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Juana Isola / p. 6
Julieta Novelli / p. 10
Daiana Henderson / p. 12
Luciana Caamaño / p. 16
Jorgelina Díaz / p. 20
Paula Moya / p. 25
Silvina Ocampo / p. 27
Olga Orozco / p. 29
Marina Mariasch / p. 31
Clara Muscietti / p. 33
Alejandra Pizarnik / p. 38
Anita Leporina / p. 40
LIEBRE
Vivimos en los días de la retirada,
un tiempo de saltos y destellos
que intenta guiarnos hasta el comienzo.
El espacio que construyó para sí misma,
¿no es ahí donde perdimos el rastro?
Pero la liebre del trauma cambia de rumbo
siempre entre la semilla y el brote.
EPÍLOGO
Imaginé encontrarte
como en el epílogo
de una comedia romántica,
en el supermercado,
dentro de diez años,
vos sonriéndole a tu esposa,
yo comprando lo básico
porque tuve que vaciar la heladera
cuando me fui
a otra parte del mundo
por unos meses.
Primero que nada un vino
para tomar en el balcón de noche
sola viendo la misma avenida
frente a la cual ahora
me desnudo y lloro por las luces
que voy a recordar
en cualquier ciudad.
Como decía, vos sonreís,
yo todavía no te creo,
pero en el momento me inunda
la sensación de haber perdido algo,
una serie de detalles, un rostro
en el que no había vuelto a pensar,
afortunadamente,
después de todo.
Esto es simple e incómodo,
sabemos que el episodio pasará
entre las irrupciones de lo cotidiano
y no volveremos a él,
al menos hasta la noche
cuando pensemos
en los amantes intermitentes
y las discusiones que no quisimos
o no pudimos evitar.
Pero parados ahí,
en la luminosidad insidiosa
del supermercado,
el segundo antes
de tener que explicar
a la familia que te acompaña
quién soy y por qué te miro así,
como si significara algo
la progresión y el distanciamiento
de nuestras vidas,
el asombro de esa aparición
va a ser tan alegre y devastador
que vamos a acordar
no reconocernos
y cada uno volverá a sus cosas.
Pero esa noche
no miraré la avenida sola,
voy a llamar a algunos amigos
y vos intentarás acostarte con ella
para convencerte de lo que nunca.
No va a haber abrazos
ni anécdotas,
ninguna atención
más que la cordialidad
de ignorarnos.
sin título
Me gusta que falte algo para la cena:
el trayecto hasta el kiosco como excusa
para ver el cielo en mitad de la calle.
Aunque pálidos en comparación
con los lagos de las vacaciones,
las estrellas de la primera ciudad
y el viento entre los tamariscos
nos dicen: en algunos lugares
estar tranquilo parece sencillo;
incluso ahora, después del brote.
sin título
Busca algo entre las fotos familiares.
Una lista de invitados, un complot.
Dice que la espera una fiesta
con todos, los de ahora y los de antes.
Mientras tanto llama por la noche
un coro de amigos y conocidos
que dicen haber sospechado.
Preguntan cómo no nos dimos cuenta
y nosotros nos defendemos
de sus buenas intenciones.
Si no fuera por las emergencias
apagaríamos los teléfonos
y nos sentaríamos a cenar en paz.
Afuera también hay desenlaces.
Una tormenta sin sonido nos reúne:
no se puede hacer nada por el cielo
más que sentarse en la vereda
y esperar juntos el próximo rayo.
Juana Isola
EMMA
La semana en que Emma estuvo internada toda la familia tomó mucho
champagne porque a ella le hubiera gustado. Papá compraba champagne en su
honor y así, mientras dormía, nosotros rellenábamos el vaso de telgopor
del hospital con alcohol, un poco para hacernos los graciosos, un poco
porque a Emma le hubiera gustado pero sobre todo para soportarnos,
emborracharnos y mirarnos a los ojos sin llorar. Mamá dijo que podíamos
tomar tranquilos porque cada familia tiene sus códigos entonces alzamos
los vasos y con ese gesto quedó aceptada la costumbre de beber mientras
otro se muere despacito al lado.
