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ISBN: 84-313-1981-X
Depósito legal: NA 1.275-2002
Ilustración cubierta:
Cantigas de Alfonso X el Sabio.
Cantiga CXLIX. El sacerdote escéptico de la Sagrada Eucaristía.
Texto de la miniatura: cómo o crérigo morréu depóys a tempo e os ángeles lli levaron a alma.
Fuente: Alfonso X el Sabio. Cantigas de Santa María. Edición facsímil del CÓDICE T. I. 1
de la Biblioteca de San Lorenzo el Real de El Escorial. Madrid, 1979.
Fotografía: Manuel Castells. Universidad de Navarra.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las san-
ciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimien-
to, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante al-
quiler o préstamo públicos.
Índice general
1. “La mort est à la mode. Pour l’historien, le récent intéret porté à la mort com-
me objet historique, est le fruit de sa rencontre avec les autres sciences sociales, la
conséquence de l’ouverture de nouveaux domaines de l’histoire, en l’occurence la
démographie historique et l’histoire des sensibilités” (del prefacio de J. Le Goff de la
obra de J. Chiffoleau, 1980, V).
10 Ante la muerte
* * *
3. É. Mâle (1908).
4. J. Huizinga (1985, 194).
5. J. Huizinga (1985, 212).
6. P. Burke (1994).
7. L. Febvre (1941).
8 . M. Vovelle (1985, 203-233).
12 Ante la muerte
* * *
* * *
bre ante la muerte. Así uno de los pioneros fue Rafael Lapesa al cen-
trarse en “La muerte en el Libro del Buen Amor”25 a quien han segui-
do incontables historiadores de la literatura hispana y europea con el
ánimo de desentrañar los mensajes y vivencias de aquella sociedad.
A pesar de la copiosa bibliografía española, puede considerarse
como un punto de inflexión la organización, en el otoño de 1985, de la
prestigiosa XIII Semana Internacional de Estudios Medievales de Bar-
celona, dedicada monográficamente al tema La muerte en la Edad Me-
dia. Y tan sólo un año después, el congreso La idea y el sentimiento de
la muerte en la historia y en el arte en la Edad Media de Santiago de
Compostela coordinado por M. Núñez y E. Portela. Estos eventos, a
parte de concitar a peritos e investigadores de la materia, trajeron
como fruto sugerentes trabajos y reflexiones, que hoy siguen siendo
fundamentales a la hora de acomodarse en este campo.
Otro encuentro a significar fue el organizado por la Institución
“Fernando el Católico” que versó sobre Muerte, religiosidad y cultura
popular (siglos XII-XVIII) que aunó igualmente las ilusiones y conclu-
siones científicas de un nutrido grupo de historiadores. Y hace un año
el seminario ¿Dejar a los muertos enterrar a sus muertos?. El difunto
entre el aquí y el Más Allá en España y Francia (ss. XI-XV) de la Casa
de Velázquez, junto con el simposio que ha dado pie a esta publica-
ción.
Al margen de las citadas reuniones, hay que revelar que estas dos
últimas décadas testimonian la seriedad de las variadas y numerosas
aportaciones, centradas en el estudio de la muerte medieval, ya sea en
forma de tesis doctorales, artículos o libros, y cuya enumeración huel-
ga detallar. Con todo, queda mucho por hacer. En el horizonte siguen
surgiendo obras de los argentinos S. Royer de Cardenal26 y Ariel
Guiance27, así como las monografías de Daniel Piñol28 y la que redac-
taron conjuntamente Jaume Aurell y Alfons Puigarnau29, a las que ha-
bría que añadir la ya citada de Flocel Sabaté.
Sigue pendiente la tarea de realizar una obra de conjunto para todo
el espacio peninsular que abarque prismas de diferente calado, sabien-
do las dificultades que ello entraña. Y en ese orden, aunque localizado
25. Vid. “La muerte en el Libro del buen amor” en Rafael Lapesa (1967).
26. S. Royer de Cardenal (1992).
27. A. Guiance (1998).
28. D. Piñol (1998).
29. J. Aurell - A. Puigarnau (1998).
Introducción 17
* * *
almas que mueren sin haber recibido el Bautismo51. Este trabajo de-
muestra que una inteligente utilización de las fuentes iconográficas
puede dar también muchas luces para el estudio de la muerte en la
Edad Media, como también lo pone de manifiesto el estudio que pre-
sentan Alfons Puigarnau, Fernando Martínez Gil y Francesca Español
en este mismo volumen. Unas imágenes que pueden ser igual de gráfi-
cas aunque surjan de las fuentes literarias o de las fuentes notariales,
como los trabajos de María Morras y de Jaume Aurell, respectivamen-
te, así lo demuestran.
Otro tema que cada vez genera más interés entre el medievalismo
es la relación entre el hombre medieval y sus intercesores celestiales,
los santos. Hagiografía e historia de la muerte encuentran también im-
portantes puntos de conexión. La generosa presencia de la advocación
a los santos en los testamentos bajomedievales pone de la manifiesto
la estrecha relación que se establecía entre esos intercesores y quien se
estaba preparando para el traspaso hacia la vida eterna. La hagiografía
es un género que ha atraído cada vez más la atención a los medievalis-
tas, conscientes de la riqueza que contiene como uno de los articulado-
res principales de la devoción del hombre medieval52.
Ante este exuberante panorama historiográfico y metodológico, no
es difícil aventurar un futuro todavía muy esperanzador para un cam-
po tan consolidado ya en el medievalismo como el estudio de la muer-
te. Una muerte que es vista ya no sólo exclusivamente como algo ex-
plícitamente vivencial, sino también como una realidad imaginada.
Una realidad, por tanto, que remite directamente al mundo del imagi-
nario, de las mentalidades, de lo narrado. Una realidad cuyo objeto
debe ser considerado no sólo desde la perspectiva de lo que directa-
mente se puede “leer” en la documentación (testamentos, imágenes, li-
teratura) sino también procurando analizar la realidad transmitida por
esos mismos documentos como mediadores de una realidad objetiva53.
* * *
Bibliografía
tiva de los significados sociales, culturales y políticos de los textos analizados, lo que
permite una especie de traducción del lenguaje del pasados a los modos de compren-
sión de nuestra época. Finalmente, en tercer lugar, la presentación narrativa de los re-
sultados, pues por encima de la investigación y del análisis, la historia es fundamen-
talmente una narración.” (J. E. Ruiz-Domènec, 2000, 19).
24 Ante la muerte
1. Sería destacable, por ejemplo, el papel del profesor Luis Suárez Fernández en
la formación de un nutrido grupo de medievalistas en la Universidad de Valladolid
cuya dedicación investigadora fue, en principio, la Castilla bajomedieval.
28 Ante la muerte
2. Les lignes de faite du Moyen Âge (L. Genicot, 1951). Se tradujo al castellano
–una de las pocas veces que no se ha traicionado la filosofía de la obra con un título
oportunista– como El espíritu de la Edad Media (Barcelona, 1961).
3. La civilisation de l’Occident Medieval (J. Le Goff, 1964). Se vertió al castella-
no bajo este mismo título cinco años más tarde. Para una comparación entre ambas
vid. P. Zerbi (1976).
4. Vid. para ello J. Le Goff – R. Chartier – J. Revel (1988); un texto que, desde la
perspectiva del marxismo más estricto, ha sido objeto de severas críticas.
5. J. Le Goff – J. C. Sournia (1985).
La muerte “primera” y las otras muertes 29
6. Entre otras obras de este autor destaca su L’homme devant la mort (P. Ariès,
1977).
7. Entre sus títulos más relevantes, La mort et l’Occident de 1300 à nos jours
(M. Vovelle, 1983).
8. A destacar entre otros trabajos de este autor el muy conocido La vie et la mort
à travers l’art du XVe siècle (A. Tenenti, 1952).
9. “No hay época que haya impreso a todo el mundo la imagen de la muerte con
tan continuada insistencia como el siglo XV”, decía J. Huizinga, al inicio de un capí-
tulo de su archiconocida obra El otoño de la Edad Media (1961) titulado precisamen-
te “La imagen de la muerte”. Al Ars moriendi a su vez, dedicó bellísimas páginas É.
Mâle que sintetizó en una obrita publicada en Francia en 1945, posteriormente tradu-
cida al castellano: El arte religioso del siglo XII al siglo XVIII (1966, 134 y ss.).
10. En una obra excelente enmarcable dentro de la más clásica de las historias de
la literatura: El otro mundo en la literatura medieval (H. Patch, 1983). Se acompaña
de un utilísimo apéndice a cargo de Mª R. Lida de Malkiel: “La visión de trasmundo
en las literaturas hispánicas”.
11. Bajo el título La mort au Moyen Âge. Se trataba, según decía Bernard Guille-
main en el prólogo, no tanto de presentar una summa sobre el tema, sino simplemen-
te de ensayar algunas aproximaciones a él. No habría que olvidar tampoco una obra
colectiva de fecha anterior: Il dolore e la morte nella spiritualitá dei secoli XII-XIII
(VV. AA., 1967).
30 Ante la muerte
diados del siglo XIV23. En este último momento, se calcula que la epi-
demia se cobraría un tercio de la población europea. En tales términos
se expresan distintos testimonios: desde las grandes crónicas de Jean
Froissart a otros escritos mucho más modestos como el referido a Es-
cocia en donde se dice que la pestilencia “atacó a todos los habitantes
/ de forma que mató a un tercio de los vivos / tanto hombres como mu-
jeres y niños”24.
Al margen de las consideraciones “técnicas” de los tratados de me-
dicina25, la enfermedad tiene en el Medievo un valor instrumental y
moral de primer orden. Valor no exento de ambigüedad.
La enfermedad es, evidentemente, la potenciadora del milagro, la
mejor prueba de santidad26. Los distintos males acaban tomando el
nombre de los santos a los que se invoca para la curación27: la gota será
el “mal de San Mauro”; la peste el “mal de San Roque”; la epilepsia el
“mal de San Juan”... Las escrófulas serán el “mal del Rey” dada la creen-
cia en los poderes curativos poseídos por algunos monarcas, especial-
mente los de Francia e Inglaterra, tal y como magistralmente estudió
en su momento Marc Bloch28.
La enfermedad sirve también para medir la fortaleza de personajes
de excepción. Hildegarda de Bingen padeció “desde su misma infancia
casi de modo constante dolorosas enfermedades... Cuantas más fuerzas
del hombre exterior le faltaban, tanto más accedía al interior a través del
espíritu de la sabiduría y de la fortaleza. Mientras languidecía el cuer-
po, crecía y crecía de un modo asombroso el ardor de espíritu”29. En
ocasiones las enfermedades son auténtico sucedáneo del martirio. El
caso de San Francisco, verdadero alter ego del Salvador, es uno de los
más notorios. Uno de sus biógrafos, San Buenaventura, diría: “Clavado
ya en cuerpo y en alma a la cruz juntamente con Cristo... a una con
Cristo crucificado, estaba devorado por la sed de acrecentar el número
de los que han de salvarse”30. Las enfermedades de ciertos monarcas
pueden contribuir también a su enaltecimiento. Son, así, una prueba
para resaltar la entereza de su carácter: la lepra de Balduino IV de Jeru-
salén; las fiebres periódicas de Luis IX de Francia; la parálisis que pos-
tró a Carlos V de Francia buena parte de su vida; o esas enfermedades
indefinidas que minaron la salud del rey castellano Enrique III “El Do-
liente” pero que no mermaron su ánimo para preparar, en los últimos
días de su vida, una campaña contra el reino musulmán de Granada31.
Y la enfermedad –como cualquier otra limitación del hombre– es,
por supuesto, expresión del castigo divino en el sentido más estricto.
Castigo producto de la pena original, que se da a nivel personal pero
también colectivo tal y como se manifestará en las grandes mortanda-
des. El cronista florentino Juan Villani, ante la epidemia de 1348, ha-
blará de conjunción de planetas, de efluvios venenosos surgidos del
seno de la tierra tras conmociones sísmicas... pero, a la postre, acabará
remitiéndose al juicio de Dios como causa del terrible mal32.
Por una especie de deslizamiento semántico, la enfermedad –con-
secuencia del pecado– se convierte en metáfora del pecado mismo.
Así, bajo la palabra lepra se designará al paganismo de Constantino o
Clodoveo33 antes de su conversión al cristianismo. Y en el siglo XII,
Eckberto de Schönau, uno de los grandes debeladores del catarismo,
definirá la herejía como “lepra volatilis”. Una expresión a la que se su-
marán otras que, igualmente, identifican heterodoxia con enfermedad:
locura, ceguera, cáncer, peste, etc.34
Este juego de metáforas en torno a la enfermedad se da igualmen-
te en el discurso que rodea a la muerte. En el léxico utilizado se conju-
gan elementos bíblicos, patrísticos y de la Antigüedad clásica (ideas
estoicas, neoplatónicas, etc.). Estamos ante una filosofía que fragua en
45. Hoy en día, hablar de enfermedades y de muerte supone referirse casi exclu-
sivamente a carencias físicas y extinción física. Sin embargo hablamos también de
sociedades enfermas o de muerte política. ¿Mera retórica? ¿Reflejo de imágenes, fi-
guras y representaciones de un pasado en el que, por ejemplo, se hablaba de ostracis-
mo o de damnatio memoriae?
46. Ap. 20, 14.
47. Así lo expresará en el siglo XIV Santa Catalina de Siena (1980, 111).
48. Vid. el caso de San Vicente Ferrer en P. M. Cátedra (1994, 277-281). Un es-
quema que, más allá del 1500 seguiría el maestro Alejo Venegas (1969, 25-27).
49. Vid. la “Introducción” de G. Caravaggi a Jorge Manrique (1984, 23-24). Para
la cuestión de la vida de la fama, sigue siendo capital el erudito estudio de Mª R. Lida
de Malkiel (1952): para Jorge Manrique son especialmente destacables las páginas
291-294.
50. Sobre esa trilogía -más acá de la muerte, el instante mortal y el más allá de la
muerte- se articula una obra redactada desde la óptica filosófica; la de W. Jankelo-
vitch (1977).
La muerte “primera” y las otras muertes 37
57. Con la muy piadosa muerte de Fernando III se cierra precisamente la Prime-
ra Crónica General de España mandada componer por su hijo Alfonso X. A diferen-
cia de lo ocurrido con San Luis, elevado a los altares en 1297, la canonización del
monarca castellano habría de esperar aún varios siglos.
58. G. Duby (1985, 9).
59. “Decretos del IV concilio de Letrán”, nº 2l, en R. Foreville (1972, 174-175).
60. P. Binski (1996, 32). Esta cuestión también se trata en E. Mitre (1988, 89 y
ss.).
La muerte “primera” y las otras muertes 39
tales aunque sólo sea por constituir el soporte de las corrientes peregri-
natorias más constantes69.
b) Hay otra forma de considerar que la muerte no es el final. Se
basa en la doctrina de las postrimerías, de los “novísimos”, de las “re-
alidades últimas” que, en el lenguaje estrictamente teológico, garanti-
zan el “cumplimiento y plena realización a todo lo que no ha tenido
más que un desarrollo fragmentario”70.
Se ha destacado que la creencia en un Más Allá se apunta en algu-
nos textos del Antiguo Testamento. Así, en el Libro de los Salmos:
“porque no dejarás mi alma en los infiernos y no permitirás que co-
rrupción tu santo vea”71; o en el Libro de la Sabiduría: “más las almas
de los justos están en la mano de Dios; y no llegará a ellas el tormento
de la muerte... si delante de los hombres han padecido tormentos, su
esperanza está llena de inmortalidad”72.
– La idea de un juicio universal al final de los tiempos constituyó
un tema recurrente en la literatura apocalíptica medieval73. Junto a ella
fue tomando cuerpo la de un juicio individual inmediatamente después
de la muerte. Vicente de Beauvais –o uno de sus discípulos– decía que,
en ese momento, serán sólo las almas quienes reciban la reprensión74.
Siglo y pico más tarde, San Vicente Ferrer, vuelve a recordar la exis-
tencia de un juicio particular en el que la sentencia será según el ánima
haya sido “de buena vida santa” lo que supone ir directamente al paraí-
so; “impenitente de mala vida” lo que la conducirá al infierno con los
diablos; o que “ha hecho penitencia más non tanta como rrequieren los
sus pecados”, que implicará una estancia en el purgatorio75.
– Hablar de un Más Allá de premios y castigos conducirá así a ha-
blar no sólo de estados o situaciones –adjetivos– sino de espacios –sus-
tantivos– en donde éstos tienen lugar. Espacios dotados de cierta sime-
tría con los del más acá de la muerte. Una circunstancia que contribuye
a crear una marcada interdependencia entre ambos mundos: el físico y
el metafísico.
Quien mejor expresó este principio fue sin duda Dante Alighieri,
uno de los personajes más geniales de la cultura medieval. Resulta una
obviedad recordar que su producción literaria se presta a abundantes
reflexiones en lo que a la muerte se refiere.
Su idea de ésta, se ha dicho, no es la de un teólogo ni la de un me-
tafísico, sino la de un ético para quien lo fundamental es la muerte se-
gunda, la ética, al estilo de Boecio. Ello supone la pérdida del renombre
para la posteridad76. Igualmente se ha sostenido que Dante concibió el
género humano de acuerdo a las ideas aristotélicas de la potencia y el
acto. Durante la vida terrenal el hombre es potencia. Se realiza en acto
en el Más Allá, en un proceso de metamorfosis que puede ser progre-
sivo o regresivo en función del comportamiento en este mundo77. Se
caerá, así, en el campo de los bienaventurados que gozarán de la Vi-
sión Beatífica, o en el de los réprobos condenados a las penas del in-
fierno. O bien se permanecerá temporalmente en ese lugar de purifica-
ción de las almas que es el purgatorio. Una vía intermedia frente a la
dualidad agustiniana que predestinaba drásticamente a las dos ciuda-
des a gozar eternamente de Dios o a sufrir eternamente las penas del
infierno78.
El purgatorio cristiano como invención esencialmente medieval fue
tema hace algunos años de una sugerente obra de Jacques Le Goff79 que
dio pie a un rico debate80. La idea de ese “tercer lugar” purgatorio reci-
bió un fuerte impulso –tradiciones populares aparte– a cargo del abad
Odilón de Cluny a principios del siglo XI con el establecimiento de la
fiesta de los Fieles Difuntos. Su sistematización y popularización ven-
drán entre fines del XIII y comienzos del XIV a través de Jacobo de Vo-
ragine81 y de Dante82. El ascenso de las ánimas hacia la luz inmortal que
nos presenta el genial florentino en La divina comedia, sería imitado
años más tarde, con bastante menos fortuna, por el místico estrasbur-
gués Rulman Merswin. En su Tratado de las nueve peñas presenta el
diálogo de un hombre con Dios ante un monte surcado por nueve rella-
nos rocosos que corresponden a otras tantas debilidades en que el ser
humano ha podido incurrir a lo largo de su vida83.
