga, según la
salvedad consagrada en el artículo constitucional correspondiente.
Incluso en el aspecto de la secularización, en el cual según palabras
del propio López se le había quebrado una vértebra a la Constitución
de 1886, Santos asumió una política de restaurar los antiguos
privilegios de la iglesia sobre la base de respetar los términos del
concordato. Tan evidente fue esto, que uno de los candidatos para
las siguientes elecciones presidenciales, invitó a la Iglesia para que
apoyase su candidatura, con la promesa de que continuaria con la
política iniciada por Santos para velar por lo relacionado con la
moral y la enseñanza religiosa en las escuelas.

Durante la presidencia de Santos, no faltaron incidentes violentos,


como el asesinato de unos campesinos por la policía de
Cundinamarca, que pareció desvirtuar las promesas de Santos, pero
que fue prontamente respondido por el gobierno, que quiso poner la
investigación a manos de un juez conservador. Pero los
conservadores, especialmente Gómez y Villegas se negaron a recibir
explicaciones, e incitaron a la represión en los periódicos,
magnificando un hecho que no tenía tan grandes proporciones. Hubo
también motivos de enfrentamiento ideológicos de los cuales se
pudiera aprovechar Gómez para su imparable ascenso político; entre
ellos, el apoyo del gobierno a los Estados Unidos, que lo
conservadores consideraban una traición. Pero el gran temor de
Gómez era el de ver a su antiguo amigo, López, nuevamente en la
presidencia, y se lanzó de lleno a atacar su candidatura. Una de las
estrategias fue la de atacar frontalmente las actuaciones del
presidente Santos como actos no imparciales respecto de la
contienda electoral. Entre los liberales la candidatura de López
causó desde el principio un rechazo en el ala derechista y los
antirreeleccionistas se pusieron en campaña rápidamente para
advertir de la falta de apoyo con que contaba López en el partido.

López ganó las elecciones de mayo de 1942, por un total de 673.


169 votos contra los 474.707 de su oponente, Carlos Arango Vélez,
que era apoyado por la APEN, por los conservadores y por el ala
derechista de los liberales. Uno de los principales derrotados fue
Gómez, pero la prensa liberal antirreeleccionista fue la que más
fuertemente expresó su disgusto por el resultado electoral e incluso
denunció la existencia de un fraude electoral de 400.000 votos. Los
temores fueron excesivos. El presidente que antes se preocupara de
que los trabajadores se agremiasen en la defensa de sus intereses,
ahora se preocupó de que ocurriera lo propio con los industriales. El
gabinete de López eran los miembros más visibles de la oligarquía
económica, y baste de ejemplo que el Ministro de Trabajo era un
banquero. El modelo de desarrollo económico no había tenido el
éxito experimentado en Brasil, Chile y Argentina, pues su
coeficiente de industrialización era mucho menor que el de éstos
países. Pero los grupos económicos se estaban fortaleciendo y
comprendieron que el intervencionismo podía ser un instrumento a
su servicio; con López tenían las riendas de la economía. Por otra
parte el Estado, incapaz de convertirse en el agente de desarrollo que
era en éstos países, buscó una nueva clase dirigente, vinculada a los
poderes económicos, e incluso ejerció una presión directa sobre los
industriales para que, renunciando a su atomización, se dieran una
organización colectiva. Surgieron así la Asociación Nacional de
Industriales (ANDI), y la Federación Nacional de Comerciantes
(FENALCO). Junto con la Federación Nacional de Cafeteros,
convertida en potencia financiera desde la creación del Fondo
Nacional del Café, comenzó, un verdadero cogobierno, que implicó
una especie de corporativismo societal, producido a partir de la
autorganización de los grupos de intereses económicos que
comenzaron a participar en los mecanismos de decisión estatal.