Emma manejaba un Gol viejo que empezó a chocar sin contarlo para que no
le sacaran el registro hasta que Nora fue al mecánico, él contó que su
madre había ido con un nuevo bollo y a los ochenta años dejó de manejar.
El mecánico dijo que sería una lástima quedarse sin los boleros; Emma iba
cada dos semanas por algún golpe nuevo en el auto y, mientras lo
arreglaban, se ponía a cantar. Emma se olvidaba de todo pero el género
masculino la hacía reaccionar y para ella tener auto era un arma de
seducción poderosa. A veces frenaba en las paradas de colectivo y ofrecía
llevar a los muchachos a sus casas, hasta que uno la reconoció y llamó
para avisarnos que estaba levantando gente en las paradas. Todo ese amor
se lo querían recortar para que no se lastime pero ella de alguna forma
lo recuperaba. Se despertó un jueves a las tres de la mañana y me hizo
una pascualina, aunque en realidad lo mío eran los ñoquis de sémola. No
lograba acordarse, ni siquiera se acordaba mi nombre así que me decía
Nena, no era un nena decepcionante porque, aunque nos decía así a todas
las mujeres, la forma en que lo decía era tan particular que era para mi,
yo era la nena.
VERANO
Hay un lugar ancestral de mi cerebro que contiene información sobre cazar
peces con lanzas y lo quise recuperar en mis vacaciones de febrero. El
plan era pasar las mañanas en las rocas para conectarme con la sabiduría
de mis antepasados, nadar en mar abierto y descansar haciendo pie sobre
corales.
Después apareció la cerveza y lo social y creí que había encontrado el
amor porque el mismo policía me frenó dos veces. La primera vez se rió de
mi foto en la cédula y la segunda me reconoció y ya casi eramos novios
porque Caru gritaba ¡Flechazo! ¡Flechazo! desde el asiento de atrás. Le
pedí su nombre y lo busqué por facebook.
Lo molesto de facebook son las postales que te dicen cómo hay que vivir,
lo demás es maravilloso. Aprendí de su perfil que era tucumano y fanático
de Peter Cappusoto pero fue forzado y sólo de ver sus fotos no me gustó
más. Me mandó un mensaje diciendo que no se había imaginado que tenía
posibilidades y si quería ir a la playa a hablar de lo nuestro.
Me decepcionó que no estuviera vestido con uniforme pero igual acepté una
pepsi y caminamos por la orilla con las zapatillas en la mano. Dijo que
yo era muy simpática y él era casado. Me pareció normal porque estoy de
moda entre los que tienen novia pero no tenía ganas así que le dije que
sea bueno con su mujer y que me iba a un asado. No fue dramático, la
desilusión me recordó que los varones me confunden y yo había elegido la
playa para calmarme.
Olvidensé del amor, que cualquier persona quiera tomar una coca con vos
es genial. Temo en el fondo estar concentrada en los que no me quieren. A
mi psicólogo le parece lógico que me sienta sola, dijo -es lógico, estás
sola-, -no sos imprescindible para nadie- y pensé que para mis papás
seguro que si pero no lo dije porque era muy loser. De todas formas mi
vida está bien y gente de confianza me dice que soy copada.
Espero (por su propio bien) que los famosos sean agradecidos y también
las modelos cuando los fotógrafos se acercan con propuestas porque les
parecen magnéticas, como si fueran diosas o estatuas que sostienen
catedrales.
A veces sueño con ser lánguida, entrar caminando a una fiesta hasta la
cocina y dejar un hechizo.
YA RE FUE
Me gusta un chico que siempre está invitado pero nunca attending. Un día
me tomé un vino y le dije que quería verlo en 3D, que era raro ser amigos
virtuales y nada más. Después me arrepentí pero los mails no tienen
retorno así que pensé ya re fue, que es la forma en que nuestra
generación atraviesa la vergüenza y las cosas complicadas. Somos
posmodernos con sentimientos.
