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RENE IBAÑEZ VARONA

(INDIVUDUO DE NUMERO DEL INSTITUTO CUBANO DE GENEALOGIA Y


HERALDICA)

HISTORIA DE LOS

6
HOSPITALES Y ASILOS DE
PUERTO PRINCIPE O
CAMAGUEY
(PERIODO COLONIAL)

PROLOGO POR EL DR. CARLOS SALA HUMARA


MINISTRO DE SALUBRIDAD Y ASISTENCIA SOCIAL
CU A D E R N O S D E H I S TO RI A S A N I TA RI A

R E N E I B AÑ E Z V A R O N A
(INDIVIDUO DE N UMERO DEL INSTIT UTO CUBANO DE GENEALO GIA Y HERALDICA)

HISTORIA DE LOS HOSPITALES Y


ASILOS DE PUERTO PRINCIPE O
CAMAGÜEY
(PERIODO COLONIAL)

PROLOGO POR EL DR. CARLOS SALAS HUMARA M IN IS T R O DE S A L UBR ID A D Y AS IS TE NC IA S O C IA L

la h a b a n a
19 5 4
P R O L O G O

Hemos observado con natural complacencia la muy favorable acogida nacional y


extranjera dispensada a estos Cuadernos de Historia Sanitaria. Institutos científicos de
numerosas naciones, médicos higienistas e historiadores de Cuba y de otros países' nos
expresan en numerosas cartas y tarjetas que frecuentemente recibimos, los conceptos más
lisonjeros para la obra de divulgación histórica iniciada por este Departamento y sus
felicitaciones por el trabajo ya hecho tienen significación de alientos para proseguir la obra tan
felizmente empezada.

Creyendo, pues, realizar una empresa patriótica y fecunda, de valor científico y cultural
acreditado por el voto unánime de cuantas personas e instituciones nos han escrito, nos
proponemos perseverar en el camino emprendido, iniciando el estudio de las instituciones
sanitarias y hospitalarias correspondientes a las viejas localidades del interior de la República.

Las instituciones locales de Cuba y su historia no por ser las más olvidadas son las
menos dignas de atención ni las menos ricas en sabias y provechosas enseñanzas. Desde el
punto de vista de la asistencia social, especialmente la historia de las viejas ciudades cubanas
está enriquecida con multitud de páginas extraordinariamente interesantes para los cubanos
de las nuevas generaciones. A ellas tendrá que acudir el sanitario y el sociólogo que aspire a un
conocimiento integral de las instituciones benéficas cubanas, con sus más remotos y diversos
antecedentes históricos.

Como un ejemplo de lo que puede encontrarse estudiando el pasado de nuestras


poblaciones más antiguas, valga el presente opúsculo, donde su autor, el señor René Ibáñez
Varona, refiere el origen y las vicisitudes de los asilos y hospitales existentes en la antigua
ciudad de Puerto Príncipe, durante la época colonial.

A lo largo de las páginas que siguen se verán desfilar figuras muy ilustres y conocidas
del legendario Camagüey. Don Gaspar Alonso Betancourt, Patriarca benefactor del Hospital
de San Juan

—5—
de Dios; el bondadoso Hermano Olallo, de edificante consagración al servicio de los enfermos;
Doña Eusebia Ciriaca de Varona, digna representante de la mujer cubana perteneciente a la
clase patricia del siglo XVIII; el famoso Padre Valencia, incansable fundador de grandes y
diversas obras sociales; el Capitán Don Lorenzo de Miranda, iniciador de la Casa de
Beneficencia, y otras muchas figuras que repiten los apellidos más distinguidos en las viejas
tradiciones camagüeyanas.

Examinando la antigüedad y la persistencia de algunas de las instituciones de asistencia


social que se describen en el presente trabajo, se constata una vez más la tradicional filantropía
del pueblo de Cuba, virtud que no se manifestó en un punto del país con exclusión de los
demás, sino que fué practicada en toda la medida de lo humanamente posible en cada lugar
donde la necesidad lo requirió. Y con la filantropía quedan igualmente acreditadas en este
Cuaderno el espíritu de progreso y la voluntad creadora que animaron siempre a los cubanos
de las pasadas generaciones, tanío en las localidades del interior como en la capital de la Isla.

Con este trabajo el señor Ibáñez Varona enriquece su ejecutoria como escritor público.
Especialmente se presenta aquí como un paciente y acucioso investigador, buscando en las
colecciones de los antiguos periódicos locales de Puerto Príncipe, en las viejas y dispersas actas
capitulares y en las obras más exclusivas y casi inasequibles de la bibliografía camagüeyana,
los fehacientes materiales empleados para componer las reseñas que ahora ofrecemos al público
lector con el presente número 6 de las importantes series de Cuadernos de Historia Sanitaria.

Dr. Carlos Salas Humara MINISTRO DE SALUBRIDAD Y ASISTENCIA SOCIAL

—6—
Dos Palabras
Este estudio investigativo lo he segregado del Volumen IV de
mi obra inédita —y no concluida— ‘Historia de Santa María de
Puerto Príncipe o Camagüey”. Le he antepuesto unos
“Orígenes” a los efectos de poder ilustrar y documentar mejor a
los lectores. También lo he dividido en dos períodos: colonial y
contemporáneo. En este Cuaderno se contiene el primer período.
Si las fuerzas mentales y físicas no me flaquean o debilitan,
ofreceré más adelante los siguientes estudios: Hospitales de
Sangre en las Revolucioqgs de Yara y de Baire, y un Diccionario
Biográfico de Médicos, Cirujanos Latinos, y Romancistas
Principeños durante los Siglos XVIII y XIX.
Todas estas tareas serán lentas, muy lentas, pero sobre todo,
serán veraces y precisas, para que puedan servir de utilidad a las
generaciones futuras.

EL AUTOR
ORIGENES

La villa de Santa María de Puerto Príncipe, fué fundada en el


año 1514. Desde ese entonces careció de servicio hospitalario, a pesar
de lo insano que resultaba el lugar de asiento ( 1 ) , carente de agua
potable y minado de plagas de jejenes y de mosquitos. Hechos que
motivaron que a los dos años, más o menos, los poquísimos vecinos
que tenía se fuesen trasladando a un lugar más sano, más habitable y
más hacia Occidente, pero siempre en la propia Costa Norte, de la
provincia india del Ca- magüey.

Se radicaron junto a un caserío aborigen, perteneciente al


Cacicazgo de Caonao. De ese lugar dirigidos por su primer Tte. de
Gobernador don Diego de Ovando, se empezaron a trasladar
nuevamente en el año 1526, hacia tierra adentro, quedando en el año
1530 instalados definitivamente, en su actual asiento.

Al principio, tuvieron que afrontar los primeros pobladores un


cúmulo de dificultades, que fueron superadas gracias a sus mutuas
cooperaciones y a la ayuda vital de su máximo terrateniente don
Vasco Porcallo de Figueroa. En el año 1534 fué visitada la villa por el
Gobernador de la isla don Manuel de Rojas, el que a los pocos días
después, en su informe usual o reglamentario al Emperador Carlos V,
le decía: la cual hallé más re-

(1) Estaba situada en el lugar actualmente denominado Pueblo viejo, entre la ensenada
de Mayanabo y la bahía de San Fernando de Nuevitas.

—9—
parada cuanto a la posibilidad de los que en ella viven, aunque
en número no eran más de diez y nueve o veinte vecinos”.
Como se ve, no era presumible que la villa pudiera tener un
hospital con tan poquísimos vecinos o habitantes.

En el año 1538, o sea cuatro años después, el Rvdo. y


Excmo. Fray Diego de Sarmiento, en su recorrido misional por
la villa, -como la más alta jerarquía eclesiástica—, le informaba
al Emperador Carlos V ‘ que no tenía hospital”. Lo que nos
hace inferir que nunca se había hecho hasta ese entonces, y
también deducimos que ese informe muy bien podía ser una
“leve acusación”, de que no se cumplía la Bula de Alejandro VI
(Papa Borgia), que data del año 1 5 0 1 , ‘‘por la cual se autoriza
a tomar tres décimos-octavos de los diezmos para la
fabricación de un hospital ”. Aunque esta Bula era de
cumplimiento inmediato y obligatorio en los dominios
españoles e indios de aquende y allende los mares, me parece
que quedaba su cumplimiento sujeto a la máxima voluntad del
Cabildo, según las necesidades de la comunidad.

En el año 1569 al visitar la villa el Rvdo. y Excmo. Señor


Don Juan del Castillo, en su recorrido misional, le informaba al
Rey Felipe II ( 2 ) , “que tenía veinte y cinco blancos y cuarenta
indios”. No habla el ilustre Obispo de hospital.

A fines del Siglo XVI —y durante el incipiente reinado de


Felipe III— ya otras villas cubanas contaban cada una con su
hospital, a pesar de ser menos prósperas y casi menos
pobladas, con la única excepción de San Cristóbal de La
Habana ( 3 ) .

No he encontrado documento alguno que acredite o


justifique que se había autorizado la creación de un
(2) En otros impresos aparece que era al Gobernador de la isla don Pedro Menéndez de
Aviles. Usamos al rey Felipe II; por más antiguo el documento de que nos valemos.
(3) Debido a que era centro de escala, y a veces, de partida de las flotas de indias, tenia
una riqueza agrícola más desarrollada y mejores comercios, que hicieron posible su
rápido aumento de población.

— 10—
hospital, de los múltiples que hemos visto, o de que tenemos
noticias ciertas correspondientes al Siglo XVI.

En el Siglo XVII —y durante el reinado de Felipe III— al


sufrir la villa la invasión de los negros cimarrones en el año
1616, tuvieron los vecinos que combatir a los agresores, que
pasaron a cuchillo a cuantos hallaron a su paso y en su huida.
Quedaron muchos principeños heridos, que fueron a recibir la
asistencia médica hasta su curación en el hospital de San
Salvador de Bayamo, que distaba unas cuarenta leguas, más o
menos de Puerto Príncipe ( 4 ) .

En el año 1620 el Rvdo. Fray Henríquez de Al-


mendares ( 5 ) , en su recorrido misional por la villa, le
informaba al Rey Felipe III ‘que tenía mil quinientos
habitantes”. Sin embargo, a pesar de tener esa notoria y
estimativa densidad de población aún no tenía hospital, ni
siquiera una Casa de Pasajeros ( 6 ) .

Los principeños no tuvieron suerte en aquel entonces


para tener un hospital o una Casa de Pasajeros, esta última:
refugio bienhechor para los caminantes. Pero en cambio, la
providencia divina protegía a los principeños que no eran
enfermizos, ni la villa era propensa a plaga o peste. Sólo
padecían de “Mal de Niguas” ( 7 ) , que era muy corriente en
aquel entonces.

Una mañana fueron sorprendidos por los piratas que


acaudillaba el siniestro Henry Morgan en el año 1668. Los
piratas cometieron un sinnúmero de crímenes nefandos,
profanaron las imágenes de la iglesia parroquial Mayor, y por
último, incendiaron la población en ven-

(4) En esta acción perdió la vida el valeroso Alcalde ordinario y Capitán don Francisco
Varona y Saravia.
(5) En algunos escritos de la época aparece como de apellido Almendariz.
(6) Iniciativa del Capitán don Francisco Carreño, como único medio de acabar con los
abusos y desmanes que se hacían de las mercedes en los Cabildos. Pero sus
ordenanzas y reglamentación datan del malandrín y Licenciado don Pedro de Torres.
(7) Producido por un insecto afaníptero americano, algo parecido a la pulga, pero mucho
más pequeño.

— 11 —
ganza a los muertos que habían tenidos en la contienda, y
también porque sus apetencias no habían sido satisfechas a
plenitud ( 8 ) . Luego se fueron hacia el embarcadero de la
Guanaja en donde tenían anclada su flota. Se repartieron el
botín obtenido y se echaron a la mar... En esta lucha desigual
en armas (9) quedaron muchos principeños mal heridos, que
fallecieron sin asistencia médica, debido a la carencia de
curanderos y barberos en la villa y a la falta de un hospital. No
tenemos antecedentes de ninguna clase que el Cabildo
Capitular acordase hacer un hospital en esa época, a pesar de
todas las calamidades y vicisitudes por las que habían pasado,
y que aún se aprestaban a pasar...

