Professional Documents
Culture Documents
Se trataba de un anciano que tenía fama de sabio, y al cual la gente acudía en busca de
ayuda o de consejo.
Cuando algún forastero preguntaba por qué le decían maestro…. en qué consistía su
sabiduría…. o qué ciencia dominaba ese hombre que parecía un humilde campesino…. la
gente no sabía muy bien qué responder.
– Es un hombre feliz, que vive en paz con todos- Esa, era una de las tímidas respuestas.
Un buen día, un joven que escuchó hablar de él y que ansiaba adquirir conocimientos, se
presentó para pedirle que le enseñara. El anciano se sorprendió del pedido, pero aceptó con
entusiasmo. Hacía muchos años que vivía solo y le gustó la idea de tener a alguien con
quien compartir su tiempo nuevamente.
Por la ventana sólo se veía el campo, flores silvestres, el gallinero y los perros recibiendo los
primeros rayos del sol. A los pocos minutos, el joven se aburrió y se fue a sentar. Tomó un
libro de su mochila y comenzó a leer. Sin embargo, a cada momento se distraía y pensaba
cómo el maestro podía perder el tiempo sin hacer nada.
Cuando el olor a pan inundó la habitación, el maestro se levantó, preparó el te, colocó dos
jarros sobre la mesa y el pan sobre una servilleta. Se sentó, indicó con un gesto de su mano
al discípulo que hiciera lo mismo, y comenzó a comer el pan cortándolo en pequeños
pedazos y mojándolos en el té caliente. El discípulo estaba asombrado: el maestro se había
olvidado de agradecer la comida.
Sin disimular, y para que el otro se diera cuenta de su error, agachó la cabeza durante unos
instantes como si estuviera rezando. Después, comenzó a comer. Cuando terminaron el
desayuno, colocaron cada cosa en su lugar y el maestro le preguntó al joven de qué quería
conversar. En el instante en que le iba a contestar, se abrió la puerta de golpe y entró un niño
corriendo:
– Maestro, maestro! mire el pescado que saqué del agua, hoy vamos a comer como reyes-
El maestro se levantó, aplaudió la hazaña del niño, y se ofreció para ayudarlo a limpiar el
pescado. Mientras tanto, le preguntó por toda la familia, y le explicó varias maneras de
cocinarlo…… Antes de que se fuera, le regaló un pequeño recipiente con un condimento
especial para darle más sabor a la preparación.
A partir del momento en que el niño dejó la casa, cada vez que el maestro se iba a poner a
conversar con él, alguien del pueblo interrumpía la conversación. Iban a pedirle algo o a
llevarle un pequeño regalo -una patata, y quizá una planta de lechuga,-todo esto, como
agradecimiento por alguna ayuda que él les había dado. Pasó el día y anocheció. El maestro
cortó las verduras y puso el caldo en el fuego, mientras amasaba con mucha dedicación el
pan para el otro día. Comieron y se fueron a dormir.
Los días siguientes fueron más o menos similares: pasaban las horas yendo de un lugar a
otro, ayudando o visitando a las personas del pueblo; trabajaban la pequeña huerta;
alimentaban a las gallinas y juntaban los huevos que regalaban al que los necesitaba.
Una noche, entre la respiración profunda del maestro y el malestar acumulado por no
aprender nada nuevo, el discípulo daba vueltas en la cama sin poder dormir. No sabía si irse
o quedarse. Por fin, casi entrada la madrugada, decidió probar durante un día más, y así, al
amanecer, el maestro se levantó, se desperezo y comenzó a prender el fuego para el
desayuno.
Puso el agua a calentar, el pan a cocinar, y se sentó en el banco a mirar por la ventana.
Así lo encontró el joven cuando despertó. Se dio cuenta de que todo iba a seguir igual que
los días anteriores, y, al enojo que había acumulado, se le sumó el mal dormir y estalló:
– ¡Yo vine a buscar sabiduría, a entender las cosas de la vida, a aprender a vivir mejor, y lo
que me encuentro es alguien con una vida común, diría que vulgar, que ni siquiera es capaz
de tener un momento para reflexionar y agradecer al creador por todo lo que recibió de él!
El maestro lo miró con los ojos tristes; Esa, era una expresión que nunca antes le había visto.
Y le contestó:
– Cuando contemplo la mañana por la ventana, veo las flores, huelo su perfume y de esa
manera, usando mis ojos y mi olfato para gozar de lo que se hizo para nosotros, lo alabo. El
campo y el gallinero, son los que nos ofrecen la comida de cada día y, al mirarlos, no me
queda más que agradecer por la vida. Los perros descansando, me recuerdan que pasaron
toda la noche en vela cuidándonos mientras dormíamos!
El discípulo estaba tan enojado, que casi no escuchó las palabras del anciano. Agradeció,
por educación, el hospedaje y volvió a su pueblo, olvidándose por mucho tiempo de lo que el
maestro le había dicho.
En su pueblo, conoció una chica de quien se enamoró. Se casaron y formaron una familia.
Cierto día, al volver de trabajar en el campo, vio desde lejos a sus hijos jugando. Se acercó
despacio y desde atrás de un árbol se quedó mirando. Así lo descubrió su esposa que le
preguntó:
– ¿Qué estás haciendo acá? ¿Qué haces mirando a los niños jugar?
– Estoy mirando la maravilla más grande que nos han regalado, estoy alabándo mientras
escucho sus gritos y sus cantos, estoy dando gracias por el trabajo que me permite traerles
todo los días un pedazo de pan, y estoy dando gracias, porque si yo, que soy muy débil,
cuido de ellos y me preocupo, cuánto más él con todo su poder y su inmenso amor.