A partir de 1943, el mismo año en el que el partido comunista


consiguió 27.000 votos en las elecciones para la Cámara de
Representantes y en el que López dejó temporalmente el gobierno
en manos del Ministro de Gobierno, comenzó una nueva etapa de
prosperidad económica, por la restricción de importaciones y el
aumento en los precios del Café. Una vez fortalecidos y agremiados,
la aspiración de los grupos económicos fue unánime, querían menos
control estatal. López hizo cuanto pidieron los gremios, con la
excepción de algunas medidas para controlar la inflación. Las
reformas de 1936 o quedaron olvidadas o se intentaron deshacer en
algunos casos. El caso más visible, fue la eliminación de algunas
conquistas campesinas consagradas en la ley 200 de 1936, mediante
la promulgación de la ley 100 de 1944, promovida por la SAC. A
los aparceros se les prohibió plantar Café, así como los cultivos
plurianuales; y la prescripción por no explotación de las tierras que
expiraba a los diez años se amplió a cinco más y se neutralizó la
amenaza de la expropiación, pues se estableció que el Estado solo
podía pagar de contado los lotes que compre para parcelar.

Progresivamente el Estado fue perdiendo autonomía e invirtió la


dirección del cambio iniciado. Incluso en el plano internacional se
dio este abandono, y López llegó a afirmar que "Es probable que la
organización de la paz requiera en apariencia de sacrificios
cuantiosos del viejo concepto de soberanía". De hecho, en su
discurso de posesión dijo que las mayores preocupaciones de su
gobierno, serían de carácter internacional, en el sentido de apoyar la
política del buen vecino propuesta por los Estados Unidos y
fomentar la solidaridad continental.

López pedía continuas licencias a la Corte Suprema de Justicia por


razones familiares, pero finalmente renunció en 1944, manifestando
que su presencia al frente del gobierno no era necesaria y que había
incluso razones para retirarse. Decía que no contaba con el apoyo de
los jefes del partido y que la autoridad del ejecutivo se había
quebrantado. Se basaba en que el Congreso le había negado
cuestiones para él fundamentales, como la creación de una carrera
judicial ajena a los cuerpos políticos. Ante la negativa del Senado de
aceptar su renuncia, volvió a retomar la presidencia, aunque luego se
dieron una serie de escándalos relacionados con su familia, en
cuestiones financieras referentes a la nacionalización de los bienes
alemanes, así como denuncias de violencia oficial, que hicieron
aumentar su desánimo de continuar en el poder.

Gómez, que había perdido poder en el partido, comenzó a hacer una


oposición desleal, incitando a las acciones violentas, como medio
político de transformación. Los liberales entretanto seguían
divididos, más en la lucha por los cargos burocráticos que por
razones políticas, aunque la candidatura de Gaitán si creó un
resquemor de este tipo. Un intento de golpe de Estado, con secuestro
del presidente, demostró lo endeble del gobierno. Gómez, principal
sospechoso político, salió del país y El Siglo se cerró. Esto
cohesionó al partido liberal, que recibió el apoyo de los sindicatos y
del partido comunista, que a partir del éxito electoral sustituyó su
nombre por el de Partido Socialista Democrático y cambió su tónica
combativa por unas críticas benignas a los grupos económicos.

Pero cuando Gómez regresó de Ecuador y unificó al partido, los


liberales seguían dividiéndose, hasta el punto de anunciar dos
candidaturas para 1946, la de Gaitán y la de Gabriel Turbay. López
además debió enfrentarse a Santos por motivos de censura oficial,
así como a la CTC, que él mismo había creado, pues ésta estaba
creando milicias populares contra una conspiración fascista militar,
y el gobierno de López, para prevenir un conflicto entre las milicias
conservadoras y las de la izquierda liberal, no le importó
desmantelar los grupos de la CTC.