Al finalizar el Siglo XVII continuaba aún la villa sin


hospital y sin Casa de Pasajeros.

En el Siglo XVIII —y durante el reinado de Felipe V— es


que se hace el primer hospital en la villa de Santa María de
Puerto Príncipe,

Vayamos, pues, a conocer debidamente uno a uno los


hospitales y asilos o casas de asistencia social de la antigua
comunidad principeña o camagüeyana.

(8) Se les había dado una gruesa suma de dinero, cueros y reses saladas.
(9) Los^piratas usaban arcabuces, espadas y puñales, mientras que los princi
peños: cuchillos, machetines, hachas, y sus autoridades: espadas.

— 12—
H O S P I T A L E S
S A N JUAN DE DIOS

Hasta ahora ha venido constituyendo una leyenda el origen


y fundación del primer hospital principeño. La verdad —a mi
juicio— es que el hospital de San Juan de Dios fuá proyectado
por el Alarife don Martín Martínez, en un año ignorado. Se
construyó en fecha aún desconocida, y que se inauguró en fecha
aún indeterminada, pero eso sí dentro del primer tercio del Siglo
XVIII, porque de esto último sí tenemos pruebas tangibles.

Empezó a prestar servicios este hospital con dos salas para


uso de personas blancas, dos salas para uso de los militares y dos
salas para uso de morenos. Se utilizaban estas salas de la
siguiente manera: una sala para clínica y otra sala para asilo de
ancianos, inválidos y menesterosos ( 1 ) .

Pero como era el único hospital que tenía la villa de Santa


María de Puerto Príncipe, allí empezaron a acudir enfermos de
los barrios de Pitagüao, de Cascajal, de la Merced, de San
Francisco, y de los parajes: de San Ramón, de Santa Ana, de San
José, del Cristo y de la Caridad, y hasta de sus contornos más
inmediatos.

El hospital en sí no era muy grande —como vemos— en sus


comienzos, toda vez que para alojamiento de enfermos tenía tres
salas: la primera para blancos, la

(1) Base esencial por la cual se regia el sistema hospitalario español, que era: . mitad clínica y
mitad asilo.

— 15 —
segunda para militares y la tercera para esclavos y libres. Cada
sala tenía capacidad para doce camas nada más. Hacíase
necesario ampliarlo en lo relacionado a clínica, o alojamiento de
enfermos, para evitar así el hacinamiento.

El joven santiaguero y Capitán don Gaspar Alonso


Betancourt y Cisneros ( 2 ) , que se había radicado en la villa entre
los años 1 7 1 0 a 1 7 1 4 fué quien acometió la obra de dotar al
hospital de San Juan de Dios de dos enfermerías anexas a dicho
hospicio, y de la iglesia de que carecía en el año 1728. Hasta
ahora ha prevalecido el criterio —mal fundado— de atribuirle a
don Gaspar Alonso Betancourt y Cisneros la fundación del Hos-
pital de San Juan de Dios. Pero no es cierto. Una entidad — aún
no conocida ni identificada— que por ejemplo ha podido ser el
Cabildo Capitular, con recursos propios, y hasta con la
cooperación de la vecindad fué quien construyó el primer
hospital principeño.

En la villa de Santa María de Puerto Príncipe, en el año


1754, en un informativo promovido por el Doctor Francisco
Betancourt, Pbro. Sacristán Mayor y Comisario de Cruzada, que
parece ser descendiente directo del fenecido don Gaspar Alonso
Betancourt y Cisneros, consta que éste manifiesta y reconoce:
“que el Capitán don Gaspar Alonso Betancourt fabricó dos en-
fermerías bajas. No afirma que hiciera el hospital de San Juan de
Dios. Pero quien ha corroborado con más influencia moral a que
dicho error persistiera y se divulgara ha sido el Rvdo. Padre Fray
Alejandro Fleytes, Prior de los frailes Juaninos de La Habana.
Este sacerdote en el año 1763, asegura: “ que según constá de li-
bros y noticias anteriores, el Convento-Hospital de San juan de
Dios fué fundado en el año 1728, por el Capitán don Gaspar
Alonso Betancourt”. Cuando lo cierto es que esta afirmación la
“certificaba” el mencionado sujeto eclesiástico, basada nada
menos que en el propio ins

(2) Hijo de don Diego Alonso Bethencourt y Fernández y de doña María Cis- ñeros y Alvarez
de Castro.

— 16 —
trumento o informativo que había realizado nueve años
antes más o menos el Doctor don Francisco Betancourt.

La verdad —monda y lironda— es que Fray Fley- tes no


tenía en su archivo habanero documentos originales relativos a la
fundación del primer hospital principe- ño. En donde sí los
habían muy precisos era en el Ayuntamiento de Puerto Príncipe,
a resultas de sus Actas Capitulares ( 3 ) .

Don Gaspar Alonso Betancourt y Cisneros no fué el


fundador del hospital de San Juan de Dios, sino un benemérito
benefactor que les construyó dos enfermerías a costa de su
peculio particular(4). Sin embargo, reconocemos —y no
discutimos— que el Capitán don Gaspar Alonso Betancourt y
Cisneros construyó la iglesia de San Juan de Dios. Les amplió los
claustros con otros altos y bajos. Amuralló el traspatio del
convento-hospital. Le donó un esclavo cocinero de los varios que
poseía v un aporte en dinero para adquirir otro esclavo más. Dotó
las dos enfermerías de camas y ropas para los enfermos, y todo el
aguardiente necesario para uso en dicho hospital. Daba de comer
a los enfermos en días señalados (5) y cuando tenía noticias de
algunos enfermos graves, les enviaba el alimento apropiado con
un siervo de su servidumbre. Compró una casa que mandó a
demoler y dos solares más, que unidos todos para cuadrar el
terreno, que destinó para plaza, que la tradición ha denominado:
Plaza de San Juan de Dios. Impuso don Gaspar Alonso Betancourt
quinientos pesos para reparo de las dos enfermerías y
edificaciones.

(3) Unas fueron destruidas y otras echadas en un pozo en el año 1898.


(4) Ha sido un error atribuirle a la Excma. Señora Doña Angela Andrea Hidalgo y
Agramonte, la cooperación en tan humanitario empeño, cuando no es cierto, todo por
haber sido la esposa del bienhechor don Gaspar Alonso Betancourt y Cisneros
Admitimos —y reconocemos— que ella hizo diversas donaciones de dinero a dicho
hospicio posteriormente a la fabricación o construcción de las dos enfermerías.

(5) El día del Santo Patrón, por ejemplo, hacían grandes fiestas que duraban todo el día, las
cuales servían de entretenimiento y de alegría para los enfermos y asilados allí recluidos.

— 17—
Su hija doña Luisa Rufina Betancourt e Hidalgo fundó un
Mayorazgo ante el Escribano público don Juan Manuel Barranco,
sin que ésta en ningún documento le atribuyese a su padre don
Gaspar Alonso Betancourt y Cisneros la fundación y conclusión
del hospital de San Juan de Dios. Item más: otra hija, doña María
de las Mercedes que falleciera en Puerto Príncipe, el día 1 de
enero del año 1777 nunca atribuyó a su progenitor la fundación
de dicho hospicio. No hemos aún podido localizar el testamento
del Capitán don Gaspar Betancourt y Cisneros, que en Puerto
Príncipe otorgó el día 29 de septiembre del año 1764, ya que
posiblemente en dicho instrumento se encuentran narrados,
especificados y aclarados los orígenes del primer hospital
principeño, que actualmente desconocemos.

Al concluir el siglo XVIII el ritmo del hospital era normal.


Sin embargo, en el siglo XIX, al comenzar el año 1820 empezaron
a mermar los ingresos básicos por los cuales se regía el hospital
en su sostenimiento doméstico, ya que no contaba con la
aportación que hacían los feligreses en limosnas, que eran para la
iglesia solamente. ¿Podría quedar sin ayuda económica el primer
hospital? No. El Muy Ilustre Ayuntamiento Capitular
considerando la situación perentoria del Convento-Hospital de
San Juan de Dios, acordó el día 27 de febrero del año 1 8 2 1
contribuir a los fondos del precitado hospital, de acuerdo con la
Ley del día 1 de octubre del año 1820. Algunos regidores — y
otras autoridades y personalidades'— contribuían a enriquecer
los fondos del hospital de San Tuan de Dios.

En el año 1827 fueron construidas dos celdas interiores para


recluir los presos enfermos, ya que no ofrecía seguridad alguna
la pequeña celda en donde se recluían hasta ese entonces, por
carecer la Cárcel Pública de enfermería.

El día 13 de abril del año 1835 llega a la ciudad de Puerto


Príncipe el Hermano Fray Olallo Valdés, de ori-

— 18—
Fray OlaIlo Vaidés
(COPIA DEL NO TABLE ARTISTA FELIX DIAZ DE VERA)
gen bastardo (6) y expósito ( 7 ) , perteneciente a la Orden de los
Hermanos Juaninos, que venía trasladado al Convento-Hospital
de San Juan de Dios, del de igual nombre y misión en La Habana.
Había en esos días una epidemia de Cólera, que había puesto en
una justificada alarma a toda la población.

Habiendo fallecido el día 14 de septiembre de dicho año a


consecuencia de dicha enfermedad su más alta jerarquía política
y militar Excmo. Coronel don Francisco Sedaño y Galán, Tte. de
Gobernador de la provincia.

Al iniciarse la Revolución de Yara, los principeños o


camagüeyanos, secundaron el movimiento en elj Paso de las
Clavellinas, el día 4 de noviembre del año 1868. Desde ese
entonces, se empezó a desalojar a los enfermos civiles, los cuales
fueron llevados a sus casas respectivas, haciéndose una excepción
con los muy graves, que continuaron en el hospicio igualmente
que los ancianos inválidos y menesterosos.

Fray Olallo Valdés protestó y discutió enérgicamente con el


Tte. de Gobernador Brigadier Juan Ampudia de esa actitud ( 8 ) ,
que violaba las ordenanzas y reglamentos por los cuales se regían
dichas instituciones: benéfica y religiosa. Pero ante la realidad no
le quedó más deber que acatar a regañadientes la disposición
autorita-

(6) Hijo de padres anónimos. No tenía familia. Solo era hijo de Dios, hermano de los afligidos
y padre de los pobres.
(7) Su partida de bautismo reza: "Yo, Pbro. Félix del Val Hernández, Capellán de la Casa de
Beneficencia y Maternidad de La Habana, Certifico: Que en el Libro doce de bautismos,
folio cuarenta, y número doscientos noventa y seis, se halla la partida siguiente: Miércoles
quince de marzo
de mil ochocientos veinte, expusieron en esta Real Casa Cuna de! Patriarca San José un
niño al parecer blanco, con un papeLque decía: Nació el doce de febrero último, no está
bautizado y en el" acto. Y o Don Antonio Ramos, Pbro Capellan Administrador por S. M.
de dicha Real Casa, lo bauticé y puse los Santos Oleos, ejerciendo las sacras ceremonias y
preces y le puse por nombre Olayo José. Fué su padrino el Ber. Don Alejandró Pérez del
Castillo a quien adverti el parentesco espiritual que contraía y lo firmo (Fdo.) Antonio
Eusebio.

(8) Cumpliendo una orden del Capitán General de la1 isla, dirigida a todos los Ttes. de
Gobernadores o Gobernadores: "en donde existieran brotes insurrectos”.

—20—
ria y usurpadora del Brigadier Ampudia, siniestro militar español
de triste recordación siempre en el alma cama- güeyana.

Al amanecer del día 12 de mayo del año 1873, una columna


española se detiene en la plaza del Hospital de San Juan de Dios,
para dejar algunos heridos, y a la vez que trae un cadáver
atravesado y amarrado sobre el lomo de una bestia, que por los
documentos que se les han ocupado en una cartuchera, “creen
que es el “cabecilla” Mayor General Ignacio Agramonte y
Loinaz”. Dos soldados desamarran las sogas; y casi dejan caer al
suelo al jinete inerte, al héroe glorioso del Rescate de Sanguily.
Expuesto a la vista de todos los vecinos y curiosos ha quedado en
el suelo, hasta que la bondad cristianísima de Fray Olallo Valdés
facilita una camilla y es llevado por dos esclavos al interior del
hospital para su identificación.

