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y otras manías
Colección Emergencias
Primera edición
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Señorita ansiedad • 7
La casa en la playa • 27
To venture causes anxiety,
but not to venture is to lose one's self.
Søren Kierkegaard
Señorita ansiedad
Sylvia aguilar Zéleny
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Señorita anSiedad
7. El insomnio vuelve con la primer gotita de san-
gre entre las piernas. Ya era hora, dice mi Mamá. No
quiero saber, dice mi Papá.
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Sylvia aguilar Zéleny
23. Entre los veinte y los veintitrés años ya no sólo
vivo con el Señor Insomnio. Se ha acercado también
el Joven Cosquilleo. Un hormigueo, un calambre, un
noséqué en las piernas.
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Señorita anSiedad
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Sylvia aguilar Zéleny
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Señorita anSiedad
esas son otras manías, contesta sólida.
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Conversación con Val Cervera
Revista mexicana de aRte contempoRáneo
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La exposición La petri cación de la esfera estará al alcance del público a
partir de hoy y hasta el 23 de marzo en Serdán 109 (galería y departamento
propiedad de la familia Cervera). Para visitarla es necesario concertar una
cita al 215 23 18.
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ConversaCión Con val Cervera
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ConversaCión Con val Cervera
Abrí las puertas de la percepción y pasé hasta otra esfera, 2002. Acuarela.
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Revista mexicana de aRte contempoRáneo
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La casa en la playa
Sylvia aguilar Zéleny
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La casa en La pLaya
una cochera eléctrica usada y 2) colocarla justo en
una casa frente al mar más rabioso”. A las reuniones
siempre llegaba un invitado quejándose por culpa de
la reja. “O sea, no sólo había que manejar más de cua-
renta minutos para venir a visitarte, Papá, además
tenía uno que correr el riesgo de recibir choques eléc-
tricos como bienvenida”.
Entro ilesa. La cochera es, como siempre, un al-
macén. Cajas y más cajas. El auto que siempre prome-
tió arreglar y el auto que siempre prometió vender.
Ambos son, también, almacén de las locuras de mi
Padre. Me pregunto si vale la pena venderlos. “Una
bicoca, eso, una bicoca te van a dar”, hubiera dicho
él. Ay, Papá, que de ganar unos cuantos pesos a se-
guir con estas hojalatas aquí... Me acerco al Datsun;
en este carro Papá me enseñó a manejar. Claro, si a
eso se le llama enseñar a manejar: “Mira, aquí están
las llaves. La primera es para acá, la segunda para
acá. Para meter cambio...”
Al entrar a su casa me recibe un tufo horrible,
marea de moscas que zumban y vuelan y zumban
y vuelan. Sobre la mesa descubro la última cena de
Papá: una sopa de mariscos a medio acabar, galletas
saladas, una cerveza negra y un par de Delicados en
el cenicero. En el fregadero encuentro una olla sin la-
var, platos cuyos restos de comida han sido el aperi-
tivo de cientos de insectos a los cuales, por cierto, hoy
no temo. Bastante es el terror de estar aquí. Lo prime-
ro que hago es tirar la comida. Luego lavo los platos.
Supongo que en ello quiero lavarme la conciencia de
lo que estoy a punto de hacer o de todo lo que nunca
hice por él. “Lo que nunca hice por ti, viejo”. Lo que
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Sylvia aguilar Zéleny
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La casa en La pLaya
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fácil vivir sin ti”. Era bonito extrañarte, era lindo que
nos extrañaras. Verte, entonces, era un carnaval de
diversión. “Tu risa, Papá, tu risa y tus bromas. Tus
regalos. Tus historias”. Todo lo que tú eras antes de
la primera copa, antes de la primera botella, antes del
primer portazo. “Porque siempre, ay, siempre Papá,
había una botella y luego un portazo”.
