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Jozsef Herman, uno de los latinistas más eruditos de fines del siglo
XX, exponía sus dudas en el congreso internacional de lingüística y
filología romances, en Aix-en-Provence, en 1985. “Es necesario
recordar las discusiones interminables en que han caído eminentes
lingüistas en relación al tema de la denominación con la cual conviene
revestir el conjunto de rasgos lingüísticos que anuncian y marcan la
reorientación de la lengua latina hacia las futuras estructuras
romances […], si, para algunos autores, sobre todo en los manuales, se
nos dice que el latín, unitario en sentido amplio, comienza a presentar
diferencias territoriales hacia el siglo IV o el siglo V para separarse en
lenguas distintas hacia el siglo VII, esto reposa mas en un compromiso
de sentido común que sobre hechos de orden verdaderamente
lingüístico.”
1
Introduction à l’étude comparative des langues indo-européennes, Hachette, 1937.
2
PUF, 1932.
3
Cf. Hagège, L’homme de paroles, Fayard, 1985.
La explicación que se nos da es que la ortografía de una palabra
nos informa sobre su origen. Eso sería cierto si los primeros
redactores en lengua francesa no hubiesen tenido la infeliz idea de
latinizar deliberadamente la ortografía.
I L F I N I T
N O U S F I N I S S O N S
I L S F I N I S S E N T
COUR (corte real): Tenemos aquí, por el contrario, una palabra que
debería escribirse COURT aunque no se pronuncie la T final (en francés
antiguo encontramos la ortografía COURT). De hecho, COUR viene del
italiano antiguo CORTE (cf. español CORTE, rumano CURTE). La T final se
encuentra por cierto en las palabras COURTISAN (cortesano, miembro de
la corte), CORTÈGE (cortejo, la corte en desplazamiento), COURTOIS
(cortés), ACCORTE (amable, complaciente). Pero si la T final ha
desaparecido es porque se quiso aproximarla de la palabra latina CURIA
(la curia romana). Es cierto que la T final ya no se pronuncia y que, por
una vez, por casualidad, la ortografía esta en concordancia con la
pronunciación.
¿Qué constatamos?
Pues no. Mirando más de cerca, notamos que los argelinos hablan
árabe y no argelino, los austriacos hablan alemán y no austriaco, y los
suizos no hablan suizo. Los romanos no sentían vergüenza de decir que
hablan latín: sabían simplemente que ellos hablaban “romano”, no latín.