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(Bouysse-Cassagne, 1978) "Dicen que después de cesadas

las aguas se apareció un hombre en Tiwanacu que esta­


ba al mediodía del Cuzco que fue tan poderoso que re­
partió el mundo en cuatro partes, y las dió a cuatro
hombres... dicen que a Manco Capac dió la parte septen­
trional y al Colla la parte meridional de cuyo nombre se
llamó después Colla aquella gran provincia, al tercero
llamado Tocay dió la parte del levante, al cuarto que lla­
man Pinahua la del poniente". (Garcilaso de la Vega).

Una búsqueda de los orígenes es siempre difícil, ya


que nos remite casi obligatoriamente al mito v a los dio­
ses. Y en el caso Colla, hay que confesarlo, estamos en
plena obscuridad, ya que nos enfrentamos a un sistema
religioso que tuvo que soportar varias transformaciones
antes de ser conocido por los españoles y, por lo tanto,
es difícil desentrañar lo que ha sido inca de lo que fue
anterior.

De todas las culturas americanas portadoras de mi­


tos y fantasmas, sin duda alguna, la de Tiwanacu está en
primera fila, y esta palma la lleva a menudo por error.
El sitio arqueológico existe e incluso se pudo dar nom­
bres a algunos de sus templos o monolitos, aunque ig­
noremos hasta hoy día todo lo que realmente precipitó
la caída de esta cultura aparentemente floreciente. Y
por lo demás se conoce aún poco su influencia local y
sus ramificaciones regionales en torno al lago Titicaca.
En cuanto a los lazos que mantuvo con la cultura Hua-
ri, son éstos objeto de una multitud de interpretaciones
por parte de los arqueólogos (Isbell 1978, Lumbreras
1982,1976)

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Va en 1912 el arqueólogo boliviano Posnansky
hizo de Tiwanacu la "cuna del hombre americano" y los
primeros americanistas franceses, sin marcarle su paso
del todo, buscaron, en las actuales poblaciones lacustres,
a los herederos de esta civilización desaparecida*, lo que
significaba suponer a priori, para los grupos étnicos, una
permanencia que corría el riesgo de ser contradicha por
los movimientos de la Historia, aunque éstos fueran de
una lentitud extrema.

Desde entonces, los trabajos lingüísticos (Torero,


1970), históricos (Wachtel, 1978; Bouysse-Cassagne, 1975,
1979,1987) y arqueológicos (Hyslop, 1976) prosiguieron;
pero el conjunto de la producción científica, que trata
de este período distante, es más bien pobre. Para ello se
dan muchos motivos: la documentación histórica es es­
casa y, en la existente, los criterios que definen la autoc­
tonía son, a su vez, aquellos del documento español y el
reflejo de una serie de invasiones sucesivas que modi
ficaron considerablemente el paisaje étnico, lingüísticc
y cultural de la región examinada (ya que, antes de lo
españoles, los aymaras y luego los incas ocuparon <
país).

Sin embargo, si nos situamos en una perspecti


histórica de larga duración, está claro que los cuatro
glos que separan el fin de Tiwanacu de la conqui
española, constituyen un lapso de tiempo insuficw
para que todas las estructuras del antiguo subst:
hayan podido ser borradas por la agitada historia
acaba de ser evocada.

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Y ya que se trata efectivamente de larga duración,
nos referimos, en primer lugar, a la más lenta de las re­
alidades históricas: el entorno natural de la región del
lago Titicaca y a la más lenta de las producciones cultu­
rales: los mitos que se refieren á esta región.

L MITOS Y LUGARES

Los mitos que evocan este pasado lejano se relacio­


nan, por otra parte, con los lugares específicos del espa- |
ció del Collasuyo. Muy a menudo, este discurso
simbólico ha sido analizado como una producción ideo­
lógica independiente de quienes la habían emitido.
Cierto, "ios mitos piensan a los hombres", pero éllos
han sido, en prim er lugar, pensados por los hombres,
como ya dijimos.

A sí m ism o, si el conjunto del que trataremos no


constituye un "corpus" homogéneo, ya que refleja tradi­
ciones diferentes (las de los diversos pueblos que se su­
cedieron en el altiplano boliviano), sin duda, falta in­
vestigar, pese a todo, el lazo entre el marco intelectual
que proporcionan y el contexto socio-cultural donde
fueron producidos. Ligar este discurso a los hombres
que los p ro n u n ciaro n , buscar las relaciones de estos
hombres entre sí mismos y con los lugares que habita­
ron (en suma, intentar trazar la historia del poblamien-
to), así como considerar que son los hombres los que ex­
plican a los dioses y n o a Ja inversa, ya que toda la
mitología evoca los lugares sagrados, tal es en efecto
nuestro propósito.

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Los trabajos sobre la antigua Grecia de Maree! De-
tienne y de Jean Pierre Vernant han demostrado que,
en el análisis histórico y en él de los mitos, no se en­
cuentran elementos aislados, si no siempre estructuras.

No cabe preguntarnos aquí si las leyendas narradas


por los cronistas españoles llevan la marca de una vo­
luntad evangelizadora, pronta a encontrar ¿n los mitos,
la prueba de una preparación providencial de los Indios
con respecto a la religión católica (Urbano, 1987); ni tam­
poco saber si los mitos constituyen las primeras crea­
ciones sincréticas del siglo XVI (diluvio, creación). La
plasticidad del mito y su capacidad de transformación
no están en juego. Lo que se toma en cuenta es esta ob­
sesión, tan particular al hombre de esta región, ligada a
la preocupación de marcar su espacio, de privilegiar
ciertos lugares, de sacralizarlos de modo que la escritura
del mito reenvía muy directamente, al menos es lo que
pensamos, a la arquitectura de una cierta geografía reli­
giosa donde cada una de las sucesivas invasiones tuvie­
ron que inscribirse. Los mitp^ trflt?" -d? d™i lugares
esencialmente: Tiwanacu^ y una isla del lago Titicaca
(islajie T itic^a^OTslS^S Sol). Y es allí donae los prim<
ros ocupantes cfeTlago - que convendrá caracterizar
luego los Aymarás y después los Incas, inscribiera
como en un palimpsesto una parte importante de
historia.

Los primeros cronistas*. Las Casas (1.550), Betar


(1.551), Cieza de León (1.554), hablan de hombres 1
rp^ y barburdos que poblaban la isla de Titicaca (la ai
isla del SoI5T~Cieza añade también que ellos hal

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construido los edificios de Viñaque en la región de Aya-
cucho (Cap. IV), y dice, por otra parte, que los construc­
tores de estos mismos monumentos no eran otros que
la gente de Tiwanacu. los mismos que eran considera-
~dos como gigantes (Cobo). Una primera constatación se
impone: El mito establece un lazo entre Tiwanacu, la
isla del Sol y la cultura Huari.

Los otros, como Cobo, Garcilaso de la Vega o


Guamán Poma de Ayala, Sarmiento de Gamboa, evocan
un diluvio en el curso del cual "el sol se escondió en la
isla"; una vez que el cataclismoTtermlnó, "cuando co­
menzaron a decrecer las aguas la primera tierra que se
descubrió fue la isla de Titicaca, en la cual afirmaban ha­
berse escondido el sol mientras duró el diluvio y que él,
en el pasado, se vió allí primero que en otras partes.
Con el diluvio perecieron las gentes con todas las cosas
criadas excepto un hombre y una mujer que se metie-
ron en una caja de tambor,y que al tiempo que mengua­
ba bajó y tomó tierra en Tiaguanaco". (Cobo, p. 151).

Según Sarm iento "W iracocha Pachayachachi...


envió un diluvio universal, al cual ellos llaman uno
pachacuti, que quiere decir agua que trastornó la tierra y
dicen que llovió sesenta días y sesenta noches, y que se
anegó todo lo criado, y que sólo quedaron algunas
señales de los que se convirtieron en piedras para la
memoria del hecho y para ejemplo de los venideros en
los edificios de Pucara... No dicen que escapó nadie del
diluvio pero que Wiracocha tornó a hacer y criar hom­
bres de nuevo,... más una cosa es averiguada en todas
las naciones de estas partes que tienen y hablan todos de

23
una manera y por muy común deV diluvio general, y
por eso le llamaron unos pachacuti."

Otra alternativa hace de Tiwanacu el lugar mismo


de la segunda creación: de todas las naciones, de los
principales arquetipos, asi como de los símbolos que
permitieron la identificación de cada grupo. Según esta
versión, Tiwanacu desempeña el papel de lugar de ori-
gen (pacarina) (Harris y Bouysse-Cassagne, 1987).

Además, no es indiferente constatar que los Incas


escogieron, también ellos en su mito de origen, vincu­
larse a la isla del Sol, de donde provino la primera pare­
ja inca. Por otra parte, allí edificaron uno de los más
grandes santuarios religiosos dedicados al culto solar del
imperio donde desplazaron dos mil mitimaes de cua­
renta naciones. Mientras tanto, ellos ocuparon Hatun-
colla, la antigua capital del Señorío Colla - y no la presti­
giosa Tiwanacu - para gobernar el cuaito sud del
imperio, construyendo allí también un importante tem­
plo dedicado al mismo culto (Cieza de León).

Esta elección plantea, evidentemente, el problema


de las tácticas políticas y religiosas en el seno del Impe­
rio inca, y la preferencia dada a unos lugares antes que a
otros no está lejos de tener consecuencias. E\ "sello" es­
pacial de Hatuncolla por los Incas nos remite a \a im­
portada del Señorío Colla durante el período preinca.

Pero ¿cómo leer el mito? Según la concepcv


autóctona del tiempo cada ciclo estaría marcado poi
fin de un período solar, "el primer sol fue perdió

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causa del a g u a ”, dice M orua, haciendo alusión, sin
duda, al "D iluvio”. "El segundo sol desapareció porque
el cielo ca y ó sobre la tierra m atando a todos los gi­
gantes". La im portancia legendaria de la isla del Sol, en
esta m anera d e co rtar el tiempo, queda manifiesta si se
con sid era que, lu ego del p rim er cataclism o, el sol se
habría e sco n d id o en ella. En la m anera de ordenar el
tiem po, d e co n cep tu alizar el universo (y si se considera
al p an teó n co m o un sistem a d e clasificación del cual el
sol sería p a rte in tegran te), la isla del Sol aparece enton­
ces co m o el recep tácu lo de una potencia sagrada.

En efecto , el lag o T iticaca, en su totalidad, y las is­


las p a r e c e n h a b e r sid o co n sid e ra d o s co m o m anifesta­
ción d e las p o te n cia s d iv in as; éstos constituyeron la ver­
d a d e r a tra m a d e la r e a lid a d . C a d a u n a d e ellas
h o s p e d a b a a u n a d iv in id a d d e la cu al llevaban el nom ­
bre (M o ru a , p .2 3 6 ). P o r co n sig u ien te -y esto no ha sido
to m a d o e n c u e n ta h a s ta a h o r a - te n d re m o s que consi­
d e r a r ai la g o c o m o un s is te m a o r g a n iz a d o ; es d ecir:
c o m o un p a n t e ó n , lo c u a l im p lica e n tre los d io ses, y p o r
lo ta n to e n t r e las islas y las rib era s d e l la g o , una serie d e
r e la c io n e s d e f i n i d a s .

El lago fu e p ercib id o , al parecer, como un lugar se­


guro, al con tra rio d e la tierra firm e: "Y en las islas
g ran d es que tiene este lago siembran sus sementeras y
guardan las cosas p reciad as p o r tenerlas más seguras que
en los p u e b lo s q u e están en los caminos" (Cieza de
León, p. 362, Cap. XVI). Santuarios, cofres y graneros,
las islas fu ero n p a rticu larm en te codiciadas por los ri­
bereños y, en p rim er lugar, Ja isla de Titicaca.

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Situada sobre el eje mediano del altiplano, el lago
constituye, con Tiwanacu, un lugar de mediación (taypi
en aymara) entre las dos orillas: al este, entre él lago y la
Cordillera Real cercana, el Umasuyu; a\ oeste, solidaria
y a la vez contradictoria, la orilla opuesta del Urcosuyu.
En tiempo despejado, desde la isla del Sol CTiücaca) y de
la Luna (Coatí), es el arco nevado de la Cordillera Real
el que parece constituir la frontera entre el lago y él délo
de tan cerca que parecen. Hada el sud, la península de
Copacabana se aproxima a la de Huata, estando ésta se­
parada por el estrecho de Tiquina. La masa de las aguas
está, de este modo, dividida en dos por ese brazo de tie­
rra: al norte, el lago de Chucuito o lago de PuVdna
(según la antigua terminología); y al sud, el lago de
Wiñaymarca (el país de la Eternidad en Puquina y Ay­
mara); de suerte que el estrecho de Tiquina es esa pueril
estrecha que comunica entre si a dos universo
acuáticos, e individualiza dos cuencas. Es el paso dblig
do porque es el más estrecho de una orilla a la otra. Pa
la gente del Urcosuyu, el control del estrecho, vale de
de la península de Copacabana y de las islas de
península de Huata, marcan el acceso a las llenas \
piadas de los valles y a las planicies amazónicas; y
los de la orilla del Omasuyu, el dominio de las riq
de las costas del Pacífico (fig. 1), Pero una vieja co
bre andina de razonar en términos de verticalid
nos debe hacer olvidar que, para los habitantes de
nacu, al sud, el estrecho significa también el pas
la gran cuenca lacustre y a las llenas tnés al
Mientras que al lado opuesto, pero por las mi!
zones, los habitantes de las oñllas septen
tenían interés en controlar la península. Al

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envío una oirá península, la de Capachiea, cierra casi
una parte del lago, con la pequeña saliente de Acora,
pero el canal que delimitan no tiene la estrechez del de
Triquina. Como Copacabana, Capachica se prolonga por
dos islas: Amantani y Taquile, en línea recta de Titicaca
v Coatí; de suerte que las dos penínsulas y las cuatro is­
las constituyen, en la arquitectura simbólica, el eje
m ediano (faypi) del lago, siendo considerado este mis­
mo com o el taypi del altiplano. Quien controle ese cen­
tro neurálgico, controlará potencialmente, a la vez, las
riquezas y ios dioses, y juntará las dos mitades an­
tagónicas del U niverso (d erech a/izq u ierd a, alto/bajo,
h o m b re /m u je r) (Bouysse-Cassagne, 1978).

II. UNA ISLA

¿Habrá sido ¡a reputación del Titicaca y sus islas


quienes atrajeron a los Lupacas aymaráfonos sobre las
orillas del lago? Es una hipótesis formulable en la me­
dida en que parece estar justificada por las conquistas y
las expediciones de Cari, su jefe, que dan lugar a pensar
que esas, en efecto, pudieran haber sido el origen de la
aymarízación d e la regió n. Los hechos relatados por
Cieza d e León y confirm ados p o r los trabajos arqueo­
lógicos d e John H yslop (1976) y Gisbert (1987) sugieren
que una ola migratoria venida d e la región de Coquim­
bo, en Chile, se habría establecido sobre la ribera de Ur-
cosuyu.

Las evidencias lingüísticas que tenemos acerca de


isla migración son sin embargo conflictivas. Los traba-
>s de Torero opinan por una extenxión de la lengua

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aru- aymara, a parür de un núcleo primitivo en la zona
de Cañete o Chincha hasta Masca, con una expansión
ulterior hacia la sierra sur y sierra central, Respecto a la
situación lingüistica de la zona de Coquimbo sabemos
por los trabajos de Bird, quien cita la obra "Arte y
Gramática de Luis de Valdivia (1606), que el araucano
se hablaba entre Choapa y Coquimbo en el siglo XVII, y
no parece haber huellas de lengua aymara en esta zona.
Sin embargo si nos atenemos a los datos históricos con­
statamos que en un primer período, Cari "allegó adonde
ahora es Chuquito, de donde después de haber hecho al­
gunas nuevas poblaciones pasó con su gente a la isla y
dió tal guerra a esta gente, que digo los mató a todos"
(Cieza de León, Cap, IV p. 7) Bajo el reinado del inca
Viracocha, Cari "con grandes balsas entró en las islas,
donde peleó con los naturales de ellas, y se dieron entre
él y ellos grandes batallas, de las cuales el Cari salió ven­
cedor más que no pretendió otro honor ni señorío más
que robar y destruir los pueblos y cargado con el despo­
jo, sin querer traer cautivos dió la vuelta a Chucuito
donde había hecho su asiento y por su m andato s
habían poblado los pueblos de Hilave, Xuli, Cepita, P\
, mata y otros... Habida esta victoria determinó de pas
adelante, llegó hasta Lurucache".

En ese doble periplo, notemos que, Cari llega a <


sitios sagrados: la isla de Titicaca y Lurucache; \
último no se encuentra lejos del templo de AncocaV
(Cieza de León, cap. XLI, XLI1). Pero esla secue
histórica levanta una pregunta esencial, que es aq
de la ocupación de la isla de Titicaca y de la caída <
- wanacu. ¿A quién tomó Cari esas islas? ¿Quicne

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ron sus primeros habitantes? Para responder estas pre­
guntas nos ubicaremos, en primer lugar, en el contexto
arqueológico y geológico que permita comprender las
diferentes fases de la ocupación del lago. Luego, apela­ $
remos a los datos históricos que traten de las demarca-
dones étnicas y lingüísticas de la región.

1. Los datos de la Arqueología y de la Geología (cuad 1)

Si se comparan las secuencias arqueológicas de las


zonas norte y sud del lago Titicaca, tales como fueron
establecidas por Willey y Lumbreras y los trabajos más
recientes de los geólogos de ORSTROM (Servant y
Fontes, 1987; Mourguiart, 1987), que tratan particular­
mente de la evolución de las zonas lacustres del altipla­
no boliviano del Cuaternario Terminal, el problema de
la historia del poblamiento circumlacustre y el surgi-
. miento de la civilización de Tiwanacu, se esclarece bajo
una nueva óptica.

Hacia 10.000 años a.d.c., el nivel del Titicaca era,


aproximadamente, 5 metros más alto que su costa actual
(media: + 3.808 m).

En el mismo período existía, más al sud, un exter


so lago (43.000 Km2) con una profundidad de varias d(
cenas de metros, que cubría grandemente los lagos Un
Uru y Poopó como también la región de los salares-
lago Taúca. Por tanto durante este período que precer
b a b ^ ltUr? Vls(cachani'
bajo agua, (ver fig. n9 1).
sran parteH del altiplano
H ta b v
estal
CUADRO N* 1
Niveles del lago Titic
A partir del año 8.500 a.d.c. empieza una fase de
sequía progresiva que alcanza su extremo hada los años
5.500 a.d.c. En aquel entonces, el lago Taúca se secó y,
más al norte, el lago W iñaym arca quedó completa­
mente seco mientras el gran Lago (lago de Chucuito)
bajó unos 50 a 60 metros, dejando seca la bahía de Puno
y la extremidad noroeste del Titicaca. Las aguas se vol­
vieron saladas (fig. 2)

Entendemos mejor ahora por qué las culturas de


Viscachani (La Paz), Laguna Hedionda y Laguna Colora­
da (Potosí) se desarrollaron sobre antiguas terrazas la­
custres o en las orillas de los lagos; es dedr, allí donde
todavía eran posibles la pesca y la caza. Par,te de los
"Urus" pescadores y de los cazadores Choquelas que en­
contram os en el XVI ¿formaron parte de los descen­
dientes de estos antiguos substratos de poblaciones? No
lo sabríamos decir. Lo derto es que era gente cuyos atri­
butos culturales los asemejaban a estas viejas culturas y
que los mitos designaron siempre como pertenecientes
a una edad presolar. (Bouysse-Cassagne 1978, 1980,
1987).

