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Cine, arte y artilugios en el

panorama español
Rafael Utrera Macías (editor)
Del primer plano al plano
general: actividades y
publicaciones sobre el
panorama español
Rafael Utrera Macías

Director del Equipo de Investigación en Historia del Cine


Español y sus Relaciones con Otras Artes (EIHCEROA)

Actividades en primer plano


El Equipo de Investigación en Historia del Cine Español y sus Relaciones con

Otras Artes (EIHCEROA) fue creado en 1995. Obedeciendo a su denominación, los

estatutos que formulan sus fines y funcionamiento aluden tanto al desarrollo de

actividades investigadoras en el ámbito de la evolución histórica del Cine Español como

a las múltiples relaciones con cuantas artes y oficios intervienen en el proceso creador

del filme (literatura, decoración, música, etc.) y con otros medios audiovisuales

(fotografía, radio, televisión, vídeo, etc.). Y ello en planificaciones específicas o

recogidas dentro de los programas del Plan Andaluz de Investigación (PAI), de otros

Planes nacionales o europeos, o a través de posibles trabajos concertados con otras

universidades o empresas diversas.

Del mismo modo, son pretensiones de EIHCEROA establecer la cooperación, en

el marco oportuno, con otros equipos que, dentro o fuera del distrito universitario de

Sevilla, se dediquen a la investigación comunicativa en el ámbito institucional y

empresarial y a realizar actividades públicas que sirvan de proyección y divulgación de

los estudios del Equipo, sea en acciones personalizadas o colectivas. Llegado el

momento, se editan las investigaciones realizadas colectivamente por sus miembros.

Tales investigaciones se han presentado, en primer lugar, en foros públicos

(Congresos, Facultades, Obra Cultural de El Monte, Fundación Aparejadores, etc.) para

llevar a cabo una concreta divulgación científica entre sectores interesados

pertenecientes o no a la población universitaria. A ello unimos la organización de

actividades que han supuesto faceta complementaria a los fines primordiales del

Equipo: presentaciones de títulos y directores significativos, coloquios, mesas redondas,

etc. La presencia de Carlos Saura y de José Luis Borau como colaboradores de

excepción en algunas de nuestras tareas, han justificado sobradamente la organización

de las mismas. El homenaje al actor Francisco Rabal, conformado por un ciclo de

conferencias y proyecciones, agotó en pocas horas el amplio listado de inscripciones y

confirmó su oportunidad docente aun lamentando su obligado carácter de in memoriam.


De otra parte, EIHCEROA ha participado en diversos congresos celebrados tanto

en España como en el extranjero, bien colectivamente bien mediante representación de

alguno de sus miembros. Del mismo modo, ha promovido la colaboración con otros

Equipos tanto para llevar a cabo investigaciones comunes como el desarrollo de tareas

académicas en el ámbito universitario. Son ejemplo de ello las relaciones establecidas

con el Grupo de Investigación Sociología de la Literatura Andaluza de los siglos XIX y

XX y sus relaciones con Hispanoamérica (SOLARHA), vinculado a la Universidad de

Córdoba y dirigido por la Dra. María José Porro Herrera, que culminaron con la

celebración en la ciudad de Pozoblanco (1998) delCongreso Internacional Otros 98:

Literatura y Cine. La proyección de diversas películas basadas en obras de autores

noventayochistas, seleccionadas por los organizadores, permitió, más allá de su

presentación, contribuir a su conocimiento con otras tantas comunicaciones en las que

se ofrecieron los más significativos rasgos fílmicos en relación con la obra de origen.

Las intervenciones de los Dres. Javier Tusell, José Romera Castillo, Borja de Riquer,

Brigitte Magniem, entre otros, aportaron significativas orientaciones sobre las artes

plásticas, el catalanismo en la política española, las nuevas concepciones y

planteamientos en la novelística; etc. Como clausura del encuentro, el director de este

Equipo fue invitado a desarrollar el tema La Generación del 98 y otros 98 ante el

Cinematógrafo. Las diversas intervenciones como las conclusiones generales han

quedado reflejadas en sus correspondientes Actas (Publicaciones de la Obra Social y

Cultural Cajasur, Córdoba, 2000).

Del mismo modo, el Congreso Reflexión sobre un Centenario, dirigido por la

Dra. Angelina Costa, de la Universidad de Córdoba, y patrocinado por la Diputación

cordobesa, reunió, en diciembre de 1998, a los Dres. Antonio Gallego Morell, Ricardo

Senabre, Paul Estrade, Geofrey Ribbans, Adolfo Sotelo, Luis Alonso Álvarez, Enrique

Rubio Cremades, Ignacio Henares Cuéllar, Carmen Pena, Teodosio Fernández, M.ª

Fernanda García de los Arcos y Luis Iglesias Feijoo. Los temas literarios, sobre la
diversa obra de Unamuno, Machado, Azorín, Baroja, Valle Inclán, Ganivet, alternaron

con los relativos a la guerra hispano-americana; la coyuntura económica de Filipinas,

etc. Quien esto firma presentó la ponencia Cinefilia y cinefobia en escritores del 98.

Todavía, antes de finalizar el año, en la ciudad alemana de Regensburg

(Ratisbona), se celebró, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1998, el Simposio

Internacional Los discursos del 98: España y Europa, dirigido por el catedrático Jochen

Mecke; participaron en los diversos bloques los doctores Inman Foix, José Luis

Abellán, Jorge Urrutia, Richard Cardwell, Vittoria Borsó, Gonzalo Navajas, Serge

Salaün; Germán Gullón, José Rafael Hernández Arias y Francisco José Martín, entre

otros. Atendiendo a la invitación de su director; desarrollamos la ponencia Los

discursos cinematográficos del 98: del europeísmo a la modernidad. También en la

ciudad alemana de Münster, la Asociación Internacional Siglo de Oro (AISO) celebró

su V Congreso (1999), coordinado y dirigido por el Dr. Christoph Strosetzki. A

propuesta del mismo, fue un honor poder presentar el texto titulado Don Quijote, Don

Juan y La Celestina vistos por el Cine Español; como el resto de las numerosas

intervenciones puede consultarse en la edición de las Actas (Iberoamericana Vervuert,

Frankfurt am Maine, 2001).

Publicaciones: tríptico elemental

Las investigaciones llevadas a cabo por el Equipo de Investigación en Historia

del Cine Español y sus Relaciones con Otras Artes han visto la luz como publicación en

libro, primero, y como documento electrónico de internet, posteriormente.

En el primer volumen publicado, Imágenes cinematográficas de Sevilla (Padilla

Libros, Serie Comunicación, Sevilla, 1997. Internet: www.cervantesvirtual.com) ocho

autores analizaron otras tantas películas para entresacar de ellas el modo de


presentación o representación de la ciudad andaluza, de sus costumbres y tradiciones, de

sus personajes y sus gentes. Como en una encuesta cualquiera, la selección de los filmes

comentados se hizo de forma aleatoria; la elección del título no estuvo condicionada por

apriorismos específicos salvo lo explícito a la referencia sevillana. En aras de una

mínima semejanza metodológica, cada trabajo se iniciaba con un resumen argumental

del filme al que seguía el comentario pertinente; en éste se contrastan aspectos

temáticos y estilísticos, históricos y contextuales, a fin de integrar en ellos la presencia

de Sevilla, verdadera o fingida, realista o ficcionalizada, y el enfoque ofrecido por el

cineasta sobre la misma. El Cine mudo y sonoro, el nacional y el extranjero, el

autóctono y el foráneo se daban cita en estas ocho muestras que, desde los años veinte a

los noventa, seleccionaban etapas de la vida sevillana, de su pueblo y de sus gentes. En

definitiva, se trató de analizar la presencia de la ciudad, arquitectura y folklore, y de sus

habitantes, comportamientos y actitudes, efectuándolo sobre unas específicas calas

seleccionadas de entre una heterogénea filmografía. El cine, en general, parece haber

tenido siempre tendencia a presentar una visión de Sevilla vinculada al exclusivismo del

tópico folklórico, esquematizada en sus monumentos-símbolos y representada por

personajes tipificados. La mirada de conjunto que puede efectuarse sobre esta específica

filmografía parece ofrecer resultados escasamente satisfactorios; por ello, se ha podido

afirmar que «la desgracia de Sevilla no es la de ser mostrada falsamente, sino serlo casi

siempre en forma ramplona, superficial y sin originalidad». Estos modos de resolución

resultaron generalizados tanto en realizadores foráneos como en nativos; no parece

haber diferencia entre autores consagrados, de obra rotunda y maestra, y otros,

artesanos, cuyos trabajos se han orientado hacia la rabiosa comercialidad.

8 calas cinematográficas en la literatura de la Generación del 98 fue el siguiente

título publicado por EIHCEROA (Padilla Libros, Serie Comunicación, Sevilla, 1999.

Internet:
www.cervantesvirtual.com). Un balance general de los escritores del 98 en su

peculiar relación con el cine, permitió comprobar que, en conjunto, actuaron

como cinematófobos y cinematófilos a la hora de enjuiciar y pronunciarse sobre un

nuevo espectáculo que buscaba legitimidad artística. A pesar de ser la del 98 una

generación, que, según Julián Marías, no dispuso de un sistema perceptivo

procinematográfico, el cine fecundó como referente su literatura, incorporó a ciertas

obras las técnicas narrativas y expresivas y, tardíamente, aportó un personal ensayo

literario-cinematográfico representado por los títulos azorinianos El cine y el

momento (1953) y El efímero cine (1955). A su vez, la cinematografía española

demostró bastante pereza a la hora de convertir las obras de los modernistas /

noventayochistas en piezas cinematográficas; con la excepción de Pío Baroja, la

mayoría de los autores no tuvieron oportunidad de ver sus criaturas literarias en el

«lienzo de plata». Los escritores y películas estudiados en esta monografía son los

siguientes: Azorín: La guerrilla (1973, Rafael Gil); Pío Baroja: Zalacaín el

aventurero (1954, Juan de Orduña) y La busca(1964, Angelino Fons); Ricardo

Baroja: La nao capitana (1947, Florián Rey); hermanos Machado: La duquesa de

Benamejí (1949, Luis Lucia); Miguel de Unamuno: La tía Tula (1964, Miguel Picazo) y

Ramón M.ª del Valle Inclán: Beatriz (1976, Gonzalo Suárez) y Luces de

bohemia (1985, Miguel Ángel Trujillo). Por otra parte, los procedimientos propios de la

novelística y de la dramaturgia, caracterizadores de la modernidad literaria, no parecen

haber tenido su adecuado correlato fílmico; en conjunto, la filmografía noventayochista

no puede codearse con la bibliografía homónima; sin embargo, ello no impide

evidenciar rasgos significativos de una expresión genuinamente cinematográfica a la

hora de estructurar un guión o de efectuar una muy adecuada puesta en escena.

El volumen Cine, arte y artilugios en el panorama español responde, una vez

más, a la propuesta colectiva de investigar las relaciones del cinematógrafo (y cuantas

artes y oficios intervienen en el proceso creador del filme: literatura, decoración,


música, etc.) con otros medios audiovisuales (fotografía, radio, televisión, vídeo, etc.); y

ello, encuadrado dentro del contexto histórico peculiar del cine español.

El arte de Borau en el panorama español

La invitación formulada por la Fundación Aparejadores de ofrecer un curso de

semejante temática en el ámbito universitario, cristalizó en las jornadas que bajo el

título mencionado se llevaron a cabo en octubre de 2001. Más allá de los contenidos

específicos seleccionados por cada miembro del grupo EIHCEROA en función de su

formación y experiencia, se creyó oportuno partir, en todos los casos, de unos

planteamientos amplios que ofrecieran al alumnado puntos de vista generales sobre el

arte específico estudiado (literatura, pintura, publicidad, etc.) y su relación con el cine,

ejemplificando seguidamente sobre situaciones concretas de la cinematografía española

tanto en su modalidad diacrónica como sincrónica. Por otra parte, entendimos que era

adecuado incorporar al curso una personalidad poseedora de sólida formación artística y

humanística unida a amplia experiencia profesional en el panorama español; en tal

sentido, la invitación formulada a D. José Luis Borau daría como resultado la entusiasta

apertura de un programa donde los dos factores antes mencionados se cumplieron, al

decir del público asistente, de forma tan brillante como satisfactoria.

Su apasionada disertación -imposible de esquematizar en un lugar como éste-

permitía comprobar que estábamos ante un cineasta al que le cuadraban tanto los

calificativos de «clásico» como de «maldito», un cineasta cuyo quehacer no ha estado

guiado por corrientes al uso ni por repetir el éxito conseguido en su obra precedente. Su

independencia artística y de criterio le ha obligado siempre a filmar sólo aquello que en

cada momento le ha apetecido hacer; tras el éxito de Furtivos, se le obligaba a una

continuación, temática o artística, de tal película.


Ser productor de su propia obra le ha permitido actuar siempre con la adecuada y

apetecida libertad de creación asumiendo los enormes riesgos y dificultades que ello

conlleva; ser productor de otros le ha supuesto satisfacciones de títulos tan

significativos como Mi querida señorita y Camada negra, dirigidas por Jaime de

Armiñán y Manuel Gutiérrez Aragón respectivamente. Una faceta más del profesor-

realizador se ha puesto de manifiesto como investigador: el título El caballero d'Arrast,

publicado por el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, supuso una rigurosa

investigación en la que ofreció gran cantidad de datos significativos sobre Henri

d'Abbadie d'Arrast, amigo y ayudante de Charles Chaplin así como director de La

traviesa molinera.

Otros aspectos llaman la atención en la obra del aragonés. Su filmografía

evidencia variadas argumentaciones que suelen incidir sobre temáticas únicas; distancia

cronológica entre una y otra obra, frente al cineasta «de oficio» que rueda lo primero

que le viene a las manos; criterio radical opuesto a no hacer ni adaptaciones literarias ni

a variantes del género histórico. El director de La Sabina y Celia, de Hay que matar a

B y Leo ha sido catalogado por Mario Vargas Llosa «entre ese puñado de cineastas que,

superando las dificultades del medio y poniéndolas de lado, han producido una obra

que, por la inteligencia de su forma y la profundidad de su materia, habla a espectadores

de cualquier lugar sobre una problemática más honda y permanente que la contingente

actualidad española -aunque partiendo siempre de ella- de una manera nueva».

En efecto, alguna de sus películas nos han servido de ejemplo a la hora de

comprobar las singularidades de su filmografía. Cuando en la España de las incipientes

autonomías, éstas buscaban sus señas de identidad, negadas desde la dictadura, y

acababan haciendo un cine autóctono pero marginal, Borau se orientó con La

Sabina hacia un cine de marcado carácter internacional donde la aparente faceta

localista estaba sublimada por un real universalismo, tal como Vargas Llosa ha

apuntado. La propuesta ofrecida por el cineasta aragonés nos enseñaba a dudar de un


cine estrictamente andaluz si comparábamos los resultados de su personal trabajo con

otros productos autóctonos. Al plantear el tema de las relaciones entre escritores

extranjeros afincados en Andalucía y mujeres nativas, el cineasta se situaba contra los

tópicos habituales mantenidos por el cine español y que él denunció desde su etapa de

crítico en Heraldo de Aragón; es decir, el realizador ponía en su filme aquello que era

habitualmente negado por nuestro cine y que no parecía haber sido descubierto por un

recién nacido y etiquetado «cine andaluz». Un gran esfuerzo de producción reunía a

actores y técnicos suecos junto a los españoles para promocionar un producto que,

desde su génesis, estaba llamado a concentrar localismo y universalidad unánimemente.

Este tema de la Sabina, la draguna que devora a los hombres una vez que los ha gozado

sexualmente, se instala como un curioso mito andaluz que parece tener sus antecedentes

literarios en las serranas del Arcipreste de Hita y en su variante de «la serrana de la

cueva».

La película de Borau se ofreció así en el comienzo de los ochenta como un

proyecto ejemplar que tomaba rutas bien distintas a las buscadas por los cineastas

autóctonos empeñados en hacer un cine forzosamente «de aquí y de ahora». El cineasta

aragonés había sabido conjuntar una historia de amores imposibles, la propia historia de

amor del pasado gravitando y repitiéndose sobre el presente, junto a aspectos muy

específicos de las relaciones entre el hombre y sus mitos; todo ello con un telón de

fondo andaluz que se orientaba en sentido contrario a los tópicos habituales de la

charanga y la pandereta y colocaba como objeto de análisis a los intelectuales y

escritores que fascinados por esta tierra hicieron de ella su propio motivo de

investigación. El tema de la necesidad de salvar las fronteras reales así como las

idiomáticas y culturales enlazaba esta obra con otras como Hay que matar a B o Tata

mía.

La sabiduría del autor de Furtivos, su dilatada experiencia en el campo del guión,

la dirección, la producción, alternaba con las mejores dotes del conferenciante, profesor
y maestro en tantas aulas universitarias o escuelas de cinematografía; quien había

presidido la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España,

preparaba dos discursos de ingreso en sendas Academias, la edición de libros selectos

para la publicación en su editorial, varias conferencias para ser dictadas en foros

europeos o norteamericanos, un nuevo guión de cine, etc.

Cine, arte y artilugios...