Sigo limpiando. Me llama una nota, la leo: “No
te has aparecido para el dominó”. Es de Aguirre, otro
loco que al jubilarse dejó la ciudad para venirse a la
playa. Me doy cuenta entonces que Aguirre nunca
fue al hospital ni estaba en el funeral. “¿Será que no
se enteró?” Levanto el teléfono y lo llamo, se lo digo
sin mucho artilugio, “Papá murió”. Aguirre ya lo
sabía, alguien le avisó. Se apena conmigo, “no tuve
valor de ir, Gloria, a esta edad a uno sólo lo invitan
a bodas y a funerales y ninguno de los dos me gus-
ta”. Le pregunto si de casualidad Papá no le quedó
debiendo dinero. Eso es lo único que nos dejó: gran-
des, pequeñas y medianas deudas. “Nada, nada, no
importa”. Decido invitarlo: “venga al rato, aquí voy a
estar, seguro hay cosas que a él le gustaría que usted
tuviera”. Cuando cuelgo le digo a papá: “Aguirre no
va a venir”.
Mi plan era estar sólo unas horas y regresarme
a media tarde, pero se me metió en la cabeza que es
mejor acabarlo todo para ya no volver. He armado
siete bolsas de objetos, ropa, zapatos y cosas incom-
prensibles. Primero pensé en tirarlo todo en el conte-
nedor y dejar que se lo llevaran. Luego pensé en que
podía manejar al pueblo y dejárselo a alguien por
ahí, siempre hay niños caminando descalzos y sin
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La casa en La pLaya
camiseta a pesar del pinche calorón. Pero ¿qué ha-
cer con lo demás? Papá coleccionaba botellas, bolsas
de supermercado y cajas de madera. Su sueño eco-
lógico. Todo lo reciclaba. Papá coleccionaba motores
y piezas de lanchas, redes, tuercas, herramientas de
todo tipo, cañas, mafufadas que nunca usó para pes-
car. La casa en la playa era el almacén de su mundo.
Ah, y no he mencionado las llaves, llaves de todos los
tamaños. Llaves que no abren nada y que uno se en-
cuentra en cada rincón de la casa. De niña me decía:
“con esta llavecita abres corazones”. Pero mi llaveci-
ta nunca abrió un corazón.
Trabajar en el segundo piso es otra faena. Papá
no usaba ganchos, colgaba la ropa con un sistema de
sogas de barco instaladas en las escaleras. Con so-
gas más pequeñas hizo unos colgantes para los he-
lechos que se han ido muriendo después de un mes
sin agua. “¿Me los debería llevar?” le pregunté. “Se
te van a morir, a ti todo se te muere, hasta tú, Papá”.
Decidí que no le haría caso y me los llevaría a casa,
los regaría tres veces por semana y estarían más boni-
tos que nunca. Él quería mucho a sus plantas, quizás
más que a sus hijas. Es probable que esté exagerando,
Papá nos quería mucho, es sólo que con seguridad le
hablaba más a sus plantas que a nosotras.
Se hace tarde y estoy cansada. Preparo una ha-
bitación para mí, de milagro encuentro un par de sá-
banas limpias. No me da miedo quedarme, total y
qué, el fantasma ya me persigue. Necesito un baño,
voy por una toalla para darme un regaderazo, desde
la ventana de la cocina veo y escucho al mar. “¿Hace
cuánto que no te metes?” Me quito los zapatos, cam-
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Sylvia aguilar Zéleny
bio mis pantalones por un shorts y mi blusa por una
de sus camisetas.
Me voy a la playa.
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Sylvia aguilar Zéleny
sus amigos. Quedaban dos personas y su lancha co-
menzaba a ceder. Estaba a punto de rendirse cuando
se dio cuenta de que había noctiluca. Empezó a reír,
a reír como loca. Dice que eso la salvó por unas horas
hasta el rescate que ocurrió justo en la madrugada.
Curioso, ¿verdad?”.
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La casa en La pLaya
Papá”. Yo, de todos modos, no sé qué hacer con mi
vida, la mía –como su casa– también es un caos. Que-
darme ahí es quedarme con Papá, él me dirá qué ha-
cer, cómo y dónde. “Y si no lo haces, no importa”.
Pondré su butaca de mimbre afuera y me sentaré to-
dos los días en ella a mirar el mar, a leer, a pensar, a
encontrar. Por las noches me meteré al mar.
Prometí que el 21 de agosto me iba a deshacer
de mi padre.
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A la memoria de Gerardo Aguilar Zéleny,
nuestro Príncipe Húngaro.
Estas manías se cocinaron y perfeccionaron has-
ta transformarse en un libro, en julio de 2014. Se
utilizaron las familias tipográ cas Arial y Book
Antiqua. Los espíritus kodamas darán prueba
de ello