En definitiva, la Iglesia –tomada en clave de comunidad de fieles–
estaba constituida por el conjunto de vivos y muertos. Era un cuerpo
triforme en el que sus elementos colaboraban, prestándose recíproco
apoyo, en la tarea de la salvación: los que están en este mundo, los que
purifican su alma en el Más Allá y los que ya han accedido a la gloria.
Lo que en la terminología de la Iglesia católica sigue llamándose: Igle-
sia militante, Iglesia purgante e Iglesia triunfante84.
Estas relaciones a tres refuerzan esa idea de prolongación de las
desigualdades de la vida terrenal más allá de la muerte física. En efec-
to, los sufragios por los muertos, las misas por los difuntos, sólo tienen
el límite de la fortuna del testador. Se acaba creando así toda una “ma-
temática de la salvación” o “contabilidad del Más Allá” que, en último
caso, juega a favor de los más pudientes85.
años centrales del siglo XVIII como momento decisivo para la madu-
ración del fenómeno, al menos en ciertos territorios franceses91.
Sin embargo, la contemplación de los hechos nos demuestra que
las claves religiosas del discurso medieval nunca han sido desarraiga-
das en el Occidente europeo en beneficio de las de signo secular92; por
el contrario, siguen gozando de un amplio crédito. Quizás en este cam-
po nos veamos obligados, al igual que hizo en su momento J. Le Goff,
a tomar la palabra a Ernest Labrousse y reconocer que lo social retrasa
lo económico y lo mental, a su vez, tiende a retrasar lo social93.
Bibliografía
91. Cfr. M. Vovelle (1973). Del 1774 data la aparición de Las desventuras del jo-
ven Werther en donde J. W. Goethe concluye, al referirse al sepelio del héroe, con un
taxativo “No le acompañó sacerdote alguno” (1995, 182).
92. Recordemos que unos años después de la inmortal obra de Goethe, R. de
Chateaubriand publicaba su Atala. La heroína, una suicida también, muere sin em-
bargo confortada por el Padre Aubry y diciéndole a su amado Chactas que le estará
“esperando en el imperio celestial” (1989, 192). El corolario de la obra es que el cris-
tianismo vence “sobre el más ardiente de todos los sentimientos y el peor de todos los
temores: el amor y la muerte” (1989, 201).
93. J. Le Goff (1980, 82).
La muerte “primera” y las otras muertes 45
1. Este equipo de investigación está formado por los doctores Javier Martínez de
Aguirre (titular de Historia del Arte Medieval, Universidad Rovira i Virgili), Ildefon-
so Adeva (Facultad de Teología de la Universidad de Navarra), Ángeles García de la
Borbolla (Departamento de Historia Medieval, Universidad de Navarra) y los licen-
ciados Mikel Ramos y Julia Baldó (Universidad de Navarra). Todos ellos bajo la di-
rección de Julia Pavón Benito y con financiación de los Fondos de la Universidad de
Navarra, del Ministerio de Cultura y del Gobierno de Navarra.
50 Ante la muerte
1. Reflexiones previas
2. A. Martín Duque (1983, XI) cifra en 23 los diplomas referentes al reino de Na-
varra anteriores a 1004. De ellos 14 pertenecen al fondo de Leire, 4 a la catedral de
Pamplona y los mismos para San Millán, y de Irache tan sólo 1. Esta obra se citará
DMLe.
52 Ante la muerte
2. El hombre y la muerte
los individuos5. Se trataría por tanto de ver las relaciones entre algunos
aspectos del misterio y doctrina custodiado por la Iglesia y las prácti-
cas religiosas como son ritos y rituales, plegarias o devociones, parte
importante de la pietas christiana.
apres mes dies ira nin discordia, pl[ait] ni contenda non se puyssa mau-
re entre ... mes parentz”23.
O como recogerán los protocolos notariales del XIV, XV y XVI:
“seyendo enfermo del cuerpo litigado, temiendo las penas del infierno
et copdiciando yr a la santa Yglesia del santo paradiso, empero seyendo en
mi buen seso et en mi buena memoria a laudor et reverencia del nuestro
Seynor Ihesu Christo et de la Virgen Santa Maria et de toda la cort celestial
et oviendo firme et cierta creyença que toda persona que en carne es puest
segunt dize la santa scriptura sines muert corporal escapar non pueda”25.
“Que como por el pecado de nuestro padre Adán toda natura huma-
na sea subiugada e obligada a la muerte corporal de la qual persona algu-
na en carne puesta evadir ni escapar no puede e no haya cosa más cierta
a los peregrinantes en la present vida que la muerte ni más incierta que
la hora de aquella. Acerca de lo qual el verdadero [...] salvador nuestro
señor Ihesu Christo en su sacro Evangelio amonestandonos dize “estar
aparerados ca no sabeys el dia ni la hora”... Primeramente humil et de-
votamente encomiendo mi anima en manos de mi Señor Dios Padre que
la creo y formo a su ymagen e semeianca llamandole devotamente mer-
ced e misericordia que por la su sancta inmiensa piedat et clemencia,
meritos e intercession de la gloriosa et más piadosa Virgen Maria Madre
“Sub nomine sancte et individue Trinitatis quam ego corde credo, ore
profiteor Patrem esse ingenitum, Filium a Patre solo genitum, Spiritum
Sanctum ab utroque in Trinitate perfecta procedente, unos Deus agnosci-
tur, cuius nutu et providentia imperant reges cuiusque arbitrio amnis regi-
tur mundus; qui in plenitudine temporum pro salute humani generis misit
unicum Filium suum in mundum, ut abnoxios diabolica servitute, a mor-
tis dominio erveret sua morte, liberatosque a captivitate antiqua perdonis
suo triumpho Regni sui consortes facere..”27.
26. AMT, Archivo del Marqués de San Adrián, carp. Álava, leg. 7, n. 7.
27. M. Cantera (1991, n. 23). Se citará CDNa.
28. CCP, 34 (1084).
Ut post nostrum obitum mereamur regna celorum 59
34. Se trata del testamento del sacerdote Eneco Garcés, fechado en 1074, dejan-
do dos viñas en Sansoáin a Santa María de Pamplona (CCP, 29).
35. CDIr, 60.
36. CDIr, 66.
37. PSJ, 520. Testamento de doña María Beltrán de 1290.
38. DMLe, 275. Testamento de Lope Garcés y su mujer María [1120-1121].
Ut post nostrum obitum mereamur regna celorum 61
“e lixamos annos ensemble .II. clerigos por .II. anno que cante missa
en sancta Maria de l´Olivar en el dia de mi sepultura, que sia miradament
enterado, e a los siete dias entradament de glerigos e de clamantes de vos
e de otros ommes, e candela e oblada e por .II. anno”39.
O frases parecidas:
“a dari in helemosinam pro peccatorum suorum redemptione”50.
53. DMLe, 247 (1112) y 358 (1196). CCP, 405 (1193) y 515 (1217). CDNa, 18
([1066]) y 51 (1140). CDRo, 124 (1244). PSJ, 252 (1234) y 267 (1236).
54. DMLe, 275. Testamento de Lope Garcés y su mujer María [1120-1121] cuyos
beneficiarios son, entre otros, Leire, San Juan de la Peña, Santo Sepulcro, Hospital de
Jerusalén, Santa María de Irache y Santa María de Pamplona.
55. CCP, 405. Se trata de la fundación del aniversario del mayordomo Miguel en
la catedral de Pamplona, fechada en 1193.
56. DMLe, 247.
57. María, hija del senior Lope Fortuñones, otorga post obitum [1125-1144] sus
bienes en Ripas, Murillo y Uncastillo al Hospital (PSJ, 3).
58. CDIr, 66, del año 1087.
Ut post nostrum obitum mereamur regna celorum 65
65. Se recoge la referencia de la segunda parte del libro Sedes reales de Navarra
que dirigió L. J. Fortún en 1991 titulada “Panteones regios”. En sus cerca de ciento
cincuenta páginas se describen y estudian detalladamente con ilustraciones las once
sedes que albergaron sepulturas de los reyes de Navarra.
66. R. Jimeno (1998, 50-53).
67. San Eulogio (1959, 416-431).
68. J. Martínez de Aguirre (1996, 201).
69. Fortún, con el advenimiento de Sancho Garcés I, abraza la vida monástica:
“venio ad Legerense cenobium fraternitatem accipere, sicut vidi patrem meum face-
re” (DMLe, 4). Y esto ha llevado a pensar que Leire también debió custodiar los res-
tos mortales de García Iñiguez.
70. J. Mª Lacarra (1945, 234).
Ut post nostrum obitum mereamur regna celorum 67
“ut habeant et accipiant una cum meo corpore, quod deprecor illic se-
peliri, scilicet in monasterio Leirensi post obitum meum”76.
3. Valoración final
Bibliografía
Estudios
“In Dei nomine, licet incerta mortis ora semper debeat in prudentis
anima esse suspecta, corporis cum iminente langore ipsius plus naturali-
ter forimidatur eventus...”10.
12. “Atenent que alguna cosa no és pus certa que la mort, ne res menys cert que
la hora de la mort, e volent dels béns temporals ordonar de mentre son sa, en ma per-
sona e la rahó reig la pensa, la qual moltes veus és entrant per la malaltia torbada, que
no tan solament los béns temporals, ans encara oblida hom si mateix, per tal en ma
bona sanitat e en mon bon sen e bona memòria fas e ordon mon testament” (AHPB,
Ramon Morell, Secundus capibrevium testamentorum, 1359-1362, fº 13v).
13. Una interesante ilustración de este proceso en G. Duby (1988, II, 462) que re-
produce un Libro de Horas de París, del siglo XV, en el que aparece un notario ela-
borando un inventario: el notario está escribiendo, mientras que sus ayudantes abren
los cofres y van disponiendo los objetos encima de una mesa.
14. Nos hemos referido a estos aspectos metodológicos en J. Aurell (1994, 107-121).
15. M. García Fernández (1990, 1073-1090) y M. Vovelle (1984, II, 9-26, esp. el
subapartado “Le testament, révélateur des attitudes devant la mort”, 10-17).
La impronta de los testamentos bajomedievales 83
18. Por recoger un ejemplo entre muchos, esta expresión la utiliza el barcelonés
Arnau de Senyecs quien inicia su testamento: “Atenent que alguna cosa no és pus
certa que la mort, ne res menys cert que la hora de la mort” (AHPB, Ramon Morell,
Secundus capibrevium testamentorum, 1359-1362, fº 13v).
19. J. R. Julià (1990, 15-51, esp. “Causas que mueven a testar”, 18-21).
20. R. García Cárcel (1984, 120).
21. En efecto, una causa muy característica de la redacción de los testamentos en-
tre los barceloneses de la baja Edad Media es el acometimiento de un viaje comercial
La impronta de los testamentos bajomedievales 85
por mar, tal como hizo Ramon Sabater, quien redacta su última voluntad “volens traf-
ficare ad parte Alexandrie” (AHPB, Berenguer Ermengol, Manual de testaments,
1385-1405, fº 51r).
86 Ante la muerte
22. “En nom del molt alt e sobiran Creador Nostre Senyor Jhesu Christ, e de la
molt ecel.lent e pura Verge Nostre Dona Santa Maria, mare sua sia, e a salvació de
ma ànima e en remissió de mos pecats, amén. E com to ço qui es compost a natura,
per aquella se haja a dissolre, e com lo cos de l'hom sia compost de quatre alements
qui ensemps contrariegen, donchs de necessitat se cové que lo cos de l’hom se haja a
dissolre per natura e per tant cascuna crehatura rahonable deu cogitar en tres coses, e
és a saber: haver memòria del pessat, ordonar en lo pressent e a provehir en lo sdeve-
nidor, com tots, segons que diu lo Apostol starem devant lo divinal juyci per reebre
segons que fet haurem, donchs cascun fel crestià se deu apperellar a les obres sales-
tials a salut de sa ànima, com no sia neguna cosa pus certa que la mort e pus incerta
que la hora de aquella, e per amor de açò jo, Valentí Çapera, mercader ciutadà de Bar-
chinona..., per la gràcia de Déu sa e alegra de cos e de pensa, en mon bo e ple seny e
sana e entegra memòria, fas o ordon mon testament, scrit de ma pròpia mà” (AHPB,
Joan Reniu, Manual de testaments, 1421-1431, fº 5r).
La impronta de los testamentos bajomedievales 87
25. Es el caso del mercader barcelonés Lluís de Parets (AHPB, Bernat Nadal, Lli-
bre de testaments, 1385-1397, fº 135v). La imagen utilizada por este ciudadano bar-
celonés recuerda las palabras de la Escritura recogidas en una de las epístolas de San
Pedro: “quia omnis caro ut fenum et omnis gloria eius tamquam flos feni; exaruit fe-
num, et flos decidit; verbum autem Domini manet in aeternum” (“Toda carne es
como el heno, y toda su gloria dura como la flor de heno; se seca el heno y la flor se
marchita; la palabra de Dios, en cambio, dura por siempre”: I Pet. 1, 24-25).
26. “Considerant que la vida present traspassa com a hombra, e dementra que hés
vista pus larga és axí com a vapor o fum qui poch dura...” (AHPB, Antoni Vilanova,
Liber testamentorum,,1457-1469, fº 7v).
27. AHPB, Pere Ullastrell, Manual de testaments, 1382-1387, fº 59r.
28. AHCB (Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona), Arxiu Notarial, III, 1,
testamento del 1.IV.1365.
La impronta de los testamentos bajomedievales 89
4. Conclusiones
Bibliografía
2. Para los enterramientos reales aragoneses de época románica vid. R. Del Arco
(1945, 13-38); sobre el de Doña Sancha vid. D. Simon (1979, 107-124); para el de
Ramiro el Monje vid. J. Traggia (1805), que plantea dudas razonables sobre la iden-
tidad del destinatario del sarcófago y por ello sobre su género de reutilización. Sobre
el mismo sarcófago, S. Moralejo (1984 [1982], 191). Para los panteones condales ca-
talanes en la catedral de Barcelona y en el monasterio de Ripoll vid. F. Español Ber-
tran (1998, 107-116), (2001, en prensa).
3. Sobre la inhumación de Pedro el Grande en Santes Creus a partir de las fuen-
tes que aluden a las exequias y la documentación histórica conocida vid. E. Fort i Co-
gul (1966). Los datos relativos al sepulcro han sido publicados por A. Giménez Soler
(1903-1904, 189-192), H. Finke (1908, II, 905-907), A. Rubió y Lluch (1908-1921,
II, 6-7) y M. de Barcelona (1990, 245-247 y 249), (1991, 131-132, 137, 147-148,
157-158, 187-188, 205-206 y 473-474). Para el estudio del mausoleo vid. los traba-
jos citados en la nota 1.
“Sicut ut decet” 97
Fig. 2. Figura yacente de Jaime II. Iglesia del monasterio de Santes Creus (Foto J.
Yarza).
15. Los escultores Aloi de Montbrai y Pere de Guines fueron los encargados de di-
chos proyectos. La documentación del primero se rastrea desde 1337, la del segundo
desde 1338. La publican J. Rius Serra (1928, 140-141 y 161) y A. Rubió y Lluch
(1908-1921, II, 62-66). El sepulcro de la madre fue restaurado en 1381 por el escultor
Pere Moragues, de nuevo a instancias del Ceremonioso. Vid. A. Ivars (1926, 245-250).
16. Sobre las vicisitudes del panteón de Poblet a lo largo del siglo XIV, se ha pu-
blicado abundante documentación. La reúne, ordena y analiza A. Altisent (1974, 262-
292). Vid. también los trabajos citados en la nota 32.
102 Ante la muerte
3. Los Montcada
24. Para una panorámica sobre la familia en época bajomedieval vid. S. Sobre-
qués (1980, 112 y ss.). Sobre los Montcada y sus iniciativas funerarias vid. los traba-
jos citados en las notas 26 y 27.
25. Para esta política nepótica de la reina vid. F. Español Bertran (1997, 20-24).
26. Había dispuesto esta fundación el patriarca de la familia Pere de Montcada en
su testamento dictado ese año. Se analiza en F. Español Bertran (1991d, 65).
110 Ante la muerte
27. Sobre Avinganya vid. F. Español Bertran (1987, I, 355-369), F. Español Ber-
tran – M. Escolà i Pons (1987, 147-182) y F. Español Bertran (1991d, 40-65). Todas
las noticias históricas a las que se alude en el texto se referencian y comentan en los
trabajos que recogemos en esta nota.
28. Sobre la capilla de San Pedro de la catedral de Lleida y sus sepulcros: F. Es-
pañol Bertran (1987, I, 369-384), F. Español Bertran (1991a, 84-85), F. Español Ber-
tran (1991b, 115-117) y F. Español Bertran (1991d, 65-78). Todas las noticias histó-
ricas a las que se alude en el texto se referencian y comentan en los trabajos que
recogemos en esta nota.
“Sicut ut decet” 111
4. Otros proyectos
tratarse de una iniciativa que tiene mayor eco en los territorios meri-
dionales. La asumen, por ejemplo, los Cardona o los Montcada, en
cambio, los condes de Pallars, no parecen valorarla especialmente, al
igual que ocurre en mayor o menor grado con los Cabrera. Ese parece
ser también el caso de los condes de Empúries. Sin embargo, esa apre-
ciación podría deberse a la imposibilidad de evaluar desde nuestros
días la mayor o menor magnitud del panteón que ordenaron en la igle-
sia dominica de Castelló, un proyecto que se ha visto reducido a los
vestigios de los antiguos sepulcros, depositados ahora en la iglesia pa-
rroquial de Santa María31.
Dada la cronología de los proyectos en los que la cohesión de los
miembros del clan se mantiene más allá de la muerte, no podemos dejar
de considerarlos dependientes de uno mucho más ambicioso que va a
prolongarse a lo largo del siglo XIV y que seguirá desarrollándose duran-
te el XV: el que impulsa en Poblet a partir de 1340 el rey Pedro el Cere-
monioso32 (fig. 3). Se trata de una de las empresas más personales del
monarca, de quien conocemos otra iniciativa del mismo signo extrema-
damente original para su época. Es el caso de la remodelación a partir de
1385 de unos antiguos sepulcros condales existentes en la catedral de Gi-
rona. Una serie de noticias conocidas pueden ponerse en relación con esta
empresa. Se perseguía confeccionar los sepulcros de unos condes que ha-
bían vivido en el siglo XI –Ramon Berenguer “Cap d’Estopes” y Ermes-
senda– y para realizar sus imágenes yacentes era imprescindible conocer
la “moda” de esta época tan remota. Al final se le indicó al escultor Gui-
llem Morey que vistiera al conde y a la condesa a la manera antigua y el
resultado está bien a la vista: un arnés de comienzos del siglo XIV, para
él (fig. 11) y una indumentaria tomada directamente del que quizá pueda
considerarse el sepulcro con imagen yacente femenina más antiguo de la
catedral de Girona: el de Elionor de Cabrera, fallecida en 133733.
31. Sobre estos linajes y sus respectivos proyectos funerarios vid. F. Español Ber-
tran (1987, I, 194 y ss.).
