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DIFUSIÓN VEGANA Por la abolición de la explotación animal

9 julio, 2017

¿MENTES ANIMALES?

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Los humanos, en general, mostramos una actitud férrea para


distinguirnos de otros animales. Habitualmente, identi camos y
proponemos características que son propias de nuestra especie, y
que por encontrarse únicamente en nosotros ─aparentemente─,
nos pondrían por encima de otros animales en cuanto a nuestro
valor moral. Para este propósito se han sugerido muchas,
incluyendo: el uso de herramientas, tener lazos familiares, generar
una cultura, resolver problemas sociales, iniciar guerras, tener
sexo por placer, utilizar el lenguaje (Gruen, 2002) y poseer mente.
Abordaremos la última en este espacio, centrándonos en los
argumentos que se han desarrollado para considerar la presencia
de dicha propiedad en animales no humanos.   Nos parece
importante recordar que la consciencia y la mente son temas muy
complejos por lo que esta entrada es solamente una aproximación
enfocada en el debate que hay al respecto en animales no
humanos. Este no será el espacio para abordar las teorías sobre la
mente que se han propuesto ni las soluciones que se han
planteado al problema mente-cerebro.

Se niega la existencia de la mente en animales no humanos


alegando que estos: no poseen estados mentales, carecen de los
tipos de estados mentales que posibilitan tener mente o bien
reconocen que, aunque tienen ciertos estados mentales, estos no
están organizados de tal manera que soporte la existencia de una
mente (Carruthers, 2013). También se dice que para que alguien
posea mente, debe utilizar el lenguaje y poder comunicarse con
otros individuos que utilicen el mismo lenguaje. Es decir, ese
alguien debe ser capaz de expresar sus pensamientos a través del
discurso (hablar, escribir, etc.). Pero si este es el criterio que se
utiliza para determinar la consideración moral, entonces ni los
infantes ni las personas con afasias  importarían moralmente
(Carruthers, 2007). Y lo cierto es que en la práctica no
consideramos que los niños que no han comenzado a hablar o las
personas con trastornos del habla merezcan ser excluidos de
nuestra consideración moral. Los motivos para justi car una
discriminación arbitraria con los miembros de otras especies, aún
y cuando otros humanos tampoco cuentan con esas características
o las poseen en menor medida que otros los hemos abordado
acá y acá.

Aunque esta negativa a reconocer que animales de otras especies


también poseen mentes puede ser desconcertante, no debería
sorprendernos, pues existen personas que incluso cuestionan la
existencia de la mente en humanos (Baum, 2017; Chiesa, 1994;
Skinner, 1986). A pesar de esto,   la mente puede ser entendida
como una propiedad real que emerge del funcionamiento cerebral
(Cauchoix y Chainel, 2016; Goñi-Sáez y Tirapu-Ustárroz, 2016;
Llinás, 2002). Y así es como será considerada por nosotros a lo
largo de lo que acá expondremos.

¿Por qué es un tema de interés para el debate de los derechos


animales y la ética animal?

Los reclamos éticos para la consideración moral de los animales no


humanos tienden a apelar ─pero no se limitan exclusivamente─
a los hallazgos cientí cos para darles mayor peso (Allen, 2006).
Así, de acuerdo con Rowlands (2009) la defensa de la
consideración moral de otros animales, requiere que éstos tengan
al menos algún tipo de estado mental (que pueden ser deseos,
preferencias e intenciones, u otros) o de consciencia. Y
Francescotti (2007), por otro lado,   nos dice que las preguntas
sobre la mente y la sintiencia en otros animales tienen
repercusiones éticas en nuestra relación con ellos. Dennett (2000)
señala que ser parte de la clase de individuos que tienen mente
parece otorgar a sus poseedores cierta categoría moral porque
solo los que poseen mente les importa y preocupa lo que les
ocurre. Por lo tanto, ser reacios al reconocer la mente, es decir, no
tomar en consideración o bien rebajar o negar la experiencia de un
animal que si tiene mente, sería algo terrible (Dennett, 2000).