Me llevó a casa y para darnos un beso le pedí que se saque los anteojos
porque le daban demasiada personalidad. Coincidimos en que sólo hay que
ocuparse de pasarla bien y si sos millonario es para espantar a los
venados cuando vas rápido en cuatriciclo y elegir con el dedo al que vas
a comerte, decirle a tu nieto que se acueste en el pasto así los animales
lo rodean y le lamen la cara hasta que se asuste. Ahí acelerás, vas
fuerte con el cuatriciclo, los venados corren, te reís, lo levantas
haciendo fuerza con un brazo porque todavía sos saludable y le mostrás la
foto en tu iPhone. El nieto también se ríe pero sigue llorando porque no
le alcanza el tiempo para todo. Hay que tener una mesa larga atrás de una
pila de leña para almorzar en los días soleados con tus hijos en ray ban
y sus novias modelos que son lindas pero hablan poco, por eso tus hijos
suenan brillantes en la sobremesa, el cafecito y la discusión de cómo
sigue la tarde.
Julieta Novelli
EQUILIBRIO
Papá aflojó los tornillos
para que aprendiera
a andar sin rueditas.
Ella me llevó a la vereda de tierra
que rodea al hipódromo,
justo enfrente de casa.
Y cuál es la necesidad
de aprender a sostener
mi cuerpo todo de nuevo.
Le hice prometer que no
me soltaría por nada del mundo,
giraba apenas mi cuello
para ver que ella siguiera ahí,
corriendo justo detrás mío,
agarrándome de la parte baja del asiento.
"Yo no te suelto -me decía-,
yo no te suelto",
pero para ese entonces
ya estaba pedaleando sola
y no me daba cuenta
de cómo ella se alejaba de mí,
aun quedándose quieta
entre los troncos viejos y gruesos.
Me enojé tanto cuando me dí vuelta
que rechacé ese objeto
a un costado de la vereda
y quise volver a casa.
Ahora voy esquivando colectivos,
haciendo finitos, calculo
el tiempo exacto para pasar en rojo
y no morir en el asfalto,
pero así y todo no voy a reconocerlo.
He decepcionado muchas veces a mi madre
y sé que seguiré haciéndolo.
No hay lugar en el mundo
para dos personas iguales,
ni siquiera lo hay en una casa,
y por eso me fui apenas terminada escuela.
Pero es necesario para que mamá aprenda.
El equilibrio se fabrica con la distancia,
si nos quedamos quietas
seguramente nos vamos a caer.
Ahora rebobino el cassette
y resulta que soy yo la que se aleja
mientras ella se queda parada,
palideciendo bajo el sol de un domingo.
Pero yo no te suelto, mamá,
yo no te suelto.
yo no soy cleptómana.
CARNES EN LA MISA
Marosa di Giorgio
Pero si estaba… ¡Mira esta yema! ¡Prueba de esta clara! ¡Prueba! Ella
huía a la alcoba última; cerraba las puertas a cal y canto. Se tapaba los
oídos.
Pero allí adentro empezaron a crecer manzanos, con sus pomas rosas,
celestes, verdes, y casi áureas, y un pompón, un goterón de miel,
también.
Decían: ¡Qué bien! ¡Estaba doble! ¡Viene con hijuelo! ¡Tenía bombón!
¡Qué rica la carne nueva! ¡Los asaremos a las brasas! ¡Qué…! ¡Viva!
¡Viva! ¡Qué… ¡Viva! ¡Qué…!
Paula Moya
A esta hora
todo tiene el color de lo que va a pasar
todo parece un anuncio un poco gris
un poco enfermo.
Apagás el tele y te acordás que por alguna razón todo lo que sepultaste
sabe cantar.
Y casi todo lo enterraste en ciudades turísticas, en tu casa materna, en
el aire de la costa que tiene el olor a lo que no querés ver vivo.
Intentás dormirte pero el anuncio de lo que va a pasar te dejó idiota,
como una imagen, ves a enero y a febrero boxeándote el abdomen ,
comiéndote la carne y, fuera de foco, una cara que extrañás.