32. Para el panteón real de Poblet en tiempos del Ceremonioso vid. R. Del Arco
(1945), F. Marés (1952), A. Altisent (1974, 262-292) y J. Bracons (1989, 209-243).
Para su historia posterior vid. también F. Español Bertran (1998-1999, 81-106).
33. El interés “arqueológico” del rey está acreditado con anterioridad a esta em-
presa. Lo advertimos en la carta que envía al abad de Ripoll interesándose por cono-
cer la apariencia e indumentaria que presentaban en sus sepulcros cada uno de los
condes enterrados en el monasterio. La publica A. Rubió y Lluch (1908-1921, I, 185-
186). Para el de-sarrollo del proyecto funerario de la catedral de Girona vid. F. Espa-
ñol Bertran (1992b, 236-237).
“Sicut ut decet” 117
Fig. 11. Figura yacente del conde de Barcelona Ramon Berenguer “Cap d’Esto-
pes” (†1082) en la catedral de Gerona (Guillem Morey, 1385).
Si bien entre los obispos se hallan los pioneros del sepulcro monu-
mental en Cataluña, se trata de casos muy esporádicos localizados a fi-
nales del XIII34. A lo largo de los siglos XIV y XV, los prelados recu-
rrirán a él e impulsarán a la par relevantes capillas funerarias, pero
hasta el primer tercio del siglo XIV, las catedrales de Girona o Tortosa
ejemplifican una solución que también fue bastante habitual: la de la
inhumación en una denominada “sepultura común”. Se trata de una de-
signación bien elocuente, pero no debemos olvidar tampoco que mu-
chas veces correspondía a un espacio que aceptaba el sepulcro indivi-
dualizado y monumental, como lo prueba el testamento del obispo de
Girona Arnau de Montrodon en 1348. En Girona este “lugar” se loca-
lizaba por entonces en la sala capitular, a imagen de lo que acontece en
monasterios y conventos35. En Tortosa, por el contrario se creó un es-
pacio ex professo. A mediados del siglo XIV, los restos de los distintos
prelados se trasladaron a osarios de parecido formato, tipología y orna-
mentación, y se dispusieron en las paredes de la recién construida ca-
pilla de Santa Cándida, contigua al claustro36.
Junto a esta solución, la capilla funeraria en la que se instala el se-
pulcro monumental más o menos ambicioso, tiene desde el primer ter-
cio del siglo XIV gran eco entre los prelados y las altas dignidades
eclesiásticas. Los laicos, por el contrario, se decantarán por otros espa-
cios, entonces mucho más atractivos por los beneficios espirituales que
les reportaban los conventos mendicantes. A diferencia de éstos, ma-
yoritariamente desaparecidos, los proyectos catedralicios se han con-
servado, al igual que la documentación que les concierne, lo que per-
mite un análisis atento de muchos de ellos37. A veces la iniciativa es
por completo parangonable a la que puede impulsar un integrante del
estamento militar, ya que un alto dignatario de la Iglesia puede llegar
a actuar exactamente igual que el primero en relación a los miembros
del clan al que pertenece, particularmente en el caso de linajes meno-
res cuya promoción social depende en gran medida de la capacidad de
maniobra que tengan aquellos de entre los suyos que llegan al más alto
nivel en su cursus honorum. El caso del arzobispo de Tarragona Arnau
Cescomes (†1346), es bien representativo. Funda dos capillas funera-
rias, una en la catedral de Tarragona para si mismo, otra en la de Llei-
da. En esta última serán inhumados los miembros de su familia que
41. Sobre el éxito de la orden franciscana en este ámbito, recoge numerosos da-
tos Jill R. Webster, en los diversos trabajos que ha dedicado al tema. Destacamos el
interés de la documentación publicada sobre los conventos de Vic, Girona, Puig-
cerdà, Manresa, etc. Remitimos a su estudio de conjunto (con indicación de toda la
bibliografía anterior): J. R. Webster (2000).
42. Sus miembros, extraordinariamente afectos a Santes Creus donde habían fun-
dado incluso un hospital de pobres a mediados del siglo XIII (E. Fort i Cogul, 1970,
181-213; E. Fort i Cogul, 1979, 64-70 y 106-136; E. Fort i Cogul, 1968, 101-102),
cambian a principios del XIV este antiguo panteón familiar por los franciscanos (F.
Español Bertran, 1995, 62-68). Conocemos, en particular, los problemas que tuvo
uno de ellos en relación a este punto. Guerau de Cervelló había prometido enterrarse
en el cenobio cisterciense pero a su muerte, atraído por la orden franciscana, su cuer-
po fue depositado en el convento de Barcelona. Esto dio lugar a la solicitud de la co-
rrespondiente licencia absolutoria (J. Baucells i Reig, 1980, 344). Otro miembro de
la misma familia será enterrado en la primera mitad del siglo XIV en el convento de
la orden mendicante de Vilafranca del Penedés, iglesia en la que se depositarán con-
temporáneamente los restos de Bertran de Castellet, el miembro de otro linaje que,
con anterioridad, había mantenido también vínculos fuertes en lo funerario con San-
tes Creus.
“Sicut ut decet” 121
Fig. 12. Sepulcro del rey Pedro el Grande en Santes Creus. Cubierta con el Cole-
gio Apostólico, la Virgen con el Niño y santos de la orden (Foto J. Yarza).
124 Ante la muerte
49. La dinastía de los Camprodon la integran varios miembros, pero los principales
son Arnau, que fue escultor y orfebre, un hijo de éste llamado también Arnau, que fue
escultor, y un sobrino del primero llamado Guillem. Sobre la revisión de la dinastía y
la corrección de ciertos errores en torno a sus integrantes que se habían ido repitiendo
vid. M. E. Ripoll i Roig (1998, 437-451). El contrato para el arca de Sant Cugat lo des-
cubrió y lo ha dado a conocer A. Torra Pérez (1993, 560-561). Por lo que respecta al ne-
crologio de Sant Cugat, el 16 de diciembre conmemora la muerte de un laico hasta aho-
ra sin identificar. Se trata de un “Arnaldus de campo rotundo anno domini MCCCXIIII
laycus qui composuit tabernaculum”, que no puede ser más que nuestro artífice. Publi-
ca íntegro este documento E. Compte (1964, 159). Las relaciones de los sepulcros de
Bellpuig con los relieves de la catedral de Elna y con la obra del arca-relicario de Sant
Cugat las desarrollaremos con más detalle en un futuro trabajo.
50. Lo confirman los restos de dos de ellos, especialmente los cuatro fragmentos
que componían dos frisos consagrados a la absolución del cadáver repartidos ahora
entre la catedral de Lleida y el Museo Frederic Marès de Barcelona. Estas piezas se
analizan en los trabajos citados en la nota 28.
126 Ante la muerte
51. De acuerdo con antiguas descripciones, seguían este esquema varios mauso-
leos perdidos y los monumentos episcopales trecentistas conservados total o parcial-
mente de Ponç de Vilamur y Ferrer Colom. Ya dentro del XV, el del arcediano Beren-
guer Barutell instalado en el lado de la Epístola dentro del ámbito presbiteral, y el del
ciudadano Berenguer Gallart, adosado ahora, en alto, en la nave norte de la iglesia.
Reunimos los textos acreditativos procedentes de antiguas descripciones de la cate-
dral en F. Español Bertran (1991b, 200-201).
52. Este sepulcro se analiza en F. Español Bertran (1993, 120-125). Para el ascen-
dente italiano de las figurillas dispuestas en los montantes del arco vid. la nota 62.
53. Se trata de los enterramientos de Ramon Serra “Menor” (†1355), Ramon Se-
rra “Major” (†1379) y Berenguer de Castelltort (†1389). Se analizan en F. Español
Bertran (1987, II, 661-711).
54. Se reproducen muchos de estos mausoleos en A. Duran Sanpere – J. Ainaud
de Lasarte (1956, figs. 219, 256, 291 y 292).
55. El sepulcro del obispo Rodrigo II (†1232) es el primer testimonio documen-
tado en León, pero lo siguen otros muchos a lo largo de los siglos XIII y XIV en la
“Sicut ut decet” 127
Fig. 14. Presentación del difunto ante la Virgen. Frontal del sarcófago del merca-
der Ramon Serra “Major” en su capilla funeraria de Santa María de Cervera
(Lérida). Jordi de Déu ca. 1377-1379 (Foto J. Yarza).
bierta inclinada, o bien desplazar una de ellas hacia el frontal del sar-
cófago, de acuerdo con una solución para la que conocemos preceden-
tes en Italia60. Siguen esta última modalidad varios osarios de la igle-
sia del convento de Pedralbes (Barcelona), un osario parcialmente
destruido procedente de Avinganya (Lleida) que perteneció a los
Montcada y el sepulcro de Ferrer Alamany de Toralla y de Beatriz de
Guimerà en el monasterio cisterciense de Vallbona de les Monges
(Lleida)61.
Los sepulcros individuales, apoyados sobre columnillas o sobre leo-
nes, incluyen habitualmente figura yacente tanto si se trata de sarcófa-
Fig. 15. Sepulcro doble de Bertran de Castellet (†1323) en la iglesia de los fran-
ciscanos de Vilafranca del Penedés (Barcelona). Yacente con indumentaria mili-
tar (Foto J. Yarza).
Fig. 16. Lauda sepulcral destruida de Berenguer del Coll. Sant Andreu del Coll
(Gerona) (Archivo fotográfico de la Diputació de Barcelona).
62. Figurillas de santos y santas o ángeles bajo doseletes decoran el sepulcro del
rey Roberto de Anjou en Santa Clara de Nápoles. Aunque la obra se contrató en 1343
y es, por lo tanto, casi contemporánea a los ejemplos de este mismo tipo que locali-
zamos en el Levante hispano, es posible sospechar que sus artífices pudieron recurrir
132 Ante la muerte
Fig. 17. Sepulcro-relicario de San Narciso en San Félix de Gerona. Joan de Tour-
nai, primer tercio del siglo XIV (Foto J. Yarza).
63. Para esta técnica y su uso por parte de Jean de Tournai en el proyecto funera-
rio citado vid. F. Español Bertran (1994b, 379 y ss.).
64. Vid. el capítulo iconográfico.
134 Ante la muerte
6. Variantes iconográficas
71. Aunque lo usual sea mostrar la Crucifixión sin más, ocasionalmente podrá in-
corporarse el donante a los pies de la cruz. Es lo que sucede en el sepulcro episcopal
de Poblet, o en el del canónigo Santa Coloma en la catedral de Barcelona, por ejem-
plo.
72. Para este sepulcro vid. F. Español Bertran (1987, II, 670-678).
73. Idem (661-711).
74. Se analiza el último sepulcro, entre otros del mismo material, en F. Español
Bertran (1993, 692-695, fig. 10).
“Sicut ut decet” 137
Fig. 20. Sepulcro del infante Juan de Aragón (†1334), arzobispo de Tarragona.
Lado de la epístola en el presbiterio de la catedral (Foto J. Yarza).
78. Es el caso de los obispos de Girona, Lleida y Vic: Fra Berenguer de Castell-
bisbal (†1253), Fra Guillem de Barberà (†1255) y Fra Bernat de Mur (†1264). Su
pertenencia a los dominicos les llevó a elegir sepultura en el convento de la orden de
Barcelona y fueron inhumados en sepulcros de similares características (conservados
ahora en el MNAC) donde son representados con hábito.
140 Ante la muerte
Fig. 21. Sepulcro del obispo Bernat de Pau (†1457) en su capilla funeraria de la
catedral de Gerona (Foto J. Yarza).
80. Aunque no fue exactamente en el campo de batalla dado que murió en el cau-
tiverio posterior a la guerra siciliana, lo cierto es que se trató de una relación causa-
efecto. Algunos de los fallecidos en las campañas de Cerdeña fueron conmemorados
también por medio de sepulcros monumentales. Es el caso de Bertran de Castellet
(†1323) en los franciscanos de Vilafranca del Penedés, de Ramon Amat de Cardona
en Montserrat, de Ramon Alemany de Cervelló (†1324) en Santes Creus y de Huc de
Copons (†1354) en la iglesia del que fue centro del señorío familiar, El Llord. Todos
los sepulcros se conservan in situ, excepto el último que se exhibe en el Museo Dio-
cesano y Comarcal de Solsona. Se estudian en F. Español Bertran (1987) y se repro-
ducen en M. de Riquer (1968, figs. 85-86, 87 y 114). Para el de Santes Creus vid. mi
trabajo citado en la nota 42.
81. Cfr. H. A. Tummers (1980, 117 y ss.).
82. Cfr. J. Yarza (1984, 13).
83. Se trata de un sepulcro de yeso ubicado bajo arcosolio en la capilla axial
abierta en el deambulatorio de la iglesia de Castelló d’Empúries. Frente a éste se
halla el de una dama, presumiblemente Sibil.la de Palou. Lo estudiamos en F. Es-
pañol Bertran (1993, 678-683). Otro sepulcro, procedente de Perpiñán, de caracte-
rísticas similares, y fechado algo más avanzado el siglo XIII, se conserva ahora en
el Museo Hyacinthe Rigaud. Corresponde a Jazpert de Castellnou. Aunque atribui-
do en algún momento a otro destinatario (M. Durliat, 1958, 69-75), las fuentes an-
tiguas confirman la nueva atribución. Se recogen en F. Español Bertran (1993, 679,
n. 26).
142 Ante la muerte
Fig. 22. Sepulcro del conde de Empúries Huc IV (†1230), en la capilla funeraria
de Santa María de Castelló d’Empúries (Gerona) (Foto J. Yarza).
Fig. 23. Sepulcro doble de Bertran de Castellet (†1323) en la iglesia de los fran-
ciscanos de Vilafranca del Penedés (Barcelona). Yacente con hábito franciscano
(Foto J. Yarza).
tura vestit de cogulla y en la altra en habit real”. Publica esta fuente R. Del Arco
(1945, 458). Por lo que respecta al sepulcro de Alfonso el Casto véanse los comenta-
rios de A. Altisent (1974, 278-281).
89. Se reproducen en J. Ainaud – J. Gudiol – F.- P. Verrié (1947, figs. 770-774 y
776).
90. No poseemos mucha información al respecto, pero sucede así con la condesa
Sibil.la de Pallars o con Margarida de Bellera. La primera lo dispuso en su testamen-
to dictado en 1327, aunque dejó en manos de los albaceas su construcción. Sobre el
documento acreditativo vid. I. Puig (1981, 330). La segunda, casada con un miembro
de la familia Cardona, encargó personalmente la labra del suyo a Pere Moragues (J.
M. Madurell Marimón, 1944, 167).
“Sicut ut decet” 145
fórmula de las nozze eterne91. Para apoyar esta lectura contamos con
un ejemplo de excepción: el sepulcro de un Montagut y una Ça Torra
originario de Santa Perpetua de Gayà, ahora en el Museo Diocesano de
Tarragona, donde el caballero abraza a la esposa92. No siempre el mo-
delo se plasmó con tanta rotundidad. Lo habitual fue disponerlos uno
al lado del otro, sin mostrar relación alguna entre ambos. El testimonio
más antiguo para lo catalán lo tenemos en el monumento de Jaime II y
Blanca de Anjou en Santes Creus, pero, como ya se ha señalado, a su
imagen, la fórmula conocerá nuevos ejemplos en años posteriores.
Entre los casos más paradigmáticos de la misma se cuentan los se-
pulcros de los condes de Urgell Alvar II y Celia de Foix, inicialmente
en Bellpuig de les Avellanes, el de Berenguera de Montcada y Bernat
Jordà d’Illa en Avinganya, o el de los Queralt en Santa Coloma, ejem-
93. Para la génesis de los dos primeros proyectos vid. los apartados iniciales de
este estudio; para el de los Queralt, F. Español Bertran (1984, 125-176).
94. La condesa deja entrever los difíciles problemas que le planteó su marido en
el testamento que dicta en 1327 (I. Puig, 1981, 313). Huc de Mataplana no sólo se
aprovechó de su matrimonio para obtener privilegios y otros beneficios sino que,
como lo confirma la documentación, ejerció más la dignidad condal que su propia es-
posa.
95. Sobre este punto vid. M. Aurell Cardona (1985, 5-32).
“Sicut ut decet” 147
7. Reflexiones finales
Fig. 25. “Correr les armes”. Relieve situado en los pies del sar-
cófago doble de los Queralt en Santa Coloma (Tarragona), la-
brado por el escultor leridano Pere Aguilar entre 1369-1370
(Foto J. Yarza).
“Sicut ut decet” 149
Bibliografía
*. Trabajo elaborado con ayuda del proyecto “Poesía y cancioneros del siglo
XV”, dirigido por el prof. V. Beltrán.
1. 1984, 194.
2. Al respecto, vid. los libros imprescindibles de M. Vovelle (1983) y P. Ariès
(1982), (1983); así como las páginas introductorias de E. Mitre (1988a) y F. Martínez
Gil (1996). Un buen panorama crítico sobre la historiografía sobre la muerte se halla-
rá en A. Guiance (1989).
158 Ante la muerte
3. J. Lawrance (1986).
4. Para el concepto de Humanismo vernáculo, vid. P. Russell (1978) y J. Lawran-
ce (1986), así como algunas precisiones en M. Morrás (1993), (1994), (1995).
“Mors bifrons” 159
8. Tampoco quiero decir con ello que falte atención a todas las obras y épocas
de la literatura medieval. Los siglos XIII y XIV con autores y obras tan representati-
vas para el tema que nos ocupa como Berceo, el famoso planto por Trotaconventos
en el Libro de buen amor y la Danza de la muerte son referencia casi obligada en la
bibliografía española y en más de una ocasión han sido utilizadas con mesura y pro-
vecho (por ejemplo, en F. Martínez Gil, 1996).
9. Por ello, los estudios más destacados se han ocupado de tópicos literarios
como la muerte como amada (F. J. Díez de Revenga, 1970-1971) o el ubi sunt (M.
Liborio, 1952; M. Morreale, 1975), y sobre todo de la presencia de la muerte a pro-
pósito de textos concretos como la Danza de la muerte, las Coplas a la muerte de su
padre de Jorge Manrique y Celestina, acerca de los cuales existen estudios modéli-
cos como los de J. Sagnieux (1972), A. Krause (1960) y E. Berndt (1963).
10. Recuérdese aquí, sin ir más lejos, lo que escribe Juan Alfonso de Baena al
frente del cancionero que lleva su nombre. Sobre la función social de la poesía en el
siglo XV, vid. R. Boase (1981 [1978]), aunque ahora hay que matizar sus conclusio-
nes a la vista de J. Weiss (1990) y, sobre todo, de A. Mª Gómez-Bravo (1999), quien
pone de manifiesto el alto aprecio que tenían los nobles castellanos por la actividad
poética y su relación con la revalorización de la retórica asociada al Humanismo,
todo lo cual no modifica sino que apoya lo dicho aquí.