Como puede comprobar el lector, hemos preferido glosar personalmente la

brillante intervención del profesor y cineasta José Luis Borau en el ciclo de

conferencias sintetizando y apostillando aspectos de su filmografía según criterio

propio. Pero a la hora de editar este volumen, nos resistíamos a que la firma del insigne

cineasta no estuviera presente, más acá o más allá del carácter inédito de su

colaboración, en la publicación de EIHCEROA. Por ello, el propio autor seleccionó su

artículo «La larga marcha del cine español sobre sí mismo» por entender que sus

planteamientos venían bien a un volumen donde el cine, y su relación con otras artes,

quedaba contextualizado, precisamente, en el heterogéneo devenir de la cinematografía

española. Como bien pone de manifiesto el cineasta, una serie de condicionamientos,

desde los propiamente culturales a los específicamente políticos, han ido impidiendo

una efectiva entrega de nuestros espectadores a las películas españolas. Nuevas

generaciones se hacían imprescindibles para un nuevo enjuiciamiento de los cambios

producidos ya que los viejos espectadores estaban sometidos voluntariamente a la

tiranía de la televisión. El buen momento que viene atravesando nuestra cinematografía

lo es ante todo desde un punto de vista creativo, es decir, en opinión de Borau, «de

autor».
Por su parte, el artículo «Cine y Literatura», de Rafael Utrera, tiene como

arranque la aportación que los nuevos artilugios de finales del XIX efectuaron sobre el

mejor conocimiento de «cualquier tipo de realidad» y la conformación de un universo

cuyo carácter marcadamente antropocéntrico amplió los enfoques seculares; al tiempo,

la Literatura, encontró en alguno de ellos, como el cinematógrafo, un poderoso vehículo

de comunicación portador de nuevas armas y bagaje que modificó las coordenadas

espacio-temporales del nuevo ciudadano del siglo XX. Cuando «realismo» y

«naturalismo» fueron descartados por la literatura (en su modalidad novelística y

dramatúrgica) y por la pintura, al considerarlos obsoletos, el cine hizo acto de presencia

en la sociedad recogiendo la mencionada herencia artística y configurándola, desde los

primeros años del siglo, según las peculiaridades de una industria donde el pionerismo

tanto obligaba a la invención del artilugio necesario como al extremo reduccionismo de

los antecedentes artísticos en los que se apoyaba. A partir de aquí, el artículo establece

la historia, tan convergente como divergente, de las relaciones entre los más conspicuos

representantes de nuestra literatura y los cineastas coetáneos, mostrando tanto el

distanciamiento intelectual de unos como el pragmático intervencionismo de otros.

Mónica Barrientos en «Cine y Pintura», establece pertinentes teorizaciones sobre

la esencia de dos artes cuyas representaciones se ofrecen en unas condiciones

semejantes, el lienzo pictórico y el lienzo de plata, así como la herencia que el primero

recibe de la segunda; a los apartados de similitudes y diferencias, sigue una descripción

de los principales valores y formas utilizados, desde la composición al encuadre, sin

olvidarse de los valores cromáticos y el plural juego artístico a que da lugar. Los

postulados y teorizaciones de Eisenstein o Bazin alternan con la referencia a los

estilemas, entre otros, propios de Rembrandt o Caravaggio y cómo estos se dejan sentir

en las concepciones cinematográfico-pictóricas de Dreyer, Minnelli o Greenaway. La

presencia de los tableaux vivant en cualquier época del cine permite alterar (o no) el

discurrir de la narración y, por ello, es capaz de sorprender al espectador, causa de la


suspensión de la temporalidad o por situarse fuera del espacio. Las biografías de

pintores, tan verdaderas como falsas, son recurso habitual en el cine de todas las épocas.

Por su parte, la cinematografía española ha utilizado tanto los recursos pictóricos en

algunos títulos como la biografía ilustrada de nuestros maestros más universales. Sin

duda, la obra de Erice El sol del membrillo, representa un hito en la historia de las

relaciones entre pintura y cine españoles.

El texto de Virginia Guarinos, «Cine y radio», nos advierte que la radio aprendió

a hablar cuando el cine era mudo; a pesar de sus aparentes radicales diferencias, como

medios, han procurado relacionarse de muy diversos modos; la peculiar tipificación

puede hacerse al menos desde cuatro perspectivas diferentes. La autora desarrolla cada

uno de los apartados estableciendo pertinentes subdivisiones que nos adentran de forma

minuciosa en el entramado de lo cinematográfico radiofónico y en la radiofonía de lo

cinematográfico, desglosando la función de la radio como elemento narrativo, mundo

representado y material adaptado. Estas teorizaciones encuentran abundante pragmática

en determinadas películas españolas cuyo particular estudio se centra en Calabuch, de

Berlanga, Historias de la radio, de Sáenz de Heredia, Solos en la madrugada, de Garci,

y Ama Rosa, de Klimowsky; a su vez, cada una de ellas se analiza en la oportuna

contextualización social, en la estrictamente cinematográfica y en la específicamente

lingüística. Estas adaptaciones, de ayer y de hoy, al igual que las venideras, seguirán

teniendo, en opinión de la autora, como Ama rosa, dos madres: la radio y la pantalla.

Inmaculada Gordillo en su artículo «Cine y televisión», toma como punto de

partida un temprano texto de Arnheim en el que ya se pronosticaron ciertos aspectos de

la teoría televisiva. En los comienzos de tal investigación, el encuentro de un medio con

otro supuso la conversión del cine en modelo de referencia para «la configuración

narrativa» de la futura programación. La aceptación de esta herencia, recurso narrativo

consagrado, no impidió que el nuevo modelo de representación sufriera semejante

rechazo intelectual al tenido por el cine cincuenta años antes y, de modo paralelo, una
acogida popular de innegable éxito. Por otra parte, la progresiva universalización de los

mercados y el inigualable poder social y político del medio, han ido convirtiendo el

audiovisual televisivo en fuerza mediática sin parangón capaz de absorber y reciclar

cuanto se le ponga por delante. Los últimos años han supuesto una evidente merma en

la tradicional oposición cine-televisión y, por el contrario, una clara tendencia a la

convergencia más productiva. El caso español se ejemplifica tanto en películas clásicas

como contemporáneas; en ellas, el discurso televisivo, actuando en el medio

cinematográfico, adquiere los más variados recursos y procedimientos, lleve la firma de

José Luis Sáenz de Heredia, Pedro Almodóvar o Fernando Huertas. El estudio

monográfico sobre La seducción del caos, de Martín Patino, cierra el discurso sobre

unas relaciones menos pródigas de lo esperado.

En «Cine y publicidad», Antonio Checa describe una pluralidad de situaciones en

torno al título elegido y a la par una generosa ejemplificación donde la pragmática y la

teórica se dan amistosamente la mano; «Gente loca, ambiciosa e infeliz», subtitula el

autor su trabajo; y es que, en efecto, son rasgos muy generalmente utilizados por los

guionistas y realizadores a la hora de presentarnos a los personajes, prototípicos o

arquetípicos, del mundo publicitario, símbolos, por otra parte, de la sociedad capitalista;

contexto social donde la lucha de sexos, con todas sus implicaciones sociolaborales y de

competencias diversas, puede dar excelentes resultados generalmente cómicos y

ocasionalmente dramáticos. Y dado que la publicidad tiene «peligroso poder y peligrosa

atracción» no es infrecuente verla utilizada, de modo subliminal, para fines perversos

desde el uso fraudulento de la actividad política hasta propiciar modalidades próximas

al asesinato; muy al contrario, también el cine de ayer y de hoy ha dado mucho juego

con las peripecias de los publicitarios que han buscado ideas salvadoras en las aguas

movedizas de la voraz sociedad de consumo. Una pluralidad de ejemplos, con

considerable número de modalidades, es analizada por el autor deteniéndose tanto en


cortometrajes como en telefilmes. El caso español queda referenciado en títulos de

Lazaga, Lorente, Ozores, Giménez Rico, Colomo, etc.

José Luis Navarrete, en «Cine y cine», afirma que el carácter autorreferencial

puede ya comprobarse en el cine primitivo más ingenuo y se pregunta qué ha podido

mover a este arte a volverse sobre sí mismo y a convertir tal cuestión en recurso

institucionalizado. Una frase hecha como «cine dentro del cine», debe ser algo más,

acaso mucho más, que una etiqueta generalizadora; en efecto, el articulista establece

una taxonomía cuyos valores están lejos de la univocidad y engloba factores tan

diversos como la construcción espectacular y artificiosa (mostración), la relación entre

unos discursos con otros (citación), la mirada sobre su propio relato (reflexión) y el

trasfondo argumental o mero decorado (atrezo). Pero más allá de la elucubración

teórica, aplicada en primera instancia al cine norteamericano, el autor lleva a término un

personal y exhaustivo repaso a una filmografía española que abarca desde finales del

mudo al último cine contemporáneo. Sobrevila, Elías, Neville, García Maroto y Llobet

Gracia presentan un repertorio abundante de secuencias que tendrán su continuación,

según este particular estudio, en Berlanga, Erice, Zulueta y Almodóvar, enjuiciado todo

ello sobre la consideración de que una película, como una novela, supone un discurso

social en estrecha relación con el proceso creativo del director o autor.

En «Cine y nuevas tecnologías», Enrique Sánchez Oliveira investiga la relación

entre un arte centenario y los novísimos elementos que conforman el amplio mundo de

la comunicación audiovisual. Haciendo selección de específicos artilugios, algunos de

ellos recién nacidos, se analizan en el artículo tres modalidades relativas al cine digital

con paralela correspondencia en el cine tradicional: producción, filmación y

distribución-exhibición. La década de los ochenta es el momento histórico en el que

aparecen las primeras innovaciones donde el carácter científico y técnico se aplicó

preferentemente al género de la ciencia-ficción. A partir de aquí, la avanzada

cinematografía americana adaptó los nuevos recursos a la expresión de cualquier tema y


género; aún más, como explica el autor, si en las postrimerías del XX, las herramientas

informáticas se utilizaron para crear mundos cinematográficos repletos de efectos

especiales y crear dibujos animados en tres dimensiones, el XXI parece apostar por la

creación de actores digitales. Las nuevas técnicas han sido ya capaz de presentarnos a

Bogart o Astaire revividos y formando grupo con otros famosos de carne y hueso. Junto

a ello, el celuloide, materia físico-química sobre la que se ha impresionado la Historia

del Cine, parece tener los días contados; la distribución y la exhibición modificarán sus

modos de funcionamiento y otros recursos, otras pantallas, ofrecerán nuevas

modalidades artísticas o espectaculares. El caso, tan aparentemente alejado de la

novedosa sofisticación americana, puede ofrecer algunos ejemplos interesantes entre los

que se encuentran las diversas piezas de «cine comprimido» con títulos firmados por

Javier Fesser, Raúl Mesa, Jorge Izquierdo, Julio Medem y Pablo Llorca.

Sevilla, marzo 2001.

La larga marcha del cine


español hacia sí
mismo http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-
1

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-
002185ce6064_1.html - N_1_

José Luis Borau


JOSÉ LUIS BORAU MORADELL nació en Zaragoza.
Licenciado en Derecho y funcionario de Ministerio. Escritor
cinematográfico, firmó numerosos artículos y críticas en El
Heraldo de Aragón. Se diplomó en la especialidad de
Dirección en el Instituto de Investigaciones y Experiencias
Cinematográficas. Profesor de la Escuela Oficial de
Cinematografía ha impartido numerosos cursos en
Universidades extranjeras. Ha dirigido En el río, Brandy,
Crimen de doble filo, Hay que matar a B, Furtivos, La
Sabina, Río abajo, Tata mía, Niño Nadie yLeo, la mayoría
producidas por su empresa El Imán (productora y editora).
Para Televisión Española produjo y dirigió Celia, basada en
las novelas de Elena Fortuny. Ha intervenido como actor en
numerosas películas propias y ajenas. Ha coordinado y
dirigido el Diccionario del Cine Español (Alianza Editorial) y
ha investigado la figura de Harry D'Abbadie d'Arrast en El
caballero d'Arrast (Festival Internacional de Cine de San
Sebastián). Ha sido Presidente de la Academia de las Artes y
las Ciencias Cinematográficas de España. Ha recibido la
Medalla de Oro de las Bellas Artes. Es miembro de diversas
Academias, entre ellas la de Bellas Artes de San Fernando.
El cine español, uno de los más antiguos de Europa, que nunca ha dejado de

figurar en activo -incluso durante la Guerra Civil siguieron rodándose largometrajes-, y

que casi desde un principio alcanzara índices de producción bastante altos, sólo

comenzó a ser considerado por la crítica internacional hará cosa de veinte años, una vez

muerta y bien muerta la Dictadura. Todavía hoy puede afirmarse que sigue siendo un

ilustre desconocido para los grandes públicos, pese a fogonazos intensos pero

intermitentes de nombres como Saura, Almodóvar, Bigas Luna o Amenábar. Y pese

también a la atención creciente, y con frecuencia admirativa, de estudiosos e

historiadores repartidos por universidades y centros de cultura audiovisual a lo largo de

medio mundo.

Los nombres citados, junto a otros quizá menos sonoros allende montañas y

mares pero igualmente decisivos en nuestro quehacer diario, entran de lleno en el

concepto de «autores», tomado éste en el sentido que la crítica francesa quiso darle a

partir de Bazin y sus flamantes Cahiers du Cinema. Se repite así en nuestra

cinematografía una circunstancia común al conjunto de aquellas que no cuentan con una

distribución comercial asegurada, a las cuales bien cabe calificar de exóticas, aun

cuando los respectivos territorios se hallen a la vuelta de la esquina, como quien dice:

sólo son conocidas a través de sus principales creadores -los citados «autores»-, y a

veces ni siquiera eso, limitándose la noticia global de las mismas al puñado de obras

maestras, o simplemente afortunadas, que pudieran sumar entre todos.


Con un par de diferencias esenciales. La primera, ya apuntada, que el caso

español no es, al menos en términos continentales, el de una industria menor, puesto

que durante la segunda mitad del siglo ni siquiera en momentos de aguda crisis bajó su

producción mucho más allá del medio centenar de films, doblando esa cifra con

frecuencia en tiempos no demasiado lejanos, y realizando en la actualidad de ochenta a

noventa por año, lo cual la coloca numéricamente en un destacado puesto dentro de la

Unión.

La segunda y más peculiar de esas diferencias, radica en que los «autores» no

surgen aquí a la manera de frutos señeros de una actividad profesional marcada

previamente por triunfos comerciales mediatos, como ocurriera, sin ir más lejos, en el

cine americano de los buenos tiempos o con los ilustres nombres aparecidos en el

francés de los años treinta.

Aquí son precisamente los «autores», nacidos no se sabe muy bien cómo, quienes

sobre todo a partir del estreno de ¡Bienvenido, Mr. Marshall!, en la primavera de 1953,

aceptan la responsabilidad de orientar y redefinir el ámbito cinematográfico al que

pertenecen, tratando de dotarle poco a poco -quizá sin demasiada conciencia colectiva

por su parte, pero sí a costa de éxitos individuales- de contenidos, formas y maneras que

sustituyan viejas concepciones y lleguen a constituir algo así como las nuevas líneas

maestras, definidoras de nuestra cinematografía ante los demás públicos y, casi más

difícil aún, ante el suyo propio, o la parte más exigente y escéptica del mismo.

No queremos decir con esto, cuidado, que en los cincuenta años previos al

famoso film de Berlanga no se hicieran películas muy estimables en España, bastantes

de las cuales, al ser revisadas hoy, superan en méritos y en atractivo no sólo el recuerdo

que guardábamos de ellas, sino incluso el de otras que por el mismo tiempo pudieran

hacerse en países de nuestro entorno, como ocurre con determinados títulos de Florián

Rey, Benito Perojo, Edgar Neville, Sáenz de Heredia, Rafael Gil o Nieves Conde, por

citar sólo unos cuantos nombres importantes de la primera etapa sonora. Pero eran, en
términos generales, películas sobre las que, directa o indirectamente, actuaban

condicionamientos -sociales, culturales, políticos que, además de lastrarlas, reducían su

trascendencia artística al servir intereses más bien bastardos desde un punto de vista

estrictamente cinematográfico.

Así, entre los condicionamientos de índole creativa, se ha de señalar el literario -

sobre todo de origen teatral- que imponía criterios dramáticos o cómicos, casi siempre

de trasnochado valor, según fórmulas que iban desde el dramón postromántico hasta la

alta comedia benaventina, pasando por el sainete, con sus correspondientes derivaciones

zarzueleras y folklóricas. Todo, expresado a través de actuaciones altisonantes, o

recitativas cuando menos, de las que tanto eran responsables los cuadros de intérpretes

como sus directores. Si a ello añadimos una concepción plástica igualmente finisecular,

basada en el pintoresquismo rural o capitalino, se comprenderá que el sufrido

espectador hispano con frecuencia se sintiera ajeno, si no enemigo declarado, de un país

y una sociedad que sólo existían en la pantalla, y cada día resultaban más alejados, y

aun contrapuestos, a la realidad circundante. El advenimiento de la República, con

renovadas inquietudes sociales y estéticas, tampoco alteró en proporción significativa

tales planteamientos.

La Dictadura agravó la situación pues, amén de no desterrar aquellos males,

añadió otros de nuevo cuño que bien podrían calificarse de políticos aun cuando sea

obligado hacer alguna matización. Las autoridades franquistas, en contra de lo que

pudiera pensarse en principio, casi nunca impusieron directamente temas relacionados

con la Guerra Civil, y de hecho puede afirmarse que, en términos comparativos, no

fueron demasiado abundantes los films inspirados en la misma, en sus antecedentes o en

sus consecuencias, aun cuando naturalmente los hubiera y gozaran del apoyo oficial,

siempre que no tergiversaran, a juicio de los poderes fácticos -el Ejército, la Falange o

la Iglesia-, los sacrosantos postulados de cada cual. En tal caso, eran barridos de las
carteleras sin contemplaciones, por mucho que acabaran de superar el escollo de la

propia Censura gubernativa.