Parece que el consumo de animales, especí camente de carne, y


el que estos sean categorizados como “comida”  tiene cierta
in uencia en la actitud de muchas personas para negar que
poseen mente (Bratanova, Loughnan, y Brock Bastian, 2011;
Loughnan, Haslam, y Bastian, 2010; Rothgerber, 2014). No sería de
extrañar que esta misma actitud se encontrara en otras formas de
explotación animal. Reconocer que los animales utilizados para
consumo tienen mentes y que esto les otorga valor moral, entra
en con icto con los usos de animales para nuestro consumo
(Bastian, Loughnan, Haslam, y Radke, 2012), precisamente porque
negar que son conscientes o que poseen mente justi caría que
sean utilizados para propósitos instrumentales (Kozak, Marsh, y
Wegner, 2006; Regan, 1997) como usarlos para actividades
deportivas, alimentación, transporte, etc. Además, hace ver el
daño que se les causa como menos serio (Bastian et al., 2012).

Luego, es una cuestión relevante por varios motivos: ya sean


indirectos: cuestionar muchas creencias antropocéntricas sobre
nuestra supuesta naturaleza única (Thornton, Clayton, y
Grodzinsk, 2012); o bien, directos: señalar que otros animales
también tienen características que son moralmente relevantes y
su cientes para que atendamos a las razones que justi can
respetarlos y dejar de participar en su explotación. Aunque claro,
no quiere decir que por explicar que existen buenas razones para
hablar de mentes en otros animales, estos automáticamente
serán considerados moralmente. Podemos ver cómo, incluso en
humanos donde el consenso es más claro, siguen perpetuándose
toda clase de acciones que atentan contra su vida.

¿Qué es la mente?

Esta es una pregunta que no puede ser respondida con facilidad; y


sería muy presuntuoso  intentar brindar una de nición tajante.
Nuestra intención acá es recopilar ciertas formas propuestas de
entender el concepto.   Para algunos, la cognición y la mente son
conceptos sinónimos que, para su estudio, se divide en una serie
de procesos cognitivos (atención, memoria, percepción,
razonamiento, etc.), cada uno con un papel en el procesamiento
de la información y facilita que nos comportemos de formas que
sean apropiadas a las situaciones ambientales que se nos
presenten (Cauchoix y Chainel, 2016) (como no cruzar la calle si
vemos que un automóvil se aproxima rápidamente). Para
Montecucco (2015), por ejemplo, es la capacidad cognitiva que
permite procesar (percibir, analizar, combinar, categorizar,
seleccionar, transmitir, abstraer, evaluar, etc.) información.

También se considera que la mente implica tener deseos,


experiencias, preferencias, intenciones y creencias; entendiendo
estas últimas como representaciones internas de las cualidades
que percibimos del mundo (Thomas, 2016). Este tipo de
explicaciones están muy relacionadas con lo que se conoce como
psicología folk o psicología popular, término usado para
diferenciarlas de la psicología cientí ca; y referida como una
práctica común que nos permite atribuir estados psicológicos a
otros, y así ayudarnos a anticipar sus acciones  (Weiskopf y Adams,
2015). Aunque anteriormente se creía que los animales de otras
especies no podían tener deseos, preferencias o conceptos, ahora
se ha comenzado a cuestionar dicha suposición (Bermúdez, 2007;
Gri n y Speck, 2004; Howard, Avarguès-Weber, Garcia, y Dyer,
2017; Jamieson, 1998; Lurz, 2009; Marino, 2017; Saidel, 2009;
Shettleworth, 2010b). Por otro lado, de acuerdo con Llinás (2002),
la mente es solo uno de los estados que son generados por el
cerebro. Los estados mentales conscientes, según este autor,
generan imágenes cognitivas y sensomotoras, incluyendo la
autoconciencia. Estas imágenes a las que hace referencia son muy
importantes porque permiten producir estados que facilitan la
realización de conductas, y ayudan al organismo a interactuar de
forma adecuada con su ambiente, incluyendo la anticipación de
acciones. Para Damasio (2010) la mente consciente requiere de
estados de vigilia y de imágenes, entendidas como objetos
externos (calles, bosques, montañas, otros animales…) o internos
(sensaciones del cuerpo, por ejemplo) que pueden presentarse de
distintas formas sensoriales (olfativas, auditivas, visuales, entre
otros).