FOTOS
Acá está
el único momento de comunión familiar del verano
aunque no hubo una foto
lo recuerdo como una.
Acá están nuestros cuerpos
sobre la colchoneta a rayas verdes
sobre fondo blanco
de la rodilla para abajo las cuatro piernas
mojadas hamacándose en el agua.
Esta es mi cara de estar de acuerdo
y por la tuya parece que justo algo pensabas
Por suerte coincidimos en que el espacio
vacío
que veíamos
no era cierto
creo que exageraste cuando dijiste que nuestros cuerpos podrían ser
atravesados
por espadas finísimas
porque había espacio entre lo que sentíamos como total.
LA PROPIEDAD
En esa propiedad de campo que daba sobre el mar, cuyo jardín no tenía
flores por culpa del viento, pero toda suerte de cascadas, de grutas, de
fuentes y de glorietas, vivíamos en un Edén. La señora a veces iba a la
ciudad y durante su ausencia yo aprovechaba para descansar. Bonita como
nadie, yo salía esos días y bajaba a la playa, con el kimono y las
sandalias puestos; no llevaba ninguna uña sin barniz, ninguna pierna sin
depilar.
Aproveché las vacaciones, que pasaron en un abrir y cerrar de ojos, para
someterme a operaciones de cirugía estética: empecé por la nariz, después
fue el turno de los ojos y de los senos. Los médicos no me cobraban nada.
Yo no tenía inconveniente en prestarme para experimentos de esos, porque
me atendían médicos importantes y serios, verdaderos doctores y no
practicantes que la matan a una, prometiendo el oro y el moro.
No había propiedad en el continente tan bonita como ésa. Muchos huéspedes
millonarios venían a alojarse y pasaban días, a veces semanas, a veces
meses, en la casa. La señora era buena, tanto para las visitas como para
la servidumbre. Mi trabajo era agradable. No enceraba pisos, ni limpiaba
vidrios, que es tan engorroso.
Lo que más me costaba era levantarme a las seis y media de la mañana:
ni la limpieza de los baños, ni atender el teléfono cuando me colgaban el
tubo, me desagradaba tanto como ese momento en que abandonaba mis
castillos en el aire, para levantarme y servir los desayunos, que no es
trabajo de cocinera.
En aquella mansión, en lugar de flores, peces rojos, que nadaban en sus
peceras como Pedro por su casa, adornaban los dormitorios. Ésta era una
de las tantas originalidades de la patrona. Además de ser generosa, mi
señora era bonita y rubia como el trigo, "tal vez un poquito delgada para
su estatura", decían el panadero Ruiz y Langostino, el del muelle, que
eran unos envidiosos; para mí, estaba en su peso. Pero ella nunca estaba
satisfecha. Siempre quería adelgazar más: ¡Qué pecado! El tratamiento de
un especialista, con hormonas, que valían un ojo de la cara, le hizo
aumentar cuarenta kilos, que rebajaba fácilmente, sin querer, y comiendo
como un tiburón o como un pajarito. ¡Cuántas veces la sostuve en mis
brazos, llorando porque no había bajado de peso o porque había subido
injustamente, con muchos sacrificios! Una vez me resfrié de tantas
lágrimas que recibí sobre los hombros. ¡Yo era su paño de lágrimas!
–Si fuera pobre como yo no se alimentaría tan mal –le decía para
consolarla––Peor sería parecer un elefante como la señora Macuri, o un
palillo de dientes como doña Selena, o el hambre en la India, como otras
de sus invitadas –yo agregaba con el corazón en la mano. Ella me hacía
callar. Sabía que era perfecta, pero se encaprichaba con la misma
retahíla: gorda y flaca, flaca y gorda.
Desde las ocho de la mañana, los compañeros llevaban las peceras al
jardín para cambiarles el agua y dar comida a los peces, que eran unos
comilones.
Las persianas cerraban bien, tan bien que se necesitaban maña y fuerza
para abrirlas. Un día uno de los invitados me llamó para que abriera una
de ellas.