La intensidad y despotismo con que actuó esta última, sobre todo conforme el

Régimen se alargaba y las nuevas generaciones comenzaron a ponerlo en solfa -más no

cabía hacer-, eliminó poco menos que cualquier connotación realista en los argumentos

tratados, aparte de favorecer, entre quienes pretendían sortearla, un estilo críptico,

repleto de alusiones veladas o guiños maliciosos que tampoco garantizaban, a fin de

cuentas, la recepción de los films en aquellos sectores amplios del público que no

estuvieran, como suele decirse, al cabo de la calle, por muy distantes que se sintieran

del Régimen.

Una total dependencia económica del sistema de subvenciones empujaba a los

productores, por otra parte, a elegir historias no sólo inermes, o narradas desde un

ángulo inocuo, sino que resultaran del agrado de los sucesivos gobiernos del dictador,

según el palo que pintara en cada momento: el heroísmo militar, la Historia

grandilocuente, una religiosidad preconciliar, el anticomunismo reverdecido o el

provechoso cebo turístico.

Por si todo ello fuera poco, los modelos cinematográficos elegidos fríamente por

ciertos realizadores de ambición resultaban -como no podía menos de ocurrir habida

cuenta del aislamiento en que vivía inmersa nuestra sociedad-, lejanos e impropios.

Tanto daba que se tratara de locas comedias a lo Hollywood, como de recreaciones

plásticas a la mexicana o de descarnadas descripciones neorrealistas. Aunque los

respectivos originales hubieran gustado -de ahí el afán de imitarlos-, tan pronto como un

director doméstico adoptaba total o parcialmente parecidos enfoques se veía acusado de

falsificador. Y no sólo por parte del respetable. La propia crítica se apresuraba a

denunciar cualquier síntoma de mimetismo, considerándolo denigrante si no

antiespañol. Condicionamientos todos -culturales, políticos y hasta cinematográficos,

como se ve- que no favorecían precisamente la entrega del espectador a las películas
nacionales. Entre otras razones, porque las situaban en coordenadas imposibles de

aceptar -más apropiado sería decir de tragar-, aun para el sencillo paladar del españolito

medio, distante de cualquier sofisticación pero remiso a ser catapultado por la fuerza a

una sala para que disfrutase, en teoría, con lo suyo.

En otras palabras, doblada la mitad del siglo, el cine español continuaba sin

encontrar el camino, dejando aparte, claro está, las excepciones ya comentadas, cuyo

éxito pudo ser grande pero la repercusión, en lo tocante a marcar rumbos de validez

creativa, escasa.

La desaparición de Franco y su sistema -la Censura en primer lugar- tampoco

cambió la situación de la noche a la mañana, como se pudo pensar en un principio.

Aunque en los veinte años anteriores hubieran iniciado ya cierta labor de zapa nuevos

directores provenientes en gran parte de la Escuela Oficial de Cinematografía, en

Madrid, o de movimientos como el denominado Escuela de Barcelona, a la mayoría de

los cuales correspondía con entera adecuación el título de «autor», el público,

globalmente considerado, seguía reaccionando con indiferencia a tales esfuerzos y con

relativa fidelidad -la relativa fidelidad que ya sabemos-, a la oferta de viejas fórmulas

teñidas de actualidad, como la tan comentada tercera vía o el famoso destape erótico-

festivo de algunas comedias.

Se precisaba un cambio generacional con la consiguiente aparición de audiencias

más cultivadas, junto a la irremediable desaparición de las antiguas, ya volcadas ciega y

definitivamente en la televisión. Y sobre todo, urgía el derrumbe de los susodichos

condicionamientos espurios, para que los «autores», aun con la relativa amplitud que

estemos dispuestos a conceder al concepto, acabaran de imponer su nueva ley. Una ley

nunca enunciada pero cuyo primer artículo exigía tener en cuenta la realidad del país al

que se dirigían nuestros productos, bien fuera para describirlo, hablarle de tú a tú, o

incluso congraciarse con él si se trataba de abundar en sus fantasías íntimas, no siempre

sexuales, por cierto.


Un aluvión de jóvenes directores, en buena parte estimulados por los éxitos de la

nueva avanzadilla -la línea de Almodóvar & Co.-, y con firmes propósitos de «autoría»

por tanto, facilitó aquel cambio. Aunque la mayoría de ellos no hubieran tenido

oportunidad de realizar prácticas en escuela alguna por la razón de que ya no las había,

al menos oficiales, desde el cierre de la vieja EOC, cumplieron su aprendizaje como

Dios les dio a entender, formando parte de equipos profesionales o realizando por su

cuenta y riesgo los cortometrajes de rigor.

Todos, de curioso acuerdo en universo tan individualista y variopinto como el

español, pretendían la observancia a rajatabla de aquel primer mandato de la nueva Ley:

dirigirse a un país real, sin circunloquios ni solemnidad alguna, cayera quien cayera,

con el firme propósito de resultar modernos -en el verdadero sentido de la palabra, no

en el de apegados a una moda de última hora- y cinematográficos por encima, incluso,

del afán de imponer la propia personalidad que suele caracterizar al «autor».

Consecuencia inmediata de semejante postura, tan directa como fácil de entender,

fue que el público reconociera al punto el nuevo paisaje que se le ofrecía desde la

pantalla, y se sintiera más o menos identificado con los personajes que lo poblaban,

cuyas formas de hablar, moverse y vestir eran, a fin de cuentas, las suyas propias. Los

jóvenes en particular respondieron con entusiasmo ante tamaña novedad, dispuestos de

buen grado a perdonar deficiencias técnicas, si las hubiera, y rendidos de igual modo a

la fascinación de un extenso plantel de actores tan sinceros como los directores, y tan

bisoños como su audiencia, si cabe.

En cuantas estadísticas se han hecho recientemente, casi todas favorables para la

presente situación, cabe destacar un dato que bien puede considerarse como auténtica

novedad en la historia de nuestra cinematografía: de cada diez espectadores con que

cuenta hoy una película española, casi siete no han cumplido los treinta años aún,

perteneciendo en grandísima medida a las franjas más desarrolladas de la sociedad.

Noticia poco menos que revolucionaria, habida cuenta del atávico despego, si no
enemistad declarada, con que esas mismas capas -o sus equivalentes- acogieron hasta

ahora la producción nacional.

No es de extrañar, por tanto, que cada día se extienda la opinión -no

necesariamente contrastada con un riguroso conocimiento del pasado- de que el cine

español atraviesa hoy su mejor momento, al menos desde un punto de vista creativo, es

decir de «autor». Opinión compartida con parecida alegría de juicio por buena parte de

la prensa a la hora de presentar sus resúmenes anuales, o en los comentarios que suscita

cada entrega de los premios Goya.

Tanto es así que, aun corriendo el peligro de incurrir en exageración, puede

decirse que actualmente una película «de autor» significa, en principio, una relativa

garantía de éxito. Y, a contrario sensu, que éste difícilmente se consigue si sólo cabe

encuadrar al film de turno en lo que siempre dio en llamarse comercial.

«Si quieres perder hoy dinero en España, haz una película de aquellas», suele

repetir un distribuidor y exhibidor muy conocido en Madrid, refiriéndose a que los

viejos criterios de producción y explotación no sirven ya. Y lleva razón aun cuando

sería preciso añadir -no nos engañemos- que al cambiar los públicos, las historias y los

directores, también lo ha hecho el concepto de comercial, ambición detestable bajo

nuevas formas en muchas obras consideradas oficialmente como «de autor». Claro que

ello no sólo no tiene por qué resultar perjudicial a la hora de valorar un film, sino que

conviene, y mucho, a una industria perennemente necesitada de clientes como la

nuestra.

Así fue cómo, en definitiva, y siguiendo la expresión anglosajona, los locos -

léase, los autores- acabaron por hacerse dueños del manicomio, haciéndolo además con

decisión y autoridad verdaderamente notables, desacostumbradas quizá en otras

latitudes paralelas, aun cuando aquí la operación de rebelión y conquista haya requerido

la friolera de casi medio siglo para darse por concluida.


Cine y literatura
Rafael Utrera Macías

RAFAEL UTRERA MACÍAS es Profesor Titular de la


Universidad de Sevilla con docencia en la Facultad de
Ciencias de la Información. Temas de preferente
investigación son la Historia del Cine Español y sus
relaciones con la Literatura. Ha publicado los
libros Modernismo y 98 frente a Cinematógrafo, Escritores y
Cinema en España: un acercamiento histórico, Federico
García Lorca / Cine, Literatura Cinematográfica -
Cinematografía Literaria, Homenaje literario a Charlot,
Claudio Guerin Hill: Obra audiovisual, Azorín: periodismo
cinematográfico, Film Dalp Nazarí: productoras andaluzas,
Cuatro pasos por la Historia y la Estética del Cine
español (edición español-japonés) y Luis Cernuda: recuerdo
cinematográfico. Ha editado los volúmenes Cine en
Andalucía: un informe y El cortometraje andaluz en la
democracia (ambos en colaboración) así como Imágenes
cinematográficas de Sevilla, 8 calas cinematográficas en la
Literatura de la Generación del 98, Cuentos de Cine: de
Baroja a Buñuel y El cine y el momento, de Azorín. Ha
colaborado en los colectivos Antología Crítica del Cine
Español, Diccionario del Cine Español, Ínsula-Val del Omar,
Cuadernos de la Academia, Galdós en la pantalla, Ludus, etc.
Colaborador de Film Ideal, Cinema 2002, Ínsula, Versants,
etc. Ha recibido diversos premios de Asociaciones
Cinematográficas.

Introducción

El enfrentamiento de dos sustantivos con tantas connotaciones e Historia como

Cine y Literatura obligaría a un estudio en extensión y profundidad que estaría reñido

con los límites de una conferencia o un artículo. Por ello, conduciremos nuestro trabajo

por unos derroteros donde la síntesis y la selección no entren en conflicto con lo más

significativo e imprescindible de una relación tan compleja y heterogénea como la

mantenida a lo largo de un siglo por estas dos artes.

Así, pues, procederemos primero a seleccionar y establecer unos aspectos

generales e introductorios al tema para mostrar luego una perspectiva histórica de cómo

se ha desarrollado esta relación atendiendo al caso español: nos referiremos a la

tipología de las adaptaciones literarias que, en nuestra cinematografía, se han llevado a

la pantalla para, seguidamente, describir las actitudes de los escritores ante el fenómeno

cinematográfico.
Encuentros y desencuentros entre
Literatura y Cine

El mito de la caverna platoniana y su comparación con la sala de cine es clásica

alegoría para filosofar sobre el carácter de la recepción y la proyección

cinematográficas. Siguiendo con Platón, los cinematófobos de cualquier época recurren

a él para «reproducir, conscientemente o no, el rechazo [...] a las artes de ficción como

engendradoras de ilusión y estímulos de las bajas

pasiones»2http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html - N_2_.

También los parisinos Campos Elíseos han sido el escenario donde el propio filósofo

griego y el popularísimo actor Valentino dirimen, en hipotético diálogo, su mejor

conocimiento sobre el amor, uno apoyando sus conjeturas en el plano de la teoría y otro

en el de la experiencia3http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_1.html - N_3_. Imaginadas anécdotas similares se sirven de animales

que, comiendo papel o celuloide, intercambian opiniones sobre las bondades de la obra

literaria y sus superiores calidades frente a la adaptación cinematográfica. Y alguna otra

donde una Vieja, personificando a la Literatura, porfía sobre sus históricos atributos

mientras se enfrenta a una Joven, símbolo de la Cinematografía, que, dialécticamente,

aporta plurales razones sobre las ventajas de su ser.

Los ejemplos mencionados, más allá de su carácter anecdótico, simbolizan el

funcionamiento histórico de la relación entre un Arte consagrado, la Literatura, cuyo

origen se confunde con la Historia de la Humanidad, y un Espectáculo, el


Cinematógrafo, que el hombre contemporáneo ha visto nacer y cuyo desarrollo, a lo

largo de un siglo, ha permitido otorgarle semejante categoría.

La evolución social del cine y su progresiva situación en el conjunto de las Artes,

conllevó un renovado modo de concebir el universo que, ya desde el siglo XVIII, venía

modificando una marcada visión teocéntrica del mundo; no fue ajeno a ello la

aplicación del conocimiento científico, especialmente en el campo de las ciencias físico-

químicas, a determinados artilugios útiles para el ocio y el entretenimiento los cuales,

más allá de tal función, fueron ampliando los enfoques seculares en detrimento de la

concepción sagrada y a mostrar nueva visión del universo portadora de una

representación mecanizada además de una cultura visual. La fotografía, la linterna

mágica, el cinematógrafo, modificarán las coordenadas espacio-temporales del nuevo

ciudadano, lector unas veces, espectador otras. La Literatura encontró así un poderoso

vehículo de comunicación portador de nuevas armas y bagajes para la experiencia

humana. La imagen fotográfica y, sobre todo, el desarrollo social de la «fotografía

animada», conformará una diferente representación de la realidad, de cualquier tipo de

realidad.

El «realismo», basado en la mímesis griega, adquiere carta de naturaleza en el

siglo XIX cuando hace referencia a las artes que pretenden una representación del

mundo tanto figurativa como narrativamente y se opone a las tendencias neoclásicas y

románticas precedentes; como una variante del mismo, los críticos distinguieron el

denominado «naturalismo» cuyo modelo podía encontrarse en la literatura zoliana

caracterizada por un verismo a ultranza y unos condicionamientos marcados por la

herencia biológica. Cuando un procedimiento y otro se manifestaron obsoletos tanto

para la novela y la pintura, de marcada tradición realista, como para el teatro, de corte

naturalista, el Cine hace acto de presencia en la sociedad y se ofrece, en principio, como

fiel reproductor de la realidad con marcado mimetismo, recogiendo una herencia


artística que los impresionistas en pintura y los simbolistas en teatro se habían negado a

recibir.

Los inicios del cine europeo se debaten entre lo que pudiéramos llamar «realismo

aristotélico» y «realismo platónico», si se nos permite semejante taxonomía filosófica

para delimitar los modos y estilos caracterizadores del filme primitivo; en el primero, se

pretende ofrecer los hechos sin mistificación alguna y alejados de la hipotética

idealización que el espectador pudiera añadir; por el contrario, en el segundo, el

voluntarismo para evitar la mímesis «del sentido común», de lo evidente a los ojos,

aboga por un conjunto de recursos donde la puesta en escena es una recreación del autor

que quiere trascender el vulgar mundo externo y fabrica un «reino inmaterial de

esencias».

Las primeras sesiones públicas presentadas en París por los hermanos Lumière se

basaban en un procedimiento de animación fotográfica para ofrecer postales ciudadanas,

convertidas en testigos presenciales de unos hechos, cuya misión era recrear el

movimiento por medio de procedimientos científicos. En sentido estricto no podrá

hablarse todavía de lenguaje cinematográfico propiamente dicho; la estructura de cada

film hace coincidir tiempo real y cinematográfico. El pionerismo de estas películas les

vincula antes a la técnica fotográfica y la composición pictórica que a la genuina

expresión literaria.

Por su parte, el cine de Méliès se sirvió de una realidad inventada donde el

decorado era parte fundamental y sus antecedentes inmediatos estaban en el music-

hall y en las variedades. La manipulación de la historia utilizaba una diversidad de

«trucos» donde los recursos estilísticos establecían una condensación de la lógica

espacio-temporal y construían una pluralidad de cuadros que funcionaban como

escenas. La identificación de algún título con su homónimo Viaje a la Luna, de Verne,

acaso permitía relacionarlo con ciertos antecedentes literarios.


El cine, siempre ávido de contentar al espectador, hizo frente a sus sucesivas

crisis; fueron objetivos prioritarios tanto la necesidad de buscar un público diferente

como de justificar el carácter artístico del espectáculo. En definitiva, se trataba de hacer

frente -como señala Stam- a tres «tradiciones discursivas» presentes en el imaginario

sociocultural del momento: la hostilidad platónica por las artes miméticas, el rechazo

puritano por las ficciones artísticas y el histórico desdén de las élites burguesas por las

masas populares. Por ello, será el movimiento denominado Film d'Artel encargado de

buscar nuevos procedimientos que incorporarán técnicas dramáticas, desde la

«adaptación» cinematográfica de la obra a la adopción de un punto de vista único

semejante al percibido por el espectador en la sala teatral. El asesinato del Duque de

Guisa ha quedado como película emblemática de este sistema y los hermanos Lafitte

como iniciadores de un estatus con mayor prestigio social.

De especificidades

Si en determinados aspectos el nuevo modo de representación se hace heredero de

factores pertenecientes a artes precedentes, desde la pintura al teatro, es cierto que

elementos propios conllevan una especificidad que puede ser analizada al menos desde

puntos de vista tecnológico, lingüístico, histórico, institucional y receptivo. La teoría del

cine se debate en los primeros momentos entre la defensa apasionada de su cine y la

pertinaz relación con otras artes; las propias definiciones metafóricas empleadas para

definirlo utilizan los términos «escultura», «pintura», «arquitectura», «en movimiento»

aunque la mera equiparación o identificación pretendía sobre todo una legitimación

definitiva. El Griffith de los primeros tiempos recurría a Rembrandt para justificar el

sentido de la iluminación y a Dickens para evidenciar que el montaje paralelo estaba

presente en la narración literaria. Y el teorizante del cine primitivo, Ricciotto Canudo,


en la primera década del siglo XX, recurría al sintagma «arte plástico en movimiento»

para definir un modo de expresión que, de acuerdo con la teoría de Lessing, era el

resultado de combinar adecuadamente las artes espaciales con las temporales; el

«cronotopo» resultante (en idea de Batjin) mostraba la «relación necesaria entre tiempo

y espacio en la representación artística»4http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_1.html - N_4_.