La noticia cundió de boca en boca y en seguida alarmó la


población. El Padre Manuel Martínez Saltage, al enterarse,
inmediatamente se trasladó a dicho hospital y en unión del
Capellán Fray Olallo Valdés, oraron d c . rodillas junto al cadáver
por largos minutos. Pero como el cadáver estaba con el rostro
ensangrentado y algo enlodado de la tierra de Jimaguayú, Fray
Olallo extrajo de un bolsillo su pañuelo y le limpió el rostro al
patriota inmaculado. Fray Olallo estaba aflijido, estaba triste, sus
ojos eran exponentes de su dolor, del dolor del pueblo, del dolor
de Cuba, que había perdido el más grande y más valiente de sus
guerreros en las Revoluciones por la independencia.

Con esta guerra sangrienta, quedó el hospital de San Juan de


Dios muy reducido para el servicio civil, y después de terminarse
la guerra en el año 1878 nuevamente se volvió a recluir a las
personas enfermas de la ciudad, y dejándose las dos enfermerías
para uso de los militares exclusivamente ( 9 ) .

(9) Entiéndase los milicianos, que era compuesta de nativos y peninsulares


radicados en la ciudad.

—21 —
A fines del mes de marzo del año 1888 se inició una epidemia
de viruelas por toda la población, que produjo casi un centenar
de muertes. Tanto este hospital de San Juan de Dios como el
hospital de Nuestra Sra. del Car- men resultaron pequeños para
recluir a los enfermos y a las enfermas variolosas, motivando que
se hiciese un lazareto provisional en el fuerte “General Serrano”,
en la sabana de los Marañones, en la barriada de la Caridad.
Estuvo este lazareto a cargo de una Comisión nombrada por la
Junta de Sanidad Local.

A fines del año 1 8 8 8 el hospital de San Juan de Dios tenía


cerca de ciento veinte personas, entre ingresadas temporales
(enfermas) y recluidas permanentes (inválidos y pobres).

Pero ya Fray Olallo estaba en plena ancianidad, ya les


flaqueaban las energías físicas, pero no la memoria portentosa, y
aún así estaba animoso con sus enfermos, inválidos y
menesterosos siempre. Era de estatura mediana. Tenía la cara
afilada, muy blanca. La nariz aguileña. Los ojos pardos y
ligeramente oscuros, expresivos siempre de su mansedumbre. La
barba cerrada. Tenía una sonrisa bondadosa, suave y dulcificada
siempre para el dolor del prójimo. Cubría su rostro severo y ve-
nerable una cabellera blanquísima. Caminaba pausadamente,
padecía de callos, y ligeramente encorvado. Llevando en una de
sus manos un librito de notas médicas, y en uno de sus bolsillos
amplios un misal y un rosario, este último se lo había obsequiado
gentilmente la Excelentísima Señora Doña Blanca Rosa de Varena
y González del Valle ( 1 0 ) , en uno de sus viajes a Puerto
Príncipe.

Pero a Fray Olallo Valdés el fin se le acercaba, la intrusa, la


desconocida lo seguía en sus pasos por los claustros del convento
y por las salas del hospital hasta el día 7 de marzo del año 1 8 8 9 ,
que dejó de existir a las nueve y media de la mañana en el catre
de su postración

(10) Estaba casada con el Excmo. Señor Francisco Herrera y Montalvo, Sexto
Conde de Gibacoa.

— 22 —
de enfermo, en la celda que ocupaba en el hospital de San Juan
de Dios ( 1 1 ) .

Con su muerte un hálito de tristeza cayó sobre el corazón


de los pobres asilados y un hálito de dolor sobre los enfermos. El
dolor estaba reflejado en todos los rostros de las personas que
conviven en el hospital.

Ya no se verá más la silueta de Fray Olallo projdi- qándoles


consuelos a los enfermos que sufren hondos dolores, producidos
por males incurables. Ya no se verá más a esa sombra humana,
que en la obscuridad de la madrugada pasaba inspección a los
ancianos, para si no dormían por la debilidad de su naturaleza,
socorrerlos con sus famosas panetelitas y su vasito de poción
Jacoud, y a los enfermos les llevaba a sus horas las medicinas
indicadas y prescritas por el médico del hospicio.

Fray Olallo Valdés es por su vida ascética y mística, y por


su obra humanitaria y cristiana dentro y fuera del hospital, un
religioso ejemplar. Su memoria está en el alma camagüeyana y su
efigie en el Santuario de la Patria; en donde el pueblo de Cuba lo
venera, toda vez que fué durante más de medio siglo uno de los
santos vivientes, tangibles, de la hagiografía camagüeyana. Du-
rante la guerra del año 1895 se utilizó el hospital oara uso de los
militares, dada la gran afluencia de heridos. Antes de finalizar el
Siglo XIX fué clausurado ( 1 2 ) .

En los comienzos del Siglo actual, pasaron sus bienes, que


en gran parte consistían en numerosas imposiciones y mandas
pías, a refundirse con los de otros extinguidos hospitales, en una
nueva obra de beneficencia pública.

(11) Fué sepultado el día 10 de marzo de 1889, con grandes exéquias. Las casas estaban
enlutadas a lo largo del trayecto por donde pasaba el cortejo fúnebre. La concurrencia
muy numerosa llevaba la cabeza doblada sobre el pecho, en señal de pena y de dolor.
(12) El edificio se ha modernizado. Está instalado el ‘‘Hospital Infantil San Juan de Dios”, que
posee anexo el Dispensario Julieta Arango y Montejo.

—23—
NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

Al inaugurarse el hospital de San Juan de Dios no se les


daba ingreso a las mujeres, parece que el Reglamento no se lo
permitía. Eso conmovió profundamente los sentimientos
humanitarios de la bondadosa y caritativa Señora Doña Eusebia
Ciriaca Varona y de la Torre ( 1 ) , que goza del prestigio de ser
protectora de los pobres. Había que ver a esta excelsa matrona, a
la salida de una iglesia como prodigaba limosnas a los
menesterosos y menesterosas, que solían acudir a las entradas y
salidas de la misma. Ella, como buena humanitaria —herencia
clásica de sus antepasados— ideó hacer una obra perdurable, y lo
que urge es resolver el problema de la mujer enferma y de la
mujer menesterosa. Calorizó, pues, ella en el ánimo de su esposo
el hacer un hospital para mujeres, el cual tuviese más enfermas
ingresadas que menesterosas en albergue.

Unos meses después su esposo el Capitán de milicias don


Jacinto Manuel Hidalgo y Agramonte solicita del Cabildo
Capitular, que le sea cedido un lote de terreno en el cual sería
construido un hospital de mujeres. El Cabildo accedió a dicha
petición, y mercedóselo en las afueras de la población (2) para
realizar tan benéfica obra. El proyecto del edificio no sabemos
aún quien lo hizo, ni quién dirigió la obra. Sólo sabemos que
todos

(1) Hija del Capitán don Esteban Varona y Pinto y de doña María Ana de la Torre y Agüero.
(2) Actualmente está ubicado dentro de la población.

— 25 —
los gastos ocasionados fueron pagados por la Excma. Señora
Doña Eusebia Ciriaca Varona y de la Torre, de su peculio
particular ( 3 ) . La obra se realizó rápidamente, pues en el año
1730 ya estaba abierto el hospital para uso público.

En sus comienzos tenía una dotación de diez y seis camas,


pero en el año 1740 se le hizo una sala de madera, para recluir a
mujeres que padecían de enfermedades contagiosas, que estaba al
fondo del edificio principal, que era de piedras. En el año 1 7 4 1
esta sala tenía seis
o siete mujeres recluidas, que padecen de una enfermedad
llamada: La Culebra (4) y falleciendo víctima de la misma el
Doctor Pedro Daniel Flecsin, que era médico del hospicio (5) y
también del hospital de San Juan de Dios, y por aquellos días
desventurados, el único médico que tenía la villa principeña.
Urgía, pues, un médico, lo pedían las enfermas agonizantes y lo
pedían los enfermos de la población, motivando que la petición
llegase hasta el Cabildo, que reunido acordó pedir al Capitán
General don Dionisio Martínez de la Vega: “el envío urgente de
un médico para la villa, que en esos momentos carece del mismo
y mueren sus vecinos sin asistencia médica’’. Pero mientras la
comunicación llegaba a La Habana (6) y el Capitán General
consideró la petición y ordenó el enviar el médico y cirujano, ya
las infelices mujeres enfermas habían muerto en el hospital
Nuestra Señora del Carmen, al que la tradición llamó de mujeres,
a secas.

Aunque estaba enclavado en un lugar muy húmedo


— y casi inhóspito— para sus labores médicas y sanitarias. En el
año 1759 fué trasladado provisionalmente al barrio del Cristo,
para hacerles reformas amplias y cos-

(3) Sus riquezas eran tan cuantiosas, que muy bien podía rivalizar en grandeza con las
familias más ricas de la isla, que radicaban en La Habana.
(4) Era una denominación vulgar o genérica que había en la villa. No le
hemos encontrado su denominación actual. Sólo sabemos que era infecciosa.
(5) .Allí mismo contrajo la1 enfermedad, a resultas de las enfermas que atendía.
(6) Había un correo de jinetes a caballo, que llevaba la correspondiencia que salía de Puerto
Príncipe a San Fernando de Nuevitas, y desde ese lugar en goleta a La Habana.

— 26—
tosas al edificio. A los pocos meses ya estaba rehabilitado (7) y
reanudando sus labores. Durante la venida de las lluvias en los
meses de mayo y junio, se les presentaban muchas dificultades a
los familiares de las enfermas para llegar al hospital ( 8 ) , ya que
tenían que pasar unos lagunatos que se formaban con las aguas
estancadas ( 9 ) . En el año 1768 se rellenaron los lagunatos, y
desde ese entonces, se hizo fácil y posible para el caminante o
transeúnte, el poder llegar cómodamente hasta el mismo.

En el año 1782 ya estaba en mal estado el edificio del


hospital. Había que hacerles grandes reformas nuevamente. Pero
no se las hicieron. Ya hacía años que había muerto su
benefactora: doña Eusebia Ciriaca Varona y de la Torre. Sus
nombres y apellidos ya estaban borrosos en una placa de
mármol, que había sido fijada en el frontispicio ( 1 0 ) . Ya nadie
se acordaba de ella,
— ¡ingratitud del pueblo para su benefactora!— y sólo le daba
vida tangible, vida aún en la materia plástica, un pequeño retrato
al óleo que presidía el Salón de Actos con otro del Soberano
Carlos III.

Era doña Eusebia una mujer más bien alta que mediana.
Tenía los ojos negros. Los labios finos, la nariz aquilina, la
frente, despejada y luminosa; la cabellera semiondulada, de color
castaño, pero ya descolorida por las canas. La tez trigueña. En
general, poseía una radiante belleza.

Cuenta la tradición que hablaba suave, pausada, que


fascinaba al escucharla. Era toda bondad, toda sentimiento, toda
inteligencia, como mujer dotada de un alma superior. Ninguna
otra mujer principeña o camagueyana la superaba en virtudes
hogareñas, en virtudes cristianas

(7) Habían demolido la sala de infecciosas, que era de madera.


(8) En los días de visitas públicas.
(9) Se hacían pútidras, y eran criaderos de mosquitos.
(10) En la reforma que se hizo en el año 1759 fué quitada por estar la lápida rota. Se colocó
interiormente muy cerca de la dirección y administración.

— 27—
y en virtudes humanitarias. Eusebia Ciriaca Varona y de la Torre
es la más alta figura representativa de la mujer humanitaria en
la Sociedad principeña del Siglo XVIII.

Pero dejemos la estampa que hemos hecho de tan excelsa y


venerable benefactora para entrar en un nuevo ciclo, en una
nueva transformación de su obra benéfica. En el año 1 8 1 6 el
Muy Ilustre Ayuntamiento trataba de reformar y de crear una
Junta de Señoras, para que inspeccionasen el hospital Nuestra
Señora del Carmen. Ya habían llegado a oídos de los Padres del
pueblo ( 1 1 ) un sinnúmero de quejas de las mujeres
hospitalizadas “que no eran debidamente atendidas”. La
dirección del hospital se había excedido en el número de las
mujeres ingresadas, y por consecuencia, los medios de dotación
por persona eran más reducidos. Esa anormalidad parece que
obedecía a que el criterio de su director era ingresar a cuantas
mujeres lo solicitasen, sin tener que acreditar su condición de
“pobre de solemnidad” ( 1 2 ) .

