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Los extraordinarios y sorprendentes

descubrimientos que se derivan


Les recuerdo mis tres descubrimientos fundamentales:

1. Las lenguas romances no provienen del latín.

2. El latín dejó de ser una lengua hablada desde el siglo primero


antes de Cristo. En esta época los romanos ya hablaban italiano.

3. Toda la etimología oficial de la lengua francesa es falsa.

Y todo esto tiene consecuencias en cadena en numerosos terrenos: la


investigación lingüística, la etimología, la historia, la enseñanza…

Dos bases de la investigación lingüística por reformular

Primero que nada, habrá que cuestionar los dos axiomas


fundamentales de la escuela francesa de lingüística que resumo de
la siguiente forma: en primer lugar, “fuera de los escritos, no hay
nada que buscar”; en segundo lugar, “la gramática comparada debe
tener primacía sobre el estudio comparado de los vocabularios”.

La mayoría de los lingüistas no ha entendido que los escritos no


reflejan necesariamente la lengua hablada, que puede haber una
distorsión enorme entre lengua escrita y lengua hablada, que una lengua
puede estar muerta desde hace siglos y seguir siendo escrita. Frente a un
texto antiguo encontrado en un lugar cualquiera, fechado por métodos
científicos o por una investigación histórica, jamás se puede afirmar
perentoriamente que fue escrito en la lengua hablada por el pueblo que
habitaba ese lugar. Todo lo más que podemos decir es que el texto
encontrado ilustra probablemente la lengua escrita que era utilizada en
ese lugar, en esa fecha.

Tampoco podemos fiarnos con certeza de las indicaciones provistas


por los escritores y los historiadores antiguos. Pensemos en la
imprecisión de los términos que describen en ocasiones lenguas muy
diferentes. Les recuerdo que la palabra “alemán” puede designar tanto
al “alemánico” como al “alto alemán”, que la palabra “árabe” puede
designar el árabe dialectal o el árabe clásico, y que la palabra “chino”
puede designar lenguas tan diferentes como el mandarín y el cantonés.

El segundo pilar de la lingüística francesa es la “gramática


comparada”. El descubrimiento, hace más de un siglo, de fuertes
similitudes entre los sistemas morfológicos de las lenguas indoeuropeas,
en otras palabras, en aras de la claridad, semejanzas sobre en las
conjugaciones y las declinaciones, ha conducido a privilegiar la
gramática comparada y a descuidar la comparación de los vocabularios.
Tal decisión representa una amputación del terreno de la investigación
que priva a los especialistas de auténticas fuentes de riqueza. He
demostrado todo el interés que había en comparar los vocabularios para
revelar lazos de parentesco, con la condición de referirse a los
vocabularios de base, evitando con ello todo riesgo de confusión con los
préstamos de otras lenguas. Hay que decretar en voz alta voz el
interés por el estudio del “vocabulario comparado.”
El latín vulgar o bajo latín es una ficción
Es muy sorprendente que, sobre el concepto comodín de «bajo latín»
o «latín vulgar», utilizado para explicar la transición supuesta del latín
clásico a las lenguas romances, nuestros investigadores sean tan
discretos. Hay que confesar que tienen mucha dificultad para precisar
sus ideas y prefieren permanecer en una imprecisión total, ¡y con razón!

Jozsef Herman, uno de los latinistas más eruditos de fines del siglo
XX, exponía sus dudas en el congreso internacional de lingüística y
filología romances, en Aix-en-Provence, en 1985. “Es necesario
recordar las discusiones interminables en que han caído eminentes
lingüistas en relación al tema de la denominación con la cual conviene
revestir el conjunto de rasgos lingüísticos que anuncian y marcan la
reorientación de la lengua latina hacia las futuras estructuras
romances […], si, para algunos autores, sobre todo en los manuales, se
nos dice que el latín, unitario en sentido amplio, comienza a presentar
diferencias territoriales hacia el siglo IV o el siglo V para separarse en
lenguas distintas hacia el siglo VII, esto reposa mas en un compromiso
de sentido común que sobre hechos de orden verdaderamente
lingüístico.”