“Mors bifrons” 161
Edad Media13, y ello a pesar del evidente interés de este grupo y época
para nuestro tema, como ya destacó en 1927 Huizinga en el capítulo
que dedicó a la imagen de la muerte en su Otoño de la Edad Media14.
Por otra, falta aún por explicar cómo un período que es caracterizado
mayoritariamente desde el citado libro por la irrupción de lo macabro15
vive al mismo tiempo la creación de esa respuesta esperanzada y sere-
na a la desintegración física que son las artes moriendi. Es probable
que ambas corrientes no sean tan dispares como se nos ha hecho creer,
pues se trata en ambos casos de una negación de la vida terrenal que
tiene su origen en el ascetismo cristiano que tiene su máxima expre-
sión en el contemptus mundi. En realidad, el acento en la desintegra-
ción física y el horror que ello despierta y que caracteriza a lo macabro
tienen su razón de ser si la muerte se considera ianua vitae, proceso de
tránsito necesario hacia la eternidad que prometen las artes moriendi.
De hecho, una revisión de las danzas de la muerte obliga, de entrada,
a revisar la tajante división entre las corrientes macabras y el concepto
de la buena muerte. El hallazgo de un testimonio nuevo de la Danza
castellana16 que viene a sumarse a los dos conocidos hasta ahora, con
un texto que atenúa el carácter macabro de la muerte, acentuando tam-
bién su carácter cristiano, me impulsó a leer de nuevo los poemas cor-
tesanos en los que aparece una imagen de la muerte como figura des-
tructora que alcanza a todos los estamentos por igual. Y de la lectura
de los textos fueron emergiendo otras actitudes ante la muerte que po-
nen de relieve que en la literatura cortesana compuesta en Castilla en
el siglo XV se manifiesta una voluntad de diferenciarse socialmente
incluso en el fin de la vida. Se trata de una actitud de rechazo ante el
poder igualatorio de la muerte que puede resumirse en una negación de
que el fin de la vida suponga la nivelación de las clases y orígenes so-
ciales que lleva a proponer y regular diferentes formas de morir y de
13. Con notables excepciones para la Península como M. Núñez (1985), E. Mitre
(1988b) o, para la vecina Francia, C. Beaune (1977) y para Alemania, P. Dinzelba-
cher (1997, 39-41) y G. Schulz-Bourner (1997).
14. J. Huizinga (1984, 194-212).
15. Cfr. para España A. Rucquoi (1988) y para Italia R. Gigliucci (1994), que vie-
ne a rectificar la tan extendida idea de que en el área mediterránea lo macabro no tuvo
tanta difusión como en el norte de Europa (como sostiene A. Tenenti [1957] y a su
zaga, A. Guiance [1993, 22-28] entre otros muchos). Como veremos, lo macabro no
se limita a las danzas de la muerte y aparece con bastante insistencia en la poesía can-
cioneril.
16. M. Morrás – M. Hamilton (2000).
“Mors bifrons” 163
* * *
24. Existe una extensa bibliografía sobre estos temas que podrá encontrarse en la
historiografía sobre la muerte. Remitimos de manera especial, además de los estudios
ya citados, a los panoramas generales de T. S. R. Boase (1972) y P. Binski (1996).
“Mors bifrons” 165
25. Omito las referencias bibliográficas por lo conocido de los hechos que expon-
go aquí y que no harían sino multiplicar la ya larga lista de obras citadas.
26. 1982, 32-42.
166 Ante la muerte
29. Dejo a un lado los poemas estrictamente religiosos, como los dedicados al
tránsito de María o la contemplación de la cruz, de larga tradición medieval en len-
gua latina y vernáculas.
168 Ante la muerte
El Jesús glorificado
quanto a la carne humana
padesció muerte sin gana
segund nos es demostrado. (vv. 49-53)
Por eso, también Sánchez Calavera afirma que la única salida que le
queda al hombre consciente de su destino es la amargura y mientras
“fuelgan muy ledos los sus corazones / de los omnes sinples e torpes pe-
sados, / los entendidos e agudos letrados / penan e amargan las sus en-
tenciones”37. El escepticismo que domina en esta curiosa composición
lleva a su autor, según comenta la rúbrica, a maravillarse “cómo los que
mueren nunca tornan acá para decir lo que allá pasa”. Y ante la incerti-
dumbre de lo que ocurra más allá, representa a Dios riéndose de los va-
nos intentos de los hombres por hallar un atisbo de luz que los guíe:
38. B.Dutton (1990-1995, II, 254, vv. 21-24). El profesor E. Mitre ha estudiado
la imagen y fama de este monarca en un libro de próxima aparición. Sólo la muerte
de otro personaje real, el príncipe Don Juan, el malhadado heredero de los Reyes Ca-
tólicos, originará un ciclo mayor de textos literarios. Cfr. sólo la recopilación y estu-
dio de Á. Alcalá y J. Sanz (1998).
39. Í. López de Mendoza (1988, 75, soneto XXXVIII, vv. 12-13).
40. Bías contra Fortuna (1988, 324, v. 1167).
“Mors bifrons” 171
Como muestra de que tal idea no era una extravagancia citaré otro
poema, salido de la pluma Fernán Pérez de Guzmán con motivo de la
muerte del almirante de Castilla46, donde se expresa la superioridad del
estado clerical en cuestiones de salvación. Tras varias estrofas en las
que reflexiona sobre el carácter universal e inexorable de la muerte, in-
sistiendo en su poder igualatorio, que no diferencia entre necios y sa-
bios (est. IV), feos y hermosos, valientes y cobardes (est. V), siguen
otras cinco en las que se contrasta el final de personajes célebres (est.
VI: Alejandro, César, Pompeyo; est. VII: Héctor, Aníbal; est. VIII: Oc-
taviano; est. IX: Sansón, Salomón, Absalón; est. X: Hércules, Gerión,
Jasón) con el de la humilde figura de santos y frailes (est. VI: Agustín;
est. VII: Francisco; est. VIII: Bernardo; est. IX: “aquel frayle que se
nombró”). Los primeros no sólo son condenados mientras a los segun-
dos “Dios reçibrá abriendo la mano” (est. VII), sino que las hazañas y
heroicidades de aquellos caerán en el olvido y, en cambio, sobrevivirá
la memoria de las buenas acciones de éstos:
Un crucifixo delante
el su postrimero día,
la postrera voz clamante
fue: ¡Valme Santa María!
En la su postremería
ovo mucha contrición,
176 Ante la muerte
demandando redención
sus lágrimas dependía51.
..................................
Aparéjate a querer
bien morir,
y el morir será nasçer
para bevir;
y por Dios, mira y avisa,
por este siglo mudable
no pierdas el perdurable52.
cas de Iranzo, la Crónica de Enrique IV de Diego Enríquez del Castillo o las Coplas
de vicios y virtudes de Fernán Pérez de Guzmán (Mª R. Lida de Malkiel, 1983, 237,
257 n. 100, 258 y 269-70).
60. D. Poiron (1965, 103 y 105-106).
61. 1983, 261.
62. loc. cit.; vid. también en Mª R. Lida de Malkiel (1983, 262, n.101). El reco-
nocimiento por parte de la nobleza cuatrocentista de valores caballerescos en actitu-
“Mors bifrons” 181
71. En el párrafo que sigue doy unas pinceladas sobre la difusión de traducciones
y de la literatura humanística en la época. Para no sobrecargar la ya larga bibliogra-
fía con más referencias, remito como punto de partida a los trabajos citados en las no-
tas 2, 8 y 17. Para los manuscritos y ediciones es imprescindible la consulta de BETA
(Bibliografía Española de Textos Antiguos), dirigida por Charles Faulhaber, y que
ahora puede consultarse en la red (http://sunsite.berkeley.edu/PhiloBiblon).
“Mors bifrons” 185
describe el fin como la última y más honrosa batalla que vencer. Con
todo, su presencia en los textos no es de por sí indicio de humanismo,
pues se trata de una reflexión que existía ya en la Antigüedad (Petrar-
ca la toma, cómo no, de Cicerón) y que aparece en San Ambrosio y
otros santos padres en su exaltación del martirio. De hecho, esta cues-
tión acerca del peso relativo que ha de tener el momento de la muerte
–la manera de afrontarlo, la fe y el arrepentimiento de última hora, la
causa gloriosa o virtuosa que la ha causado– frente a la trayectoria vi-
tal había ocupado ya a San Agustín en el siglo IV con argumentos que
son recordados diez siglos más tarde, por ejemplo, por Pedro Díaz de
Toledo en su Diálogo e razonamiento de la muerte del Marqués de
Santillana.
Vemos, pues, que en el tema que nos ocupa, como por cierto suce-
de en otros ámbitos de la cultura del cuatrocientos castellano, hay una
confluencia de tradiciones ascéticas, medievales, y del pensamiento
humanista. En los poemas, algunos muy destacados y que no analiza-
remos aquí, como las archifamosas Coplas a la muerte de su padre de
Jorge Manrique77, hay lo que hoy llamaríamos un sincretismo cultural,
por el que se entremezclan la mayor parte de las veces la lección mo-
ral cristiana que reclama que el fiel afronte con serenidad la muerte
que lleva al Más Allá, que se logra mediante el ejercicio de la virtud, y
la enseñanza estoica romana que incita a conquistar la inmortalidad de
la gloria, a la que se accede mediante los hechos heroicos y nobles. No
se trataba, por consiguiente, de elegir entre una visión cristiana y otra
humanista. Ambas alternaban según lo establecía la tipología del poe-
ma, planto o visión triunfal, aunque lo habitual a medida que avanza el
siglo es que se combinen, aunque no siempre con la calidad estética y
el grado de fusión que logra Jorge Manrique. Incluso Fernán Pérez de
Guzmán, poeta de tinte ascético y con fama de pesado moralizante en-
tre los estudiosos de la literatura, dedica en sus Coplas de los vicios y
virtudes un apartado –cinco de las 363 estrofas que integran la compo-
sición– al deseo de fama, que califica de “Inclinación natural”. Ésta se
traduce en dos aspiraciones: tener un “buen fijo en quien su nombre /
quede en la vida mortal” y realizar “actos famosos” (de los que espe-
cifica que se trata de actos de buen gobierno no contrarios a la ética
cristiana: “Yo hablo de fuertes actos / mezclados con grant nobleza, /
humanidad e franqueza / e limpios de limpios tractos, / de vil avaricia
intactos, / sin fictión [‘mentira’] ni venganza, / con la fe que nada
Bibliografía
80. La cita de Petrarca en Familiarium rerum liber primus (cit. por A. Tenenti,
1957, 27).
81. R. Foulché-Delbosc (1912-1915, II, 618-19, est. 4).
190 Ante la muerte
Alfons Puigarnau
Universitat Internacional de Catalunya
9. Sobre las muertes de los reyes y el ceremonial que llevaban aparejadas vid. E.
Mitre (1998, 168-183), (1992, 17-26) y J. L. Martín (1991, 5-39), citado en F. Martí-
nez Gil (1996, 38).
10. J. Le Goff (1981, 252); vid. A. Puigarnau: “Un espíritu y una imagen. Espa-
cio religioso y hombre estético” en J. Aurell – A. Puigarnau (1998, 195-330), espe-
cialmente: “El drama escatológico” (211-213), “Los santos, paradigmas e interceso-
res” (238-240), “La conversión, adelanto de la muerte del espíritu” (247-250), “La
muerte como dormición de lo estético” (266-267), “La muerte como imponderable”
(267-269), “La muerte como límite” (269-271), “El trabajo de morir” (271-276), etc.
11. F. Martínez Gil (1996, 49). Este proceso de particularización del Juicio Final
lo reflejaba con claridad la documentación que se refiere a los mercaderes de la Bar-
202 Ante la muerte
celona del siglo XV: “Starem devant lo divinal juyci per reebre segons que fet hau-
rem” (Arxiu Històric de Protocols de Barcelona, Joan Reniu, Manual de testaments,
1421-1431, fº 5r. Citado en J. Aurell – A. Puigarnau, 1998, 227).
12. J. Aurell – A. Puigarnau (1998, 227-228).
13. Loores de Nuestra Señora, estrofa 175. Citado en F. Martínez Gil (1996, 49).
14. Gonzalo de Berceo (1980). Citado en F. Martínez Gil (1996, 49).
15. M. Gómez Muntané (1996), (1980, 31-55); R. B. Donovan (1958).
16. Sobre este tema vid. A. Puigarnau (en prensa 1).
17. A. Gastoué (1924); F. Raugel (1923-1924, 774-783).
18. M. Gómez Muntané (1996); R. B. Donovan (1958).
19. M. Gómez Muntané (1980, 31-55).
20. Para el texto latino vid. Analecta hymnica, medii aevi IV, nº 9876, 15 (Nueva
York-Londres: Johnson Reprint Corporation, 1961-1978 [1ª ed. 1886-1922]); Patro-
logiae Cursus Completus, Series Latina (J. P. Migne, ed.), París, 1844-1864, vol. 42,
1117ss. En adelante citado como PL, seguido del volumen y del número de columna;
Dreves, Cantiones Bohemicae, 107; Migne, PL 42, 1117ss, donde se encontrará el
Muerte e iconoclastia en la Cataluña medieval 203
“Ell iorn del judizi para qui aura fag servizi (Judici signum: tellus su-
doret madescet)”25.
Sermo de Symbolo del Pseudoagustín, Contra Judaeos, del cual se utilizaba los capí-
tulos XI-XVI para la última lección del segundo nocturno de los maitines de Navidad.
21. “Sibillae carmina et pastorum nugas, aliasque vulgares cantilenas, nullo tem-
pore in ecclesiis cani permittantur”, dicen las Sinodales de Tarragona de Antoni
Agustí; J. Villanueva (1806, XXII, 185).
22. Sobre su origen oriental y su relación con el tema apocalíptico en relación al
Emperador vid. B. McGinn (1979, 122-125).
23. En latín hay abundancia documental: en Córdoba un curioso ejemplar del si-
glo X, correspondiente a la liturgia visigótica, aun cuando lleva una notación parecida
a la aquitana de los manuscritos catalanes (Córdoba, Catedral sign. I [olim 72], Homi-
liarium, fº 69b, en H. Anglés, 1988, fig. 75); el manuscrito procedente de Ripoll, tam-
bién del X, reproducido por H. Anglès ACA, Ripoll 106, fº 92v, en H. Anglès, 1988,
fig. 27; el de París, llamado Collectaneum, originario de San Marcial de Limoges
(PBN, lat. 1154, fº 122a, Collectaneum, siglo X, en H. Anglès, 1988, fig. 74). Del si-
glo XI, un Lectionarium conservado en París (PBN, lat. 5304, fº 112v, siglo XI, en H.
Anglès, 1988, fig. 76); otro manuscrito que no ofrece el añadido del Pseudoagustín
(PBN, lat. 2832, fº 123v, s. XI, en H. Anglès, 1988, fig. 77); y otro documento, esta
vez de Saint Marcial (PBN, lat. 1139, fº 58, s. XI, en H. Anglès, 1988, fig. 78), y otro
leccionario catalán del mismo siglo (PBN, lat. 5302, fº 82, s. XI, en H. Anglès, 1988,
fig. 79), además del de la Colegiata de San Félix de Girona (Girona, Colegiata de San
Félix, Antiphonarium, s. XI, fº 21v: “Alme rex Criste nunc noster quoque alleluya”;
“Lumen de lumine adesto Criste...”, en H. Anglès, 1988, fig. 70). Del siglo XII: el Lec-
tionarium de Montpellier (Montpellier, Archives de l’Hérault. Lectiunarium, s. XII, fº
52, en H. Anglès, 1988, fig. 81) y otros (H. Anglès, 1988, 292).
24. H. Anglès (1988, taula I).
25. Barcelona, ACA, Ripoll 106, fº 92v, Collectaneum, s. X.
204 Ante la muerte
39. Archivo Capitular de Vic, Ex libro prime vite, fº 34. En F. de Sagarra (1915,
93).
40. Archivo Capitular de Vic, Ex libro Primo Porterii. Capituli Vicensis, fº 84v.
En F. de Sagarra (1915, 93).
41. J. Villanueva (1806, XXII, 14).
42. Según el documento que cita F. de Sagarra en el Anexo XXI, procedente del
Archivo de la Corona de Aragón, reg. 230, fº 135 (F. de Sagarra, 1915, 153).
43. F. de Sagarra (1915, 153 y anexo XXII).
208 Ante la muerte
plata de la reina y después de una ceremonia rompe los sellos ante los
presentes con múltiples golpes de martillo. La reacción de los asisten-
tes no se hace esperar: mientras se golpea los sellos de la reina parece
asistirse a una segunda muerte de la Señora: la muerte iconográfica, la
fractura de su imagen real, que tantas gracias y provisiones había otor-
gado entre sus súbditos. Sonoros gritos, lloros, lamentaciones y con-
vulsiones acompañan a esta extinción de la imagen y del poder de la
reina44.
En resumen, a la muerte natural de la reina, ocurre una muerte de su
icono de poder, algo que podríamos denominar como una segunda
muerte, que da sentido a la primera. Tras la primera muerte biológica,
inevitable, se incurre en una muerte provocada de su imagen iconográ-
fica, sigilográfica. El rito de reconocimiento litúrgico de la muerte de la
reina pasa por un proceso, subsiguiente, de vida anicónica: se extingue
la iconodulia de la vida para dar paso a una iconoclastia de la muerte,
porque, en la poética del cristianismo imperante en esta mentalidad, la
imagen del rey debe quedar aniquilada, enterrada, para dejar paso a una
imagen anicónica, abstracta, de ese personaje que existió y cuya ima-
gen, carnal e iconográfica, se ha borrado para siempre del mundo ico-
nográfico de los que viven. Y en algunos casos en que las matrices no
se rompen, se entierran, simplemente, en la misma tumba donde yace el
difunto. Este enterramiento del sello real sin fracturar constituye una
forma de muerte iconográfica paralela a la fractura del sello, y consiste
en borrar, literalmente, la imagen del rey, incorporándola a su propio tú-
mulo para que nunca jamás vuelva a representar al que desapareció de
entre los vivos45.
44. “E com l’ordenacio de totes les dites coses fou feta per los dits honorables
consellers, ans que’l dit cors partis de la dita sala lo honorable mossen Galceran de
Sentmanat, cavaller, lo qual era camarlench de la dita senyora dona Yoland levantse
en peus en presencia de lo dit senyor rey, e del dit rey de Navarra, arcabisbe, bisbes,
prelats, barons, nobles, cavallers, e honorables ciutadans dessus ordonats, e altres
aquí aiustats en multitud copiosa mostra a uyll en publich los segells d’argent de la
dita senyora, ab los quals se segellaven les gratias e provisions que la dita senyora
feye. E apres, promeses algunes paraules molt pertinents e provocants a plors, trenca
los dits segells, e aquells sclafa ab multiplicats colps de martell, los quals colps du-
rants foren aquí, scampats grans crits, plors, lamentacions, e senglots per la nobla
dona Alienor de Cervello, e per los domestichs, e servidors de la dita senyora reyna”,
Arxiu Municipal de Barcelona, Ceremonial de coses antigues notables, I, fº 30. En F.
de Sagarra (1915, 94).