El hospital tenía una sala para mujeres embarazadas bajo la


rectoría del mejor partero de la población. Había mejorado
mucho con el progreso de la medicina. Pero con el decursar de
los años, se fué notando la necesidad de ampliar o reformar el
hospital, y hasta de hacer otro nuevo, que fuese mayor y que
reuniese mejores condiciones, para los fines que se desean, bien
sean científicos o sanitarios. Después de grandes reuniones y de-
liberaciones entre los miembros del hospital y los señores
regidores comisionados por el Cabildo para esos fines, y de oírse
diversos pareceres de otras autoridades, la Junta de Patronos
acuerda su demolición, para suplirlo por otro hospital más
amplio, y por supuesto con mayor dotación, ya que disponían de
mayores recursos económicos.

El día 11 de noviembre del año 1823, a las cuatro de la


tarde, se colocó la primera piedra en el espacio que había sido
destinado para Asilo de menesterosos, en cuyo

(11) En el año 1800 así se le empezó a llamar a los señores regidores.


(12) Se exigía para obtener albergue, pero no para ingresar como enferma.

—28-
lugar hace 219 años había empezado doña Eusebia Ci-
riaca Varona un Convento para los Reverendos Padres
Carmelitas ( 1 3 ) .

Esta obra o nuevo hospital Nuestra Señora del Carmen,


aunque tuvo diversos colaboradores, debemos atribuírsela al
magnífico empeño del Rvdo. Padre Franciscano José de la Cruz
Espí, a quien notoriamente la tradición llama por su patronímico
( 1 4 ) . Este Padre Valencia fué quien alentado por el Muy Ilustre
Ayuntamiento le imprimió un impulso vital a dicha obra. De un
tejar aledaño al hospital de San Lázaro, salían todos los ladrillos
a millares, en carretas tiradas por bueyes y dirigidos por
esclavos. De un lugar del río Hatibonico, obtenían la arena
indispensable. La cal la compraban con un gran descuento.
Usáronse en la construcción algunos esclavos cedidos por varias
familias notables y pudientes, y también fueron empleados los
que eran propiedad del Muy Ilustre Ayuntamiento ( 1 5 ) . La
clase social adinerada hizo su aportación en onzas de oro, la cla-
se media en pesos fuertes y pesetas columnarias, la clase pobre
dió su medio real en las colectas públicas. Se obtuvo algún
dinero de la demolición y se hizo una permuta con el señor don
Graciano Betancourt, a cambio de las piedras ( 1 6 ) , y p o r
ú l t i m o , el M.I. Ayuntamiento hizo su aportación condigna a su
jerarquía, a su economía y a su época.

El día 2 de diciembre del año 1 8 2 5 ya estaba concluido el


hospital, que fué dotado en seguida de todo lo necesario, y en el
propio año comenzó a prestar servicios científicos y
humanitarios.

(13) Estos no aceptaron, y posteriormente se les ofreció a los Padres jesuítas, quienes también
lo declinaron.
(14) Era natural de Valencia, España.
(15) Eran casi siempre decomisados a los contrabandistas o traficantes negreros, por violar el
impuesto de la Ley de Asiento, y a veces, se embargaban por deudas públicas.
(16) Véase: Casa Cuna y Casa de Recogidas de Mujeres.

—29—
El hospital llegó a tener imposiciones fijas a su favor de
unos 106, 501 pesos fuertes ( 1 7 ) , que rendían 5,325 pesos
anuales, y otros arbitrios. No sabemos cuál era su capital
definitivo a fines del Siglo XIX. En el año 1900 fue extinguido
dentro de la comunidad principeña o camagüeyana.

(17) Era de ocho reales cada peso.

—30 —
SAN LAZARO

El Cabildo Capitular considerando el espectáculo


desagradable —y nada ejemplar— que ofrecían los leprosos,
sucios y mal olientes por las calles de la población, acordó
recogerlos y alojarlos en un lugar provisional, hasta que se les
hiciere un Leprosorium. Recogidos (1) los lazarinos fueron
llevados a una hacienda en Hato- Viejo, al Sur de la población, y
alojados en un "barracón”, que había estado destinado para
alojamiento de esclavos en venta pública.

El problema social del leproso estaba vigente en la


comunidad principeña. Los enfermos de Hato-Viejo son muy
pocos, y sin higiene alguna. En el año 1730 la población tiene el
hospital de San Juan de Dios y el recién inaugurado de Nuestra
Señora del Carmen. El primero resuelve el problema de los
hombres enfermos y menesterosos, y el segundo el de las mujeres
enfermas y menesterosas, y sobre todo el de las parturientas. Sin
hospital sólo quedaban los lazarinos, que de hacérselo tenía que
ser para ellos exclusivamente (2). En el año 1731 se hizo una
leprosería en una casa de madera y paja en la sabana del Tínima,
en la ubicación de la hacienda Hato- Arriba. Pero sin viso de
hospital, toda vez que carecía de Ordenanzas y de Reglamento.
Era un ‘Refugio de Leprosos” simplemente. Allí fueron
trasladados los le-

(1) Entre los años 1706 a 1715.


(2) Sabían que la enfermedad era contagiosa o infecciosa, pero básicamente incurable, toda vez
que no había un tratamiento específico para su curación.

—31 —
prosos de raza blanca que habían en Hato-Viejo, y tinándose el
que se abandonaba para uso de los leprosos de raza africana,
bien fuesen esclavos o libres. En esos dos lugares permanecieron
los enfermos hasta que el Cabildo consideró nuevamente su
situación, y estimó que el lugar más asequible para el propósito
que lo animaba humanitariamente, era hacer una leprosería en la
propia sabana del Tínima, al Oeste de la población. Pero el
Cabildo influenciado seguramente por sacerdotes v oer-
sonalidades revocó la idea, estimando que lo que más urgía era
hacer una ermita en donde los enfermos pudiesen asistir a los
Santos Oficios Religiosos.

En el año 1734 el Cabildo solicitó un permiso al Excmo. e


Ilsmo. Señor Don Juan Lazo de Vega y Cansino, para construir
una ermita bajo la advocación de San Lázaro. El cual le fué
concedido por el ilustrísimo señor Obispo, y recibido su oficio en
el Ayuntamiento el día 9 de agosto del año 1735.

Pocos meses después se empezó la construcción de la ermita


de San Lázaro, a la par que se notaba la necesidad de ampliar el
alojamiento de los leprosos, dando motivo a que se volviese a
considerar el hacer una nueva edificación más sólida y más
higiénica, que la de madera y paja que ocupaban. Se modificó el
plan de la fabricación de la ermita al hacérsele la adición de dos
galerías de celdas. Se pidieron nuevas licencias: real y eclesiás-
tica. Y al fin se llevó a feliz término la ermita y lazareto de San
Lázaro en el año 1737. Empezó a funcionar dicha institución de
caridad humana y cristiana con diversas ayudas económicas. El
Cabildo ayudaba o socorría también, pero en aquel entonces
estaba confrontando una situación económica nada próspera, que
no le permitía asignarle una dotación fija o permanente de sus
fondos propios, y la que aportaba de cuando en cuando no
resolvía la situación por la que atravesaba el lazareto de San
Lázaro.

En el año 1746 se agudizó tanto la situación económica del


lazareto, que ya carecía de fondos propios para su sostenimiento,
hecho que motivó que los enfermos

— 32—
amenazasen a las autoridades con irse del reclusorio e
mvadir la población. El Cabildo considerando esta angustiosa
situación en que se hallaban los leprosos en su demanda de
socorro, discutió y acordó salir en cuerpo a pedir limosnas por
las calles de la población. La colecta que se obtuvo fué cuantiosa,
sirviendo para aliviar y conjurar la crisis económica del lazareto
y de proveerse de uncí pequeña reserva monetaria para su
sostenimiento por varios años.

En el año 1776 se les hicieron algunas celdas. A fines del año


1799 ya ofrecían ruina algunas de sus edificaciones. En el año
1800 estaba muy abandonado el lazareto de San Lázaro. Se hacía
imposible nuevamente su sostenimiento. La obra levantada
durante tantos años de esfuerzos y sacrificios, parecía perderse
definitivamente.

El Cabildo hizo un esfuerzo económico adquiriendo


alimentos para donarlos a los lazarinos. En el año 1 8 1 3 llega a
Puerto Príncipe (3) el Rvdo. Fray José de la Cruz Espí, el cual era
destinado como auxiliar al lazareto de San Lázaro. ¡Venía como
una providencia, como un salvador de aquellos desgraciados
lazarinos!... Muy pronto se notó el cambio inusitado que le daba
al lazareto. El padre Espí o Valencia no se amilanó ante la
economía en precario, ante la posible amenaza de hambre para
sus fieles lazarinos. Al contrario, se sintió más lleno de fe, con
más fuerza de espíritu y más dispuesto aún a afrontar cualquier
desventura del destino. El padre Espí se dispuso a actuar
enérgicamente, a laborar sin desmayos en beneficio del lazareto
en ruinas y de la ermita casi sin asientos. El padre Espí corazón
caritativo se entrega a una íntegra tarea: convencer a los
descreídos, hacerlos que ayuden con limosnas al sostenimiento
del lazareto. Su voz es oída o escuchada con unción en ía
comunidad principeña, porque es la voz de un evangeliza- dor y
los fieles cristianos les corresponden con sus limosnas y más
limosnas.

(3' Procedente de la villa de Trinidad, Cuba.

— 33—
Pero un sacerdote de sus energías creadoras no podía
quedar entregado a un solo empeño, sino que siempre tiene que
acometer otro más alto, más cimero. Héme aquí en su gran obra:
reconstrucción total y creación de nuevas celdas en el lazareto de
San Lázaro.

¿Con qué recursos económicos cuenta el ilustre v venerable


sacerdote? Con ninguno de momento. Tudos los recursos estaban
en su imaginación de visionario y en la premonición que le
dictaba su corazón, a través de posibles revelaciones muy
íntimas. Pero, ah “La ayuda
— decía él— vendrá siempre de mis semejantes pero iluminados
por Dios”. Efectivamente. Comenzó el padre Espí la reedificación
del lazareto pidiendo limosnas de casa en casa. Cada vez que
tocaba en una puerta, y verse que él era quien solicitaba una
limosna, ésta se hacía rápidamente una realidad. No le gustaba
coger las monedas, bien fuesen de oro, plata o vellón. Se hacía
acompañar de los ancianos o provectos señores don Ignacio
Loinaz, don José Nicolás Montejo y don Francisco Betancourt
Gutiérrez, que cualquiera de ellos era quien tomaba o recibía la
moneda y la echaba en un sa- quito de yute, que llevaban.

Para algunos era el padre Valencia un alucinado, un loco.


Pero para las personas cultas y sensatas era el paño de lágrimas
de los lazarinos, el redentor de los mismos y el padre espiritual
de los enfermos de la población. Pero la sociedad principeña que
lo conoce muy bien, se apresta a ayudarlo sin reservas mentales,
que es como se ayuda de todo corazón en ese gran esfuerzo
iniciado el día 11 de agosto de 1 8 1 5 con las obras del lazareto.
Día tras día se veía la construcción como iba avanzando, cosa que
hacía que se constatara mejor la obra bienhechora y humanitaria
del padre Espí o Valencia. Pero cuando era mayor su entusiasmo
una orden del Excmo. Sr. Don Juan Ruiz de Apodaca (4) llega al
Ayuntamiento el día 4 de octubre del año 1 8 1 5 , que obliga al
Ayuntamiento a suspender las obras, toda vez que “carecían de
la Resolución Soberana”. Pero como esta comunicación

(4) Era el Gobernador de la Isla.

— 34—
Rvdo. Padre José de la Cruz Espi
(OLEO DEL N OTABLE PINTOR I NGLES MR SANTIAGO SAWKINS. HECHO EN PUERTO PRINCIPE,
EN EL AÑO 1842)
fué notificada en seguida al padre Valencia, hubo que paralizar
las obras hasta el año 1 8 1 6 en que llegó el consentimiento o
autorización de S.M. Fernando VII. Desde ese entonces se
continuaron las obras sin interrupción hasta su terminación
definitiva en el año 1 8 1 9 , bajo la nueva denominación de
Hospital de San Lázaro.

