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En esta ponencia indagaremos acerca del acto de vestirse como manifestación de nuestra
naturaleza más intima, al mismo tiempo que declaración de comunión con otros,
estudiaremos la ropa como agente que conforma y define nuestras identidades, revelando
aspectos de nuestra historia personal y herencia cultural, mediada por una serie de
imaginarios colectivos, la mayoría de ellos de orden mediático.
Al vestirnos, preparamos nuestro cuerpo para el mundo social; por medio de la ropa que
elegimos y su combinación creamos discursos sobre el cuerpo: aceptable, respetable,
deseable, violento o abyecto. Nuestro modo de vestir denota indefectiblemente una toma
de posición, tanto en un sentido de inclusión (a un grupo, una identificación con un género
musical), de exclusión o diferenciación frente a un referente establecido (familia,
compañeros de estudio, otros jóvenes del barrio). De esta manera, como artefactos
culturales, el vestuario y los diferentes elementos de decorado corporal se convierten en
vehículos de expresión, símbolos de identidad y declaraciones de una preferencia estética,
nuestros cuerpos vestidos hablan y revelan una cantidad de información sin mediación de
las palabras.
La imagen y la identidad
Caminar por la calle, recorrer lugares ajenos a la intimidad de la casa, trasladarse de un
espacio a otro nos coloca frente a un devenir de incontables imágenes del mundo y de los
otros. A diferencia de los entornos rurales o las localidades de poblaciones pequeñas, la
ciudad es el escenario por dónde desfilan infinidad de rostros, de individuos extraños,
itinerantes, pasajeros; no sabemos sus nombres ni su historia personal, ni su proveniencia
y mucho menos sus intensiones, sin embargo pueden encantar, intimidar o hacernos
cambiar de acera; muchos de ellos nos darán una historia para contar, historias de
maravilla o de terror, sus cuerpos han hablado por ellos sin que les hayamos si quiera
conocido su voz.
Sin embargo estos códigos vestimentarios pueden también leerse como coercitivos en la
medida que reglamentan las conductas sociales, ya que determinan el cuándo y el cómo
en el uso de las prendas y dispositivos de transformación corporal en un contexto
determinado. Los cuerpos que no se conforman, los que saltan las convenciones de su
cultura y no llevan las prendas “apropiadas” serán considerados subversivos al interior de
su espacio social, su decisión de no seguir las normas puede ser interpretada como
rebelión y corren el riesgo de res excluidos, amonestados o ridiculizados como ha sido el
caso, por ejemplo, de las manifestaciones estético vestimentarias de las contraculturas
juveniles.
Como ejemplo puntual de estas lecturas deterministas está el trabajo que se realizó por
varios años por el Future Concept Lab y en particular el realizado por Inexmoda Instituto
para Exportación y la Moda en la ciudad de Medellín. Una sección del proyecto
llamada Signals Activity, consistía en un monitoreo fotográfico continuo en cuarenta
capitales de consumo con el fin de revisar los patrones de consumo, estilos vestimentarios
y preferencias de grupos específicos de la población. Este monitoreo fotográfico por
algunas ciudades de Colombia fue realizado bajo el reconocido término street vision, y
consistía en hacer una búsqueda de personas que encajaran en unas caracterizaciones
preestablecidas, tomarles una fotografía y devolver esta información a Europa para ser
procesada y publicada bajo la forma de un informe de tendencias. Lo particular de este
registro, eran precisamente aquellas caracterizaciones importadas, en donde cualquier
manifestación propia del lugar que no se relacionara con ellas quedaba excluida.
Denominaciones como Zapping “oscilación” urbana, de mente consiente, macho flexible,
correspondían según la “investigación” a los estilos de vida y actitudes mentales de los
personajes seleccionados para representar la categoría; cualquier de nosotros podría
aparecer entonces tras haber sido fotografiado de manera casual en la calle, reseñado con
una serie de características referentes al gusto musical, lugares predilectos para
relacionarse y todo una actitud ante la vida leída solo a través de nuestra vestimenta un
día cualquiera en un lugar cualquiera.
Yendo un paso más allá en la idea de vestido como envoltura social del cuerpo, el cuerpo
actual y en especial el cuerpo joven atraviesa una situación histórica particular y, aunque
en años anteriores la cultura juvenil elaborara un constante remapeo de las posibilidades
expresivas del cuerpo, de los años veinte hasta cada manifestación subcultural
engendrada en las calles desde los años cincuenta, el momento corporal actual se
caracteriza precisamente por no tener espacio para su corporeidad condenado a
expandirse solo dentro de los límites de su propia carne.
Para explorar esta idea de expansión recurramos a Julián González y su texto el cuerpo
joven no flota hace surfing. En él, González nos conduce a pensar en cómo la guerra, las
crisis económicas o la violencia urbana, los accidentes de tránsito o la amenaza del SIDA,
nos devuelven al cuerpo, nos recuerdan la vulnerabilidad del cuerpo, (González, año
desconocido: 32), y como empujados por la conciencia cotidiana de dicha vulnerabilidad
que liga con la posibilidad objetiva de la muerte violenta (por enfermedad o guerra),
algunos jóvenes urbanos invaden los nichos que en la ciudad les permiten construir un
repertorio amplio de experiencias de comunicación corporal (González: 32). su reflexión
apunta a como en el espacio actual, espacio disuelto por la velocidad del desplazamiento,
el cuerpo ha cesado de expresarse a través del esfuerzo físico sobre el espacio, este
cuerpo vital no trabaja más el espacio sino que lo elude utilizando la máquina. “Ante la
desaparición del cuerpo esforzado que experimentaba el mundo con su trabajo físico no
queda otra alternativa que simular la experiencia de in-corporarase” para él el sentido por
el cual logramos dicha incorporación es el tacto; la piel recrea la ilusión del espacio vivido
por medio de todo tipo de intervenciones y sensaciones a las cuales la sometemos a
diario, la piel recrea el esfuerzo, el dolor y la velocidad que perdimos tras la urbanización
de nuestro espacio animal, la ropa, las telas, el viento que rodea al cuerpo, el sudor en el
gimnasio, el sol del bronceado, el tatuaje permiten vivir la ilusión del cuerpo integrando el
espacio.
Al igual que en el surfing, los cuerpos de estos jóvenes urbanos recrean una experiencia
de vértigo, riesgo de muerte, exhibición personal y juego en que se resiste, se aprovecha y
se vence las olas del fluir urbano.
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