Esta declaración es una confesión de impotencia. El gran especialista


que es Jozsef Herman hace referencia a los manuales, y no a los
estudios científicos, es decir, a la tradición escolar y universitaria que
reproduce, desde hace siglos, la idea de que las lenguas romances
provienen del latín. Esta tradición ha adquirido fuerza de ley. Sin
embargo, él precisa que eso no reposa sobre “hechos de orden
verdaderamente lingüístico”, pero “más en un compromiso de sentido
común”. Esta afirmación desorientadora revela que la decisión llevada a
cabo por los lingüistas es de callar la realidad lingüística (los hechos de
orden lingüístico) para ajustarse al dogma. Para ello, preconizan, no que
se fían de la ciencia, sino del “sentido común”, de “la fe” digamos, de
una fe absoluta. La incoherencia de la tesis oficial es tan fuerte que deja
lugar a todas las, por así llamarlas, pruebas, cada una peor
fundamentada que la otra, y de allí la necesidad de un “compromiso”
para poner término a un debate sin fin.

A falta de poder encontrar en no importa qué “manual” una


definición precisa de “bajo latín”, voy a intentar resumir para ustedes lo
que es el bajo latín para los creadores de este concepto: el bajo latín (o
latín vulgar) vendría a ser la lengua hablada por el pueblo romano. Esta
lengua seria derivada del latín. Sería diferente del latín al punto de ser
un estadio intermedio entre el latín clásico y las lenguas romances.

En realidad, el concepto de bajo latín es una ficción pura y


simple, inventada para ocultar la incomprensión total acerca del origen
de las lenguas romances. Confirma la idea de que el pueblo podría
deformar la lengua, la hermosa lengua, la lengua escrita, la lengua de la
aristocracia.

Aquí se enfrentan dos opiniones divergentes. Por un lado, Antoine


Meillet y numerosos hombres de letras de todas las épocas que se
apoyan sobre una pretendida cesura entre el latín clásico y el bajo latín
para afirmar que lengua escrita y lengua hablada puede ser muy
diferentes. Por otro lado, lingüistas y escritores que hacen de lo oral el
principio esencial de la lengua, y de lo escrito un accesorio que se
adapta a lo oral, y no al revés. El análisis científico da la razón a los
segundos.

Antoine Meillet, con el tono profesoral al que es tan afecto, afirma:


«En cierta medida, solamente se conservó el vocabulario de la
aristocracia, y no nos queda casi nada de las palabras populares»1. Ya
había adelantado, en su prefacio del diccionario etimologico de Bloch y
Wartburg, esta idea de que el pueblo no es confiable: “el uso popular
juega con las palabras.” 2 ¡El pueblo! ¡Siempre el pueblo! Es a causa
del pueblo que las lenguas romances no se parezcan al latín porque el
pueblo juega con las palabras y no utiliza las palabras de la aristocracia.
Meillet y consortes se mofan bastante de la lógica científica,
contentándose con darnos la perorata para que sigamos creyendo en el
dogma.

El pensamiento de Antonio Meillet se encuentra en las antípodas de


la otra corriente de pensamiento. Ferdinand de Saussure exponía en su
Cours de linguistique en 1915: “La lengua tiene una tradición oral
independiente de la escritura fijada por otro lado, pero el prestigio de
la forma escrita nos impide verla.” El lingüista Claude Hagège retoma
esta afirmación: “La invención de la escritura […] no cuestionó el
imperio de lo oral” 3. Jean-Jacques Rousseau, el gran filosofo francés
del siglo XVIII, escribía ya en su Essai sur les origines des langues:
“Las lenguas están hechas para ser habladas, la escritura sólo sirve de
complemento a la palabra.”