45. Se conservan ejemplos de sepulcros en cuyo interior queda enterrada, acom-
pañando al difunto, esta imagen sigilográfica del jerarca. Dice F. de Sagarra que en
Muerte e iconoclastia en la Cataluña medieval 209
ocasiones las matrices eran depositadas en la tumba del personaje al que pertenecían.
La violación de las sepulturas reales de S. Denis hizo descubrir en la tumba de Cons-
tanza de Castilla, esposa de Luis VII de Francia, la matriz de plata de su sello, de ple-
no siglo XII (F. de Sagarra, 1915, 95).
46. “‘O cavallers e gentils homens e vosaltres tots qui sou aci presents vaus açi lo
segell del senyor rey’. E començant fortment plorar dix ab grans plants e suspirs ‘Lo
rey nostre senyor es mort, mort es lo rey nostre senyor, plorem doncs tots pus es mort
lo senyor rey e los seus segells sien açi romputs pus lo dit senyor rey no se’n pot ser-
vir’ e prenent en la ma esquerra lo dit segell e en la ma dreta un gros martell, posa lo
dit segell sobre una esclusa que fou aquí presta e donant grans colps ab lo dit martell
sobre lo dit segell rompe aquell. E apres prenent en la ma esquerra los grans segells
comuns de Arago e lo segell de Sicilia e en la ma dreta lo dit martell ab grans colps
rompe aquells fahent hi semblant serimonia que fou en rompre lo dit segell secret”,
cfr. Colección de Documentos inéditos del Archivo general de la Corona de Aragón,
XXVII, fº 217 (F. de Sagarra, 1915, 94-95).
210 Ante la muerte
Bibliografía
1. P. Ariès (1983).
216 Ante la muerte
2. M. Vovelle (1978).
Del modelo medieval a la Contrarreforma 217
1. Los testamentos
para comprobar que las razones alegadas por los que no formalizaron
su testamento suelen consistir en ser menor de edad o bien ser pobre o
no tener de qué testar. Una gran mayoría de la población, en torno al
80% en lo que respecta al Toledo de los siglos XVI y XVII, moría sin
haber expresado por escrito y ante escribano sus últimas voluntades,
menos por descuido o por razón de la tibieza tan denunciada por los
clérigos que por las condiciones de miseria en que se desarrollaba la
vida de buena parte de la sociedad3. Difícilmente, pues, un estudio ba-
sado sólo en el testamento puede llevar a conclusiones generalizables
a toda la realidad social.
Por otra parte, no está de más llamar la atención sobre algunas la-
gunas de la información testamentaria. Si bien la proporcionan abun-
dante sobre el momento en que se redacta el documento y sobre los ri-
tuales que suceden a la muerte, aportan en cambio muy poca acerca del
proceso de la agonía y de la vivencia de los instantes trascendentales
en que se produce el fallecimiento, que durante varios siglos constitu-
yeron la piedra angular del llamado arte de saber bien morir.
No se trata de desacreditar al testamento como documento esencial
para el conocimiento de las actitudes ante la muerte, sino de llamar la
atención sobre la necesaria complementariedad de otras fuentes, ya
sean de índole cualitativa o cuantitativa. Entre todas ellas, cada vez más
numerosas a medida que los historiadores exploran sus posibilidades,
vamos a destacar aquí las artes moriendi y sus continuadoras en el Re-
nacimiento y el Barroco (a las que llamaremos artes de bien morir),
puesto que el propósito de este trabajo es el de analizar algunos cam-
bios observables en el proceso de agonía y muerte, momentos que, se-
gún se dijo, están ausentes de los testamentos y, sin embargo, constitu-
yen el núcleo del discurso de las artes.
7. Así se estructura por ejemplo una obra titulada Muerte prevenida o christiana
preparación para una buena muerte, Sevilla, s. a. (¿1736?). El ejemplar que he utili-
zado, perteneciente a la colección Borbón-Lorenzana de la Biblioteca de Castilla-La
Mancha, sólo dice que su autor fue un jesuita. Una nota manuscrita aclara, sin embar-
go, que “el Author de esta obra fue el P. Francisco Arana, que no quiso poner su nom-
bre”.
8. Vid. F. Martínez Gil (1993, 32-68).
Del modelo medieval a la Contrarreforma 221
9. Este texto aparece en todas las versiones largas del Ars. Aquí se ha utilizado
el Tractado de bien morir conservado en la Biblioteca Capitular de la Catedral de To-
ledo. Vid. infra.
10. Decían las Constituciones de la Compañía de Jesús que la muerte de un reli-
gioso debía estar abierta a todos cuantos quisiesen verle morir, pero en el caso de los
que entraban en “frenesía” y perdían el uso de la razón, “o si alguno acaeciese ser que
no tanto edificase en su enfermedad como convernía, podrían ser asistentes pocos y
de los más confiados”, en San Ignacio de Loyola (1963, 541).
11. Sobre este tema pueden consultarse los trabajos de D. Menjot (1988, 127-
138), E. Mitre Fernández (1988a, 168-183), J. Varela (1990) y F. Martínez Gil (1993,
612-634).
Del modelo medieval a la Contrarreforma 223
12. Conservados en la Biblioteca Nacional (Arte de bien morir, ms. 6.485), Bi-
blioteca de San Lorenzo de El Escorial (Arte y doctrina de bien morir, ms. h.III.8, ff.
132-148v.), Biblioteca del Palacio Real de Madrid (Art de saber bien morir, II, 795,
ff. 213-237v.) y Biblioteca Capitular de la Catedral de Toledo (Tractado de bien mo-
rir, ms. 17.25).
13. Los textos que integran el volumen manuscrito presentan, sin embargo, cier-
ta unidad. Siguen al Tractado varias obras de Aristóteles (De Regimine Principium,
Secreta Secretorum y unas “sentencias de sus libros”), Séneca (un extracto de sus
224 Ante la muerte
3. Las pervivencias
“Por ende pues que todos desseamos bien morir conviene que quera-
mos bien beuir. Ca de la buena vida siempre se sigue buena muerte”16.
“aunque uno viua toda su vida bien, si muere mal, pierde todo lo tra-
bajado,y es contado en el número de los condenados, como si siempre
huuiera viuido mal; y al contrario, aunque aya viuido mal toda la vida, si
sabe tener buena muerte, será escrito en el libro de la vida, y contado con
los Bienauenturados en el cielo” 19.
29. Tractado..., ff. 2v.-7v. Idénticas son las tentaciones consideradas en los demás
manuscritos castellanos del ars moriendi, si bien el manuscrito del Palacio Real alte-
ra el orden para dejar el primer lugar a la tentación de impaciencia. En cambio, las
versiones xilográficas que conozco repiten escrupulosamente este orden.
30. Alejo Venegas, op. cit., ff. 64v.-67. De este modo las tentaciones derivadas de
las debilidades de los españoles serían: el lujo, la holgazanería, las “alcuñas” de los
linajes y la ignorancia.
31. Este devoto libro se llama Carro de las donas, trata de la vida y de la muerte
del hombre christiano. Lo traduce un franciscano de Valladolid, copilando otro libro
de la memoria que el christiano ha de tener de la muerte, Valladolid: Juan de Villa-
quirán, 1542, ff. 73v.-74. El primero es, claro está, la obra de Francesc Eiximenis.
32. La cita pertenece, sin embargo a Jerónimo Gracián de la Madre de Dios,
“Arte de bien morir”, en Obras, Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1616, 420.
230 Ante la muerte
“Es opinión mía personal que muchos que no fueron absueltos por el
sacerdote ni viaticados ni ungidos de los santos óleos, ni sepultados según
el ceremonial de la Iglesia, van al descanso eterno, al paso que otros, en
cuya muerte se cumplieron solemnemente todos los requisitos y fueron
sepultados en el templo, cabe el altar mayor, son arrebatados al infier-
no”40.
Las artes de bien morir son una buena guía para observar el pro-
gresivo dominio clerical sobre el momento de la muerte. En el Tracta-
do de bien morir solamente hay una mención a la presencia eclesiásti-
ca. Cuando un religioso agoniza existe la costumbre “de se ayuntar
todo el convento cerca del enfermo e allí con continente bos e con mu-
cha devoción dizen todos el credo In deum e quicumque vult repitién-
dolo muchas veses por que el enfermo se esfuerçe mucho más en la fe
e por que los diablos fuyan de allí, ca ellos non pueden estar donde se
dizen los articlos de la fe”44. Nótese, sin embargo, que se trata de un
ejemplo reducido al ámbito conventual y en el que todos sus persona-
jes, incluyendo al protagonista postrado en su lecho de muerte, son
eclesiásticos. Por lo demás, no vuelve a mencionarse la presencia de
religiosos en el curso de la buena muerte cuyo arte desgrana el manus-
crito. Por el contrario, en la época postridentina, y desoyendo las críti-
cas erasmistas, todas las artes dan por sentado que no es posible la bue-
na muerte sin la especializada dirección de un sacerdote. El agustino
fray Alonso de Orozco afirmaba que “es gran fruto que el enfermo, en-
tendiendo que está con peligro de muerte, llame a personas eclesiásti-
cas y religiosas que allí hagan oración y le ayuden a bien morir”45, y el
franciscano Melchor de Yebra era de la opinión de que “sería gran bien
para el enfermo, que si ser pudiesse, fuesse sacerdote el que le ayude a
bien morir”46. En una obra sobre el purgatorio el franciscano Dimas
Serpi dedicó un capítulo a demostrar “de quánto prouecho sea el lla-
47. Dimas Serpi, Tratado de Purgatorio contra Lutero, y otros hereges, según el
decreto del S. C. Triden., con singular doctrina de SS. DD. Griegos, Latinos, y He-
breos, con un Tratado de consideraciones espirituales, sobre las liciones del oficio
de Difuntos, Madrid: Luys Sánchez, 1617, 384.
48. Pedro de la Fuente, Breve compendio para ayudar a bien morir, Sevilla: Ioan
Gómez de Blas, 1640, fº 234v.
49. Fray José Maldonado, El más escondido retiro del alma en que se descubre
la preciosa vida de los muertos y su glorioso sepulcro, Zaragoza: Diego Dormer,
1649, 91.
50. El enfermo debía, ante todo, confesarse y, para ello, llamar a un sacerdote an-
tes que al médico. Inocencio III había decretado en el Concilio Lateranense de 1215
que los médicos no visitasen por segunda vez a un enfermo que no hubiese consenti-
do en confesarse. Tal decreto fue renovado por motu proprio de Pío V en 1566.
236 Ante la muerte
51. Juan de Salazar, Arte de ayudar y disponer a bien morir a todo género de per-
sonas, Roma: Carlo Vulliet, 1608, 279 y ss.
52. Rodrigo Fernández de Santaella, Arte de bien morir, s. 1, c. 1508; Jaime Mon-
tañés, Espejo y arte muy breue y prouechoso para ayudar a bien morir en el incierto
día y hora de la muerte, Valencia: Joan Nauarro, 1565. Arte es definido por Sebastián
de Covarrubias Orozco como la “recta ratio rerum faciendarum”, op. cit., fº 93v.
53. Antonio de Alvarado, Arte de bien morir y guía del camino de la muerte, Ira-
che, 1607; Juan de Salazar, Arte de ayudar y disponer a bien morir a todo género de
personas, Roma, 1608; Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Arte de bien morir,
Bruselas, 1614; Francisco Pérez Carrillo, Vía Sacra, y exercicios espirituales, y arte
de bien morir, Zaragoza, 1619; fray Alonso de Vascones, Píctima del alma, y arte de
ayudar a bien morir, Madrid, 1620; Roberto Belarmino, Arte de bien morir, Barce-
lona, 1624; Juan de Jesús María, Arte de bien morir, Alcalá de Henares, 1625; Pedro
de Espinosa, Arte de bien morir, Cuenca, 1637; Emmanuel de Ortigas, Arte de bien
morir, Zaragoza, 1659.
Del modelo medieval a la Contrarreforma 237
54. Pedro Covalrrubias, Aparejo de bien morir, Toledo, 1526; Aparejo de bien
morir, traducción de la obra de Erasmo, en varias ediciones: Burgos, 1536; Amberes,
1549; Sevilla, 1551; Amberes, 1555; y ya en el siglo XVII la obra de Luis Fondoni,
De la muerte y del modo de aparejarse para ella, Valencia, 1621. En su Tesoro defi-
ne Sebastián de Covarrubias Orozco este término como “lo necessario para hazer al-
guna cosa”, op. cit., 77. Recordemos también que aparecía ya con frecuencia en los
textos castellanos de las artes moriendi.
55. De la memoria que el christiano ha de tener de la muerte, junto al Carro de
las donas de Francesc Eiximenis traducido por un franciscano de Valladolid, Valla-
dolid, 1542; Fernando de Villarreal, Memoria de la muerte, Alcalá de Henares, 1557;
y el sexto libro de la Imagen de la vida christiana, de Heitor Pinto (“De la memoria
de la muerte”), Alcalá de Henares, 1595.
56. El punto de partida es De praeparatione ad mortem de Erasmo. Además,
Francisco de Evia, Praeparatio mortis, Alcalá de Henares, 1558; Pedro Alfonso de
Burgos, Libro de la preparación para la muerte, Barcelona, 1568; Antonio de Rojas,
Luz de la noche obscura, y preparación eucharística para bien morir, 1630; Marco
Antonio Alós y Orraza, Tratados píos y preparatorios para morir bien, Valencia,
1637; Juan Caramuel, Musaeum mortis, sive de praeparatione ad eam, Bruselas,
1638; Ignacio de Santamaría, Praeparatione al ben morire, 1642; Juan Eusebio Nie-
remberg, Partida a la eternidad y preparación para la muerte, Zaragoza, 1643; Fran-
cisco Arana, Muerte prevenida o christiana preparación para una buena muerte, Se-
villa, 1736.
57. Publicada por el impresor Luis Gutiérrez en Alcalá de Henares, 1550.
238 Ante la muerte
dose en los títulos este verbo con términos como arte, exercicios64, avi-
sos65, manual66, prácticas67, o lecciones68, todos ellos dirigidos en pri-
mer lugar a los especialistas y sólo en segunda instancia al resto de los
fieles, pues tampoco el barroco renunció al memento mori que ayuda-
ba a todos a prevenir la propia muerte con una buena vida y con la su-
ficiente antelación69.
Buen indicio de la importancia otorgada a la asistencia de los mo-
ribundos, confirmada en los sacerdotes por el Concilio, fue la creación
en 1584 de una congregación, elevada a orden religiosa en 1591, que
se especializó en esta tarea, la de los Clérigos Reglares y Ministros de
los Enfermos, popularmente conocida en España como Orden de los
Agonizantes, Compañía del Padre Camilo o simplemente Padres Ca-
nero de personas, Roma, 1608; Francisco Tirado, Manual para ayudar a bien morir
en la incierta hora de la muerte, Zaragoza, 1614; Pedro Manrique, De la oración y
de ayudar a bien morir, Madrid, 1615; Juan Bautista Poza, Práctica de ayudar a bien
morir, Madrid, 1619; fray Alonso de Vascones, Píctima del alma, y arte de ayudar a
bien morir, Madrid, 1620; Esteban de Castro, Modo de ajudar a ben morrer, 1621;
Luis de la Puente, Práctica de ayudar a bien morir, Tortosa, 1636; Marco Antonio
Alós y Orraza, Tratados píos y preparatorios para morir bien, y ayudar a bien mo-
rir, Valencia, 1637; Pedro de la Fuente, Breve compendio para ayudar a bien morir,
Sevilla, 1640; Francisco Medrano, Oración para ayudar a bien morir fundada sobre
la del Padre Nuestro, Madrid, 1648; Baltasar Bosch de Centellas y Cardona, Prácti-
cas de visitar los enfermos y de ayudar a bien morir, Madrid, 1687.
64. Juan López Caparroso, Memorial de diversos exercicios, que frequentados en
vida, disponen a morir bien, Roma, 1600; Martín de la Madre de Dios, Práctica y
ejercicios de bien morir, Madrid, 1628.
65. Martín Pérez de Ayala, Avisos de bien morir, Milán, 1552; Gaspar de Avilés,
Muerte christiana y auisos para bien morir, Valladolid, 1603; Pedro de la Fuente,
Passo riguroso del Jordán de la muerte, y aviso al hombre interior para morir y vi-
vir bien, Sevilla, 1664.
66. “dízese toda cosa que se puede llevar en la mano, o con facilidad sin que em-
barace. De allí se llamaron manuales las sumas de libros abreuiados en ellas”, Sebas-
tián de Covarrubias Orozco, op. cit., 538. Francisco Tirado, Manual para ayudar a
bien morir en la incierta hora de la muerte, Zaragoza, 1614.
67. Juan Bautista Poza, Práctica de ayudar a bien morir, Madrid, 1619; Martín
de la Madre de Dios, Práctica y ejercicios de bien morir, Madrid, 1628; Luis de la
Puente, Práctica de ayudar a bien morir, Tortosa, 1636.
68. Juan de Ribera Saavedra, Lecciones para saber morir, Sevilla, 1642; Alfon-
so de Andrada, Lecciones de bien morir y Iornadas para la eternidad, Madrid,
1662.
69. Francisco de Jesús, Desengaños para vivir y morir bien, Nápoles, 1684; Fran-
cisco Arana, Muerte prevenida o christiana preparación para una buena muerte, Se-
villa, 1736.
240 Ante la muerte
70. El padre Camilo nació en los Abruzzos en 1550 y murió en Roma en 1614. Su
congregación, formada en 1584 con el objetivo de ayudar a los enfermos de los hos-
pitales romanos, fue confirmada por Breve Apostólico de Sixto V el 18 de marzo de
1586. Vid. la biografía de Sanzio Cicatelli, Vita del P. Camillo de Lellis fondatore de-
lla religione de chierici regolari Ministri degli Infermi, Napoli, 1627.
71. En 1634 llegaron a Madrid los padres Miguel Juan Montserrat y Alfonso Ló-
pez del Corral con la orden de fundar, pero no consiguieron establecer la primera
casa, Asunción in Damaso, hasta 1642, matriz y modelo para España, Portugal y
América. Además de Madrid, donde se fundaría la casa noviciado de Santa Rosalía,
la orden fue implantándose en Granada, Málaga, Zaragoza y Barcelona, pero sus ma-
yores avances en España y América sólo se produjeron en el siglo XVIII. Vid. Q. Al-
dea Vaquero y otros (1972, I, 323-324).
72. La ya citada Prácticas de visitar a los enfermos y ayudar a bien morir, Ma-
drid, 1687. Manejo edición posterior en Amberes: Balthasar de Wolschaten, 1701. La
obra de Jacobo Mancini es la Practica visitandi infirmos. Pars prima, Madrid: Ex.
Typograph Melchioris Alvarez, 1687.