Después de este extrem u n de aridez, las condi­


ciones hidrológicas llegaron a ser más o menos fluctu-
antes (hacia 5.000 - 2.500 a.d.c.), pero los niveles lacus­
tres, aunque más elevados que durante la fase anterior,
fueron inferiores a los actuales niveles. Las aguas del
gran Lago estaban unos veinte (o treinta) metros más
bajas respecto al nivel actual. El pequeño Lago estaba
seco con excepción de la pequeña fosa de Chua y de una
pequeña depresión limitada al este por el alineamiento

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RICURA N° 2
papa bathymétríco del lago Titicaca (según Boulangé ct Aquizc Jaén, 1983
: Mourguiart 1987)
Obathos: 5,10,20,50, 100,200 y 250 m.
curva de los 50 metros ha sido dibujada en negro. %,

38
insular L eco y a-S u an a (fig. 3 ), El D esag u ad ero estaba , \
seco.

En torno a 2.500 a 250 a.d.c., la subida de las aguas,


debida a una mayor acentuación de las lluvias, prosigue
hasta un nivel inferior de unos diez metros en compa­
ración al nivel actual de las aguas (con una oscilación
sin embargo mayor en el sentido de la baja en torno a
2.000 a.d.c.)

El isobatho de los 10 metros (fig. 3) deja, efectiva­


mente, seca gran parte del W iñaym arca y una parte más
reducida del gran Lago. En cuanto al D esaguadero
(C h acam arca, puente en aym ara) no desem peñaba to­
davía su papel de puente entre los lagos del norte y del
sur. Es durante esta fase, prim era subida de las aguas,
que se establece la circulación entre el gran L ago y la fosa
de Chua y que las aguas pasan de saladas a dulces.

Esta fase dió a luz dos culturas locales de suma im­


portancia: en el sud, en la península de Taraco, la de
Chiripa (500 a.d.c. - 100 d.d.c.) y , en el norte, la de Pucara
(1.100 a.d.c. -1 0 0 d.d.c.) ¿Por qué no admitir que él prin­
cipio de su derrumbamiento coincidió con la última
fase de la subida de las aguas que sumergió Inexorable­
mente amplias extensiones de terreno antes cultivadas
y que yacen ahora bajo el W iñaymarca (algunos testigos
de este período perviven sin em bargo, com o Suriki,
Parití, Chiripa y Anayutani) y en la bahía de Puno, sin
hablar de sectores de m enor importancia?

Los cambios climáticos que acabamos de evoca

39
provocaron modificaciones significativas en los biolo-
pos lacustres (salinidad de las aguas, disminución y en
algunos casos desaparición de ios totorales...) Las anti­
guas poblaciones de cazadores - pescadores fueron afec­
tadas por el periodo de sequía y, sin duda, emigraron
hacia el gran Lago, abandonando el lago de Wiñaymarca
seco, o se establecieron en sus contornos. En cuanto al
Desaguadero no servía más de enlace entre §1 .Titicaca y
los lagos del sur del altiplano. Los contactos entre las
dos regiones no se hicieron siempre por vía acuática y
los Unís no fueron los moradores de un eje acuático
permanente. Si bien las culturas de Pucara y Chiripa de­
bieron compartir rasgos estilísticos' comunes y se desa­
rrollaron en las partes todavía secas de los dos grandes
lagos del norte, cabe considerar que el desarollo de la
cultura de Wankarani, al norte del lago Poopo (1.200
av. J.C. - 250 J.C.), tuvo un desarrollo meridional sepa­
rado. Las diferencias notables (entre norte y sud) en el
plano lingüístico y que habíamos ya notado en nuestros
anteriores trabajos (Bouysse - Cassagne 1978,1980,1987);
es decir, conservación del uruquilla en el sud y expan­
sión del pukinn en el norte (en torno al Titicaca) ¿serán
el reflejo de este corle y del auge de Tiwanacu? La ex­
pansión de la lengua pukina en grupos de orígenes y de
culturas diversas (entre los cuales los Urus de los lagos
del norte) ¿hizóse a partir de la gente de Pucara (y quizás
de Chiripa) desarrollándose con Tiwanacu? Lo cierto es
que, parece ser, este gran centro cultural, situado al sud
del Wiftaymarca, vió su apogeo en un momento de
subida de las aguas. Numerosos son los rasgos es­
tilísticos compartidos por Pucara y Tiwanacu, o monoli­
tos Pucara encontrados en Tiwanacu y sus contornos
(piedra del Trueno en A rap a y T iw an acu , estatu as d e la
iglesia de Tiw anacu, m onolítico "b arb ad o del T em plete
sem isubterráneo". (cf m ap a 3 ), ¿co n v ien e v e r en estos
hechos el reflejo de posibles m igracion es d esd e P u cara
hasta Tiw anacu d u ran te la fase de acen tu ació n de las
lluvias? A todas estas p reg u n tas esp erarem o s resp u es­
tas de parte de los arqueólogos. L o cierto es que después
de 250 a.d.c. la subida de las ag u as del T iticaca siguió,
hasta fines del siglo XVI, principios del XVII; ép oca du­
rante la cual el lago fue inferior en algu n os m etros res­
pecto al nivel actual (incid en cia d e la "p eq u eñ a edad
glaciar").

Es, pues, durante esta últim a etap a d e subida de las


aguas que cabe situar el apogeo de Tiw anacu.

Se vilsum bra tam bién, có m o la im agen del Dilu­


vio llega a ap arecer en el sen o del m ito , forjándose a
partir de una realidad vivida; y com o, p or otra parte, en
una fase posterior a la evan gelización , p u d o expresarse
a partir del dogm a cristiano. A sí m ism o, las tradicionef
fragm en tarias d e los U ru s d e Iru -Itu , in form adas pe
V ellard, tratan de las m odificaciones del sistem a lacu
tre: "El lago Titicaca, d esd e luego, existía, después no #
istia, después estaba m ás g ran d e que h oy en día". Ta
b ién e n te n d e m o s m e jo r h a s ta q u é p u n to
fluctuaciones de los niveles d e las agu as p u d ieror
fluenciar sobre el desarrollo de las culturas de una j
de los Andes.

L os trabajos de John H yslop, que son actualr


los únicos que proporcionan un cu ad ro com pleto

43
diferentes fases de U ocupación del lago# en la comarca
Iupaca, distinguen tres sitios según las épocas.

M ucho antes del advenimiento de Tiwanacu, el


lago recibía la influencia de las culturas Chiripa (sud­
este) y Pucara (noroeste). Esta última influencia persis­
tió hasta el período Tiwanacu (Lumbreras) e Hyslop lo
interpreta com o una larga costum bre de intercambios
continuos entre los ribereños del lago.

Los trece sitios encontrados en tierra Iupaca y fe­


chados en el período que data de la época de Tiwanacu#
están todos# sin excepción# situados en las orillas o en
las tierras bajas# a m enos de cien metros por encima del
nivel del lago. Esta situación singular sugiere una de­
pendencia relativ a para aprovechar los recursos del
lago# así com o la im portancia de la comunicación entre
los diversos establecim ientos ribereños (y también# sin
duda# a nuestro parecer# el control de las islas y de las
poblaciones vivientes sobre el lago). Aunque el fin de
Tiw anacu plantea tantos problemas como su expansión,
el estudio de Hyslop (que no disponía de los trabajos re­
cientes de los geólogos de ORSTROM ), ofrece# no obs­
tante, un principio de explicación. En efecto# hacia el
año 1.000 - 1.200 d.d.c. aparecieron unas construcciones
funerarias# generalm ente en form as de iglú# las ch u ll-
pas# que se superpusieron a los templos y a los lugares
de culto. Este notable cam bio estilístico al final del Ti­
w anacu expansivo# interpretado como el reflejo de un
cambio en las prácticas religiosas, como consecuecia de
diferencias étnicas, nos incita hoy a considerar# (aunque
ya lo hicim os en nuestros trabajos anteriores), que el es-

44
ludio de los fenómenos religiosos debe estar ligado a las
diversas olas de ocupación del altiplano. El de­
rrumbamiento de estas formaciones lacustres, even­
tualmente ligado a la subida del nivel del lago, corres­
ponde, en efecto, a la segunda etapa: la de las construc­
ciones situadas en las regiones pastoriles más altas; por
tanto, alejadas del lago. Hyslop cuenta veinticinco si­
tios, de los cuales solamente siete están sobre las orillas.
Esta cultura, distinta en el plano étnico, político y reli­
gioso, de la que la había precedido, puede ser atribuida a
la invasión Iupaca aymaráfona CBouysse-Cassagne, *1980,
1987; Gisbert, 1987) y es, en este período, que habría de
situar la toma de la isla de Titicaca por los bupacas. Hys­
lop anota que la ciudad más importante del Intermedio
tardío en el altiplano tiene por nom bre Cutim bo. "Ella
alberga las necrópolis (chullpas) de los malYkus Iñ p a ca s
que, incluso bajo los Incas, siguieron enterrando a sus
m uertos en estos lu gares; grande, p u es, parece hábei
sido la im portancia de este lu gar en el plano religioso.
¿Tendrem os que ver en este sitio y en estas prácticas fu­
nerarias u n a con firm ación de los escritos de C ieza de
León?

En fin, durante el período inca, el habitat preíeien-


dal se situó nuevamente en los contornos del lagc
Asistimos, en efecto, a una deserción de las regiones á
tas en beneficio de las tierras bajas, lo que tuvo por co
secuencia el acercamiento de los grupos étnicos q
vivían sobre las orillas y, probablemente, también en
islas, los totorales y las tierras de altura.

Los más grandes totorales ocupaban \a babl

45
Puno, no lejos de Capachica; éstos eran las "islas" de Es-
teves y de Romero. Estos totorales eran los únicos pa­
rajes del lago que oficiaban de puertos durante el siglo
XVI (Lizárraga, p. 66). Este acercamiento de las etnías de
Arriba y Abajo, fruto de la política inca de control del
conjunto del espacio intra e inter-lacustre, modificó el
paisaje étnico y religioso de la región. Si estos grupos,
de origen étnico diverso, fueron obligados a un acerca­
miento, nos parece importante subrayar que no todos
tuvieron un tratamiento igual de cara a la religión ofi­
cial inca, esencialmente en lo que concierne al culto so­
lar, cuyo templo más importante estaba situado en la
isla de Titicaca.

Una parte de las poblaciones lacustres anteriores a


los Aymarás, "los Urus", "Puquinas" y "Collas", parece
haber sido excluida de esta práctica religiosa. Esta discri­
minación significativa debe, evidentemente, ser relacio­
nada con la ocupación por Tupac Yupanqui de las dos
grandes islas colindantes con la península de Copacaba-
na: la isla de Titicaca y la isla de Coa ti, rebautizadas en
esta ocasión como la isla del Sol y la isla de la Luna
(Bouysse-Cassagne, 1980,1987).

En la provincia vecina de los Lupacas, en los Pa­


cajes, M ercado de Peñaloza señala, en efecto, que
"Cuando los incas vinieron conquistando esta provin­
cia de los Pacajes mandaron salir a estos indios Urus de
junto al agua y les hicieron vivir con los Aymarás y les
enseñaron a arar y cultivar la tierra mandáronles que
pagasen de tributo pescado e hicieron petacas de paja.
Por ser gente muy tosca, no les dieron orden como

46
habían de adorar al sol y servirle, y con la comunicación,
que han tenido con los indios serranos, han venido a
hablar la lengua aymara y casi han dejado su lengua que
era puquina, y al presente tienen pulida y viven en ca­
sas, y habitan en pueblos y tienen sus cadques, y pagan
tasas, y sirven como los demás indios Aymarás" ÍR-GL
p. 336).

Otros dos cronistas hablan de expulsiones rituales


de la isla. Lizárraga dice que éstas se dirigieron contra
los "Puquinas, que vivían sobre el camino de Umasuyu
y que eran los únicos en no participar en las fiestas
porque eran muy sucios”.

Ramos Gavilán añade, por su parte, que durante la


fiesta de Capac R aim i, "iban todos h ada la isla en un
lugar llamado A ycaypata... había un templo grande coi
cinco puertas y no se permitía a ningún indio Coll;
asistir ni hallarse a estas puertas ni entrar hasta q\
fueren acabadas y a esta gente Colla como gente mald
y más desordenada en todos los vicios de la sensualid
los tenía por particular decreto excluidos de aquellos
mayores festividades” además, del Capac Raimi,
rante el solsticio de diciembre, y de la Sitúa, en el <
noccio de septiembre, se prohibía a los Collas y
con ellos a todos los portadores de defectos íisicos,
tir a las fiestas (Bouysse-Cassagne, 1980).

¿Por qué razón los Urus, Pukinas y Collas i


duídos de las fiestas solares incas? ¿Habrá un la:
estas tres denominaciones? En resumidas cuer
lo que concierne a la isla de Titicaca, se puede
que antes de la llegada de los Lupacas al altiplano, ésta
no sólo estaba poblada, sino que se trataba también de
una región rica y que a la inversa de las otras islas, que
atraían exclusivamente por sus riquezas, la isla de Titi­
caca parece haber sido un objetivo más complejo porque
a su llegada, los Lupacas masacraron a sus habitantes.

Las prácticas culturales de los Aymarás difirieron


de las de la época precedente, que no parece haber sido
homogénea desde el punto de vista étnico y cultural.

, _ los incas se apoderaron de la isla, instalaron


mitimaes de cuarenta naciones diferentes y prohibieron
el culto solar a los Urus, los Pukinas y a los Collas, con­
siderados como seres poluentes.

2. Los datos lingüísticos y étnicos. (Fig. nfi 4)

Si nos referimos al mapa lingüístico del Collao, tal


como lo hemos trazado para el siglo XV I (Bouysse-
Cassagne, 1978, 1980, 1987), está claro que el núcleo
fuerte aymaráfono está concentrado sobre la orilla Urco-
suyu y esencialmente en tierra lupaca. Un dato que
concierne al Señorío Pacaj confirma la importancia de
las olas de poblamiento procedentes del sud. Según el
mito de origen de los Pacajes, en efecto, "dijeron los in­
dios antiguos haber tenido su origen, unos de la parte
de la laguna de Chucuito y otros hacia la parte de los Ca­
rangas de donde salieron y poblaron en esta provincia
en los sitios más altos" (Mercado de Peñaloza). Sin em­
bargo, la Relación de Pacajes precisa que los pueblos si­
tuados en Urcosuyu, como Guaqui y Viacha, conserva-

48
ron las costumbres de la gente del Umasuyu a los cuales
unieron antiguamente sometidos. La visita de Toledo
indica que la mitad de la población de Guaqui era Uru y
la otra Aymara. Eso nos inclina a pensar que, pese a que
la región era aymarizada en el siglo XVI, las prácticas
culturales de un antiguo substrato "Umasuyu", de ori­
gen pukina, perduraron y ése debió ser el caso de Via-
cha.

Otra fuente hace entrever que la ola aymaráfona se


habría propagado hasta los Abachiles, Curiamonas,
Piriamonas, que son los Chünchos, que colindaban con
la región de Paitití y que, según Morua, pretenden
"descender de los Indios Pacajes, Collas, Canas y Canchis
y que hablaban el aymara de una manera mucho más
obscura".

Es razonable, por consiguiente, formular la hipó­


tesis de sucesivas olas de poblamiento aymaráfona, del
sud hacia el norte, atravesando el lago, llegando a los
valles amazónicos hasta donde moraban los Chünchos,
y cubriendo, poco a poco, un substrato de la lengua pu­
kina (hipótesis ya formulada por Hyslop y Gisbert y que
habíamos vislumbrado en 1975).

En efecto, la lengua que establece la verdadera frac­


tura entre Umasuyu y Urcosuyu es el pukina (aquí no
volveremos sobre lo que hemos escrito en nuestros an­
teriores trabajos de 1978, 1980 y 1987). Esta lengua es ha­
blada en catorce repartimientos. Se dice que una parte
de la población de los Canas, Canchis, Collas y de los Pa­
cajes, todos Señoríos bipartidos Umasuyu-Urcosuyu, en
el sig lo X V I, e r a n to d a v ía d e h a b la p u k in a . E s t á a te s t­
en la p e n ín s u la d e C o p a c a b a n a ( R a m o s G a v ilá n h
alu sió n a u n a In d ia U r u q u e h a b la b a p u k in a ), a s í c o
en C h u c u ito . S e p u e d e p e n s a r , p u e s , q u e a n te s d e
a y m a riz a d a , u n a p a r te d e lo s h a b ita n te s d e la r e g i ó n
p a c a d e b ió s e r p u k in á f o n a y q u e , q u i z á s , p u d i e r a
tam b ién é ste el c a s o d e la s is la s d e T itic a c a y d e C oa
que co lin d an co n la p e n ín s u la . E n el s i g lo X V I , e l p u l
na e ra h a b la d o en la m a y o r p a r t e d e lo s re p a rtím ie n te
junto con o tra s d o s le n g u a s , el a y m a r a y el q u e c h u a ; s
e m b a rg o ,, el p u k in a es la le n g u a e x c lu s iv a d e d o s enc<
m ien d as situ a d a s en la p e n ín s u la d e C a p a c h ic a ai nori
del lago: C a p a c h ic a y C o a ti. V e s te “islo te " lin g ü ís tic o e;
tierra co lla, lo v e re m o s m á s a d e la n te , tien e un sign ifica
d o p a rtic u la rm e n te in te re s a n te .

L os lím ites d e la e x te n s ió n d e e sta le n g u a so n reía*


tivam en te d ifíciles d e tr a z a r p o r el m is m o h e ch o d e las
dos áreas lin g ü ística s q u e lo re c u b re n : el a y m a ra y el
q u ech u a . Sin e m b a r g o , p a r e c e c la r o q u e el p u k in a ,
ad em ás d e la c u e n c a d el T itic a c a , se e x te n d ió Hacia los
valles a m a z ó n ico s y q u e, al n o rte , lleg ab a Hasta la reg ió ’
del C u z co (v e re m o s en el C a p . II su im p o rta n cia en '
región p acífica).

V ásq u ez d e E sp in o z a y G arcila so d e la V ega Ha’


de un g ru p o “p u k in a ”, del cu al se p u e d e s u p o n e r a
ri que h ab lab a p u k in a , en la re g ió n d e C a n ch is
últim o a u to r señ ala, en e fe cto , q u e cu a n d o Sincb
p en etra en el C o llao “los ind ios d e las n acion es
y CancHi que son fro n te riz o s, d e un n atu ral m
pie, o b ed ecieron fácilm ente al in ca que los sonv

51
han Vellard, que es uno de los primeros en constatar la
importancia de esta lengua, notó que en 1591, el arzobis­
po de Cuzco, Gregorio de Montalvo, obligaba a los curas
de l*s Indias "de acuerdo a las ordenanzas del tercer
Concilio, a confesar en la lengua de sus parroquias: que­
chua, aymara o pukina"; para justificar estas medidas, el
arzobispo precisa que "en numerosos pueblos de nues­
tra diósesis todos los indios los más o algunos no en­
tienden quechua sino el aymara o la pukina", Vellard
nos da otra inform ación interesante y concierne, esta
vez, a la región costeña. Señala que el 16 de septiembre
de 1595, durante su estancia en el valle de Arequipa, "el
virrey Don Francisco de Toledo, nombró a Gonzalo
Holguín intérprete de quechua, de aymara y de puki­
n a".

Cuatro años más tarde, el sucesor de Montalvo al


arzobispado de Cuzco, Don Antonio de Raya, tomaba
un exam en, en estas dos últimas lenguas, a los sacer­
dotes candidatos a las parroquias indias de la región de
Arequipa. En el siglo XVII, encontramos estas mismas
preocupaciones en las Constituciones sinodales del ar­
zobispado de Arequipa. Se habla todavía el pukina "en
la doctrina de Zarumas, a cargo del Bachiller Alvaro
Mogrovexo, cura de Zaruma, y en la Hayapaya y Locu-
ma, que depende de Miguel de Araña".

Estos datos hacen entrever la amplitud del área de


expansión de esta lengua. ¿Pero quien la habla?