El Cinematógrafo, que comenzó a considerarse como nuevo lenguaje universal,

estableció relaciones desde el mismo momento de su nacimiento con la Literatura.

Además de la consabida tendencia a adaptar la obra de reconocido prestigio, aquel

espectáculo ofrecido inicialmente en la «barraca de feria» fue, conquistando, gracias a

su progresiva popularización, mejores espacios: la primitiva sala de usos múltiples

donde se combinaban las variedades con las proyecciones se vio sustituida

posteriormente por el aburguesado coliseo de teatro donde, en mimética organización

espacial, la pantalla ocupará el lugar del escenario.

Sin embargo, la consideración de arte temporal permitió que las comparaciones

del cine con la música no se hicieran esperar; el ritmo se constituía en factor esencial y

homologable para dos medios expresivos que, recurriendo al lenguaje sinestésico,

permitía hablar de audiciones y sinfonías visuales, no sólo defendidas por Dulac o

Gance sino por Eisenstein quien consideraba los «principales» y «armónicos» recursos

imprescindibles para el cineasta a fin de crear un impresionismo fílmico semejante al

ideado musicalmente por Debussy. En la misma línea, Dziga Vertov recurría a los

«intervalos», factores musicales, por considerarlos elementos cinematográficos «que

llevan el movimiento a una conclusión cinética»; el kinograma vendría a ser la variante

cinematográfica de la partitura musical; la cámara primero y la moviola después se

convirtieron en máquinas creadoras que relegaban la ficción en beneficio de una

realidad donde el gusto por la simetría y la animación de lo inanimado otorgaba a su


trabajo características metalingüísticas; y es que tales artilugios creaban un universo

cinematográfico propio sin vinculaciones con la estricta narrativa literaria.

La publicación, en el clímax del cine mudo (1924), de los artículos Literatura y

Cine, de Shklovski, y Cine-palabra-música, de Tinianov, sintetizaba la

interdependencia establecida entre el cine y otras artes; aquél debería funcionar con un

lenguaje «poético» semejante al uso «literario» de los textos apoyados en la palabra; por

lo demás, los formalistas, ampliando necesariamente su discurso, orientarían las

investigaciones hacia el cine parlante, eje fundamental ahora de sus controversias, con

todas sus implicaciones en el campo de la adaptación literaria.

La industrialización del cine sonoro supuso en el campo de la teoría una

pluralidad de discusiones en torno a la condición, la esencialidad y la especificidad del

medio convertido ya en audiovisual; frente a lo genuino del mudo, para unos, el carácter

bastardo del sonoro, la grosera adscripción del diálogo literario a la banda sonora,

convirtió, para otros, una consagrada expresión iconográfica en una ilegítima modalidad

expresiva aledaña a los límites del teatro. La Literatura vuelve a convertirse, según

opiniones, en el mejor aliado o en el peor enemigo de la expresión cinematográfica.

En operación inversa a la defendida por el Film d'Art, los teóricos de la Nouvelle

Vague, Truffaut a la cabeza, menospreciaban el cine de qualitéfrancés basado,

generalmente, en clásicos literarios y proponían como modelos, tomando la política de

autor como base, a los directores del cine norteamericano, desde Hitchcock a Hawks,

desde Welles a Minnelli, ya que en ellos se daban los necesarios rasgos de estilo para

ser considerados autores o demiurgos; mientras, Bazin analizaba y describía los

recursos cinematográficos consagrados, montaje, puesta en escena, profundidad de

campo, plano-secuencia, para conformar nuevas lecturas espaciotemporales, y

Alexandre Astruc defendía el carácter creador del cineasta en igualdad de condiciones

al literato o al pintor; sus concepciones en torno a la cámara-stylo debía permitir a ésta

decir «Yo» de modo semejante a como podían expresarlo autores de otras artes.
La aceptación de los posicionamientos anteriormente referidos no puede hacernos

perder de vista que cada arte es intrínsecamente apto para la expresión de unos efectos y

no de otros por lo que recursos con probada eficacia en el ámbito literario no tienen

semejante correlato en el cinematográfico y viceversa.

La novela La dama del lago, de Raymond Chandler, conforma una narración en

primera persona donde el detective Marlowe refiere su experiencia en determinados

casos resueltos con profesión; los recursos propios de la lengua, especialmente personas

pronominales y tiempos verbales, sirven al novelista para la expresión de unos hechos

que, naturalmente, se presentan al lector subjetivizados. La adaptación llevada a la

pantalla por Robert Montgomery con homónimo título en 1948 se empeñaba en servirse

de la cámara subjetiva para narrar la historia desde el exclusivo punto de vista del

personaje principal, pretendiendo homologar la visión iconográfica a la literaria. El

continuado plano subjetivo obtenido al colocar la cámara donde estaba el rostro del

personaje quería funcionar de modo semejante a como el escritor lo ofrecía en su obra.

Más allá de la pobreza de planificación y del retoricismo que entraña tal modo de

expresión (donde el flash-back se combina con la cámara subjetiva), parece evidente

que son muy diferentes las posibles relaciones de equivalencia entre palabra e imagen

(«veréis las cosas como las he visto yo») y, aun más, con la pretensión de cierta

identificación psicológica; las manifestaciones del sujeto emisor se resuelven de modo

diferente según los recursos disponibles por cada medio

expresivo5http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html - N_5_.

La utilización del montaje, o su ausencia, implica una repercusión en factores

espacio-temporales. En La soga (1948), de Hitchcock, se ha pretendido conseguir un

ininterrumpido plano único desde su comienzo hasta su final (más allá de su falacia ya

que, por cuestiones técnicas, sólo se filmará mientras exista celuloide virgen en la

bobina), de modo que se puede identificar el tiempo real con el cinematográfico; parece
evidente que más allá del virtuosismo indiscutible y de la exclusividad del montaje

interno sobre el externo, el carácter de la interpretación se asemeja a la teatral. La

narración se formula en tercera persona y, en consecuencia, la visión que se ofrece es la

de la cámara.

El caso español

a) Nuestro cine ante la obra literaria. Adaptaciones

La recurrencia a la literatura como fuente inspiradora de filmes no tiene

excepciones en ninguna época. La novela de éxito, el drama aplaudido en el

teatro6http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html - N_6_, la

poesía popular convertida en copla famosa no tardó en tener su adaptación

cinematográfica. El cine español no fue una

excepción7http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html - N_7_; la

literatura nacional ofrecía un tan abundante como consagrado muestrario en cada uno de

los géneros y en ellos el cineasta entró a saco para, generalmente, frivolizar sus

elementos y banalizar sus contenidos.

La poesía y, en general, la obra poética ha sido el género literario con menos

adaptaciones cinematográficas; es rara la película donde se mantiene la versificación

original ya que, lo normal, es prescindir de ésta y aprovechar el asunto según las

exigencias del cineasta; Fernán Gómez adaptó el «astracán» de Muñoz Seca La

venganza de Don Mendo (1961) respetando el recitado y Pilar Miró hizo lo mismo en El

perro del hortelano(1995), de Lope de Vega; caso contrario son ciertas versiones
procedentes de la literatura medieval ya que se quedan en lo discutiblemente histórico o

lo falazmente anecdótico tal como sucede en El Cid (1961) y El libro de buen

amor (1974). Sin embargo, el uso de un específico poema ha sido utilizado

legítimamente como recurso cinematográfico con plenitud expresiva y en buena

adecuación verbo/icónica en relación a un personaje específico; constituyen ejemplos de

interés la Oda a Walt Whitman, de García Lorca, en el filme A un dios

desconocido (1977)8http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_1.html - N_8_, de Chávarri, o la poesía de San Juan de la Cruz en La

noche oscura (1988), de Saura9http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-

arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_1.html - N_9_.

Otras veces es la copla, en su modalidad de «canción española», la que,

transformada, se convierte en obra de teatro, primero, y en película, después; valga

como ejemplo la canción de Quintero, León y Quiroga, luego escenificada en las tablas

y llevada a la pantalla por Francisco Elías en el título homónimo María de la

O (1936)10http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html - N_10_.

Del mismo modo, la zarzuela fue género favorito de los pioneros quienes debieron

filmarlas, paradójicamente, sin música; así, La verbena de la paloma (1921) y El pobre

Valbuena (1923).

La novela es, sin duda, el género más solicitado por los cineastas; el prestigio de

la obra literaria se convierte en estímulo comercial para una industria que debe justificar

sus bazas culturales ante espectadores exigentes; Cervantes y Blasco Ibáñez acaso

hayan sido los autores más temprana y abundantemente utilizados. De la inmortal

novela cervantina existe una primera versión en 1908, obviamente muda y de breve

duración, a la que siguieron Don Quijote de la


Mancha11http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html -

N_11_ (1949), de Gil, y El Quijote (1991), de Gutiérrez Aragón, adaptación de la

primera parte, en serie para televisión; la versión inconclusa de Orson Welles, rodada en

distintas épocas y lugares, ha sido montada por expertos españoles de su obra y

estrenada en 1992.

Pérez Galdós12http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_2.html - N_12_ ha tenido un tratamiento desigual en las distintas

versiones cinematográficas, El abuelo (1925, 1998); Marianela (1940 y

1972),Fortunata y Jacinta (1969), Tormento (1974); sin embargo, Buñuel convirtió una

discreta obra en maestra, Tristana13http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_2.html - N_13_ (1970), uno de los casos donde el cine ennoblece a la

literatura.

La pieza teatral sirvió de igual modo, tanto al cine primitivo como al posterior,

para prestigiar su temario y atraer al espectador aferrado al arte de Talía. Los títulos

pertenecientes a dramaturgos del Siglo de Oro adaptados por la cinematografía española

permite comprobar el escaso número de los mismos y la reiteración en los autores (Lope

de Vega, Calderón de la Barca)14http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-

arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_2.html - N_14_. La variante patria del film d'art francés, fruto tardío de

nuestro cine, entendió que en Zorrilla y Benavente, Arniches y los Quintero, estaba

tanto la popularidad como el prestigio. Por ello, el drama zorrillesco tiene ya su primera

versión, Don Juan Tenorio15http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-

y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_2.html - N_15_, en 1908; a ésta seguirán, en el sonoro, las de Sáenz de


Heredia16http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html - N_16_,

Perla y Suárez y sus variantes cómicas, El amor de Don Juan (1956) o Don Juan, mi

querido fantasma (1990)17http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_2.html - N_17_. La dramaturgia benaventina, presente en nuestro cine

desde La malquerida (1914), ha tenido en los directores Perojo, Marquina, Gil y Lucia

adaptadores con oficio que han perpetuado en la pantalla la temática e ideología del

dramaturgo, desde la subtitulada en el original «cinedrama», Vidas cruzadas (1942)

a Pepa Doncel (1969). En la misma línea, las obras de Arniches y los Quintero tienen el

honor de haber sido las más utilizadas por la cinematografía española en todas las

épocas; las versiones fílmicas han aportado una tipología de personajes, madrileños o

andaluces, convertidos en arquetipos y simbolizaciones de España y los españoles; las

múltiples adaptaciones de las arnichescas18http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_2.html - N_18_ Es mi hombre (1926, 1935, 1946, 1966) o La chica del

gato (1926, 1943, 1962) así lo demuestran; la mejicana Don Quintín el amargao (1951),

de Buñuel, y la española Calle Mayor19http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_2.html - N_19_ (1956), versión de La señorita de Trevélez dirigida por

Bardem, han resultado las más personales y cualificadas. Las

quinterianas Malvaloca (1926, 1942, 1954) y La reina mora (1922, 1936, 1954)

confirman a sus autores como comediógrafos queridos por la industria de cualquier

época. Por su parte, la comedia de Alfonso Paso sirve al cine español de los sesenta para

mostrar una variante más del denominado «teatro de la derecha» que, en su modalidad

cinematográfica, mantiene ese mismo carácter:Este cura (1968). Excepción a obras y

autores mencionados lo constituye la ejemplar producción española Campanadas a


medianoche20http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-

el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html -

N_20_ (1965), dirigida por Orson Welles, quien toma algunos textos shakesperianos

para elaborar una producción muy personal.

Los seriales producidos por Televisión encuentran satisfactoria materia prima en

la novelística actual. Curiosamente, el proceso de adaptación llevado a cabo en el guión

cinematográfico, en su obligada dependencia del metraje estándar de 90 minutos, que

reducía una voluminosa novela a los elementos imprescindibles y a los hechos

sustanciales, ha permitido ahora, ante los numerosos capítulos, ofrecerlos en su

integridad y mantener acciones principales y secundarias, personajes sustanciales y de

relleno para dar cumplida atención a las exigencias de la serie; así sucede enFortunata y

Jacinta (1979), Los gozos y las sombras (1986), La Regenta (1995), etc.

b) Los escritores ante el cinematógrafo

La presencia del Cinematógrafo en la sociedad, hecho, en principio, ajeno a la

Literatura, ha ido suscitando diferente actitud entre los literatos ya que unos

reconocieron sus genuinos valores expresivos mientras otros enjuiciaron negativamente

sus novedades estéticas. A lo largo de cien años, las opiniones y actividades de los

escritores españoles en torno al cine han ido ofreciendo unos campos de estudio de

significativa relevancia, hecho tan complejo como diverso y, a veces, tan enriquecedor

como contradictorio21http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_3.html - N_21_. Un sucinto repaso a personalidades, generaciones y

grupos ayuda a demostrar las múltiples relaciones establecidas entre ambos medios así

como la variedad de intereses, legítimos o espúreos, manejados.


Federico de Onís, Martín Luis Guzmán y Alfonso

Reyes22http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html -

N_22_ eligieron el cinematógrafo, en 1915, como tema de sus colaboraciones

periodísticas en la revista España, dirigida por Ortega y Gasset; comentando la

actualidad cinematográfica madrileña, entendieron el asunto digno de las musas y lo

resolvieron como nueva crítica donde no faltó ni el juicio literario ni la valoración

artística junto a la defensa de los legítimos derechos del espectador.

También los artículos en prensa como la propia obra en prosa fueron los

vehículos utilizados por los autores modernistas y noventayochistas para depositar sus

opiniones, a favor o en contra, del fenómeno cinematográfico enjuiciándolo bajo

perspectivas espectaculares, sociales y artísticas. Valgan algunos ejemplos: Manuel

Machado23http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html - N_23_,

Ramiro de Maeztu y Manuel Bueno enjuiciaron el cinema desde la publicación

periodística para analizar las relaciones entre teatro y cine, para valorar a éste en su

capacidad de mostrar lo insólito, de sintetizar los fenómenos de la naturaleza, de

considerar su utilidad y capacidad pedagógica, de fomentar la fantasía en el espectador.

Desde las propias páginas periodísticas se expresó Miguel de Unamuno para justificar

su animadversión sobre los efectos negativos aportados por el cine a la colectividad

aunque debe advertirse que las razones esgrimidas son coherentes con su postura sobre

la vida anteponiendo naturaleza a arte, intimidad frente a espectacularidad, «in-versión»

frente a «di-versión». Semejante actitud puede encontrarse en las opiniones mantenidas

por Juan de Mairena, el profesor apócrifo de Antonio Machado, quien, ante el

cinematógrafo, alaba su carácter pedagógico pero desvirtúa sus valores estéticos. Tales

ataques son semejantes a las invectivas contra el reloj o las corridas de toros; y es que,
en tales casos, con la ironía se burla del cinema, catalogado como «invento mecánico de

Satanás».

Por el contrario, los hermanos Baroja ejercieron de actores ocasionales

en Zalacaín el aventurero (1928), de Francisco Camacho; los procedimientos fílmicos

procedentes de los géneros populares fueron utilizados intencionadamente por Pío en la

llamada novela film El cabaret de la cotorra verde (1929) y la experiencia personal en

los estudios franceses de Joinville por Ricardo en el relato Arte, cine y

ametralladora (1936). Del mismo modo,

Azorín24http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html - N_24_ y

Valle Inclán25http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-

el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_20.html -

N_25_ admitieron abiertamente los beneficios que el cinematógrafo podía aportar como

nuevo elemento fecundador de las artes, especialmente a la hora de renovar el teatro. El

primero basó su experimentación en la cinegrafía (soluciones visuales, efectos de

cinematismo, elipsis, ralentí, travelín, tempo) y modificó de ese modo las técnicas de

novelar. En su senectud, ofreció un nuevo tema en su obra: la película como evocadora

de sensaciones y estímulos estéticos, plásticos y literarios; sus artículos, sus

«recuadros», son ensueños de lo suprarreal, metáforas donde se funden lo real-fílmico y

lo imaginario literario-artístico; sus libros, El cine y el momento (1953) y El efímero

cine(1955) representan, aunque tardíamente, la incorporación del ensayo

cinematográfico de la generación del 98 a nuestra Literatura y, a su vez, la herencia

literaria que el narrador legó al cine español. Por su parte, el autor gallego estimó que

técnica y estética fílmicas eran idóneas para fertilizar el anquilosamiento de las tablas;

de sus «esperpentos», se ha dicho que están traspasados de cine (planificación y uso del

espacio, angulación y presentación de personajes); quien no creyó en la fijeza de los

géneros buscó la renovación de unos en las novedades técnicas y artísticas de otros.