Hay quienes consideran la mente como una propiedad general


que alberga la consciencia (Vithoulkas y Muresanu, 2014). La
consciencia, por cierto, ha sido clasi cada de muchas maneras; una
de ellas incluye la consciencia sensorial  (Bayne, Cleeremans, y
Wilken, 2014; Feinberg y Mallat, 2016). Otros autores consideran
que la mente es una cualidad de la consciencia (Montecucco,
2015), es decir, que en la consciencia reside la mente. La
consciencia sensorial, en los debates sobre derechos animales y
ética animal, se acostumbra proponer como característica
relevante para ser considerado moralmente (Balcombe, 2009;
Jones, 2013; Rowlands, 2009; Torres, 2014).  Aunque el estudio de
la cognición en otros animales arroja hallazgos asombrosos que
desafían la creencia errónea de que muchas capacidades
cognitivas son exclusivamente humanas, estos descubrimientos
no deberían distraernos de la cuestión sobre la importancia de la
sintiencia como criterio para la consideración moral de otros
animales, ni llevarnos a creer que su so sticación es lo que
importa. De hecho, algunos han debatido sobre el grado de
capacidades cognitivas señalando que es un criterio arbitrario y
con ciertas contradicciones que debilitan su fuerza como
argumento (Altmann, 2016; Dombrowski, 2006; Pluhar, 1987;
Singer, 2009; Tanner, 2006, 2009).

Por lo anterior, una aclaración es importante: dado que las


distintas capacidades cognitivas pueden presentarse en mayor o
menor medida, o del todo no presentarse en animales de otras
especies, no consideramos que el valor moral de un individuo
descanse en esas capacidades, sino en la sintiencia (Francione,
2009) y que, en casos en los que no está del todo claro si otros
animales la poseen o no puesto que la evidencia con la que
contamos es limitada, lo mejor es ser cautos y errar en favor de la
misma, incluyéndolos en nuestro círculo de consideración moral
(Thomas, 2016). Dicho esto, a nuestro lector puede parecerle
contradictorio que dediquemos una entrada para examinar los
argumentos a favor de la existencia de la mente en otros animales
al mismo tiempo que decimos que la mente no es lo relevante
para respetarlos; pero baste recordar lo que   hemos señalado
previamente: la mente es una propiedad que parece estar muy
relacionada con la consciencia, y ésta última incluye la consciencia
sensorial o sintiencia.  

Argumentos para justi car la existencia de mentes en


animales no humanos

Las interrogantes sobre el problema de la mente de otros


animales forman parte de una pregunta más general que tiene
que ver con el hecho de si los demás tienen mente. El
razonamiento de esta pregunta es más o menos el que sigue:
nuestras mentes son privadas y no pueden ser directamente
observadas por otras personas, por lo que no tenemos acceso a
esas mentes; solamente a la nuestra. Y por ello, en otros
individuos únicamente podemos considerar que tienen mente
in riéndolo a partir de ver cómo se comportan (Harnard, 2016).
Por supuesto, habrá quienes cuestionen si estas inferencias son
legítimas. Todo esto tiene que ver con lo que se conoce como
solipsismo: la idea de que lo que existe más allá de nuestro
propio yo es simplemente producto de la imaginación (Kleem,
2011). Una postura radical, sin duda. También se ha argumentado
que nuestras concepciones sobre la mente animal están
fuertemente in uenciadas por la cultura; y que hay una tendencia
a “antropormo zar” a otros animales, es decir, que las
atribuciones de mentes a animales no humanos son falaces
porque se interpreta la conducta de estos organismos como si
fueran “humanos pequeños” (Aaltola, 2010). Esta
“antropomor zación”, se dice, no es propia de ciencias serias o
rigurosas (Jamieson, 1998), razón por la cual, según Gri n (1999),
se ha establecido como un error grave que los cientí cos deben
evitar a cualquier costo.

Ahora bien, Andrews (2015) señala que se han propuesto varios


argumentos para dar solución al problema de la mente en
miembros de otras especies. Estos son: 1) por analogía, 2)
continuidad o parsimonia evolutiva, 3) argumento a la mejor
explicación. Revisaremos cada uno de ellos a continuación.