La incomprensión de Antoine Meillet de la relación entre lengua


escrita y lengua hablada viene de su empecinamiento en ver en el latín
la lengua madre de las lenguas romances. Las lenguas romances no
vienen del latín, y el “bajo latín” fue inventado por aquellos que quieren
crear un eslabón artificial.

Ahora hay que dejar de hablar de “transformación del latín”. El latín


no tuvo, por supuesto, el tiempo de transformarse porque está muerto
desde hace más de 20 siglos. De la misma manera, no se puede hablar
de desaparición de tal parte del vocabulario latino o de tal parte de la
gramática latina. Nada desapareció. El latín permaneció intacto. El
latín no fue transformado ni por el pueblo ni por el paso del tiempo.

La ortografía francesa se encuentra artificialmente latinizada


La ortografía del francés es una verdadera curiosidad. En lugar de
apegarse lo más posible a los sonidos y producir una ortografía más
depurada como la de todas las lenguas romances, los eruditos franceses
se enfrascaron en un sistema de una rara complejidad.

 Para representar el sonido [o], podremos escribir: O, AU, EAU


 Para el sonido [ø]: E, EU, OEU
 Para el sonido [ã]: AN, AM, EM, EN
 Para el sonido [ɛ]: IN, IM, AIN, EIN, UN

1
Introduction à l’étude comparative des langues indo-européennes, Hachette, 1937.
2
PUF, 1932.
3
Cf. Hagège, L’homme de paroles, Fayard, 1985.
La explicación que se nos da es que la ortografía de una palabra
nos informa sobre su origen. Eso sería cierto si los primeros
redactores en lengua francesa no hubiesen tenido la infeliz idea de
latinizar deliberadamente la ortografía.

Tomemos como primer ejemplo la conjugación de los verbos del


primer grupo. Remítase a la tabla comparativa que di en el capítulo
sobre la gramática. ¿Qué observa? En la primera persona del plural del
presente del indicativo aparece una “S” que no se oye. Escribimos NOUS
AIMONS cuando en realidad pronunciamos NOUS AIMON. La “S” que fue
añadida no tiene otra justificación que establecer un paralelo ficticio con
el latín. En la tercera persona del plural aparece una T final que no se
pronuncia: escribimos ILS AIMENT y deberíamos escribir ILS AIMEN,
poniendo en evidencia una terminación en “EN” más cercana de las
terminaciones romances: italiano AMANO, español AMAN. Esta T final es
decididamente una latinización artificial.

En los verbos del segundo grupo encontramos además un “T” final


en la tercera persona del singular. Se escribe IL FINIT pero se escucha IL
FINI. En ninguna de las lenguas romances aparece esta letra en la tercera
persona del singular (cf. los cuadros del capítulo sobre la gramática).

El cuadro siguiente recapitula, para la conjugación del verbo FINIR


en el presente del indicativo, los añadidos ortográficos realizados a
causa de la latinización excesiva:

I L F I N I T
N O U S F I N I S S O N S
I L S F I N I S S E N T

Le propongo ahora que nos deshagamos de la latinización artificial


escondida en la ortografía del francés.

COMPTER (contar): Se pronuncia CONTER. Sin embargo, la N se ha


convertido en M, y se ha intercalado una P. ¿Cuál es el milagro?
Simplemente porque los primeros redactores en francés, orgullosamente
hinchados de latín, estaban convencidos de que la palabra venia del
término latino COMPUTARE, cuando en realidad viene del italiano
CONTARE.
En todas las lenguas romances se dice de la misma manera: español
CONTAR, rumano CONTA. Los “tradicionalistas” nos dirán que estas
palabras romances son todas una contracción del latín COMPUTARE y los
mas deshonestos dirán que encontramos inclusive la huella en la
ortografía francesa.
En realidad, la palabra latina COM-PUTARE quiere decir “examinar
juntos”, mientras que la palabra del italiano antiguo CONTAR es una de
los numerosas derivaciones del radical indoeuropeo CT que dio también
CITER (citar), CONTER (contar), CHANTER (cantar), É-COUTER (escuchar),
RA-CONTER (contar una historia).