73. Arte de bien morir, Zaragoza, c. 1480-1481. A. Palau y Dulcet (1948-1977)
lo atribuye al “impresor anónimo del Turrecremata”. Otros se lo adjudican al impre-
Del modelo medieval a la Contrarreforma 241
Fig. 1. Tentación del diablo contra la Fe y buena inspiración del ángel. “Ars Mo-
riendi”, Zaragoza, hacia 1480-1481, Biblioteca de El Escorial.
74. Solamente aparece en este último grabado, si es que el que ayuda al agonista
a sostener la vela es realmente un sacerdote. En cualquier caso, es un personaje más
de una escena abigarrada en la que no adquiere ni mucho menos protagonismo.
244 Ante la muerte
Fig. 5. Tentación de Avaricia o apego a los bienes mundanos e inspiración del án-
gel, “Ars Moriendi”, idem.
78. Las imágenes son muy distintas. El alma niña es sustituida en la edición ma-
drileña por un corazón inflamado; la asistencia del ángel al moribundo, por una lucha
explícita entre ángel y demonio.
246 Ante la muerte
Fig. 7 (7a y 7b). Portadas de las Prácticas de visitar a los enfermos, de Baltasar
Bosch de Centellas, en sus ediciones de Amberes, 1701, y Madrid, 1713.
80. Dice la leyenda: “Spes, Charis, atque Fides, solatia trina refulgent: Gratia LE-
LLIADUM corda mouere DEO”.
81. En la edición de Madrid es incluido el ángel junto a los religiosos. Debajo se
lee: “Aspicis ut Sathanam benedictae aspersio Lymphae pellit, Agonizans sic pia fata
subit”.
82. “Cereus in tristi Moribundo fertur agone, signa Crucis dantur, signa salutis
habet”.
248 Ante la muerte
Fig. 8. Los Padres Camilos ante una escena de la buena muerte, idem.
Del modelo medieval a la Contrarreforma 249
Fig. 9 (9a y 9b). Los Padres Camilos mostrando al enfermo el camino del cielo,
idem, ediciones de 1701 y 1713.
83. La edición de Madrid conserva este grabado, pero sustituye la primera ima-
gen del infierno, con un diablo en las fauces de un monstruo, por otra mucho más pa-
vorosa en que un condenado, sumergido en llamas, es mordido y ahogado por sierpes
y monstruos.
250 Ante la muerte
comparsas al resto de los personajes. Ellos son los que exhortan al en-
fermo, combaten a los diablos y confortan el ánimo del moribundo
disponiéndole para el tránsito. Ennoblecidos por la prestancia y auto-
ridad que les otorgan hábitos y manteos, erguidos junto al lecho del
enfermo y enarbolando el hisopo o el crucifijo, los religiosos se erigen
en los verdaderos héroes del proceso de la buena muerte, sin los cua-
les ésta ya sería inconcebible. Ausentes de los grabados del ars mo-
riendi, en las artes barrocas son, por el contrario, omnipresentes y ex-
hiben su autoridad y absoluto protagonismo. En la orden de los
agonizantes culmina, además, la creciente especialización que reque-
ría la compleja y trascendente labor de los profesionales del bien mo-
rir.
7. Conclusiones
Fig. 10 (10a y 10 b). Los Padres Camilos luchando contra las tentaciones del de-
monio, idem, ediciones de 1701 y 1713.
tara a honestarla esta buena muerte: que un bel morir tutta la vita ho-
nora”84.
En el interior de este modelo medieval, sin embargo, se producen
cambios importantes. El que aquí se ha destacado es el ascenso de los
sacerdotes como maestros de ceremonias y directores del proceso del
bien morir; y, por tanto, el progresivo control que la Iglesia va obte-
niendo sobre la muerte y, de reflejo, sobre la vida. Solamente los reli-
giosos conocen los secretos del arte de las artes, sólo ellos están facul-
tados para administrar los sacramentos, y eso pone en sus manos las
llaves de entrada y salida de este mundo y, lo que es más importante,
las llaves de la salvación. Ya queda perfectamente claro que ésta es im-
posible al margen de la Iglesia. Un modelo de morir reducido en su
origen a los ámbitos monacales y eclesiásticos, proyectado si acaso a
Fig. 12 (12a y 12b). Las cuatro postrimerías, idem, ediciones de 1701 y 1713.
Del modelo medieval a la Contrarreforma 253
las personas de las que se exigía una mayor ejemplaridad, como era el
caso de los monarcas, ahora se intenta generalizar a toda la diversidad
social. La muerte se clericaliza, tanto en sus formas como en las perso-
nas que la controlan y monopolizan; y mediante doctrinas como la ne-
cesidad de su preparación anticipada y el memento mori se trata tam-
bién de clericalizar la vida.
Pero, como ya se dijo, las artes de morir no son reflejo de una rea-
lidad, sino de una aspiración de determinados grupos sociales e inte-
lectuales. No podemos cuantificar la proporción de los que realmente
eran ayudados a bien morir por un sacerdote, ni las verdaderas actitu-
des que los agonistas adoptaban en los últimos instantes de su vida. Tal
vez esa ofensiva clericalizadora que se desprende de las artes y de las
fuentes doctrinales fuese emprendida como reacción a un avance cada
vez mejor percibido de la secularización de la vida y, más tardía, de la
propia muerte. La fundación de la orden de los camilos se produjo por-
que había un hueco en la atención a los enfermos de los hospitales, sí,
pero también en la de llevar a la práctica las teorías de la buena muer-
te. Y dos siglos después de la fundación de esta orden el propio Bosch
de Centellas no era muy optimista cuando se lamentaba de que los fa-
miliares o no llamaban a los sacerdotes o lo hacían “quando ya los en-
fermos están sin habla, y sin sentidos, y están casi muertos, y ya no les
pueden hablar al alma, anteponiendo su interés personal a la salud es-
piritual del próximo”85.
Sea como fuere, las artes de bien morir muestran el desplazamien-
to experimentado en el control de la muerte propia. El enfermo y su fa-
milia lo pierden en beneficio del sacerdote que, más adelante, lo habría
de devolver a los familiares y muy en especial al médico, quien en
nuestros días es el actor principal en una escenografía muy distinta a la
clásica cámara del agonista. El profesional de la medicina monopoliza
hoy buena parte de la toma de decisiones sobre la forma de morir en un
hospital, que más que al logro de la salvación tiende a la evitación del
dolor e incluso de la conciencia. Pero a esta situación radicalmente
nueva se ha llegado sólo después de una larga duración en que ha ido
desmantelándose lentamente ese modelo medieval que, sin embargo,
85. Baltasar Bosch de Centellas, op. cit., 186 (de la edición de Amberes). Otras
veces el problema estaba en los propios sacerdotes. Los pobres no se atrevían a lla-
marlos “por no ser molestos, y porque saben que suelen ir de muy mala gana a sus ca-
sas, estando las de los poderosos llenos de Eclesiásticos, que a porfía pretenden cada
uno assistir más, y ser el primero”, idem, 10.
254 Ante la muerte
Bibliografía
Papa. Del mismo modo, los recursos puestos en juego en lo que hoy
(fig. 1) se muestra en la iglesia de corte en Innsbruck –posterior a su
muerte– reivindican su fama en el sentido latino (renombre), legitima-
da por las batallas y victorias consideradas en aquellos relieves y por la
dilatada práctica de una gens cuyos orígenes históricos cobran forma en
la imagen de Alberto IV el Sabio (†1240). Y ello sobre un importante
trasfondo que no apela a los antepasados bíblicos, como en tantas genea-
logías o Cronología Universal del momento, sólo a cuatro (fig. 2) an-
cestros mítico-históricos (Clodoveo, Arturo, Teodorico el Grande y Go-
dofredo de Bouillon) que contribuyen a prefigurar la larga duración en
la Historia de una monarquía que ansía reforzar la fidelidad dinástica y
la identidad nacional2. En este sentido hay que llamar la atención sobre
un dato: la larga génesis de este mausoleo responde a un proyecto in-
concluso en tiempos de Maximiliano, para la Capilla Real de Wiener
* * *
c) Eran los años del despertar a una cultura y a un arte plural, cuan-
do todavía no se afirmaba la Reforma con sus efectos y disputas enco-
nadas; por poner unos ejemplos conocidos, basta recordar las obras
memorables de Durero, Lucas Cranach, Mathis Grünewald, Bernhard
Strigel, o la lista de nombres citados en páginas anteriores, que repre-
sentan el apogeo de la escultura y de una cultura germana, sin olvidar
al inconfundible Veit Stoss, con su innovador conjunto de esculturas
en piedra para el coro de San Sebaldo de Nuremberg.
Triunfo, para gloria de la gens imperial y propia, así, por vía de ejem-
plo, Statius y Willibald Pirkheimer, traductor de Tucídides y defensor
de su concepto de la historia. En aquella hora de los intelectuales en la
corte imperial, la mejor demostración de su compromiso y demanda te-
nía su ejemplo en las citas de W. Pirckheimer contenidas en las largas
inscripciones del Arco del Triunfo. Ejemplo demostrativo de la expre-
sión conciliadora y de diálogo con el mundo clásico, con la Roma im-
perial. Mas, ¿en qué medida el proyecto de Maximiliano dista de ser la
expresión del principio de libre creatividad? En verdad, resulta justifi-
cable una tarea de búsqueda..., desde una postura fundamentada en la
experiencia; esto es, en el efecto mediático de las tradiciones clásicas y
cristianas. Entre las primeras se legitima el eco de los despuntes arque-
ológicos en el área de los foros, de la misma manera que cobra entidad
la referencia inspiradora de las monedas imperiales en los bustos de
emperadores romanos, como también el sentido histórico de Tucídides,
sobre la concepción de los actos humanos, en los 24 relieves de alabas-
Maximiliano de Austria. Honra, memoria y fama 283
Fig. 10. Los nueve paladines, detalle (Castillo La Manta, Saluzzo, Piamonte).
63. Para este apartado cfr. R. Strong (1988) y P. de Sandoval (1956, 11-12).
Maximiliano de Austria. Honra, memoria y fama 289
principio “familia nuclear”, puesto que todo gira en torno a una iden-
tificación propagandística de la institución imperial. Sin entrar en de-
bate, el mundo clásico no parece referencia nutricia exclusiva en el
proyecto de Maximiliano. También está presente la influencia o cono-
cimiento de ejemplos contemporáneos nada desdeñables. Por ejemplo
el memorial que Felipe el Bueno de Borgoña elevó en memoria de
Louis de Male (fig. 9), ante la necesidad de reforzar los orígenes de
Flandes y separar así la luz de las tinieblas que arrojaba Francia en sus
reivindicaciones. Y esto en el marco de una costumbre que ya cobrara
entidad en la tradición funeraria de los Plantagenet en Westminster.
Así, el honroso colofón funerario de Enrique III64, si bien con una fun-
damental diferencia: mientras en la propuesta inglesa el complemento
iconográfico sella el principio de “familia nuclear” (los doce hijos de
Enrique III con el atributo heráldico que les otorga franquicia), en la
propuesta borgoñona el punto de partida es la Historia y el de arribada
es el mundo del Derecho. Redoble que trasciende a la imagen los as-
pectos y el alcance desvelados con sumo detalle en las miniaturas y
medallones de la Genealogía o Cronología universal realizada en Bru-
jas supuestamente para Felipe el Bueno65. En consecuencia, aquel
Mausoleo para Louis de Male, conde de Flandes, y por los intereses
reivindicativos que Felipe el Bueno, duque de Borgoña, defendiera
enérgicamente, no hace aconsejable la presencia de la “familia nu-
clear”; sí, en cambio, la unidad de “la gran familia”, reforzada por un
cortejo de 24 figuras que honran a sus ancestros de Flandes y Braban-
te: Louis de Male y su esposa Margarita de Brabante. Cortejo de sello
político, fiel a lo que fue su Historia en la antigua Lotaringia, lo que
justifica la presencia de una enigmática imagen (¿Lotario?, ¿Carlo-
magno?).
En la universalidad de la propuesta de Maximiliano sólo es facti-
ble una conclusión general: si se impone la deducción racional para al-
canzar preceptos reguladores, habrá que dar a César lo que le corres-
ponde y reconocer en el duque Felipe de Borgoña su reencuentro con
la mitología política, dinástica y nacional66, puesto que ambos ejem-
plos diseñan y condensan lo que Maximiliano pretendía configurar y
lo que su retomado proyecto dejó concertado en Innsbruck más allá de
su vida temporal.
Bibliografía
Introducción
1. El Ars moriendi1
5. Cfr. Gesamtkalalog der Wiegendrucke, Stuttgart, 1960 (2ª ed.), II, col. 707 y
ss. M. Catherine O’Connor (1942) estudia las fuentes (24-40), la prioridad entre am-
bas redacciones (41-48), la controversia sobre el autor en (48-60), el éxito editorial
(61-112 y 133-171) donde da cuenta de más de 318 manuscritos y de más de 67 edi-
ciones incunables, sin contar las xilográficas ni incluir a España; J. Huizinga (1947,
192-210); A. Tenenti (1957, 80-138); R. Chartier (1976, 51-75); I. Adeva Martín
(1984, 405-415).
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 299
“E por cuanto a cada cual plaze el morir bien e sin peligro, por tanto
deve cada uno con mayor studio mientra sta sano trabaiar en aprender la
arte de bien morir, sin esperar la afruenta de la muerte. Ca yo te digo, her-
mano mío muy caro, e cree me, que en entrando la grave dolentia o la
muerte, la devoción sale e se va” (fº c5vº).
“Mas, guay de nosotros, que hay muy pocos no solamente seculares,
mas aún religiosos, que tengan o sepan esta arte e que sten cabe sus pró-
ximos en el artículo de la muerte preguntando, amonestando, informando
e aún rogando por ellos, según dicho es” (fº c6vº).
“Donde deuemos notar que pues la salud del ombre sta e consiste en
su fin, que cada vno deue con grand diligencia y cuytado proueer de al-
gund amigo o compañero deuoto, ydóneo e fiel, el qual le sea e esté pre-
sente en su fin e muerte, para que le conseje e conforte en la constancia de
la fe e lo incite e prouoque a aver paciencia e deuoción, confiança e cari-
dad e perseuerança en todas buenas obras, dando le esfuerço e animando
en la agonía e batalla final, e diziendo por él algunas deuotas oraciones.
Mas ¡huay de nos, qué pocos son que sten con sus próximos fielmente
preguntando los e amonestando los, infundiendo oraciones e plegarias!”,
AdbmEs (fº 23vº)8.
1.5. Estructura
Ars moriendi asume íntegramente el legado de Gerson; pero lo re-
elabora en armonía con su aportación original: la descripción de las
cinco tentaciones de la agonía, atribuidas al demonio, y la de las con-
trarias buenas inspiraciones, atribuidas al ángel bueno.
La versión CP –la más amplia– se articula en seis partes o capítu-
los, cuyos contenidos podrían sintetizarse del modo siguiente, tenien-
do presente que el interlocutor inmediato no es de ordinario el enfermo
sino su ayudante, que es quien tiene que dar vida a la letra del librito y
así, con el pálpito del boca a boca, trasmitirla al moribundo:
1º) Aceptación voluntaria de la muerte, cuando y como Dios la en-
víe, y necesidad perentoria de su preparación.
2º) Descripción de las citadas tentaciones y de las contrarias inspi-
raciones. Ars moriendi presume estas tentaciones como terroríficas; y,
como su rechazo es previo e irrenunciable para la salvación eterna, por
eso se convierten en el baricentro y eje de estructuración de toda la
obra.
8. Esta misma doctrina está patente en los Artes moriendi atípicos, cuando el ago-
nizante, al redactar su testamento espiritual, nombra procuradores o ayudantes suyos
para los momentos de la agonía a los que estén entonces presentes y sepan y quieran,
sin especificar ni priorizar a los clérigos: vid. el apartado c) del epígrafe 3.1.4 y el epí-
grafe 3.2.5. El texto citado de AdbmEsc se repite en latín al inicio del documento 12º
del AbmVal: vid. el epígrafe 3.2.3.
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 301
9. Por ejemplo en el Tractatus de arte bene moriendi, códice 127 del Archivo
Capitular de Vic, anterior a 1443.
10. Para hacer este esquema he tenido delante la edición facsímil del Ars morien-
dí, xilográfico, Colonia, c. 1450, [del ejemplar de la Biblioteca Colombina, 4.5.10(3)]
por Archer M. Huntington, 1902, 26 ff. sin numerar (13 de texto y 13 grabs.). La tra-
ducción citada en la nota 7 llama Proemio a la primera parte del esquema aludido, a
la segunda le dedica diez capítulos (uno por cada tentación e inspiración), y el undé-
cimo lo reserva para la tercera.
302 Ante la muerte
1.7. Importancia
La presencia del Ars bene moriendi es modesta: un opúsculo sin
pretensiones, ni científicas ni literarias. Pero su importancia es decisi-
va, si se quiere captar la sustancia práctica de la fe cristiana; porque, si
en la muerte se decide el destino eterno y sobrenatural del cristiano, hay
que conjeturar que en él y en la literatura por él inspirada se decanta la
quintaesencia de la fe y de los actos y medios imprescindibles para sal-
varse. Por este valor pastoral, desde principios del s. XVI y sobre todo
después del Concilio de Trento, Artes bene moriendi, de factura más o
menos similar a la del arquetipo, se encuentran en los Manuales –ordi-
narios o rituales, que los tres títulos se emplean– de administración de
los sacramentos12.
11. Esto se puede comprobar, por ejemplo, cotejando el AdbmBod con el Tracta-
tus de arte bene moriendi, citado en la nota 9; con la traducción titulada Arte de bien
morir, fechada el 7-IV-1478, del ms. 6485 de la Biblioteca Nacional y con la traduc-
ción titulada Arte y doctrina de bien morir del ms. h.III.8, ff. 132-148º de la Biblio-
teca de El Escorial. Cfr. Ildefonso Adeva Martín (1984, 408 y ss).
12. Vid. Apéndice III.
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 303
2.1. Prolegómenos
2.1.1. Punto de partida
El Ars moriendi justifica su existencia partiendo de un principio
dogmático, de una suposición lógica y de un dato de experiencia coti-
diana. El principio dogmático dice que la vida humana aquí en la tierra
es transitoria y su valor irrelevante en comparación con la vida eterna,
cuya conquista o pérdida definitivas se decide en la muerte. La muerte
en gracia de Dios es el máximo bien a que aspirar y esperar aquí en la
tierra; la muerte en pecado, el máximo mal que temer y ahuyentar; di-
cho desde otro ángulo, que el único mal irremediable es la muerte se-
gunda o muerte en pecado mortal, equivalente a infierno eterno15.
Quien no valore en su radicalidad este principio se incapacitará para en-
tender debidamente la actuación básica de la Iglesia en general y del
Ars moriendi en particular, algunos de cuyos comportamientos y exi-
gencias, que vistos desde otra perspectiva podrían juzgarse incluso
13. En relación a España hasta 1537 cuando el Maestro Venegas publica su céle-
bre Agonía del tránsito de la muerte, vid. I. Adeva Martín (1984), (1989, 821).