Al volver, López había propuesto una reforma constitucional,


aduciendo que "la reforma del 36 fue una refriega indecisa entre la
audacia y la cautela... El régimen presidencial, las facultades y
limitaciones del Congreso, la organización de la justicia, no fueron
tocados. La reforma quedó trunca". El acto legislativo número 1 de
1945, que contiene la reforma constitucional de 1945 (Cuadro II)
tenía que ver con cuestiones de tipo más práctico que ideológico,
pero directamente atinentes a la modernización del Estado en varios
aspectos. Se trató ante todo de darle al Estado más operatividad,
reorganizando el funcionamiento de las tres ramas del poder público
y aspectos relacionados con ello. Es así como se crearon los
departamentos administrativos independientes de los ministerios. A
las asambleas se les quitó el derecho de elegir senadores, pasando la
elección de estos a la vía directa. Así mismo se le dio carácter
constitucional al Consejo de Estado y al control de legalidad, con
efectos suspensivos, de los actos administrativos. Otros artículos
hacían referencia a los debates de las leyes, a la facultad de crear
una jurisdicción de trabajo, y a una serie de temas de tipo
organizativo y práctico pero indispensables, sin demasiada
valoración en términos de cambio político, aunque sí de evolución
tecnocrática.
En materia legal y sobre todo en el campo del trabajo, la reforma
constitucional hizo posible cambios laborales importantes, pues se
consagraron instituciones de gran importancia en términos políticos,
como la creación, por decreto legislativo, del código laboral, en el
que se consagraron los aspectos básicos de la protección al trabajo:
la presunción de contrato por la relación de subordinación
continuada, la duración de la jornada laboral, el salario mínimo que
debía fijar el gobierno, las vacaciones remuneradas y el descanso
semanal obligatorio, la indemnización por accidentes de trabajo y
otras circunstancias similares, así como por el despido injustificado,
la substitución patronal.

Se creó además la jurisdicción del trabajo, se reglamentó el régimen


de los trabajadores del Estado y las condiciones y duración de la
huelga, se instituyó la convención colectiva y los contratos
sindicales; y en fin, el armazón de la legislación laboral que rige en
Colombia. Más adelante, el Congreso les dio carácter de ley,
haciéndole algunas modificaciones importantes y positivas. Se
puede decir que fue una conquista de la clase obrera que apoyaba a
López a través de la CTC, y uno de los últimos frutos del ya
decadente reformismo lopista. No obstante, sus comentaristas han
señalado que con estas medidas no se lograron los objetivos. Pero es
cierto además que la consagración del sindicalismo de base, al
regularse la convención colectiva, fue en cierta forma un atentado
contra la organización sindical, porque la atomizó, por lo que resulta
curioso que antes de López, Gaitán luchara por su implantación.

Un último esfuerzo de López logró la creación del Instituto de los


Seguros Sociales y la consagración del seguro social obligatorio,
que venían discutiéndose desde 1937 a propuesta suya, aunque al
momento de su sanción presidencial en 1946 ya no era presidente.
Ante el continuo avance de la oposición conservadora de Gómez, a
la que toda la clase política calificaba de desleal, el 26 de junio de
1945, López se quejó ante el Congreso de la desatención de los
problemás nacionales y de la grave situación de orden público, y
presentó una vez más su renuncia definitiva, en términos
contundentes.

Y para desgracia de Gómez, se cumplió lo dicho por López;


nombrado Alberto Lleras como presidente interino, anunció en su
discurso de posesión: "Tengo el convencimiento de que la
colaboración nacional preconizada por el presidente López, había
podido preconizarse bajo su dirección, en mejores condiciones, pero
aún así, encuentro que es indispensable adelantarla". Así, se perdió
el caballito de batalla contra los liberales, pues los conservadores
aceptaron el nuevo gobierno, y hasta pasaron a ocupar tres
ministerios. Pero aunque se logró un intervalo reconfortante, el
sistema político permaneció igual, ya que predominaba una gran
deficiencia de acuerdos institucionales que podrían moderar los
antagonismos entre los partidos. Además, los comunistas del Partido
Socialista Democrático (PSD) dominaban la CTC, promoviendo
reivindicaciones salariales que asustaron a los empresarios. El
propio Lleras, al dirigirse a éstos en la ANDI, contribuyó a
acrecentar el temor, pero mostrándoles claramente que estaba de su
lado.