Precisamente, el auge del cinematógrafo coincidió con una aguda crisis teatral.

Arniches, al igual que Valle y Azorín, defendió una dramaturgia cuyas características

fílmicas supusieran una salida tanto a la renovación teatral como al cambio necesitado

por la escena. Los dramaturgos, generalmente con un conocimiento equivocado del

nuevo medio, se acogieron de diverso modo a los beneficios que el «séptimo arte» les

ofrecía, produciéndose de este modo una verdadera colonización de un medio por parte

de otro. Benavente, en el mudo, y Martínez Sierra, en el sonoro, intervinieron en la

producción y dirigieron su propia obra. Éste y Muñoz Seca establecieron relaciones

entre los modos expresivos de ambos medios combinando la proyección

cinematográfica con la representación teatral mientras que Marquina y los Álvarez

Quintero, y, en general, los componentes de Cinematografía Española Americana

(CEA), entendieron que el cine era la tabla salvadora del teatro por lo que escribieron

guiones o efectuaron adaptaciones para una muy específica producción cinematográfica

tras el advenimiento del sonoro.

Por lo que respecta a los novelistas, puede evidenciarse que Armando Palacio

Valdés y Concha Espina enjuiciaron negativamente al cine tanto desde perspectivas

estéticas como morales; por el contrario, Alberto Insúa y José Francés mantuvieron

juicios positivos sobre el espectáculo de la pantalla en su doble dimensión artística y

social; unos y otros se mostraron fervorosos partidarios de la filmación de su obra.

Los propios autores se sintieron tentados de adaptar su literatura a la pantalla; de

entre los novelistas, Vicente Blasco Ibáñez dirigió Sangre y arena (1916), Eduardo

Zamacois El otro (1919) y Alejandro Pérez Lugín La casa de la Troya (1924) y Currito

de la Cruz26http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html -

N_26_ (1925); de entre los dramaturgos, Gual, realizó Misterio de dolor (1914),

Benavente Los intereses creados (1918), como posteriormente, Martínez


Sierra Canción de cuna (1946), Paso Vamos por la parejita (1970) y Arrabal Viva la

muerte (1970) e Iré como un caballo loco (1973).

Blasco Ibáñez27http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_3.html - N_27_, admirador de Hollywood (en su novela La reina

Calafia) y de sus procedimientos (en el artículo «Cómo los americanos cinematografían

una novela») comprobó la eficacia del star system, en las versiones cinematográficas de

sus obras Los cuatro jinetes del Apocalipsis(1921) y Sangre y arena (1922),

interpretadas por Rodolfo Valentino, y Entre naranjos (1926) y La tierra de

todos (1926) ambas al servicio de Greta Garbo. A su vez, Wenceslao Fernández

Flórez28http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html -

N_28_ también escribió argumentos (Una aventura de cine) que desarrolló según los

modos de la comedia americana; fue el académico que, en su época, mayores

vinculaciones tuvo con el mundo cinematográfico. Aparte de sus artículos en la prensa

madrileña, donde aludió a sus relaciones con el cine, colaboró en la revista

especializada Primer Plano, de ideología falangista, con originales sobre temática

cinematográfica. Su humor ácido y corrosivo fue mediatizado en la mayoría de las

adaptaciones cinematográficas de sus obras.

Si la poesía modernista estuvo, habitualmente, exenta de argumentos, temas o

características vinculables al cinematógrafo, la poesía de la generación

posterior29http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_3.html -

N_29_ incorporará abundantes elementos fílmicos y cinematográficos a ella: «El espejo

de agua» (1916), de Huidobro, «Friso ultraísta. Film» (1919), de De Torre,

«Cinematógrafo» (1919), de Garfias y homónimo título (1924) (en Seguro azar) de

Salinas, «Cinemática» (enÁmbito, 1924), de Aleixandre, «Cine» (1928) de Blanco


Fombona, «A Circe cinemática» (1929), de Ayala, junto a otros textos de Laffón,

Guillén30http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html - N_30_,

Cernuda31http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_20.html - N_31_,

etc., ponían de manifiesto la repercusión de un nuevo arte en estrecha simbiosis ya con

otro. Sin embargo, el poemario más significativo, publicado primeramente en las

páginas de La Gaceta Literaria y reunido posteriormente en el libro Yo era un tonto y lo

que he visto me ha hecho dos tontos32http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_4.html - N_32_, ejemplifican en su autor, Alberti, una actitud plasmada

en reflexión poética por quien exclamó: «Yo nací -respetadme- con el cine».

Una mirada de conjunto al grupo conocido como del

2733http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html - N_33_, y

a los vanguardistas en general, permite comprobar que unos y otros aceptaron el cinema

como rasgo distintivo de la modernidad; las opiniones de Huidobro, «El Cine [...] es el

pensamiento mecánico»; de Francisco Ayala, «He sentido el cine, mi coetáneo, con

amor, con encanto...»; de César Arconada, «El cinema es la expresión de lo moderno»;

de Benjamín Jarnés, «El cinema se me antoja un espléndido regalo de los dioses»; como

la de tantos otros que se alinearon en la «generación del cine y los deportes», así lo

evidencian. Y es que el acendrado interés por cuanto constituyera un modo de expresión

«modernista» les hacía tener muy presente al nuevo arte entre sus escritos y actividades

al igual que, como hijos de la burguesía ilustrada, el culto a la máquina, la

industrialización, el automóvil, el jazz, el psicoanálisis, quedaban convertidos en sus

emblemas identificativos. Por ello, estos escritores tomaron las figuras y hechos de la

pantalla como recurso idóneo para contribuir a la mejor expresión de su literatura.


Entre los diversos medios que ayudaron a publicitar sus valores, las revistas

literarias ocupan puesto destacado. Las novedades aportadas porEspaña continuaron

en La Gaceta Literaria y Revista de Occidente preferentemente y, entre otras, en Papel

de Aleluyas y Mediodía, acogedoras del ensayismo cinematográfico y la creación

fílmico-literaria como elemento peculiar de sus contenidos.

Ernesto Giménez Caballero34http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_4.html - N_34_ se erigió en apóstol de la nueva cultura y en reclutador

de vocaciones literarias donde el cine gozaba de prioridades absolutas, tal como pone de

manifiesto en sus libros Carteles, Hércules jugando a los dados, Yo, inspector de

alcantarillas y Julepe de menta, prosas, relatos donde se inscribe su personalísima

concepción del cinema. El propio Giménez Caballero filmaría los

cortometrajes Noticiario del Cine club (1930) y Esencia de verbena (1930).

En concreto, el cine cómico americano pasó a ser género admirado, pero lejos de

aceptar a Charles Chaplin35http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_4.html - N_35_, que era entonces el más popular, como su estrella,

convirtieron a Buster Keaton en el preferido. Los nombres de Rafael Alberti, César M.

Arconada, Julio Álvarez del Vayo, Miguel Pérez Ferrero, Guillermo de Torre, Benjamín

Jarnés, Luis Gómez Mesa, Salvador Dalí y un largo etcétera fueron firmas habituales en

las páginas de las revistas literarias tomando el cinema, sus figuras, sus factores

estilísticos, como motivos de inspiración. En estrecha relación con tales trabajos, surgió

un ensayo cinematográfico que constituyó atractiva incursión en la reflexión intelectual

sobre el cine: Indagación del cinema, de Ayala, y Una estética del cinema, de Díaz

Plaja, son representativos ejemplos.

Las actividades cinematográficas de La Gaceta Literaria se canalizarían a través

del Cine-club Español, inaugurado por el propio Giménez Caballero en 1928. Entre los
escritores e intelectuales que presentaron, de uno u otro modo, los títulos exhibidos

contamos a Gómez de la Serna, Baroja, Jarnés, García Lorca, Alberti, Álvarez del Vayo,

Luciano de Feo, Eugenio Montes, Lafora, Marañón, Pérez Ferrero y Germaine Dulac.

El cine vanguardista, el ruso, el científico, el educativo y el de animación, se exhibieron

en veladas culturales donde el arte silente era la estrella, unas veces como fin y otras

como medio. Sus actividades se prolongaron por otras capitales españolas: Barcelona,

Valencia, Murcia, Valladolid, Sevilla. El filme por antonomasia, vinculado al grupo y la

época, es Un perro andaluz (1928), de Buñuel y Dalí, realizado y estrenado en Francia

y convertido desde entonces en paradigma del cine surrealista.

La poesía, el relato, la novela, se llenaron de terminología fílmica, nombres

propios del «séptimo arte», modos narrativos sucedáneos de la expresión

plástico/cinematográfica; escritores como Gómez de la Serna en Cinelandia (1923),

Díaz Fernández en La venus mecánica (1929), Arconada en Vida de Greta

Garbo (1928), Ayala en Polar Estrella (1928), Carranque de Ríos

en Cinematógrafo (1936), Porlán Merlo en Primera y segunda parte de Olive

Borden (1930), García Lorca en Muerte de la madre de Charlot (1928), etc., utilizaron

el entrecruzamiento de figuras literarias con cinematográficas conformando un trenzado

de posibilidades que hasta entonces la Literatura española no había ofrecido tan

intensamente.

La incursión en el guión cinematográfico, entendido como pieza literaria, es una

faceta ocasional pero no menos significativa practicada por autores como García Lorca

en Viaje a la Luna (1929), Porlán Merlo en El arpa y el bebé (1929), Dalí

en Babaouo (1932). El estudio comparado de estos

textos36http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html -

N_36_ nos sorprendería más por la proximidad de sus semejanzas estructurales y por su

terminología cinematográfica que por las diferencias entre ellos y sus autores. La
existencia de un lenguaje generacional, más allá de la situación cronológica de cada

escritor, parece evidenciarse en los factores comunes a estas piezas. Sin embargo, al

igual que en etapas precedentes, firmas como las de Gregorio Marañón o José Moreno

Villa, entre otros, disintieron al entender que el arte recién nacido necesitaba madurez

para poder codearse con las tradicionales.

La llegada del sonoro tuvo una significativa repercusión en ciertos sectores de

nuestra cinematografía y, en concreto, en la actividad de algunos escritores. La industria

norteamericana contrató a estos profesionales para que filmaran las segundas versiones,

habladas en castellano, de títulos rodados previamente en inglés, efectuaran la

adaptación de diálogos y, en definitiva, controlaran un producto orientado al espectador

sudamericano y español. Entre «los que se fueron a

Hollywood»37http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-

el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html -

N_37_ citaremos nombres como Jardiel Poncela, Edgar Neville, Antonio de Lara Tono,

Gregorio Martínez Sierra, etc. Obviamente, las consecuencias de esta voluntaria

emigración afectaron positivamente no sólo a las relaciones personales conseguidas por

nuestros compatriotas en el mundo cinematográfico americano sino a la adaptación de

sus obras para la pantalla. En tal sentido, el caso de Martínez Sierra y la actriz Catalina

Bárcena fue uno de los más sintomáticos. Las generaciones coetáneas comenzaron a

asimilar el influjo expresivo del nuevo medio. Pérez de Ayala acusó el impacto de las

técnicas cinematográficas en sus novelas y el propio autor se convertía en cronista del

cine sonoro. Del mismo modo, D'Ors ejercía como analista de la estética

cinematográfica y establecía sugerentes paralelismos entre cine y pintura.

A medida que se avanza cronológicamente en la Historia de la Cinematografía

Española, se comprueba la múltiple incidencia y la heterogénea interrelación entre

ambos medios, entre intelectuales, escritores y cinema, y, al mismo tiempo, la elección

que va haciendo nuestra industria de la literatura precedente, priorizando unas obras


sobre otras, unos escritores sobre sus coetáneos. En tal sentido, los cineastas del primer

franquismo eligieron preferentemente la pieza decimonónica para ofrecerla como

ejemplo y modelo donde el espectador pudiera mirarse; no hace falta aclarar que de la

mencionada literatura quedaban excluidos aquellos autores cuyo liberalismo era

sobradamente conocido; Valera y Alarcón ofrecieron unos arquetipos morales y

costumbristas dignos de ser seguidos, frente a Galdós y Clarín cuya novela se regía por

diferentes parámetros éticos.

Del mismo modo, cuanto decimos de la novela podría aplicarse a las adaptaciones

de las obras teatrales. No en balde, Arniches y los Álvarez Quintero han sido los autores

de preferente adaptación en cualquier época. La autoridad literaria de estos últimos,

como la de Pemán o Muñoz Seca, fue durante años eficaz embajadora para nuestra

industria cinematográfica. Al margen de otras interpretaciones, parece evidente que el

denominado «teatro de la derecha», y su paralelismo novelístico, ha sido

preferentemente la mejor estrella-guía para semejantes derroteros fílmicos. Es muy

posible que la comedia de los hermanos Álvarez Quintero haya contribuido, en cantidad

y calidad, a componer una específica concepción de Andalucía en el espectador español

de cualquier época; su obra comenzó a ser utilizada por los cineastas desde 1918 con la

adaptación de La dicha ajena, producida por Patria Films. De entonces a acá, sus títulos

más populares se han convertido en paradigma de un determinado cine español y

vehículo adecuado para divulgar la esencialidad de lo andaluz según su peculiar

entendimiento. Malvaloca, El genio alegre, Puebla de las mujeres, Ventolera, etc., han

servido para exacerbar nuestro particular star system, desde Estrellita Castro a Amparo

Ribelles, de Rosita Díaz Gimeno a Maruchi Fresno, de Paquita Rico a Antoñita Moreno.

El resultado es «una visión clasista y amable de Andalucía que los ideólogos del

régimen franquista encontraban ya codificada en el teatro de los Quintero. Codificada

además con una calidad verbal de indudable garra

cómica»38http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-
panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_5.html - N_38_.

Los casos de López Rubio39http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_20.html - N_39_ y Mihura40http://www.cervantesvirtual.com/obra-

visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-

acc7-002185ce6064_20.html - N_40_ son igualmente significativos por su vinculación

a la industria, el primero dirigiendo filmes basados en guiones propios y ajenos y el

segundo como experto dialoguista en películas de Maroto, Perojo, Román, Berlanga,

etc., y guionista en películas realizadas por su hermano Jerónimo.

La novelística de Cela y Delibes ha tenido un trato preferente en el cine de la

transición. La presencia en la pantalla del autor gallego se prodigó en diversos títulos.

Han sido, generalmente, productos de dudosa calidad cuyo mayor mérito puede no ser

otro que habernos presentado al premio Nobel en distintos momentos de su carrera; sin

renegar completamente de ellos, Cela reconoció los defectos de tales filmes. Luciendo

abrigo y bufanda, aparecía en La colmena, interpretando a su personaje Matías Martí,

creador de palabras, en el café «La Delicia», formando grupo en la tertulia literaria

compuesta por Rubio Antofagasta (Mario Pardo), Ricardo Sorbedo (Francisco Rabal)

Ramón Maello (Paco Algora) y la presencia ocasional del futuro académico Don

Ibrahim (Luis Escobar)41http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_5.html - N_41_.

Por su parte, el autor castellano42http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_5.html - N_42_ ha visto numerosas obras filmadas y adaptadas tanto en

cine como en televisión: Mi idolatrado hijo Sissi, El príncipe destronado, La mortaja,

El camino, ademas de conseguir un modelo cinematográfico, en la versión de Los

santos inocentes, donde calidad y popularidad sólo en contadas ocasiones se han dado la
mano en el cine español; novela y filme dicen mucho sobre unas relaciones

interpersonales de clases sociales, sin necesidad de hacerlas palpables ni de expresarlas

con signos, pero sutilmente sugeridas para que lector y espectador entiendan y sientan.

«Milana bonita» es más que una frase hecha en boca de un inocente, Azarías, bobo

ejemplar que mantiene una relación franciscana con ciertos miembros de la naturaleza.

Desde otros puntos de vista, los referentes cinematográficos en las obras de los

escritores se han ido haciendo cada vez más patentes; en unos casos para recurrir a

elementos cinéfilos como recurso literario, en otros, porque las estructuras narrativas de

la novela se han visto influidas por los rasgos propios del cine.

Por lo que respecta a los escritores «del medio

siglo»43http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_5.html - N_43_,

Fernández Santos44http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_20.html - N_44_, Grosso, López Pacheco y otros, parece evidente que

su cinefilia es constatable en sus planteamientos novelísticos y en la incidencia del

relato fílmico en su producción, en la aportación cinematográfica al sistema reductivo

del tiempo. El primer escritor mencionado fue, además, un consagrado cineasta que, tras

pasar por la Escuela Oficial de Cinematografía, recurrió a la cámara para dirigir

documentales culturales y diversos trabajos para televisión.

La novela española contemporánea vive en estrecho contacto con la

cinematografía. La crítica cinematográfica y literaria constata en numerosas ocasiones

la incidencia del cine en la obra de «los novísimos», la evidente textura cinematográfica

del relato literario en autores como Martín Santos,

Suárez45http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_5.html - N_45_,

Marsé, Moix, Vázquez Montalbán, Martín Gaite, Semprún, Muñoz Molina, Guelbenzu,
Ortiz, Amo, Memba, etc. Tantos de ellos críticos de cine, guionistas o asesores de sus

propias adaptaciones.

Constituye un caso singular el de Gonzalo Suárez, periodista y escritor en su

juventud, autor adaptado por coetáneos, convertido finalmente en director de cine. Sus

títulos combinan un arte y otro como lo demuestran sus obras Epílogo, Don Juan en los

infiernos y Remando al viento. Del mismo modo, la novelística de Vázquez Montalbán

está consideraba como pieza clave a la hora de enjuiciar el cine negro español

contemporáneo.