14. En el Apéndice II se recogen las obras posteriores a 1537 editadas al menos
tres veces, y se citan las de autores extranjeros que fueron traducidas a idiomas espa-
ñoles con mayor éxito editorial. En relación a Francia vid. D. Roche (1976, 76-119).
15. Este pensamiento se expone ampliamente en el cap. I: “Del loor de la muerte
y del saber bien morir” (fº aiivº y en fº c6vº).
304 Ante la muerte
“Devéis notar e mucho considerar que muy atarde alguno aún entre
los religiosos e devotos se dispone e apareia a la muerte con tiempo, se-
gún conviene, por cuanto cada cual se piensa más vivir e no cree que ha
de morir luego; lo cual acaece sin duda por tentación e industria del dia-
blo. Ca más claro sta que el sol que muchos con la tal vana sperança no
curando, han muerto sin fazer testamento ni ordenar de lo suyo.” (fº ciii).
“Mas guay de nosotros, que hay muy pocos no solamente seculares,
mas haun religiosos, que tengan y sepan esta arte et que sten cabe sus pró-
ximos en el artículo de la muerte, preguntando, amonestando, informan-
do, et haun rogando por ellos, según dicho es, endemás quando los do-
lientes no mueren de grado ni se piensan morir.” (fº c6vº).
16. Valga como ejemplo San Gregorio Magno, Moralia, XXXII, 19, 34: “Diabo-
lus cum vitae finis imminet, tunc graviores tentationes suggerit”, PL 75, 656B-C
(1064s); en XXXIII, 22, 43 dice que tienta “aliter religioso, aliter profano”, 700C-D
(1102).
17. Cfr. Alejo Venegas de Busto, Agonía del tránsito de la muerte con los avisos
y consuelos que cerca della son provechosos, Toledo: Juan de Ayala, 1537, Punto ter-
cero, cap. primero.
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 305
2.1.4. Pedagogía
¿A qué medios acude para lograrlo? ¿A las indulgencias, a las reli-
quias de los santos, a las mandas piadosas, a la mortaja con el hábito
de San Francisco, al relato de agonías espeluznantes, al tremendismo
de la corrupción del cadáver...? Ni por mientes. Los pasos o etapas son
estos cuatro:
1º) Anunciar al enfermo la proximidad de la muerte.
2º) Facilitarle la recepción de los sacramentos.
3º) Describirle las tentaciones propias de la agonía e enseñarle la
estrategia para vencerlas.
4º) Inducirle al abandono absoluto en la misericordia divina, hecha
palpable en la Pasión de Cristo.
Las dos primeras etapas pretenderían el objetivo último, la tercera
participaría de ambos y la cuarta buscaría claramente el objetivo pró-
ximo y completo.
Hagamos explanación de cada uno de estos pasos o etapas, aunque
sea en algunos brevísima.
“qualquier que tiene caridad et temor et zelo de las almas deue al pró-
ximo que sta doliente et en peligro de perder la vida amonestar con dili-
gentia que principalmente, todas las cosas dexadas, se prouea sin dilatión
de spiritual medicina lo más pronto que podiere” (fº ciiivº).
“[…] e por consiguiente como sea necesario por deuda e razón natu-
ral todos haver de morir, e la muerte excusar no se pueda, temer no se
deve el cuándo, ni de qué manera, ni en dónde nuestro Señor ordenare e
dispusiere. Ca la voluntad de Dios siempre es buena, justa e razonable. Ca
dize Casiano e Augustino: ‘En todas las cosas que me acaecen, esta con-
20. Cfr. MANSI, 22, col. 1010. Esta disposición pasó enseguida, antes de 1234,
a las Decretales de Gregorio IX: lib. 5, tit. 38, cap. 13 (Cum infirmitas); y poco a
poco fue urgida por las disposiciones de los concilios y sínodos diocesanos. Puede
afirmarse, sin exagerar, que hasta finales del s. XVII raro será encontrar un arte de
bien morir que no acuda a este precepto para intimar la colaboración de los médicos
en la pastoral de los moribundos.
21. Cfr. AdbmBod (fº ciiivº).
22. Así lo interpreta el Maestro Venegas, op. cit., Punto primero, cap. XVII.
23. Vid. supra 1.2.
310 Ante la muerte
solación sola fallo: que proceden de aquel a quien ninguna cosa plaze,
salvo la justa, ca el fidelísimo Dios todas las cosas que parecen adversas
o prósperas faze por nuestro provecho, e más cuidados[o] sta e más mira
por la salud e provecho de los suyos, que nosotros por nos mismos’. E así,
pues no podemos escapar nin mudar la muerte del cuerpo, aunque la hu-
manidad contraste e repugne, empero con la razón bien dispuesta, sin
murmurar ni contradezir, cuando quisiere e lo dispusiere Dios, la deve-
mos acceptar. [...]. El saber morir, según dize un sabio, es tener aparejado
el corazón e la alma siempre a las cosas de Dios, por que, cuando la muer-
te viniere, le falle aparejado para la recebir sin reproche, como quien es-
pera la venida de algún amigo muy amado” (fº aiii-vº).
24. San Isidoro de Sevilla es testigo de esta credulidad en sus Sententiae, III, 52,
10-11 (PL 83, 738). Enrique de Suso, Dialogus Sapientiae, cap. 21, en Opera, Colo-
nia, 1615, 106-16. También Judoco Clichtove: De doctrina moriendi opusculum, Pa-
rís, 1520, ff. 35vº-39.
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 311
25. Juan Nider relata en su Formicarius (lib. IV, cap. 12) el siguiente hecho alec-
cionador: apareció muerto en la biblioteca un venerable religioso y cundió rápido el
escándalo entre la comunidad; pero éste se trocó en admiración cuando, al acercarse
al cadáver, observaron que con un dedo apuntaba intencionadamente sobre la Biblia
abierta el siguiente versículo: “Iustus quacumque morte praeventus fuerit, in refrige-
rio erit” (Sap. 4, 7). Roberto Holkot repite el mismo suceso en su Super librum Sa-
pientiae, cap. III. De él lo copia San Antonino de Florencia en su Summa Theologiae
moralis, parte I, tít. V, cap. I, § 5; y en parte IV, tít. XIV, cap. VIII, § 4.
312 Ante la muerte
26. Cfr. Alejo Venegas de Busto, op. cit., Punto segundo, cap. X-XVI.
27. E incluso exageran diciendo que se negaba la sepultura o se excomulgaba a
aquellos que previamente no hubieran testado. Quizás en alguna diócesis europea, es-
porádicamente pueda haberse dado este abuso alguna vez, pero no conozco ningún
caso en España, por más que he repasado el Synodicon Hispanum. El Sínodo Salman-
tino de 1385, manda al rector de la parroquia que visite al enfermo y le invite “ad
confessionem et poenitentiam, et ad perceptionem Corporis Christi et recipiendam
ultimam unctionem, et ad confectionem testamenti, si viderit expedire” (José Sáenz
de Aguirre, Collectio maxima Conciliorum omnium Hispaniae et Novi Orbis, Romae,
1755, V, 270). Esa condicional “si viderit expedire” es constante en los artes de bien
morir y en las disposiciones sinodales, porque la ley suprema de la pastoral y del go-
bierno de la Iglesia es la “salus animarum” (la salvación de las almas). Pero aun en el
caso de que hubieran sido frecuentes los susodichos abusos, no podrían achacarse al
Ars bene moriendi.
28. Aristóteles, III Ethicorum, c. V, 1114a32; Santo Tomás de Aquino, Summa
theologica, 1, 83, 1 ad 5.
29. En los Sínodos Diocesanos españoles –y europeos– se hallan muchas dispo-
siciones urgiendo con penas de suspensión y pecuniarias el cumplimiento de las man-
das piadosas de los testamentos, como puede fácilmente comprobarse en el citado Sy-
nodicon Hispanum. Quien desconozca la fe cristiana sobre el Purgatorio, o se niegue
a admitir que otros la tienen e intentan sinceramente vivirla como la creen y enseñan,
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 313
o carezca de ductilidad mental para distinguir entre el deber ser y el prosaico ser, es
decir, entre la auténtica y su ramplona ejecución por parte de muchos cristianos –clé-
rigos y laicos–, se verá avocado a interpretar erróneamente esta dimensión de la vida
cristiana como un montaje financiero de la clerecía.
30. Cfr. AdbmBod (fº biivº).
31. El Ars bene moriendi atípico que estudiaremos en el epígrafe 3.2.3 dedica los
documentos 2º-5º de la primera parte, dedicados a los clérigos, a estos temas, pero no
orientados a fomentar en los fieles el número de los sufragios, sino a enseñarles el
modo de realizarlos en gracia de Dios y con la más pura intención de dar gloria a
Dios, para merecer así más y mejor ante Él.
314 Ante la muerte
32. La agonía, término griego para designar la batalla por antonomasia entre el
hombre y el diablo, se desarrolla en los últimos momentos de la vida, cuando de or-
dinario se pierde el uso expedito de los sentidos. Cfr. Alejo Venegas de Busto, op. cit.,
Punto tercero, cap. primero.
33. Cfr. Ars moriendi, citado en la nota 27, fº IV.
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 315
“La primera razón que vos debe dar la dita sperança es: como conos-
cáis en vos aquellos donos de Dios de verdadera creencia e de verdadera
penitencia, fazet le’n después muytas gracias e alegrat vos per aquestos
santos donos, car son aseguranza vuestra, senyal, pényora e vía de vues-
tra absolución e salvación; e por consiguient de questos dos donos se se-
guirá el efecto e fin, que es cosa cierta de salvación de vuestra ánima e re-
misión de los pecados”, AdsbmPRM (fº 218vº-219).
39. Se trata en concreto de los manuscritos siguientes: Tractatus de arte bene mo-
riendi, escrito en Barcelona en 1458, 89 ff. (ms. 1777 de la Biblioteca de Cataluña).
Art de ben morir, con una copia en el Archivo de la Corona de Aragón (ms. 159 de
Ripoll, fº 50-79vº); otra en la Biblioteca Universitaria de Barcelona (ms. 80, fº 52-
83vº); y la tercera en el Archivo Catedralicio de Gerona (ms. 56, mutilado). Art de sa-
ber bien morir (ms. 11/795, fº 213-237vº de la Biblioteca del Palacio Real de Ma-
drid). En este estudio manejamos esta última traducción semicatalana, y nos
referimos a ella con la sigla AdsbmPRM. Cfr. Ildefonso Adeva Martín (1984, 408-
409).
40. En AdsbmPRM ocupa 9 de los 24 folios de que consta; en el ms. 1777 de la
Biblioteca Catalana ocupa 30 de sus 89 folios.
41. AdsbmPRM (fº 218vº).
42. Idem (fº 219vº).
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 319
43. Cfr. idem (fº 219vº-221vº). Se recomienda vivamente rezar la oración “Sen-
tiant omnes tuum iuvamen”, pidiéndole a la Virgen se aparezca visiblemente al mo-
ribundo y le libre de las enseñanzas del enemigo malo. El Maestro Venegas encuen-
tra en esta oración vestigios de superstición y la desaconseja enérgicamente; cfr. I.
Adeva Martín (1987, 322).
320 Ante la muerte
“La quarta tentation es de vna vana gloria spiritual, por lo qual entra
el dyablo a los deuotos et religiosos et perfectos muchas veçes. Ca el ene-
migo quando no puede inclinar al hombre a que desuíe de la fe por deses-
peratión o impacientia, entra le por vn contentamiento de sí mismo, pu-
siéndole tales pensamientos: ‘¡Oh cómo stas firme en la fe, et quan fuerte
en la sperança, et quan constante en la pacientia! ¡Oh quántos bienes has
fecho!’ e cosas semejantes” (fº biiivº).
47. Quede dicho, aunque sea muy de pasada, que del Ars bene moriendi no se
desprende motivo alguno serio para afirmar que el enfermo ve en su agonía ni al dia-
blo ni al ángel bueno.
48. Vid. lo dicho en el epígrafe 1.6.
324 Ante la muerte
“Agora, pues, stat con buen coraçón e con buena confiança, et dat
gracias a nuestro Senyor Dios porque agora vos trováis en tan buena dis-
posición. Car en tal fe e intención e sperança que habéis dito e confesado,
sta la buena preparación e vía de haber salvación. E loat e bendezit a
nuestro Redemptor Jesús porque en tal intención e recuerdo agora stais en
la fin e conclusión de vuestra vida. E confesat e adorat e dat gloria al Re-
demptor Jesús, como por él e por los méritos de su sagrada vida, muert,
pasión infinidament virtuosa, vos ha ganado e merecido e vos face haber
tal intención, propósito, fe, sperança”, AdsbmPRM (fº 229vº-230).
“E de aquí avant todo vos dat, posat e acomandat en los brazos del
rey Jesús, por vos crucificado, e en él posat toda vuestra sperança, e ase-
gurat vos en su visceral amor e tanta clemencia que nos ha mostrado. E
creyet firmement, decit e confesat que aquél solo es toda vuestra ayuda,
toda vuestra defensión, todo vuestro remedio, refugio, reparación, re-
dempción, remisión, reconciliación, e toda vuestra salvación, E solamen-
te en la sancta Cruz e en la muert del FilIo de Dios vos vaya tener et fir-
mar vuestro coraçón, afección e confianza”, AdsbmPRM (fº 230).
52. Una a la Santísima Trinidad, una a Dios Padre, tres a Jesucristo, a la Virgen,
una a los ángeles allí presentes y una al Ángel Custodio. Se invita al enfermo a enco-
mendarse a los santos en general y en especial a los que tuviere más devoción. Tres
veces debe repetirse el famoso verso “Dirupisti, Domine, vincula mea” y tres o cua-
tro veces las palabras de San Agustín: “La paz de nuestro Señor Jesucristo…” y sin
número preciso de veces el verso “Largire clarum vespere…” (fº civº-ciii). Quizá al-
guno quiera encontrar en el número tres un claro vestigio de superstición pagana o de
magia. Nada de eso. El número tres siempre ha tenido en la liturgia una especial re-
verencia como culto a las tres Personas de la Santísima Trinidad y también como re-
cuerdo agradecido a los clavos de la cruz de Cristo o de los tres días de espera para la
resurrección de Cristo. Actualmente persiste en las tres invocaciones del Kyrie al co-
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 331
Llamo Artes moriendi atípicos a los que con idéntica finalidad que
el arquetipo y con título y contenido más o menos similar, estructuran
la materia de modo diverso54. Puede servir de punto especialmente di-
ferenciador la ausencia de la descripción de las tentaciones. También
en éstos se pretende llevar al agonizante a una certeza y como pregus-
to de la salvación mediante la apropiación o revestimiento de los mé-
mienzo de la santa misa y en la devoción mariana de las tres avemarías, y nadie con
sentido común se le ocurrirá pensar que se ocultan en ello resabios inconfesados o in-
conscientes de magia.
53. Ocupan los ff. c7-eiiii y están distribuidas así: tres a Dios Padre (3ª, 6ª y 7ª),
siete a Jesucristo (1ª, 2ª, 4ª, 5ª, 8ª, 17ª y 18ª), una al Espíritu Santo (9ª), dos a la Vir-
gen (11ª y 12ª), dos a San Miguel Arcángel (13ª y 14ª), una al Ángel Custodio (15ª)
y tres propias de la Recomendación del alma (10ª, 16ª 19ª). Son especialmente largas
la 6ª, 7ª, 8ª y 9ª. En la 8ª dirigida a Jesucristo, Dios Hijo, se inserta una invocación no
pequeña a la Virgen María, a los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael, y
a todos los santos y santas a modo de letanía.
54. Cfr. I. Adeva Martín (1984, 410-13).
332 Ante la muerte
“No haiau alguna por al diable, car no pot pus res en vós. Et si us pro-
posa vostres peccats dauant, respondeu li axí: Yo sé que per mos pecats só
digne de tot mal. Emperò la preçiosa sanch e mort del meu Senyor e re-
demptor Ihesu Xpist és bastant a satisfer per tot lo món. E per la sua
clemènçia haia satisfet per mi, indigne pecador, largament, e só absolt de
tots mos pecats per lo sagrament de la santa confessió que ver contrit he
rebuda. Per que daciauant [d’aci avant] te conjur per lo gloriosíssim nom
de Ihesus que ten bages, ne haies pus cura de mi”, AdbmVal (fº 3, p. 384).
“Yo, Senyor meu, creador meu, […] accepte e prench a glòria vostra
aquesta mort e la hora e manera de aquella, ab infinides gràcies, Senyor,
queus faç de totes les preparacions que mi haueu donades, soplicant vos-
tra Magestat que en lo dia general de la santa resurrectio, no per alguns
mèrits meus, mas per sola misericòrdia vostra, me acullau e rebau ab los
vostres Sants en vostra glòria”, AdbmVal (fº 10vº).
“E per [açò] com tot christià deu regonèixer e confessar que poch li
valen totes ses preparacions e indústries ni res de ses bones obres e mè-
rits, si la infinida bonesa e poder de nostre Senyor Dèu nol guarda e
deffèn de totes temptacions e perills e nol vol saluar per sola misericòrdia
sua e mirant a la gran dignitat e mèrits de Ihesú Xrist; per tal yo ara, rego-
nexent e confessant aquesta santa veritat e iustícia et donant ne llaor e
glòria a nostre Senyor Deu e desconfiant totalment de mi mateix, lo su-
plich tan humilment com puch, que, no guardant a mì ni a res que sia pro-
cehit de mi, mas a sì mateix e a çò que la sua gran pietat e clemència ha
obrat e obrarà en mi, e als preciosos e molt dignes mèrits de Ihesú Xrist,
los quals ara per llauors e per tos temps li offir e presente, me deffena e
endreçe en lo camí de salvaçió, speçialment en aquella hora de la mia fi,
em do lo seu sant Regne. Car yom sotsmet e coman tot a la sua inuenci-
ble protectió e misericòrdia, hi de aquells soles e del seu reverent Fill Ihe-
sus sper e confiu, e axí me assegure e aconsole. E prech que açò me sia
reduit a memòria e legit en lo article de la mia mort”, AdbmVal (fº 11, p.
391).
c) Testamento espiritual
A continuación el agonizante, queriendo hacer irrevocable esta
confianza, dicta un vibrante testamento espiritual, con tres partes bien
diferenciadas en las que determina su deseo y marca los medios para
conseguirlo62.