–Yo me ahogo en esta casa. Es bonita, pero las persianas no se abren.
Se lo conté a la señora y aprovechó para no invitar más al desagradecido,
que nunca me dio propina, ni cuando le buscaba los zapatos debajo de la
cama, que no era mi trabajo.
La señora me trataba bien, salvo cuando se enojaba y eso sucedía todos
los días: por una puerta abierta, por un sillón colocado en otro sitio,
por una basurita que había caído en un rincón, por los bichos feos que
ensuciaban las sillas de la terraza. ¡Qué culpa tenía yo!
La señora era elegante. Con verdadera pena, yo veía envejecer los trajes,
los zapatos, los guantes, la ropa interior, que iba a regalarme. No soy
interesada. A veces, si caía el lápiz de rouge al suelo, me lo regalaba;
si le faltaba un solo diente al peine, aunque fuera de carey, también me
lo regalaba.
No mezquinaba los perfumes: el perfume desaparecía de a medio frasco por
día: las visitas tenían todas el mismo olor relajante de algunas flores,
que no me dejan dormir de noche.
Las mallas de baño, yo las estrenaba nuevecitas, porque el día en que la
señora las compraba ya le parecían horribles, por esto, por lo otro y por
lo de más allá. Yo era muy feliz en aquella vida de abundancia y de lujo:
nunca faltó vino en mi comida, ni café, ni té, si lo quería. Los remedios
viejos y los postres que habían salido mal, me los regalaba para mi madre
enferma, que la adoraba como yo.
Todo cambió cuando llegó Ismael Gómez. La señora ya no me regaló sus
vestidos viejos, ni sus remedios, porque Ismael Gómez pretendía que
cuanto más viejo era un traje o un remedio, sentaban mejor. Las comidas
también cambiaron: me obligaron a preparar muchos postres con crema y
huevo batido, mucho merengue con dulce de leche, y yemas quemadas, que me
hacían mal al hígado. Ismael Gómez tenía una verdadera adoración por la
señora pero la respetaba, eso sí. No la dejaba mover, le alcanzaba
cualquier cosita que necesitaba. Todo el día le ofrecía algo de comer, le
compraba bebidas finísimas y él no compartía nada, como si no quisiera
abusar de las riquezas de la señora. La gente decía que era un pan de
Dios, pero yo no lo tragaba.
En aquella época la señora tomó a su servicio a un cocinero gigante,
recomendado por Ismael Gómez. Me sacaron de la cocina sin decir agua va.
Las comidas cambiaron de nuevo. Enormes postres de cuatro pisos,
adornados con figuras aparentemente alegres, desfilaban a diario por el
comedor. Con el tiempo descubrí que esas figuras hechas de merengue
rosado, que en el primer momento me parecían tan bonitas, representaban
calaveras, monstruos con cuatro cabezas, diablos con guadañas, en fin,
todo un mundo de cosas horribles, que mi señora no advirtió, porque no
era maliciosa; yo no me atreví a explicarle nada. Resolví, sin embargo,
vigilar las comidas, y a las horas en que preparaban las fuentes, entraba
intempestivamente en la cocina, donde me recibían de mala gana.
Ismael Gómez redobló sus cuidados con la señora. No permitía que se
molestara ni para ir al Banco. Durante varios días, en un cuaderno con
hojas cuadriculadas, como un nene que no sabe escribir, se ejercitó en
imitar la firma de la señora, hasta que nadie pudo distinguir qué mano
había escrito aquellas líneas.
Varias veces me escondí detrás de la puerta, para oír las conversaciones
entre la señora e Ismael Gómez, al atardecer, antes de que nos fuéramos a
la cama. Yo presentía que alguna desgracia iba a suceder en la casa, pero
no podía explicar en qué fundaba mis presentimientos. Tuve que consultar
a un médico, porque durante varias noches tuve pesadillas que me dejaron
afiebrada.