El ensayo cinematográfico goza hoy de un prestigio que está apoyado en las

firmas de quienes lo cultivan: los ya sólidos escritos de Juan Gil Albert han tenido

afortunada continuidad en los de Julián Marías, Pere Gimferrer, Terenci Moix, Vicente

Molina Foix, Fernando Savater, Eugenio Trías, etc., quienes, de forma habitual u

ocasional, practican la literatura de tema

cinematográfico46http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-

en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_5.html -

N_46_.

La poesía contemporánea goza igualmente de cultivadores cuyo interés por el

cine se plasma en unos motivos vinculados a los héroes de la pantalla, a la ficción que

desarrolla, al comentario de títulos míticos. Aquel poemario que Alberti inició en La

Gaceta Literaria tiene hoy su continuidad en los libros de Manuel Pacheco, Manuel

Marinero y Claudio Rodríguez Fer47http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_5.html - N_47_ o en el puntual poema de Gabriel Celaya, César Antonio

Molina, Vicente Molina Foix, Pere Gimferrer, Antonio Martínez Sarrión, Jenaro Talens.

Entre los dramaturgos de postguerra, llaman la atención especialmente aquellos

que han tenido una prolífica actividad cinematográfica bien como guionistas o como

realizadores. La obra de Alfonso Paso48http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-


din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_5.html - N_48_ fue abundantemente adaptada en la década de los

sesenta, posiblemente por encontrar los productores en ella aquellos elementos de

comicidad y de crítica moderada no exenta de la moralina burguesa más oportuna que

estaban de acuerdo con los códigos censores de la época, de modo semejante a como

antes hemos dicho de la utilización de la obra quinteriana por el cine franquista.

Antonio Gala49http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-

en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_5.html -

N_49_ ha escrito numerosos guiones para televisión y ha colaborado en obras ajenas

para llevarlas al cine. Programas como Si las piedras hablaran o Conozca usted

España, entre otros muchos, llevan su firma.

Por su parte, la obra cinematográfica de Fernando

Arrabal50http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_6.html - N_50_,

hecha en Francia, responde a unas características bastante peculiares: novelística,

dramaturgia, cinematografía, son tres formas, tres modos de representación que se

apoyan en una misma experiencia; las películas son el resultado del nuevo

replanteamiento al que somete su obra precedente: Viva la muerte es el resultado de

adaptar Baal Babilonia, Iré como un caballo loco tiene como punto de partida El

arquitecto y el emperador de Asiria. El árbol de Guernica no parece apoyarse

en Guernica pero no deja de ser por ello una reflexión en el tema aunque abordado

desde distintas argumentaciones. Una valoración de su filmografía no puede perder de

vista los planteamientos estéticos, ideológicos, formales, que caracterizan su literatura;

su breve pero significativa filmografía se muestra como un cine alternativo con

variantes psicoanalíticas, surrealistas, simbólicas y con otras que remiten a la crueldad,

al fantástico, al político. En cualquier caso, un cine personal que reivindica su propia

obra como materia analizable: partiendo de su «yo», se amplía hacia la esfera de lo


colectivo para darnos aquél y ésta bajo perspectivas grotescas y delirios hiperrealistas,

testigo distanciado de nuestra historia contemporánea. Dos notas esenciales están

presentes en la experiencia cinematográfica de Arrabal, como lo están en su

dramaturgia: el «postismo» y «lo pánico». En Iré como un caballo loco se ofrece una

reflexión en la que el autor habla una vez más de sí mismo, para tomar la autobiografía

como punto de partida de sugerencias orínicas, políticas, religiosas, para elaborar un

filme que tiene algo de Rousseau y Gracián, de Buñuel y Pasolini, de Valdés Leal y el

movimiento dadá, de auto sacramental calderoniano.

La Real Academia Española, tan aparentemente alejada de las innovaciones

técnicas aportadas por la modernidad, ha visto cumplido un deseo que Ramón Pérez de

Ayala no pudo llevar a término: incluir el cinematógrafo como tema de discurso en la

recepción pública. En 1995, el novelista Luis

Goytisolo51http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_6.html - N_51_ lo

hizo posible con un texto titulado El impacto de la imagen en la narrativa española

contemporánea, donde entiende el cine como alteración en la forma de percibir la

realidad circundante pero sobre todo como «la irrupción de una nueva forma de narrar,

no verbal, sino visualmente». La contestación de Francisco Ayala, el autor de la

temprana obra El escritor y el cine, varias veces actualizada en ediciones sucesivas,

como el ingreso de miembros pertenecientes a generaciones formadas en el ámbito de lo

audiovisual, evidencian que la consideración del cinema en el seno de la ilustre

institución ha variado significativamente sus anquilosados planteamientos. La presencia

de novelistas contemporáneos, Antonio Muñoz Molina, poetas, Pere Gimferrer, o

actores, Fernando Fernán Gómez, sentados en los sillones de la Academia no es ya

ningún motivo de sorpresa.


Bibliografía 52
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

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Tristana (1970), de Luis Buñuel. I: Fernando Rey, Catherine Deneuve.

A un dios desconocido (1977), de Jaime Chávarri. I: Héctor Alterio, Javier Elorriaga.

El sur (1983), de Víctor Erice. I: Omero Antonutti, Icíar Bollaín.

La noche oscura (1989), de Carlos Saura. I: Juan Diego, Fernando Guillén.

Don Juan en los Infiernos (1991), de Gonzalo Suárez. I: Fernando Guillén, Charo

López.

La Lola se va a los puertos (1992), de Josefina Molina. I: Rocío Jurado, Francisco

Rabal.

El perro del hortelano (1995), de Pilar Miró. I: Emma Suárez, Carmelo Gómez.

Cine y pintura
Mónica Barrientos Bueno
MÓNICA BARRIENTOS BUENO es licenciada en
Comunicación Audiovisual por la Facultad de Ciencias de la
Información de la Universidad de Sevilla. Profesora de Cine
Español Contemporáneo en los Cursos para Extranjeros
impartidos en las Facultades de Filología y Geografía e
Historia de la Universidad de Sevilla. Máster en Información
y Documentación de la Universidad de Sevilla y la Junta de
Andalucía. Ha efectuado tareas de documentación en
empresas públicas y privadas. Investigora de distintas
parcelas del Cine Español, basa su Tesis Doctoral en el
estudio del primitivo cinematógrafo de la capital hispalense a
través de diversas fuentes.

El estudio de la relación entre pintura y cine es tema recurrente en las últimas

investigaciones historiográficas. Con anterioridad, autores clásicos como Rudolf

Arnheim y André Bazin especificaron semejanzas y diferencias entre los dos medios

expresivos y Jean Mitry estudió la esencia icónica del cine.


Las relaciones entre pintura y cine no arrancan desde el nacimiento de éste: el

cine fue antes industria que arte porque nació de los mismos dispositivos que

impulsaron la expansión industrial. La posibilidad de crear una nueva realidad vino de

la mano de Georges Méliès quien comprendió las posibilidades «artísticas» del

cinematógrafo: en algunas de sus cintas pueden apreciarse influencias de la pintura

simbolista y romántica y de ellas tomó formas, motivos y elementos estéticos.

Los primeros años del cine coinciden con el nacimiento de la pintura moderna: el

impresionismo, que aportará tratamiento innovador de temas, luz, color, pinceladas...

La representación visual cinematográfica


y pictórica (similitudes y diferencias)

El cine y la pintura son dos sistemas de representación destinados a salvaguardar

formas del tiempo; el cine pierde sentido si es separado de la historia de la

representación, y concretamente, de la pintura. Entre ambos más que semejanzas hay

parentesco, representan de forma diferente el espacio, el tiempo y la ficción; a juicio de

Eisenstein53http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_6.html - N_53_, la

ventaja del cine reside en que puede incorporar en su texto el concepto de cuadro sin

renunciar por ello a la narratividad, al movimiento o al sonido. Es decir, el cine cuenta

con medios que en la pintura están ausentes.

Cine, pintura y realidad

Desde comienzos del siglo XIX las artes plásticas mostraron un renovado interés

por captar la realidad de forma fiel. Los avances científicos y técnicos posibilitaron el
nacimiento de dispositivos mecánicos destinados a atrapar la vida: la fotografía

revolucionó el mundo de la imagen e influyó en las composiciones pictóricas.

Las imágenes cinematográficas y las pictóricas (desde el siglo XV) son

representaciones bidimensionales de una realidad tridimensional; ello tiene lugar

gracias a una convención cultural, la perspectiva artificial o el sistema que reproduce el

modo de visión humano. En cine, la profundidad de campo es el principal recurso para

conseguir la ilusión tridimensional; su equivalente pictórico es la perspectiva aérea.

Frente a la pintura, el cine se ha diferenciado por un mayor realismo debido al

mecanismo técnico empleado, plasma la realidad misma por la huella dejada sobre un

soporte fotosensible; con posterioridad ésta es tratada con procesos de fijación química.

El movimiento, característica intrínseca a la imagen cinematográfica, es otro factor

importante; las vistas Lumière asombraron por sus efectos de realidad: la cantidad de

detalles y la calidad de lo representado en los fondos (árboles agitados por el viento,

nubes en movimiento...)54http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_6.html - N_54_. No en vano el cinematógrafo era conocido como la

«fotografía con vida». Más tarde, la presencia simultánea de imagen y sonido aportará

una calidad perceptiva que lo acerca a la realidad.

En los años 70 se puso en duda el naturalismo cinematográfico: se dijo que

procedía de las relaciones del cine con otras artes y no de la realidad. Al igual que la

pintura, el cine es el resultado de unas convenciones y reglas y el realismo no es más

que una de ellas.

Espacio y tiempo
El tiempo es inaprehensible, sólo cabe mostrarlo a través de sus efectos: el

movimiento (incluye el factor espacial) y discurrir interior (vivencia). Pintura y cine

construyen el tiempo de forma diferente55http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_6.html - N_55_: el tiempo pictórico se desarrolla en profundidad,

mientras que en el cine, por medio del montaje, el tiempo sucede horizontalmente.

La pintura representa el tiempo pero no lo contiene; para reproducir un

acontecimiento recurre a la síntesis temporal: se selecciona lo más significativo del

hecho. Hay técnicas que marcan una temporalidad pictórica diferente: las series y los

collages. En las primeras se plasman momentos sucesivos de un mismo lugar, lo que

implica una sucesión de instantes. En el segundo se reproducen varios instantes en el

interior de una misma imagen de manera que resulta una síntesis del elemento temporal.

Marco

El término «cuadro» tiene un doble significado: representación pictórica limitada

por un marco e imagen proyectada sobre una pantalla cinematográfica; a partir de ello

se deduce que se trata de una superficie plana contenida en un marco.

El marco funciona como límite de la imagen, pero la pictórica y la

cinematográfica son distintas según la teoría acuñada por André

Bazin56http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_6.html - N_56_: la

figura plástica es centrípeta; la representación se agota en el marco, de modo que el

fuera de campo es imaginario, el espectador no puede verlo. El límite de la

representación acentúa la heterogeneidad del microcosmos pictórico. La imagen

cinematográfica es centrífuga; remite a lo que hay fuera del marco, al fuera de campo;
éste es algo concreto, puede verse con un simple movimiento de cámara, y el espectador

lo tiene en mente al contener significantes del presente y del futuro de la imagen.

Composición

La composición pictórica y cinematográfica comparten los mismos principios:

dirección de lectura del ojo, líneas compositivas, equilibrio de volúmenes, pero el cine

trabaja con el espacio y el tiempo por lo que suma el movimiento. En la imagen cinética

la estabilidad compositiva se logra por medio de la distribución de masas, enfatizando

los ángulos, marcando las líneas verticales, horizontales y diagonales... Se enfatizan las

relaciones entre los objetos, las figuras y el entorno al igual que hacía la pintura

medieval.

Planos, encuadres y puntos de vista

El cine clásico y la tradición pictórica hasta finales del XIX comparten el

encuadre centrado, de forma que el empleo del desencuadre será el rasgo definitorio de

un estilo personal de cineastas no clásicos en este sentido (Dreyer, Antonioni,

Godard...).

La existencia de múltiples perspectivas es un rasgo común entre ambos medios; el

ejemplo pictórico por excelencia es la construcción del espacio cubista a partir de la

pervivencia de varios puntos de vista de los objetos en una misma representación

también conocido como síntesis óptica; en este sentido, el cine emplea varias técnicas

que enriquecen la narración: movimientos de cámara, diferentes escalas de planos, etc.


Según las convenciones representativas clásicas, lo lejano y lo cercano se definen

por su tamaño (lo cercano es grande y lo lejano, pequeño); el primer plano

cinematográfico rompe con todo ello e instaura un nuevo sistema en donde conviven

ojos, ventanas, manos, etc. de la misma escala.

Luz y color

Conceptos como iluminación, color, escenografía, composición, hablan de un

vocabulario común aunque las técnicas sean diferentes.

El arte pictórico trabaja con una luz plástica, no real y muy dúctil; en cambio, el

cine tiene grandes dificultades por su capacidad para atrapar la luz, algo que denota

siempre su origen técnico: el soporte fotosensible.

El cine ha asimilado dos tendencias pictóricas basadas en la iluminación: por un

lado la intensidad luminosa de los lienzos de Franz Hals tiene su reflejo en los films

musicales y las comedias anteriores a los años 70, caracterizados por unas fuentes

lumínicas difusas que logran iluminar fondo y figura de forma intensa y con pocas

sombras. En cambio el claroscuro de Caravaggio y Rembrandt representa la

tridimensionalidad de los objetos por medio de la gradación de tonos desde lo destacado

hasta la penumbra. El expresionismo cinematográfico y el cine negro de los años 30 y

40 hacen uso de focos de luz puntuales y contrastados que producen muchas sombras; la

iluminación adquiere funciones dramática y atmosférica.

Ambos sistemas representativos emplean diferentes practicas cromáticas que

implican divergencias estéticas: en pintura se asigna directamente un color a cada

porción de lienzo; porque mediante un sistema aditivo se utilizan tres capas de

emulsión, en el cine no se logra semejante definición.


El color cinematográfico se distingue por su potencial expresivo y artificioso; ha

perfilado la visualidad del cine musical al tiempo que lo que han empleado en su

beneficio algunos cineastas para definir su estilo (Minnelli, Sirk, Hitchcock).

Las relaciones entre cine y pintura

Pintura y cine mantienen un diálogo complejo del que se enriquecen ambos;

algunos pintores han estado influidos directamente por el cine (series de Léger a

Charlot, las de Warhol a Marilyn Monroe o Antonio Saura y Christo a Brigitte Bardot)

y cineastas que han desarrollado parte de su carrera como pintores

(Antonioni57http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-

el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_6.html - N_57_,

Greenaway58http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-

el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_20.html -

N_58_...). Desde el cine se han dado experiencias cinematográficas de las vanguardias

históricas, recreación de cuadros en las escenas, la inspiración de los directores de

fotografía en ciertos pintores, las biografías de pintores...

La relación es fructífera, especialmente desde el punto de vista cinematográfico,

aspecto en el que se va a profundizar.

La verosimilitud histórica

Buscando documentación para crear la estética de un film de época (escenarios,

vestuario, ambiente...), la pintura adquiere la función informativa. Las fuentes pictóricas

a las que se acude son de dos tipos: artes plásticas contemporáneas existentes en la
época que va a ser recreada y la pintura histórica decimonónica. En el primer caso, la

pintura de género (paisajes, bodegones, retratos, etc.) aporta datos sobre el referente

formal (vestuario, peinados, objetos, etc.) mientras que la pintura formal de carácter

oficial y religioso informa de los principios y la mentalidad de ese momento. Por otro

lado, se dan a conocer aspectos formales: la composición de la imagen recrea la

estructura social, la iluminación informa del sentido simbólico o realista de la luz... La

pintura histórica del XIX es constructora del pasado según los intereses vigentes en

aquel momento.

En la recreación histórica, lo más frecuente es acudir a fuentes posteriores a la

época en una asincronía que no dificulta la obtención de verosimilitud pues se apela a

una imagen del pasado instalada en el imaginario colectivo. Ejemplo de ello son las

películas de romanos, cuya estética es deudora de la pintura de Alma Tadema.

Un desarrollo peculiar de la estética antigua es la sufrida por el cine de aventuras

medievales del Hollywood de los años 50; gracias a la aplicación del Technicolor se

instauró un estilo colorista, con gran fantasía en el vestuario, decorados y demás

elementos de diseño como puede verse en El halcón y la flecha (1950, Jacques

Tourneur); son pocas las películas que han optado por la otra tendencia, recurrir a la

pintura medieval como elemento informativo como Enrique V (1944, Laurence Olivier).

Paradójicamente, cuanto más se aparta el género medieval de los referentes pictóricos

más se acerca a la estética feísta, de mayor verosimilitud histórica; es el caso de Robin y

Marian (1976, Richard Lester).

El cine histórico en general toma la pintura decimonónica como modelo estético

por su facilidad de uso (es un producto ya elaborado) y la aceptación que tiene entre el

público (lo acepta como imagen construida del pasado sin cuestionar la verdad

histórica); un caso especial es la vinculación del cine de Cecil B. De Mille con la

tradición de ilustraciones bíblicas.