Para las elecciones de 1946, ni Gabriel Turbay ni Gaitán eran bien


vistos por la élite política, y además no eran sus propuestas
demasiado originales y claras. Turbay prometía lo que en los treinta
se había prometido, y Gaitán hablaba de cambios en las relaciones
industriales, reforma agraria y mejora de los créditos. La
originalidad del último, era su estilo arrollador de dirigirse a las
masas. Su movimiento había crecido por las decepciones ante el
alejamiento progresivo del partido de las reivindicaciones
sindicalistas, especialmente durante el año de Lleras. Gómez
hábilmente lo apoyó, para sorpresa de todos, desde su periódico,
pero cuando estuvo seguro de la división liberal, postuló a Mariano
Ospina Pérez, pues su propio nombre hubiera generado una guerra
civil.

La elección apresurada de Ospina, un personaje no radical del


conservatismo, tomó a los liberales por sorpresa y fueron vencidos
con el 41 por ciento de los votos, en elecciones libres y sin fraudes.
Ospina quería un movimiento único de unión nacional y quizá un
Estado de partido único, pues veía en la movilización política una
amenaza para la expansión económica y en la competencia por
puéstos burocráticos encontraba un obstáculo para la eficiencia
administrativa. Baste transcribir este perfil del nuevo presidente,
para concluir, que de señalar un frontera extrema para demarcar el
final de un período de cambio político, que desde la base asciende a
la mitad de la montaña, para luego descender a grandes pasos y
quedar a una altura similar, esta sería la del gobierno de Ospina, que
históricamente significó además el término de la República Liberal.

e. EL BALANCE DEL INTENTO MODERNIZADOR Y SUS


EFECTOS RESPECTO DE LA DINÁMICA DE CAMBIO
POLÍTICO EN LO SUCESIVO.

Hasta el presente ha quedado de relieve como algunos tratadistas


hacen, un balance negativo de la "Revolución en marcha",
reduciéndola al campo formal, en el caso de Leal Buitrago, o
definiéndola como sencillamente fallida en sus efectos prácticos,
según se deduce de las palabras de Molina. Para Abel, sencillamente
se trató de un proyecto incompleto. Pécaut por su parte la ubica al
lado de otras políticas populistas que buscaron mediante el
intervencionismo controlar el proletariado naciente y asegurar la paz
laboral. Antes de un análisis más detenido, es menester citar las
palabras del propio López, quien reconoció que la reforma que
planteó en su primer mandato quedó truncada, y así lo expresó ante
el Congreso en las sesiones extraordinarias de 1945 al referirse a la
reforma de 1936. En esa oportunidad recalcó la diferencia que se ha
señalado en el presente trabajo entre lo que ideológicamente
planteaba el partido liberal al comienzo de la "República Liberal" y
lo que realmente pensaban los jefes liberales, a quienes
prácticamente calificó de regeneracionistas.

También se ha señalado como en todos los campos, los resultados


del truncado cambio que fueron bastante deficientes: En la
industrialización, los avances fueron modestos en el marco de la
economía nacional; la reforma agraria fue un fracaso; la reforma
educativa se notó en la Universidad pero no en la amplitud de la
escolarización, las reformas sociales implicaron un bloqueo a
reivindicaciones posteriores de las masas al fracasar el intento y
anunciar la pausa.

Algunos autores han calificado este período, como una tentativa


fracasada de revolución burguesa. Según esta tesis, el presidente
López tuvo siempre en la mente una revolución burguesa, en la cual
se acabara con el latifundio tradicional, quitándole el poder a la
clase terrateniente para redistribuirlo entre el campesinado, la clase
obrera y las nuevas clases medias, todos ellos grupos controlados
por la burguesía revolucionaria. Esto era imposible para los liberales,
y según el autor, implicaría también un desafío nacionalista a los
intereses imperialistas, tampoco probable en la situación
Colombiana. No hubo pues en esta óptica una tentativa real de
revolución burguesa, toda vez que se reconocía al sector cafetero
como el principal generador de divisas e ingresos, al fijar la política
económica y social del Estado.