Por otro lado, hemos demostrado en el pasado


(1978,1980,1987) que la práctica de esta lengua era de he-

52
cho, de dos grupos: los U ru s y los Pukinas, aunque es
tos últim os sean raras veces señ alad o s, en la docum en
tación, en tanto que grupo étnico y que la V isita de Tole
do (1975), que es el p rim er d o cu m en to tributario qu
tom a en cuenta diferencias eco n ó m icas y étn icas, lo:
clasifica unas veces com o U ru s y otras com o A ym arás.

T od o h ace pensar que la lengua vern acu lar de le


"U ru s" era el uruquilla (ya la hem os situ ad o en la zon
sud del altiplano p ara el siglo XV I), y que habrían sid<
p ukinizados tem p ran am en te. E n el siglo XVI en efech
el uruquilla era aún h ablado p o r gru p os im portantes e
L íp ez o p o r los que v ivían co m o "salvajes" p or ejemp]
en Z epita. Al co n trario , se ig n o ra cuál era la lengua c
los cu atro cien to s U ru s d e A ta c a m a , d e los cuales h at
L ozan o M ach u ca; tam p o co se p u e d e p recisar cuál era
d e los U ru s p e scad o res d e T a ra p a c á , del p u erto de Pií
g u a o d e Iquique, q ue ev o can las R e la cio n e s G eográfic
de In d ia s. Sin em b a rg o , la p resen cia de la lengua pu.
n a sobre la co sta, n os llevará a co n sid erar m ás detenic
m en te en. el cap ítu lo II, las relacio n es C osta-S ierra.

L o s p u k in a s 'h a b la n te s d e la co sta ¿e ra n dése


d ien tes d e las c u ltu ra s P u c a ra e sta b lecid as tem pr;
m e n te en lo s v a lle s p a c ífic o s , c u a n d o h u y ero n
"D ilu vio", o co lo n ias T iw a n a co ta s en b u sca de las r
za s d e las tierras calien tes, o colon ias de m itim a e s
d ep en d ien tes de los señ ores d e H atu n co lla, o gruj-
altip la n o im p la n ta d o s en u n a fase u lte rio r p o r
cas?

A lg u n o s e stu d io s, co m o los d e C on ck lin a

53
demuestran un parentesco entre
sido derrotado por el Inca Pachacyhi ÍCatherme luUátn.
OCUpaciOti prtinm. pero no excluye las otras pj ipues Guano and Rcsourcc control in tire Sixtcenth Cervlury
Arequipa).

lll. LOS COLLAS En ningún momento Catherine ]uliei\, que estudia


las poblaciones m itim aes (Colonos) y autóctonas que
1. El Territorio vivían en la región de Arequipa, establece un lazo entre
el grupo denominado "pukina", que poseía tierras en
Cuando nos referimos a las crónicas, constatamos los valles de la ribera (de) Pukina, y la presencia de la
q u e el área d e expansión de la lengua pukina cubre, más lengua del mismo nombre en esta zona. Rcíiriéndose a
j o m enos, el á rea d e l gran Señorío Colla pre-aymara, un docum ento de 1.740 sobre la tenencia de la tierra,
cuyo territorio fu e descrito d e diversos modos. Para que alude a los derechos "desde tiempos inmemoriales"
Morua, el área q u e controlaba se habría extendido desde de los Pukinas sobre las tierras de guano de llabaya (Are­
Ja Raya d e Vilcanota hasta Chile y, de acuerdo a Gam­ quipa), ella no establece tam poco la relación, ni conside
boa, éste c o m e n z a r ía en Cuzco e iría hasta Chichas, abar­ ra una conexión, entre los "Pukinas", de los que trata
cando A requipa y Atacama, sobre la costa del pacífico, los m itim aes establecidos en C orum as, otra localidad c
a s / com o los M ojos en la Amazonia. En cuanto a Cieza la región de A requipa, de len gu a pukina, como acal
m os de v er. Sin d u d a, todo eso porque la documen
d e L eó n , él d ic e q u e los "collas empiezan en Ayaviri y
van hasta Caracollo. A l oriente tienen las montañas de ción colonial que ella utiliza es muy fragmentaria y \
los A n d e s , al p o n ie n te los picos d e los montes nevados senta al antiguo grupo Colla como una suerte
"rompecabezas" fragmentado, del que es tanto
y s u s v ertien tes q u e lleg a n hasta el m ar del sur".
difícil unir los pedamos cuanto que se establecieron
(C rón ica, cap, X C I X p , 353).
teriormente, en la región considerada, colonos ha
(Sama, M oquegua, Incluirá). Si estas últimas cc
Catherine Julien, quien estudió las "colonias lupa-
cas y collas im plantadas en los valles de la región de fueron estableadas por los Incas ¿se podría ver
A requ ipa", considera qu e las diferencias de apreciación, la voluntad del nuevo imperio de descstTuct
entre Jos d os últim os autores, se deben al hecho de que gran bloque Colla?
ellos describen d o s realidades distintas. Según ella, Cie­
La observación hecha a propósito de Are'
za evocaría "una región unificada p o r una identidad ét­
quizás, valedera para los otros territorios antv
nica * -sin esp ecificar, sin em bargo, d e cual grupo étnico
vinculados al antiguo conjunto Colla.
se trata- m ien tras q u e Sarm iento d e Gamboa se referiría

55
54
En el artículo titulado "Q uiénes son los Callahua-
yas. Nota sob re un enigm a etnohistórico", Thierry
Saignes considera la existencia de un Señorío Calla-
huaya preinca independiente. El basa su argumenta­
ción sobre el hecho de que Ari Capacquiqui (en pukina:
C ap ac significa jefe, e iq u i padre), quién abrió al Inca
Tupac Yupanqui la ruta que lo llevaría a la conquista de
los Andes Am azónicos, habría sido un señor étnico ca-
Uahuaya independiente, reconocido por la administra­
ción inca (Saignes, 1984, p. 114). El autor dibuja el árbol
genealógico de los jefes callahuayas sin poder remontar,
más allá del período inca.

Se conocen los estudios lingüísticos de L. Stark que


prueban que la lengua que todavía hablan los médicos
itinerantes de los Andes de nuestros días (que son los
Callahuayas) corresponde a un subtrato de lengua puki­
na. Tam poco hay que olvidar que en aymara antiguo el
térm ino " c o lla ” significaba "medicina" (Bertonio), lo
que alude en el caso preciso a prácticas medicinales liga­
das a este grupo y que hoy en día se reconocen a los Ca­
llahuayas. Estos serían, sin duda, el ramo que perdura
de los antiguos Collas. Quizás en este caso, puede tra­
tarse también, como para la gente de la región de Are­
quipa, de una parte de lo que sin duda fue un todo en la
época de Tiwanacu.

En efecto, parece razonable pensar que, bajo el em­


puje aymara, ese "todo" se fragmentó y que antes de ser
cubiertas paulatinamente por la ola de invasiones, algu­
nas zonas, como las del Señorío Colla, resistieron. Si en
as crónicas, el territorio colla, aunque vasto, jamás apa-

56
rece con las mismas fro n te ra s, este hecho puede sei
signo de su constante retroceso. El gran S e ñ o r ío Ce
al ced er terren o, se frag m en tó o rig in an d o a o
Señoríos (en 1978, habíam os e n u m e ra d o d oce, p e ro
bablem ente eran m ucho m ás), m ás o m enos pukir
dos o m ás o m enos aym arizados. Estos Señoríos ex
taro n , a su tu rn o , d u ra n te la co n q u ista in ca,
desprendim iento de los C allah u ayas del bloque (
¿se hizo en ese m om ento o antes de la conquista ii
La d ocu m en tació n estu d iad a p o r Saignes no es
explícita, pese a que su argu m en tación va en el sei
de la se g u n d a h ip ó tesis. Sea co m o fu ere, alg
índices dejan en trev er que los lazos entre Collas d<
tuncolla y C allah u ayas, no estab an rotos en el m or
de la conquista d e los A n d es A m azón icos p or T up;
panqui, ya que esta exp ed ició n , h ech a bajo la égi
los C allah u ay as, co m p re n d ía tam bién a los C olla
en efecto, en el cu rso d e é sta que "u n indio del <
llam ado C oaq u iri se e sca p ó , h izo co rre r la noticia
m u erte del in c a ... d icien d o que y a no había inca y
se subllevasen y q ue sería su cap itán . L u eg o se hi
m ar P ach acu ti In ca y los collas se su b levaron y le
ron p o r su jefe, se~rebelaron en L lallaw a, A sillo, ,
P u ca ra ” (G am b oa, p. 55 ).

El n o m b re m is m o d e C o aq u iri no deja <


algú n p a re n te sco co n los jefes C allah u ayas, lor
P e n sa m o s, p o r n u e stra p a rte , q ue éste parent
se r la señal d e u n a co m u n id a d cu ltu ral, pu
n a, la ra íz c o a d e sig n a a la serp ien te; anot
p o rta n cia q u e n u n ca fue to m a d a en cu en ta
C o a o C o a c es la ú n ica d iv in id ad d e Tiw?

57
hacen referen cia, a la vez, los evangelizad ores de la or­
den de San A gustín y el Diccionario pukina de Oré, cuya
figura analizarem os m ás adelante. Señalarem os, por el
m om ento, qu e el uso toponím ico de este su bstantivo
concierne esen cialm en te la región del lago, las islas
(isla Khoa, isla C oata, isla C oatí) la península de Coata y
a algunos ríos, pero no a los m ontes, dom inios cultu­
rales predilectos de la ola ulterior de población aymara.

El territorio colla es difícil de aprender, así como lo


es el su bstrato lingü ístico pukina, en razón de su anti­
güedad y de las fragm entaciones sucesivas que debió so­
portar. Sólo subsistieron, aquí y allá, en el siglo XVI, al­
gunos frag m en tos, bajo la form a de islotes, com o en
Capachica, C oata. Estas m erecerán nuestra atención en
cuanto que son raras.

2. C ollas y Aym arás

A veces llam ado Zapana o Capana (Cieza de León),


a veces Chuqui Capac o Colla Capac (Sarmiento), a veces
Javilla (M orua), el jefe de los Collas es presentado bajo
los rasgos de un Señor con intenciones expansionistas,
al m enos para Sarm iento de G am boa, quien escribe
"este Chuqui Capac ganó tanto en autoridad y riqueza
sobre las naciones del Collasuyo, que todos los collas le
respetaban y él se hacia llam ar Inca Capac".

Sin em bargo, la caída de este Señorío es percibida


de diversos modos. Según Sarm iento, el Inca Pachacu-
tec derrocó al jefe de H atuncolla y lo hizo ejecutar en
Cuzco. La misma fuente también describe dos revueltas

58
collas contra el poder inca, luego dos campañas poste­
riores a la conquista del Lago por los Incas; "la una bajo
el mando de dos hijos de Pachacutec (el noveno Inca)
que concluyó con la tutela de los Charcas; la otra en la
época de Tupac Yupanqui (el décimo Inca) para conqui­
star la costa chilena". Sólo Cieza de León toma en cuen­
ta el acoso aymara que constituyó la toma de las islas y
la constitución de un señorío en tierra lupaca bajo el
reino del Inca Viracocha, predecesor de Pachacutec. La
batalla de Paucarcolla entre Cari, el Lupaca, y Zapana, el
Colla, en la que Cari salió vencedor, coincide con la pe­
netración inca al norte, por Cagalla, Compopata y Aya-
viri. f

Es en este contexto que tuvo lugar la alianza lupa-


ca-inca contra los Collas y sin duda, ésta fue determi­
nante en la desintegración del Señorío. Sin embargo,
nada nos hace pensar que ésta fuese repentina. Durante
la conquista inca del Collao, bajo Huayna Capac, y a fa­
vor del movimiento de expansión imperial hacia las
tierras ecuatoriales, los Collas tuvieron un papel que
jugar. Huayna Capac otorgó a Cavana (¿Capana?), de
Hatuncolla, y a Mullu Pucara, de Ilavi, el privilegio de
la conquista de las tierras de Pasto; y sólo porque los dos
jefes fueron derrotados, el Inca nombró al Lupaca Apu-
cari "jefe del ejército del Collao mientras que hasta en­
tonces no era más que el jefe de la gente de Chucuito”
(Morua). Es sólo a la tercera generación, después de la
instalación de los Lupacas y su conquista de la isla de
Titicaca, que el jefe de Chucuito juega un papel predo­
minante en el seno del cuarto sud del imperio y pasr
del status de jefe local al de "gobernador del inca dése

59
Cuzco hasta Chile” (G&rei Diez de San Miguel# 1567). La
importancia de la Visita de Garci Diez de San Miguel#
en la documentación colonial y el impacto de los traba­
jos de John Murra sobre el funcionamiento interno del
señorío lupaca, dejaron desapercibidos el rol de substi­
tuto político de los Lupacas a los Collas, como resultado
de la superioridad de su armamento y de la política in­
caica. En efecto, durante los combates de Pasto, en Ecua­
dor, los Collas fueron diezmados porque combatían
"con ayllus" (Morua, p.S5-85). Estos ayllus, utilizados
para la guarda del ganado y la caza de aves acuáticas; re­
fuerzan la idea que nos hacíamos del tipo de sociedad
que antaño era la de los Collas. Impresión que está pre­
cisada por Morua, quien escribe que "había gente como
los collas, pukinas y uros, todos servían al Inca en tiem­
po de guerra, en cuanto éste hizo conquistar la rica y
grande provincia del Collao, y de la misma manera que
diferian en los nombres diferian en la guerra y en las ar­
mas. Los urus eran los indios que el Inca mandaba al
combate cuando le faltaban tropas, y les obligaba a seguir
las banderas. No sabían tener un arco en la mano, y casi
sin armas iban al combate, y los mataban ellos y los pu­
kinas, como moscas. No sabiendo de la guerra se deja­
ban morir como bestias" (Morua, p.184). A las armas de
caza ineficaces, Morua opone las de los guerreros (fle­
chas, hondas, machetes, hachas en punta, chambis), por
lo que debemos pensar que éstas fueron las de los Ay­
marás y, con más razón, de los Lupacas. El alistamiento
del jefe de Ilavi al lado del de Hatuncolla es, a la vez, re­
velador de la debilidad guerrera de los antiguos grupos
étnicos y de la emergencia tardía del jefe de Chucuito en
tanto que líder del territorio controlado por los Lupacas

60
1 i
como del conjunto del Collao. Un cierto número de da­
tos arqueológicos y documentales nos incitan a pensar
que antes de la conquista del territorio de Ilavi por Cari,
este sitio era un centro religioso y político importante.
La presencia del mayor edificio funerario (chullpa) de la
región, evoca efectivamente la presencia de un poder
fuerte, así como la de un gran ídolo que Hyslop atribuye
erróneamente a la cultura de Tiwanacu y que está de­
scrito por Arriaga. Es en Ilavi que, la presencia de los
Urus, en 1576, es la más importante registrada en la.
zona Lupaca, o sea, mil personas, y es el jefe de Ilavi
quien, durante laVisita de Garci Diez de San Miguel, ha­
bla de la muerte de seis mil soldados y de todos los jefes
en Ecuador. El ídolo de Ilavi, entre todos los ídolos de
Titicaca, es el de quien se tiene la descripción más deta­
llada: "Descubrí dos leguas de este pueblo de Ilavi, una
plazuela hecha a mano, y en ella una estatua de piedra
labrada con dos figuras monstruosas: la una de varón
que miraba al nacimiento del sol, y la otra con rostro de
mujer a las espaldas que miraba al Poniente, con figura
de mujer en la misma piedra. Las figuras tienen otras
figuras como sapos. Estaba esta huaca del pecho a la ca­
beza descubierta y to'do lo demás debajo de la tierra. Tres
días tardaron más de treinta personas en descubrir todo
el sitio alrededor de este ídolo, y se hallaron de una
parte y otra parte una piedra cuadrada delante de la esta
tua, de palmo y medio de alto que al parecer servían d
aras o altares muy bien puestas... con hojillas de 01
muy delicadas... que relucían como sol”. (Arriaf
p.227).

61
Esta divinidad corresponde, desde todo punto de,
vista, a Jos ídolos de "estilo pajano" (según Gisbert) o
"yaya m am a" según Chávez. Se trata de estelas antro­
pom orfas d e dos cabezas, generalmente con un brazo so­
bre el vientre, el otro sobre el pecho y que a los costados
estaban ad orn ad o s p o r serpientes y por una serie de ele­
m en tos co m o sap os. ¿Se trata del antiguo ídolo de los
"Urus" d e I la v i? ¿Las serpientes enroscadas que le ador­
n ab an era n una rem in iscen cia del Dios C o ac? ¿Estaba
es te y a lig a d o a las estelas serpentiform es del estilo asi-
ru n i ca ra cte rístic a s del p erío d o an terior?

Intentaremos responder a estas preguntas más ade­


lante. Para ser breves, diremos que al escoger Mullu Pu­
cará, de H atuncolla, y Cavana, de Ilavi, Huayna Capac,
sin d u d a , se dirigía a dos jefes representativos dei anti­
guo Collao pre-aym ara, pero también a una gente cuya
cultura n o era g u errera al m odo d e la de los aucarunas,
Jos g u e r r e r o s d e los S eñoríos aym aras, distintos en sus
hábitos y sin d u d a e n sus dioses.

3.- Los Collas bajo los Incas: Los Dioses de los Unos o de
los Otros

La religión y la m itología d e ¡os incas se enraiza


m u y d irectam en te en el p a sa d o del Collao. Cuando la
p oten cia Colla s e derrum ba bajo el acoso d e los Ajanaras
y bajo lo s ejércitos incas, no es simplemente un pueblo
q u e e s d esp ed a z a d o , co m o acabamos de demostrar, sino

62
que también, sin duda, es toda una vida cuUutai y ie\i- . >
giosa que desaparece o se transforma: \a que era "herede­
ra de las viejas culturas lacustres. Si queremos registrar
el acto de nacimiento de la religión de Estado Inca, indi­
car lo que ella le debe al mito y cómo Va sobrepasó, tene­
mos que confrontar con el trasfondo colla el momento
en que los Incas construyeron su gran templo y echaron
los fundamentos de sú pensamiento político y religioso.

También creemos que en lugar de insistir sobre él


poliformismo de las divinidades incas, como hacen un
buen número de estudios recientes, más vale, en pri­
mer lugar, plantearse la pregunta de qué es lo que funda
dicho poliformismo; intentar percibir los particularis­
mos étnicos y religiosos en primera instancia, desde un
punto de vista diacrónico. Todos los mitos de (undaóót
del Cuzco vinculan la capital del imperio a\ lago Tilica
ca y, más precisamente, a la isla del Sol. Como p ara \<
griegos de la época clásica, herederos de los Mycetúc
nos parece que, para los Incas, la función del mito e¡
de establecer una distinción y una especie de dista
entre lo que es primero, desde él punto de vista ter
ral (la isla de Titicaca, Vos Collas}, y \o que es pris
desde el punto de vista del poder, es decir, entre tí
cipio que está cronológicamente en él origen del i
y lo que preside a su actual ordenamiento.

El mito se constituye en esta distancia y \c


Collas son considerados por los Incas como
parle de la "primera generación de Incas'

63
tigüedad, sin embargo, no parece haber significado que
ellos gozarán de un status privilegiado, sino todo lo
contrario. Según la tradición reportada por Guamán
Poma de Ayala, los Pukinas no habrían llegado jamás
hasta Tam bo Toco, uno de los lugares míticos situado
sobre el recorrido que les conducía desde el Lago al Cuz­
co. Por esta razón, que justifica el mito, ellos habrían
sido objeto de desprecio y, aunque participaban de la
esencia de los Incas, nunca habrían tenido el derecho a
las insignias de la casta: el horadamiento de las orejas.
También llevaban un bonete con orejeras de lana blanca
y se les daba en el Cuzco el apodo de "p oquis m illm a
rinri", que significa: "torpe, oreja de lana".

