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LA NACION
18 de marzo de 2018
-No necesariamente.
-Que, como bien dijo Alfred Marshall, quien quiera mejorar la realidad tiene que poner
la cabeza fría al servicio del corazón caliente. Lo cual, en este caso, significa que antes de
legislar la igualación de las remuneraciones según género hay que preguntarse por la
razón de la diferencia.
-En un país en el cual para determinado puesto de trabajo a igual salario a los
empleadores les resultara indiferente emplear mujeres u hombres, pero en el cual "por
tradición o machismo" las primeras ganan menos que los segundos, una ley que fuerce a
pagar lo mismo puede resolver el problema. Pero ¿qué pasaría si la diferencia salarial
según género tuviera algún fundamento real?
-¿Por ejemplo?
-En una familia donde tanto el marido como la mujer trabajan, si de repente algunos de
los hijos necesita atención médica, es mucho más probable que la madre se haga cargo
del problema. Ergo, cabría esperar mayor ausentismo femenino que masculino.
Totalmente justificado, a la luz del problema; pero que le complica la vida al empleador.
-No me lo tiene que recordar a mí, que fui pionera en el estudio de esta cuestión. Pero,
otra vez, antes de legislar hay que averiguar el porqué de la situación actual.
-Lo mismo que cuando se aprueba una ley que congela los alquileres: los inquilinos muy
contentos, pero quienes pensaban alquilar se encuentran con que desapareció la oferta
de la noche a la mañana. Las mujeres podrían tener mayores dificultades para conseguir
empleo.
-Al contrario, estoy colaborando para que una causa genuina no se estropee por una
implementación apresurada o utópica. En la práctica tiene que haber casos de
discriminación lisa y llana, y en estos es posible avanzar con un cambio en la legislación.
En otros casos la razón de ser de la diferencia salarial es real y, por consiguiente, no se
corrige con una simple ley, sino avanzando en las causas de la referida discriminación.