Marco Palacios, en su análisis sobre el populismo en Colombia, no


solo descarta el carácter de revolución burguesa de la "Revolución
en Marcha", sino que incluso enfatiza el hecho de que con López
aún no se puede hablar de verdadero populismo, puesto que no
existía un estado de masas propiamente dicho ni un énfasis populista
en la redistribución. Las masas que apoyaron a López eran lopistas,
pero antes que eso, liberales. El Populismo real será el que trató más
adelante de oponerse al esquema bipartidista. Pécaut opina de
manera diferente, pues para él la "Revolución en Marcha" no
constituye una variante menos sorprendente que las otras coyunturas
populistas. Por su fecha, desde luego: 1935, la incorporación de las
masas se había logrado en lo esencial. No obstante acepta que el
frente popular no se hallaba construido sobre el encuentro de
verdaderas formaciones, incluyendo al partido comunista y que la
élite lopista, ni compartía la ideología del Frente Popular, ni era en
modo alguno una formación de orientación populista.

Siendo el gran fracaso del cambio político que implicaba la


"Revolución en Marcha" la neutralización en su origen de los
movimientos populares, es importante preguntarse porqué se dio esa
entrega de los sindicatos, y finalmente del mismo partido comunista
al destino que les fijara López. Pero además, interesa tratar de
entender porqué el Estado pareció concederle un espacio a las masas,
y porqué los grupos dominantes renunciaron al dominio oligárquico
directo para buscar un nuevo pacto social.
En cuanto a la mansedumbre de la clase obrera, ya se ha
mencionado el estado de organización incipiente en el que se
encontraba el movimiento sindical cuando el liberalismo llegó al
poder, y como se desarrolló a la sombra de éste. Así, la razón
principal de la incorporación del movimiento sindical al liberalismo
que se presentó como progresista, fue la debilidad y falta de
organización de las masas populares. Una debilidad acrecentada con
la crisis mundial, que rebajó ostensiblemente los salarios y más aún
después de la crisis de 1937. Debilidad que se manifestaba en el
hecho de que los sindicatos eran fundamentalmente de servicios
públicos y artesanales, en tanto que los trabajadores industriales
apenas estaban representados y fueron obligados a asumir el costo
del desarrollo industrial. De hecho las mediaciones de López
tuvieron que ver fundamentalmente con los transportes y las
compañías transnacionales. Además, las grandes empresas
industriales no fueron afectadas por las huelgas que caracterizaron el
período de López, pues en la industria de Medellín y Cali
mantuvieron un control férreo, apoyados por los sindicatos amarillos.
Así pues, los obreros no tenían otra opción que confiar en los
ofrecimientos del gobierno. Por último, el gremio carecía de una
tradición alrededor de la cual cohesionarse, pues el surgimiento de
la industria se dio cuando aun no se había consolidado la empresa
artesanal, y así no hay un trabajo manual que reivindicar contra las
máquinas, como había sucedido en el sindicalismo europeo, ni los
partidos de izquierda tenían nada que oponer a la tecnología y el
desarrollo industrial, que veían como símbolo de progreso. Por ello,
no hubo un elemento que los identificase en la lucha, y por tanto no
tenían escrúpulos de ser representados en sus intereses por el partido
en el poder.
En síntesis, las masas se incorporaron al partido liberal cuando se
percataron de que su nivel de vida se deterioraba y que ellos no
podían evitarlo sin una ayuda externa. Pero también es cierto que
cada sector popular se fue acercando al Estado por distintos motivos;
así, los obreros lo hicieron para pedir protección, los artesanos por el
proteccionismo de las manufacturas, etc. Por último, el
acercamiento de las masas al Estado, que significó una apuesta muy
fuerte, que a la postre fue defraudada, puede explicarse también por
el carácter de unificador de las masas, que éstas le confieren al
Estado al aproximarse a él por las distintas razones.