COUR (corte real): Tenemos aquí, por el contrario, una palabra que
debería escribirse COURT aunque no se pronuncie la T final (en francés
antiguo encontramos la ortografía COURT). De hecho, COUR viene del
italiano antiguo CORTE (cf. español CORTE, rumano CURTE). La T final se
encuentra por cierto en las palabras COURTISAN (cortesano, miembro de
la corte), CORTÈGE (cortejo, la corte en desplazamiento), COURTOIS
(cortés), ACCORTE (amable, complaciente). Pero si la T final ha
desaparecido es porque se quiso aproximarla de la palabra latina CURIA
(la curia romana). Es cierto que la T final ya no se pronuncia y que, por
una vez, por casualidad, la ortografía esta en concordancia con la
pronunciación.

DOIGT (dedo): Se pronuncia DOI y escribimos DOIGT. ¿Por qué?


La palabra DOIGT nos viene del italiano antiguo. Tratemos de reconstruir
la palabra italiana original a partir de palabras análogas de las diferentes
lenguas romances: italiano DITO, español DEDO, occitano DET. La palabra
italiana antigua era entonces DIT o DET. De allí viene la T final que
encontramos en la palabra DOIGTÉ. Pero, ¡diantre!, ¿de dónde viene la
letra G si no es que se la copió del latín DIGITUS? ¡Habríamos podido
escribir, como mucho, DOIT para ser fieles a la fonética y a la historia de
la palabra!
ET (y): Se pronuncia E y se escribe ET para acercarse al latín ET.
La comparación con las otras lenguas romances nos confirma que la T
es un añadido, sin ninguna otra razón de ser que la de latinizar la
palabra (italiano E / ED, español Y/E, rumano SI).
EXCUSE (excusa): Podemos pronunciar esta palabra de dos
maneras, pronunciando la X como [CS] o bien como [S]. La primera forma
es rara; la segunda se encuentra más extendida. Se hablará entonces de
corrupción del lenguaje. Mi convicción es que el prefijo EX es
propiamente latino y fue escogido por ese motivo. A la inversa, la S
inicial es propiamente italiana. En casi todas las lenguas romances
prevalece la S: italiano SCUZI, rumano SCUZA. Deberíamos escribir
ESCUSE y no EXCUSE.

SIX (seis): Se pronuncia SIS y se escribe como el latín SEX. La


palabra italiana antigua puede reconstruirse a partir de las lenguas
romances: francés SIX, italiano SEI, español SEIS, rumano SASE.
Encontramos la palabra SEIS o SIS, y constatamos que la X final que
aparece en la ortografía de la palabra francesa es un añadido de carácter
latino.

POIDS (peso): Reconstruyamos la palabra italiana antigua:


italiano PESO, español PESO, occitano: PES; la palabra italiana antigua
debería ser PESO, lo que nos permitiría explicar la S final que
encontramos por cierto en el verbo PESER. Pero, ¿cómo explicar la
presencia de la D si no es porque fue introducida por analogía con la
palabra latina PONDUS que se supone debe haber engendrado la palabra
POIDS.

SEPT (siete): Se pronuncia SET y se escribe SEPT (latín SEPTEM).


Ahora bien, esta palabra es SETTE en italiano y SIETE en español. Es
cierto, la P añadida hace pensar en algunas formas indoeuropeas (cf.
griego HEPTA); la misma doble T italiana viene con frecuencia de las
letras PT o BT. Pero en esta ocasión, la presencia de la P se debe a la
voluntad de los antiguos transcriptores de latinizar la ortografía.
He aquí algunos ejemplos que vuelven a poner las cosas en su sitio.
Sí, la ortografía de la palabra DOIGT recuerda al latín DIGITUS; sí, la
ortografía de la palabra SIX recuerda al latín SEX… pero la
pronunciación nunca está en concordancia con la ortografía. DOIGT se
pronuncia DOI, SIX se pronuncia SIS. A la inversa, la pronunciación está
siempre en concordancia con las palabras correspondientes en las otras
lenguas romances.