En otras ocasiones, buscando la fidelidad histórica, se emplean referencias

pictóricas con peso en la narración y expresión; es el caso de Barry Lyndon (1974,

Stanley Kubrick) donde confluyen composiciones y ambientes inspirados en La Tour,

los retratos de Reynolds y los paisajes de Gainsborough con una iluminación natural a

base de velas59http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-

en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_6.html -

N_59_, La marquesa de O (1976, Eric Rohmer) con la pintura de David, y La kermesse

heroica(1936, Jacques Feyder) y su relación con los pintores flamencos del siglo XVII.

Todas las películas biográficas de monarcas basan la caracterización del

personaje en la tradición retratista de su época; ejemplos de ello son Charles Laughton

en La vida privada de Enrique VIII (1933, Alexander Korda) y Gabino Diego como

Felipe IV en El rey pasmado (1989, Imanol Uribe).

La función informativa de la pintura no opera únicamente en el cine histórico;

muchos films se inspiran en un género pictórico buscando construir una estética

verosímil; es el caso de Nosferatu (1922, F. W. Murnau) y su relación con los

románticos alemanes al plasmar atmósferas tenebrosas de iluminación contrastada, Un

americano en París (1951, Vincente Minnelli) y la pintura francesa de finales del siglo

XIX y principios del XX en la creación de ambientes y decorados genuinamente

parisinos o Brigadoon (1955, Vincente Minnelli) y los paisajistas ingleses en la

recreación del pueblo en el que sucede la acción.

El cuadro como elemento


cinematográfico

El cuadro pictórico dentro del cuadro cinematográfico puede adoptar varias

formas: efecto pictórico, tableau vivant y elemento de atrezzo. El efecto


pictórico60http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.html - N_60_ o

creación de determinados efectos escenográficos por medio de la presencia directa de la

pintura es un recurso expresivo estrictamente cinematográfico de marcado carácter

autorial. Es el caso de los fondos pintados, creados para ser percibidos como tales por

parte del espectador; algunos de los cineastas que lo emplearon fueron

Hitchcock61http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.html - N_61_ y

Fellini.

La inglesa y el duque (2001, Eric Rohmer) recurre a las técnicas digitales para

convertir los paisajes pintados expresamente para la cinta en espacios donde los

personajes circulan. Pero el recurso a lo pictórico no se queda sólo en eso; los interiores,

lo que se ve a través de las ventanas, el movimiento de los actores, proceden del área

plástica.

Otros casos de efecto pictórico tienen como ejemplo el empleo de obras

impresionistas para ilustrar una historia del París de los años 30, Los modernos (1988,

Alan Rudolph), apelando a la imagen de la ciudad instalada en el imaginario colectivo.

El tableau vivant62http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_7.html - N_62_, también conocido como cuadro viviente o efecto

cuadro, es la representación de un cuadro por parte de los personajes del filme; se

emplea para introducir una autorreflexión sobre la representación visual. Según el grado

en el que se dé puede ser más o menos perceptible por parte del espectador.

Como elemento de atrezzo la obra pictórica adquiere la función de reencuadre ya

que es la representación dentro de la representación.


Tableau vivant

Frente al plano cinematográfico, el cuadro viviente se caracteriza por la

suspensión temporal, la definición del espacio y la selección cromática. Estuvo presente

pronto en el cine; véanse las representaciones de pasiones (La Pasión y Muerte de

Nuestro Señor Jesucristo, 1903-1905, Ferdinand Zecca) frente a las que es posible

señalar el ejemplo paradigmático de tableau vivant paródico: la recreación de La última

cena, de Leonardo da Vinci, por parte de unos mendigos en Viridiana (1961, Luis

Buñuel).

El tableau vivant tiene diferentes usos; en el cine clásico no altera el discurrir de

la narración, está al servicio de ésta. En el cine no clásico busca sorprender al

espectador cuando se encuentra ante algo suspendido en el tiempo y fuera del espacio

narrativo.

La mayoría de los críticos atribuye connotaciones peyorativas al cuadro

viviente63http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.html - N_63_; es

considerado anticinematográfico aunque no siempre resulta con valores negativos pues

depende de la conciencia que el cineasta tiene del procedimiento y la función atribuida

al efecto en el film. Por medio del tableau vivant el cineasta reflexiona sobre el lenguaje

que usa, contrastando coordenadas espacio-temporales estructuradas de forma diferente.

En las biografías de pintores, los cuadros vivientes entroncan de forma natural

con la narración; no son apreciados como tales; son escenas con los modelos posando

frente al pintor. En el cine musical, el tableau vivant no encuentra trabas debido a los

mecanismos que rigen este género cinematográfico, por ejemplo en Un americano en

París (1950, V. Minnelli) hay un apoteósico baile final donde se trabaja la obra de

Toulouse Lautrec, Pisarro, etc. y se convierte en cuadro danzante.


Como marca autorial y enunciativa que es, el efecto cuadro constituye una de las

formas que consagra el cine de Pasolini, donde el discurso prevalece sobre la narración.

Otras presencias del cuadro viviente apuntan a los títulos de crédito que reproducen

cuadros y que, finalmente, se transforman en imagen real filmada, recurso muy

empleado por el western.

Elemento de «atrezzo»

Los cuadros son parte del mobiliario de las casas donde viven los personajes de

tal manera que pueden adquirir desde una función decorativa hasta una simbólica

(vinculando la pintura a una situación concreta o al argumento). Véase por ejemplo el

uso de las obras pictóricas en los hogares de los protagonistas de La edad de la

inocencia (1993, Martin Scorsese) para dibujar su carácter, las relaciones sociales y la

época.

En ocasiones, una pintura como útil de ambientación no tiene más pretensión que

aportar una atmósfera especial, sin buscar intercambios entre la obra pintada y la

fílmica, pero cuando la puesta en escena destaca algún cuadro es porque aporta algo al

relato, da claves sobre lo que va a pasar... Es el caso de films con presencia de retratos

como Laura (1944, Otto Preminger), Rebeca (1940, Hitchcock) o El fantasma y la

señora Muir (1947, J. L. Mankiewicz), donde el simbolismo del cuadro nace del hecho

de mantener presente a quien está ausente.

Si hay un género que emplea los retratos, éste es el terror gótico. Son retratos de

antepasados que evocan seres malignos o es imagen de personas vivas. La cuestión es

que estas obras pictóricas carecen de atmósfera, no se diferencian del resto del material

audiovisual de la película ya que el cine, al visualizar cuadros «ficticios», debe

enfrentarse a un problema: la carga simbólica de las pinturas se debe en buena parte a su


condición de objeto cultural, algo imposible de atribuir a una obra imaginaria. Ello se

refleja en La bella mentirosa (1991, Jacques Rivette), donde el cuadro epicentro de la

narración nunca es mostrado a cámara o La dama de armiño (1948, Ernst Lubitsch),

intento de realizar un intercambio entre el cuadro del lienzo y el de la pantalla.

En el caso de biografías de pintores reales, la puesta en escena se centra en los

lienzos como elementos de culto; por ejemplo en El loco de pelo rojo (1956, Vincente

Minnelli) la presencia de los cuadros en pantalla aparece desvinculada del relato.

Hay ocasiones en que las obras pictóricas aparecen como fondo de los títulos de

créditos iniciales, aportando claves interpretativas (en El último tango en París (1972,

Bernardo Bertolucci) se emplean obras de Bacon para reflejar la desesperación y

angustia que vive el protagonista).

Vanguardias artísticas: un encuentro


único

En las primeras décadas del siglo XX florecieron las vanguardias pictóricas; las

experiencias de algunos artistas dieron lugar a un momento privilegiado en las

relaciones entre cine y pintura, donde pueden observarse dos tendencias principales:

- Algunos vanguardistas llegan al cine desde la pintura; emplean a éste como vía

de ejecución de valores plásticos diferentes; el resultado es la pintura animada.

- Adopción de estilos pictóricos por parte del cine.

A partir de los años 60, y a excepción de Warhol, la interacción entre pintores y

cineastas se difumina o toma otros derroteros64http://www.cervantesvirtual.com/obra-

visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-

acc7-002185ce6064_7.html - N_64_.
Las vanguardias65http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-

artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_7.html - N_65_ proponían un nuevo tipo de cine donde la piedra angular

fuera la negación de la narración; el cinematógrafo era considerado un dispositivo

mecánico que permitía la obtención de imágenes en movimiento, en definitiva el

tiempo. Los futuristas fueron los primeros en explotar las posibilidades del

cine66http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.html - N_66_ en

obras donde se propone un juego de deformaciones por medio de espejos y otros objetos

presentados en fragmentos (Vida futurista, 1916, Ginna), historias con decorados y

vestuario de carácter futurista (Thais, 1917, Bragaglia) o visualizadas únicamente a

través de las piernas de los personajes (Amor pedestre, 1914, Fabre).

El cine abstracto optó por una depuración de la imagen, la desaparición de la

figura y el argumento, logrando la forma geométrica pura que se va transformando

según el ritmo musical; su propósito no es el cine como tal; ello se plasma en Sinfonía

diagonal (1921-1924, Eggeling) donde las líneas se mueven en torno a un eje diagonal

según impulsos musicales, Rhytmus 21 (1921, Ritcher) emplea cuadriláteros que

interaccionan, cambian de tamaño, se impulsa el contraste entre blanco y negro...

Una obra diferente es Berlín, sinfonía de una gran ciudad (1927, Ruttman); en la

línea del documental busca las verticales y horizontales según el ritmo marcado por una

banda sonora musical.

El dadaísmo descubrió las posibilidades del cine para negar la realidad y

reaccionar contra la estética clásica y tradicional; bajo estos presupuestos se

encuentra Anemic cinema (1926, Duchamp), realizada siguiendo el estilo de animación

de formas geométricas al estilo surrealista aunque incluyendo personajes y

objetos. Retorno a la razón (1923, Man Ray) experimenta con la naturaleza fotográfica

del cine poniendo en contacto el celuloide con diferentes sustancias granulosas.


Siguiendo la tradición de trucajes cinematográficos desde Méliès, Entreacto (1924,

Clair) busca la espectacularidad y el rechazo dadá.

El cine cubista tiene como único representante a Léger; en Ballet

mecánico (1924) busca la disparidad entre el lenguaje cinematográfico y pictórico más

que la concomitancia por medio de la síntesis de la imagen en movimiento, la

temporalidad (analiza conceptos como la sucesión y la duración), la organización visual

mediante recursos fílmicos (primer plano, velocidad, movimiento, etc.)...

Como se ha comentado anteriormente, algunos estilos pictóricos fueron tomados

por el cine dando lugar a movimientos y estilos cinematográficos concretos:

expresionismo y surrealismo.

El expresionismo cinematográfico adoptó las deformaciones que caracterizan a su

homónimo pictórico: el espacio, la iluminación y la cámara se encargaron de desvirtuar

la realidad creando otro de carácter simbólico. Los decorados adquieren protagonismo

como reflejo del subjetivismo de los personajes; los escenógrafos intentarán sacar el

máximo partido a las posibilidades expresivas.

Los paradigmas del cine expresionista son la obra de Murnau y El gabinete del

doctor Caligari (1919, Wiene); Murnau se caracteriza por su particular empleo de las

luces y sombras, el diseño visual de sus films... Con respecto a la película de Wiene

destacan los fondos (telas pintadas por artistas expresionistas), el maquillaje, el

vestuario, la iluminación, encuadres y demás recursos que contribuyen a crear una

atmósfera asfixiante y angustiosa; por otro lado, se opta por potenciar las posibilidades

subjetivas de la imagen mediante las deformaciones en detrimento del realismo

fotográfico.

Gracias al cine, el surrealismo encontró un campo fértil para desarrollar su

creatividad, revitalizando la imagen poética bajo lo que subyacía una crítica hacia la

sociedad y la necesidad de esconderse en lo más recóndito de la mente. Aparte de la

obra de Buñuel (Un perro andaluz, La edad de oro...), destaca L'Étoile de mer (1928,
Man Ray) donde se logran efectos oníricos mediante cristales rugosos a modo de lente

que producen texturas semejantes a las de los cuadros.

Al margen de todas estas tendencias hay films que integran influencias de varias

vanguardias; es el caso de La inhumana (1923, L'Herbier) donde cada espacio está

diseñado por un artista diferente; esta heterogeneidad se integra perfectamente en el

relato.

Cinematografía artística

Los documentales sobre pintores establecen una serie de vínculos específicos con

la pintura: sometimiento (el cine es un instrumento para divulgación de la pintura) y

tradición (el relato fílmico está construido por una cronología y establece lazos ficticios

entre obras pictóricas separadas en el tiempo y en el espacio).

Las películas sobre arte que unen documental y creación artística tienen como

protagonista a la propia obra plástica y en ocasiones a su propio creador; son obras en sí

mismas. Su estética nace de la conjunción de cine y pintura y arrojan una nueva visión

sobre las obras de arte en que se centran. Las líneas formales que desarrollan van desde

la reconstrucción biográfica a través de la obra hasta el análisis formal de una pintura en

concreto. Cuando los documentales tratan la figura de artistas contemporáneos se

enfrentan a la ausencia de perspectiva temporal que impide la ficcionalización de éstos.

El documental artístico ha buscado enfatizar la ilusión de tridimensionalidad, y

uno de los recursos empleados, la fragmentación, contribuye a que la obra gane en

profundidad. La movilidad de la cámara desmiembra el cuadro de tal manera que éste es

destruido como unidad a favor de una nueva obra plástica cuya esencialidad descansa en

los detalles mostrados por la cámara.


Las vanguardias preconizaron los films de arte al cultivar los logros

cinematográficos en la fusión artística de dos medios como el pictórico y el

cinematográfico. La primera película del género es Idée (1934, Bartosch), centrada en

los grabados de Masereel; en los primeros títulos se observa una influencia de las

vanguardias, lo que explica películas como Violons d'Ingres (1939, Brunius) donde una

naturaleza muerta es pintada ante la cámara por el surrealista Tanguy, o Sueños que el

dinero puede comprar (1942, Richter) sobre Calder, Ernst y Duchamp.

Los años 40 se caracterizan por la ausencia de novedades, se producen películas

que analizan las obras de pintores contemporáneos de forma muy descriptiva, se

pretende una divulgación de la materia artística en un estilo directo. La renovación

temática, estética y técnica llegó un poco más tarde con cineastas como Emmer

(Leonardo da Vinci, 1952 y Picasso, 1954) y Resnais (Van Gogh, 1948 y Guernica,

1949). Hicieron que la cámara rompiera la barrera del marco y entrara en la obra: el

recorrido visual que realizan del lienzo discrimina las dimensiones reales del mismo,

hay un cambio en la percepción tradicional de la imagen fija. Por ejemplo

en Guernica la obra homónima de Picasso se representa de forma fragmentaria y

reelaborada por Resnais para hablar de lo que inspiró al artista: miedo, dolor, guerra y

muerte.

En 1955 Clouzot realizó una de las obras maestras del género, El misterio

Picasso, donde el artista malagueño aparecía pintando una obra sobre un vidrio

transparente; es decir, se muestra a Picasso

trabajando67http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-

el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.html - N_67_.

Clouzot descubre a los espectadores una dimensión temporal desconocida en los

cuadros: los intermedios son la misma obra que se transforma hasta que el pintor la

considera acabada y el tiempo de la creación artística aparece alterado por el montaje


(introduce la elipsis). El cineasta hace un particular empleo del cromatismo ya que las

secuencias pictóricas son en color y las extrapictóricas en blanco y negro.

Los años 60 supusieron una gran crisis para el género debida en gran parte al auge

de la televisión; ésta asimiló la estructura funcional y didáctica de la cinematografía

artística con medios más rápidos. Los últimos años han visto un crecimiento y posterior

declive de la cinematografía artística y han surgido obras de calidad y originalidad en

sus planteamientos: Painters painting (1978, Emilio de Antonio) con artistas

estadounidenses como Warhol o Motherwell trabajando ante el objetivo; en España el

ejemplo más sobresaliente es El sol del membrillo (1992, Erice) del que hablaremos al

tratar el caso español.

Biografías de pintores

El pintor, cinematográficamente hablando, es el artista por excelencia, está

obsesionado por el proceso de creación y ello lo convierte en una presencia muy

atractiva. Los artistas plásticos llevan inscrita en su actividad la noción de espectáculo

aunque hay adaptaciones que escapan de ello. Las vidas de pintores (reales o ficticios)

sirven a los cineastas para elaborar metáforas sobre la condición humana. Son artistas

destacados por su talento, personalidad y obra, cuyo mito es perpetuado por el cine.

Todas las biografías fílmicas de pintores derivan del modelo Vidas de Vasari; en

él se proponía un nuevo canon, el héroe cultural, paradigma personificado por Miguel

Ángel; a ello se sumaron posteriormente los arquetipos del genio romántico.

El biopic o género biográfico engloba una serie de films por su contenido aunque

las formas adoptadas pueden ser muchas, desde el estilo hollywoodiense al servicio de

una estrella cinematográfica pasando por melodramas que exaltan las trágicas vivencias

personales del artista y sus reflexiones existenciales.


En los dos primeros casos se suele dar una evocación romántica del artista como

ser maldito. Es un genio loco y torturado que desdeña las normas y convenciones

sociales. Las referencias pictóricas sirven para evocar su ideario en contraste con los

motivos que las inspiraron y el reconocimiento de algunas de las obras suele vertebrar la

narración. Los puntos de inflexión en esta tendencia son Montparnasse 19 (1958,

Becker) yAndréi Rublev (1966, Tarkovski): plantearon un análisis del papel social del

pintor de modo que restaba espectacularidad y ganaba rigor histórico.