Pero el intento de cambio político de la "Revolución en Marcha", si


bien tuvo el apoyo de las masas, también contó con las élites
dominantes, que finalmente impusieron su poder en perjuicio de las
esperanzas depositadas por los sectores populares en López y en el
partido liberal. El protagonista y principal gestor del cambio fue el
Estado, que se autoinstituyó como un símbolo de unidad entre
ambos grupos. Así, el lopismo fue quien creó el mito del Estado que
lograría el encuentro de las clases populares y la clase dominante.

A través pues de estas falsas inferencias, se dejan a un lado las


reformas políticas y se reconstruye la dominación oligárquica bajo
un nuevo esquema y se afianzan los elementos de continuismo
político que se irá consolidando en cada nueva crisis, al superarla sin
afectar el poder de las élites tradicionales. El problema parece asi
girar más bien en torno a la legitimidad y la eficacia. López quería
legitimarse a través de las reformas, pero la legitimidad en la que se
apoyaba entretanto era la del partido liberal. Mientras él se
mantuviese dentro de ciertos límites el partido lo apoyaba, no solo la
clase política del partido, sino las masas controladas por la
maquinaria de éste. Como se ha visto en el primer capítulo, uno de
los pilares de la estabilidad es la legitimidad. López aspiraba a que
el factor eficacia impulsase la legitimidad de su gobierno y le
permitiese mayores audacias que las que toleraba el partido. Pero
como se vio, el reforzamiento de la legitimidad por la via de la
eficacia toma tiempo, y López no lo tuvo. Los grupos tradicionales,
económicos, políticos y religiosos, le fueron quitando el espacio
ganado, hasta hacerlo retroceder. No era sólo el poder lo que López
se jugaba, sino las reformas conseguidas aunque fueran más que
nada formales; pero sobre todo la opción de López fue cambio o
estabilidad. Hubo quizá un momento en el que las masas estaban
preparadas para ofrecerle a él su apoyo independiente del partido
liberal; pero López rehusó este tipo de legitimidad carismática,
aunque luego se arrepintió, si se ha de creer en sus palabras. Incitar
a las masas hubiera implicado un real enfrentamiento con los
partidos tradicionales, un camino hacia el desarrollo político pero
con el riesgo de la inestabilidad en términos incluso de guerra civil.
Pero López no era de la formación social e ideológica para este tipo
de cambio, puesto que seguía en el juego del bipartidismo y del
obtenía su legitimidad.

Como conclusión general, puede señalarse que el cambio político


intentado por López en su primera administración marcó la línea de
la dinámica del cambio político en Colombia en lo sucesivo. A "La
Revolución en Marcha" se opuso una reacción multipolar que dio al
traste con el intento modernizador, lo que ya estuvo del todo claro
durante la presidencia de Santos, y el propio López, con plena
conciencia de lo que hacía, fue quien en su segundo gobierno llevó a
cabo lo que algunos han llamado la "Contrarrevolución en Marcha".
El gobierno "liberal" de Alberto LLeras Camargo fue el mejor
puente entre la República Liberal y la Unión Nacional. Ya ni
siquiera a nivel demagógico esta administración aparecía como un
régimen reformista y renovador, sino que por el contrario,
públicamente se declaraba enemiga del sindicalismo y los sectores
populares. Los conservadores nunca negaron su voluntad de
desmontar el intervencionismo y el régimen autoritario que
preconizaban era el que mejor se adecuaba al liberalismo económico
que impuso la posguerra. Por ello obtuvieron el apoyo de grupos de
caficultores, industriales y comerciantes liberales; además de que al
punto al que había llegado el partido liberal con Lleras sus
propuestas pudieron plantearse sin sectarismos convocando la
"Unidad Nacional". Pero la división liberal no sólo dio el triunfo a
los conservadores (el Congreso era casi todo liberal), sino que dejó a
la luz la fuerza política del gaitanismo, que se encargaría de ejercer
una férrea y frontal oposición; enfrentamiento éste que se
transformaría en una forma especial de guerra civil y generaría un
cambio político determinante a partir de entonces, y que afianzaría
la dinámica continuista que ya se había inaugurado con el fracaso de
modernización de la República Liberal.

BREVE

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