Decir que la lengua francesa lleva en su ortografía las huellas del


origen latino de su vocabulario es una falsedad: la ortografía
contiene las huellas de una latinización abusiva y deliberada.

El francés es una lengua muy poco germánica y muy poco celta


La idea según la cual la lengua francesa comprende numerosas
palabras de origen germánico y celta reposa sobre el desconocimiento
del origen italiano de las lenguas romances. Los etimologistas
franceses, al descubrir que numerosas palabras no poseían
ostensiblemente origen latino a pesar de todos sus esfuerzos,
establecieron la hipótesis de que habían sido “necesariamente”
aportadas por los invasores germánicos, principalmente los francos, o
que pertenecían a los viejos fundamentos del vocabulario galo. Pero, en
la mayoría de los casos, una filiación directa a partir del italiano explica
mucho mejor el origen de las palabras que un supuesto origen franco o
galo.

En su libro L’aventure des langues en Occident, Henriette Walter da


una lista de las palabras francesas que podrían considerarse de origen
germánico bajo el titulo “Palabras germánicas a granel”.

Pasemos por la criba algunas de estas palabras colocando en paralelo


la traducción en italiano y el supuesto origen germánico tal como se
indica en los principales diccionarios:

Francés Italiano Etimología oficial


BOUÉE BOA Alto alemán BAUKN
BRÈCHE BRECCIA Alto alemán BRECHA
ESPION SPIONE Alto alemán °SPEHA
FOURRAGE FORRAGIO Franco (reconstruido) °FODAR
GUERRE GUERRA Germánico °WERRA
JARDIN GIARDINO Franco (reconstruido) °GART
LUCARNE LUCERNARIO Franco (reconstruido) °LUKINNA
MARCHER MARCIARE Franco (reconstruido) °MARKON

¿Qué constatamos?

—Que las palabras italianas son, en general, muy cercanas a las


palabras francesas. De ello deduzco que sería más lógico, más simple y
mas conforme a las leyes de la naturaleza, que las palabras francesas
provengan del italiano antiguo, y que el italiano haya adoptado palabras
francesas, aportadas éstas por los francos. ¿Por qué vías podrían los
italianos haber adoptado las mismas palabras germánicas y sobre todo
haberlas transformado de la misma manera?
—Cuando las palabras francesas se parecen a palabras germánicas
eso se explica por el hecho de que todas esas palabras tienen el mismo
origen indoeuropeo y que, por lo tanto, no hay nada sorprendente en que
se parezcan a sus primas «germanas».

El vocabulario francés cuenta con muy poco vocabulario


germánico y celta. Es fundamental y casi exclusivamente italiano.

En otras palabras, la lengua del invasor romano, el italiano antiguo,


mermó prácticamente el sustrato galo, y, más tarde, los francos
adoptaron el francés sin dejar su propia impronta en el vocabulario de la
lengua. Cuando los francos se instalaron en Francia en el siglo V,
tomaron el poder pero no impusieron su lengua ni tuvieron influencia en
la lengua francesa porque eran minoría numéricamente hablando, y
también porque ya existía una lengua vehicular en todo el conjunto del
territorio desde hacía cinco siglos.

Fue debido a que consideraban a priori que el francés era una


mezcla de diferentes aportes que nuestros primeros etimologistas
pensaron haber descubierto trazas de las hablas germánica y celta.