En la primera el agonizante profesa su decisión inamovible de per-
severar y morir en la fe de la Iglesia Católica, negando desde entonces
cualquier valor a las posibles vacilaciones o retractaciones que pudie-
ran ocurrir en la agonía y a los signos externos aparentemente contra-
dictorios que entonces pudieran producirse:
“Per tal dessignant fer per miga e aiuda de mos proïsmes ço que en
aquella hora no poré fer per mi mateix hoc, e confiant més dels mèrits e
oracions de aquells que de les mies, ara per llauors faç e elegesch en pro-
curadors meus totes aquelles persones ecclesiàstiques e seglars, hommes
e dones, ques trobàran en lo article de la mia mort, a dir e fer per mi e en
loch meu e persona mia la damunt dita confessió e protestaçió, e a dir per
mi totes aquelles oracions e deuocions que seran necessàries e útils a sa-
luació de la ànima mia per aquella hora, conformes ab Santa Mare Sglé-
sia e aprouades per la santa fe cathòlica. E especialment los faç tots pro-
curadors e pares meus a dir e confessar per mi e en persona mia les coses
següents, les quals prechs sien partites en diuerses persones e dites per mi
continuament fins que la mia ànima peccadora sia separada dels cors”,
AdbmVal, (fº 12-vº, p. 392).
que deben ser legides a qual se vol devot chrestià qui en lo article de la mort se tro-
ba, Barcelona: Carlos Amorós, 1533, fº bv-b7vº.
69. Ponemos a continuación el título de cada una con un breve resumen. Comienza
con una oración introductoria: “Que enten affer” en la que ejercitante se confiesa peca-
dor, pero tiene plena confianza en la misericordia divina y de los santos (fº 26, p. 405).
1ª) “De la fe”: Cree todo y como lo cree la santa madre Iglesia, quiere morir en
su seno. Ahora rechaza cualquier negación postrera. Pide fuerza para ser fiel (fº 26,
p. 405-406). [la misma temática y parecido desarrollo que en el apartado c) del epí-
grafe 3.1.4]
2ª) “Per quis te”: Confiesa haber pecado mucho y merecer mil infiernos. Agra-
dece la paciencia de Dios, que ha esperado su arrepentimiento y le ha ofrecido la pe-
nitencia (fº 26vº-27, p. 406).
3ª) “Del penedir”: Pide perdón con más dolor y especifica más los pecados de
omisión y comisión, y el propósito de la enmienda, y se reconoce más indigno del
perdón (fº 27-27vº, p. 406).
4ª) “Dels ignorats e oblidats”: Pide le haga conocer todos los pecados cometidos
por ignorancia y los olvidados, para pedir perdón de ellos (fº 27vº, p. 407).
5ª) “Del proposit”: Propósito firme de enmienda; agradece a Dios la gracia del
propósito que sólo viene de Él y le pide fuerza para cumplirlo (fº 28, p. 407).
6ª) “Del oy e de les occasions”: Pide a Dios odio a los pecados y fuerza para huir
de las ocasiones, pues sin Él, nada (fº 27vº-28, p. 407-408).
7ª) “Del perdonar”: Perdona de corazón, pues es condición para ser perdonado
(fº 27vº-29, p. 408).
8ª) “Del restituir”: Pide a Dios la gracia de recordar a todos ofendidos para resti-
tuirles (fº 29, p. 408).
9ª) “Del depullar e vestir”: Se despoja de –renuncia a– todos sus méritos y se vis-
te exclusivamente con los infinitos de Cristo (fº 29vº-30, p. 408-409).
10ª) “Acçió de gracies”: Por todas las gracias recibidas en estas oraciones y du-
rante toda la vida (fº 30-vº, 409-410). Y se añade una oración de acción de gracias a
la Virgen y al Ángel Custodio.
70. Cfr. A. Fábrega y Graus (1955, 97).
340 Ante la muerte
72. Es decir, por las letanías de los santos con las siguientes oraciones, cuyo co-
mienzo es así: “Proficiscere, anima christiana…”; “Deus misericors, Deus cle-
mens…”; “Commendo te omnipotenti Deo…”; “Suscipe, Domine, servum tuum…”;
“Commendamus tibi, Domine, animam…”; “Delicta iuventutis…”.
73. Toda esta temática la desarrolla en 1537 con cierta amplitud el Maestro Vene-
gas en su Agonía del tránsito de la muerte, cit. en la nota 33, Punto segundo, cap. X-
XV y Punto cuarto, cap. I-XI.
344 Ante la muerte
4. Conclusiones
76. San Agustin, Sermo de disciplina christiana, XII, 13 (PL 40, 676); De Civi-
tate Dei, I, 11: “Mala mors putanda non est, quam bona vita praecesserit; neque enim
facit malam mortem nisi quod sequitur mortem” (PL 41, 25).
77. Con el Ars bene moriendi las muertes repentinas y sin confesión sacramental
dejan de ser necesariamente ominosas, como si fueran siempre castigo divino y para
escarmiento de los demás.
348 Ante la muerte
contra los ardides demoníacos de última hora; para intentar librar a los
de mala vida del atenazamiento de la desesperación. El Buen Pastor
sale a buscar la oveja perdida, porque hasta el último instante hay po-
sibilidad de arrepentimiento.
78. Incluso un autor tan rigorista e inhumano como Jacobo de Clusa, se expresa
de este modo: “In nullo tamen peccato aliquis debet desperare interim quod spiritus
est in corpore, quia ipse est in statu quo adhuc potest salvari, etiam in ultimo instanti
vitae suae, propter assistentiam divinae gratiae; et etiam in momento egressionis ani-
mae potest contritionem inspirare, quam nulli quidem promisit, nulli etiam se factu-
rum abnegavit” (Tractatus de arte bene moriendi, Lipsiae: per Arnoldum de Colonia,
1495, fº ccc5).
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 349
79. Cfr. San Cipriano, Epistola ad Iubaianum, 21 (PL 3, 1169A); Concilio Late-
ranense IV, Definitio contra Albigenses et Catharos (DZ, 802 430). Para la correcta
interpretación del axioma “extra Ecclesiam nulla salus” cfr. DZ, 3866-73; Catecismo
de la Iglesia Católica, nn. 846-848.
80. Vid. en Synodicon Hispanum frecuentes y firmes disposiciones intimando
esta obligación.
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 351
Cucala, Bartolomé [ofm]: Breve tratado […], en que pone las ex-
hortaciones y habla que se debe tener por parte del sacerdote o en su
absencia por el que allí será, con la persona constituida in articulo
mortis, así en denunciarle la muerte como en presentarle la imagen
sacratísima de Jesu Cristo crucificado, y confortarlo a bien morir has-
ta que el ánima sea fuera de las carnes, en Baculus clericalis, 9 edic.
al menos en castellano, y 3 al menos en catalán; 1539 -1562.
Montañés, Jaime [ocd]: Espill de ben viure, y per ajudar a ben mo-
rir en lo incert dia y hora de la mort, 2 edic. — Libro intitulado Espe-
jo de bien vivir; con otro tratado para ayudar a bien morir en el in-
cierto día y hora de la muerte, 11 edic. — Espejo y arte muy breve y
provechosa para ayudar a bien morir en el incierto día y hora de la
muerte, 5 edic.; 1565-1977.
Polanco, Juan Alfonso [sj]: Methodus ad eos adiuvandos qui mo-
riuntur; — Regla y orden para ayudar a bien morir a los que se par-
ten de esta vida, 14 edic en latín, 1 en castellano, 1 en italiano, 3 en
francés, 1 en portugués y 1 en alemán, más las veces que se publicó en
su Breve directorium ad confessarii et paenitentis munus recte obeun-
dum… y una vez al menos en Quadriga pectoralis, qua ad Deum et
proximum per […] et curam spiritualem moribundorum zelatum ani-
marum parochus […] excurrit… Viennae, typis Ioannis Baptistae Hac-
que; 1575-1744.
– s. XVII
Alvarado, Antonio de [osb]: Arte de bien morir y guía del camino
de la muerte, 2 edic., y reproducida al final del segundo tomo de Arte
de bien vivir y guía de los caminos del cielo […]; 1607-1717.
Caballero, Pedro Nolasco [pbro]: Prevención para la hora de la
muerte […] y algunas advertencias para ayudar a bien morir, 3 edic.;
1687-1796.
Francisco de la Cruz [ocd]: Desengaños para vivir y morir bien,
[…], 4 edic. en castellano y 3 en italiano; 1680-1712.
Gracián de la Madre de Dios, Jerónimo [ocd]: Arte de bien morir
[…], 3 edic.; 1614-1933.
Juan de Jesús María [ocd]: Arte di ben morire, 3 edic. en italiano,
2 en castellano, 1 en latín, 1 en rumano, más otras 2 en sus Opera om-
nia; 1609-1772.
Juan de Santo Tomás [op]: Práctica y consideración para ayudar
a bien morir. Publicada de ordinario junto con o en Explicación de la
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 355
– s. XVIII
Arbiol, Antonio [ofm]:Visita de enfermos y Ejercicio santo de ayu-
dar a bien morir, 21 edic.; 1722-1837.
Bosch de Centellas y Cardona, Baltasar [mi]: Prácticas de visitar
los enfermos y ayudar a bien morir, 39 edic.; 1687-1897.
Cardaveraz, Agustín [sj]: Ondo iltcen icasteco eta ondo iltcen la-
guntzeco ejercicioac…; 6 edic. — Cristavaren bicitza edo bicitza be-
rria eguiteco videa […],3 edic.; 1765-1899.
Erbada, Ignacio [sb]:Tratado provechosísimo sobre el Arte de bien
morir […] en Puerta franca del cielo y consuelo de penitentes pusilá-
nimes…, 6 edic.; 1768-1783.
Hivern y Foguet, José [pbro]: Modo expedit y pratich de ajudar a
be morir…, 7 edic.; 1756-?
José Antonio de San Alberto [ocd]: Voces del Pastor en el retiro,
despertador y ejercicios espirituales para vivir y morir bien […], 14
edic. en castellano, 1 en francés, 1 en italiano.
Lazcano, Francisco Javier [sj]: Indice práctico moral para los sa-
cerdotes que auxilian moribundos, 5 edic.; 1750-1952.
Nieto, Juan [ofm]: Visitatio infirmorum, que es el Tratado III de
Manojito de flores…, 27 edic.; ¿1696?-1776.
Salcedo y Azcona, Luis de: Muerte prevenida o cristiana prepara-
ción para una buena muerte…, 4 edic.; 1736-1785.
Tellado, Buenaventura [ofm]: Visita de enfermos y Modo de ayu-
dar a bien morir, en Nuevo manojito…,19 edic.; 1725-1860.
Torres de Villarroel, Diego de: Cátedra de morir […], 3 edic.; ¿¿-
1727.
– s. XIX
Coll, Francisco [op]: La hermosa rosa. Libre tercer que compren
los medis pera prepararse à una bona mort y asistir als agonisants, 3
edic.; 1852-1859.
Echeverría, José [ofm]: Ongui vicitceco, ta ongui iltceco laguntza,
5 edic.; 1824-1860.
Anonimo: Guía de sacerdotes, 9 edic.; 1856-1901.
Guiu, Francisco [¿pbro?]: Manual per dirigir los malalts en sas
malaltias, y en lo tremendo pas de la mort […], 3 edic.; 1820-1845.
Vallcendrera y Pons, Antón [pbro], Preparación para la muerte, 5
edic. — Tratado dedicado a bien morir, 1 edic. — Un ministre del Se-
ñor auxiliant a un moribundo, 1 edic.; 1834-1888.
“Ars bene moriendi”. La muerte amiga 357
– s. XVI
Gerson, Juan: Opus tripartitum... et de arte bene moriendi, 4 ed.
en latín, 8 en castellano (de las cuales 2 en Méjico); 1525-1556.
Pinto, Héctor: Imagen de la vida cristiana, 12 ed.; 1571-1967.
– s. XVII
Carlos Borromeo, San: Testamento y última voluntad del alma, he-
cho en salud para asegurarse el cristiano… 10 ed. castellanas y 2 ca-
talanas; 1668-1856 (hay constancia de muchas más en Méjico desde
1656 y también en España, pero es difícil encontrar ejemplares).
Roberto Belarmino, San [sj]: Arte de bien morir. 4 ed.; 1624-1899.
Scupoli, Lorenzo [cr]: Combate espiritual… (se dedican a la pre-
paración de la muerte los cap. 61-66), 11 ed.; 1672-1712; — Combate
espiritual… (con una segunda parte en la que el tratado IV trata del
Modo de consolar y ayudar a los enfermos a bien morir), 51 ed. (13
traducidas por el citado Fr. Bruno y 38 por Damián González Cueto);
1678-1948.
Señeri, [Segneri], Pablo [sj]: El cristiano instruido en su Ley (un
discurso extenso sobre la necesidad de prepararse para la muerte), 13
ed.; 1694-1897. — El cura instruido. (amplias exposiciones sobre dis-
tintos aspectos de la pastoral con los enfermos, moribundos y difun-
tos), 10 ed. ;1695-1783.
– s. XVIII
Buenventura, San [ofm] con varios títulos, por ejemplo, Buena
muerte, fervorosas súplicas… a María… para alcanzar… buena muer-
te…; Piísima devoción a María Santísima… para conseguir una bue-
na muerte… etc. 1790-1887 En latín muchísimas ed. Piissima erga
Dei Genetricem devotio ad impetrandam gratiam pro articulo
mortis…; 1692-1922.
Caracciolo, Louis Antoine, Marqués de: Pintura de la muerte…,
13 ed.; 1783-1883.
Crasset, Juan [sj]: La dulce y santa muerte…, 5 ed. en catalán
(1714-1750) y 10 en castellano (1738-1899).
Croisset, Juan [sj]: Retiro espiritual para un día cada mes…, y
para disponerse con una santa vida para una buena muerte, 24 ed.;
1708-1963.
358 Ante la muerte
Bibliografía
Arana, Francisco, 220, 225, 227, 237, catedral, 96, 117, 118, 127, 133,
239 136, 140; provincia, 119, 129; con-
Araquil, 55, 63 vento de los dominicos, 139; bi-
Arazuri, 68 blioteca universitaria, 318
Ardevol de Tárrega, linaje, 126, 131, Bartomeu de Girona, maestro, 95, 96
132, 135 Basilea, 285
Arga, 66 Bassa, Ferrer, 110
Arguedas, 54 Batres, señor de, v. Pérez de Guzmán,
Arista, dinastía, 67 Baturell, Berenguer, arcediano, 126
Aristóteles, 185, 223, 312 Beauvais, Vicente de, 35, 40
Arturo, rey, 258, 263, 264, 267, 274, Belarmino, Roberto, 236
279, 285, 287 Beltrán, María, 60
Ascanio, 287 Belloc de Santa Coloma, convento, 119
Asunción in Damaso, 240 Bellpuig de les Avellanes, v. Santa Ma-
Atala, 44 ría de Bellpuig de les Avellanes
Atenas, duques, 99 Berceo, Gonzalo de, 160, 202
Átropos, 188 Berga, Jaume, 115
Aubry, padre, 44 Berroya, Jimena de, 68
Augsburgo, 274 Bertini, Giovanni, 132
Augusto, 280, 281, 286, 287, 288; Foro Bertini, Pacio, 132
de, 288 Bertran de Castellet, 120, 122, 141, 142
Austria, 257, 260; Alta Austria, 276 Bertrán de Montrodón, obispo, 118,
Austria, Casa, dinastía, 260, 263; du- 134
que de, 269 Bianca María Sforza, hija del d. de Mi-
Aversó, Bernat d’, 207 lán, 280, 286
Avignon, 13, 295 Biondo, Flavio, 181, 281
Ávila, 127 Blanca de Anjou, esposa de Jaime II,
Avilés, Gaspar de, 239 96, 99, 122, 127, 145
Avinganya, v. Mare de Déu dels Àngels Blanquerna, 200
d’Avinganya Bocaccio, 158
Ayala, canciller, v. Pero López Boecio, 41, 185
Aznar, doña Oria, 62 Bohemia, 35; reino, 259, 260, 261
Aznárez, Eximino, 63 Boil, linaje, 126
Aznáriz, Toda, 60 Bonhul (Bonneuil), Pere, 100
Borbón-Lorenzana, 220
Babenberg, Casa ducal, 260, 276 Borgoña, 260, 289; duques, 273, 284,
Baena, Juan Alfonso, 160; v. Cancione- 286, 289
ro de Baena Borgoña, Casa, 260, 263, 269, 271,
Bages, 119; v. San Benet de; v. Roca- 279, 291
fort de Bosch de Centellas y Cardona, Balta-
Balduino IV, r. de Jerusalén, 33 sar, 224, 225, 227, 228, 229, 232,
Banu Qasi, linaje, 66 239, 240, 243, 250, 253
Barberà, fra Guillem de, obispo de Lé- Bouttats, Gaspar, 244
rida, 139 Brabante, 289, 291
Barcelona, 6, 20, 29, 81, 85, 87, 90, Braga, concilio, 65
120, 127, 134, 201, 206, 240, 318; Brant, Sebastian, 268, 288
Barchinona, 86; condes, 95, 199; Brescia, v. San Albertano de
Índice onomástico 367
Vic, 119, 120; museo episcopal, 136; Vischer el Viejo, Peter, 265, 274
obispo, 139; catedral, 207; Archivo Vizconde de Ager, v. Alvar de Cabrera
Capitular, 301
Vidal, Bernat, 88 Wels, 276
Viena, 264; universidad, 267, 281 Westfalia, 271, 272
Viguer, Juan, 238 Westminster, catedral, 39, 289
Viguera, 67 Wiener Neustadt, Capilla Real de, 258,
Vilafranca del Penedés, convento fran- 270, 276, 290
ciscano, 120, 122, 136, 141, 142 Wimpfeling, Jacobo, 268
Vilamarí, Bernat de, obispo, 118 Witz, Konrad, 285, 286
Vilamarí, Guillem de, obispo, 118 Wolschaten, Baltasar de, 224, 240, 244
Vilamur, Ponç de, 126 Wyclif, Juan 295, 298
Vilanova, Joan, 207
Villa-Diego, Francisco de, 244 Yebra, Melchor de, 234, 238
Villaespesa, canciller, 127 Yrala, Math de, 244
Villani, Juan, 33
Villarreal, Fernando de, 237 Zaqueo, 316
Villasandino, Alfonso Álvarez de, 167, Zaragoza, 100, 126, 240, 299
169, 170, 172
Violant de Bar, esposa de Juan I, 207;
dona Yoland, 208
PUBLICACIONES DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA EN ESTA EDITORIAL
COLECCIÓN HISTÓRICA
Nueva Serie
1. CARMEN CASTILLO: Vestigia Antiqvitatis. Escritos de epigrafía y literatura romanas.
2. ANTONIO FONTÁN: Letras y poder en Roma (en prensa).
3. JUAN FRANCISCO RODRÍGUEZ NEILA Y FRANCISCO JAVIER NAVARRO SANTANA
(Eds.): Los pueblos prerromanos del Norte de Hispania. Una transición cultural como
debate histórico.
4. ÁLVARO SÁNCHEZ-OSTIZ GUTIÉRREZ: Tabvla Siarensis: Edición, traducción y co-
mentario.
5. JUAN FRANCISCO RODRÍGUEZ NEILA Y FRANCISCO JAVIER NAVARRO SANTANA
(Eds.): Elites y promoción social en la Hispania romana.
6. CARMEN CASTILLO, FRANICSCO JAVIER NAVARRO Y RAMÓN MARTÍNEZ (Eds.): De
Augusto a Trajano: un siglo en la historia de Hispania.