El mito inca, que es un mito de fundación, englo­


ba, como se ve, a los Pukinas en una relación especular
y asimétrica. El apodo llega también a los reyes Collas
en la tradición reportada por Guamán Poma, aún si este
mismo autor les designa, en otro lugar, como Capac, pa­
labra que significa rey en Pukina (de la Grasserie) y que
más tarde fue retomada por los Aymarás. Bertonio, que
da la definición de este término en la lengua aymara,
dice que "Capac significa rico y que este mismo término
era utilizado en los tiempos antiguos para designar al
rey". La reina, en los textos de Guamán Poma, no era
otra que C apaccom ige, también término pukina. En la
corte de los Incas, los poquiscolla m illm a rinri eran los
bufones del Inca: animaban las fiestas y hacían mon­
erías (Guamán Poma).
Conviene acercar este último dato del último epi­
sodio de los combates que opusieron los Collas a los in­
cas durante su revuelta. Antes de la segunda fase de los
combates, los Collas consultaron a sus huaccas y adora­
ron al Sol, sacrificaron uacarpanas, niños y conejos (pro­
bablemente cuis). "Cuando se vio perdido el jefe colla
em prendió la huida en tierra lupaca, pero lo alcanzaron
y lo llevaron con la huaca de Inti y las otras huacas que
había llevado en su huida hasta Cacayavire. Entonces,
T u p ac Yupanqui, m andó poner en medio de todo el
e jército d e c ie n mil hombres. A los huacas y a los ven­
cid os que hubieron en buena guerra, a todos por su or­
d en ; y d e s p u é s , p a ra m ay or afrenta, manda poner a los
ay acu ch o s y say n atas, llam allam as y disfraces, para que
en cim a d e lo s h u a c a s d e los Collas cabalgaran a las cho-
n as, m en o sp recián d oles, hasta m andarlos arrojar a la le-
g u n a d e O r c o s , y a los Collas trae p ara su triunfo al Cuz­
co ". (S an ta C ru z P ach acu ti, p. 303).

Una vez vencidos los Collas, sus ídolos perdieron


sus atributos d e imágenes eficaces y fueron desterrados
d e los grandes centros religiosos del imperio. Pero evo­
car sólo estos hechos es, sin duda, insuficiente. Los Incas
constituyeron sus mitos a partir de los lugares sagrados
d el m un do colla y los Collas contribuyeron a la edifica­
ción de los santuarios del Cuzco, y no de los menores,
y a q u e s e trata del Coricancha, Sancta Sanctorum de la
religión d e Estado inca. Manco Capac había levantado el
p rim er tem p lo d el Sol, el Inticancha, y es el Inca Pacha-
cu tec qu ien mandó ed ifica r un segundo templo, más
p r es tig io s o aún, el Coricancha.

66
La imagen de oro fino y de piedras preciosas del
dios Sol, símbolo mismo del Imperio, era adorado en el
sitio de honor. Una cita de Morua hace pensar que los
Collas fueron, en parte, los constructores del templo, y
ésto, si la cronología relatada por Morua es de fiar, antes
de la anexión de su territorio por los Incas, bajo Pacha-
cutec, el noveno inca.

Colla Capac, señor universal de todo el Collao,


mandó sacrificar al Sol en el Cuzco y trajo cantidad de
oro y plata de aquella provincia, el cual acabó la casa y
templo del Sol, dotándole de todo lo que había de más
precioso en aquella tierra que había conquistado como
es ganado, chacaras, leñas, mujeres y servicio. Hizo en
dicho templo del sol un aposento para la estátua de Pa­
cha Yachachic y dio todo lo que se ha dicho e hizo la
cancha de Pura Marca, morada de esta huaca, y otra para
el culto del trueno rayo y relámpago que decían Chuqui
Illa y Llapa Inga, y dio muchas haciendas y criados para
su servicio" (p. 47 Cap. 20).

Segqn esta misma fuente, las estatuas de Viracocha


de "Papa Odio" (sic> y de Inca Odio habrían sido confee
donadas con el oro proveniente de la conquista de le
Chimu.

Entonces ¿cuál es el aporte de los "Otros" a la t


gión inca?. Dicho de otro modo, ¿por qué razón lo?
lias, antes de entrar en el Tawantinsuyu, hicieron <
das al Sol y construyeron el Coricancha?. 7
momento, no es posible ofrecer una respuesta s
toria a esta doble interrogante. Pero se puede c

67
que los dioses collas y los dioses incas no eran dife­
rentes. Durante el matrimonio del Inca Viracocha, Colla
Capac se presenta con sus huaccas principales y, con
toda arrogancia, se dirige ai Inca y le dice: "Tu eres el rey
del Cuzco, yo soy el rey de los Collas: beberemos, come­
remos, hablaremos, que nadie hable ya; yo soy rico en
oro, yo soy rico en plata; de Viracocha el hacedor yo soy
adorador, de Inti yo soy adorador..." Asimismo Betan-
zos escribe que "el título del rey Colla era Capac Capaa-
poyndichori, lo que quiere decir rey y solo señor hijo del
sol" (Betanzos, op. cit. cap. XX). Y es esta misma huacca
de Inti que algunos años más tarde los Collas vencidos
llevaron en su fuga. Su templo, o uno de sus santuarios
principales, se encontraba, sin duda, el nor-oeste del
Lago, en Huarina (Guarina): "Allí había una casi gene­
ral huaca hacia Guarina Inteca, que es como el sol,
porque Inti llaman al Sol". (Morua, p.216). El templo de
Huarina ¿sirvió de modelo al Coricancha? Nada nos
permite afirmarlo. Sin embargo, se constata que, algu­
nos años más tarde, los hijos de Colla Capac fueron los
constructores de los edificios suntuosos del valle sagra­
do de los Incas (Gamboa).

La manera en que los Incas elaboraron su mito de


origen, en que construyeron sus templos, dan todo su
relieve a las similitudes entre el mundo colla y el de los
incas. En el marco de la economía religiosa, el Corican­
cha era el lugar donde se acumulaban los bienes precio­
sos y los ídolos de oro y de plata. A este propósito, es im­
portante notar que es precisamente después de la con­
quista de las dos más importantes provincias auríferas
de Perú (al norte, la de Pataz-Budibujo donde los yaci-
mientos están en el origen de los placeres del valle del
Marañón y, al sud, los de Carabay a-Sandia, que alimen­
tan todo el sistema hidrográfico del Madre de Diosl, que
los Incas emprendieron la construcción de su mayor
templo y que se constituyó la religión del listado. Antes
de la conquista hispánica, los indios explotaban casi la
totalidad del oro a partir de los placeres CBerthelot,
1978), en río, sobre antiguas terrazas, en paleocanales
fluviales o, aún en menor grado, en los sedimentos gla­
ciales y fluvioglaciales. H abrá que recordar que en la
época actual, la producción de los placeres auríferos re­
presenta el 90% del oro producido en P erú , y que ésta,
proviene de la Cordillera Oriental y de la zona sud del
país. De este modo, las dos grandes provincias auríferas
del Perú, acequióles a la tecnología m inera préhispánica,
correspondieron al dom inio de la influencia m och ica y
chimu, al norte, y colla, al su d; y es sólo p or su in tegra­
ción al sistem a religioso inca que éste, y el culto solar
cobraron la im p ortan cia que es co n o cid a . Cabe pensa
que las principales m inas de o ro de lo s C o lias e ra n 1«
de C arabay a. Bajo los In cas, so n la s co m u n id ad es pui
ñas de C arab u co , H uaycho, M oho y C onim a que ibar
O rurillo, A sillo y A zangaro p ara explotar e\ oro (Berf
lot, 1978. Bouysse-C assagne, 1980). Si, com o hem os
puesto, el Señorío C ailahuaya, donde se encontrabar
yacimientos, formaba parte del conjunto colla, ante
desprenderse de él, entonces la riqueza que leivb
Colla Capac y la posesión de las minas de Carabay;
Guarnan'Poma atribuye a Capacome, la reina, son
icadas; (entendemos mejor también cómo, ul
mente, el término Capac vino a significar rico er
ra). Por tanto, cabe pensar que es con este oto y c

69
los Chitwus que los Incas forjaron sus dioses, ídolos que,
a fin de cuentas, los Collas (Pukinas y Urus) ya ño
tenían más el derecho a rezar.

IV RETORNO A LOS ORIGENES

La hipótesis del préstamo inca de la religión colla,


aún si conocemos mal esta última, no es, sin duda, for­
tuita. El dios “Sol de Huarina" (cuyo nombre evoca, se­
guramente, el de la cultura Huari), nacido en la tradi­
ción de Tiwanacu, parece ser el primer reflejo do un sol
que brillará más tarde desde el Cuzco y alumbrará a todo
el Imperio.

La teogonia y el mito inca se enraizan en tierra


Colla y más precisamente en la isla de Titicaca o isla del
Sol: lugar de los orígenes, donde se establecieron suce­
sivamente las diversas olas de población, pero también
sus dioses. El problema del génesis de los mitos y de las
religiones, tema sobre el .que nos preguntábamos al
principio de este estudio, ahora se encuentra planteado
de una manera más sólida: puede ser formulada una
respuesta como resultado de la nueva convergencia de
toda la serie de datos que acabamos de tomar en cuenta.

"La isla de Titicaca... la cual era poblada antigua­


mente de indios Collas, y de la misma nación eran los
naturales de Copacabana" (Cobo II, p. 190). Esta afirma­
ción de Cobo fue siempre mal interpretada y se atribuyó
al término Colla su sentido más general -el que tenía
durante el período inca- mientras que hay que com­
prender que la isla de Titicaca y la península de Copaca-
I

baña pertefteciaron, ante» de la repentina Invasión de


Carl# al gran Señorío Colla. Ramo» Gavilán, cuando es­
cribe la historia de la virgen de Copacabana, precisa c\ue
los habitantes de la isla eran naturales de Yunguyo -
pueblo de la península- y que a la llegada del Inca lue-
ron desplazados "luego que el Inca entró en ella la
mandó reducir en el pueblo donde ahora estaban y en
su lugar puso otra que fue escogida y de quien tenía sat­
isfacción y crédito" (Ramos Gavilán p. 44). En su
artículo sobre el ídolo de Copacabana, Teresa Gisbert
toma en cuenta este último dato sin llegar a identificar,
sin embargo, a los primeros habitantes de la isla sagrada
« del génesis. Se sabe, por otra parte, que esta misma gente
de Yunguyo se rebeló, cuando los Incas iniciaron la reti-
í rada; es decir, a la llegada de los Españoles. Fueron en­
cabezados por una India de un "ayllu Guayro" de Copac­
abana que, según Ramos Gavilán, liberó a su pueblo.

Como demostró hermosamente Verónica Cerece­


da, la calidad de Guayro, reconocida a t e muyeres, era
sinónimo de belleza y las dotes de la muyeres guayro
hacían de ellas las candidatas designadas a la calidad de
"accla" (Cereceda, 1987). L a señora de Yunguyo ¿era una
de las mujeres dedicadas al culto de Viracocha? Santa
Cruz Pachacuti, cuyos escritos reflejan una tradición
m eram ente collavina antes que cuzqueña, dice a
propósito de ellas que "eran aellas de Ticdcapcviraco-
chan pachayayanchi" (op. dt. p. 302). ¿Era sólo en base a
dotes estéticos que éstas guardianas del culto eTan redu
tadas o conviene pensar que formaban parte de un gru
po a quien efectivamente eran atribuidos tales dote
como lo sugiere la pertenencia de la mujer de Copacab

71
Una pequeña anécdota relatada por Garcilaso de la
Vega, casi un chisme, viene a echar luces escasas sobre
el caso, al menos: infundir alguna sospecha. Cuenta
Garcilaso de una señora que en los años 1554-55 vivía
en Potosí; era hermosa y galana y se jactaba de “palla1';
es decir, de princesa de sangre real. Un loro burlón
viéndola tan presumida, la llamó por la calle y a voz en
grito dijo: "Huayru, HuayruM , interpelándola. Y Garcila­
so comenta que se trata de una nación de gente más vil
y tenida en menos que otras. A. pesar de esta humilde
extirpe, algunas mujeres Guayro fueron sin embargo
tenidas en mucho por los Incas. Capac Yupanqui, el
quinto Inca, que parece haber tenido una afición parti­
cular por las mujeres del cuarto sur del imperio, fue,
según Guamán Poma, "muy enamorado de las mujeres
'capac orne', que como ya dijimos eran damas de sangre
real puquina, y de "uayro".

En cuanto a Cobo, relata el mucho amor en que


Tupaj Yupanqui tenía efectivamente a una de estas mu­
jeres Guayro.

Por tanto estamos fundados en pensar que la mu­


jer del ayllu G uayro que se subleva en Copacabana,
pudo pertenecer a uno de los grupos de antiguos pobla­
dores del Collao, probablemente uru (gente despreciada
si la hubo).

¿Qué sucede en este mismo momento en Copaca­


bana? Una vez que partieron los mitimaes que habían
sido instalados por los Incas, con el fin de guardar sus
templos y de rendir el culto, quedan en el sitio de la
península "los Aymarás que, con los Collas y los Urus,
constituyen la población que actualmente está repartida
en tres gobiernos: los Hanansayas, los Hurinsayas y los
Urus, además de los que se llaman los extrangeros" (Ra­
mos Gavilán, p. 43). Por consecuencia, parece verosímil
que los Collas ocuparan la parcialidad Hurinsaya; es de­
cir, la parcialidad de Abajo, en el momento de la caída
del imperio inca y de la llegada de los españoles. Esta
misma repartición de la población parece encontrarse,
en el mismo período, en otros lugares. Sobre la orilla
opuesta del lago, en Carabuco, los Hurinsayas, que son
los autóctonos, tratan a los Hanansayas de extrangeros,
sujetos del Inca, en el curso de un combate ritual, (thin-
ku), relatado por Ramos Gavilán.

En Copacabana, esta división peculiar que hasta el


momento, sin duda, no cesó de confirmar las divisiones
étnicas y religiosas, toma un sentido particular con el
advenimiento de la religión católica y la implantación
del culto mariano. En 1583, en efecto, los Hanansayas
deciden fundar, contra la voluntad de los Hurinsayas,
una cofradía a la virgen de la Candelaria, que no es otra
que la Virgen de Copacabana. Una vez más, se les im­
ponía a los Collas un Dios extranjero en sus propias
tierras.

Pero este epílogo cristiano cobra verdaderamente


su sentido cuando se sabe que la gente de Copacabana y
de la isla del Sol, de hecho, son los Collas de la región df
Capachica, pequeño enclave pukina, minúsculo islote/

73
que en la segunda mitad del siglo XVI, pese a las sucesi­
vas invasiones, conservaba su lengua y quizás todavía
lo que quedaba de tradición y de dioses.

M orua, cura de Capachica, que nos acompañó a lo


largo de nuestro trayecto colla y que conocía mejor que
otros la región, dijo, a propósito de los tejedores de Ca­
pachica, que "los indios son muy diestros en este me­
nester, y mucho más en sus idolatrías, pues tuvieron
demás de las islas de Copacabana como queda dicho, y
otra casi general huaca hacia Guarina Inteca, que es
como de Sol porque Inti llamaban al Sol y hay otras cir­
cunvecinas, otras dos islas de más nombre que otras
pequeñas, que tam bién tenían sus falsos dioses mas és­
tas dos eran famosas" y nuestro cura añadió un detalle
que nos permitió entender mejor la semejanza de situa­
ciones entre Capachica, la isla del Sol y Copacabana, obra
de los Incas "hay hoy en día en este pueblo Incas del
Cuzco y Huarog que atendían a dichas huacas, y estaban
como puestos por guarnición de los Collas porque no se
inquietasen, y su color de lo uno hacia lo otro".

"Clam ábanse estas islas del nombre de las huacas


que el dem onio les debió revelar, la una Amantani,
donde estaban indios poblados y reducidos, después en
la visita general del Virrey Don Francisco de Toledo; Ta-
quile es la otra isla, donde se adoraba otra huaca del
mismo nombre: de suerte que todas estas islas que están
en esta ancha y gran laguna, o en otras, o las mismas la­
gunas, cerros, sierras y cordilleras, tienen nombre por
las huacas que en ellos se adoran, y si de cada'uno se hu­
biese de decir, sería proceder en infinito".

74
Sospechamos que los Huaroc encargados de vigilar
a los hechiceros pukina de Capachica eran oriundos del
Vcille de Guaro a seis leguas del Cuzco y que fueron "los
primeros que dieron obediencia al Inca bloque "íupan-
qui, "el tercero de la dinastía establecida en el Cuzco. "Es­
tos Guaros" tenían mucha gente y los señores eran po­
derosos para en aquel tiempo. "Llamábase los .‘más
principales Guamasano y Pachachulla Viracocha.
¿Fueron estos mismos los que poseyeron como huacca
propia y principal la de Viracocha con un templo en
Vilcanota? Los escritos de Santa C ru z Pachacuti
tendrían en confirmarlo (Santa Cruz Pachacuti op. d t.
p.302), y el nombre de su antiguo }eíe es evocador de
creencias rem otas: Pachachulla Viracocha, es decir, el
Viracocha de la pacha única.

En el seno de la burocracia imperial desempeñad?


el papel de "alguaciles" (Guamán Poma p. 96-16Y) con
apodo de "Hulla uaroc", o sea: los mentirosos de "Uar
Su doble calidad de adoradores de Viracocha y funde
rios imperiales, explica probablemente por qué los L
los escogieron com o, guardianes de los "hechiceros
Capachica y por qué Gardlaso les reservó, en la etv
cuzqueña, un papel bastante relevante*, sea por s\:
dez en reconocerse vasallos de los Incas, sea p
afinidades reivindicadas con Viracocha; lo cierto
tuvieron el privilegio de llevar orejas de junco <
ra, "que eran las que más se asemejaban a las d<
entre los yasallos estas eran de mayoT íavoT ^
dón" (Gardlaso T. 2. cap. XXIIÍ).

Así, pues, el Lago sagrado llevó e\ n<

75
.1 I- •>

íd o lo d e la isla q u e se en co n tra b a en su sen o m ism o. Los


"U ru c o lla s " y " P u k in a c o lla s " q u e G u a m á n P om a d e s­
c rib e rin d ie n d o c u lto a la h u a c c a d e T itica c a , no son
o tro s, sin d u d a, q u e la g e n te d el p e q u e ñ o islo te de C a-
p a c h ic a y C o a ta , ú ltim o s re p r e s e n ta n te s d e los q u e
a n ta ñ o fu eran p u e b lo s m ás g ra n d es q u e con tro laban las
o rillas y los d io ses del L ag o. En C a p a ch ica , don de las re­
d u ccio n es to le d a n a s g e n e ra n un reo rd e n a m ie n to d e la
p o b la ció n y u na re d e fin ic ió n d e las c a te g o ría s étn icas,
n a d ie m á s, e n 1 .5 7 5 , e s tá c o n s id e r a d o co m o C o lla; se
cu en ta so la m e n te u n 3 6 ,7 % d e U ru s y un 63% de A ym a­
rás. La re c ie n te p u b lic a c ió n , por* M aría R ostw orow sk i,
del d e ta lle do la v isita do C a p a ch ica en 1575, confirm a el
c o n tr o l e je r c id o p o r s u s h a b ita n te s so b re las islas
p ró x im a s do T a q u ile y A m an tan i. Y el nom bre do los ca­
c iq u e s M a rtín C o a q u illa y Ju a n C o a q u illa , evocan aún,
p a ra n o s o tr o s , el e s p le n d o r d e lo s a n tig u o s d io ses-
s e rp ie n te s . N o m u y le jo s, la situ a ció n es aún com pleja;
la p o b la c ió n d e C o a ta (n o m b re qu e tam bién evoca a la
v ez al d io s se rp ie n te y a la isla d e C oata) es considerada
en su to talid ad c o m o U ru , su caciq u e es todavía Uru y el
c o n ju n to d e la p o b la c ió n fu e p u k in iz a d a . T od os los h a­
b ita n te s del p u eb lo h a cen tejid o s toscos de abasca y cos­
tales cu y as v e n ta s le s p e rm ite n en riq u ecerse en el seno
d e la eco n o m ía c o lo n ia l (B o u y sse -C a ssa g n e, 1978). Poco
a p oco, se h an id o p e rd ie n d o las trad icion es y no queda
m ás d e los C o lla s d u e ñ o s d e lo s d io ses, d e las islas, del
lag o y d el co razó n sim b ó lic o d el U n iv erso ; cuyos m itos,
reap ro p iad o s sin ce sa r p o r su s v en ced o res y los m onoli­
tos, m u d os testig os d e un sa b e r m u y an tig u o, los disipó
la v iolencia salv aje d e los o tros. N os toca in ten tar desci­
frar ahora lo qu e tod av ía q u errán decirnos.