Mis presentimientos se cumplieron el día en que vi a mi señora acostada
con perfil de santa, entre coronas de flores blancas, en la capilla
ardiente. Yo llegaba de casa de mis tías, donde había pasado un mes de
vacaciones, y pregunté en la puerta, sujetando con la mano mi corazón,
que latía como un despertador:
– ¿Dónde está la señora?
– Está en la sala, de cuerpo presente –me respondieron.
Se me doblaron las rodillas. En los espejos yo parecía ni más ni menos
que una enana. ¿Quién es ésa?, pensé, y era yo. Entré en la sala llorando
como una Magdalena. El señor Ismael Gómez me tomó del brazo y me dijo:
–Tengo que darte una buena noticia. La señora te deja una pequeña
fortuna, a condición de que cuides esta casa, que ahora es mía, como la
cuidaste siempre para mí y para ella, que seguirá viviendo en nuestra
memoria –y agregó, conteniendo las lágrimas–: ¡Ya ves lo que es la vida!
No quiso ser mi novia y ahora es la novia de la muerte, que es menos
alegre que yo.
Un zumbido de moscardones llenó la sala: mujeres enlutadas rezaron.
Perdí la cabeza.
Me arrojé en los brazos que Ismael Gómez me tendía como un padre y
comprendí que era un señor bondadoso.
Olga Orozco
Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu
dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!
Marina Mariasch
(de KARATEKA)
*
El paso se interrumpe
un camión descarga lácteos en un mercadito
los hombres hacen fuerza
el chino del mercado da instrucciones
yo pienso en la cadena,
en la cadena alimentaria de las cosas,
lo mejor que puede pasar es que se vendan todas las leches.
2
Un árbol que de tan grande no permite ver que hay detrás. Una imaginación
demasiado poderosa.
3
Alguien que me consuele todo el tiempo, por lo que pasó, por lo que pudo
pasar y por lo que va a pasar. Que me sostenga, lo más literalmente
posible.
4
Un animal doméstico muy enojado me mostró los dientes, no le había hecho
nada. Menos mal que no tengo cuatro años y sé, dentro de todo, separar
las cosas.
5
El último paseo familiar, con la familia ya quebrada, una mancha enorme,
en todo lo que implique algo de cariño.
6
Un puente que separa lo mejor de la vida de lo peor. Cruzarlo sin sentir
nada. Una anestesia generalizada en cada vena.
7
El caballo ya no puede arrastrarse, está tranquilo, los otros caballos
no comen y fingen dormir.
9
La casa en obra. El baño y la cocina sin artefactos, sin pisos. Dos
agujeros grises. Hay personas que no nacimos para ver el proceso de las
cosas.
10
La nostalgia puede ser eso que no sabías que necesitabas. También el
monstruo del lago Ness.
11
Un cajón que no se abre es un cajón que no se abre. El resto corre por mi
cuenta.
12
Van a tirar la casa abajo Van a tirar la casa abajo Van a tirar la casa
abajo. Nosotros quedamos.
13
Adonde estaba la casa va a haber un edificio con muchos departamentos
chiquitos. Mucha gente que no va a tener nada que ver entre sí. Como una
familia disfuncional.
14
Cuando algo importante se cae, se vuelve a caer todo lo importante que se
cayó en el pasado.
Alejandra Pizarnik
de ÁRBOL DE DIANA
19
cuando vea los ojos
que tengo en los míos tatuados
20
dice que no sabe del miedo de la
muerte del amor
dice que tiene miedo de la
muerte del amor
dice que el amor es muerte es
miedo
dice que la muerte es miedo es
amor
dice que no sabe
a Laure Bataillon
HABLEMOS DE FUMAR
Quiero decirles a los jóvenes que fumen. Fumar es maravilloso. No hay
nada mejor que el cigarrillo. Fumen, pequeñuelos, fumen, adelante!
Fumarse al Incucai.
Fumar colillas.
(apagar la brasa
en el arenero),
y a Rodolfo Ranni.
el cordón umbilical.
Nacer fumando
Fumar inversamente/quemarse
pitar la atmósfera
Fumanchar
a bocanada limpia
que la nicotina
[en Angola
(Y terminarlo acá)