Argumentos por analogía

Este argumento sigue la forma de:

1. Yo tengo mente y ciertas propiedades M (por ejemplo, memoria,


percepción, razonamiento)
2. Otros humanos también tienen estas propiedades M
3. Por lo tanto, otros humanos probablemente posean una mente

Andrews nos dice que este no es un argumento deductivamente


válido  y un argumento inductivo   débil  porque la clase de
referencia la constituye una sola entidad (o sea, únicamente estoy
tomando como punto de referencia a mí mismo. Hay una versión
más fuerte en la que se añade un argumento complementario a
favor de propiedad particular M. Por ejemplo, una de mis
propiedades es que mi color de ojos es verde. Pero usar mi color
de ojos como este conjunto de propiedades M es muy
problemático porque no parece ser que el color de ojos tenga algo
que ver con la posesión de una mente. Esta versión se re ere al
argumento por analogía de mente en humanos. Pero ¿Qué pasa
con su versión en mentes animales?

En esta otra versión, el argumento se presenta de la siguiente


manera:

1. Todos los humanos que tienen mentes también tienen un


conjunto de propiedades M (por ejemplo, capacidad de
aprendizaje)
2. Los individuos de la especie A (zorros, por ejemplo) tienen un
conjunto de propiedades M
3. Por lo tanto, los individuos de la especie A probablemente tienen
mentes

Según Andrews, esta versión es más fuerte que la anterior porque 


tiene más de seis billones de entidades en la clase de referencia
(humanos) y porque se apoya en el argumento complementario
acerca de qué debería contar como las propiedades de referencia
M; como resolver problemas, utilizar el lenguaje, conductas como
esconderse de depredadores, etc. Pero este argumento parece
asumir que hay unas propiedades M esenciales para la existencia
de la mente, y esta podría ser una postura imprudente ya que
pueden haber otras propiedades que también sean importantes
que son pasadas por alto. Este argumento se centra en las
similitudes entre humanos y no humanos para justi car cómo
podemos considerar que los primeros y los segundos tienen
mente; pero, en muchas ocasiones, nos encontraremos con más
diferencias que similitudes; diferencias que podrían desa ar su
fortaleza. Por sí solo, no constituye una buena justi cación para la
defensa de la mente animal, aunque si se toma como un
argumento más y se acompaña con otros, puede ofrecer buenas
razones para reconocer la mente en miembros de otras especies.

Argumentos basados en la continuidad o parsimonia evolutiva

A través de evidencias, Darwin mostró que los organismos se


relacionan mediante ancestros comunes (Beko , 2010) apoyando
la continuidad evolutiva entre animales (Beko , 2002). Por este
motivo es que se ha apelado a razones evolutivas para justi car la
presencia de mente y consciencia en los animales no humanos
(Allen y Trestman, 2017). Este argumento se utiliza para reforzar
el anterior porque del simple hecho que los humanos
compartamos una propiedad M con otros animales no es
su ciente para establecer que estos tienen mente; pero dicha
propiedad puede ser reconocida si es apoyada por determinadas
asunciones relevantes (Andrews, 2015), como las que aporta la
teoría de la evolución.

De acuerdo con la continuidad evolutiva, el hecho de que exista


una propiedad M que compartimos con otros animales es
su ciente para establecer que esos animales poseen mente si
asumimos que: compartimos un ancestro común con ellos, y que
deberíamos preferir la explicación más sencilla sobre la
emergencia de determinada propiedad como la más probable.
Entonces, si compartimos un ancestro común y determinada
propiedad M con otro animal, la explicación más parsimoniosa es
que tanto este animal como nosotros tenemos mente. Aunque
hay autores que se han mostrado escépticos al hecho de
establecer una continuidad evolutiva entre humanos y otras
especies como los chimpancés y los bonobos, por ejemplo (Causey
y Bjorklund, 2016); y otros señalan que apelar a esta parsimonia
puede ser problemático (Hadley, 2015).

Esta propuesta tiene sus puntos fuertes y débiles. Por un lado,


parece solucionar los problemas que surgen por las diferencias
que existen entre especies animales; por otro lado, levanta dudas
sobre qué debería contar como las propiedades de referencia M.
Otros problemas pueden estar relacionados con la determinación
de qué constituye un ancestro común cercano y qué tan cercano
debe ser para que pueda considerarse como válido para
establecer el argumento (Andrews, 2015). A pesar de esto, la
parsimonia evolutiva arroja un señalamiento interesante: las
capacidades mentales no son algo de todo o nada, sino que son
propiedades que vienen en grados y en una variedad de tipos
distintos (Beko , 2002; Carruthers, 2007; Darwin, 1981; Rogers,
1997; Thomas, 2016) y que, por esta razón, tanto humanos como
no humanos compartimos muchas características (Shettleworth,
2010a).