Cuando la película se propone una reflexión artística, ésta puede estar centrada en

un pintor no real tal y como sucede en El contrato del dibujante (1982, Greenaway)

donde el director expone el problema de la representación del movimiento y del tiempo

y el relato queda estructurado por los dibujos realizados por el protagonista.

En el caso de biografías de pintores recientes, un rasgo importante es la ausencia

de imágenes de su obra en pantalla debido a la negativa de los herederos a que sean

reproducidas. Así en películas como Sobrevivir a Picasso (1996,

Ivory), Basquiat (1996, Schnnabel) o El amor es el demonio(1998, Maybury) se

realizaron pinturas al estilo de Picasso, Basquiat y Bacon respectivamente; la excepción

es Pollock (2000, Harris) donde aparecen fieles reproducciones de los lienzos de este

artista americano.

Entre los pintores medievales llevados al cine destaca Andréi Rublev, una

pesimista reflexión sobre la condición humana a través de la vida de un pintor de iconos

en la Rusia del siglo XV, centrado en el enfrentamiento entre el artista y el poder;

estéticamente el film se resuelve con la influencia de los iconos, la pintura rusa

paisajística del XIX y el propio Rublev en el diseño de producción, la iluminación, el

vestuario, etc.

Pasolini lleva a la pantalla a Giotto en El decamerón (1970) siendo él mismo

quien lo interpreta. Además de los tableaux vivants a los que recurre el cineasta destaca
el análisis del papel social del artista y el proceso de creación, tanto pictórico como

cinematográfico.

Los pintores modernos buscan su consideración social como artistas dejando atrás

la de artesano: son más libres e intentan imponer su voluntad, tal y como le sucede al

Miguel Ángel de El tormento y el éxtasis (1965, Reed); el epicentro de la película es el

enfrentamiento del artista con el Papa Julio II por los frescos de la Capilla Sixtina. Se

trata de una biografía según el modelo clásico espectacular de Hollywood.

Caravaggio (1986, Jarman) es una interpretación personal de los últimos años de

la vida del pintor italiano; es a la vez radical y original en el empleo de anacronismos,

las reproducciones de las obras de Caravaggio realizadas por el propio cineasta no son

tales sino interpretaciones en clave contemporánea. Sienta sus bases en una estética

moderna y en las violentas relaciones entre sus personajes.

Artemisia (1997, Merlet) se centra en Artemisia Gentileschi, una de las primeras

pintoras de la Historia del Arte. El retrato realizado por la cineasta equipara el exceso

del barroco con la vida y obra de la artista.

Las dos biografías más destacadas de Rembrandt son Rembrandt (1936, Korda),

una de las primeras obras maestras del género inspirada estéticamente en la obra

pictórica del maestro holandés; repasa la vida social de la época y la relación con sus

esposas; y Rembrandt fecit 1669 (1977, Stelling), obra original y esteticista que

formalmente acude, al igual que el artista holandés, al trabajo de la luz y la

composición; en los últimos meses de su vida Rembrandt se dedicó a pintar una serie de

autorretratos que lo muestran desolado.

Van Gogh es uno de los pintores más cinematográficos tanto por su biografía

como por su obra; muestra de ello son las numerosas adaptaciones que ha conocido; la

década de los noventa ha sido más prolífica por la celebración del primer centenario de

su muerte: Vincent y Theo (1990, Altman), Los sueños (1990, Kurosawa), Van

Gogh (1991, Pialat), etc.


El loco de pelo rojo (1956, Minnelli) es producida durante el esplendor del biopic

artístico, explota las posibilidades que le ofrece el color para establecer un paralelismo

entre la vida de Van Gogh y la evolución de la paleta de colores; Minnelli traduce los

colores de Van Gogh al Technicolor; el duelo creativo entre Van Gogh y Gauguin sirve

para contraponer dos conceptos de la vida y el arte.

Vincent y Theo muestra con detalle el entorno de Van Gogh y la relación que

tiene con su hermano. Van Gogh toma lo cotidiano en la vida del artista al que muestra

como un hombre cualquiera a pesar de sus crisis de locura; Pialat realiza una

humanización del mito y evita caer en una puesta pictoricista.

El episodio «Los cuervos» de Los sueños interpreta a Van Gogh desde la

fascinación por la pintura y la creación artística; Scorsese aparece literalmente dentro de

los cuadros del pintor: el campo pictórico se convierte en cinematográfico.

Soberbia (1942, Lewin) se centra en la figura de Gauguin, al que retrata como un

hombre de mediana edad que da la espalda a su familia y a la sociedad para dedicarse a

lo que siempre había querido: pintar.

De la estética naif de su homónimo se impregna Pirosmani (1972, Shengalaya),

retrato de una trágica vida que terminó en la miseria, el olvido y el alcoholismo.

Muestra al artista dedicado a su arte, creyendo en él a pesar del rechazo social. El estilo

naif se manifiesta con planos frontales y estáticos, la anulación de la perspectiva

mediante la bidimensionalidad...

Toulouse Lautrec reúne los tópicos del pintor atormentado: es un ser solitario,

repudiado por la sociedad y su familia por una deficiencia física, bebe y está frustrado

por sus sucesivos fracasos amorosos; estos elementos coinciden con el arquetipo de

personaje hustoniano y por ello se convierte en el personaje central de Moulin

Rouge (1953, Huston). Es una biografía que recrea el color del mundo de Lautrec a base

del Technicolor y gelatinas de colores a modo de filtro, el universo en que se inspiró la

mayor parte de su obra, el Moulin Rouge. Lautrec (1998, Planchon) es distinta, ya que
es menos un retrato del artista y más un cuidado estudio de los motivos de su

inspiración fotografiados bajo luces cálidas.

Montparnasse 19 es una visión ortodoxa del artista incomprendido: Modigliani;

se centra en el retrato del París bohemio, sus amores además de sus devaneos con el

alcohol. Es un film teñido de pesimismo, muestra al pintor intentado lograr la

perfección en su trabajo y el reconocimiento social. La atmósfera de la película refleja

los cambios de humor del protagonista.

En los años 70 hay un auge del género con la proliferación de películas con

creadores contemporáneos, muestra de ello es Edward Munch (1975, Watkins), film que

reúne ficción y documental al retratar la juventud del artista, logra transportar la

atmósfera angustiosa de los lienzos de Munch a la puesta en escena y la luz, y Las

aventuras de Picasso (1978, Danielsson), recreación de la imagen mítica y la leyenda

del pintor malagueño por medio de los tópicos.

El recurso a artífices contemporáneos tiene pocos ejemplos por la proximidad

temporal; aún así destaca Frida. Naturaleza viva (1984, Leduc), una sucesión

desordenada de momentos en la vida de la artista mexicana con sugerentes imágenes.

Lo que le sucede a Frida Kahlo (su enfermedad, sus relaciones y pasiones) queda

plasmado en los lienzos, autorretratos de la artista. Yo disparé a Andy Warhol (1996,

Harron) y Basquiat recrean el ambiente artístico neoyorkino.

La bella mentirosa (1991, Rivette) recrea la figura de Frenhofer, artista de ficción

que pinta un desnudo sobre otro anterior; el lienzo final acaba emparedado porque solo

puede saciar la sed de su autor y carece de interlocutores. El cineasta cuestiona el

concepto de creación: para él es algo inacabado en parte, pero logra demostrarlo con

una película cerrada.


El caso español

La contribución del cine español a las relaciones entre cine y pintura se limita a

un grupo de películas; en ellas lo pictórico es empleado de diversos modos; puede ser

un recurso para la ambientación y la verosimilitud histórica; Locura de amor (1948,

Juan de Orduña) es deudora de la pintura histórica decimonónica; el diseño de

producción de El rey pasmado (1991, Imanol Uribe) está inspirado en la pintura de

Velázquez.

E incluso se pueden construir tableaux vivants; los cuadros de Solana son

recurrentes en la recreación de ambientes carnavalescos típicamente españoles como

puede comprobarse en Domingo de carnaval (1945, Edgar Neville) y Belle

époque (1992, Fernando Trueba); ésta incorpora un cuadro viviente no artificial en la

secuencia del carnaval (las máscaras y los disfraces). En Viridiana (1961, Luis Buñuel)

se incluye el tableau vivantpor excelencia: la recreación del fresco La última cena de

Leonardo da Vinci a cargo de un grupo de mendigos.

Los cuadros forman parte de la narración: El rey pasmado (1989, Imanol Uribe)

relata el descubrimiento de la sensualidad por parte de Felipe IV en una corte donde han

sido prohibidas las imágenes de mujeres desnudas (los cuadros que reproducen

desnudos femeninos -Tiziano, Veronés...- están encerrados en una habitación). En La

hora de los valientes (1998, Antonio Mercero) un empleado del Museo del Prado salva

de un bombardeo un autorretrato de Goya; la pintura se convierte en testigo de los

horrores de la Guerra Civil.

En otros casos, se recrea al pintor como un personaje más: Volaverunt (1999,

Bigas Luna) es una intriga histórica donde Goya es uno de los protagonistas junto a la

Duquesa de Alba, Pepita Tudor, Godoy o la reina María Luisa de Parma. Buñuel y la

mesa del Rey Salomón (Carlos Saura)68http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-

din/cine-arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-
002185ce6064_7.html - N_68_recrea una imaginativa aventura vivida por Buñuel, Dalí

y Lorca en Toledo.

En el campo de las vanguardias pictóricas, las incursiones de Buñuel y Dalí en el

campo cinematográfico conforman las aportaciones del cine español al cine

surrealista. Un perro andaluz (1928, Luis Buñuel y Salvador Dalí) constituye un intento

de solucionar procesos literarios y pictóricos con el cine, por ello emplearon de forma

transgresora el raccord; la desaparición de los valores temporales y espaciales refuerza

la presencia de lo imposible y lo extraño. Influenciado por los presupuestos freudianos y

el surrealismo, Dalí diseñó la secuencia del sueño de Recuerda (1945, Hitchcock)

recurriendo a ojos gigantescos, gente sin rostro, tijeras... Algunos proyectos que no

llegaron a realizarse fueron una colaboración con

Disney, Destino69http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-

en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_7.html -

N_69_, y un guión, Babaono (1932), recientemente filmado y donde se ponía de

manifiesto el ideario daliniano70http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-

arte-y-artilugios-en-el-panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-

002185ce6064_8.html - N_70_.

Las biografías de pintores es el género más difundido: La dama de armiño (1947,

Eusebio Fernández Ardavín), uno de los primeros retratos de artistas del cine español;

reconstruye la vida de El Greco en Toledo según el estilo del cine histórico de la

época. Goya, historia de una soledad(1971, Nino Quevedo) es un recreación de la vida

del pintor aragonés interpretada por Francisco Rabal. Dalí (1990, Antoni Ribas) sitúa al

creador en un hotel de Nueva York donde relata su vida; el tono dado por el cineasta

apuesta por la caricatura. Goya en Burdeos (1999, Carlos Saura) recrea las obsesiones

vitales y personales del artista con una puesta en escena de gran plasticidad. Buñuel

escribió un guión que no llegó a filmarse basado en tres momentos clave en la vida de

Goya: su juventud en Zaragoza, pintor de corte y el exilio en Burdeos.


Algunos films se plantean reflexiones sobre el sistema de representación

pictórico: Luces y sombras (1988, Jaime Camino) es un estudio sobre Velázquez y Las

Meninas, una obra que ya de por sí es una reflexión sobre la representación. El cineasta

aprovecha el juego de espejos y espacios propuestos por el lienzo recreando diferentes

planos narrativos, visuales y temporales.

Un film diferente en la común producción cinematográfica española es El sol del

membrillo (1992, Víctor Erice). El cineasta se acerca al trabajo del pintor Antonio

López con un membrillero, un motivo recurrente en la obra del artista desde 1961. Erice

no inventa, fabula o relata, tampoco hay actores e interpretación en sentido estricto. Es

una película sobre la pintura y el cine que reflexiona sobre ambos como sistemas de

representación. El realizador deja ver el proceso de creación y el entorno del pintor con

una mirada primeriza, despojada de artificios; emplea encuadres fijos para observar y

aprehender la realidad; eliminando cualquier pretensión de recreación. Uno de los temas

del film es la separación de pintura y cine manifiesta en la imposibilidad de una (atrapa

el instante) y en el éxito de otro (plasma la

duración)71http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/cine-arte-y-artilugios-en-el-

panorama-espanol--0/html/ffadd210-82b1-11df-acc7-002185ce6064_8.html - N_71_ al

captar la evolución de la naturaleza. El propósito de Antonio López, y, por extensión,

del artista, es conciliar las leyes del arte (propugnan la elección del instante de plenitud

de las cosas, el instante pregnante) con las de la naturaleza (el cambio es permanente, el

flujo vital es imparable). Esta imposible conciliación conduce al artista a abandonar el

cuadro del membrillero sustituyéndolo por un grabado. Más que el resultado importa el

proceso creativo como la búsqueda de la belleza a pesar del devenir del tiempo,

manifestado en la modificación del objeto a través de los accidentes de la luz. Ese

motivo compartido entre pintor y cineasta, el trabajo del artista, hacen que transcurran

en paralelo cuadro y película. Primero Erice sigue al pintor para introducirse en su

universo figurativo y luego acompaña el diálogo entre artista y modelo, pintor y


membrillero. Hablando del tiempo es ineludible la presencia de la muerte -en el film:

cuadro inconcluso encerrado en el sótano, la «muerte» figurada del artista para servir de

modelo a su esposa, la caída de la noche como muerte de la luz... Cineasta y pintor,

cada uno cuenta con sus herramientas e instrumentos para representar la realidad; es el

dispositivo del cineasta (cámara, trípode, película...) frente al del pintor (paleta,

caballete, lienzo...).

Bibliografía

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MONTERDE, José Enrique, (2001), «El dispositivo visual: pintura, fotografía y cine»,

en VV.AA., El origen del cine y las imágenes del siglo XIX. Gerona: Museu del

Cinema, Universitat de Girona, Ajuntament de Girona.

ORTIZ, Áurea; PIQUERAS, M.ª Jesús, (1995), La pintura en el cine: cuestiones de

representación visual. Barcelona: Paidós.


Filmografía

El gabinete del doctor Caligari (1919, R. Wiene).

Nosferatu (1922, F. W. Murnau).

La inhumana (1923, Marcel L'Herbier).

Un perro andaluz (1928, Luis Buñuel).

La vida privada de Enrique VIII (1933, Alexander Korda).

La kermesse heroica (1936, Jacques Feyder).

Rembrandt (1936, Alexander Korda).

Rebeca (1940, Alfred Hitchcock).

Soberbia (1942, Albert Lewin).

Enrique V (1944, Laurence Olivier).

La mujer del cuadro (1944, Fritz Lang).

Laura (1944, Otto Preminger).

Domingo de carnaval (1945, Edgar Neville).

Recuerda (1945, Alfred Hitchcock).

El fantasma y la señora Muir (1947, Joseph L. Mankiewicz).

La dama de armiño (1947, Eusebio Fernández Ardavín).

Locura de amor (1948, Juan de Orduña).

Guernica (1949, Alain Resnais).

Un americano en París (1951, Vincente Minnelli).

Moulin Rouge (1953, John Huston).

Christo (1954, Margarita Alexandre y Rafael M. Torrecilla).

Brigadoon (1955, Vincente Minnelli).

El misterio Picasso (1955, Henri-Georges Clouzot).

El loco de pelo rojo (1956, Vincente Minnelli).

Montparnasse 19 (1958, Jacques Becker).


Viridiana (1961, Luis Buñuel).

El tormento y el éxtasis (1965, Carol Reed).

Andrei Rublev (1966, Andrej Tarkovski).

El decamerón (1970, Pier Paolo Pasolini).

Goya, historia de una soledad (1971, Nino Quevedo).

El último tango en París (1972, Bernardo Bertolucci).

Pirosmani (1972, Georgij N. Shengalaya).

Barry Lyndon (1974, Stanley Kubrick).

Edward Munch (1975, Peter Watkins).

La marquesa de O (1976, Eric Rohmer).

Robin y Marian (1976, Richard Lester).

Rembrandt fecit 1669 (1977, Jos Stelling).

El contrato del dibujante (1982, Peter Greenaway).

Frida. Naturaleza viva (1984, Paul Leduc).

Caravaggio (1986, Derek Jarman).

Los modernos (1988, Alan Rudolph).

Luces y sombras (1988, Jaime Camino).

El rey pasmado (1989, Imanol Uribe).

Dalí (1990, Antonio Ribas).

Los sueños (1990, Akira Kurosawa).

Vincent y Theo (1990, Robert Altman).

La bella mentirosa (1991, Jacques Rivette).

Van Gogh (1991, Maurice Pialat).

Belle époque (1992, Fernando Trueba).

El sol del membrillo (1992, Víctor Erice).

La edad de la inocencia (1993, Martin Scorsese).

Basquiat (1996, Julian Schnabel).


Sobrevivir a Picasso (1996, James Ivory).

Yo disparé a Andy Warhol (1996, Mary Harron).

Artemisia (1997, Agnes Merlet).

El amor es el demonio (1998, John Maybury).

La hora de los valientes (1998, Antonio Mercero).

Lautrec (1998, Roger Planchon).

Goya en Burdeos (1999, Carlos Saura).

Volaverunt (1999, Bigas Luna).

Pollock (2000, Ed Harris).

Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001, Carlos Saura).

Frida (2001, Julie Taymor).

La inglesa y el duque (2001, Eric Rohmer).

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