Todos los días a la salida del alba ya se veía al Capellán


Espí haciendo sus rezos ( 5 ) . Luego tomaba como desayuno una
taza de cocimiento de yerba buena. Echaba una inspección a los
enfermos, a los que bendecía. Horas después se entregaba a una
nueva jornada, recorriendo las calles de la población. Veíase
siempre vestido con el hábito franciscano. Más bien alto que
mediano de estatura. Escuálido de cuerpo. Los ojos pequeños
llenos de mansedumbre. La nariz afilada, acentuada como la de
un viejo patriarca griego. Los pómulos salientes. Los labios
pequeños, de sonrisa bondadosa y siempre piadosa. La frente
despejada, algo surcada de arrugas, reveladoras de su lacerante
dolor ante la incomprensión humana. La calvicie era tan
acentuada, que sólo le permitía hacerse una ligerísima coronilla
de cabellos alrededor de la cabeza, que muchas veces cubría con
la capilla. La tez era casi cobriza; no por su color natural, sino
por el ardiente sol que tomaba todos los días en nuestro suelo. Su
rostro era la viva estampa del clásico asceta que vive resignado y
lleno de mansedumbre para sus semejantes. El padre Espí cuando
retornaba al hospital después de una dura y prolongada jornada
por las calles de la población, iba de celda en celda viendo, con-
solando y hablando con los enfermos. El cuidaba de sus enfermos
como de su huerta, muy solícitamente, y con un celo ejemplar.
Además de los árboles frutales (6) había aclimatado una variedad
de plantas exóticas y medicinales ( 7 ) , que les había importado
de la península españo-

(5) Se le notificó el nombramiento de capellán el día 6 de mayo del año 1816, y fué una
verdadera sorpresa, pues él no había aspirado a dicho cargo.
(6) Tenía frutas en las cuatro estaciones del año. Las consumían los enfermos como postres.
Cuando la cosecha era muy fecunda, el padre Espí tejía unos cesticos de yarey, y los
llenaba de frutas para obsequiárselos a las familias que económicamente y humanamente
socorrían al hopital.
(7) Con ellas hacía pócimas, cocimientos y unguentos para uso de los leprosos.

— 36—
la y de tierras africanas, el comerciante don Esteban Ri- verol. Al
anochecer el padre Espí invitaba —fijáos bien que no obligaba—
a los enfermos al Santo Rosario, y a veces, ya entrada la
madrugada se le veía recorriendo las celdas de los enfermos
durmientes y musitando su habitual jaculatoria: DA MIHI
ANIMAS: COETERA TIBI TOLLE. (“Dame almas: lo demás déjalo
para ti”)

Pero su dura imposición de trabajo le fué quebrantando la


salud en grado sumo. Enfermóse en su celda del hospital, y su
naturaleza física fué cediendo paulatinamente al avance o
progreso de la enfermedad, a pesar del tratamiento impuesto y
de la solícita asistencia de su médico don José de la Cruz
Castellanos, y de los cuidados fraternales que les hacía durante
el día y la noche su compañero el joven sacerdote don Félix
Riverol. El día 2 de mayo del año 1838 falleció a las diez menos
diez de la mañana en olor de Santidad.

Descansaba su cabeza sobre un ladrillo que usó como


almohada (8) en la cual se veía la grasa exudada del cuerpo y el
desgaste natural por el uso. El resto del cuerpo estaba sobre una
tabla que usaba de cama ( 9 ) . Al circular la noticia de su muerte
por toda la población se detuvo el ritmo normal de su vida
social, eclesiástica, política, militar, jurídica y económica. Todas
las campanas de las iglesias daban sus dobles fúnebres. Era tan
enorme el gentío que iba hacia San Lázaro para contemplar por
última vez el rostro austero —y besarles los pies desnudos — al
yacente Apóstol de la Caridad.

Al anochecer y verse aún más enorme la afluencia del


público, motivó que el padre Félix Riverol solicitase de las
autoridades el consentimiento para que: "el oúbli- co que se
dirige hacia San Lázaro pudiese ir durante to-

(8) En el año 1840 estaba en poder del Licenciado Agustín Betancourt, que al morir legó al
padre don Ceferino Alvarez. Actualmente se exhibe en el Asilo Padre Valencia.
(9) En el año 1846 estaba en poder del influyente sacerdote don Ceferino Al- varez, que al
morir legó al presbítero don Luis de Quesada.

—37—
da la noche” ( 1 0 ) . Pero con la muerte del padre Espí se
transformó el ritmo económico del hospital, convirtiéndose en
una incertidumbre permanente. A los pocos años de la aparición
del Aura Blanca ( 1 1 ) , el día 23 de junio del año 1860, se fueron
reduciendo los lazarinos, hasta que recluidos muy pocos, se
fueron desinfectando las celdas vacías y suplidas por dementes.
En el año 1868 el director del hospital don Juan Miguel Xiqués y
González hízoles algunas reformas. Al destinarse el Hosp. Militar
para uso civil ( 1 2 ) fueron trasladados unos al mismo y otros
devueltos a su familiares. Al finalizar el Siglo XIX estaba
extinguido este hospital, para convertirse en Asilo Nuestra
Señora del Carmen para ancianos y ancianas, que en el año 1902
tomó por denominación: Asilo Padre Valencia.

(l0) Había la prohibición de que ninguna persona podía andar sola1 o acompañada después de
las once de la noche, so pena de ser multado en seis pesos y si reincidía se le condenaba a
Cárcel. Sólo podían andar a deshora las autoridades exclusivamente.
( 1 1 ) La cual fué rifada en Puerto Príncipe, sacándosela en suerte el Rvdo. Padre mercedario
don José Manuel Don, que la donó después al Hospital de San Lázaro. Pero por causas
que ignoramos pasó al poder del comerciante don José Gómez, que se le vendió al
estudioso naturalista don Francisco Ximeno, que la cedió en el año 1884 al Instituto de
Segunda Enseñanza de Matanzas, para uso y estudio en el Museo de Historia Natural, en
cuyo lugar aún se conserva convenientemente disecada.
( 1 2 ) Durante el gobierno de ocupación norteamericano se le llamó Hospital Civil, al comenzar
la República, Hospital General, Actualmente se llama: Hospital Manuel Ramón Silva y
Zayas.

—38 —
M I L I T A R

Antes de la fundación del hospital de San Juan de Dios los


miembros del antiguo Cuerpo de Milicias que estuvieron
enfermos eran asistidos en sus casas, y posteriormente a la
fundación del precitado hospicio, se continuaba la tradición de
ejercer la asistencia médica de los milicianos en sus domicilios,
con excepción de los muy pobres, que ingresaban en dicho
hospicio de caridad pública.

En el año 1 8 2 2 se empezó a utilizar una de las dos


enfermerías que había construido don Gaspar Alonso Betancourt
y Cisneros, para alojamiento de los militares enfermos, pues
desde el día 25 de diciembre del año anterior se hallaba en la
ciudad el ‘‘Regimiento de León”, que había venido de Costa
Firme (1) bajo el mando del Coronel don Miguel Balbuena,
compuesto de veinte y ocho oficiales y cuatrocientos soldados.

Estos militares no pudiendo resistir las inclemencias del


clima durante el verano, se enfermaban con mucha frecuencia y
hacíase necesaria su hospitalización.

Pero no es hasta el año 1827 en que se formalizó en dicha


enfermería un hospital en pequeña escala, y con cargo a la Real
Hacienda. Este hospital empezó a fun-

(1) Emigrado a Cuba por la Capitulación de Cartagena de Indias.

—39 —
cionar con el personal necesario de momento y b¿i¡o la
denominación de Hospital Militar.

Contaba con un Contador ( 2 ) , un Mayordomo, un Médico,


un Ropero, y la servidumbre necesaria. Carecía de un
Farmacéutico fijo. Utilizándose uno de los poquísimos que tenía
la población, al que se le daba una gratificación mensual.

De esta antigua enfermería fué trasladado el Hospital


Militar a una casa muy amplia, muy ventilada v mejor dotada
para esos fines benéficos, que daba su entrada principal a la Plaza
de San José.

En el año 1860 al establecerse el Cuerpo Administrativo del


Ejército Español, se le dió al Hospital Militar la categoría de
primera clase, y dotándosele del siguiente personal: Un
Comisario de guerra, de segunda clase, un Oficial, primer
pagador, un Sub-inspectoí médico de segunda clase, dos Médicos
mayores, dos Médicos primeros, un Farmacéutico de primera
clase, un Practicante aparatista, dos Practicantes aparatistas de
primera clase, cuatro Practicantes aparatistas de segunda clase, y
por último un Capellán. Asignóseles un presupuesto de veinte y
nueve mil setecientos noventa y cuatro pesos anuales.

Durante la guerra de los Diez Años existieron militares


heridos y enfermos en los hospitales de San Juan de Dios y en
Nuestra Señora del Carmen, además de los que ya tenía recluidos
este hospital militar.

Las autoridades españolas no queriendo tener sus militares


enfermos dispersos en dichos hospicios, dispuso que se
acondicionase el Cuartel de Infantería para uso del Hospital
Militar. Se les hicieron diversas adaptaciones y se proveyó de
todo lo necesario para que dicho hospital no careciese de nada.

(2) Estaba encargado de las subastas con que se proveía dicho hospicio.

— 40—
Este hospital funcionó normalmente. Sin embargo, no
hospitalizaba enfermos de Cólera ( 3 ) , sino de otras
enfermedades infecciosas o contagiosas como el Paludismo,
Sarampión, Escarlatina, Difteria, etc.

A los que padecían de Viruela se les incomunicaba en una


sala aislada al fondo del hospital, en donde eran muy severas las
medidas sanitarias, en evitación de propagación de dicha
enfermedad.

Este hospital militar estuvo vigente hasta el día 2.5 de


noviembre del año 1898 en que se efectuó la evacuación de las
tropas españolas. Ocupándolo después la Sanidad Militar del
Ejército de los Estados Unidos que a los pocos meses, se declaró
un brote de Fiebre Amarilla entre oficiales, clases y alistados,
que los hizo abandonar el edificio y establecer casetas de
campaña en el camino del ferrocarril de Puerto Príncipe a
Nuevitas. Enterado el Gobernador Militar del Ejército de
Ocupación Norteamericano de la isla de lo que ocurría en Puerto
Príncipe mandó a higienizar el edificio del hospital y a
reconstruirlo en el año 1899. Se le dotó de nuevos instrumentos
quirúrgicos, de nuevas camas y de todo lo indispensable para su
funcionamiento como un hospital moderno.

(3) En el año 1868 se instaló en la pequeña nave de la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje
un hospital militar para enfermos del Cólera. Formando con su torre un ángulo en que
fué guarnecido un piquete de tropa, que estaba al frente de un Cabo de guardia, el cual
no permitía la conducción de ningún cadáver al Cementerio circunvecino, sin antes ver,
reconocer y registrar el sarcófago, según instrucciones que había recibido de sus su-
periores.

■—41 —
A S I L O S Y CA S A S D E
A S I S T E N CI A S O CI A L
LA BENEFICENCIA DE MIRANDA

Durante el reinado de Carlos IV fué que el pundonoroso


Capitán de granaderos don Lorenzo de Miranda y Aguilera (1) visitó
la Real Casa de Beneficencia de La Habana en el año 1793, e
inspirado en tan bienhechora obra ideó y proyectó hacer algo similar
en Puerto Príncipe.

Para realizar la precitada obra benéfica y humanitaria, quizo —y


así dispuso— en su última voluntad hecha ante Escribano público el
día 9 de julio del año 1794, que "por muerte de su legítima esposa
Doña María Catalina Betancourt y Agüero ( 2 ) , a quien instituía
heredera usufructuaria de todos sus bienes, se fundara un hospicio
de mujeres pobres, destinando su morada, para que en ella vivieran
en clausura y que sus bienes, se impusieran para la manutención de
dichas mujeres v para un Capellán, que les administrase los
sacramentos”.