76

■i
V. A PROPOSITO DE ALGUNOS DIOSES

1. Los soportes materiales

I Si tomamos en cuenta la secuencia novedosa de la


ocupación del lago tal como la acabamos de describir, así
como las variaciones de los niveles lacustres, estaremos •
llevados a explicar lo que fueron los cultos de ios mora­
dores del lago Titicaca, sus mitos, y el impacto de la ex­
tirpación de idolatrías en la zona en función de ellos.
Por estas mismas razones, y si consideramos que la capa
aymara esencialmente establecida en la zona lupaca, es
fruto de una migración más reciente, tendremos que
considerar que algunos de los datos relativos a las reli­
giones consignados en el diccionario de Bcrtonio, escri­
to en Juli, no se refieren forsozamente a un cuito ayma­
ra. Cuando este, por ejemplo, habla de Tunupa como de
M su dios”, no trata obligatoriamente de un dios aymara
"in eternun", sino del que era venerado en el siglo XVI
por gente de habla aymara, pero que también pudo ha­
ber sido objeto de culto en una fase anterior.

Sabemos, por el manual de extirpación de ido­


latrías de Arriaga, que la campaña de erradicación, en
el Lago, tuvo lugar en 1619. Según esta fuente, ésta estu­
vo a cargo de Don Pedro de V alencia, Obispo de
v Chuquiabo, quien a los pocos días de haber empezado
su inspección, le mandó una carta con una larga des­
cripción del ídolo de Ilavi, a la cual hicimos ya referen­
cia. Sin em bargo, algunas lineas más abajo, casi ol­
vidándose de lo que acababa de contar, el venerable
jesuita alude a los extirpadores en los términos

77
guien tes: "Esto escribe el Visitador Alfonso García Cua­
drado, y mucho más escribe de Tiahuanaco el Visitador
Bartolomé de Dueñas".

Por su parte. Ramos Gavilán, el agustino que per­


maneció en Copacabana a partir de 1618; es decir, en el
período en que se realizó tal extirpación, cita a García
C uadrado com o descubridor de un ídolo situado entre
Ju li c Ilavi y a n c o ídolos más, a saber: Copacabana, Co-
p a ca ii, Tucum u, G uancuyri y Titicaca, cuyas funciones
intentarem os descifrar en adelante, (fig. n* 5) F.n núes*
tra tesis del 8 0 , ya los habíamos localizado y así lo hizo
Teresa G isbert en su estudio sobre el ídolo de Copacaba­
na. O tra fu en te, que con ven d rá exam inar porque pro­
ce d e d e un fa m ilia r del convento de Copacabana, amigo
íntim o d e R am os G avilán, es Calancha.

T a n t o e l u n o c o m o el o tro , en las descripciones


q u e n os d a n d e lo s m o n olitos que ocupaban esta orilla
d e l la g o , h a c e n referen cia exp lícita o im plícitam ente a la
esté tic a b a rro c a d e aq u el en ton ces.

Las fo rm a s s a g ra d a s d e Ja estatu aria del L ago, bien


p u d ie r o n p a r e c e r le s c a r e n te s d e v e rd a d e ra estética. A
este p r o p ó s it o V. C e r e c e d a cita con ra z ó n a A rria g a
cuando escribe: "hubo en los indios gran curiosidad de
hacer ídolos y pinturas d e diversas formas y diversas
m aterias y a estas adoraban por dioses y de ordinario
eran d e gestos p eo r y deformes, creo sin duda que el de­
monio en cuya veneración las hacían, gustaba de ha­
cerse adorar en figuras mal agestadas".
Sin embargo, si se toma en cuenta \o que era efec­
tivamente la estética barroca y la idea de monstruo o
prodigio que empapaba toda una filosofía afanosa de en­
contrar en las formas descomunales el término de sus
reflexiones*, cabe considerar que la definición de la voz
"huacca” tal como la dá Bertonio corresponde tanto a
un cierto ideal de estética gongorina, como al interés
que desarrollaban los científicos de la época por los
Monstruos y Prodigios (basta citar Ambroise Paré y su
famoso libro basado, a la vez, sobre la antigüedad
clásica y sobre el libro de Thevet, estudioso del mundo
guaraní).

Bertonio dice:
"Huaka: ídolo en forma de hombre, Carrero, y los
que adoraban en su gentilidad.
Huaka: monstruo, animal que nace con menos a
más partes de las que suele dar la naturaleza".

Esta segunda acepción está confirmada por lo qu


sabemos acerca de los cultos que se rendían, tanto a \
formas descomunales (maíces dobles), como a lo que <
más grande que lo -normal, sean papas o pedazos
m etal. Todos eran considerados como "mam;
"llallah u as", "illa s” o "copa" y, al igual que los s
contrahechos o desdoblados, aquellos que tenían 1<
bios partidos, las narices hendidas, los dedos muid
dos o los que eran mellizos, eran objeto de venet
Las formas monstruosas, que eran las suyas, los
laban como el fruto de un engendro sobrei
(Bouysse-Cassagne Harris 1987). Sin embargo, n<
las huaccas entraban en este registro, pero no po

79
to las figuras de hombres, de carnero, de sapo, de ser­
piente eran portadoras para los evangelizadores de un
mensaje sagrado que estuvieron en condiciones de des­
cifrar. Las apreciaron en función de su propia cultura;
así es como todas las descripciones usan y abusan, en su
retórica, de la metáfora. Si bien las huaccas existen, ellas
cobran sentido , en este caso, sólo porque en su forma
evocan a las divinidades paganas de los antiguos griegos
o latinos o los dioses del antiguo testamento.

Sin embargo, no pa rece q u e todas las huaccas o re­


presentaciones sagradas hubiesen recibido igualdad de
trato p o r parte d e los extirpadores.

T eresa Gisbert, citando al dominico Melendez


(1618), h a ce notar; "no se pinte ni animales terrestres,
n i volátiles, ni m arinos, especialmente algunos de e-
lios"; estas representaciones se erradicaron no sólo de
ios m o n o lito s, sin o d e los objetos más usuales como va­
sos, ro p a s , casas, m ates p ara beber y puertas (Gisbert
19881

En el ambiente lacustre, las huaccas más frecuente


y ardientemente destruidas debieron corresponder a las
que llevaban esos animales marinos, quizás en algunas
figuraban quesintuu y um antuu, las dos mujeres bogas
y hermanas con quienes pecó el dios Tunupa y que fue­
ron detenidamente estudiadas por T. Gisbert (op. cit.
1987). No obstante, las que escaparon a la destrucción
nos proporcionan, sea por sus ubicaciones sea por sus
estilos, ejemplos susceptibles de ser comparados con las
descripciones de las antiguas divinidades erradicadas.

80
\
Otras fueron reuÜUzadas e integradas en Ya arqui­
tectura de las iglesias, según un viejo padrón cristiano.
Tai es el caso de la iglesia de Arapa con una estela "Puca­
rá que oficia de dintel o el de la iglesia de Tivsranacu con
dos monolitos -también Pucara- a ambos Vados de Ya en­
trada (Rowe). Ambos a la vez facilitaban el acceso en el
templo cristiano y evocaban los antiguos punVu o puer­
tas sagradas que eran los lugares por los cuales se comu­
nicaban con las divinidades.

2. Los soportes míticos

En cuanto a la mitología, a pesar de Ya destrucción


de los soportes materiales de la religión, parte de e\\a si­
guió su vida; es decir, siguió transformándose por vía
de la escritura, en las crónicas, y, oralmente, basta lle­
gar a las modernas leyendas de boy.

Unas y otras ofrecen como característica piincip


la de preservar, bajo formas residuales, una serie d e1
flexiones especulativas vinculadas a \a observación
mundo sensible; es djecir, en e\ caso que nos interesa
"uno pachacuti".

Los ciclos de Viracocha y Tunupa, las dos gr


divinidades relacionadas con la cuenca lacustre, i
abundantemente documentados y estudiados <
Urbano, Ponce Sanginés, Gisbert, ScheminsVi
nunca lo fueron en el contexto geológico y culti
acabamos de describir. Tampoco han sido enlo
esta perspectiva la periodizadón histórica en
mán Poma de Ayala cuando distingue dos e

SI
mili va» (W arl Runa y Warl V iracocha Runa) la ,i„ , , \
creación de un Cobo (antea y dcapuéa del diluyó o ta»
aseveraciones ya citadas de un Sarmiento de Gamboa
cuando constata que de la primera humanidad anterior
al diluvio sólo quedaron los edificios de Pucara y que la
segunda humanidad es la creación de Viracocha, el mis­
mo dios que mandó el diluvio.

En el ámbito lacustre, Viracocha aparece como la


emanación simbólica de los cambios climáticos y en esta
óptica su poder consiste a la voz en la manipulación del 1
espacio y del tiempo; es decir, de la pacha y es Viraco- i
cha Pachayachachic. En cuanto a Tunupa o Taguacapa,
como lo denomina Sarmiento, que figura como uno de
los tres hijos de Viracocha, pensamos que conviene leer
parte de su recorrido collavino como el mito de abertu­
ra del Desaguadero cuya puesta en agua se realizó, como
sabem os, a partir de la fase final de subida de las aguas
(hacia -250); o sea, al fin de Pucara o principio de Tiwa-
nacu.

Según Sarmiento: "Viracocha...indignado contra


Taguacapa mandó a los otros dos (hijos) que los forma­
sen, y atado de pies y manos, lo echaron en una balsa en
la laguna de Chucuito, del fue llevado del agua del Des-
guadero". La versión de Ramos Gavilán es todavía más
exp lícita: "un recio viento sopló en la popa de la balsa y
la llev ó donde ahora es el Desaguadero que antes de este
su ceso no había, y la abrió por la proa de la balsa dando
su fic ie n te lu g ar para que las aguas corriesen y sobre c i t e
fu e n a v e g a n d o h asta los A u llagas donde se hunden las
ig u a s p o r las entrañ as de la tierra".

82
La aparición de Tunupa, en el momento aproxi­
mado en que florece la cultura de Tíwanacu, no dignifi­
ca que esta figura no sea anterior históricamente a este
período, pero sí en el mito está ligada a toda una con­
cepción espacial que sólo pudo haber cobrado sentido en
este momento preciso. De hecho un nuevo espacio se
creó; el eje acuático unió los lagos del norte y del sur y
conformó un lugar de mediación en tomo al cual se or­
ganizarían los distintos grupos (Bouysse-Cassagne 1978).
En cuanto al nombre del Desaguadero, en aymara Cha-
camarca)' es decir puente, nos parece bastante revelador
de su papel geo-histórico.

La figura de Tunupa plantea un problema más


general: el de la manera en que los dioses, las huaccas,
nos informan sobre los pueblos que sufrieron las cam­
bios climáticos de las orillas del Titicaca. A pesar de la
documentación fragmentaria y alterada que tenemos,
intentaremos analizar esta cuestión a través de algunos
e jem p lo s q u e son los que nos proporcionan Ramos Ga­
vilán, Arriaga y Calancha.

El ídolo de Ilavi

La descripción del ídolo de Ilavi es la más completa


y clara d e todas las que tenemos. Basándose en los escri­
tos de Arriaga y Ramos, el arqueólogo Donahue, en
busca del monolito en cuestión, encontró en Wilaqollu,
ai sureste del pueblo, un monolito de 2,13 metros, con
un solo lado ciaramente identificable (fig.6). Este mono­
lito no parece corresponder a ninguna de las dos des­
cripciones que tenemos, y que además discrepan la una
de 1.1 otra En a fecto, eí m on olito descrito p o r lia m os
tendría 2 vara» y m ed ia d e alto, o sea 2,83 m etro» y el
descrito p o r A rrlaga m ed iría 3 estad o s, o »ea 5 m etroi.
líate último co lo ca ¡a estatu a a "2 legua* del pueblo de
¡laveH , es te lu gar más p a r e c e co rresp o n d er a un litio ir*
q u c o ló g lc o m e n c io n a d o p o r H y slo p (op, cit.) llam ado
T em u n tlsu re Cultur&nl o A ltaran ! y donde está situada
una de ¡as más Im p ortan tes C h u llp ai del altiplano. Efec­
tivam ente A rrlag a d ic e q u e la h u a c c a se encontraba “al
pie de un c e r r o d o n d e h ay m u ch as sepu lturas antiguas
m uy g r a n d e s d e p ie d r a d e en ca je, que dicen í,er las cabe»
?as p r in c ip a le s d e lo s in d io s d e l p u eb lo d e llave".

C o m o y a dijimos, ios datos h íló rico s p arecen indi­


car q u e en los albores d e la co n q u ista in caica la gen te de
llavi formaba un p u eb lo d e c ie rta im p o rta n cia ; se trata-
ba p robab lem ente d e “u r u s " y e s ta b a n e n ca b e z a d o s p o r
un jefe llam ado Cavana.

El n o m b r e preaym ara o p r e i n c a i c o d e lla v e d eb ió


s er G u a m b o (h u a n p u = b a r c o ); es d ecir , b a rc o . P o r su
n om b re, c o m o p o r su ubicación a o r illa s d el río lla v i y
d el lago, G u a m b o - llavi era , s in d u d a , u n p u e b lo q u e
s e d e d ic a b a a u n a vid a acuática. G u a m á n P o m a h a c e re­
feren cia a u n p u e n t e d e criznejas s o b r e el rio lla v i y s a ­
bemos, por otra p a rte, q u e ésta d e b ió s er u n a d e la s zo­
nas m á s fértiles d e la orilla s u r d e l l a g o ( H y s l o p , 1 9 7 8 ).

Si los atributos del monolito en cuestión pueden


ropordonarnos datos sobre las divinidades veneradas
ot los Murus" de llavi, cabe entonces considerarlos
mo formando parte de un discurso religioso, que con-

86
viene a la yex situar en t»l momento pteú&y %n <|m> ta i
emitido, y comparar con ei óe loa d#m4» mon<^riVcA
lo» cuate» ienemoe alguna» Ckracrlpckmir». SI w*% fund*-
mo» en Arrlaga y Kamo», »u» atribulo» §©n lo» w
guiante»:

1) Do» figura» mon»truo»»»', una da varón qu«


mira ai nadmicnto del §®1, una da mu}tr qu« mira al
poniente,
2) "Una» culebra» que »uhen dMpía a la cabeza/ a Va
mano derecha a izquierda”,
3) Otra» figura» como »»po», Ramo» coloca a tato»
»apo» en el tocado del (dolo,
E»ta» característica* hacen que el Idolo de Revi p ie
da ter considerado como perteneciendo/ »ea a\ estilo pa*
janO/ sea al estilo yaya mama,

José de Mesa y Teresa Gisbert piensan que bay


"estilo pajano” conviene agrupar una serie de monoií
tos que corresponden a un horizonte separado, antigu
mente ligado a Pucara y Tiwanacu, cuyo centro prin
pal estaría en Wankani. Argumentan diciendo que
características de este estilo son las serpientes, las raí
una decoración geométrica incluyendo cruces, así cc
también formas realistas.

S y K Chávez considera por su parte, que las <


turas yaya mama demuestran un leve paténtese
las esculturas de estilo Pucara y un parentesco to
menor con las de estilo Tiwanacu. Cinco ciernen!
comunes a estos tres estilos: las cruces, los ara
lieve, los cuadrúpedos, las serpientes, los persor

87
tropomortos; sin embargo en cada estilo^ estos elemen­
tos vanan en las formas de asociaciones. Por ejem plo,
las figuras antropomorfas yaya mama no llevan nunca
objetos en sus manos (y es el caso de la de Ilavi) ni tam­
poco tienen los brazos pendientes como parece ser el
caso en Pucara o en los monolitos del Tiwanacu clásico.

La posición de los brazos es generalmente uno so­


bre el otro a altura del pecho y esta postura está compar­
tida con las figuras de Pucara. Los monolitos comparten
también con Pucara el motivo del sapo o rana, asi como
el de las serpientes con orejas. Los pájaros, presentes en
1* estatuaria de Pucara y Tiwanacu, están ausentes de
los monolitos o estelas yaya mama. Sin embargo, y a pe­
sar de las similitudes, los Chávez consideran que los es­
tilos pucara y yaya mama no son contemporáneos; alu­
diendo a excavaciones hechas en Taraco y en los sitios
Pucara d e P uno, notan que si bien hay una cierta abun­
dancia d e cerám ica pre-P u cara, en estos sitios no hay
material post-Pucara y q u e los sitios fueron desocupa­
dos. C on sid era n q u e hay gra n d es posibilidades para que
Jas esculturas yaya m am a sean pre-Pucara.

Es decir, que según nuestra periodización, éstas en


todo caso correspondieron a un momento de lluviosi-
dad en el lago pero durante el cual el lago de Wiñay-
marca estaba todavía seco así como el Desaguadero. La
localización de este estilo tiene una mayor distribución
ii sur qu e al norte del lago, y se extiende desde Taraco a
a península de Copacabana, C h irip a , Tiwanacu, Santia-
o de Huata (cf. fig . n ° 6 dibujada en base a los trabajos
? C háv ez); es d e cir , m a yorm en te en la región que en

88
aquel momento se hallaba en seco.

Los demás monolitos que fueron destruidos du­


rante la extirpación de 1619, pertenecían a los
"hechiceros yunguyos".

Copacati

Uno de ellos es Copacati (cf. fig. 61. Se trata de "una


piedra con una figura malísima y todo ensortijado de
culebras a la que acudían en tiempo de seca a pedir é
agua necesaria para sus sementeras". Esta piedra e\ p<
A dre Almeida "la hizo traer al pueblo y se vio ur
enorme culebra desasirse del ídolo visto eso por él s
cerdote, les dió a entender que era el demonio y que
avergonzasen de haber tenido por Dios tan infame
bandija".

El ídolo descrito por Ramos no parece corres


der a un monolito levantado y de doble cara co
precedente, sino más bien a una estela de estilo
mama del tipo de las que se encontraron en Copa
y en Chiripa (fig. n® 6J* Trátase de un rostro cor
de m áscara que, según Izumi y Tsúhoyama, v
taría al sol (Masuda 1964) y que tiene rasgos sv
la estela de Taraco y, probablemente, a la de
; estas dos estelas, y en torno a la máscara, están
una serie de serpientes de formas onduladas
así como una señe de cuadrúpedos.

Pensamos que Copacati debió corresp


estela similar a las que acabamos de descrito

89
m ás, cuanto que en Qasani, cerca de Yunguyo, se en­
contró otra estela de estilo yaya mama, llam ada "Cota
Aehaehila" (el antepasado del lago) y que hoy pertenece
al m useo de Puno. Según Chávez esta últim a estaría
emparentada con las precedentes y con el monolito yaya
m am a de Taraco (faz a.}, además posee un borde que la
asemeja a la estela 15 d e Tiwanacu (que tiene un rostro
rodeada d e serpientes).