3. Argumento a la mejor explicación

Otra forma de abordar el problema de la mente en otros animales


es mediante los argumentos a la mejor explicación, también
conocida como inferencia a la mejor explicación (IME) (Okasha,
2007). La IME explica que nos encontramos con una serie de
hipótesis o explicaciones que “compiten” para dar cuenta de
ciertos fenómenos, debemos preferir aquella que nos da la mejor
explicación (Ladyman, 2002) debido a su calidad sobre otras para
explicar el fenómeno que nos resulta de interés (Psillos, 2007).

Ahora bien, según este argumento, la idea de la mente en otros


animales se basa en la suposición de que los tipos de conductas
que muestran otros animales se explican mejor si se atribuyen a
procesos cognitivos. La IME para la mente de otros animales toma
la siguiente forma (Andrews, 2015):

1. Los individuos de la especie A realizan cierto tipo de conductas B


2. La mejor explicación cientí ca para un individuo que realiza
conductas B es que posee mente
3. Por lo tanto, es probable que los individuos de la especie A tengan
mentes

Este argumento no parece presentar los problemas que plantea el


de analogía; pero si requiere mayor apoyo, especialmente la
segunda premisa. Ciertas conductas se explican mejor en términos
de propiedades mentales si dichas propiedades brindan mayor
poder predictivo y explicativo si la comparamos con otras
explicaciones posibles. Es decir, si asumimos esa explicación,
podremos hacer mejores predicciones sobre lo que determinado
animal realizará en situaciones futuras, y cuando esa explicación
es coherente con otras cosas que se saben sobre esa especie.

4) Argumentos desde la ciencia

Lurz (2009) nos presenta un cuarto argumento para justi car la


existencia de mente en otros animales. De acuerdo con este,
estamos justi cados en creer que los animales no humanos tienen
mente basándonos en el hecho de que en varias ciencias que
estudian la conducta animal, los investigadores han encontrado
que es útil y, en algunos casos, indispensable, atribuir estados
mentales a otros animales para sus explicaciones y predicciones
de la conducta observada. Existe una versión más fuerte de este
argumento que señala que estamos justi cados en creer que
otros animales tienen mente solo si los investigadores lo
encuentran útil e indispensable en sus explicaciones y
predicciones.   Debido a que al asumir que los animales tienen
mente ayuda a anticipar y explicar sus conductas, de igual modo
que lo permite en humanos, esto explicaría por qué existe un
acuerdo en el hecho de que otros animales tienen mente
(Thomas, 2016); aunque es un acuerdo que Lurz (2009) pone en
duda.

Hemos tenido que omitir otros argumentos interesantes


(Carruthers, 2004; Dennett, 2009). Como señalamos al principio,
este es un tema complejo que no se agota en una entrada, razón
por la cual lo que acá hemos expuesto ha sido un humilde
esfuerzo para sintetizar algunas cuestiones relevantes, y para
mostrar cómo distintos argumentos nos permiten reconocer que
otros animales también se encuentran dotados de mente; cada
uno de ellos, eso sí, dotados de puntos fuertes y débiles. No
podemos ser ingenuos y pensar que esto zanja de una vez por
todas la cuestión sobre considerar moralmente a otros animales y
poder, así, dejar de participar en la explotación que viven todos
los días. No. Vemos que en humanos esto no es su ciente. Para
lograrlo, nos parece que es necesario cuestionar muchas ideas que
hemos asumido sin más. La creencia de que los humanos somos
poseedores de ciertas características que hacen que nuestra vida
valga más que la de otros animales es una de ellas.

Algunos recursos de interés

Pensamos que tal vez podría ser útil dar a conocer algunas
revistas y páginas que se dedican a estudiar el tema de la
cognición animal:

La revista Animal Cognition de Springer:


https://link.springer.com/journal/10071
La página de Facebook Animal Cognition:
https://www.facebook.com/animalcognition/

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