Históricamente, existe otro ejemplo en el que la lengua no fue


afectada por los invasores: el franco-normando. Cuando los normandos
se instalan en Normandía en el año 900, llegan con una lengua
germánica en un país de lengua francesa. Muy poco tiempo después,
cuando los normandos invaden Inglaterra (luego de la batalla de
Hastings de 1066) —menos de dos siglos después de haberse instalado
en Normandía— es el habla franco-normanda la que llevan a ese país, el
cual es prácticamente francés. Únicamente la toponimia ha guardado
algunas trazas del pasado propiamente normando (Le Havre, Honfleur,
Barfleur). Los normandos adoptaron la lengua francesa en su totalidad.
No se produjo ninguna mezcla
.
La historia nos da ejemplo, no de mezclas de vocabularios, sino
de integración de un vocabulario nuevo y complementario. El inglés
cuenta con un vocabulario de origen francés de considerable
importancia, transmitido por los normandos, lo mismo que el italiano
antiguo contenía numerosas palabras latinas, y lo mismo que el latín
incorporó numerosas palabras griegas. En cada caso se trata de aportes
ligados a una cultura dominante. El pueblo dominado adopta un
vocabulario más elaborado, que proviene de una civilización más
desarrollada. Los griegos eran más “desarrollados” que los latinos, que
eran a su vez mas desarrollados que los italianos. Los franco-
normandos, dotados de una cultura impregnada de más de mil años de
civilización greco-romana, llevan con ellos un vocabulario original que
no tiene equivalente en el inglés de la época.

Quizá algunos se entristecerán al constatar que el francés no posee


sino ínfimas trazas de las lenguas de sus ancestros galos y germánicos.
Pero hay que rendirse frente a la evidencia: el francés viene casi
exclusivamente del italiano antiguo.

Nuestros primos lejanos: los latinos


No solamente la lengua latina no es la lengua madre de las lenguas
romances, sino más aún: es solamente una parienta lejana. Cuando
tenemos en cuenta la extraordinaria continuidad de las lenguas a través
de los siglos, como lo subrayé en el caso del griego, el árabe, el francés,
el italiano y el latín mismo, todo nos deja pensar que se habrían
necesitado muchos siglos para que el indoeuropeo engendrase dos
lenguas tan diferentes como el latín y el italiano antiguo.

Cuando veo lo poco que ha variado el griego micénico hasta el


griego moderno, a pesar de los treinta y cinco siglos de distancia, yo
estaría inclinado a pensar que el indoeuropeo, la lengua madre del latín
y del italiano antiguo, debió necesitar al menos 20 000 años para
divergir en dos lenguas tan diferentes, para producir sintaxis,
vocabulario y gramáticas tan distintas.

De ello que resulta que el origen de los indoeuropeos debe


retrasarse en la misma cantidad de tiempo, y no apoyo la tesis de
una explosión de la familia indoeuropea unos 6 500 años antes de
Cristo como se admite generalmente. Hay que hacer retroceder la
explosión de las familias indoeuropeas hacia el 20 000 antes de
nuestra era.

Admitir que el latín no es la lengua madre de las lenguas romances


tiene repercusiones considerables sobre nuestro análisis de los
indoeuropeos. Decididamente, el descubrimiento del origen de las
lenguas romances tiene innumerables consecuencias en cadena.

Los franceses y la lengua italiana


Nuestra mirada sobre la lengua italiana cambia completamente luego
de esta demostración. Siempre hemos tenido una cierta simpatía por
esta lengua cantarina, melodiosa, soleada y feliz. Pero descubrimos que
el lazo de parentesco entre el francés y el italiano es más fuerte de lo
que imaginábamos. El italiano y el francés sí son miembros de una
misma familia, pero el italiano es la lengua madre del francés. El
italiano nos dice precisamente cuál es el pasado de nuestra lengua. Nos
habla igualmente de nuestro pasado. Recuerde usted que, en el estudio
del vocabulario, hemos develado numerosas diferencias fundamentales
entre el latín y las lenguas romances que nos revelan una organización
social propia de los italianos, una vida cultural y espiritual distinta de la
de los latinos.