V L LA S E R P IE N T E CO M O MOTIVO

Tamo el monolito de Ilavi como la estela Copacati


de Y u n g u y o , nos llevan a analizar el motivo de la ser­
piente, común a los íd o lo s yaya m am a, como un e-
1e m e n t o relacionado con cultos agrarios; concreta­
mente: con un culto al agua. En el caso de Copacati,
acudían a él en tiempo d e sequía a pedirle el agua nece­
saria.

Es muy probable, como hace notar Chávez, que las


estelas en razón de sus formas y de sus tamaños, hayan
tenido funciones distintas a la de los monolitos incados
en el suelo, como el de Ilavi, que además tenía altares;
por esta razón es probable que las estelas hayan sido más
fáciles de transportar de un Jado a otro.

En este caso, quizás convendría considerar que el


ídolo de Ila v i desempeñaba una función superior y que
se trataba de una divinidad que Ramos sitúa entre Juli e
llave y que correspondería a Tucumu, "dios de las comi­
das".

90
Las serpientes no abundan en \as alturas trias del
altiplano, y la especie altiplánica Tachymenls peruviana
más se parece a una pequeña culebra que a una enorme
serpiente. Sin embargo podemos seguir este motivo a lo
largo de las secuencias arqueológicas que ya evocamos.
Pero conviene notaT que las formas onduladas son pro­
bablemente de dos categorías*, se trata, por una parte, de
serpientes con cabezas triangulares y ore\as, a veces con
dos cabezas, y, por otra parte, de formas con cabezas y
bigotes (estela de Copacabana) que Rowe describió paia
la estatuaria de Pucara, asimilándola a un pez que es el
suche.

Tanto Tucumu como Copacati, eran portadoras de


"serpientes"; además, parece ser que cuando los extirpa­
dores destruyeron Copacati "se vio una culebra desa
sirse del ídolo, y andar cerca de él... el maestro de capill
Don Gerónimo Caruacochachi, nos dqo haber visto
culebra desenroscarse del Idolo, el cual descuartiza
fue lanzado a la laguna, y la culebra muerta a palos y
dradas".

Sabemos que Coac, o serpiente, era, para los 1


ñas, la palabra relacionada a la divinidad suprei
que los Coac-upalieno o hechiceros son los ador<
de las serpientes ("todas las naciones nombran
con palabra que significa lo mismo que Tetragi
ton, en la quichua u Aymara le llaman gua
marítimos pescadores Vini, los Yungas Mochic
Alee los Puquinas Coac". (Calandra op. dt p. B3!
lebra que se desenrosca del ídolo Copacati evo<
y a la culebra enroscada que Calancha consv

91
V' “el anirruí que adoraban los de Tiwanacu" (op. cit. libro
IIÍ cap. XI). Probablemente hay que ver en ambos moti­
vos mucho más que un parentesco estilístico; sin duda,
una supervivencia religiosa que liga los pueblos que
adoraban a la serpiente, en un momento de parcial
i: sequía lacustre, a los pueblos que, años más tarde, pre­
senciaron la fase final de subida de las aguas.

Un dato de Morua da aún más profundidad y uni­


versalidad al m otivo serpentiform e a la vez que especí­
fica su im portancia en el ámbito lacustre: "en donde se
les aparecían los dem onios en este Reino del Perú fue
en Surco, pueblo en la com arca de Lima, de donde fue
discurriendo p o r toda la tierra; y así en aquel distrito le
llamaron P ach a C am ac, de lo cu al tuvieron noticia el
criador Tespsi V iracocha , com o queda dicho en la histo­
ria de C apac Yupanqui Inga: y en el distrito del Cuzco le
llaman a éste m ala serpien te, C h anco Chaba, y en el dis­
trito deste Colla o Titicaca, y en la p ro v in cia.d e Ande,-
suyo A n ti Viracocha**. (M oru a op. c i t p. 201)

Así entonces, para este autor, la m ayor divinidad


del Lago sería una vez más una serpiente (analizare­
mos esta representación en adelante) ligada ella misma
a otras divinidade s que asumen la misma representa­
ción.

VIL "SERPIENTES” Y SAPOS: MARCADORES TEM­


PORALES

Serpientes y sapos constituyen, en la meteorología

92
actual de los A n d es del ce n tro su r y probablem c
antaño, los principales anim ales que m arcan el pase
la estación de lluvias a la estación seca.

Los sap os que v iv en en la tierra así com o las


píenles suelen esco n d erse d e m a y o a julio durante 1;
tación seca, y salen d e su m o rad a en la estación de 11
as, que se señala p o r ra y o s , tru e n o s, relám p ag o s y
iris. E ste ú ltim o e stá a sim ila d o a u n a g ig a n te sca
píente que n ace d e u n a fu en te, c ru z a el cielo y ent
una de sus dos cab ezas en o tra fu en te m ás distant
sab em o s q u e n u m e ro so s íd o lo s e sp e cia lm e n te Pv
llevan serpientes d e doble cab eza).

C o m o nota U rto n , existe u n a co rrelació n enti


nubes n eg ras de la co n stelació n del sap o y la serp
celestial. N o sólo h ay u n a an alo g ía en tre el ciclo d
reptiles y d e los anfibios, sin o que la hay en tre estos
m os an im ales y las co n ste la cio n e s que llevan sus 3
bres. (cf. cap. II)

Y p a re ce ser q u e las p red iccio n es actu ales so7


tiem p o son m u y sim ilares a las que se usaban an
m e n te .

En la isla de Suriqui, sobre el Lago (1987), r


ron "cuando no llueve y hay tiempo de seqúí
cuatro ranas del lago y esto los llevan en un?
barro con un poquito de agua hasta la puerta
Jacha Chua, según creencia de los comunari
las ranas son animales acuáticos, entonces
trarse con el calor del sol van a pedir para *
E n lo n c ts Uevon ios v a tio s* entonces pasado dos dias*
trv$ días* d ab an ei resultado; d ice entonces llueve en abajo, asi com o se viene abajo uwa casa cqt\ lecho y pa­
forma torren cial en la com unidad y ju ntam ente con los redes. \
río s q u e b ajan d d ce rro so n cond ucid as las ranas al lu-
njar d e su s orig en es* e n tra b a n ju n ta m en te con el rio*, Además de estos aniibios, moran en \as proluxvdi-
D u ra n te e i XVI* R am os G a v ilá n d escrib e un rilo dades lacustres unos sapos de lamaílo descomunal, a és-
s eenejante* sin precisar* sin em bargo* q u e la p a ca rin a de tos la gente del lago los llama choquéis, hoy en dia; es
ío s b a tra cio s e s e l tagow e scrib e q u e *\isaban poner sobre decir, que les dan el nombre por el cual los aymaras del
peA as u,*k s kkd iU os. s a p o s y o tro s a n im a le s inmundos* siglo XVI* apellidaban a las antiguas poblaciones de ca­
c re y e n d o q u e c o n e s ta cerem o n ia alcanzaban e l agua eme ladores altiplánicos (urus probablemente), "estos no en­
tan to d eseaban* 1
tendían sino en matar ganado bravo y en idolatrar, Son
hechiceros* que como jamás ven espadóles* andan
T ^ n t o la r a n a c o m o la se rp ie n te está n relacionados adonde están sus huaccas" (Uouysso-Cassagoe t,Se
cvvt íx v r a so c a y c o n e l a g u a , Y e n e l ámbito lacustre denominaron asi los sapos en reminlcencia de lo que
que tuve q u e s u ir t r los a c h a q u e s d e la s se q u ía s y los del fueron las antiguas poblaciones que moraban en la
d:hivso su p r e s e n c ia m a s que e n otras partes debió le* cuenca lacustre y que dibujaron sapos en sus huascas!
n e r u n s e n t id o p r o p ic ia to r k \ ¿O simplemente porque el sapo sigue siendo hoy en dls
todavía relacionado con el "choquéis"; o sea, con el ray
Frt vanas regiones se llama a los sapos terrestres (que también es choquéis) por su peculiar afinidad cc
padtaw aw a (m ellizos o sea hijos del rayo) o más signi­ un mundo en que ol agua del cielo y el agua del lago c
ficativamente pachacult. tretienen vínculos y correspondencias constantes!
cierto es que tres categorías de anfibios compiten \
Esta ultima concepción debe estar relacionada con dar sentido a unq misma función*. e\ cambio de estac
el o d o estacional del animal*. siendo por otra parte la es­ los sapos terrestres que salen de sus moradas con \a <
tación lluviosa en el altiplano muy a menudo asimila­ ción húmeda (pachacuti), los que viven en las otc
da al pachatijra (el que pone la cabeza al revés) o thikh- didades del lago (choqucla), y on el cielo la constoli
rasi pacha (sinónim o del pachacuti), es decir, al "tiempo del sapo.
de m uchas aguas cuando por mucho llover se caen las
casas" (B erion io). C oncretam ente, se trata de un mo­ En m u l o a la "serpiente", parece que ésta ]
m ento en que las fu ertes lluvias provocan a la vez dos* lará cierta analogía con la situación que acabamos
b o r d e s d e l lago y una serie de catástrofes que hacen que ferir. Aunque en una forma probablemente mí
todo lo qu e estaba en la superficie del mundo se venga pleja, relaciona también el cielo (ala^pacha) con
(a ca p a ch a ) con el mundo subterráneo o subí

94
(ukupacha).

Pero fuera de las ranas y de los. sapos, existe otro


animal que para los moradores de las islas del Titicaca,
es un indicador de cambios estacionales. De éste en Su-
riqui, dicen que "tiene encanto", que es "Su pay" o que
"todavía le tenem os m iedo"; trátase del pez llamado
mauri o suche.

Su cabeza está provista de bigotes y es trapezoidal,


tiene un cuerpo largo y estrecho, su piel está manchada
o finam ente rayada, y comoTas ranas o los sapos, vive
en el lodo entre agua y tierra, en los ríos y en el lago.
Cobo dice de él: "es tan mantecoso este pescado que casi
todo él se revuelve en grasa, llévase gran cantidad des­
tos suches salados y secos a otras partes por ser muy
grande la cantidad que se mata de ellos en la dicha pro­
vincia del Collao. El unto de suche es muy caliente y
medicinal, ablanda los escirros y lobanillos, y las demás
durezas de hígado y bazo..." (Cobo op. cit., cap. XXI, V, li­
bro VII). En cuanto a Calancha le atribuye calidades que
lo vinculan tanto con los sapos como con las serpientes:
"los suches", según él, "se apreciaban porque tal vez se
les halla en los vientres culebras y sapos, de suyo los
mundifica la sal antes que se preparen para comer". En
Suriqui nos han descrito al suche de la siguiente mane­
ra: "el suche es el mauri con cuatro antenas, igualito a la
serpiente. Es un pez bien fuerte. Ahora en estos días
pescamos con red a galera y cuando el pez en pleno ca­
lor del sol aguanta todo el día sigue viviendo, no se
muere. Es un pez bien fuerte aunque seco y cuando su
piel se está secando entonces sigue moviéndose, mien-

96
tras el pejerrey sacamos y ya está". Dicho en otras pata-* * \
bras, los comuneros de Suriqui reconocen a\ suche \as \
mismas calidades de resistencia a la sequedad solar que
a los sapos. Y luego de haber escuchado varios cuentos
sobre "su rey de los pescados", nuestro interlocutor
añadió "me han contado mis abuelos de que el suche
cambiaría con la serpiente lunes de carnaval, entonces
por esto es parecido. Según habían visto. Han visto,
dice. Hiska anata, lunes de carnavales, dice, de que todos
los suches saldrían a las orillas listos para salir a la tierra
también esperando a las serpientes cuando las ser­
pientes bajaban dice, de los cerros se haría el cambio. Las
serpientes entrarían al lago y los m auri saldrían vol
viéndose como serpientes. Saber todo aquello es. ñecos»
rio". En resum idas cuentas, los ciclos estacionales "o
los cam bios" que suponen en tre anim ales acuático?
terrestres pueden ser asim ilados a pequeños pachacu

No cabe duda que las observaciones de los p<


dores de Suriqui y sus creencias sobre los ciclos es1
nales, prolongan, en alguna manera, las creencia
pudieron haber tenido las antiguas poblaciones d<
acerca de los animales marcadores de ca
climáticos. Y de la misma manera que los Hcho<
del fondo del lago tienen equivalentes terrestres
piente es el equivalente del suche acuático.

Las primeras representaciones pisciforme


de Asiruni (Gisbert op. cit.). Rowe constató la
del suche en la cerámica Pucara de Qpluyu, 'i
ble que semejantes representaciones a vece
con el sapo se encuentren también en la está

97
. ra como la "del dios de los ladroncss" encontrada en 1858
por Tschudi en Tlwanacu. La estela "y ay a mama , en­
contrada en Copacabana y a la cual hemos comparado la
de Copacati- sirve de soporte a dos categorías distintas de
"serpientes** (fig n* 6 >: unas llevan cabezas con bigotes
y son las más pequeñas, puede ser que sean suches; otras
rodean la cabeza máscara y se parecen más a serpientes.
¿Será que en su grafismo sencillo esa loza de piedra re­
presenta, (un poco a la manera de las modernas cono-
p * s ) el "cam bio" suches-serpientes y habla de un mo­
m ento durante el cual el tiempo jugaba, como es el caso
p o r an ata, se cam biaba, o , com o dice Cobo, "se trocaron
los tiem p o s", segú n la vieja fórmula del pachacuti?

E sta p regu n ta queda planteada a los arqueólogos.


Como queda p lan tead a la antigüedad del m otivo del
pez en el altiplano en su relación con la serpiente.

El tiem po juega

Lo cierto es que en el cielo las nubes negras de la


constelación del sapo y la serpiente celestial acompañan
a Ja cruz del sur.

En el altiplano> el mes de febrero es el mes más llu­


vioso del año; éste corresponde al momento durante el
cual se celebra la fiesta de la Candelaria, (2 de febrero) la
virgen que sustituyó al ídolo de Copacabana. Según Ra­
mos Gavilán , d u ran te este mes que corresponde al
Atún p ocoy inca y al M arca colliui phaksi aymara, las
poblaciones lacustres se dedicaban a dos juegos: el juego
de pancuco y el de los ayllus.

98
Durante el juego de parvcuco "acostumbraban
bañarse... en los arroyos como en los ríos y las lagunas,
creyendo que aquellas aguas dejaban salvo conducto
contra las enfermedades, quedando libres y limpios di
ellas, llamábase a este juego Pancuco, hacíase de parte d
noche, y eran grandes las ofensas que contra Dios se o
metían, porque la misma noche, les daba licencia pe
las maldades que en los juegos nocturnos suelen su
der, asimilándose estas fiestas a las que los Roma
hacían, en honra del Dios Fébrua, jugando en la
dad". "Usaban de otros juegos, que aún hoy en alg
partes se suelen ejercitar en las plazas y en los can
tirando con irnos cordeles de tres ramales y en los
mos unas p elotas... que llam an... llivi o ayho...”.

Una vez al año en el mundo romano, du


mes de februatius, tenía lugar la gran purifica
mada februatio. Estaba auspiciada por una sei
vinidades de las cuales los historiadores roir
blan poco. Los ritos que se desarrollaban
momento eran hechos por una cofradía que
pañaba ningún papel en otro momento de 1
mana, pero que* en esta ocasión se desenfn
mente. Según Varron (de ling. lat. VI, 3,36)
significa "purgamentum" en general y "fel
rificar en general. (G. Dumézil, Mitra Varui

En el calendario cristiano, el ritmo


diados de diciembre a comienzos de mai
parecido al del calendario pagano de v
del Im perio Romano.

99
"El gran hecho histórico y social que supone la or­
denación de Carnaval es el que todos los viejos rituales
paganos quedaron sino adscritos a él de modo fijo, si en
un período determ inado y ajustados al santoral de un
modo general homogéneo para todo el occidente cristia­
no al menos" (). Caro Baroja, El Carnaval 1979). Es poco
conocido el hecho de que los romanos, que en un prin­
cipio tenían un calendario lunar, comenzaban el año
nuevo con la luna nueva, inmediatamente posterior al
deshielo que coincidía con el actual mes de marzo, y los
lu p crcalis (15 de febrero) marcaban el fin de año cuando
el año com enzaba en marzo. En un primer tiempo, la
fecha de la Purificación de la Virgen tuvo lugar el 14 de
febrero, fecha que coincidía más con la fiesta romana
que el actual 2 de febrero.

El 15 de febrero, en la cueva de Lupcrcalis en el Pa­


latino, se iniciaba la fiesta con el sacrificio de machos
cabríos y perros; se ofrecían pasteles hechos por las ves­
tales con el trigo de las primeras espigas de la última co­
secha. Después tenía lugar un rito que Plutarco describe
de la siguiente manera y que, fuera de la coincidencia de
fecha, pudo sugerir ál venerable agustino un parentes­
co real con las costumbres del Lago: "Dos jovenes hijos
de patricios, son llevados al lugar de la matanza: algu­
nos están presentes para mancharles la frente con cu­
chillo ensagrentado... después que sus frentes han sido
lim piadas, los jovenes deben reir. Una vez cumplido
esto, y habiendo cortado las pieles de macho cabrío en ti­
ras, los lupercos corren medio desnudos, cubriendo tan
solo con algo la cintura y azotando a todo aquel que en­
cuentran”. Se ignora la divinidad que se llama Luper-

100
calía, pero la fiesta parece relacionarse con e\ tobo anv
mal sagrado, y es cierto que tanto en ‘Roma como e
Grecia había en invierno una fiesta p a ra preservar <3
lobo a los ganados que en un tiempo fueron \a base de
economía. En el santoral cristiano parece ser que \a '
tividad que la iglesia occidental sustituyó, en ci
modo a la purificación de las Lupercalia romanas
precisamente esta de la Purificación de la Vírger
máscaras, las más curiosas, con rasgos terroríficos
gando y haciendo cuestación, se encontraban en 1
en determ inadas fechas del afio: la C andelaria, S
(3 de feb.) y C arnaval. D urante C arn aval, se Tes
ritos de flagelación con fines fecundantes pÓT \
enmascarados, de tal modo que este período es c
presentación del paganismo en sí, frente al cris
en una época probablemente más pagana en
que la nuestra, pero también más religiosa
duda que las observaciones de Ramos Gavi\át
de una doble serie de observaciones. De \a 1
ñera que se llevó a cabo un proceso de apis
fiestas paganas de lupercalia, y la fiesta de <
Carnaval (de acuerdo con principios de sim
o menos vigilados por la iglesia misma')
manera se inició otro proceso de adaptació
do a orillas del Lago. De un lado, entre i
logia lacustre significativa de los cambios
un momento de año lluvioso durante e
po juega" y que corresponde a Camay a
mos, además, que a la altura de Copac
por el zenit entre el 19-20 de febrero) y
culto cristiano: la purificación de la
p eríod o que en la litu rg ia de Cana;

m
“m undo al revés"; es d ecir, una tem p orad a d e in v er­
sión del orden acostu m b rad o , que re cu e rd a an tigu os
cultos paganos.

Analizaremos en el capítulo II, de qué m anera los


conceptos autóctonos se vincularon con la idea del
'm undo al rev és', contenida en la idea de C arn av al.
Sin em bargo entendem os ya cóm o ésta o p eración sin­
crética implica una ordenación de valores que no p ued e
ajustarse a reglas m ecánicas y absurdam ente fijas.

V III. LA H U A C CA DE C O PA C A B A N A

El culto a la Virgen de la Candelaria nace en 1583,


cuando los Hanansaya de Copacabana, que según nues­
tra hipótesis eran Aymarás, deciden fundar contra la
voluntad de los Hurinsaya una cofradía a la Virgen de
Copacabana, cuyo primer milagro será que la lluvia cai­
ga en el campo de su cofradía. De cierto m odo los Ay­
marás contribuyen a la implantación del culto cristiano
sobre los antiguos cultos lacustres.