Doña María Catalina Betancourt y Agüero mudó el día 10 de


septiembre del año 1795. Don Pablo Betancourt e Hidalgo, su padre y
heredero, reconoció veinte mil doscientos ochenta y nueve pesos; a
que ascendía el capital de don Lorenzo de Miranda y Aguilera, a los
cuales agregó ochocientos catorce pesos y dos reales, que

(1) Unigénito de don Tomás Faustino de Miranda y Varona y de doña Angela Aguilera y Ortega.
(2) Hija de don Pablo Antonio Betancourt e Hidalgo y de doña Josefa Agüero y Bringas.

—45—
él adeudaba por el usufructo de dichos bienes hasta el año 1796, en
que por los interesados se aprobaron los inventarios y cuentas por él
presentadas. De modo que hacía un total de veintiún mil ciento tres
pesos y dos reales los reconocidos para la fundación de la Casa de
Beneficencia.

No sabemos exactamente el día, mes y año en que abrió sus


puertas al servicio de la comunidad. Ni aún si tenía ayuda económica
del Muy Ilustre Ayuntamiento. Sólo sabemos que el Excmo. Señor
Don Salvador Muro y Salazar, Marqués de Someruelos y Gobernador
de la Isla, le concedió a la Casa de Beneficencia las mismas
ordenanzas por las que se regía la Real Casa de Beneficencia de La
Habana.

Esta piadosa institución comenzó a albergar a tres niñas pobres,


ya que sus recursos propios no les permitían hacer mayores
erogaciones monetarias. Pero al año ya tenía asiladas a cuatro niñas a
las que vestía, calzaba y educaba. Tenía una Mayordoma y un
Capellán. Su desenvolvimiento debió de ser muy fructífero, toda vez
que el día 21 de agosto del año 1804, el administrador designado don
Manuel Betancourt, impuso a la Tunta de Administración, de mil
pesos sobrantes de las rentas de ese establecimiento o Casa de
Beneficencia, después de haber cubiertos todos los gastos generales.
En ese entonces ascendía el capital impuesto de la Casa de
Beneficencia, a ventidos mil ciento tres pesos y dos reales.

Pero por razones que ignoramos muy pronto se empezó a


conjurar contra esta noble y generosa institución. La influencia
religiosa en aquel entonces era muy poderosa. A la reiterada petición
del Probo, don José Ceferino Alva- rez, que acudió en escrito
documental del día 2 de septiembre del año 1 8 1 6 ante el Excmo.
Señor Don José de Cien- fuegos, Gobernador de la isla, solicitando
que le conmutara la Casa de Beneficencia del Capitán de granaderos
don Lorenzo de Miranda y Aguilera en Monasterio de las Ursulinas.
A consecuencia de esta petición el Marqués de Someruelos comisionó
al Vicario-auxiliar de la ciudad

—46—
Asilo San Juan de Dios.-Camagúey
principeña don Diego Alonso Betancourt y Agüero, para que en
conocimiento de causa hiciera la conmutación solicitada, si a su juicio
era bien venida. Parece que don Diego Betancourt estaba de acuerdo,
o que a lo menos acataba la voluntad mayoritaria de las personas que
intervinieron en el asunto, toda vez que se hizo la conmutación el día
10 de julio de 1 8 1 8 ( 3 ) , quedando por ende definitivamente
extinguida el día 10 de enero del año 1 8 1 9 la primer Casa de
Beneficencia de Puerto Príncipe.

En el mismo año ya se venía preparando la casa para recibir a


las monjas ( 4 ) , que serían enviadas del Monasterio de igual orden
religiosa de La Habana. Y poco después llegan a Puerto Príncipe la
Reverenda madre prelada Sor Antonia de Santa Rita del Castillo v
tres monjas más que la acompañan, para hacerse cargo de la regencia
o dirección, administración y conservación del nuevo convento de las
Rvdas. Madres Ursulinas. Pero como la casa no reunía las
condiciones fundamentales por las cuales se rige esa orden religiosa,
y también para los fines que se anhela y crea, solicitó Sor Antonia de
Santa Rita del Castillo una licencia para vender dicha casa en el
propio año.

El Excmo. Ilsmo. Señor Don Mariano Rodríguez de Olmedo,


Arzobispo de Cuba, con fecha del día 14 de febrero del año 1826,
autorizó al Vicario de la ciudad para que de acuerdo con el Tte. de
Gobernador don Francisco Sedaño y Galán, comisionado por el
Gobernador de la isla, Excmo. Señor Don Francisco Dionisio Vives,
para que proceda a la venta de la Casa que antes había ocupado la
Beneficencia de Miranda. La casa o finca urbana se valuó en quince
mil ochenta y cuatro pesos y cinco reales. Se remató en subasta
pública, el día 8 de mayo de 1826, en la misma cantidad tasada a
favor de don Francisco Borja de Betancourt, que pagó cinco mil
ochenta y cuatro pesos y cinco reales de contado, y los

(3) En algunos documentos se señala el día 18 de enero del afio 1819, que es un error que se ha
venido repitiendo por otros autores.
(4) Parece que se habían sacado las niñas asiladas antes de tomarse el acuerdo oficial. Ignorarnos
sus motivos.

-48—
diez mil pesos restantes, debía, reconocía y se comprometía a abonar
en anualidades de dos mil pesos, las cuales satisfizo hasta cubrir su
totalidad ( 5 ) . Aunque hemos visto que el legado hecho por libérrima
y soberana voluntad de don Lorenzo de Miranda y Aguilera ha sido
desnaturalizado o violado en su fundamento, nos inclinamos a
presumir, que algunas razones legales hubieron para hacerlo.

Estuvieron las Reverendas Madres Ursulinas poco más de una


centuria ejerciendo la enseñanza en la ciudad. En el año 1932 se
trasladaron las trece monjas y una Superiora hacia el magnífico
Convento que dicha orden religiosa de La Habana, construyó en el
año 1 9 2 7 y posee en las Alturas de Miramar (Marianao).

Haciéndose cargo del edificio que abandonaban el Monseñor


Enrique Pérez Serantes, Obispo de Cama- güey. El cual tras un
estudio previo destinó y entregó dicho edificio a una nueva
Congregación Religiosa las Reverendas Madres Salesianas, que dada
su generosa misión educativa y humanitaria, se ajusta en derecho
más al pensamiento primitivo del legatario olvidado y benefactor
don Lorenzo de Miranda y Aguilera.

(5) Con el dinero que ya tenían, la ayuda de la vecindad, el esfuerzo tesonero del Padre José de la
Cruz Espí y la obligación contraída por don Francisco. Borja de Betancourt, estaban
construyendo el convento, el cual ya estaba concluido el día 13 de febrero del año 1829.

-—4 9 —
LA CASA CUNA Y LA CASA DE RECOGIDAS DE MUJERES

Al comenzar el Siglo XIX tiene la villa de Puerto \


Príncipe los hospitales de San Juan de Dios y de Nuestra
Señora del Carmen, el pequeño Lazareto de San Lázaro y la
Casa de Beneficencia de Miranda. Esta última prestaba un
servicio muy modestísimo, pero no por eso menos loable,
sobre todo en beneficio de la niñez. Era necesaria la creación
de escuelas gratuitas (1) y de otras obras humanitarias. A fines
del año 1 8 1 3 ya se escuchaba el verbo apostólico de un
misionero franciscano llamado José de la Cruz Espí. religioso
joven y de una voluntad extraordinaria. Poseía éste una
cultura muy amplia y un absoluto dominio en latinidad y
humanidades. Estaba destinado en el Lazareto de San Lázaro.

A este fraile ya se le veía predicar y evangelizar entre la


clase social más distinguida y de más alta alcurnia: “el deber
que tienen todos los siervos de Dios de velar y socorrer a las
clases más sufridas y más desafortunadas en la viña del
Señor”.

Esa prédica evangélica fué la que conmovió profun-


damente los sentimientos de don Graciano Betancourt y
Gutiérrez ( 2 ) , que era un hombre muy emotivo y religioso en
grado sumo.

(1) Los esclavos criollos enseñaban a los hijos de sus amos las primeras letras y los
guarismos aritméticos.
(2) Hijo de Alonso Manuel Betancourt y Agüero y de doña Brinda Gutiérrez y Agüero.

—51 —
Identificado, pues, éste por una gran amistad personal con el
padre Espí, planeó y llevó al ánimo del religioso el construir dos
salones: uno destinado a Casa Cuna (3) y otro destinado a Casa de
Recogidas de Mujeres. Pero quería hacerlos aledaños al hospital de
mujeres Nuestra Señora del Carmen, ya que así podía servirse del
médico (4) más fácilmente, que haciéndolas en otro sitio de la
población.

También quería don Graciano Betancourt destinar la Casa Cuna


para niños recién nacidos, los cuales permanecerían allí hasta los dos
años, los cuales serían trasladados a otro asilo de la población, y que
en caso de no haberlo quedarían allí recluidos indefinidamente, y a la
Casa de Recogidas de Mujeres, ingresar en ella a todas las
menesterosas embarazadas con preferencia a las que no lo estuviesen.

Pero todo su proyecto fué desestimado por la ¡unta de Patronos


del hospital de Nuestra Señora del Carmen en el año 1823,
precisamente, cuando se empezaba a demoler el hospital viejo, que
había fundado la b¿ne- mérita Doña Eusebia Ciriaca Varona y de la
Torre.

Pero don Graciano Betancourt perseverando en su generoso


empeño les hizo una nueva oferta a la Junta de Patronos del Hospital
Nuestra Señora del Carmen, que consistía en que él sufragaría o
pagaría los gastos de un Salón el cual se destinaría para la Junta de la
Caridad a cambio de que les diesen las piedras de la demolición que se
estaba haciendo en el hospital viejo.

Se le aceptó la oferta en calidad de permuta. Corriéronse los


trámites de rigor, mientras las obras del hospital se iba realizando con
rapidez asombrosa, y las piedras arrojadas a un lado ofrecían una
montaña.

(3) Ya existía una en La Habana en el año 1687, que había fundado e inaugurado el Ilsmo. y Excmo.
Monseñor Diego Evelino Veliz, más conocido por el sobrenombre de Obispo de Compostela.
(4) En ese entonces habían unos quince entre la población y su jurisdicción. Escaseaban los médicos,
por lo tanto y no era fácil el conseguirlo como residente o fijo en una institución de esta clase,
sino que era un médico de visita, nada más.

— 52 —
Estas piedras las utilizó don Graciano Betancourt a fines del año 1
827, para hacerles los cimientos o bases a las dos edificaciones: la Casa
Cuna y la Casa de Recogidas de mujeres, al fondo del precitado
hospital ( 5 ) . Al concluir ambas obras don Graciano Betancourt soli-
citó varias gracias del Soberano Fernando VII, el cual éste por Real
Cédula del día 16 de abril del año 1830 “aprueba y acoge bajo su
protección a ambas instituciones benéficas”. Las cuales por razones no
reveladas aún o que desconocemos no empezaron a prestar servicios a
la comunidad principeña o camagüeyana, a pesar de estar concluidas y
de contar para sus sostenimientos con una casa de dos plantas con
entresuelos, que fué apreciada y valorizada por un perito en la
cantidad de veinticinco mil pesos fuertes. Estaba enclavada en la plaza
de San Francisco de Paula.

Don Graciano Betancourt al ver que sus dos obras cimeras estaban
cerradas, sin dotación interior alguna y sin posibilidades de que
pudiesen abrir sus puertas inmediatamente, se fué sintiendo
deprimido, al ver que habían resultado negativas sus dos instituciones
benéficas, y que sus esfuerzos materiales, espirituales y económicos, se
habían consumido entre las gruesas paredes de ambas edificaciones, y
sin tener cooperadores de ninguna especie (6) y si “censores
mediocres”, quizo variar sus propósitos —como lo hizo— a los efectos
de donárselas al hospital de Nuestra Señora del Carmen, para que
fueran utilizadas para albergue nocturnos, uno para hombres pobres y
el otro para mujeres pobres. No sabemos si ciertamente lo llevó a
efecto, sólo sabemos y nos consta que testó ante el escribano público
don José María Serrano, el día 14 de septiembre del año 1827 v que
años después volvió a testar y en su última voluntad legó a unas
pardas (7) “el quinto de sus bienes que debía

(5) El Cabildo Capitular consideró y aprobó el proyecto de la Casa Cuna y de


la Casa de Recogidas de Mujeres, de su señoría el regidor
(6) Don Graciano Betancourt, el día 14 de septiembre del año 1827. Ignoramos si los terrenos les fueron
mercedados, o los adquirió en compra.
(7) Que lo habían asistido y cuidado durante su enfermeda d

— 53 —
de enterársele en el valor de la referida casa que no es otra que la de la
plazoleta de San Francisco de Paula, que años antes había destinado
para que con sus ingresos fuesen sostenidas la Casa Cuna y la Casa de
Recogidas de Mujeres.