En particular, resalté que el calendario italiano no tenía nada en


común con el calendario latino, que los italianos colocaban a sus
muertos en “tumbas” mientras que los latinos lo hacían en “sepulturas”,
que los latinos tenían cónsules, senadores y pretores, mientras que los
italianos tenían reyes, condes y vasallos; que los latinos llevaban togas y
palios, mientras que los italianos llevaban pantalones, camisas y
mantos.

Debemos mirar al italiano con nuevos ojos, y, por supuesto, es una


lengua que debemos estudiar menos superficialmente de lo que lo
hacemos hoy en día.

¿«Italiano antiguo» o romano?


He bautizado la lengua hablada por los romanos «italiano antiguo»,
por analogía con el griego. En griego se distingue entre el griego
moderno, hablado hoy, y el griego antiguo, hablado en la Antigüedad.
Al hablar de “italiano antiguo”, ilustro la continuidad con el italiano
contemporáneo.

Con seguridad, los romanos llamaban a su propia lengua hablada


como el «romano».

En Rumania la lengua hablada es el ROMÂN. Curioso, ¿no? No olvide


que Rumania se desprendió del Imperio romano en el año 270. Los
habitantes de ese país no utilizan la palabra “latín” para hablar de su
lengua, sino la palabra “romano”. Que se designen a sí mismos como
“romanos” es algo de lo más normal, pero que al hablar de su lengua no
hagan la menor referencia al latín eso sí que es sorprendente.

En Suiza, una de las lenguas romances que se utilizan se llama


«romanche». Como en Rumania, podríamos admitir que un pueblo haya
guardado las huellas de su origen romano, pero ¿por qué su lengua se
llama “romanche” y no “latina”?

Para concluir, el concilio de Tours en 813 hace referencia explícita a


la «lengua romana rustica», que pide que se utilice de preferencia al
latín por ser una lengua comprendida por todos. Ya he señalado el
hecho de que se haya utilizado un singular, y quiero enfatizar aquí una
vez más el hecho de que no se trata de “lengua latina rustica” sino de
“lengua romana rustica”.

Considero que este término de «lengua romana » nos lleva


nuevamente, de manera explícita, a una lengua hablada «por todos», en
toda la extensión del antiguo Imperio romano.

Añada a eso que si las lenguas no se transforman sino muy


lentamente, esta lengua romana no apareció de manera milagrosa en el
año 813. Necesariamente se hablaba desde hacía muchos siglos. La
lengua romana se transformara con los siglos en las diferentes lenguas
romances. La apelación “lenguas latinas” para designar las lenguas
romances es reciente, producto de lingüistas contemporáneos.

La palabra ROMÂN para designar la lengua hablado por los rumanos,


la palabra ROMANCHE para designar la lengua hablado por un pueblo
montañés en Suiza, la expresión “lengua romana rustica” para designar
las lenguas habladas por el pueblo en 813 no son puras coincidencias.
Son las huellas de la denominación de la lengua hablada por los
romanos: el romano.

Se me objetará que los alemanes hablan alemán, que los ingleses


hablan inglés, que los polacos hablan polaco… prueba de que cada
pueblo tiene el mismo nombre para designar su raza y su lengua.

Pues no. Mirando más de cerca, notamos que los argelinos hablan
árabe y no argelino, los austriacos hablan alemán y no austriaco, y los
suizos no hablan suizo. Los romanos no sentían vergüenza de decir que
hablan latín: sabían simplemente que ellos hablaban “romano”, no latín.

De esta reflexión sacamos dos conclusiones:


—en primer lugar, es erróneo hablar de lenguas latinas, como a
veces se oye, en lugar de hablar de lenguas romances;
—en segundo lugar, que tenemos dos posibilidades para designar la
lengua hablada por los romanos: «italiano antiguo» y romano.

La primera da cuenta de la filiación con el italiano contemporáneo,


la segunda es ciertamente la denominación original pero el uso actual de
la palabra «romano» se presta a confusión. Se necesitará tiempo para
que el “italiano antiguo” y el “romano” sean considerados algún día
como sinónimos.

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