£1 ídolo que reemplazaba esta Virgen era, según la


descripción de Ramos "de piedra azul vistosa y no tenia
más de la figura de un rostro humano destroncado de
pies y manos, que como a otra figura de Dagon, la ver­
dadera arca antes de entrar en aqueste su templo quizo
tenerle humilladero. Miraba aqueste Idolo hada el tem­
plo del so r y Calancha añade: "el rostro feo, el cuerpo
como p € * V * este adoraban por Dios de su laguna, por
creador de sus peces y dios de sus sensualidades...”
Este ídolo, como los demás, era adorado por los
Yunguyos, y los extirpadores le hallaron juntamente
con "dos piedras grandísimas, la una tenía por nombre
Ticonipa y la otra Guacocho". (En pukina cazquití cona,
o casque Ticona, designa ciertos jefes o autoridades y pa­
rece ser que la palabra T ico n ip a estuviera relacionada
con el sentido de la voz pukina).

La etimología que da Ramos Gavilán de la palabra


Copacabana es "lugar y asiento donde se ve la piedra
preciosa porque copa suena como piedra preciosa y caba­
na se deduce de esta dicción que significa "locus in quo
videri potevit" lugar donde se podrá ver... Copacabana,
pueblo donde se puede ver la piedra" (p.102).

En general la palabra copa parece haber designado a


las minas, y bajo este nombre se las "adoraba y reveren­
ciaba al igual que los pedazos de metal (corpa) las pepi­
tas de oro, las guayras donde se funda el metal, el
azogue el metal llamado soroche". (Morua, op. cit. cap
49). Muy tempranamente en esta parte de los Andes los
pueblos debieron dedicarse a la explotación de los mine­
rales y de las tierras de color con fines tinctorialcs, como
en los Lípez donde existían minas de "muchos colores
muy finas para pintar" (Betanzos, op. cit. p. 164). En
Atacama, se explotaban "piedras amarillas manchadas y
muy vistosas de rico jaspe" (Cobo op. cit. p. 123), conoci­
das hoy bajo el nombre de atacamita; se trata de un fos­
fato de cobre cuyo color va del verde esmeralda al verde
oscuro. La copaquira, citada por Cobo, era explotada y
parece corresponder a la chrysocola que es de un color
azul verdoso a azul turqueza; en cuanto al co ra v iri

104
(Cobo p . 127) es el perido y es más bien de u n co\o t
verde amarillento.
N o podem os decir si el Idolo de Copacabana
"piedra azul vistosa’’ estaba becbo de una de estas pie
dras, pero los estudios de ConcVlia sobre los tapices c
Pucara y Tiwanaku tienden a demostrar que los ido1
representados lo eran o bien con detalles verde
azules, o bien bajo fondo verde. De la misma mai
Rowe, al estudiar dos estatuas de estilo P ucara (un
ellas p roced ien te de la p rovin cia de CbumbivV
señala que están b ecbas de "una piedra d ura y ve
ca", (la atacam ita tiene una dureza de 3 a 3,5 y la
quira de 2 a 4) .M aría Rostworowski babía notad
su p a rte , que los pueblos pesqueros de la costa
también este color en las representaciones de su
dades. (Rostworowsky, Recursos Renovables y 1
Concklin sugiere una difusión temprana del <
cara en la costa, y Rostworowsky íormula la
según la cual pudo haber un parentesco entre
costeños y el de Copacabana. Por nuestra pa
que el color verde era efectivamente el de v
pertencientes a ias mencionadas culturas,
copa significa color verde y era también é
se daba a una mosca de coíot verde ípró
cantaride) “que suelen \traer los enamo
nio); esta m osca era h u acan q u i lo que ¡
por "p h iltru m " (Arriaga, Instru cción
p .2 1 7 ). S e g ú n B e rto n io "sa lla de
rasp án d olas". E stos h u a c a n q u i podía
p ájaro s, h ierb a s, conch as de maT o t<
(A rria g a o p . cit.) y B erto n io re g ísti

105
nombre de copa o ninanina el gusano o la luciérnaga.

En razón de su brillo y de su color verde, el ídolo


de Copacabana poseía sin duda las mismas cualidades
de "enamorar" que tenían las moscas y los gusanos y
por esta misma razón se lo consideraba como dios de
"las sensualidades". La gente colla tenía fama de sensual
y parece ser que este fue uno de los pretextos evocados
por los Incas para no admitirlos durante las fiestas so­
lemnes del Sol que se celebraban en la isla de Titicaca, y
Ramos G avilán escribe de ellos "a esta gente Colla,
como a gente m aldita y más desordenada en todos los
vicios de la sensualidad, los tenían por particular decre­
to excluidos de aquellas sus mayores fiestas". (Ramos
G avilán, op. cit. p. 73). Podemos considerar que esta
fama está ligada al poder y a los atributos del dios de Co­
pacabana, y que los "hechiceros de Yunguyo" que lo
adoraban, (y durante la fiesta de Pancuco "daban licencia
para las m aldades que en los juegos nocturnos suelen
suceder"), eran Collas que vieron sustituidos sus dioses
por los de los Incas.

Copacabana era un pez, como afirma Calancha y lo


sugiere Ram os G avilán al com pararlo con el ídolo
Dagón. Según Eusebio de Cesárea, que sin duda formaba
parte de las lecturas de los augustinos, Dagón era un
dios fenicio, jefe del panteón; éste regía a la vez los ríos
? las lluvias; su paredra era Ashrérat, la diosa del mar
ue simbolizaba las riquezas del mundo marino. Nin-
uno de los dos podía recibir culto de los pueblos terres-
ss, lo que parece haber sido el caso del ídolo de Copa-
bana. Según Sam uel (5-21) "cuando los filisteos

106
cap tu raro n el A rca de D ios (a rca d e la alianza) la 1
ron d esd e E b e n -e z er a A sd o t. T o m a ro n lo s f ilis t e
A rca de D ios y la m etiero n en la casa d e D a g ó n , y 1<
sieron ju n to a D agón. V cu a n d o al s ig u ie n te día le
A sd ot se lev a n ta ro n de m a ñ a n a , h e aquí D a g ó n , pe
do en tierra d e la n te d el a rca d e Je h o v á , y to m a r
Dagón y lo v o lv iero n a su lu g ar. Y v o lv ié n d o s e a le
tar de mañana el siguiente día he a q u í q u e D a g ó n í
caído postrado en tierra delante del arca d e Je h o v á
cabeza de Dagón y las dos palmas de sus manos ests
cortadas sobre el umbral, habiéndole quedado a Da
el tronco solamente*'. JsJo cabe duda que al describí
ídolo de Copacabana como M un rostro humano desti
cado de pies y manos que se humilla delante de "la '
dadera arca" que en este caso es la Virgen de la Car
laria, Ramos usa de una metáfora que se inspira
literalmente en el pasaje del Antiguo Testamento qu
cabamos de citar, (cuadro nQ2).

Por su aspecto de pez, el ídolo de Copacabana p


corresponder o bien a una estela de tipo asiruni, o bi
una estela yaya mama. En este caso puede ser qi
haya parecido al monolito encontrado en la regiV
Copacabana (ver fig. n° 6) que combina una f i g u r
tropomórfica y un cuerpo serpen tiforme con un
triangular, aún si por su color verde este monoli
debió parecerse a la estatuaria Rucara. Este "ere/
los peces" y "Dios de la laguna" era él mismo un
la figura de Copacabana, bien podría entonce
"suche", animal al cual se reconoce todavía la c
"Rey de los pescados".

107
I V Untos m odos no cabo duda que este ora ol ídolo
de los pueblos que controlaban las islas y las orillas dol
lago y que la docum entación designa com o Colla, sien­
do en este caso este un térm ino genérico que designa a
los a n tig u o s p u eb los lacu stres mas que un término
h istó rico qu e caracteriza el Señorío al cual aludimos,
aun si éste extend ió su dom inio a la península de Co­
p acaban a. C on el íd o lo de Copacabana tocamos, sin
du d a, u no de los m ás antiguos ídolos de esta parte de
los A ndes. Al que todavía era, en el siglo XVI, "el lugar
de m ás id o la tría s qu e hab ía en este reino", no sólo
porque los Incas establecieron allí una numerosa colo­
nia de m itim a e s y los fam osos templos que conocemos,
sino porque estos que "en todo se asimilaban por traer
su principio y origen de allá" escogieron para establecer
su gran centro religioso a la vez el ídolo más antiguo y
venerado y el que m ás sentido tenía en su propia mito­
logía.

I X LA H U A C C A D E T IT IC A C A

Seg ú n R am os G avilán, la hu acca de Copacabana


"m irab a... hacia el tem plo del sol como dando a enten­
der que de allí le venía el bien" (Ramos Op. cit. p.101).

Es decir, que existía un lazo de tipo religioso entre


am bas h u accas. No. obstante, este lazo es muy difícil de
desentrañar y eso por toda una serie de motivos obvios.
La h u a c c a de T iticaca está vinculada a los mitos más
profundos de los A ndes, de un lado, y, de otro, ha
sido el objeto de todas las conquistas (y en consecuencia

108
d* las distintas tradiciones religiosas) que soportó esa
p arte del altiplano.

1. Loa Mitos
Sí interpretamos los mitos, a los cuáles Ivemos al\
dido al principio, com parándolos con la secuenc
geológica que hemos trazado, la Isla de Titicaca íue
primera tierra que se descubrió después del "Diluv
"o la en que el sol se escondió" (Cobo op. cit.). Este ti
po correspondería a la fase final de subida de las agí

Sabemos, por otra parte, que la mitología* ai


y actual divide el tiempo en. dos grandes secue^
una edad presolar y una edad solar (Bouysse
1987). Según estos dos cortes temporales, "el c
corresponde a una fase nocturna y oscuia o pies<
en la mitología antigua abarca los tiempos de w
wariviracocharuna y purunruna. Dicho en o'
bras, la aparición del sol {o su corolario e\ íir
vio) señala el momento constitutivo de u
temporalidad y quizás podemos arriesgarnos
una nueva divinidad ligada a \a isla de Titi
señala O. Harris, esta creencia perdura entr<
sinos del norte de Potosí, quienes consid
chullpas, que viven en un mundo subter
ron su propio sol, que era la luna, y que la
tre ese mundo y el nuestro es la presen
H arris, op. cit. 1987 p.lOQ).Hoy, \osbab
q u i n os d ijero n de sus antepasados;
re n d ía n u n cu lto al T a ta In ti y muy e
p h a x i (lu n a). T o d a \a población en

109
se dedicab a a a d o ra r a la luna porque según el pensar de
ellos eran d e s v e n d ie n te s e hijos d e la luna, porque ellos
d ic e n q u e ei sol e s Dios d e la raza blanca y la luna de los
in d íg e n a s **. S eg ú n e ste re la to los h abitan tes de Suriqui,
e n e l la g o d e W iñ a y m a rca , s e reivin d ican co m o descen­
d ien tes d e u n a e d a d p re s o la r o an ted ilu vian a.

En el c a s o q u e e x a m in a m o s , la ed ad p resolar
c o r r e s p o n d e r í a a la s cu ltu ra s an terio res al Tiw anacu,
(e n el c a s o d e S u r i q u i : C h irip a ) o al Tiw anacu m ism o
(fin d e l d ilu v io ). C o b o señ ala d o s altern ativ as m íticas a
p r o p ó s ito d e " los r e s ta u r a d o r e s d el linaje h u m an o ”
postdiluviano: o éstos p ro c e d e n d e la' isla del Sol y em i­
g ra n a Tiwanacu, o el c r e a d o r fo rm a d el b arro d e T iw a­
n a c u la s n a c io n e s to d a s " . P o r o tro la d o , las im ágen es
q u e s e d esprenden d e la c r ó n ic a d e R a m o s G avilán coin­
ciden con el mito, al m e n o s n o s d a n a e n te n d e r la e x i-
tencia d e un culto solar p r e in c a ic o , y p u d im o s co n sta ta r
que efectivam ente tal e r a el caso e n la é p o c a d e los C o ­
lias.

R am os ev o ca el viaje q u e hizo al Cuzco un minis­


tro d el fa m o s o a d o ra to rio d e la isla. Se encontró en esta
ocasión con T u pac Yupanqui que "ya se había declarado
p o r d e v o t ís im o al Sol". El v iejo brujo "Colla” "le exa­
geró ios o rá cu lo s q u e d e l Sol tenían y como le había vis­
to sa lir d e a q u ella p e ñ a , donde jam ás ave asenta el pie"
(Ramos, op . cit. p.20).

Según este relato queda claro, que la implantación


del culto solar en la isla no es un hecho incaico. En
cuanto al prodigio evocado y qu e se refiere a la ausencia

lio
de aves en este lugar, 'Ramos nos oítecc, paginas más \
larde, una explicación. "La pefva en cues\\6n "eslába cu- í
bierla de planchas de oro y piala y porque con los rayos
del Sol reverberaba lanío la peña. dijeron los Indios que
no pasaba pájaro ninguno, por junio a ellas, sino qae
por arte y orden del demonio huyeron las aves de aquel
lugar" (idem p .79). Bn esla peña habla "un claro y
pequeño hueco que tenían por tradición habla salido el
So l” (idem p.86). L a presencia del Sol está confirmada
según R am os, por una explicación del topónimo Titica­
ca que según él significa "peña donde anduvo el gato y
d io gran resplan d or" porque "titi significa gato montes"
y "k ak a significa p eña en aymaxa" (p.46).

Esta explicación etimológica no tiene sentido si se


otra le y e n d a concerniente a u n \nc«
la d e sv in cu la d e
que vino a visitar el adoratorio de ia Isla (próbabh
mente el mismo Túpac 'íupanquVj y vio ”e\ demot
en figura de un gato montés, (que "corrió por \a ps
despidiendo mucho fuego" (p.S6) "o con gran resp
dor” (p.46), y era "la peña donde el sol tenia sus i
cios" (p.46).

Una leyenda actual, recogida por Víctor Oc


la isla de Jisk’ata (.Puno), relaciona la aparicidr
"pumas grises” con un castigo Wer Anexo), I
esta isla que Apu Qullana Awki creó e\ Univei
cuando terminó su tarea se fue a vivir en une
cerca del lago. En aquel tiempo todo lo que oc
era un paraíso llam ado W iñay M aik a. Le
tenía que cum plir la gente era no subir a e
qu e se identificaba por llam as, pero el Av*q

til
co)ínnfó a loa habitante» «M valle a que subieran En
apo f », el Apa Wat» salir de las cuevas muchos pumaa
que devoraron a le gente; d padre Sol lloró, las lágrimas
del Sol formaron una inmensa laguna que ahogó a los
puma* Los que se salvaron dijeron: qaqa tttinakawa
(son puntes grises). Asi nació el lego y su nombre.

Este reíalo es quizás, le última transformación de


un mito inicial del que los escritos de Ramos Gavilán
nos proporcionan ten soló algunos eslabones. El diagra­
ma del mito contemporáneo, a la vez que explica el
nombre del lago y el fenómeno del diluvio desplaza al­
gunos de los elementos de los relatos de Ramos, con­
densándolos en el esquema siguiente:

La transformación del Wiñaymarca en laguna es la


consecuencia de la falta de respeto a una prohibición
(los hombres no pueden subir a una montaña de fuego)
y de un castigo d e parte del creador (los pumas grises de­
voran a los hombres). Estas dos secuencias son relacio­
nadas con la aparición del Awqa. En aymara el awqa es
el tiem po d e la guerra, a la vez que el momento consti­
tutivo en el que se separan las cosas. Según Bertonio
aw qa sign ifica "enemigo, contrario en los colores y ele­
mentos, contrario es el negro de lo blanco, el fuego del
agua..." (p.140). Awqa es sinónimo de Pachacuti. (Berto­
nio).

En consecuencia la aparición del Awqa determina


la inversión del orden social (los pumas devoran a los

I'mbres) del ordenfcósmico (el sol en vez de calentar la


rra, llora) del orden ^espacial (la montaña de fuego y el
valle teco te transforman en cueva» y en Jago, bajo el
cual desaparecen tos hombres). En fin, a la pulsión crea*
dora de Apu Cutiana se opone la pulsión, de destruc­
ción. Y mientras que en una fase primera teníamos un
universo alto, incandescente, brillante, seco, paradi-
siáoo, tenemos ahora un mundo de abajo, gris, oscuro,
húmedo, destruido. Al valle de Wiña y marca se opone
qaqa titina kawa: total inversión del espado y del tiem­
po.

En contrapunto de este mito autóctono contem­


poráneo y a su lógica que ofrece un proceso e x p lic a tiv o
de la manera en que se inscribió en las memorias el
pachacuti, el relato de Ramos Gavilán surge con todas
las metáforas de estilo gongorino a las cuales nos ha
acostumbrado.

Antes de constatar que titi no sólo puede significar


"gato montés, sino plomo, cobre o estaño”, da otra ex-
plicadón que es una vez más una glosis etimológica en
acuerdo con una cadena de metáforas en torno a la i-
magen del gato montés, del sol y de la peña, (cuadro n°
4).

E n u n a p r im e ra im a g e n , tra n fo rn ia c ió n d e la
fábula del A n tig u o T estam en to seg ú n la cu al E v a fu e se ­
d u cid a p o r el d em o n io d is fra z a d o d e s e rp ie n te en el
p a raíso terre n a l, R a m o s G avilán su s titu y e n d o el g a to
por la serpiente, e s a ib e l | p a r e c e h ab er sid o el d em onio
que como para engañar a E v a se vistió en traje d e ani­
mal ladrón, acudiendo!tam bién a p in ta r su g ran in g rati-
ud, en el que es vivo j e r o g lífico d e ella". A esta p rim e-
ra cadena sustitutiva serpiente-gato, Ramos añade otra
en e/ gusto barroco que es la del gato-Carbunco, animal
mítico a ia vez que piedra grande rojo oscuro: "sino es
que aquel g ato fuese el animal que llamam os Carbun­
c o ... y que guiados de su gran resplandor habían ido en
su seguim iento ... este anim al tiene tal instinto que con
una cortina o funda belleza que le dio la naturaleza, cu­
bre la piedra... tienese p o r m u y sin duda haber tenido el
Inca algunas d e estas p iedras , en p árticu lar una m uy
g ra n d e q u e llamaban In tip toca que es lo m ism o que cosa
escupida del Sol".

La cadena asociativa y sustitutiva que el discurso


K del agustino desarrolla es ia siguiente:

Serpiente - gato - carbunco - piedra escupida por el


sol (intiptoca).