A su muerte ocurrida el día 28 de enero del año J 838, el Síndico


Procurador del Muy Ilustre Ayuntamiento, entabló demanda en
reclamación de la precitada casa de dos plantas y entresuelos, para
cumplir así con la anterior voluntad del difunto don Graciano
Betancourt y Gutiérrez, ya que el Ayuntamiento Capitular tenía el
firme propósito de que ambas no permaneciesen inactivas por más
tiempo. Pero las nuevas legatarias se opusieron, con justificada razón
dando motivo a un litigio judicial que duró algunos años y que al
recaer en máxima apelación ante el Tte. Gral. Don Federico Roncali,
Gobernador de la isla, como autoridad suprema, éste expuso en escrito
Resolución dado en La Habana, a 23 de noviembre del año 1844, lo
siguiente: vistos: “teniendo presente lo alegado y probado por las
partes, se declara que el caballero Síndico de la ciudad de Puerto
Príncipe no ha probado en bastante forma su acción y demanda, y si lo
ha hecho de sus excepciones y defensa el Procurador Don Miguel de
Vargas Machuca en representación de las legatarias del Señor Don
Graciano Betancourt y Gutiérrez, por lo que se absuelve a éstas de la
demanda propuesta por aquél, imponiéndole perpetuo silencio al
referido Síndico, sin expresa consideración de costas’ El Conde Al- coy,
Meliton Balanzategui, Por consecuencia de este fallo, pasó la casa a ser
propiedad de las legatarias en parte correspondiente y de los legítimos
herederos del testador, el resto de la especie.

Sin fondos, pues, conque sostenerse las piadosas y humanitarias


instituciones, sólo han servido sus salones construidos para
enfermerías anexas al hospital de mujeres Nuestra Señora del Carmen.

—54—
LA BENEFICENCIA DEL ARZOBISPO CLARET

El Rvdo. padre Antonio Claret y Ciará ( 1 ), que había llegado al


país hacía muy pocos meses, en calidad de Arzobispo de Santiago de
Cuba, en su recorrido misional por la ciudad de Puerto Príncipe en el
año 1 8 5 1 , encontró a muchos niños desamparados, callejeros, cosa
que le impresionó muchísimo.

Queriendo él remediar esa vergonzosa situación lo más inmediato


posible, reunió a los sacerdotes de todas las iglesias, y les hizo
presente sus deberes, sus inquietudes morales, religiosas y
humanitarias en relación a la niñez principeña. Los exhortó a que
predicasen desde el pùlpito la necesidad que tiene la sociedad de velar
y socorrer a los niños desamparados, a los niños sin el calor de los
progenitores. Por aquellos días en todas las iglesias ese tema era la
base fundamental del sermón del sacerdote. Sin embargo, los niños
seguían su curso sin remedio posible de momento. Ya no existía la
primera Casa de Beneficencia del benefactor don Lorenzo de Miranda
y Aguilera, había, pues, que buscarle una solución inmediata. Pero
todo se volvió proyectos y más proyectos, censuras y más censuras,
hasta que en los primeros días del mes de enero del año 1 8 5 5 el
Arzobispo Claret adquirió en compra (2) un lote de terreno al final de
la calle

(1) Hijo de Juan Claret y de doña Josefa Ciará.


(2) En un error que le fue marcado por el M. I. Ayuntamiente Capitular como afirman algunos
autores.

— 55 —
San Ramón ( 3 ) , con el fin premeditado de levantar una Casa de
Beneficencia. A los efectos de recluir en !a misma a los niños
huérfanos; a los niños abandonados o desamparados, en donde serían
vestidos, alimentados v educados solícitamente por una congregación
religiosa.

Muy poco tiempo transcurrió cuando empezó la obra, que a


simple vista se veía que las habitaciones individuales para los niños no
eran amplias, sino pequeñas “celdillas”, dando motivo a que los
vecinos de la barriada las denominasen ‘calabozos de los curas”.
Hechos éstos que disgustaron grandemente al Ilsmo. prelado, que
aunque tenía la debida experiencia de nuestro clima tropical ( 4 ) , no
supo valorizar y tomar en cuenta en su proyecto. El cual requiere o
requería que todas las edificaciones sean amplias, llenas de luz y sobre
todo muy ventiladas o aireadas como las que objetivamente él veta en
Puerto Príncipe y en Santiago de Cuba.

Pero no cabe la menor duda que el esfuerzo del Arzobispo Claret


era digno de loa, mas que de censura vulgar. Toda vez que los
regidores que debían de hacer la Casa de Beneficencia, a costa rigurosa
de los fondos o recursos propios del Muy Ilustre Ayuntamiento, nada
hacían y permanecían indiferentes para las necesidades de la niñez
desafortunada.

El propósito básico del Arzobispo don Antonio Claret era hacer la


Casa de Beneficencia, y dotarla de una Casa-Quinta de recreo, en
donde se pudiesen expansio- nar los niños y hasta aprender la
agricultura, las letras, los oficios además de las imposiciones religiosas.

A los pocos meses quedaron paralizadas por carecer el Arzobispo


de recursos económicos para continuarla. Pidió ayuda económica a la
comunidad a través de una Pastoral. Los periódicos de esos días
lamentaban que

(3) Hoy se llama Enrique José (Varona). Está dividida en dos secciones: una Norte y otra
Oeste.
(4) Habia llegado al puerto de Santiago de Cuba como pasajero del barco
Nueva Teresa Cubana’', el día 16 de febrero del año 1850.

— 56 —
dicha obra de tan amplios alcances sociales y humanitarios se fuese a
quedar paralizada definitivamente. Había que hacer algo concreto y
fundamental. El Ayuntamiento Capitular se dirige al Excmo. e Ilsmo.
Señor Don Antonio Claret y Ciará, en un extenso escrito documental,
en el cual le sugería que le hiciese la cesión gratuita de la obra
abandonada, para continuarla con recursos propios, pero con la
cláusula expresa de que sería modifica- cado substancialmente el
proyecto anterior de la Casa de Beneficencia. El Ilsmo Señor Arzobispo
no accedió a lo solicitado. Ignoramos sus razones expuestas. Sólo
sabemos que ya había gastado cerca de veinticinco mil pesos, en su
afán de ver hecha la Casa de Beneficencia, que hubiese sido la segunda
en Puerto Príncipe.

Pero el Arzobispo Claret sólo dejó en la Quinta de la Beneficencia


(5) plantaciones de naranjas, de limones, de cafetos, de plátanos y de
cocos. Levantó en la misma varias edificaciones pequeñas, para alojar
en las mismas una biblioteca, dos talleres para artes y oficios y para
asilamiento o internamiento de los niños y de las niñas. Pero todas
estas obras fueron esfuerzos estériles, que jamás llegaron a utilizarse en
beneficio de los niños y niñas pobres de la población.

(5) Especie de Granja, en donde los niños y las niñas estarían más holgados, por ser de mayor
extensión de terreno y aislado del tráfico de la ciudad.

— 57 —
SAN JUAN NEPOMUCENO

Aquella gloriosa tradición iniciada por la Excma. Sra. Doña


Eusebia Ciriaca Varona, doña María Duque- Estrada y Varona, doña
Margarita Miranda y de la Torre, doña Juana Varona y Barreda, doña
Angela Andrea Hidalgo y Agramonte y otras, que consistía en legar di-
nero para Obras-Pías, que antes se hacían a favor de la iglesia
exclusivamente, había continuado durante todo el Siglo XVIII en el
seno de la Sociedad principeña.

En el Siglo XIX era muy común entre las familias ricas y poderosas
el legar imposiciones, mandas y Insta bienes y raíces a favor de las
instituciones hospitalarias y benéficas, con el fin de ayudarlas o
socorrerlas para sus sostenimientos y hasta para posibles mejoras
públicas.

En el año 1867 —y durante el reinado de Isabel II— una dama de


alta alcurnia, la Excma. Señora Doña Josefa Betancourt y Miranda (1)
construyó el Asilo San Juan Nepomuceno, en un lote de terreno cedido
por el Muy Ilustre Ayuntamiento para esa noble misión humanitaria
( 2 ) . Esta generosa y benemérita dama era viuda de don Ignacio Recio
y Sánchez-Pereira.

Invirtió en su construcción ventiún mil pesos fuertes y para su


dotación completa tres mil pesos fuertes, y ante

(1) Hija de don Francisco Betancourt y Agüero y de doña María del Rosario Miranda y Agüero.
(2) Nótese como se fueron agrupando alrededor del Hospital Nuestra Señora del Carmen, habiendo
sido un paraje inhóspito durante el siglo anterior.

-59—
el Escribano público don Tomás de Zayas legó sesenta mil pesos
fuertes, descompuestos en la siguiente forma: ventisiete mil pesos
fuertes que les adeudaban los hermanos don Manuel y don Francisco
Javier Montejo v Bo- rrero y treinta y tres mil pesos que le adeudaba
don Manuel Arteaga y Borrero. Para que en su tiempo ser invertidos en
hipotecas, o en otra forma de tasación o negocio, y que con sus
intereses o réditos poder obtener la más útil y sólida forma de sostener
a dicho asilo, sin quebranto alguno, y a la vez poder acumular —si las
circunstancias les favorecía— alguna reserva para cualquier mejora de
dicha institución.

Pero la Señora Doña Josefa Betancourt deseando por sí misma que


siempre estuviese o estuviere el Asilo San Juan Nepomuceno
regenteado, orientado y fiscalizado sus fondos y reservas por una
comunidad religiosa, nombró Ad vitam Patrono, Administrador y
Capellán del asilo al ilustre sacerdote don Félix Riverol ( 3 ) .

El asilo San Juan Nepomuceno fué inaugurado solemnemente el


día 14 de mayo del año 1867. El deseo de su fundadora era albergar
niños pobres, viudas desamparadas y mujeres casadas que hubiesen
sido abandonadas por sus esposos. Pero desde su comienzo empezó
albergando niñas nada más hasta cubrir el mínimo de dotación en las
doce reglamentarias, olvidándose de los demás preceptos de su
fundadora que aún no había muerto ( 4 ) . Meses después el padre
Riverol aumentó la dotación (5) con cuatro niñas más, elevando a diez
v seis las asiladas.

A los dos años y meses más o menos de estar abierto el asilo al


servicio de la comunidad, se vió impedido de continuar su misión
educativa, moral y religiosa. El Ma-

(3) Había sido el sustituto del Rvdo. padre José de la Cruz Espí, (Padre Valencia), como Capellán del
Hospital de San Lázaro.
(4) Parece que doña Josefa Betancourt y Miranda consintió en que se albergasen niñas solamente.
(5) Sostenidas con los sueldos que les corresponden de sus diversos cargos, y que donó para1 dicho
menester, sin descuidar un ápice el padre Riverol sus deberes que les imponen dichos cargos.

— 60 —
riscal de Campo don Antonio López de Letona usando la persuación
primero (6) y después la fuerza, hizo sacar a las niñas (7) el día 20 de
julio del año 1869. para transformar el asilo en hospital militar ( 8 ) . En
cuyo lugar permanecieron oficiales, clases y soldados enfermos y
heridos durante la guerra hasta mediados del año 1 8 7 4 en que se lo
devolvieron al Rvdo. padre don Félix Ri- verol.

Pero antes de que volviesen las niñas, resolvió el jefe de la


Comandancia militar don José Salcedo, ocupar nuevamente el edificio
cumpliendo orden superior del Capitán General don José Gutiérrez de
la Concha, Gobernador de la isla. Entregándoselo más tarde a la Con-
gregación religiosa de las Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha
(9) que no lo dirigían anteriormente.