Si consideram os q u e este puede ser un discurso ex­


plicativo, s eg ú n el método que hemos aplicado en los
casos p reced en tes, entonces la piedra escupida por el sol
| sería la peñ a sagrada , ésta "donde se asentó el gato y dio
g ra n resp la n d o r

2. El anim al ladrón

El fam oso y tan estudiado dibujo de Santa Cruz


Pachacuti, qu e unas veces se interpretó como un sitema
i e paren tesco y otras veces como una serie de divini-
fades, representa en su. parte derecha a un gato-titi que
K u pe granizo. En aymara, el granizo y las piedras son
i ón im os (hacco. Bertonio p.81) y haccoquipatha signi-
fica volver algo al revéa de como estaba ly aat de tod?
cosas, piedras, reales): volver a\ revés y a\ derecho aV
muchas veces, volverse y revolverse, dar vuelco*,
este caso el granizo o las piedras escupidos acompatv
provocan el acontecim iento cósm ico que, com o 1<
presa h erm osam ente C obo, "es la vuelta de\ Viere
del m undo" (Cobo cap. XIX). E n cuanto ai lili, qu<
los gran izo s, era p rob ab lem en te con sid erad o Vi
com o quien robab a las cosech as y , p or lo tan to, ia
en ay m ara, ro b ar se d ice, ai igu al que p ied ra o \
" h a c o r i r i ” (B e rto n io p .4 1 4 ). A n tig u a m e n te se
p ro c is ió n d e g ra n iz o y d e h ie lo y d e r a y o s qu
c h a n c o n a rm a s y ta m b o re s y flau tas y tro m p e ’
p a n illa s , d a n d o g r ito s d ic ie n d o : "Astaya, z
uacchachac cuncayqui cuchuscaayquc. Ama r\
cho", (a y , a y , l a d r ó n despojador de la gente, ]
garganta ¡que no te vea jamás!) tGuamán I
Cuando Ramos Gavilán se reitere, a propé
a un "animal ladrón", quizás no soiamenti
tuto animal familiar de las casas europea?
contra quien los campesinos despojad'
Guamán Poma, lanzaban sus gritos y n
mos si el gran-número de trompetos c
encontraron tanto en Pucara como en
raco, sirvieron para semejantes ritos y
las terribles y lluviosas épocas que c
vieron para ahuyentar al 11ti ti \adr6i
cielo.(K id er II H an d b o o k of South
1943). De la misma manera ignor
dios, que v. Tshudi compró en Tv
senta* una estatua Pucara a la cua
que es conocida como “dios de \c

117
q u e v e r co n los cu lto s an tig u o s q u e su rgen en filigrana
d e to d a la se rie d e d a to s c o n v erg en tes, au n qu e in su fi­
c ie n te m e n te e x p lic a tiv o s q u e acab am o s de m en cion ar,
p e ro p u e d e s e r q u e sí. E ste d io s qu e traía la llu via,
qu izás tam b ién p o d ía im p e d irla . En C aran gas, M onast
dice q u e h ay u n a n c h a n c h u , co n sid era d o com o s u p a y
qu e trae o im p id e la llu v ia ; este es el patrón de los la­
d ron es y p o r lo m ism o la d ró n : su n om b re es San A n­
d rés, y era el m e n sa je ro d e S a n tia g o (asociado al trueno
y relám p ag o ). C u a n d o S a n tia g o estab a decontento m an­
d aba a S an A n d ré s, y am b o s su ele n asistir a la fiesta de
C a rn a v a le s e n O ru ro . E n H u a ro c h iri, casi coincid ente
M con la fie sta d e S a n A n d ré s", en el m es de noviem bre,
se c e le b r a b a u n b a ile lla m a d o c h a n c o y "era en ese
p e río d o c u a n d o s o lía n p e d ir la llu v ia. La gente decía
q u e en la ép o ca d el C h a n co ib a a llover". (D ioses y Hom­
b r e s d e H u a r o c h ir i p. 205). N o cab e duda que conviene
a so cia r el titi co n lo s cam b io s clim áticos que se desarro­
lla ro n e n e s ta p a rte d e l la g o , y qu e hacen de él un
"an im al la d ró n ", q u e escu p e p ied ras y granizos.

3. La p ied ra escu p id a

P or lo tan to, su g e rim o s qu e la piedra "in tip to ca ",


escu p id a p o r el so l y q u e R am o s vincula a la vez a la
peña sag rad a del T itica c a y ai "anim al ladrón", no sólo
fu e el "C arb u n co " a p re cia d o d e los Incas, sino quizás la
peña sag rad a del T itica ca o la m ism a huacca de los Co­
ila s, (o u na h u acca em p a re n ta d a ) que M orua designa
bajo el n om b re de " in te c a " y qu e define "como del sol".
Esta era, com o sab em os, o b jeto de veneración de parte
ie éstos (con un tem p lo en H uarina). En este caso se e-

118
v id e n c ia q u e e ste e ra e f e c tiv a m e n te ”e \ \u g a r d o n d e e \
sol ten ía su s p a la cio s” y e \ m ito colora v id a xe a \.

4 . C o p a c a b a n a y T itic a c a *

En cuanto al lazo que insinuam os entre Qopacataa-


na y Titicaca, los datos procedentes de\ diccionario de
Bertonio, perm iten precisar que parece ser que se trata
de un vínculo parecido al qu e u n e u n h erm an o a una
herm ana. Según el diccionario de 16T2., en eíecto, ”e\ ti-
tic a m a n a era el que tenia com o oíicio de coger gatos
m onteses y de aderezar su s pellejos" " titi era e\ norrCor
que se daban a las hijas de estos o ficia le s en tiem po d
Inca y a los hijos llam an c o p a que d esp u és h eredaban
oficio d e co g er g ato s". (v e r c u a d ro n? 4V O s e a qu<
g ato m o n tés sería co m o " la "herm ana" de\ p e z d e O
cab an a (sien d o este ú ltim o u n s u c h e o "catf\sh"V

Desde 1932, los trabajos de Valcarcél, sobre


presentaciones del gato de agua en Pucara y "Mas
Yacovleff sobre la deidad prim itiva de ios Naí
pezaron a poner en^ evidencia una estrecha vin
entre Pucara, N asca, el altiplano y el litoral. B
en la iconografía Pucara (.pilastra de la llu v ia
central de la Puerta del Sol), Valcarcél demos’
tencia de un gato de t í o , que en la región di
llam ado ”m ayu p u m a” y en ay m ar a "titi"*,
pondería a la nutria de los ríos, y sería \a di
caca. Yocovleff, por su parte, relaciona \a
con el boto "ya que estos in d io s adoraba
p o rq u e la m ag n itu d d e su corp ulenci
d eid ad , creyend o que era e l d ios q u e ctií

119
que ver con los cultos antiguos que surgen nn filigrana
vio toda la sotio vio datos convergentes, aunque insufi­
cientemente explicativos que acabamos de mencionar,
pero puede ser que sí. tiste dios que traía la lluvia,
quizás también podía impedirla. En Carangas, Monast
dice que hay un anchanchu, considerado como supay
que trae o impide la lluvia; este es el patrón de los la­
drones y por lo mismo ladrón: su nombre es San An­
drés, y era el mensajero de Santiago (asociado al trueno
y relámpago). Cuando Santiago estaba decontento man­
daba a San Andrés, y ambos suelen asistir a la fiesta de
Carnavales en Oruro. En Huarochiri, casi coincidente
"con la fiesta de San Andrés”, en el mes de noviembre,
se celebraba un baile llamado chan co y "era en ese
período cuando solían pedir la lluvia. La gente decía
que en la época del Chanco iba a llover". (Dioses y Hom­
bres de Huarochiri p. 205). No cabe duda que conviene
asociar el titi con los cambios climáticos que se desarro­
llaron en esta parte del lago, y que hacen de él un
"animal ladrón", que escupe piedras y granizos.

3. La piedra escupida

Por lo tanto, sugerimos que la piedra "intiptoca",


escupida por el sol y que Ramos vincula a la vez a la
peña sagrada del Titicaca y al "animal ladrón", no sólo
fue el "Carbunco" apreciado de los Incas, sino quizás la
peña sagrada del Titicaca o la misma huacca de los Co­
llas, (o una huacca emparentada) que Morua designa
bajo el nombre de "inteca" y que define "como del sol".
Esta era, como sabemos, objeto de veneración de parte
de éstos (con un templo en Huarina). En este caso se e­

118
videncia que este era efectivamente "el lugar donde el
fcol tenía sus palacios" y el mito cobra vida real.

4. Copacabana y Titicaca

En cuanto al lazo que insinuamos entre Copacaba­


na y Titicaca, los datos procedentes del diccionario de
Bertonio, permiten precisar que parece ser que se trata
de un vínculo parecido al que une un hermano a una
hermana. Según el diccionario de 1612, en efecto, "el ti-
ticamana era el que tenía como oficio de coger gatos
monteses y de aderezar sus pellejos" "titi era el nombre
que se daban a las hijas de estos oficiales en tiempo del
Inca y a los hijos llaman copa que después heredaban el
oficio de coger gatos", (ver cuadro n° 4). O sea que el
gato montés sería como "la hermana" del pez de Copa-
cabana (siendo este último un suche o "catfish").

Desde 1932, los trabajos de Valcarcel, sobre las re­


presentaciones del gato de agua en Pucara y Nasca y de
Yacovleff sobre la deidad primitiva de los Nasca, em­
pezaron a poner en evidencia una estrecha vinculación
entre Pucara, Nasca, el altiplano y el litoral. Basándose
en la iconografía Pucara (pilastra de la lluvia y motivo
central de la Puerta del Sol), Valcarcel demostró la exis­
tencia de un gato de río, que en la región del Cuzco es
llamado "mayu puma" y en aymara "titi"; éste corres­
pondería a la nutria de los ríos, y sería la divinidad Titi­
caca. Yocovleff, por su parte, relaciona la deidad nasca
con el boto "ya que estos indios adoraban a la ballena
porque la magnitud de su corpulencia les inducía
deidad, creyendo que era el dios que criaba los peces, el

119
Rey a quien obedecían los mares". (Calancha, Crónica
Moral L, II Cap. X). Según este autor, los Nasca habiendo
heredado el concepto del boto, como deidad suprema
del mar, habrían asociado el portador de los medios de
vida propios del pescador a la deidad de los agricultores.
"La metamorfosis de la originaria representación natu­
ralista se realizó, en el sentido de la antropomorfización
y, simultáneamente, en el de su fusión* con el .felino,
que se presentó como émulo del boto en las creencias
del pueblo, probablemente debido al creciente contacto
con las tribus serranas". "La humanización de la fiera
marina se efectúa con la substitución de la cabeza de la
orea por la humana, y en adquirir la deidad primitiva
de los pescadores atributos de un dios agrícola".

La interpretación de Valcarcel no nos parece muy


convincente, pero tiene el mérito de llamar la atención
sobre la existencia temprana, en el estilo asiruni, de un
"gato de agua", con cuerpo pisciforme y cabeza de felino,
aún si éste confunde tigre-puma y gato montés y lleva a
proponer la nutria como único animal susceptible de
corresponder a la representación en cuestión ya que,
según él, jamás se ha visto en las islas del lago, ni en
sus orillas, ni a un tigre ni a un puma. (Por nuestra
parte anotaremos que el gato montés es frecuente en es­
tos parajes del altiplano y que éste sigue considerado
como "sagrado" y su caza prohibida). (Ver fig. n° 7).

Lo que escribe Yacovleff sobre la asociación pez-


felino nos parece de cierta forma más convincente. En
cuanto a la asociación pez-gato, aunque ignoremos si
ésta se realizó en una forma semejante en el altiplano,
t\s muy probable que lo» pueblo» pesquero» y lo» pueblo»
agrícolas de Uvs ofilia» del lago llegaron a adorar a dio­
ses comunes o divinidades sincréticas, adoptando los
dioses de los unos y de los otros y, quizás, Tucumu,
dios de las comidas, fue uno de estos.

Fuera del mito que rodea U peña y que está ligado


a una imagen solar, todas las explicaciones etimológicas
que hemos examinado, proceden de la lengua ayunara;
es decir, de un idioma hablado en una fase tardía de la
ocupación del lago, aún si podemos admitir que esta sea
una explicación a posterior! de una realidad anterior.

Sin embargo un dato ya citado de Morua, viene a


echar a la vez duda y luces sobre lo que pudo ser el ídolo
de la isla en tiempos presolares. "En el Cuzco le llaman
a esta mala serpiente Chanco Chaba, y en el distrito
deste Collao Titicaca, y en la provincia de Andesuyo,
Antiviracocha", (op. cit. p.2010). Chávez cita un frag­
mento de cerámica que representa una criatura serpen­
tiforme de cuerpo corto y cabeza triangular encontrada
en un ceramio chiripa, perteneciente al Museo de la
Universidad de Pensylvania, lo que tendería a demos­
trar no sólo la importancia que tuvo tempranamente el
motivo serpiente, sino que quizás ya antes de la difu­
sión del estilo yaya mama éste era, sino uno de los pri­
meros dioses, al menos una representación familiar.

¿Era esta serpiente Titicaca de la isla el Coac o Dios


de los Pukinas? La frecuencia de este motivo, tanto en
la estatuaria de estilo yaya mama como en Pucara (sub­
estilo asiruni) y Tíwanacu, donde Calancha la registra
en í»u forma enroscada, nos hace pensar que bien pudo
existir tal serpiente en la isla del sol y que era efectiva­
mente un Dios. Mn los monolitos o estelas yaya mama,
el número de serpientes en cada pieza es de dos a tres
veces mAs importante que el número de los demás ele­
mentos (Chávez op.-cit.). Y Cobo, sin duda refiréndose a
una vieja tradición, dice que "contaban los indios vie­
jos de que era guardado ese santuario (casa de los ma­
maconas) por una sierpe o culebra grande". (Cobo op.
cit. p.193), aún si en otra parle cita a una estatua de mu­
jer, representando a la luna llamada Tititicaca, y puesta
por los incas en la casa de las aellas.

¿A qué forma respondía la divinidad de la isla?


¿A una de las serpientes que acabamos de mencionar?
¿Al gato acuático del subestilo asiruni que Valcarcel
identifica con la nutria y que nosotros asimilaremos,
cómo Rowe, más bien con el suche o "catfish" con su
cabeza de gato y su cuerpo de pez? ¿O, en fin, como en
el caso de la deidad nasca descrita por Yacovleff, a un
compromiso entre felino y pez o serpiente?

Por el momento no podemos responder por la afir­


mativa a ninguna de estas hipótesis, salvo si damos
más crédito a las tradiciones culturales de hoy según las
cuales la serpiente (¿Titicaca?) se cambiaría con el
"suche" (¿Copacabana?); para lunes de carnaval.

Si la serpiente de la isla es el equivalente, en el


Cojlao, del Antiviracocha, como lo afirma Morua, con­
viene entonces preguntarse prosaicamente si el motivo
de la serpiente no fue difundido en el altiplano a partir

123
de la selva, por un viejo substrato que emigró de
zona o que colindo con ella.

124
wvv están colocados sobre la
• 3—^ <\e> bas-

EPILOGO

D urante A n ata-C arn av al (momento preciso del


año en el que se "truecan” los elementos y que corres­
ponde, en una escala menor, al gran pachacuti que co­
nocieron una vez los pescadores del lago), los de Suri-
qui escogen "para hacer pagar con los yatiri para que sus
em barcaciones cuando estén navegando no sufran
ningún daño". "El lunes de Carnavales, A nata, enton­
ces consiguen dos conejos: una hembra e un macho; en
la noche oscura el brujo empieza a contactarse con los
achachilas, el untu se reparte a todos los cerros. Todo el
sector del lago, entonces, pagan y entonces el día si­
guiente, el martes de Carnaval, en la mañana, bajan de
sus botes, de sus lanchas, en medio del lago y lo deposi­
tan amarrando con una piedra, para que llegue al fondo
del lago en una canasta entonces al dios de las aguas
"Chua A chachila", tienen esta creencia que está en todo
el lago, si depositan esta canastita a un lugar entonces ya
se recibe, si a una otra parte le colocan ya nomás se re­
cibe entonces, yo creo está en todas partes".

El agua, en aymora, es chua, y chua chua es lo m*


profundo del agua y del ciclo. Cuando rezan a Chv
A chachila, en el espejo radiante del lago, los pescadoi
del W iñaym arca rezan también al agua del cielo, y i
hacen recuerdo de la pequeña fosa que estuvo en agí
cuando esta parte del lago estaba en seco. Las .tr
ciones de hoy son, pues, una transformación de
vieja realidad de la cual tenemos sólo unos atisbos.

Sin embargo estos ritos estacionales, y otros li

125
t

a los desbordes lacustres que constituyen un peligro per­


manente para los habitantes de las orillas, nos obligan a
pensar que el Lago sigue siendo el lugar sagrado que fue
siempre. El 5 de marzo de 1986, en la comunidad de
Chumurani (Azángaro) Clemente Limamanchi fue sa­
crificado y su cuerpo enterrado en las cuatro esquinas de
la comunidad, porque "el cielo se había puesto rabioso y
el lago nos castigó". (Liberation 20/marzo/1986). Salvo
en caso de eminente catástrofe cuando puede haber a-
menaza de pachacuti, los ritos lacustes no revisten este
carácter sacrificial, pero no dejan por lo tanto de diri­
girse al Lago.

. Por los años 47, Vellard pudo observar cómo los


lugareños de Challa y de Iskate bailaban por la fiesta de
San Pedro, santo pesquero y patrón de Tiwanaku, dos
antiguos bailes: el mimulo "para adorar al pescado del
lago", como decían en Umamarka, y el orul uru. En esta
ocasión se regalaba al Lago su pachamanca de animales
diversos (cuy, llama) ofrendas de sangre, pisco, vino,
coca y chiwi (figuritas de estaño). Los de Umamarka
iban a Tiwanacu, con su santo patrón San Rafael, el
dueño del pescado y representado en la iconografía cris­
tiana con un pescado; éste iba a visitar a San Pedro, otro
pescador. La procesión se realizaba dos o tres días antes
de la fiesta misma, de tal manera que los "urus" del lago
eran los únicos en bailar delante de la portada de la igle­
sia donde están colocadas las figuras de San Pedro y de
San Pablo. Cobo, nos contó en el siglo XVI, cómo estas
dos estatuas fueron hechas en honor de la visita a esta
iglesia del "primer obispo que venía a Chuquiabo", y
cómo "el artífice hizo de dos bultos de piedra de San Pe-

126
dro y San Pablo... y que hoy están colocados sobre la
puerta principal de la iglesia... hallaron piedras de bas­
tante grandeza de que hicieron los santos dichos... tam­
bién es cosa rara el haberse hallado en estos edificios tan
grandes ídolos de piedra cuya estatura conocidamente es
de gigantes".

Cuando se mira detenidamente a los dos santos se


observa en su ademán todos los rasgos de las estatuas de
estilo Pucara, y hasta una de ellas conserva todavía su
tocado original. ¿A quién estaban rezando los urus de
Tiwanacu; a sus antiguas divinidades o a los santos de
la iglesia?

127
ANEXO

"Leyenda dd valle de Wiftay Marka, hoy Lago Titi­


caca*' (tradición oral recogida por Víctor Ochoa)

Por las orillas del lago Titicaca, existe una leyenda


que dice que la creación del mundo duró muchos siglos
y, durante este tiempo, Apu Qullana Awki creó el Uni­
verso: la tierra, el cielo, ios mares, ríos, lagos, animales,
las plantas, la gente, las estrellas, etc. Cuando terminó
de crear el mundo Qullana Awki se fue a vivir a una de
las montañas más grandes del altiplano, que se ubica
cerca del lago, pero dejó un mandamiento para la gente.

En aquellos tiempos, todo lo que hoy'ocupa el lago


Titicaca era un paraíso llamado Wiñay Marka (Ciudad
Eterna), donde no había odio, envidia, ni riftas entre los
hombres. Era un valle húmedo, lo único que tenía que
cumplir la gente era el mandamiento del Apu, que era
no subir ni escalar la montaña sagrada, donde moraba el
Apu, y que se identificaba por las llamas que ardían en
la cima de aquella montaña. Sin embargo, un día la
gente, instados por el Awca (ser maléfico) escalaron la
montaña que protegía a todo el valle sagrado. El Awqa
hizo creer a la gente que llegando a la cima de aquella
montaña, iban a convertirse en seres superiores, tan
igual y aún más que el Apu Qullana Awki. Entonces
por esta desobediencia Apu hizo salir de cuevas muchos
pumas que devoraron a la gente. Todo fue una carni­
cería que hizo correr lagunas de sangre. Ante la situa­
ción, el padre Sol lloró inconsolablemente durante cua­
renta días y cuarenta noches; las lágrimas del sol habían

128
formado una inmensa laguna, que ahogó a todo» Ua
pumas que han matado a la gente. De esta destrucción
se salvó poca gente, que dijeron: Qaqa titinakawa (son
pumas grises). Así nació el lago y su nombre.
(Recogida en la isla Jisk'ata, Puno).
En: John M urra, El aymara libre de ayer; en: Raíces de
América; El mundo Aymara (Compilación X . A\bó), Ed.
Alianza - Unosco, Madrid, 1988 (p.51-73)

129

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