La enseñanza que daban estas Hermanas de la Caridad durante la


dominación española ha sido muy superada durante la República. Ha
progresado enormemente el asilo San Juan Nepomuceno. Notándose
hoy en día su ciclo evolutivo en lo social, educacional, religioso y
económico. Tiene en albergue permanente a cincuenta niñas de muy
diversas edades, a las que mantienen y educan con rigurosa disciplina
moral las beneméritas y abnegadas Hermanas de la Caridad del
Cardenal Sancha.

Para el ingreso de una niña en esta institución benéfica se


requiere tener seis años como mínimo —según el Reglamento— ( 1 0 ) .
Las niñas pueden cursar estudios hasta sexto grado de la enseñanza
común, y luego tienen

(6) No respetó que es una institución benéfica y una propiedad privada.


(7) Cumpliendo una orden superior del Tte. Gral. don Francisco Lersundi, Gobernador de la isla.
(8) Estaban los cubanos en guerra contra España1 desde el día 10 de octubre del año 1868.
(9J Fundación realizada por el Cardenal Ciríaco M. Sancha y Hervás, en la ciudad de Santiago de Cuba
en el año 1869.
(10) Pero después de ingresada ésta puede permanecer recluida hasta los diez y ocho o veinte años de
edad. Salen ya formadas, muy bien educadas y sobre todo aptas para ser útiles dentro de la
sociedad camagüeyana.

—61 —
dos orientaciones a elegir cursar labores, que comprende corte, costura,
bordado y hasta dibujo, o cursar taquigrafía, mecanografía, etc. que es
una especie de secretariado. El Asilo San Juan Nepomuceno en presente
lo regentea y orienta una Hermana Superiora Sor Lourdes Fonseca
( 1 1 ) , nativa del país, religiosa austerísima, ejemplar, de gran visión
humana y de una inteligencia nada común. Se hace admirable y
respetable Sor Lourdes Fonseca por sus bondades infinitas y casi
maternales con las niñas.

El asilo cuenta para su sostenimiento doméstico con una


subvención del Estado, con el rendimiento de sus labores, muy
apreciadas por cierto en la sociedad cama- güeyana, y algunas limosnas
voluntarias, que por regla general se efectúan durante las navidades, a
fin de proporcionarles alegrías a las niñas enclaustradas.

Este asilo San Juan Nepomuceno es casi centenario, y aún presta


un magnífico servicio de asistencia social y educacional, que constituye
un vivo ejemplo para las instituciones de esta clase.

(11) Como única émula de aquella excelsa, virtuosa, piadosa y humanitaria Señorita María Montejo y
Tan, fundadora del ejemplarísimo Asilo: El Ampafro de la Niñez.

— 62 —
B I B L I O G R A F I A

(1) Geografía y Descripción Universal de las Indias, desde el año 1571 al


1574 por Juan López de Velasco, Pensionista de S. M. Madrid. Año 1785.

(2) Colección de Documentos Inéditos (Relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de las


antiguas posesiones de Ultramar). Isla de Cuba. Tomo I. Madrid 1885. Tomo II. Madrid 1888.
Tomo III. Madrid 1889.

(3) Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias. Madrid 1891.

(4) Historia de la Isla de Cuba por Jacobo de la Pezuela y Lobo. Tomo I. Madrid. Carlos Bailly-Bailliere.
1868.

(5) La Gazeta de Puerto Principe. (Periódico). Algunos números correspondientes a los años 1822, 23,
25, 30, 36, 38 y 39.

(6) El Patriota Principeño. (Periódico). Algunos números correspondientes al año 1822.

(7) El Instructor de Puerto Príncipe. (Periódico). Algunos números correspondientes al año 1822.

£8) Historia de Puerto Príncipe por Tomás Pío Betancourt. Los Tres Primeros Historiadores: Arrate,
Urrutia y Valdés. Tomo III. (Apéndice). Habana 1839.

(9) Historia redactada por el doctor José de la Cruz y los Licenciados Manuel Castellanos y Manuel de
Jesús Arango. (Corrigiendo errores de la Historia de Prto. Príncipe de don Tomás Fío Betancourt).
Prto. Principe 1866.

(10) Diccionario Histórico, Geográfico, Estadístico y Económico de ia Isla de Cuba por don Juan Jacobo
de la Pezuela. Madrid 1866.

(11) Naturaleza y Civilización de la Grandiosa Isla de Cuba por don Miguel Rodríguez Ferrer. Tomo I
(Naturaleza). Madrid 1876. Tomo II (Civilización). Madrid 1888.

(12) Cosas de Antaño por Alvaro de la Iglesia. (Segunda Edición). Habana 1918.

—63 —
(13) Colección de Datos Históricos, Geográficos y Estadísticos de Puerto Principe y su jurisdicción por
don Juan Torres Lasquetti. Habana 1888.

(14) El Fanal. (Periódico). Algunos números correspondientes a los años 1860, 63, 67 y 68. Además un
grupo de treinta y cinco recortes, sin día, mes y año en que fueron insertados en dicha publicación.

(15) Certificación de Bautismo de Fray Olallo Valdés, expedida por la Casa de Beneficencia y
Maternidad de La Habana.

(16) Carta del Doctor Enrique José Varona dirigida al Señor René Ibáñez Varona. Habana, 6 de julio de
1932.

(17) Diccionario Biográfico Cubano, por Francisco Calcagno. New York. 1878

(18) Historia de España por don Horacio Saleta. Madrid 1870.

(19) Cuaderno de Notas y Apuntes del Venerable Padre José de la Cruz Espi. (Diario inédito). Puerto
Príncipe 1816.

(20) Ensayo de Bibliografía Cubana de los Siglos XVII y XVIII por Carlos Manuel Trelles y Govín.
Matanzas 1907.

(21) Materiales Relativos a la Historia de la Isla de Cuba, recogidos y redactados por una Comisión
Especial. Habana 1830.

(22) Apuntes Biográficos del V.P. Fray José de la Cruz Espí por don Francisco Pichardo Tapia. New
York 1863.

(23) El Santo Arzobispo de Cuba, Beato Antonio María Claret y Ciará por el misionero don José
Antonio Ramos. La Habana. 1949.

(24) Guía de Forasteros de Puerto Príncipe y Calendario Manuel para el Año 1828. Puerto Príncipe.
1828.

(25) Indice General de Fundos y Haciendas de la Isla de Cuba. Editado por los publicitarios don
Antonio C. Taybo y Cía. Habana 1915.

(26) Carta del Doctor don Mariano Aramburo y Machado dirigida al Señor René Ibáñez Varona.
Habana, 18 de febrero de 1938.

(27) Escenas Cotidianas por don Gaspar Betancourt Cisneros. Clásicos Cuba nos, Vol. I. La Habana
1950.

(28) Espistolario de El Lugareño (Gaspar Betancourt Cisneros). Epistolarios Cubanos, Vol. I La Habana
1951.

( 2 9 ) Carta de la Rvda. Hermana de la Caridad Sor Lourdes Fonseca dirigida al Señor René Ibáñez
Varona. Camagüey, 14 de septiembre de 1952.

— 64—
I N D I C E

Pág.

Prólogo ......................................................................................................... 5
Orígenes ............................................................................................ 9

HOS P I T A L E S

San Juan de Dios ................................................................................. 15


Ntra. Sra. del Carmen ....................................................................... 25
San Lázaro ......................................................................................... 31

Militar ..................................................... ....................................... 39

ASILOS Y CASAS DE ASISTENCIA SOCIAL

La Beneficencia de Miranda ............................................................. 45

La Casa Cuna y la Casa de Recogidas de Mujeres ............................. 51

La Beneficencia del Arzobispo Claret ................................................ 55

San Juan Nepomuceno ...................................................................... 59


E R R A T A S
En el "CUADERNO DE HISTORIA SANI TARI A" No. 5,
correspondiente al trabajo ‘EPIDEMIOLOGIA” por el Dr. José
A. Martínez Fortún y Foyo, hay que salvar las siguientes erratas:
—PAGINA 28, línea 28: dice: 1530, léase: 1630.
—PAGINA 44, línea 36: dice: Pedro Kouri, léase Arturo
Curbelo.
MINISTERIO DE SALUBRIDAD Y ASISTENCIA SOCIAL

MINISTRO: Dr. Carlos Salas Humara.

SUB SECRETARIO ADMINISTRATIVO: Dr. Gonzalo Andux. SUB SECRETARIO

TECNICO: Dr. Orlando de los Heros.

JEFE DE LA SECCION DE ASUNTOS VARIOS: Dr. Miguel Olivella

CUADERNOS DE HISTORIA SANITARIA


Dirigidos por el Sr. César Rodríguez Expósito Historiador de Salubridad y Asistencia
Social.

CUADERNOS PUBLICADOS

'-"EL PROTOMEDICATO DE LA HABANA”, por el Dr. Emeterio S. Santovenia.

-CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL DR. JUAN GUITERAS GENER,


(agotado).

-EL PRIMER HOSPITAL DE LA HABANA, por el doctor Guillermo Lage.

—ORACION A FINLAY, por el Dr. Enrique Saladrigas y Zayas.


—EPIDEMIOLOGIA, por el Dr. José A. Martínez Fortún y Foyo.

-HISTORIA DE LOS HOSPITALES Y ASILOS DE PUERTO PRINCIPE O


CAMAGUEY, por René Ibáñez Varona.

PROXIMOS CUADERNOS

- RESEÑA HISTORICA DE LA ORDEN NACIONAL DEL MERITO CARLOS J.


FINLAY", por el Dr. Carlos M. Pifieiro y del Cueto, Secretario del Consejo Supremo
de la Orden y Letrado Consultor del Ministerio de Salubridad y Asistencia Social.

-LA POLIOMIELITIS EN CUBA, por el Dr. Alberto Recio Forn.


-"DEL LABORATORIO DE LA ISLA DE CUBA AL INSTITUTO NACIONAL DE
HIGIENE". (Conmemoración del Cincuentenario de su fundación), por el Dr. Moisés
Chediak.
— "CADUCEOS DE LAS CIENCIAS MEDICAS". (Origen, evolución y estado actual),
por los Drs. Raimundo de Castro y Bachiller, Héctor Zayas Bazán y Carlos A. Criner.
— “RESEÑA HISTORICA DE LA SINONIMIA, DE LA FRAMBUESA Y DE LA
PELAGRA”, por el Dr. Horacio Abascal.

— "MEDICOS EN LA VIDA DE MARTI”, por César Rodríguez Expósito. -"VIDAS DE

SANITARIOS CUBANOS”, por el Dr. Fermín Peraza. -"LOS PRECURSORES DE

FINLAY”, por el Dr. Rodolfo Tró.

— “HISTORIA DE LA PEDIATRIA EN CUBA”, por el Dr. Jorge Beato.


—"BIO-BIBLIOGRAFIA DE JORGE LE ROY CASSA”, por los Drs. José López
Sánchez y Luis F. Le Roy.
— "LA BRUCELOSIS EN CUBA”, por el Dr. Guillermo Lage.
— “HISTORIA DE LA MEDICINA” (Revista Cronológica), por el Dr. José A. Martínez
Fortún y Foyo.
—“LOS PRIMEROS ESTUDIOS MEDICOS EN CUBA”, por eí Dr. Horacio Abascal.
—"CASETA HISTORICA” (El Campamento "Lazear”) por César Rodríguez Expósito.
-"LA REAL JUNTA SUPERIOR GUBERNATIVA DE LA FACULTAD DE
FARMACIA”, por el Dr. Héctor Zayas Bazán y Perdomo.
-"CONTRIBUCION DE LA ODONTOLOGIA A LA REVOLUCION
EMANCIPADORA”, por el Dr. Esteban de Varona.
-"HISTORIA DE LA PESTE BUBONICA EN CUBA”, por el Dr. Alberto Recio.
-"MEDICOS CAMAGÜEYANOS EN LAS REVOLUCIONES DE YARA Y DE BAIRE”,
por René Ibáñez Varona.

PROXIMAS PUBLICACIONES

—Obras completas del Dr. Carlos J. Finlay.

—Obras completas del Dr. Juan Guiteras Gener.

—Obras completas del Dr. José A. López del Valle.


—Estos "Cuadernos de Historia Sanitaria" no se venden; se distribuyen
gratuitamente como un medio divulgador de nuestro pasado sanitario.

—De la tesis o las opiniones mantenidas en los "Cuadernos de Historia


Sanitaria” sólo serán responsables los autores.

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